Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Los acontecimientos finales la envuelven en un “mar de llanto” (F.S., II, 89) y los
desmayos se suceden ante la inminencia de un desenlace que se sabe fortuito:
1
Al respecto afirma Edwin Williamson: “La novela de El celoso extremeño, en primera instancia,
describe una contienda entre dos formas de afirmar la voluntad masculina de poder. [...]
Al ser inocente de adulterio, Leonora no tiene que meterse monja para expiar una deshonra o para
castigarse como lo hace Isabela [protagonista de la versión de Porras, cuyo final se modifica en la versión
definitiva, la que aquí analizamos] ; es una decisión libre, y esta decisión frustra tanto lo que ´dejaba
mandado´ su marido como lo que esperaba de ella Loaysa.”. Ver Williamson, 1990: pp. 800 y 810.
En relación a los personajes masculinos, podemos considerar que en ambas novelas
las casas funcionan como metonimias de los cuerpos de Carrizales y de Rodolfo
respectivamente. En El celoso la casa es símbolo2 y prolongación de Carrizales (la casa-
honra es invadida de a poco3, en el minucioso asedio de Loaysa: en primer lugar vence
la puerta vigilada por el negro eunuco, luego llega al lugar de las sirvientas, y
finalmente a la misma Leonora; cuando todo termina, la casa/Carrizales queda
“sepultada en silencio y sola”, ya vencida/o).
En La fuerza de la sangre podemos asimilar a Rodolfo a la habitación en donde es
violada Leocadia; habitación que ella tantea en penumbras: la puerta, la ventana con
rejas que da al jardín, los tapices, el color de unas telas, etc. _como había hecho con el
cuerpo de él4_ y memoriza los escalones, para más tarde reconocer a su agresor. Esta
focalización en la escalera nos remite al cronotopo del umbral bajtiniano, símbolo de las
situaciones críticas.
Los hombres falsean su voz y recurren a disfraces para llevar a cabo, por medio de
engaños, sus innobles propósitos. Así, Rodolfo, cuando rapta a Leocadia lo hace con el
rostro cubierto, y cuando la libera, le habla en una voz aportuguesada.
Loaysa adopta varios disfraces: en primer lugar se viste con andrajos, “mudando la
voz por no ser reconocido”, a lo que agrega un parche en el ojo y muletas, que
constituyen un engaño exhibido sobre la mentira soterrada5. Luego viste el traje leonado
y los encajes, con lo que termina de vencer la frágil voluntad de Leonora, quien no
puede evitar una desfavorable comparación con su anciano marido.
La visión del cuerpo varonil alborota a las habitantes de la casa-cárcel. Situación
similar a la que sufre Leocadia cuando puede mirar, sin avergonzarse, a Rodolfo y muda
sus sentimientos.
2
En ese sentido comenta M. R. Petruccelli: “Los sucesos del relato tienen lugar espacialmente en un
escenario principal: la casa, que funciona como tematización de los celos del viejo. Como metáfora o
símbolo del tema, la casa configura un campo topográfico que engloba y alude al campo semántico. Ver
Petruccelli, 1993: 111.
3
Al respecto señala M. R. Petruccelli: “El clima de deshonra _que se va definiendo morosamente en la
novela, por ej. mediante palabras que indican el cambio de las mujeres que se degradan: rebaño, banda,
caterva_ [...].” Ver Petruccelli, 1993: 102
4
Así consta en el pasaje en que Leocadia vuelve en sí, luego de la violación: “[...] Leocadia, la cual con
las manos procuraba desengañarse si era fantasma o sombra la que con ella estaba. Pero como tocaba
cuerpo [...].” (F.S. II, pág. 80)
5
De este modo se lo explica al negro Luis: “Sabed, hermano Luis, que mi cojera y estropeamiento no
nace de enfermedad, sino de industria [...] y ayudándome della y de mi música paso la mejor vida del
mundo [...].” (El celoso, pág. 112)
Resulta interesante comprobar que mientras Leocadia se encuentra en la calle _el
ámbito masculino por excelencia_ “[...] no vio quién la llevaba, ni a dónde la llevaban.”
(F.S., II, 78), mientras su sentido de la vista se agudiza notablemente, aún en
penumbras, en el espacio interior, el lugar femenino por excelencia:
“ [...] pudo distinguir Leocadia las colores de unos damascos que
el aposento adornaban. Vio que era dorada la cama [...] contó las
sillas y los escritorios; [...]. La ventana era grande [...] la vista caía
a un jardín [...]. En un escritorio, que estaba junto a la ventana, vio
un crucifijo pequeño.” (F.S., II, 85)
El oído también juega un papel muy importante en los relatos. En el caso de El celoso
el tema fue muy desarrollado por la crítica. No sólo debe considerarse el efecto de la
música, sino también los reiterados argumentos de la dueña, que colaboran en vencer la
6
Con respecto a la visión en La fuerza de la sangre, resulta interesante el análisis de María D. Estremero,
que señala: “[la novela] se organiza estructuralmente en forma especular a partir de la oposición básica
´visión/no visión´. [...] las situaciones de visión y no visión [...] delimitarán un [...] espacio en dónde los
dominantes son los que pueden ver y los dominados los que son vistos, y a quienes se les quita la
posibilidad de ver.” Ver Estremero, 1999, pp. 123 y 124.
7
En ese sentido comenta Estremero: “[...] se plantea un cambio en la connotación de los efectos de la
mirada: si en el tiempo de las tinieblas el resultado era únicamente el deseo erótico , ahora la imagen de
Leocadia consigue la posesión del alma de Rodolfo...” Ver Estremero, 1999: 131.
voluntad de Leonora. A esto se suman los juramentos que salen de la “sucia boca” de
Loaysa, escuchados con avidez por la joven esposa. En La fuerza de la sangre el
elemento auditivo tiene un protagonismo menor. No obstante, podemos mencionar el
momento en que Rodolfo regresa feliz de Italia, expectante ante el comentario de sus
padres acerca de la novia que le tienen reservada. Allí se produce un engaño a los ojos,
cuando su madre le muestra un retrato, presentándolo como el de su futura esposa, que
no es la imagen de Leocadia. En contraste con la fealdad de la pintura, la visión de
Leocadia resplandece aún más. La contundencia del cuerpo femenino, adornado con el
artificio del traje y de las joyas, se impone en esta escena poderosamente:
8
En referencia a esto señala Julio D’Onofrio: “[...] el hombre mira y habla; la mujer es mirada y escucha.
[...] El oído recibe el pensamiento ya elaborado y se maneja con el criterio de autoridad; la vista trabaja
con la materia en bruto de la realidad y conoce por sí misma. [...] es posible [...] notar una concordancia
entre la caracterización de los dos sentidos y las actitudes que se consideraban propias de cada sexo. Ver
D’Onofrio, 1999: pp. 202 y 203.
Párrafo aparte merece la dueña Marialonso _supuesta protectora de Leonora y su
honra en El celoso_ con un comportamiento típicamente masculino que ve, desea,
imagina las gracias del músico y lo hace objeto de palabras amorosas para lograr su
propósito.
BIBLIOGRAFÍA