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I. La membresía de la Iglesia
II. Dios mismo nos disciplina
III. El propósito de la disciplina eclesiástica
IV. Los procedimientos a utilizar en la disciplina.
V. Extremos que se deben evitar en el ejercicio de la disciplina
VI. La actitud bíblica para juzgar
VII. El alcance de la disciplina.
I. LA MEMBRESÍA DE LA IGLESIA
Todos los verdaderos creyentes, que han nacido de nuevo, (que profesan
una correcta creencia en el Señor y están dispuestos al testimonio, al servicio
y a la obediencia) están cualificados para la membresía en una iglesia local.
Sant. 1:9-10; 2:1-4 son pasajes que exigen seria atención a este respecto.
No se puede reservar una butaca afelpada para el millonario, mientras el
menesteroso se sienta en un banco sin respaldo o en el suelo.
1. Regenerado.
2. Activo.
Esto significa que cada miembro de iglesia debe ser consciente de los
dones que ha recibido y usarlos en el servicio de Dios en comunión con
sus hermanos. Predicar, enseñar, exhortar, consolar, socorrer,
administrar fondos o cantar, son otros tantos servicios para distintas
oportunidades de ejercitar nuestros dones.
Un miembro fiel asiste con regularidad a los cultos, He. 10:25. Es cierto
que los quehaceres, cuidados y prisas de la vida moderna hacen a veces
difícil esta asistencia asidua, pero no nos eximen de nuestro deber.
4. Consecuente.
Por eso, todo miembro de iglesia debe leer, estudiar y meditar su Biblia
asiduamente. Deut. 6:6-7; Jos. 1:7-8; Sal. 1:3; todo el Sal. 119; Marc.
12:24; Jn. 5:39; Hech. 17:11 y 2." Tim. 3:16-17.
6. Perseverante en la oración.
Santiago asegura: «La oración eficaz del justo puede mucho» (5:16).
7. Dador generoso.
8. Ferviente.
Un miembro ideal de iglesia vive por fe, arraigado en Cristo (Col. 2:7) y
guiado siempre por el Espíritu Santo (Rom. 8:14), avivando
constantemente, por medio del amor, la llama de su fe (Gal. 5:6) para que
nunca languidezca.
Pablo atestigua que la vida que él vive, en contraste con la que llevaba
antes de su conversión, es «en la fe del Hijo de Dios» (Gal. 2:20).
Juan asegura: «Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe» (1 Jn.
5:4).
9. Ganador de almas.
La Biblia revela que la iglesia debe mantener una disciplina para el bien de los
que caen en faltas, así como para los demás miembros del cuerpo. Cristo dejó
instrucciones acerca de este tema, lo mismo que Pablo. Moisés tuvo que ocupar
mucho tiempo resolviendo problemas relacionados a la disciplina. El autor de
Hebreos nos recuerda que Dios tiene la costumbre de disciplinar y que no
debemos despreciar esta obra divina. Hebreos 12:5–11.
PUNTOS IMPORTANTES DE LA DISCIPLINA EN LA IGLESIA
a. Restauración y reconciliación del creyente que se ha descarriado:
El pecado estorba la comunión entre creyentes y con Dios. A fin de que haya
reconciliación, hay que lidiar con el pecado. Por consiguiente, el propósito
primario de la disciplina eclesiástica es procurar el objetivo doble de restauración
(del ofensor a la conducta apropiada) y reconciliación (entre creyentes, y con
Dios). Así como los padres sabios disciplinan a sus hijos (Pr 13:24: «amarlo [al
hijo] es disciplinarlo»), y así como Dios nuestro Padre disciplina a los que ama
(Heb 12:6; Ap 3:19), así la iglesia en su disciplina está actuando en amor para
traer de regreso al hermano o hermana que se ha descarriado, restableciendo a
la persona a la comunión correcta y rescatándola de los patrones destructivos
de vida.
En Mateo 18:15 la esperanza es que la disciplina se detendrá en el primer
paso, cuando alguien va sólo: «Si te hace caso, has ganado a tu hermano».
La frase «has ganado a tu hermano» implica que los que aplican la disciplina
deben tener siempre en mente la meta de reconciliación personal entre
creyentes. Pablo nos recuerda que debemos «restaurar» al hermano o
hermana que peca «con una actitud humilde» (Gá 6:1), y Santiago nos anima
a «hace[r] volver a un pecador de su extravío» (Stg 5:20).