Está en la página 1de 2

EL TESORO DE GUAYACAN

La historia comienza con la llegada de un barco a la tranquila bahía de Guayacán, de él


desembarca un grupo de extranjeros que luego crean un pequeño campamento procediendo a
realizar diversas excavaciones en la bahía. Un curioso campesino local llamado Manuel
Castro se les acerca y a través de uno de ellos que hablaba español logra averiguar que este
grupo intenta encontrar un antiguo tesoro pirata supuestamente enterrado en la zona. Pasan
las semanas y los extranjeros desanimados sin encontrar siquiera rastros del tesoro vuelven a
su barco de vuelta a sus país de origen. Manuel Castro intrigado con la historia decide
posteriormente continuar las excavaciones por su cuenta. Con gran fortuna logra encontrar en
las costas de Guayacán diversos objetos y pergaminos con extrañas inscripciones que no
logra entender. Manuel lleva todos estos pergaminos y objetos donde su hermana Rita, algo
más letrada que él para que le ayude. Juntos continúan la búsqueda dando con el paradero de
una buena cantidad de objetos y vestigios indescifrables para su escasa instrucción. Debido a
esto se valen de un comerciante argentino establecido en el puerto de Coquimbo llamado
“Señor X” que suponían lograría traducir los pergaminos, hecho que lamentablemente no
sucede viéndose obligados a llevar los antecedentes a Santiago para que un personaje
versado en lenguas antiguas llamado “Doctor Cohe” los estudie.

El señor X y Castro viajan a Santiago con la finalidad de entrevistarse con el "Doctor Cohe",
este personaje experto filólogo en la imposibilidad de poder descifrar completamente los
elementos encontrados y notando que aquellos podían ser un acontecimiento importante para
la historia chilena se vio en la necesidad de pedir ayuda al Director General del DIBAM. Este
director lo deriva con Ricardo Latcham, director del Museo de Historia Natural, para que se
haga cargo del asunto. Ambos se reúnen en la Biblioteca Nacional a conversar sobre el tema,
pero notándose Latcham algo incrédulo respecto a la historia de un fantástico tesoro
escondido en el norte de Chile, el "Doctor Cohe" le revela algunas pruebas materiales, una
placa cobre y otra de oro con extrañas inscripciones que él compró y vio casualmente en una
vitrina de una joyería, la cual Castro había vendido en su viaje a Santiago, la placa de cobre
había quedado empeñada en la pensión donde se alojó. Latcham con estas pruebas pidió al
director general los fondos necesarios destinados a seguir la investigación en la zona de
Guayacán, dirigiéndose en el mes de octubre de 1930 con el doctor Cohe a Coquimbo.
Luego de varias confabulaciones creadas por el señor X y Castro para confundir a Latcham,
este finalmente logra ganarse la confianza de Manuel Castro, facilitándole este casi toda la
documentación e información que tenía en su poder. Con los conocimientos que ambos
poseen según su experiencia logran avanzar rápidamente en el desarrollo de la investigación
identificando en el terreno una serie de triangulaciones, cavernas y señales en los roqueríos
descritos en los pergaminos. Además al mismo tiempo comienza a llegar la información del
traductor de Buenos Aires, que el señor X había contactado, de modo que el enigma se
empieza a descifrar. Sin embargo justo en ese momento a Latcham se le acaban los fondos y
debe retornar a Santiago a entrevistarse con el Director General del DIBAM. De ahora en
adelante el único modo de comunicación entre Castro y Latcham es a través de cartas, con el
tiempo cada vez más esporádicas, donde relata sus grandes avances en el descubrimiento
del tesoro de la bahía de Guayacán hasta que un día Castro simplemente deja de enviar
informes Este es el capítulo del libro en que reúne la mayor cantidad de sucesos fantásticos e
incluso disparatados de la novela.
Latcham reuniendo toda la información que le había entregado Castro a través de las
traducciones de Buenos Aires y las que el mismo había estudiado procede a ordenar los
antecedentes encontrados descifrando gran parte de la historia y claves que los "piratas"
habían dejado descritos en los pergaminos y placas de cobre, afirmando a la vez que estas
antiguas narraciones se encuentran plagadas de incongruencias históricas. El relato que nos
ofrece el autor se enfoca a fines de 1599 o a principios de 1600, en esas fechas llegan a la
bahía de Guayacán dos desconocidos buques piratas cuyos capitanes se llamaban Subatol
Deul y Ruhual Dayo. Supuestamente encantados con la seguridad del fondeadero resolvieron
establecer allí su cuartel general. Pasaron algunos meses sin que sucediera nada que les
molestara. Hacían sus salidas, pero siempre volvían a su bahía predilecta.
A fines de mayo, a su regreso de una excursión al norte, hallaron otro buque anclado allí, el
cual, al verlos entrar, izó la bandera inglesa. Las naves de Dayo y Deul inmediatamente izaron
la bandera negra de la piratería aprestándose para el combate.En contestación el buque
"intruso" lanzó al agua un bote, en el cual se embarcaron algunos hombres, dirigiéndose a la
nave de Deul. Uno de ellos subió a bordo resultando ser nada menos que Enrique Drake, un
ficticio hijo del famoso Sir Francis Drake. A raíz de esta reunión los tres corsarios o piratas
resolvieron fundar una liga e invitar a entrar en ella a todos los piratas que operaban en el
Pacífico. Esta se llamaría la Hermandad de la Bandera Negra, y su asiento principal de
aprovisionamiento y de reunión sería aquella bahía, que llamaban "El Refugio". De esta
manera con los años se integran a la hermandad una serie de desconocidos piratas salidos de
la imaginación del autor llamados Sevartay, De Baniel, Sumastage, Madel Saden, etc.
Esta presunta "hermandad de piratas" única en su tipo en la historia de Sudamérica ocupó la
bahía de Guayacán como refugio, lugar de descanso y almacenamiento de tesoros por unos
40 años, llegando incluso a trabajar minas de oro en las cercanías, construir un fuerte con
cañones, cavar hipotéticas bóvedas y cavernas subterráneas para esconder sus fabulosos
tesoros, relacionarse con los nativos del lugar y asombrosamente pasar totalmente
desapercibidos por las autoridades españolas de la época. Lamentablemente los días de la
hermandad de la bandera negra llegarían a su fin en el año 1640. Deul, Dayo y Drake, en una
de sus salidas tropezaron con una flota española, aparentemente la misma que había enviado
el virrey hacia Valdivia, y sufrieron una derrota, en la cual Drake fue muerto y Deul perdió su
galeón, pero pudo escapar en el navío de Dayo, llevando consigo el tesoro que conducía a
bordo, al llegar a tierra lo sepultó en algún lugar de la bahía de Guayacán, dejando antes una
serie de pistas escritos en pergaminos hecho de piel de nutria y placas de cobre que luego
enterró en jarrones de arcilla por toda la costa. Supuestamente estos mismos jarrones de
arcilla con pergaminos de piel de nutria en su interior y las placas de cobre son los que
encontró Manuel Castro en perfecto estado unos 300 años después y dieron origen a esta
historia.
y desaparece para siempre.

También podría gustarte