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María Lydia Torti


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PROSA

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tora Cultural' por la Honorable Cámara de
Diputados de la Pcia. de Bs. As. y la Comisión
Permanente de la Mujer de la Ciudad de la Plata
- 2000.
Premio Nacional 'MADRE TERESA DE CALCU-
TA, otorgado por la Biblioteca Popular 'r'1adre
Teresa" por 'la defensa de las letras y los
talleres literarios", La Matanza - 2008.
'Propuesta Mujer en Homenaje al Día de la
Mujer - gobierno Municipal del Dr. Gustavo
Posse - San Isidro — 2014 — Pcia. de Bs. As.
Gobierno de General Las Heras. Región de Las
Lagunas - Reconocimiento a su labor educativa
y literaria - Las Heras - 2012.

LIBROS EDITADOS (CUENTOS)

1. "DETRÁS DE LAS VÍAS' - Sello de honor de la


SADE LA PLATA - 1985.
2. 'CANTOS DE AMOR PARA EL OTOÑO' -
Poesía - 1989.
3. "MISMIDAD" - Poesía - 1989.
4. "VERSOS PARA JUGAR" - Poesía infantil -
Auspiciada por la Municipalidad de Cañuelas.
Declarada de Interés Municipal - 1992.
5. 'NAUFRAGIOS" - Cuentos - 1994.
6. "DE LA TIERRA" - Cuentos de Cañuelas -
Auspiciada por la Municipalidad de Cañuelas.
Declarada de interés municipal por la Munici-
palidad de Cañuelas. Primera edición: 1999.
Segunda edición: 2003. -
7. "ANTIGUAS CRÓNICAS CANUELENSES" -
Crónicas orales locales - Auspiciada por la
Municipalidad de Cañuelas - Declarado de
interés Municipal, de Interés del Honorable
Concejo Deliberante y del Consejo Escolar de
Cañuelas - 2002.
8. "CRÓNICAS RURALES C,AÑUELENSES" -
Crónicas orales locales (en edición) -
2014.
9. "CUENTOS EN PRIMERA PERSONA" -
Cuentos infantiles - 2012.
10. 'HAIKUS PAMPEANOS" - Poesía
oriental - 2010.
11. "DE LA MUJER` - Cuentos (en
edición) - 2014.
CUENTOS DE LA MUJER
Torti, María Lydia
Cuentos de la mujer. -la ed. -Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Prosa y Poesía
Amerían Editores, 2014.
104 p. 22 5x15 cm.

ISBN 978-987-729-053-0

1. Narrativa Argentina. 1, Título


CDDA863

Fecha de catalogación: 0411212014

PROSA AMERIAN Editores, 2014


Uruguay 1371 -C.A.Bs.As.
Te¡: 4815-6031 / 0448
ventas@prosaeditores.com.ar

ISBN Nro: 978-987-729-053-0


Flecho el depósito que marca la ley 11.723

Reservados todos los derechos. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio o
procedimiento sin permiso escrito del autor.
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J.

CUENTOS DE LA MUJER
(Acerca de los problemas femeninos)

María Lydia Torti

PROSA
AMERÍAN EDITORES
• María Lydia Torti •

NATURALEZA MUERTA •'

ra un pintor realista, tan realista que de inmediato recordé


E aquella anécdota famosa del griego Praxíteles:
"Un visitante de la casa del artista, Apeles, se detuvo frente a una
ventana y se vio tentado de correr las cortinas, para dejar que los ra
yos del sol entibiaran el oscuro atelier. Pero comprobó con sorpresa
que no había ventana ni existían cortinas, sólo el arte creador del
heleno"
Yo observaba a hurtadillas a mi vecino, el plástico Juan González
del Solar, desde mi departamento.
Admiraba la tela que estaba pintando, la cual mostraba, un ties
to con frutas, el cual desbordaba de colores sobre el mantel blanco.
Me parecía que llegaban hasta mí sus perfumes, dada la perfección
de las mismas.
El artista ponía pincelazos de rojo subido, en el vaso de vino de
rramado y un tono bordó verdinegro, en el botellón que se alzaba a
un costado.
El colorado era casi sangre por la textura gruesa de la pintura,
lograda por un exceso de óleo.
Juan manejaba un buen equilibrio de los elementos y dejaba una
buena luz en los espacios. Era un gran artífice de las formas, que en
su realismo, casi alcanzaban lo divino.
De repente el maestro se mostró extenuado, aunque sonreía.
Había llegado al final de la obra.
Mas yo no me había dado cuenta, que en el horizonte del cua
dro, casi desdibujada había plasmada una cabeza bellísima de mu
jer, apoyada sobre la esquina derecha de la mesa representada.
Era una cabeza de mujer, joven, con los ojos desmesuradamente
abiertos, velados de espanto.

7
*CUENTOS DE LA MUJER .

No sé porqué me sorprendió la no coincidencia de la paz del


florero, el vino, la mesa, el botellón, con la efigie femenina, descu
bierta desde mi puesto de espionaje vecinal.
Luego el pintor cubrió muy nervioso el lienzo terminado y se
sentó a descansar, aparentemente satisfecho de haber creado una
obra sublime.
De pronto, mi admirado Juan se puso de pie y colocó una nueva
tela desnuda sobre el atril.
Parecía que lo poseía un ataque de furia y locura. Tomaba los
pinceles y los colores y los arrojaba desde el pomo, sobre la super
ficie plana.
Me corrí entonces, un poco, hacia el otro mirador de la cocina,
para vislumbrar mejor la escena.
Entonces vi a la amante del pintor, la grácil modelo rubia, quien
sentada en una silla, protegía en su regazo un cuchillo de cocina
morado.
Desde su cuello angélico, a lo Boticelli, salían torrentes de san
gre en cataratas, porque la cabeza no estaba. ¡No estaba!
¡No estaba!
¡No estaba!

8
. María Lydia Torti .

CARTA DE MAMÁ

a está. Cae un sobre más chico del otro sobre más grande. Lo
Ylevanto. Era una carta de mamá dirigida a mí.
Dra. Nilda Sosa de Hartz
Centro Atómico de Cabo Kennedy
Miami
Florida
Es una larga misiva escrita con su letra inolvidable, aunque aho
ra desleída y garrapatosa.
Cañuelas 1-1-2014-
Querida hija:
Me cuesta escribir un poco por la artritis que no me
abandona. Es un dolor que extraño por lo consecuente.
Cuando no tengo de qué hablar es mi tema predilecto de conver
sación. Pero no te escribo para hablarte de mis reumas. Te escribo
para tenerte más cerca en este inicio del nuevo año y para que tú me
tengas más cerca, aunque sea al calor de la tinta (esta lapicera está
tan jodida como su dueña). Hija, aunque estás muy lejos de mí, te
siento sin embargo y te traigo todas las noches cuando rezo el rosa
rio pidiendo por todos Uds. Una decena por Octavio, una por Die
go, una por Mario, una por Salvador, una por Tito, una por Nacho.
Si vos fueras también varón, el Presidente de la República, hubiera
sido el padrino del séptimo hijo. ¡Mirá qué lujo! Comadre de Perón.
"Qué grande sos, mi general!". Un epitafio para mi tumba.
Sé que pensarás 'para que mierda te escribo estas charadas'. No
sé. No te voy a contar que mi compañera de pieza murió la semana
pasada de un síncope o que ahora nos dan de postre sólo dulce de
membrillo o gelatina porque la fruta está muy cara. La cocinera se
fue porque no le pagaron el mes de diciembre y le deben hasta el
medio aguinaldo. Hay lío con Moyano, Scioli y las paritarias. Pro
metieron darnos el 82% móvil a los pensionados, creo que para el
quince de enero. Cocinan las señoras de la comisión, con buena
voluntad y nosotros comemos con buena voluntad hasta la sopa de
agua o los fideos pegoteados con salsa de tomate, sin tomate.
. CUENTOS DE LA MU J ER *

Octavio vino el mes pasado a visitarme un domingo. Está bien.


Me prometió venir para las fiestas con las nenas. Pero no habrá
podido. Me avisó que no me preocupara por Tito y Nacho. Están
en el sur vendiendo ropa, como todos los años, hasta marzo que
es cuando termina la temporada. Salvador me habló por teléfono,
pero cuando fui a atender a la planta baja se cortó la comunicación.
Seguro que era para decirme cuando va a pasar por Cañuelas. Es
difícil hablar desde el campo y Olavarría queda a la distancia.
Diego como siempre, mutis por el foro, pero el corazón me dice
que está bien. Además cobré la pensión el cinco y todavía no ha pa
sado por aquí a buscar el préstamo-"mirá mamá, dame unos pesos
por unos días, que enseguida te los devuelvo" - es como si lo estu
viera oyendo. Mario está en el Chaco (escuché por radio) acom
pañando al Ministro de Obras Públicas, que estudia el problema
energético del Pi.lcomayo y el Bermejo. ¡Es el más inteligente de
mis siete herederos! Yo les cuento a las chicas del hogar (suena más
decir hogar que asilo) el carrerón que ha hecho mi muchacho en la
política con sólo cursar la secundaria y apenas. En esta Argentina
no es necesario tener muchos conocimientos, sino habilidad, saber
moverse. En eso salió a tu padre, aunque al pobre, nunca le lució.
Pero quién se da el lujo en este momento, de haber vivido bien y
haber mantenido una familia, sin trabajar ¿eh? Hay que reconocer
le el mérito. Él siempre me decía: "No te aflijas mujer, un hijo por
cada día de la semana. Cuando yo no esté, no estarás nunca sola:
Salvador el lunes, Tito el martes..." Hasta en eso pensaba el finadito.
Mañana terminaré la carta, porque estoy escribiendo con la luz
de la pantalla de la televisión, porque no nos dejan encender el ve
lador en las habitaciones, por el consumo y por los tarifazos del
gobernador de la Pcia de Bs As.
Ahí concluyó la carta. Tomé el otro sobre y encontré una breve
nota de la Presidenta del Asilo, donde me comunicaba que mamá
había sido internada en La Plata, con un derrame cerebral. Estaban
tratando de contactarse con mis hermanos lo más rápido posible.
(Largo silencio)
¡Pobre mamá ¡Pobre mamá!

10
. María Lydia Torti .

EL CUMPLEAÑOS

1
ra una ceremonia. Un rito para festejar el cumpleaños de mi
E abuela Dominga, que arribaba a los 97 años. Casi un siglo y
todos pensaban que pisaría el 2015, cobijada en esa inmensa cama
barroca, debajo de las sábanas de hilo y del artesanal edredón.
Era un bultito, un conjunto de huesos y pellejos amarillentos,
según la perspectiva de mis escasos diez años. Se pasaba horas
quietecita, moviendo los labios, como si rezara.
Ninguno de nosotros lograba descifrar su baboso parloteo.
De vez en cuando un hilito caía del costado de sus labios.
Poco a poco dejó de ser alguien en la casa y pasó a ser algo más,
como el florero o la radio.
Mamá, con gran sentido de culpa le leía algunas poesías o no
ticias del diario, pues sus ojos estaban desgastados y no veía ni si
quiera las imágenes de la T.V.
Alternaba con las sagradas escrituras y algunos autores actuales,
pero si a abuelita no le gustaban, se los arrancaba de las manos y los
tiraba contra la pared.
¡Parece mentira! A su edad se daba cuenta de las engalanadas
palabras que encubrían la estupidez del escritor.
La Dominga se las traía con la lectura y mi pobre madre se pasa
ba de disgusto en disgusto.
Consultado el clan familiar le compramos unos ¡WALKMAN!;
genial idea del tío Ernesto.
Esos aparatitos de genial invención, hicieron el milagro de si
lenciar y entretener a la nonagenaria, sin sentirnos espiritualmente
como unos hijos de puta.

11
•CUENTOS DE LA MUJER •

II
El cumpleaños era una ceremonia pequeña que se celebraba to
dos los años. Había sido una fiesta bastante importante en un tiem
po, cuando la casa se llenaba con sus hermanos y hermanas y las
familias de cada uno de ellos, con caras siempre nuevas de chicos
en distintas etapas de crecimiento. El sonido de las risas, el cuento
de anécdotas desconocidas, pequeños secretos y chusmeríos inva
dían los patios y las salas.
Ahora, sólo era una reunión de viejos. Se iniciaba a las 17 horas,
con largos intercambios de besos y saludos y alguna que otra lágri
ma.
Mientras tomaban el té, acompañado por la torta de naranja de
tía Elvira y los ponderados scons de la tía Ofelia, recordaban algún
lejano tiempo de juventud. Finalmente el encuentro caía en largos
y tristísimos silencios.
Dominga había protagonizado el mismo ritual en los últimos 50
años. Pero ya no participaba; no le quedaban ni interés ni fuerzas.
Sin embargo la seguían colocando allí, en el rincón sombrío, opues
to a la puerta principal, donde casi no podían verla. A poco de llegar
nadie recordaba su presencia.
De la cama la habían sentado en el sillón de ruedas, con aque
llos bracitos, con aquellas piernecillas filosas y la cara de piel aper
gaminada. La cubrieron con una manta tejida al crochet. Abuelita
miraba y miraba. De vez en cuando, mamá se levantaba de la mesa
y colocaba algún bocadito entre sus manos o le sostenía la taza de
té tibio para que ella pudiera beber algunos tragos. Pero, aparte de
eso, nadie la tomaba en cuenta ya ella, yo creo que no le importaba.
Sólo hubiera querido que la dejaran en su habitación, en la cama
barroca de torcidas columnas, escuchando el golpetear de las hojas
de otoño, sobre su ventana.
Mamá, entonces fue a la cocina a buscar la torta con el núme
ro 97 de plástico dorado y una enorme vela que la agasajada debía
apagar de un soplo, mientras todos nosotros le cantábamos el feliz
cumpleaños.

12
María Lydia Torti .

III
Aburrida miré a mi alrededor; el tío Enrique estaba más flaco y
lo veía sobar de tanto en tanto su vientre fofo. ¿Tendrá cáncer? La
tía Elena se había teñido el pelo de rojo a los sesenta años. También
estaba "la Elidita", con su hijo Sebastián y los nietos, ya todos unos
señoritos.
Escuché al pasar que le contaba a mamá que uno de mis primos
tenía novia, pero que no la querían, porque era una negrita de ba
rrio. Una chirucita.
Tío Alberto, marido de Elena, comía masa tras masa, a pesar de
la diabetes y robaba trozos de torta de manzana, que era la única
que sabía hacer la esposa, con receta de la abuela. Pero sabés, vieja
querida, nunca le salió tan sabrosa y acaramelada como vos me la
preparabas, por las tardes, al regreso de la Escuela.
¿Me parece que "la abu" está más chiquita en la silla de ruedas
o es que el rincón se está poniendo más oscuro?

IV
Sigo aburrida. Las conversaciones son un abejorreo ensordece
dor. Té y risitas, risitas y té. Mucha mentira y simulación.
Cuando se vayan, después del abrazo, cada uno hará su viaje y el
olvido caerá sobre el manojito de huesos corrugados que se llama
Dominga.
Me tiré en el sofá, como una niña buena, y miré el cuadro, antes
de dormitar un poco.
Era una escena de campo, desolada. Ni un mísero arbolito, ni
un verde, ni un colorado. Hasta el cielo era amarronado y hacia el
ángulo superior volaban, como queriendo escapar un bandada de
pájaros negros.
¿Cuervos? No sé. Tal vez serían cuervos.

y
Dormí largo rato hasta que unos graznidos extraños me desper
taron angustiada. Con temor, observé uno a uno a mis familiares.

13
. CUENTOS DE LA MUJER .

Seguían conversando distraídos. Tan distraídos estaban que no


veían lo que sucedía en la mesa. Saliendo desde el marco del cua
dro, la bandada de pájaros oscuros revoloteaban sobre las cabezas y
los platos vacíos. Uno de ellos se posó sobre el hombro de Ernesto y
comenzó a picotearle la cabeza; otro con las garras sujetas al borde
de la fuente, hundía su pico en la taza de la jovencita.
Ellos no se asustaban siquiera, seguían comiendo las últimas
tortas y de vez en cuando, Ofelia espantaba los pájaros con la mano,
como si fueran moscas. ¡Están todos locos!
Me refregué los ojos yvi con horror, que los cuervos movían con
sus alas las piernas de la abuela, después los brazos, la cabeza que
subía y que bajaba. Le comían los ojos y le quedaban los agujeros
vacíos y oscuros.
Impulsada por los aletazos, la silla de ruedas comenzó a desli
zarse por la habitación, pero nadie, nadie se daba cuenta.
La silla adquirió una velocidad enloquecida.
Entró en un corredor largo y desierto, que yo no conocía. Por
suerte, la cabeza había dejado de sacudirse. Todo su cuerpo estaba
ahora inmóvil y sereno. Una pequeña luz, a lo lejos iba aumentan
do su fuerza, cuando la silla se aproximaba.
Quería llamar a la nona, pedirle que no se fuera, que no me de
jara, pero mamá ya había puesto la torta en la mesa y tío Alberto
había encendido la vela.
Todos cantaban: ¡Qué los cumplas feliz!
¡Qué los cumplas feliz!
Cuando miraron hacia el rincón buscando a la abuela Dominga,
ella ya no estaba. Sólo quedaba al final del pasillo una brillante lu
minosidad que me enceguecía.
Me quedé quietita y no dije nada. Nada.
Es cierto, pensé, para qué hablar, silos grandes, son tan grandes,
que de tan grandes, no ven nada.
Absolutamente nada. Me subí a la silla y apagué la vela.

14
* María Lydia Torti .

L& INOCENCIA DE MARThA

entada en el rellano de la escalera, escondida detrás de un


S gran jarrón japonés, escuchaba la conversación airada de mis
tías abuelas Rosalinda y Antonia. Rosalinda no era para nada linda
y de su cara sobresalía un profundo bigote negro que a veces ella
afeitaba. Antonia, cuyo nombre me recordaba a algunas empera
trices romanas, que yo miraba en el libro de historia: regordetas y
rosadas, era tan flaca y alta, que todos sus vestidos colgaban, como
flotando alrededor de un único hueso, tipo palo escoba.
Pensando un poco en el palo de escoba, me parece que es una
bruja verdadera. Alguna de estas noches, espiaré por la ventana
para ver si no vuela sobre una alfombra mágica, como leí en aquel
cuento de Simbad el Marino.
¡Cómo gritan! ¡Cómo gritan!
-No Antonia, la chica no puede quedar con nosotras. Ya
tenemos bastante trabajo con los pájaros, los ocho perros y
Mirrina.
-Pero Rosalinda, la criatura está sola en el mundo. Ella no
se buscó la muerte de su familia. Recuerda que a cada quien le
toca una guerra distinta.
No saben que las escucho viejas de mierda. Ni siquiera me nom
bran. Soy "la chica", "la criatura" o "ella". "Algo" para cuidar y no
para querer. Una carga. Ni siquiera soy canario, perro o gato. Siento
como las lágrimas se apoyan en los ojos. Pero no voy a llorar. Pen
saré algo mientras chupo este rico caramelito de naranja. Escucho.
-Y no sigas protegiéndola porque es una mocosa mala. Sa
bes bien que no quiere besarme y le contó a la vecina que no
me da besos porque la pincho con el bozo.
¡Tamaña desvergüenza!
-Si, en eso tenés razón. Yme acuerdo lo que pasó, cuando yo
le ofrecí compartir la cama grande de mamá, así dormíamos
calentitas sin necesidad de prender la estufa y gastar gas. Pero
ella, la muy perversa, le confesó a Don Mario, el lechero, que

15
.CUENTOS DE LA MUJER .

prefería dormir en el cuartito de los trastos, porque yo sufro de


pedorrea y me tiro pedos en la noche. Todo para ridiculizarme
ante el hombre., que además lo desparramó por el pueblo.
-Gracias a estas situaciones somos el comentario vivo de la
plaza, en la iglesia, en el bar.
-No me hables de la iglesia. No quiero acordarme, cuando
en la misa del gallo, plena Nochebuena, me tenía loca dicién
dome:
"-Tía, quiero hacer pis.
-Callate y aguantá.
-Tía no aguanto.
-Falta poco, aguantá no seas quisquillosa y malcriada.
-No soy malcriada, me estoy miando".
-Y ahí nomás, paradita en el banco, comenzó a orinar. Cho
rros y chorros. Enseguida formaron un charco y comenzó a
correr la orina hacia las filas de atrás. Y todos los feligreses
comenzaron a reírse unos, a protestar otros, a cuchichear los
más, tanto que el cura tuvo que suspender la ceremonia y pe
dir silencio.
-Me acuerdo, hermana, que salimos disimulando las dos,
erguidas, del brazo, con Ella de la mano, toda mojada. Pero
nadie dejó de mirarnos con burlas en los ojos.
-Yo alcancé a oír muy al fondo, que las Vázquez, que nos
odian, decían:
";Pobres solteronas, jugando a las madres!".
¡Cómo extraño a mi mamá! Ya poco la recuerdo, porque no me
dejan tener ni una foto de ella y escondieron el álbum, en el arcón
del altillo, que tiene llave.
Algún día la robaré y me apoderaré de mamá.
Pero lo que no me prohíben, eso sí, es visitar la biblioteca del
abuelo, en el antiguo escritorio con el reloj de pie, la alfombra persa
y el gran retrato del General sobre la estufa del mármol blanco. Di
cen las tías que leer alimenta el espíritu. La verdad que al estómago
me lo cuidan poco. Siempre me dice: "Martita, dame un poquito de

16
. María Lydia Torti *

pan con miel". Porque me llamo Martita; tengo nombre y apellido:


Martita Martínez Campos.
El mismo apellido del General. Pero a pesar del apellido me ma
tan de la hambruna, estas forras. A veces me como las masitas de
Mirrina, con gusto a pescado. Pero antes de que mis tripas chillen,
cualquier cosa es buena.
Una vez encontré un libro viejo, de esos muy antiguos y estro
peados sobre los venenos, con lindos dibujitos y las explicaciones
para qué se usa cada uno y qué síntomas provoca, ¡qué sé yo! Vómi
tos, palpitaciones, sueños.
Otra vez gritan. ¡No griten más! ¡Por favor!
Sigo sentadita. Escucho.
-Miró Rosa/indo, mañana iremos a ese internado de monjas
de "La Pasión del Señor',' que es gratuito. Allí las educan como
verdaderas jovencitas, honestas, con conocimiento de cocina
y costura. Será una buena ama de casa.
-Creo que tenés razón. Cuando venga Manuela a hacer la
limpieza, le mandaré una esquela a la Madre Superiora, para
que nos reciba en la mañana.
-Pero no creerá Sor María que la abandonamos?
-Rosalinda, siempre con estupideces! Le diremos que que
remos para la niña, una educación en la religión cristiana y
los hábitos domésticos. Ycomo nosotras estamos ya grandes...
-Sí, me convenciste. Al principio iremos los fines de semana
y hasta le llevaré alfajorcitos de maicena con dulce de leche,
que me salen riquísimos. Y poco a poco...
-Sí, querida, poco a poco...

Es la primera vez que no gritan y se han puesto de acuerdo en


algo. Me queda poco tiempo. Me divertiré en la biblioteca y leeré
un poco sobre la cicuta de Sócrates, el polvo para las hormigas, el
cianuro...
-Malcriada, vení a cenar. Rápido que todo se enfría!
Llamó Antonia con voz alta.
-Ya bajo, tía.

17
. CUENTOS DE LA MUJER .

No aguanto más los gritos ni ese caldo helado, ni el pan duro, ni


el gato chupando ese hueso de costilla, en mi mismo plato.
La carne es para el puchero de mañana.
¿Mañana? Me suena linda la palabra: ¡mañana!
Comimos corno siempre en silencio, sólo entrecortado por ella
drido de los perros que pedían su ración. Viejos y flacos como sus
dueñas.
Pero, sabés mamá, ellas no son mis dueñas.
-Tías, les preparé el té. ¿Se los subo al dormitorio?
-Pero miró ¡qué amabilidad! ¿Se estará transformando en
persona este demonio?
Dormí como un tronco toda la noche.
Sólo escuché los ronquidos más fuertes y entrecortados de las
dos mujeres.
Como no me despertaron, me quedé en camita, hasta las 9, hora
en que llegó Manuela a limpiar la casa.
Pero me levanté corriendo y asustada por los alaridos de la sir
vienta:
-Están muertas! ¡Están muertas!
¿Muertas mis tías queridas?
¿Muertas?
Y abrazada fuertemente a la sierva me puse a llorar desconsola
damente.

18
. María Lydia Torti .

EL CUADRO

A Dora de la Torre

ran una pareja de artistas. Artistas consagrados. Él poeta;


E ella pintora. Muchos envidiaban la felicidad lograda en la
complementación armoniosa de gustos y caracteres. Ambos se ple
nificaban a través de los lenguajes del arte. Frecuentaban tertulias y
salones, recitales y galerías, inauguraciones y conferencias.
Ambos brillaban con luz propia y se destacaban como unidad
creativa.
-Qué suerte la de Horacio! Su mujer no le habla del precio de la
carne o la suba de las verduras. Comentaban así sus amigos envi
diosos de la intelectualidad de la esposa y quizá comparándola con
sus propias situaciones hogareñas; sus cónyuges eran el símbolo
de las amas de casa: minuciosas, tiernas, buenas madres, buenas
cocineras...
-¡Qué suerte la de Amalia! Tener un esposo como Horacio es un
tesoro del cielo.
Poder pintar y comentar la obra con el compañero, criticar la
composición, los tonos, juzgar los silencios.
Cuchicheaban las damas que componían el mundillo artístico y
sopesaban la tristeza de no poder ser comprendidas y valoradas por
maridos e hijos. ¡Quién quería oír un poema, si había en la T.V. una
película de Brad Pitt! ¡Quién podía detenerse a observar una tela, si
ya empezaba el partido de fútbol en la cancha!
De repente el par perfecto se desgastó. Jaquecas, gripes, com
promisos misteriosos impedían al matrimonio concurrir a los mis
mos acontecimientos culturales. Amalia presentaba la muestra de
Luis Mastro en "Hoy en el Arte" y Horacio hablaba en la S.A.D.E.
sobre García Lorca, integrando un panel de escritores.
Nadie entendía las ausencias ni ellos las explicaban. Un herme
tismo de hielo ponía una barrera, un iceberg a su privacidad.

19
.CUENTOS DE LA MUJER .

-Te noto más delgada, Amalia - se preocupaban las tertulianas


de la Peña de "Gente de Ciencias y Artes" de la Recoleta.
-Cuándo exponés la obra de este año? - inquirían ante la poca
actividad de la artista.
-Horacio vuelve pronto de su gira por el interior? - pregunta
ban ante repetidas desapariciones del consorte, que no se negaba
ante el llamado de cuanta institución de Provincia lo requería para
desarrollar Conferencias o participar en Simposios y Congresos.
-Evidentemente esta pobre mujer está mala de salud, hasta tiene
un aire de lejanía, un halo de distancia que la aísla del mundo.
-¡Una estrella que se apaga! - rumores que circulaban cada vez
más activamente en el círculo de creadores.
Visité el amable departamento donde cada mueble, cada ador
no, cada alfombrado, cada tapiz, revelaban refinamiento, savour
faire, viajes, un culto de lo bello.
Él no estaba. Ella recostada en el sofá, como somnolienta me
mostró sus últimas obras. Dos cuadros enormes ocupaban casi
todo el atelier.
Uno estaba terminado y me impactó el tema: La montaña en el
ocaso. Una interpretación lineal, de rica textura pero casi otoñal,
monocorde en el ocre utilizado generosamente.
La otra expresión pictórica era también una montaña pero sin
sol. Tono gris impactante. Algo me transmitía esa imagen incom
pleta; era una especie de símbolo del hombre que entra en la no
che definitiva. Sentía como un grito de alerta entre la tela y yo. Me
arranqué de allí y tomamos amablemente el té.
Sucedieron los meses y se hizo hábito no ver a la familia Gé
rez. Todos sabían del síndrome depresivo que aquejaba a la Señora.
También sucedió el olvido. De a poco.
De allí surge este sordo remordimiento que me aqueja.
¿Por qué los humanos tenemos ante el dolor esa indiferencia?
¿Por qué huímos como locos ante el virus de un conflicto espiri
tual? ¿Por qué lloramos la muerte del perro, pero no damos ni cinco
minutos de nuestra palabra al enfermo?
Mejor no me interrogo pues sé las respuestas. Miedo al sufri
miento, egoísmo, indiferencia. Quizá auto-preservación.

HEI
María Lydia Torti .

No vi a Amalia nunca más.


La velaban en una Casa de Sepelios del Barrio Norte. Lujosa y
vacía. Éramos unos pocos que acompañaban al condolido Horacio.
Él contaba que cuando llegó ya no pudo hacer nada. Estaba en
la bañera, pálida y fría. Una sonrisa de paz se dibujaba en su boca,
como si la angustia hubiera escapado de sus venas junto con su san
gre. Lo había hecho sencillamente, con una hojita de afeitar.
En un ángulo del cuarto, como homenaje póstumo el marido
había colocado el último cuadro que intentó plasmar. Aparente
mente buscaba la forma de una montaña pero sólo logró una línea
horizontal, plegada a1 centro, como su propio cuerpo, en el rictus
final. El color era blanco, totalmente blanco.

21
. CUENTOS DE LA MUJER •

BESTIARIO

n el albergue Warnes hay un silencio gastado de las dos de


E la tarde. El sendero de gente que va y viene con agua en los
baldes o para los baños del fondo ha cesado.
Cloquean algunas gallinas de Don Perfecto.
Filomena, de la pieza 7 del sector "A", lava una ropa que más
que tela ya es hilacha.
Su espalda es un perfecto arco surcado sistemáticamente por las
costillas que se asoman entre una piel seca y gastada.
Cuelga de una cuerda una blusa y unos pañales añadidos y trans
parentes de la beba que recién ha cumplido unos once meses y ya
gatea, gracias a Dios.
La niña dormita en un cajón de manzanas, que juega de cuna y
el niño mayor de unos nueve años juega a mirar por la ventana con
un gesto de preocupación.
-Qué mirás Juan? - pregunta la madre.
-Nada, mamá. Nada.
-Si viene Marcos, lo mando de vuelta porque ya es hora de que
regrese tu papá y si no puede dormir sabés que se pone como loco.
-Sí mamá.
El bicherío zumbaba alrededor de la mesa con los restos del al
muerzo. Unos fideos con un tuquito de tomates pasados. El aire se
adensaba con pegajosidad de verano.
Filomena pasó por su esquelética cara un trapo húmedo. Tan
oscuro como su propia carne, como su propio paisaje, en ese cuar
tucho de desolación y hambruna. Días interminables entre cuatro
paredes con un duro trajín por conseguir unos pesitos lavando para
afuera, para calmar el estómago y para la bebida del marido. No
ches interminables sin dormir mascando la tristeza de un horizon
te sin mañana:

22
.María Lydia Torti .

-Dice la señora que quiere las sábanas bien blancas y que no


tengan olor a humo como la última vez - dice la sirvienta que deja
en una silla una abultada bolsa de ropa sucia.
-Está bien. Vení el viernes a buscarla - contestó la pobre mujer.
Apenas la muchacha partió, el niño gritó asustado.
-Mamá, papá está llegando -y corrió al rincón donde estaba la
progenitora, escondiéndose detrás de sus polleras.
Con un golpe el hombre bamboleante abrió la puerta y tiró el
saco sobre el camastro. Ni siquiera miró a su familia. Con gesto
huraño se sentó a la mesa y golpeando con el tenedor el plato gritó:
-A ver haragana de mierda, ¿me vas a dar o no de comer? -.
Ella doblada sobre sus propios huesos, casi sin levantar la ca
beza, casi sin respirar siquiera se acercó al fogón y llevó la olla a la
mesa. Apagó el calentador.
-Esto es un masacote de porquería. Ni siquiera servís para hacer
unos míseros fideos. ¿Qué hiciste toda la mañana? Ya me imagi
no, charlar con todas las lagartas de tus vecinas. Sí, ya me imagino
charlando con la Porota o con la Tota o con la Ñata y hablando
pestes de mí.
Traé el vino y ni digas una sola palabra porque te cago a palos.
Andá rápido -.
La miró con la imaginación de las bestias y ella contestó a sus
ojos apenas un instante. Se acercó casi arrastrándose hasta el apa
rador, abrió las puertas, sacó la botella de vino tinto Resero. Estaba
vacía. Sintió como si el corazón se le subiera a la boca pastosa, agri
dulce, inmóvil, casi olvidada de articular palabra, tal como es ley
para algunas mujeres atadas a la soledad de las pequeñas batallas
domésticas.
-¿No compraste atorranta? No te dije. Todo el día haraganean
do. Ni mandar a tu hijo sabés -.
El niño se hizo sombra en la sombra del rincón. Parecía el últi
mo almuerzo.
Filomena tomó la botella y chancleteando corrió a la calle.

23
. CUENTOS DE LA MUJER .

Juancito corrió tras ella. Pero era la siesta y era verano. El quios
co estaba cerrado. El gallego del almacén no les abrió aunque casi
les sangraron las manos de tanto golpear.
Caminaron unas seis cuadras más hasta el pequeño supermer
cado de Don Damián. Éste estaba sentado en el patio. Suspiraron
aliviados.
-Por favor Don Damián, déme una botella de vino de cualquier
marca, por favor, pero que sea tinto; el comerciante miró el cuadro
de esos dos deshechos humanos, flacos, descarnados.
-Quién sos che? -preguntó el hombre.
-La mujer de Gonzáles del Warnes.
-Pero ¿qué Gonzáles, che? Hay miles en la guía.
-De Pedro Gonzáles, el mecánico.
-Ah, de ese borracho, haragán. Ni me cuentes. Me debe una for
tuna. No te doy ni las buenas tardes.
-Pero por favor...
El hombre flO la dejó terminar y se metió para adentro de su
casa.
Como una pequeña procesión de mendicantes volvían a la casa,
arracimados en la impotencia.
Le quedaba una última esperanza en ese cosmos de amarguras
Doña Encarna podía salvarla. Ella tenía bebidas y el marido no vol
vía hasta la noche. Después había tiempo para devolverle el litro
prestado.
-Encarna, soy Filomena -sonaron sus palmas.
-Abra Doña, soy el Juan -gritó el chico.
Eran vecinos, vivían en pisos distintos pero en el mismo edificio
y siempre se encontraban a la hora del acarreo del agua o de las
escupideras con la orina de la mañana.
-Qué quieren a esta hora, caramba? No respetan ni la siesta.
Protestó la señora.
-Prestame un litro de vino, que esta misma tarde te lo devuelvo.
-No tengo -contestó enojada- y por favor vayan a joder a otro
lado.

24
. María Lydia Torti .

Los dos llegaron a la pieza temblando. Filomena se pasaba el


trapo húmedo de transpiración casi al borde de las lágrimas.
Pedro Gonzáles los miró enloquecido, cuando vio los brazos y
las manos sin ningún paquete.
Se levantó hecho una tromba y con la escoba la atropelló ciega
mente tirándola al suelo mientras le gritaba:
-¿Porqué no me compraste el vino, yegua, basura? No hacés nada
mientras yo me reviento trabajando. Esta vez te mato, te mato...
Juan escuchó los gritos y escapó a la calle con miedo, con mucho
miedo.
-Basta, basta Pedro! No me pegues más, dejame, dejame -cla
maba Filomena casi sin atinar a defenderse mientras el hombre se
guía castigándola con más saña.
Cuando se cansó de pegar y pegar con cuanta cosa le llegó a sus
manos, se arregló la camisa, se alisó los cabellos y se alejó sin com
prender lo que había hecho ni porqué. Sus zonas de odio se habían
satisfecho. Eran los ropajes de la locura. Cuando el niño lo vio salir,
regresó al cuartucho llamando angustiado.
-Mamá! ¡Mamá!
Cuando traspuso la puerta la vió allí, tirada, casi sin aliento y
vio a su hermanita gateando, quien con un llanto espeso trataba de
mamar del seno ensangrentado de la mujer. Ya nunca dejarían de
llorar.

25
. CUENTOS DE LA MUJER .

EN LA COCINA DE MARCELO T. DE ALVEAR

uando nací yo, murió mamá. Me crió mi abuela en la coci


C na. Cuando era un bebé en un cajón de manzana pintado de
blanco y con colcha tejida al crochet. Nunca tuve puntillas; pero eso
sí, siempre estuve limpia, con perfume a talco Palmolive y el cabello
brilloso a fuerza de agua llovida con gotas de limón.
Crecí entre los olores a cebolla y ajo, pero también entre el pan
tostado y el bizcochuelo elevándose en el horno.
Parada en un banquito, revolvía el tuco con el cucharón de ma
dera o las mermeladas de limón, pomelo y naranja que hervían bor
boteantes en las pailas de cobre.
Picando el perejil, pregunté una vez a Ana, que así se llamaba mi
nona, cómo era mi madre.
No te interesa -me contestó-, porque ya está entre los ángeles
del cielo.
Entonces tendrá alas blancas, plumosas como vi en el pesebre
de Navidad, pensé.
Me toqué la espalda, por si acaso a mí también me habían creci
do alas, porque un día escuché decir a la Señora que yo era igualita
a mi mamá; que ella era o había sido una postuta o postituta (no
entendí bien).
Pero la Señora aclaró que yo era inteligente y bien educada; no
siempre era cierto aquello que dice el refrán: "De tal palo tal astilla".
-"La niña (o sea yo) no ha sacado nada de esa mujer malparida,
que enloquecía a los hombres del pueblo con su contoneo. No res
petaba a nadie la. trotacalles, ni siquiera a mi virtuoso marido".
Al oír tales comentarios, yo trato de caminar bien derechita (por
si acaso) y no corro para no estropear los zapatos ni desatar las
trenzas que me teje la abuela. Nunca perdí un moño, ni me olvidé
los útiles en el banco de la escuela, como le pasa a Marina, la hija
de la dueña de casa.

26
•María Lydia Torti •

La Señora está siempre ocupadísima con la preparación de ker


meses, para ayudar a los chicos pobres o tiene visitas para tomar el
té o jugar bridge. A la noche recibe a otros matrimonios, de buena
posición social y cenan en el comedor principal.
Entonces me acuesto con Marina, mi amiga del alma, dos años
más chica que yo y le leo fábulas o se las invento, hasta que se duer
me.
Le sirvo el desayuno a la mañana y después la acompaño al co
legio privado. Abuela afirma que nosotras no podemos pagar ese
tipo de educación y por lo tanto estudio en una institución públi
ca. Mis calificaciones son mejores que las de la hija de la dueña de
casa, pero cuando le muestro mi boletín a la Señora ésta dice que
mis notas son tan altas, porque los colegios del estado no son tan
exigentes. Yo creo que no es verdad, porque el profesor de Mate
mática, el de Lengua o el de Historia no regalan ni un centésimo.
Siempre me dicen:
"Aureliana, eres inteligente y estudias mucho. Sigue así".
A mí se me pone la carne de gallina y Ana me aprieta con fuerza
contra sus pechos repollones y me harina toda a besos.
Mi vida fue Lícil entre caricias, cantos y cuentos de la abuela. En
las tardes disfrutaba de las lecciones, los deberes y las confidencias
de la Niña. Ella tenía otras amigas pitucas que también concurrían
al Saint George (bilingüe) pero únicamente a mí, me contaba sus
amoríos o me leía las cartas de aquel primer "príncipe azul".
El calendario fijó el 13 de noviembre. Toda la gran mansión tem
bló. Marina cumple sus quince años. Se celebra el antiguo ritual de
ser presentada en sociedad.
La casa brilló como una tacita de plata.
Entraron pintores, decoradores, cocineros... Telas, zapatos, mo
distos de alta costura.
La quinceañera me pedía opinión mientras se probaba los mo
delos. Éste sí, éste también. No tal vez aquel otro. Yo opinaba con
fiada en la amistad que nos unía. Una noche le pregunté a la abuela
qué traje me pondría para el baile. ¡Estás loca, criatura! ¿Te has
olvidado que sos la nieta de la sirvienta? No irás a la fiesta. No nos
corresponde. Nuestro lugar es la cocina.

27
* CUENTOS DE LA MUJER .

-Lo dices para rebajarme ¡Sos mala abu!; no creés en nada. Mari
na me quiere más que a sus otras compañeras, que son unas inútiles
mantequitas. Ni hablar saben. Parecen idiotas.
-Idiotas o no, son ricas, querida mía. Contestó abuela.
Con un berrinche de aquellos, casi lagrimeando me fui a dormir,
con el olor a la canela del dulce de higo. No me quiere comprar un
vestido; es una tacaña, esa vieja gorda. No quiere que yo luzca her
mosa en el salón, bailando con un joven de cabello dorado y traje
azul perfecto.
Llegó el gran día. Corridas, bajadas de escaleras, vueltas a subir.
Flores, regalos principescos, oro, plata, alfombra roja, la orquesta.
Casi no pude ver a la niña. Si yo la llamaba, ella pretextaba una
excusa y se escurría como una anguila. Además no decía de prestar
me nada de su amplio guardarropa.
Comencé a dudar. ¿No me invitaría? ¿Sólo porque soy pobre?
¿Sólo porque mi abuela es la cocinera? ¿Sólo porque mi madre era
trotacalles? (Hace tiempo que busqué en el diccionario el signifi
cado y se me hizo un nudo en la garganta). En la cocina nadie daba
bolilla a mi angustia con tanto ajetreo.
Llegó la misa; el reloj de pared cantó las 22 horas y fue entonces
cuando entró la Señora, como una tromba.
Era una serpiente azul emplumada. Dio las órdenes de rigor y ya
cuando se retiraba me miró. ¡Esta chica, sin hacer nada! Querida en
esta casa todo el mundo se gana el pan de cada día. Ana búsquele
un delantal y una cofia a su medida. Retirarás las copas vacías en
una bandeja, ¡sin romper nada! ¿Me entendiste? Dio media vuelta
y desapareció.
Entonces entendí. Entendí las huidas de Marina. Entendía la
mirada llorosa de mi abuela. Pero no entendí ese gran cuchillo, que
para siempre desgarró en mil pedazos mi adolescente corazón.
El delantal, la cofia y las copas vacías me transformaron en mu
jer, en aquella cocina de la calle Marcelo T. de Alvear.
De repente un dolor agudo perforó mi espalda. Grité dos veces
y me toqué dos pequeños bultitos, que crecían desde dos huecos
profundos, en mi propia carne.
Eran plumosos. Eran suaves.

28
. María Lydia Torti .

Entonces entré al comedor fuertemente iluminado. La luz dan


zaba. De un salto traspasé el ventanal, el balcón forjado y ante los
ojos asombrados de los invitados

volé volé
volé

volé volé
Me vi alada, reflejada en los cientos de ojos cristalinos del vi
driado.
¡Tenía alas como mi mamá! ¡Tenía alas de ángel para alcanzar
el cielo!
¡Tenía alas para alcanzar estrellas!
¡Y sonreí!

29
* CUENTOS DE LA MUJER .

LA VECINA Y SUS VECINOS

uando llegué de la Escuela al mediodía me avisaron que "la


C Nena", estaba muerta. Mi vecina de toda la vida, la amiga de
mi madre, la modista.
No se sabe la hora de su fallecimiento. La señora que la cuidaba
y hacía los quehaceres de la casa la dejó perfectamente bien a las
siete de la tarde, sentada frente al televisor, con la estufa prendida.
Día gris de mayo.
Las preguntas se arraciman en las bocas de los vecinos. Ataque
al corazón, el mal de Parkinson, que desde siempre la aquejaba,
descompensación hepática.
Cuando me atreví a entrar a la casa de la vieja solterona, ésta era
una tierra devastada.
Ella ya no estaba. En la morgue del hospital le practicaban la
autopsia de rigor. El diagnóstico oficial: paro cardíaco.
Policías indiferentes, sábanas que dibujaban un cuerpo que fue.
La ropa pendiente en el ropero me hablaba de momentos com
partidos. Con ese vestido a cuadros, se levantaba por las mañanas
a coser para Harrods, con libreta. Modelos infantiles primorosos,
confeccionados con primorosas manos de artista, el bordado pin
tura, la puntilla, el punto sombra, el punto smok.
-"Cosé bien el dobladillo de la pollera de tu muñeca. Debes ser
prolija como corresponde a una mujercita. Mañana cortaremos una
hermosa blusa y el conjunto estará terminado" -me decía junto a la
máquina eléctrica, cuyo sonido era como las alas de los sueños para
mis seis años de bebotes, cochecitos, biberones de juguete.
-Me darás ese trapito azul?-le pregunté revolviendo la maravi
llosa bolsa de los retazos, sentada en la sillita inglesa que guardaba
para mí, en un ángulo del taller de costura. La acercaba trabajosa
mente y mi cabeza apenas alcanzaba la mesa donde daba clases de
corte y confección.

30
María Lydia Torti .

-Yo iré a retirarla del Hospital, no podemos dejarla más tiempo


sola
-No puede hacerlo pues sólo debe firmar la partida de defunción
-No
alguien de su misma sangre -me respondieron.
-Y quién, si no tiene pariente en este pueblo? -.
-Sí, ha llegado un primo segundo de San Justo.
Ayer fue lejana hoguera encendida, ingenuo torrente y hoy, en
súbito salto, sólo perfil.
Se me cruzó la palabra herencia y temblé de horror. La única
herencia era el afecto que nos brindamos mutuamente: yo la quise
y ella me quiso.
¡Qué más! Disfrutamos la familia, le di nietos postizos, le di
Navidades...
-El más hermoso vestido de comunión es el de María -.
-Claro, si se lo confeccionó la Nena, según modelo exclusivo de
Buenos Aires - hablaba la envidia del barrio.
-¡El baile de egresados estuvo divino! ¡Todas las jóvenes eran un
regalo para los ojos! ¡Y el vestido de tul bordado con perlas de María
eclipsó a todo el resto!
-Obra de la Nena, ¡qué va! -clamaba la muchedumbre.
-Ya no podrás hacer mi vestido de novia, pues se te caen los pár
pados y tiemblan tus manos, pero me acompañarás a probármelo y
sacarás los defectos que tenga. ¿Quieres? -
-Bueno querida -dijo y de mi brazo caminamos hasta la casa de
la nueva costurera. Detrás de un gran espejo contempló mi boda,
como si fuera la suya, la que nunca tuvo.
El hombre es una historia repetida.
-Sabés que estoy embarazada - le conté un domingo mientras le
servía los ravioles, que nos unían cada fin de semana.
El tiempo se deshace.
-Te traje la primera sabanita para tu nena y un toallón -sacó con
trabajo las prendas de una bolsa, mientras apoyaba el bastón.
Era otro domingo.

31
.CUENTOS DE LA MUJER *

Mis tres hijas bordaron con su reloj de pared sonando y ren


guearon con su pata de palo.
Una profunda paz.
-Dónde la velaremos? -inquirían las vecinas que tanto decían
apreciarla.
-Mañana a las u hs, la enterramos -sentenció otra, semi-parien
te.
-Todos conjeturaban sobre el fin de los escasos bienes de la di
funta mientras se cumplían ritualmente las horas.
A las ocho se fueron los Benítez por la cena de los chicos, los
cuales dada su corta edad no podían quedar solos.
A las nueve la Srta. García quien vivía sola con sus gatos, se retiró
porque el frío le hacía daño y tenía miedo de irse tarde.
Era la que más había insistido en un sepelio decoroso, con el
tiempo adecuado para la exposición de la pobre vecina a los curio
sos.
Debía hacerse lo que correspondía: un velatorio de veinticuatro
horas por lo menos. La Nena, se lo merecía.
A las diez, el panadero y el matrimonio Pereira, los carniceros de
la esquina, se despidieron no muy conflictuados, pues ellos habían
tenido únicamente una relación comercial con la muerta.
A las once, de regreso a su domicilio, su sobrino lejano tomó el
último colectivo, con el propósito de comunicar la nueva a su espo
sa, ya que nada sabía de él, pues no tenían teléfono. Regresaría para
las diez u once del día siguiente, justo para el enterratorio.
Mis tías de avanzada edad rezaron un rosario y las llevé en el
auto a casa, para que descansaran. Era lo lógico.
Mi marido a las once se fue a dormir para hacer compañía a las
nenas, que estaban solitas a cuidado del perro. Además al día si
guiente se levantaban temprano para ira su trabajo.
A las doce y treinta miré a mi alrededor y estaba yo sola con mi
amiga en su sueño definitivo. Ni un alma, pues la suya supongo
estaría y estará en el cielo, por sus bondades, cortando con su tijera
moldes de alas para los ángeles.

32
. María Lydia Torti .

Me senté en la sillita del recuerdo y desgrané un rosario de mo


mentos felices, vividos de a dos. De repente oí...
-Apagá la luz. Quiero descansar.
-Había hablado ella o era mi subconsciente. Le obedecí. No era
una cosa en un escaparate con volados. Era mi amiga. Le debía un
último instante de dignidad, en esta tierra. A la cero hora cerré el
velatorio y caminé la madrugada del pueblo.
Sé que la Nena caminó a mi lado. En la pared se recortaba su
pequeña sombra y el repiqueteo del bastón acompañaba mis pasos
solitarios. El frío de mayo marcaba nuestras caras y dos humitos de
aliento subían, subían...
-Qué barbaridad! No velarla toda la noche.
-Es una falta de respeto.
-Ella se "merecía" un velatorio respetable.
En la mañana, la jauría del vecindario cortaba con sus bisbiseos
el aire congelado.
No me importó. En mi oído resonaba su risita cómplice, mien
tras el cortejo fúnebre la transportaba junto al resto de sus seres
queridos, que desde muchos años atrás la esperaban.

33
* CUENTOS DE LA MUJER .

LA MANCHA DE DON QUIJOTE

"La mancha es mujer"


"Su propia conciencia"

ierta vez tuve la tentación de releer las aventuras de Don


C Quijote de la Mancha en una antigua edición estadouni
dense, en español, cuatro tomos, muy bien ilustrada, la cual here
dé, a la muerte de mi madre'.
Creí que por conocida y antigua, la vida del manchego no me
atraparía. Ni el castellano arcaizante pudo con la magia de Cervan
tes. Caí incauto en sus molinos, su Dulcinea, el bueno de Sancho,
Rocinante, la ínsula de Barataria...
Al dar vuelta la hoja 159 encontré una mancha roja, con tintes
oscuros, por lo cual pensé que era sangre coagulada.
La toqué con la punta de mi dedo y estaba húmeda, como trans
pirada. Viva. Era una mancha viva.
Busqué un secante y una goma. Era realmente penoso, que una
obra valiosa se deteriorara de esa manera tan extraña.
A pesar de mis prolijos oficios, la visitante permaneció inco
rrupta en forma color. De repente escuché una voz cautivante que
me repetía al oído:
-No podrás. Lorenzo, eliminarme, pues yo soy tu propia con
ciencia...
Soy tu propia conciencia...
Tu propia conciencia...
Tu conciencia...
Conciencia...
Conciencia...

1-Cervantes de Saavedra, Miguel. E Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. W. N.


Jackson, Inc. Editores. Tomo III. Pág. 159. Nueva York

34
.María Lydia Torti .

Con más fuerza aplicaba ahora el líquido borratinta, con el que


suplanté a la goma de borrar por inútil, al mismo ritmo del sonido
abejerreante que me mortificaba:
-Conciencia...
Tu conciencia...
Tu propia conciencia...
Y al revés de mis desvelos la mancha crecía con ojos y con boca
de mujer que martillaba:
-Soy tu propia conciencia...
Tiré el libro al cesto de basura.
Al otro día relevado del arrebato, lo fui a buscar, a la hora de la
siesta.
Recordé que la mancha estaba en la página 159. Busqué rápida
mente y comprobé aliviado que no estaba. ¡Por fin había desapare
cido!
Con el tomo III bajo el brazo salí al patio y me senté al frescor
de la higuera.
Leí el Cap. XVIII: "De lo que sucedió a Don Quijote en el castillo
en la casa del Caballero del Verde Gabán". Era la mismísima página
159.
Allí mi héroe es recibido por Don Diego de Miranda, su esposa
y el "estudiante poeta", hijo de la pareja mencionada, curiosamente
también llamado Lorenzo, como yo.
Cuando mi vista se posó en el siguiente párrafo, que transcribiré
a continuación, me pareció escuchar nuevamente esa voz subya
cente que me angustiara y como gota de lluvia el borrón rojo, ahora
como dedo implacable, se adhería al papel amarillento.
"El señor Don Diego de Miranda, padre de vuestra merced, me
ha dado noticia de la rara habilidad y sutil ingenio que vuestra mer
ced tiene, y, sobre todo, que es vuestra merced un gran poeta.
-Poeta, bien podrá ser, respondió Don Lorenzo, pero grande ni
por pensamiento; verdad es que yo soy algún tanto aficionado a la
poesía y a leer los buenos poetas, pero no de manera que se me
pueda dar el nombre de "grande", que mi padre dice -

35
• CUENTOS DE LA MUJER •

-No me parece mal esa humildad, respondió Don Quijote: por


que no hay poeta que no sea arrogante, y piense de sí que es el ma
yor poeta del mundo.
-No hay regla sin excepción, respondió Don Lorenzo; y alguno
habrá que lo sea, y no lo piense.
-Pocos, respondió Don Quijote..."
No terminaba de leer la frase, cuando la mancha saltó del libro.
La busqué incansablemente en otras páginas, muy enajenado, so
bre el banco o e]. césped...
No; estaba en mi brazo. Corrí hacia un balde con agua y me lavé
con cepillo hasta hacerme sangre. Cuando la miraba me parecía
que se reía de mí. Era una boca. Ahora, saltó a mi remera. Me la
arranqué de un tirón; pero ella estaba asentada sobre mi pecho,
más que tranquila.
Decidí ir al baño, entré y abrí la ducha.
Con agua caliente la ahogaría.
Pero entre el vaho tibio y la neblina la reconocí. No era una ima
gen femenina. Era mi propio rostro. Me reconocí como Lorenzo.
Repetí entonces; el texto de Cervantes y me acepté. Desde hoy sería
como aquel otro Lorenzo, poeta del Quijote. Ni poeta ni grande.
Fue entonces, por encantamiento, que la mancha de soberbia roja,
de poetastro, autocalificado de "grande", comenzó a palidecer y a
decirme adiós, mientras me friccionaba suavemente, con el felpu
do toallón.

36
. María Lydia Torti .

LA VIDENTE

i vía en el barrio "Los Aromos". Ahora casi dentro de la ciu-


Vdad, porque todos los bordes estaban creciendo con la lle
gada de la autopista. Pero aún había calles de tierra y por las noches
el lugar parecía una boca aullante.
La casita era humilde, con una puerta de madera y un jardín mal
cuidado.
Mis jaquecas me perseguían y unas amigas me dijeron que esta
ba ojeada. Me recomendaron a Fica, la vidente, para queme curara.
Un poco trémula pasé al pórtico, corrí la cortina de tapitas de
Coca Cola, que servía de timbre y espantamoscas a la vez, y enton
ces la vi.
Me recibió sentada en una reposera, con una larga bata blanca,
el cabello rapado y un habano apagado en la boca.
Hablaba un dialecto raro, una especie de portuñol, aunque su
apariencia era de india pura.
-No te asustes, hija mía, que mi Jesús, mi Señor está contigo.
Yo me ubiqué en una silla pequeña y su ahijada (según me en
teré después), acercó una mesa, llena de imágenes de santos, re
tratos del Corazón de Jesús, rosarios y collares largos de cuentas de
colores, que eran las cadenas con que el Demonio ataba nuestras
pobres carnes y nuestras pobres almas.
Enseguida gritó: -Poné a hervir agua! Y me empezó a echar el
humo del churito en la cara. Todo se desmesuraba tras la luz aguar
dentosa.
La muchacha, de unos veinte años más o menos, trajo de la co
cina un platillo con el agua bullente y humosa, donde brillaban dos
gotas de aceite.
La manosanta balbuceaba una oración y tocaba la cabeza de San
Roque, del perro del Santo, de San Cayetano y otros que no reco
nocí.

37
. CUENTOS DE LA MUJER .

-Mirá el agua, señora y no cierres los ojos. Hay que mirar fijo,
para que el aceite copie los males que te han hecho y los lave en el
agua. Tarda un poco. Tené fe.
Entretanto venía una dama muy elegante, con un tapado de piel
que cantaba a dólares y un juego de zapatos y cartera de buche de
avestruz.
Fica me indicó un rincón y allí fui con plato y todo.
Observé el lugar con más cuidado. Había velas encendidas de
distintos colores y tamaños. Un sahumerio repartía olor a incienso
y ruda. Numerosas plantas caían de las repisas con sus flores de
plástico.
Cuando la dama le contó que su hija había quedado embarazada
del chófer de la casa, la curandera, quedó con los ojos en blanco y
tiró la cabeza para atrás, como si le hubiera tomado un colapso.
La ayudante gritó:
-¡Está en éxtasis! ¡Está en éxtasis!
Entonces escuché una voz como de ultratumba que salía de la
boca de la mujer, entre escupitajos de tabaco.
La ayudante gritó:
-Bajó el espíritu! ¡Bajó el espíritu!
No entendí el aquelarre de palabras deshilvanadas que llenaron
la habitación. Pero el sonido era ronco. Tal fue la impresión, que un
muchacho "gay", que esperaba su turno, se puso blanco de miedo
y vomitó.
La ayudante pidió a la Señora que escribiera en un papel el nom
bre de su hija y del enamorado.
La pluma de la madre consultante apenas si trazó lo pedido: Ma
ría y Miguel.
La seudosanta, levantando la cabeza, pidió ginebra en una bote
lla y la hizo circular entre todos nosotros; yo le pegué un trago que
me quemó el pecho y hasta el homosexual se puso más coloradito.
El espíritu habló:
-Quema la vela de los siete días y si en el plato ves alas de ánge
les, tu hija está salvada. Si no sucede esto, vuelve a mí. Mi dueño te
acompañará".

38
. María Lydia Torti .

La ayudante la empujó a la salida, no sin antes pasarle una caja


de cartón, con una abertura en el medio, donde la desesperada mu
jer puso un puñado de billetes.
Yo seguía mirando fijo el plato y las dos gotas, cuando el mucha
chito se inclinó y le besó las manos a la adivina.
Ésta le recorrió el cuerpo con la yema de los dedos, parte por
parte, hasta en sus genitales. El chico tuvo una erección. Se mojó
en su propio sudor. Estaba rojo y jadeaba.
-Mirá fijo a la Virgen y rezá esta oración en la cama. Prendé una
vela a San Porfirio y calma a tu madre, que volverás a ser bien ma
cho.
Pero el maricón se puso como loco y a grandes voces decía:
-No Madre, por favor, yo lo que te pido es el amor de Roberto,
el peluquero de la esquina de mi casa. Por supuesto la vidente se
persignó, balbuceó unos rezos y le dijo:
-Andá con Dios -.
Luego bostezó, mientras largas lágrimas brillaban sobre sus pó
mulos salientes.
La ayudante trajo la vela rosa para el joven. Éste la tomó y puso
su óbolo en la caja.
Yo estaba medio mareada. Me faltaba el aire. Veía borroso,
cuando me llamó Fica. Elevó sus manos en forma de bendición y
las paseó sobre el plato y dijo: -,Qué ves? ¡Oh maravilla! El agua se
había juntado con el aceite. La ahijada me acercó la caja. Cuando
quise poner el dinero en la ranura, no entró. El recipiente estaba
colmado.
La muchacha, rápida, trajo otra caja vacía. Llevé mi vela roja.
Di mi contribución. Salí a la noche. Comencé a caminar con el
aire fresco.
Quemé la cera durante toda la noche en la mesita de luz, junto
a mi cama.
Me dormí con batidos en las sienes. Aún en el sueño el dolor
me aprisionaba. Me revolvía entre las sábanas, agitada. En mi vi
sión subconsciente me visitaba un sátiro de cara roja, que reía con
aliento a podrido y ataba su cola ami cintura y en mi cuello. Parecía

39
* CUENTOS DE LA MUJER .

que la sangre no corría hacia mi cerebro. Cuando quería gritar, una


bocanada de sangre mojaba la almohada.
Cuando sonó el despertador, salté del lecho enajenada. Mis ro
pas estaban salpicadas de gotas de sangre. Entonces observé la vela
consumida en el plato de cerámica. Contemplé la imagen que se
había dibujado y no pude dejar de estremecerme: dos ojos negros,
brillantes de cera me miraban fijamente.
¡Oh Jesús! ¡Oh Pica! El señor quemó al demonio con el fuego y
lo plasmó en carbón negro.
Sencillamente me levanté. Preparé el desayuno. Me duché y de
repente comprobé que se me había pasado la jaqueca.
Pero me prometí, una y cien veces, que jamás volvería a aquel
oscuro Barrio "Los Aromos". Por si acaso prendí una vela blanca
para "darme luz".

40
LA VIDENTE DE ANTONIO BERN!
. CUENTOS DE LA MUJER *

EL GRAN HOTEL PROVINCIAL

"La imaginación es la loca de la casa"

o soñé por mucho tiempo hasta que Quique consiguió una


L habitación doble con descuento, por los servicios sociales
bancarios. Yo, en "el Provincial". Me imagino la cara que pondrán
en la escuela cuando les cuente dónde pasé Semana Santa. Lo del
descuento, ni pío; no tienen por qué saberlo. Se morirán de envidia.
Entré como una reina en el salón de recepción. Me parecía que
todos me miraban; mis ropas, mis zapatos, el bolso de viaje. Pero,
en realidad, no me miraban nada. Era un entrar y salir de gente
indiferente, aunque muy importante. Turistas extranjeros, ejecuti
vos, estrellas de cine.
Qué sillones! Me sentía abrazada entre el terciopelo de sus bra
zos, mientras esperaba que mi marido hiciera la reservación. La
pollera está un poco arrugada, y creo que el cabello, muy desorde
nado. Viajar en tren no es lo mismo que en auto; ahora está tan cara
la nafta que resulta más económico el ferrocarril.
Me pregunto qué harán los chicos con la abuela. Los extraño,
¡pobrecitos!, pero un fin de semana largo y solos es fundamental
para el matrimonio.
¡Qué señora tan distinguida!
Aquellos dos no están casados; estoy segura de ello. Demasiados
arrumacos para haber pasado por el Registro Civil.
Las pinturas de las paredes son fantásticas. Debiera decirse cla
ramente quién las decoró. No debe ser argentino.
No puedo creerlo, parece de película. Un árabe con su séquito.
Debe ser un jeque con "petrodólares". Me encantan sus blancas ves
tiduras. Es evidente, hay que tener dinero para vivir y conocer gente
interesante. El lunes lo primero que haré será contarle a Doña Né
lida, entre mate y mate, que su vecina durmió bajo el mismo techo
con un rey del desierto.

42
.María Lydia Torti .

Subimos con Quique a nuestro cuarto. Paredes rosiclaras, camas


con sábanas de Holanda y almohadas de plumas, bañera de már
mol con grifos de oro. Araña de cristal de bacarat.
En el espejo me vi como otra mujer. Desnuda, haciendo el amor.
Hasta mi marido, con veinte años de matrimonio rutinario aun
que feliz, parecía otro. Con un no sé qué de hombre de mundo, de
amante perfecto. ¿Era él el mismo o yo no era la misma?
Durante la cena, en la mesa de enfrente, el árabe comía casi sin
hablar. Sus anillos brillantes jugaban competencias de luces con
el cristal de las copas y los altos velones encendidos. A través de
las flores, lo miraba. Era hermoso, con una perfección casi ascética
en sus rasgos cetrinos, coronados por cabellos negros y cresposos.
Las manos de dedos largos, tomaban con delicadeza los cubiertos.
Parecían en danza. Había una armonía rítmica y grácil entre sus
movimientos y sus ropajes aéreos.
Los mejores vinos. Las mejores tortas. Por observarlo con una
envidia rayana en el amor a primera vista, confieso que casi no gocé
los exquisitos platos.
Cuando levantó hacia sus labios la copa de champagne, me
miró. Lo que sería la existencia de una mujer al lado de un magnate
tan bello, lejano, exótico, culto...
¿Por qué soy la señora de un empleado? ¿Por qué?
Quique me retó por lo distraída, pero quién me quitaba el arro
bo de yerme entre las arenas, en un camello, en brazos de un viril
enamorado.
Salimos hacia el casino, para completar la noche.
Había perdido la alegría. Una desazón, una sensación incierta
de enojo y disconformidad me abrazaba. Jugué sin interés. Gané,
perdí. Paseé por las mesas, tomé unos jugos, pero ya nada me hacía
olvidar los ojos del jeque.
Argumenté un dolor de cabeza y con lo rezongos de mi marido
volvimos al Hotel Provincial.
Un tumulto cerraba el paso. Alaridos de sirenas, policías, gritos,
corridas.
Me abrí paso a los codazos y llegué al hall. Allí, en la alfombra,
estaba el árabe baleado en medio del corazón.

43
• CUENTOS DE LA MUJER •

Una rosa roja sobre su pecho albo, florecía.


Atontada escuché los comentarios, mientras los agentes me im
pedían acercarme.
-Atrás, señora, atrás.
-Un ajuste de cuentas. Es indudable -dijo uno.
-Era un terrorista comentó otro.
Pertenecía a la O.L.P. -aseguraban dos o tres.
-Así viven pero así mueren -sentenciaron unas viejas.
-Merecido lo tienen. Quien a hierro mata...
Como borracha me encaminé hacia el segundo piso.
Una lágrima lavaba la última ilusión de la adolescente tardía,
que toda mujer guarda celosamente en la cárcel de su imaginación.

44
* María Lydia Torti .

DE LAS FORMAS DE VENGANZA

"La mujer hace de la espera una virtud"

1
eunión formal. Larga mesa de trabajo. Ejecutivas frente a las
Rtazas de café. Mucho humo.
Aire de intranquilidad, de espera impaciente.
-Ya hace más de una hora y el presidente no llega.
-Es raro, tiene fama de ser hombre puntual.
-Lo que sucede es que como hoy reúne al sector femenino de la
Empresa cree que puede hacernos esperar. ¡Cómo siempre el senti
do machista del argentino!
-¡Bah! ¡De poco les sirve! A la postre, están a nuestros pies, si
somos mujeres inteligentes.
-Es que muchas veces -casi siempre-nos falta raciocinio, porque
nos gana el corazón.
-El corazón, chicas, debe transitar primero por el cerebro y luego
por el sexo.
Risas de aprobación. Señales de cansancio. Conversaciones en
tre dos.

II
En la oficina privada, el presidente se entretenía con la joven
secretaria. Dulce, agacelada. De piernas largas y móviles, caderas
estrechas.
El viejo abría la blusa y besaba los pechos con perfume y forma
de peras maduras.
Prometía un ascenso y la muchacha se abría a sus arrugadas ma
nos sarmentosas.

45
*CUENTOS DE LA MUJER .

Piernas flácidas, abdomen abultado, cubrían la piel virgen en un


acto caricaturesco de amor.

III
En la sala de conferencias... Enojo, mal humor.
-Pienso que debemos retirarnos. Esto es una falta de respeto.
-¿Es que hay respeto para nosotras, como seres independientes
de nuestra función receptiva en la cama?
-Pero en algo triunfamos sobre el hombre, la maternidad les
está vedada.
-No te confies, por ahora solamente. Con las operaciones, fe
cundación in vitro y esas transformaciones, obra de la genética, ya
veremos a los homosexuales con los bebés en la panza.
-Además, el hijo siempre fue el collar del esclavo para la mujer.
Fue gloria y renuncia al mismo tiempo. ¿Cuántos maridos embara
zan a la mujer para que ésta no salga a trabajar o a destacarse en una
profesión de igual a igual?
-Señoras, la reunión se ha suspendido por una indisposición del
Presidente -avisó nerviosa la prosecretaria-, mujer avezada en el
cargo y cargada de años.
Un murmullo de desaprobación subió entre ramalazos de carte
ras, tacones y portazos.
En breves momentos la escena quedó vacía.

II!1
Por la puerta de servicios, en una camilla dos enfermeros trans
portaban al "Gran Jefe" con la boca torcida y salivosa, paralítico de
medio cuerpo. Una ambulancia esperaba en la puerta y en ella la
esposa, lo acompañaba en su infortunio y escuchaba con dignidad
las disculpas llorosas de la jovenzuela.
Las ropas desajustadas del viejo denunciaban el acto interrum
pido por la debilidad de sus arterias desgastadas.

46
. María Lydia Torti .

Todos se enteraron del lamentable episodio y elogiaban la cari


dad ejemplar de la Señora del Presidente. Era realmente una heroí
na. Pagaba con atenciones y cuidados el desamor de un hombre, las
afrentas de toda una vida, su humillación como hembra despojada.
Un grupo de Directores de la Empresa decidieron ir a visitarla, y
a presentarle sus respetos a la pareja.
Los encontraron, en el parque del hermoso chalet, que poseían
en Martínez.
Ella llevaba a su marido inválido en la silla de ruedas.
Cuando se acercaron, una sonrisa de triunfo se dibujó en su ros
tro y maniobraba el carro como un trofeo, mientras se acercaba a
saludar.
Tiempo después, los sirvientes prepararon el té; el pobre en
fermo a un costado, observaba al conjunto con una mirada implo
rante. Todos saboreaban entre charla y charla ricas tortas y masas
dulces.
Entonces Ella, con voz de trueno ordenó:
-Felisa, dele al señor una galletita. Pero sólo una -repetía mirán
dolo como el verdugo a su víctima
El Presidente -olvidado por todos-chupaba y chupaba la golosi
na, muy agradecido.

47
. CUENTOS DE LA MUJER .

COSAS DEL COLECTIVO

"Nada ocurre porque sí. Todo en la


vida es una sucesión de hechos que,
bajo la lupa del análisis, responden
perfectamente a causa y efecto"
Richard

omar el (So en el centro -llámese Sarmiento-rumbo a Cons-


Ttitución a las seis de la tarde es casi una epopeya, una lucha
de titanes; súmese a esto, cargar una cantidad enorme de bolsas y
paquetes, producto de compras en la proveduría y la farmacia.
Sí, señor, a mi edad el lugar más frecuentado es el consultorio
del médico con su anexo: la botica.
Pero me entretengo por las tardes, cuando no tengo nada que
hacer, hablando con mis colegas de turno acerca de las enfermeda
des crónicas u ocasionales. Lo importante es poder hablar y desha
cer las telarañas de la soledad. Con un poco de suerte puedo contar
que me jubilé hace dos años, de secretaria de un juzgado; que tengo
dos sobrinos; que enviudé (por decirlo a alguna manera) de mi no
vio con veintitrés años de relaciones formales.
Mire Ud., a pesar de mis sesenta me conservo bastante bien y sin
cirugía ni maquillajes.
Por eso, sabe, no me extrañó riada que ese hombre buen mozo y
atildado me tocara como al descuido, negligentemente, como si no
se diera cuenta. En una palabra Don, me puso la mano en el culo.
¿Qué me dice? Yo me corrí, que es lo que corresponde a una dama.
Podía ser por casualidad, no intencional. Pero igualmente lo miré
con ojos furibundos. El hombre como si no se diera cuenta. Al rato,
nuevamente algo calentito me apoyaba. ¡Qué descaro! Yo quería
justificar la acción (no me desagradaba del todo... la verdad no me
desagradaba) pero tampoco era cosa de dejarse manosear pública
mente. Ayer mismo me habían comentado las vecinas, que ahora
era cosa común que los muchachos jóvenes se metieran a perseguir

48
.María Lydia Torti .

mujeres maduras. Otra avalancha de gente. Era una sardina. Las


piernas del muchacho apretaban mis piernas ¡Qué cosa, por Dios!
Fue entonces cuando escuché que el chofer gritaba: ¡pasajeros a
Plaza Constitución! Ya llegué a destino. Se me hizo rápido el trayec
to a pesar de viajar muy incómoda. Codeando a diestra y siniestra
logré bajar, con mis "trofeos" a salvo, después de semejantes apre
tujones, en ese maremágnum del colectivo porteño.
Sin darme cuenta sonreía. La verdad Señor, es que sonreía. Dos
o tres veces me di vuelta, para ver si el hombre me seguía por la
calle Brasil. ¡Tan atrevido!
Cuando abrí la cartera para sacar la llave del Departamento en
Entre Ríos 1830, casi me muero.
Sí Señor, la billetera no estaba. Me habían robado la jubilación
enterita. No hay decencia en este país. Robar a una pobre jubilada.
Y sobre todo Señor, es doble pecado "robar una ilusión."

49
• CUENTOS DE LA MUJER •

o la idolatraba.
yCuánto más amor le demostraba, más me despreciaba. La
mujer es como el mármol, fría y dura; sólo ama al campeón. Cada
amor debe ser un triunfo sobre ella misma y logrado por ella mis
ma.
El laurel de la victoria sobre la cerviz de la víctima y de rodillas.
Pero en mi caso no hubo conquista sino una entrega total desde el
momento en que la vi. Me miró, me habló con su voz de susurro y
me acarició con sus dedos de rosa. Olía a rosas.
Al principio de nuestra relación fui importante en su vida. Al
morzábamos y cenábamos juntos. Los fines de semana íbamos al
río a pescar o al campo de cacería, a la casa de la hermana.
¡Qué mañanitas de sol, corriendo uno al lado del otro!
Por las noches, mirábamos TV, mientras tomaba café y yo apo
yaba mi cabeza entre sus pechos o en su falda.
Ella me daba besitos y reía de mis manotazos y mi fuerza bruta
desplegada. Los dos rodábamos abrazados frente al fuego crepi
tante.
Cuando mi dueña volvía tarde del trabajo, la esperaba ansioso
en la puerta y desde la esquina me gritaba:
jHola, mi amor! ¡Mi tesoro!
Entrábamos a la casa, comíamos algo, yo generalmente tomaba
un tazón de leche y nos íbamos a la cama. Me embargaba su per
fume a fruta recién cortada y gozaba contemplando sus cabellos
rubios desparramados en la almohada. Apenas me movía para que
no se despertara, Ya que descansaba su brazo sobre mi cuerpo;
De pronto apareció Él. Pasé a un segundo plano. Ni me hablaba.
Apenas una caricia de vez en cuando. Como un regalo o una dádiva
me dejaba acariciarle la cara, las manos, las piernas...
Cuando yo protestaba me gritaba como loca y se encerraba en
su dormitorio.

50
*María Lydia Torti •

Él vino a cenar. No aguanté y me fui a dar una vuelta por la Plaza,


no soportaba verlos hablándose en secreto.
Todo terminó cuando el otro se acostó con ella.
-Querida, odio los perros sobre la cama -le dijo y de una patada
me arrojó al medio del living.
Oí ya desde lejos que Ella le replicaba: ¡pobrecito!
Todavía me compadecía. La noche me recibió para siempre.

51
. CUENTOS DE LA MUJER .

VENTANAS

a mañana se desperezó húmeda y calurosa. La ciudad hervía


L en enero :sin concesiones. El aire estaba detenido entre Flo
rida y Lavalle. No se había dormido nada durante la noche y cada
departamento abría indiscreto sus ventanas, pero el aire se había
dormido en los balcones ylos cables de luz, en algún árbol exótico,
en los carteles luminosos de la publicidad...
En el 4 2 piso "C" el matrimonio Pérez rodó en el lecho conyugal
en el éxtasis del amor físico. Cayeron las sábanas al piso y el gato
que dormía a los pies saltó a la banqueta de pana, maullando eno
jado.
-Gato de mierda -murmuró el marido.
-¡Pobrecito Micifuz! -se rió la mujer satisfecha.
De a poco surgieron en la neblina del amanecer completamente
desnudos y cada uno comenzó a recoger la ropa ya arreglar el des
orden de la habitación.
El hombre se puso un calzoncillo limpio, mientras ella trataba
de introducir a toda costa sus pechos en un minúsculo corpiño.
-La ventana abierta ¡carajo! -gritaron casi al mismo tiempo,
pero ya era tarde. Muy tarde.
En el 42 "E" Doña Engracia oía el noticiero de las seis de la ma
ñana, por radio Mitre, cuando escuchó el aumento del gas, la suba
de la nafta, de la carne y la suspensión del pago del 82% móvil a los
jubilados. La apagó.
Se acercó a tomar un poco de fresco a la ventana. Sudaba por los
cuatro costados pero no quería prender el ventilador, pues estaba
recalentando el motor por haber funcionado toda la noche.
Al pelo pegoteado en la frente lo sujetaba por medio de dos
grandes ruleros.
El camisón de nylon rojo dejaba ver unos brazos rollizos cubier
tos de una pelambre hirsuta. Tan hirsuta como sus bigotes espesos.

52
*María Lydia Torti .

Miró descuidadamente hacia la habitación del 42 piso "C", se


exaltó y se paralizó al mismo tiempo.
-¡Qué descarados! ¿Por qué no cerrarán la ventana? Además gri
tan como gatos en celo o ¿serán los celos del gato?
Entreabrió su camisa y saltaron las blas como dos grandes flota
dores rosados y entonces corrió.
-Justo ahora tengo ganas de orinar y me pierdo todo.
Mientras se sentaba en el inodoro, tapaba su nariz para no sentir
el terrible olor a amoníaco que exhalaba. Sin calzones se abalanzó
hasta el mirador. Ya todo había terminado.
Se alejó entonces hasta la cocina; puso la pava en el fuego.
Volvió rápido, pero ya no se veía absolutamente nada.
Chilló el agua. Doña Engracia puso el saquito de té en la taza y
se tiró en una reposera.
A la vez que suspiraba, miraba sin ver el gran cuadro del finado
que pendía de la pared.
¡Qué nostalgia! ¡Solo le quedó el gran cuadro del finado!, la
pared, la pava y el té.

53
* CUENTOS DE LA MUJER .

DOLORES MIRANDA DE GÓMEZ CARRIL

e Josefa Petrocelli de Gómez Carril (la suegra):


D "Esa Dolores Miranda me la va a pagar. Es una injusticia
que un hombre como Daniel, inteligente, bien parecido, profesio
nal de brillante futuro se haya enredado con esa chirucita de dos
por tres. No me consuelo de que se haya casado, a pesar de los años
que lleva ya de matrimonio desgraciado. Él disimula que es un ma
rido feliz, pero a mí que soy su madre no puede engañarme.
Y para colmo la llena de alabanzas. Nadie es mejor cocinera, ni
mejor madre, ni más elegante, ni más económica... ¡Bah! Puros
cuentos para aparentar ante los amigos distinguidos. ¡Medalla de
oro de la Universidad!
Muchos sacrificios nos costó educarlo en un status alto, para que
pudiera acceder a cargos importantes. Todo esfuerzo realizado en
vano y todo por una cualquiera. Se ve a la legua que cualquier par
de pantalones le quedan de medida. Los provoca y los hombres
no se le resisten.. Pero lo peor es que ni respeta la amistad. Ella no
puede negar lo que oyeron mis propios oídos, la cita telefónica con
el arquitecto, compañero de promoción de mi hijo.
Se me viene a la memoria el diálogo escueto y degradante:
-"Cómo estás querida? -arquitecto.
-Extrañándote mi amor, cada día más -Dolores.
-Pero cómo estás? -insiste.
-Desnudita -contesta la desgraciada.
-Toda desnudita para mi -aclaraba él.
Y allí se cortó la comunicación y se cortó mi felicidad para siem
pre. La deshonra de Daniel es mi propia deshonra.

De Daniel Gómez Carril (el esposo):


"Mamá se peleó otra vez con Dolores. No hay paz en casa y los
chicos sufren este aire viciado.

54
.María Lydia Torti .

No fue una idea brillante venir a vivir junto a mis padres. Creí
que mi mujer iba a estar acompañada, mientras yo trabajaba tanto
tiempo afuera, en las obras. Especialmente en este momento que
hay tanto que hacer en el Country Club de Moreno. Realmente re
conozco que convivo poco con la familia. Cuando llego a las diez
de la noche estoy reventado, deseando acostarme y dormir. Sólo
dormir.
A veces me olvido que ella es joven y vital; una pantera por lo
felina, con sus piernas largas y sus brazos de helechos. Huele a he
lechos.
Me espera con la cama perfumada y su camisón transparente.
Realmente tengo una alhaja por esposa. Cuida los menores detalles
para que me sienta feliz. ¡Qué mujer atiende hasta a los amigos del
marido! Los muchachos del estudio vienen a cualquier hora a to
mar un café, a charlar conmigo y aunque yo no esté, Lola los atiende
de maravillas. Y además con el agravante de los celos de mamá, que
no le perdona que haya conquistado a su bebé. ¡Su bebé! Semejante
boludo de casi cuarenta, su único hijito varón. Freud tenía razón
con su complejo de Edipo. Realmente la vieja es digna de lástima".

De Don Francisco Gómez Carril (el suegro):


"Pobre Josefa! ¡Cómo la comprendo! ¡Qué sola está en esta
amargura que yo no puedo compartir con ella! Tengo que negar
le todo para poder mantener la unidad de la familia y la felicidad
inocente de mi hijo y mis nietos. ¡El inocente de Daniel! Realmente
con él no se dio el refrán que dice: "Hijo 'e tigre" porque yo no per
donaba ni a las mucamas que se me pusieran a tiro. Lamentable
mente se cumple el refrán que dice: "El amor es ciego".
Es una puta Dolores, pero le reconozco que lo hace con altura
y distinción. Una puta fina, diríamos con los muchachos del café.
Estoy seguro que ellos lo saben y se callan por respeto a mis años,
por amistad, por tradición. Todo el barrio murmura.
¡Vaya! Todo el barrio ve cuando el degenerado del arquitecto se
le mete a la siesta en la casa. Los chicos están en la escuela y Josefa
duerme un ratito.

55
. CUENTOS DE LA MUJER .

Con Daniel no es mala. Es exigente, caprichosa, le hace gastar


lo que no tiene en ropas, muebles nuevos, viajes. Pero lo acompaña
puntualmente a misa los domingos, pues mi hijo no falta al culto,
como buen egresado salesiano. Es la mano derecha del Párroco de
Balvanera, Presidente de A.P.A.C. (profesionales católicos), cursi
llista, laico consagrado de lleno a cumplir con los mandamientos
divinos.
Pienso que de tanto cumplir con las virtudes teologales ha fra
casado como hombre: ¡Le falta garra de buen gallo y ella es una
gallina caliente, que se deja pisar por el primero que le canta algún
arrumaco!
La muy desgraciada sabe que yo sé de sus andanzas, pero me
quiere y me trata como a un rey. Tragaré toda esta cicuta heroica
mente, porque si Daniel la pierde, estará él también perdido para
siempre. La ama demasiado.
"No hay peor ciego que el que no quiere ver".

De Pedrito Gómez Carril (el hijo):


"Nuevamente esa vieja podrida de mi abuela hizo llorar a mamá.
Aunque mamá no se calló y le gritó unas cuantas verdades: "Que
no la quería, que no la había querido nunca, porque la considera
ba "menos" para el hijo universitario. Que ella no tenía nada más
que la primaria, pero era mejor que muchas de las amigas de nariz
parada, que sólo servían para jugar a la canasta e inventar chismes.
Que no quería a nadie, ni al viejo, ni al hijo ni a los nietos. Que si
realmente la quisiera de verdad se callaría la boca y no andaría di
ciendo en el barrio que ella es... "Ahí no entendí bien lo que quiso
decir, pero estuvo rebién. Es una bruja esa vieja y si papá y mamá se
llegan a separar la mato...
Juro que la mato".

Del arquitecto, colega, y amigo de Daniel Gómez Carril (el


candidato):
"Juro que cuando la agarre la mato. Cada día está más hermosa.
Es una hembra real. Casi la toco con los ojos cerrados. El cabello
renegrido y sedoso, enmarcando un cutis de durazno. Alta, con pe

56
María Lydia Torti *

chos duros y fuertes y caderas movedizas como las arenas. Allí sí


que no me molestaría ahogarme. Y las piernas son perfectas: largas
y tibias. Voy a empezar por las piernas... Bueno, calmate, que hoy te
toca café a las catorce. Buena hora para encamarse. La siesta y ella.
La voy a partir por el medio. Tiempo al tiempo. La muy yegua juega
conmigo al gato y al ratón. Que sí, que no. Pero ya caerá y ayudaré
al infeliz de Daniel a completar la dicha de su matrimonio.
Una mujer con cama ardiente es una esposa envidiable. Las tre
ce. Debo apurarme o llegaré tarde".

De las vecinas de los Gómez Carril (transcurridos quince


años):
"-Vio vecina que se remata la casa de los Gómez Carril.
-Qué destino el de esa gente!
-Bien se dice que cuando falla la mujer en el hogar, todo está
perdido.
-Fíjese Daniel, un muchacho tan buen mozo, inteligente, traba
jador, profesional. ¡Qué más podía desear la esposa!
-Dios da pan a quien no tiene dientes.
Esa Lola era una negrita engreída. Un par de tetas con piernas y
nada más.
-Una loca, la Dolores. Ni los hijos, la hicieron cuidar el hogar.
-Y los aires de señora decente, que se daba, cuando todos sabía
mos muy bien que hacía entrar hombres a la casa.
-¿Ud. vio algo, vecina? Cuente, cuente, como sus fondos coinci
den y la pared es baja.
-No, no vi nada, pero me lo imagino.
-Yo creo que el descalabro total llegó con la muerte del viejo Del
Carril. Viejo picarón y simpático. Muy señorón.
-La vieja, la suegra, no se tragaba la píldora y bien que comenta
ba la lista de amantes de su nuera.
-Sí, pero el hijo no se lo perdonó nunca. Ella que decía quererlo
tanto, lo llevó a la depresión primero y a la locura después.
-,Cuánto hace que está internado en el Borda?

57
. CUENTOS DE LA MUJER •

-Unos diez años, creo yo y totalmente abandonado por los hijos.


-Los hijos! Esos sí que siguieron la senda de la madre. Todos
separados y vueltos a juntar. ¡De tal palo, tal astilla!
-Y la Josefa de que murió? Dicen que de una neumonía mal
curada. Yo creo que se envenenó con su propia ponzoña.
-Era mala la vieja.
-Más mala que un escorpión.
-El que mal anda mal acaba, vecina".

De la comadre de la Dolores (transcurrido quince años):


"Pobre Lola! No salió airosa de la operación, aunque disimula
bien su estado de ánimo. ¡Qué temple de mujer! ¡Un carácter!
Abandonada por los hijos que salieron desamorados, como la
abuela; no pueden tener un ademán de generosidad para el otro.
Igual a la Josefa. Es que esa mala mujer ennegreció con sus chismes
y sus celos, la vida de esos chicos. Vomitaba odio y repugnancia.
Si supiera que la nuera sacrificó el verdadero amor por la unidad
de la familia.
Todo fue en vano. No se cumplió el refrán que dice: "Amor con
amor se paga". Nunca cedió a asedio del arquitecto, que la persiguió
de día de noche. Implacable. Ella se moría por él pero no claudicó.
Ahora el hombre se casó con otra. Era lo más lógico.
Y la Dolores se quedó con su sangre y su carne sin satisfacer,
junto a ese santulón del marido. Un chupacirios, que no hacía el
amor los viernes, por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. A ese
maricón le sobraban un par de bolas.
"Al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen". Realmente no co-
nocemos a nuestro prójimo. Las apariencias engañan. Realmente
engañan".

Epílogo del autor


¿Engañan?

58
. María Lydia Torti .

CARTAS DE AMOR

Carta NL, i

Q uerida, queridísima: Me atrevo a enviarte esta misiva bre


ve, pero encendida de "amor". Te lo dicen mis ojos cuando acarician
tu cara angelical, tus cabellos suaves y tus manos de lirio, firman
do los comunicados en la sala de profesores. Siento que tu cuerpo
tiembla como el mío, cuando nos encontramos en el recreo. No me
atrevo, sin embargo, a decirte más que ¡hola!, ¡hola! ¿cómo andás?
Me parece que todos nos observan, como si leyeran este corazón
salvaje que me galopa.
Te adoro
Dante

P.D.: Te escribo este mensaje con mucho miedo, porque no sé


cómo reaccionarás al leerlo; ¿realmente me querés, como yo pre
siento en mi piel? De sólo pensarte se me eriza todo mi vello cor
poral. Te lo entrega Raquel, la portera, en tu salón, aparentando ser
una notificación del Departamento de Sociales.

Carta N 2

Dante:
Estoy asombrada de tu desparpajo y atrevimiento. ¿Te ol
vidaste que soy una señora de su casa, con marido en la cama y
tres hijos creciendo? ¿Te olvidaste que somos dos profesionales,
maduros ya, y fundamentalmente educadores? Pero no te asustes,
no estoy enojada contigo. Tu posición de hombre separado y libre,
salta todas las vallas y todos los obstáculos. Pero obviamente no has
pensado en mí. No me tienes ninguna piedad ni consideración. Ya
sé que no puedo impedir tus miradas como soles ardientes, que me

59
. CUENTOS DE LA MUJER .

entibian en la monotonía de estas aulas. Pero, te lo suplico, no me


escribas más.
Tu amiga
Beatriz.
P.D.: Simplemente amiga.

Carta N2 3
Queridísima Más querida todavía!:
Estoy que bailo, brinco, sal
to, revoloteo, vuelo, vuel000 en el aire.
Me contestaste. Te intereso. No lo puedes negar. Y yo percibo tu
perfume en mis manos, tu saliva dulce en mi boca, la presión de tu
pecho en mi pecho.
El tiempo es todo nuestro. El futuro es una chimenea y una sá
bana de alucemas.
Quiero conocer el límite de tu cuerpo y tu geografía. Nos iremos
hacia otro horizonte.
No escuches nada más que mi voz.
Mil besos son pocos
Dante

Carta N 4
Dante:
Esto es imposible. Creo que todo el colegio habla
de nosotros. Ayer me acompañaste hasta el coche, me llevaste el
portafolio y me apretaste la mano fuertemente. Raquel sospecha
pues me mira socarronamente cada vez que me entrega tus líneas,
en nombre del "Departamento".
No me hables más por teléfono a casa; pero te diré la verdad,
no te haré sufrir sin sentido; yo también te amo más que a mi vida.
Suena a telenovela de las cuatro.
Cuando siento tu calor ¡deliro!
Be

60
. María Lydia Torti

Carta N!?
Beatriz:
Como te dije por teléfono, nada en el planeta es más impor
tante que nuestro amor. Lo hemos hallado entre los dos.

Beatriz: hemos encontrado el vellocino de oro. Pero ya no hay


más tiempo. "Be" deja a tu marido que entre balances y expedientes
no te "ve". Quiero tocar tu voz, tus piernas y llegar a tus pies. Uno a
uno besar despaci000 tus dedos... y subir...
El avión sale a las diez. Los chicos ya están en la escuela; prepara
poco equipaje, puesto que te compraré todo nuevo para ese nuevo
mundo que crearemos. Te mando el pasaje. Nos vemos en el aero
puerto.
Dante y Beatriz
Dante y Beatriz
P.D.: Pero no en el infierno (cita literaria).

Carta N 6 (que se quemó en la hornalla)


Dante, Dante, Dante:
Los sueños, sueños son (ya lo dijo alguna vez el
gran Calderón).
Pero igual te atraparé con mi recuerdo (como en el Soneto de
Sor Juana). Son las diez de la mañana y estoy preparando un pollito
al horno con ensalada. También bato un flan de doce huevos que a
mis hijos les encanta.
Amor: me hiciste feliz. Fui mujer; la olvidada mujer de veinte
años de matrimonio. Son veinte años de matrimonio con un hom
bre bueno, con un padre cariñoso y honesto.
Soy madre de dos adolescentes que, aunque a veces me odian, a
veces me necesitan.
Adiós. Hasta otros Paraísos, en otros cielos y con alas de ángeles
blancos.
Gracias por amarme
Be.

61
. CUENTOS DE LA MUJER .

Chusmerio de Raquel, la portera, en la cocina del


Establecimiento (monólogo)
Saben, chicas que el profesor Dante renunció a sus cátedras.
¡Qué hombre divino y seductor! Se fue hoy en un vuelo de Aerolí
neas. Según mis vecinas lo vieron salir muy nervioso. Pero se em
barcó solo. No entiendo, entonces, para qué tanta cartita. Para mí
que Beatriz...
Pero no importa che, digan lo que digan, estaba bien solito.
¡Quién pensaría en estos tiempos! ¿No? ¡En el fondo fue una des
ilusión para mí! No se puede creer ni en el amor. Pero sí tengo que
aceptar que aún existe "eso" que llaman "fidelidad".

62
. María Lydia Torti .

a Sra. Alfa era una esposa envidiable y envidiada en esa pe


L queña ciudad suburbana. Se había casado hacía 20 años con
el Señor Omega, notable empresario petrolero, propietario de va
rios establecimientos campestres en la zona.
El esposo dirigía negocios varios y disponía de poco tiempo
para el diálogo matrimonial. Además quién se atrevía a discutir las
opiniones, creencias u órdenes de una personalidad tan brillante
como la suya.
Vivían en la casa N2 745 del barrio Miraflores de Martínez, lu
josamente amueblada, con un gasto que revelaba fineza y distin
ción. Dos autos, chofer, personal de servicio adecuado. Efectuaban
numerosos viajes llamados de placer, pero donde el Señor Omega
obtenía, entre cócteles y desayunos de trabajo, pingües ganancias.
Su mujer, elegante, delicada, de pocas palabras completaba el pai
saje de un ejecutivo triunfador. Además cumplía al pie de la letra
sus indicaciones. Recibía en el amplio comedor al dueño de tal o
cual emporio con simpatía u organizaba el baile de beneficencia
para los niños discapacitados, ofrecido por la Embajada de Japón;
jugaba a la perfección canasta o bridge, sabía presentar el menú
más sofisticado, sonreía cuando debía sonreír, pretextar dolor de
cabeza, cuando su marido estaba aburrido, aunque ella lo estuviera
pasando muy entretenidamente...
Cómo dirían los adolescentes de hoy era "de diez". Llevaba una
vida tan ajetreada que casi se sentía feliz. No tenía tiempo de pen
sar, tampoco se lo había propuesto.
El io de julio, el Sr. Omega, recibió un fax invitándolo a una re
unión para el estudio de unos pozos petrolíferos en Arabia Saudita.
Enseguida llamó a su cónyuge por teléfono desde la oficina.
-Alfa, te llamo porque tengo que viajar mañana en el primer vue
lo de Alitalia a Oriente. Es de urgencia. Preparame la valija con lo
de siempre. Buscame el pasaporte y la documentación necesaria.

63
.CUENTOS DE LA MUJER *

La ropa que sea liviana, recordá que allá hace mucho calor. Ha
blá con Daniel y Rosa para cancelar la ida al Delta el fin de semana.
Anotá en tu agenda, hablar por telex con nuestra oficina en Mia
mi y dales la dirección del Hotel donde voy a estar. Después te dejo
el dato preciso; creo que es el Hilton.
Mandá el smoking a la tintorería que se manchó y no te olvides
de pasar por el Banco para renovar los plazos fijos...
Y así siguió una interminable lista de pequeñas y grandes ocupa
ciones que la mujer debía cumplir sin chistar, como corresponde a
una buena compañera de un buen negociante argentino.
Alfa colgó al auricular y miró la foto de su marido. Descubrió
entonces que él la miraba con ojos duros, la boca como dándole
instrucciones y hasta el dedo de la mano derecha, se había elevado,
señalándola.
-¡Estoy loca!-pensó la pobre -Loca de remate y puso el retrato
mirando hacia el espejo del tocador.
Pegando un portazo salió de la habitación matrimonial.

II
Me llamó Omega hace un momento para decirme que se que
dará una semana más, porque el trámite se ha complicado. En vez
de sentirme triste, es como si me sacara un peso de encima. Bueno
tengo un poco más de tiempo para llevar la ropa a la tintorería, pa
sar por el Banco, hablar por el asunto del week-end.
Los primeros días realicé todo lo pedido y me hice un cronogra
ma de actividades día por día. Así cuando él regresara no tendría
que acusarme de indolente o cabeza de chorlito o cabeza fresca
como suele gritarme fuera de sus carriles.
Pero yo no sé si es que estamos en primavera, pero cuando salí
para llegar hasta la casa de Daniel y Rosa, me enganché con las
vidrieras de Santa Fe y me compré un montón de ropa súper mo
derna. Hasta unos vaqueros con agujeritos que mi marido no me va
a dejar poner nunca, pero que estaban lindísimos.
Ayer fui yo misma al mercado con una remera Adidas, zapatillas
y con poca pintura, canasta en mano; parecía una señora ocupada

64
María Lydia Torti

en las cosas de la casa. Me dijeron piropos y un muchacho en un


coche destartalado me invitó a dar una vueltita. ¡Cómo me reí! ¡Y
hasta tuve ganas de decirle que sí! Me sentí no como la mujer del
Gran Omega, sino como aquella novia feliz que fui alguna vez. Me
sentí ¡libre! ¡libre!
Cuando llegué a mi habitación me miré en el espejo y me vi jo
ven, graciosa, creo que hasta bella. De repente a través del espejo
vi también el retrato de mi marido reflejado en el mismo. Claro, yo
lo había dado vuelta. Y entonces lo descubrí con una mirada acu
sadora, con unos ojos desorbitados y el brazo saliendo del cuadro
para golpearme.
Lo decidí en cinco minutos. Me sentía todavía Alfa y podía co
menzar una nueva vida. Preparé mis maletas, escribí unas líneas
y me fui sin más, a esperar el ómnibus que me llevaría a mi casa
natal, a la paz de mi madre, mis hermanos, los amigos de infancia.
Iba a buscarme a mí misma. A ser simplemente un ser humano con
ideas, sentimientos y deseos propios.
Cuando regresé para recorrer los rincones por si dejaba algo
olvidado, no vi la foto, pero si escuché que me gritaban desde el
dressoir francés. Corrí rápidamente. En una regresión infantil tuve
mucho miedo, que Omega escapara del marco y me aprisionara
nuevamente.

III
Cuando llegó el Señor Omega de Arabia traía todo el malhumor
del mundo, acumulado por días de grandes tensiones, un trato co
mercial poco beneficioso para la empresa, el maldormir del avión,
la diferencia horaria.
-Alfa, querida ¿dónde estás? - llamaba muy entusiasmado el
viaj ero.
Pero le respondió el silencio. Con un raro presentimiento, re
corrió la cocina, la habitación, el escritorio y allí encontró la breve
misiva de despedida.
No podía creer que su dócil compañera lo hubiera abandonado.
Así, sin una explicación frente a frente, cara a cara. Sin un reproche
siquiera: ¿Por qué?, se preguntaba una y mil veces. ¿Por qué?

65
. CUENTOS DE LA MUJER .

Su rostro estaba hinchado y rojo. La nariz distendida respiraba


con dificultad y un poco de baba le caía de la comisura de los labios,
mientras gesticulaba palabras ininteligibles.
Así como había regresado tomó nuevamente las valijas y se fue
de una vez para siempre.

Iv
Inmobiliaria Gómez y del Viale Asociados. Alquiler, Com-
pra y Venta de Departamentos, Casas, Terrenos, Permutas.

El joven matrimonio alquiló la casa N2 745 del barrio de Miraflo-


res en la zona residencial de Martínez.
Les encantó el parque, los techos rojos brillantes, el porche con
altas columnatas de mármol y sobre todo el aire de paz, que en ella
se respiraba.
Les sorprendió el alquiler tan barato. Parece que el dueño, un
hombre muy poderoso, no quería ni le interesaba para nada la pro-
piedad. Se murmuraba que la esposa había desaparecido misterio-
samente.
Él había abandonado el país.
Se mudaron rápidamente y comenzaron a ubicar los muebles y
a efectuar la decoración, con el entusiasmo del amor y la felicidad.
En un cajón del placard, la nueva propietaria encontró un cua-
drito con el vidrio rajado, donde se veía el rostro de un señor con los
ojos salidos de las órbitas, la lengua colgando y las manos arrancán-
dose los cabellos en un gesto de desesperación.
La señora lo colgó en la galería de las fotografias con el título en
bronce que decía:
¡Locura! ¡Locura!

66
* María Lydia Torti •

EL LEGADO DE LA MUJER BLANCA

uando murió mi madrina, sus hijos me entregaron una caja


C herméticamente envuelta en papel de regalo, con una tarje
ta adherida con mi nombre.
"Para mi ahijada María Lydia, escritora, de quien estoy muy or
gullosa, va este diario de mi vida, por si alguna vez algún pasaje de
esta vida sin vida, le sirve para sus fantasías"
Hasta siempre
Luisa.

Confieso que lloré mucho y durante largos meses no me atrevía


a abrir el cuaderno de cincuenta hojas, marca Rivadavia.
Mi propia existencia desfiló junto a cada hoja: nacimiento, bo
das, vacaciones compartidas, enfermedades... Hasta que unas cari
llas en rojo me llamaron la atención.
Transcribo textualmente:
"Siempre abocada a la lectura, desde jovencita viví la vida de
los otros, a través de las novelas, los cuentos, las revistas: Vosotras,
Para Ti, Maribel.
El amor en letras. Se grababan las escenas tiernas de María de
Isaac o las tormentosas de Lady Hamilton o las tortuosas de Betsy
trotando el tiempo. En las siestas de celo, como flor sin rama, el
sexo se cumplía, pero solo.
En el desierto de familia y de hombre, surgió éste de pronto y
formé mi pareja. Horas nuevas, retozos, compartir los días.
Me casé una mañana de cerezos florecidos. Mi marido como río
erguido me reclamaba. Pero el vientre siguió el ademán de una es
tatua.
Mi alma y mi cuerpo desesperan.
Alguno que otro fruto escaso.
No obstante llegaron los hijos.

67
.CUENTOS DE LA MUJER .

Los pechos no tiemblan y no se extienden las rodillas en éxtasis


final. ¿Por qué no nace en mi la voz crecida del espasmo? ¿Por qué
mis labios no cantan los gorjeos copulares? ¿Por qué mis curvas
orillas no arrullan el barco que penetra?
No, a la mujer definitiva. Un "no" dolorido, lacerado e implo
rante.
Si hay gozo en la semilla, en la paloma.., yo, mármol de Carra
ra. No quisiera morir en este exilio. Enfermedad blanca. Egoísmo
blanco. Mujer blanca. No obstante, en mi mirada hay una desespe
rada búsqueda del rojo..."
Nada más. Busqué en hojas posteriores alguna consideración
sobre el tema. Ni una palabra.
Pensé en la muchacha que fue, en la hermosa mujer que se pa
seaba por las tardes, vestida con las amplias ropas, que disimulaban
su cuerpo perfecto; pensé en su infelicidad. Una infelicidad nunca
confesada. ¿Por qué no un médico? ¿Por qué no un psicólogo? Una
charla con una amiga, quizá. El tema tabú. El sexo. La educación
tradicional y pseudo-religiosa. La vergüenza del placer físico. La
autosatisfacción, la frigidez.
Decidí visitarla en el cementerio, para dialogar con Ella por últi
ma vez. Mi amiga desde la tierra, como había pedido ser sepultada,
y yo sentada a su vera. Llegué a la tarde. Un sol resplandeciente.
Con asombro observé que en su parcela había nacido una azucena
roja, increíblemente roja. Mi corazón saltó de alegría. Entre los te
rrones había logrado florecer.

68
. María Lydia Torti *

LA FOTO

odos los días Adelaida Costa pasaba a la siete de la tarde


Tpara la misa. El peluquero y yo la veíamos venir por la calle
con sus aires de princesa. La cabeza erguida, correctamente peina
dos sus cabellos en los cuales la tintura minuciosa no dejaba una
sola cana al descubierto. Lucía impecable trajes sastres, sobretodos
de cuidadoso corte, chemises de seda natural en el verano; además
de las polleras de hilo crudo y los pañuelos cayendo en una volup
tuosa cascada desde los bolsillos. La hacían, por su aspecto, blanco
de todas las miradas, tenía sobriedad y elegancia.
El hombre la esperaba a la puerta de su negocio y la saludaba
respetuosamente. Ella contestaba girando levemente el rostro o
con una voz apenas audible, para no pecar de descortés. A mí me
parecía que se sonrojaba. Me parecía solamente.
Era docente jubilada, de gran prestigio en el pueblo por su ca
pacidad intelectual y su dedicación al magisterio, durante más de
treinta años. Vivió con su mamá en la antigua casa patriarcal que
ocupaba casi media manzana, en pleno centro. Ahora hacía ya unos
cinco años atrás que paseaba su soledad por seis habitaciones, dos
baños, un comedor de recibir, un comedor diario, amplia cocina,
dos galerías, jardín y huerta al fondo. La progenitora había fallecido
de una larga y penosa enfermedad, que casi se lleva también a la
señorita, agotada física y espiritualmente, con mucha carga sobre
sus hombros de hija única. No tenía más parientes cercanos. Creo
que una prima hermana en Pehuajó.
A las ocho y treinta regresaba de la ceremonia religiosa con sus
altos tacones resonando sobre la vereda. Chicho, el coiffeur, atento,
salía entonces y con mirada profunda o dulzona, la saludaba nue
vamente. Adelaida Costa casi no respondía pero apresuraba el paso
en un repiqueteo más nervioso. A mí me parecía que se apresuraba
como queriendo escapar. A mí me parecía nomás.
Nunca tuvo novio ni pretendiente alguno. ¿Quién se animaba
a acercársele con ese perro guardián de la madre? Tampoco fue a
ningún baile, pues educada en un falso concepto de cristianismo

69
*CUENTOS DE LA MUJER *

medieval, este divertimento era considerado pecaminoso. Sus úni


cas salidas eran la Iglesia o las reuniones de Acción Católica. La
escuela era toda su vida. Total entrega. En su hogar hilvanaba las
horas con las tareas domésticas que ejecutaba a la perfección: bor
daba a mano y a máquina, pintaba sobre tela, tejía interminables
pulóveres, hacía deliciosos dulces con la fruta recogida de la quinta.
¡Y qué postres! ¡Qué gusto para la repostería! Nunca he comido
tortas más exquisitas que las elaboradas con esas manos de hada.
A veces se hacían las siete y cinco y la maestra no pasaba hacia
el templo. El peluquero se impacientaba y caminaba de esquina a
esquina.
Yo conocía bien los desvíos sexuales del barbero. Muchas ve
ces temblaba porque exhibiera frente a esa casta mujer sus partes.
Veinte veces soportó el calabozo por intentar seducir con inocentes
proposiciones, desde niñas hasta ancianas.
Ahí se acerca ya de regreso la honesta educadora. Chicho, se le
acerca también. ¡Dios mío! ¡Qué locura! Ella se detiene. Hablan.
Adelaida Costa lo escucha. Él le muestra algo. Ambos lo miran con
la tarde muriente. Creo que es una foto.
La dama le grita algo y corre, casi corre hasta la puerta de su
casa. La sigo. Está muy nerviosa. No encuentra la llave. Consigue
abrir después de varios intentos. No enciende la lámpara y pasa
directamente a la habitación.
Entreabre la 'ventana y respira entrecortadamente. Acerca la silla
de pana roja y se sienta. El pecho agitado, sube y baja. El cuerpo le
tiembla. Aún tiene la foto consigo. Los labios están húmedos. La
frente se cubre con gotitas de un sudor frío. Quiere observar la foto,
pero la foto se le nubla. Entra un ramalazo de luz del farol de la es
quina. Las palmas de sus manos están transpiradas. Entonces mira.
Yo me trepo a la reja y también miro. Es un hombre desnudo,
totalmente desnudo.
Quedo estupefacto. La solterona levanta la foto, la besa, la aprie
ta sobre sus senos, entreabre su regazo y sonríe.
Más asombrado que nunca levanto el vuelo y mientras vuelo
pienso como en un estribillo: ¿qué es la castidad?; ¿existe la casti
dad entre los humanos o no existe?

70
* María Lydia Torti •

NO SE LO DIGAN A NADIE

"La lluvia es como


una mujer enamorada"

unque no me crean les cuento. Empezó a llover entre las


A doce y la una.
Los relámpagos rompían la noche. Calor. Mucho calor. Mi cama
es como un puerto de recuerdos. Duermevela de enero. Me decía a
mí mismo que mejor solo que mal acompañado, cuando comenzó
el goteo a través de la araña de mi habitación. Se esparció un vaho
de frescura. Humedad ¡Qué picante olor a sábana mojada!
Seguro que Claudia estará en estos momentos con "la Otra" en
otra cama y totalmente desnuda con sus veinte años de ramera oxi
genada ¡Qué la rubia haya podido enamorar ami mujer, después de
las Bodas de Plata y de cinco hermosos nietos, no lo entiendo! ¡No
lo entiendo! ¡No lo entiendo!
La una y media
Ahora es un chorrito flaco que me cosquillea las piernas y se des
liza moroso por las partes... Porque todos me dicen que la Rubia
utilizó algún gualicho o esos yuyos malditos para alejarla del hogar,
de mí, de los chicos, de sus amigos...
Las veo sí, las veo a las dos inmóviles después del amor ¡Qué
amor! en ese cartucho rojo, sin paredes con techo de helechos ver
des y ventanas herméticas con volados amarillos.
Ella bebe un vaso de vino que suavemente derrama sobre el vien
tre de Claudia y lo va bebiendo con su lengua de serpiente bífida,
centímetro a centímetro.
El reloj tocó las tres.
El chorro de lluvia gime, crece, engrosa, se ensancha, se hace
poderoso y golpea furioso sobre mis carnes calientes porque aquí,
entre Ud. y yo créame lector, de verdad, que nunca me permitió
ningún jugueteo amoroso fuera de lo común, nada excitante o pe
caminoso, como se lee en los libros que dicen:

71
•CUENTOS DE LA MUJER •

"¿Quiere ser feliz con su pareja? Líbrese de tabúes, siga


los consejos del Dr. Ka sobre cómo hacer el amor sobre la
mesa, en cuatro patas y en forma oral."
Ella nunca me pidió nada de esas cosas que cuentan los mucha
chos que hacen en los hoteles alojamientos, con las locas por horas.
Debo buscar el revólver del abuelo, cargarlo bien con todo mi
odio y matarla sin apuro, viendo sus ojos de yegua con miedo.
Les apuntaré a las dos lesbianas, a la boca, a los senos, a las ma
nos, mientras me gritan pidiendo perdón y Claudia que quiere vol
ver y se trepa a mis piernas y la Rubia que me sirve un whisky y me
empieza a acariciar y las dos me persiguen por el jardín, desgreña
das sangrando leche de cada pecho.
Las cuatro.
¡Ay qué sensación! ¡Qué gusto! La suavidad de la lluvia me pre
cipita. Es como si penetrara un pubis que se ofrenda. Gime el techo
de cinc y yo gimo y se bambolean las luces de los cristales.
.Ellas están ahí. Una dura, vertical, taqueada y la otra blanca,
redonda doblada con los pies al aire entre una neblina de arañas
tejiendo ye! "bolero de Ravel", en Radio América.
Cinco y cuarto. Amanece
Entonces se abre sigilosamente la puerta que cruje. El chorro es
una catarata que me arrastra. Navegamos la cama y yo por el pasillo.
Esquivo el retrato del abuelo, me engancho en la carpeta del pia
no, mientras el florero cae sobre el teclado y con el viento de atrás,
atravesamos la cocina con olor a puchero recalentado y a la comida
ácida del gato y las cucarachas que corretean entre las cacerolas...
Entonces... vamos, voy...
Salgo a la calle y la zanja profundamente podrida me recibe sin
horizonte. La lluvia me clava en cada poro su aguja fría, los sapos
me asaltan mientras me voy enterrando lentamente, muy lento en
el lodazal, tan blando como los muslos de mi Claudia. Es la inun
dación de la locura. ¡La locura! No se lo digan a nadie por favor, ni
siquiera a Claudia.
A nadie.
A nadie.
Y llueve.
Y llueve.

72
-

N.

DIBUJO DE SOLDI
. CUENTOS DE LA MUJER, .

UN PARAÍSO PROPIO

e fueron a buscar a la estación. Bajé del tren yen el negro


M y viejo Chevrolet 38 me llevaron a casa y pobre tu mamá,
¡tan buena la pobre!
Tenés que ponerte fuerte -decían las vecinas de riguroso negro.
Cuando abrió la puerta de mi casa, Doña Lucía, la del almacén
de la esquina, supe que todo había terminado. Siempre me abrían
mi madre o mi abuela. Además los llantos y las plañideras, el olor a
flores y a cirios quemados. Flavo hedor.
Cuando la vi sobre la cama, quieta en su quietud definitiva supe
que pagaría mis culpas. Sí, ella había muerto por mí. ¡Oh pecados
gordos, de esos que Dios no perdona así nomás! Como me dijo el
cura, el padre Mario, amigo de la casa, cuando me confesó para la
Pascua: "Hijita querida, todo se paga y el Señor castiga sin palo y
sin bastón".
Pero, no, Padre Eterno, me hubieras cortado la mano o los dedos
o... pero no llevarte a mamá. Nunca fui una buena niña, lo sé, pero
te prometo que me voy a corregir.
No vaya a ser que me lleves al Negro, mi perro o a la nona, que
me canta o me cuida el cabello.
Mamá no comprendía nada. Sólo tejía y tejía en su sillón junto a
la ventana. Después hacía la comida, trapeaba los pisos y dejaba ese
olor a limpio de la lavandina o el puloil.
Me decía: "no dejes de ir a misa, que es culpa mortal y debes con
fesarte para que tu alma pueda subir al cielo, bien blanca".
Pero yo, yo era mala, pues en las siestas de celo jugaba al amor y
mi carne se estremecía de placer cientos de veces, miles. Me tocaba
mis genitales con placer infinito. Y las fotos con "él" en bolas, como
un macho cabrío se metía en mis sueños todas las noches. Me des
pertaba muy loca, sudaba ya veces con los golpes inconscientes del
orgasmo en mi vientre.

74
.María Lydia Torti .

Por eso, esa tarde fui a verlo al Padrecito y me dijo que le contara
qué me pasaba, que no tuviera vergüenza, porque bueno... ¿te ha
besado tu novio?, ¿te ha manoseado?, ¿cómo? ¿dónde? ¿cuántas
veces?...
Como yo callaba me tranquilizó con un Padre Nuestro, cinco
Ave Marías y el Pésame golpeándome bien fuerte el pecho.
Entonces yo le dije que no quería hablar de eso, que eso era pro
pio de varones.
Que sólo los muchachos con la fricción del pene...
Y el sacerdote aconsejándome que no olvidara de contarle nada...
nada... na... daa...; como hija del Corazón de María no podía guar
dar una culpa tan difícil, porque él sabía que yo... me masturbaba.
Al fin lo dije: masstuturbabaaa... Y que cuántos placeres lograba,
y si dos o tres y si...?
No le contesté nunca y me fui a casa. No cené, soñé con el infier
no y la cola roja del Diablo y el fuego que me consumía.
Después me levanté y fui al baño. Y pasó lo peor. Se me cayó la
mano cuando oriné y al apretar el botón del inodoro se fue por el
agujero. Me quedó una sola mano, cinco dedos y me tapé desespe
rada el pubis sagrado.
Grité de dolor y de gusto al acariciarme nuevamente y entonces
corrió la sombra de mamá y me gritó si estaba loca, parada, desnu
da, tocándome la vulva entreabierta.
Lloré de arrepentimiento, le pedí disculpas porque como Adán
había comido la manzana prohibida: mi propio cuerpo.
Por eso maté a mamá, con mi propio paraíso.

75
. CUENTOS DE LA MUJER •

FROU - FROU

"La que soñó, la que fue soñada"


Alejandra Pizarnik

uerida Frou - Frou -nombre de cocotte francesa-cuántas


horas compartidas, cuántas ilusiones sobrevividas, cuánto
Q
dolor encarnado. Ibas y venías por la casa limpiando la ceniza im
púdica de mis cigarrillos, los papeles caídos que hechos un bollo no
acertaba a embocar en el cesto, mientras escribía mis notas para la
Revista. Siempre el té bien oscuro como a mí me gustaba y preocu
pándote por si había almorzado tus ñoquis o si me había calentado
el guiso, que habías dejado en la heladera, para calmar mi estóma
go rezongón y bohemio, típico de toda escritora.
Recuerdo cuando no tenía trabajo, cómo desinteresadamente
me ofreciste tu departamento y hasta me dabas de comer con el
sueldito que cobrabas como empleado del Banco Provincia. Sí:
empleado y varón.
Me decías que no claudicara, que tenía pasta de cuentera, que
había 'verbo' en mí y...
-"Tenés que ir adelante, muchacha, que el hombre debe
forjar su propia quimera; el hombre es un hacedor de suefos.
No te aceptaron el argumento, no importa, a otro le gustará.
Acordate del famoso caso de lo novela "Lo que el viento se
llevó". ¿Quisieron cambiarte el final? No aceptes, hija, lo tuyo
es así y ya tiene su realidad. Ellos están equivocados".
Pero lo mejor de vos eras vos misma, en la lucha endemoniada
por ser lo que querías ser. Empezabas a las siete de la tarde a arre
glarte la peluca rubia, que con los años desapareció porque creció
tu cabello negroazul; después te probabas el vestido que ibas a usar
para ir al teatro, elegías las medias al tono y zapatos de tacón alto y
fino. ¿Cómo puedes caminar Frou - Frou con ese contoneo sensual
sin tropezar?

76
.Iviaría Lydia Torti

Yo me muero y a los dos minutos andaría con mis pies al aire y


mojados en el viento. Después te sentabas con mucha paciencia a
maquillarte esa piel traslúcida que todos admirábamos.
Te rodeaba algo así como un vaho vaporoso. Los ojos oscuros se
agrandaban con el delineador negro y las cejas se agrandaban bajo
el rimmel espeso. La casa, nuestra casa se cargaba con el olor de
todos los días, mientras el tecleteo de mi máquina acompañaba tus
gestos.
Mi chiquita, dame un vistazo final. ¿Voy bien?
Siempre estabas hermosísima, una real mujer con la mitad de
los senos saliendo del escote, las caderas redondas como naranjas y
las piernas hendiendo el aire con su perfección marmórea.
-Qué hembra!
-¡Vaya mujer!, quién pudiera tenerte como almohadón para...
Cien floreteos recibías por la calle antes de tomar el taxi, porque
en el colectivo podía pasar cualquier cosa.
Me contaste muerta de risa la sorpresa del pobre hombre aquel
que se sentó a tu lado y empezó a manosearte de a poquito: el pie,
la rodilla, la entrepierna. Lo dejaste para divertirte hasta que el tipo
tocó tu miembro y en un rapto de locura te gritó delante de todo el
pasaje: "Marica de mierda!" Y se largó en la primera parada en que
se detuvo el ómnibus.
Realmente eras un artista de calidad; buena cantante, mejor
bailarina. Llegaste a ser la súper estrella del café-concert. Hasta
pudiste dejar tu trabajo en el Banco y empezar a ser realmente una
mujer durante todo el día.
-,Te das cuenta que yo nací mujer? Tengo órganos de más, es
sólo eso.
-Te tenés que operar -le aconsejaba.
-Si tuviera la plata lo haría, pero esas transformaciones se hacen
en Estados Unidos y cuestan una fortuna.
-Pero te podrías casar y realmente tener un hogar.
-No te preocupes, alguien me amará como soy.
Muchas veces te veía en la clarivigilia primaveral con los arrobos
del amor: Carlos, el estanciero que te regaló la esmeralda, Juan el

77
. CUENTOS DE LA MUJER *

del quiosco, Julián el empresario del gasolero y qué sé yo cuántos


nombres desfloraron tus noches.
Te reías, jugueteabas, perfumabas los ambientes, cocinabas los
mejores platos para el invitado: copa de camarones, conejo a la ca
zadora, mouse de chocolate, champagne y el mantel de hilo, los
velones y yo que desaparecía por un fin de semana largo.
Te probabas el traje de plumas, los casquetes bordados en perlas
de bisutería, las cascadas de palletes que brillaban al ritmo de la
luz, las mallas transparentes que descubrían los muslos mórbidos y
alzados y el corpiño ceñido, que bajo el tul descubrían los pezones
oscuros de niña-adolescente (siliconas).
Hasta que el fulano se borraba y ponía un amargo fin a la historia
sentimental. Pertinaz melancolía.
-;Frou Frou ánimo! Mejor así que se haya ido si realmente no te
quería. Y caías en el bosque descuajado de la desesperación.
Entonces te sacaba a regañadientes a hacer los mandados, a la
panadería, al super-mercado. Te pedía que me hicieras algún plato
de mi preferencia. ¡Qué ganas de comer fondeu de queso! ¡Me mue
ro por una bagna cauda! Te hacía tus masajes predilectos, hasta
que como al árbol caído por la tormenta brotabas bajo la lluvia de
la esperanza.
-Te llamó un capo de la tele para hacer un programa con Sofo
vich. Te quiere para gatita. Sería una novedad y el rating aumenta
ría por la curiosidad de la gente.
-'Será realmente un hombre?"
-"Me juego que es una mina"
-"Una mina ¡no!, ¡un minón...!
-'Cómo ocultará sus bolas?"
-"Se operan, che"
-'Entonces es definitivamente mujer u hombre?"
-"Las dos cosas"
-"No, eso es macana"
-"En la historia hay casos de hermafroditas"
-"Mirá qué novedad, tipos que andan con machos y con hem
bras hubo toda la vida"!
• María Lydia Torti •

-"No, infeliz, con dos sexos"


-"Chistes de la naturaleza. ¿Acaso no hay chicos que nacen con
dos cabezas?"
-"Sí bicéfalos"
-"Y, bueno..
Fue el 2 de agosto a la madrugada que me llamaron de urgencia
del Hospital Rawson.
Allí te habían internado en la sala de terapia intensiva. Te en
contraron los hombres de "Manliba" que recogían la basura. Tirada
sobre la vereda, desmayada y desangrándote.
Una patota te siguió a la salida del espectáculo y no te dieron
tiempo de escapar. Allí te golpearon sin asco y con una navaja te
amputaron el sexo.
Frou Frou ¿vivirás, amiga mía?
Lloro desde el vidrio de la sala del hospital tu dolor. Pero no im
porta mi querida; si mueres, morirás en tu ley, como una verdadera
mujer.
No siempre es verdad, lo que afirmó el gran Calderón, que "los
sueños, sueños son".

79
* CUENTOS DE LA MUJER .

LA MANCHA DE HUMEDAD

¡
a noticia corría como un reguero de pólvora en el conventi
L llo. Tantos días la puerta cerrada indicaba que se había ido
de viaje. Pero nadie sabía adónde. Don Pacual, el encargado, fue
quien dio la voz de alarma. Algo le había pasado. Jesús era muy
estricto en el pago del alquiler y ya estaban a diez y ni siquiera se lo
había visto. Cosa rara.
Lo comentó con la viuda de Álvarez y ésta a su vez con la Negra
de la N 5, que sin perder tiempo le pasó el dato a la Nena del
último cuarto, que alguna vez había dormido con el desaparecido;
en última instancia parecía que era la más perjudicada en este
suceso, pues tenía sus derechos de cama adquiridos.
Llegó el quince y cada cual barajaba las más absurdas posibili
dades. Después de mucho discutir en el patio del aljibe decidieron
dar parte a la policía.

II
Llegó un oficial con dos agentes y sin forcejeo alguno abrieron
las viejas puertas rechinantes. Con el aire revoloteaban aladas las
cortinas de amarillento crochet.
No había ningún cadáver maloliente, lo cual tranquilizó al grin
go Pascual. Si estaba vivo podría cobrar la cuota del mes.
-Están todas sus ropas colgadas en el ropero -dijo la Nena.
-Aquí también sus camisas y documentos -revisaba con ojo agu
do la Negra.
-Ah! Y hasta la radio enchufada, me deja este desgraciado -se
quejaba el responsable del edificio-¡ Claro!, total más gastos de luz
para mí.
Una suave melodía recorría el aire embalsamado.
-Señor agente, en la cocinita están los platos con restos de comi
da, totalmente podridos -avisaba la viuda, levantando una grasien
.María Lydia Torti .

ta colcha de cretona, que dividía la estancia en dos ambientes, casi


independientes.
-Bueno, bueno! -gritó la autoridad-aquí no hay crimen seño
res; por lo tanto nos retiramos y hagan el favor de no molestar por
pavadas.
Lacraron con dos fajas adhesivas la entrada de la pieza y con
rostros agriados se retiraron.

III
La muchacha de la calle, la rubia oxigenada de la No 5, salió rá
pidamente con un cuaderno bajo el brazo.
Encendió la luz en su habitación, se sentó en el sofá y comenzó a
hojear las anotaciones que Jesús había hecho con su letra menuda
de oficinista. Era un diario.
La novia de unas pocas horas pasó las primeras treinta y cinco
hojas de un vistazo pues todo lo que leía era una estupidez.
-Este mojigato escribía hasta lo que compraba en el almacén, los
conflictos con sus compañeros, si hacía frío o estaba engripado. Era
un boludo -mascullaba la joven entre dientes.
Se detuvo en la página treinta y seis. Decía:
7-3
"Hoy la mancha me ha mirado disgustada. Cree que le soy infiel
con la Nena del fondo. No quiere hablarme.
Le pido perdón pero se esconde en la pared.
Le grito:
-¡No te vayas! ¡No te vayas!

8-3
Hoy se asomó redonda y plena como un seno de mujer.
Mientras estoy acostado la acaricio con mi mano derecha.
Está húmeda de alegría y crece como una matriz erecta.
Puedo acariciarla también con la izquierda.

81
. CUENTOS DE LA MUJER .

9-3
Ayer me dormí y sabía que Ella me cuidaba. Tengo fiebre. Mucha
sed.
Me dice que me vaya adentro. Allí no sufriré más de soledad.
Está preparado el hueco matrimonial.

10-3

Me voy. Tendré que arrastrarme para entrar por el agujero de


ladrillos.
Ella se abrirá para yo penetrarla.
Estoy listo'

Allí terminó todo. Seguía la página en blanco.


La Nena cerró el libro, que había encontrado junto al lecho de
Jesús.
Angustiada, cruzó el patio y abrió la puerta clausurada. La luna
que navegaba la tierra, iluminaba con su rayo, una gran mancha de
humedad, que poseía una atractiva forma de mujer.

82
. María Lydia Torti .

FREUD

incuenta años de la desaparición de Freud. Múltiples ho-


C menajes en su memoria y yo leyendo el diario-.
-Estoy muerta-. -Tenía razón Sigmund, con aquello del drama
de Edipo y el parricidio de Layo-. Aclaremos ahora que no es Layo
la víctima, sino yo-. Mis hijas me han matado y siguen tan felices
como si nada-. Pero claro, no sólo se mata con armas de fuego-. A
veces, la lengua es un cuchillo feroz, que se clava donde más duele-.
Y mis tres hijas hablaron sobre mí y delante de mí-. Más que habla
ron, vomitaron un odio acumulado sutilmente en algún lugar de
sus almas-. -Vos me entendés Freud?-.
Leo en el artículo:... "Padre del psicoanálisis, interpretó por pri
mera vez los sueños del hombre en la antigua ciudad de Viena, que
lo vio nacer
Las tres fueron un sueño. Colmaron mi vida de preocupaciones
felices, cansancio feliz, dolores felices-. Las tres fueron el mejor re
galo que me hizo Dios a través de mi marido-. El padre es siempre
una visita que trae plata, impone algunas comidas, tiene la patria
potestad, pero no representa el soporte de la casa-. Si el progenitor
muere, la madre sale adelante sola, sin necesidad absoluta de va
rón-. La madre tiene el poder de crear y se eterniza en el vientre de
las hijas
Paulina, la menor, está embarazada del novio.-Tendré un nieto.
Ese niño quizá me quiera-. Por ese niño seré doblemente madre-.
Leo: "el niño desea apoderarse de su madre si es varón y del pa
dre si es mujer"; esta premisa que descubrió el famoso investigador
revolucionó al mundo entero.
La más chiquita fue la más apegada a mí. Dormía abrazada so
bre mi cuerpo. Pero todo empezó por Paulina precisamente-.
Primero llegó de visita Soledad. Luego apareció Edith. Las dos
se sentaron en el barcito de la cocina, mientras yo batía un bizco
chuelo de seis yemas para el té-. Se hicieron un cafecito y no decían
nada; me extrañó ese silencio cómplice de un no sé qué...

83
. CUENTOS DE LA MUJER .

Desde la escuela se peleaban durante el almuerzo por contar


cada una lo que había sucedido. Si no había ocurrido nada intere
sante, no importaba, igualmente inventaban algún problema que
yo debía solucionar-. Todavía oigo sus voces grabadas a fuego en mi
corazón
Bueno mamá -dijo Soledad-voy a hablarte de una vez por todas,
"así salimos de esto", como decía la tía Cota-.
-Hija ¡qué ceremonia! Nunca usaste ese tono conmigo-contesté
extrañada.
-Es que nunca conversaste en serio con nosotras, largabas tus
consejos, con superioridad de adulta y te ibas apurada al trabajo-.
-No es así, ¿No te acuerdas de esas tardes en que me sentaba a
conversar en tu habitación y discutíamos cada tema con minuciosi
dad? Dialogábamos sobre todas las dificultades que afectaba a cada
una de ustedes-.
-No, en realidad no era un diálogo. Ponías tu punto de vista y si
no estábamos de acuerdo pegabas tres gritos y te ibas.
-Pero.., intenté decir perpleja.
-Pero nada -terció Edith-tiene razón Soledad. La desgracia de
su matrimonio con Claudio la tenés vos. Ella no debió casarse con
ese imbécil.
-Siempre pensé lo mismo, que era un imbécil, que no era para
mi hija-argumenté.
-Entonces, ¿por qué permitiste que me casara? Yo era muy jo
ven-.
-Lo permití, porque estabas muy enamorada de él, en ese mo
mento. Es evidente que ahora estás arrepentida. Yo no tengo la bola
de cristal y no podía asegurar con certeza que ese muchacho no te
hiciera feliz, corno asegurabas en aquella época-.
-Pero bien que me prohibías salir con Alberto -casi sollozó Pau
lina-Nos teníamos que ver a escondidas, yo iba a su departamento,
para que no nos descubrieran y así terminé de cinco meses-.
-Quería evitarte una equivocación querida, como en el caso de
Soledad. Ya ves como ahora reclama que no me opuse lo suficiente
a su boda. Escucharne Tita...

84
. María Lydia Torti .

-No me digas Tita. Odio ese diminutivo, como ese nombre an


tiguo y ridículo que me endilgaste en la pila de bautismo. Soy una
mujer grande. Debes asumirlo mamá con todas sus consecuencias.
Soy Paulina a secas. Bastante se cagaban de risa las chicas en el co
legio cuando me llamaban Paulina, Lina, orina en la tina-.
-Por eso mamá -dijo la primogénita-venimos para arreglar lo del
matrimonio. Ahora tienen que casarse. Basta de impedimentos; si
papá estuviera vivo, nada de esto hubiera ocurrido-.
-Claro, como el padre no está, él aparece como redentor y una
que luchó como un tigre para criarlas, para que no les faltara nada,
para que pudieran estudiar, para que tuvieran buenas amistades en
colegios caros, es una especie de monstruo-.
-No pedimos esas cosas. Las hiciste porque vos quisiste. Sólo
queríamos que estuviéramos más con nosotras y no todo el día tra
bajando fuera de casa. Que nos hicieras un dibujo o un resumen
de historia o nos corrigieras las cuentas. Pero vos nos pagabas una
maestra particular y listo.
-Siempre se quejaban que las cosas que yo hacía o decía estaban
mal. Era mejor lo que decía la profesora o cualquiera de la calle.
Pensé entonces que tuvieran una guía escolar continuada. Y sus
buenos pesos me costaba.
-¡La miserable! Siempre con la misma cantinela de que la plata
no alcanzaba y que había que ahorrar. En el ahorro estaba la base
de la felicidad-.
-Pero hijas! Nunca dejaron de veranear, tuvieron pilchas de
marca, les compré moto... ¡Qué más!-.
-Sí, pero eso no valía de nada en medio del continuo rezongo...
Todavía las oigo y las veo irse puntualmente a las ocho, cada una
a un fin diferente.
Alegres, inconscientes de que me habían vaciado. Yo no era la
misma de unas horas antes. Yo era ese espécimen desconocido, esa
mujer distinta que habían proclamado mis hijas.
jFreud! Me habían matado para ser-.
Necesitaban pisar mi cadáver para renacer nuevamente de mis
cenizas, como el ave fénix.

85
• CUENTOS DE LA MUJER .

No me defendí ¿Para qué? Estaban perfectamente convencidas


de ser hijas de una madre imperfecta. Yo debí trabajar para darles
todos los lujos, pero debía estar siempre junto a ellas; debía dialo
gar con ellas, pero no debía dar mi opinión; debía darles libertad,
pero debía prohibirles lo que no les conviniera; debía adivinar, in
tuir, golpear sin golpear, herir sin herir, hablar sin hablar... -¡Qué
dificil, por Dios, ser una madre! -Yo tan sólo soy una mujer común,
que parió tres hijas, pero por el sólo hecho de parirlas no me trans
formé en una super mujer.
No espero que me levanten el "monumento a la madre" en el
comedor de la casa, pero podrían estar un poco más agradecidas.
¡Amigo Freud! Terminé de leer el artículo, me tomaré la pastilla
y a dormir hasta mañana.
Suena el teléfono. -Quién será?-.
-Mamá, mañana iré al ginecólogo a hacerme una ecografia ¿me
acompañás?-. Era Paulina.
-Cómo no Tita! ¿A qué hora? ¡Qué raro no se enojó por lo de
Tita!
Me fui a la cocina a prepararme un té con limón, cuando sonó
el timbre.
-Quién es?-No abro la puerta a esa hora de la noche. Soy una
mujer sola y es muy peligroso.
Yo mamá, Soledad, abrime pronto-.
Y veo sorprendida a la doctora, mi hija mayor, con dos valijas,
decidida a quedarse a vivir conmigo, porque se disgustó con el psi
cólogo, que era su pareja de turno. Le preparé la habitación y to
mando mi té con ella me dijo:
-Mamá, Edith me pidió que vayas sin falta a la boutique, a las
cinco, que viene el vendedor de la nueva colección y quiere que es
tés presente, porque realmente tenés mucho ojo para la moda. To
das las chicas del curso me decían que mi mamá era la más elegante
y fina y...
Y hablaba y hablaba mientras se arreglaba las uñas frente al te
levisor.

86
. María Lydia Torti .

-Freud ¿Sabés una cosa? mis hijas me aman. He llegado a la con


clusión de que me aman-.
-Dijeron su verdad-.
-Una verdad a medias-.
-Mi verdad es también a medias.
"Mi verdad no es su verdad". Pero juntas, eso es lo importante,
buscaremos la verdad de vivir-.
-Simplemente vivir-.

87
. CUENTOS DE LA MUJER .

GENERACIONES

cía "La Gente" de Syria Poletti, cómodamente arrebujada en


L los almohadones del sofá de Carlos. Lo esperaba.
En realidad no había leído nunca, a esa escritora argentino-ita
liana. Me gusta la temática dramática y tierna del inmigrante, pero,
¡qué olor a humedad tiene este departamento! Le falta cera al piso y
los muebles están manchados de cicatrices de cigarrillos y círculos
de vino derramado. Es como toda vivienda de hombre solo. Tras
ciende ausencia de mujer, de flor, de olor a sopa.
Mamá era italiana. De Génova. Con los ojos celestes del Lago Di
Como, que ella recordaba. Si me viera mamá, en el aguantadero de
Carlos...
Ella era de una familia tradicional en el pueblo y la honra se en
tretejía como un sinónimo de la palabra "virginidad", que no era
otra cosa que no acostarse con nadie, hasta no pasar por el Registro
Civil o más aún por la amplia nave central de la iglesia.
Eso sí, de blanco y la cola de tul sobre la alfombra roja.
-"Hija, no debes prestar tu cuerpo para los malos instintos de los
hombres, sin antes firmar tu libreta de matrimonio ante el Juez..."
Siempre recalcaba mi madre, cada vez que abría el cajoncito de
la cómoda donde guardaba el "famoso documento" de las viejas
nupcias, que legalizaban la entrega de su sexo a mi padre. Esta
ba forrada de color azul y protegida de los años por una bolsita de
plástico.
-"El hombre, querida, es un animal que cada vez que consigue lo
que quiere -léase orgasmo pleno-te deja plantada con ajuar y todo
y se casa con otra; y contenta que no te haga un hijo y desaparezca.
¡Tantas pobres chicas ingenuas quedan con el vientre hinchado y
a yugar para mantener la prole!"
Como yo era una niña educada en la mejor enseñanza cristia
na, entendía que la "libreta" era algo sagrado y tan importante que

I]
. María Lydia Torti .

podía permitir a mi madre seguir viviendo junto a mi progenitor,


aunque éste se las sabía todas: mujeres, bar, carreras.
A veces no entendía bien la diferencia entre el hombre casado
que hacía el amor fuera del hogar y el soltero, que poco seguro de
sus sentimientos, no se atrevía a concretar una boda y buscaba el
encuentro de una pareja definitiva. ¿Quién era más honesto?
Carlos no regresaba y yo debo volver a la oficina antes de la hora
del almuerzo. Debió durar más de lo previsto la reunión con los
otros directores de la Empresa. Estará a las puteadas, pensando que
estamos perdiendo un tiempo precioso, para gozarlo juntos.
Es inútil; no me concentro. Llamaré al trabajo y diré que no pue
do ir pues tengo una tremenda jaqueca. Sí, jaqueca de bronca, por
haberme quedado plantada aquí, con el agua caliente, la pava y...
-"Cuando a una mujer la ascienden y le aumentan el sueldo, es
que el jefe quiere transformarla en su amante':
Carlos me había nombrado su secretaria particular y pronto se
ría Secretaria General del Departamento Contable del cual era el
Director Ejecutivo. Pero él es un amor y hace el amor divinamente.
Su piel tiene ya el perfume de mi piel y mi cabeza se acopla perfec
tamente en el hueco del brazo cuando dormimos en este lecho de
sábanas, actualmente hechas un bollo.
Después yo me levanto, preparo un revuelto de huevos con pi
mienta a la italiana, y se lo sirvo con café bien caliente sobre unas
tostadas crocantes.
Las 11.30 hs. Debe estar por llegar. Si a las 13 hs. no abre esa puer
ta me perderá y volveré a la fajina. Estoy muy cómoda. Me due
len un poco los ovarios, aunque todavía no es fecha de menstruar.
Cambiaré de posición para poder leer sin molestias. Deberé ir al
médico. Mañana pediré turno.
Recuerdo a mamá que me advertía:
-"Nunca vayas sola al consultorio de ningún clínico y menos a un
ginecólogo. Una joven decente debe cuidarlos detalles"-.
Y ella misma dejaba sus té-canasta, sus kermeses de beneficen
cia, la Cooperadora de COP y me acompañaba con mi tía Anita.

89
. CUENTOS DE LA MUJER *

Yaque digo tía Anita, voy a ir a visitarla, mientras lo espero a


Carlos, puesto que siempre me cocina unos espaguetis con tuco y
unas albóndigas a la napolitana que me enloquecen; y por el postre
(budín de pan con pasas de uva) soy capaz de soportar estoicamen
te sus besos con bigotes recortados.
-"No hay que tratar mucho a esta hermana menor mía, que es
bastante liviana de cascos y de otras partes non sanctas" - decía
mamá.
Siempre chismeaban con la tía Julia sobre aquel amorío bochor
noso que había tenido la benjamina, nada menos que con el his
pánico almacenero de la esquina. No sé por qué siempre que ha
blamos de almacén, éste tiene que estar en la esquina y además su
dueño tiene que ser gallego. Tal fue el caso del seductor, propietario
de una tienda y oriundo de Galicia. ¡Nada paquete para las aspira
ciones de ascenso social de la familia!
-"No hagas como tu tía, nunca vayas a la casa de un hombre solo,
por más bueno que parezca. Muchos se hacen los puritanos y respe-
tuosos para engañarte. Te dan una copita de licor y traguito viene y
traguito va, se te sube el alcohol a la cabeza y después..."
Pero en realidad la tía Anita nunca se quejó ni del gallego, ni del
licor ni... Al contrario conservó un hermoso humor y unas maravi
llosas ganas de vivir. Parece que el galaico cumplió bien su función
de galán latino, pues le bastó a la pobre, que por razones de presti
gio moral, no reincidió ni se animó a mirar a otro hombre.
Mientras discurría estas anécdotas de mi patrimonio genealó
gico, llegué caminando hasta el dormitorio de la anciana, que me
sometió sin preludios a vigorosos abrazos.
Ya había puesto la mesa, a la que agregó un plato y sin parar de
hablar de las compras, la magra jubilación, el gato..., me colgaba el
abrigo, me quitaba los zapatos y masajeaba mis doloridos pies en
un acto de amor, que desde pequeña le agradecía.
-Estás aquí por Carlos. Quieres hablar de tus cosas? -me dijo
sin mirarme, como al pasar.
En realidad necesitaba la pregunta y vacié mi rabia del abando
no momentáneo. Ella me servía y me escuchaba con sus jóvenes 70
años.

90
María Lydia Torti .

-"Es mi príncipe azul y no me importa si me propone o no ca


samiento. Nunca me prometió nada y yo no se lo pedí tampoco.
Si era la felicidad, ésta caería sola como una fruta madura. Hay un
momento para todo".
-"Sí mi tesoro, tienes razón. Y te contaré algo que quizá te sirva
de consuelo. El abuelo Santiago había preparado a Ernesto Mal
donado como yerno y esposo para mi persona. Esto se había con
certado por carta y el novio vendría por barco para los esponsales.
La dote de papá era la casa que había comprado en Flores y el pre
tendiente traía dinero cantante y sonante. Nos conocimos. Me pa
reció delicado. Nunca tuvimos oportunidad de intimar. Se realizó
la ceremonia. Yo estaba ilusionada en mi ingenuidad, pero poco
me duró. Por la noche en el nuevo hogar, solos, cuando yo estaba
acostada entre sábanas de hilo bordadas con mis propias manos y
temblando de miedo y emoción se apareció entre risas histéricas,
con voz aflautada y vestido con mis ropas de mujer. Era maricón.
Callé la verdad, por supuesto, con el mayor recato, casada sin
marido, esposa sin desflorar, burlada..."
Con el café y la charla, la vida me pareció digna de ser vivida tal
cual lo hacía, sin curvar el camino hacia otros atajos. ¡Estaba rela
jada! Mañana sería otro día. El sábado sería "todo" para nosotros.
-Hija, el cartero me trajo carta de tu madre y en la misma venía
una hoja para ti. Sabes que ella no conoce tu nueva dirección.
Me extendió el sobre y tuve un mal presentimiento.
"Querida mía:
Mañana llegamos con tu padre a visitarte. Primero
pasaremos por lo de tía para conocer el domicilio de esa pensión de
señoritas donde te hospedas.
Sabemos que tus estudios van brillantes y pronto obtendrás tu
título.
Mami te extraña mucho y espera que recuerdes todos sus conse
jos. Ten cuidado con la gente y sobre todo con los hombres..."
Tiré la elegante misiva al cesto, pisé la cola del gato, abracé a la
querida vieja mía y con un nudo en la garganta salí a la tarde.
En la plaza dos gorriones se besaban en la fuente. Era primavera
yyo era, además de mi madre, joven.

91
. CUENTOS DE LA MUJER .

TRANSPOSICIÓN

i vía sola en la casa de al lado. Enorme, sola, con un parque


Vcargado de plantas exóticas y estatuas decapitadas.
Amelia era una planta exótica, heredera de otro mundo y de otro
tiempo. Último eslabón de la cadena familiar de los Uribe.
-De los Uribe, del general montevideano?
-Sí, descendiente directa.
-Y la fortuna?
-Se perdió entre sucesiones, libertinos, vivillos, bohemios y li
brepensadores.
-Cuándo irás a pintar su retrato?
-Mañana; es la única que no figura en la galería de recuerdos.
-Pero no te podrá pagar, no tiene un peso.
-No me importa. Es un regalo de despedida.
-Despedida de qué?
-No sé realmente. Presiento que quizá se vaya. Tal vez venda la
propiedad. Su situación económica es desesperada.
Serían las cinco de la tarde cuando hice sonar la aldaba enmo
hecida.
Me recibió con la larga bata de satén y su blanca cabellera reco
gida en el austero rodete finisecular.
Había sido hermosa. Era hermosa aún.
Había un rico perfume a té en el ambiente. Sobre la mesa la tarta
de limón recién horneada.
Estaba contenta y tenía una permanente sonrisa que me alenta
ba a iniciar mi labor. Casi sin palabras preparé mis elementos, tela,
paleta, pinceles.
-Me sentaré en el sillón rojo de papá, ¿le parece bien? -me pre
guntó.

92
. María Lydia Torti .

-Donde usted quiera y se sienta más cómoda-respondí sin mi


rarla.
-Me puse el vestido de bodas de mi mamá; todo el encaje es de
Bruselas. Está un poco gastado y amarillento. Pero siempre quise
que fuera mío. ¿Le gusta?-.
-Le sienta una maravilla. Aunque imagino que el suyo debió ser
de exquisito buen gusto.
-Yo nunca me casé. Mi madre no aceptó a mi novio por diferen
cias sociales ¡cosas de la época! -explicó dulcemente resignada.
Por favor, no se mueva! ¡Gire el rostro hacia la izquierda! Es
mejor su perfil -ordenaba, mientras trabajaba febrilmente como si
algo desconocido moviera mis manos y mis trazos, plasmando esos
rasgos señeros.
-Yo siempre quise tener el perfil de mamá ¡Era tan bella! La reina
de los salones porteños.
-No hable y retoque sus cabellos un poco -pedí sin darme cuen
ta de las horas que llevaba pintando a Amelia.
-Mamá se peinaba así, con sus cabellos en alto, negros azabache,
realzados con la mantilla, el broche o la flor -me comentaba nos
tálgica. Pasó el tiempo y...
-Bueno he terminado, mi querida. Aquí está su retrato.
Orgullosa le mostré mi creación. Cansada y satisfecha. Ella, ilu
sionada como una chiquilla se acercó al óleo; de pronto se transfi
guró. Su mirada era de odio.
Corrió a la cocina y con un feroz cuchillo destrozó mi obra en
forma de cruz.
¡Quedé alelada! Paralizada de terror. La próxima víctima sería
Yo.
Quise correr y ya intentaba enfilar hacia la puerta central, cuan
do se interpuso con los brazos abiertos.
Parecía endemoniada.
Si me resisto -pensé-estoy perdida. Entonces me tomó de la
mano. Subimos las escalinatas blancas de mármol y nos detuvimos
ante el cuadro No io de la pinacoteca de sus antepasados.

93
. CUENTOS DE LA MUJER .

Decía al pie del mismo: 'me1ia Vida! Soler viuda de Uribe".


Era el mismo retrato que yo acababa de pintar, con el traje de
encaje de Bruselas. Igual, exactamente igual y el cabello como la
noche.
¡Dios mío! Había pintado a la madre muerta hacía veinte años.
La hija, Amelia Uribe era rubia, igual a su padre.

94
. María Lydia Torti *

ÉL

n cuanto lo vio en el negocio de artefactos electrodomésti


E cos "Símil y Cía", que ocupaba toda la esquina de Florida y
Lavalle, le gustó.
Lo miró y le pareció que la miraba. Era pelirrojo, no demasia
do alto ni demasiado delgado, ni demasiado buen mozo. Lo que
se dice un hombre común, pero era lo que ella necesitaba. Rosis
Abis poseía un físico mediano, agradable y su principal atractivo
consistía en la alegría de vivir. Una constante sonrisa le iluminaba
el rostro. También sonreía con los ojos y hasta con el cuerpo frágil
pero expresivo.
El día de esta súper ejecutiva comenzaba bien temprano cuan
do Junior, su meca-valet, le traía el desayuno preparado a la cama.
Luego acondicionaba el baño tibio y los masajes. Rosis Abis hacia la
gimnasia con su meca-profesora, que conectaba justo en el enchufe
de su velador.
Ya en la cocina programaba la cena en la computadora, mientras
controlaba a la aspiro-robot, que hiciera bien su trabajo; las máqui
nas también son humanas, a veces-.
Luego leía el diario televisivo, para estar actualizada sobre el ac
cionar de la Bolsa de Valores, como buena mujer de negocios.
Después de cerciorarse que el contestador automático de su te
léfono funcionaba bien, escuchó por el grabador la agenda de acti
vidades que había preparado cuidadosamente su compusecretaria
"Unus
Cerró el departamento, bajó los 40 pisos, abrió la celda 1.000.020
del amplio garaje, conectó su aeromotoy salió hacia su compañía de
bienes raíces, que desde hacia 15 años dirigía con gran éxito. Todo
era exactamente igual a todos los días, excepto que no estaba en
sus planes encontrarlo. Y así de pronto. Fue un auténtico flechazo.
Esta señorita de mediana edad había tenido experiencias de pa
rejas positivas y negativas. No pensaba probar nuevamente, pero
la soledad es mala consejera. Los pelirrojos suelen ser vehementes

95
.CUENTOS DE LA MUJER .

e impetuosos. Sintió deseos de una relación amorosa, pero que no


fuera a interferir ni en su vida íntima ni en su vida comercial, más
que lo que ella deseaba.
...Llegar a la casa y encontrar a alguien esperándola con una
mesa servida. Cenar de a dos y tener a alguien con quien hablar de
las cosas que habían sucedido. Desahogar los conflictos que sos
tenía con el personal a su cargo. Las injusticias del Presidente del
Directorio, que no reconocía realmente sus méritos y no le había
aumentado el porcentaje en las ventas realizadas. Además se había
negado rotundamente a darle participación en las acciones. No era
extraño. Era un hombre. Era un humano despreciable.
El pelirrojo tendría una palabra de consuelo para ella -quizá
falsa, no importaba-. ¡Pero cuánto pagaría por escuchar esa pala
bra, ene! momento adecuado!
Se habían inventado mil drogas en ese año 2050, pero ninguna
todavía que anulara al principal enemigo: el sentimiento.
Rosis Abis había comprado con el aguinaldo de diciembre un
anestesiador portátil que colocaba en el corpiño, a la altura del co
razón -creación tecnológica de los japoneses-. Con el aparato ha
bía logrado atenuar la rabia, la humillación, la envidia.., pero nunca
más había podido atenuar la sensación aterradora de estar absolu
tamente sola.
No lo pensaría dos veces. Entró al negocio "Símil y Cia". Se acer
có a la sección artículos masculinos. Allí estaba el joven pelirrojo.
Abrió su cartera. Sacó la tarjeta de crédito y lo compró.

96
. María Lydia Torti .

ELLA, LA DUQUESA

ra una duquesa rusa, cuya fecha de nacimiento se mante


E nía en una reserva misteriosa. Decían en el barrio que tenía
cerca de 8o años, otros que casi tenía la misma edad del siglo. Ella
hablaba de Cracovia, de un palacio con minaretes y cúpulas dora
das y de muchos sirvientes yendo y viniendo con bandejas de plata.
La rubia oxigenada de la casilla 14 siempre se preguntaba si en
realidad existía esa Cracovia.
La Duquesa, como la llamaban, era la vecina N 2 7, de las prime
ras que habían llegado a la Villa. Bajó del flete destartalado con un
baúl de madera lustrada, un sillón con respaldar y fileteado en oro.
¡Ah, me olvidaba! Con una rica pana roja. Un samovar para el té,
dos bolsas con vajilla y mantelería y la sirvienta que transportaba
una maleta de cuero envejecida, pero con muchas etiquetas, que
hablaban de viajes por el mundo.
La vivienda tenía chapa por arriba, con el techo agujereado; las
paredes eran de latas y cartones, sin ventanas, con la puerta cubier
ta por una cortina fabricada con tapas de botellas de Coca-Cola.
Ella hablaba de sus padres, de los condes amigos, de las cabal
gatas y la caza mayor de los hombres y luego de la guerra y luego se
adormecía en los recuerdos...
Entonces Dominga, la mulata, le daba su medicina, le preparaba
la infusión de la tarde y como hacía mucho calor en ese verano, la
sentaba en su sillón rojo en la vereda de tierra.
-Adiós Duquesa - saludaban las madres que volvían con los pa
quetes del supermercado.
-Adiós Duquesa - gritaban con sonrisas los chiquilines.
Los hombres respetuosos se sacaban las gorras de trabajo en se
ñal de respeto.
Ella, delgada de una transparencia angelical levanta su mano
afilada como bendiciéndolos.

97
.CUENTOS DE LA MUJER .

Su ayudanta acarreaba el agua de la bomba, buscaba la comida


o cocinaba lo que la gente del lugar le regalaba.
Ella era un lujo para los pobres de la Villa; además Ella era tan
buena que hablaba con todos de igual a igual y cuando vino aquel
sacerdote, el Padre Pepe, tan querido, la Duquesa aceptó ser madri
na de diez o más "grasitas" del villorio.
Por las noches se escuchaban aires de ópera que provenían de
su vitrola sin años y se mezclaba con la cumbia villera de los chicos
chorros de la cuadra.
Pero esos pibes la amaban. Era "lo soñado".
No sabían bien quién era, qué era o qué pensaba, pero era "un
ideal", que cada uno en lo íntimo de su corazón, deseaba alcanzar.
Era lo infinito de lo finito. La utopía.
Llegó el día en que "Villa Tachito" lloró por su pérdida.
Venía el gordo de la carnicería de la vuelta con dos choricitos
para las damas, cuando notó que la Duquesa respiraba grueso,
como un ronquido y...
Sí, murió. Todos la velaron en la cama de tablones duros pero
con sábanas de Holanda.
Buscaron las velas de la Iglesia, le hicieron una cruz de quebra
cho y entre los vecinos compraron un cofre en cuotas. ¡El mejor
para la mejor!
Las mujeres fabricaron coronas de flores de papel de colores ra
biosos, entonaron cantos, porque nadie se acordaba de las oracio
nes.
Lloraron... En una chata vieja cargaron el ataúd y con una escol
ta multitudinaria la acompañaron hasta el cementerio cercano. A
pie. Chicos y grandes, viejos y jóvenes.
Nadie abandonó el homenaje póstumo.
Una matrona desdentada abrazaba a Dominga y le prometía que
no se quedaría abandonada.
En el pozo de tierra la dejaron. Todos tiraron su terrón de des
pedida.
Era "la despedida" de una ilusión.

98
. María Lydia Torti .

Al regresar en la tarde anochecida, la mestiza sacó el sillón con


lágrimas de oro, que sólo fue iluminado por la luna.
Cada habitante de "Villa Tachito", pasó frente a él y lo saluda
ron con sus ojos acuosos, como sí Ella estuviera allí, presente para
siempre. A cada "cabecita" se le habían ido dos santas, "Evita" y "la
Duquesa".

99
CUENTOS DE LA MUJER .

EL REGALO

o sé por qué me viene a la memoria la Epístola a los Corin


N tios de San Pablo, donde hace una descripción del amor.
"El amor es paciente, es bondadoso, no tiene envidias, no se
alegra de la injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo excusa, todo
lo cree, todo lo espera".
Pero sí sé porqué este párrafo.
Este relato que comienza es una vivencia de amor y de espera.
Una niña es la protagonista. Tiene tan sólo cinco años y de la
mano de su mamá y de su hermana, tomaron el tren desde Cañue
las hacia la luz de la Capital. Tenían esa misma luz de esperanza,
que iluminaba sus pensamientos y sus corazones. La meta: el Edi
ficio de Trabajo y Previsión y las miradas enfermas de imposibles.
¿Verían a la Señora? ¿Conseguirían trabajo para la hija mayor?
El traqueteo del Ferrocarril Sur danzaba rítmicamente como un
ruiseñor soñado,.
Largas colas, larguísimos convoyes humanos hacían una agóni
ca fila. Cada solicitante era atendido por los secretarios o jefes de la
Dependencia Oficial, según los petitorios recibidos.
La chiquitina después de "dame un caramelo", "quedate quieta.
por favor", "no corras más". "No te manches!", decidió volar de la
vigilante mirada materna.
Quiso investigar, husmear esa multitud desmadejada, descalza
de ilusiones y esas puertas por donde entraba y salía tanta gente,
generalmente con una sonrisa.
Un pequeño viento abrió el despacho principal y entonces, des
de su altura mínima alcanzó a admirar un par de piernas femeni
nas, bellísimas, con un par de zapatos grises con cadena dorada y
tacones al tono. Sobre las piernas, un gran escritorio de madera con
muchos papeles reposando sobre la caoba. Cuando María levantó
aún más los ojitos curiosos la reconoció: Era "Ella", Evita en perso

loo
*María Lydia Torti .

na, sentada a su frente. Vestía un gracioso traje gris en combinación


con el calzado. Dice emocionada:
"Me pareció una lunación, pues resplandecía como una estrella,
tan cerca y tan lejana a la vez. Entonces pienso hoy que "soñar es
vivir" pues ¿dónde está la diferencia? yo no podía ser yo..."
"Toda la gente corría a su alrededor y "yo" simplemente me acer
caba a su sillón, con pasos vacilantes. Entonces percibí un montón,
un montón de billetes grandes sobre la falda; nunca había visto
tanto dinero junto.
La Jefa de los Humildes firmaba hojas y hojas. Gritaba a uno,
ordenaba a otro.
Hasta que de repente reparó en mí.
-Qué hace esta niña acá? - preguntó con voz gruesa y de man
do.
Nadie contestó, pues nadie me conocía ni sabía de dónde venía
ni cómo podía haber llegado a ese "sagrado recinto de los pobres".
Le alargó un dulce con una vaga respiración azul.
Cierra María los ojos y evoca el aroma del perfume a pino seco,
que embalsamaba el aire.
Sus palabras como perdigones rasgaron el aire.
-Vení para acá mocosita! -musitó Eva.
Y la alzó sobre el regazo inmaculado, a pesar del polvo y el barro
seco de los zapatitos de charol. La apretó mucho, mucho y volvió a
preguntar:
-Querida, tenés una muñeca grande, bien grande?-.
Contestó que no. Sólo jugaba con los bebotes de trapo que hacía
la mamá, con arpillera, ojitos pintados y pelo de lana.
Flotó en ese instante un aire de eternidad. La eternidad de la
memoria.
Un señor calvo, de gruesos anteojos y traje oscuro se acercó con
una caja inmensa, cubierta con papel celofán. Siempre que aparece
el papel celofán se asocia con la transparencia. "Era la gran muñeca
rubia, con un largo vestido de organza y puntillas. Traía collar de
falsas perlas, cartera y sandalias brillantes"

101
. CUENTOS DE LA MUJER *

No pudo hablar. Se iban apozando en el fondo de sus ojos un río


de lágrimas. ¡Qué agradecimiento!
Alguien la tomó de la mano, tras el beso de despedida, con un
ligero toque a miel.
"La Señora" siguió su guerra, ya que a cada quien le toca una
lucha distinta.
Su familia desesperada la encontró, muy ufana y con el desplan
te de la inocencia.
No escuchó el reproche; ¡qué importaba el resto, si tenía su re
galo!
Además su hermana había conseguido el cargo de Secretaria de
la Unidad Básica del pueblo.
Era la hora de vivir. Atardecía.
El tiempo corre como corrió el rápido de las 18 hs., Constitución
- Cañuelas.
Pero ahora se anidaba la esperanza.
"Y siguió Eva sobre mi cama y sin una arruga demás en su tez de
nardo, a pesar de haber pasado cincuenta años". Allí está y cada vez
que la miro escribo un poema de gratitud sin haber escrito nunca
un verso. Por eso lo cuento, aún cuando la vida, después me clavó
un arpón de sombras.
Hay seres que con sólo decir una palabra encienden la ilusión y
los rosales, que con sólo sonreír entran en el alma, hacen cantar el
vino en las tinajas y sobreviven a la muerte.
Eva Duarte de Perón y mi Eva de juguete desterraron el olvido y
la desesperanza. Gracias a Dios "existieron", "existen" y "existirán".

Relato testimonial: María Luján Ramos.

102
ÍNDICE

"NATURALEZA MUERTA" ............................................................7


CARTADE MAMÁ ..........................................................................9
ELCUMPLEAÑOS ........................................................................11
LA INOCENCIA DE MARTITA ...................................................15
ELCUADRO ..................................................................................19
BESTIARIO....................................................................................22
EN LA COCINA DE MARCELO T. DE ALVEAR ........................26
LA VECINA Y SUS VECINOS..... ................. .... .................. ........... 30
LA MANCHA DE DON QUIJOTE ..............................................34
LAVIDENTE............. ............... .............. ..................... 37
EL GRAN HOTEL PROVINCIAL .............................. . .............. ....42
DE LAS FORMAS DE VENGANZA... .............. . ..... . ................. - ... 45
COSAS DEL COLECTIVO ...........................................................48
GENEROSOAMOR .......... . ....... .... .................................... .... ........ 50
"VENTANAS .. .......... ...................... ........................ ................ .........52
DOLORES MIRANDA DE GÓMEZ CARRIL .............................54
CARTASDE AMOR ... . ............... ..................... .................... ........... 59
LOCURA........................................................................................63
EL LEGADO DE LA MUJER BLANCA ... .... ... ... ............ . ... ... ........ 67
LAFOTO ........................................................................................69
NO SE LO DIGAN A NADIE .............. ..................... . ... .... ............ .71
"UN PARAíSO PROPIO" .................. . ........... . ................................ 74
FROU-FROU ...............................................................................76
LA MANCHA DE HUMEDAD.... .............. .... .................. . ............ 80
FREUD...........................................................................................83
GENERACIONES ..........................................................................88
TRANSPOSICIÓN.. ................ .... .................... . .................. ............ 92
ÉL... ................................ ... ................ ............................ . ............... ..95
ELLA, LA DUQUESA ....................................................................97
ELREGALO .................................................................................100
Impreso en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina,
marzo de 2014, en Amerian S.R.L.
(011)48156031/0448
info@ameriangraf.com.ar
MARÍA LYDIA TORTI

Maestra normal nacional.


Licenciada y profesora nacional, normal y
especial en letras (U.B.A.).
Narradora oral (Instituto SUMMA).
Locución y periodismo.
Ejerció la docencia secundaria y terciaria.
Ex directora de la Esc. de Ed. Media N° 2 de
Cañuelas (1978-1997, -Pcia. de Bs. As.).
Ex profesora del lns. Superior Docente N 107
(Cañuelas) y N'... de Lobos.
Ex directora de la Biblioteca Popular Domingo
E. Sarmiento (1968-2008).
Subsecretaria de Cultura y Educación - Muni-
cipalidad de Cañuelas.
Coordina los talleres literarios de la Munici-
palidad de Cañuelas desde 1998 y continúa.
Fundadora del Café Literario "LA GALERÍA
desde 1993 - Cañuelas. -
Publica la "ANTOLOGIA DE CANUELAS", publi-
cación anual de los Talleres Literarios desde el
año 2000 a 2013.
Realiza HISTORIA ORAL, sobre la localidad
de Cañuelas en forma de "Crónicas'.
PELÍCULAS EN COLABORACION: "Detrás de las
vías sobre el libro de la autora. Primera
película realizada totalmente por artistas de
Cañuelas, filmada en la ciudad de Cañuelas -
Director: Carlos Laborde 1993.
De la Tierra: pelicula documental sobre la
ciudad de Cañuelas - Director: Carlos Labor-
de.

RECONOCIMIENTOS

Mujer Cañuelense' - Distinción otorgada por


la Municipalidad de Cañuelas - 1996.
"Mujer Cañuelense' - Distinción otorgada por
la Municipalidad, el Concejo Deliberante y
Consejo Escolar de Cañuelas, en el área ACTI-
VIDADES CULTURALES" - Cañuelas - 2001.
ASOCIACIÓN DE ARTES Y LETRAS" de Esteban
Echeverría en mérito a su obra cultural -
1999.
Mujer Bonaerense" en Literatura, estatuilla
otorgada por la Honorable Cámara de Diputa-
dos de la Pcia. de Bs. As. - La Plata - 1997.
"Mujer Bonaerense" otorgado como 'Promo-
Desde la primera pieza narrativa
de "Cuentos de la mujer" se hace
ya presenta la calidad literaria de
María Lydia Torti, su destreza para
tensar el hilo conductor del relato
y exponer de manera creíble
psicologías y peripecias que no
siempre tienen un desenlace
previsible. En la galería de sus cria-
turas de ficción adquiere protago-
nismo (como el título del libro lo
indica) la mujer como centro de
conflictos, muchas veces dramáti-
cos.
María Lydia Torti narra con sencillez y amenidad historias de aparien-
cia cotidiana, costumbrista, pero bajo cuya trama pugnan encontra-
dos sentimientos, reacciones cuya riqueza de matices la autora
exhibe con sutil capacidad de observación. Son cuentos cuya perfec-
ta estructura y desarrollo está a al servicio de escenas eficaces y un
estilo que atrapa la atención y el interés del lector.

Antonio Requeni

ISBN 978-987-729-053-0

9 789877 290530
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