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Raym o n d Willia m s

Marxismo y literatura
Traductor
Guillermo David

LAS CUARENTA
Marxismo y literatura, uno de los libros auténticamente
señeros de Raymond Williams, ha sobrevivido a su momento
histórico y continúa ejerciendo una poderosa fascinación.

Típicamente idiosincrático en su forma -u n a serie de


luminosas viñetas sobre algunos tópicos vitales de la crítica
m aterialista- es tan parejamente desafiante como original en su
contenido. Williams fue un crítico próximo al marxismo y a la
vez sólidamente independiente que hizo su propia y singular
travesía intelectual. Es esta combinación de simpatía política
con una perspectiva fuertemente distanciada lo que le permitió
este profundo y sentido estudio mediante el cual al mismo
tiempo que comenta su tema, de hecho, lo reinventa.

Terry Eagleton

ISBN 978-987-1501-19-9
Williams, Raymond
Marxismo y literatura. - la ed. - Buenos Aires :
Las Cuarenta, 2009.
300 p. ; 21x14 cm. - (Mitma; 10)

Traducido por: Guillermo David


ISBN 978-987-1501-19-9

1. Ensayo Literario. I. Guillermo David, trad. IL Título.

CDD 824

Marxismo y literatura
Raymond Williams
© Las cuarenta, 2009

Primera edición
ISBN 978-987-1501-19-9

Título original
Marxism and literature
Oxford University Press, 1977
ISBN 9780198760566

Esta publicación no puede ser reproducida en todo ni en parte, ni


registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de in­
formación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o
cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del editor.

Hecho el depósito que previene la Ley 11.723


Derechos reservados
I. Conceptos básicos
1. Cultura

En el centro mismo de la mayor parte de la práctica y el


pensamiento moderno se encuentra un concepto, “cultura”,
habitualmente utilizado como descriptivo, que en sí mismo, a
través de variaciones y complicaciones, encarna no sólo los pro­
blemas sino las contradicciones a través de las cuales se ha ido
desarrollando. El concepto a la vez funde y confunde experien­
cias y tendencias de su formación radicalmente distintas. No
es posible llevar a cabo ningún análisis cultural serio sin tomar
conciencia del concepto mismo: una conciencia que debe ser,
como veremos, histórica. Esta vacilación ante lo que parece la
riqueza de un desarrollo teórico y la plenitud de una práctica
acabada adolece de la incomodidad e incluso de la inepcia de
cualquier duda radical. Es literalmente un momento de crisis:
una conmoción de la experiencia, un quiebre en el sentido
de la historia que nos fuerza a regresar de lo que nos parecía
demasiado positivo y asequible -las intervenciones rápidas en
un debate crucial, las entradas posibles a la práctica inmediata.
Pero no se puede impedir el avance. Cuando los conceptos más
básicos -aquellos, como se dice, de los cuales partimos- son
súbitamente vistos no como conceptos sino como problemas;
no como problemas analíticos sino como movimientos históri­
cos aún irresolutos, pierde sentido escuchar sus sonoras invita-
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ciones o sus resonantes estruendos. Sólo debemos recobrar, si


podemos, la sustancia con la cual sus formas fueron moldeádas.
Sociedad, economía, cultura: cada una de estas “áreas”,
tomadas ahora como concepto, es una formulación histórica
relativamente reciente. “Sociedad” era ima activa hermandad,
camaradería, un hacer común, antes de convertirse en la des­
cripción de un orden o sistema general. “Economía” era el
manejo del hogar y, luego, el manejo de una comunidad, antes
de convertirse en la descripción de un determinado sistema de
producción, distribución e intercambio. “Cultura” antes de
estos recorridos era el cultivo y cuidado de cosechas y animales
y, por extensión, de las facultades humanas. En su desarrollo
moderno aquellos tres conceptos no se han movido en escala,
pero cada uno en algún punto crítico fue afectado por el movi­
miento de los otros. Al menos así es como ahora podemos ver
su historia. Pero en el apuro de los cambios reales, lo que estaba
siendo emplazado en las nuevas ideas, y para algunos incorpo­
rado totalmente a ellas, era una compleja y larga experiencia
sin precedente alguno. “Sociedad”, con su énfasis puesto en
las relaciones inmediatas, era una alternativa consciente a las
rigideces formales heredadas y luego impuestas del orden: un
“Estado”.
“Economía”, con el énfasis puesto en el gerenciamiento, era
un intento consciente para comprender y controlar un conjun­
to de actividades que habían sido tomadas no sólo como nece­
sarias, sino como dadas. Cada concepto, pues, interactuó con
una historia y una experiencia cambiante. “Sociedad”, escogida
por su substancia e inmediatez -la “sociedad civil” que podría
haber sido distinguida de las rigideces formales del “Estado”-
se convirtió a su vez en abstracta y sistemática. Fueron nece­
sarias nuevas descripciones para la sustancia inmediata que
la “Sociedad” eventualmente excluía. Por ejemplo, lo “indivi­
dual”, que había significado alguna vez lo indivisible, miembro
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de un grupo, fue desarrollado para convertirse no sólo en un


término separado, sino también opuesto - “lo individual” por
un lado, “la sociedad” por el otro. En sí misma y en los térmi­
nos calificativos derivados, “sociedad” es la formulación de la
experiencia que en la actualidad resumimos en el concepto
“sociedad burguesa”: su creación activa, contra las rigideces del
“Estado” feudal, sus problemas y sus límites; sin este tipo de
creación no existiría, aún siendo paradójicamente distinguida
de sus propios impulsos iniciales, e incluso opuesta a los mis­
mos. Similarmente, la racionalidad del término “Economía”,
como modo de comprensión y control de un sistema de pro­
ducción, distribución e intercambio, en relación directa con la
actual conformación de un nuevo tipo de sistema económico,
persistió, pero fue limitada por la cantidad de problemas que
tuvo que afrontar. El mismo producto de una institución y
control racionales fue proyectado como “natural”, como una
“economía natural”, con leyes como las leyes del (“inmutable”)
mundo físico.
La mayoría de las doctrinas sociales modernas comienzan
a partir de estos conceptos, con las marcas inherentes a su for­
mación y sus problemas no resueltos, que son tomados como
dados. Existen entonces pensamientos “políticos”, “sociales”
o “sociológicos” y “económicos”, que se creen como descrip­
tores de distintas “áreas”, distintas entidades determinadas.
Usualmente se suele añadir de mala gana que hay, por supues­
to, otras “áreas”: especialmente la “psicológica” y la “cultural”.
Pero mientras es mejor admitirlas que negarlas, normalmente
no se ve que sus formas proceden, en la práctica, de los no
resueltos problemas iniciales de los conceptos anteriores. ¿Es
la “Psicología” “individual” (“psicológica”) o “social”? Ese pro­
blema puede ser abandonado para ser discutido en la disciplina
apropiada, hasta que sea advertido que es el problema de que es
lo “social” lo que ha quedado sin resolver en el desarrollo do-
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minante de la “sociedad”. ¿Somos capaces de entender “cultura”


como “las artes”, como “un sistema de significados y valores”,
o como una “forma de vida”?; y ¿cómo estas definiciones se
relacionan con la “sociedad” y la “economía”? Estas preguntas
deben ser formuladas, pero somos incapaces de contestarlas a
menos que logremos reconocer los problemas inherentes a los
conceptos de “sociedad” y “economía”, los cuales han pasado
a conceptos como “cultura” por la abstracción y limitación de
aquellos términos.
El concepto de “cultura”, cuando es visto en el contexto
de su desarrollo histórico, ejerce una fuerte presión sobre
los limitados términos de todos los demás conceptos. Esa es
siempre su principal ventaja, mas también es la fuente de sus
dificultades, tanto de definición como de comprensión. Hasta
el siglo dieciocho era todavía el objeto de un proceso: la cultura
de algo -cosechas, animales, mentes. Los cambios decisivos en
“sociedad” y en “economía” habían comenzado antes, en las úl­
timas décadas del siglo dieciséis y en el siglo diecisiete; mucho
de su esencial desarrollo fue completado antes de que “cultura”
llegara para incluir sus nuevos y evasivos significados. Esto no
puede ser comprendido a menos que nos demos cuenta de qué
le había pasado a los términos “sociedad” y “economía”; pero de
todos modos nada puede ser totalmente entendido hasta que
examinemos un concepto moderno decisivo que para el siglo
dieciocho necesitaba una nueva palabra: civilización.
La noción de “civilizar”, como la inclusión de los hombres en
una organización social era, por supuesto, conocida; descansa­
ba en civis y en civitas, y su objeto estaba expresado en el adjetivo
“civil” como ordenado, educado o gentil. Posiblemente se ex­
tendía, como hemos visto, al concepto de “sociedad civil”. Pero
“civilizaciónjsignificaba más que esto. Expresaba dos sentidos
que estaban históricamente vinculados:'un estado adquirido,
que podía ser contrastado con la “barbarie”, pero también un
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Ü
estado alcanzado de desarrollo, lo que implicaba un proceso y un
progreso históricos. Esta era la nueva racionalidad histórica del
¡[luminismo, combinada de hecho con la celebración auto-refe-
rencial de las condiciones de'refinamiento y carden alcanzadas.
Era esta combinación la que sería problemática. La perspectiva
del desarrollo paulatino de la Historia Universal característica
del siglo dieciocho era, por supuesto, un avance significativo.
Era el paso crucial en la superación de una concepción de la his­
toria relativamente estática (“atemporal”) que había dependido
de supuestos religiosos o metafíisicos. Los hombres habían he­
cho su propia historia, pero en el sentido especial de que ellos
(o algunos de ellos) alcanzaron la “civilización”. Este proceso
fue secular y paulatino v. en ese sentido, histórico. Pero al mis­
mo tiempo era una historia que culminaba en la adquisición de
un cierto estadio: en la práctica, la civilización metropolitana
de Inglaterra y Francia. La insistente racionalidad que exploró
e informó todas las etapas y dificultades de este proceso llegó
a una detención efectiva en el punto en el que podría decirse
finalmente alcanzada la civilización. Ciertamente, todo lo que
podía ser proyectado racionalmente era la extensión y el triun­
fo de esos valores obtenidos.
Esta posición, nuevamente bajo el pesado ataque de los
viejos sistemas religiosos y metafíisicos y sus nociones de orden
asociadas, se transformaron en vulnerables bajo una nueva
forma. Lasaos respuestas decisivas de tipo moderno fueron,
primero, la idea de cultura, que ofrecía un sentido_dife^nte
del crecimiento y del desarrollo humano y, segundo, la idea
del .socialismo, que ofrecía una crítica, social e histórica y una
altemativaa civilización” y “sociedadcivil” como condiciones
alcanzadas y resueltas. La extensiones, transferencias y super­
posiciones entre todos estos nuevos conceptos modernos en
formación, y entre ellos y los conceptos residuales mucho más
viejos, han sido excepcionalmente complejas.
24 RAYMOND WILLIAMS

“Civilización” y “cultura” (especialmente en su común y


temprana forma de “cultivo”) eran, en efecto, términos inter­
cambiables a fines del siglo dieciocho. Cada uno cargaba el
doble sentido problemático de un estadio alcanzado y de un
estadio alcanzado de desarrollo. Sus eventuales divergencias
obedecían a varios motivos. Primero, se cuestionaba a la “ci­
vilización” como superficial; a lo “artificial” en contraste con
un estadio “natural”; al cultivo de cualidades “exteriores” -lujo
y cortesía- como contrario a las más “humanas” necesidades
e impulsos. Este cuestionamiento, que parte de Rousseau y
atraviesa todo el movimiento Romántico, echó las bases de
una importante alternativa al sentido de “cultura”-com o un
proceso “interno” o “espiritual” distinto de un desarrollo “ex­
terno”. El efecto primordial de esta alternativa era el de asociar
la cultura con la religión, el arte, la vida personal y familiar,
como algo distinto o, en realidad, opuesto a la “civilización” o
a la “sociedad” en sus nuevos y abstractos sentidos. Fue desde
ese sentido, aunque no siempre con todas sus implicaciones,
que “cultura” como un proceso general de desarrollo interno,
se fue extendiendo hasta incluir un sentido descriptivo de
los significados y trabajos de tal desarrollo: es decir, “cultura”
como una clasificación general de “las artes”, la religiónT la
institución v práctica de significados y valores. Su relación con
“sociedad” fue, pues, problemática, ya que eran evidentemente
instituciones y prácticas de lo “social”, pero eran vistas como
algo distinto de lo que distingue a las instituciones y prácticas
agregadas “externas”, ahora llamadas comúnmente “sociedad”.
La dificultad fue ordinariamente negociada relacionando
“cultura”, aún cuando era evidentemente social en la práctica,
a la “vida interior” bajo sus formas más seculares y accesibles:
“subjetividad”, “imaginación”, y en estos términos, “lo indivi­
dual”. El acento religioso se debilitó, y fue reemplazado por
lo que era, en efecto, una metafísica de la subjetividad y el
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proceso imaginario. “Cultura”, o más específicamente “arte” y


“literatura” (nuevamente generalizadas y abstraídas) eran vistas
como el más profundo registro, el más profundo impulso, y
el más profundo recurso del “espíritu humano”. “Ç^kuni” era
por entonces la secularización y la liberalización de las formas
metafísicas precedentes. Sus medios y procesos eran distintiva­
mente humanos, y fueron generalizados como subjetivos, pero
ciertamente como formas cuasi-metafísicas; “la imaginación”,
“la creatividad”, “la inspiración”, “la estética”, y el nuevo y po­
sitivo sentido de “mito” fueron, en efecto, compuestos en un
nuevo panteón.
Este rompimiento original había sido con la “civilización”
en su supuesto sentido “externo”. Pero como la secularización y
la liberalización continuaron, hubo una presión relativa sobre
el término “civilización” en sí mismo. Este alcanzó un punto
crítico durante el rápido desarrollo de la sociedad industrial
y sus prolongados conflictos sociales y políticos. Desde cierto
punto de vista este proceso era parte de un continuo desarrollo
de la civilización: un nuevo y más alto orden social. Pero desde
otro punto de vista la civilización era el estadio alcanzado que
los nuevos desarrollos trataban de destruir. “Civilización”, en­
tonces, se transformó en un término ambiguo, denotando por
un lado un luminoso y progresivo desarrollo y, por el otro, un
estado adquirido pero amenazado, volviéndose cada vez más
un término retrospectivo y a menudo asociado en la práctica
con las glorias obtenidas en el pasado. En este sentido “civi­
lización” y “cultura” se superponían nuevamente, pero como
estados consolidados más que como procesos continuos. Así,
una nueva batería de fuerzas fue dirigida tanto en contra de
cultura como de civilización: materialismo, mercantilismo,
democracia, socialismo.
Mientras tanto, “cultura” iba, por lo bajo, tras un nuevo
desarrollo que resulta especialmente difícil de trazar, pero que
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tiene una importancia central, ya que condujo a la “cultura”


como un concepto social -d e hecho, específicamente antropo­
lógico y sociológico. La tensión e interacción entre este sentido
en desarrollo y el otro sentido de proceso “interior” y “las artes”,
continuaron siendo tan evidentes como importantes.
Había siempre, en la práctica, alguna conexión entre ambos
desarrollos, aunque se hacía un énfasis muy diferente en uno
y otro. El origen de aquel segundo sentido está enraizado en
la ambigüedad de “civilización”, como un estado alcanzado y
como un estadio alcanzado de desarrollo. ¿Cuáles fueron las
propiedades de este estado alcanzado y los medios correspon­
dientes de su desarrollo? En la perspectiva de las Historias
Universales la^fazónjfue la propiedad y el medio central carac­
terístico -una esclarecida comprensión de nosotros mismos
y el mundo, que nos permite crear formas más altas de orden
social y natural, venciendo a la ignorancia y la superstición y a
las formas sociales y políticas a que habían conducido y susten­
taban. La^ í s t o ^ a, en este sentido, era el establecimiento pro­
gresivo de sistemas más racionales, y por ende, más civilizados.
La mayor parte de la confianza que suscitaba este movimiento
provenía tanto del esclarecimiento encarnado en las nuevas
ciencias físicas como del sentido de un orden social ya alcan­
zado. Es muy difícil distinguir este nuevo secular sentido de
“civilización” de un sentido comparablejde “cultura”, como una
interpretación del desarrollo humanoJCada uno era una idea
moderna en el sentido de que colmaban la capacidad humana
no sólo de entender sino de construir un orden social humano./
Esta era la diferencia decisiva de ambas ideas ante la temprana
derivación de conceptos y órdenes sociales de presuntos esta­
dios religiosos o metafísicos. Pero al momento de identificar
las verdaderas fuerzas motrices en este proceso secular del
“hombre haciendo su propia historia” hubo puntos de vista
radicalmente diferentes.
C o n c e p t o s b á sic o s TI

Así, uno de los muy tempranos acentos puestos en el “hom­


bre haciendo su propia historia” fue el de Vico, en La Ciencia
Nueva (1725).
Afirmaba:

“Una verdad más allá de toda cuestión: que el mundo


de la sociedad civil ha sido hecho por el hombre con
certeza, y que sus principios han de ser hallados dentro
de las modificaciones de nuestra propia mente humana.
Quienquiera que reflexione acerca de esto no puede
sino maravillarse de que los filósofos hayan gastado sus
energías en el estudio del mundo de la naturaleza, el cual,
en tanto que fue creado por Dios, sólo El conoce; y que
hayan rechazado el estudio del mundo de las naciones o
mundo civil, el cual, desde que fue creado por los hom­
bres, ellos han tenido el anhelo de conocer.”1

Aquí, contra el carácter del tiempo, las “ciencias naturales”


son recusadas, pero a las “ciencias humanas” se les otorga un
nuevo y reluctante énfasis. Podemos conocer aquello que he­
mos hecho, ciertamente, por el hecho de haberlo hecho. Las
interpretaciones específicas que ofreció Vico por entonces
son ahora de poco interés, pero su descripción de un modo
de desarrollo que era al mismo tiempo, e interactivamente, la
configuración de las sociedades y de las mentes humanas es
probablemente el origen efectivo del sentido social generaliza­
do de “cultura”. El concepto fue desarrollado por Herder, en
su libro Ideas sobre la Filosofia de la Historia de la Humanidad
(1784-1791). Él aceptaba el énfasis puesto en el autodesarrollo
histórico de la humanidad, pero argumentaba que era demasia­
do complejo para ser reducido a la evolución de un principio
singular y en especial a algo tan abstracto como la “razón”; y

1 Pág. 331.
28 RAYMOND WILLIAMS

además, que era demasiado variable para ser reducido a un de­


sarrollo progresivo unilineal, que culminaría en la “civilización
europea”. Era necesario, argüía, hablar de “culturas” más que
de “cultura”, tanto como aceptar su variabilidad así como en
el seno de cualquier cultura reconocer la complejidad y varia­
bilidad de las fuerzas que la conforman. Las interpretaciones
específicas que ofreció, en términos de pueblos y naciones or­
gánicos, opuestos al “universalismo exterior” del Iluminismo,
son elementos del movimiento Romántico y de escaso interés
en la actualidad. Pero la idea de un proceso social fundamental
que configura “modos de vida” específicos y distintos, es el
origen efectivo del sentido social comparativo de “cultura” y sus
ahora necesarias “culturas” plurales.
La^complejidad del concepto de “cultura” fs por lo tanto re-
a ) marcabjeTSe transformó en ePñombre de uíTproceso “interior!’,
especializado en sus presuntos medios de acción en la “vida
intelectual” y en las “artes”. Asimismo, se convirtió también en
b} el nombre de un proceso general especializado en las presun­
tas configuraciones de la “totalidad de las formas de vida”. En
primera instancia jugó un rol fundamental en las definiciones
de “las artes” y “las humanidades”. También jugó un rol igual­
mente crucial en las definiciones de las “ciencias humanas” y las
“ciencias sociales”. Cada tendencia está lista a negar cualquier
uso apropiado del concepto a la otra, a pesar de los muchos
intentos de reconciliaciónÆ n cualquier teoría moderna de la
cultura, pero tal vez especialmente en la teoría marxista, esta
complejidad es el origen de grandes dificultadesZ/El problema
de saber, desde el mismo comienzo, si sería una'teoría de “las
artes y la vida intelectual” en sus relaciones con la “sociedad”, o
una teoría del proceso social que crea “modos de vida” específi­
cos y diferentes, es sólo el más obvio de los problemas.
El primer problema sustancia^ está en las actitudes hacia la
“civilización”. Aquí, la intervención decisiva del marxismo ra-
CONCEPTOS BÁSICOS 2?

dica en el análisis de la “sociedad civil” y en lo que en sus térmi­


nos se conocía como “civilización” como una forma histórica
específicaf la sociedad burguesa creada por el modo capitalista
de producción. Esto proveía una perspectiva crítica indispen­
sable, pero era aún mayormente contenida en los presupuestos
que habían producido el concepto: aquel del desarrollo secular
progresivo, obviamente; pero también aquel de un amplio
desarrollo unilineal. La sociedad burguesa y la producción
capitalista fueron duramente atacadas y a la vez vistas como
históricamente progresivas (la última en términos admisibles,
■ como en: “...la burguesía... ha convertido a países bárbaros y
semi-bárbaros en naciones dependientes de los civilizados”2).
^ /E 1 socialismo los sustituiría como el próximo y más alto estadio
de desarrollo/
Es importante comparar esta perspectiva heredada con
otros elementos en el marxismo y en los movimientos radicales
y socialistas que le precedieron. A menudo, en especial en los
movimientos más tempranos, influenciados por una tradición
alternativa, incluyendo la crítica radical a la “civilización”, no
fixe el carácter progresista sino el carácter fundamentalmente
contradictorio aeeste desarrollo lo que resultó decisivo/La
“Cmuzaomx” ha producido no sólo riqueza, orden y refina­
miento, sino que como parte del mismo proceso produjo
pobreza, desorden, y degradación. Jtue atacada debido a su
“artificialidad” -sus notorios contrastes con un orden “natu­
ral” o “humano”. Los valores esgrimidos en su contra no fueron
aquellos del próximo y más alto estadio de desarrollo, sino los
de una hermandad humana esencial, a menudo expresada tanto
como algo que debe ser recuperado como ^nguistado. Estas
dos tendencias en el marxismo y en el más amplio movimiento
socialista a menudo han surgido juntas, pero en la teoría y en
especial en el análisis de la práctica histórica subsiguiente re­
quieren ser radicalmente discriminadas.
2Manifiesto comunista, pag. 53.
30 Ra y m o n d W illia m s

tei vención, decisivi del marxismo fue el re­


chazo de lo que Marx llamó “historiografía idealista” y en ese
sentido, de los procedimientos teóricos del Iluminismo. La
Historia no era vista (o no lo era siempre ni primordialmente)
como la superación de la ignorancia y la superstición por el
conocimiento y la razón. Lo que esa declaración y aquella pers­
pectiva excluían era la historia material, la historia del trabajo,
la industria como el “libro abierto de las facultadesiiiíimánas’’.
La noción original del “hombre haciendo su propia historia”
recibió un nuevo y radical contenido de este acento puesto en
“el hombre haciéndose a sí mismo” a través de la producción
de los propios medios de su vida. Por todas las dificultades de­
talladas en la demostración, este era el más importante avance
intelectual en todo el pensamiento social modernoLÓfrecía la
posibilidad de superar la dicotomía entre “sociedad1” y “natura­
leza”, y de descubrir nuevas relaciones constitutivas entre “so­
ciedad” y “economíá’Jfc,n tanto que especificación del elemento
básico del proceso social de la cultura, era una recuperación de
la totalidad de la historia. Inauguraba la inclusión decisiva de
la historia material, que había sido excluida de “la así llamada
historia de la civilización, que es la historia de las religiones y
los Estados”. La propia historia del capitalismo elaborada por
Marx es sólo el ejemplo más eminente.
Pero hay dificultades en este logro. Su hincapié en el
progreso social de tipo constituyente fue informado por la
persistencia de un tipo temprano de racionalismo vinculado
a la asunción de un desarrollo progresivo unilineal, como
una versión del descubrimiento de las “leyes científicas” de la
sociedad. Esto debilitó la perspectiva constitutiva y fortaleció
una perspectiva más instrumental. Nuevamente, el acento en la
historia material, especialmente en la polémica necesaria para
su establecimiento, fue comprometido de un modo especial.
En lugar de hacer historia cultural material, que era el próxi
CONCEPTOS BÁSICOS 31

mo movimiento radical, se la hizo dependiente, secundaria,


“superestructural”: un reino de “meras” ideas, creencias, artes,
costumbres, determinadas por la historia material de la base.
Lo que sucede aquí es no sólo el elemento de la reducción, en
una forma alterada, de la separación de “cultura” de la vida
social material, lo cual ha sido la tendencia dominante en el
pensamiento cultural idealista. Aunque las plenas posibilida­
des del concepto de cultura como un proceso constituyente de
lo social, creador de diferentes y específicas “formas de vida”
que podrían haber sido profundizadas notablemente por el
énfasis puesto en el proceso social material, fueron perdidas
por largo tiempo, y a menudo fueron sustituidas en la practica
por un universalismo unilineal abstracto. Al mismo tiempo, el
significa3o^eTcöncepto alternativo de cultura que definía la
“vida intelectual” y “las artes” fue comprometido por la apa­
rente reducción a su status “superestructural”, y fue relegado
al desarrollo de aquellos que, en el propio proceso de su idea­
lización, rompían sus conexiones necesarias con la sociedad y
la historia y, en las áreas de la psicología, el arte y la creencia,
desarrollaban un poderoso sentido alternativo del proceso
constitutivo de lo humano en sí mismo. Por ello no sorprende
que en el siglo veinte este sentido alternativo haya llegado a
cubrir e incluso a sofocar el marxismo, con cierta justificación
asentada en sus errores más obvios, pero sin haber encarado el
verdadero desafío implícito, y tan próximo a una clarificación,
en la intervención marxista original.
En el complejo desarrollo del concepto de “cultura”, que
tuvo un curso ahora incorporado a tantos sistemas y prácticas,
hay una cuestión decisiva que ha retornado una y otra vez en
el período formativo del siglo dieciocho y en los comienzos
del diecinueve, pero que ha sido completamente olvidada, o
al menos no desarrollada, en el primer estadio del marxismo.
Es la cuestión del lenguaj e humanoj que era una comprensible
32 Ra y m o n d W illia m s

preocupación de los historiadores de la “civilización”, y una tan


central como decisiva cuestión para los teóricos del proceso
constitutivo de la “cultura”, de Vico a Herder y más allá tam­
bién. Ciertamente, para comprender todas las implicancias de
la idea de un “proceso constitutivo de lo humano” es preciso
volvernos hacia los cambiantes conceptos del lenguaje.

2. Lenguaje

Una definición del lenguaje es siempre, implícita o explíci­


tamente, una definición de los seres humanos en el mundo. Las
principales categorías aceptadas - “mundo”, “realidad”, “natu­
raleza”, “humano”- deben ser contrapuestas o vinculadas con
la categoría “lenguaje”. Pero ahora es un lugar común observar
que todas las categorías, incluyendo la categoría “lenguaje”, son
en sí mismas construcciones del lenguaje, y por ende sólo con
un esfuerzo y en el seno de un sîstema^articular de pensamien­
to pueden ser separadas del lenguaje para una investigación de
sus relaciones. Tales esfuerzos y sistemas, no obstante, consti­
tuyen una parte fundamental en la historia del pensamiento.
Muchos de los problemas que han surgido de esta historia son
relevantes para el marxismo, y en ciertas áreas el marxismo ha
contribuido a ellas, por extensión de la revaloración básica, en
el materialismo histórico, de sus categorías fundamentales re­
cibidas. Sin embargo resulta significativo que, en comparación,
el marxismo haya contribuido muy poco a la reflexión sobre el
lenguaje./Él resultado ha sido o bien que aquellas limitadas y
poco desarrolladas versiones del lenguaje considerado como un
“reflejo” de la “realidad” han sido admitidas como verdaderas,
o bien que las proposiciones acerca del lenguaje desarrolladas
dentro o bajo las formas de otros sistemas de pensamiento,
incluso antagónicos, han sido sintetizadas con proposiciones
148 Raymond Williams

6. Hegemonía

La definición tradicional de “hegemonía” es la de dirección


política o dominación, especialmente en las relaciones entre
Estados. El marxismo extendió la definición de gobierno o
dominación a las relaciones entre las clases sociales y especial­
mente a las definiciones de una clase dirigente. La “hegemonía”
adquirió posteriormente un sentido más significativo en la
obra de Antonio Gramsci, desarrollada con grandes dificulta­
des en una cárcel fascista entre los años 1927 y 1935. Todavía
persiste una gran incertidumbre en cuanto a la utilización que
hizo Gramsci del concepto, pero su obra constituye uno de los
principales puntos críticos de la teoría cultural marxista.
Gramsci planteó una distinción entre “dominio” y “hege­
monía”. El “dominio” se expresa en formas directamente polí­
ticas y en tiempos de crisis por medio de la coerción directa o
efectiva. Sin embargo, la situación más habitual es un complejo
entrelazamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales; y
la “hegemonía”, según las diferentes interpretaciones, es esto
o las fuerzas sociales y culturales activas que constituyen sus
elementos necesarios. Cualesquiera que sean las implicaciones
del concepto para la teoría política marxista (que todavía debe
reconocer muchos tipos de control político directo, de control
de clase y de control económico, así como esta formación más
general), los efectos que produce sobre la teoría cultural son
inmediatos, ya que “hegemonía” es un concepto que, a la vez,
incluye y va más allá de los dos poderosos conceptos anterio­
res: el de “cultura” considerado como un “proceso social total”
en el que los hombres definen y configuran sus vidas, y el de
“ideología”, en cualquiera de sus sentidos marxistas, en el que
un sistema de significados y valores constituye la expresión o
proyección de un particular interés de clase.
Teoría cultural 149

El concepto de “hegemonía” tiene un alcance mayor que el


concepto de “cultura”, tal como fue definido anteriormente,
por su insistencia en relacionar el “proceso social total” con
las distribuciones específicas del poder y la influencia. Afirmar
que “los hombres” definen y configuran por completo sus vi­
das sólo es cierto en un plano abstracto. En toda sociedad real
existen ciertas desigualdades específicas en los medios y por lo
tanto en la capacidad para realizar este proceso. En una socie­
dad de clases existen inequidades primarias entre las clases. En
consecuencia, Gramsci introdujo el necesario reconocimiento
del dominio y la subordinación en lo que, no obstante, hábría
de ser reconocido como un proceso total.
Es precisamente en este reconocimiento de la totalidad del
proceso donde el concepto de “hegemonía” va más allá del con­
cepto de “ideología”. Lo que resulta decisivo no es solamente
el sistema consciente de ideas y creencias, sino todo el proceso
social vivido, organizado prácticamente por significados y
valores específicos y dominantes. La ideología, en sus acepcio­
nes corrientes, constituye un sistema de significados, valores
y creencias relativamente formal y articulado, de un tipo que
puede ser abstraído como una “concepción universal” o ima
“perspectiva de clase”. Esto explica su popularidad como con­
cepto en los análisis retrospectivos (en los esquemas de base-
superestructura o en la homología) desde el momento en que
un sistema de ideas puede ser abstraído del proceso social que
alguna vez fuera viviente y representado -habitualmente por
la selección efectuada por los “ideólogos” típicos o “principa­
les”, o por los “rasgos ideológicos”- como la forma decisiva en
que la conciencia era a la vez expresada y controlada (o, como
ocurre en el caso de Althusser, era efectivamente inconsciente
y operaba como una estructura impuesta). La conciencia rela­
tivamente mezclada, confusa, incompleta o inarticulada de los
hombres reales de tal período y de tal sociedad es, por lo tanto,
150 RAYMOND WILLIAMS

sobrepasada en nombre de este sistema decisivo y generalizado;


y en la homología estructural, por cierto, es excluido a nivel
de procedimiento por ser considerado periférico o efímero.
Son las formas plenamente articuladas y sistemáticas las que se
reconocerían como ideología; existe una tendencia correspon­
diente en el análisis del arte que propende a buscar solamente
expresiones semejantes, plenamente sistemáticas y articuladas,
de esta ideología en el contenido (base-superestructura) o en la
forma (homología) de las obras reales. En los procedimientos
menos selectivos, menos dependientes del inherente clasicismo
de la definición de forma considerada como plenamente arti­
culada y sistemática, la tendencia es a considerar los trabajos
como variantes de - o como variablemente afectados p o r- la
decisiva ideología abstraída.
En una perspectiva más general, esta acepción de “una ideo­
logía” es aplicada de modos abstractos a la conciencia real tanto
de las clases dominantes como de las clases subordinadas. Una
clase dominante “tiene” esta ideología bajo formas simples y
relativamente puras. Una clase subordinada, en cierto sentido,
no tiene sino esta ideología como su conciencia (desde el mo­
mento en que la producción de todas las ideas, por definición
axiomática, está en manos de los que controlan los medios de
producción primarios); o, en otro sentido, esta ideología se ha
impuesto sobre su conciencia -que de otro modo sería diferen­
te-, que debe luchar para sostenerse o para desarrollarse contra
la “ideología de la clase dominante”.
El concepto de hegemonía, en la práctica, a menudo recuer­
da estas definiciones; pero es diferente en su rechazo a igualar
la conciencia con el sistema formal articulado que puede ser,
y habitualmente es, abstraído como “ideología”. Desde Luego,
esto no excluye los significados, valores y creencias articulados
y formales, valores y creencias que una clase dominante desa­
rrolla y propaga. Pero esto no se equipara a la conciencia, ni
teoría cultural 151

se reduce la conciencia a ellas. Por el contrario, comprende las


relaciones de dominación y subordinación, bajo sus formas de
conciencia práctica, como una saturación efectiva del proceso
de la vida en su totalidad; no solamente de la actividad política
y económica, ni solamente de la actividad social manifiesta,
sino de toda la sustancia de las identidades y las relaciones
vividas, a una profundidad tal que las presiones y límites de
lo que puede ser considerado en última instancia un sistema
cultural, político y económico, nos dan la impresión a la ma­
yoría de nosotros de ser las presiones y límites de la simple ex­
periencia y del sentido común. En consecuencia, la hegemonía
no es solamente el nivel superior articulado de la “ideología”,
ni sus formas de control consideradas habitualmente como
“manipulación” o “adoctrinamiento”. Es todo un cuerpo de
prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida:
nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones defini­
das que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es
un sistema vivido de significados y valores -constituyentes y
constituidos- que en la medida en que son experimentados
como prácticas parecen confirmarse recíprocamente. Por lo
tanto, constituye un sentido de la realidad para la mayoría de
las personas de una sociedad; un sentido de lo absoluto debido
a la realidad experimentada más allá de la cual se torna suma­
mente difícil para la mayoría de los miembros de la sociedad
moverse en la mayor parte de las áreas de sus vidas. Es decir
que, en el sentido más firme, es una “cultura”, pero una cultura
que debe ser considerada asimismo como la vivida dominación
y subordinación de las clases particulares.
En este concepto de hegemonía hay dos ventajas inmediatas.
En primer término, sus formas de dominación y subordinación
se corresponden más estrechamente con los procesos normales
de la organización y el control social en las sociedades desarro­
lladas, que en el caso de las proyecciones más corrientes que
152 Raymond Williams

surgen de la idea de una clase dominante, habitualmente basa­


das en fases históricas mucho más simples y primitivas. Puede
dar cuenta, por ejemplo, de las realidades de la democracia elec­
toral y de las significativas áreas modernas del “ocio” y la “vida
privada” más específica y activamente que las ideas más antiguas
sobre la dominación, con sus explicaciones triviales acerca de
la simple “manipulación”, la “corrupción” y la “traición”. Si las
presiones y los límites de una forma de dominación dada son
experimentados de esta manera e internalizados en la práctica,
toda la cuestión de la dominación de clase y de la oposición
que suscita se ha transformado. El énfasis de Gramsci puesto
sobre la creación de una hegemonía alternativa por medio de
la conexión práctica de diferentes formas de lucha, incluso de
aquellas formas que no resultan fácilmente reconocibles ya que
no son fundamentalmente “políticas” o “económicas”, conduce
por lo tanto, dentro de una sociedad altamente desarrollada, a
un sentido de la actividad revolucionaria mucho más profundo
y activo que en el caso de los esquemas persistentemente abs­
tractos derivados de situaciones históricas muy diferentes. Las
fuentes de cualquier hegemonía alternativa son ciertamente
difíciles de definir. Para Gramsci surgen de la clase obrera, pero
no de esta clase considerada como una construcción ideal o
abstracta. Lo que él más bien observa es un pueblo trabajador
que, precisamente, debe convertirse en una clase, y en una clase
potencialmente hegemónica, contra las presiones y los límites
que impone una poderosa hegemonía ya existente.
En segundo término, y más inmediatamente dentro de este
contexto, existe un modo absolutamente diferente de com­
prender la actividad cultural, como tradición y como práctica.
El trabajo cultural y la actividad no son ahora, desde ningún
punto de vista usual, una superestructura: no sólo debido a la
profundidad y minuciosidad con que se vive cualquier tipo
de hegemonía cultural, sino porque la tradición y la práctica
Teoría cultural 153

cultural son comprendidas como algo más que expresiones


superestructurales -reflejos, mediaciones y tipificaciones- de
una estructura social y económica configurada. Por el contra­
rio, se hallan entre los procesos básicos de la propia formación
y, más aún, asociados a un área de realidad mucho mayor que
las abstracciones de experiencia “social” y “económica”. Las
personas se ven a sí mismas y los unos a los otros en relaciones
directamente personales; comprenden el mundo natural y
a sí mismos en él; utilizan sus recursos físicos y materiales en
relación con lo que un tipo de sociedad explicita como “ocio”,
“entretenimiento” y “arte”: todas estas activas experiencias y
prácticas, que integran una gran parte de la realidad de una
cultura y de su producción cultural, pueden ser comprendidas
tal como son sin ser reducidas a otras categorías de conteni­
do y sin la característica tensión necesaria para encuadrarlas
(directamente como reflejo, indirectamente como mediación,
tipificación o analogía) dentro de otras relaciones políticas y
económicas determinadamente manifiestas. Incluso aún pue­
den ser vistas como elementos de una hegemonía: una forma­
ción social y cultural inclusiva que ciertamente para ser efectiva
ha de extender e incluir, para formar y ser formada, esta área de
la experiencia vivida en su totalidad.
Son muchas las dificultades que surgen, tanto en la teoría
como en la práctica, pero resulta importante reconocer de
cuántos callejones sin salida hemos podido salvarnos. Si
cualquier cultura vivida es necesariamente tan extensa, los
problemas de la dominación y la subordinación, por un lado,
y la extraordinaria complejidad de cualquier tradición cultural
real y práctica por el otro, pueden al menos ser enfocados en
forma directa.
Existe la dificultad, por supuesto, de que la dominación y la
subordinación, como descripciones efectivas de la formación
cultural, sean refutadas por muchos; que el lenguaje alternativo
154 Raymond williams

de la configuración cooperativa, de la contribución común, que


tan notablemente expresaba el concepto tradicional de cultura,
sea considerado preferible. En esta elección fundamental no
existe alternativa, desde cualquier posición socialista, al reco­
nocimiento y al énfasis de la experiencia inmediata, histórica
y masiva, de la dominación y la subordinación de clase en las
diferentes formas que adoptan. Esta situación se convierte rá­
pidamente en una cuestión relacionada con una experiencia y
un argumento específicos. Pero hay un problema más próximo,
relacionado, dentro del propio concepto de “hegemonía”. En
algunos usos, aunque según creo no es el caso de Gramsci, la
tendencia totalizadora del concepto, que es significativa y, por
cierto, crucial, es convertida en una totalización abstracta y de
este modo resulta fácilmente compatible con las sofisticadas
acepciones de “la superestructura” o incluso de la “ideología”.
La hegemonía puede ser vista como más uniforme, más estática
y más abstracta de lo que realmente puede ser en la práctica, si
es verdaderamente comprendida. Como ocurre con cualquier
otro concepto marxista, este es particularmente susceptible
de una definición trascendental diferente de una definición
histórica y de una descripción categórica distinta de ima des­
cripción sustancial. Cualquier aislamiento de sus “principios
organizadores” o de sus “rasgos determinantes”, que realmente
deben ser comprendidos en la experiencia y a través del análisis,
puede conducir rápidamente a una abstracción totalizadora. Y
entonces los problemas de la realidad de la dominación y la
subordinación y de sus relaciones con una configuración coo­
perativa y una contribución común, pueden ser planteados de
un modo sumamente falso.
Una hegemonía dada es siempre un proceso. Y excepto des­
de una perspectiva analítica, no es un sistema o una estructura.
Es un complejo efectivo de experiencias, relaciones y activi­
dades que tiene límites y presiones específicas y cambiantes.
teoría cultural 155

En la práctica la hegemonía jamás puede ser individual. Sus


estructuras internas son sumamente complejas, como puede
observarse fácilmente en cualquier análisis concreto. Por otra
parte (y esto es crucial ya que nos recuerda la necesaria con­
fiabilidad del concepto) no existe de modo pasivo como una
forma de dominación. Debe ser continuamente renovada, re­
creada, defendida y modificada. Asimismo, es continuamente
resistida, limitada, alterada y desafiada por presiones que de
ningún modo le son propias. Por lo tanto debemos agregar al
concepto de hegemonía los conceptos de contrahegemonia y
de hegemonía alternativa, que son elementos reales y persisten­
tes de la práctica.
Un modo de expresar la distinción necesaria entre las acep­
ciones prácticas y abstractas dentro del concepto consiste en
hablar de “lo hegemónico” antes que de la “hegemonía”, y de “lo
dominante” antes que de la simple “dominación”. La realidad
de toda hegemonía, en su difundido sentido político y cultu­
ral, es que, mientras que por definición siempre es dominante,
jamás lo es de un modo total o exclusivo. En todas las épocas
las formas alternativas o directamente opuestas de la política y
la cultura existen en la sociedad como elementos significativos.
Habremos de explorar sus condiciones y sus límites, pero su
presencia activa es decisiva; no sólo porque deben ser incluidos
en todo análisis histórico (a diferencia del análisis trascenden­
tal), sino como formas que han tenido un efecto significativo
en el propio proceso hegemónico. Esto significa que las alter­
nativas acentuaciones políticas y culturales y las numerosas
formas de oposición y lucha son importantes no sólo en sí
mismas, sino como rasgos indicativos de lo que en la práctica
ha tenido que actuar el proceso hegemónico con la finalidad de
ejercer su control. Una hegemonía estática, del tipo indicado
por las abstractas definiciones totalizadoras de una “ideología”
o de una “concepción del mundo” dominantes, puede ignorar
156 RAYMOND WILLIAMS

o aislar tales alternativas y tal oposición; pero en la medida en


que estas son significativas, la función hegemónica decisiva es
controlarlas, transformarlas, o incluso incorporarlas.
En este proceso activo lo hegemónico debe ser visto como
algo más que una simple transmisión de una dominación (in-
modificale). Por el contrario, todo proceso hegemónico debe
estar en un estado especialmente alerta y receptivo hacia las
alternativas y la oposición que cuestiona o amenaza su domi­
nación. La realidad del proceso cultural debe incluir siempre
los esfuerzos y contribuciones de los que de un modo u otro se
hallan fuera o al margen de los términos que plantea la hege­
monía específica.
Por lo tanto, y como método general, resulta conflictivo re­
ducir todas las iniciativas y contribuciones culturales a los tér­
minos de la hegemonía. Esta es la consecuencia reduccionista
del concepto radicalmente diferente de “superestructura”. Las
funciones específicas de “lo hegemónico” o “lo dominante” de­
ben ser siempre acentuadas, aunque no de un modo que sugiera
ninguna totalidad a priori. La parte más difícil e interesante
de todo análisis cultural, en las sociedades complejas, es la que
procura comprender lo hegemónico en sus procesos activos y
formativos, pero también en sus procesos de transformación.
Las obras de arte, debido a su carácter sustancial y general, son
con frecuencia especialmente importantes como fuentes de
esta compleja evidencia.
El principal problema teórico, con efectos inmediatos sobre
los métodos de análisis, es distinguir entre las iniciativas y con­
tribuciones alternativas y de oposición que se producen dentro
de - o en contra d e- una hegemonía específica (la cual les fija
entonces ciertos límites o lleva a cabo con éxito la tarea de neu­
tralizarlas, cambiarlas, o incorporarlas efectivamente) y otros
tipos de contribuciones e iniciativas que resultan irreductibles
a los términos de la hegemonía originaria o adaptativa, y que en
TEORÍA CULTURAL 157

esc sentido son independientes. Puede argumentarse persuasi­


vamente que todas o casi todas las iniciativas y contribuciones,
aún cuando asuman configuraciones manifiestamente alter­
nativas o de oposición, en la práctica se hallan vinculadas a lo
hegemónico: puede sostenerse que la cultura dominante, por
así decirlo, produce y limita a la vez sus propias formas de con­
tracultura. Hay una mayor evidencia de la que normalmente
admitimos en esta concepción; por ejemplo, en el caso de la crí­
tica romántica a la civilización industrial. Sin embargo, existe
una variación evidente en los tipos específicos de orden social y
en el carácter de la alternativa correspondiente y de las forma­
ciones de oposición. Sería un error descuidar la importancia de
las obras y de las ideas que, aunque claramente afectadas por los
límites y las presiones hegemónicas, constituyen -a l menos en
parte- rupturas significativas respecto de ellas y, también, en
parte, pueden ser neutralizadas, reducidas o incorporadas; y en
lo que se refiere a sus elementos más activos se manifiestan, no
obstante, independientes y originales.
Por lo tanto, el proceso cultural no debe ser asumido como
si fuera meramente adaptativo, extensivo e incorporativo. Las
auténticas rupturas dentro y más allá de él, en condiciones
sociales específicas que pueden variar desde una situación de
extremo aislamiento hasta quiebres prerrevolucionarios y una
verdadera actividad revolucionaria, de hecho se han dado con
frecuencia. Y estamos en mejores condiciones de compren­
derlo, en un reconocimiento más general de los límites y las
presiones insistentes que caracterizan a lo hegemónico, si desa­
rrollamos modos de análisis que, en lugar de reducir las obras a
productos terminados y las actividades a posiciones fijas, sean
capaces de comprender, de buena fe, la apertura finita pero
significativa de muchas iniciativas reales y contribuciones. La
apertura finita aunque significativa de muchas obras de arte,
como formas significativas que se hacen posibles pero que
158 RAYMOND WILLIAMS

requieren asimismo respuestas significativas persistentes y va­


riables, resulta entonces particularmente relevante.

7. Tradiciones, instituciones y formaciones

La hegemonía es siempre un proceso activo, aunque esto no


significa que se trate simplemente de un complejo de rasgos
y elementos dominantes. Por el contrario, es siempre una in­
terconexión y una organización más o menos adecuada de lo
que de otro modo se dan como significados, valores y prácticas
separadas e incluso dispares que este proceso activo incorpora
a una cultura significativa y a un orden social efectivo. Estas
son en sí mismas soluciones vivas -y en el sentido más amplio:
resoluciones políticas- a realidades económicas específicas.
Este proceso de incorporación asume una importancia cultural
capital. Para comprenderlo, pero también para comprender el
material sobre el que debe operar, necesitamos distinguir tres
aspectos dentro de cualquier proceso cultural; los podemos
denominar tradiciones, instituciones y formaciones.
El concepto de tradición ha sido radicalmente rechazado en
el pensamiento cultural marxista. Habitualmente, y en el mejor
de los casos, es considerado un factor secundario que a lo sumo
puede modificar otros procesos históricos más decisivos. Esto
no es sólo por el hecho de que normalmente sea diagnosticado
como superestructura, sino también a que la “tradición” ha sido
comúnmente considerada como un segmento histórico relati­
vamente inerte de una estructura social: la tradición como el
pasado sobreviviente. Sin embargo, esta versión de la tradición
es débil en el punto exacto en que el sentido incorporado de
la tradición es fuerte: allí donde es visto, de hecho, como una
fuerza activamente configurativa, puesto que la tradición es en
la práctica la expresión más evidente de las presiones y límites
TEORÍA CULTURAL 159

dominantes y hegemónicos. Siempre es algo más que un inerte


segmento historizado; por cierto es el medio de incorporación
práctico más poderoso. Lo que debemos comprender no es
precisamente “una tradición”, sino una tradición selectiva-, una
versión intencionalmente selectiva de un pasado configurativo
y de un presente preconfigurado, que resulta entonces podero­
samente operativo en el proceso de definición e identificación
cultural y social.
Usualmente no resulta muy difícil demostrar esto en forma
empírica. La mayoría de las versiones de la “tradición” pueden
ser rápidamente demostradas en su modalidad radicalmente
selectiva. A partir de un área total posible del pasado y el pre­
sente, en una cultura particular, ciertos significados y prácticas
son seleccionados y acentuados y otros significados y prácticas
son rechazados o excluidos. No obstante, dentro de una hege­
monía particular, y como uno de sus procesos decisivos, esta
selección es presentada y habitualmente admitida con éxito
como “la tradición”, como “el pasado significativo”. Lo que
debe decirse entonces acerca de toda tradición, en este sentido,
es que constituye un aspecto de la organización social y cul­
tural contemporánea del interés de la dominación de una clase
específica. Es una versión del pasado que se pretende conectar
con el presente y ratificarlo. En la práctica, lo que la tradición
ofrece es un sentido dt predispuesta continuidad.
Existen, por cierto, acepciones más débiles del concepto de
“tradición”, en contraste explícito con la “innovación” y con
lo “contemporáneo”, Estos son a menudo asideros para los
grupos de la sociedad que han sido abandonados sin recursos
por algún tipo de desarrollo hegemónico en particular. Todo
lo que les queda es la afirmación retrospectiva de los “valores
tradicionales”. O, desde una posición opuesta, los “hábitos
tradicionales” se hallan aislados, mediante algún desarrollo
hegemónico corriente, como elementos del pasado que deben
160 Raymond Williams

ahora ser descartados. Una gran parte de la actitud pública


ante esta tradición tiene lugar entre representantes de estas
dos posiciones. Sin embargo, a un nivel más profundo, el sen­
tido hegemónico de la tradición es siempre el más activo: un
proceso deliberadamente selectivo y conectivo que ofrece una
ratificación cultural e histórica de un orden contemporáneo.
Es un proceso muy poderoso, ya que se halla ligado a una se­
rie de continuidades prácticas -familias, lugares, instituciones,
un idioma- que son directamente experimentadas. Asimismo,
y en cualquier momento, es un proceso vulnerable, ya que en
la práctica debe descartar áreas de significación totales, reinter­
pretarlas, diluirlas o convertirlas en formas que sostengan - o al
menos que no contradigan- los elementos realmente impor­
tantes de la hegemonía corriente. Resulta significativo que gran
parte de la obra más accesible e influyente de la contracultura
sea histórica: el redescubrimiento de áreas descartadas o el
desagravio de las interpretaciones reductivas y selectivas. Sin
embargo, esto tiene a su vez muy poco efecto, a menos que
las líneas orientadas al presente, en el verdadero proceso de
la tradición selectiva, sean clara y activamente trazadas. De lo
contrario, cualquier recuperación puede resultar simplemente
residual o marginal. Es en los puntos vitales de conexión en que
se utiliza una versión del pasado con el objeto de ratificar el pre­
sente e indicar direcciones para el futuro, donde una tradición
selectiva es a la vez poderosa y vulnerable. Es poderosa debido
a que se halla sumamente capacitada para producir conexiones
activas y selectivas, dejando a un lado las que no desea bajo la
idea de que están “fuera de moda” o resultan “nostálgicas” y
atacando a las que no puede incorporar considerándolas “sin
precedentes” o “extranjeras”. Es vulnerable porque el verdadero
registro es efectivamente recuperable y gran parte de las conti­
nuidades prácticas alternativas u opositoras todavía son útiles.
Asimismo, es vulnerable porque la versión selectiva de una
T eoría cultural 161

“tradición viviente” se halla siempre ligada, aunque a menudo


de un modo complejo y oculto, a los explícitos límites y pre­
siones contemporáneos. Sus inclusiones y exclusiones prácticas
son alentadas o desalentadas selectivamente, y con frecuencia
tan efectivamente que la deliberada selección se produce con el
objeto de verificarse a sí misma en la práctica. Sin embargo, sus
privilegios e intereses selectivos, en esencia materiales pero a
menudo ideales en su forma, que incluyen complejos elementos
de estilo y tono y un método básico, todavía pueden ser reco­
nocidos, demostrados y quebrados. Esta lucha por y contra las
tradiciones selectivas constituye comprensiblemente una parte
fundamental de toda la actividad cultural contemporánea.
Es cierto que el establecimiento efectivo de una tradición
selectiva puede decirse que depende de instituciones identifi-
cables. Sin embargo, es una subestimación del proceso suponer
que depende sólo de las instituciones. La relación entre las
instituciones culturales, políticas y económicas son en sí mis­
mas muy complejas, y la esencia de estas relaciones constituye
una directa indicación del carácter de la cultura en un sentido
amplio. No obstante, nunca se trata de una mera cuestión de
instituciones formalmente identificables. Es también una cues­
tión deformaciones; aquellos movimientos y tendencias efecti­
vos, en la vida intelectual y artística, que tienen una influencia
significativa y a veces decisiva sobre el desarrollo activo de una
cultura y que presentan una relación variable y a veces solapada
con las instituciones formales.
Las instituciones formales, evidentemente, tienen una pro­
funda influencia sobre el proceso social activo. Lo que en la
sociología ortodoxa es abstraído como “socialización”, es en la
práctica, en cualquier sociedad verdadera, un tipo específico de
incorporación. Su descripción como “socialización”, el proceso
universal abstracto del que puede decirse que dependen todos
los seres humanos, es un medio de evitar o esconder este conte-
162 Ra y m o n d W il l ia m s

nido y esta intención específicos. Cualquier proceso de sociali­


zación, obviamente, incluye cosas que todos los seres humanos
deben aprender; pero cualquier proceso específico vincula este
aprendizaje necesario a un selecto rango de significados, valores
y prácticas que, en la misma proximidad de su asociación con el
necesario aprendizaje, constituyen los verdaderos fundamen­
tos de lo hegemónico. En una familia se cuida a los niños y se
les enseña a cuidar de sí mismos, pero dentro de este necesario
proceso las actitudes fundamentales y selectivas con respecto a
uno mismo, a los demás, al orden social y al mundo material,
se enseñan tanto consciente como inconscientemente. La edu­
cación transmite las habilidades y el conocimiento necesarios,
pero siempre a través de una selección particular de la totalidad
de la esfera de lo útil y con actitudes intrínsecas, tanto para
las relaciones sociales como educacionales, que en la práctica
son virtualmente inextricables. Instituciones tales como las
iglesias son explícitamente incorporativas. Las comunidades
específicas y los sitios específicos de trabajo ejercen presiones
inmediatas y poderosas sobre las condiciones de vida y sobre
las condiciones en que la vida se produce; enseñan, confirman
y en la mayoría de los casos finalmente refuerzan los significa­
dos, valores y actividades seleccionados. Describir el efecto que
producen todas las instituciones de este tipo significa alcanzar
una importante aunque todavía incompleta comprensión de la
incorporación. En las sociedades modernas debemos agregar
los principales sistemas de comunicaciones. Estos materializan
las noticias y la opinión seleccionadas y también una amplia

Sin embargo, todavía no puede suponerse que la suma de


todas estas instituciones constituya una hegemonía orgánica.
Por el contrario, precisamente porque no es “socialización”
sino un específico y complejo proceso hegemónico, está en la
práctica lleno de contradicciones y de conflictos no resueltos.
Teoría cultural 163

Esta es la razón por la que no puede ser reducida a las activida­


des de un “aparato ideológico del Estado”. Un tal aparato existe,
pero con variaciones, aunque el proceso total es mucho más
amplio, y en ciertos aspectos importantes es auto-generado. A
través de la selección es posible identificar los rasgos comunes
en la familia, en la escuela, en la comunidad, en el trabajo y
en las comunicaciones, que son sumamente importantes. Pero
justamente porque son procesos específicos con propósitos
particulares variables, y con relaciones variables pero siempre
efectivas con lo que debe ser hecho en cada caso a la brevedad,
la consecuencia práctica es a menudo la confusión y el conflicto
entre lo que es experimentado como propósitos diferentes y
valores diferentes, como ocurre con una cruda incorporación
de tipo teórico. En la práctica normalmente se consigue una
incorporación efectiva; por cierto, para establecer y conservar
una sociedad de clases esta incorporación debe ser lograda. Sin
embargo, ninguna presión o ningún adiestramiento simple re­
sultan verdaderamente hegemónicos. La verdadera condición
de la hegemonía es la efectiva autoidentificación con las formas
hegemónicas; una “socialización” específica e internalizada
de la que se espera que resulte positiva pero que, si ello no es
posible, se apoyase en un (resignado) reconocimiento de lo
inevitable y lo necesario. En este sentido, una cultura efectiva
es siempre algo más que la suma de sus instituciones; no sólo
porque pueda observarse en el análisis que estas instituciones
derivan de aquella cultura gran parte de su carácter, sino princi­
palmente porque se halla al nivel de la cultura en su totalidad el
hecho de que las interrelaciones fundamentales, incluyendo las
confusiones y los conflictos, son verdaderamente negociadas.
Esta es la razón por la que, en cualquier análisis, debemos
incluir asimismo a las formaciones. Las formaciones son más
reconocibles como tendencias y movimientos conscientes
(literarios, artísticos, filosóficos o científicos) que normalmen­
164 Raymond williams

te pueden ser distinguidos de sus producciones formativas. A


menudo, cuando miramos más allá, encontramos que estas son
articulaciones de formaciones efectivas mucho más amplias
que de ningún modo pueden ser plenamente identificadas con
las instituciones formales o con sus significados y valores for­
males, y que a veces pueden ser positivamente opuestas a ellas.
Este factor es de la mayor importancia para la comprensión de
lo que habitualmente se diferencia como la vida intelectual y
artística. En esta relación fundamental entre las instituciones y
las formaciones de una cultura existe una gran variabilidad his­
tórica; sin embargo, es generalmente característico de las socie­
dades desarrolladas complejas que las formaciones, a diferencia
de las instituciones, juegan un papel cada vez más importante.
Por otra parte, desde el momento en que tales formaciones se
relacionan, inevitablemente, con las verdaderas estructuras
sociales, aunque presentan relaciones altamente variables y a
menudo ambiguas con las instituciones sociales formalmen­
te discernibles, todo análisis social o cultural de ellas exige
procedimientos radicalmente diferentes de los desarrollados
para las instituciones. Lo que realmente se analiza en cada caso
es el modo de una práctica especializada. Además, dentro de
una aparente hegemonía, que puede ser fácilmente descrita de
un modo general, no sólo existen formaciones alternativas y
en oposición (algunas de ellas, en ciertos estadios históricos,
convertidas o en proceso de convertirse en instituciones alter­
nativas y opositoras), sino también dentro de las que pueden
reconocerse como formaciones dominantes, efectivamente
variables, que resisten toda simple reducción a alguna función
hegemónica generalizada.
Normalmente en este punto muchos de los que se hallan
en verdadero contacto con tales formaciones y con su obra se
repliegan a ima actitud indiferente acerca de la complejidad de
la actividad cultural. Otros, asimismo, niegan (incluso teóri­
teoría cultural 165

camente) la relación de tales formaciones y tales obras con el


proceso social, y especialmente con el proceso social material.
Asimismo otros sectores, cuando se comprende la realidad
histórica de las formaciones, las convierten nuevamente en
construcciones ideales -tradiciones nacionales, tradiciones
literarias y artísticas, desarrollos de ideas, tipos psicológicos,
arquetipos espirituales- que por cierto reconocen y definen
las formaciones con frecuencia de un modo mucho más sus­
tancial que las acostumbradas descripciones generalizadoras
de la explícita derivación social o de la función superestruc­
tura!, aunque solamente por medio de su desplazamiento del
proceso cultural inmediato. Como un resultado de este des­
plazamiento, las formaciones y sus obras no son consideradas
como la activa sustancia cultural y social que realmente son. En
nuestra propia cultura esta forma de desplazamiento, que re­
sultó temporal o relativamente convincente por los defectos de
la interpretación superestructura! o derivativa, es en sí misma y
fundamentalmente hegemónica.

8. Dominante, residual y emergente

La complejidad de una cultura debe ser hallada no sólo en


sus procesos variables y sus definiciones sociales -tradiciones,
instituciones y formaciones- sino también en las interrelacio­
nes dinámicas, en cada punto del proceso, de los elementos
históricamente variados y variables. Dentro de lo que he deno­
minado análisis “trascendental”, un proceso cultural es medido
como un sistema cultural que determina rasgos dominantes: la
cultura feudal o la cultura burguesa o la transición de una a la
otra. Este hincapié en los lincamientos y los rasgos dominan­
tes y definitivos es sumamente importante y, en la práctica, a
menudo efectivo. Sin embargo, ocurre con frecuencia que su
166 Raymond Williams

metodología es preservada para la función muy diferente que


caracteriza el análisis histórico, en el cual un sentido del mo­
vimiento dentro de lo que se abstrae habitualmente como un
sistema resulta fundamentalmente necesario, especialmente
si ha de conectarse tanto con el futuro como con el pasado.
En el auténtico análisis histórico es necesario reconocer en
cada punto las complejas interrelaciones que existen entre los
movimientos y las tendencias, tanto dentro como más allá de
una dominación efectiva y específica. Es necesario examinar
cómo se relacionan con el proceso cultural total antes que,
exclusivamente, con el selecto y abstracto sistema dominante.
Por lo tanto, la “cultura burguesa” es una significativa descrip­
ción e hipótesis generalizadora expresada dentro de un análisis
trascendental por medio de comparaciones fundamentales con
la “cultura feudal” o la “cultura socialista”. Sin embargo, enten­
dida como una descripción del proceso cultural a lo largo de
cuatro o cinco siglos y en los registros de sociedades diferentes,
requiere una inmediata diferenciación histórica e internamen­
te comparativa. Por otra parte, aún si esto es reconocido o
desarrollado prácticamente, la definición “trascendental” pue­
de ejercer su presión como tipo estático contra el cual actúan
todos los verdaderos procesos culturales, tanto con la finalidad
de manifestar “estadios” o “variaciones” del tipo (que todavía es
el análisis histórico) como, en el peor de los casos, de seleccio­
nar la evidencia fundamental y excluir la evidencia “marginal”,
“incidental” o “secundaria”.
Estos errores pueden evitarse si, mientras conservamos la
hipótesis trascendental, podemos hallar términos que no sólo
reconozcan los “estadios” y las “variaciones”, sino también las
relaciones dinámicas internas de todo proceso verdadero. Por
cierto, todavía debemos hablar de lo “dominante” y lo “efecti­
vo”, y en estos sentidos, de lo hegemónico. Sin embargo, nos
encontramos con que también debemos hablar, y ciertamente
Teoría cultural 167

con una mayor diferenciación en relación con cada una de ellas,


de lo “residual” y lo “emergente” que en cualquier proceso real y
en cualquier momento de este proceso, son significativos tanto
en sí mismos como en lo que revelan sobre las características de
lo “dominante”.
Por “residual” quiero referirme a algo diferente a lo “arcaico”,
aunque en la práctica sean a menudo muy difíciles de distinguir.
Toda cultura incluye elementos aprovechables de su pasado,
pero su lugar dentro del proceso cultural contemporáneo es
profundamente variable. Yo denominaría lo “arcaico” a aquello
que se reconoce plenamente como un elemento del pasado para
ser observado, para ser examinado o incluso ocasionalmente
para ser conscientemente “revivido” de un modo deliberada­
mente especializado. Lo que pretendo significar con el término
“residual” es algo muy diferente. Lo residual, por definición, ha
sido efectivamente formado en el pasado pero todavía se halla
en actividad en el proceso cultural; no sólo, y a menudo ni eso,
como un elemento del pasado, sino como un elemento efectivo
del presente. Por lo tanto, ciertas experiencias, significados y
valores que no pueden ser expresados o sustancialmente veri­
ficados en términos de la cultura dominante, son, no obstante,
vividos y practicados sobre la base de un remanente -tanto
cultural como social- de alguna formación o institución so­
cial y cultural anterior. Es fundamental distinguir este aspecto
de lo residual, que puede presentar una relación alternativa e
incluso de oposición con respecto a la cultura dominante, de
la manifestación activa de lo residual (siendo esta su distinción
de lo arcaico) que ha sido total o ampliamente incorporado a
la cultura dominante. Existen tres casos característicos dentro
de la cultura inglesa contemporánea en que esta distinción
puede convertirse en un objeto preciso de análisis. La religión
organizada es predominantemente residual; sin embargo, den­
tro de esta declaración existe una diferencia significativa entre
168 RAYMOND WILLIAMS

algunos significados y valores prácticamente alternativos y


opositores (la hermandad absoluta, el servicio desinteresado a
los demás) y un cuerpo mayor de significados y valores incor­
porados (la moralidad oficial o el orden social del cual lo otro
mundano constituye un componente separado neutralizador o
ratificador). Por otra parte, la idea de comunidad rural es pre­
dominantemente residual; sin embargo, en algunos aspectos
limitados opera como alternativa y oposición al capitalismo
industrial urbano, aunque en su mayor parte se halla incorpo­
rada, como idealización o fantasía, o como una función ociosa,
exótica -residencial o escapista- del propio orden dominante.
Del mismo modo, en la monarquía no existe prácticamente
nada que sea activamente residual (alternativo o de oposición);
sin embargo, con una utilización adicional deliberada y sólida
de lo arcaico, una función residual ha sido totalmente incor­
porada como función específica política y cultural -marcando
tanto los límites como los métodos- de una forma de la demo­
cracia capitalista.
Un elemento cultural residual se halla normalmente a cierta
distancia de la efectiva cultura dominante, pero una parte de
él, alguna versión de él -y especialmente si el remanente pro­
viene de un área importante del pasado- en la mayoría de los
casos habrá tenido que ser incorporada si la cultura dominante
efectiva ha de manifestar algún sentido en estas áreas. Por otra
parte, en ciertos momentos la cultura dominante no puede per­
mitir una experiencia y una práctica residual excesivas fuera de
su esfera de acción, al menos sin que ello implique algún riesgo.
Es en la incorporación de lo activamente residual - a través de
la reinterpretación, la disolución, la proyección, y la inclusión
y exclusión discriminadoras- que el trabajo de la tradición
selectiva se torna especialmente evidente. Esto es muy notable
en el caso de las versiones de la “tradición literaria”, pasando
a través de las versiones selectivas del carácter de la literatura
teoría cultural 169

hasta las definiciones conectoras e incorporadas sobre lo que


la literatura es hoy y sobre lo que debería ser. Esta es una entre
varias áreas cruciales, ya que es en algunas versiones alterna­
tivas o incluso opositoras de lo que es la literatura o ha sido
y lo que la experiencia literaria (y en una derivación habitual,
otra experiencia significativa) es y debe ser, donde, contra las
presiones de la incorporación, son sostenidos los significados y
los valores activamente residuales.
Por “emergente” quiero significar, en primer término, que
los nuevos significados y valores, las nuevas prácticas, las nue­
vas relaciones y tipos de relaciones, son creados de continuo.
Sin embargo, resulta excepcionalmente difícil distinguir entre
aquellos elementos que constituyen efectivamente una nueva
fase de la cultura dominante (y en este sentido de “especie-
específico”) y los elementos que son esencialmente alternativos
u opositores a ella: en sentido estricto, emergente antes que
meramente nuevo. Desde el momento en que nos hallamos
siempre considerando las relaciones dentro de un proceso
cultural, las definiciones de lo emergente, tanto como de lo
residual, sólo pueden producirse en relación con un sentido
cabal de lo dominante. Sin embargo, la ubicación social de lo
residual es siempre más fácil de comprender, ya que gran parte
de él (aunque no todo) se relaciona con fases y formaciones
sociales anteriores del proceso cultural en que se generaron
ciertos significados y valores reales. En la ausencia subsecuen­
te de una fase particular dentro de una cultura dominante se
produce entonces la remisión hacia aquellos significados y
valores que fueron creados en el pasado en sociedades reales y
en situaciones reales, y que todavía parecen tener significación
porque representan áreas de la experiencia, la aspiración y el
logro humanos que la cultura dominante rechaza, desprecia,
contradice, reprime o incluso es incapaz de reconocer.
170 Raymond Williams

El caso de lo emergente es radicalmente diferente. Es cierto


que en la estructura de toda sociedad real, y especialmente en
su estructura de clases, existe siempre una base social para los
elementos del proceso cultural que son alternativos u oposi­
tores a los elementos dominantes. Un tipo de esta base social
ha sido valiosamente descrita en el cuerpo central de la teoría
marxista: la formación de una nueva clase, la toma de concien­
cia de una nueva clase, y dentro de esto, en el proceso real, el
surgimiento (a menudo desigual) de elementos de una nueva
formación cultural. Por lo tanto, el surgimiento de la clase tra­
bajadora como clase se hizo evidente de inmediato en el proce­
so cultural (por ejemplo en la Inglaterra del siglo diecinueve).
Sin embargo, existen desigualdades extremas de contribución
en las diferentes partes del proceso. La producción de nuevos
valores e instituciones sociales excedió ampliamente la produc­
ción de instituciones estrictamente culturales, mientras que las
contribuciones específicamente culturales, aunque significati­
vas, fueron menos vigorosas y autónomas que la innovación ge­
neral o institucional. Una nueva clase es siempre una fuente de
una práctica cultural emergente, aunque mientras como clase
todavía se halla relativamente subordinada, siempre es suscep­
tible de ser desigual y con seguridad es incompleta, ya que la
nueva práctica no es en modo alguno un proceso aislado. En la
medida en que surge, y especialmente en la medida en que es
más bien opositora antes que alternativa, comienza significati­
vamente el proceso de una incorporación intencionada. Esta
situación puede observarse, en Inglaterra y durante el mismo
período mencionado, en el surgimiento y más tarde en la
efectiva incorporación de una prensa popular radical. Puede
observarse en el surgimiento y posterior incorporación de los
escritos de la clase obrera, donde el problema fundamental de
la emergencia se revela claramente desde el momento en que en
tales casos la base de la incorporación es el efectivo predominio
TEORÍA CULTURAL 171

de las formas literarias recibidas -una incorporación, por así


decirlo, que condiciona y limita la emergencia. Sin embargo,
el desarrollo es siempre desigual. La incorporación directa es
intentada más directamente contra los elementos de clase visi­
blemente alternativos y opositores: los sindicatos, los partidos
políticos de la clase obrera, los estilos de vida de la clase obrera
(incorporándolos al periodismo “popular”, a la publicidad y
al entretenimiento comercial). El proceso de emergencia, en
tales condiciones, es pues un movimiento constantemente
repetido y siempre renovable, que va más allá de una fase de
incorporación práctica; usualmente mucho más difícil por
el hecho de que una excesiva incorporación aparenta ser un
reconocimiento, una admisión, y por lo tanto, una forma de
aceptación. Dentro de este complejo proceso existe ciertamente
una confusión habitual entre lo que es localmente residual
(como una forma de resistencia a la incorporación) y lo que es
generalmente emergente.
La emergencia cultural en relación con la emergencia y la
creciente fortaleza de una clase es siempre de una importancia
fundamental e invariablemente compleja. Sin embargo, tam­
bién debemos observar que no es el único tipo de emergencia.
Este reconocimiento resulta sumamente difícil, en la teoría,
aunque la evidencia práctica es abundante. Lo que realmente
debe decirse, como modo de definir los elementos importantes,
tanto de lo residual como de lo emergente, y como un modo de
comprender el carácter de lo dominante, es que ningún modo
de producción y por lo tanto ningún orden social dominante ni
ninguna cultura dominante jam ás en realidad incluye o agota
toda la práctica humana, toda la energía humana y toda la
intención humana. Esto no es simplemente una proposición
negativa que nos permite dar cuenta de las cosas significativas
que tienen lugar fuera o en contra del modo dominante. Por el
contrario, es un hecho en cuanto a los modos de dominación
172 Raymond Williams

que seleccionan y consecuentemente excluyen toda la escala


de la práctica humana. Lo que excluyen es considerado con
frecuencia como lo personal o lo privado, o como lo natural
o incluso como lo metafìsico. Por cierto, es habitualmente en
uno u otro de estos términos donde el área excluida se expresa,
ya que lo que efectivamente lo dominante ha aprehendido es de
hecho la definición dominante de lo social.
Es esta aprehensión la que debe ser especialmente resistida,
puesto que es siempre, aunque en diferentes proporciones, la
conciencia práctica, en relaciones específicas, habilidades espe­
cíficas, y percepciones específicas, la que resulta incuestionable­
mente social y la que el orden social específicamente dominante
niega, excluye, reprime o simplemente no logra reconocer. Un
rasgo distintivo y comparativo de todo orden social dominante
es hasta donde llega dentro de la escala total de las prácticas
y experiencias en su intento de incorporación. Pueden existir
áreas de experiencia a las que es preferible ignorar o eliminar:
asignar como privada, diferenciar como estética o generalizar
como natural. Por otra parte, en la medida en que un orden so­
cial cambia en cuanto a sus propias necesidades de desarrollo,
estas relaciones son variables. Por lo tanto, en el capitalismo
avanzado, debido a los cambios producidos en el carácter social
del trabajo, en el carácter social de las comunicaciones y en el
carácter social de la toma de decisiones, la cultura dominante
va mucho más allá de lo que ha ido nunca en la sociedad capi­
talista y en las áreas hasta el momento “reservadas” o “cedidas”
de la experiencia, la práctica y el significado. Por lo tanto, el
área de penetración efectiva del orden dominante dentro de la
fatalidad del proceso social y cultural es significativamente ma­
yor. Esto a su vez hace especialmente agudo el problema de la
emergencia y disminuye la brecha existente entre los elementos
alternativos y de oposición. La alternativa, especialmente en las
áreas que se internan en zonas significativas de lo dominante, es
teoría cultural 173

considerada a menudo como opositora y, bajo presión, a veces


es convertida en una instancia de oposición. Sin embargo, y
en este punto, pueden existir esferas de la práctica y el signi­
ficado que, casi por definición a partir de su propio carácter
limitado, o en su profunda deformación, la cultura dominante
es incapaz, en términos reales, de reconocer. Existen elementos
de emergencia que pueden ser ciertamente incorporados, pero
siempre en la medida en que las formas incorporadas sean sim­
plemente facsímiles de la práctica cultural genuinamente emer­
gente. Cualquier emergencia significativa, que vaya más allá o
en contra del modo dominante, bajo estas condiciones resulta
verdaderamente dificultosa, sea en sí misma o en su repetida
confusión con los facsímiles y novedades de la fase incorpora­
da. Sin embargo, en nuestro propio período del mismo modo
que en los otros, el hecho de la práctica cultural emergente es
aún innegable; y junto con la práctica activamente residual
constituye una necesaria complicación de la supuesta cultura
dominante.
Este proceso complejo puede ser, en parte, descrito en
términos de clase. Sin embargo, siempre existe otra concien­
cia y otro ser social que es negado y excluido: las percepciones
alternativas de los otros en las relaciones inmediatas; las nuevas
percepciones y nuevas prácticas del mundo material. En la
práctica, son cualitativamente diferentes de los intereses articu­
lados y en desarrollo de una clase social naciente. Las relaciones
entre estas dos fuentes de lo emergente -la clase y el área social
(humana) excluida- no son de ningún modo contradictorias.
En ciertos momentos pueden ser sumamente próximas y las
relaciones que mantienen entre sí dependen en gran parte de
la práctica política. Sin embargo, desde una óptica cultural y
como una cuestión que atañe a la teoría, las áreas mencionadas
pueden considerarse diferentes.
174 Raymond williams

Por ultimo, lo que realmente importa en relación con la


comprensión de la cultura emergente, como algo distinto
tanto de lo dominante como de lo residual, es que nunca es
sólo una cuestión de práctica inmediata; en realidad, depende
fundamentalmente del descubrimiento de nuevas formas o de
adaptaciones de forma. Una y otra vez, lo que debemos obser­
var es en efecto una pre-emergencia activa e influyente aunque
todavía no esté plenamente articulada, antes que la emergencia
evidente que podría ser designada con una mayor confianza. Es
con la finalidad de comprender más estrechamente esta condi­
ción de la pre-emergencia, así como las formas más evidentes
de lo emergente, lo residual y lo dominante, como tenemos que
examinar el concepto de estructuras de sentimiento.

9. Estructuras de sentimiento

En la mayoría de las descripciones y los análisis, la cultura


y la sociedad son expresadas habitualmente en tiempo pasa­
do. La barrera más sólida que se opone al reconocimiento de
la actividad cultural humana es esta conversión inmediata y
regular de la experiencia en una serie de productos acabados.
Lo que resulta defendible como procedimiento en la historia
consciente, en la que sobre la base de ciertos supuestos existe
una serie de acciones que pueden ser consideradas definitiva­
mente concluidas, es habitualmente proyectado no sólo en la
sustancia siempre en movimiento del pasado, sino en la vida
contemporánea, en la cual las relaciones, las instituciones y las
formaciones en que nos hallamos involucrados son convertidas
por esta modalidad de procedimiento en totalidades formadas
antes que en procesos formadores y formativos. En consecuen­
cia, el análisis está centrado en las relaciones existentes entre
estas instituciones, formaciones y experiencias producidas, de

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