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La carne y el espíritu
CONTENIDO
1. Una definición práctica de la carne
2.La forma práctica de volvernos a Cristo en
nuestro espíritu
3.Tres aspectos principales de Cristo en Romanos
8
4.Un espíritu firme en el cual more Dios
5.Comamos a Jesús para crecer y ser edificados

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PREFACIO
Este libro está compuesto de los mensajes que dio el
hermano Witness Lee en Chicago, Illinois, del 30 de
mayo al 1º de junio de 1975.

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CAPITULO UNO
UNA DEFINICION PRACTICA DE LA CARNE
Lectura bíblica: Ro. 6:6; 7:17-20, 24, 25; 8:3, 6-10;
3:20
El libro de Romanos gira en torno a la vida y está
compuesto de tres secciones principales. La primera
sección trata de la redención; la segunda, de la vida; y
la tercera, de la edificación, es decir, de la vida de la
iglesia. La vida es el tema central.
Es posible que la vida sea un término familiar para
muchos cristianos, pero pocos pueden definir o
comprender lo que la vida significa realmente en su
experiencia. Es fácil hablar de la vida en el aspecto
doctrinal, pero es difícil decir algo acerca de la vida
basándose en la experiencia. En estos mensajes
tenemos la carga de ver qué es la vida en nuestra
experiencia.
En la sección de Romanos que trata de la vida, hay dos
términos clave: la carne y el espíritu. Los cristianos
prestan atención solamente al Espíritu Santo, no al
espíritu humano. Sin embargo, tenemos que
comprender que en esta sección nuestro espíritu
humano es más práctico en nuestra experiencia que el
Espíritu Santo. Dos cosas son cruciales en la
experiencia de vida: nuestra carne y nuestro espíritu.
Por el lado negativo, tenemos que conocer la carne.
Por el lado positivo, tenemos que experimentar
nuestro espíritu humano, el cual está mezclado con el
Espíritu divino (Ro. 8:16; 1 Co. 6:17).

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LA CARNE ES EL CUERPO CORRUPTO,
CONTAMINADO Y TRANSMUTADO
Es difícil definir en una forma práctica lo que es la
carne. Necesitamos ver que la carne es el cuerpo
corrupto, contaminado y transmutado.
Originalmente, era el cuerpo creado por Dios para
contener nuestro ser humano. Nuestro ser humano
está contenido en nuestro cuerpo físico, y éste fue
creado por Dios en un forma pura. Pero cuando el
hombre cayó, Satanás en la forma del árbol del
conocimiento del bien y del mal entró en el hombre.
Con dicha acción Satanás entró en el cuerpo del
hombre. El hombre comió del árbol del bien y del mal;
y nosotros sabemos que cualquier cosa que el hombre
come entra en su cuerpo físico.
Nuestro cuerpo, el cual contiene nuestro ser interior,
fue creado como un vaso bueno, limpio y puro. Pero
un día el enemigo de Dios vino y se inyectó en el
hombre cuando éste comió de aquel árbol. El hombre
comió del árbol del conocimiento, y el hecho y la
realidad de ese árbol entraron en su cuerpo físico. En
ese momento un elemento ajeno entró en el cuerpo del
hombre. El cuerpo del hombre originalmente era
puro. Pero desde que Satanás se inyectó en el hombre,
el cuerpo de éste tiene otro elemento, un elemento
ajeno que le fue añadido, y se ha vuelto carne. Por
consiguiente, la carne tiene dos elementos: un
elemento creado por Dios y el elemento que es
Satanás. Este segundo elemento no es solamente algo
malo que viene de Satanás o que es producido por él.
Este elemento es Satanás personificado. De esta
manera podemos ver que algo diferente, ajeno, algo

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aparte de lo que Dios creó, entró en el cuerpo del
hombre. Ninguna de las enseñanzas éticas y morales
que hay en la cultura y la religión mencionan este
punto debido a que no tienen la revelación de lo que
es la carne del hombre. Las Escrituras muestran que
la carne es nuestro cuerpo contaminado y
transmutado.
¿Está usted consciente de que la carne es una cosa
contaminada? No importa qué tan bueno sea usted, de
todos modos tiene la carne. Es posible que usted sea
la mejor persona, pero su carne no es mejor que la
carne de los demás. No diga que su carne es mejor que
la de los demás. La carne no es más que carne. La
carne suya no es buena. Quizá usted piense que es una
buena persona, pero lo cierto es que su carne no es
buena. Su carne fue corrompida y contaminada por
Satanás desde que cierto elemento ajeno entró en
usted. Esta es la razón por la cual la Biblia nos dice que
la carne está llena de lujuria (Ro. 13:14; Gá. 5:16; 1 P.
2:11). Las concupiscencias están en la carne, y ésta es
la totalidad de todas las lujurias. Ninguna lujuria es
buena; todas son malas.
No importa cuán bueno sea usted. Puede ser todo un
caballero o toda una dama, un buen muchacho o una
buena muchacha, pero siempre que sea un ser
humano, está dotado de una carne mala, detestable y
contaminada. Nadie tiene una buena carne. Uno
puede decir que ha sido salvo y santificado y que es
santo. Tal vez usted sea santo, pero todavía tiene la
carne. Nuestra carne ha sido corrompida con el mismo
Satanás. Necesitamos nuestro cuerpo para poder
existir, pero nuestro cuerpo es un cuerpo caído,

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transmutado, corrupto y contaminado. Hoy nuestro
cuerpo es la carne.
Romanos 6:6 nos dice que nuestro cuerpo es “el
cuerpo de pecado”; éste no es el cuerpo de justicia.
Romanos 7:24 dice que nuestro cuerpo es “el cuerpo
de esta muerte”. Hoy nuestro cuerpo no es solamente
el cuerpo de pecado, sino también el cuerpo de
muerte. El pecado y la muerte siempre van juntos. El
pecado es el esposo y la muerte la esposa. Nunca se
divorcian. La muerte siempre sigue al pecado. No era
necesario que Pablo enseñara que el pecado como
esposo debe amar a la muerte, y que la muerte como
esposa debe sujetarse al pecado. Sin duda el pecado
ama a la muerte, y la muerte siempre está sujeta al
pecado. Siempre van a la par. En una reunión de la
iglesia, un hermano puede sentarse al frente, mientras
que su esposa está sentada atrás en la última fila. El
pecado y la muerte no actúan así. Dondequiera que el
pecado esté, ahí también estará la muerte.
Nuestro cuerpo es un cuerpo de pecado y muerte.
¿Ama usted su cuerpo? Necesitamos golpear nuestro
cuerpo (1 Co. 9:27). Nuestro cuerpo es la carne debido
a que no es puro. No importa cuánto oremos y
caminemos con el Señor, tenemos que comprender
que junto con nuestro ser interno esto detestable que
es el cuerpo de pecado y muerte, está siempre con
nosotros. Mientras estemos vivos, y hasta el día de
nuestra redención, el cuerpo de pecado y muerte
estará siempre con nosotros. Romanos relaciona estas
tres cosas: la carne, el pecado y la muerte.
Romanos 8:2 habla de la ley de pecado y de la muerte.
Se aplica una sola ley a estas dos cosas. Esto
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demuestra que el pecado y la muerte son realmente
una sola cosa. El versículo 6 dice que la mente puesta
en la carne es muerte. Donde esté la carne, allí habrá
muerte. Romanos 8:3 habla de la semejanza de la
carne de pecado. La carne y el pecado son una sola
cosa. Debemos ver que la carne, el pecado y la muerte
son tres en uno. Donde hay pecado, allí hay muerte, y
donde está la carne, allí hay pecado. El pecado siempre
está con la muerte, y la carne está siempre con el
pecado. Estos tres nunca se separan. Si usted tiene una
de estas cosas, tiene las tres. Si usted tiene muerte,
tiene pecado. Si tiene pecado, tiene la carne; tenga la
certeza de que tiene el pecado y la muerte. Estas tres
cosas son una sola.
EL PECADO ES EL MISMO SATANAS EN
NUESTRA CARNE
Ahora debemos ver qué es el pecado. El pecado no
consiste en malas acciones, tales como odiar o matar.
Estos son actos externos. No son el pecado en sí. El
pecado, según lo revela la Biblia, es Satanás mismo.
Cuando el pecado entró en el hombre creado, Satanás
entró en él. Podemos usar el ejemplo de un papel
negro puesto dentro de un libro. El libro puede
compararse con algo creado por Dios, y el papel negro
introducido en el libro, con el pecado. Un día Satanás
entró en el hombre. El pecado es Satanás dentro de
usted.
El pecado es una persona viviente. Romanos dice que
el pecado puede engañarnos, matarnos (7:11), y
adueñarse de nosotros, esto es, dominarnos (6:12, 14).
Todas estas actividades demuestran que el pecado es
una persona viviente. Esta persona es Satanás.
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Cuando Satanás está fuera de usted, no es el pecado.
Cuando entra en usted, viene a ser el pecado. El
pecado es Satanás en usted. Tenemos que comprender
en qué parte de nuestro ser está Satanás. El está en
nuestra carne.
Pablo dice en Romanos que él hacía lo que aborrecía
(v. 15). Por eso dijo: “De manera que ya no soy yo
quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí” (v.
17). Pablo usó dos veces la expresión “ya no soy yo”.
En Gálatas 2:20 él dijo: “Y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí”. En Romanos 7 dijo: “Ya no soy yo ... sino
el pecado que mora en mí”. El pecado es otra persona
que está en nosotros. Quizá me guste hacer algo, pero
a la larga no lo hago, sino que hago lo que aborrezco.
Entonces ya no soy yo quien lo hace, sino otra persona.
Esta persona es mi carne. Pablo dice: “Yo sé que en mí,
esto es, en mi carne, no mora el bien” (v. 18). En mi
carne no mora el bien, porque la carne está
completamente poseída y controlada por Satanás
como pecado.
Algunas personas no creen que exista Satanás, y no
saben que este ser está en su carne. Ellos no creen que
Satanás existe y no saben que mientras dicen eso, es
Satanás quien está hablando en ellos. Ellos hablan por
Satanás, el cual ellos no creen que exista. Satanás está
en la carne del hombre.
Hemos mostrado que la carne es nuestro cuerpo
corrupto. La carne también se usa refiriéndose a los
seres humanos corruptos. Romanos 3:20 dice que por
la ley ninguna carne puede ser justificada. La palabra
carne aquí no se refiere a nuestro cuerpo
contaminado, sino a nuestro ser caído. Por las obras
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de la carne ningún ser humano caído puede ser
justificado. Significa que ninguna persona que sea
carne puede ser justificada. A los ojos de Dios, todos
los seres humanos son carne. Génesis 6:3 nos dice que
en cierto momento el hombre se hizo carne a los ojos
de Dios.
El hombre es totalmente carne porque su ser caído
está bajo el dominio de la carne. Todo ser humano en
la sociedad de hoy está dominado por su carne. ¿Quién
lleva la gente a los casinos de Las Vegas? ¿Quién lleva
la gente a los teatros? La carne lo hace. A los ojos de
Dios nosotros no somos más que carne. A los ojos de
Dios no somos simplemente seres humanos; somos
carne, la cual ha sido poseída, saturada y controlada
por Satanás y con la cual él se ha mezclado.
Considere la sociedad de hoy. Todos los hombres son
carne. Externamente los hombres se conducen como
caballeros, pero internamente son carne.
Externamente las mujeres se conducen como damas,
pero internamente son carne. El esposo es carne; la
esposa es carne; el muchacho es carne; la muchacha
es carne; el caballero es carne; el ejecutivo es carne; el
que hace la limpieza es carne. Todos son carne porque
todos están bajo el dominio de Satanás y han sido
corrompidos por él.
Todos tenemos que darnos cuenta de que Satanás
como pecado está en la carne y de que el pecado es
Satanás en el hombre. En esta carne también está la
muerte. La muerte se define como debilidad. Estamos
muertos cuando somos debilitados al máximo. La
muerte es la debilidad. Muchas veces tratamos de
hacer el bien; queremos ser personas santas. Pero
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cuando tratamos de hacer el bien, fracasamos.
Algunos de los jóvenes que viven en una casa de
hermanos tal vez piensen que el Señor desea que ellos
aprendan a ser pacientes. Ellos están dispuestos a
aprender la lección de la paciencia. Pero en realidad
ellos están propensos a perder su paciencia. Pablo
dice: “El querer está en mí, pero no el hacerlo” (Ro.
7:18). Esto es debilidad, y la debilidad es muerte.
Aun en cosas espirituales hay muerte. Sabemos que
todos los miembros del Cuerpo deben funcionar.
Quizá antes de venir a la reunión de la iglesia estemos
dispuestos a funcionar. Pero hallamos que el querer
está presente, mas no el hacerlo. Cuando llegamos a la
reunión sentimos la debilidad. Esta debilidad es
muerte. La muerte obra y nos afecta día tras día.
Los seres humanos hoy no viven. En realidad todos
ellos están en el proceso de morir. Con el tiempo todos
los seres humanos mueren. Debemos comprender que
todas las personas están muriendo porque la muerte
opera en todas y cada una de ellas. La muerte obra
específicamente en nuestra carne. Si perdemos el
control y nos airamos por un minuto, esto tal vez nos
deje muertos por tres días. No podemos orar ni tener
avivamiento matutino ni leer la Biblia, porque hemos
sido amortecidos por nuestro pecado.
El pecado es otro título de Satanás. El pecado va junto
con la muerte, y Satanás es el que tiene el poder de la
muerte como se menciona en Hebreos 2:14. Podemos
ver estas tres cosas: el pecado, la muerte y Satanás.
Los tres están en la carne. La carne es el lugar donde
se reúnen el pecado, la muerte y Satanás. Ellos
siempre se reúnen allí, y sus reuniones son tan largas
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que nunca terminan. Muchos de nosotros empleamos
nuestro tiempo asistiendo a las reuniones de la iglesia
en el salón de reunión. Satanás también tiene un salón
de reunión. El salón de reunión de Satanás es nuestra
carne. Si usted quiere ver a Satanás, vaya a la carne.
Allí está Satanás. El está siempre en la carne junto con
el pecado y la muerte.
Necesitamos ver cuán mala es la carne. En primer
lugar, la carne está en enemistad con Dios. Segundo,
la carne no está sujeta a la ley de Dios; siempre se
rebela contra la ley de Dios. Tercero, la carne no puede
sujetarse a la ley de Dios (Ro. 8:7), pues tiene una
naturaleza que no puede sujetarse a Dios. Por
consiguiente, no debemos tratar de hacer el bien con
nuestra carne, debido a que ella no se sujeta a la ley de
Dios. Cuarto, la carne nunca puede agradar a Dios (v.
8).
Ahora bien, podemos preguntarnos: “¿Qué haremos
con la carne?” Según Gálatas, tenemos que crucificarla
(5:24). Pablo nos dice en Romanos que primero
debemos comprender que existe la carne. Hoy día
tenemos la carne, la cual es nuestro cuerpo
transmutado, contaminado y corrompido por dentro.
La carne está llena de Satanás, el pecado y la muerte.
La carne, Satanás, el pecado y la muerte son uno solo.
No debemos pensar que tenemos algo bueno, o que
tenemos alguna posibilidad de ser buenos. Debemos
ser iluminados para ver que nuestra carne es un cosa
detestable. Tenemos que condenarla en lugar de tratar
de mejorarla. Algunos cristianos son engañados
pensando que después de ser salvos, su carne será
recobrada. Dios nunca recobra la carne. Nuestra carne

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es un caso perdido. No debemos tener ninguna
esperanza positiva en cuanto a nuestra carne.
Tenemos que comprender que la carne es pecado.
LA CARNE NOS OBLIGA A VOLVERNOS AL
ESPIRITU
Quisiera que viéramos ahora que la carne, a la larga,
nos es útil. ¿De qué manera nos es útil? Nos sirve para
obligarnos a volvernos a nuestro espíritu. Tenemos un
cosa tan maligna que nunca la podemos vencer; pero
de todos modos nunca se desvanece. Siempre está ahí.
Hace muchos años leí varios libros que decían cómo
podía uno ser santo y victorioso. Traté aquellos
métodos. Al principio sirvieron un poco, pero con el
paso del tiempo, ningún método trajo resultados. Así
que quedé completamente desilusionado. Me di
cuenta de que la carne está desahuciada. Me
preguntaba por qué el Señor no quitaba la carne. Me
imaginaba que si El erradicaba nuestra carne, todo
quedaría resuelto.
En la cruz Cristo le puso fin a todas las cosas, pero
podríamos preguntarnos por qué dejó esta carne tan
detestable en nosotros. Parece que cuanto más
oramos para deshacernos de la carne, más somos
perturbados por ella, y más activa se vuelve. Parece
que nunca podemos controlarla. Finalmente le dije al
Señor: “Ya que no pones fin a mi carne, no volveré a
tratar de ser bueno. Dejaré de intentar ser bueno. Ya
no procuraré ser victorioso”. El Señor me dijo: “Hijo,
eso es maravilloso. Eso es exactamente lo que quiero
que hagas. Tienes que cesar de tratar de controlar la
carne por tu cuenta”. Finalmente, el Señor me mostró
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que El dejó la carne en nosotros por nuestro propio
bien, pues esto nos ayuda y nos obliga a volvernos a
El, a volvernos al espíritu.
Si no tuviéramos en nosotros una cosa tan maligna
como la carne, probablemente no oraríamos tan
desesperadamente. La carne nos ayuda y nos obliga a
clamar al Señor. Estamos forzados por causa de la
carne a volvernos a nuestro espíritu. Si no nos
volvemos al Señor, entonces el asunto será peor. Pero
si la carne no nos deja otra salida que volvernos al
Señor, entonces es verdaderamente útil. Podemos
decir: “Gracias Señor por la ayuda de la carne. Gracias
Señor, que en Tu soberanía puedes usar mi carne para
forzarme a volverme a mí espíritu”.
Tenemos que comprender que la carne y el espíritu
están muy cerca. Romanos 8:6 dice que poner nuestra
mente en la carne es muerte, y que poner nuestra
mente en el espíritu es vida. El versículo 4 dice que
tenemos que andar según el espíritu, y no según la
carne. Romanos 8:10 dice que si Cristo está en
nosotros, nuestro cuerpo está muerto. Esto significa
que nuestro cuerpo es la carne. Pero si el Espíritu
mora en nosotros, nuestro espíritu es vida. Podemos
ver en estos versículos que la Biblia menciona la carne
muy ligada al espíritu.
Aun si usted es salvo desde hace mucho tiempo y ha
tenido una íntima relación con el Señor, de todos
modos estas dos cosas están con usted. La carne y el
espíritu están con usted. Nuestra carne es la
corporificación de Satanás. El pecado y la muerte
están en nuestra carne. Pero alabamos al Señor

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porque también tenemos el espíritu dentro de
nosotros.
En el universo existe una persona cuyo nombre es
Satanás. El está en nuestra carne y él mismo es el
pecado; y el pecado a su vez trae muerte. La carne, el
pecado, Satanás y la muerte son uno solo. Dios no
tiene la intención de poner fin a la carne hasta que
nosotros estemos maduros. Cuando estemos
maduros, ya no necesitaremos la ayuda de la carne. La
carne está aquí ayudándonos y forzándonos a
volvernos al espíritu. No debemos desanimarnos.
Aunque tenemos la carne, también tenemos que decir:
“¡Alabado sea el Señor, también tengo el espíritu!”
Por un lado, aborrecemos nuestra carne; por otro,
alabamos al Señor por la ayuda que recibimos de la
carne. Puse toda mi confianza en el Señor después de
que comprendí que mi carne no tenía remedio. Desde
el día que descubrí que mi carne era un caso perdido,
tuve temor y temblor, y empecé a acudir al Señor y a
volverme al espíritu en todo lo que hacía. Estaba alerta
y decía: “Señor, tienes que intervenir. Tienes que
guardarme y cuidarme. Tienes que mantenerme en la
esfera del espíritu; de no ser así, seré descuidado y
estaré en la carne”.
Tenemos que comprender que la carne es un caso
perdido. Los cristianos éticos y moralistas, enseñan
cómo vencer y controlar la lujuria. Pero la Biblia
solamente revela que la lujuria está en la carne y que
la carne es un caso perdido. Solamente sirve para
ayudarnos y forzarnos a volvernos al espíritu y a
confiar en el Señor. Esto no está en la esfera de la ética

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ni la moral. Esto es asunto de volvernos de la carne al
espíritu.
Todos tenemos que volvernos de la carne al espíritu.
Tenemos que comprender que la carne no tiene
remedio y que está ahí para nuestro bien. Está aquí
ayudándonos y forzándonos constantemente,
momento tras momento, a volvernos al espíritu, a
confiar en el Señor, y a no volver a confiar en nuestra
carne (Fil. 3:3).
CAPITULO DOS
LA FORMA PRACTICA DE VOLVERNOS
A CRISTO EN NUESTRO ESPIRITU
Lectura bíblica: Zac. 12:1; Job 32:8; Pr. 20:27; Jn.
3:6b; 4:24; Ro. 1:9a; 8:16, 15, 4, 6, 9, 10; 2 Ti. 4:22;
Gá. 6:18.
La vida cristiana parece ser muy misteriosa y
abstracta, pero Pablo la presentó como algo práctico
al hablar sobre la carne en el aspecto negativo y sobre
el espíritu en el aspecto positivo. Este es el espíritu
humano, no el Espíritu Santo. La carne humana y el
espíritu humano son la clave para la vida cristiana
práctica. Si queremos experimentar la vida en una
manera práctica, tenemos que entender claramente lo
que son la carne y el espíritu.
No son muchos los cristianos de hoy que entienden
claramente estas dos cosas. Tal vez hayamos leído los
capítulos 6—8 de Romanos y estemos familiarizados
con los términos la carne y el espíritu, pero lo que
necesitamos es una visión celestial, una revelación
divina. Muchos cristianos han leído Romanos 8 y han
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visto allí al Espíritu Santo, pero no han visto que hay
otro espíritu en éste capítulo. El versículo 16 dice: “El
Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro
espíritu”. Este versículo habla del Espíritu Santo y de
nuestro espíritu, el espíritu humano.
Los cristianos prestan atención principalmente al
primer Espíritu, el Espíritu Santo. No podemos
comprender al Espíritu Santo sin nuestro espíritu
humano. No importa cuán maravilloso sea el Espíritu
Santo, de todos modos necesitamos el órgano
apropiado, nuestro espíritu humano, para poder estar
conscientes de El. Si no tenemos ojos, no podemos
percibir la luz, los colores, ni la belleza de un paisaje
natural. Nuestros ojos son los órganos apropiados
para percibir estas cosas. Si no tuviéramos oído, el
órgano con el cual percibimos los sonidos, no
podríamos percibir los sonidos ni darles
sustantividad. Dios es Espíritu. Si no tuviéramos
espíritu, no podríamos percibirlo a El.
SATANAS, EL PECADO Y LA MUERTE
ESTAN EN LA CARNE
En el capítulo anterior vimos que Satanás, el pecado y
la muerte están en la carne. Debemos presentar los
versículos de la Escritura que prueban esto. Romanos
7:17 dice: “De manera que ya no soy yo quien hace
aquello, sino el pecado que mora en mí” y el versículo
18 dice: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no
mora el bien”. Estos dos versículos muestran que el
pecado mora en la carne.
Consideremos ahora cómo podemos decir que el
pecado es Satanás. El versículo 21 dice: “Así que yo,
18
queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está
conmigo”. Cuando el pecado está adormecido dentro
de nosotros, es simplemente el pecado, pero cuando
se despierta en nosotros por nuestro deseo de hacer el
bien, se vuelve “el maligno”. Esto significa que el
pecado es el maligno, y el maligno es el pecado. En el
Nuevo Testamento Satanás tiene otro título, y este
título es “el maligno”. En Juan 17 el Señor oró
pidiendo que los discípulos fueran guardados de “el
maligno”. ¿Quién es “el maligno”? El maligno es
Satanás, y el pecado es el maligno, por consiguiente el
pecado es Satanás.
El pecado mencionado en Romanos es un persona
viviente, porque el pecado nos mata, nos engaña (7:11)
y se enseñorea de nosotros (6:12). Ya no soy yo quien
obra, sino el pecado que mora en mí. Yo soy una
persona, y el pecado también es una persona. En
Gálatas 2:20 Pablo dice: “Y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí”. Dentro de mi persona, hay otra persona,
Cristo. También dentro de mí, esto es, en mi carne,
hay otra persona. Esta persona es el pecado, y el
pecado es Satanás. El pecado es Satanás en nosotros,
y la muerte está unida al pecado. Romanos 8:2 habla
de la ley del pecado y de la muerte. De manera que
mientras usted tenga pecado, tiene muerte. Estas tres
cosas —Satanás, el pecado y la muerte— están en la
carne.
EL SEÑOR, QUIEN MORA EN NUESTRO
ESPIRITU,
ES APLICADO A NUESTRA VIDA DIARIA
Nuestra carne es impura; es una mezcla, una
composición. Una composición está compuesta de
19
varios elementos. A nuestra carne se le ha añadido
Satanás, el pecado y la muerte. ¿Se ha dado cuenta
usted alguna vez de que hoy nuestra carne es una
composición tan terrible y misteriosa? Nuestro
espíritu humano también es una entidad compuesta,
pero es una composición en el buen sentido.
Jesucristo está en nuestro espíritu. En 2 Timoteo 4:22
dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Además la gracia
de Dios está en nuestro espíritu. Gálatas 6:18 dice: “La
gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro
espíritu”.
Podemos decir que el Señor está en nuestro espíritu,
pero en nuestra vida diaria no lo aplicamos. En mi
juventud muy pocos hogares en la China continental
tenían electricidad. Un día instalaron la electricidad
en nuestra casa, pero yo ya estaba acostumbrado a
usar la lámpara de aceite. Durante muchos días
después de que instalaran la electricidad, yo seguí
usando las lámparas de aceite por hábito. Me
acordaba entonces que ya teníamos electricidad, y
encendía la luz con el interruptor eléctrico. Sabía que
ya había electricidad en mi casa y que había bombillas
eléctricas colgando del techo, pero por falta de
costumbre me olvidaba de encender la luz.
Muchos de nosotros hemos oídos mensajes en cuanto
al hecho de que Jesucristo está en nuestro espíritu.
Quizá nos entusiasmemos con ello, pero en nuestra
vida diaria, lo olvidamos. Nos parecemos a alguien
que trata de encender lámparas de aceite teniendo
electricidad en su casa. No estamos acostumbrados a
ir a Cristo en nuestro espíritu. Estamos
acostumbrados a acercarnos a El, como si estuviera

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muy lejos, en el tercer cielo. No estamos habituados a
ir a El directamente ni a aplicarlo a nuestra necesidad.
Tenemos la doctrina de que el Señor está en nuestro
espíritu, pero no practicamos la realidad. Tenemos
que preguntarnos: “¿Realmente aplicamos a Cristo en
nuestra vida diaria?” La mayoría de las veces no lo
aplicamos, porque no estamos habituados. Estamos
acostumbrados a aplicarnos a nosotros mismos. No
estamos acostumbrados a aplicar a “este extranjero”.
Tenemos un “Extranjero” dentro de nosotros, el cual
vino desde muy lejos, desde el tercer cielo. Un día
cuando dijimos: “Oh Señor Jesús”, El entró en
nosotros como si fuera un “extranjero”. El nunca
saldrá de nosotros, sin embargo nosotros no estamos
acostumbrados a aplicarlo.
Quizá hayamos oído mensajes acerca del espíritu
humano, pero no practicamos lo que hemos oído,
porque no estamos acostumbrados a hacerlo. Después
que la electricidad fue instalada en nuestra casa, nos
tomó largo tiempo acostumbrarnos. Tenemos que
acostumbrarnos a ir al interruptor eléctrico y
encender la luz en vez de ir a encender la lámpara de
aceite. Deseo ver que muchos santos en la vida de la
iglesia se acostumbren a “ir al interruptor” y a
“encender a Cristo”. Para practicar esto se requiere un
entendimiento claro, una realidad completa, de que
Dios no desea que nosotros seamos morales ni
inmorales, buenos ni malos. El desea que vivamos
para El y por El. El quiere que seamos personas llenas
de vida. Estas palabras podrían ofender a las personas
que están llenas de conceptos éticos y morales. Pero

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necesitamos comprender que las Escrituras revelan
que Dios no desea ni ética ni moralidad.
En Juan 15:5b el Señor dice: “Separados de Mí nada
podéis hacer”. Podemos amar, ayudar y hacer buenas
cosas por otros estando separados de El. Cristo dijo
que sin El nada podemos hacer, pero nosotros
hacemos muchas cosas sin El. Cristo puede decirnos:
“Separados de Mí podéis hacer muchas cosas, pero lo
que hagáis aparte de Mí, no será reconocido por el
Padre. Lo que hagáis separados de Mí, será quemado.
Mí Padre nunca lo aceptará. Hay una sola categoría de
cosas que será aceptada por Mí Padre. Esta es las cosas
que hagáis en Mí y conmigo. Lo que hagáis en Mí y
conmigo será anotado en los cielos y tenido en cuenta
por Mi Padre”.
Cuando nos relacionamos con otros estando en Cristo
y con El, ministraremos a Cristo a tales personas.
Separados de Jesucristo, es imposible ministrar a
Cristo e impartirlo en otros. Quizá podamos hacer
muchas cosas separados de Cristo, pero esas cosas no
serán anotadas en la cuenta celestial. Desde el punto
de vista de la cuenta celestial, nada de lo que hagamos
separados de Cristo tiene valor alguno. Separados de
Cristo no podemos hacer nada que sea reconocido por
el Padre celestial. De manera que la vida cristiana no
es un asunto de ética ni de moralidad. Si así fuera, los
chinos no necesitarían hacerse cristianos. Ellos
recibieron las enseñanzas de Confucio, y saben
mantener la ética. No necesitamos enseñanzas sobre
ética. Necesitamos a Cristo como nuestra vida.
El problema que tenemos es éste. Quizá sepamos que
necesitamos a Cristo como nuestra vida en teoría y en
22
doctrina, pero en nuestra práctica y en nuestra vida
diaria lo olvidamos. Los orientales, se olvidan de
Cristo en su vida práctica porque han sido influidos
por las enseñanzas de Confucio. Los occidentales se
olvidarán de Cristo porque han sido influidos por los
conceptos éticos y morales. Se nos ha enseñado a ser
moralistas, a conducirnos apropiadamente y a
desarrollar un buen carácter. Así se nos ha enseñado,
y hemos sido criados en este contexto y bajo esta
influencia.
LA CARNE NOS OBLIGA A VOLVERNOS AL
ESPIRITU
Antes que fuéramos salvos éramos descuidados.
Ahora que somos salvos, debemos decirle al Señor:
“Señor, gracias por haberme salvado. Oh Señor,
perdóname por mis descuidos en el pasado. Ahora soy
Tu hijo, Padre celestial. Ayúdame a tener un buen
carácter para poder glorificarte ante mis padres y ante
mis familiares. Ayúdame Señor”. Es posible que
oremos así: “Señor, ayúdame a no enojarme y a no
ponerte en vergüenza. Ayúdame a ser un buen
hermano en la vida de la iglesia”. Muchos de nosotros
hemos orado de esta manera porque hemos sido
afectados por la enseñanza de que debemos ser
moralistas, tener una buena conducta y un buen
carácter. Desde el punto de vista humano, no hay nada
malo en esto, pero eso no es lo que Dios quiere. Dios
desea que Cristo entre en usted.
Tal vez le hayamos pedido a Dios que nos ayude a ser
una buena persona, a tener buen genio y a no ofender
a nadie. Sin embargo, después de hacer dicha oración
nos volvemos peores. Antes de ser salvos, tal vez
23
perdiéramos la paciencia una vez por semana.
Después de ser salvos y orar de esta manera, nos
enojamos tres veces por semana. Entonces nos
preguntamos, ¿por qué nos hemos vuelto peores
desde que fuimos salvos? En realidad, no estamos “lo
suficientemente mal”. Necesitamos ser puestos en
evidencia y volvernos cada vez peores. He
experimentado esto. Cuanto más oro para ser bueno,
peor me vuelvo. Finalmente, le pregunté al Señor por
qué El no eliminaba esta carne tan detestable. Y El me
mostró que la necesito. Sin esta tribulación, sin la
carne, ninguno de nosotros acudiría al Señor.
Es posible que deseemos ser como era Adán antes de
la caída en el huerto. Adán era bueno antes de la caída;
era inocente y puro. Pero había un vacío en él que
permitió que el enemigo, el diablo, entrara en él. Si
usted es inocente y puro como lo era Adán antes de la
caída, eso no durará mucho. El diablo vendrá a
llenarlo y a poseerlo. Tenemos la carne con nosotros
hoy como un verdadero problema, pero alabamos al
Señor porque este problema es útil. Nunca estuve tan
cerca del Señor hasta que experimenté este problema.
Oré una y otra vez para controlar este problema tan
terrible, mi carne. Con el tiempo descubrí que la carne
no tiene esperanza de ser mejorada. Entonces el Señor
me mostró que El no tiene intención de lidiar con esta
cosa tan horrenda. Prefiere dejarla donde está, no
para que tengamos nuestro mal genio, sino para que
seamos forzados a volvernos al espíritu.
Por muchos años he estado alerta y consciente que
esta cosa horrible está conmigo día y noche. Cuando
hablo con mi esposa, con mis hijos o con los

24
hermanos, me doy cuenta de que estoy caminando
sobre una delgada capa de hielo. No tengo confianza
de salir completamente victorioso, debido a que esta
cosa terrible está siempre conmigo. De manera que, si
esta terrible cosa está siempre conmigo tengo que
estar alerta y volverme al Señor. Mientras hablo con
mi esposa, con mis hijos o con los hermanos, necesito
orar en mi interior así: “Oh Señor, guárdame. Oh
Señor, mantenme en mi espíritu. Sálvame”. Esto se
debe a que esta cosa detestable, la carne, está tan cerca
de mí. Es como si continuamente estuviéramos “a un
milímetro” de estar en la carne. Si no estoy consciente
de que tengo que estar en el espíritu, en un par de
minutos estaré en la carne. Entonces ofenderé a todos.
A la larga, éste no es un asunto de ofender o no, sino
de ganar más de Cristo. Gano más de Cristo porque me
vuelvo más a El en mi espíritu en todo momento. Este
no es un asunto de victoria, sino de ganar a Cristo. La
intención de Dios es forjar a Cristo en nosotros día y
noche. Todos necesitamos ayuda para volvernos a El.
¿Quién es la ayuda? La ayuda más subjetiva y cercana
es nuestra horrible carne. Muchos de nosotros no nos
percatamos de que tenemos un ayudante tan horrible.
Tengo la carga de decirles que en su espíritu está la
verdadera ayuda. En su espíritu está la fuente de la
vida. En su espíritu está la realidad de la vida. El único
problema es que usted ha sido salvo por tantos años y
todavía no tiene la costumbre de volverse a su espíritu.
De manera que bajo la sabia soberanía de Dios, la
carne es dejada donde está con el propósito de forzarlo
a usted a volverse a Cristo todo el día.

25
Si nos abrimos a la luz del Señor y practicamos esto,
en los años que vienen ganaremos más de Cristo.
Finalmente, cuando seamos transfigurados estando
en este cuerpo terrible, podremos decirle adiós a
Satanás. Si él no nos hubiera perturbado en nuestra
carne todos estos años, no habríamos podido ganar
tanto de Cristo. Esto nos muestra que hasta Satanás es
usado por Dios para cumplir Su propósito. Si nunca
hubiéramos caído tan bajo, no estimaríamos la
salvación del Señor como se debe.
LA IMPORTANCIA DE NUESTRO ESPIRITU
HUMANO
Ahora consideremos la importancia de nuestro
espíritu humano. Zacarías 12:1 dice que Dios extendió
los cielos, fundó la tierra, y formó el espíritu del
hombre dentro de él. En todo el universo, aparte de
Dios, sólo hay tres cosas cruciales: los cielos, la tierra
y el espíritu humano. Job 32:8 dice: “Ciertamente
espíritu hay en el hombre”. Tenemos un espíritu en
nosotros, y ése es el órgano con el cual nos
relacionamos con Dios y le recibimos.
Proverbios 20:27 dice que el espíritu del hombre es la
lámpara del Señor. Esta lámpara necesita aceite.
Nuestro espíritu es la lámpara de Dios, y Dios es el
aceite para esta lámpara. Juan 4:24 dice que Dios es
Espíritu, y los que le adoran, deben adorar en espíritu.
Si queremos tocar a Dios, adorarle, necesitamos
hacerlo en el espíritu.
Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu
es”. Después de nacer de nuevo, nuestro espíritu no es
simplemente un espíritu humano debido a que ahora
26
tiene al Señor Jesús y al Espíritu Santo. El Espíritu da
testimonio juntamente con nuestro espíritu (Ro.
8:16). Esto significa que el Espíritu Santo obra
juntamente con nuestro espíritu humano. Nuestro
espíritu también tiene gracia dentro de sí. Nuestra
carne es una composición, constituida del pecado, la
muerte y Satanás. Nuestro espíritu también es una
composición, constituida de Cristo, el espíritu y la
gracia.
DOS ORGANOS Y TRES PERSONAS
El hombre tiene dos órganos: el cuerpo, un órgano
externo, y el espíritu, un órgano interno. Entre esos
dos está nuestra persona, es decir, el alma humana (1
Ts. 5:23). Nuestra alma es nuestro yo, nuestra
persona. El cuerpo es el órgano externo con el cual
percibimos las cosas físicas o materiales. Nuestro
espíritu es el órgano interno con el cual nos
relacionamos con Dios. Por medio de la caída el
diablo, Satanás, entró en nuestro órgano externo, el
cuerpo humano. Cuando fuimos regenerados, el Señor
Jesús entró en nuestro órgano interno, nuestro
espíritu humano.
También tenemos que comprender que como
cristianos tenemos tres personas. La primera persona
es uno mismo en su alma, su ser. La segunda persona
es Satanás, quien está en la carne de uno. La tercera
persona es Cristo, quien está en el espíritu de uno.
Esta clase de verdad ha sido ignorada hoy, nadie la ha
visto. La mayoría de las enseñanzas y sermones que se
predican están en la esfera de la ética y la moralidad,
no en la esfera que Pablo presentó en el libro de
Romanos. En el libro de Romanos no hay conceptos
27
morales ni éticos, sino el concepto que hoy en nuestro
espíritu están Jesucristo, el Espíritu y la misma gracia
de Dios. Dios no desea que seamos simplemente éticos
y morales, pero sí que caminemos según este
maravilloso espíritu compuesto. Dios quiere que
vivamos en este espíritu compuesto y que nos
conduzcamos cada minuto en conformidad con el
espíritu compuesto.
EL HOMBRE FRENTE AL ARBOL DEL
CONOCIMIENTO
Y AL ARBOL DE LA VIDA
La Biblia es completamente consistente. Comienza
con un hombre frente a dos árboles, el árbol del
conocimiento y el árbol de la vida (Gn. 2:29). Al final
vemos en Romanos que el árbol del conocimiento
entró en la carne del hombre, y que el árbol de la vida
entró en el espíritu del hombre. Los dos árboles están
dentro de nosotros los cristianos. El problema hoy no
radica en si uno se conduce éticamente o no. El
problema radica en el árbol al que uno acude, sea el
árbol del conocimiento o el árbol de la vida. ¿Vive,
anda y se conduce usted todos los días según la carne
o según el espíritu? Si usted obra de acuerdo con la
carne, ello quiere decir que está comiendo del árbol
del conocimiento. Poner la mente en las cosas de la
carne es muerte (Ro. 8:6a). La muerte viene cuando
comemos del árbol del conocimiento. Pero si uno anda
en conformidad con el espíritu, toca el árbol de la vida.
Poner la mente en el espíritu es vida (v. 6b), y la vida
siempre viene cuando comemos el árbol de la vida.
Necesitamos entender que estos dos árboles están
dentro de nosotros. Externamente, tenemos el árbol
28
del conocimiento en nuestra carne. Internamente,
tenemos el árbol de la vida en nuestro espíritu. Ahora
toda la situación depende del árbol al que acudamos,
ya sea el árbol del conocimiento o el árbol de la vida.
¿Andaremos, obraremos y nos conduciremos en la
vida de la iglesia de acuerdo a la carne o de acuerdo al
espíritu? Si experimentamos la vida de la iglesia según
la carne, el resultado será muerte. Nuestra vida de
iglesia matará a los santos debido a que no concuerda
con el espíritu sino con la carne.
La carga que tengo es que comprendamos que Satanás
está en nuestra carne, y que Cristo está en nuestro
espíritu. Tenemos un enemigo en nuestra carne, y un
amado Salvador en nuestro espíritu. ¿Qué hemos de
hacer? ¿Nos volveremos a nuestro enemigo para
cooperar con él? ¿Coordinaremos con él, o
acudiremos a Cristo y seremos uno con El? Tal vez
digamos: “Por supuesto que no voy a seguir a Satanás
sino a Cristo”. Yo sé que usted dirá estas palabras,
pero es fácil decir esto. En realidad necesitamos ser
muy quebrantados y derrotados, lo cual nos forzará a
darnos cuenta de que no hay esperanza en la carne. La
carne sólo sirve para forzarlo a uno a volverse a Cristo
en el espíritu.
Algunos santos de más edad podrían decir a los
jóvenes que necesitan aprender a ser pacientes. De
hecho, los jóvenes no necesitan aprender a ser
pacientes; necesitan ser derrotados. Necesitan perder
el control y tener mal genio. Esto hará que se
desesperen y se vuelvan al Señor en su espíritu. Si los
hermanos de edad enseñan a los jóvenes a aprender a
ser pacientes, ninguno de ellos triunfará. Nadie puede

29
graduarse en esta clase de escuela. Pero después de
dos años, muchos de los jóvenes se graduarán en la
escuela de los fracasos. Algunos dirán: “Renuncio. No
puedo seguir viviendo en la casa donde viven los
hermanos. No tengo tanta paciencia”. Yo diría:
“Aleluya por su fracaso”. Usted tiene que fracasar y
volverse al Señor en su espíritu.
Nuestra vida matrimonial también es usada por el
Señor. El propósito de Dios es usar la vida
matrimonial de uno para forzarlo a volverse al
espíritu. Sin nuestra esposa y sin nuestros hijos no
podemos ganar mucho de Cristo. Las esposas ayudan
a los esposos a volverse a Cristo, y los esposos ayudan
a las esposas a volverse a Cristo. Alabado sea el Señor
por las dificultades. Alabado sea el Señor por los
fracasos y los quebrantos. Alabo al Señor por tantas
veces que dije: “Renuncio, no puedo más”. Alabo al
Señor por las frustraciones. Esta es la razón por la cual
sin estas cosas negativas, nunca seremos forzados a
volvernos al espíritu. Nunca estaremos conscientes de
que necesitamos a Cristo. Necesitamos a Cristo
minuto a minuto. Tenemos que regresar una y otra vez
al espíritu.
ANDAR CONFORME AL ESPIRITU
Por esto Pablo llegó a la conclusión de que debemos
andar conforme al espíritu (Ro. 8:4). Andar equivale
a conducirnos y vivir, junto con todo lo que decimos y
hacemos. Nuestro vivir, nuestro ser y todo lo que
decimos y hacemos tiene que estar en conformidad
con el espíritu. Tenemos que andar de acuerdo al
espíritu, de acuerdo con el que vive en nosotros. Este
es el andar cristiano. Ya no tenemos libertad. El andar
30
cristiano no radica en si el asunto es correcto o
incorrecto, en amar u odiar. Es un asunto de andar de
acuerdo al espíritu. Solamente esta vida, este andar,
puede ser anotado en los cielos. Ninguna otra cosa se
asentará en la cuenta del cielo. Por esta razón el Señor
dijo: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Nada de lo
que hagamos separados de Cristo se anotará en la
cuenta del cielo. Nada de lo que hacemos separados de
Cristo, no importa cuán excelente sea, ayuda la vida de
la iglesia.
Andar conforme al espíritu beneficia la vida de la
iglesia. Solamente las personas que andan conforme
al espíritu podrán ser miembros útiles para la
edificación de una iglesia local. Si no tenemos un
andar así, tarde o temprano seremos un problema
para nuestra iglesia local. Tal vez usted diga: “Yo estoy
entregado a la iglesia; amo mucho la iglesia”. Pero
tiene que andar en conformidad con el espíritu. Si no
anda conforme al espíritu, va a retirarse de la vida de
la iglesia o va a convertirse en un problema para la
iglesia. Ninguna otra vida puede edificar la vida de la
iglesia, excepto la vida que anda conforme al espíritu.
Este andar nos salva de todo tipo de molestias,
microbios, problemas, disensiones, opiniones y
conceptos. Andar según el espíritu nos preserva al
máximo, y nos hace útiles para la edificación de la
iglesia, y no un problema. Sólo hay una vida y un
andar que pueden edificar la iglesia local. Esa vida es
Cristo, y ese andar es andar en conformidad con El.
No hay duda de que tenemos un enemigo en nuestra
carne, pero no necesitamos luchar contra él. Tenemos
al Señor en nosotros. No necesitamos esforzarnos

31
para pelear contra el enemigo, ni necesitamos
esforzarnos por servir al Señor. Debemos hacer una
sola cosa. Pablo nos dice claramente que esta sola
cosa, es andar conforme al espíritu. Si andamos según
el espíritu, el enemigo no podrá hacer nada. El
enemigo está en la carne, muy cerca de usted, pero no
puede hacer nada en contra suya, porque usted anda
conforme al espíritu. Este andar espontáneo es la
adoración, el servicio y la obra que usted ofrece al
Señor. La vida cristiana y la vida de iglesia, es una vida
en la cual uno anda conforme al espíritu. Tenemos la
carne y también tenemos el maravilloso espíritu
humano. Nuestro espíritu humano es un espíritu
regenerado, y en él moran Cristo, el Espíritu Santo y
la gracia de Dios. Tenemos un maravilloso espíritu
que podemos aplicar.
CAPITULO TRES
TRES ASPECTOS PRINCIPALES DE CRISTO
EN ROMANOS OCHO
Lectura Bíblica: Ro. 8:3, 9-10, 34; Jn. 1:14; 14:16-17; 1
Co. 15:45; 2 Co. 3:17; He. 2:14; Ef. 2:15, 22
CRISTO CONDENA EL PECADO EN LA
CARNE
Romanos 8:3 dice: “Porque lo que la ley no pudo
hacer, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado
y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”.
Este versículo nos muestra que Cristo murió en la cruz
para condenar al pecado. No debemos pensar que es

32
suficiente ser redimidos del pecado. El pecado
también tiene que ser muerto.
El pecado está personificado. Tiene cierto elemento
viviente en sí. El pecado es la personificación de
Satanás. La corporificación de Dios es Cristo. Satanás
imitó a Dios al corporificarse; en la Biblia la
corporificación de Satanás se llama el pecado. En
Romanos 7 el pecado es una persona. El pecado, la
corporificación de Satanás, habita dentro de nosotros,
nos mata, nos derrota y nos domina. En Romanos 8
Cristo vino en semejanza de carne de pecado con el
propósito de condenar el pecado. El pecado es un
ladrón. Indudablemente Dios tiene que condenar a
este ladrón. El pecado es una persona viviente, el
maligno mismo.
Satanás entró en la carne del hombre. El fue muy
hábil, pero Dios es sabio. Es posible que Dios haya
dicho: “Satanás, tú entraste en el cuerpo que yo creé
para el hombre, y tomaste posesión de él, has estado
disfrutándolo como tu habitación, pero ahora se ha
convertido en tu trampa”. Podemos usar una trampa
para ratones como ejemplo. El ratón piensa que ha
sido muy astuto al morder la carnada, pero en realidad
él está atrapado y no tiene salida. Nuestra carne fue
usada por Dios como una trampa para Satanás.
Satanás es como un ratón que corre libremente en este
universo. Sin embargo, un día, él fue atrapado en la
carne.
Después de que Satanás fue atrapado en la carne, el
Hijo de Dios se hizo carne. Nosotros diríamos que la
Palabra se hizo hombre y que Dios fue manifestado en
un hombre, pero la Biblia no dice eso. Juan 1:14 dice
33
que el Verbo se hizo carne, y en 1 Timoteo 3:16 dice
que Dios se manifestó en la carne. Satanás tomó la
carne como morada, pero el Señor vino y llevó esta
habitación, la carne, a la cruz. Dios condenó el pecado
personificado haciéndose carne y llevando la carne a
la cruz.
Por la muerte en la cruz, Dios destruyó al diablo (He.
2:14). Satanás instigó a los judíos y a los soldados
romanos a clavar a Cristo en la cruz, pero cuando hizo
eso, ayudó a clavar en la cruz su propia morada, la
carne. El no se daba cuenta de que haciendo esto,
ayudaba al Señor a matarlo a él. Satanás estaba en la
carne, y Cristo crucificó la carne en la cruz para
destruir al diablo.
Aunque la Biblia dice que Cristo se hizo carne,
debemos comprender que según la Biblia, El
solamente tenía la semejanza de la carne de pecado
(Ro. 8:3); no tenía el pecado de la carne (2 Co. 5:21;
He. 4:15). Juan 3:14 nos dice que Cristo fue levantado
en la cruz como una serpiente; no como una serpiente
venenosa sino como una serpiente de bronce. La
serpiente de bronce tenía la misma forma que la
serpiente venenosa, pero no tenía el veneno. Cristo
tenía la semejanza de la carne de pecado. La Biblia nos
dice que cuando El fue crucificado, nosotros también
fuimos crucificados con El (Gá. 2:20a). También
debemos darnos cuenta de que aun Satanás fue
clavado con El en la cruz. Cuando Cristo estaba
colgado en la cruz, a los ojos de Dios, El no tenía
solamente la forma de hombre, sino también la forma
de serpiente. La serpiente y el hombre se hicieron uno,

34
por consiguiente, tener forma de hombre es tener
forma de serpiente.
Tenemos que darnos cuenta de que todos nosotros
somos pequeñas serpientes. Muchas veces los esposos
y esposas parecen serpientes en su trato mutuo. El
Señor reprendió a los fariseos llamándolos serpientes
y cría de víboras (Mt. 23:33). El Señor Jesús no
solamente tomó nuestro lugar en la cruz para
redimirnos, sino que también murió allí por nosotros.
Cuando El murió con nosotros, también Satanás
murió allí. El Señor murió en la cruz con la naturaleza
humana, y de esta manera destruyó al diablo. Todos
tenemos que alabar a Dios por Su soberana sabiduría.
Satanás pensó que había ganado por haber entrado en
la carne hombre, pero no sabía que había entrado en
una trampa. Un día el Hijo de Dios vino para tomar la
forma de esa trampa y la llevó a la cruz.
No hay palabras humanas adecuadas para explicar
completamente esto, pues es demasiado grande y
misterioso. La Biblia habla de esto en Romanos 8:3,
Juan 3:14 y Hebreos 2:14. En la carne Cristo destruyó
la carne. En la carne El juzgó al pecado. En la carne
Cristo puso fin a Satanás. En el aspecto judicial, en la
administración gubernamental de Dios, la carne en la
cual moraban el pecado, la muerte y Satanás, ha sido
completamente aplastada.
Usted podría preguntarse por qué esta carne continúa
con nosotros si ya fue eliminada y aplastada. Porque
todavía es útil para Dios. Judicialmente se le ha puesto
fin, pero en la práctica sigue siendo necesaria. Dios no
la necesita, pero usted sí, pues ella lo obliga a usted a
volverse a su espíritu. Judicialmente Dios está sentado
35
en el trono, y la problemática carne de Su pueblo
elegido ha sido eliminada judicialmente. En el
gobierno de Dios no existe tal cosa, pero en la práctica,
todos Sus hijos, mientras estén en la tierra, necesitan
esta carne problemática para ser ayudados a volverse
a Cristo.
Ninguna carne es buena. De la misma manera que no
hay estiércol bueno y estiércol malo, no hay carne
buena y carne mala. La carne es solamente carne.
Cuando la carne nos molesta y nos obliga a volvernos
a nuestro espíritu, Dios se alegra con nosotros. Quizá
usted haya pensado que después de creer en Cristo,
todo va a ser maravilloso. Pero después de cierto
tiempo, es posible que se haya vuelto la persona más
desventurada; quizá hasta desee nunca haberse hecho
cristiano. Es probable que aun desee abandonar a
Cristo. Gracias al Señor, que una vez que el Señor nos
halla, el encuentro es eterno. En un sentido, ser
cristiano es agradable, pero en otro sentido, no vamos
a estar muy felices. ¿Qué haremos? Si estamos felices
o no, de todos modos perseveramos.
En las reuniones estamos realmente contentos, pero
¿estamos felices cuando regresamos a la casa a
nuestro diario vivir? Estar en una conferencia es como
estar en la cima de una montaña con el Señor Jesús,
pero regresar a la casa es regresar al valle. Cuando
venimos a las reuniones, subimos, pero cuando
regresamos a la casa después de la reunión bajamos.
¿Qué podemos hacer? No debemos desilusionarnos.
Necesitamos la realidad apropiada de la vida cristiana.
No debemos ilusionarnos pensando que todo es
maravilloso en la vida cristiana. Mi carga es

36
despertarlos de ese sueño. No sueñen más. Tenemos
que comprender que mientras estamos en esta tierra,
necesitamos la ayuda de la carne para ser forzados a
volvernos a Cristo en nuestro espíritu.
CRISTO ESTA EN NOSOTROS
Cristo murió en la cruz para poner fin a la carne y
condenar al pecado. En un sentido, El fue inmolado;
pero en otro, El fue voluntariamente a la muerte. El
dio un corto paseo pasando por la muerte, pero la
muerte no pudo retenerlo. El salió de la muerte y entró
en la resurrección. En cierto sentido, El fue resucitado,
y en otro, El mismo resucitó porque El es vida. En la
resurrección El se transfiguró, es decir, cambió de la
forma de la carne a la forma del Espíritu vivificante (1
Co. 15:45; 2 Co. 3:17).
Romanos 8:3 dice que El vino en semejanza de carne
de pecado. Pero según el versículo 10 El ya no está en
la carne. El versículo 10 dice que está ¡dentro de
nosotros! Cuando El tenía la semejanza de carne, El
estaba en la cruz, pero ahora El está dentro de
nosotros. El ya no tiene la semejanza de carne, sino
que es el Espíritu vivificante.
El estuvo en la carne por treinta y tres años y medio.
Juan 1:14 nos dice que el Verbo se hizo carne. Mientras
El estuvo en la carne, era el Cordero de Dios (v. 29).
En Juan 14 les dijo a los discípulos que iba a ser otro
Consolador. El era un Consolador que estaba en la
carne, pero iba a ser otro Consolador como el Espíritu
(vs. 16-17). Entonces les dijo: “No os dejaré huérfanos;
vengo a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me
verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo,
37
vosotros también viviréis. En aquel día vosotros
conoceréis que yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí,
y Yo en vosotros” (vs. 18-20). Esto se cumplió en
Romanos 8:10, donde dice que Cristo está en
nosotros. Nuestro Cristo hoy ya no está en la cruz; está
dentro de nosotros. En la cruz El estaba en la carne,
pero dentro de nosotros El es el Espíritu. El está ahora
en nuestro Espíritu. El puso fin a la carne y la condenó.
El también vino a nuestro espíritu para transformarlo
con gloria y hacer de nuestro espíritu lo más
maravilloso del universo. Cristo habita hoy en nuestro
espíritu (2 Ti. 4:22).
Hebreos 2:14 dice que El destruyó a Satanás por
medio de la muerte. Efesios 2:15 dice que en la cruz,
El abolió o destruyó en Su carne la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas. En la cruz
Cristo, estando en la carne, destruyó, abolió, anuló y
mató. En nuestro espíritu, Su obra es absolutamente
diferente. Es una obra de edificar, levantar y fortalecer
para hacer de nuestro espíritu el lugar más
maravilloso del universo. Efesios 2:15 habla de Su
obra de abolición en la cruz, estando en la carne,
mientras que el versículo 22 dice que nuestro espíritu
ahora es la morada de Dios. Somos edificados como
morada de Dios en nuestro espíritu. Ahora ha sido
edificado algo positivo. Esta es la edificación de la
morada de Dios en nuestro espíritu.
Todos debemos comprender que judicialmente se le
ha puesto fin a la carne, porque ésta fue eliminada por
Cristo en la cruz; pero continúa con nosotros debido a
la sabiduría del Padre. Si estamos felices o no, la carne
nos ayuda a volvernos a Cristo en el espíritu y a no

38
confiar en la carne. En este sentido, tenemos que estar
agradecidos por la carne. Pero también tememos a la
carne y nos desagrada. Necesitamos estar alerta en
todo momento para volvernos a nuestro espíritu. El
Señor no se preocupa si tenemos victoria o no. El se
preocupa por una sola cosa, que ganemos de Cristo.
Nos volvemos a nuestro espíritu y ganamos de Cristo
debido a que tememos a la carne.
Al final de nuestra jornada espiritual, el Señor no va a
decirnos: “Hijo, fuiste bueno. Ganaste muchas
victorias”. Jacob vivió más de cien años, pero ¿cuántas
victorias obtuvo? Es difícil hallar una victoria en su
vida. Tuvo muchas derrotas. El fue sutil, disputador y
suplantador. El echó mano al calcañar de su hermano.
Pero en todas sus derrotas y disputas, Jacob obtuvo
más de Dios. Con el tiempo fue transformado, y por
consiguiente su nombre fue cambiado de Jacob,
suplantador, a Israel, príncipe de Dios
Dios no está interesado en que tengamos victorias. No
escuche las enseñanzas de la cristiandad, las cuales
dicen que uno tiene que ser victorioso. Si usted ha de
ser victorioso o no, no lo sé, pero lo que sí es cierto es
que el Señor quiere que gane más de El. La meta del
Señor no es que usted gane la victoria. La meta es que
usted gane más de Cristo, y que Cristo sea forjado en
usted.
Al pasar por todos los fracasos, todos los quebrantos,
todas las dificultades con su esposa, su esposo, sus
hijos y los amados santos que lo rodean, usted gana
más de Cristo gradualmente. Puede ser que usted
espere tener unos ancianos maravillosos en la iglesia,
pero tal vez ellos lo desilusionen. Pero cuanto más
39
desilusionado esté usted con los ancianos, más tiene
que volverse al espíritu. No ponga sus ojos en los
ancianos. Ponga sus ojos en Cristo, quien está en su
espíritu. No se vuelva a los ancianos. Vuélvase a su
espíritu y gane más de Cristo. Las esposas no deben
enfrascarse en la clase de esposo que tienen, ni los
esposos en la clase de esposa que tienen. Al contrario,
todos nosotros debemos volvernos al espíritu y ganar
a Cristo. Esto es lo único que a Dios le interesa. Por un
lado, nos alegramos porque nuestra carne fue
aplastada, pero por otro, no estamos tan contentos
porque la carne sigue con nosotros hasta que
maduremos. Cuando seamos completamente
maduros, podremos decirle adiós a la carne y darle las
gracias por su ayuda.
CRISTO INTERCEDE POR NOSOTROS
Tenemos que ver que Cristo se hizo dos cosas.
Primero, El se hizo carne. En segundo lugar, se hizo el
Espíritu. Se hizo carne para aplastar la carne y
condenar el pecado en la carne, y se hizo el Espíritu
para entrar en nosotros y ser nuestra vida. Romanos
también revela que Cristo intercede en el tercer cielo.
Romanos 8:34 dice: “¿Quién es el que condena? Cristo
Jesús es el que murió; más aún, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que
también intercede por nosotros”. El se hizo carne para
condenar el pecado en la carne. Ahora El como
Espíritu vivificante está dentro de nosotros, dándonos
vida. El está en el tercer cielo intercediendo por
nosotros, rogando por nosotros en el tribunal celestial.
Estos son los tres puntos principales de Romanos 8.

40
En el versículo 3 del capítulo ocho, El estaba en la cruz.
En el versículo 10 está en nosotros. En el versículo 34
mientras imparte vida, está en el tercer cielo
intercediendo. Necesitábamos que El se hiciera carne,
que se hiciera el Espíritu y que intercediera por
nosotros. Tenemos el Cristo todo-inclusivo. El aplastó
nuestra carne y condenó el pecado en nuestra carne.
El se hizo el Espíritu para impartirse como vida en
nosotros, habitar en nuestro espíritu y fortalecer
nuestro espíritu. Para cumplir la economía de Dios,
también es necesario que El ore por nosotros. El ahora
intercede por nosotros en su cargo celestial
administrativo como el Paracleto (1 Jn. 2:1; He. 7:25).
Cristo fue a la cruz, y nosotros fuimos con El. El salió
del sepulcro en resurrección, y nosotros también. El
está ahora en resurrección, y nosotros también (Ef.
2:6). Ahora El está en nuestro espíritu, y nosotros
andamos conforme al espíritu (Ro. 8:4). Mientras
andamos según el espíritu, El intercede por nosotros
a la diestra de Dios. El resultado de esto es que
tenemos la ayuda de la carne, mas no para ser
perturbados por ella, y estamos solamente en el
espíritu.
Cuando estamos en nuestro espíritu, estamos en los
cielos. Jacob tuvo un sueño en el cual vio una escalera
que estaba apoyada en la tierra y su extremo llegaba al
cielo. Los ángeles de Dios ascendían y descendían por
esta escalera (Gn. 28:12). Cuando Jacob despertó,
dijo: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que
casa de Dios, y puerta del cielo” (v. 17). Y llamó el
nombre de aquel lugar Bet-el, que significa casa de
Dios (v. 19). Según Efesios 2:22, nuestro espíritu hoy

41
es la verdadera Bet-el, la casa de Dios. Nuestro
espíritu también es puerta del cielo. Cuando nos
volvemos a nuestro espíritu, estamos en el tercer cielo.
Hebreos nos dice que tenemos que acercarnos al trono
de la gracia (4:16) y entrar al Lugar Santísimo (10:22).
El trono de la gracia y el Lugar Santísimo están en el
cielo. ¿Cómo podemos entrar en el cielo? Lo único que
debemos hacer es volvernos a nuestro espíritu;
entonces estamos en el cielo puesto que nuestro
espíritu es la puerta del cielo, es la entrada al cielo.
Cuando uno se vuelve al espíritu, entra en el Lugar
Santísimo.
Podemos usar la electricidad como ejemplo de esto. La
planta generadora de electricidad está muy lejos de las
bombillas eléctricas que están en el edificio; sin
embargo, las bombillas están unidas a la planta
eléctrica cuando se encienden. En un sentido las
bombillas están en la planta generadora porque
experimentan la electricidad que genera la planta.
Aparentemente nosotros estamos aquí en la tierra. En
realidad, todos nosotros estamos en el cielo cuando
nos volvemos al espíritu.
No tenemos dos Cristos, uno en el espíritu y otro en el
tercer cielo. El Cristo que está sentado a la diestra de
Dios en el tercer cielo es el mismo Cristo que mora en
nuestro espíritu. La misma electricidad puede estar
simultáneamente en la planta generadora así como en
un edificio distante. De la misma forma, Cristo está en
el tercer cielo intercediendo por nosotros, y también
en nuestro espíritu. Mientras intercede por nosotros,
habla con nosotros. Muchas veces mientras hablamos,
El se expresa en nuestras palabras. Somos edificados
42
como morada de Dios en el espíritu. Nuestro espíritu
es la puerta del cielo.
Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos esto.
No necesitamos ninguna amonestación o exhortación
a ser buenos. Necesitamos el mensaje de Romanos 7 y
8 para ver cuán terrible es nuestra carne. No hay nada
bueno en ella; sin embargo, sigue con nosotros para
ayudarnos a volvernos a Cristo en nuestro espíritu.
Cristo aplastó la carne pecadora mientras tenía la
semejanza de la carne de pecado. En la resurrección El
se transfiguró en el espíritu. El entró en nosotros y
reside en nuestro espíritu para allí impartirnos vida.
El nos fortalece, nos sustenta y nos sostiene para que
vivamos una vida celestial en la tierra. Al mismo
tiempo El está en el tercer cielo intercediendo por
nosotros.
Después de escuchar esto no planee hacer nada más.
Esto nunca produce resultados. Usted necesita recibir
la visión acerca de la carne. Usted debe tener una
visión clara acerca de Cristo como el Espíritu en su
espíritu. No ore diciendo: “De ahora en adelante, estoy
decidido a no andar conforme a la carne, a no tener
mal genio, a no ser una vergüenza para mi esposa”.
Esta es un oración satánica que está en la esfera del
árbol del bien y del mal. Esta no es una oración en la
cual Cristo intercede por nosotros. Simplemente
necesitamos volvernos al Señor. Entonces El será más
real para nosotros. Entonces podemos decirle al
Señor: “Tú eres mi mundo, mi reino y mi esfera.
¡Aleluya, Señor Jesús! Tú lo eres todo para mí”.
Entonces el Señor se alegrará y será más real en la

43
experiencia que usted tiene para cumplir la economía
de Dios.
CAPITULO CUATRO
UN ESPIRITU FIRME
EN EL CUAL MORE DIOS
Lectura bíblica: 1 Co. 15:45; 2 Ti. 4:22a; 1 Co. 6:17;
Ro. 8:4,9-10; Gá. 5.25; Ef. 2:22; 1 Co. 5:3; Ap.
1:10,12; Jn. 4:24; Dt. 12:5-7, 13-14
DIOS RESERVO EL ESPIRITU HUMANO
PARA SU PROPOSITO
La carne y el espíritu son la verdadera clave para
nuestra vida espiritual y para la vida de la iglesia. Si
tenemos una relación seria con el Señor en la vida
cristiana y en la vida de la iglesia, tenemos que
entender lo que son la carne y el espíritu. Tenemos que
darnos cuenta de que nuestra carne fue
completamente contaminada y corrompida por la
presencia de Satanás. No importa cuán buenos
seamos, de todos modos nuestra carne está corrupta
por Satanás. Pero damos gracias porque Dios ha
reservado al espíritu humano para el propósito que
tiene con el género humano caído.
Tal parece que Dios ha dibujado una línea de
separación y ha encerrado al espíritu humano dentro
de un círculo para protegerlo de la corrupción del
diablo. Este principio puede verse claramente en el
caso de Job. Dios le permitió a Satanás hacer daño a
Job, pero le dijo a Satanás que había un límite. A
Satanás se le permitió llegar hasta cierto punto. Dios
no le permitió traspasar el límite (Job 2:4-6). Creo que
44
Dios también hizo lo mismo con Satanás en cuanto al
linaje humano. Dios le permitió a Satanás hacer daño
al género humano hasta cierto límite. Satanás entró en
el ser humano y dañó el alma humana, pero Dios
preservó el espíritu humano para Sí.
Si consideramos nuestro pasado antes de que
fuéramos salvos, nos daremos cuenta de que aunque
nuestra carne era tan mala, en lo profundo de nosotros
había otra parte preservada por Dios. Cuando la gente
obra según la concupiscencia de la carne, algo
profundo dentro de ellos está diciendo: “No debes
hacer esto. Esto no es correcto”. Esta es la voz que
viene de la parte de nuestro ser que ha sido preservada
por Dios.
El principio relacionado con nosotros los salvos hoy
día, es aún más claro. La lujuria de la carne puede
impulsarlo a usted a ir al cine o a la tienda. Mientras
usted es motivado a hacer esto, hay otra parte de su
ser, en lo más recóndito, que le dice que no vaya. En lo
profundo de usted el Señor tal vez le diga: “¿De veras
me amas? ¿No recuerdas la reunión en la cual te
levantaste y declaraste que te consagrabas a Cristo y la
iglesia?” Tenemos esta horrible carne, pero también
tenemos este maravilloso espíritu. Parte de nuestro
ser, nuestra carne, está completamente poseída por
Satanás, mientras que otra parte, nuestro espíritu, es
guardado por el Señor y para El.
Debemos tener un discernimiento claro de lo que es la
carne y lo que es el espíritu. Es posible que una
hermana le prepare a su esposo una comida no muy
agradable. Esto puede ofender al hermano. Siendo
específicos, esto ofende su carne. Cuando usted está
45
ofendido en su carne, inmediatamente reacciona. Pero
la parte interna de este hermano dirá aleluya a su
amada esposa. Hay una lucha entre la carne y el
espíritu (Gá. 5:16-17). Si un hermano está del lado de
su carne, tendrá una discusión con su esposa. Si
permanece en su espíritu, dirá: “¡Alabado sea el
Señor! Jesús es el Señor, aun cuando mi comida no
esté tan buena”.
LOS DOS PASOS DE CRISTO
También debemos ver que Cristo como Hijo de Dios,
como Dios mismo, dio dos pasos cruciales. Todo lo
que tenemos que decir es “¡Aleluya por los dos pasos
que Cristo dio!” El primer paso fue hacerse hombre
(1:14). El no fue un hombre espléndido y atractivo
externamente. El se hizo lo que somos nosotros.
Nosotros somos carne y El se hizo carne. Esta carne en
un sentido es terrible. Cristo se hizo algo horrible, no
en realidad sino sólo en forma, en semejanza. La
naturaleza, la substancia, de Cristo es maravillosa, y
no es desagradable. Pero la apariencia de Cristo
mientras estuvo en la carne fue desagradable. La
Biblia dice que El no tenía externamente ningún
atractivo ni belleza (Is. 53:2; 52:14). Nada de El era
atractivo en lo externo.
El tomó esa forma con el propósito de llevar nuestra
horrible carne a la cruz. El se hizo carne para aplastar
la carne y destruir a Satanás en la carne. En el aspecto
judicial, tanto Satanás como nuestra carne fueron
condenados una sola vez y para siempre. Pero Dios le
permitió a la carne permanecer con nosotros para
ayudarnos y forzarnos a volvernos a Cristo en nuestro

46
espíritu. Cristo dio el primer paso, el de hacerse carne,
para aplastar la carne.
Después de esto, dio otro paso. El postrer Adán, quien
estaba en la carne, resucitó y se hizo el Espíritu
vivificante (1 Co. 15:45). Muchos cristianos se oponen
a esta verdad. Dicen que Cristo es solamente el Hijo en
el Dios Triuno. Pero la Biblia nos dice categóricamente
en 1 Corintios 15:45: “Fue hecho ... el postrer Adán,
Espíritu vivificante”. También en 2 Corintios 3:17
tenemos: “Y el Señor es el Espíritu”. Si Cristo no fuera
el Espíritu, no podría estar dentro de nosotros. Incluso
en nuestra experiencia, el Cristo que está en nosotros
es el Espíritu. La Palabra pura nos dice que nuestro
Cristo hoy no es simplemente el Cordero de Dios. Hoy
El es el Espíritu vivificante. Antes del proceso de Su
muerte y resurrección, El era el Cordero de Dios, y
actualmente en los cielos, continúa siendo el Cordero
de Dios. Pero al pasar por el proceso de Su muerte y
resurrección, El llegó a ser algo más. Nuestro Cristo es
todo inclusivo. El es el Espíritu vivificante. Ahora el
Señor es el Espíritu.
ANDAR CONFORME AL ESPIRITU
El es el Espíritu y por ende puede estar con nosotros
dentro de nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16). El
Señor Jesucristo está con vuestro espíritu (Gá. 6:18).
El se hizo carne para aplastar nuestra carne. Después
dio otro paso, el de hacerse el Espíritu para estar con
nuestro espíritu. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se
une al Señor, es un solo espíritu con El”. Damos
gracias al Señor porque somos un solo espíritu con El.
Este espíritu es un espíritu compuesto, mezclado. Es
el Espíritu divino mezclado con el espíritu humano.
47
En pasajes como Romanos 8:4, 9-10 y Gálatas 5:25, es
difícil para los traductores determinar si el espíritu
mencionado en estos versículos es el Espíritu Santo o
el espíritu humano. No es fácil ya que se refiere al
espíritu mezclado, o sea el Espíritu Santo mezclado
con el espíritu humano. Necesitamos andar conforme
al espíritu, esto es, conforme al espíritu mezclado. Por
el espíritu mezclado disfrutamos dos espíritus.
Disfrutamos al Espíritu Santo en nuestro espíritu, y
disfrutamos nuestro espíritu unido al Espíritu Santo.
Hoy necesitamos ocuparnos de una sola cosa: andar
conforme al espíritu.
Tenemos muchas preguntas acerca de la manera en
que debemos conducirnos y en que debemos obrar.
Puede ser que alguien se pregunte: “¿Debería ir al
cine?” Otros dudan qué clase de ropa usar. Otros
cristianos consideran qué tan largo deben llevar el
cabello. En 1 Corintios 11 dice que es vergonzoso que
el hombre lleve el cabello largo (v. 14). Pero, ¿qué tan
largo es largo? Nadie puede determinar esto con
precisión. Por favor, no vengan a mí con este tipo de
preguntas. Tenemos a alguien dentro de nosotros cuyo
nombre es Consejero (Is. 9:6). Vaya a El y averígüelo
usted mismo. Entonces tendrá la respuesta.
Cierta vez una hermana me preguntó cómo debía ella
tratar a su esposo. Le contesté que ella no tenía que
venir a mí porque ella ya tenía la respuesta. Me dijo
que no entendía lo que yo decía. Repliqué: “Anoche el
Señor Jesús le dijo algo a usted. El le dijo que no debe
hablarle a su esposo de la manera que lo hace”. Nadie
me había hablado de esa hermana, pero yo vi la
“televisión celestial” en cuanto a la situación de esta

48
hermana. Ella admitió que ya el Señor le había dicho
eso. Le dije que atendiera con cuidado a lo que el
Señor le había dicho. Le dije: “El Señor Jesús está
dentro de usted, y usted tiene Sus palabras. Ahora
ande conforme al espíritu”. Si andamos conforme al
espíritu, no tendremos problemas.
CRISTO FORTALECE NUESTRO ESPIRITU
PARA EDIFICAR LA MORADA DE DIOS
Tenemos que darnos cuenta de que nuestra carne ha
sido aplastada y de que nuestro espíritu no solamente
ha sido regenerado sino también fortalecido. El
Espíritu vivificante mora en nuestro espíritu.
Tenemos dentro de nosotros el espíritu mezclado
maravilloso y fortalecido, y este espíritu debe ser la
parte más fuerte de todo nuestro ser. No tenga una
mente ni una voluntad ni una parte afectiva fuerte. Las
hermanas no deben permitir que sus emociones sean
la parte más fuerte de su ser. ¡Tenemos a Jesús! No
necesitamos derramar muchas lágrimas. Muchas
veces las lágrimas de las hermanas tienen el fin de
ganarse el favor de otros. El Antiguo Testamento nos
dice que dos de los hijos de Aarón fueron condenados
y muertos debido a la santidad de Dios. Moisés le dijo
a Aarón que no llorara por sus hijos (Lv. 10:1-3, 6).
Esto significa que el sacerdote debe controlar su afecto
natural, y no tener compasión de la víctima condenada
por la santidad de Dios. Aún más, la gloria de la
presencia de Dios estaba allí. No debe haber llanto
delante de la gloria shekinah de Dios. No debemos
tener una parte emotiva fuerte. Debemos tener un
espíritu fuerte. Pablo dijo que tenemos un espíritu de
poder (2 Ti. 1:7), un espíritu fuerte, fortalecido por el

49
espíritu divino. Quiero recalcar al máximo este punto:
¡tenemos el espíritu más fuerte, el espíritu de poder!
Los que siguen la dirección de su espíritu parecen
estar un poco fuera de sí, pero los cristianos normales
son locos. No quiero decir que necesitemos un
psiquiatra. Lo que quiero decir es que ¡estamos
locamente enamorados de Cristo! Los que aman a
Cristo son aquellos que andan conforme al espíritu.
En el libro de Apocalipsis, el apóstol Juan dijo: “Yo
estaba en el espíritu en el día del Señor ... y me volví
para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete
candeleros de oro” (1:10, 12). Juan estaba en su
espíritu mezclado, oyó la voz en su espíritu, y se volvió
en su espíritu para ver los siete candeleros. Si a usted
le molestan ciertos asuntos en la iglesia, no
permanezca en su mente tratando de descifrar las
cosas de acuerdo a su conocimiento y alegando al
respecto. Olvídese de su mentalidad y vuélvase a su
espíritu. Cuando usted se vuelve a su espíritu, el velo
es quitado y usted ve las iglesias como los candeleros
de oro.
Cristo se hizo carne para aplastar la carne, y se hizo
espíritu para impartirnos vida y fortalecer nuestro
espíritu, no simplemente para nuestra salvación, sino
para la edificación de la morada de Dios. Dios desea
tener un lugar de reposo. En Isaías 66:1 Dios dijo que
el cielo es Su trono y la tierra el estrado de Sus pies. El
busca un lugar de reposo. Su lugar de descanso, Su
morada, está compuesto de seres humanos que han
sido regenerados, transformados y edificados. Dios
busca esto, y Cristo, el ungido de Dios lo cumplirá.

50
El se hizo carne y aplastó la carne en la cruz. Entonces
se hizo el Espíritu y ahora fortalece nuestro espíritu
con el propósito de edificar Su morada. En Efesios
2:22 Pablo dijo: “En quien vosotros también sois
juntamente edificados para morada de Dios en el
espíritu”. Podemos decir que nuestro espíritu es la
morada de Dios. Pero siendo exactos, Efesios 2:22
muestra que nuestro espíritu es el lugar donde está la
morada de Dios. La morada de Dios es el Cuerpo, la
iglesia edificada. Esta morada está en nuestro espíritu.
Solamente hay un lugar donde podemos ser uno. Ese
lugar es nuestro espíritu. Si nos salimos de nuestro
espíritu y nos quedamos en nuestra mente,
discutiremos. Debemos volvernos a nuestro espíritu.
Cuando usted esté a punto de intercambiar palabras
con su cónyuge, debe volverse a su espíritu. Una vez
allí, todos los reclamos terminan. Es posible que
algunas veces tengamos la idea de alegar con los
hermanos, pero el Espíritu vivificante enviará un
“telegrama” a nuestra mente diciéndole que se vuelva
al espíritu. El Cristo que mora en nosotros nos dice
que nos volvamos al espíritu. Al ejercitarnos en
volvernos a nuestro espíritu, crecemos en vida.
Algunas personas han venido a nosotros para discutir
acerca de la verdad del terreno de la iglesia o del
recobro del Señor. Algunas veces les digo: “Usted en
su mente discute conmigo, pero en su espíritu dice
Amén”. Metámonos en nuestro espíritu. Cuando
entramos en el espíritu, inmediatamente somos uno.
Los cristianos están divididos porque la mayoría de
ellos vive en la mente. La mente es realmente facciosa,
pero en el espíritu hay unidad. Los cristianos han

51
debatido acerca de la forma del bautismo. Existe el
bautismo por inmersión, por aspersión, con agua
dulce o salada, en el río, en el bautisterio, en la
bañadera o tina. Existe el bautismo en el nombre de
Jesús y en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Algunos dicen que debemos seguir a Jesús y ser
bautizados en el río Jordán, donde El fue bautizado.
Debemos olvidarnos de todas estas diferencias
doctrinales y regresar al espíritu. Las doctrinas
pueden ser trampas. Tenemos que salirnos de estas
trampas. Nosotros hemos sido salvos por la sangre y
regenerados en nuestro espíritu. Regresemos a
nuestro espíritu donde somos uno.
En Deuteronomio 12—16 el Señor mandó al pueblo de
Israel, una y otra vez, que cuando ellos entrasen en la
buena tierra, tenían que adorar a Dios en el lugar que
El escogiera. Los hijos de Israel no tenían el derecho
de adorar a Dios con todas las ofrendas en el lugar que
ellos escogieran. Tenían que ir al único lugar que Dios
escogió, donde El pondría Su nombre y donde
moraría. Este lugar sería el centro de la adoración
corporativa. Podían orar a Dios y tener comunión con
el Señor en sus hogares, pero no tenían derecho de
tener adoración corporativa en ningún lugar que a
ellos les gustara. Tenían que ir al único lugar que el
Señor había escogido, el cual fue Jerusalén.
En Jerusalén estaba el templo de Dios, la morada de
Dios, la cual llevaba el glorioso nombre de Dios. Todos
los israelitas iban allí tres veces al año (Dt. 16:16) y
este único centro preservó la unidad de las doce tribus.
Si ellos hubieran tenido la libertad de establecer sus
propios centros de adoración, se habrían dividido. La

52
tribu de Dan en el norte habría dicho: “Nos queda muy
lejos ir hacia el sur para adorar a Dios en Jerusalén.
Nuestro Dios es omnipresente. Si El está allá con
ustedes, indudablemente está aquí en Dan con
nosotros”. Inmediatamente se habría creado una
división. Pero en la sabiduría de Dios, El ordenó desde
el principio que ellos no tenían derecho a hacer esto.
Todos ellos tenían que ir al mismo lugar designado.
Hasta la fecha, después de tantos siglos, ningún judío
se atreve a edificar un templo. Ellos se atreven a
construir centenares de sinagogas, pero ninguno
construye un templo, porque conocen el mandato
dado en Deuteronomio. No hay más que un solo
terreno, un solo sitio, donde ellos pueden edificar la
morada de Dios. Este es el monte de Sion en
Jerusalén. Este único terreno preservó la unidad del
pueblo de Dios.
Lo que hubo en el Antiguo Testamento es un tipo de la
realidad del Nuevo Testamento. Juan 4 narra la
historia cuando el Señor Jesús habló con la mujer
samaritana. Ya entrados en la conversación ella dijo:
“Nuestros padres adoraron en este monte, mas
vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se
debe adorar” (v. 20). Entonces el Señor le dijo que la
hora había llegado para la verdadera adoración de
Dios (v. 21). Esto significa que la dispensación había
cambiado. Los hombres ya no adorarían a Dios en
tipos o figuras, sino en la realidad. El Señor dijo: “Mas
la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y con
veracidad, porque también el Padre tales adoradores
busca que le adoren” (v. 23). Jerusalén era el único

53
centro de adoración donde el pueblo de Dios podía
adorar a Dios; éste era un tipo del espíritu humano.
Podemos ser uno solamente si adoramos a Dios en
nuestro espíritu, el cual es la Jerusalén de hoy. Hoy
tenemos que adorar a Dios en espíritu y en realidad (v.
24). No necesitamos ir a Jerusalén para adorar a Dios
con las ofrendas. Cristo está ahora presente como la
realidad de todos los sacrificios y las ofrendas, y
nosotros podemos adorar a Dios en nuestro espíritu
con El como nuestra realidad.
Si no adoramos a Dios corporativamente en nuestro
espíritu, estaremos divididos por nuestras opiniones y
conceptos. Una asamblea de los Hermanos se dividió
por la insignificancia de si debían usar piano u órgano
en las reuniones. Algunos quieren usar guitarras en la
reunión, pero tal vez otros no estén de acuerdo.
¿Quién tiene razón y quién está equivocado? Si
argumentamos de esta manera, nuestros argumentos
no tendrán fin. Tenemos que ser librados de todos
estos argumentos. El lugar donde debemos estar no es
nuestra mente, sino nuestro espíritu.
Tal vez a algunos no les agraden las reuniones de la
iglesia porque piensan que son bulliciosas.
Necesitamos volvernos a nuestro espíritu y ver lo que
diría el Señor. El Señor dice en Su Palabra que
debemos cantar alegres a Dios, y que debemos clamar
a El (Sal. 100:1; Is. 12:6). Una voz es ordenada, pero
las aclamaciones no lo son. ¡Aclamemos al Señor con
alegría y alcemos la voz! Hebreos 5:7 dice en cuanto a
Cristo: “El, en los días de Su carne, habiendo ofrecido
ruegos y súplicas con gran clamor...” Cuando estamos
bajo una presión extrema o en alguna situación difícil

54
como estuvo el Señor, ofreceremos ruegos con gran
clamor. Si no hacemos una algarabía de gozo ni
alzamos la voz ni clamamos, no podremos liberar
totalmente nuestro espíritu. Este tipo de ejercicio nos
llenará de gozo y regocijo.
Lo principal que queremos presentar es que podemos
tocar al Señor en nuestro espíritu. No es asunto de
cuánto adoramos, sino de liberar nuestro espíritu y
tocar al Señor en el espíritu. Todos debemos regresar
al espíritu. Cuando lo hacemos, tenemos la presencia
del Señor y somos uno. En el espíritu somos uno solo,
y en el espíritu ofrecemos a Cristo a Dios. En el
espíritu disfrutamos a Cristo con otros delante de
Dios. Tenemos una adoración corporativa en la
Jerusalén de hoy, en nuestro espíritu, no con ofrendas
sino con Cristo. De este modo se edifica la morada de
Dios.
Hoy en día muchos cristianos dirían que tienen todo
el deseo de reunirse en el nombre del Señor. Pero
también debemos prestar atención a la morada del
Señor. Tenemos que reunirnos en el lugar donde está
el nombre del Señor y Su morada. La morada es el
edificio. Donde esté el nombre del Señor y donde los
santos sean edificados, allí está el lugar donde
nosotros nos debemos reunir para adorar al Señor.
Ese lugar es nuestro espíritu. Si estamos en nuestro
espíritu, somos uno y somos edificados. La mente es
un campo abierto para las divisiones. No podemos ser
uno con los demás estando en la mente. Debemos
permanecer en el espíritu. Allí está la unidad; ahí hay
unión; ahí hay paz; ahí se da la edificación del Cuerpo;
ahí está la morada de Dios, y ahí se adora a Dios.

55
Cristo se hizo carne para deshacerse de la carne, y
llegó a ser el Espíritu para fortalecer nuestro espíritu.
El espíritu mezclado es el lugar donde debemos ser
edificados y donde debemos adorar a Dios, mas no con
lo que somos nosotros, sino con lo que Cristo es para
nosotros. En nuestro espíritu disfrutamos a Cristo.
Esta es la manera adecuada de llevar a cabo la vida de
iglesia. Practiquemos continuamente esta acción de
volvernos al espíritu. Entonces tendremos la vida
adecuada de iglesia. El espíritu humano regenerado y
transformado, en el cual mora el Señor, es el lugar
donde se lleva a cabo la edificación del Cuerpo, la
práctica de la vida de iglesia, la verdadera adoración a
Dios, y la comunión mutua. Al permanecer nosotros
en el espíritu y al volvernos al espíritu,
espontáneamente tendremos la vida cristiana
apropiada en nuestro andar diario y la vida
corporativa adecuada, la vida de iglesia apropiada.
Este es el camino de Dios.
CAPITULO CINCO
COMAMOS A JESUS PARA CRECER
Y SER EDIFICADOS
Lectura bíblica: Ef. 3:8; Ro. 10:12; Col. 2:9; Jn.
1:14,16; 1 Co. 3:2a, 7; Col. 2:19; Ef. 4:13
CRISTO COMO ESPIRITU VIVIFICANTE
ESTA EN NUESTRO ESPIRITU
PARA EL EDIFICIO DE DIOS
Cristo hoy es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) que
mora en nuestro espíritu (Ro. 8:16). Hemos visto
claramente que la finalidad de este hecho es que haya

56
edificación. El eterno plan de Dios consiste en tener
un edificio vivo, pero Satanás entró en el hombre, en
su carne, con el fin de estorbar a Dios. Pero Dios es
más sabio que el enemigo. El vino en la semejanza de
carne para aplastar la carne, y luego en resurrección
se hizo el Espíritu. Este es el punto crucial. El se hizo
el Espíritu para entrar en nuestro espíritu, y nosotros
estamos unidos a El como un solo espíritu (1 Co. 6:17).
Podemos decir que esto nos imparte vida, nos salva o
nos trae disfrute. Todos estos puntos tienen un solo
objetivo: que nosotros seamos edificados. Cristo quitó
de en medio la carne y se hizo el Espíritu vivificante
para lograr una sola meta, la edificación.
EL CRECIMIENTO EN VIDA ES LA
EDIFICACION
En el Nuevo Testamento, el concepto de la edificación
es muy diferente de nuestro concepto natural. Nuestro
concepto natural en cuanto a la edificación consiste en
que una pieza de material se pone sobre otra pieza y se
repite el proceso, pieza por pieza, hasta que tenemos
una torre alta. Pero a los ojos de Dios, eso no es
edificar. Eso amontonar materiales. Algunos podrían
decir que nosotros los cristianos somos personas muy
allegadas, de manera que piensan que edificarnos es
sencillamente mantenernos juntos. Pero estar juntos
no es edificar. Si usted se sienta junto a mí, y
conversamos acerca de nuestros asuntos personales,
eso es estar juntos. Edificar no es meramente estar
juntos, estar amontonados. La edificación que vemos
en el Nuevo Testamento es el crecimiento en vida. La
salvación que Dios da no tiene relación alguna con
hacer obras, laborar, actuar, ni con portarse de cierto

57
modo. La salvación se puede condensar en una cosa:
el crecimiento en vida. Todos tenemos que crecer. La
vid que se menciona en Juan 15 no tiene que ver con
hacer obras, laborar, comportarse de cierto modo ni
esforzarse. La vid sólo se relaciona con el crecimiento.
Crecer es la verdadera edificación.
CRECEMOS EN VIDA AL COMER A JESUS
Desde 1925 he seguido sinceramente a Cristo. Amo al
Señor y la Biblia, pero por muchos años nunca oí un
mensaje acerca de mi necesidad de crecer en vida. He
oído mensaje tras mensaje en cuanto a hacer ciertas
cosas o a conducirme de cierta manera. Pero nadie ha
dicho que tengo que crecer en vida, en vez de tratar de
mejorar. Ninguna escuela puede ayudarle a uno a
crecer. Todas las diferentes escuelas hacen lo posible
por ayudarle a uno a mejorar.
Lo más importante que una buena madre hace es
alimentar a sus hijos. En nuestros hogares la mesa del
comedor es más importante que el escritorio. En el día
del Señor no tenemos un escritorio delante de
nosotros, sino la mesa del Señor. He viajado a muchos
lugares y he sido hospedado en muchos hogares. De lo
primero que se ocupa mi anfitrión es de mi
alimentación. En muchos hogares no tienen
escritorios, pero en todos los hogares tienen una mesa
donde comer. Esto se debe a que comer es más
importante que estudiar, escribir o leer.
Si Dios nos hubiera pedido que escribiéramos la
Biblia, la habríamos escrito de una manera diferente.
En 1 Corintios 11 vemos que la noche cuando el Señor
fue traicionado, tomó pan y dijo: “Esto es Mi Cuerpo
58
que por vosotros es dado; haced esto en memoria de
Mí” (v. 24). Luego tomó la copa y dijo: “Esta copa es el
nuevo pacto establecido en Mi sangre; haced esto
todas las veces que la bebáis, en memoria de Mí” (v.
25) ¿Por qué el Señor nos dice que le recordemos de
esta manera? Cierto día el Señor abrió mis ojos para
que viera lo que realmente significa en memoria de El.
La verdadera memoria que hacemos del Señor no es la
forma externa de una oración, cantar un himno,
alabarlo o arrodillarnos. La verdadera manera de
recordar al Señor es comerlo. Cuanto más usted le
coma, más le recuerda. Esto se debe a que hacer
memoria del Señor es un declaración de la manera en
que vivimos. Nosotros comemos y bebemos a Cristo
todos los días.
El concepto de comer aparece por toda la Biblia.
Inmediatamente después de que Dios creó al hombre,
se ocupó de alimentarlo. El no le ordenó a Adán amar
a Eva, ni a Eva le dijo que se sujetara a Adán. No les
mandó nada ni les dio instrucciones en cuanto a la
manera de ser buenos padres. Después de que Dios
creó al hombre, solamente le dijo que tuviera cuidado
de cuál árbol comía. Si comía del árbol correcto,
viviría. Si comía del árbol equivocado, moriría.
Más tarde en Exodo, vemos que los hijos de Israel
celebraron la Pascua (12:15-20). Se les dijo que
untaran la sangre y comieran el cordero. Después
fueron conducidos al desierto, donde comieron el
maná por cuarenta años (16:35). Mientras vagaban
por el desierto, lo único que hacían era comer. No
trabajaban, ni tenían negocios ni tiendas ni escuelas.
Día tras día solamente comían el maná celestial.

59
Cuando entraron en la buena tierra, comieron de su
rico producto (Jue. 5:12).
En tiempos del Nuevo Testamento, el Señor Jesús
vino. La gente lo consideraba un profeta o un gran
maestro, y algunos hasta querían hacerlo rey. Cuando
trataron de hacerlo rey, El se apartó de ellos (Jn. 6:15).
Al siguiente día, les dijo que El era el pan de vida (v.
35). El no quería ser rey de ellos, sino que ellos le
comieran a El. En Juan 6:57 El dijo: “El que me come,
él también vivirá por causa de Mí”. Era como si
estuviera diciendo: “No me hagan su rey; más bien
recíbanme como su alimento”.
En Lucas 15 el Señor les presentó la parábola del hijo
pródigo que regresa a la casa de su padre, y le dice a
éste: “He pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus
jornaleros” (vs. 18-19). El había decidido trabajar para
su padre, pero el padre dijo a sus siervos: “Sacad
pronto el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo
en su mano, y sandalias en sus pies. Y traed el becerro
gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (vs. 22-
23). Esto muestra que cuando un pecador caído se
arrepiente, siempre piensa en hacer obras para Dios o
servirlo para obtener Su favor, sin saber que esta idea
es contraria al amor y la gracia de Dios y que es una
ofensa a Su corazón e intención. El deseo de Dios para
con nosotros es que comamos al rico Cristo tipificado
por el becerro gordo.
Al final de la vida del Señor, El estableció una mesa
para que le recordáramos comiéndole y bebiéndole.
En Apocalipsis, el último libro de la Biblia, el Señor
Jesús promete a los vencedores que haya en las
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iglesias que El les dará a comer del árbol de la vida
(2:7) y del maná escondido (v. 17). Incluso les dijo:
“He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye
Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y
él conmigo” (Ap. 3:20). Algunos usan este versículo
para predicar el evangelio, diciendo que Jesús está a
la puerta del corazón de uno, y si uno lo recibe, El
entrará en el corazón de uno. Necesitamos ver que El
entra en nosotros para que podamos cenar con El.
Al final la Biblia concluye con una promesa y un
llamado. La promesa dice que todos los que hayan
lavado sus ropas tendrán derecho a comer del árbol de
la vida (Ap. 22:14). El llamado lo hacen el Espíritu y la
novia al pecador sediento, para que venga y beba del
agua de la vida (v. 17). Así que, la Biblia termina con
una promesa de comer y un llamamiento a beber.
La Biblia es un libro donde se come para obtener el
crecimiento. Si uno no come no crece. Un niño se hace
hombre no por su educación, sino por su crecimiento.
La edificación de la iglesia, la cual es el crecimiento en
vida, proviene de comer. Este es un principio que
nadie ha visto en la cristiandad religiosa.
Cristo aplastó la carne y ahora habita en nuestro
espíritu para que podamos comerle. El mora en
nosotros para que le podamos comer. La mesa física
que tenemos en la reunión de la mesa del Señor es una
figura. Tenemos una mesa dentro de nosotros. Vemos
el símbolo externo cada semana, pero la realidad
interna va con nosotros cada día. Todos tenemos una
mesa dentro de nosotros. Nuestro espíritu humano es
el comedor y también la mesa. Cristo está en nuestro
espíritu siempre disponible para que le comamos.
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Ahora consideremos lo que es comer. Comer es ingerir
cierto alimento en nuestro ser orgánico. Un pollo
puede formar parte de nosotros y hacerse nuestro
alimento sólo cuando lo comemos. Comer un pollo es
ponerlo dentro de nuestro ser orgánico. Cuando
comemos el pollo, lo digerimos y lo asimilamos, y el
elemento nutritivo se convierte en los tejidos de
nuestro organismo. Entonces este pollo se hace parte
de nosotros. Estamos hechos de las cosas que
comemos.
Día tras día comemos a Cristo. Al final lo que
comemos se hace parte de nosotros. Al comer a Cristo
nos hacemos Cristo, porque quedamos constituidos de
El. La vida cristiana no se basa en que tratemos de
portarnos bien y de seguir las normas morales, sino en
comer a Cristo. Cuando comemos a Cristo, le
ingerimos. Digerimos y asimilamos a Cristo en
nuestros tejidos orgánicos espirituales. Entonces
Cristo es forjado en nosotros. Este Cristo forjado en
nosotros es la verdadera edificación.
Dios no se preocupa por lo que usted hace. El quiere
que usted no haga nada. El puede llamar a las cosas
que no son como si fuesen (Ro. 4:17). Este fue el
camino que El tomó en Su creación. El dijo: “Sea la
luz” y se hizo la luz. Dios no necesita que usted haga
nada. Lo que Dios quiere es presentarse en Su Hijo,
Cristo, como las riquezas que usted puede recibir y
disfrutar. Podemos disfrutar todas las insondables
riquezas de Cristo (Ef. 3:8). El Señor es rico para con
todos los que invocan Su nombre (Ro. 10:12).
Romanos 8 habla de andar conforme al espíritu. El
capítulo nueve dice que somos vasos (vs. 21, 23). Un
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vaso es un recipiente con una boca. En Romanos 10 la
boca es usada para invocar: “¡Oh Señor Jesús!”
Entonces todas las riquezas entran en el vaso.
Romanos 10 nos muestra que los vasos vacíos tienen
una boca con la cual pueden invocar el nombre del
Señor, para recibir todas Sus riquezas.
Romanos no termina en el capítulo ocho con el asunto
de andar conforme al espíritu. Continúa en el capítulo
nueve, diciéndonos que somos vasos que pueden
contener a Cristo. En el capítulo diez estos vasos
tienen una boca con la cual pueden invocar el nombre
del Señor y ser llenos de El. Invocar: “Oh Señor Jesús”,
no es solamente el camino de la salvación, sino
también la manera en que recibimos al Señor Jesús
como nuestro todo.
Nosotros tenemos la idea de que debemos mejorar
nuestra conducta para poder ser buenas personas.
Pero la Biblia nos dice que necesitamos comer a Jesús
y vivir por El. Romanos 8 habla del andar; Romanos 9
habla de los vasos que deben ser llenos, y Romanos 10
nos dice que la forma en que nosotros como vasos
podemos ser llenos es abrir nuestra boca e invocar al
Señor y recibir todas las riquezas de Cristo. El Señor
es rico para con todos los que le invocan.
Cristo es la corporificación de toda la plenitud de la
Deidad (Col. 2:9). Toda la plenitud de lo que Dios es,
habita en Cristo para que nosotros le podamos recibir.
El se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia
(Jn. 1:14). De Su plenitud recibimos todos, y gracia
sobre gracia (v. 16). Tenemos que recibir a Cristo, no
una sola vez, sino constantemente. Día tras día

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tenemos que recibir a Cristo para poder crecer; y
nuestro crecimiento conduce a la edificación.
A muchos cristianos no les interesa comer, pero sí les
interesa ejercitar sus mentes estudiando. Sin
embargo, en el recobro del Señor sólo nos interesa
comer. Si usted discute sobre lo que hay en el menú y
no come, va a pasar hambre o se quedará desnutrido.
No estamos aquí para debatir sobre doctrinas;
estamos aquí para comer la Palabra de Dios expresada
en la Biblia. El hombre vive de toda palabra que sale
de la boca de Dios (Mt. 4:4). La Palabra de Dios es
nuestro alimento.
La carga principal que tengo en este capítulo es que
nos demos cuenta de que necesitamos ingerir más y
más a Jesús. No se preocupe por su mal genio. No se
preocupe por la manera en que ha de tratar a su
esposa. Olvídese de eso. Aprenda a comer bien. Coma
a Cristo. Todas las mañanas tome una buena porción
de Cristo. Los cantoneses comen siete veces al día.
Tenemos que ser “cantoneses cristianos” que comen a
Cristo muchas veces durante el día. Necesitamos siete
comidas al día en las que comamos a Cristo. Cuando
nuestra esposa nos molesta, esto debe ser un
recordatorio de comer a Cristo una vez más. La vida
cristiana no gira en torno a la conducta sino al asunto
de comer.
Nuestra función en las reuniones es el resultado de
haber comido a Cristo. Los líderes de las iglesias
pueden estar muy preocupados por la función de los
santos en las reuniones. Esa es la manera equivocada
de ayudar a los santos a funcionar. Si instamos a los
hermanos a funcionar y los hacemos sentir obligados
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a funcionar, a la larga continuarán sin funcionar. Ellos
no funcionan porque no tienen con qué funcionar.
Comprometer a los santos a que funcionen es como
decirles: “Prométanme que en la próxima reunión van
a gastar doscientos dólares”. En la próxima reunión
ellos no podrán hacer esto, porque solamente tienen
cinco centavos. ¿Cómo podrían ellos gastar doscientos
dólares? Los líderes de las iglesias locales no deben
exhortar a los santos a hacer algo. Simplemente
aliméntenlos. Si ustedes alimentan a los santos en la
semana y los ayudan a comer a Cristo, ellos estarán
llenos de las riquezas de Cristo. Entonces vendrán a la
reunión con mil dólares. La vida de la iglesia no es
asunto de esforzarse por funcionar, es un asunto de
comer. ¿Por qué es pobre la reunión de la iglesia?
Porque todos los que vienen a la reunión están
hambrientos. Todos tenemos que ayudarnos
mutuamente a comer.
Primero, tenemos que darnos cuenta de que Cristo, el
alimento celestial, está en nuestro espíritu. El no está
allí para enseñarnos o instruirnos. El quiere que nos
acerquemos a El y comamos. Finalmente, veremos
que debemos obrar de acuerdo con aquel a quien
comemos. Aprenda a comer a Jesús. No trate de hacer
nada. No trate de mejorar. No somos hacedores,
somos comensales. No somos lamentadores, somos
los convidados a comer. No somos actores, somos
comensales. Solamente uno que come a Jesús puede
ser un buen cónyuge. Nunca trate de hacer algo en
ninguna situación. Pase lo que pase, solamente acuda
a Jesús y cómalo a El, pues El está en su espíritu.
Podemos volvernos de la carne a Jesús en nuestro

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espíritu. El está siempre disponible para que le
disfrutemos.
Si comemos a Jesús en la mañana, tendremos
abundancia que ofrecer a los santos en las reuniones
de la tarde. En la antigüedad los israelitas labraban la
buena tierra. Entonces obtenían mucho fruto para
ofrecer a Dios cuando lo adoraban. Ellos traían todas
las riquezas de la buena tierra para ofrecerlas a Dios,
y disfrutaban con Dios de estas riquezas en Su
presencia (Dt. 14:23). La adoración consistía en comer
de las riquezas, las cuales son tipo de las riquezas de
Cristo. Si comemos a Jesús durante toda la semana,
tendremos una gran abundancia de las riquezas de
Cristo para ofrecerlas a otros en las reuniones. Cuando
oramos o decimos algo en las reuniones, esto será el
desbordamiento de las riquezas que hemos disfrutado
internamente. En esto debe consistir nuestra
adoración en las reuniones de la iglesia.
Nada de lo que nos pase nos debe perturbar, molestar
ni desilusionar. No importa lo que pase o cuál sea la
situación, trate de comer a Jesús. Aprenda a comer.
Comemos ejercitando nuestro espíritu para
relacionarnos con el Cristo que vive en nosotros, el
cual es uno con nosotros en nuestro espíritu. No
debemos ser perturbados por ningún problema que
venga. Solamente acuda al Señor y coma de El.
Podemos decir: “Señor, Tú sabes que tengo este
problema. Este es el momento en que debemos
comerte”. Frecuentemente, cuando estamos en una
buena situación no comemos. Las malas situaciones
nos obligan a comer. Aprenda a comer a Jesús en
todas las situaciones.

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Si queremos ministrar la palabra a los santos en las
reuniones, debemos comer a Jesús. ¿Desea usted
hablar? Antes de hablar, coma a Jesús. Lo que
necesitamos hacer es comerlo a El. La intención de
Dios es forjar a Cristo en usted, añadirle a Cristo día
tras día para que usted crezca en vida. Nuestro
crecimiento en vida es inadecuado. Todos
necesitamos más crecimiento. De no ser así, el recobro
del Señor se convertirá en un movimiento. No
queremos tener un movimiento lleno de obras,
actividades, programas y horarios carentes de vida.
Aborrecemos eso. Deseamos ver que todos los
queridos santos que están en el recobro tomen a
Cristo, le digieran, le experimenten y crezcan con El.
La vida de la iglesia no es un testimonio de conducta,
sino un testimonio de lo que somos, y lo que somos
proviene de lo que comemos. Si comemos a Jesús,
somos Jesús y nos convertimos en el verdadero
testimonio de Jesús. Este testimonio es el recobro del
Señor. Todos tenemos que orar y buscar al Señor para
que El abra nuestros ojos a fin de que podamos ver lo
que El quiere en realidad y lo que nosotros de veras
necesitamos. Necesitamos comerlo a El.
Hemos visto que tenemos la carne que nos perturba,
pero ella nos ayuda a volvernos a Cristo en nuestro
espíritu. El Señor Jesús es ahora el Espíritu vivificante
y está en nuestro espíritu. Nosotros somos un solo
espíritu con El y nunca podemos agotar el suministro
del abundante depósito de gracia. Ahora debemos
emplear nuestro tiempo y concentrarnos en comer a
Cristo. Entonces creceremos con El, y nuestro
crecimiento será la edificación. Primero, la edificación

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será revelada en nuestra familia. En segundo lugar,
esta revelación será revelada entre los hermanos y las
hermanas. Por último, esta edificación será revelada
en la vida de la iglesia. Todos nosotros somos uno en
el crecimiento en vida, y este crecimiento es
sencillamente Cristo asimilado en nuestro ser y
añadido a nosotros. Esto es la realidad. No es una
simple doctrina ni enseñanza moralista. Cristo es el
Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu para
que le disfrutemos como nuestra provisión diaria.

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