Reseña “Caracterización de la noche metropolitana. El espectáculo de la luz
eléctrica a finales del siglo XIX” de David Caralt Este pensamiento de relacionar la -maldad- con la noche viene más atrás de nuestras épocas (que a pesar de que ya no vemos las estrellas, aún nos brinda inseguridad). Bueno, esto es medio raro para el hombre, el texto destaca varios sentimientos que tal vez no notemos mucho en nuestro actual consciente, pero es curioso que siempre tuvimos a este brillo jugando con nuestros ojos y ambientes. En el siglo XX, los críticos y pensadores Simmel G. y Walter B., conceptualizan a las ciudades modernas como un fenómeno “fragmentado, espacial y socialmente”. Las ciudades se encargan de darle más vida al día y en la noche aumentamos la visibilidad con la ayuda de las luces y da este toque laberíntico a nuestro paisaje urbano. Este toque es fantástico para cada cultura emergente y es un terreno fértil para mundos alternativos. El arte también aprovechó la interpretación que se le podía dar a los espacios jugando con las luces. Y la luz, como todo en este mundo, ha sido comida por el capitalismo y hasta en la desigualdad y discriminación, si antes sólo nos daban inseguridades indirectas (naturaleza misma), ahora también tachan a la gente nocturna como personas que escapan de las regulaciones impuestas y claro, también no podemos dudar de estas actitudes, pero por algo se refugian en la noche. Las luces tan brillantes se comían poco a poco las poblaciones urbanas y a medida que el sistema económico iba extendiéndose, las ciudades iban pareciéndose entre si, llevando a cabo la industrialización de la luz a grandes escalas y la contribución al desarrollo y normalización de la vida nocturna. La luz de gas apareció en 1817 y dio toques ligeramente fríos, pero en 1880 llegaron los primeros alumbrados eléctricos y tomaron rápidamente el protagonismo y el gas (para cuestiones de iluminación) se volvió obsoleto). Los pensadores y filósofos mencionan que era muy controversial que de pronto las ciudades se iluminaran tanto y el ojo humano dejó de ver la maravilla del ciclo natural del día y la noche.
Ilustración: L'avenue de l'opéra
eclairee par les lampes por Paul Jablochkoff, 1894.