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{O www.loqueleo.santillana.com Escuela Primaria N° 1098 | Auianzale Mnustene de Eaduca ion Res MEN 4TSO4 395 11 TRELEW. CHUBUT. © 2002, 2018, Roy BEROCAY © 2018, MARTIN BLASco c/o Agencia Literaria CBQ, SL info@agencialiterariacbg.com © 2018, Jorz Estava, Maria Iniis FALCONI, RICARDO MarINo, MARIO. Ménpez, RAFAEL ORDONEZ, SILVIA SCHUJER, RICARDO SILVA ROMERO © De esta edicién: 2018, EDICIONES SANTILLANA S.A. ‘Av, Leandro N, Alem 720 (C1001AAP) Ciudad Auténoma de Buenos Aires, Argentina ISBN: 978-950-46-5595-4 Hecho el depésito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina. Printed in Argentina. Primera edicion: abril de 2018 Segunda reimpresién: enero de 2019 Direccién editorial: MARIA FERNANDA MAQUIEIRA Edicién: Lucia AGUIRRE Tlustraciones: AUGUSTO SPAGNOLO: Direccién de Arté: José CRESPO Y ROSA MaRiN Proyecto grafico: MARISOL DEL BURGO, RUBEN CHUMILLAS ¥ JULIA ORTEGA _ ‘La superliga / Roy Berocay ... [et al .-1a ed . 2a reimp. - Ciudad Auténoma de | Buenos Aires : Sahtillana, 2019. 144p.;20x 14cm. ISBN 978-950-46-5595-4 1. Narrativa Infantil y Juvenil. 2. Cuentos de Fiitbol. I. Berocay, Roy CDD 863.9282 Todos los derechos reservados. Esta publicacién no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de informacion, en ninguna forma ni por ningtin medio, sea mecanico, fotoquimico, electrénico, magnético, electrodptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. ESTA SEGUNDA REIMPRESION DE 4.000 EJEMPLARES SE TERMINO DE IMPRIMIR EN EL MES DE ENERO DE 2019 EN 4 COLORES, SANTA ELENA 948, C1uDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES, REPUBLICA ARGENTINA. La Superliga Roy Berocay, Martin Blasco, Jorge Eslava, Maria Inés Falconi, Ricardo Marino, Mario Méndez, Rafael Ordénez, Silvia Schujer, Ricardo Silva Romero Ilustraciones de Augusto Spagnolo loqueleo El Negro Jefe Roy Berocay Maracana era un monstruo rugiente. Un estadio, “el mds grande del mundo”, conver- tido en caldero de pasiones; un gigante de cemento en el que solo se expresaba la certeza absoluta, esa que dominaba a las doscientas mil personas que componian el publico bullanguero, de que no habia sor- presa posible: Brasil, esa maquina goleadora, iba a consagrarse campeon del mundo por primera vez. Tenia que ser campedn. No habia otra. En las tribunas repletas, con mas de 197.000 entradas vendidas, hombres, mujeres y nifios aguardaban el momento de desatar un carnaval de invierno, de salir a las calles a gritar y bailar hasta el amanecer. “Traten de no perder por mucho’. Ese habia sido el comentario, el aliento dado por los dirigentes a los jugadores de la seleccién uruguaya, a los once celestes que se apres- taban a ingresar en aquel terreno infernal en el que los gritos se multiplicaban hasta crear una sola voz, una voz enorme: “jBrasil! jBrasil! jBrasil!”. Uruguay habia Ilegado a la final después de partidos en los que habia ganado 0 empa- tado ajustadamente, exceptuando el primer cotejo, en que habia derrotado 9-0 a Bolivia. Brasil, en cambio, habia goleado y gustado y, ademas, estaba un punto arriba de Uruguay en la tabla: el empate le bastaba para consa- grarse Campeon del Mundo. Sin embargo, los jugadores uruguayos no pensaban igual que sus dirigentes. Ellos eran parte de un pais pequefio y luchador, un pais en el que la historia ensefiaba que no siempre el mas chico es el mas débil. El capitan uruguayo se llamaba Obdulio Varela, uno de esos mediocampistas que pe- lean cada pelota como si fuera la ultima. Era negro, muy serio, y dentro de la cancha era su voz la que mandaba; porque Obdulio, el “Ne- gro Jefe”, como lo Ilamaban, era un hombre de pocas palabras y convicciones sélidas. El sa- bia por qué estaban alli: habian ido a buscar la gloria, no tan solo a evitar un papelén. Quienes lo conocian, afirmaban que Obdulio siempre habia sido asi, fuerte y leal, un hombre que emitia una rara energia, una electricidad que terminaba por contagiar a los demas. En los partidos, m4s que un mediocam- pista de dientes apretados, parecia mas bien un general al mando de sus tropas. Por eso, cuando los celestes pisaron el pasto del estadio y la muchedumbre rugié su desaprobacién, Obdulio, con la frente en alto, la mirada como perdida, se detuvo y dijo a sus hombres: —jLos de afuera son de palo! Ylos demas sabian que era cierto. Podian ser doscientos mil en las tribunas, podian gri- tar todo lo que quisieran, pero ahi, dentro de la cancha, solo estaban los jugadores de los dos equipos. Nada habia que temer. Por supuesto que todo estaba pronto para la gran fiesta. Sobre un costado del terreno estaba la Copa del Mundo Jules Rimet, que el propio dirigente (cuyo nombre Ilevaba ese tro- feo) se encargaria de entregar a Brasil una vez que se cumpliera ese partido, ese mero tramite. Porque, habia que decirlo, en todo Brasil, quizas en todo el mundo, no habia nadie que pensara en un resultado diferente. Solo ese | puriado de locos de camiseta celeste y panta- lon negro -y quienes escuchaban el partido por radio, alla en tierras uruguayas— podia sofiar con algo diferente a lo que el destino parecia haber escrito. El partido era parejo. Brasil dominaba las acciones con jugadas rapidas sobre el area uruguaya. Los celestes, con entusiasmo y también con calidad, no parecian rivales faciles; después de todo, se trataba de un equi- po que tenia encima tres titulos mundiales, contando los dos olimpicos y el de 1930. Pero el destino parecia seguir al pie de la letra el libreto y Brasil conquisté un gol. El estallido de alegria hizo temblar el cemento. Ahora si que nada podria detenerlos, nada. Pero... jun momento! ;Qué hace ese ntimero 5, ese tal Obdulio? Como si el mundo entero se hubiese eva- porado, como si no existiera nada fuera del 10 contorno de esa cancha, Obdulio habia agarrado la pelota, la habia colocado bajo su brazo y asi, erguido, serio, comenzé a ca- minar no hacia el centro de la cancha, sino hacia el arbitro. Avanzaba despacio y seguro, sin ninguna sefial de debilidad, de temor o de duda. De a poco la tribuna comenzé a enmu- decer. Qué hace este loco? ;Qué se propone? Obdulio llegé hasta el arbitro y se detuvo. Lo miré fijamente y ensayé una protesta, hizo grandes gestos como para que la gen- te lo viera. En realidad sabia que no habia nada que protestar, que el gol habia sido le- gitimo. Pero con su caminata se proponia enfriar un poco el partido y transmitir la idea de que no estaban derrotados, de que los celestes todavia iban a dar batalla. Y asi fue. Con habilidad y pierna fuerte, poniendo el alma en cada jugada, los celes- tes lograron adelantarse en el terreno. Juan 12 Alberto Schiaffino, a quien muchos conside- raban el jugador mas habilidoso y elegante del Uruguay, ingresé al area, recibié un pase cruzado de Alcides Edgardo Ghiggia y dispa- r6 al arco. De pronto, en un raro momento, el Maracana quedé mudo: era el gol del empa- te y solo los hombres celestes lo celebraban, sepultados bajo un creciente murmullo. Fueron apenas unos segundos de duda, porque el empate también garantizaba el titu- loa Brasil. Por eso, tras ese breve paréntesis, el aliento cay6 en cataratas desde las tribunas. Ahora esas voces ya no trasmitian tanta seguridad, sino nerviosismo y también algo de duda, una duda que nadie se atrevia a ex- presar en voz alta: gy si...? Para Obdulio, todos los que no eran uru- guayos eran “japoneses”, y se lo habia dicho a sus hombres: habia que ganarles a esos “japoneses”. Era posible. En esos tiempos los mundiales no se trasmitian por televisién; de hecho, era el primero que los uruguayos podian seguir en directo a través de la radio. El partido seguia. Se desarrollaba como un drama y generaba tanta tensién que la gente se comia las ufias, se agarraba la ca- beza, saltaba y se sentaba, saltaba otra vez. De a poco, como un virus que se propagaba de persona a persona, el temor apretaba las gargantas que todavia se unian ensordece- doras para gritar: “jBrasil! ;Brasil!”. Pero, qué hace ese loco, ese inconsciente? El murmullo crecié. Otra vez Ghiggia esca- po por la punta derecha, dejando atrds a sus marcadores. Como impulsada por millares de resortes, la gente se iba parando en las tri- bunas como una especie de ola o de corriente humana que avanzaba a la par del jugador, como si fuera una estela levantada por el 13 14 uruguayo en su corrida. Ghiggia entr6 al Area por el costado. Di- cen que en ese momento hasta los pajaros congelaron su vuelo en el aire. Juran los brasilefios que por un instante todas las res- piraciones se paralizaron y que se detuvo hasta el mismisimo tiempo. Todos creyeron que tiraria un centro, que cruzaria la pelota para algtin compafiero que entraba por el medio, como cuando el primer gol, pero Ghiggia pated hacia el arco: abajo, fuerte, contra el palo izquierdo del arquero Barbosa. El moreno guardametas se tird. La pelota le pas6 justo entre el cuerpo y el palo: fue gol. Uruguay ganaba 2-1. El silencio era terrible. La fiesta se desvanecia. En las tribunas lloraban las mujeres y los nifios, pero tam- bién lloraban los hombres: el temor se habia convertido en certeza. Y por mas que los ; brasilefios atacaran, por mas que lo intentaran una y otra vez, alli estaba esa defensa fuerte, sélida, con el Negro Jefe comandando las ac- ciones como si se tratara de dar la propia vida. Cuando el arbitro pité el final del encuen- tro, los jugadores uruguayos se abrazaron y lloraron de alegria. Frente a ellos, cayendo al piso, agarrandose la cabeza o tapandose la cara de vergiienza, también lloraban los jugadores brasilefios. Era tan grande la tristeza, tan grande el dolor que habia en las tribunas, que nadie sabia cOmo expresarlo, qué hacer para ahu- yentar aquella pesadilla. Mientras tanto, en Montevideo la gente salia a las calles a fes- tejar la mayor hazafia deportiva del pais en toda su historia. En la cancha reinaba la confusién. Jules Rimet no sabia qué hacer con la copa. Obdulio, contento como estaba, observaba aquel dolor 15 16 inmenso de los brasilefios y dudaba. Uruguay habia ganado, si, pero ver a toda esa gente triste le partia el alma. Por eso esa noche, mientras los jugadores festejaban con una cena, Obdulio salié solo del hotel y entré a un bar. Alli, acodado al mostrador, tomando cerveza entre los brasi- lefios que querian olvidar las penas, vio que un hombre joven bebia, lloraba y se quejaba. —jObdulio derroté a Brasil! —exclamaba el hombre. Observandolo, el capitan celeste se sintié triste. “Conquistamos un titulo, muy bien. Pero gqué era eso comparado con la inmensa tristeza de una gente tan simpatica?”, diria afios después. El cantinero se acercé al joven y le sefialé a Obdulio. El joven se acercé al capitan celeste. —Por favor, Obdulio —dijo con respeto—. éLe gustaria tomar cerveza conmigo? Asi, aquella noche de triunfo y leyenda, el gran capitan se qued6 varias horas bebiendo junto a los derrotados. 17 El jugador enmascarado Martin Blasco Yo me enteré por mi amigo Bruno. Bruno sabia todo lo que pasaba en el barrio. Si el carnicero tenia un nuevo perro, él se enteraba primero. Si uno de los hermanos Sanabria, que vivian enfrente de mi casa, se cortaba el pelo de una forma especialmente ridicula, Bruno venia y te lo contaba. Y esa tarde Ile- go todo agitado con la historia del jugador enmascarado. —En el parque esta jugando a la pelota un pibe que no sabés lo que es, jun genio! jUna bestia! Y parece que va todos los sdba- dos, pero nadie sabe quién es, porque siempre usa una mascara. 19 20 Yo no le entendi nada. Porque la historia era dificil de entender, Bruno la contaba a toda velocidad y encima con la boca Ilena, porque habia llegado justo para la hora de la merienda y se estaba comiendo mis panes con manteca. — Qué? —dije. —Una mascara. Del Hombre Arafia —agre- g6, como si eso lo explicara todo. Cuando Bruno termind de tragar, me arrastr6 al parque para que pudiera ver con mis propios ojos lo que se convertiria en uno de los grandes mitos del barrio: el jugador enmascarado. Flaquito y alto, se notaba que era un chico joven. Y si, no se le podia ver la cara porque tenia una mascara del Hombre Arayia. Una de esas de disfraz que cubren toda la cabeza, tipo pasamontafias. Tenia la pelota pegada al pie, hacia lo que 22 él queria. Era un partido de once a once, lo més profesional que se podia jugar en nues- tro parque. Estaban todos los mejores del barrio, habia que ser muy bueno para que te dejaran participar. Y el chico con la mascara del Hombre Arajia les pasé el trapo a todos. Fue algo increible, hizo de esas cosas que no se ven ni en un Mundial: metio goles de todos los Angulos posibles, hizo pases quirtrgicos, dio cabezazos que parecian dirigidos a con- trol remoto, dejé tanda de jugadores cada vez que tomaba la pelota, basicamente eso fue el partido: el chico de la mascara agarraba la pelota y listo, hacia lo que queria. La gente se fue juntando alrededor de la cancha. Los vecinos aplaudian cada gambeta imposible, y cuando el partido terminé (quichicientos a cero, para alegria de los que habian teni- do la suerte de que les tocara el chico de la mascara en su equipo), se le acercaron todos y hasta alguno intenté alzarlo como festejo. Pero el chico los esquivé y se fue corriendo. Nadie sabia quién era. Simplemente se habia acercado a jugar. Ahi empez6 el mito. Todos querian saber quién era el jugador. Corrieron todo tipo de historias: que era un jugador profesional que, por alguna extrafia razon, venia a jugar de incégnito a la cancha de nuestro barrio. Que era un criminal peligroso y talentoso con la pelota, que era buscado internacio- nalmente; por eso la mascara. Cada vez iba mas gente el sdbado a ver el partido. Y ahi estaba el jugador enmas- carado, haciendo una fiesta de goles y lujos futbolisticos. Hasta que un sdbado cayé a ver el partido un cazatalentos que necesitaba un jugador para un equipo de la Nacional B. Yo no estaba, pero me dijeron que al tipo casi le agarra un 23 24 ataque al corazon de la alegria. Por poco se pone a llorar. jNo lo podia creer! Y cuando el partido terminé, se acercé a ofrecerle re- presentarlo. Pero el jugador enmascarado no lo quiso escuchar y se fue corriendo. No lo dudamos: tenia que tratarse de un jugador famoso o de un terrible criminal. El cazatalentos no se rindié. Al sdbado siguiente esper6 a que el partido terminara y, cuando el chico se iba, lo persiguié para descubrir donde vivia. E] jugador enmascarado era Esteban Barreto. Un chico que vivia a cuatro cuadras de mi casa. Trabajaba en la ferreteria de sus padres. Yo lo habia visto varias veces, al ir a comprar a la ferreteria con mi viejo. Un chi- co muy comin, callado, siempre serio. ;Ese era el jugador de la mascara? El cazatalentos hablé con sus padres. Insistié tanto que logré firmar un contrato. Un tiempo después, Esteban Barreto de- butaba en el ftitbol profesional. Recuerdo la expectativa. Todos estabamos ansiosos por ver el debut en el futbol en serio del exju- gador enmascarado. Muchos vecinos fueron a la cancha, aunque no les importaba ni el partido ni los equipos que se enfrentaban. Querian estar en el primer partido del ju- gador enmascarado, para después, cuando fuera famoso, poder contarlo. Yo tuve que conformarme con verlo en la tele. Nos juntamos en casa con Bruno y otros amigos. Estabamos tan ansiosos que apenas nos podiamos quedar quietos. Empezo el partido. Ahi estaba Esteban. Todo flacucho y serio, en el medio de la can- cha. Los minutos pasaban y no aparecia nada de la magia que lo habia convertido en nuestro héroe. Pensamos que era porque no se la pa- saban: como era nuevo y chico, no lo dejaban 25 26 jugar. Pero el partido fue avanzando y quedé claro que la magia no iba aparecer. Cuando Esteban tenia la pelota, la perdia enseguida. Los pases quirtrgicos eran ahora fallados por varios metros. Daba mas vueltas para acercar- se al arco contrario que yo para bafiarme. Y de goles ni hablemos. Fue un debut para el olvido (asi lo dijo el locutor del partido). No enten- diamos nada. ;Dénde estaba nuestro jugador? Jugé un par de fechas mas, después lo pasa- ron al banco y, cuando pudieron, se lo sacaron de encima. Se comenté mucho en el barrio el caso del jugador enmascarado. La opinién gene- ral repetia lo que habia dicho el cazatalentos cuando le preguntaban qué le habia visto a ese pibe: jugar al futbol no es solo hacer gambetas y meter goles. También hay que saber manejar la presion. Y Esteban Barreto no estaba preparado para eso. Por algo jugaba con una mascara. En una cancha de verdad quedaba paralizado. Yo no sé si sera eso. Creo que, en realidad, a Esteban nunca le interesé ser jugador de fatbol. Suena raro, lo sé. Que alguien sea tan talentoso y no quiera sacarle provecho. Para mi, él siempre tuvo claro que no queria que esa fuera su vida. Ahora esta estudiando medicina, que parece que es su verdadera pasion. Si llega a tener tanto talento como médico que como jugador, no habrdé nada que lamentar, porque seguro va a salvar muchas vidas. Alos que vivimos en el barrio nos queda ese secreto que ya es parte de nuestras alegrias. Algunos sabados se acerca a la cancha del parque un joven alto y flacucho. Con una mas- cara del Hombre Araria. Y la magia comienza. Ca). 27 Mi camiseta especial Jorge Eslava Esa tarde jugabamos contra quinto grado. Era mi primer partido oficial como arquero y la cancha estaba repleta de gente. Cuan- do llegué vi a mis amigos cambiados y con sus papas. Se notaba que todos estabamos supernerviosos, principalmente los papas. Aunque yo tenia una razon para estar seguro. Mi profesora nos reunié a un costado. Nos dijo que estuviéramos tranquilos (ella era la mas nerviosa de todos), que en cualquier mo- mento llegaria el profesor de Educacién Fisica. —jAhi esta su entrenador! —exclam6 apenas lo vio entrar. Nos saludé a cada uno con una palmada 29 30 en la espalda, como si fuéramos jugadores profesionales. Después hablé: —Dentro de diez minutos empieza el par- tido y quiero que jueguen el mejor partido de sus vidas. Deben estar muy concentrados. No quiero el menor descuido. —Digale a Gabriel —se quejé Sebastian—, él se entretiene demasiado con la pelota. —Si —afiadié Rodrigo—, él gambetea hasta por gusto. —Nada de jugaditas de lujo —advirtié el profesor—. Ellos son mucho mas grandes, pero si ustedes juegan con orden y con garra estoy seguro de que ganan. —jYo voy a hacer el gol! —exclamé Jandir, nuestro mejor jugador porque su papa es jugador profesional. — Ojala —dijo el profesor—. Ahora, a ca- lentar. Vayan hasta el poste y regresen a paso ligero. jVamos! Estabamos tocando la pelota al borde de la cancha, cuando soné el silbato del arbitro que nos llamaba. —4El capitan? —pregunt6 apenas nos acercamos. De inmediato elegimos a Jandir. Entonces los dos capitanes jugaron piedra, papel o tijera y nos tocé sacar a nosotros. “Buena sefial”, pensé. Empezé el partido, peleando cada pelota dividida. iJUACATE!, al suelo, ipow!, choque de canillas, mientras la profesora con las chi- cas hacian barra (en realidad chillaban como gallinas cluecas) y mi papa se habia parado cerca de mi arco. Ahi estuvo gritoneandome cada cosa que tenia que hacer: que... iSAL!, que... iRECHAZAI, que... iAGARRA!, que... iLLAMA A TU DEFENSA!, que... iNO REGALES LA BOLA!, que... iHAZ TIEMPO! 31 32 Mi equipo jugaba lindo. Los de quinto no se la esperaban. Todos mis jugadores mar- caban ferozmente y solo dos pelotas habian llegado a mi arco. Yo no estaba nervioso, sentia que era por mi camiseta especial. Cuando terminé el primer tiempo (0-0), nos juntamos con el profesor. Mejor dicho, nuestro entrenador. —jLo estén haciendo muy bien! —nos palmeé a todos—. jBravo, Gabriel! jBuena, Rodrigo! jHas marcado excelente, Daniel! La profesora se acercé. Estaba colorada (pero de emocién) y nos dio limonada a todos. Nos dijo: —jSon unos capos! —jClaro que si! —afirm6 nuestro entre- nador—. Van a ver, sigan asi cinco minutos mas y ellos se desesperan. —~Y qué hacemos? —pregunto Daniel. —jUstedes tienen que aprovechar! —contesté nuestro entrenador—. Aguantan, aguantan y basta un ataque a fondo y pueden hacer el gol del triunfo. — {Yo estoy tapando bien? —le pregunté bajito. —jDe lo mejor! —me dijo—. jSigue asi! —@¥ yo estoy jugando bien? —pregunté Sebastian. —También —contest6—. Pero ten cuidado con pegarle tanto a tu delantero. En una de esas te expulsan. —Ah, como esa planchaza que le meti —sonrio Sebastian al recordar una jugada mortal. — {Voy a entrar? —pregunto Nazim, que estaba de suplente. —Si —contestd nuestro entrenador—, por el primero que se canse. —A mi me duele aca —dijo Daniel y se apreté el pecho. 33 34 —Es que te has rajado, muchacho —ase- guré nuestro entrenador. —Si, estoy molido —confirmé Daniel. —No te preocupes —lo calmé y sefialé a Nazim—: jEntras y agarras el medio campo! jTu, Gabriel, bajas a colaborar con la defensa! {Todo lo demas sigue igual! El drbitro pité y regresamos a la cancha. Nuestro entrenador me abrazo y me dijo en secreto: —Cuando veas solo a Jandir, adelante, PUM, revientas el balén. Solo cuando lo veas solo. gEntendido? Yo asenti con la cabeza y él me revolvid el pelo. —jSuerte! —me alents. El segundo tiempo fue una pesadilla. Nos atacaban, nos atacaban, nos atacaban. No teniamos cémo salir del fondo. Encima mi papd seguia gritoneandome como loco, que no sé si me ponia nervioso o me daba vergtienza. jPero yo me sentia bien con mi camiseta especial! En una de esas, avanzaron por la punta derecha y uno de ellos se Ilevé a Sebastian y se quedo solo en el area. Mano a mano con- migo. Entonces yo sali sin miedo y él disparé con toda su alma y me cayé en el pecho y la pelota se quedé cerquita y yo me tiré para agarrarla y el otro también metio su pataza y me piso horrible. —iAAAAAY! —grité, pero con la pelota bien apretada a mi cuerpo. Entonces se arm6é una pequefia bronca. El arbitro le sacé tarjeta amarilla y cobré tiro libre para afuera. Yo me paré y miré mi mano. Se habia hinchado al toque. —jQué bestia! —exclamo Gabriel. —iASU MARE! —chill6 Jandir. Yo sentia que me dolia demasiado y que 35 36 se me salian las lagrimas. —Asi no puedes continuar —me dijo nuestro entrenador—. Tenemos que hacer cambio. —Yo quiero seguir jugando —dije. —Pero... —Por favor, yo quiero seguir —insisti y me pasé el brazo por los ojos para secarme las lagrimas. —jAsi me gusta! —exclam6 nuestro en- trenador y apreto el pufio—: jCon garra! Continué tapando con mi mano hinchada. Tuve dos salvadas y los de quinto estaban realmente desesperados. Las chicas con el publico gritaban: iTER-CE-RO! iTER-CE-RO! iTER-CE-RO! En una jugada Rodrigo se cruzé y rechazé bien alto. El balon salié del campo. Mientras iban a buscarlo, nuestro entrenador se puso a chillarnos: iFALTAN TRES! iFALTAN TRES! —éIres qué? —grité. —jTres minutos! —me contesté. Ellos sacaron lateral y se vinieron con todo. En ese ataque, Sebastian eché la pelota al cérner. Todos los de quinto se amontonaron para cabecear. La bola vino por alto y yo salté, Salté con la rodilla arriba (recordé una de las reco- mendaciones de mi papa) y la descolgué con seguridad. Me paré al toque y vi como mil rivales en mi area, entonces me escurri a un lado y noté que Jandir se escapaba veloz por la izquierda. Dejé la pelota en el piso dando un rebote y pateé fuerte. La bola se elevé, hizo una pa- rabola y cayé un poco después de la media cancha. Dio dos rebotes y aparecié Jandir como un fantasma. Se la llevé con la rodilla, avanzé solito y entro al drea. Entonces salié el arquero y 37 4o Jandir la tocé al centro y el arquero cerré las piernas, pero muy tarde: la bola se cold por entre sus piernas y se quedé tirado mirando cémo entraba el GQOOOOOO000000000- OOOOOLLLLLLL. ;GOOOOOOOOOOOLLLLLLL de tercer grado! jUn milagro! Todos corrimos y nos tiramos encima de Jandir. Hasta nuestro entrenador se metio en la pelotera. Cuando se reinicié el partido, lo tnico que hicimos fue rechazar la pelota lo mas lejos posible hasta que el Arbitro pitd tres veces y se acabo. Todos nos abrazamos y gritabamos: iTER- CE-RO! iTER-CE-RO! iTER-CE-RO! Nuestro entrenador chillaba con los brazos en alto iESPECTACULAR! iESPECTACULAR! Los papas se metieron a la cancha y nos abrazaron gritando: iTER-CE-RO! iTER-CE-RO! iTER-CE-RO! Todo el publico nos aplaudié un montén de rato (las chicas chillaban como locas) y yo vi a mi profesora llorando a mares, pero sin dejar de aplaudir. En ese momento em- pufié mi camiseta y la besé, agradeciendo que me la hubiera regalado mi papa. 41 Malena juega al futbol, como ninguna Maria Inés Falconi A las apuradas, Malena se puso la camiseta sobre su propia remera y se paré frente al espejo. Las zapatillas y el pantaloncito eran suyos, las medias también, pero la camiseta, no. La camiseta acababa de sacarsela (si de- cimos robarsela, no nos equivocamos) a su hermano directamente del cajén. Javier, su hermano mayor, guardaba sus camisetas de futbol en perfecto orden, do- bladas y planchadas. Con eso del orden su hermano exageraba un poco, pero es cierto que tenia un montén y, si no las acomoda- ba, se le mezclaban todas: las de mangas cortas con las de mangas largas, las que 43 44 eran todas rojas con las rojas de la franja amarilla horizontal, las amarillas con la franja roja vertical que se usaban para no confundirse con el equipo contrario, la de la Libertadores, la de la copa América, la de la copa del Club de Clubes, la del campeona- to nacional de este afio y la del afio pasado, y la hist6rica, la del Pibe Colmenares, firmada por él mismo el dia que salieron campeones. A Malena la que mas le gustaba era la roja con la raya amarilla horizontal, que era como la de Boca pero de otro color. Pero, como esa era la ultima que le habian regala- do, era la que estaba arriba de todo, perfec- tamente doblada. Si la agarraba, Javi se iba a dar cuenta enseguida de que le faltaba una. Por eso, cuando abrié el cajén, sacé una del medio y tuvo la precaucién de volver a acomodar todo como estaba, o al menos eso crey6. Ahora, frente al espejo, con la camiseta puesta y la pelota (la vieja, la que habia que- dado para ella desde que la pelota del ultimo Mundial habia entrado en la casa), se sentia feliz. Se hubiera sacado una selfie, pero no podia registrar ese momento con una cami- seta robada. Cualquiera podria viralizar la foto y deschavarla. Asi que se contenté con su imagen en el espejo que solo ella podia ver. Buscé una gomita y se até el pelo. Su ca- bello largo no le daba aspecto de futbolista, aunque muchos de ellos también usaran el pelo largo e incluso rastas y cortes “re-cool”. Tampoco daba ponerse una gorrita. Ningtin jugador salia a la cancha con gorra. Seguro que estaba prohibido. Con el pelo atado era suficiente. Apoyé la pelota en el piso y le puso el pie encima. Habia visto muchas fotos de futbo- listas en esa posicién. Después la levanté 45 pisandola y patedndola con la punta. Le dio de taquito, de punta, de taquito, con la rodilla, de taquito, rodilla, cabeza, la otra rodilla, has- ta que la levanté con los dos pies y la volvié a agarrar. Fue en ese momento, justo en ese mo- mento, cuando escuché el grito que la dejé paralizada: camiseta de la Sudamericana?!! Era su hermano. jQuién otro, si no, ibaa preguntar por su camiseta? —¢Cual es la de la Sudamericana? —pre- gunt6 su mama, que siempre vivia en la luna del futbol. “La amarilla con la franja roja”, pensd Malena temblando. —jLa amarilla con la franja roja! —grité Javier, como era de esperar. —En el cajén, Javi, con las otras. 48 —jNo esta! —jAy, Javi, busca bien! Vos nunca encon- tras nada. Seguro que esté ahi. Malena, por las dudas, mas rapido que volando se sacé la camiseta que tenia puesta, la de la Sudamericana, la amarilla con la franja roja, jla que su hermano estaba buscando! éPor qué tanta mala suerte? Por qué Javier queria usar esa camiseta justamente hoy, con todas las que tenia en el cajén? gY ahora qué hacia? La escondia, la devolvia a su lugar, confesaba...? Por empezar, hizo un bollo y la metié abajo del colchén. Calculé que, por el momento, nadie iba a entrar a buscarla a su cuarto. No habia por qué. Nunca se habia robado una camiseta. Nadie podia sospechar que la tenia ella. La verdad es que hacia mucho tiempo que queria hacer eso, pero nunca se habia animado. Pedirsela a su hermano estaba completamente descartado. Ya se sabia de memoria la respuesta: — Estas loca, nena? sComo te vas a poner mi camiseta? Me la vas a dejar llena de per- fume de mujer... Si querés una camiseta, comprate una. . El “te prometo que no me pongo perfume o “no tengo plata para comprar una camise- ta” o “dale, jqué te cuesta? Aunque sea una viejita” no habrian servido de nada. —Las camisetas son de varén. Las muje- res no juegan al futbol —diria su hermano. Una verdad universal para todos menos para ella, que si, jugaba al futbol y mejor que cualquier varén. Se habia dado cuenta hacia ya mas de un afio, por casualidad. Un dia en que su herma- no habia dejado la pelota tirada en el living, de puro aburrida, traté de levarla con el pie 49 50 hasta la cocina. Habia visto que su hermano hacia eso en la cancha: Ilevaba la pelota con el pie, sin levantarla. Por entonces, Malena no sabia nada de futbol. Solo habia visto, y con muy poco interés, alguno de los partidos que Javier jugaba los s4bados a la mafiana. No sabia de reglas ni de trucos ni de faltas. Solo sabia que habia que meter goles (eso lo sabe cualquiera) y conocia, eso si, los colores de las camisetas que usaba cada equipo, que era lo que més le gustaba. Asi que ese dia en que llevé la pelota con el pie no estaba intentando jugar al fatbol ni nada que se le pareciera. Fue tan facil pa- tearla hasta la cocina que la volvi6 a Ilevar al living, siempre con el pie. Como eso tam- bién era muy facil, hizo zigzag entre los si- llones, dio una vuelta alrededor de la mesa redonda, pasé a través de las sillas, siguié por el pasillo, volvié a la cocina y cuando se aburrio se le ocurrié patear a la pileta para ver sila embocaba. La embocé. Hasta la mis- ma Malena se sorprendié de su habilidad. Agarré la pelota y lo volvié a intentar... y volvié a embocar. ““Epa!”, pens6, “esto de patear es facilisimo”. Y siguio pateando toda la tarde con la sensacién de que tenia la pelota pegada al pie y nunca la iba a perder. ; Esa noche, se senté junto a su papa y a su hermano a ver un partido de la Seleccién. Queria ver bien cémo hacian los jugadores para después probarlo. —Ni se te ocurra abrir la boca —la ame- naz6 su hermano—. Mirds.calladita o te vas. No le costé mucho hacer lo que le pedian. Ella no queria comentar el partido. Solo queria ver cémo se jugaba. Ver el partido con los hombres de la casa se transformé en un cldsico. Su mama trataba 51 52 de convencerla de que mejor hicieran juntas “cosas de chicas”, pero Malena preferia el futbol. Sin embargo, no logré que Javier la deja- ra jugar en su equipo. La respuesta fue una carcajada que todavia le parecia escuchar. —Por empezar, sos mujer, y las mujeres no juegan al futbol. Por seguir, no sabés ni patear una pelota. Por seguir mas, sos chi- quita y, ademas, ni loco hago el papelén de decir que quiero que “mi hermanita” juegue con nosotros. O sea: no. Malena se enojé, pero no mucho. Era la respuesta que esperaba. Nunca la iban a de- jay jugar, nunca. Si queria jugar al futbol, lo iba a tener que hacer sola hasta que en- contrara a otras chicas a las que les entusias- mara la idea. De hecho, se lo planted a sus compafieras: —2Y si hacemos un equipo de futbol? Ellas también le contestaron con una carcajada y argumentos bastante parecidos: “el ftbol es para los varones, nosotras no sa- bemos jugar y ademas... te despeinas toda’. Eso su hermano no lo habia mencionado. Asi que se contentaba con mirar los par- tidos por la tele, jugar en el living cuando nadie la veia y hoy, con haberse probado su primera camiseta, que ni siquiera era suya. Su hermano siguid peleando con su mama: que “te la olvidaste en el club”, que “se perdié en casa”, que “sos un desordenado’, que “no lo soy” y mas frases conocidas. Pero Malena no devolvié la camiseta a su lugar, arriesgando en ello su propia vida, porque tenia un plan y lo pensaba cumplir. Ese fin de semana, cuando fueron al club a llevar a Javi para jugar el partido de los sdbados, Malena preparé su mochila con zapa- tillas, short, medias, gorrito y... jla camiseta! 53 54 Queria ver qué se sentia pateando en una verdadera cancha. No en la que iba a jugar su hermano, por supuesto, si no en alguna desocupada que siempre habia en el club. Ni bien llegaron, se metié en el vestuario y se “disfraz6” de futbolista. Sabia que tenia unas dos horas, el tiempo que iba a durar el partido e iba a tener entretenidos a su her- mano y a su papa. Se encajé el gorro hasta las orejas y sali6. Su unica preocupaci6n era no cruzarse con un conocido hasta que estuviera en el medio de una cancha. De lejos zafaba, pero de cerca cualquiera la podia reconocer. Agarr6 una pelota de la bolsa que estaba al costado de la cancha principal y, disimu- lando, se fue silbando bajito ala cancha vieja, la que casi nunca se usaba porque tenia mas tierra que pasto. jAaah... qué bien se sentia eso! Puso la pelota en el piso y empezé a correr de una punta a la otra, en zigzag, tirandola al aire y cabecedndola, pateando al arco una y otra vez y haciendo goles. Claro que era facil porque no habia arquero. Sin que ella se diera cuenta, algunos que pasaban por ahi se quedaron a mirar lo que estaba haciendo. “;Quién es ese pibe?”, se preguntaban. Nadie lo conocia. Malena pateaba, ajena a lo que pasaba a su alrededor, relatando su propio partido. —La tiene Male. La tiene Male. Ojo que puede ser. Malena la lleva de zurda. Pasé a uno, a dos, a cinco. No la pueden parar. La acomoda. La acomoda y le da un chutazo que la manda al arco. ;Goooool! —jEy, pibe! —la llamé un chico bastante mas grande que ella. Malena no le dio bolilla porque ella “pibe” no era. 55 56 —iky, pibe, vos! jE] que esta en la canchal Miré, mas para ver quién era el pibe. —Vos, pibe, vos. Necesitamos uno. éQuerés jugar para nosotros? Malena miré a su alrededor, pero no habia nadie. —jiiA vos, pibe, gsos sordo?!!! Si. Le estaban hablando a ella. Volvié a mirar alrededor, esta vez para ver por dénde podia salir corriendo. No podia. —No, no puedo —dijo tratando de poner voz de varon. Seguro que la habian descubierto, seguro. —Un tiempo de quince, nada mas. Se nos jee uno. Y vos sos bueno, pibe. No seas ortiba... Ahora Malena miré hacia la cancha donde jugaba su hermano. Su papa estaba intere- sadisimo en el partido. Seguro que pensaba que ella estaba en los juegos. {Y si iba? éQué podia pasar? Solo tenia que estar atenta a estar lista cuando el partido de su hermano terminara... y a no perder la gorra. Y alla fue. La pusieron en el medio cam- po. Le dieron un chaleco verde, el de su equipo. Todos los chicos le Ilevaban por lo menos una cabeza. Traté de no hablar para que no la reconocieran. No se saco la gorra, y por suerte, nadie se lo pidi6. ig¥ quién se lo iba a pedir con lo bien que jugaba?! Sentia que cada vez que agarraba una pelota se armaba un griterio. Hasta sacé aplausos y lo mejor... jmetié un gol! Los chicos vinieron corriendo a abrazarla y se le tiraron encima. Eso fue doloroso. No tenia tanta fuerza como ellos y ademas no le gustaba que la aplastaran. Su mayor preo- cupacion era que no se le saliera la gorra y la descubrieran. 57 58 Fueron quince minutos. Quince gloriosos minutos de palpitar el partido, de manejar la pelota, de disfrutar “ser un jugador de futbol”. Cuando terminé, todos la felicitaron, “lo” felicitaron. Un sefior se le acercé. No lo conocia. —Escuchame, pibe. Decile a tu papa que te traiga para probarte en infantiles. Tenés pasta. Malena sonrié, se sacé el gorro, se solté la colita y dejé que el pelo se le desparramara por los hombros. El hombre se quedé mudo. —Me parece que ya no le intereso —le dijo Malena—, pero si quiere armar un equipo de futbol femenino, cuente conmigo. Se fue, con la pelota bajo el brazo y la camiseta puesta. Diez minutos mds tarde estaba encon- trandose con su papa y su hermano. —{Y? ;Ganaron? —les pregunto. —Si: 1-0 —contest6 Javier. —Yo también. —Si, claro. Ganaste al tobogan. jUhhh! jQué genial! —se burlo. Malena no dijo nada. Metié la mano en la mochila y sacé la camiseta de su hermano. —Toma —le dijo—. La encontré en el vestuario. Me parece que es la tuya. —jUy, si! gQué hacia en el vestuario de mujeres? Malena se encogié de hombros: —Yo qué sé. A veces las cosas se mezclan —dijo. Y salié corriendo adelante. Su hermano podia recuperar la camiseta. Ya no la necesi- taba para nada. 59 Perros Rabiosos Argentinos Ricardo Marifio Para Jorge Boccanera Hablanos, oh, Muza, de la hazafia de aquel equipo que hasta entonces no conocia mds que la derrota. Cuéntanos quién era el director técnico y qué fantdsticos talentos formaban el equipo... jAh, qué tiempos! Yo tenia once afios y ya me llamaban Muza porque ayudaba a mi viejo en la pizzeria. Jugando era pésimo, asi que, cuando el nuevo director técnico me mandé a llamar, pensé que era para quejar- se porque la pizza le habia llegado fria. Pero no: era para invitarme a formar parte del equipo. 62 — éYo? —pregunté tres veces. —Si, vos —me dijo—. Te vi haciendo malabares con la masa de las pizzas. El otro empleado te tiraba bollos y vos saltabas y los agarrabas en el aire. Te quiero de arquero. Pero una cosa... —Si... —No hagas mas eso en la pizzeria. Ya bastante sucio es el local... El nuevo director técnico era un viejo medio poeta que en su juventud se habia des- tacado en un equipo de Buenos Aires. Ahi le habian puesto de sobrenombre “Perezosa”, por su estilo lento y porque se llamaba José Pérez Sosa. Después habia vuelto al barrio y se habia jubilado como albaniil. En fin, la Copa de los Barrios era ganada siempre por nuestros vecinos de Senderos del Sur. Nosotros, los del barrio Los Perros, ni siquiera habiamos conseguido un gol en afios de disputar la copa. Hasta que a alguien se le ocurrié llamar a Perezosa, que se lo pa- saba sentado en la vereda tomando mates. El viejo se neg6 cien veces, pero al fin aceptd. —Para empezar —dijo—, no nos podemos llamar “Los Perros”. Tenemos que cambiar el nombre por... “jPerros Rabiosos Argenti- nos!”, Y en la camiseta quiero estampada la cabeza de un perro que dé miedo. Esa misma semana mando a llamar a pibes que nadie tenia en cuenta. Llamé a Miguelito, que no sabia gambetear ni cabecear y encima era rengo. Le pregunta- ron a Perezosa por qué lo habia convocado. —Estuve haciendo un tapial en el fondo de su casa y vi cémo se entretiene: juega a embocar cosas. Patea cabezas de mufiecos, cascotes, autitos, pelotas de tenis, cualquier cosa, y las emboca a veinte metros en un balde. 63 64 El siguiente jugador elegido fue el Nifio Gonzalez. —Juega horrible —le dijeron. —Vive al lado de mi casa. Lo he visto fin- gir dolores de panza, esguinces, cegueras, ataques de panico, cualquier cosa con tal de no ir a la escuela. Es tan dramatico que a la menor pavada la madre llama a la ambulan- cia. Si llegan a rozarlo cerca del area rival, el referi cobra, al rival lo amonestan y Miguelito tiene una oportunidad. Después llamé al Pollo Aguirre, de la polleria Aguirre Hnos. —Ese pibe vive haciendo lio —dijo Perezosa—. Pone petardos adentro de los pollos, desinfla las ruedas de las bicicletas, cambia los carteles de los negocios: al de la panaderia le pone el de la carniceria, y al de la carniceria, el de la gomeria. — wv? | —Que todo el tiempo lo corren y jamas lo alcanzan. Es una saeta, un galgo césmico, un cohete del futuro, el recuerdo de una galaxia enloquecida que perdido el rumbo y vaga frenéticamente en la desdicha sideral. Si nuestro equipo tiene un par de contragol- pes, el Pollo le saca quince metros a su mar- cador. Solo tenemos que ensefiarle a esquivar al arquero y a patear. Otro convocado fue el Mudo Quejini, el Unico habilidoso de los convocados, que te- nia un defecto: lo expulsaban siempre por protestar. No duraba en la cancha mas de media hora. Ningin referi lo soportaba. Se quejaba de todo, incluso mientras gambe- teaba no dejaba de protestarle al Arbitro y hasta insultaba al publico. —Yo sé cémo hacer para que no hable —dijo Perezosa, enigmatico. El siguiente convocado fue el Cabezén 65 66 Lussini. — Eh? No juega al futbol. —jQuién gano las ultimas tres rifas de los bomberos? —La abuela de Lussini. —Pero el ntmero lo eligieron entre los dos. Tiene toda la suerte del mundo; si esta él, no podemos perder. Después eligié al Chinito King, el del au- toservicio: —Ya sé que no juega al futbol, pero es chino. Le da otra imagen al equipo, como que somos internacionales. Otro: el Loquito Correa. —Sabe hacer una prueba: viene corrien- do, se apoya en otro pibe y salta como tres metros. Sus padres trabajaron en un circo. Hay que ensefiarle a cabecear y listo. Y asi siguié Perezosa con su criterio ex- céntrico. Llamé a uno que le decian Tambor solo porque era grandote. A otro, porque te- nia cara de loco, y a otro, porque se parecia a un cantante famoso. Completé los once un dia antes del sdbado en que se jugo la Copa. II Oh, Muza, cuéntanos detalles de aquella batalla en la que el equipo débil enfrenté al poderoso y, tras mil alternativas, logré inscribir su nombre en la eterna historia del barrio... Los primeros minutos fueron tremendos. El rival nos tenia acorralados contra nues- tro arco y nos llovian pelotazos. Los dispa- ros pasaban a centimetros o rebotaban en los palos. Yo mismo saqué varios tiros vo- lando de palo a palo con una destreza que nunca habia tenido hasta ese dia. También salvé un tiro estando de espaldas (me pegé 67 68 en la nuca) y otro con esa parte que no se puede nombrar, mientras trataba de poner- me de pie. Era la sabiduria de Perezosa: no solo por incluir en el equipo al suertudo del Cabezén Lussini, sino por haber hecho sentar a su abuela detrds del arco. La viejita tejia y tejia sin importarle el partido, pero nos traia suerte. Asi resistimos media hora, pero al cabo la abuela se retiré para hacer la siesta. En- cima, el Cabezén se doblo el tobillo y tuvo que ser reemplazado por un pibe que estaba entre el publico. Sin el auxilio de la suerte, el siguiente ataque de Senderos del Sur fue gol. El Mudo Quejini sacé del medio y em- pezé a hacer gestos, pero sin emitir sonido (Perezosa le habia hecho tomar una medici- na especial). Eludid a dos rivales y tiré un pase larguisimo para el Pollo Aguirre. Como un rayo, el Pollo llegé a la pelota antes que 7oO nadie, pated y gol. El referi iba a convalidar el tanto, pero el juez.de linea lo Ilamé. El nu- mero 3 de Senderos, el que marcaba al Pollo, estaba tirado en el piso. El Pollo habia aprovechado un descuido y, por broma, le habia atado los cordones de los botines, uniéndolos. El juez de linea le dijo al referi que habia que anular el gol. El siguiente ataque de Senderos también fue gol. Ya perdiamos 2-0. Sobre el final del primer tiempo un juga- dor de Senderos iba solo hacia el gol, pero desde la nada aparecio el Pollo, afligido por nuestros insultos anteriores por su estupi- da broma, y le quité la pelota. Se la dio al Mudo, el Mudo gambeteé a tres rivales, se la paso al Nifio Gonzalez cerca del area y, como habia vaticinado el genio de Perezosa, su marcador le dio apenas un empujoncito. El Nifio cayé fulminado como por un rayo, con los ojos fijos en el cielo y sin siquiera respirar. —Qué me ha pasado? —dijo al fin—. jNo puedo mover las extremidades! jQuedaré invalido por el resto de mi vida! ;Dios queri- do, al menos concédeme unos minutos mas para agradecerle a mi madre todo lo que me ha cuidado en esta breve vida que me tocé...! Llorando, el referi cobré el tiro libre. El disparo de Miguelito asombré a todos. La pelota se elev, dando vueltas sobre si mis- ma, sacudida por una convulsién interna, como si dentro de la pelota hubiera un peque- fio lavarropas centrifugando o un ballet de enanitos locos bailando el malambo. Pas6 so- bre la barrera y, cuando estaba cerca del arco, bajé de pronto y se colé en el Angulo. Hubo un segundo de silencio sepulcral y al fin es- tallé nuestro publico, gritando desaforado un gol, después de tantos afios de imaginarlo, el 71 72 primero que un equipo nuestro hacia en toda su historia. Para el segundo tiempo un grupo de veci- nos consiguié un sillén y trajo de vuelta a la abuela de Lussini para que pudiera hacer la siesta detras del arco. Hubo cinco pelotazos rivales que dieron en nuestros postes, un gol que sacé en la linea el Chino King, y un penal que atajé yo con la nariz. En un contragolpe cobraron un cérner a nuestro favor y ahi ocurrié otro milagro fut- bolistico: vino el centro perfecto tirado por Miguelito, y el Loquito Correa salté, apoyé sus pies sobre los hombros de Tambor, vol- vid a elevarse, dio una vuelta en el aire y le dio un frentazo a la pelota. Golazo. Pero el referi se qued6 quieto, confundido, porque nunca habia visto algo asi. Después fue a con- sultar con el juez de linea, hablaron largamente y, al fin, lo cobré: jgol! {2-2! Los Senderos se pusieron como locos y comenzaron a atacar con desesperacién. Los avergonzaba empatar con nosotros. Entonces si, con el equipo de ellos adelantado, el Pollo se convirtié en una especie de superhéroe. Quejini le pasaba la pelota a Miguelito y Miguelito mandaba pases con increible pre- cisién al fondo de la cancha, donde no habia nadie. No habia nadie, pero al instante Ile- gaba una luz, una luz que era el Pollo, que pasaba tan rapido que el arquero no podia ni hacerle penal. Hizo dos goles en los si- guientes veinte minutos. j4-2! El quinto lo hizo Quejini. Empezé a gam- betear senderos desde la mitad de cancha. Mas se acercaba al area rival, mas fuerte le salian, pero él lograba esquivarlos con toques sutiles y ellos pasaban de largo y hasta se caian grotescamente: Al final eludié al ar- quero y metié la pelota en el arco. ;Golazo! 73 74 Ahi Quejini recuperé el habla y empez6 a insultar a todo el mundo, especialmente a los equipos de Senderos que durante tantos afios nos habian ganado, a todos los Arbi- tros del pasado y del presente, a la misma profesion arbitral, al desagradable sonido del silbato, al calor, a la sed, al gobierno, ala infelicidad, ala pobreza, a todo. El referi sacé la tarjeta roja, Quejini se fue protestando, pero enseguida termin6 el partido. j5-2! Estuvimos abrazados en el centro de la cancha no sé cuanto tiempo. La vuelta olim- pica se repitid un montén de veces y hasta la abuela del Cabezén Lussini fue levada en andas con sillén y todo por las calles del barrio, como cuando hacen la procesién de la Virgen, pero corriendo. A la noche hubo fiesta con asado en la vereda, calle cortada y baile. Mi viejo sirvié pizzas gratis, y de cada casa trajeron cosas para comer y tomar, y hasta se sum6 un grupo de cumbia. Los ve- cinos gritaban enloquecidos alrededor de las brasas revoleando las camisetas de los Perros Rabiosos Argentinos o arrojando a las alturas a Perezosa, que no paraba de reir... Lo digo con una mano en el corazon: nunca, nunca, juro que nunca, fui mas feliz que aquel sabado de mi infancia. 75 Rumbo a Rusia Mario Méndez Los Miranda, Julio, Lorena y Lucia, preparan el rito. Nerviosos como nunca, igual se alis- tan para la picadita, por pura tradicion. Lucia es la encargada: ella corta el queso en dados chiquitos y el salamin en rodajas muy finas, como le ensefié su abuelo. Pone los manies con cascara en un plato, dispone otro al lado para las cdscaras que se iran amontonando. Y deja cerca del sillén de su papé la pasta suave que ha preparado mds temprano, con queso blanco y albahaca, una pasta que a él le en- canta untar con los grisines. Julio saca una gaseosa y una cerveza de la heladera y las leva al living. Y Lorena busca las vinchas. 78 ¥ listo, el resto es esperar. En un rato, por las eliminatorias del Mundial de Rusia, jugaran Argentina y Ecuador, en la altura de Quito. Es la ultima fecha de las eliminatorias, la ultima opor- tunidad, porque Argentina, hoy, esta afue- ra. Hay que ganar. Durante toda la semana los periodistas especializados, los hinchas y hasta los que nada saben de futbol se la han pasado explicando el lio matematico, cal- culadora en mano: si Argentina empata, con el punto obtenido podria ir al Mundial. Pero también, con ese mismo empate, dependien- do de los otros resultados de la fecha, podria jugar el repechaje contra Nueva Zelanda que se supone no es tan dificil (aunque nun- ca se sabe). Pero, ay, con el empate también puede quedar afuera. Y ni hablar de la derro- ta. Asi que, para asegurarse la clasificacién, hay que ganar. Hay que hacer uno, dos, tres goles, aunque todos repitan que no es facil: Argentina lleva varios partidos peleada con el arco de enfrente, como si la acechara una maldicion: sus jugadores llegan al area, en- frentan al arquero y la pelota no entra, por- que el arquero rival se luce, porque la pelota rebota en el palo, porque se va afuera por algunos centimetros... Para colmo, el partido es en la altura, donde las piernas pesan el doble. Asi que en la casa de los Miranda (como seguramente en otras miles), frente al televisor y con la picada a mano, padre, madre e hija se prepa- ran para sufrir y, tal vez —ojalé-, para gozar. —Vamos a ir a Rusia, gno, ma? —le pre- gunta Lucia a su madre, casi como un chiste. Esta grande, Lucia, y se acuerda bien. —Si, claro que si —le responde su madre, aunque para ellos, como para la mayoria de los argentinos, “ir a Rusia” sea sencillamente 79 80 acompariar desde el televisor, disfrazados, gozosos y sufrientes. Lorena sonrie con el comentario de su hija. Y no puede evitar que la asalten los recuerdos. * Hasta hace tres afios, en esa casa, al unico que de verdad le gustaba el fatbol era a Julio, el papa. A su esposa, en cambio, nunca le ha- bia gustado. De chica, Lorena detestaba que en las tardes de domingo su padre pusiera la radio a todo volumen para que un relator que parecia borracho gritara como loco que habia peligro de gol, que habia sido penal, que el gol o el no gol eran una injusticia. Hasta tres arios antes, Lorena ni siquiera se habia engancha- do con los mundiales. No le habia pasado lo que a otras mujeres —u hombres— que no en- tienden ni les interesa nada de la pelota, pero que, cada cuatro afios, se pintan la cara de celeste y blanco, se ponen la camiseta y averiguan quién es el petisito ese que juega con la diez en la espalda y que parece impa- rable, o cémo se llama el morocho buen mozo que esta en el arco. No. Lorena nunca se habia enganchado... hasta tres afios an- tes. Y la culpa, o la razén, mejor dicho, tenia que ver con Lucia, su hija. Y es que, por mas que Lorena hubiera detestado el futbol durante mucho tiempo, antes que nada era una ma- dre. Y eso, ya se sabe, es mAs fuerte que todo. El contagio empezd6, entonces, cuando Lucia tenia apenas diez: en el Mundial de Brasil. En esos dias, Julio le contagié a su hija la locura futbolera. Y los dos termina- ron contagiando a Lorena. Cada partido de la primera ronda del Mundial, desde el pri- mero, contra Bosnia-Herzegovina, pasando por Iran y Nigeria, Julio y Lucia se instala- ron, como cumpliendo un rito, con vincha, 81 82 camiseta y gorro, frente al televisor, cada uno en su lugar favorito. En la mesa ratona Lorena les dejaba una picada, aunque pron- to aprendié que si el partido estaba bravo ellos nila tocaban. Y los veia, de a ratos, su- frir, pero sobre todo gozar, porque en esa primera fase, por suerte, todos los resulta- dos fueron buenos. Después de cada triunfo (Argentina gané los tres partidos iniciales) padre e hija cantaban canciones triunfalis- tas, tan contentos que Lorena no podia dejar de sonreir. Aunque en los partidos de la primera ron- da Lorena iba y venia del patio, el escritorio o la cocina al living, donde el resto de su fa- milia gritaba, sufria y disfrutaba, ya para el cuarto partido dejé de deambular. Ese dia también ella se instalé frente al televisor, con una vincha celeste y blanca, y ahi se qued6, hasta el pitazo final, definitivamente contagiada. Y grité6 como loca cuando Di Maria le hizo un gol a Suiza, y al partido siguiente casi se infarta cuando Bélgica, fal- tando poquisimo, estuvo a punto de empatar. Los tres salieron a la calle, juntos, a cantar, porque Argentina jugaria la semifinal. Lorena estaba irreconocible: la cara de felicidad de su hija, su sonrisa, la habian convencido. O la habian convertido. Llegé entonces la semifinal contra Holanda. Julio les explicé a las dos que Holanda era un rival temible, que ya nos habia elimina- do en el Mundial de Francia, que era una potencia. Y Lorena, agarrada de la mano de Lucia, sufriéd el 0-0 como una madre, nunca mejor dicho. Enloquecié de alegria otra vez cuando Romero (el arquero al que Mascherano le anticipé su dia de gloria) se convirtid en héroe y atajé dos penales. Y se emocion6 cuando los cuatro muchachos de 83 84 la Seleccién, Messi, Garay, Agtiero y Maxi Rodriguez, que metieron cada uno su penal, festejaron llorando el pase a la final. Tam- bién ella, que jamas se habia interesado por el futbol, loré de alegria, abrazada a su es- poso y su hija, convertida en una hincha mas, en el living de la casa. Pero los suefios, ya se sabe, a veces termi- nan mal. Pocos dias después de la fiesta contra Holanda llegé la final contra los mas temi- bles de todos, los alemanes. Y aunque el parti- do fue parejisimo y un par de veces Argentina perdié goles que parecian hechos, cuando ya se acababa el tiempo suplementario, un ru- biecito aleman con cara de bebé bueno hizo el fatidico gol de la despedida. Ellos eran los campeones del mundo. Y Argentina se quedaba en la puerta de la gloria. Cuando la final terminé, Lorena miré a su marido. Estaba pdlido. Apretaba las mandibulas y Lorena sospeché que no lloraba porque habré pensado, tal vez, que si bien esta muy bueno lagrimear de emocién cuando se ve a los muchachos que uno apoya Ilorar de ale- gria, no esta tan bueno llorar por una derrota. Lucia tenia la mirada perdida, como si mirara més alla de la televisién. La nena habia creido, como la mayoria, que esto no podia pasar. Era un golpe muy fuerte. Pero no lloré, ella tampoco. Ni se enojé. Solo tenia una enorme tristeza, que se le notaba en la carita y que a Lorena le rompié el alma. Entonces su madre la abrazé. Sin que se le quebrara la voz le dijo lo que se le ocurrié, todo atropellado: le aseguré que no impor- taba tanto, porque el futbol, como todos los deportes, como la vida misma, siempre da revancha. Alguna vez nosotros, le record6, le habiamos ganado una final a Alemania, de la mano de Diego Maradona. Y ahora nos 85 86 tocaba perder. Perder jugando, dejando el alma en la cancha. Sin embargo, fue Lucia la que, para la sorpresa de su madre, terminé consolandola a ella: —Vamos a jugar el Mundial de Rusia, ma, quedate tranquila —le dijo, y le sonrid. Era una sonrisa triste, si, pero sonrisa al fin. * Lorena vuelve de sus recuerdos, porque en la tele el relator anuncia el inicio. Comienza el partido que hay que ganar, y a los cuaren- ta segundos (si, a los cuarenta segundos, antes de que se cumpla el primer minuto de juego), Ecuador llega al area argentina y convierte. Julio Miranda ahoga un insulto, y apenas murmura que hay que esperar. Su mujer y su hija callan. Los minutos, como las piernas de los jugadores en la altura, son pesados. Pero antes del cuarto de hora, una nada de tiempo, Di Maria desborda, tira el centro atras y Messi lo empata. Los Miranda saltan enloquecidos, media picada vuela por el aire. “Ahora hay que hacer otro”, grita Lorena, y Lucia se rie. Los tres siguen ner- viosos, pero algo parece haber cambiado esa noche. Y a los veinte minutos otra vez apare- cen Messi y su zurda magica, y Argentina lo da vuelta: 2-1 en Quito. “Estamos en Rusia’, asegura Julio, pero Lorena y Lucia lo hacen callar: saben que falta una eternidad. En el entretiempo, menos nerviosos, pa- dre e hija se animan a comer unos quesitos, untan los grisines. Lorena no puede, esta demasiado nerviosa. Comienza el segundo tiempo, los ecuatorianos, orgullosos de su localia, quieren empatar; nuestro equipo re- siste. Los jugadores de la Seleccién, como los tres Miranda, como millones de argentinos, 87 88 sufren la embestida. Pero antes de los veinte, otra vez aparece Lio y hace su tercer gol. Otro golazo y si, ahora si, Rusia esta a un paso. Cuando faltan diez minutos, los tres comen algo de la picadita que no quedé desparra- mada por el suelo, bastante mas tranquilos. El partido atin no termin6, pero esta es la noche de Messi, no se puede opacar. Y cuando al fin se acaba y todos los jugadores festejan que ya estan en el Mundial, los Miranda sal- tan euféricos alrededor de la mesa, hacen una ronda, se rien. Lorena aprieta las manos de su hija y de su marido entre las suyas y ve en la repeti- cién como Messi corre hacia el arco contrario, rumbo al gol, rumbo a Rusia. Sonrie. Y no puede dejar de pensar que el idolo los lleva con él, como si no le pesara nada que sobre sus botines magicos viaje colgada la ilusién de unos cuantos millones de argentinos. Ca) jEsta vez si! Rafael Ordéfiez No me lo podia creer. Iba a ir al futbol. Pero de verdad, al campo. Al campo del Atleti. Mi abuelo habia llegado muy contento a mi casa. Como cada viernes, sobre las siete se oyeron dos timbrazos cortos y uno largo. Mi abuelo siempre nos visitaba antes del fin de semana para ver si mi madre le encargaba algo, aunque yo creo que lo que queria era merendar. Los viernes mi madre traia de una pasteleria de al lado de su tra- bajo una tarta de chocolate, pera, pistachos y algo mds que no me acuerdo que estaba muy rico. 92 Mi abuelo se senté, se sirvid un buen pedazo y se le pusieron los ojos como a un chino cuando se comié el primer bocado. —E]l domingo —dijo luego muy solemne mirandome a los ojos—, ti y yo nos vamos al futbol. Esta vez si. gFutbol? sDomingo? jLos dos? gEsta vez si? gSi qué? gPor qué hablaba con la boca llena de pera, pistachos y chocolate y luego me re- gafiaba a mi si hacia burbujas con la saliva? —Papa —dijo mi madre a su padre, es decir, amiabuelo—. {Te vas a llevar a Danial futbol? —Esta vez si. Esta vez les ganamos, tengo un presentimiento. —Pero si juega con el Madrid. Seguro que hay mucho lio. Mi abuelo miré a su hija despacio. Mi madre esperaba una respuesta. —Mi abuelo me llevé al campo con siete afios. ¢Cuantos tienes, campeén? —Casi ocho... Siete. El Atleti llevaba tres o cuatro afios sin ganar a los merengues. Y mi abuelo me dijo: “Esta vez si”. Y ganamos 3-0. :Cudnto lleva- mos sin ganar a los blancos, chaval? —Buf... Pues no sé. Dos meses. —jMenudoatletista! Dos afios y medio. Pero esta vez si. El domingo a las cuatro estoy aqui. Mi abuelo se comié de dos bocados el trozo de tarta que le quedaba y, antes de levantarse, todavia me quitd dos pistachos sueltos de mi plato. Aquella noche me costé dormirme. Todo era emocién, mucha emocién, demasiada emocién. Todo eran preguntas. Iba a ir al campo de futbol, al del Atleti. ;Cémo seria? gCudnta gente cabria? gDoscientos? {Tres mil? ;Todos serfan del Atleti? :Podria lle- varme mi camiseta nueva?

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