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l la d imun M ilustraciones de Gerardo Fernandez Santos. © 2010, DawrEL BALDI © 2012, 2014, EDICIONES SANTILLANA S.A. ©De la edici6n: 2015, EDICIONES SANTILLANA, S.A, Juan Manuel Blanes 1132. 11200, Montevideo, Uruguay Teléfono: 2410 7342 ©De esta edicién: 2016, BDICIONES SANTILLANA S.A, dv Leandro N. Alem 720 (C1001AA®) Mi mundial Ciudad Auténoms de Buenos Aites, Argentina Daniel Baldi ISBN: 978-950-46-4637-2 Hecho el depésito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina. Printed in Argentina, Primera edicién: enero de 2016 Quinta reimpresién: abril de 2022 Coordinacién de Literatura Infantil y Juvenil: Mania PERNANDA MAQuTEtRA Tustraciones (originales a color): GERARDO FERNANDEZ SANTOS Diveccién de Arte: José Crespo y Rosa Marin Proyecto grafico: Marisol Del Buygo, Rubén Chumillas y Julia Ortega Baldi, Daniel Mi mundial / Daniel Bald, 1a ed. a reimp.- ‘Cudad Autonoma de Buenos Aires: Santillan, 2022, 176 p.; 20x14 cm, (Naranja) ISBN 978-950-46-4637-2 1. Narrativa Infanti yJuvenil Uruguaya, I Tilo. cop Us63.9282 “Todos los derechos reservados. Esta publicacion no puede se reprodacida, nil todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por un sistema de recupera informacién, en ninguna forma ni por ningin medio, sea mecénico, fotogul electrénico, magnético, eleteodptic, por fotocopa,o cualquier otro, sinel miso previo por escrito de la editorial loqueleg Esta QUINTA REIMDRESION DB 2.000 BJEMPLARES 68 TERMING DE 1M BN BL MES DE ADRIL DB 2022 BN 4 CoLOnts S.A. SANTA ELENA 948 (CP C1uDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES, REPUBLICA ARGENTINA. Para aquellos jugadores de fitbol que no egaron a vivir de este maravilloso deporte Prélogo Otra vez el teléfono. Al atenderlo, escucho de nuevo esa voz, la misma voz que brilla por su ausencia cada vez que voy a Co- Ionia en mis vacaciones, sea porque su duefio se fue a Argentina o porque est en Montevideo; pero lo cierto es que cada verano que voy a visitarlo, nunca esta. Mientras me tomo el trabajo de hacer un lugarcito en mi agenda para viajar a esa hermosa ciudad, este sefior siempre se ausenta, para luego llamar pidiéndo- me disculpas por no haber estado. Asi es él, y yo, pese a que me cueste, debo reconocer que lo quiero. La presurosa voz me saluda al ofdo. Enseguida cambia el rumbo de lo que est diciendo y me pide que haga lo mismo de la otra vez: escribir. En mi fuero inti- mo le dedico una serie de juramentos pero, como siem- pre, termino contestandole: —Esté bien, Dani, lo haré. Luego nos despedimos. f'] ha prometido mandarme 10 la historia por email y llamarme pronto. Cortamos, y me deja de nuevo con la dificil tarea de escribir un prélogo. Cuando me voy a sentar al escritorio donde tengo la computadora, miro a Karina, mi esposa, y ella me sonrie: —(Bra Daniel? —adivina. —Si —contesto, y mi hijo Nicolés, quien sin querer estaba escuchando la conversacién, comienza a feste- jar, ya que tiene todos los libros de este sujeto. Me apronto el mate rascandome la barbilla, con las palabras de mi amigo rondando en la cabeza mientras espero a que llegue su correo con la novela. Cuando lo recibo, me pongo a leerla y comienzo a viajar hacia mi pasado, recordando mi vida en el futbol desde que me inicié en Canelones. Llego a la conclusion de que lo que escribié Daniel no es mas que la pura realidad. Al terminar, en casa ya todos se fueron a dormir. Decido emprender el desafio de redactar algo para el libro de mi amigo. Si bien no soy critico literario, lo que si les puedo decir respecto a la novela es que van a descubrir, a sol y sombra, el complicado mundo del ftitbol, de este her- moso deporte que tanto nos ha dado al autor ya mi. Pero no todo el mundo tiene la misma suerte que nosotros, y en este punto es donde apoyo a Daniel en lo que hace y me uno a él en un solo grito convencido. Hoy dia, yo, Diego Lugano, puedo decir que tengo un buen pasar, soy reconocido mundialmente y defiendo a mi pais como capitan dela seleccién. Mi vida pasa por al fatbol, y soy y seré un eterno agradecido a este deporte; pero también debo reconocer que en mi carrera como futbolista no todo ha sido color de rosa. Como cualquier jugador de futbol, tuve innume- tables momentos dificiles, momentos en los que fui suplente o en los que ni siquiera estuve convocado al partido del fin de semana. Trabajé con técnicos que no me quisieron, equipos que me dejaron libre y hasta pe- riodos en los que estuve a punto de dedicarme a otra cosa. Hubo instancias decisivas a lo largo de mi carrera. Por ejemplo, hoy soy el capitan de la seleccion, y es~ toy escribiendo una especie de introduccién para una novela cuyo autor estuvo convocado a una seleccién, en el 2002, de la que yo quedé fuera. Recuerdo que a mi me iban a citar, al igual que a él, para ir a jugar un amistoso a Venezuela, pero finalmente lo citaron solo a él. Cuando me enteré, lo felicité y le dije: “Mucha suerte, Dani, estas nada més y nada me- nos que en la selecci6n. filme lo agradecié y se fue. No hace mucho, Dani me Ilamé para decirme: —Felicitaciones, Diego, estas nada més y nada me- nos que en un Mundial. Estas son las cosas del fitbol, muy semejantes a las de la vida misma. Pero aparte de todo esto, alo largo de mi carrera deportiva, sobre todo en las inferiores, tuve aa 12 un sinfin de comparieros mucho mas dotados que yo para el fitbol; sin embargo, nunca llegaron a primera. Almas rotas, suefios frustrados, promesas incum- plidas. Cuando me entero de que alguno de estos fené- menos est trabajando doce horas al dia para llevar el pan y la leche al hogar, pienso: Qué horror, qué talento desperdiciado. Pero el fittbol es asi; muchas veces cruel, injusto, jinfinidad de veces no se llega! Y eso es lo preocupante, y ahi es que nos unimos con Daniel por la misma cau- sa: jHay que estudiar! El fitbol es hermoso. Ojala lleguen a primera y ala seleccién todos los nifios que comienzan el baby, pero Jo que tiene el fiitbol de lindo lo tiene de corto. Y la vida es larga. En no més de cinco afios nuestras vidas futbolisticas estaran terminando, y seremos, ambos, dos jévenes amigos ya jubilados de sus profesiones. Y ahi, Daniel, deseo que sigas dandome prologos para es- cribir, porque voy a tener mucho tiempo del dia libre! Pensando en lo que intento expresar a los lecto- res, espero haber sido claro en el mensaje. Si no lo fui, recalco lo dicho: Estudien. El fatbol muchas veces es ingrato, muchas veces nos deja por el camino, y sino estamos preparados, la vida nos absorbe como una ola. Y es esa ola la que hay que saber barrenar. Estu- dien, preparense, Ojald sean futbolistas, y si llegan, van a sentir que el estudio también los hizo mejores deportistas. Para finalizar, vuelvo a leer el titulo de la novela y no puedo evitar que me corra un frio helado por la es- palda. “Mi mundial”, \qué titulo! Yo, ahora, en cuestién de un mes, me juego el mio; ese mismo “mundial” que todos ustedes estan esperando y haciendo fuerza para que nos vaya bien, Les prometo que voy a dejar todo de mi por el bien de mi pais, el bien de todos nosotros; pero asi como yo les hago esta promesa, les pido a us- tedes que me hagan otra: “Hagan deporte y estudien’. Bs el lema y es la causa que junto con Daniel estamos tratando de inculcar en toda la sociedad. Los quiero mucho. Volvemos a hablar después del mundial. Con afecto, Diego Lugano, marzo de 2010 a3, 14 Me llamo Fernando Tito Torres y tengo quince afios. Nac y creci en un barrio de la ciudad de Colonia del Sacramento llamado Los Nogales. Soy el mayor de cin- co hermanos y, desde que tengo uso de razén, poseo un maravilloso don: jugar al fitbol. En mi nifiez nunca nada me entretuvo tanto como la pelota. Esto, creo yo, fue lo que me Ilevé a desarro- lar una admirable habilidad (perdén por mi falta de modestia, je, je). Me pasaba todo el dia con el balén. Lo elevaba por el aire, sin dejarlo caer, durante el tiempo que se me antojara. Con apenas ocho afios jugaba durante horas al fut- bol en el fondo de casa, en la calle, en el patio de algan vecino, en la escuela y, sobre todo, en el baldio que se extiende bajo el puente La Caballada, al costado de mi barrio. Ain hoy, cuando recuerdo esa etapa de mi vida, veo a mi madre retandome cuando volvia de la escuela, al- morzaba y, sin haber hecho todavia los deberes, salia para jugar con la pelota, juego que se prolongaba du- rante toda la tarde, Luego volvia a casa, me bafiaba y volvia a practicar pases de fiitbol en el cuarto que com- partia —en esa época— con tres hermanos. Mi madre entraba de improviso y, al encontrarme jugando, se ponfa a rezongar. Me decia que era tardi- simo y que todavia no habia terminado de hacer los deberes. — (Tito! —gritaba, y yo dejaba lo que estaba hacien- do para abrir de apuro el cuaderno. Mi familia esta compuesta por mi mama, mi papa y nosotros, sus cinco hijos. Amelia, mi mamé, es una excelente ama de casa, con un coraz6n mas grande que el planeta. Ella siempre ha sido la encargada de llevar la casa adelante, de mantenerla limpia y arreglada, asi como a nuestra ropa. Si se nos rompe algo, ella lo cose. En el invierno nos teje hermosos buzos de lana. Mi papé se llama Ruben. Es un hombre tosco, tra- bajador, de buenos modales y con los principios muy afianzados, Lamentablemente, debido a su trabajo, han sido pocas las horas del dia que hemos comparti- do con él, pero cada vez. que ha estado en casa, su com- paiiia y devocién por nosotros hace que esos momen- tos se conviertan en inolvidables. El habia comenzado la escuela industrial con el afan de convertirse en carpintero, pero con mi naci- miento se vio obligado a abandonar los estudios para trabajar de portero en dos edificios. Mientras tuvo a5 16 esos dos empleos, se iba de casa a las seis de la mafiana y volvia recién a las diez de la noche. La ms grande de mis hermanas es Marcela, dos afios menor que yo. De todos, es la mAs parecida a mi padre. Es temperamental, orgullusa y tan decidida, que estoy seguro que, de proponérselo, lograria cruzar el océano a nado. Acaba de pasar a segundo atio de li- ceo con 12, por lo que todos estamos muy orgullosos de ella. Tengo otro hermano de once afios, el Rulo, que también juega al fiitbol, pero evidentemente no es su pasion. Su nombre es Gustavo, y parece que este afio también podria llegar a ser abanderado, y digo “tam- bién” porque Marcela recibié ese honor el atio pasado. Al Rulo le sigue una hermana de nueve afios, la Viqui, Victoria, que va camino a ser modelo (al menos eso dice ella), y se la pasa mirandose al espejo o desfilando por la casa con ropa de mi hermana y de mi mama. Su vida parece girar en torno a eso y es tan cémica que no pode- mos dejar de reirnos cuando desfila ante nosotros. Por ultimo esta Rocio, la mas chiquita de todos, con cinco aiios. Es la integrante de la familia con quien yo paso la mayor parte del tiempo. Esta gurisita es el sol personificado, Nacié con sindrome de Down. Yo no sé bien como afecta este problema a las personas que lo padecen, pero a Rocio me parece que la hace amar desmedidamente. Siempre fui a la escuela de mi barrio. Debo admitir, sin embargo, que nunca me caractericé por ser un buen alumno: mi vida ha sido y es el fittbol. Cuando inicié mi primer afio escolar, también em- pecé el primero de baby ftitbol en el Club Atlético Pe- ftarol de acd. El entrenamiento arrancaba a las cinco de la tarde, por lo que yo —como ya conté— Ilegaba de la escuela, tiraba la mochila y me iba a jugar a la pelota hasta esa hora. Al terminar en el club, muchas veces me quedaba jugando al fiitbol en la calle hasta bien tarde, utilizando la practica como excusa cada vez que regresaba a casa. El primer rezongo severo que recibi de parte de mi madre fue precisamente por eso. Recuerdo que ella es- taba en casa con la cena pronta. En ese entonces Rocio todavia no habia nacido, Victoria era una bebita, y no comiamos otra cosa que no fuera guiso. Apenas entré, mi madre me pregunt6: — Donde estabas? 18 —£n la practica —respondi, sorprendido. —jNo me mientas! —estallé—. Vengo de ver a Fede (era un vecino del barrio y compaiiero de Petia- rol) y estaba con su madre en el almacén —agregé, ter- minante. Ante semejante afirmacién, no me quedé otra que resignarme al castigo, que consistia en no jugar a la pelota por el resto de la semana, hecho que, de por si, me resultaba peor que la guillotina. Detestaba estar encerrado. El fuitbol para mf signi- ficaba todo. Me transportaba y me transmitia una paz que no lograba experimentar con nada mas. En la escuela era inquieto y desatento. Las maes- tras vivian Ilevandome a la Direccién. Los recreos eran lo que mas me gustaba, porque jugaba al fiitbol con quien quisiera hacerlo, al aire libre, como amaba estar, demostrando lo superior que resultaba respecto al resto de mis compaiieros de clase, y a los mayores también. A raiz de mi pésimo comportamiento escolar es que atin mantengo en la memoria las llegadas noctur- nas de papé a casa. Con calma (papa siempre hacia todo como si tu- viera accionado el botén de c4mara lenta), se reunia conmigo en mi cama. Me hablaba en tono bajo para no despertar a mis hermanos, y comenzaba por pregun- tarme por qué habian vuelto a lamar de la escuela a mama. —Es que la escuela me aburre —le contestaba siempre. El suspiraba y me decia que no queria volver a es- cuchar que me habian Ilevado a la Direccién, porque de lo contrario se veria obligado a prohibirme el futbol definitivamente. Terminado esto, me abrazaba duran: te algunos segundos y volvia a la cocina. Siempre sumido en su mutismo, papa se sentaba a la mesa mientras se servia su clisico vaso de vino, de un paquete de carton que guardaba en la puerta de la heladera y, sin chistar, escuchaba a mi madre dicién- dole que ya no tenia més plata, ni siquiera para com- prar un litro de leche. Cuando ella terminaba, él como norma le contestaba que no se preocupara, que todo mejoraria, y luego quedaba en silencio, encerrado en sus propios pensamientos. a9. 20 Los momentos de alegria que yo les regalaba a mis pa- dres se producian timicamente cuando me encontraba dentro de la cancha de fatbol. Ese era mi sitio, don- de me conectaba con mi ser y era capaz de crear cosas maravillosas. Los partidos eran los s4bados por la tarde, y coinci- dian con el tinico dia libre que tenia mi papa. El ibaa verme a todos los partidos, jugara donde ju- gara, y yo me sentia feliz de saber que mi padre estaba ahi afuera, mirando todo lo que yo hacia con la pelota entre mis pies. Mis gambetas hablaban por mis pala- bras, mis goles eran mis gritos de euforia, —Es un fenémeno —le decian a mi padre y, de re- bote, escuchaba yo también. Con la pelota podia hacer lo que quisiera. La para~ ba, amagaba, corria, no me la podian quitar y, cuando me hartaba de tenerla moviéndose al unfsono con los pies, la hacfa viajar hacia el interior del arco, logrando culminar la jugada con un estridente grito de gol. Me sentia distinto al resto. Consideraba que el sé ado de tarde, en el partido que a mi club le tocara ju- gar, era mi momento de gloria, el vinico espacio en el que me ponderaban, en el que sustitufa los retos y re- zongos por felicitaciones. La cancha era mi lugar. Alli me sentfa libre, me sen- tia witil. Jugar al fitbol siempre me resulté muy sencillo. La pe- Jota era un imén pegado a mi pie y, con ella en mi po- der, hacia lo que mi imaginacién dictaba, sin nervios, sin presiones, libre Cuando tenia siete, tras mi primer afio de baby con- cluido, el rumor comenz6 a expandirse en la ciudad. La gente comentaba que en la categoria de siete aftos de Pefiarol habia un gurisito que jugaba como ninguno. “Hace lo que quiere con la pelota’, decian los mayores, yarmi se me inflaba el pecho de orgullo. Esto provocé que mis padres se animaran a verme con otros ojos. “El nene de ustedes es un genio’, les hi- cieron creer. Asi, el desastre que yo era en la escuela tenia remedio con el crack que afloraba en la cancha de fatbol. ‘A tan temprana edad, el estudio paso a ser algo secundario en mi vida. “El nene es futbolista, qué Je vamos a hacer”, era el pensamiento grabado en el subconsciente de mis padres, cada vez que volvian 23, 24 a Ilamarlos de la escuela y en mi carné peligraba la nota de promocién. Como no se podia jugar mas de un partido y medio por tarde, yo jugaba el de mi categoria y, ademas, me- dio tiempo en la categoria mayor. Pefiarol no es de los equipos més importantes de Colonia, por lo que nunca salimos campeones, hasta la categoria de diez, Ese afio, por primera vez, nos consagramos cam- peones de punta a punta. Como mis compafieros no eran grandes jugadores, el técnico les rogaba que me pasaran la pelota. Cuando esto sucedia, el técnico rival se desesperaba y les pedia a sus jugadores que me fue- rana marcar. Para mi eso no era problema. A medida que se acer caban, me los iba sacando de encima uno tras otro (una vez llegué a esquivar a siete jugadores en la mis- ma jugada). Luego, miraba el angulo formado entre el palo y el travesaiio del arco y, sin més, hacia volar el balén hacia alli. Pero en la categoria de once atios, en la que yo juga~ ba los segundos tiempos, no salimos campeones, aun- que sillegamos a la final. En ese partido decisivo, tinico de la tarde, por pri- mera vez pude jugar desde el comienzo. El técnico te- nia mucha fe en que podriamos ganarlo, pese a que enfrente tendriamos al temible Plaza, una de las es: cuadras més importantes de la ciudad. El dia de la final me levanté temprano y, enseguida, me fui a jugar al futbol a la canchita del barrio, con ar- cos de madera. Alli jugamos con los gurises del vecin- dario tremendo partido, hasta la hora de comer. Ese mediod{a almorcé junto a toda mi familia y me enteré de que, por primera ver, irian todos a verme jugar. Hasta ese dia los que siempre iban eran mi papa y mi hermano, pero en esta gran ocasién también lo ha- rian mam, Marcela y Victoria. Mientras almorzaba, percibi que mis padres esta- ban nerviosos, y cuando llegué a la cancha de Plaza me pas6 lo mismo al encontrarme con mis comparieros de equipo. Sorprendido, me puse la ropa de Pefiarol y sali- mos a jugar la final contra jugadores que me doblaban en tamaiio. El colorido del lugar me encanté. Antes de sali el entrenador pronuncié su arenga e ingresamos a la can- cha bajo el aplauso cerrado de todo el estadio. Una vez que el arbitro entré y los dos equipos nos alineamos en 25 26 nuestras respectivas mitades de campo, la final dio co- mienzo. Poco habia transcurrido del encuentro cuan- do yo, el jugador mas chiquito de todos los presentes, tomé la pelota, me saqué a un gigante de encima y cla- vé un zapatazo contra el palo. Metido el gol, miré en direcci6n a la tribuna, donde encontré a toda mi familia saltando de alegria. Verlos en ese estado de euforia provocé tanta emocién en mi que, mientras gritaba el gol, se me escaparon dos lagrimones. Mucho no entendia el motivo de tanta algarabia generalizada, pero lo cierto fue que me gusté, y a par- tir de ese momento me dispuse a divertirme, tratando de hacer algo que los hiciera aplaudirme cada vez que tocara la pelota. Se la pasaba por entre las piernas a los rivales, les hacia sombreritos, efectuaba amagues jamés vistos y, muchas veces, los hacia caer de cola contra el piso. Finalmente terminé haciendo dos goles més y ga- namos el partido 3 a 0. En los festejos, me llevaron en andas por toda la cancha. El hecho de ver a mi familia tan feliz mientras aplaudia la vuelta olimpica me hizo decidir, en ese ins- tante, que queria seguir jugando al ftitbol por el resto de mi vida. As{ fue siempre durante los aftos de mi nifiez. Jugaba al futbol, gambeteaba, corria y hacia goles, en mi ca~ tegoria o en la que me pusieran. La llegada de Rocio al hogar, junto con su “problema” —como lo Hamaban os grandes—, llev6 a que las charlas nocturnas que mi madre solia mantener con mi padre se hicieran mas largas y mas desesperantes. ‘A.ambos, en poco tiempo, se les pronunciaron las arrugas en los entrecejos, y a mi la situacién terminé por llevarme aun aislamiento total. Lo tinico que me daba aliento era el ftitbol. Me refugié en él de tal ma- nera que me pasaba con la pelota atin mas que antes, mejorando mi técnica, pero sin lograr pasar el afio escolar. ‘Me daba cuenta de que fuera de casa, estando a so- las con ese bal6n —al que tanto amaba por ser Penal- ty, la marca que usaban en primera division—, encon- traba consuelo y tranquilidad, Recuerdo el dia que me hice de mi amada pelota. 27 28 Fue luego de un partido en la cancha de Pefiarol, que habja sido aburrido y sin goles. Cuando volvia para mi casa, me parecié ver aquella pelota entre los arbustos. Disimulado, esperé a que se fuera el tiltimo de los que habfan ido a ver el partido, para meter el balén dentro de mi remera y salir corriendo a toda velocidad. Cuan: do lo hice, cref ofr, tras cada paso que daba, que me Ila- maban para que lo devolviera. Por fin, Ilegué y lo guar- dé debajo de mi cama. Senti que era el premio maximo que podia recibir en la vida. En general, me iba todos los dias a jugar con mi te- soro al terreno baldio, debajo del puente. Alli pasaba horas enteras imaginandome en un estadio leno, con toda la gente coreando mi nombre. En esas escapadas de casa fue que conoci a Floren- cia: el gran amor de mi vida. Florencia tenfa una vida familiar que también la hacia querer escapar de su hogar en busca de soledad, cuan- do la mayoria de los nifios preferian ir a jugar al otro extremo del barrio, cerca de la playa. En el baldio bajo el puente era donde yo aprove- chaba para canalizar toda mi tristeza con la pelota. Le pegaba sin cansancio, hasta que un dia, mientras la es- taba manteniendo en el aire con mi frente, escuché su voz por primera vez. —{fe divierte jugar solo? —me pregunté, haciendo que el esférico se me cayera al piso. Levanté la vista hacia ella y lo primero que me impacté fueron dos ojazos celestes, igualitos al cielo. Encandilado, me costé algunos segundos volver a la calma, Ella estaba parada frente a mi y su pelo largo y rojizo parecia brillar ante el reflejo del sol, mien- tras las pecas le pintaban la cara, haciéndola atin mas hermosa. —No. No estoy solo —tartamudeé. 29 La nitha, claramente inteligente, me lo dejé de ma- nifiesto al instante. —Salvo que le llames compafifa a eso —y sefialé a mi amado balén Penalty—, para mi estas tan solo como una ostra. Ofuscado, busqué algo para contestarle, pero me fue imposible. Refunfuiié y levanté la pelota con total indiferen- cia, porque crei que de esta manera ella captaria el mensaje de que queria estar solo. Pero, en vez de irse, opté por guardar silencio y sentarse a observarme. Segui jugando por las mias, pero pronto se hizo de noche y decidi que seria bueno volver a casa si no que- ria recibir otro rezongo de mi madre. En ese momento, escuché unos aplausos que me hicieron saltar del susto. —;Seguis aca? —le pregunté, con bronca. La nifia se paré sin dejar de aplaudirme. —Me prometi que cuando se te cayera me irfa, y no se te cay6 en... —mir6 su reloj— jcasi una hora! —ex- clamé impresionada. ‘Avergonzado, volvi a mirarla a los ojos. Por primera vez en mi vida sentia los latidos de mi corazén, sin ne- cesidad de llevarme una mano al pecho. Quedé mudo y comencé a correr junto a mi pelota, notando que ella me seguia. —Esperé —grité—. Quiero saber tu nombre. Frené en seco y volvi a mirarla. —Fernando —dije. 31 32 1 ! —Flor. —Flor no es un nombre —protesté, porque crei que me estaba tomando el pelo. —Lo sé. Mi nombre es Florencia, pero todo entero no me gusta, asi que llamame Flor: Asenti, pero no supe qué més hacer, por lo que, sin decir nada, me puse a caminar de regreso a casa. Ella apuré el paso y volvié a ponerse a mi lado. —{le molesta si te acompatio? —me pregunt6. Negué con la cabeza. El hecho de estar caminando al lado de una nifia, a la vista de todos los vecinos, me ponfa un tanto ner- vioso, por lo que pudieran decir de mi al otro dia, y porque mi mamé fuera a pensar que yo me iba de casa a verme con una novia y no a jugar al ftitbol como le decia. Mientras nos volviamos, Flor parecia tener muchas ganas de hablar. Aproveché para contarme que habia nacido en Argentina pero hacia un mes que estaba vi- viendo en Los Nogales, junto a su madre, que era uru- guaya, También dijo que su padre era argentino y que se habia quedado a vivir en Buenos Aires, tras sepa- rarse de su madre. En ese momento crei que se iba a largar a orar, pero como si tal cosa empezé a hablar de otro tema y su alegria volvié a brotar. Recién nos detuvimos al Ilegar a la puerta de mi casa. —Aqui vivo yo —le dije. Ella la miré de arriba abajo. —Es tan horrible como el lugar donde yo vivo —comenté, logrando que mi corazén volviera a latir con desesperacién, pero esta vez de furia. Si lo analizaba friamente, ella tenia raz6n: mi casa no era muy linda, pero lo que a mi me costaba recono- cer, ella, en un segundo, lo habia logrado. —Chau —me despedi, sin ganas de seguir frente a esa nifia. —Esperé —ordené—. gMafiana vas al mismo lugar? Me encogt de hombros. —Dale —insistié—., Mafiana nos vemos alli. Al decir esto, me saludé con un beso. Yo quedé pe- trificado, mientras la seguia con la mirada y me palpa- ba el cachete que ella me habia besado. Entré a casa diez minutos mAs tarde. No bien abri Ja puerta, me encontré a mi madre levantando los pla- tos de la cena. Al verme, no pudo disimular su disgus- toy me dijo que la poca comida que me habia quedado estaba fria y la tendria que comer asi. Sin otra alternativa tuve que aceptar, en el momen- to que ella depositaba el plato sobre la mesa: de nuevo guiso. Entrecerré los ojos y traté de que ese maldito caldo con arroz y alguna verdura perdida se transfor- mara en una milanesa con papas fritas. Pero cuando volvi a abrirlos, el caldo seguia alli y, para colmo, helado, 33 34 Ese verano fue uno de los ms tristes de mi vida. Las preocupaciones de mis padres por mi hermanita re- cién nacida, o bien por el hijo mas grande (es decir, por mi, que habia repetido el afio escolar), Ilevaron a que no estuvieran del todo amigables conmigo, y yo no te- nia ni siquiera mis s4bados por la tarde para ponerlos felices. Por esta razén, preferia irme de casa al baldio y encontrarme con Florencia, quien parecia ser la nica persona que me entendia. Debido a un arduo y astuto trabajo de su parte, la nifia habia logrado convertirse en mi tinica amiga. Si bien yo jugaba al fiitbol con compafieros del barrio, de la escuela o de las practicas en Pefiarol, no tenia verda- deros amigos. Los nifios me encontraban un tanto... raro, por de- cirlo de alguna manera, y eran pocas las veces que an- daban con ganas de estar conmigo, o bien invitarme a sus cumpleafios o llamarme para ir a jugar a sus casas. Yo me hacfa el que no me importaba, pero la verdad es que e50 me lastimaba mucho. Sentia envidia por ‘<6mo eran ellos, sin vergiienza, mientras yo me pasa- a el dia entero con la autoestima por el piso. Supongo que algo parecido les ocurria a ellos, ya que me envi- diarian ala hora de verme jugar al fatbol. Pero Florencia logré levantar un poquito mi ego. Creo que el dia que terminé de afianzarse nuestra amistad fue uno en el que estabamos en el baldio y, de improviso, se larg6 a lover. Flor salié corriendo a refu- giarse bajo el puente, en tanto que yo me quedé donde estaba. Blla se lanz6 a la carrera de espaldas a mi, con sus rojizos mechones que danzaban bajo la persiana de agua que arreciaba y, en ese momento, volvi a sentir mi corazén latiendo a un ritmo descontrolado. Una vez que alcanz6 el refugio entre los pilares del puente, dio media vuelta y me grité que fuera con ella. —Dale —me animaba, apoyada en una colum- na—. jVeni! Pero el agua no me hacia nada, por lo que opté por seguir parado en medio del campito. ‘Al comprobar que sus gritos resultaban inttiles, volvié junto a mi. —Sos cabeza dura —protesté, una vez que estuvo de nuevo conmigo. Ahora sus mechones lucian total- mente ensopados, al igual que su ropa—. Con lo que odio mojarme... —y en eso que se disponia a seguir 35 36 con los lamentos, se detuvo. —Estds Iorando —sefial6—. jEstés lorando! —exclamé. Sin importarme, la miré a los ojos. —Me encanta —reconoci6, y se acercé a mi, Verdaderamente no sé por qué, ese dia, bajo la Ilu- via, me largué a llorar. Tendria mil excusas valederas, pero lo cierto es que el cambio del calor abrasador al fresco del agua provocé en mi un efecto liberador, La Iluvia me calé, y su frescura en mi cuerpo me produjo una sensacién de alivio tan gratificante que las lagrimas comenzaron a fluir sin que pudiera hacer nada para contenerlas. Por suerte, Florencia parecié entenderlas y no hizo preguntas. Hoy creo que, de haberlo hecho, no hubiera sabido qué contestar y nuestra relacién se habria terminado en ese preciso momento. La lluvia, tipica del verano, en cinco minutos paré y le dejé lugar al sol, que levanté un molesto vapor. Asi, riéndonos como dos inconscientes, nos toma- mos de la mano y, empapados como estdbamos, em- prendimos el regreso. Bl afio escolar y el futbolistico llegaron. Volvi a la es- cuela con compafieros de clase més chicos que yo (te- nia once atios y algunos de mis compafieros no habian cumplido todavia los diez). También se reanud6 el fat- bol salvador, por lo que nuevamente tenia la chance de dibujar alguna sonrisa en los alicaidos rostros de mis padres. Ese afio jugué para la categoria de once afios, los s4- bados por la tarde, y también me subieron a jugar a la de doce, los domingos de masiana. Otra vez la gente de Colonia se hizo eco de mis maravillosas jugadas. Mi disconformidad con la escuela y con el grupo de alumnos més pequefios que yo Ilev6 a que, en vez de conversar y conversar, optara por quedarme callado durante toda la mafiana, logrando pasar inadvertido las cuatro horas de clase. Como consecuencia de esto, en la primera entrega del carné, recib{ varios buenos y algiin que otro bueno regular, pero los juicios de conducta fueron todos muy 37 38 buenos, Todo hacia prever que ese atio iba a pasar de clase sin problemas. Segtin me habia explicado Florencia, que era una excelente alumna (tenfa dos afios mAs que yo y ya es- taba en segundo ano de liceo), yo debia ir ala escuela y luego al liceo para no ser “un burro de primera’. Como contrapartida a mi malestar en la escuela, mi preciado ftitbol seguia vigente. Mas y mas gente admiraba mi talento cada fin de semana, hasta que tanto elogio no tardé en hacer aparecer en la puerta de mi casa aun sefior de traje, parecido a los Men in Black. Estacioné su auto frente al jardin delantero. Lucia lentes oscuros y un peinado a la gomina. Se bajé del coche, y luego de un sonido provocado con el Ilavero, las puertas se trancaron automaticamente. Era como si hubiese aterrizado una nave espacial. Los nifios de la barriada se fueron asomando, pro- venientes de todos los sitios, y se arrimaron al vehicu- lo, como si este fuera, en verdad, un plato volador. En ese momento yo estaba jugando ala pelota, por lo que segui todo a la distancia, con entera desconfianza. Cuando el sujeto pasé a mi lado, detuvo su marcha. Dejé caer el balén al piso temblando a causa de los nervios. —Buenas tardes —me saludé—. Mi nombre es Ro- lando Vaz, y ando buscando a Fernando Torres. Cuando lo escuché, se me aflojaron las rodillas. Sencillamente, tenia que haber un error, pensé. Serfa otro Fernando Torres. ;Qué querria este tipo de mi? 40 —Soy yo —dije, con miedo. El hombre se quité los lentes y me extendié la mano. — {Esta alguno de tus padres en casa? —pregunté, Yo senti que se me venia el mundo abajo. Ese afio iba bien, no le habia provocado conflictos a mi madre, y ahora este sujeto parecia querer venir a buscarme, @Por qué? —Aaadeeentro —tartamudeé. El hombre se acercé a la puerta de calle y golpeé las manos. Mientras esperaba a ser atendido, se volvié de nue- vo hacia mi. —Me dijeron que andés muy bien en el fitbol. {Te gustaria ir a jugar a Montevideo? Sin saber qué responder, me encogi de hombros, y entonces jlo tinico que se me ocurrié fue ignorarlo y volver junto a mi amada pelota! Al cabo de algunos segundos, llegé mi madre. —Buenas tardes —escuché que le decia. —Sefiora —contest6, entregandole una tarjeta que sacé de uno de sus bolsillos—, necesito reunirme con usted en privado. Mi madre leyé en el rectangulo de cartén y lo invi- t6.a pasar, mientras yo seguia pegdndole al balén con cuanta parte del cuerpo podia. Asi continué durante la media hora que el tipo es- tuvo dentro de mi casa. Cuando se fue, habia unos diez nifios reunidos junto a su auto, que se hacian visera con las manos en la frente, para poder mirar hacia el interior a través de los cristales polarizados. Antes de abandonar la casa, el hombre volvic acercarse ami. —Fer —me dijo, con confianza—, nos vamos a vol- ver a ver, campeon —y me desordené el pelo con una mano, como si me conociera de toda la vida—. Si no querés, no se lo digas a tu madre y guardatelos para vos —prosiguié, mientras sacaba de su bolsillo y me entregaba un billete de mil pesos—. Comprate lo que quieras —me dijo y, sin més, se dirigié a su auto y sa- lud6 con una sonrisa a todos los nifios, quienes al sen- tir el ruido de la alarma, salieron corriendo. Alalejarse, volvi mi atencién al papel con el nimero 1000 impreso. Incémodo, con el billete en mi mano, en- tré a casa y me encontré a mi madre sonriendo nerviosa. Sorprendido, le mostré la plata, a lo que ella respondié: —A mi me dio cinco de esos. Sin vacilar le di el mio. Yo no entendia nada, pero de todas maneras me gustaba. El hecho de ver a mis padres contentos, para mi siempre significaba una es- pecie de consuelo. —Gracias, amor —me dijo, y a continuacién me estampo un beso en el cachete—. Esta noche tu papa no lo va a poder creer —agregé, y con eso me alcanz6 para sentirme reconfortado. No comprendia muy bien qué habia hecho el Man in 4a 42 Black para lograr que mi madre estuviera asi —quizd Ja habia amenazado con algiin tipo de fuerza alieni- gena—, pero a mi me bastaba con su alegria para ser feliz. Rolando Vaz result6 ser un empresario de jugadores de fatbol, que se habia enterado de que yo era una prome- say, sin dudarlo un segundo, se subié a su auto y con- dujo desde Montevideo hasta mi casa, aquel miércoles porla tarde. Esa misma noche, al escuchar el relato que mi ma- dre le hizo a mi padre en la cocina, supe que el fin de semana siguiente Rolando volveria a viajar a Colonia para verme en la cancha, y que su deseo era llevarme a Montevideo lo antes posible, a jugar en la séptima de Pefiarol. Al escuchar esto ultimo, abri los ojos, aterrado, porque entendia que una cosa era jugar en Pefiarol de Colonia, pero otra muy distinta serfa hacerlo en Pefia- rol de Montevideo. A diferencia de mi madre, mi padre se mantuvo ex- pectante y con expresién dudosa. —{Cudnta plata dej6? —pregunté él. —Seis mil —contesté ella. 43 44 Mi padre se Ilevé el vaso de vino a la boca, mien- tras meditaba sobre la situacién. Al cabo de un rato, le ordené a mi madre que los guardara hasta que él ha- blara con Rolando, el siguiente fin de semana. Mi madre sin duda pens6 en los championes del Rulo, en la mochila de Marcela, en los buzos de todos y en la ropita de Rocfo. Todo tendria solucién echan- do mano a esos billetes verdes. Esta idea seguramente entré en su mente en el momento en que Rolando le habfa obsequiado el dinero, por la tarde. Mi pap, con tono severo, le ordené una vez mas que no lo tocase. Al final, ella se resigné y dejé escapar una bocana- da de aire. Yo me moria de cansancio, pero me habian insisti- do en que me quedara junto a ellos durante la conversa- cin, Evidentemente, lo que para mamé era motivo de festejo y algarabia, para papa result6 todo lo contrario. ‘Antes de concederme permiso para que me fuera a dormir, todavia con el semblante arrugado de preocu- pacion, papé me abraz6 y me dijo algo que hasta el dia de hoy mantengo marcado a fuego: —Nunca dejes que el dinero compre tu vida. Después que Rolando visité mi casa por primera vez, los vecinos no paraban de preguntarle a mi madre por el sefior del autazo (asi lo llamaban), a lo que ella apro- vechaba para contestarles, muy orgullosa, que era un representante de jugadores de fuitbol. Como contrapartida a todo lo que estaba comen- zando a vivirse, yo me sentia el mismo de siempre y bastante ajeno a la euforia que me rodeaba. A veces me preguntaba cémo demonios algo que para mi era tan sencillo ponia tan contenta a toda la gente. No lo com- prendfa, pero debo reconocer que me gustaba. El viernes anterior a la nueva visita de Rolando, co- rri al baldio a toda velocidad. Estaba ansioso por en- contrarme con Florencia, pero cuando Iegué, ella no estaba alli. Sin saber qué hacer, me puse a patear la pe- lota hasta que escuché su voz. —Acd esta el famoso del barrio, el pibe diez —dijo, con tono irénico—. ¢Es verdad todo lo que se comenta de vos? 45 46 ! | —No sé qué se comenta —le respondi. Se senté y me conté lo que se andaba diciendo so- bre mi. —La gente dice que un tipo con plata vino a tu casa y te compro. —giQuel? —Lo que oiste —reafirmé—, se dice que tu familia ya tiene una fortuna y que te vas a ir a jugar a Europa a fin de atio. Cuando escuché esto, no salia del asombro. —{Se est diciendo eso? —pregunté, incrédulo. Apenas sabia dénde quedaba Montevideo, no cono- cia muchos barrios de mi propia ciudad, y ahora resul- taba que me querian llevar a Europa. —jAja! —ratificé—. Y ya te podria decir, tan solo con verles las caras, quiénes desean que te vaya bien y quiénes no. En ese momento, ref con desconfianza. —iHay gente por aqui que no desea que me vaya bien? —repeti con asombro—. Eso es imposible. Si bien Florencia era dos afios mayor que yo, en ese momento parecia llevarme una década. —Tito —me llamé, carifiosamente—, yo vengo de Buenos Aires, de una familia que tenia mucha plata. Mi Viejo siempre me dejaba un montén de guita antes de irse a laburar, y mi Vieja no hacia otra cosa que pasarse el dia haciendo compras. Asi vivilos primeros doce afios de vida; hasta que un dia todo se fue al tacho. Mi Viejo se las tomé con su secretaria y, desesperadas, mi madre y yo no tuvimos para dénde agarrar, hasta que ella co- nocié a mi padrastro, un viajante hippie que nos invit6 a que nos viniéramos a vivir acé a Colonia, junto a él. ‘A medida que Flor hablaba, yo la seguia con mucha atencién. Me parecfa una historia asombrosa. Ella continud: —Cuando llegué a mi nueva casa, cref que me mo- rirfa de angustia. Lejos habian quedado mis amigas, mi barrio, la plata de que disponia todos los dias para comprarme lo que quisiera. Pensé que a mi Vieja le pa- saria lo mismo pero, por el contrario, ella se dedicé a pasarse todo el dia hablando mal de los ricos, como si nunca le hubiera gustado su forma de vida anterior. Yo me senti horrible, Tito —en sus ojos adverti el brillo que antecede alas lagrimas—, por eso: porque extraiio a mi pais, mis amigos, y porque mi Vieja en este mo- mento parece una loca. No supe qué hacer, y me vine a este puente para ver el paso del agua bajo mis pies... y ahi te conoci... y, por suerte, mi vida cambi6, Un tanto avergonzado, hundi mi cabeza dentro del buzo, pero Florencia siguié su relato, con determinacién. —De una u otra forma —me dijo—, el destino nos unié, cada uno con sus problemas, pero los dos con una gran necesidad de escapar de lo que se vive ahi dentro —sefialé la ciudad—. Pienso que si no hubiera pasado por esto, nunca te habria conocido, y eso le da un sen- tido a todo lo que estoy viviendo. Por eso te pido, Tito 47 —me miré seriamente— que vayas con cuidado. Mu- chas veces la gente no es lo que parece. Mi Viejo, por ejemplo, de un dia para el otro no quiso verme mas, mientras yo suponia que nuestro amor era incondicio- nal. En tu caso, tengo la impresién de que sos un ser al que van a querer atacar, porque sos muy bueno. Emocionado con el relato, mantuve la mirada fija en el piso. —Anda con cuidado —repitio—, y deja de amar a.esa maldita pelota mas que a nada —me recrimin6, con furia, y sali6 corriendo. ‘Me levanté del pasto y la segui a toda velocidad, —Yo no te digo nada de tus libros —protesté, tra- tando de impedir lo que se avecinaba. Florencia sonrié socarronamente y frené su carre- ra, justo frente a la pelota —Ves por qué la odio —senalé—: cada vez. que ha- blo mal de ella saltas, como si fuera tu novia. No supe qué contestarle. —Y respecto a mis libros —continué—, estaria bueno, pibe, que vos también comenzaras a ir a la bi- blioteca de vez en cuando. —Esa es la pavada mas grande que escuché en mi vida —retruqué—. jEscribo con més faltas de ortogra- fial iY vos querés que vaya a la biblioteca! Por lo visto, lo que le dije la Illevé a dar un paso mas ya acercarse con disgusto a la pelota. —jQué tonto que sos al hablar tan mal de vos mismo! —protesté, entre dientes. Preocupado, la segui con la mirada, porque temi que fuera a patearme el balén Penalty al agua, lo que hubiera significado su fin (y el mio, claro est’). Con lentitud, ella tomé el balén entre sus manos. Para mis adentros supliqué que no fuera a hacer nin- guna tonteria, pero, en cambio, lo solté e intent man- tenerlo en el aire con los pies. Luego de pegarle dos ve- ces de manera desastrosa, la pelota cayé sobre el pasto. —Hagamos una apuesta —propuso a continua- cién—. A partir de hoy, yo voy a intentar pegarle a la pelota diez veces seguidas sin que se me caiga. Silo lo- gro antes de que vos termines de leer un libro, gano yo, pero si vos terminds de leer el libro antes de que yo logre pegarle diez veces seguidas, seras el vencedor de a apuesta. gQué te parece? Me tomé unos segundos para analizar la oferta. nalmente, me parecié justa y la acepté. —Esté bien —respondi—, pero... :qué libro? —El que elijas —contesté, y sin darme tiempo a re- husarme, me tomé de la mano y me llevé camino a la biblioteca. 49 50 Por supuesto, yo sabia que dentro de la biblioteca del barrio habia libros, pero la fachada era lo unico conoci- do del edificio para mi, Al llegar al lugar, Flor corrié el cerrojo de un portén de madera y nos adentramos por un caminito de piedra. Al ingresar a la casa, tan humilde como el resto de las construcciones de la zona, me sorprendié el silen- cio que reinaba. A mi derecha, detras de un escritorio, una viejita de anteojos gruesos se sonrié al vernos. Era Ja bibliotecaria. El resto de la sala estaba poblada de bancos y al- mohadones, donde algunos nifios leian atentamente. En la pared del fondo se veian dos anaqueles con libros para nitios. —jPlorencia! —exclam6 la viejita, saludandola con un beso—. jVenis acompafiadal —Rosa, éles Tito —me presenté Flor. —Encantada —saludé la anciana, y me estampé un beso—. Vengan, pasen. En ese momento, de no haber sido porque Floren- cia me llevé agarrado a ella, hubiera preferido irme. El Jugar me hacia sentir incémodo: su silencio, la correc- cién de los nifios y, sobre todo, ver tantos libros... Alllegar a los estantes de literatura para ninos, Flor fue leyendo los titulos en los lomos, sin decidirse por pinguno. Hasta que, finalmente, tras una exclamacién de triunfo, encontré el que parecié interesarle. Me lo dio y lef en la tapa: Pateando lunas. —Creo que este va a gustarte —me dijo, entusias- mada—. Fue el libro que me recomendé Rosa el dia que le dije que habia conocido a un chico que jugaba muy bien al fitbol. ‘Sin mostrar interés, acepté que ese fuera el elegido, con tal de irme de alli lo antes posible. Realizamos el trdmite de préstamo y salimos. Erente a la puerta de la biblioteca, Florencia se detuvo. —WY ahora qué? —le pregunté. —La apuesta —serialé—. Qué apostamos? Me encogi de hombros. Realmente no tenia ningu- na propuesta para hacerle. ‘Ya sé! —exclamé—. El ganador elige lo que quiera. Te parece bien? Acepté, para que se dejara de insistir con todo lo de Ia apuesta y de los libros. —Bueno, hasta maiiana —me apuré en despedir- me, y ella me dio un beso en la mejilla. 5 —Hasta mafiana —contest6. Emprendi la marcha hacia mi casa, y unos pasos més adelante volvi a sentir su voz. —Te olvidabas de esto —me dijo, mientras sacudia alegremente el libro. Regresé sobre mis pasos algo fastidiado, me hice cargo del libro y volvi para casa a toda velocidad. Cuando llegué, encontré a mi madre nerviosa. —Acaba de llamar Rolando —me anuncié no bien abri la puerta—. Dice que mafiana vendré a verte y se quedard para el partido del domingo. Y, aparte... —sus ojos se abrieron bien grandes— nos invité a comer el sibado de noche en un restaurante. Yo me quedé mirandola sin saber qué decir. —Qué... jqué bueno! —contesté, y me fui a mi cuarto, con el libro todavia en la mano. Encontré a mi hermana Marcela haciendo los debe- res sobre su cama. En silencio, sin 4nimo de distraerla, puse el libro en mi cama al lado dela pelota y me detu- ve a mirar a ambos, a ver si me decidia por cual optar. Primero miré el libro, luego la pelota. Volvi la mirada hacia el libro, pero rapidamente la cambié hacia el ba- lon y terminé por dejarme de dudas y tomar la pelota para salir a jugar. El fin de semana llego. El sabado amanecié hermoso. Me levanté muy temprano y sali en busca de algiin partido en la canchita del barrio. Como no encontré a nadie, acompafiado de mi Penalty me fui al baldio de- bajo del puente. Luego de jugar solo un buen rato, volvi a casa y encontré a mi familia reunida alrededor de la mesa, (Ya era el mediodia! Me contagié con las alegres expresiones de los ros- tros de todos. Corri a sentarme junto a ellos. Mi lugar reservado era entre el Rulo y Rocio. Frente a mi, es- taban Marcela y Victoria, mientras que las cabeceras eran ocupadas por mis padres. Cuando me disponia a comer un trozo de pan, el Rulo me pasé un brazo por encima del hombro y me dijo que esa tarde volverian a ir todos a verme. Yo se lo agradeci con una sonrisa y me puse a llenar de besos a Rocio, un habito que siempre fue mas fuerte que yo. Mientras comiamos, mis hermanos hablaban ani- madamente de sus cosas. Como siempre, la que se destacé fue Victoria, con sus ideas locas. Hablé hasta por los codos. Cuando terminamos, mi pap me ordené que me fuera a descansar al cuarto, cosa que me hizo enojar, porque no estaba de 4nimo para dormir, pero tuve que aceptar. El deseaba que esa tarde anduviera bien y, para eso, tenfa que descansar. Querfa que impactara, como solia hacerlo cada s4bado, pero ese en especial, porque si lo lograba, mi vida y la de toda mi familia podria llegar a dar un giro de ciento ochenta grados. Las horas que pasé encerrado en mi cuarto resul- taron interminables. Mis padres no dejaron que mis hermanos entraran en la habitacién mientras descan- saba, y yo, que no tenia nada de ganas de dormir, mela pasé de cara al techo, sin pegar un ojo Cansado de no hacer nada, busqué con la mirada algo para entretenerme y encontré, sobre la cama de Marcela, el libro que habfamos sacado de la bibliote- ca con Florencia. Tenia un marcador casi al final. Por Jo visto, mi hermana lo habia estado leyendo y estaba por terminarlo, Pensé en hacer lo mismo, pero deseché la idea, hasta que, por suerte, entré mi padre para de- cirme que era hora de irnos a la cancha. Ese dia nos enfrentabamos al Club Otto Wulff, un gran equipo de la ciudad. Mis padres y mis hermanos me acompafiaron has- ta la puerta del vestuario. —Mucha suerte —me dijo el Viejo, y me dio un beso y un apretado abrazo. Acontinuacién miré a mi mamé, que se acercé a mi y se despidié de igual forma. —jSuerte! —me gritaron a coro Marcela y Victoria, mientras el Rulo levantaba su mano en silencio y Ro- cio, sentada en el cochecito, me miraba atentamente con sus ojazos enormes y expresivos. Al entrar en el vestuario, encontré a mis compa- fieros cambidndose. Dejaron lo que estaban haciendo para mirarme. También ellos sabian que hoy era un dia diferente en mi vida, Me soplé el cerquillo, decidi no darle mas vueltas al asunto y me senté en un rin- én para preparar mi ropa. Una vez en la cancha, volvi a sentir atentas miradas de la gente sobre mi, como si yo no fuera el mismo de todos los s4bados. Habia expresiones anhelantes, por- que muchas personas sabjan que ese dia me vendria a yer un famoso representante de la capital. Antes de que el Arbitro diera comienzo al partido, se escuché un alboroto proveniente de la tribuna. Al mirar, vi que Rolando estaba llegando y eso habia des- pertado la curiosidad de todos. Fl juez por fin dio el pitazo inicial y comenz6 la fiesta. Logré sentirme libre cuando toqué la pelota por primera vez. Desde el inicio, me aduefé del balén y co- mencé a esquivar jugadores como si fueran mutiecos. Hice amagues, corri, la paré, enganché y, al final, ter- miné haciendo un gol, y luego otro... y otro. Todo me salié bien, sin errores. El partido terminé 5 a 1a nuestro favor, con tres go- Jes de mi cosecha. Cuando el juez pitd, la gente en la tri: buna no hacfa més que aplaudir semejante espectaculo. Al salir de la cancha, de nuevo las miradas cayeron sobre mi. Muchos se acercaron y me dijeron palabras de aliento. Mis hermanos estaban esperéndome, asi que fui al vestuario a buscar mis cosas rapidamente para ir con ellos junto a mis padres. Allilos encontré, en la tribuna charlando con Rolan- do, pero apenas me vieron, suspendieron la conversa- cién y vinieron a saludarme. Mi padre me felicité, emo- cionado. Y Rolando me dijo que habia estado genial. Luego agregé que nos esperaria en un restaurante de la Ciudad Vieja, y se despidis. En las horas previas a la salida hacia el restaurante, el hogar se convirtié en una verdadera revolucién: mi madre y mis hermanas corrian de aqui para all4. Mi madre planchaba el tinico vestido que tenia y hacia una eternidad que no usaba, mientras mis hermanas buscaban la manera de combinar los colores de las re- meras més nuevas con los tinicos pantalones vaqueros que tenian. Yo decidi ir a sentarme al jardin delantero, junto a mi padre y al Rul — {Estas nervioso? —me pregunt6 mi papa. —No —contesté. Alescuchar mi respuesta, sonrio. —Asi me gusta —murmuré, y luego nos quedamos callados. Cuando mi mam, Marcela, Victoria y la pequefia Rocio estuvieron listas, dejamos la reunion que man- tenfamos en el jardin y nos fuimos a bafiar los varones. Como el agua caliente no alcanzaria para todos, mi 60 padre nos habia ordenado que dejéramos bafiar a las mujeres primero. Mi hermano y yo apenas nos dimos una mojadita y quedamos prontos en menos de quin- ce minutos, y mi padre tuvo que bafiarse con el agua completamente fria. Una vez que estuvimos prontos, salimos en direc- cién al Centro, hecho que pasaba muy esporddicamen- te, apenas una o dos veces al afio, en general en vera- no, cuando hab{a algiin evento interesante. Si bien Los Nogales queda a escasos dos kilémetros del Centro, nuestra vida se desarrollaba dentro del ba- rrio las veinticuatro horas del dia, los siete dias de la semana, por lo que cualquier salida en familia era so- brado motivo para catalogarla como especial. Caminamos lentamente, hasta llegar a la rotonda donde nace la avenida principal. Nos turnamos entre todos para tirar del cochecito de Rocio, hasta llegar al restaurante. Durante el trayecto, mi padre fue haciéndonos una serie de recomendaciones: que debiamos portarnos bien, que tendriamos que hacer caso, comer con bue- nos modales, no gritar, tener cuidado y un sinfin de cosas més que ya ni recuerdo. Llegamos al restaurante y una chica nos saludé con una sonrisa cordial. Mi pap pronuncié el nombre de Rolando, y ella enseguida nos invit6 a pasar. Al ingre- sar al salén, quedamos pasmados de ver tantas mesas colmadas de brillantes cubiertos, platos, copas, vasos... Rolando nos esperaba, al vernos, se par6 para recibir- nos y Nos invitd a sentarnos. Una moza se acercé a Rolando, y este le ordené una potella de champén, bebidas cola y, recién ahi, nos pre- gunt6 si deseabamos pedir algo mas. En el restaurante estuvimos un largo rato. Los que més hablaron fueron mi padre y Rolando. Mi madre le daba de comer a Rocio, y mis hermanos y yo aprovechdbamos para deleitarnos como nunca an- tes lo habiamos hecho. Recuerdo que cuando la moza Ilegé a la mesa con los platos con milanesas y papas fritas, con mis her- manos nos miramos con complicidad, como si se tra- tara de un maravilloso tesoro. Yo ni siquiera pestatieé, por miedo a que la milanesa con papas fritas se convir- tiera en un guiso frfo e insulso. Después llegaron los postres con chocolate, exquisitos. Rolando, por primera vez en la noche, me prest6 atencion. —Fer —me llamé—. {Sos hincha de Pefiarol? Yo miré a mi padre con duda, No queria estropear todo con una respuesta incorrecta. Mi padre le rest6 importancia con un leve encogimiento de hombros, lo que significé un alivio para mi. —No —contesté, con sinceridad. Rolando largé una carcajada. WY de qué cuadro sos? —De ninguno —respondi—. Soy hincha del fitbol 61 y de la pelota —aclaré, un poco més animado. Rolando asintié con efusividad. Parecia festejar cada palabra que yo decia. —Eso es lo mas grande que escuché en mi vida —ma- nifestd y, mirando a mi padre, agrego—. Esta es la clase de jugadores que necesitamos, Ruben. Con una timida sonrisa como respuesta, mi padre siguid con su postre, La cena continué, hasta que, finalmente, los dos hombres se pararon y estrecharon sus manos, dando por terminada la velada. Unos tras otros nos fuimos parando, y comenza- mos a despedimnos de Rolando, Cuando llegé mi turno, sacé de su bolsillo un celular. —Quedatelo —me dijo. Yo busqué desesperadamente los ojos de mi padre. —Maiiana en el partido te doy el cargador —agregé. Mi padre nos mir6, con el cetio fruncido, y luego dijo: —No hay nece... —pero Rolando lo atajé con un gesto. —En serio —insisti6, elevando el tono de voz—, si no se lo quedan, lo tiro ala basura. De nuevo papa me miré a los ojos y, al final, resig- nado, terminé aceptandolo. Una vez en la calle, mis hermanos se pasaban el celu- lar unos a otros, encantados con aquel aparaTito, A mf, en cambio, el celular y todo lo que no estuviera relacionado con el fitbol no me interesaba. Con mi pelota Penalty es- taba mas que satisfecho, y si hubiera tenido la oportuni- dad de pedirle un deseo al genio de la lampara, le hubiera pedido més pelotas Penalty, cientos de ellas. En un momento dado, el Rulo tocé algo y el celu- Jar comenzé a emitir canciones, que nos acompafaron durante el trayecto de regreso a casa. Mi madre rebosaba de alegria. Yo no sabia muy bien qué hacer. El celular, por lo visto, merecia ser de Marcela o del Rulo, quienes se entendian con ese mi- ndsculo artefacto, como si ya hubieran tenido uno al- guna vez. Supongo que mi padre iba analizando la propuesta de Rolando sobre que yo me fuera a jugar a Montevi- deo, porque no hablé una palabra hasta que llegamos a casa. El domingo, en la cancha, volvi a jugar un partidazo, Aunque me dolia un poco la panza por todas las pa- pas fritas que me habia comido la noche anterior, igual hice dos goles y ganamos 2a 1. De nuevo Rolando se presenté cuando terminé el partido y me entregg el cargador del celular. Cuando se reuni6 conmigo a un costado de la cancha, me saludé con un beso en la mejilla y se despidi6 hasta el fin de semana siguiente. Luego de su breve charla, se despidié de mi madre y cometié el descaro de alzar a mi hermanita Rocio, cosa que me puso los pelos de punta. Acto seguido, abando- né la cancha y regres6 a su auto. Al quedar a solas con mi madre, le pregunté: —Qué quiere este tipo de mi? Ella puso su mano sobre mi hombro, y confes6: —Quiere representarte y Ilevarte a jugar a Monte- video. Se me puso la piel de gallina. Sinceramente, no queria abandonar mi barrio ni mi familia ni ninguna de las cosas que constituian mi vida diaria. — {le gustaria? —me pregunt6, sin darme respiro. —No —contesté—. A ustedes no los dejaria por nada del mundo. Marné sonrié. —Es que no nos tendrias que abandonar, porque jriamos contigo —aclaré enseguida. Me senti contra las cuerdas y obligado a pensar en tan jugada propuesta, asi que segui caminando sin agregar una sola palabra. 65 Cuando mi papé Ileg6 a casa esa noche, yo lo estaba esperando para contarle como me habia ido en el par- tido. El me felicité y me pidié que me fuera a dormir, Por Jo visto, le urgia conversar a solas con mi madre, Luego de ese dia, las cosas empezaron a cambiar. Al mes de la Ilegada de Rolando, este me llevé por prime- ra vez a Montevideo. Al subir a su auto, senti que el co- raz6n se me paralizaba, y cuando el vehiculo comenz6 aalejarse de mi barrio, casi me desmayo. Mi padre me acompatiaba en el asiento de adelante. Habia pedido permiso para faltar en los dos trabajos, El viaje seria por el dia, para que el técnico de la sépti- ma de Pefiarol me conociera y pudiera evaluarme, lue- go de una practica de futbol. En el trayecto, Rolando nos conté que habia habla- do con el técnico, que era un hombre de pocas pala- bras, y este habia terminado aceptando la oferta, pero poco animado. La semana previa al viaje me habia reunido todos Jos dias con Flor en el baldio. Mi amiga parecia tenerlo todo mucho més claro que yo y me hacia sentir seguro. Me tranquilizaba con palabras de aliento, me repetia que nada malo podfa sucederme. Esta era la primera vez que salia de Colonia, por lo que temfa que los nervios me jugaran una mala pasada. —Confid en tus habilidades —me repetia Floren- cia una y otra vez, mientras yo asentfa y trataba de acostumbrarme a la idea. E] auto de Rolando nos introdujo en Montevideo una hora y media més tarde de la salida de Colonia, y estuvimos media hora mas para llegar al lugar de en- trenamiento. Cuando pisamos las instalaciones del club, Rolan- do me explicé que esas canchas no eran de Pefiarol, sino que se las alquilaban al Carrasco Polo. Yo quedé boquiabierto. Nunca antes habia jugado en una cancha de once jugadores, y los nifios de la séptima resultaban todos mayores que yo, tanto en edad como en tamaiio. “Confid en tus habilidades”. Me repetia el consejo de Flor, porque era tranquilizador. Al entrar en el vestuario, casi salgo de inmediato en sentido inverso, Todos los jugadores se voltearon a mirarme, pero ninguno tuvo la delicadeza de saludar- me u ofrecerme un espacio donde cambiarme. Sin saber para dénde agarrar, terminé sentandome sobre el piso, a un costado de la puerta. Una vez que me puse la ropa de Pefiarol, sali hacia la cancha, en el 68 momento que Rolando comenzaba a llamarme, con la intencién de presentarme al técnico. —Fernando —se adelanté no bien llegué—, te pre sento a Raul. —Bienvenido —dijo el técnico, y me dio un fuerte apreton de manos. —Gracias —contesté, y esperé al lado de ellos a que terminaran de salir los demds jugadores. Cuando todos estuvieron en la cancha, comprobé que el mAs chico era del doble de mi tamaiio. Miré a mi padre en la tribuna, y supliqué que nada malo fuera a pasarme. El técnico pité su silbato y todos nos reunimos a su alrededor. El sujetaba una pianilla en una mano. Ley los nombres de aquellos jugadores que debian ponerse chaleco rojo. A mi no me nombré en ese equipo, pero si lo hizo en el otro. Con las dos escuadras formadas, iniciamos el calen- tamiento a cargo del profesor de educacién fisica. Me di cuenta de que todos los que tenfan chaleco rojo se co- nocfan entre siy deseaban aniquilarnos sin compasi6n. En mi equipo todos éramos aspirantes, por lo que no nos conociamos entre nosotros. Al principio yo corria de lado a lado de la cancha sin conseguir la pelota. Los de la séptima, ordenados, con rostros concentrados, tocaban la pelota, corrian, trancaban y se hablaban entre si con voces que tro- naban. A los dos minutos de juego nos convirtieron el primer gol, obra de su moreno ntimero 9, quien posefa un fisico de adulto. Cuando el partido se reanuds, los defensores de mi equipo estaban tan nerviosos que no llegaban a tran- car una pelota ni a dar dos pases seguidos, mientras Jos contrarios parecian decididos a ir por més. Poco demoraron en hacernos el segundo gol. Yo seguia sin tocarla, me limitaba a ir, como un pe- ro, detras de la pelota. El paseo que nos estaban dando era tan grande que, cansado de ver a mis compafieros sin respuesta, decidi bajar hasta mi area para alcanzar el balén. ‘Antes de que nos hicieran el tercer gol, pedi la pe- ota al borde de mi area. No bien la tuve a mis pies, dos gigantes salieron a atacarme con la intencién de tirarme al piso. Si yo hubiera perdido la pelota en ese momento, nos habrian hecho el tercer gol y yo habria resultado el principal responsable del desastre, pero una vez que tuve el esférico en mi poder, me senti se- guro. “Confid en tus habilidades”, me repetia. EI 9 vino hacia mi bramando como un toro y yo, con un toque sutil, le pasé el baldn entre las piernas. El siguiente jugador se apronté para hacerme volar por los aires, pero con un quiebre de cintura logré escapar- me de él sin que llegara a derribarme. Con viento en la camiseta, comencé a transitar por el campo de juego y logré mantener la pelota siempre atada al pie. La cancha grande me daba més espacio yo para mis gambetas. Cuando el tercer jugador vino marcarme, esta vez ensayé un doble quiebre de cintura y pude esquivarlo sin problemas. Llegué al medio de la cancha, se la toqué aun com. pafiero y le pedi que me la devolviera. De nuevo con la pelota, eludi al cuarto oponente con un simple toque de borde externo, y arranqué hacia el arco a toda veloz cidad, Al llegar al area rival comencé a contonearme de un lado a otro, hasta que tuve el arco a mi disposicién, Le pegué fuerte y alto e hice viajar la pelota al interior de la red. Mis compafieros de equipo vinieron a saludarme, mientras los titulares se miraban entre si, preguntan- dose cémo habia ocurrido. {El mas chiquiTito los habia burlado a todos! Cuando el partido volvié a ponerse en marcha, el 9 titular, tan furioso conmigo como con la vida, cuando paré la siguiente pelota, me derribs de un puiietazo en la mandibula y, aturdido por el impacto del golpe, cai de bruces. Esto llevé a que el técnico parara el entre namiento y mandara al violento jugador a las duchas, Como recompensa, me dio el chaleco rojo del equipo titular. Lo que pasé a continuacion, debo admitir, me caus6 lastima por mis compaiieros del primer equipo. Eviden- temente todos estaban a prueba y yo les hice pasar un papelén inolvidable. Cada vez que me daban la pelota, Ios eludia y les hacia goles, llevando a que el resultado ‘final del encuentro fuera un contundente 7 a 1, a favor del equipo titular, con 4 goles de mi cosecha. Senti vergiienza y miedo al mismo tiempo, asi que en cuanto entré al vestuario, tomé mi bolso y sali co- yriendo. Temi que el ntimero 9 quisiera cobrarse ven- nza Cuando llegué a los brazos salvadores de mi padre, 4lestaba junto a Rolando y el técnico. Al parecer, el técnico le estaba hablando a mi pa- dre, mientras Rolando los seguia con una sonrisa de payaso. En el momento que llegué, dejaron de hablar y el técnico se dirigié a mi. —Fernando, te necesito. Sos el jugador que le hace falta a este club, por no decir al ftitbol uruguayo. Sus palabras me tomaron por sorpresa. —Yo soy asi —continué—. No me gusta mentir. Sos la clase de jugador que necesito. Te quiero ya —sentencid. ‘A continuacién, le extendié la mano a mi padre y le dijo que habia sido un placer conocerlo. A mi me dio un beso y saludé a Rolando, que parecia un mutieco con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando se marché, Rolando me miré y comenzé a aplaudir. Le pregunté a mi padre si queria volver para Colonia. £1 asintid, y los tres emprendimos el viaje de regreso. 71 72 La prdctica que tuve en Montevideo Ievé a que Rolan- do se pegara a mi familia como un chicle y que los Ila- mados a casa, de parte del técnico de la séptima, del propio Rolando y de integrantes de la directiva de Pe- fiarol, se sucedieran reiteradamente. Era evidente que me querian con ellos lo antes po- sible. Al poco tiempo y sin que todavia nos hubiéramos decidido por una respuesta, lleg6 una oferta econémi- ca a Pefiarol de Colonia. Mientras tanto, a mis padres no paraban de llenarles las cabezas con enormes cifras de dinero. Todo eso lo habia gestado yo por lo que hacia con la pelota e, incretblemente, a mi todavia nadie me habia llamado para hacerme ninguna oferta. Por lo visto, a principios del afio entrante estaria viajando a Montevideo, junto con toda mi familia. Si bien no estaba confirmado atin, se vefa venir, lo que Iev6 a que me aislara todavia mas de casa, en busca de las palabras y el apoyo de mi amiga. Yo siempre habia sido un nifio introvertido, inca- paz de contarle nada a nadie, ni siquiera a mis herma- nos, pero ese fin de ajio, a raiz de todo lo que estaba generandose a mi alrededor, terminé abriéndome a Florencia como nunca antes lo habia hecho con nadie. Recuerdo que cuando le comenté que en vez de po- nerme contento con todo lo que estaba viviendo, sen- tfa que me estaba haciendo mal, ella parecié entender- Jo como si fuera algo comin. —Creo que todo esto es porque sos muy bueno —me comenté, pensativa—, y seria una lastima que no lo apro- vecharas. ‘Traté de concentrarme en sus palabras. —A mi no me pasa lo mismo que al resto —conti- nué—, porque yo te quiero por lo que sos y no por lo que hacés. Sus ojos se entrecerraron, mientras yo la seguia con atencién, —Pero bue... —continué—, para mi, vos tenés que ser el beneficiado, y no ellos. —Pero... gcomo? —Muy facil —exclamé—. Tenés que ser mas inte- ligente que el resto. La miré desilusionado. Nunca me habia sentido més inteligente que nadie, de modo que lo que ella me pedia me parecia algo imposible de cumplir. —No creo que pueda —manifesté—. No sé como hacerlo. 73 —Tito! —estall6, haciéndome pegar un salto—, tenés que aprovechar el genio que sos con la pelota para que te den todo lo que vos quieras. Mis pulsaciones se aceleraban con cada palabra y a medida que entend{a lo que ella me queria decir. —Tenés que aprovechar cada momento en la can- cha como si fuera el tiltimo, para después, afuera, cuando te vengan a palmear la espalda, pedirles que te den todo lo que vos necesits. Vas a ver como logras sacarles cosas que ni te imaginds. Cre{ que habia terminado de aconsejarme, pero me mantuve expectante, Tenia la sensacién de que aquel habia sido el mejor consejo que habia recibido en mi vida, y al parecer la pausa habia sido tan solo para re- cuperar el aliento. —Es por esto —prosiguié, levantando el rostro ha- cia mi— que insisto en que leas. La lectura te va a ha- cer una mejor persona, va a pulir tu manera de hablar y te va hacer sentir mas seguro a la hora de enfrentar- te con gente poderosa. ‘Agaché la cabeza, En ese momento comprendi que mis temores y mi vergitenza se debian ala inseguridad que experimentaba conmigo mismo. Desde que tenia uso de raz6n, me habia dicho todo el mundo que yo era jugador de futbol y nunca llegarfa a ser otra cosa, pero ahora, esta argentina venfa a mi barrio y cambia- ba el discurso de todos, para decirme que fuera de la cancha también podia sacar ventaja. —Flor —susurré. —¢Que? Reuni el coraje suficiente, levanté el rostro en su direccién y, sin decirle nada, avancé un paso hasta unirme a ella en un abrazo. Al soltarnos, ninguno de Jos dos quiso hablar mas, y ast nos volvimos a nuestras casas, abrazados y en silencio. vey 76 Gracias a las palabras de Florencia, me fui quitando los temores de encima. Sofiaba con estar en un mun- dial, alzando la copa del mundo ante las camaras de television luego de ganarle la final a Brasil. Me imagi- naba vistiendo la camiseta 10 de Uruguay, eludiendo rivales, concretando goles, saliendo en las portadas de todos los diarios y revistas del mundo, y regaléndole momentos de alegria a mi familia. Porque todo lo que yo hacia era para ellos, para la felicidad de mis padres y de mis hermanos. De haber sido por mf, nunca me hubiera ido a vivir a Montevi- deo, dejando atras mi barrio y a mi querida amiga, de- jando atrés todo lo que me hacia feliz, Asi fue cémo ese verano, a fines de enero, nos con- centramos en armar los bolsos para mudarnos. Para que esto Ilegara a concretarse, Rolando nos habia ofrecido un apartamento de tres dormitorios que él tenia en Montevideo, en un barrio llamado Po- citos; un lugar muy distinto a Colonia. El apartamento estaba en bulevar Espatia, a dos cuadras de la rambla. El traslado a la capital significé que mi padre tu- vyiera que abandonar sus dos trabajos. Luego de sacar cuentas de la plata que perderia por dejarlos, mas una recompensa por la dificil decision, le pidié a Rolando treinta mil pesos por mes, los que le fueron concedidos sin chistar. Cada integrante dela familia recibié alguna prome- sa acambio. A mi madre, Rolando le dijo que el aparta- mento tenfa un lavarropas y un secarropas, por lo que no la verfa nunca mas fregando ni colgando, y también que tendria una mucama tres veces ala semana. ‘A Marcela le dijo que el barrio estaba Ileno de li- brerias y él tenia cuenta abierta en una muy grande, ubicada cerca del apartamento, por lo que cada vez que quisiera un libro, tan solo tendria que ir y llevarselo Mi hermana qued6 encantada. A Victoria le dijo que alli veria las mejores peluque- rias del Uruguay, donde podria hacerse cortes exéticos y ala moda, aparte de las casas de ropa, que estaban a la vanguardia mundial. Victoria casi se muere de la emocién. Mi hermano fue el que se la hizo mas dificil. El Rulo era muy sociable, con una infinidad de amigos a Jos que no queria abandonar por nada en el mundo. En este caso, Rolando tuvo que dejar de lado lo material y pasar a ser su consejero espiritual. Le dijo que no ha- bfa nada mejor que los amigos, por lo que les pagaria 7 los pasajes a quienes quisieran venir a visitarlo los fi nes de semana, o si él queria ir para Coloni Yo segui todo el proceso, pero con ciertas dudas, Increfblemente, nadie se me acercé para preguntarme si necesitaba algo. De haber sido asi, hubiera contesta- do: “Quiero ver a Florencia todos los dias”. Con eso ya me hubiera bastado. El dia anterior a la partida me encontré con Florencia para entregarle el libro, sin haber leido ni una pagina, y ella me mostré que habia logrado mantener la pelo- ta en el aire hasta llegar a siete golpes consecutivos. Al terminar, los dos reimos y nos prometimos seguirla cuando nos volviéramos a ver. De noche, Flor le pidié permiso a su madre para ir amicasa. Para eso, le conté la historia de nuestra rela- cién; no tuvo necesidad de mentir. Llegé y nos quedamos del lado de afuera de la puer- ta de calle, Ninguno queria despedirse, hasta que, la- mentablemente, Ileg6 el momento. Me acerqué a ella y me puse a llorar en su hombro, sin consuelo. No podia parar. Mientras lo hacia, ella me abraz6, y me di cuenta de que también Iloraba. Al soltarnos, nos miramos. —Vas a estar bien —me aseguré.—. Majiana pro- meto ir a verte a la terminal —y volvimos a despedir- nos hasta el dia siguiente. 79 De matiana temprano, los siete esperébamos en el jardin delantero de casa con las valijas prontas. Dos taxis llegaron para llevarnos a la terminal de 6mnibus, Dejar atrés mi barrio fue como abandonar mi ni- fiez, Si bien es cierto que los afios que habia vivido alli no habian sido del todo felices, alejarme me provocé una profunda tristeza. Bajé del taxi en la terminal y la busqué con la mirada. Como lo habia prometido, ella estaba alli, mas her- mosa que nunca. Me regalé una sonrisa, al mismo tiempo que se ru- borizaba. —Debia ponerme linda para la ocasién —se excus6, Mis padres y mis hermanos fueron en direccién a los 6mnibus, mientras yo me quedaba con ella. —Te traje una pavada —me dijo, y me entregé un paquete envuelto en papel de regalo. Extrafiado, dejé mi bolso y lo fui desenvolviendo. Cuando consegui deshacer el papel, descubri que me habia comprado Pateando lunas. —Le dije a mi madre que necesitaba plata para un libro de estudio —me explicé, y se encogié de hombros. Sinceramente, no sabia cémo agradecérselo, hasta que se me ocurrié una idea. Abri el cierre del bolso y saqué mi pelota Penalty. —Si bien la amo y vos no te Ilevas del todo bien con ella, creo que prefiero que se quede contigo y te ayude allegara diez. Ella la tomé entre sus manos, y se quedé mirando- me alos ojos. —No quiero Ilorar como ayer —dijo, pero las lé- grimas ya recorrian sus mejillas—. Sabé que todos los dias voy a estar en el baldio junto a ella —miré ala pelota—, y ambas te vamos a estar deseando lo mejor. Intenté responder algo, pero no pude mas que abra- zarla, Asi nos quedamos, hasta que el Rulo se asomé por la puerta de la terminal y me grité que el 6mnibus se iba. —Chau —le die, y sali corriendo. —jSuerte! —me grito desde lejos. Luego de correr unos pasos, frené y volvi a saludarla. En el mnibus, Marcela se dio cuenta de que yo es- taba Ilorando. —Tito —me llamé, preocupada—. {Te pasa algo? Negué con la cabeza, y tomé asiento contra la ven- tanilla, para despedir a mi amiga. Cuando el 6mni- bus arrancé, la via través del vidrio y la saludé con la mano. Ella me respondié y le dio un beso a la pelota. Al perderla de vista, abri el libro y encontré que en la primera hoja me habia escrito una dedicatoria: “A veces, la vida nos separa de los seres queridos, pero sabé que ellos, cerca o lejos, siempre estarén desean- dote lo mejor. Acordate de que no solo sos Fernando Tito Torres, el genio del futbol, sino que también sos una persona especial, que vale muchisimo. Te quiero 81 mucho. Suerte. Flor”. Volvi a levantar el rostro para no perderme de ver el puente de La Caballada. Cuando esto ocurrié, le de- diqué un largo suspiro. A partir de ese momento, dejaba atrés una etapa imborrable de mi vida. Me desperté cuando llegébamos a Montevideo. En los accesos a la ciudad nos pusimos a mirar por la venta- nilla y comprobamos lo distinto que era el paisaje, silo compardbamos con el de Colonia. No estabamos acos- tumbrados a ver calles tan amplias y tantos autos por todos lados. Todo parecia gigante. Al bajarnos en Tres Cruces, esperamos al costa- do del omnibus para que nos entregaran el equipaje. Cuando tuvimos los bolsos con nosotros, iniciamos la caminata hacia el interior del edificio. Quedé sorprendido con las puertas automaticas, que se abrieron a nuestro paso sin que las tocaramos. Nunca antes habja visto algo asi. Por eso, decidi cru- zarlas rapidamente, no fuera a ser cosa que se les die- ra por cerrarse justo en el momento en que yo estaba atravesando. Entramos a la terminal y anduvimos a los tro- piezos entre los bolsos y la gente, hasta que encon- tramos a Rolando que, como habia prometido, nos estaba esperando. Caminamos con él hasta el esta- cionamiento. No paraba de hablar por su celular. Tan solo se habia detenido para saludarnos y luego reto- mé la charla. Se movia ansiosamente y nos indicaba con la mano por dénde debiamos ir. Cuando Ilegamos al estacionamiento, nos acerca- mos a una camioneta, pusimos los bolsos adentro y Rolando nos dijo: —Vayan con Javier, que él los ayudara a instalarse. Yo voy mas tarde —agrego, y sin esperar una respues- ta, saludé con la mano, se dio media vuelta y se fue velozmente. El viaje desde Tres Cruces hasta el apartamento re- sult6 ser corto y entretenido. Otra vez el paisaje que podia ver desde la ventanilla de la camioneta me pa- recié increible: altos edificios, monumentos, una cruz gigante y gente que iba y venia con prisa, jAl fin Hegamos al edificio! El portero, Victor, se acercé a nosotros para ayudarnos a bajar los bolsos y nos acompaiié hasta el ascensor. Yo conocia los edifi- cios en los que trabajaba mi padre, pero este era real- mente lujoso y amplio. Dentro del ascensor, nos mira- mos muy ansiosos. Cuando Iegamos al quinto piso y mamé abrié la puerta del apartamento, casi nos caemos desmayados ahi mismo. Soltamos los bolsos y comenzamos a cami- nar por el piso de parqué del vestibulo, sin poder creer Jo que veiamos. Una mesa de vidrio en el centro de la sala descan- saba sobre una mullida alfombra roja. Las paredes es~ taban pintadas de blanco y lucian hermosos cuadros. Contra una de las paredes habia una pequeiia biblio- teca repleta de libros, al lado de una mesa de madera, que tenfa encima un televisor de plasma y un dvd ro- deado de parlantes. Mamé, que habia legado a la cocina, nos llamé para que fuéramos a verla. Tenfa un gran ventanal, Bs- taba rodeada de placares y equipada con un sinfin de electrodomésticos. Yo le di un vistazo a la cocina, pero queria conocer mi cuarto, as{ que corri hacia un pasillo que tenfa cer- ca, donde supuse que encontraria los dormitorios. jAs{ fue! Me meti en la habitacién que compartiria con el Rulo, Tenia una alfombra blanca, que hacia juego con las dos camas, el placar y las mesas de luz. También alli habfa una tele con un dvd. Al lado, estaba el dormi- torio de Marcela y Victoria, que era idéntico al nuestro. El bafio, muy grande, jtenfa una bafiera! Luego es- taba el cuarto que seria de mis padres, que contaba con otro baiio provisto de un yacusi. Mi padre, quien también habia recorrido el aparta- mento, no parecia tan contento como los demas. Con la voz entrecortada, nos ordené que fuéramos a des- armar los bolsos y pusiéramos la ropa en los placares. Con mi hermano, abrimos el placar de nuestro cuarto y encontramos muchos cajones y perchas. Yo 85 | | 1 86 saqué un vaquero, cuatro remeras, dos equipos depor. tivos, una campera, ropa interior, medias, un par de championes nuevos y otro usado, el par de zapatos d futbol, y finalicéla tarea. j Luego mi madre nos llamo para dar un paseo por el barrio, y todos nos reunimos en el living, Bse primer dia pasé muy répido. Todo resultaba una no- vedad, Cuando volvimos del paseo, mi mamé nos pre- par6 jugo de naranja y tostadas, solo para utilizar los electrodomésticos que nunca antes habfamos tenido. Mi papd nos permitié Ilenar el yacusi. Salpicamos demasiada agua, raz6n por la cual —nos aclaré— esa seria la tiltima vez que nos permitiria prenderlo, Mas tarde Ileg6 Rolando, quien nos fue a hacer una corta visita para explicarnos algunos detalles. Comenz6 a enumerar lo que le faltaba al apartamen- to: persianas en los cuartos, centros de mesa y ese tipo de cosas que para nosotros no eran ningtin pro- blema. Luego nos dijo que pondria dos computado- ras, una en el dormitorio de mis hermanas y la otra en el mio. También le informé a mi madre que los lu- nes, los miércoles y los viernes vendria una mucama Hamada Teresa, Mi madre sonrié, pero con algo de vergitenza, pues no estaba acostumbrada a disponer de una empleada que hiciera las tareas. Ella, con sus propias manos, siempre se hab{a encargado de todo, Rolando se despidié, y antes de irse me dijo que al otro dia me pasarfa a buscar para ir al entrenamiento, Recién ahi nos cayé la ficha de que el nico ser de la familia que tenia alguna obligacién que cumplir era yo. Mi padre agaché la cabeza y se fue a su cuarto, Cerca de la medianoche me fui a acostar. Por prime- ra vez en mi vida me sentia nervioso a raiz del futbol. Bl motivo no era que al dia siguiente seria mi primera practica en Montevideo, sino la presion dela responsa- pilidad que tenia sobre mis hombros: tomé conciencia de que el bienestar de mi familia dependia solo de mi. Al pensar en esto, un escalofrio corrié por mi es- palda y me corté la respiracién. Me hice un bollito y abracé mis rodillas, mientras las preguntas se suce- dian en mi cabeza: ,qué pasa si comienzo a jugar mal?, gsime lesiono?, gsi mis compafieros no me quieren?, gsi me quiero volver a mi ciudad? Bra inevitable no pensar en que si llegaba a pasar~ me algo mi familia quedaria en la calle. Comencé a sentir que una presién me oprimia el pecho y me fal- taba el aire. Angustiado, sali corriendo hacia el batio. Abri la canilla de la pileta y me mojé el pelo y la cara. Un poco més aliviado, pensé en la falta que me hacia Florencia. ;Cémo la extrafiaba! Hubiera dado 89 cualquier cosa con tal de tenerla conmigo en aque| preciso momento. Sin nada de suefio, fui a la cocina a servirme un vaso de agua. Mientras lo bebia, me puse a mirar por Ja ventana y via un borracho que caminaba en zigzag y cantaba alegremente. Por mi parte, estaba calibrando hasta dénde habia llegado con mis gambetas y mis co- rridas, y no me resultaba facil procesar tanta presién, Decidi volver a mi cama, aunque no tenfa suetio y 90 sabia que me seria imposible dormir. ‘Al otro dia nos levantamos casi todos juntos, menos mi hermano, que prefirié remolonear en la cama un rato mas. Mientras me ponia la ropa, el Rulo entreabrié un ojo y me pregunté la hora. —Las ocho —le dije. —Malditos todos los que madrugan —murmuré, y se tapé la cabeza con la almohada. Enseguida de desayunar, acompafiamos a mama a hacer las primeras compras al supermercado. Como si fuéramos marcianos, salimos a la calle con descon- fianza, temiéndole a todo lo que sucedfa a nuestro al- rededor. Luego de comprar carne, frutas y verduras, en un lugar muy diferente al almacén del barrio en Colonia, pap quiso caminar algunas cuadras en direccién a la rambla. Pasamos por la librerfa que Rolando le habia mencionado a Marcela, y ella enseguida pregunté si po- dia entrar a comprar un libro, pero mi padre le contesté ot con un “no” rotundo. Después del breve paseo, regresamos a casa y ale morzamos en familia. La tarde Hegé y, tal cual habia prometido, Rolando me paso a buscar. Cuando tocé el portero, yo ya lo es- taba esperando con el bolso en la mano. —jSuerte! —me desearon todos. Al llegar al recibidor, saludé a Victor, que era hin- cha fanatico de Pefiarol. —jVamos con todo, campeén! —me grité cuando me vio—. Este afio hay que darles su merecido a los bolsos. Yo sonret y segui caminando con Rolando. Nos su- bimos a su auto, tomamos por la rambla y él accioné un botén en su tablero para que el techo del vehiculo desapareciera. —Bs0 es lo bueno que tiene el verano —alarde uno puede ir sin techo —agregé, subiendo el volumen de la misica. Llegamos al Carrasco Polo y el técnico, en cuanto me vio, me llamé. —Fernando —me dijo con tono efusivo—, venti conmigo, que te voy a presentar al resto del plantel. Entramos al vestuario y vi algunos rostros que me resultaron conocidos. El técnico se paré en el medio y, en voz alta, ordené que le prestaran atencién. —Buen dia, muchachos. Desde hoy Fernando se integrara a los entrenamientos, asi que démosle la pienvenida —y, para mi desgracia, agregé—. Ya lo geben conocer. Fue el que hace un tiempo les pinto lacara. ‘Tras decir esto, el técnico abandons el vestuario y me dejé a solas con el resto de los jugadores. Qué ne- cesidad tenfa de hacer ese comentario? Bl arquero, un chico de aspecto bonachén, me in- dicé el lugar que se habia destinado para mi, y yo me dispuse a dejar mi bolso y prepararme para salir a la cancha. Saludé a los compatieros que tenia al lado con un Jeve movimiento dela cabeza, y uno de ellos me dijo: —Bienvenido —y me extendié la mano—. Mi nombre es Martin. Cambiate tranquilo y cualquier cosa que necesites estamos a las érdenes. Le sonrei agradecido, y en ese momento veo que se acerca a mi el numero 9, aquel que me habia golpeado en el partido de prueba. —Te entré fuerte el dia que te viniste a probar, geh? —bromeé, y me extendié una mano. Asenti, con desconfianza. —Quedate tranquilo —prosiguié, con una sonri- sa—, que parezco malo pero solo lo soy con los rivales. Me llamo Alberto Sanchez, pero decime Terminator. Mucho gusto. —Fernando Torres —me presenté, y estrechamos nuestras manos. Un poco ms aliviado, terminé de cambiarme y sali 93 94 del vestuario, donde me encontré a todos mis comp fieros que, al son de las palmas, estaban reunidos para darme la bienvenida, No era mas que la famosa pasarela, La pasarela es el bautismo simbdlico de cada juga. dor nuevo. Los integrantes del equipo se paran en dog filas y dejan un espacio de separacion entre ambas, a modo de pasillo, por donde debe caminar quien acaba de ingresar al grupo, al tiempo que un montén de gol- pes Ilueve sobre él. Me habia Ilegado el turno de cruzarla, asi que ins- piré hondo y, decidido, me introduje por aquel corre- dor. Fui recibiendo golpes fuertes en la cabeza y en la espalda, Como dentro de la pasarela todo es valido, llegué al final sin quejarme, pero terminé tumbado en el piso, retorciéndome de dolor, aunque, en el fondo, contento por sentir que ya pertenecia al equipo. Minutos después, el técnico pité para que fuéramos al centro de la cancha. De camino, varios compafieros se acercaron a m{ para preguntarme cémo me sentta. El clima parecia haber cambiado, asi que comencé a estar mas comodo, Pronto Ilegé el comienzo del liceo. Mis padres me ano- taron en uno que quedaba a un par de cuadras del apartamento, Recuerdo que cuando fueron a inscribir- me, rogué que no pudieran hacerlo; pero a su regreso, tan solo con verlos, supe que lo habian logrado. Lo tinico que yo querfa era dedicarme al fiitbol y pensar en el dificil compromiso que se avecinaba: la primera fecha contra Cerro. El liceo no me importaba en absoluto. A mis compaiieros de equipo les ocurria lo mismo. ‘Ademas, esta idea era incentivada por técnicos, diri- gentes y representantes. Ellos nos pedian que estuvié- ramos la mayor parte del dia metidos en el ftitbol, pero nunca hablaban de estudios ni nos motivaban a conti- nuarlos, por el contrario, pensaban que debiamos ser futbolistas profesionales. Aunque los padres no lo en- tendieran, estudiar era un estorbo en nuestras vidas. Pese al desgano, el afio liceal lo comenzamos casi todos, algunos en primer afio, pero la mayoria en 95 segundo, y solo tres compasieros lograron finalizar, En aquel momento, yo me preguntaba continua- mente: jpara qué voy a estudiar, si soy futbolista Tiempo después me llegaria la respuesta. La semana previa al primer partido del campeonato, contra Cerro, la pasamos organizando la tactica para ganar. La principal virtud del equipo contrario era la marca, por lo que tendriamos que estar bien atentos a Jos contragolpes que pudieran efectuar. El partido se jugaria un domingo de mariana en Las Acacias, la cancha de Pefiarol. Ese dia Ilegué al lugar en el auto con Rolando. Cuando comencé a caminar hacia el vestuario, ya noté as miradas de algunos dirigentes e hinchas sobre mi. Se habia corrido la voz de que un jugador que prome- tia, con edad de baby, jugaria en la séptima. Me di cuenta de que estaba nervioso. Era mi pri- mer partido en un club grande de Uruguay, por lo que lo unico que deseaba era estar a la altura de las circunstancias. Mientras me ponia la camiseta, observé las acti- tudes de mis compafieros. Ellos tenfan un afio mas de experiencia y, quiz por eso, sus rostros se veian serios y concentrados. Cuando terminamos de vestirnos, Terminator se acercé a miy me dijo: —Tito, estate tranquilo y jugé como sabés. Salimos a hacer el calentamiento y seguimos las in- dicaciones del profe. Luego del recibimiento de la gente cuando ingresa- mos al campo de juego, entré el arbitro y todo qued6 listo para el comienzo del partido. En la tribuna estaban mis padres y mis hermanos, tan nerviosos como yo. Cuando elevé la mirada hacia ellos, me saludaron con las manos en alto. Volvi la atencién a la cancha. Agaché la cabeza, entrecerré los ojos y pensé fugazmente en Florencia, “Confia en tus habilidades”, me dije, antes que el arbi- tro diera el pitazo inicial. La pelota comenzé a rodar, y perdi los dos prime- ros pases que me dieron, arrebatados por el nfimero cinco de Cerro, Esto no fue por los nervios sino que, al verme tan pequefio, los jugadores de Cerro iban con- fiados a quitarme la pelota. Me llevo algunos minutos entender cémo debia jugar, mientras de la tribuna co- menzaban a sentirse los primeros reclamos al técnico por haber mandado a la cancha a un jugador tan chico, Reuniendo coraje me decidi a pedir la pelota. Debia tocarla, debia mejorar la imagen, debia hacer que toda esa gente cambiara de opinién, De nuevo me la pasaron y cuando el recio nimero 5 vino confiado a quitarmela, gela tiré larga por un costado y sali corriendo, dejando- Jo clavado como si fuera una estaca y emprendi el reco- rido hacia el arco contrario. No demoré en salirme a marcar el siguiente defen- sor, cuando me puse a hamacarme de un lado a otro en Ja carrera, hasta confundirlo de tal manera que cuan- do me alcanzé, solo tuve que tocar la pelota por un costado y yo pasar por el otro. Al llegar al area, se la entregué a Terminator, quien me la devolvié con un toque sutil, dejandome de cara al arco, El arquero sali desesperado para taparme el tiro, pero logré quitarmelo de encima con un dribling largo y acariciar la pelota hacia la red. ‘Al ver que el bal6n pasaba la linea, alcé los brazos en Vy salf corriendo a gritar el gol frente a mi familia, mientras mis compafieros corrian a tirarse sobre mi. El encuentro continué y, con la confianza que me aporté el hecho de haber marcado el primer gol, co- mencé a hacer piruetas y a moverme con mayor liber- tad, hasta que, a dos minutos para el final del primer tiempo, y al haberme quitado de encima a dos enfure- cidos rivales, miré para mi perfil izquierdo, haciendo que dos defensores se comieran el amague y se volca- ran hacia ese costado; pero terminé pasando el balén ami derecha, a Terminator, que estaba frente al arco, para que él marcara el segundo gol. Sefialandome, Terminator vino a gritar el gol con- migo y me alz6 por el aire. De esta forma terminé la primera mitad del juego, Cuando nos retirabamos en direcci6n al vestuario, Ja gente en la tribuna nos aplaudié con energia. 7 En el vestuario, la charla del técnico no fue mAs que para felicitarnos e insistir a los compafieros del medio campo en que la pelota siguiera pasando por mis pies, —(Vieron? —remarcé, con énfasis—. Tito perdig varias pelotas al comienzo y la gente empezé a que- jarse, pero aun asi ustedes continuaron pasandole la pelota, lo que demuestra la confianza del equipo. Al final, todos esos abucheos iniciales se convirtieron en aplausos —agreg6—. Eso habla muy bien de ustedes, de lo convencidos que estén y de cémo deben hacer para ganar. jSigan asi! —grito fuerte, y todos respon- dimos con aplausos y sonrisas. En el segundo tiempo nuestro equipo logré demos- trarla excelente preparacién fisica que tenia, mientras los jugadores de Cerro habfan sustituido la bronca por resignacién. En determinado momento, el recio mimero 5 se acercé para decirm —Por favor —tenfa la respiracién entrecortada—, estoy muerto, me has dado un baile como nunca antes lo habian hecho. Sonrei y me encogi de hombros, sin poder hacer nada por remediarlo, Hasta que a unos pocos minutos para el final, volvi a quedar mano a mano con el arquero. Cuando salié a achicarme el arco, le piqué la pelota por encima y logré pacer el tercer gol. Después de esta jugada victoriosa, el técnico deci- dié sustituirme. Mientras abandonaba la cancha, el estadio entero, incluyendo la tribuna de Cerro, se paré para aplaudir- me. Cuando estuve en el banco de suplentes, levanté el rostro hacia mi familia y los vi aplaudiendo, emociona- dos. El técnico me recibié con un fuerte abrazo y feli- citaciones. Mis compaiieros que habian quedado en el banco me recibieron con gran alegria, y yo senti pena por ellos, imaginéndome lo que sentian por no haber podido jugar ni siquiera un minuto. El partido finalizé con la victoria de nuestro equi- po. Al salir del vestuario, Rolando me estaba esperan- do junto a mi familia, para ira festejar en un lindo res- taurante del teatro Solis. 101 102 El lunes siguiente comencé el liceo. Mis padres se habian mantenido firmes a todos mis reclamos. Me dijeron que era mi obligacién estu- diar, por mas que no me gustara, asi que, sin ganas, concurri a la primera clase. Los dias pasaron y yo segui cumpliendo con ir al liceo, pero lo hacia solo por compromiso, porque no me motivaba nada estudiar. Sentia que solo era un capri- cho de mis padres, que no me comprendian. Asi de desmotivado, me pasé el tiempo sin hacer mucho. No prestaba atencién a las clases y no sacaba apuntes, pero como contrapartida, para pasar desaper- cibido, trataba de no molestar. En el momento de la entrega del carné, yo ya era un jugador importante en Pefiarol, pero eso no fue remedio para la enorme desilusién que se llevaron mis padres al ver que tenfa todas las materias con notas bajas. Mi madre abrié la hoja con las calificaciones y vol- vid a cerrarla de golpe. Las tres materias que tenia mas altas en rendimiento eran Geografia, Idioma Espaiiol y Biologia, con cuatro. Le pasé el carné a mi papa y lo miré, alarmada. Mi padre arrugé el entrecejo y se dispuso a mirarlo. Tam- Dién lo cerré enseguida, al tiempo que me preguntaba: —¢Por qué tenés estas notas? —No me gusta estudiar —contesté. fos te das cuenta de que sos un nifio? —me pregunt6 y, sin esperar respuesta, continué—: gTe das cuenta de que estas apostando todo al fiitbol con ape- nas doce afios? Bajé la mirada. —{Qué va a pasar el dia que no juegues més? —prosiguié, con un tono de voz elevado—. Espero que el préximo carné mejore —resumi6, y dio por ter- minada la charla. Ambos se fueron enojados al dormitorio, y yo me quedé desorientado, porque me resulté dificil creer que el rezongo hubiera sido tan corto. 103

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