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EL PROYECTO MANHATTAN
Y SUS CHAPUZAS
Luis JAR TORRE
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NA constante en los recuerdos de mis primeros años en la
Armada es la continua sucesión de comentarios, entre
jocosos y alarmantes, sobre la chapuza integral que iba a
resultar nuestro primer portaaviones autóctono, el Prínci
pe de Asturias. Confieso que entonces, con el desmorali
zador paisaje cotidiano de los despojos que decenios de
- - fracasados experimentos de «alta tecnologíá» habían
esparcido por el Arsenal de Cartagena y zonas aledañas y,
por qué no decirlo, con unos esquemas mentales más rudimentarios, me pare
cía una osadía afrontar la construcción de un portaaviones que, a juzgar por lo
que oía, inevitablemente iba a degenerar en carísimo engendro. Las continuas
dificultades del proyecto originaban en mi entorno mordaces elucubraciones
sobre si el buque cumpliría los mínimos especificados por Arquímedes, pero
también reforzaban mi orgullo de pertenecer al país más chapucero del orbe
terráqueo.
Por ello me sentí estafado cuando, a finales de los ochenta, comenzaron a
caer en mis manos publicaciones anglosajonas especializadas que describían
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guerras para que una nueva arma fuera de utilidad y que las guerras se gana
ban con la moral de las tropas y no con las armas. Aquello resultó demasiado
para Wigner (Nobel de Física 1963), uno de los científicos que acompañaban
a Szilard, que sugirió al comité la oportunidad de recortar sustancialmente el
presupuesto del Ejército a la vista del poco valor de las armas. Debió ser un
buen argumento ya que a Szilard le aprobaron sus seis mil dólares con el visto
bueno de Adamson.
Las peripecias administrativas del grupo de Szilard ocuparían un artículo
monográfico; resumiré diciendo que, por el momento, nadie vio un dólar y
Szilard comunicó por escrito al amigo sableado que los dos mil «del ala»
debería conceptuarlos como «deuda irrecuperable». Nadie había conseguido
liar en esta ocasión a Fermi, pero hasta un genio puede tropezar dos veces en
la misma piedra. Cuando el «comité del uranio» se reunió de nuevo, hubo
quien perdió los estribos al comprobar que, en principio, ni Fermi ni Szilard
estaban autorizados a participar. Lógico, explicó el presidente del comité, al
no ser ciudadanos norteamericanos no podían discutir sus propios descubri
mientos porque eran secretos. Desgraciadamente, no consta la reacción de
Fermi. Finalmente, el 20 de febrero se cobraron los famosos seis mil dólares,
y en noviembre de 1940, un puesto de trabajo remunerado para Szilard y
cuarenta mil dólares para un reactor. Habría sido curioso comprobar la cara
del coronel Adamson si hubiera llegado a enterarse del coste final del proyec
to, dos mil millones de los dólares de entonces.
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El crucero Indiannápolis fondeado en Tinian tras descargar a «Little Boy» y tres días antes
de su pérdida.
Ya en la mar, MacVay reunió a sus oficiales y les «aclaró» dos cosas, qué
estaban haciendo (<dcan ‘t teli you what the rn-ission is, 1 don ‘t know nivself»)
y la importancia relativa de la carga (<dfwe had an abandon ship, what is in
the Adiniral ‘s cabin inust be placed in a boat before anybody else»). Natural
mente, a bordo del Indianápolis, radio macuto enloqueció, aunque alguien
particularmente bien informado ya había «descubierto» lo que contenía el
bulto, mucho dinero para sobornar a los japoneses y lograr así su rendición.
No andaba mejor informado el propio comandante, cuyo hábil interrogatorio a
los «artilleros» acerca del contenido del cilindro («no creí que fuéramos a
utilizar armas bacteriológicas en esta guerra») resultó una pifia. Mayor pifia
fue su descarga a un lanchón ya fondeados en Tinián; el primer cable se quedó
corto y los «operadores» dieron inquietantes paseos al envío, jaleados por un
nutrido y poco caritativo público y a la vista de importantes «barandas», atraí
dos por tanto secreto. Cincuenta años después, el «doc» del Indianápolis,
capitán Haynes, aún recordaba (en su revista de marina) ver a dos «peces
gordos» de la Fuerza Aérea manejando el material como simples estibadores.
Pero la peor pifia ocurriría camino de las Filipinas tres días más tarde,
cuando ya anochecido y con mala visibilidad el capitán de navío MacVay
ordenó suspender el zigzag. A medianoche, con mejor visibilidad y a la luz de
la luna, el submarino japonés 1-58 le colocó dos torpedos y el hidianápolis se
hundió en doce minutos. Con 881 muertos fue la peor catástrofe en la mar de
la Armada norteamericana. En diciembre de 1945 el capitán de navío MacVay
perdió cien puestos en su escalafón tras un consejo de guerra, en el que, muy
probablemente, hizo de cabeza de turco para importantes pifias ajenas que
sería largo relatar aquí. El comandante del 1-58 hubo de declarar como testigo
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Este artículo no pretende ser ni de lejos una historia del Proyecto Manhat
tan, es simplemente lo indicado en su preámbulo, una sucesión de anécdotas
demostrativas de que, a la hora de hacer chapuzas, todos los hombres somos
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Bibliografía y fuentes
Hasta para un autor «serio» debe resultar difícil escribir algo original sobre el Proyecto
Manhattan, ya que sus principales protagonistas hace tiempo que no conceden entrevistas y casi
toda la información disponible procede de una cantidad finita de documentos desclasificados.
Se da por supuesto que un trabajo como el que antecede es recopilativo, pero hay que dar a
cada uno lo suyo, y a eso voy. Las dos terceras partes de este artículo están basadas en biblio
grafía, y su primera mitad se basa casi exclusivamente en el trabajo de Peter Wyden (Dey One,
ed. esp. Martínez Roca, Barcelona), a quien corresponde el mérito de haber preservado algunas
desternillantes aventuras para deleite de nuestros relevos. En menor medida, y por este orden,
he utilizado los trabajos de U. Thomas y M. M.Witts (Enola Gay, ed. esp. Plaza & Janés,
Barcelona), Carl Berger (B-29, ed. esp. Editorial San Martín, Madrid) y J. M.Weisgall (Opera
don Crossroads, Naval Institute Press, Annapolis) entre otros más, sin olvidar la insustituible
Encyclopedia Britannica, de la que proceden algunos datos biográficos.
El tercio restante procede del pozo sin fondo de Internet, en esencia del apabullante mate
rial de la Federación de Científicos Americanos y del Archivo histórico de la Marina estadouni
dense. A través de Internet también he podido conseguir la totalidad de las fotografías que se
acompañan y algunos documentos de primera mano, como el informe previo de Uroves acerca
de la prueba «Gadget» o algún protocolo de radiometría. Dejo este material a disposición de
cualquier compañero al que pudiera servir para «llegar a la cumbre» con un trabajo más serio
que el mío (estoy en luisjar@jet.es). Finalmente, no haré morir de risa a mis colegas jurando
solemnemente no haber accedido al contenido de este trabajo por razón de empleo o cargo.
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