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Rem Koolhaas, el cuento de la piscina

31 enero, 2022

The Story of the Pool (1977), Rem Koolhaas


Moscú, 1923
Un día, en la escuela de arquitectura, un estudiante diseñó una piscina flotante.
Nadie recordaba quién había sido La idea se respiraba en el ambiente. Otros
estaban diseñando ciudades voladoras, teatros esféricos y planetas artificiales
enteros. Alguien tenía que inventar la piscina flotante.

La piscina flotante-un enclave de pureza en un entorno contaminado parecía un


primer paso, modesto pero radical, dentro de un programa gradual para mejorar
el mundo gracias a la arquitectura

Para demostrar la fuerza de la idea, los estudiantes de arquitectura decidieron


construir un prototipo en su tiempo libre. La piscina era un largo rectángulo de
planchas metálicas atornilladas a una estructura de acero, Dos vestuarios lineales,
aparentemente interminables, formaban los lados más largos: uno para hombres y
el otro para mujeres. En cada uno de los extremos había un vestíbulo acristalado
con dos paredes transparentes; una de ellas mostraba las actividades subacuáticas,
saludables y a veces excitantes, de la piscina; y la otra, los peces que agonizaban
en el agua contaminada. Así pues, se trataba de una sala verdaderamente
dialéctica, usada para hacer ejercicio físico, broncearse de manera artificial y
mantener contactos sociales con los nadadores casi desnudos. El prototipo se
convirtió en la construcción más popular de la historia de la arquitectura moderna.
Debido a la escasez crónica de mano de obra soviética, los arquitectos o
constructores hacían también de socorristas. Un día descubrieron que si nadaban
al unísono en tandas regulares y sincronizadas de un extremo a otro de la piscina
todo el conjunto empezaba a moverse lentamente en sentido opuesto. Se quedaron
atónitos ante esta locomoción involuntaria, en realidad, se explicaba por una
sencilla ley de la física: acción reacción.

A principios de la década de 1930, la situación política -que en su momento había


fomentado proyectos como el de la piscina- se vuelve inflexible, incluso
amenazadora. Unos cuantos años después, la ideología que representaba la piscina
-que por entonces estaba bastante oxidada, pero era un acontecimiento popular-
llegó a considerarse sospechosa, Una idea como esta piscina, su carácter furtivo,
su presencia física casi invisible. la cualidad como de iceberg de su actividad social
sumergida de repente todo ello se volvió subversivo.

En una reunión secreta, los arquitectos o socorristas decidieron usar la piscina


como vehículo para su huida hacia la libertad. Gracias al por entonces bien
conocido método de la autopropulsión, podían ir a cualquier parte del mundo
donde hubiese agua.

Era lógico que quisieran ir a América, en especial a Nueva York En cierto modo, la
piscina era una manzana de Manhattan realizada en Moscú, que así alcanzaría su
destino natural.

Una mañana temprano, en plena década estalinista de 1930, los arquitectos se


alejaron de Moscú, nadando incesantemente por tandas en la dirección de los
bulbos dorados del Kremlin.
Nueva York, 1976
Un programa rotatorio asignaba a cada socorrista o arquitecto un turno en el mando
de la “nave” (una oportunidad rechazada por algunos anarquistas a ultranza, que
anteponían a esas responsabilidades la integridad anónima de nadar
continuamente).

Tras cuatro décadas de travesía por el Atlántico, sus bañadores (el frente y la
espalda eran exactamente iguales, una normalización derivada de un edicto de
1922 para simplificar y acelerar la producción) casi se habían desintegrado.

A lo largo de los años, habían convertido algunos sectores del vestuario o pasillo
en “habitaciones” con improvisadas hamacas, etcétera. Resultaba sorprendente
cómo, tras 40 años en el mar, las relaciones entre las personas no se habían
estabilizado, sino que seguían presentando esa volatilidad tan familiar en las
novelas rusas: justo antes de llegar a Nueva York, había habido un estallido de
histeria que los arquitectos o nadadores habían sido incapaces de explicar, salvo
como una reacción retardada a su madurez colectiva. Cocinaban en una estufa
primitiva, alimentándose de las provisiones de repollo y tomates en conserva, y de
los peces que encontraban cada amanecer, arrastrados hasta la piscina por las olas
del Atlántico (aunque estaban cautivos, estos peces eran difíciles de capturar
debido a la inmensidad de la piscina).

Cuando finalmente llegaron, casi no se dieron cuenta, pues tenían que nadar en
dirección opuesta a donde querían ir, es decir, hacia lo que querían dejar atrás.
Era extraño lo familiar que les resultaba Manhattan. Siempre hablan soñado con
Chryslers de acero inoxidable y Empire States voladores. En la escuela, incluso
habían tenido visiones más audaces, de las cuales, curiosamente, la piscina (casi
invisible: prácticamente sumergida en la contaminación del East Riveri era una
prueba: con las nubes reflejándose en su superficie, era algo más que un
rascacielos: era un pedazo de cielo ahí en la tierra.

Sólo faltaban los zepelines que habían visto 40 años antes cruzando el Atlántico a
una velocidad exasperante. Suponían que estarían flotando por encima de la
metrópolis como una densa masa nubosa de ballenas ingrávidas.

Cuando la piscina atracó cerca de Wall Street, los arquitectos o nadadores o


socorristas se quedaron atónitos ante la uniformidad (en el vestido y el
comportamiento) de sus visitantes, que invadieron la embarcación en una
desbandada brutal por los vestuarios y las duchas, desoyendo completa mente las
instrucciones de los superintendentes. ¿Había llegado el comunismo a los Estados
Unidos mientras ellos estaban cruzando el Atlántico?, se preguntaron horrorizados.
Habían nadado todo este tiempo para evitar exactamente eso esa tosquedad, esa
falta de individualidad, que no desparecieron ni siquiera cuando todos los hombres
de negocios se despojaron
Llegada de la «piscina flotante»: tras 40 años de travesía por el Atlántico, los
arquitectos socorristas llegan a su destino. Pero casi no se dan cuenta: debido a la
curiosa forma de locomoción de la piscina por reacción al desplaza miento de los
nadadores en el agua, de sus trajes de marca (las inesperadas circuncisiones
contribuyeron a acentuar esta impresión en los provincianos rusos).
Escandalizados, zarparon de nuevo llevando la piscina corriente arriba: Un salmón
oxidado, ¿a punto -finalmente- de desovar?

Tres meses más tarde


Los arquitectos de Nueva York estaban inquietos por el repentino influjo de los
constructivistas (algunos bastante famosos, y otros a los que se creía hace tiempo
deportados a Siberia -si no ejecutados- después de que Frank Lloyd Wright visitase
la URSS en 1937 y traicionase a sus colegas modernos en nombre de la
arquitectura).

Los neoyorquinos no dudaron en criticar el diseño de la piscina; por entonces todos


estaban en contra del movimiento moderno; haciendo caso omiso de la decadencia
de su profesión, de su propia irrelevancia cada vez más patética, de su producción
desesperada de fláccidas mansiones campestres, del mustio suspense de sus
manidas complejidades, del gusto seco de su poesía inventada y de los
padecimientos de su sofisticación irrelevante, se quejaban de que la piscina era
anodina, rectilínea, poco audaz y aburrida; que no había alusiones históricas; que
no había decoración; que no había… nada de ruptura, de tensión, de ingenio, sino
tan solo líneas rectas, ángulos de 90 grados y el color apagado de la herrumbre.
(En su implacable sencillez, la piscina era para ellos una amenaza: como un
termómetro que pudiese insertarse en sus proyectos para tomar la temperatura de
su decadencia).

Sin embargo, para acabar con el constructivismo, los neoyorquinos decidieron


conceder a sus supuestos colegas una medalla colectiva en una discreta ceremonia
a orillas del rio. Contra el fondo de la silueta de la ciudad, el apuesto portavoz de
los arquitectos de Nueva York pronuncio un amable discurso. La medalla llevaba
una antigua inscripción de la década de 1930, según recordó a los nadadores. Ya
no resultaba relevante -dijo-, pero ninguno de los arquitectos actuales de
Manhattan había sabido encontrar un nuevo lema…

Los rusos lo leyeron. Decía así: “No hay un camino fácil para ir de la tierra a las
estrellas”. Mirando el cielo estrellado que se reflejaba en el estrecho rectángulo
de la piscina, un arquitecto o socorrista -todavía chorreando tras su ultimo largo-
contesto por todos ellos: «Tan solo hemos venido de Moscú a Nueva York».

Y luego todos se tiraron al agua para retomar su conocida formación.


Cinco minutos más tarde
Frente al hotel Welfare Palace, la balsa de los constructivistas colisiona con la
balsa de la Medusa: el optimismo contra el pesimismo. El acero de la piscina se
hunde en el plástico de la escultura como un cuchillo en la mantequilla.

Rem Koolhaas

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