Está en la página 1de 11

TEOLOGÍA SISTEMÁTICA:

ECLESIOLOGÍA: DOCTRINA DE LA IGLESIA

LECCIÓN 7: LA MEMBRESÍA Y LA DISCIPLINA DE LA IGLESIA

I. La membresía de la Iglesia
II. Dios mismo nos disciplina
III. El propósito de la disciplina eclesiástica
IV. Los procedimientos a utilizar en la disciplina.
V. Extremos que se deben evitar en el ejercicio de la disciplina
VI. La actitud bíblica para juzgar
VII. El alcance de la disciplina.

I. LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA

a. ¿COMO SE OBTIENE LA MEMBRESÍA?

Todos los verdaderos creyentes, que han nacido de nuevo, (que profesan
una correcta creencia en el Señor y están dispuestos al testimonio, al servicio
y a la obediencia) están cualificados para la membresía en una iglesia local.

Por tanto, en ella caben:

1. Todas las razas.

El color de la piel y la peculiaridad de la raza no pueden ser obstáculo para


una membresía común con gentes de otra raza y de otro color. Col. 3:11 y
Apoc. 5:9 nos enseñan que la sangre de Cristo ha superado las diferencias
entre las razas y condiciones sociales

2. Todas las clases sociales.

Cualesquiera que sean las condiciones sociales o políticas de un país, la


iglesia ha de considerar y tratar por igual a todos los miembros, sin establecer
diferencias por su condición social, ya que todos los que participamos de un
mismo pan somos un solo cuerpo (1.a Cor. 10:17).

Sant. 1:9-10; 2:1-4 son pasajes que exigen seria atención a este respecto.
No se puede reservar una butaca afelpada para el millonario, mientras el
menesteroso se sienta en un banco sin respaldo o en el suelo.

3. Todos los caracteres.

Son notables las diferencias caracteriales de los Doce que seguían al


Maestro constantemente. ¿Qué mayor diversidad que la que existía entre un
Pedro activo, impetuoso, irreflexivo, o un Juan apasionado, pero
contemplativo, y un Tomás escéptico y pesimista? No obstante, los tres
fueron apóstoles, es decir, testigos cualificados (excepcionalmente) del
Señor.

b. CUALIDADES DEL MIEMBRO

1. Regenerado.

La primera cualidad de un miembro de la iglesia es que haya «nacido de


nuevo», o sea, regenerado por el Espíritu, redimido por la sangre de
Cristo, salvo de gracia mediante la fe. Juan 3.

2. Activo.

Esto significa que cada miembro de iglesia debe ser consciente de los
dones que ha recibido y usarlos en el servicio de Dios en comunión con
sus hermanos. Predicar, enseñar, exhortar, consolar, socorrer,
administrar fondos o cantar, son otros tantos servicios para distintas
oportunidades de ejercitar nuestros dones.

3. Asiduo a los cultos.

Un miembro fiel asiste con regularidad a los cultos, He. 10:25. Es cierto
que los quehaceres, cuidados y prisas de la vida moderna hacen a veces
difícil esta asistencia asidua, pero no nos eximen de nuestro deber.

Debemos percatarnos de que el asistir al culto supone:

• Ir al encuentro del Señor y de nuestros hermanos Sal. 84:2, 4;


133:1, 3;

• recibir al Señor, que viene a impartirnos Su bendición y una vida


más abundante Sal. 133:3; Mat. 18:20; Jn. 10:10;

• Imitar el ejemplo de los primeros cristianos, que «perseveraban


unánimes cada día en el templo...'» Hch. 2:46; cf, también Hch.
2:42; 4:32.

4. Consecuente.

Una persona es consecuente cuando practica lo que profesa, siempre y


en todas partes.

Uno de los mayores males con que se enfrenta la iglesia es la


inconsecuencia de muchos de sus miembros. (Juan 17:21).

¡Seamos conscientes de nuestra responsabilidad como «luz del mundo»


y «sal de la tierra!» ¿Cómo alumbraremos a los que están en tinieblas, si
nosotros mismos llevamos una vida oscura? ¿Y cómo presentaremos al
mundo el buen sabor y olor de Cristo, si nos volvemos insípidos y, quizás,
hasta mal olientes?
5. Estudioso de la biblia.

La Biblia ha sido y es el pan de los fuertes, y sólo los que se nutren de


ella en abundancia son capaces de crecer en gracia y de hacer frente a
tentaciones y pruebas de todo género.

Por eso, todo miembro de iglesia debe leer, estudiar y meditar su Biblia
asiduamente. Deut. 6:6-7; Jos. 1:7-8; Sal. 1:3; todo el Sal. 119; Marc.
12:24; Jn. 5:39; Hech. 17:11 y 2." Tim. 3:16-17.

Un miembro ideal, es como el «escriba docto» de Mat. 13:52, el «obrero


aprobado» de 2." Tim. 2:15, y el creyente «siempre preparado para
presentar defensa», de 1." Pe. 3:15.

6. Perseverante en la oración.

Algo muy necesario y fuerte ha de ser la oración, cuando Jesús mismo


dijo: «Es necesario orar siempre y no desmayar» (Luc. 18:1), y así lo hacía
El constantemente.

Pablo también exhorta: «Orad sin cesar» (1Tes. 5:17).

Santiago asegura: «La oración eficaz del justo puede mucho» (5:16).

Por tanto, la oración implica esencialmente una actitud de dependencia


respecto a Dios, de comunión con Dios, de absoluta confianza en Dios.

7. Dador generoso.

En Hch. 2:43-44; 4:32 vemos que la primera comunidad cristiana


practicaba una voluntaria comunidad de bienes. 1 Jn. 3:16-17 contiene
una fuerte intimación a este respecto.

El creyente, pues, ha de estar dispuesto a compartir con los hermanos,


no sólo el servicio de sus dones espirituales, sino también el disfrute de
sus bienes materiales.

La membresía en la iglesia postula también la sustentación de «pastores


y maestros», el socorro a los necesitados, literatura e instrumental
pedagógico para los niños, etc.

8. Ferviente.

Un miembro ideal de iglesia vive por fe, arraigado en Cristo (Col. 2:7) y
guiado siempre por el Espíritu Santo (Rom. 8:14), avivando
constantemente, por medio del amor, la llama de su fe (Gal. 5:6) para que
nunca languidezca.

Pablo atestigua que la vida que él vive, en contraste con la que llevaba
antes de su conversión, es «en la fe del Hijo de Dios» (Gal. 2:20).

Juan asegura: «Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe» (1 Jn.
5:4).

Por tanto, lo que todo cristiano ha de inquirir es cuán grande es su fe: su


fe en los designios de Dios, en el poder de Dios, en la acción de Dios.

9. Ganador de almas.

Una señal segura de verdadera conversión y de fiel membresía en la


iglesia es el celo por ganar almas para el Señor.

No todos pueden subir a un pulpito o a una tribuna, pero todos pueden,


en privado y por medio de contactos personales, hacer conocer a otros lo
que Dios ha hecho en sus vidas y lo que el mensaje evangélico ofrece a
todos, mediante el poder del Espíritu, para salvación: «Ven y ve» (Jn.
1:46).

La comisión de Cristo a Su Iglesia para testificar de El en todo el mundo


no fue dada sólo a unos pocos, sino a todos los discípulos.
II. BASE FUNDAMENTAL DE LA DISCIPLINA

La disciplina eclesiástica es un aspecto del uso del poder de la Iglesia. El


propósito de Cristo para con la iglesia es santificarla y presentársela a Sí mismo
sin mancha ni arruga (Efesios 5:26–27). Todas las actividades de la iglesia
también deben tener la misma aspiración, incluyendo la disciplina, porque ésta
también está diseñada para producir un carácter santo en los que son objetos de
la misma.

La base fundamental de toda disciplina eclesiástica, y su necesidad, se asienta


sobre el hecho de que Dios mismo disciplina a todos sus hijos. Tenemos una
abundancia de testimonio escritural que nos muestra el amor de Dios en la
disciplina de sus hijos. Por ejemplo:
«No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su
corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a
quien quiere». Proverbios 3:11–12
“Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es
aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de
la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.
Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos
disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho
mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por
pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo
que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad
que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de
tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han
sido ejercitado”. Hebreos 12:7–11
De los textos anteriormente citados, aprendemos lo siguiente: No hay hijo sin
disciplina. Sin disciplina todos nos extraviaríamos, tal como los hijos naturales.
El propósito de la disciplina de Dios es refrenar el pecado y las inclinaciones
pecaminosas de nuestros corazones, a fin de prepararnos para la herencia. Son
los hijos ilegítimos los que no reciben esta gracia de la disciplina de Dios.
Dios no nos castiga porque nos odia o porque desea condenarnos, sino porque
nos ama, y con el fin de santificarnos (véase Dt. 8).
Por tanto, debemos ser disciplinados en tres diferentes maneras:
 Por medio de la obra del Señor mismo en nosotros. Dios obra por
medio de pruebas y aflicciones, por la obra de su Espíritu Santo y su
Palabra, por la predicación de la misma, por la reflexión de la Santa Cena,
por las malas consecuencias de nuestros propios males y errores, etc.

 Por medio de otras personas en nuestras vidas. Dios usa el ministerio


de los otros seres humanos en nuestras vidas (Pr. 27:17), el ejemplo de
los santos para que lo sigamos, el ejemplo de los incrédulos y reprobados
para que lo evitemos, los consejos privados y toda clase de relación que
nosotros tengamos.
 Por medio los gobernantes que Dios ha establecido en sus propios
lugares. Por ejemplo, hay padres de familia (quinto mandamiento, Ex.
20:12), el estado civil (Gn. 9) y la iglesia (Mt. 16 y 18). En cada una de
estas esferas de la vida, Dios ha ordenado a gobernantes que sirvan en
representación suya. Cada una de estas esferas tiene su propia autoridad
que ha sido establecida y otorgada por Dios.

La autoridad final de la disciplina reside en Cristo, quien autoriza a su iglesia a


ejercerla cuando hace falta (Mt. 16:19; 18:17-20; 1 Co. 5:4).

III. EL PROPÓSITO DE LA DISCIPLINA ECLESIÁSTICA

La Biblia revela que la iglesia debe mantener una disciplina para el bien de los
que caen en faltas, así como para los demás miembros del cuerpo. Cristo dejó
instrucciones acerca de este tema, lo mismo que Pablo. Moisés tuvo que ocupar
mucho tiempo resolviendo problemas relacionados a la disciplina. El autor de
Hebreos nos recuerda que Dios tiene la costumbre de disciplinar y que no
debemos despreciar esta obra divina. Hebreos 12:5–11.
PUNTOS IMPORTANTES DE LA DISCIPLINA EN LA IGLESIA
a. Restauración y reconciliación del creyente que se ha descarriado:
El pecado estorba la comunión entre creyentes y con Dios. A fin de que haya
reconciliación, hay que lidiar con el pecado. Por consiguiente, el propósito
primario de la disciplina eclesiástica es procurar el objetivo doble de restauración
(del ofensor a la conducta apropiada) y reconciliación (entre creyentes, y con
Dios). Así como los padres sabios disciplinan a sus hijos (Pr 13:24: «amarlo [al
hijo] es disciplinarlo»), y así como Dios nuestro Padre disciplina a los que ama
(Heb 12:6; Ap 3:19), así la iglesia en su disciplina está actuando en amor para
traer de regreso al hermano o hermana que se ha descarriado, restableciendo a
la persona a la comunión correcta y rescatándola de los patrones destructivos
de vida.
 En Mateo 18:15 la esperanza es que la disciplina se detendrá en el primer
paso, cuando alguien va sólo: «Si te hace caso, has ganado a tu hermano».
La frase «has ganado a tu hermano» implica que los que aplican la disciplina
deben tener siempre en mente la meta de reconciliación personal entre
creyentes. Pablo nos recuerda que debemos «restaurar» al hermano o
hermana que peca «con una actitud humilde» (Gá 6:1), y Santiago nos anima
a «hace[r] volver a un pecador de su extravío» (Stg 5:20).

 Es más, si los miembros de la iglesia participaran activamente en dar


palabras privadas de amonestación gentil y en oración unos a otros cuando
se ve la primera evidencia clara de conducta de pecado, muy poca disciplina
eclesiástica formal habría que aplicar, porque el proceso empezaría y
terminaría con una conversación entre dos personas y nunca llegaría a
saberlo nadie más. Mt. 18:15,16.
 Incluso cuando se toma el paso final de «excomunión» (es decir, sacar a
alguien del compañerismo o «comunión» de la iglesia), todavía es con la
esperanza de que resulte el arrepentimiento. 1Co. 5:1-5.

b. Impedir que el pecado se extienda a otros:


Aunque el objetivo primario de la disciplina eclesiástica es la restauración y
reconciliación para el creyente que yerra, en esta edad presente la reconciliación
y la restauración no siempre tendrán lugar. Pero sea que la restauración surja o
no, a la iglesia se le dice que aplique la disciplina porque sirve por igual a otros
dos propósitos.
Otro propósito es impedir que el pecado se extienda a otros. El autor de
Hebreos les dice a los creyentes que se cuiden «de que ninguna raíz amarga
brote y cause dificultades y corrompa a muchos» (Heb 12:15). Esto quiere decir
que si algún conflicto entre personas no se resuelve rápidamente, los efectos se
pueden esparcir a otros; a veces eso tristemente parece ser cierto en muchos
casos de división de la iglesia. Pablo también dice: «un poco de levadura hace
fermentar toda la masa» y les dice a los corintios que saquen de la iglesia al
hombre que vive en incesto (1 Co 5:2, 6–7), para que el pecado no afecte a toda
la iglesia.
Si no se disciplina a ese hombre, los efectos del pecado se esparcirían a
muchos otros que tal vez sepan del asunto y que verían que la iglesia presta
poca atención al mismo. Esto haría que piensen que tal vez el pecado no era tan
malo como pensaban, y otros tal vez se verían tentados a cometer un pecado
similar o parecido. Es más, si no se aplica la disciplina contra una ofensa
específica, entonces será mucho más difícil que la iglesia aplique disciplina en
un tipo similar de pecado que cometa algún otro en el futuro.
Pablo también le dijo a Timoteo que debían reprender en presencia de todos
a los ancianos que persistían en pecado, «para que sirva de escarmiento» (1 Ti
5:20); es decir, para que otros también se den cuenta de que no se tolerará el
pecado sino que recibirá disciplina tanto de la iglesia como de Dios mismo. De
hecho, Pablo reprendió a Pedro públicamente, para que otros no sigan el mal
ejemplo de Pedro de separarse y comer sólo con los creyentes judíos (Gá 2:11).
c. Proteger la pureza de la iglesia y el honor de Cristo:
Un tercer propósito de la disciplina eclesiástica es proteger la pureza de la
iglesia de modo que no se deshonre a Cristo. Por supuesto, ningún creyente de
esta edad tiene un corazón completamente puro, y todos tenemos pecado que
queda en nuestras vidas. Pero cuando un miembro de la iglesia continúa
pecando de manera que es externamente evidente a otros, especialmente a los
no creyentes, esto claramente es deshonor para Cristo. Es similar a la situación
de los judíos que desobedecieron la ley de Dios y llevaron a los no creyentes a
mofarse y blasfemar el nombre de Dios (Ro 2:24: «Por causa de ustedes se
blasfema el nombre de Dios entre los gentiles»).
Por eso Pablo se asombra de que los Corintios no hayan disciplinado al
hombre que continuaba en pecado voluntario que en la iglesia conocía
públicamente (1 Co 5:1–2: «¡Y de esto se sienten orgullosos! ¿No debieran, más
bien, haber lamentado lo sucedido …?»). También se preocupa grandemente
saber que «un hermano demanda a otro, ¡y esto ante los incrédulos!» (1 Co 6:6).
Antes que permitir tales faltas morales en el carácter de la iglesia, Pedro anima
a los creyentes: «esfuércense para que Dios los halle sin mancha y sin defecto,
y en paz con él» (2 P 3:14). Y nuestro Señor Jesús quiere presentarse a sí mismo
una iglesia «radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino
santa e intachable» (Ef 5:27), porque él es la cabeza de la iglesia, y el carácter
de ella refleja la reputación de él. Incluso los ángeles y los demonios miran a la
iglesia y contemplan la sabiduría de Dios expresada en ella (Ef 3:10); por
consiguiente (Ef 4:1) Pablo anima a los creyentes a que se esfuercen «por
mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Ef 4:3).
Esto es asunto muy serio. Puesto que el Señor Jesús es celoso de su propio
honor, si la iglesia no ejerce la disciplina apropiada, él lo hará por sí mismo, como
lo hizo en Corinto, en donde la disciplina del Señor resultó en enfermedad y
muerte (1 Co 11:27–34), y como advirtió que haría tanto a Pérgamo (Ap 2:14–
15) y Tiatira (Ap 2:20). En estos dos últimos casos el Señor se desagradaba con
toda la iglesia por tolerar desobediencia externa y no ejercer la disciplina: «Sin
embargo, tengo en tu contra que toleras a Jezabel, esa mujer que dice ser
profetisa. Con su enseñanza engaña a mis siervos, pues los induce a cometer
inmoralidades sexuales y a comer alimentos sacrificados a los ídolos» (Ap 2:20;
cf. vv 14–16).
TRES PRINCIPIOS IMPORTANTES DE LA DISCIPLINA
Los tres principios más importantes para la disciplina son:
 Imparcialidad (1 Timoteo 5:21),
 Sin premura, pero con pasos deliberados (Mateo 18:15–20),
 Con la mira de corregir y finalmente restaurar (2 Corintios 2:6–8).

IV. LOS PROCEDIMIENTOS A UTILIZAR EN LA DISCIPLINA.

La disciplina de la iglesia ha de ser manejada con oración, cuidado y justicia.


1. Primer paso: Observar a los que necesitan disciplina (Ro. 16:17; 2 Ts. 3:14).
2. Segundo paso: Concertar una reunión privada con el ofensor (Mt. 18:15).
3. Tercer paso: Si esto fracasa, concertar una segunda reunión, esta vez con la
presencia de algunas más (Mt. 18:16). Durante estas reuniones privadas y
semiprivadas, la persona deberá ser amonestada (Tit. 3:10), reprendida (2 Ti.
4:2) y advertida (1 Ts. 5:14) repetidamente.
4. Cuarto paso: Como medida final, ha de llevarse a la persona no arrepentida
ante toda la iglesia (Mt. 18:17; 1 Ti. 5:20).
5. Quinto paso: Si la persona culpable se niega a someterse a la disciplina de
la iglesia, ha de ser excomulgada espiritualmente. Esto significa dos cosas
temibles: una negación y una entrega.
a. Se le ha de negar el compañerismo cristiano.
 «Mas os ruego ... que os apartéis de ellos» (Ro. 16:17).
 «Pero os ordenamos ... que os apartéis de todo hermano que ande
desordenadamente. ..» (2 Ts. 3:6).
 «Apártate de los tales» (1 Ti. 6:3, 5).
 «Deséchalo» (Tit. 3:10). (5) «No os juntéis con él» (2 Ts. 3:14).
b. Ha de ser entregada a Satanás.
«El tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el
espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (1 Co. 5:5).
«De los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para
que aprendan a no blasfemar» (1 Ti. 1:20).
¿Qué significa hacer esto?
La palabra griega para destrucción en 1 Corintios 5:5 es olethros, una
referencia a la acción de arruinar o estropear algo. Aparentemente Pablo
estaba diciendo: «Si este hombre (el miembro de la iglesia que estaba
viviendo en adulterio) está “disfrutando” tanto su pecado, entonces prívenlo
completamente de la comunión y dejen que Satanás lo maltrate un poco.
Déjenlo probar lo que es enfrentar un mundo hostil sin las oraciones, la
cubierta de Señor, y el ministerio de una iglesia local.»
La persona impenitente ya no debe ser tratada como hermano, sino como
“gentil y publicano” (Mt. 18:17), y debe ser considerada como alguien de
fuera a quien ya no se le extienden los beneficios y las bendiciones de la
membresía de la iglesia.
6. Sexto paso: Si la persona culpable se somete a la disciplina de la Iglesia,
debe suceder dos cosas:
a. El culpable debe dar fruto digno de arrepentimiento. Mt. 3:8-10.
b. El tiempo de restauración a la plena comunión la da el culpable con su
consagración. La Iglesia no da el tiempo sino, la consagración del culpable en el
tiempo habla de su restauración.

V. EXTREMOS QUE SE DEBEN EVITAR EN EL EJERCICIO DE LA


DISCIPLINA
A. Restar importancia a la falta. Debemos mirar la falta en su real
dimensión. Hay que contemplar las cosas de manera objectiva. A veces la falta
de celo hace que se le dé poca importancia al mal cometido. Otro peligro es que
por cuestiones de simpatia se incline el Comité a pasar por alto las faltas.
B. Exagerar la falta. La cordura y ecuanimidad son muy importantes. A veces
la primera reacción de un miembro de la Comisión de Disciplina es de mucha
indignación. Pero tenemos que controlar nuestras emociones y mirar
desapasionadamente lo sucedido.
C. El abuso de función o autoridad. Puede ser que la persona agraviada
sea pariente del diácono o del pastor y se quiere aplicar todo el rigor posible. En
estos casos se requiere mucha madurez y la capacidad de mirar las cosas
objetivamente. Hay que recordar el principio jurídico de que no se puede ser juez
y parte a la vez. Es aconsejable, por lo tanto, cuando se trata de juzgar alguna
falta u ofensa a parientes del pastor o de los diáconos, que se les prive a los
tales de participar en el proceso a menos que puedan ser imparciales y correctos.
Si la persona ofendida es el Ministro, de todas maneras la responsabilidad de
éste es de actuar como moderador o pacificador como si se tratara de una tercera
persona. El tiene que llevar todo a Dios quien juzga con justicia, y proceder con
ecuanimidad.
D. Permitir que prejuicios o resentimientos influyan en las decisiones.
La tendencia humana es permitir que los prejuicios coloreen todo lo que vemos.
Ellos nos pueden hacer ver con más facilidad los defectos que las virtudes. Pero
el verdadero siervo de Dios debe actuar con estricta justicia y agotar todas las
posibilidades de investigar antes de llegar al momento de tomar decisiones.
Demasiado claro es el consejo de Pablo a Timoteo: “… no haciendo nada con
parcialidad.” 1 Timoteo 5:21.
Para juzgar con rectitud el Comité de Disciplina necesita conocer los
agravantes del caso, como por ejemplo los años en la fe, experiencias,
conocimientos y oportunidades que haya tenido el acusado. De la misma manera
hay que estar al tanto de los atenuantes, o sea, los factores que aminoran la
responsabilidad del acusado, tales como su poco tiempo de convertido, su falta
de experiencia o de conocimiento, su carencia de doctrina, sus pocas
oportunidades.
E. El deseo de represalia o venganza. Uno de los extremos más
reprobables es el de proceder con un espíritu represivo. El hijo de Dios tiene
presente lo que dice la Biblia: “No paguéis a nadie mal por mal; … No os venguéis
vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito
está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” Romanos 12:17–19.

VI. LA ACTITUD BÍBLICA PARA JUZGAR

La disciplina de la iglesia no debería estar nunca motivada por el orgullo


santurrón, los programas políticos, el deseo de ejercer poder de una forma no
bíblica ni el intento de avergonzar a las personas. Más bien, debería estar
supervisada por los ancianos quienes, como pastores del rebaño, anhelan
sinceramente ver cómo se arrepienten las ovejas errantes, regresan y son
restauradas (cf. Gá. 6:1).
Veamos algunas actitudes que debe haber:
A. Considerarse a sí mismo. La toma de una decisión sobre la disciplina de un
hermano ha de seguir la guía que el Apóstol Pablo presenta en Gálatas 6:1 y 2.
B. Tener mansedumbre. Todo el proceso de la acusación y disciplina de un
hermano en la fe es tan penoso y triste que nó se presta para el orgullo, la
superioridad o el desdén. Es el momento de aprender de Cristo y preguntarse
qué haría él en el mismo caso. Es el momento de manifestar un espíritu de
quebranto.
C. Practicar la “empatía”. Este término describe la cualidad de comprender a
otro, o de ponerse en el lugar de otro. Si uno trata de sentir los mismos problemas
que tuvo el acusado, se podrá tener mejor concepto de la situación y podrá
ayudarlo más.

VII. EL ALCANCE DE LA DISCIPLINA.


La iglesia debe disciplinar (si hace falta) a todos los creyentes, pero sólo a los
creyentes. No tiene autoridad alguna para juzgar a incrédulos mundanos por
fumar, usar malas palabras, participar de ciertas actividades sexuales, etc. Su
único deber para con una persona no salva es el de guiarla a Jesucristo.
No por ser delicada la cuestión de la disciplina en la iglesia puede el Ministro
tratar de evadirla. Después de convencerse de su importancia, debe por encima
de todo, dar prioridad al Espíritu Santo para que lo ayude en todo.

También podría gustarte