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- ¿Qué? –
- ¡Estás en la luna! –
- ¿Qué me decías? –
- ¿Me peonas? –
- No sé –
- ¿Y cómo soy? –
- Y ¿qué más?
- Que eres presumido al saber que te quiero mucho y has alejado muchos
temores que tenía ¡Eres incorregible! –
- Te encanta que te diga que eres un tesoro para mí, muchacho feo,
horrible –
- Bueno, feo, si lo soy, pero sabes que te adoro, ¡que te soñaba sin
conocerte! –
- Eres muy salamero…- -Pero así te quiero. Sé que lo dices con sinceridad.
–
- Es lo mismo –
Unos momentos después, ante una cerveza victoria, cada una, le daba sorbos,
mientras nos terminaban de preparar el pescado solicitado con arroz, rodajas
de jitomate, cebolla y gajos de aguacate.
Mientras seguíamos hablando de muchos temas. La conversación fluía como
riachuelo que desciende de la montaña, buscando inexorable su río.
Me preguntó…
- ¿Viste en el librero, un libro de pasta amarilla? –
- ¡Ah sí! Uno que decía Pinotepa Nacional y algo de los negros –
- Ese mero –
- Fíjate que lo escribió un escritor e investigador italiano que vivió un
tiempo por estos lugares. –
- Dentro de sus capítulos, narra cómo llegaron los negros a Costa Chica –
- Suena muy interesante –
- ¿Dónde lo compraste? - - Me interesa de verdad lo que hable de historia
–
- En la capital del estado. Una vez que acudí a un seminario de educación
y entré a curiosear en una librería cerca de la catedral. –
- Si quieres, te lo presto –
No hubo oportunidad de contestar.
En ese momento, Don Andrés, nos traía los suculentos pescados y un frasco
de mayonesa por si queríamos agregarle. Las clásicas tortillotas “tacuates” de
los indios mixtecos de la región, muy suavecitas, grandes como comal. Había
que ir cortando de a pedazos.
Con deleite, comimos nuestro manjar masticando y disfrutando ese alimento
marino aporte de proteínas y benéficos minerales.
No hubo manera de convencerla de lo contrario, aportó la mitad de la cuenta
y la propina al Sr. Andrés a quien nunca le habíamos visto sonreír.
Caminamos lento de regreso a su casa. Disfrutando mutuamente nuestra
compañía.
En el camino, encontramos a algunos de los doctores y doctoras de unidades
médicas rurales, ya que por ser sábado salían desde el mediodía hacia lugares
cercanos fuera de la comunidad donde trabajaban. Nos saludamos con un
ademán de manos y una sonrisa o un ¡hola!.
De vuelta en casa, pasamos a un pequeño patiecito trasero, donde colgaban
dos hamacas de unas palmeras y una enorme ceiba. Para usar dichas hamacas,
primero, hay que montarse a la mitad como en un caballo y luego subir la
pierna derecha y al final la izquierda y listo. Ya cada quien termina por
acomodarse como se sienta más a gusto. Nos dispusimos a disfrutar una siesta
post gastronómica, escuchando música en su grabadora “lasonic”.
Coincidíamos en melodías de Raphael, Emannuel con sus interpretaciones en
voga, en ese año 1981.
Ni siquiera me cuidaba yo de mis ronquidos y si le molestaban a Bruna. Me
sentía en total libertad de ser simplemente yo.
Desperté, completamente relajado como a las 18 hs. Ella, estaba lavando su
ropa.
- ¡Ah! Ya despertaste –
- Ya casi termino –
- Mejor te espero. Sirve que me cuentas lo de los negros del libro amarillo.
–
- ¡Claro! –
- No –
- Está bien –
- Me lo sé casi de memoria –
Y comenzó su relato…
-En tiempos de la colonia… –
- llevaban un cargamento de 200 esclavos negros, en una embarcación
española hacia Centroamérica. Parece que, a República Dominicana, y al
desatarse una violenta tormenta, el barco naufragó cerca de Puerto Miniso
(hoy Pinotepa Nacional). Alguien de los esclavistas, imaginó la muerte
inminente de los africanos negros, se apiadó de ellos y los liberó de las pesadas
cadenas en manos, pies y cuello. –
- Nadaron, pues hombres y mujeres; eran fuertes. Ejemplares selectos,
arrancados a sus países de origen por gente ambiciosa de su misma raza y
entregados por fuertes sumas de oro o productos, a los traficantes europeos.
–
- Los únicos que lograron sobrevivir al naufragio, fueron estos esclavos.
Sometidos a la extenuante situación de vencer las olas, llegaron a la costa y
con los ojos enrojecidos por la sal marina y el sol inclemente, luego de la
tormenta, hacía contraste con el negro de su piel, negra con varios matices de
intensidad obscura, pues pertenecían a varios países de la costa occidental
africana. Esa parte de la costa oaxaqueña, era habitada por indios mixtecos,
dueños de las tierras. Al verlos, saliendo del mar, los consideraron que eran
diablos, llegados de lejos y escaparon rápidamente de ellos, los mixtecos,
huyendo a las montañas. –
- pronto, los náufragos, se adaptaron a esta zona y fueron construyendo
pequeñas aldeas con cabañas redondas de palos, lodo y zacate de palma. Se
volvieron buenos pescadores y en una tierra tan fértil, pues se da casi sola
mucha fruta y otros cultivos. Fue una gran bendición para ellos, llegar a este
paraíso. –
- Poco a poco, al paso del tiempo, interactuaron con los mixtecos y se dio lo
inevitable mezcolanza de razas, legando a las nuevas generaciones como
herencia, lo mejor de los genes y rasgos físicos de ambas razas. –
- Así pues, pudimos encontrar las “rarotongas” mexicanas, mujeres fuertes de
cuerpo escultural, talle juncal. Ojos negros como tizón, enmarcadas con ceja
espesa y pestañas crespas. Nariz recta, como la de los mixtecos, labio inferior
grueso y carnoso. Pernas, musculosas como columnas de ébano. Los
muchachos también formando una cruza de razas favorable, con los mismos
rasgos atractivos. Desde mediados del siglo XX, eran contratados por las
cadenas hoteleras de Acapulco. –
- Aunque, les decían que eran empleados tradicionales de los hoteles como
mucamas, ayudantes de cocina, bell boys, intendencia, jardineros, etc. En
realidad, los ocupaban en la variedad de los centros nocturnos para adultos. –
- Los varones, eran contratados realmente como acompañantes de mujeres
maduras y ricas, tanto gringas, canadienses y europeas que se divertían con
los “lancheros de Acapulco”. –
- No todos los descendientes mulatos, eran de rasgos muy atractivos. Había de
todo como en la viña del señor. –
- Gracias mi amor. –