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El amor en la sociedad capitalista

Según Deleuze y Guattari, el capitalismo deshumaniza.


El capitalismo sitúa a la sociedad dentro del marco de un proceso de producción. Con este
marco, el amor se convierte en un elemento más de dicho proceso. Las empresas analizan
al ser humano y buscan la forma de extraer de él la mayor cantidad de consumo, no dudando
en utilizar el amor y el sexo como reclamo de un modo desnaturalizado y grotesco: la empresa
evoca en el consumidor sentimientos amorosos y de deseo, pero su fin último no es buscar el
amor ni el sexo por parte del consumidor, sino su dinero y su trabajo. Como consecuencia, se
produce deshumanización al identificarse el amor a otro ser humano con el amor a un
producto, ya que dicha asociación trae, inevitablemente, la asociación del propio ser humano
con un producto.
Gilles Deleuze y Félix Guattari consideran que el capitalismo produce una perversión del
concepto natural del amor, situando al ser humano como parte de una máquina productora y
destruyendo el concepto del cuerpo y el alma.23 Escriben, en Anti-Edipo: «el capitalismo
recoge y posee la potencia absurda y no poseída de la máquina. [...] en verdad, no es para él
ni para sus hijos que el capitalista trabaja, sino para la inmortalidad del sistema. Violencia sin
finalidad, alegría, pura alegría de sentirse en un engranaje de la máquina, atravesado por los
flujos, cortado por las esquizias.»24 Michel Foucault, refiriéndose a la sociedad capitalista,
insiste en su prefacio de 1977 para la edición inglesa de Introducción al esquizoanálisis que se
opone «no solo al fascismo histórico, sino también al fascismo que hay en todos nosotros, en
nuestras cabezas y en nuestro comportamiento diario, el fascismo que nos hace amar el
poder, desear esa misma cosa que nos domina y explota».25 Podemos encontrar una abierta
declaración de muchos de los actualmente tácitos valores del capitalismo agresivo en
el Manifiesto futurista, escrito por Filippo Tommaso Marinetti, en 1909.
Dentro de la cadena productiva, o, como se la conoce en el mundo anglosajón, «cadena de
comodidad», la mentira también es un elemento válido; de hecho, es un elemento recurrente y
necesario para que el sistema no sucumba. Es, literalmente, lo que en política se conoce
por demagogia; se miente al consumidor con propósitos egoístas, y ello lleva, según los
autores anteriormente citados, a una «esquizofrenia» de las relaciones humanas a todos los
niveles, haciendo imposible el amor real.23
Werner Sombart consideraba la desnaturalización del amor en la sociedad como una última
etapa de un proceso destructivo de evolución que no es privativo de la cultura occidental: En
primer lugar, el amor perdió su individualidad con el cristianismo, que lo unificó y teocratizó:
ningún amor era genuino si no provenía de Dios, si no era aprobado por la Iglesia. Le siguió
un período de «emancipación de la carne», que comenzó con tímidas tentativas y que se
continuó, con los trovadores, con un período de sensualidad más acentuada, de desarrollo
pleno del amor libre e ingenuo. Por último, aparecieron una etapa de gran refinamiento y,
como colofón, la relajación moral y la perversión.26

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