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Rebeldes e inconformistas

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Pablo Pozzi (coordinador)

Rebeldes e inconformistas

Procesos de politización y rebelión


en América Latina

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Colección INDEAL
Dirigida por Pablo Pozzi

Pablo Pozzi (coord.)


Rebeldes e inconformistas. Procesos de politización y rebelión en Amé-
rica Latina. 1a ed. Buenos Aires: 2016.
224 p.; 15x22 cm.
ISBN 978-950-793-234-2
1. Violencia. 2. Acción Política. I. Pozzi, Pablo A., coord.
CDD 324
Fecha de catalogación: 27/04/2016
© Pablo Pozzi (coord.) 2016
Foto de portada: la COB en guerra del gas en Bolivia, año 2003
© 2016, Ediciones Imago Mundi
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina, tirada de esta edición: 500 ejemplares

FAPESC (Fundação de Amparo a Pesquisa e Inovação do Estado de Santa Cata-


rina) como apoiadora financeira da publicação. O livro foi publicado com apoio,
também, de recursos do grupo de pesquisa Memória e Identidade dai Universida-
de do Estado de Santa Catarina captados junto à FAPESC.

Este libro se terminó de imprimir en el mes de agosto de 2016 en Gráfica


San Martín, Güiraldes 2723, San Martín, provincia de Buenos Aires, Re-
pública Argentina. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño
de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera
alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico,
de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito del editor.

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Índice general

IX Prólogo. Pablo Pozzi


1 1 Rebeldes e inconformistas. Procesos de politización y rebe-
lión en América Latina. Pablo Pozzi
13 2 Experiencia, ideología y proceso de politización en las his-
torias orales de militancia de izquierda durante la segunda
mitad del siglo XX. Gerardo Necoechea Gracia
35 3 «Eso yo no lo viví». Clase, politización y memoria. Pablo Poz-
zi
51 4 El gustoso silencio de la fábrica: trabajadores y politización
en Brasil durante la segunda mitad del siglo XX. Luiz Felipe
Falcão
75 5 Entrevista a Alfredo Ossorio. De la derecha nacionalista a la
izquierda peronista. Esteban Campos
99 6 Entrevista a Guillermo Almeyra. Politización y construcción
de subjetividades en la Argentina de los años sesenta y se-
tenta. Marcelo Langieri
125 7 Víctor Barrios: un «pionero» del movimiento obrero riocuar-
tense. Experiencia y tradición obrera en el interior argen-
tino. Víctor Barrios: Un «pionero» del movimiento obrero
riocuartense. Experiencia y Tradición obrera en el interior
argentino. Mariana Mastrángelo
145 8 El papel de la memoria en la crisis del movimiento minero
boliviano. Magdalena Cajías de la Vega
169 9 El MLN-Tupamaros en Argentina. La alianza con el PRT y
los comienzos de la represión transnacional (1973-1974). Cla-
ra Aldrighi
195 Autores
199 Referencias bibliográficas

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Prólogo

Pablo Pozzi
......

Este libro es el resultado de las investigaciones, discusiones (acuer-


dos y desacuerdos) de los integrantes del Grupo de Trabajo de CLACSO
«Violencia y política. Un análisis cultural de las militancias de izquierda
en América Latina», coordinado por Magdalena Cajías de la Vega y Pa-
blo Pozzi. Este GT se propuso analizar, estudiar, y comparar el desarrollo
de las ideas y de los entornos de las relaciones y prácticas que dieron
sustento a distintas tradiciones políticas a las que se adhirió la izquierda
latinoamericana para aproximarse a una explicación histórica y cultural
de dicho fenómeno. Para lograr este objetivo se recurrió al análisis de
movimientos sociales en interacción con las organizaciones políticas; al
estudio de la cultura y la política de izquierda, considerando para ello
la consulta de fuentes biblio-hemerográficas, iconográficas (imagen fija y
móvil), publicaciones representativas de distintas corrientes de izquierda
y las expresiones de la cultura popular que fueron retomadas para la crea-
ción artística; todo en clave comparativa e histórica (o sea en proceso a
través del tiempo). Por último retomamos la tarea que emprendimos en
la fase anterior del grupo, consistente en la revisión crítica y comparada
de la participación de la izquierda en la vida política, social y cultural de
siete países latinoamericanos: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Méxi-
co, Bolivia y Uruguay. Ello dará luces sobre las similitudes y diferencias
en dicha participación y permitirá reflexionar, desde la riqueza de distin-
tas experiencias, sobre la identidad de quien es de izquierda en América
Latina.
Los diversos resultados de las discusiones e investigaciones han sido
publicados, además de en esta obra, en otros cuatro libros que figuran en
la bibliografía citada al final de este libro.
Por lo tanto, el objetivo de este estudio es analizar la subjetividad de
los latinoamericanos durante el siglo XX. Según Raphael Samuel, este es
un tipo de «historia popular» o «historia desde abajo» ya que el objetivo
plantea acercar los límites de la historia a los de la vida de las personas.

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X Pablo Pozzi

Para ello, es necesario eslabonar lo particular con lo general de manera


que la historia individual permita derivar conclusiones para la totalidad.
(Samuel 1984). Como señaló Sidney Chaloub, el enfoque «desde abajo» es
aun más importante en estudios culturales, de conciencia o de mentali-
dades (Chaloub 1990). Es importante remarcar que este tipo de análisis
intentará relacionar el sistema cultural con el sistema de relaciones so-
ciales en el cual se produce y funciona. Es nuestra intención no incurrir
en la tentación de los reduccionismos interpretativos ya que gran parte
de los estudios culturalistas han caído en el peligro de la autonomización
de la cultura, desvinculando a la misma de la economía, la política, lo so-
cial. Es por ello que entendemos que la cultura es un sistema significante
(que comprende señales y signos específicos) a través del cual un orden
social se comunica, se reproduce, experimenta e investiga. Se distinguen
sistemas económicos, políticos, sociales y culturales. Estos se relacionan
entre sí, conformando un sistema significante más amplio (Williams 1994,
pág. 13).
El criterio que aquí empleamos es que la historia cultural «desde aba-
jo» nos permitirá aproximarnos, a partir de casos puntuales, a una com-
prensión en cuanto a los comportamientos políticos y organizativos de
diversos actores, así como su evolución a través del tiempo. Esto, supo-
nemos, permitiría complementar los estudios realizados desde enfoques
influenciados por el estructuralismo. Así se intentará contribuir a com-
prender y explicar las características culturales de los grupos sociales, en
cuyo seno se definen las preferencias de sus miembros y se diseñan las es-
trategias en distintos momentos históricos. Los procesos históricos con-
cretos a través de los cuales se originan nuevas culturas políticas y sus
relaciones de interdependencia con las transformaciones de la estructura
social se convierten en un tema central para el análisis.
La obra de los historiadores estadounidenses de la cultura obrera, co-
mo Herbert Gutman, David Montgomery, Leon Fink, y Bruce Laurie re-
presentan un enfoque distinto a las aproximaciones de académicos como
Stuart Hall y los practicantes del «giro cultural». A partir de los aportes de
Thompson, estos historiadores plantearon un nuevo enfoque a la historia
social que tiene particular relevancia para América Latina. De hecho, para
Eric Foner al igual que para Montgomery, América Latina tenía singula-
ridades comparativas con el caso estadounidense. Las contribuciones de
estos historiadores deben ser estudiadas y consideradas para enriquecer
el análisis de la historia latinoamericana y de los trabajadores.
A partir de lo anterior este proyecto plantea una serie de preguntas:
¿cuál es la relación entre cultura y prácticas políticas? ¿O entre las for-
mas artísticas y la visión de mundo de un sector social determinado? ¿La
cultura de los obreros argentinos «determinó» el predominio de ciertas
prácticas por encima de otras? ¿Sería esta la causa del auge y decaden-

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Prólogo XI

cia del comunismo en las décadas de 1930 y 1940? ¿El populismo sería
entonces una resignificación de patrones culturales en evolución? ¿Có-
mo podemos entender las causas de la «nueva izquierda» latinoamerica-
na? ¿No sería más lógico considerar que existen elementos de continui-
dad político-cultural dentro de un contexto de rupturas de adhesión y
resignificación de contenidos ideológicos culturales? ¿No habrán conser-
vado, aquellos que durante la década de 1930 construyeron «estructuras
de sentimiento» de tintes izquierdistas, las mismas características durante
las décadas siguientes? ¿O quizás era una expresión de formas de la cultu-
ra radical del siglo XVIII llevadas a una nueva realidad, tal y como formuló
Gutman hace ya cincuenta años?
La finalidad fue recuperar la experiencia en la participación política y
social, la vida cotidiana y aspectos subjetivos. Todos ellos elementos cua-
litativos, indicios que aportarán o se confrontarán con las fuentes escritas.
Es decir, se trata de acceder a la subjetividad de la experiencia personal
y dar a conocer la forma en que de manera individual se asume un com-
promiso político, lo cual contribuirá al análisis de las condiciones que lle-
varon a algunos movimientos sociales a alcanzar arraigo en la ciudadanía.
En suma, se trata de historias que fueron parte de una experiencia común
latinoamericana que sin demérito de rescatar las particularidades y tra-
diciones políticas de cada contexto nacional, pueda ser revalorada en las
luchas sociales y políticas de nuestras naciones para alcanzar condicio-
nes de vida socialmente justas y políticamente democráticas y plurales.
El objetivo de esta investigación, es trazar las pautas de la cultura obrera
y popular, y su posible relación con formas de expresión política, en los
países propuestos. A la vez, y retomando los planteos de Samuel, la hi-
pótesis que rige esta investigación es que hubo una persistencia de una
cultura izquierdista a nivel subterráneo vinculada con el «sentido común»
popular que permea la sociedad. Esta cultura expresa un nivel de con-
ciencia «en sí» que ha permitido la subsistencia de la izquierda orgánica
a pesar de la represión y que, además, aporta a explicar la persistencia y
la dureza de la conflictividad social a través del tiempo. Por ende, a pesar
de reiterados fracasos, es notable como comunistas, socialistas, clasistas
y «nueva izquierda» emergen, parecen desaparecer y vuelven a resurgir
entre los trabajadores. Más allá de lo acertado o no de cada propuesta en
particular, lo que sugerimos es que esto indicaría una subjetividad exis-
tente en lo cultural que, al ser interpelada, es la base de nuevas formas
orgánicas entre los trabajadores.
Para estudiar las izquierdas en América Latina es necesario hacer al-
gunas precisiones conceptuales. Lo primero es definir qué se entiende
por izquierda y derecha. Como ya se decía en una obra anterior (Cajías
de la Vega y Pozzi 2015), ellas no responden a entidades ontológicamen-
te diferenciadas, sino que son históricamente construidas a partir de una

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XII Pablo Pozzi

metáfora topográfica heredada de la Revolución Francesa. Con el tiem-


po la metáfora espacial, cobra fuerza identitaria en el terreno político.
Son términos antitéticos excluyentes pero mutuamente necesarios, pues
la una no puede existir sin la otra. Por supuesto el espectro político admi-
te muchos matices intermedios, aunque los extremos antitéticos son los
que lo definen (Archila Neira 2008).
Hoy no parece estar vigente la diferenciación acuñada por Hobsbawm
(1999b) entre la opción por el cambio versus aquella por orden y tradición.
Como indica Giddens (1994), en la actualidad la derecha neoliberal llama
al cambio (económico) mientras la izquierda defiende tradiciones ligadas
al Estado de Bienestar. En una clara referencia de la Revolución Francesa,
quienes tematizan esta diferencia vuelven una y otra vez a los lemas que
la trascendieron y que fundamentan la existencia de los dos polos ana-
lizados: libertad, igualdad y fraternidad. Así Bobbio (1995) retoma estos
lemas para señalar que la lucha por la igualdad es la que separa la izquier-
da de la derecha, mientras que la búsqueda de la libertad es el umbral
para distinguir entre posiciones moderadas (democráticas) y extremistas
(autoritarias). Aunque no todo el mundo está de acuerdo con suprimir la
búsqueda de libertad del horizonte de la izquierda, creemos que el ele-
mento de la igualdad parece ser el terreno más firme de su identidad po-
lítica. Hoy en América Latina, la lucha por la igualdad y la libertad, que
han encarnado desigualmente sus izquierdas, se entronca crecientemen-
te con los movimientos sociales que reclaman el derecho a la diferencia
de género, étnica, generación, orientación sexual, etcétera.
Más allá de los problemas que tenemos los investigadores, también
debemos tomar en cuenta dos tipos de definición muy claramente di-
ferenciados. El primero es el de los mismos militantes de izquierda. La
heterogeneidad de organizaciones y teorías, junto con las disputas y la
competencia han hecho que sus integrantes tiendan a definir el término
en formas por demás restrictivas, con cada sector arrogándose el derecho
a definir inclusiones y exclusiones de la misma. Asimismo, ser de «izquier-
da» no necesariamente es sinónimo de revolucionario. Desde esta pers-
pectiva, en la izquierda existen múltiples variaciones: reformista, burocra-
tizada, clasista, revolucionaria. . . Por otro lado, para el común de la gente
«la izquierda» es más una noción actitudinal que una definición ideológica
precisa. Así la «izquierda» incluye a los marxistas, pero también a los anar-
quistas, a aquellos populistas que reivindican el cambio social, a sectores
de la iglesia católica como los Sacerdotes del Tercer Mundo, e inclusive
a sectores que serían considerados por «los militantes» como meramente
progresistas. En la acepción popular, las fronteras entre izquierda, pro-
gresismo y liberales reformistas son bastante borrosas. En cambio, para
los militantes estas definiciones son más taxativas por cuanto hacen no
solo a la construcción orgánica sino a la propia identidad.

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Prólogo XIII

Para este estudio la «izquierda» se compone de todos aquellos grupos


e individuos que, sean o no marxistas, se plantean el socialismo como fin.
En este sentido, hemos tratado de tomar en cuenta tanto los debates aca-
démicos, como la perspectiva «militante», y el «sentido común» popular.
Por ende, consideramos el ser «de izquierda» no como una posición fi-
ja sino como un proceso dinámico con evolución histórica. Individuos y
organizaciones que lo fueron en un momento determinado pueden dejar
de serlo. No ajeno a esta situación se encuentra el cambio que la misma
izquierda fue experimentando de acuerdo a las coyunturas nacionales e
internacionales. Así, si bien las propias perspectivas de los integrantes del
GT son bastante variadas y de ninguna manera hemos llegado a definicio-
nes de conjunto, muchos tendemos a considerar que «ser de izquierda»
es más una noción cultural, una estructura de sentimiento al decir de Wi-
lliams ([1961] 2003), que una precisión ideológica o siquiera de una praxis
política. Entendemos que la cultura es un sistema significante (que com-
prende señales y signos específicos) a través del cual un orden social se
comunica, se reproduce, experimenta e investiga. En términos operati-
vos para este grupo, ser de «izquierda» se enmarca en dos coordenadas
que implican un compromiso de aceptación: la autodefinición del sujeto
estudiado, y la consideración del investigador.

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Capítulo 1

Rebeldes e inconformistas. Procesos de


politización y rebelión en América Latina

Pablo Pozzi
......

Hace ya medio siglo que la sociología y la antropología estadouniden-


ses se preocupaban por el tema de cuándo y por qué se rebelan los seres
humanos (véase Chowning Davies 1971). No era una inquietud nueva, la
historiografía había intentado encarar este tema a partir de los estudios
de la Revolución Francesa y de la Revolución Rusa. En realidad el pro-
blema, si bien se presentaba como el de la «rebelión», era el de la par-
ticipación de la persona común en el quehacer político. Este había sido
entendido como un atributo de las élites cuya «obligación» era el ejercicio
del gobierno. Los procesos por los cuales la «gente común» fue conside-
rada como externa al «quehacer» político, fueron aceptados como algo
normal. El campesino y el obrero no estaban «politizados», o sea no par-
ticipaban del quehacer político a partir de su vida cotidiana, y cuando lo
hacían eran considerados como subversivos del orden establecido, o sea
como una revuelta.
Por supuesto esta perspectiva no surge con el siglo XX y menos aun
con los estudios de las revoluciones. Por ejemplo, Aristóteles planteó que
«Puesto que queremos estudiar de dónde nacen las discordias y trastornos
políticos, examinemos ante todo en general su origen y sus causas (. . . ). Ya
hemos dicho lo que predispone en general los espíritus a una revolución;
y esta causa es la principal de todas (. . . ). Su propósito, cuando se insu-
rreccionan, es alcanzar fortuna y honores, o también evitar la oscuridad y
la miseria; porque con frecuencia la revolución no ha tenido otro objeto
que el librar algunos ciudadanos o a sus amigos de alguna mancha infa-
mante o del pago de una multa» (De Azcárate 1873, págs. 246-250). Esta es
una visión profundamente conservadora, ya que las causas de la «politiza-
ción» tienen que ver con la ambición y el egoísmo. Pero, su importancia
es que establece que la participación en política tiene intereses y objeti-

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2 Pablo Pozzi

vos cuestionables que pueden derivar en un desafío al orden establecido,


considerado como algo armónico y deseable.
Siglos más tarde, Alexis De Tocqueville, tratando de explicar porqué
el pueblo había realizado la Revolución Francesa, retomó esta temática
pero desde una perspectiva distinta. En su estudio sobre el Antiguo Ré-
gimen planteó que «(. . . ) el campesino francés era muy independiente y
había desarrollado un saludable orgullo y mucho sentido común (. . . ) te-
nían un deseo de vivir no solo en igualdad sino como hombres libres (. . . ).
Los libros les suministraron las teorías, que ahora llevaron a la práctica,
ajustando las ideas de los autores a su deseo de venganza (. . . ). Hacia me-
diados del siglo XVIII los hombres de letras tomaron el liderazgo político
y de las consecuencias de este nuevo desarrollo» (De Tocqueville 1955,
págs. 174-177 y 207-209). Este modelo explicativo es tan complejo como
el de Aristóteles: la insatisfacción es individual que se convierte en ac-
ción a partir de estímulos externos; o sea, no son los campesinos sino
los «hombres de letras» los que «suministran» las teorías y «toman el lide-
razgo». Si bien los campesinos tienen intereses reales, por sí mismos son
incapaces de ponerse en acción sin que la élite los movilice y dirija. Carlo
Ginzburg criticó este modelo interpretativo acerbamente: «Explicar estas
analogías mediante la simple difusión de arriba abajo, significa aceptar sin
más la tesis, insostenible, según la cual las ideas nacen exclusivamente en
el seno de las clases dominantes» (Ginzburg 2011, pág. 215). Para Ginzburg
esto significaba no solo remover a los sectores populares del protagonis-
mo histórico que con su accionar se habían ganado, sino también esto
implicaba un problema metodológico puesto que ignoraba «las profundas
raíces populares de la utopía» (ibídem, pág. 163) «En pocas palabras: los
campesinos franceses de finales del siglo XVIII no asaltaron los castillos
de la nobleza porque hubieran leído L’ange conducteur, sino porque “las
nuevas ideas más o menos implícitas en las noticias que llegaban de París”
confluyeron con “intereses y (. . . ) antiguos rencores”» (ibídem, pág. 23).
Más complejo y mucho más influyente, pero planteando esencialmen-
te lo mismo que De Tocqueville, se encuentra la famosa frase del Qué
Hacer de Nicolai Lenin: «Hemos dicho que los obreros no podían tener
conciencia socialdemócrata. Esta podía ser introducida solo desde fuera
(Lenin [1902] 2004, pág. 127) (. . . ). Ya que no puede ni hablarse de una ideo-
logía independiente, elaborada por las mismas masas obreras en el curso
mismo de su movimiento (. . . )». Esto se ve matizado por la nota al pié que
aclara: «Esto no quiere decir, naturalmente, que los obreros no participen
en esa elaboración. Pero no participan como obreros, sino como teóricos
del socialismo» (ibídem, pág. 137). Una vez más, los protagonistas de la re-
belión se politizan por influencias externas. Estas, a su vez, se articulan
con condiciones reales de existencia para «revelarlas» o generar concien-
cia de las mismas.

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Rebeldes e inconformistas. . . 3

En todos los casos vemos que el eje es la politización como producto


de influencias externas, ya sea para librarse «del pago de una multa» o los
libros que contribuyeron a las teorías para los deseos de venganza. Ambas
percepciones subyacen en obras como la del sociólogo estadounidense
David Schwartz donde insiste que las «revoluciones, como todos los fe-
nómenos políticos, se originan en la mente de los hombres (. . . ) comienza
con un intento de retirarse de la política de los individuos y especialmen-
te de los intelectuales (. . . ) esta retirada ayuda a explicar la disposición
de la persona para un comportamiento revolucionario . . . [Es el resultado
de] un proceso psicológico de alienación que genera crisis sociopsicoló-
gicas. . . » (Schwartz 1970, págs. 335-338). Aquí el aspecto más interesante,
en una modernización del esquema de Aristóteles, es que el proceso de
politización, y por supuesto el compromiso revolucionario, es considera-
do como una desviación psicopática del comportamiento normal de un
ser humano. En esta visión, las grandes masas populares son irracionales y
esencialmente vengativas. En los planteos anteriores los intereses juegan
un papel importante (al decir de Aristóteles «alcanzar fortuna»). Si bien el
planteo de Lenin implica que la «rebelión» popular es esencialmente justa,
en todos los casos la política y el impulso revolucionario llegan desde lo
externo a la condición humana, ya sea desde la mente o desde lo teórico
(que pueden ser la misma cosa). En realidad, como bien señaló EP Thom-
pson: «Solemnes historiadores y científicos sociales nos aseguran que los
campesinos chinos y los marineros rusos nunca se hubieran rebelado si
los intelectuales no hubieran sembrado la semilla de la inadaptación en
un terreno desfavorecido y pobre» (Thompson 2008, pág. 234).
Todo lo anterior tiene su efecto sobre los estudios políticos, y en par-
ticular sobre aquellos que lidian con la izquierda como principal prota-
gonista de las rebeliones populares, particularmente cuando se constata
en distintos períodos históricos que esta tenía una fuerte articulación con
los movimientos de masas. En un interesante libro el historiador Hernán
Camarero se pregunta «¿cómo y por qué el comunismo se insertó en la
clase obrera argentina?». Su respuesta es doble: por un lado plantea que
el partido adoptó la proletarización y la bolchevización. Por otro, seña-
la que «las tareas de movilización y organización de los obreros en los
nuevos espacios de vida industrial se presentaban (. . . ) plagadas de difi-
cultades (. . . ) para abrirse paso a través de estos obstáculos, se requerían
cualidades políticas que solo el PC estaba en posibilidad de exhibir» (Ca-
marero 2007, págs. LIV-LV). Su respuesta es interesante ya que se basa en
la confluencia de una propuesta política con una coyuntura determinada,
o sea necesidades concretas con soluciones acordes. A su vez, esto presu-
pone que la «bolchevización» era, efectivamente, la única respuesta po-
sible a las dificultades que tenía el proletariado argentino en la década de
1920. ¿Cómo lo sabemos? Porque el comunismo creció entre los trabaja-

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dores. Sin embargo, aquí existe un problema serio. Durante esa década no
fueron solo los comunistas los que aumentaron sus adherentes entre los
trabajadores: socialistas, radicales y sindicalistas revolucionarios vieron
sus filas incrementadas. Sin embargo, ninguno de estos se había «bolche-
vizado». Por otra parte, si bien esa era la propuesta política, en realidad
no sabemos qué entendían los trabajadores comunistas por «bolcheviza-
ción» o qué creían ver en los planteos de los comunistas. Por supuesto,
esto no implica que no hubieran adherido por razones de clase, o sea «de
conciencia» y de estructuras de sentimiento. Lo que sí debemos consi-
derar es que detrás del planteo de este autor hay una doble suposición.
La primera es que la «línea correcta» genera los resultados correctos. La
segunda es que la adhesión a la izquierda marxista es un resultado de un
proceso de politización producido por un crecimiento en la conciencia
de clase. En ambos casos para comprobar esto se trata simplemente de
constatar la cantidad de obreros adherentes a tal o cual partido marxista,
si marxistas dirigen o no sindicatos u otras organizaciones de masas, o la
capacidad de movilización que tiene la organización. Por el contrario, la
no adhesión de los obreros a la organización marxista, o la membresía en
un partido populista o liberal presupone niveles de despolitización, en-
gaño, clientelismo, o baja conciencia. Esto, a su vez, encierra un proble-
ma metodológico: un complejo proceso social es reducido a una relación
mecánica y constatado por un razonamiento tautológico. Si el partido es
«de clase», entonces su adhesión implica conciencia, y sabemos que los
adherentes son «conscientes» porque adhieren al partido. Subyacente a
todo esto es la visión por la cual el partido político es algo externo a los
sectores sociales a los que se dirige, y de ninguna forma es un emergente
de la experiencia de estos ni tampoco se desarrolla en su seno. Al decir
de Thompson: «El reduccionismo es un lapso en la lógica histórica por el
cual los eventos políticos o culturales son “explicados” en términos de la
pertenencia de clase de los actores. El problema es encontrar un modelo
que explique el proceso social que permita la autonomía de la conciencia
social en el contexto por el cual, en última instancia, sea determinado por
el ser social» (Thompson 2008, págs. 290-291). Evidentemente, un afiliado
al Partido Comunista puede o no ser un obrero ejemplar, al igual que un
obrero peronista. Parte del problema es cómo articular al individuo con
el grupo social, o sea con la clase, a que pertenece. De hecho, existen nu-
merosos ejemplos que hacen difícil la generalización a partir de ejemplos
superestructurales u orgánicos.
El problema no es teórico si no que es práctico y metodológico, de otra
forma «la concepción materialista de la historia. . . tiene hoy en día mu-
chos amigos para los que sirve como excusa para no estudiar la historia»
(Thompson 1965). Lo que estamos sugiriendo aquí es invertir los términos
de nuestra observación y análisis, sin desechar nuestra teoría general o en

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este caso el materialismo histórico. Al decir de Engels: «Nuestra concep-


ción de la historia es sobre todo una guía para el estudio y no una palanca
de construcción como sugieren los hegelianos. . . » (Marx y Engels 1890).
Al mismo tiempo estamos planteando que, metodológicamente, el mé-
todo deductivo tiene escaso poder explicativo de los procesos sociales y
tiende, por el contrario, a conclusiones tautológicas basadas en postula-
dos con escasa prueba empírica. La alternativa podría ser la aplicación
del método inductivo, o sea el obtener conclusiones generales a partir de
premisas que contienen datos particulares o individuales. Por ejemplo, a
partir de la observación repetida de objetos o eventos de la misma índo-
le se establece una conclusión general para todos los objetos o eventos
de dicha naturaleza. Lo fundamental, entonces, sería no tanto constatar
el crecimiento numérico de los comunistas, sino el por qué distintos in-
dividuos adhirieron a esa perspectiva. Asimismo, si constatamos el cre-
cimiento de otras tendencias, sean estas socialistas, radicales o católicas,
entonces lo que sugiere es efectivamente un desarrollo en la politización
obrera y, posiblemente, un crecimiento en la conciencia de clase que no
necesariamente discurre por canales marxistas. Debería quedar claro que
una cantidad de casos individuales no permitirían derivar certezas, sino
observar subjetividades constantes que permitan plantear que el grado de
probabilidad de las conclusiones sea alto. La inducción, por ende, debe
alterar nuestras premisas, nuestras preguntas, y la perspectiva de la ob-
servación. Así, debemos situar nuestro análisis a nivel de lo individual, y
a partir de ahí determinar conclusiones en base a lo probable.
Esto también implica que, en el ejemplo del crecimiento de los comu-
nistas argentinos entre los trabajadores durante la década de 1920, quizás
tendríamos que modificar la pregunta original: no solo por qué algunos
optan por una opción revolucionaria, o sea por qué un ser humano se
rebela, sino por qué, a pesar de las constantes de la opresión, no lo ha-
ce; o por qué, en un contexto donde la violencia es parte permanente de
la dominación, los trabajadores tienden a ejercerla colectivamente pocas
veces. En síntesis, el problema es porqué los rebeldes tienden a ser ex-
cepción y no regla. Como señaló Raymond Williams: «es obvio que las
modalidades del inconformismo son al menos tan variadas como las mo-
dalidades del conformismo» (Williams [1961] 2003, pág. 93). La politización
«rebelde» puede, indudablemente, canalizarse por vías disímiles y aparen-
temente contradictorias. Asimismo, habría que preguntarse no tanto si la
«línea es correcta» sino por qué esta parece serlo en un momento determi-
nado y no en otro; o por qué de dos propuestas, escasamente diferentes,
en un mismo momento prospera una sola y no la otra; ni hablar de porqué
en un momento histórico determinado todas las propuestas parecen te-
ner éxito, por distintas que sean. En el caso argentino, entre 1920 y 1940 el
Partido Comunista tuvo un crecimiento notable; sin embargo, grupos que

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6 Pablo Pozzi

también se «bolchevizaron», como trotskistas, «chispistas», penelonistas,


no tuvieron el mismo éxito. A su vez sectores de izquierda antileninistas,
como los socialistas, no cesaron de crecer. Este crecimiento se vio frus-
trado a partir del peronismo, en 1946, lo cual genera numerosas preguntas
sobre el relativo éxito de la bolchevización anterior. Pero hacia 1975 el
mismo Partido Comunista, en ese momento escasamente leninista, ha-
bía crecido hasta tener 200 mil afiliados, o sea un uno por ciento de la
población argentina de la época. En realidad más allá de los vericuetos
de sus propuestas políticas, los comunistas nunca dejaron de tener una
importante adhesión entre la clase obrera argentina. Dado que esto fue
una constante, y que siempre hubo una importante minoría de trabajado-
res argentinos activistas o militantes políticos la pregunta debería ser qué
veían los obreros politizados, tanto los que adherían a ese partido como
los que adherían a otros, en las propuestas del Partido Comunista. A su
vez, siempre existe la posibilidad de que la adhesión a una organización
tenga menos que ver con la propuesta política y más con la calidad hu-
mana de sus militantes. Por ejemplo, Mariana Mastrángelo cita a una de
las protagonistas de la huelga de 1929 en San Francisco de Córdoba: Le-
ticia Castelli recordó al dirigente comunista José Manzanelli como «una
buena persona que nos ayudaba a organizarnos», y no como un marxis-
ta (Mastrángelo 2011, pág. 229). Cambiar el eje de nuestra mirada sugiere
que la politización se encuentra fuertemente anclada en un sentido co-
mún clasista donde la calidad humana del militante y la propuesta política
(organizativa) se articulan en una compleja relación.
Lo que aquí se sugiere es invertir nuestra aproximación de manera
que, con una nueva perspectiva, nos podamos acercar al problema histó-
rico desde un nuevo ángulo que cuestione nuestras premisas originales,
plantee nuevos problemas y ofrezca enriquecer las respuestas. Por ejem-
plo, más allá de suponer que si un partido tiene adherentes esto se debe a
que su propuesta es acertada, deberíamos investigar qué entendieron los
adherentes por lo que planteaba un determinado discurso político. ¿En
qué medida entendían lo que se les proponía o hasta dónde sentían que
esta propuesta expresaba sus necesidades? La idea es que debemos des-
plazarnos desde la organización hacia los seres humanos, para ver si a par-
tir de comprender historias individuales comunes podemos llegar a perci-
bir las similitudes, los constantes que hacen al comportamiento colectivo.
Esto podría permitir considerar los procesos de politización, individuales
y colectivos, no tanto como producto de algunos factores determinantes
de una decisión racional, sino más bien como parte de una estructura de
sentimiento anclada en el sentido común de los distintos sectores socia-
les en un momento histórica y socialmente determinado. Es posible de
esta manera acercarse a explicar cuestiones que hasta ahora se nos han
escapado. Por ejemplo, el hecho de que oleadas de rebeldía son seguidas

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Rebeldes e inconformistas. . . 7

por una aparente quietud, sin mediar las derrotas históricas asociadas a
grandes represiones. El ubicar nuestra mirada «desde abajo» nos permite
comprender que pocos seres humanos, aun aquellos con un alto grado
de politización, desean una vida de constantes zozobras asociadas con
las luchas políticas: no son otros individuos, son los mismos que atesoran
una experiencia concreta en la subjetividad individual que también es la
experiencia colectiva.
El problema central es intentar explicar el complejo proceso por el
cual la realidad material de la vida humana se traduce en experiencias
que a su vez son los prismas a través de los cuales un ser humano con-
sidera el mundo que lo rodea para luego explicarlo en estructuras que
conforman una cultura determinada. Esta cultura no es algo explícito ni
percibido sino que toma la forma de un «sentido común», o sea «las co-
sas siempre las hicimos así». Cuando realidad, experiencia y cultura son
explicadas a través de conceptos racionales, tenemos una ideología o sea
una visión del mundo. Y cuando se visualizan los nexos entre lo anterior y
el accionar de otros seres humanos podríamos decir que se es «concien-
te». Esto nunca es un proceso lineal sino que está en constante cambio
y evolución, mientras se manifiesta en criterios comúnmente aceptados
que podríamos denominar una «cultural social subterránea». Esto es lo
que expresa, quizá sin saberlo, el siguiente testimonio:

Pregunta: ¿Cómo surgen los activistas?


Pete: El tema de tomarse un vinito a escondidas, pelar una petaca de
ginebra cuando hace frío, es un tema obligado para charlar. Se van
conociendo. ¿Sabés cómo se conocen? Fulano es un tipo que va al
frente. Fulano es un tipo que sabe, dice otro. Fulano es un tipo que
es muy capaz en el laburo, y tiene muy buena parla.1 Fulano sabe lo
que vale su trabajo. Pero a su vez lo transmite, y así enseña lo que vale
el trabajo de todos. La gente se va conociendo así, va reconociendo
determinada gente. Aunque nadie diga si fue o no dirigente gremial, y
la gente no comparta su historia personal o política. Y cuando se dan
los problemas (económicos, accidentes) necesariamente o salen o la
gente misma los saca a relucir. Che, ¿qué hacemos?, les preguntan.
Surgen formas organizativas.2

Claramente, el testimonio anterior denota una visión espontaneísta


del proceso de politización. Pero, al mismo tiempo, también refleja una
realidad sociocultural, por lo menos en la experiencia de este obrero de la

1.— Parla: argentinismo para «hablar», proviene del italiano parlare.


2.— Entrevista con Pete, obrero cañista de la construcción, de la sección mante-
nimiento de la fábrica Shell. Entrevistado por Pablo Pozzi, el 3 de mayo de 1987
en la casa del mismo en Monte Chingolo, provincia de Buenos Aires.

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8 Pablo Pozzi

construcción. Ratificando la visión del testimoniante, al apuntar que «nin-


gún ser humano se plantea una tarea que no pueda resolver»,3 Marx ubi-
caba firmemente el proceso de politización en el plano de las condiciones
humanas de los grupos sociales, o sea «de abajo hacia arriba», en un pro-
ceso dialéctico de movimiento de la sociedad. Asimismo, históricamente,
Rosa Luxemburgo señaló esto cuando escribió que «el movimiento in-
consciente tiende a preceder al movimiento consciente». Y agregó: «Este
despertar de la conciencia de clase se manifiesta de inmediato, una ma-
sa (. . . ) de proletarios descubre con una agudeza insoportable, el carácter
intolerable de su existencia social y económica, a la que estaba someti-
da desde hacía decenios bajo el yugo del capitalismo» (Luxemburgo 1970,
pág. 58). El resultado, de acuerdo a Luxemburgo, no solo es el surgimiento
de nuevas formas de organización, incluyendo a sectores previamente no
organizados, sino también la confrontación políticamente autoconscien-
te de los trabajadores con el Estado y el capital, ubicando al socialismo
una vez más en el orden del día. Así, la relación entre teoría y práctica es
algo sumamente complejo, pero parte de la realidad de la existencia ha-
cia su expresión política e ideológica. Es por eso que Rosa Luxemburgo
planteó que la agitación y propaganda política no pueden suplir jamás la
experiencia práctica concreta de la clase, aunque bien puede contribuir a
ella en la medida en que sintetiza esta experiencia y la puede hacer com-
prensible (ibídem, pág. 59). Lejos del espontaneísmo, la realidad material
y la propuesta política se articulan en un proceso dialéctico que generan
la politización «rebelde» del individuo.
El testimonio anterior podría ser un caso excepcional, excepto por
dos cosas. La primera es que el testimoniante fue un cuadro obrero del
Partido Comunista. Que no mencione la labor de su partido como algo
central, es notable y realza la posibilidad de que sea un testimonio de
«experiencia clasista» y una manifestación de una cultura subterránea. La
segunda es que el proceso se repite en otros casos, por ejemplo en los
cuatro fragmentos a continuación:

Pregunta: ¿Cómo es que llegaste al mundo de la política, del sindicalismo?


Gregorio Flores: ¿En qué momento? ¿A partir de qué oficio? Bueno,
yo entré a trabajar en el año 1959 en Fiat Concord, y en esa época yo
era católico apostólico y romano y no me interesaba en absoluto ni el
sindicalismo ni la política. Yo era totalmente apolítico. Cuando entré
a la fábrica, lo primero que yo recuerdo es que una vuelta echaron
a un compañero que tenía cuatro hijos. Y eso me chocó, me pareció

3.— Therefore, mankind always sets itself only such tasks as it can solve; since,
looking at the matter more closely, we will always find that the task itself arises
only when the material conditions necessary for its solution already exist or are
at least in the process of formation (Marx [1859] 1959, pág. 44).

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tan perverso, cómo van a echar a un tipo con cuatro hijos, dónde
mierda va ir a trabajar este hombre. Lo echaban porque al momento
de salir se llevaba un calibre en el bolsillo, que seguramente se lo
había dejado olvidado. Yo decía: «pero qué hijos de puta, como van
a echar una persona por eso, y con cuatro chicos». Lo que más me
preocupaba, no sé por qué, era eso. Entonces, se fue a una huelga y la
comisión interna llamó a formar un piquete para evitar que la gente
entrara a trabajar. A mí me parecía que por compañerismo no tenía
que ir a trabajar. Cuando llamaron yo me presenté para formar los
grupos del piquete y empecé a ir a militar (Sartelli y Camera 2001).4
Despedido a los 15 años me dediqué a agitar a los obreros. Para que no
haya lío los patrones me recomiendan a un taller metalúrgico cuando
terminé la escuela. Entro ahí por el tiempo de las vacaciones. En el
cuarto año, un profesor [creo que se llamaba el ingeniero Gómez] nos
daba matemáticas: la clase era una hora de política peronista y una
hora de matemáticas. Siempre empezaba con la historia del pero-
nismo. Ahí me politizo unilateralmente puesto que el ingeniero solo
hablaba de la grandeza de Perón.5
Fue entonces que, una semana antes del 25 de mayo de 1910, se de-
claró la huelga general. En casa se vivía esa conmoción, y yo, que
tenía nueve años escuchaba los comentarios de los mayores sobre
la ferocidad policial, los obreros muertos y las mujeres apaleadas, y
me indignaba hasta sentir que las lágrimas me subían a los ojos (. . . ).
Después de cumplir 18 años me fui de casa, atraído por las luchas
obreras, por las ideas del anarquismo y por ese espíritu de aventura
que por suerte campea en la juventud (Varone 1989, pág. 15 y 18).6
Yo iba a las asambleas desde los 12, 13 años, mi viejo ya participa-
ba dentro de las asambleas, me llevaba, todos los viernes era para
nosotros una cosa de que «estaba la asamblea» y había que ir, des-
pués ellos iban, se tomaban sus vinos, cosa, pero era una cosa ya de
la familia, que ya sabíamos que el viernes había o asamblea, o cuer-
po de delegados, o que había actividad dentro del gremio. . . o sea ya
consciente uno de lo que era, porque era un lugar de trabajo muy po-
litizado, donde se analizaba desde los orígenes nuestros desde. . . ya

4.— Flores fue delegado de SITRAC, nacionalista y católico de joven pasó a mi-
litar en la guerrilla guevarista del PRT-ERP para ingresar años más tarde en el
trotskismo del Partido Obrero y ser su candidato a presidente de la Nación.
5.— Entrevista con Mario Leiva, obrero automotriz de la fábrica Transax de Cór-
doba y militante del Peronismo de Base. Entrevistado por Pablo Pozzi en Buenos
Aires, el 28 de febrero de 1994.
6.— Varone militó en el anarquismo hasta que, con la llegada del peronismo, se
afilió al Partido Comunista.

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10 Pablo Pozzi

de nuestros padres. Porqué mi padre por ejemplo nunca dio el salto,


dejó de ser peronista y pasó a una actitud más revolú. . . .7

Los cuatro extractos de testimonios citados son reveladores de lo que


estamos planteando. Por un lado, todos fueron destacados militantes obre-
ros de diversas corrientes ideológicas. Por otro, todos enfatizan su politi-
zación más como un proceso de experiencia clasista que como resultado
de una propuesta de una captación externa. Por supuesto: que ellos lo
presenten así no quiere decir que esto sea linealmente cierto. Flores, por
ejemplo, más tarde en su testimonio señala la labor de militantes del Parti-
do Comunista; Leiva recuerda a su profesor de matemáticas; Varone hace
referencia a los anarquistas que visitaban su hogar; Sosa vincula su proce-
so a obreros militantes del PRT-ERP. Pero lo interesante es desde dónde
comienzan a presentar su proceso de politización, y cómo lo desarrollan.
De hecho parecen ratificar la visión de Rosa Luxemburgo por la cual «la
batalla general y encarnizada del asalariado contra el capital ha contri-
buido a la vez a la diferenciación de las diversas capas populares y a la de
las capas burguesas, a la formación de una conciencia de clase tanto en el
proletariado como en la burguesía liberal y conservadora» (Luxemburgo
1970, pág. 60).
El problema es que el proceso de politización de un individuo, y de
colectivos sociales, es sumamente complejo y dialéctico, y por ende di-
fícil de aprehender. Sin embargo, de lo que se trata no es de simplificar,
sino más bien lo que señaló Thompson: «La interrelación dialéctica en-
tre el ser social y la consciencia social – o entre “cultura” y “no cultu-
ra” – está en el centro de toda comprensión del proceso histórico en la
tradición marxista» (Thompson 2008, págs. 281-289). Una gran parte del
problema de esta perspectiva es ¿hasta dónde los testimonios de cinco o
seis obreros son representativos del conjunto de la clase? ¿Hasta dónde
pueden algunos individuos representar a un conjunto social? Si bien esto
debería ser un planteo para cualquier analista social, al fin y al cabo toda
interpretación se basa en una colección de datos parciales, esto es aun
más complicado para el método inductivo. ¿Si encontramos similitudes o
patrones en nuestras fuentes, esto implica la existencia de un fenómeno
general? ¿Y si así fuera, cuál es este fenómeno? El principal peligro es que
encontremos lo que deseamos, y no lo que realmente existe. Como en
todo proceso interpretativo, el analista toma sus recaudos y la calidad de
la investigación es lo que avala las conclusiones. «El historiador, por lo
tanto, a través de un minucioso esfuerzo de decodificación y de contex-
tualización de documentos puede llegar a descubrir “la dimensión social
del pensamiento”» (Chaloub 2009, pág. 16).

7.— Entrevista con Carlos Sosa, activista de Luz y Fuerza de Córdoba. Entrevis-
tado por Pablo Pozzi en Córdoba 31 de mayo de 1999.

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El punto es que, como señaló Ginzburg: «El motor de la pesquisa (. . . )


no es la contraposición entre lo “verdadero” y lo “inventado” sino la in-
tegración puntualmente señalada en toda ocasión, de “realidades” y “po-
sibilidades”» (Ginzburg 2010, pág. 439). El método inductivo, y la historia
«desde abajo», ofrecen nuevas posibilidades explicativas en el caso de es-
tudiar los procesos de politización que subyacen al tema de cuándo y por
qué se rebelan los seres humanos.

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Capítulo 2

Experiencia, ideología y proceso de politización


en las historias orales de militancia de
izquierda durante la segunda mitad del siglo XX

Gerardo Necoechea Gracia


......

La politización fue para la izquierda un problema práctico a través del


siglo XX. Lo fue también, claro, para cualquier organización política in-
teresada en obtener resultados como consecuencia de su peso cuantita-
tivo. Pero para los partidos comunistas – y para todas las otras organiza-
ciones marxista-leninistas – en tanto eran partidos de cuadros dedicados,
el problema más que de números era de calidad: cómo hacerse de miem-
bros que tuvieran la preparación y convencimiento ideológico necesario.
La solución al problema consistía en politizar a los nuevos miembros, es
decir, «inculcar una formación o conciencia política», como define el dic-
cionario el término. El propósito de hacerlo era que los individuos así
formados pudieran a su vez convertir las protestas consideradas econó-
micas o espontáneas en acciones políticas deliberadas, propósito que ca-
be dentro de la otra definición del término: «dar orientación o contenido
político a acciones, pensamientos, etcétera, que, corrientemente, no lo
tienen» (RAE 1992).
Politizar es un propósito positivo para la izquierda, pero introducir
la política en donde corrientemente no pertenece despierta suspicacias
cuando no rechazo. Desesperan muchos, y generalmente desde una po-
sición política conservadora, de lo que consideran una obsesión contem-
poránea que desborda los límites naturales de la política y contamina ám-
bitos que debían permanecer ajenos a ella. Despotrican en consecuencia
contra la politización del arte, la salud, el deporte y cuantimás (Krauze
2012). En una variante políticamente ambigua de este significado, Zenobi
(2012) muestra que los participantes mismos de una protesta pueden ver
de manera negativa la politización de su lucha, porque implica involucrar
a políticos cuyo interés es llevar agua a su molino: en el peor de los casos,

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14 Gerardo Necoechea Gracia

solo desean publicitar su campaña electoral; en el mejor de los casos, los


militantes políticos quieren atraer adeptos a la visión más amplia de los
problemas sociales que expone su particular organización política.
Politizar con frecuencia va asociado a la idea de concientizar, aun-
que el segundo término se refiere a todas las esferas de la vida y el pri-
mero apunta a la acción política deliberada que resulta de la más amplia
concientización. La mayor parte de la izquierda, durante buena parte del
siglo XX, consideró que la concientización debía conducir hacia la con-
ciencia política y revolucionaria, pero que el paso de una a otra no sucedía
de manera natural. Lenin, en una de sus polémicas contra las que conside-
ró posiciones reformistas, expresó que los trabajadores no llegarían a esa
conciencia por sí mismos, y por tanto había que inyectarla desde fuera.
La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en
condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas solo una
conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario
agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno
la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etcé-
tera. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosó-
ficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres
instruidos de las clases poseedoras (Lenin [1902] 2010, págs. 51-52).
Muchos años después, el comunista mexicano José Revueltas, en una
crítica a las posiciones reformistas del Partido Comunista Mexicano, ex-
presó una idea similar. El proletariado mexicano no desarrollaría su con-
ciencia de clase sin la intervención del partido, porque el partido era la
conciencia organizada de la clase. Criticaba Revueltas que el PCM no ha-
bía jugado ese papel, razón por la que tituló su ensayo «Un proletariado
sin cabeza» (Revueltas [1963] 1980). A pesar de los variados sentidos da-
dos al término, todas estas acepciones de politizar o politización tienen
en común considerar que lo político es inyectado desde el exterior hacia
el interior de la conciencia individual o de actividades humanas al menos
en apariencia no políticas.
En el presente ensayo quiero estudiar el proceso de politización des-
de otra perspectiva. Para empezar, la intención es situar la mirada desde
adentro, por decirlo así, porque el interés estriba en entender cómo los
militantes de izquierda describen su propio camino a la politización. Pa-
ra seguir, uso el término en sentido descriptivo, algo que mejor permite
una de las definiciones anglosajonas del término: el proceso de hacerse
consciente políticamente (OED 2015). El ensayo dirige nuestra atención a
entender un proceso a lo largo del tiempo, y preocupado por describir,
evita prejuzgar o imponer un destino inmanente al proceso. La reflexión
entonces gira en torno a cómo se hacen los militantes de izquierda. La
respuesta a la pregunta es que los militantes de izquierda, como todo su-
jeto social, se hacen a sí mismos.

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Experiencia, ideología y proceso de politización. . . 15

Comprender la politización desde el sujeto militante no ha sido un


punto de partida frecuente. Las investigaciones, en general, han favore-
cido el estudio de la dinámica de las organizaciones y movimientos po-
líticos, de las discusiones ideológicas en torno a lo que se pensó como
cuestiones claves, y de sucesos centrales a veces para destacar la heroi-
cidad, a veces para esclarecer la devastadora represión. Pero si partimos
del punto de vista de los militantes, la politización deja de ser un mero
dato dado en la investigación para convertirse en un proceso a investigar.
Investigar la politización ha sido uno de los propósitos subyacentes a
varias investigaciones que convergen en el grupo de trabajo «Política, vio-
lencia y cultura de la izquierda en América latina en el siglo XX». Gracias
a ello, hemos reflexionado juntos alrededor de la izquierda del siglo XX,
la politización, los testimonios autobiográficos y la historia oral.1 Por ello
puedo recurrir a extractos de entrevistas llevadas a cabo con militantes
de distintos países en América Latina, realizadas por mis colegas y para
los fines de sus propias investigaciones.
El presente ensayo encuentra evidencia en entrevistas de historia oral
con quienes militaron en la izquierda entre las décadas de 1960 y 1990. Es
importante notar que las entrevistas refieren experiencias individuales, y
que su uso en la investigación no persigue construir muestras represen-
tativas o retratar procesos universales. La historia oral, por el contrario,
muestra la percepción subjetiva y particular que un individuo tiene de los
procesos sociales que conformaron su vida. Esa percepción es la que los
historiadores buscamos en las narraciones del recuerdo, dándonos per-
fecta cuenta de que el recuerdo no refiere lo vivido directamente sino
la experiencia percibida a través de las construcciones de la cultura. La
percepción, a su vez, está moldeada por lo que esperamos que suceda y
nuestras expectativas son conformadas por el sentido común de la época.
La historia oral nos permite así conocer cómo la cultura moldea la com-
prensión que un individuo tiene en un momento determinado del mundo
que le rodea. Procedemos entonces a situar en contexto histórico este
conocimiento individual que provee el recuerdo y a explorar la relación
que tienen ideas y valores heredados con la percepción y comprensión
de opciones posibles y experiencias vividas; de esa manera ganamos co-
nocimiento también en el plano social. La contextualización del recuer-

1.— Si bien el presente texto es responsabilidad mía, agradezco las fecundas dis-
cusiones con mis colegas del Grupo de Trabajo CLACSO y con otros fuera de
él: Patricia Pensado, Amelia Rivaud, Mauricio Archila, Alfonsdo Torres, Esteban
Campos, Mariana Mastrangelo, Marcelo Langieri, Pablo Pozzi, Igor Goicovi, Clau-
dio Pérez, Luis Felipe Falcao, Marieta de Moraes, y Jilma Romero; al menos parte
de los frutos de nuestro trabajo colectivo puede verse en Necoechea Gracia y Pen-
sado Leglise (2011) y Pensado Leglise (2013). El presente texto retoma argumentos
propuestos en ambas publicaciones.

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16 Gerardo Necoechea Gracia

do, además, arroja luz sobre ocasiones en que no existe correspondencia


evidente entre las expectativas adquiridas y los sucesos experimentados;
incluso, de tanto en tanto, ocasiones en que la distancia entre expectativa
y experiencia es tal que obliga a ensayar nuevas descripciones para com-
prender esas percepciones inéditas. En suma, la historia oral nos permite
entender cómo la cultura interpreta los procesos sociales en los que los
individuos están inmersos.
El abordaje metodológico que llevamos a cabo se ha nutrido de las
ideas del historiador social Gutman (1976, págs. 15-18) y el antropólogo
cultural Wolf (1974), que conciben a la cultura como un juego de herra-
mientas, y la sociedad como la arena siempre cambiante en la que usa-
mos estas herramientas. También me ha sido muy útil el planteamiento
de Williams (1977a) acerca de la ideología y de lo que él llama el proce-
so hegemónico, en el cual ideas residuales y emergentes interactúan con
la ideología dominante para producir nociones y posturas de oposición
y rebeldía. Estos conceptos de cultura, sociedad, experiencia e ideología
nos ayudan a delinear un proceso histórico que esclarece la constitución
del sujeto militante de izquierda en estos años tumultuosos.
Parte de la reflexión que hemos llevado a cabo tiene que ver con la
historia comparativa, y en particular con las posibilidades de comparar
historias orales a través de la geografía latinoamericana. Al hacerlo, por
supuesto perdemos la riqueza de la especificidad y subjetividad indivi-
dual; al mismo tiempo, ganamos una comprensión de una dimensión que
en ese tiempo fue importante: la idea común y compartida de que los
países latinoamericanos estaban destinados a una transformación revolu-
cionaria, aún si no violenta, y por lo mismo compartían una historia, una
problemática y un destino. Esta dimensión nos lleva, entonces, a com-
prender que una parte importante del recuerdo consiste en la elabora-
ción de una memoria colectiva que rebasa los confines del individuo y se
proyecta hacia el espacio imaginado de la América Latina antiimperialista
y socialista.
Las estrategias de comparación desplegadas en este ensayo experi-
mentan con modos de conjuntar experiencias individuales a través de la
región latinoamericana. Para avanzar en ese propósito, el ensayo indaga
en las historias orales y testimonios autobiográficos, cómo fue que los in-
dividuos vivieron la politización y busca similitudes en las descripciones
que ofrecen las fuentes. En las páginas que siguen procuro mostrar cómo
esas similitudes tejen un patrón de politización. Examino en primer lu-
gar el cómo y el qué de lo narrado en las fuentes orales y los testimonios
publicados, porque la forma y el contenido subrayan la importancia de
la experiencia en el trayecto de hacerse militantes políticos de izquier-
da. En segundo lugar dirijo el examen hacia la ideología, otro importante
ingrediente del hacerse militante; pero la atención no recae en la adqui-

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Experiencia, ideología y proceso de politización. . . 17

sición de formulaciones clásicas de izquierda sino que recurro a la no-


ción de inversión de significado y el uso que de ella hace Thompson para
analizar cómo las ideas dominantes que sostienen el orden establecido se
convierten en semillas de nuevas ideas rebeldes (Thompson 1993, págs. 52-
64). Finalmente, uso la noción de proceso hegemónico de Williams (1977a,
págs. 108-114, 121-127) para plantear la continua confrontación de la expe-
riencia vivida con las expectativas ideológicamente determinadas, y suge-
rir que las historias orales muestran que el proceso continúa en el presen-
te e informa una crítica desde la izquierda del pasado vivido. El propósito
es demostrar que la práctica y la comprensión de la militancia política de
izquierda fue resultado de la relación dialéctica entre experiencia e ideo-
logía.

El camino hacia la izquierda


Para realizar la investigación acerca de la izquierda, hemos revisado
testimonios publicados y entrevistas de historia oral. En unos y otras, los
individuos narran el recorrido que condujo a su participación en activi-
dades de izquierda y su ingreso en alguna organización. En los siguientes
párrafos nos interesa por supuesto referir, analizar y comparar las des-
cripciones del recorrido. Nos interesa también comprender la forma es-
cogida para relatar, porque esa es otra manera de transmitir significado.
El uso que las narraciones hacen del tiempo nos ofrece una ventana de
entrada a la manera de encuadrar lo relatado y a lo que esa manera ex-
presa respecto de la politización. Algunos de los testimonios usan una
noción circular del tiempo, donde el punto de inicio es de hecho una
reedición de lo que hicieron generaciones anteriores; el efecto es el de
una continuidad que parece acontecer fuera de la historia. Otros, por el
contrario, quiebran el tiempo en un antes y después y colocan un suceso
como el punto de ruptura. Por último, en muchas entrevistas el tiempo
es un movimiento continuo hacia adelante y el narrador avanza mientras
va acumulando experiencia y descubriendo el mundo, y al mismo tiempo
transformando su consciencia. Forma y contenido revelan así cómo los
individuos experimentaron el pasado.
A continuación expongo primero ejemplos de narraciones de la me-
moria que ilustran estos tres distintos modos de concebir la experiencia
en la izquierda. Procedo después a presentar lo que las fuentes dicen acer-
ca del camino hacia la izquierda, situando estas narraciones individuales
en contextos sociales e históricos que ayudan a comprenderlas mejor. El
examen será selectivo, debido al propósito de comparar temas a través del
espacio: pasamos así de memorias de la vida en familia al conocimiento
adquirido acerca de sucesos característicos de la época, de la influencia
que tuvieron familiares y amigos al impacto de productos culturales y el

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ambiente social, y cómo todo ello trazó los recorridos hacia la posiciones
políticas de izquierda cada vez más radicales.

Continuidad, ruptura y descubrimiento


La pertenencia a la izquierda, para algunos militantes, antecede a su
nacimiento y corresponde a una tradición ideológica o incluso partidista
en la familia. Ramón, por ejemplo, consideró que sus ideas de izquierda
fueron uno de los tantos rasgos que heredó de su madre y su padre, quie-
nes en casa continuamente hablaban de la guerra civil española. Los dos
fueron miembros del Partido Comunista Español, y combatieron del la-
do republicano contra la rebelión fascista de Franco que inició en 1936;
ambos se exiliaron en México después de la derrota militar. Ramón con-
sideraba que algo similar había ocurrido a su novia Dení, excepto que las
pláticas en su casa eran sobre la Revolución Cubana (Riley y Cortés 2012).
Su padre había estado cercano al Partido Comunista Mexicano hasta que
los sucesos en Cuba lo convirtieron en crítico severo de la política de
cambio gradual. Lo que pudo observar del proceso mientras filmaba un
documental en Cuba poco después del triunfo de 1959 lo convenció de la
necesidad absoluta del cambio revolucionario. Ramón ingresó al Partido
Comunista, como habían hecho dos de sus hermanos mayores, aunque
después lo dejó por una organización maoísta, mientras que Dení se unió
a un grupo político armado y murió en combate. La manera en que Ra-
món refiere la historia hace parecer que lo sucedido fue desenvolviéndose
acorde a un plan concebido.
Para otros militantes, su encuentro con la izquierda fue una ruptu-
ra completa con su vida anterior. Lugo Hernández (2006) presenta una
narración de este tipo en su testimonio autobiográfico acerca del asalto
guerrillero al cuartel de Madera, en el norte de México. Ahí cuenta que
un domingo lo despertó el sonido de una voz que se escuchaba distante
de la cárcel del pueblo en que lo habían encerrado la noche previa. Hizo
un esfuerzo por distinguir las palabras, y alcanzó a oír denuncias contra
terratenientes abusivos y emplazamientos para que los campesinos de-
fendieran sus derechos y sus tierras. Picada su curiosidad, Raúl se dirigió
hacía el punto del que provenía el alboroto una vez que salió de la cárcel.
Se encontró entonces en medio de un mitín campesino y sintió que un
nuevo propósito de vida despertaba en él. Hombre de campo que era, le
fue natural unirse a otros campesinos en la oleada de invasiones de tie-
rras que ocurrió en el estado de Chihuahua en los primeros años sesenta.
Entretanto, leyó escritos revolucionarios y así describió su impacto: «El
efecto causado por esta propaganda en mi persona fue un cambio radi-
cal en mi vida; era como un mundo nuevo al cual me enfrentaba con una
sola arma: el ansia de aprender y comprender, asimilando en lo posible

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las experiencias históricas de la lucha de clases» (ibídem, pág. 35). Este re-
conocimiento de un cambio radical marco un antes y un después en su
vida; atrás quedaban las trampas de las «salidas falsas, artificiales, creadas
por el enemigo» mientras que la nueva vida estaba con el Grupo Popu-
lar Guerrillero y el fallido ataque al cuartel de Madera (ibídem, pág. 23),
considerado en retrospectiva como el inicio de la guerrilla socialista en
México.
Los dos ejemplos anteriores muestran modos opuestos de compren-
der el pasado militante: la continuidad a través de generaciones o la ruptu-
ra que divide la vida. El tercer molde narrativo encontrado en las fuentes
orales hace la crónica de una cadena de sucesos como si fuera un viaje
de descubrimiento. Edna, por ejemplo, nació en 1953 en Monterrey, una
ciudad industrial del norte de México. Cuando tenía 15 años fue invitada a
participar en la sociedad de alumnos de su escuela preparatoria, y acep-
tó porque era curiosa y amiguera. En ese mismo año de 1968, en julio,
ocurrieron las primeras manifestaciones de lo que sería el masivo movi-
miento estudiantil en la ciudad de México, que exigía el fin de la violencia
policíaca, respeto a los derechos civiles y democracia. Edna se mantuvo
al tanto gracias a las pocas noticias en los periódicos y lo que contaban
quienes llegaban provenientes de la capital del país, y la impactó fuerte-
mente la represión llevada a cabo por policía y ejército el 2 octubre, que
dejó cientos de estudiantes muertos, heridos y presos. Asistió a las mar-
chas organizadas en Monterrey en solidaridad con los estudiantes de la
ciudad de México, y así conoció a Nora, estudiante universitaria que la
introdujo a la política de izquierda. Ese fue el punto de inicio del reco-
rrido por la variada gama de organizaciones de izquierda y del trabajo de
agitación y organización con estudiantes, trabajadores metalúrgicos y fe-
rrocarrileros, y colonos urbanos; el recorrido, además, la llevó a conocer
de cerca la represión estatal. Después de más o menos dos años, se unió
a la Liga de los Comunistas Armados (Necoechea Gracia 2011).
El paso a la clandestinidad armada marcó el final de una primera eta-
pa de viaje, porque como ella explica, tuvo que reinventarse para su vida
clandestina y se sentía como recién nacida. Un desafortunado accidente
terminó abruptamente la siguiente etapa: un compañero la hirió mientras
limpiaba un arma, y fue arrestada en el hospital al que acudió para recibir
atención médica. En 1972 los Comunistas Armados llevaron a cabo un exi-
toso secuestro de un avión, y la incluyeron en la lista de presos políticos
que pedían fueran excarcelados y llevados a Cuba a cambio de liberar al
avión y sus pasajeros (ibídem).
Edna complementa la narración de un suceso tras otro en su vida con
el detalle de cómo afrontó retos nuevos, y retrata así su transformación
interior. Narra, por ejemplo, que su amiga Nora le explicó que la Asocia-
ción de Alumnos en su preparatoria era de derecha, que el presidente era

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hijo de un funcionario del partido de gobierno, y continúa: «y efectiva-


mente yo estuve investigando y sí tenía una relación muy estrecha con
gente de derecha; yo renuncié a la planilla». A consecuencia de la renun-
cia, participó más cercanamente con las brigadas políticas del movimiento
estudiantil:

«Me gustaban mucho, era algo así como que una vida muy activa de denuncia:
nos subíamos a los camiones, nos íbamos a los eventos públicos a denunciar lo
que estaba pasando y la situación de la universidad, porque además teníamos
muchos problemas económicos en la universidad. Entonces eso me gustó, me
atrajo, y empecé a participar muy activamente, al grado que en poco tiempo
me convertí en la jefa de brigadas» (Necoechea Gracia 2011, pág. 235).

Conoció posteriormente a miembros del Partido Comunista y no tar-


dó mucho en decidir que el partido no era de su gusto. Se sintió atraída, en
cambio, por el Movimiento Espartaquista Revolucionario, debido a que
los compañeros «eran mucho más frescos. . . ¿cómo te diré? Más libres».
Nora y otros compañeros del Movimiento Espartaquista se convirtieron
en amigos y consejeros; y añade:

«También empezamos a reunirnos; por ejemplo, con ellos empecé a leer el


Manifiesto, el Manifiesto Comunista, el ¿Qué hacer?. . . El Estado y la Revo-
lución de Lenin. También literatura, empecé a leer a Máximo Gorky, que me
encantaba. . . y empezamos a discutir, empezamos a intercambiar opiniones y
me gustó una parte muy importante de su posición y que era estar permanen-
temente formando teóricamente y estar en discusión» (ibídem, págs. 235-236).

Al paso del tiempo, cuando ya había sucedido la represión de 1968,


repetida en la ciudad de México en junio de 1971, junto con la represión de
estudiantes en Monterrey, Edna empezó a pensar acerca de la necesidad
de la violencia revolucionaria.

«Como que todos estos acontecimientos fueron configurando un clima en el


que decías la violencia revolucionaria tiene un sentido, te están orillando hacia
allá, hay formas de organizarse que pueden funcionar y que en algunos otros
lugares han funcionado. La verdad es que como que eran en el caso de Guerra
de Guerrillas»2 (entrevista 2007).

Muchos de quienes usan este modo de narrar declaran, como lo hi-


zo Edna, que al principio eran ingenuos e ignorantes de la ideología de
izquierda y que la descubren en el camino, y acumulan conocimiento
mientras atraviesan por una espiral de protesta y represión que condu-
ce a mayor radicalismo.

2.— Referencia al libro de Guevara ([1960] 2007).

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Los párrafos precedentes refieren tres modelos distintos para narrar


el compromiso político como si cada narración siguiera clara e invaria-
blemente alguna de estas formas. Lo cierto es que encontramos que dis-
tintos modos se entretejen en cualquiera de las entrevistas y testimonios
publicados. Escogí los ejemplos anteriores porque hay un predominio de
la forma descrita, y es más fácil observar lo que la forma sugiere respec-
to de la relación que estos individuos entablan con el pasado vivido. En
las primeras dos formas, continuidad y ruptura, la politización no es una
experiencia de la que se apropie el individuo; sucede, por así decirlo, de
afuera hacia adentro. En el primer caso, las ideas de la generación prece-
dente que son interiorizadas por la nueva generación ya de hecho proyec-
tan el sendero a seguir. En el segundo caso, la politización ocurre como
una revelación que es total y no requiere de elaboración posterior. En uno
y otro caso, el individuo que recuerda no espera conocimiento nuevo que
surja de la experiencia.
Los modos de continuidad y ruptura no son frecuentes en las entrevis-
tas de historia oral y testimonios publicados revisados para este ensayo.
Los entrevistados prefieren el modo que he llamado de descubrimiento.
Incluso muchos de los testimoniantes que inician estableciendo la conti-
nuidad con la generación de sus padres y madres, después mudan hacia
el modo de descubrimiento cuando detallan su rompimiento con la vieja
izquierda; por ejemplo, Edna refiere que su amiga Nora, cuando presenta-
ba su padre a sus amistades, advertía que no le debían hacer caso porque
todavía era miembro del Partido Popular Socialista (ibídem, pág. 238). La
mayoría de las narraciones de memoria detalla sucesos e introspecciones
en progresión lineal en el tiempo, y expresa así el sentimiento que una ge-
neración nueva tenía del mundo, un mundo que de muchas maneras era
distinto al de sus padres; un tiempo emocionante y extraordinario para el
que no existían planos.

El camino en contexto
Estas historias orales de descubrimiento presentan la experiencia co-
mo si fuera una cadena de eventos transparentes, y por lo mismo omiten
el contexto histórico y social que en realidad es imprescindible para com-
prender los sucesos narrados. En lo que sigue, situó en contexto ciertos
aspectos presentes en las entrevistas que pueden ser comparados; el exa-
men es necesariamente breve, si bien reconozco que cada uno de estos
aspectos es merecedor de un estudio por sí mismo. Los aspectos a tratar
tienen que ver con la presencia de la política en el círculo de las rela-
ciones de familia mientras los entrevistados eran niños, y más adelante
en el ensanchado mundo de amistades, actividades e intereses juveniles.
La extensión del medio en que se desenvolvían contribuyó a reconocer

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lo que sucedía en el mundo y aproximarse a gran variedad de produc-


tos culturales, lo cual a su vez impactó sus ideas y prácticas; al mismo
tiempo, amistades cercanas con individuos políticamente más sofistica-
dos y experimentados con frecuencia determinaron la dirección a seguir
en la política de izquierda. El propósito de este examen es mostrar que
el compromiso político individual se desenvolvió en un juego entre pre-
siones determinantes y elección de las opciones percibidas, algo que rara
vez señalan los individuos cuando relatan su pasado. Exploraré por últi-
mo cómo el presente conforma el pasado recordado, haciendo énfasis en
que el pasado continúa en el presente.
El primer aspecto que las historias orales tienen en común es que el
acercamiento inicial a la política ocurre dentro del círculo inmediato de
la familia. Edna describe la ciudad en que creció como cerrada y conser-
vadora. Ahí, ella destacó en la escuela por ser buena estudiante y por no
comportarse acorde a las reglas. Cuando el comportamiento de ella y sus
amigas contravenía las normas esperadas de buena conducta, a sus amigas
les esperaba el enojo y el castigo impuesto por sus padres mientras que
el padre y la madre de Edna eran menos restrictivos y le dejaban mayor
libertad de acción. Además, ella vivió durante algunos años con su abuela,
que era maestra y animaba a su nieta a que estudiara e hiciera su propia
vida. Edna recuerda que su abuela «era muy racional y además de decisio-
nes pero muy firmes», y añade que el carácter de la abuela influyó en ella
más que el de su madre, que era «más romántica». La abuela era maestra
de escuela pública en un barrio pobre, y Edna evoca su compromiso: «. . .
y me acuerdo que varios de sus alumnos vendían chicles y a veces no iban
a clases por vender chicles, y mi abuela llegaba con los montones de chi-
cles por que se los compraba para que fueran a clases». Durante los años
que Edna vivió exilada en Cuba, la abuela la visitó seis veces: «La nue-
va recluta del Partido Comunista, mi abuela», concluye (entrevista 2007).
El entorno familiar le heredó valores seculares y liberales y el deseo de
estudiar en la universidad, actitudes divergentes para una mujer en la so-
ciedad católica y conservadora en que creció; esta herencia familiar fue
una de las causas de su politización e inclinación hacia la izquierda.
Muchos de los entrevistados refieren pasajes similares referidos a su
niñez o adolescencia. Gladys nació en 1942, en una población rural de
Nicaragua, hija de campesinos. Refiere que su madre era conservadora
pero conocida como la «abuela del barrio» porque servía a todo mundo.
«Y cuando yo crecía me decía: “No hija, hay que servirle a la gente”. Eran
valores que yo observé desde mi infancia, desde que abrí los ojos» (Ro-
mero Arrechavala 2011, pág. 52). Gladys considera que era rebelde desde
pequeña, y en parte lo adjudica a la personalidad del padre que no era
una presencia permanente en el hogar. Lo describe como zángano y mu-
jeriego, pero también liberal y opuesto a las injusticias. «Me fui criando

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rebelde porque nunca me regañó, nunca me pegó, nunca me ultrajó, todo


el tiempo con cariño» (ibídem, pág. 54). Gladys casó a los 16 años y entró
en contacto con el Partido Socialista; unos años más adelante se integró
al Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Otros entrevistados esbozan más clara la conexión entre su militan-
cia de izquierda y la historia familiar. Olga nació en 1941 en Honduras,
de padres nicaragüenses, que regresaron a Nicaragua al poco tiempo. La
madre de Olga era prima de Augusto C. Sandino, quien dirigió la lucha
contra la intervención de Estados Unidos en la década de 1920. Probable-
mente por las noches, en vez de los cuentos de hadas que otras madres
cuentan a sus hijas, Olga recuerda que «mi madre nos contaba la histo-
ria de Sandino como un cuento. Yo lo recuerdo desde que tenía siete o
nueve años» (ibídem, pág. 17). Olga estudió para maestra, y ya desde es-
tudiante participó en las movilizaciones políticas estudiantiles. Después,
cuando trabajaba como maestra, ingresó al Frente Sandinista de Libera-
ción Nacional, y con el tiempo llegó a ocupar un cargo de dirigencia en el
FSLN.
Por contraste, la conexión entra la historia familiar de Ignacio y su pos-
terior militancia es tenue. Él nació en la provincia de Córdoba, Argentina,
hijo de una familia con riqueza y poder. Empezó a colaborar con la re-
vista Cristianismo y Revolución en 1967, después estuvo en la fundación
de Montoneros, y más adelante participó de una escisión que se colocó a
la izquierda de Montoneros. Ignacio relata cómo influyeron en él las tra-
diciones opuestas de una familia inclinada al catolicismo conservador y
un padre peronista, en un ambiente doméstico marcado por la continua
discusión acerca de la política (Campos 2013, págs. 83-84). La conexión
resulta algo menos tenue en el relato de Gaspar. Él nació a mediados de
la década de 1950, en Chile. Ingresó al Movimiento de Izquierda Revolu-
cionaria en los años en que el socialista Allende fue presidente, y después
del golpe de Estado de 1973, ocupó la dirigencia regional de la organiza-
ción. Su padre fue militante y dirigente del Partido Socialista, hecho que
él desconocía en su infancia; observaba en cambio a su abuela, y el acti-
vismo social de ella despertó en el niño el interés por conocer y resolver
los problemas sociales (Goicovic Donoso 2013, págs. 54-56). Los distintos
ejemplos hacen evidente que el círculo inmediato de socialización es se-
ñalado por todos los entrevistados como influencia en su politización, aun
cuando no señalen explícitamente las conexiones o no dediquen mayor
reflexión al tema.
El segundo aspecto a considerar en la politización nos traslada del
círculo familiar al ámbito de la educación superior. Hay que recordar que
entre 1950 y 1980, la región tenía abundancia de jóvenes debido al marcado
descenso de la mortalidad infantil después de 1950 combinado con altas
tasas de fecundidad. Muchos de estos jóvenes nacieron en el campo y se

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trasladaron a las ciudades o nacieron en ellas de padres que migraron del


campo a la ciudad. Al mismo tiempo, los gobiernos de la época aumen-
taron la oferta de educación pública, incluyendo los estudios superiores.
México, por ejemplo, en 1960 era un país con mayoría urbana y distintiva-
mente joven; y las ciudades grandes ofrecían la posibilidad de estudiar y
mejorar económicamente (González Navarro 1974, pág. 60 y 72). Muchos
de estos jóvenes no siguieron el camino de los padres, ya bien porque
dejaron el campo y el trabajo en la tierra para residir en la ciudad y tra-
bajar en la industria, los servicios y el comercio; ya bien porque formaron
una primera generación que siguió estudios universitarios y aprendieron
profesiones que sus padres ni siquiera imaginaron.
Esta fue una de las razones importantes para que los jóvenes sintie-
ran que entraban a un mundo cuyos caminos no estaban prediseñados. El
itinerario de Gonzalo ilustra este sentido de hacer camino al andar. Gon-
zalo nació en una ciudad pequeña en el norte de Chile, hijo de una familia
de profesionistas en posición económica desahogada. Para continuar con
estudios superiores, se mudó primero a Santiago y después a Concepción
y estudiaba en la universidad cuando Allende, miembro del Partido So-
cialista y candidato de la Unidad Popular, ganó la elección presidencial
de 1970. En ese momento Gonzalo se interesó más en el activismo polí-
tico que en asistir a clases, aunque sin pertenecer a organización alguna.
Acostumbraba leer el periódico del Partido Comunista, y un día encontró
una convocatoria para estudiar medicina en Cuba. Tenía una apasionada
curiosidad por Cuba y su revolución, de manera que decidió aprovechar
esta oportunidad de conocer directamente lo que allá sucedía. Hizo la
solicitud, se hizo pasar por miembro de la Juventud Comunista, y al po-
co tiempo recibió la carta de aceptación. Llego a La Habana el último
día de agosto, tan solo unos días antes del golpe militar que derrocó a
Allende el 11 de septiembre de 1973. El curso de vida de Gonzalo dio un
nuevo giro dos años después, cuando aceptó entrar a la academia militar
cubana y prepararse para ir a luchar contra la dictadura de Pinochet en
Chile. Ya graduado de la academia, primero vio acción militar en Nica-
ragua durante la ofensiva final sandinista antes de ir a Chile e iniciar la
organización armada del Partido Comunista, el Frente Patriótico Manuel
Rodríguez (Pérez Silva 2013).
La historia de Gonzalo revela la discontinuidad de una generación a
otra evidente cuando hijos e hijas dejaban atrás el círculo familiar, pro-
duciendo un vacío que otras instituciones se creían destinadas a llenar.
Las invitaciones al activismo político crecieron en cantidad y diversidad
pasada la medianía del siglo XX, e iban dirigidas a los jóvenes. El Partido
Comunista Mexicano a principios de la década de 1960 intensificó su or-
ganización de jóvenes, en particular estudiantes (Carr 1996, págs. 232-233;
Pensado Leglise 2011, págs. 260-269). El partido de gobierno, por su parte,

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creó en 1950 el Instituto Nacional de la Juventud Mexicana con el propó-


sito de preparar a la población de entre 15 y 25 años de edad «en todos
los problemas básicos nacionales para alcanzar el ideal democrático, su
prosperidad material y espiritual» (Torres Bustillos 2002, págs. 26-27). La
iglesia y la derecha católica pusieron en acción organizaciones dirigidas a
las jóvenes; apareció también una izquierda católica igualmente interesa-
da en la conquista de los jóvenes y el paraíso terrenal.3 El discurso de los
partidos políticos y las instituciones tenía un punto en común: conmina-
ban a los jóvenes a la acción política en aras de alcanzar el ideal preciado
en el futuro, y en consecuencia enfatizaban que el futuro pertenecía a los
jóvenes. Así, de hecho, la noción de que los jóvenes debían participar en
la arena política flotaba en el viento, para usar una frase de la época.
El tercer aspecto común en las descripciones de la politización se des-
prende del anterior, porque en ese medio de jóvenes y organizaciones po-
líticas siempre aparece un individuo, o pueden ser más, que actúa como
guía de fiar. Estos individuos tenían más conocimiento y experiencia en la
política, por lo que podían ofrecer interpretaciones amplias y coherentes
de lo que se vivía, y al mismo tiempo, la convivencia creaba sólidos lazos
de amistad y confianza. El resultado fue un espíritu de grupo cimentado
en la amistad y el aprendizaje compartido. Esa fue la experiencia que tuvo
Edna con Nora o Gladys con los hombres a quienes llama los «intelectua-
les locales»; para la argentina Silvia fue su novio quien ocupó ese lugar
mientras que quien ejerció mayor influencia en el chileno Gonzalo fue un
tío socialista que consideraba que el Che Guevara tenía razón. Conversar
y convivir con estos amigos o amigas más sofisticados y experimentados
fue determinante en las decisiones tomadas por muchos de los entrevis-
tados respecto de qué organización escoger o qué línea política seguir.
El cuarto aspecto que es similar en las descripciones de la politización
consiste en las referencias a lo que podríamos llamar marcadores de épo-
ca. Los marcadores referidos son de dos tipos. Uno conjunta los variados
productos culturales a que tenían acceso los militantes y que dejaron hue-
lla en su memoria. Hay repetidas referencias a libros de Fanon, Guevara,
Marighela; algunos recuerdan de manera vívida películas como La Ba-
talla de Argel o Queimada. La producción cultural de la época animó la
reflexión crítica e incluso ofreció ejemplos de qué hacer. Algunos sucesos
de la época constituyen el otro tipo de marcadores referidos. Nuevamen-
te, hay referencias repetidas a la Revolución Cubana y a la guerra de Viet-
nam; también aparecen el movimiento estudiantil de 1968 en México y el
Cordobazo de 1969 en Argentina, junto a otras rebeliones estudiantiles y
obreras en esos años en otros lugares. Además de luchas populares, hay
3.— La iglesia católica ya contaba con la Asociación Católica de la Juventud Mexi-
cana desde 1913; sobre la derecha católica en la segunda mitad del siglo XX, véase
Delgado (2004).

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mención de los golpes de estado militares en Sudamérica y de la invasión


de la República Dominicana por Estados Unidos, en 1965. Todos estos su-
cesos ocurrieron en el marco de la Guerra Fría, y reafirmaron la idea de
la batalla inevitable de los pueblos oprimidos contra la dominación impe-
rialista, y aún más, Cuba y Vietnam eran prueba de que se podía desafiar y
derrotar al imperialismo estadounidense. Estas ideas, a su vez, reafirma-
ban la idea de la revolución latinoamericana contra el imperialismo.
Las pláticas con compañeros que tenían más conocimiento político,
las lecturas y el cine proveyeron los cimientos ideológicos para interpre-
tar la experiencia, al mismo tiempo que las experiencias vividas hicieron
posible la recepción y la reinterpretación de la ideología. A la luz de estas
interpretaciones alternativas brindadas por la cultura rebelde emergente,
los entrevistados sintieron que en ese momento tenía sentido compro-
meterse con la izquierda.
Por último, es evidente en algunas entrevistas que el momento pre-
sente en el que se habla influye en el recuerdo. He descrito como muchas
narraciones retratan una espiral de protesta y represión, de manera que
la creciente radicalización aparece como una consecuencia natural que
de manera inevitable deriva en la lucha armada clandestina para lograr la
utopía que resuelva los agravios. Se trata de una verdad parcial que de-
ja fuera la percepción de opciones y las decisiones tomadas entonces. Es
una explicación que en cierto modo enfatiza la experiencia y quita impor-
tancia a la ideología, pero debemos tener claro que la decisión de sumarse
a la izquierda y participar en la lucha armada fue determinada tanto por
las ideas como por la fuerza de los sucesos.
Descansar la responsabilidad de la radicalización exclusivamente en
la dinámica de represión muestra la influencia del presente en la expli-
cación del pasado. En primer lugar, como señalan Pozzi y Schneider, el
individuo encuentra nuevos significados para las acciones que recuerda y
tiende a situarse en el lugar de la virtud mientras que el otro es respon-
sable de la violencia y la crueldad (Pozzi y Schneider 2008, págs. 97-98).
En segundo lugar, en los últimos años ha perdido aceptación la idea de
la necesidad de la revolución para derrocar al capitalismo e instaurar el
socialismo, por razones que rebasan el propósito del presente ensayo.4
Baste decir que el pasado reciente es considerado evidencia suficiente
para rechazar la violencia como medio de transformación social. Por esta
razón, en el contexto del presente, es difícil mostrar positivamente deci-
siones que fueron tomadas a favor de la revolución entre los años de 1950

4.— Castañeda (1993) sostiene la visión convencional de la violencia ejercida por


ambos bandos, que deja mucho sin explicar, mientras que Grandin (2010) plantea
la necesidad de mayor complejidad en los estudios acerca de la violencia política
del siglo XX en América Latina; al respecto, véase el conjunto de ensayos compi-
lados por Grandin y Joseph (2010).

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y 1990. Destacar de manera exclusiva la secuencia de sucesos de protesta


y represión muestra a los militantes como actores racionales que fueron
víctimas de las circunstancias. Permite, además, trazar una línea de con-
tinuidad entre las luchas del pasado y la actual determinación de lograr la
transformación social a través de consolidar la democracia.
Nuestros entrevistados nacieron entre principios de los años cuarenta
y mediados de los cincuenta, y su edad oscilaba entre los 15 y los 30 en el
año emblemático de 1968. Llevar la atención a la politización de la manera
en que la historia oral lo hace posible, trae a la luz un cuadro complejo. La
ideología es uno entre muchos elementos que entraron en juego para que
los individuos se hicieran militantes. Los sentimientos en las relaciones
de familia y amistad que se entreveraron con el descubrimiento de la po-
lítica y el mundo fueron otro ingrediente. Y aún otro fue la acumulación
de experiencia en un momento particular, acompañada por las variadas
lecturas que dejaron huella y la intervención de un amigo o amiga confia-
ble y capaz de ofrecer interpretaciones alternas y coherentes de lo vivido.
El recuerdo acomoda todos estos elementos para dar cuenta de ese pro-
ceso de politización, de manera que en el recuento emerge, como bien
apunta Pozzi (2013, págs. 22-24), un cuadro en el que los sentimientos y la
experiencia son tan importantes como la ideología y la organización.

Politización e ideología
Los estudios de la izquierda han prestado más atención a las ideolo-
gías constituidas que a la elaboración que los militantes hicieron de sus
ideas. Los estudiosos abordan debates en torno a la naturaleza del cam-
bio social, la estrategia adecuada para lograrlo, y el sujeto revolucionario
y analizan distinciones gruesas, como entre nacionalistas y socialistas, o
finas, como entre guevaristas, trotskistas y maoístas. Los militantes entre-
vistados reconocen que eran poco sofisticados en teoría y ni las escue-
las de cuadros ni los grupos de discusión fueron suficientes para revertir
su falta de preparación. Al mismo tiempo, llevaron a su práctica política
ideas que adquirieron mediante la socialización en la familia, la escuela y
la interacción con otros. Estas ideas provenían de la cultura dominante y
fueron transformadas por la práctica política.
Quiero aquí elaborar un solo ejemplo: cómo cambió la noción que
asocia trabajo y esfuerzo individual con progreso material. Silvia es quien
expresa claramente la idea de que el esfuerzo individual es suficiente pa-
ra mejorar las condiciones materiales de la existencia (Pozzi 2011). Ella
creció en un barrio pobre de un pueblo en la provincia de Córdoba, en
Argentina, en los primeros años cincuenta; a principios de la década de
1970, cuando era estudiante universitaria, ingresó al Partido Revolucio-
nario de los Trabajadores para después pasar al brazo armado de este, el

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28 Gerardo Necoechea Gracia

Ejército Revolucionario del Pueblo. A la pregunta acerca de su conciencia


política cuando ingresó a la universidad, respondió que no tenía. Explicó
que por ese entonces su novio, El Gordo, le explicaba cosas y ella sentía
que en realidad él no sabía de lo que hablaba. Continúa: «Y teníamos dis-
cusiones por eso, porque yo no entendía. Y decía “no, la gente es la que
no quiere salir. Mirá, nosotros salimos de la miseria más grande que uno
pueda imaginar”». Añade: «Entonces yo le decía al Gordo “el que no sale
es porque no quiere, no porque no puede”». Recurre al ejemplo de ella y
su hermana, que sin ser exigidas ni por su padre ni su madre, continuaron
su educación en una escuela profesional y en el secundario nocturno. El
esfuerzo y la constancia tuvieron su recompensa, porque ella después in-
gresó a la universidad. E insiste en el contraste: otros de su barrio, «gente
que estuvo presa por robo, prostitutas, borrachos. . . nadie salió» (Pozzi
2011, pág. 205).
La idea que Silvia tenía entonces surgió de un valor central a la socie-
dad burguesa: que no hay una estructura social fija y cada individuo ocupa
el lugar que merece acorde a su trabajo y esfuerzo. Esta noción, asociada
a la revolución industrial en Occidente y a la conformación de la ética de
trabajo en el capitalismo, moldeó las expectativas de progreso y prospe-
ridad en la sociedad moderna. En América Latina fue el grito de batalla
liberal durante todo el siglo XIX, y en el transcurso del siglo XX pasó del
centro urbano donde residían las élites a los barrios de gente de trabajo.
La expectativa de progresar gracias a trabajar duro fue parte del sentido
común de la época, especialmente para la población integrada a secto-
res de la economía en crecimiento, tales como las clases medias rurales
y urbanas, los inmigrantes urbanos o los obreros industriales y sindicali-
zados. No sorprende, entonces, que la encontremos entre los individuos
de izquierda, en tanto forma parte del bagaje cultural del común de la
población.5

5.— Es importante notar que durante la segunda mitad del siglo XX, en los medios
académicos, arreció el escrutinio crítico de la idea de progreso. Nisbet (1981) hace
referencia a la declinación de la confianza y actitud positiva hacia el progreso a
través del siglo XX en su libro Historia de la idea de progreso, y el libro mismo
contribuyó a desnaturalizar el progreso. Nicola Chiaramonte expresó este pesi-
mismo en su ensayo «Una época de mala fe», basado en una conferencia que dictó
en 1966 (Chiaramonte [1970] 1999). Igualmente importante fueron las reflexiones
críticas de la escuela de Frankfurt en torno a la historia, la Ilustración y la relación
del ser humano con la naturaleza, particularmente el ensayo de Benjamin sobre la
historia (Benjamin [1955] 2007, págs. 253-264; Jay 1973, págs. 253-280). Pero proba-
blemente más importante para lo que sucedía en América Latina fue la teoría de
la dependencia que criticó el desarrollo económico progresivo y lineal postulado
por la teoría de la modernización (Cardozo y Faletto 1969; Frank 1970). Igualmen-
te importante fue la crítica al colonialismo intelectual, en particular a las ideas

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Experiencia, ideología y proceso de politización. . . 29

Benedita recurrió a esa idea para expresar lo que esperaba de la vida.


Benedita nació en 1942 en una favela de Río de Janeiro, hija de una mujer
que migró del nordeste a esta ciudad. Fue activista en su barrio desde
la década de 1960, y se unió al Partido de los Trabajadores poco tiempo
después de su fundación. Ocupó varios cargos de elección popular; fue la
primera mujer negra en ocupar un lugar en el Senado y en gobernar un
estado en Brasil (Ferreira y Fortes 2011).
El hambre y las dificultades marcaron la niñez de Benedita. Pero su
madre le enseñó a no mendigar sino a estudiar, a tener dignidad: el negro
en Brasil debe «tener brío», decía la madre. La pequeña Benedita no pudo
estudiar pero trabajó arduamente, porque también aprendió de su madre
la importancia de tener fuerza para enfrentar el mundo, una «identidad
fuerte, de mujer que va a la lucha, guerrera». El germen de la idea con-
tenía las nociones de esfuerzo, trabajo y progreso personal pero incluía
un giro: no bastaba la constancia, también era preciso enfrentar y luchar
contra la adversidad, había que tener temple, ser guerrera. Unas frases
después, añadió otro giro: «pero siempre en contacto con la gente. . . en
el compromiso con la comunidad» (ibídem, pág. 131). En el consejo de la
madre, la referencia no era al individuo sino al negro en tanto grupo, de
manera que el involucramiento de Benedita con la comunidad obedeció
a que su punto de referencia no era ella como individuo sino como miem-
bro de un grupo, de una comunidad.
Cuando Benedita liga las nociones de esfuerzo, lucha y comunidad
ofrece claves para comprender otra tradición que moldeó las expectativas
en el momento y lugares que nos ocupan. Es la existencia y la noción de
comunidad la que obliga a pensar no en el esfuerzo individual – como
lo hacía Silvia – sino en la lucha colectiva para salir adelante. La idea
del esfuerzo constante va aparejada de la idea del progreso individual,
en la cultura dominante; la idea de comunidad es una idea antigua que
persiste pero que difícilmente halla anclaje en la cultura individualista del
capitalismo. Pero en efecto esta vieja idea, combinada con nociones de
esfuerzo, lucha y orgullo, produce la apropiación y la dinámica de cambio
cultural que propició la elaboración o la aceptación de ideas rebeldes.
La misma secuencia aparece en la entrevista realizada a Avelino (De
Moraes Ferreira y Fortes 2011). Avelino nació en Iraí, ciudad de Río Gran-

occidentales sobre historia y progreso, que surgían desde los movimientos indoa-
mericanos y los intelectuales vinculados a ellos (VVAA 1979; Bonilla 1979; Bonfil
Batalla 1980). Así, Ethel, que creció en el seno de una familia conservadora en Pe-
trópolis, afirmó que comenzó a interesarse en la política durante la adolescencia
debido a su maestro de geografía, que les enseñaba «el concepto de subdesarrollo
y la idea de dos Brasiles, uno moderno y otro atrasado, y quedé muy impresiona-
da. Empecé a buscar libros sobre esto porque no tenía nadie con quien conversar»
(Falcão 2013, pág. 306).

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30 Gerardo Necoechea Gracia

de del Sur, Brasil, nieto de inmigrantes italianos. A principio de los años


setenta emigró con su familia hacia el norte, desplazamiento propicia-
do por los proyectos de colonización implementados en el período de la
dictadura militar. En el transcurso de contar cómo la familia dejo la granja
para emigrar al norte, Avelino refirió las expectativas que los animaban,
nacidas de las ideas de trabajo y progreso: «. . . la gente tenía aquella es-
peranza, aquella fuerza transformadora. La gente decía: “ahora, vamos a
rozar, vamos a derribar, vamos a plantar; de aquí vamos a hacer nuestra
riqueza, lo que la gente no consiguió hacer en el sur”. Era aquello lo que
mantenía a la gente de pie» (De Moraes Ferreira y Fortes 2011, pág. 98).
Tesón y recompensa, sin duda, pero al igual que en Benedita, la referen-
cia no es al individuo sino a «la gente», es decir, al grupo conformado a
través de compartir las miserias del viaje. Una vez asentados en el nuevo
territorio, el grupo recibe la visita del padre Pedro, quien les pide que se
reúnan. Avelino describe una congregación heterogénea de católicos, lu-
teranos y personas de otras religiones, que provenían de diversos puntos
geográficos pero que constituían el «inicio de una comunidad».
En el transcurso de la reunión ocurre un giro decisivo en la idea de
trabajo y progreso que había animado la emigración al norte. El padre
preguntó a los congregados sobre su razón para haber emprendido tan
largo viaje, y ellos respondieron que iban en pos de poseer tierras para
mejorar sus vidas. A continuación el padre informó que estaban llegando
a la región personas con distintos intereses: «. . . hay firmas y grandes em-
presas que quieren asentarse aquí y que necesitan mano de obra. Ustedes
no vinieron para ser dueños de la tierra, ¡no!, vinieron para ser peones de
esas empresas». El primer efecto de las palabras del padre, según Avelino,
fue el de «una papa caliente en las manos»; después, «abrió la cabeza» de
la gente para que fueran comprendiendo (ibídem, págs. 104-105). Las re-
flexiones de la congregación con el padre no solo develaron el propósito
de la supuesta reforma agraria ideada por los militares sino que, más im-
portante, descubrieron que el futuro se enfilaba hacia la negación de sus
expectativas. El resultado de su empeño e industria no traería el avance
material para ninguno de ellos, ni individual ni colectivo, sino el enrique-
cimiento de quienes pretendían apropiarse del fruto de su trabajo.
Aquí es importante considerar la importancia de las migraciones in-
ternas en el período. Avelino narra el traslado de una región agrícola en
el sur a otra en el norte, pero para los países latinoamericanos fue de ma-
yor importancia la migración del campo a las ciudades. Cientos de miles
abandonaron la economía agrícola que fue negativamente afectada por la
expansión de la agricultura intensiva y comercial y por la política econó-
mica de desarrollo industrial. Después de salir de villas y pueblos, estos
campesinos fueron socializados a una economía urbana industrial en ex-

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pansión entre las décadas de 1950 a 1980. Ese fue el contexto que propició
el entrecruce de viejas y nuevas ideas.
Emerge, en consecuencia, una comprensión distinta del progreso – la
utopía socialista vinculada a la noción de desarrollo económico – y sobre
todo, una visión de esfuerzo, lucha y recompensa colectiva y no indivi-
dual. La inversión de sentido hizo de la noción original un planteamiento
programático para un cambio radical.6
Muchos estudiosos de la época esbozaron un modelo de sociedad
dual, con un sector moderno y otro tradicional, y estudiaron a los mar-
ginados urbanos como individuos aferrados a la tradición e incapaces de
operar en el sector moderno de las sociedades latinoamericanas. Por el
contrario, uno podría argumentar que esta fusión de ideas residuales con
la hegemonía urbana fue la que dinamizó a la sociedad en su conjunto.
Como quiera que sea, en las narraciones de estos militantes, la apropia-
ción fue resultado de su experiencia, en especial cuando esta propició el
surgimiento de un nosotros, de un colectivo de pertenencia, cimentado
en el recurrente enfrentamiento con la autoridad represiva del Estado.7

Experiencia y expectativa
Sartre (1995, págs. 78-81) planteó que la relación entre experiencia y
expectativa permite al individuo percibir el abanico de opciones posibles
e imposibles. Los militantes de izquierda esperaban la realización de un
futuro de progreso y cuando percibieron que ese progreso estaba veda-
do para un alto porcentaje de la población, se rebelaron. Otros aceptaron
la imposibilidad sin protestar. En ambos casos, el discurso del progreso
creó sujetos políticos. Pero hay experiencias que no solo rompen con las
expectativas sino que dejan al individuo buscando explicaciones fuera de
los discursos establecidos. Recurro ahora a tres breves anécdotas rela-
tadas en el transcurso de entrevistas de historia de oral por mujeres de
México, Brasil y Argentina.
Amelia nació en la ciudad de México en 1952 en el seno de una fami-
lia de refugiados españoles. En 1972 integró el grupo que fundó la revista
Punto Crítico y que también dio origen a la Organización Revolucionaria
Punto Crítico. Amelia contó que fue arrestada por primera vez mientras

6.— Nos ha sido de gran utilidad el análisis que hace Thompson (1993, págs. 52-64)
para entender el proceso del radicalismo en que se hallaba inmerso William Blake,
particularmente donde fija la atención en los fenómenos de desplazamiento y de
inversión de significado; y también la noción de hegemonía como proceso que
propone Williams (1977a, págs. 121-127).
7.— La noción de apropiación de elementos culturales y de la constitución de
comunidades de interpretación, como aspectos en el proceso formativo de las
clases sociales, puede encontrarse en Chartier (1992, págs. 45-62).

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32 Gerardo Necoechea Gracia

repartía volantes que invitaban a una marcha en apoyo a la lucha de los


estudiantes en Monterrey. Recurrió al humor para narrar un recuerdo na-
da agradable, y terminó afirmando que a partir de entonces sintió miedo.
Más adelante narró otro arresto, recurriendo otra vez a un tono humorís-
tico, y finalizó la anécdota diciendo que después de esa segunda ocasión
decidió ya no participar en marchas u otras acciones callejeras: «Yo me
quedaba a recibir mensajes porque a mí, ir a la calle y esto, no me hacía
ninguna gracia» (entrevista 2006).
Ethel nació en 1951 en la ciudad de Petrópolis, en el estado brasileño
de Río de Janeiro, hija de una familia judía conservadora. Para ir a la uni-
versidad se trasladó a la ciudad de Río de Janeiro y ahí no solo se politizó
sino que ingresó a la Fracción Bolchevique de la Organização de Com-
bate Marxista-Leninista Política Operária. Relata de manera muy breve,
y con un dejo irónico, que fue arrestada y torturada. Comenta entonces
que contra lo que ella esperaba, muchos de quienes ocupaban posiciones
de liderazgo «tuvieron un pésimo comportamiento en la prisión, hablan-
do todo lo que podían y lo que no». Ethel se sintió defraudada porque
ella «confiaba demasiado en esas personas». Añade que tampoco obtu-
vo apoyo de su familia, así que cuando salió desilusionada de la cárcel,
decidió viajar a Chile, donde había un presidente socialista (Falcão 2013,
págs. 309-310). En adelante, Ethel sería muy crítica de los discursos de
heroicidad revolucionaria que eran oportunistas y no transformaban las
conductas convencionales.
Ambas anécdotas nos muestran que no todos los individuos de iz-
quierda respondieron de la misma manera a la represión. Frente al dis-
curso del héroe guerrillero y el culto del fusil, hubo quien prefirió acti-
vidades de menos riesgo pero igualmente importantes, o quien participó
en diversos movimientos y organizaciones desde una posición crítica de
búsqueda de formas realmente nuevas de vivir.
La Negra nació en 1947 en una población del interior de Argentina.
Después de tener contacto con distintas organizaciones de izquierda, in-
gresó al Partido Revolucionario de los Trabajadores y más adelante al
Ejército Revolucionario del Pueblo. Como militante clandestina, tuvo va-
rias funciones y entró en contacto con muchos de los dirigentes de la
organización.
Relata la Negra que en una ocasión ella y otra militante castigaron a un
compañero «por estupideces», o que comer helado o ir al cine era accio-
nes que merecían la autocrítica. Traslada entonces su reflexión al presen-
te y declara que «había mucha rigidez, uno mismo era rígido» (Pozzi 2013,
págs. 35-37). Los recuerdos de este tipo que menciona aluden a la relación
difícil entre la dirigencia y la membrecía por razón del orden jerárquico;
la expectativa era que en las organizaciones de izquierda existiría una ma-
nera diferente de obtener y ejercer autoridad, y que las relaciones serían

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Experiencia, ideología y proceso de politización. . . 33

tersas porque miembros y líderes comparten ideología y fines comunes.


La Negra, en consecuencia de esta discrepancia entre lo que esperaba y
su experiencia, en distintos momentos de la entrevista explora criterios
innovadores para evaluar a la dirección partidista: cálidos o fríos, rígidos
o humanos. Estos valores emanados de los sentimientos son una alterna-
tiva a los valores entronizados de valentía en la práctica y claridad en la
ideología.
Las tres historias tienen un punto en común: rompen con el discurso
del progreso y del sacrificio presente en aras de un futuro ideal. Por el
contrario, buscan preservar la vida y cambiar en el presente. Estas ruptu-
ras generan experiencias nuevas, o mejor dicho, al momento de recordar,
generan descripciones inéditas que se han formado entre el momento vi-
vido y el momento de recordar, y emergen con dificultad y contradiccio-
nes durante la entrevista (Williams 2011, págs. 42-47; Laverdi 2010). Mues-
tran, además, que el proceso de politización hacia la izquierda no terminó
con la entrada de los individuos a una organización o con la derrota y des-
aparición del auge revolucionario de la época, sino que continúa por vías
menos visibles y es parte de la experiencia que una generación transmite
a otra.
La politización de los militantes de izquierda fue un proceso en el
tiempo. Este no solo implicó el encuentro con la política sino que a través
del mismo se fueron formando como militantes. Esa formación consistió
no solo en adquirir una ideología de izquierda, sino más importante, en
transformar las ideas heredadas de la cultura dominante de su tiempo. El
proceso no terminó en un punto determinado – la constitución de mili-
tantes guerrilleros o maoístas o trotskistas – sino que se extiende hacia
el presente en tanto los individuos elaboran la comprensión de sus ex-
periencias pasadas. En este análisis hemos visto que la idea de progreso
que atraviesa la historia moderna de Occidente cambia de significado en
la segunda mitad del siglo XX para los entrevistados; ese cambio fue sin
duda componente importante de la actual crítica a la noción misma de
progreso. También vemos cómo en el esfuerzo por comprender ciertas
experiencias inesperadas, surgen nuevos valores críticos del valor otorga-
do al sacrificio en el presente para lograr la buena sociedad en el futuro.
Es decir, ciertas nociones que hoy animan el pensamiento de izquierda
empiezan a formarse en las experiencias de militancia de las décadas en-
tre 1960 y 1980. Precisamente enfocar a los individuos y la historia oral
permite evitar la visión estática y unilineal que acompaña el estudio de
estructuras e ideología de las organizaciones.
Resulta por ello importante subrayar la necesidad de contextualizar el
recuerdo de la experiencia propia. En tanto la memoria se produce en el
presente, quien recuerda tiene la intención de hacer una conexión entre
presente y pasado. Hemos visto cómo las luchas del pasado son recorda-

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34 Gerardo Necoechea Gracia

das de cierta manera útil para las contiendas presentes por la democra-
cia, al tiempo que se armonizan los objetivos perseguidos en un momento
y otro. Las entrevistas en este sentido presentan lo que Benjamin ([1955]
2007, pág. 87) llama la verdad épica, que anima al narrador de cuentos, y
consiste en la experiencia acumulada como sabiduría.
También y por contraste, hemos visto que el carácter dialógico de las
entrevistas de historia oral obliga a la descripción densa. Precisamente
en este punto fusionamos el trabajo de historia oral con el de historia
social, porque las narraciones individuales requieren que el historiador
reconstruya el contexto de ese tiempo para mejor entender las opciones,
las decisiones y los conflictos en que cada narrador se vio inmerso. Es-
te contexto histórico por supuesto rebasa la experiencia individual y nos
remite a causas y efectos que determinaron las percepciones y acciones
posibles. Esta verdad de carácter histórica restaura al sujeto su papel de
agente histórico. Observamos entonces la relación entre la expectativa
culturalmente determinada y la experiencia socialmente posible, porque
en ese cruce los individuos revelan la tensión entre actuar o no de confor-
midad al sentido común y emerge la lucha, la contradicción en el esfuerzo
por darle sentido a lo vivido.

Entrevistas
Edna Ovalle, entrevista realizada por Gerardo Necoechea Gracia, Pátz-
cuaro, Michoacán, 2007.
Amelia Rivaud Morayta, entrevista realizada por Gerardo Necoechea
Gracia, ciudad de México, 2006.

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Capítulo 3

«Eso yo no lo viví». Clase, politización y


memoria

Pablo Pozzi*
......

En términos generales, la imagen que nos hemos construido de los


procesos de politización individuales y colectivos se asemeja a un «des-
pertar», donde la ruptura es el momento de la «revelación». Esto tiene que
ver con varias cuestiones que abarcan desde una percepción judeocris-
tiana, hasta las formas en que esto estructura los relatos y narrativas que
determinan la construcción de las memorias. En todos los casos lo cen-
tral es lo «ideológico» (o «la revelación divina») y no los individuos y su
proceso de toma de conciencia. Asimismo, la existencia de una tradición
militante por la cual la historia de la humanidad tiende a ser considerada
como un progreso cuasi lineal, genera una autonomización de la ideología
de la experiencia vivencial: uno discurre por un camino, mientras que la
vivencia puede «revelar» o no esta ideología.
Lo anterior tiende a marcar fuertemente los aspectos metodológicos
de la investigación del tema, dificultando su comprobación y su análisis. Si
la relación entre ideología y praxis no es dialéctica sino mecánica y lógi-
ca, entonces la labor del investigador consiste en simplemente identificar
aquellos momentos clave en los cuales el individuo puede acceder a la
explicación «real» de su realidad. Parte del problema es que la realidad es
infinitamente más dinámica: aun en las explicaciones más tradicionales
encontramos una realidad compleja, incluyendo contradicciones, tradi-
ciones y reconstrucciones imaginarias. Como una vez explicó un entre-
vistado: «Yo soy guevarista, trotskista, nacionalista y católico».1 Al decir
de los revolucionarios vietnamitas la cuestión central hace «al corazón y
la mente».
*.— Una primera versión de este trabajo fue presentada en Pozzi (2012a).
1.— Entrevista realizada por Pablo Pozzi con Gregorio Flores. Buenos Aires, 28 de
septiembre de 1994. Más adelante, aclara que también creía en fantasmas y «esas
cosas», mientras que se definía como «materialista histórico y dialéctico».

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36 Pablo Pozzi

Pero lo anterior genera un problema aún más agudo. ¿Cómo hacer


para investigar algo tan poco objetivo, tan cambiante como es «el cora-
zón»? Más aún, ¿qué tipo de pruebas, qué fuentes, podemos utilizar para
intentar constatar este tema? La suposición aquí es que para examinar un
proceso de politización determinado debemos invertir nuestra mirada y
nuestras premisas básicas. Si la relación entre ideología y vida es dialéc-
tica, si tiene que ver con «el corazón y la mente», entonces el eje central
es la subjetividad. Esto implica invertir nuestra premisa metodológica: en
vez de considerar que los grandes fenómenos nos dan pistas para com-
prender los cambios pequeños que los generaron, deberíamos identifi-
car los pequeños cambios, las experiencias particulares que, conjugadas
con miles de otras, generaron un proceso sociopolítico determinado. He
aquí la utilidad de las fuentes orales, que en su especificidad e individua-
lidad nos permiten comenzar a visualizar los ejes comunes (y también las
diferencias) que determinan los grandes fenómenos colectivos. En estas
fuentes se articulan los recuerdos, con las memorias construidas, y la his-
toria; no solo de los individuos que ofrecen su testimonio si no también
del investigador que lo recoge y luego intenta interpretarlo.
La construcción de una fuente oral, y en este caso de una entrevista,
choca contra distintos obstáculos que deben ser superados por entrevista-
dor y entrevistado. Los contrastes de clase, las particularidades de género,
los significados y significantes todos deben ser considerados y tamizados
a través de la «cultura ordinaria» de la zona de dónde provienen los sujetos
de la entrevista. Cultura y tradición marcan fuertemente clase y género en
la entrevista. Lo anterior puede ser visualizado en la entrevista con dos
mujeres del interior argentino.2 Ambas son oriundas de la misma ciudad,
fueron perseguidas por razones políticas, y compartieron los espacios de
sociabilidad de una generación determinada. Sin embargo, tanto la reali-
dad local como las diferencias sociales marcan variedades culturales, que
no solo se revelan en las respuestas a las preguntas del entrevistador, sino
en la forma que estas toman e inclusive en los silencios y las negaciones.
Lo que aquí postulamos es que, si bien todo lo anterior puede ser produc-
to de muchos factores, uno de los elementos centrales es que el contraste
entre las respuestas de personas que compartieron una vida se debe a una
«cultura ordinaria», anclada en vivencias de clase y que estas permean y
resignifican la memoria e inclusive la identidad.
La comprensión del concepto de «cultura ordinaria» es central para
poder realizar este análisis. Fue Williams (1989), en su ensayo Culture is
ordinary, el que articuló la importancia de la cultura, en su sentido más
amplio. Según Williams, toda sociedad humana tiene su propia forma, y

2.— Entrevista realizada por Pablo Pozzi a Norma y Rita. Córdoba, 10 de julio de
2004.

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«Eso yo no lo viví». Clase, politización y memoria 37

sus propósitos y significados que son expresados en instituciones, artes y


en el conocimiento. Así, la formación de una sociedad es recubierta de
significados y direcciones comunes, y su desenvolvimiento se da en el
debate activo y no en el perfeccionamiento, sobre la presión de la expe-
riencia, del contacto y de las invenciones, que se inscriben en su propia
tierra.
En esta acepción una cultura tiene dos aspectos: los significados y di-
recciones conocidos, en los que sus miembros son entrenados; y las nue-
vas observaciones y significados, que son presentados y puestos a prueba.
Estos son los procesos ordinarios de las sociedades humanas, y observa-
mos a través de ellos la naturaleza de una cultura que siempre es tradicio-
nal y creativa; que contiene tanto los significados más ordinarios y comu-
nes como los más refinados e individuales. Por lo tanto, aclara Williams,
usamos la palabra cultura en estos dos sentidos: para designar un modo
de vida y para artes y aprendizaje, o sea los procesos especiales de descu-
brimiento y creación. Así, las preguntas que se hacen sobre la cultura son
referentes a los propósitos generales y comunes, y al mismo tiempo son
preguntas sobre sentidos personales profundos. Una cultura es de todos,
en todas las sociedades y en todos los modos de pensar.
La historia es un proceso social constitutivo del presente, que no se
encuentra ni pertenece solamente al pasado. Los individuos y sociedades
son dimensiones humanas indisociables de la experiencia social. En es-
to el lenguaje es entendido como la conciencia práctica y activa del vivir
humano. Es un proceso subjetivo materialmente actuante en la realidad
producto de las relaciones sociales de producción. Por ende la concien-
cia es inseparable de la realidad, y se la puede percibir a través de las
nociones culturales expresadas por el lenguaje. En este sentido veremos
que es imposible disociar las distintas dimensiones del quehacer humano.
Entonces, si lo social es lo fijo y explícito – las relaciones, instituciones,
formaciones y posiciones conocidas – todo lo que es presente y movi-
lizador, todo lo que escapa o parece escapar de lo fijo, lo explícito y lo
conocido, es comprendido y definido como lo personal: esto, aquí, aho-
ra, vivo, activo, subjetivo. Así cultura común no es algo abstracto como
lugar y tiempo homogéneo, es un espacio concreto de experimentación
de la realidad como conflictos de intereses y de valores. Por ende Williams
entiende el concepto de determinación como un campo de presiones y
de tensiones permanentes y no como algo fijo.
Las tradiciones no son elementos culturales fijos de tiempo pasado
en el presente, sino que son procesos culturales cambiantes y constitu-
tivos del presente. No hay presente sin tradiciones que interpreten y lo
vinculen al pasado. De ahí que materialismo cultural implique valores y
significados que no son reflejos de la realidad sino que son materialmente

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38 Pablo Pozzi

activos en la realidad por cuanto son «estructuras de sentimiento» (Wi-


lliams 1977b, págs. 150-151).
La entrevista, como herramienta de la historia oral, revela los elemen-
tos centrales de lo que son los conceptos básicos de la teoría cultural de
Williams. Por un lado muestra las construcciones que conforman tradi-
ciones de un campo cultural común. Por otro, también establecen las ba-
ses materiales de la cultura al anclar las distintas visiones y perspectivas
en conflictos e intereses. De hecho, uno de los aspectos centrales es que
muestran a las clases sociales, no tanto como un mero subproducto del
trabajo, sino como relaciones sociales de producción, donde es la articu-
lación, compleja y difícil entre grupos humanos a partir de su lugar en re-
lación a la producción, que establecen comportamientos, perspectivas, y
una tradición dentro de la cual se conforman. Los testimonios se encuen-
tran imbuidos de esta visión, donde cada entrevistado rara vez miente,
sino más bien establece lo que comprende como un «sentido común» co-
rrecto que es en realidad «su» cultura ordinaria, articulando su memoria
para poder así brindar una explicación histórica que apunte a su presente.
Para aproximarnos a esta problemática y establecer parámetros que
nos permitieran visualizar estos criterios, entrevistamos al mismo tiem-
po a dos mujeres cuyas respuestas se potencian entre sí, estableciendo
conflictos de clase y también contrastes. La entrevista se realizó con el
objetivo de profundizar en los procesos de politización en la Argentina.
La idea era que una entrevista conjunta con ex presas políticas, oriundas
de la misma zona, pero pertenecientes a organizaciones distintas permi-
tiría visualizar con más claridad los constantes y las diferencias para así
poder aproximarnos a la subjetividad generadora del compromiso polí-
tico. La premisa básica, tras la entrevista, era que si ambas entrevistadas
compartían características comunes (género, lugar de procedencia, edad)
esto permitiría identificar las especificidades de un proceso colectivo que
llevara al compromiso político. La realidad fue otra, revelando, entre tan-
tas otras cosas, que mis premisas iniciales eran por lo menos mecánicas, y
que el proceso de subjetividad es muchísimo más complejo y multifacé-
tico. De hecho, si dos factores marcan la entrevista estos fueron la clase
social y la articulación de lo individual con lo que se quiere construir co-
mo visión colectiva entre el ayer y el presente cargado de significados y
de significantes.
Las entrevistadas fueron Norma y Rita. Ambas son ex presas políticas
oriundas de Río Cuarto (Argentina). En principio ambas parecen provenir
de un sector social similar: Rita es hija de un camionero, que había que-
rido ser militar («tanquista»). Un camionero es un trabajador autónomo,
y por lo general es propietario de su propio camión de transporte por lo
que es dueño de su herramienta de trabajo. En apariencia pertenecería a
la pequeña burguesía, excepto que la «cultura ordinaria» determina que

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por origen y ubicación social en las ciudades del interior es considerado


un trabajador.3 A su vez, Norma es hija de un «agente de La Oxigena de
Rosario y vendía repuestos para moto», o sea es un agente de ventas, si
bien se lo puede considerar como un empleado, en realidad es también
autónomo. A diferencia del camionero, no es dueño de capital. Sin em-
bargo, su ubicación en la estructura social percibida es más cercana a la
burguesía. Dicho de otra manera, no es considerado un trabajador si no
que es «gente respetable», o sea integra «sectores medios». Lo anterior
se traduce en aspectos de la vida de ambas testimoniantes: Rita asiste a
escuela pública, mientras que Norma es enviada a escuela religiosa, «de
monjas». A su vez, Rita se vincula, a través de «mamá Emilia» que la cuida
de niña, con los sectores más humildes; mientras que Norma ingresa a los
ámbitos de sociabilidad de los sectores más acomodados de la ciudad. Así,
si bien las diferencias sociales en relación a los medios de producción no
parecen ser muy grandes, la realidad es muy diferente. Si la pertenencia
a un sector social surge de la «relación social de producción» entonces
debería quedar en claro que no es simplemente un emergente de cómo
una persona y su familia se «ganan el pan», sino también de cómo se rela-
cionan y cómo son percibidos por el conjunto social. En este sentido, en
el contexto riocuartense, Rita pertenecería a los sectores medios bajos o
a una familia obrera. A su vez, Norma estaría integrada a los sectores me-
dios altos y a la pequeña burguesía. Si bien ambas se conocen mucho, han
compartido años de cárcel y conocidos en común, el léxico, el imaginario,
la estructura del testimonio se ven fuertemente recorridos por el conflic-
to en la visión entre ambas, y entre ellas y el entrevistador, perteneciente
a otro contexto cultural y social. El resultado es una riqueza de contrastes
y de problemas metodológicos e interpretativos que resultan sugerentes
para el investigador de la subjetividad obrera.
Las entrevistadas son oriundas de la ciudad de Río Cuarto, en el oeste
de la provincia de Córdoba; una ciudad que en 2010 tenía más de cién mil
habitantes. Asimismo, Río Cuarto es una ciudad con marcados contrastes
y conflictos sociales cuya tradición histórica se remonta a los orígenes de
la urbe. Como señala Mastrángelo (2011, págs. 163-213): «La sociedad de
Río Cuarto se caracterizó por ser una “amalgama de gente” [. . . que] fue
determinante en la composición social y cultural. El inmigrante vino a
mezclarse con “las familias viejas” que se habían asentado dos siglos atrás
en Río Cuarto (. . . ). Las diferencias ideológicas se subsumían en prácticas
clasistas comunes que hacía que obreros socialistas, anarquistas y radi-

3.— Evidentemente en esta apreciación un aspecto central es que el camionero


«trabaja» (o sea «maneja») su propia herramienta, mientras que un asalariado (por
ejemplo, un jefe de sección o un supervisor) puede dirigir y «explotar» a otros.
Así, esta cultura no es simplemente una percepción subjetiva, sino que tiene un
anclaje en la complejidad de la realidad social.

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40 Pablo Pozzi

cales tuvieran más cosas en común con obreros comunistas que con sus
respectivos partidos. Este elemento marcaría una clase obrera que (. . . )
se caracterizaba por tener una experiencia en común que determinaba
“estructuras de sentimientos” y un “sentido común” (. . . ). En Río Cuarto,
la “vieja sociedad” era representada por un pequeño grupo de familias,
muy adineradas (. . . ), de donde se fue forjando una percepción clasista
[donde] las familias “ricas” eran sinónimo de explotación y de hambre,
distinguiéndose la sociedad entre “ricos” y “pobres”.4 Estas familias dis-
tinguidas nunca iban a mezclarse con ellos, los “cabecitas negras” (. . . )».5
Esto es central en la cultura de la zona, y por ende a cualquier proceso
de politización, ya que la lucha de clases no es un concepto teórico sino
que es algo directamente vivenciado como discriminación, segregación,
racismo.
Al igual que muchas ciudades y pueblos del interior argentino, la divi-
sión de la sociedad en clases es algo que se vive no solo como un problema
de explotación, sino de cultura, de relaciones sociales, de vínculos fami-
liares. La combinación de estos elementos generan un «sentido común»
fuertemente diferenciado, dependiendo dónde se ubica cada individuo
dentro de esa división. En última instancia, esto si bien tiene que ver con
la división en explotadores y explotados, debemos reconocer que redu-
cirlo a esta tipificación simplista dificulta el análisis y la comprensión de
los comportamientos de distintos grupos sociales. La experiencia social,
entendida como algo no individual sino colectivo, puede hacer que un ca-
mionero dueño de su propio camión se encuentre cercano a (o dentro de)
la clase obrera, mientras que un asalariado (aun aquel con un alto grado de
autonomía) sea considerado parte de los niveles inferiores de la burguesía
pueblerina. Esta complejidad, como nos recuerda Badaró Mattos, implica
que «Marx y Engels no inventaron las clases sociales; las encontraron en
la realidad» (véase Badaró Mattos 2012, pág. 57).
Este sentido común permea toda la entrevista, donde cada entrevista-
da construye (o expresa) su identidad a partir de establecer claras coorde-
nadas que, en su «cultura ordinaria», no necesitan mayor referencia para
ubicar socialmente al narrador. Así, la diferencia social es rápidamente
establecida en los primeros minutos de la entrevista. Norma aclara que:
«Y mi vida se relaciona más que todo [. . . a] los 16, 17 años yo me dedicaba
a ir a cumpleaños, a fiestas. Iba al Golf de Río Cuarto, claro que sí, iba a
fiestas, me encantaba. Pero no iba a la pileta, por ejemplo, no era socia.
Pero. . . sí, me relacionaba con gente que, aparentemente para otros pue-
de ser gorila. Yo me sentía bien, era gente a la que yo quería mucho. Gente

4.— Véanse las entrevistas realizadas por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo a
Víctor Barrios. Río Cuarto, junio y agosto de 2006.
5.— Estos conceptos como burguesía, aristocracia, laburantes y cabecitas negras
son tomados de la entrevista a Víctor Barrios.

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«Eso yo no lo viví». Clase, politización y memoria 41

amiga».6 La estructura de las frases rápidamente establecen una ubicación


social: el Golf es el club donde asiste la élite de la ciudad; «para otros pue-
den ser gorilas», o sea antipopulares, establece que para Norma no es así;
el «gente amiga», deja en claro su inclusión. Asimismo, la descripción es
corta, clara y cortante. No admite discusión, y la imagen transmitida es de
una persona incorporada a la «buena sociedad» de Río Cuarto.
El relato de Norma fue realizado mientras Rita escuchaba atentamen-
te. Cuando le tocó a ella, Rita comenzó diciendo: «Yo te cuento de mi
vida en Río Cuarto. Desde que me acuerdo, siempre hubo problemas de
los comunistas perseguidos, porque además eran vecinos de mi abuela».
Luego realiza un largo recuento de unos diez minutos para finalizar «como
no estaban nunca mis viejos yo estaba con una señora muy, muy pobre.
Eso si era una especie de conventillo, viste, las tres piezas, el baño com-
partido, un pasillo al lado lo mismo, y esta señora si, le interesaba mucho
escuchar los noticieros, leía lo que pasaba, yo aprendí a leer, para leerle
los diarios a ella mientras cosía. Muy, muy pobre (. . . )». A diferencia del
relato de Norma, Rita comienza dejando en claro una ubicación política
(con los perseguidos) para luego continuar con su vínculo con los secto-
res más humildes. En cierto sentido, y más allá del cariño que se expresan,
el comienzo del relato de cada una se asemeja más a un clarín de batalla
social que a un simple relatar la experiencia personal. El cómo cada una
elige comenzar su relato define todo el tono y la estructura de lo que se
cuenta a continuación. Es más, si Norma comienza de una forma que pa-
rece señalar que existía un mar social entre ella y Rita, esta hace lo propio
a partir de lo que solo puede ser tomado como una respuesta militante, y
un desafío, al primer relato.
La ubicación social de cada entrevistada lleva a perspectivas distin-
tas sobre la sociedad riocuartense. En esto no es que alguna «mentía» o
«tergiversaba» la realidad, sino que construían su narración a partir de sus
vivencias y de cómo se visualizaban insertas en la sociedad. En esto el
entrevistador tendía a forzar respuestas sin percibir, inicialmente, el pro-
fundo conflicto clasista que estas encerraban. Por ejemplo,

Pregunta: ¿Estaba muy dividido Río Cuarto como sociedad?


Rita: Sí. Sí.

Pregunta: Yo pregunto porque. . .


Rita: Sí, yo que tengo la visión. . .

6.— Todas las citas provienen de la entrevista realizada por Pablo Pozzi a Norma
y Rita. Córdoba, 10 de julio de 2004.

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42 Pablo Pozzi

Norma: Yo no la he vivido así, yo no la he vivido así, como. . . no.

Pregunta: Me estás diciendo que en un colegio se hace una cosa en otro se


hace otra. . .
Norma: No, eh, te hablo, este, al ser en colegios, y sí, por ser escuelas
privadas, este, no. . . los libros. . .

Pregunta: Seguro, pero socialmente supongo que debía ser distinto también
¿o no?
Norma: Y sí, me cuesta a mí, porque yo nunca lo he tenido a eso, vis-
te, pero tengo que verlo fuera de mí a eso, no internamente. Había,
había, sí, pero. . . yo no lo viví a eso como una cosa, viste, si era cole-
gio privado, si no era colegio privado, de dónde era, si era morocha
o si era rubia, o sea no. . .

Pregunta: Porque no te mezclabas.


Norma: Sí que me mezclaba, pero no lo tuve nunca en cuenta ese
tipo de cosas, jamás. Entonces por eso me cuesta. . .

El choque entre ambas es notable, en un contexto donde el entrevis-


tador no entiende qué está pasando y fuerza las respuestas obligando a
Norma no solo a explicitar lo que entiende como «su experiencia», sino a
enfatizarla. Lo que para Rita es obvio (la división social de la ciudad), ya
que su experiencia así se lo indica, no lo es para Norma. Una afirma, la
otra niega. Lo que subyace a la respuesta de cada una no es simplemen-
te la experiencia, sino también el cómo han construido su identidad. Lo
que Rita parece decir es que Río Cuarto es una sociedad con marcadas
jerarquías sociales y esto explica tanto su vida como su militancia, ade-
más de reivindicar a la gente humilde con la que ella se crió. En cambio,
para Norma aceptar la existencia de una fuerte estructura clasista, enten-
dida como opresora, implica aceptar que ella, su familia, y sus amigos eran
parte de esta opresión. Es natural que ella se esfuerce en negar la división
social, en particular porque su familia, si bien no es parte de la burguesía
local, si puede asistir al «Golf». En su relato, Rita hace énfasis en retratar
un mundo de explotación, persecusiones y lucha. Por su parte, Norma in-
siste en describir el mundo de movilidad social al que aspira su familia, y
para afirmar su visión diferente a la de Rita insiste que «yo no la he vivido
así». Como el entrevistador recién pudo comenzar a atisbar este riquísimo
contraste luego de terminada la entrevista, uno de los problemas es que
no se hicieron preguntas que permitieran profundizar el tema en torno
a la identidad social de las entrevistadas. Aun peor, afirmaciones como
«porque no te mezclabas» tendían a obturar el flujo de la respuesta, dan-

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«Eso yo no lo viví». Clase, politización y memoria 43

do la impresión de que se favorecía una versión de la realidad por encima


de la otra.7
A partir de ese momento la entrevista se encuentra repleta de con-
flictos y contrastes entre las percepciones de las entrevistadas. En cada
instancia de narración, lo que una rememora es respondido, corregido, o
contradecido por la otra. Por ejemplo, Rita recuerda que

Rita: (. . . ) un chico que era de una joyería, mi imagen era que era muy
de derecha o quería serlo, pobrecito, de levantar la bandera de Hitler
en el medio de la plaza, esconderse en la iglesia. Que a mí me daba,
realmente me daba asco, viste, porque era un nenito «bien» devenido
a querer hacer política, y por supuesto a mí me parecía espantoso lo
que había elegido, no.

Pregunta: O sea, había nazis.


Rita: Claro, no, en Río Cuarto sí, sí.

Pregunta: ¿Muchos, poquitos?


Rita: Yo no sé, ahí está lo que yo todavía no tengo claro cómo descri-
birlo, porque ser fascista no es solamente decir que te gusta Hitler,
también es la forma de vida, y yo creo que en Río Cuarto sí, «el negri-
to ese. . . », «los pobres que queden al costado», si vos ibas a un colegio,
si no era privado o era privado, que el Golf, que a qué confitería. Era
muy marcado, muy marcado. . . (. . . )
Norma: No, sí ya sé, sí, no te voy a decir, este no, pero si, si, incluso fue
amigo. Porque fuera de eso, un tipo, intelectual. . . después se vino a
estudiar Filosofía aquí a Córdoba. Muy chiflado, pobrecito, con una
historia familiar de mierda, viste, pero bueno. . . Y había. . . y yo a los
13 años, un día voy a la casa de una amiga y veo un libro que decía,
Mi lucha. A mí no me decía nada eso, pero leo, «Hitler». Y algo, algo
andaba dando vueltas, por más que en mi casa no se hablaba ni nada,
pero. . . pasaron dos o tres años y (no se entiende), y me lo compré
al libro, para ver qué era eso, claro, pero no porque comulgara sino
porque yo de entrada nomás, eso no. . .
Rita: Y después había otros, que yo no sé si vos te acordás, que yo iba
al secundario. . . no me puedo acordar bien en qué momento, porqué
yo me crucé en algún colegio con esta chica que su padre era militar,
que en la puerta de la casa tenían un escudo, bien facho. . .

7.— Evidentemente, el hecho de que el entrevistador llega a la entrevista con


una serie de supuestos interpretativos y metodológicos sesga su participación. Por
ejemplo, la premisa subyacente en toda la entrevista es que ambas Norma y Ri-
ta, habiendo compartido una vida y siendo amigas, deben coincidir en identidad,
experiencia, y por ende en la memoria construida. Una vez más la realidad des-
miente las premisas del investigador, pero solo a partir de observar el fenómeno
histórico de abajo (o sea desde el individuo) hacia arriba (hacia el conjunto social).

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44 Pablo Pozzi

Norma: No, «Dios, Patria y Hogar», calle Mendoza mil doscientos y


algo. . . los hijos de ese señor fueron de las Tres A de Río Cuarto,
este. . . sí, sí. . .

Para Rita el ser «nazi» no solo es algo ideológico sino también es de


actitud social; y a todo subyace una fuerte condena ética y moral. Es in-
teresante que ella hace una relación entre «ser nazi» y ser «nenito bien»,
y ambos le generan «asco». Su sentido común la lleva a equiparar ambos
términos, o sea a lo ideológico con lo social, y a dejar muy en claro su
rechazo visceral. En cambio Norma tiende a justificar al «nazi» ya que te-
nía «una historia familiar de mierda», para luego aclarar que más allá de
lo ideológico («yo no comulgaba») era gente como uno ya que «incluso fue
amigo». Rita vuelve a la carga estableciendo que no solo la élite es fas-
cista sino también los militares. Y Norma responde diferenciando entre
sectores de la derecha ya que una cosa es «nenito bien» y nazi, y otra muy
distinta ser integrante de las bandas paramilitares de la Alianza Anticomu-
nista Argentina (Triple A). Rita parece decir que no hay diferencia entre
militares represores y la burguesía, a los que ella siente como parte inte-
gral de un sistema de explotación. Para la otra, no hay tal equiparación
quizás porque no siente dicho sistema como parte de su vivencia.
Esta diferenciación continúa constantemente en el testimonio. Si para
Rita el «ser comunista» tiene acepciones positivas, para Norma no es así.
Según Rita: «Al PC no había que quererlo porque eran peligrosos, (. . . ) a
mí mientras más peligrosos me decían que eran, más me atraían [. . . era]
amiga de [comunista Dr. Roberto] Tato. . . para mí ser de izquierda era ser
perseguido. Este, era. . . en 5to año (. . . ) en el año 68 esos tres meses que
estuve, por supuesto que conocí, ahí me di cuenta que había algunos mo-
vimientos queriendo cambiar las cosas. Un poco se me entra a abrir la
cabeza». Es notable que la alusión de Rita a «abrir la cabeza» no solo se
refiere que ella comienza a entender «el mundo de la explotación», sino
también implica que hay gente cuya «cabeza» continúa cerrada. Dado que
la entrevista contrasta dos visiones de una misma sociedad en una mis-
ma época, es difícil no pensar que la alusión de Rita conlleva una crítica
implícita a Norma.
En cambio para Norma «hablar del PC era, por ejemplo sabía que al-
guno había, pero era como cosas que no se hablaban». Su respuesta a lo
que puede ser entendido como una agresión de Rita también se encuen-
tra anclada en un sentido común clasista. La «gente decente», a la cual
claramente no pertenecía Rita, no hablaba de los comunistas; es más, ni
siquiera se admitía su existencia.
En ambos casos lo que dicen es notable ya que en esa época en Río
Cuarto entre los comunistas conocidos estaban personalidades como el
escritor Juan Floriani, el médico Roberto Tato y el sindicalista Víctor Ba-
rrios. Si bien las distintas dictaduras argentinas los encarcelaron reitera-

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das veces, ninguno de ellos podría ser considerado como particularmente


«peligroso». Es evidente que Rita está haciendo referencia no a una prác-
tica vinculada con una ideología determinada, sino más bien a un posi-
cionamiento a partir de una «cultura ordinaria» por la cual los que «están
con los pobres» son por definición «peligrosos». Dicho de otra manera, al
reivindicar su atracción por los comunistas, Rita establece su ubicación
clasista. Asimismo, que Norma diga que «alguno había», también es una
construcción de identidad de clase ya que es evidente que no solo había
comunistas sino que eran muy conocidos, pero la «gente decente» no se
mezclaba con ellos.
Uno de los temas que más interesaban al construir la entrevista era el
de la militancia política. Ambas entrevistadas habían sido presas políticas,
durante varios años bajo la dictadura militar de 1976 a 1983. Lo que el en-
trevistador sabía de antemano es que Norma había sido presa vinculada
con el peronismo revolucionario, mientras que Rita había revistado en la
filas del guevarismo. Esto le daba una relevancia particular, en función del
proyecto señalado al principio. Más aun, ya que por lo que se había po-
dido investigar, la sociedad de Río Cuarto había producido una cantidad
importante de militantes revolucionarios. De hecho, cuando convocamos
a Norma y a Rita para la entrevista este tema fue explicitado, y se les expli-
có que buscábamos entender porqué tantos hijos de Río Cuarto se habían
volcado a la militancia entre 1960 y 1975, todo a través de su experiencia
personal. De hecho, no solo acordaron en construir la entrevista, sino que
recordaron la trayectoria militante, tanto de derecha como de izquierda,
de numerosos riocuartenses. Iniciado el tema, ambas explicaron:
Norma: Primero, aclaro, nunca milité. Segundo, me acerco por una
cuestión de amistad con. . . mis amigos. Como que vuelvo. . . como
te dije recién, mi acercamiento toda la vida con el otro ha sido a ni-
vel humano. (No se entiende), bueno, pero. . . nunca milité, o sea me,
me. . . me acerqué, pero nunca, no, no. . . yo no fui una defensora acé-
rrima del peronismo, ni. . . no. . . eso es así. Es así. Por eso yo te estoy
diciendo esto, creelo o no. . . (. . . ). No, no, yo politizar. . . no, tomar
partido, ahí está. Yo sí, claro que sí, que cuestionaba. . . no, no, no. Yo
no te digo, no milité, no, no, y no era una niñita que estaba rezan-
do el rosario. No, de ninguna manera. Yo tenía mi idea y estaba en
contra de toda la cuestión facha, de la cuestión milica, de la cuestión
autoritaria, de todo eso que se estaba viviendo.
Rita: Sí. Yo en Río Cuarto nunca estuve ligada con nadie (. . . ), porque
sino creo que hubiera empezado a militar ahí. Por eso te digo, yo
sabía que había que hacer algo pero no encontraba el lugar.

Pregunta: O sea, quién te agarró primero, ahí estabas


Rita: Sí, sí, sí. Eso mirá, hasta el día de hoy, lo discuto. Cuando te
dicen, «no, porque yo tenía la teoría. . . », no jodamos, nosotros em-

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46 Pablo Pozzi

pezamos a estudiar cuando nos metimos en las organizaciones. No


vengamos acá con que éramos intelectuales de izquierda, no. . . te
leíamos, yo. . .
Norma: Ya fue a nivel universitario. . .
Rita: Yo cazaba los libros que me venían, y cuando ese tiempito que
estuve en Córdoba, bueno. . . casualmente o causalmente, me engan-
chó, me pasó algunos libros, mirá con quién me lió, con el hijo de un
obrero de la Fiat, un italiano que lo habían traído acá, un chico, que
después me entero con los años (risa), cuando fuimos todos a parar
presos juntos, que ese amigo mío (. . . ) lo que estaba tratando era de
engancharme, yo, bueno. . . dónde, cuando me vuelvo a Río Cuarto y
cuando vengo a estudiar a una universidad, dónde es el primer lugar
que me voy a vivir: a La Calera. En ese año qué se da, la toma de La
Calera. Me parecía buenísimo, que algo estaba pasando, pero no era
el lugar que yo elegía todavía (. . . ) yo, honestamente, creo que si me
hubiesen, si me hubiesen acercado un poquito más los, la gente de
Montoneros, y a lo mejor hubiera entrado en Montoneros. . . 8

El contraste entre ambas respuestas es notable. Rita busca ser lo más


específica posible, de recordar momentos generadores de «conciencia»,
de establecer su vínculo con la clase obrera y, en última instancia, de plan-
tear la militancia como un emergente de su condición de vida. De hecho,
la militancia de Rita es la parte más alta de su testimonio. Recordemos
que este comienza con una referencia a los comunistas, se desarrolla en
lo que se pueden denominar «coordenadas clasistas y obreras», para lle-
gar, casi como una conclusión lógica y existencial, a «me enganchó». Al
igual que tantos otros militantes de extracción obrera, el énfasis es que
esta decisión es casi natural y no de un producto «intelectual». De ahí el
énfasis por el estudio vino después. Es más, la estructura de su relato es
lógica: la realidad lleva a inquietudes; estas son sedimentadas (al decir de
Williams) por eventos concretos («la toma de La Calera. . . me parecía bue-
nísimo») que genera una búsqueda hasta que la «enganchan». Lo que esto
implica es que para Rita la identidad revolucionaria es previa a la militan-
cia y proviene de la experiencia vivida. ¿Es esto una explicación desde el
hoy o es más un balance de su experiencia y una perspectiva social? Creo
que es imposible escindir ambas cosas. Es evidente que en su relato hay

8.— La toma de la Calera fue un operativo realizado por la organización guerrillera


argentina Montoneros el 1 de julio de 1970, a las 7:30, en dicha localidad cordobe-
sa. Tomaron la comisaría, se asaltó el Banco de la Provincia de Córdoba, se tomó
la central telefónica y se inutilizaron sus equipos y se dejó en la esquina del banco
una caja – un supuesto explosivo – que en realidad contenía un grabador con la
marcha peronista. Luego de la retirada, diversos errores de planificación y ejecu-
ción provocaron la detención de varios militantes, algunos de ellos fundadores de
la organización.

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un cuidadoso análisis de su vida (y la de otros); esto es lo que indica la


expresión «no jodamos». Pero, al mismo tiempo, lo que subyace es una
reivindicación de la experiencia a partir de un cuidadoso uso del senti-
do común. Si bien las referencias a esto son menores en su testimonio,
indudablemente la experiencia de Rita ha sido dura: militancia, persecu-
ción, cárcel, derrota, muerte de amigos y de compañeros, postergación de
esperanzas de una sociedad más justa. La forma en que Rita presenta su
militancia también implica una reivindicación de la misma. Parece decir:
si la militancia es un emergente lógico de la vida de la clase obrera, enton-
ces toda derrota es transitoria. Ambos aspectos, análisis y reivindicación,
otorgan a su testimonio un carácter apasionado y casi alegre.
En cambio, el testimonio de Norma es profundamente distinto y con-
tradictorio. Por un lado hay una negación de cualquier tipo de militan-
cia pasada. Luego, como al pasar y evidenciando cierta vergüenza, insiste
que «no era una niña rezando el rosario». Aquí también su respuesta es
un emergente lógico de cómo estructuró la narración sobre su vida. ¿Si
la sociedad riocuartense no tenía fuertes divisiones, si la élite eran «ami-
gos», cómo explicar que Norma va a la cárcel por actividades políticas?
Su explicación es doble. Por un lado es una cuestión de amistades. Por
otra, dice «me cuestionaba» y más adelante señala que: «Sí, era muy. . . el
sentido de justicia mío, que tengo, por cosas que me quedaron así. . . así,
pero marcadas a fuego». A diferencia de Rita, Norma tiene una visión casi
negativa de su pasado politizado. En esto también se mezclan la reali-
dad actual con el análisis del ayer. La impresión que deja es que Norma
quiere «olvidar» para continuar con su vida. Si para Rita el clasismo y la
militancia es algo constituyente de su identidad, para Norma la visión de
Río Cuarto como sociedad armónica le permite compartimentar su ex-
periencia como algo «excepcional». Más aún, quizás hasta diría que fue
algo propio de la juventud. Su esfuerzo es por olvidar, no por integrar el
pasado politizado a la experiencia de vida y a la identidad actual.
La negación de Norma se repite numerosas veces a través de la entre-
vista y contrasta con las afirmaciones de Rita. Por ejemplo:

Pregunta: Claro. ¿Se acuerdan del golpe del 66?


Rita: Perfecto.

Pregunta: ¿Te acordás Norma?


Norma: Sí.

Pregunta: ¿Qué te acordás?


Norma: Esperate que tengo que. . .

Pregunta: Hacer memoria.

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48 Pablo Pozzi

Norma: Hacer memoria, parate. . . (. . . ). Ahora, no me acuerdo, vos


sabés después. . . yo me acuerdo de ese hecho, pero no me acuer-
do, quiero recordar, en mi lugar qué pasó ahí. . . no, no recuerdo, no
recuerdo, no recuerdo. No recuerdo.
Rita: Yo sí me acuerdo mucho, es más creo que ahí empecé a darme
cuenta que había algo con, a donde yo me iba a inclinar (. . . ).

El golpe militar de 1966 fue, para muchos de los integrantes de la gene-


ración militante de la época, el hecho constituyente y determinante de su
politización. De hecho, Rita marca eso con mucha claridad. En cambio,
cuando Norma insiste en que «no recuerdo», no es una mentira si no más
bien un esfuerzo por superar un pasado traumático.
El filósofo argentino Eduardo Rabossi señaló que «la sensación de ser
uno mismo, de ser el mismo, de ser la misma persona a lo largo del tiem-
po, es quizá la experiencia más básica y fundamental de nuestro yo. [. . .
sin embargo] Si nuestra identidad personal depende, en algún sentido, de
nuestros recuerdos, ¿qué efectos producen nuestros olvidos? (. . . ) supon-
gamos que un joven que fue azotado por robar un huerto, más tarde fue un
valiente oficial que tomó un estandarte al enemigo, mucho más tarde fue
ascendido a general. Obviamente se trata de una misma persona, pero he
aquí que mientras que el oficial recordaba la azotaina, el general la había
olvidado, aunque sí recordaba el acto de arrojo (. . . ) la identidad personal
está asociada de alguna manera con la memoria (. . . ) los olvidos son des-
tructores de la identidad personal o sirven de criterios para decir cuándo
hay otra persona en lugar de la misma persona» (Rabossi 1989, pág. 9).
Lo anterior es fundamental para comprender los silencios y los olvi-
dos en todo testimonio, así como los recuerdos detallados de lo que Ye-
rushalmi denominó «el mnemonista». En ambos casos se transmiten «ese
conjunto de ritos y creencias que dan a un pueblo el sentido de su iden-
tidad y de su destino. Del pasado solo se transmiten los episodios que se
juzgan ejemplares o edificantes» (Yerushalmi 1989, pág. 23). Ambas, Rita
y Norma, construyen en su testimonio una identidad, tanto recordando
como olvidando. En ambos casos se trata de dar sentido a la experiencia
vivida, no se trata de trasmitir un conocimiento del pasado. Como señaló
Yerushalmi: «Para el historiador, Dios mora en los detalles. Pero la me-
moria se subleva, denunciando que los detalles se han transformado en
dioses» (ibídem, pág. 25).
Los recuerdos siempre son seleccionados en función de la memoria
que se quiere construir a partir de la época y la identidad determinada que
se apunta a reforzar y sustentar. Esto conlleva una interpretación histó-
rica particular, donde se silencian aspectos y se realzan otros para lograr
una interpretación y explicación de un proceso (individual o colectivo),
que no esta en la memoria más allá de nexos implícitos. Así Norma olvida

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«Eso yo no lo viví». Clase, politización y memoria 49

o recuerda cosas, para plantear una memoria de un Río Cuarto armónico


donde su militancia (y por ende sus prisión y padecimiento) son excep-
cionales. Rita, a su vez, plantea una memoria de conflicto, que sustenta su
historia por la cual su sacrificio no solo valió la pena sino que la constituyó
en una protagonista de la historia argentina. Ambas cuestiones son váli-
das, y ambas se encuentran ancladas en la experiencia y la cultura ordi-
naria (y clasista) de cada una. Sin embargo, cada relato es profundamente
diferente del otro.
La diferencia entre ambas testimoniantes puede residir en distintos
lugares. Norma puede haber decidido, a poco de comenzar la entrevis-
ta, que realmente no deseaba hacerla. O quizás la confrontación con una
perspectiva tan distinta como la de Rita la llevó a enfatizar la negación
de su experiencia. Al mismo tiempo, para Rita es probable que la memo-
ria y el recuerdo sean parte de lo que visualiza como una tarea militante:
ser transmisora de una experiencia para generaciones futuras. En ambos
casos, como señaló Portelli (1991, pág. 19), «la memoria opera para sanar
heridas». Esto último es importante. La enunciación inicial del tipo de
proyecto y los fines que se perseguían (en cuanto a la relación entre mili-
tancia y experiencia personal) indudablemente condicionó las respuestas.
Rita, por su parte, encaró su testimonio casi como un informe, muy arma-
do, estructurado y con constantes referencias a conclusiones políticas. En
cambio, Norma evidenciaba su incomodidad al verse obligada a recordar
un pasado que parecía preferir hubiera quedado atrás. A pesar de todo,
al considerar los testimonios, debería quedar en claro que ambos se arti-
culan en torno a la constitución de identidades determinadas construidas
cuidadosamente a través del tiempo. Pero también existe otra posibilidad,
en la suposición de que ambas desean contribuir a comprender el pasa-
do. Esta es que su testimonio es parte de una experiencia de vida clasista.
Como tal las entrevistas registran una subjetividad que sirve para atisbar
las complejidades de un proceso de politización determinado. O sea, que
la perspectiva de cada una no es ni mentira ni negación ni afirmación mi-
litante, sino que simplemente es parte de las estructuras de sentimiento
que se corresponden a sectores sociales y que llevaron a su politización
en la Argentina de la década de 1960. Al decir de Rita: «me parece que
tenemos vidas medias diferentes, aun en la misma ciudad ¿o no? Eso hace
que por ahí yo tengo una mirada que vos ni te dabas cuenta, incluso por
el ambiente donde te movías». En realidad, lo más probable es que esto
es lo que señala Norma una y otra vez cuando repite que «eso no lo viví».

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Capítulo 4

El gustoso silencio de la fábrica: trabajadores y


politización en Brasil durante la segunda mitad
del siglo XX

Luiz Felipe Falcão


......

Elías Stein es bien conocido en la región del Gran San Pablo por sus
muchos años de activismo sindical y político de izquierda, habiéndose
destacado entre los trabajadores metalúrgicos por una rara combinación
de firmeza serena y sentido de organización que le han asegurado hasta el
día de hoy, incluso después de más de una década de retiro, una envidia-
ble respetabilidad. De mediana estatura, piel muy clara y cabello castaño
(con bigote bien recortado) que evidencian su origen alemán, él se ase-
meja a un maestro de escuela primaria (actividad, a propósito, que podría
haber ejercido por haber concluido la escuela normal), tal vez debido a
las grandes gafas con bordes anchos y oscuros, que combinan de forma
apreciable con el modo tranquilo y el fino humor con que expresa sus
ideas.
A diferencia de la gran mayoría de los trabajadores brasileños durante
la segunda mitad del siglo XX, Elías no proviene del éxodo rural que llevó
a millones de habitantes del campo a trasladarse a las ciudades en busca
de mejores condiciones de vida y de trabajo. Aunque nacido en una pe-
queña ciudad en el interior del Estado de San Pablo, toda su trayectoria
de vida está relacionada con experiencias urbanas: su padre era un maes-
tro de escuela primaria y su madre era ama de casa que pronto tuvo que
trabajar cosiendo para ayudar al presupuesto del hogar. A su vez, y toda-
vía tratando de singularidades de este veterano combatiente de la lucha
contra la dictadura, por la democratización del país, por la libre organiza-
ción de los trabajadores contra las disposiciones de la patronal y por una
sociedad más justa e igualitaria, Elías Stein recibió preparación escolar
esmerada y estímulo para hacer contacto con y gustar de la literatura, así

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como para un constante crecimiento intelectual, que tuvo diversas impli-


caciones más tarde, cuando comenzó su proceso de politización en sí.
Por otro lado, también se pueden señalar algunos factores que fueron
comunes entre los líderes obreros de Brasil en las décadas de 1960, 1970
y 1980, como el interés en la educación técnica no solo para lograr un
estándar de salario más alto (y, del mismo modo, una especie de protec-
ción contra el desempleo), pero, en particular, dirigida a un conocimien-
to profesional experto, para hacer frente a la compleja maquinaria que la
industria del país comenzó a incorporar más y más en sus instalaciones.
Además, también como la gran mayoría de los trabajadores brasileños, el
principio de su vida pasó en un entorno muy saturado por la presencia
omnipotente de la iglesia católica, que de un cierto modo ha contribuido
a que él, tan pronto se trasladó a la ciudad de San Pablo y experimentó
el impacto sociocultural causado por la llegada a un gran centro urbano,
estableciera contactos e iniciara un compromiso político en la Juventud
Operaria Católica ( JOC), una de las secciones dirigidas por los jóvenes de
la Acción Católica de Brasil (ACB).1
Sin embargo, dejemos que él mismo indique las rutas de su trayectoria:

«Mi nombre es Elías Stein2 y nací en Capivari, Estado de San Pablo, el 30 de


agosto de 1939. Mi padre era un maestro de escuela primaria y como tenía una
gran cantidad de libros en mi hogar, empecé a leer temprano; mi madre era
ama de casa, pero como ya entonces el salario de maestro era malo, empezó
a coser como trabajo. Mi padre no le gustaba mucho, pero necesitaba, porque
había cinco niños. En el interior, la iglesia católica dominaba el corazón, la
mente, todo, y la vida social se guiaba por las fiestas religiosas. Por suerte,
tuvo una buena escuela, tanto primaria como secundaria, y luego la Escuela
Normal, que hoy es el magisterio, muy descuidado.
»Allí no había trabajo, todos los jóvenes que se acercaban a los 18 años se iban,
y cuando fue mi turno y de mi hermana menor, toda la familia se trasladó a
San Pablo, en 1958. Y fui a trabajar a la fábrica por casualidad, ya que un her-
mano estaba en el comercio, otro en el banco y otro era vendedor: Walita, que
producía (y produce) electrodomésticos, estaba cerca de casa y vi el anuncio
“se necesita apuntador de producción”. No sabía lo que era, hice una prueba,
fui aprobado y empecé, pero casi me despidieron después de 15 días, porque
en vez de quedarme anotando, seguía mirando las máquinas: había fresado,
torno, esas cosas, y en el extremo salían ventiladores, licuadoras, encerado-

1.— Estas estructuras organizativas de la iglesia católica se discutirán en detalle


más adelante.
2.— Elías Stein, 74 años, trabajador metalúrgico retirado, testimonio al autor en
San Pablo, 13 de noviembre de 2014: agradezco a Arielle Rosa Rodrigues, entonces
becaria de iniciación científica del curso de Historia en la UDESC, por la trans-
cripción del testimonio, que fue editado con el fin de su publicación, sin que su
contenido haya cambiado.

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El gustoso silencio de la fábrica:. . . 53

ras. Pensé: un día voy a trabajar en una máquina como esta. Tardó pero lo
logré.
»Pero cuando llegué a San Pablo, una de las primeras cosas que sucedió fue
cambiar toda la base religiosa que yo tenía, porque era otro mundo: Capivari
debía tener una población urbana alrededor de 5 mil habitantes y Walita era
una de las más grandes metalúrgicas de esta época, tenía 5 mil trabajadores,
entonces mi vida comenzó a cambiar. Yo acompañaba toda la cadena de pro-
ducción y las máquinas me habían dejado impresionado. Así, empecé a buscar
maneras de trabajar en una máquina y supe que el Servicio Nacional de la In-
dustria (SENAI) ofrecía cursos especializados y me matriculé.
»En realidad, tuve una crisis, me quedé un poco perdido, porque mi concep-
ción del mundo se derrumbó. San Pablo, en este momento, 1960, 1961, tenía
una gran agitación política, varios actos públicos en la Praça da Sé, y todo
empezó a meterse en mi cabeza. Pensé: necesito buscar una referencia. Ella
apareció en un debate realizado por Paulo de Tarso,3 que era diputado federal
del PDC, del ala izquierda de este partido, junto con Plínio de Arruda Sampaio
y otros líderes. Era una conferencia sobre socialismo y cristianismo, hablaba
de la Acción Católica, con un punto de vista completamente diferente del cris-
tianismo del que yo conocía en el interior. Así, busqué la dirección en la guía
telefónica, que era Avenida Higienópolis 890, y fui allí: quien me recibió fue
Waldemar Rossi,4 que me preguntó dónde trabajaba, donde vivía, y me mostró
una sección de la JOC en el barrio Bosque da Saúde. Sí, mi amigo, mi actividad
política comenzó allí, porque la JOC había dejado de ser una cosa de iglesia
y anticomunista: he encontrado un grupo de trabajadores que se reunía una
vez a la semana y cobraba lo que se hacía en el empleo, cómo se relaciona-
ba con los amigos, cómo se conocía el lugar donde estaba, la importancia del
sindicato, y allí comenzó mi camino de militante.
»En mi casa hubo alguna discusión política porque mi padre era getulista y te-
nía sobrinos udenistas,5 lo que dio una cierta tensión. La muerte de Getúlio

3.— Paulo de Tarso Santos fue un político brasileño ligado al ala izquierda del
Partido Demócrata Cristiano antes del golpe de 1964, y, entre otras cosas, fue ele-
gido diputado federal por dos períodos y se desempeñó en el cargo de ministro
de la Educación en el gobierno João Goulart, con apoyo nacional al programa de
alfabetización de adultos desarrollado por el educador y pensador Paulo Freire.
4.— Waldemar Rossi es un trabajador jubilado que se hizo conocido por su lide-
razgo en la coordinación de la JOC en el sur de Brasil y en la Oposición Sindical
Metalúrgica de San Pablo, sin duda la más importante del país, entre las décadas
de 1960 y 1980. Además, también ganó notoriedad por haber sido elegido para ha-
cer el saludo, en nombre de los trabajadores brasileños, al Papa Juan Pablo II en
el Estadio Morumbi, en 1980, durante la visita de este pontífice a Brasil.
5.— “Getulista” y “udenistas” aluden a algunas de las disputas políticas más du-
ras en el período antes del golpe de Estado de 1964, con el establecimiento de la
dictadura civil-militar que duraría hasta 1985. En este caso, los getulistas eran par-
tidarios del presidente Getúlio Vargas, que gobernó el país entre 1930 y 1945, tras
el triunfo de un levantamiento armado, y también entre 1951 y 1954, ahora como

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lo sacudió mucho, él se sorprendió, pero Capivari estaba dentro de la políti-


ca del interior: solo había caña de azúcar y media docena de familias dueñas
de ingenios azucareros dominaban la política. Jânio Quadros6 provocó algún
cambio cuando se presentó como candidato para gobernador en 1954, ya que
ha estado allí para un acto público y juntó una gran cantidad de niños con la
escoba, que era el símbolo de su campaña: su discurso era difícil, la gente no
comprendía, pero les parecía hermoso. Era diferente de los políticos tradicio-
nales y cuando el acto público terminó, entró en un bar, ordenó un sándwich
de mortadela y una botella de guaraná, se sentó en la acera y comió: miré eso
y no lo podía creer, porque un político no hacía este tipo de cosas.
»Además, mi padre se suscribía a diarios, como el Diário de San Pablo, y, des-
pués, el Correio Paulistano, y también adquiría libros que llegaban todos los
meses, y como era un maestro yo he aprendido a leer y escribir muy temprano.
Por otro lado, en la Escuela Normal había algunas cosas más políticas: tuve un
profesor de sociología que pedía para leer artículos de periódicos y hacer un
comentario en clase y, también, una profesora de historia de la educación que
traía temas controvertidos, como discutir la dificultad de un régimen autori-
tario lidiar con la cultura aprovechando que el escritor ruso Boris Pasternak
había ganado el Nobel y tenía prohibido salir del país para recibir el premio.
»Sin embargo, como he señalado antes, el principio de mi militancia sucede
en la JOC, donde entré fuera de fecha, porque sus militantes entraban con 14,
15 años, y se quedaban allí unos 6, 7 años y después, casandos, salían, pero yo
entré con 24 años, en un grupo donde la mayoría ya estaba saliendo y tenien-
do en cuenta el matrimonio. Además, yo no tenía su experiencia, no vivía en
el barrio porque mi casa era un poco más allá, ellos estaban viviendo juntos
durante mucho tiempo y llegó un tipo extraño – también indicado por Wal-
demar Rossi, muy fiable – pero ya con un montón de lecturas en la cabeza, ya
con un cierto conocimiento de los problemas políticos que estaban teniendo
lugar en 1962, y entonces viene la elección, creo que a la alcaldía, y ellos apo-
yan a Jânio Quadros. Así, les dijo: no, este hombre no, ¿están locos? Jânio había
renunciado un año antes como presidente, sumergiendo el país en una crisis,
y no se podía apoyar un hombre como este, era necesario elegir el mal menor
(no se hablaba de anular el voto o votar en blanco en este momento) y por lo
tanto he votado a Cid Franco, del Partido Socialista Brasileño, sabiendo que
iba a perder, como ha perdido (no recuerdo quién ganó, pero no fue Jânio).
»El propósito de la JOC era que la persona se convirtiera en alguien que cambia
su entorno, en su lugar de trabajo, tratando de ser amable, de trabajar bien – la
JOC valoraba que la persona fuera un buen profesional – y de participar en

resultado de una victoria electoral, cuando se suicidó debido a una combinación


de presiones políticas dirigidas por la Unión Democrática Nacional (UDN), un par-
tido de derecha. Durante sus mandatos, Getúlio asumió las políticas nacionalistas
y sociales poco a poco.
6.— Jânio Quadros fue un político brasileño de perfil conservador y polémico,
elegido en 1960, que gobernó el país durante 7 meses en 1961, cuando renunció en
circunstancias no clarificadas totalmente.

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el sindicato, según este principio: “ver, juzgar, y actuar”. En este momento, el


Sindicato de los Metalúrgicos de San Pablo estaba en manos de los comunistas
del Partido Comunista Brasileño (PCB), de línea soviética. La gente sabía que
existía un sindicato “pelego”, en este momento llamado “sindicato amarillo”,
pero nuestro sindicato era muy combativo y luego yo estaba involucrado con
la política, con el sindicalismo, con la militancia: la JOC fue para mí la mejor
escuela que he tenido en mi vida, de todas las buenas que tuve, fue donde más
he aprendido, incluso es difícil decir cómo era la rutina demasiado variada,
y pronto me convertí en dirigente en San Pablo, con la obligación de formar
grupos JOC en los barrios y en otros municipios del Gran San Pablo, una vida
ocupada, sacrificada, pero valía la pena, realmente valía la pena. En la JOC yo
recuperé un poco de aquella visión religiosa de la vida, sino sobre otra base,
ya no era la religión del interior, para orar, para ir a la misa, a la comunión, era
ver a un Cristo junto con los pobres, un Cristo revolucionario. Sin embargo,
más adelante, esto también cae y hoy soy un tipo sin creencia».

De acuerdo con las memorias de Elías, su proceso de politización tie-


ne dos aspectos muy destacables: por un lado, el ambiente vivido en Brasil
antes del golpe de 1964, con mucha discusión política y agitación social y
cultural, y por otro lado las medidas adoptadas por sectores de la iglesia
católica con el fin de denunciar los males de la realidad económica, po-
lítica y social de Brasil y animar a la lucha para superarlos. En el primer
caso, es evidente una combinación de democracia política, con restric-
ciones como la prohibición del voto a los analfabetos o la revocación de
la legalidad del PCB, y la agitación social y cultural que involucraba te-
mas como mejoras salariales, derecho a la vivienda y acceso a la tierra
mediante una reforma agraria, entre otras reivindicaciones, así como la
politización deliberada de las producciones artísticas promovida princi-
palmente por el Centro Popular de Cultura (CPC), creado en 1961 (y ce-
rrado en 1964) desde la Unión Nacional de Estudiantes (UNE).7 Gracias a
esto, la gente seguía con interés las disputas políticas especialmente por
los periódicos, dividiéndose en un bloque nada monolítico integrado por
getulistas, progresistas (comunistas, socialistas, laboristas) y nacionalistas,
y en otro bloque también no monolítico integrado por udenistas, liberales
y conservadores en general.
En el segundo caso, tenemos las múltiples consecuencias de las activi-
dades desarrolladas por sectores de la iglesia católica desde la perspectiva
de buscar un acercamiento con los trabajadores y las clases populares con

7.— La producción artística y cultural del CPC fue, más tarde, muy criticada en
nombre de lo que se consideraba dogmático y simplista en la manera cómo con-
sideraba el arte del pueblo, dándole un carácter ingenuo y puramente lúdico, de-
pendiendo de lo que era para los artistas e intelectuales promover el arte y la
cultura «revolucionaria» capaz de liberar a estas personas de la alienación (Chauí
1983; Krausche 1984).

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el objetivo de participar en la reflexión y en la lucha contra la pobreza y las


injusticias sociales, especialmente desde el Concilio Vaticano II, inaugu-
rado en 1962 por el Papa Juan XXIII con el fin de actualizar el pensamiento
y la acción de la iglesia, pero que, en la práctica, abrió el camino para sec-
tores que querían un compromiso político y social más a la izquierda.8 En
otras palabras, considerando que el orden social, político y económico
en Brasil (y el mundo) era injusto, por condenar a una vida marcada por
la explotación, opresión y alienación a la gran mayoría de las personas,
especialmente los millones que producían los bienes y las riquezas que
pocos disfrutaban, y también constatando que tal orden social, político y
económico no era una imposición divina o una realidad natural y obli-
gatoria y se podía superar, sectores de la iglesia católica se involucraron
con el día a día de los trabajadores e intentaron ayudar en su toma de con-
ciencia y organización. Como resultado, algunos intelectuales elaboraron
la llamada teología de la liberación proporcionando los ingredientes de
pensamiento e intervención a lo que se denomino Comunidades Eclesia-
les de Base (CEB), sacerdotes se integraron en la producción fabril (los
«padres operarios»). Algunas estructuras organizativas fueran implemen-
tados o readaptadas, como la Acción Católica Brasileña, fundada por la
iglesia en 1935 bajo inspiración de un modelo italiano para formar laicos
dispuestos a ayudar en las actividades de la institución y que tenía cin-
co secciones para jóvenes: Juventud Agraria Católica ( JAC), Juventud de
Estudiantes Católicos ( JEC, para estudiantes de la escuela secundaria), Ju-
ventud Operaria Católica ( JOC), Juventud Universitaria Católica ( JUC) y
Juventud Independiente Católica ( JIC para aquellos que no encajaban en
las otras).
En general, en Brasil, estos sectores laicos estaban muy comprometi-
dos con las movilizaciones populares en el período anterior al golpe de
1964, tales como el Movimiento de Educación de Base (MEB), un progra-
ma de educación básica a través de escuelas de radio en las emisoras ca-
tólicas creado por la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB),
en 1961, con significativo apoyo del gobierno hasta el golpe.9 Es dentro
de este contexto que surgió, entre otros, el periódico Brasil, Urgente, pu-
blicado en San Pablo entre 1963 y 1964 con apoyo de la Acción Popular

8.— En América Latina, el Concilio tuvo una especie de complemento en la Se-


gunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Me-
dellín, Colombia, en 1968, y en la Tercera Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, celebrada en Puebla, México, 1979 (Da Veiga 2009; De Brito
2010).
9.— El MEB, dos años después de su fundación, revisó su forma de actuar y llegó
a comprender la educación de base como un proceso de concientización de las
clases populares, con el fin de proporcionar una visión crítica de la realidad y
contribuir a su transformación.

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(AP)10 y la JUC, pero con circulación nacional, portavoz de estos sectores


progresistas de la iglesia católica y, curiosamente, con posiciones mucho
más radicales que las asumidas por la prensa de la izquierda tradicional,
como la del Partido Comunista Brasileño (PCB) y del Partido Comunista
de Brasil (PcdoB, bajo influencia china), y muchos de los líderes del Par-
tido Trabalhista (Laborista) Brasileño (PTB), identificado con el legado
varguista. Por lo tanto, en un ambiente saturado de agitación y discusión
política, no es de extrañar que una visión del mundo con formación re-
ligiosa conservadora típica del interior del país entrara en crisis, ya que
no proporcionaba un instrumento adecuado para darse cuenta de aquella
realidad. Volviendo a las memorias Elías Stein:

«En la época del golpe de 1964, una gran parte de la población estaba medio
engañada. El personal más conectado a mi grupo percibía que un golpe está
en preparación a causa del periódico Brasil, Urgente, que era un periódico
católico más radical que los de la izquierda tradiconal, un periódico que dis-
tribuimos, debatimos, y que advertía: mira, es obvio que están preparando un
golpe de Estado. Pero entonces llegaba el “Partidão” (PCB), el PCdoB, el PTB,
“no, cuando la derecha viene aplastamos, cortamos su cabeza”, y cuando fi-
nalmente llegó el golpe tratamos de ver si había alguna resistencia, pero no
ha tenido nada, solo un concejal de San Pablo, de la izquierda del PDC, João
Carlos Meirelles, trató de unir a la gente de JOC, JUC, JEC: hicimos algunas
reuniones, pero era algo sin ton ni son, como el estudio de las áreas estratégi-
cas de la ciudad, pero no pasó nada.
»Trabajé en la Guía Telefónica Brasileña y decidí ir a una fábrica como un
peón,11 pero el régimen de allí me perjudicó demasiado, ya tenía una úlcera
que se agravó con la mala comida, el servicio muy contaminante, y tuve que
someterme a una operación. Cuando terminó, el médico me dijo: “Usted re-
cibió tres meses de ausencia para recuperarse, pero necesitará como 6 meses
para encontrarse en buen estado de salud, usted tendrá que almorzar en casa,
cenar en casa, entonces usted no puede ir a trabajar en la fábrica”. Así, fui a tra-
bajar en el banco, en la época que Waldemar Rossi traía a la JOC las ideas del
comité de fábrica y del cambio de la estructura sindical, por lo que comencé

10.— Formada en 1962 como agrupación política por parte de los miembros de
la JUC (y también de la JEC), la Acción Popular se transformó durante la segunda
mitad de la década de 1960 en una estructura clandestina con posiciones marxis-
tas leninistas. A principios de la década siguiente, la AP sufre una escisión que
llevó parte de sus miembros a unirse al PCdoB y otra parte a formar la Acción Po-
pular Marxista Leninista (APML), casi destruida entonces por la represión brutal
desatada por la dictadura. Años después, en 1980, sus órganismos se disolvieron
casi todos en el Partido de los Trabajadores.
11.— En la jerga obrera, especialmente en San Pablo, “peón” se refiere al trabaja-
dor poco o nada cualificado y que, por lo tanto, rueda, sin lugar fijo, en las distintas
secciones de la fábrica, pero en un sentido amplio puede significar “trabajador”
en general.

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a participar en 1966, 1967 en la Oposición Sindical Bancaria. En este momento


ya debía existir una docena de organizaciones de izquierda en la oposición
bancaria, y como yo había dejado la JOC empecé a buscar con quien involu-
crarme. La tendencia más cercana era la AP, porque había muchas personas
de la JUC, la JEC, y la gente de la JOC empezó a venir también, pero se perci-
be cómo la lectura ayuda: cuando recibí los primeros documentos de AP dije,
“no, aquí hay una mezcla de marxismo y cristianismo, un tanto humanista”.
Así que no fui, pero pronto me encontré con el Ala Roja,12 que integré en 1968
y seguí por casi 5 años.
»En esta etapa, uno de los problemas que enfrenté fue la tensión entre mi an-
tigua práctica en la JOC y lo que se estaba haciendo: por ejemplo, yo llevaba
la hoja informativa Luta Proletária, del Ala, para cinco compañeros de la fá-
brica, una pequeña fábrica con cerca de 300 trabajadores, yo estaba allí por
más de 1 año y había un grupo que se reunía para hablar de historia de Bra-
sil, historia del sindicalismo, la situación del sindicato con los pelegos,13 así yo
llevaba el periódico para ellos y les decía: “si les gusta cualquier artículo no-
sotros discutimos, y si alguien viese que están con este periódico, digan que
yo lo he traído”, porque si la represión capturara un peón con el periódico,
Dios mío, ¡lo que iba a sufrir! Bueno, llegaba allí para charlar y me decían que
no comprendían nada, porque era un lenguaje de izquierda, que no estaba es-
crito para el pueblo, para el trabajador, estaba escrito para la otra izquierda,
para ver quién era más revolucionario. Luego volvía a la célula y decía: “¡por
el amor de Dios, tenemos que hacer un periódico más accesible, presentar los
problemas de los trabajadores en un idioma que ellos comprendan!”. Pero no
servía de nada, llegó el mes siguiente y volvía la misma cosa, y cuando la si-
tuación pesó en 1971, 1972, los peones me dijeron: “Elías, no queremos recibir
este periódico, no”. Por supuesto, veían en la calle noticias como “muerto este
subversivo”, “se busca terrorista”, y concluyeron que si fueran capturados con
este periódico estarían en problemas.
»Al mismo tiempo, el Ala predicaba una cosa con la que yo estaba de acuerdo,
pero empezó a hacer otra. Ella dejaba claro que no se debía hacer guerrilla
urbana, en la ciudad, donde el enemigo era mucho más fuerte: se necesitaba
preparar la lucha en el campo, pero cuando hubiese posibilidad de ir al campo.
Luego nos enteramos de que un grupo del Ala asaltó una gráfica (pensé: “no,
precisábamos para hacer nuestro periódico, todo bien”), a continuación robó
un banco, el banco dentro de la fábrica de Mercedes Benz, y reflejé que íbamos
por el mismo camino que los otros, íbamos a la mierda igual. El hecho es que
la represión se acercó y se llevó toda la dirección del estado y nacional; de
5 militantes en mi célula, 1 fue para la ALN porque juzgó Ala muy pacifista y
otros 2 fueron detenidos, uno de los cuales conocía mi casa y el otro donde yo
trabajaba. En este momento yo ya estaba casado y pensé: “¿A dónde voy? Voy
a quedar clandestino?”. Como desde cuando entré en esta fábrica participaba

12.— Estructura clandestina que surgió de una escisión en el Partido Comunista


de Brasil, PCdoB, entre los años de 1966 y 1967.
13.— N. del E.: burócratas para el medio argentino. Sindicalistas “charros” en Mé-
xico.

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en la Oposición Sindical Metalúrgica de San Pablo, decidí que tenía que elegir:
o me quedaba con Ala, que no me ofrecía garantías de futuro, o me quedaba
con la Oposición, y así dejé el Ala.
»Fuera de la JOC mantuve contacto con Waldemar Rossi, de quien siempre
estuve muy cerca, y con sus ideas para hacer trabajo de base, organizar desde
abajo, como el comité de fábrica de COBRASMA creado en 1961, cambiar la
estructura sindical, porque teníamos claro que el sindicato en Brasil era fal-
so, estaba atado al Estado a través del impuesto sindical, de controles que el
Ministerio de Trabajo mantuvo para evitar que pudiera ser un sindicato libre,
para que no pueda existir el sindicato en la fábrica porque era propiedad pri-
vada y quien tenía el control era el empleador. Pero en el momento en que
entré en la Oposición, 1969, 1970, esta estaba muy débil, era muy embrionaria,
y fue un problema encontrar personas para formar una lista para las elecciones
de 1972 (más tarde, la gente luchaba para entrar en la lista. . . ), de la cual yo par-
ticipé, porque en este momento, más allá del miedo, la gente sabía que podía
perder su puesto de trabajo, pero con gran dificultad logramos formar la lista
y distribuir nuestro material con la denuncia de este sindicalismo falso que
tenemos hasta hoy. Lo que nos ayudó un poco a nosotros fue el hecho de que
ya estaba emergiendo una concienciación de los trabajadores, de que estaban
sufriendo un apretón de salario, que la inflación era del 20 % y recibían solo
el 7 %, 8 %, y gracias a que hemos tenido alrededor de 6 mil votos y los pelegos
alrededor de 18 mil. En esta elección, percibí lo que era San Pablo, porque el
sindicato nos dio un periódico donde pasarían las urnas y pensé: “oye, no es
posible, creo que hay unas 8 mil fábricas y nosotros solo alcanzamos unas 50,
70, nunca vamos a ganar las elecciones, nunca”, y el día de las elecciones había
2 urnas en la sede del sindicato donde votaban los jubilados y pensionados. Vi
a la gente llegar allí en ambulancia, ser colocada en una silla de ruedas, subir
al ascensor y votar. Cuando se trataba de contar, obteníamos votos en las fá-
bricas más grandes, hasta llegamos al empate con ellos, pero en las urnas del
sindicato ellos obtenían el 99 %. Así, creo que igual con los fraudes en las elec-
ciones de 1972, de 1978 (en 1975 no participamos), de 1981, era prácticamente
imposible ganar, porque en estas 8 mil fábricas, la mayoría de 20, 30 opera-
rios con al menos 4, 5 miembros del sindicato, pocos tenían seguro de salud,
no había ningún apoyo, el sindicato fue un apoyo para ellos porque ofrecían
médico, remedios. Entonces, cuando ocurría la elección, los pelegos decían:
mira, si la oposición gana van a cerrar todo, acabarán los médicos, cerrará la
farmacia, hombre. . .
»Después de esta elección, nos encontramos con un grupo de coordinación
pequeño, pero ya había varios contactos y se evaluó que era necesario ex-
pandir nuestro trabajo, no se podía estar solo en el sindicato y, a continua-
ción, buscamos la Pastoral Operaria, buscamos un padre simpático que abría la
iglesia para hacer reuniones, buscamos la Federación de Organizaciones para
Asistencia Social y Educacional (FASE),14 y encontramos muchos trabajadores

14.— La FASE es una organización no gubernamental establecida en 1961 con el


fin de apoyar la creación y el desarrollo de organizaciones y actividades de la

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que no participaban en el sindicato, todo era una actividad muy pequeña de


acumulación de fuerzas».

La preocupación mostrada con el sindicalismo vinculado al Ministerio


de Trabajo, que cobra a las empresas un aporte sindical y luego lo transfie-
re a los sindicatos – modelo creado por el gobierno de Getúlio Vargas en
1931 y vigente en la actualidad, concibiendo el sindicato como un órgano
de colaboración del Estado y no de organización y movilización de los
trabajadores desde sus lugares de trabajo – recibió un gran impulso con
la difusión de las ideas de Mário Carvalho de Jesus, un abogado de sindi-
catos que, como estudiante, participó en la JUC y trabajó como obrero en
Francia con el equipo del padre Lebret (economista y religioso católico
francés que participo en programas de desarrollo social). En 1960, Má-
rio Carvalho fundó el Frente Nacional del Trabajo (FNT), de orientación
cristiana, cuyos miembros defendían la cogestión desde la existencia le-
galizada y elegida de comités de fábrica, la participación en los beneficios
empresariales y la negociación directa con los empleadores, y, sobre esta
base, crearon en COBRASMA (Companhia [Empresa] Brasileira de Ma-
terial Ferroviario), una gran metalúrgica de Osasco, en el Gran San Pablo,
entre fines de 1961 y 1962, bajo la dirección de João Batista Cândido, un
comité de negociación con la empresa, compuesto inicialmente por 10
efectivos y 10 suplentes, que evolucionaron en 1963 para convertirse en el
primer comité de fábrica reconocido y formalizado por la empresa, for-
mado por 18 efectivos y 18 suplentes, en representación de las 18 secciones
existentes, que tenían estabilidad de empleo y se reunían periódicamente
para abordar los problemas de los trabajadores.
Esta experiencia fue incorporada rápidamente por la JOC y la Oposi-
ción Sindical Metalúrgica de San Pablo,15 sobre todo por el apoyo entu-
siasta de uno de sus principales líderes, Waldemar Rossi, entre otras razo-
nes porque, con el golpe de 1964, los sindicatos más combativos sufrieron
intervención de la dictadura, y sus dirigentes fueron expulsados (y mu-
chas veces detenidos y torturados) y sustituidos por pelegos que actuaban
como meros representantes del gobierno y el empresariado. Sin embargo,
con todas las limitaciones, el sindicato era una de las pocas instituciones
conocidas y reconocidas por los trabajadores, realizaba campañas para el
aumento del salario cada año y elecciones de su junta directiva cada tres
años, además de proporcionar asistencia de abogado, médico, dentista et-
cétera. Así, a pesar de la represión de la dictadura, se puso de pie como un
comunidad, y en las décadas de 1970 y 1980 dio un gran apoyo a la oposición
sindical y la lucha contra el costo de vida y las desigualdades generales.
15.— Para una historia del comité de fábrica de COBRASMA y la propia Oposición
Sindical Metalúrgica de San Pablo contada por los que participaron, ver el número
especial de la revista Revés do Avesso; para un abordaje académico de este último,
sus retos y dilemas, véase De Faria (1986) y Batistoni (2001).

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importante punto de referencia, especialmente en lugares que mantenían


un mínimo de movilización, como en Osasco, donde gracias al comité de
fábrica de COBRASMA, una lista de oposición ganó las elecciones para el
Sindicato de los Metalúrgicos en 1967 (su presidente, José Ibrahim, había
presidido el comité de COBRASMA entre 1966 y 1967, y varios miembros
de la junta directiva, entre ellos João Batista Cândido, habían participado
en varias ocasiones),16 lo que le hizo dirigir un frente de varios sindicatos y
oposiciones (Movimiento Inter-Sindical Anti-Arrocho «Apretón de Sala-
rios» [MIA]) que convirtió la celebración oficial del Día del Trabajo, 1º de
mayo, de 1968, en San Pablo, en un gran acto de protesta contra los bajos
salarios, malas condiciones de trabajo y la dictadura en sí. Por otra parte,
dos meses más tarde, el 16 de julio de 1968, este mismo sindicato preparó
y condujo una huelga muy combativa, con gran adhesión de la rama, que
fue sofocada por una violenta represión del régimen, interviniendo en el
sindicato y deteniendo a decenas de trabajadores, y por una campaña de
los medios según la cual las chimeneas de las fábricas no debían dejar de
fumar un momento, lo que inició un período de unos diez años, hasta 1978,
sin que eclosionara un movimiento huelguista más amplio en país.17
La experiencia del comité de fábrica de COBRASMA se convirtió en
emblemática y en una bandera de lucha para la oposición sindical e in-
cluso para gran parte de las estructuras clandestinas de izquierda. Sin em-
bargo, en el caso de la oposición metalúrgica de San Pablo, una estructura
semiclandestina que correspondía a un frente sindical y político, el comi-
té se asocia no solo a la lucha por un sindicalismo libre, sino también a la
lucha contra la dictadura y el orden capitalista, que debería ceder el paso
a una sociedad más justa e igualitaria. Después de todo, esta era una arti-
culación muy politizada, compuesta por muchos militantes y ex militantes
de agrupaciones de izquierda de naturaleza socialista o comunista, e in-
cluso los vinculados a organizaciones cristianas, como Waldemar Rossi,

16.— Como se recuerda uno de sus miembros, Joaquim Miranda Sobrinho, tam-
bién del Frente Nacional del Trabajo, en una entrevista publicada por Weisshei-
mer (2008): «Fueron seis años de trabajo, construyendo las bases obreras allí. Pero
así, piedra por piedra, compañero por compañero. Aparecía, trabajaba, para aña-
dir con nosotros. Compañeros de liderazgo que vinieron desde las fábricas – las
fábricas estaban despidiendo – llevabamos dentro, mantuvimos allí, mantuvimos
para espesar nuestra lucha. Participé casi desde el principio, desde los primeros
compañeros que se presentaron».
17.— La huelga de Osasco fue precedida por otra, de los metalúrgicos en Conta-
gem, en la Grande Belo Horizonte, Minas Gerais, que estalló el 16 de abril de 1968,
incluso con ocupación de fábricas, pero que también fue suprimida por la repre-
sión violenta que dio lugar a intervención en el sindicato y el encarcelamiento de
cientos de líderes y militantes.

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estaban convencidos de la necesidad y posibilidad de superar el capita-


lismo para lograr un mundo sin opresión y explotación de clase.
Para reanudar el testimonio de Elías Stein:

«Con el trabajo de educación de base tuvimos contacto con personas que es-
taban tratando de reorganizar el Movimiento Popular de Liberación (MPL) de
Miguel Arrais, pero nunca nos lo dijeron, y cuando nos detuvieron, en enero
de 1974, la primera pregunta de los torturadores era la siguiente: “¿Cuál es el
nombre de la organización?”. Ellos nos daban un organigrama: liderazgo na-
cional, liderazgo del estado, aquí abajo Oposición Sindical, Pastoral Operaria,
FASE. Así, miré y dije: “Hombre, ¿qué es esto? ¿Qué organización?”. Tardaron
en aceptar que no sabíamos, y hasta hoy no es claro por qué nos detuvieron.
Tal vez fue una violación de la seguridad del presidente destituido del sindica-
to de los metalúrgicos, Delelis, que después del golpe huyó a Checoslovaquia,
regresó y nos buscó (el candidato a la vicepresidencia en 1972, Flores, era muy
cercano a él). Nosotros sabíamos que estaba clandestino en Brasil, usaba otro
nombre y una pequeña oficina falsa, y normalmente no salíamos del sindicato
e íbamos directamente allí, no se podía mezclar, pero creo que Flores mezcló
y luego el DOPS18 ocupó una oficina contigua, puso un dispositivo de escucha
detrás del sofá y cuando se descubrió, Delelis y Flores fueron detenidos a la
hora. Flores sabía que tendríamos una reunión el lunes en una iglesia en Brás,
y tal vez lo ha dicho bajo tortura, porque solo él sabía dónde y a qué hora se-
ría. Nadie estaba clandestino, teníamos domicilio fijo, familia, trabajo, y como
no podían detenernos por hacer oposición sindical nos vincularon al MPL,
junto con los demás. Estuvimos detenidos cuatro meses, ya que para ellos la
dirección nacional estaba compuesta por Delelis, Flores, Waldemar Rossi, Sô-
nia Lins y yo. Fueron a mi casa, se llevaron más de un centenar de libros y me
preguntaron cómo un trabajador podría haber comprado todo. De hecho, la
mayoría pertenecía a un tío que le gustaban grandes líderes y compraba todo
lo que hacía referencia a Mao Zedong, Stalin, Lenin, Getúlio Vargas, Napoleón,
Hitler, imagínese cómo era la cabeza de este hombre. Cuando se enfermó y
fue a vivir a mi casa, llevó estos libros y me los dio cuando me casé, y una vez
le dije: tío, porqué admira a Hitler, si nuestra familia se hubiese quedado en
Alemania se habría vuelto cenizas, pero él respondió que esto era propaganda
del inglés, que en ese momento Inglaterra odiaba Alemania. Al final, fui cas-
tigado por la represión porque pensaron que yo era el mentor intelectual del
grupo, y cuando Franco Montoro ganó la elección para gobernador del Esta-
do, en 1982, y decidió cerrar el DOPS, yo fui allí buscar mis libros y le dije al
chico que me recibió que habían entrado en mi casa en 1974 y tomado más
de 100 libros, buenos libros que yo quería de vuelta, pero él se echó a reír:
“¿Cómo es? En el año 1974? Mi amigo, ellos lo han vendido a algún mercadillo
de libros hace tiempo”.
»Cuando salgo de la prisión, tenía que ir todas las semanas al DOPS demostrar
que no habían huido y así no podía conseguir un trabajo porque tenía que estar

18.— Departamento de Orden Político y Social, policía política creada en 1924 y


muy activa en la dictadura.

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allí entre las 8 y 17, hasta que un amigo decidió ayudar: él trabajaba en la fábrica
de un italiano que estaba vinculado al Partido Comunista de Italia y habló so-
bre mi situación. Así que fui allí, expliqué todo y él accedió a darme el empleo:
todos los lunes yo salía a las 3 de la tarde y al día siguiente compensaba esas 2
horas. Entonces, empecé a trabajar como fresador, pero era muy sacrificado
porque yo vivía en Santo André, salía 4 de la mañana, me llevaba el primer
autobús, en la estación tomaba un tren a São Caetano, tomaba un autobús a
San Pablo, descendía y caminaba unos 15 minutos más para llegar a las 7 de la
mañana y salía a las 17, volviendo a casa 19, 20 horas, cuando no había reunión
de la oposición, porque en ese caso yo volvía a las 22 horas. Después de un
año y medio estaba bastante cansado, no tenía ninguna condición, necesitaba
trabajar más cerca de la región de ABC, renuncié y fui a Equipamentos Villa-
res, donde Lula había trabajado años antes, como tornero mecánico. Era otro
mundo: el primer día ya había gente del sindicato entregando el periódico en
la puerta de la fábrica, Tribuna Metalúrgica con denuncia de los problemas
de la fábrica y pensé “¿aquí es todo diferente?”.
»Entonces, fue conocer el sindicato: ¡otra sorpresa! Como el sindicato de San
Pablo parecía una oficina fantasma, no había nadie, no tenía trabajadores, te-
nía solo policías y un pelego u otro en los pasillos, y nosotros de la oposición,
cuatro gatos. Pero en el sindicato de São Bernardo era mucha gente, especial-
mente jóvenes (en San Pablo todos eran viejos), todos con camisa, nadie con
chaqueta o corbata, y conocí Djalma Bom que se presentó diciendo “yo soy el
secretario general”. Entonces, pensé: “Maldición, aunque estuviera ligado al
gobierno, el sindicato sería capaz de actuar si hubiera gente interesada”. En-
tonces, llegaron las huelgas de 1978, 1979 y 1980: había apoyo del sindicato, si
había problemas en la fábrica el periódico lo publicaba, el empleador no sabía
quién hizo la denuncia, y los trabajadores veían que se estaba hablando de su
problema. El sindicato hacía un montón de reuniones, muchas asambleas, la
gente tenía confianza en la junta directiva porque vivía con ellos, se veía que
no eran policías (aunque pudiera haber policías allí), se tenía libertad para dis-
cutir, no se sentía amenazado y poco a poco se conocían los líderes de otras
fábricas. En congresos de la rama se discutían diversos temas.
»En 1978, Lula apoyó a Fernando Henrique Cardoso para el Senado, fue a las
puertas de las fábricas con él, lo llevó allí a Villares, pero con un problema que
se ha prolongado durante demasiado tiempo y ha causado fricciones con la
oposición sindical de San Pablo: no había discusión política como en la oposi-
ción. En esta, cualquier decisión implicaba un gran debate político: cualquier
militante que hablaba “No, Gramsci dijo tal cosa, Trotsky dijo otra cosa”, la
gente entendía, sabía lo que era, pero no se podía decir esto en São Bernardo,
no porque era prohibido, sino porque usted hubiera sido visto como un ET.
Trotsky, ¿quién es Trotsky? ¿Lenin? Porque el trabajo se concentró en la filo-
sofía del sindicalismo estadounidense: trabajamos, tenemos derecho a nuestra
parte del todo, debido al hecho de que el tipo trabajaba como un desesperado
en las fábricas de automóviles, veía muchos coches producidos, no se paga-
ba mal, pero esto no coincidía con lo que él producía, él sentía en la piel,
comparaba la riqueza producida con lo recibido, y el sindicato golpeaba este

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botón. La junta directiva viajaba a Alemania para ver lo que era Volkswagen
allí, salario, nivel de vida, cómo vivían los obreros, Ford en los Estados Unidos,
Willys en Inglaterra, y después venia la informacion: “Mire, en comparación
con usted, el trabajador alemán gana diez veces más”. Había esta mentalidad
que prevalecía en el sindicato (que creo es correcta, pero que la gente de iz-
quierda llamaba “economicista”), el sindicato no se preocupaba mucho por el
socialismo, la lucha de clases, estaba fuera. Y hoy en día es un poco así, se
convirtió en una marca. No es que eran apolíticos, es que su atención se cen-
tró en el resultado económico: trabajé, yo quiero mi parte. Pero en San Pablo
era lucha de clases, socialismo, lo que Gramsci pensaba, era una cosa. . . Pero
perdí contacto con la oposición, el último fue durante el II Congreso del Sin-
dicato de Metalúrgicos de São Bernardo y Diadema, en 1976, para lo cual se
invitó a algunas oposiciones y San Pablo llevó un documento sobre el comité
de fábrica, que fue aprobado, pero no aplicado.
»Las cosas comenzaron a tomar un nuevo impulso en 1977, cuando el Banco
Mundial denunció la manipulación de la tasa de inflación por el gobierno: no
hubo huelga, pero movilización y acción en la Justicia del Trabajo, lo que creó
el ambiente para abril de 1978, cuando la huelga estallo en Scania. El líder
era Gilson Meneses, un militante que no tenía grandes pretensiones, fue un
dirigente de base que trabajaba todo día y era muy accesible, comunicativo.
Así, no creo en la historia de que el sindicato no sabía y se sorprendió. No,
en el caso de Scania, no, Gilson era de la junta directiva, esta sabía que él
estaba preparando una huelga, simplemente no se involucró directamente en
ella. Pero, a continuación, como aquello fue un reguero de pólvora, muchas
fábricas se declararon en huelga sin conocimiento del sindicato, esto es real.
»Yo no tenía esperanzas porque ya me habían dicho: Elías, Villares tiene solo
profesionales, estos no hacen huelga, ganan bien, VW hace, Mercedes tiene
mucho peón, pero aquí, el 98 % de los obreros son profesionales, fresadores,
torneros, herramenteros. Como legado de mis tiempos de JOC, yo tenía mi
pequeño grupo allí, unos diez trabajadores con quien hablaba, cambiaba ma-
terial, y decidimos ir al sindicato y charlar con Djalma Bom: “Mira, la situación
está dura, pero está difícil, como lo haremos?”. Él respondió: “Pare la máquina,
hombre, digan que van a parar la máquina y verán que la mayoría va a parar”.
Yo respondí: “Pero, ¿cómo voy a parar?”. Y él: “¡Elías, estamos aquí todo el día
persiguiendo acuerdos, firmado acuerdos, estalla la huelga todo el tiempo!”.
Entonces, nos fuimos y decidimos hablar con el máximo de gente posible y
combinamos el momento de parar. Trabajábamos en el turno de la noche y
cuando llegamos allí antes de las 18 horas, una parte ya había parado, no sabe-
mos quién había organizado esto, pero la mayoría de la fábrica funcionaba. A
continuación, cada uno habló con sus conocidos para que, cuando fueran las
18 horas, nadie encendería la maquina: yo estaba tenso, no sabía si iba a suce-
der, hacía 10 años que no veíamos un paro allí, pero todos paralizaron, nadie
encendió su máquina. Los jefes corrían de aquí para allá, tontos: “Mira, no se
enciende la máquina?”. “No, si los otros encienden, también enciendo”, pero
nadie encendió. Imagínese, había 50 fresas aquí, en otra ala había 80 tornos,
torno mecánico, torno vertical, en otro lado había rectificadoras, garlopas, al

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probar motores de barco toda la construcción se sacudía, se podía sentir el


suelo trepidar, era muy ruidoso, así, cuando no se encendió ninguna máquina,
hombre, ¡hubo un silencio gustoso!
»Hicimos cinco días de huelga, creo que fue la huelga más larga, pero al final
Lula entró, habló con el dueño, Paulo Villares, y fuimos con él al comedor de
la fábrica, donde los peones se reunieron (por primera vez Paulo Villares bajó
para hablar con los obreros) y dio un discurso diciendo que la fábrica estaba
proponiendo el mismo acuerdo que las fábricas de automóviles y deberíamos
votar si aceptábamos o no. La gente votó, aceptó, puso fin a la huelga, pero
el clima era muy tenso, porque después hicimos una huelga para que nadie
coma en el comedor, solo en los bares de los alrededores (se perdió toda la
comida o se la dieron a alguien), hasta que se comprometieron a mejorar y,
para completar, un día de noviembre de 1978, la gente no encendió la máquina
porque un encargado, conocido como “martinete”, había golpeado a un fre-
sador, tumbando al chico en el suelo. Yo acepté de inmediato: “no, no vamos
trabajar, este tipo no puede continuar aquí”. Pasó media hora, una hora, vi-
nieron y dijeron que el encargado estaba fuera del trabajo y no iba a ser jefe
allí. Una belleza, encendimos las máquinas, pero dos días después el supervi-
sor empezó a llamar a los fresadores, uno por uno, que regresaban con miedo:
“martinete” volvería al día siguiente y el que no encendiera la máquina sería
despedido. A las 5 me llamaron, yo era el último. El supervisor: “Elías «marti-
nete» vuelve mañana para la sección y usted va a trabajar”. Respondí: “No, si
todos trabajan, yo trabajo”. Él insistió: “No, no te estoy preguntando de todos,
solo de vos”. Yo: “No, no puedo encender la máquina solo, me golpearán con
un hierro en la cabeza”. Charla va, charla viene, él me dijo que yo era un tipo
que militaba en el sindicato, que debido a las palabras que utilizaba yo debía
ser la cabeza del movimiento y me envió para ducharme y cambiarme de ro-
pa. Así que me despidieron y empecé a trabajar en una metalúrgica en Mauá,
pero luego volví a São Bernardo, en Toshiba, donde participé en las huelgas
de 1979 y 1980, organizadas por la junta directiva del sindicato.
»Es difícil explicar la sensación que se diseminó en esta época, ya que no era
posible, 14 años de dictadura, aquella represión, lo que “martinete” hizo con
el peón ocurría en muchas fábricas, todos los que tenían una cierta autoridad
pensaban que podrían hacer y deshacer, golpeándolo a uno, regañando a otro
y explotando a la gente. El número de accidentes laborales, las muertes, era
una cosa absurda, el trabajador se suicidaba porque no podía soportar aquella
presión, el ritmo de trabajo. Laís Abramo tiene un libro muy bueno acerca de
esto, El rescate de la dignidad, mostrando que el trabajador del ABC no hizo
huelga solo para lograr aumentos salariales, porque tenía algo más grande que
esto, era para demostrar que él era una persona, un ser humano, que debía
ser respetado. Y años más tarde, cuando estaba estudiando ciencias sociales
en la Universidad de San Pablo (USP), tuve una discusión sobre el tema: tenía
51 años, era mayor que el maestro, y un estudiante, después de leer un texto
acerca de las huelgas del ABC, comentó: “No, profesor, no estoy de acuerdo,
los trabajadores no luchan debido a estas cosas de la pequeña burguesía, la
pelea fue por salarios”. Entonces respondí: “¡No, estás equivocado, la lucha era

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esta también, nosotros sentíamos!”. Él: “¿Cómo nosotros?”. Y yo: “Yo estaba allí
trabajando, carajo, sé lo que era, un día un jefe dio un manotazo a un colega
mío, pensaban que tenían este poder, pero estas huelgas mostraron que había
un límite, entonces ¡la importancia de la huelga no era solo económica, no!”».

La condición obrera en las décadas de 1960 y 1970, durante la dictadu-


ra, fue rodeada de precariedad y tensiones permanentes, pues uno de los
pilares fundamentales del proceso de recuperación económica del país
se basó en el «apretón salarial», es decir, una política deliberada de com-
presión de salarios que redujo regularmente su poder adquisitivo frente
a la persistente elevación de los precios, un «apretón» logrado con el es-
tricto control de los sindicatos, la abolición del derecho de huelga y la
represión en el lugar de trabajo. Por otra parte, con el rápido crecimien-
to económico que comenzó alrededor de 1967, el ritmo de producción se
aceleró y acentuó las presiones en favor de una mayor productividad, es-
pecialmente entendida como intensificación de la jornada laboral, por lo
que los trabajadores competían por posibilidades de realizar horas extras
como una forma de amortiguar el impacto del apretón. Los resultados de
esto eran múltiples, destacándose el aumento de las tasas de accidentes
de trabajo, que dejaron muchos muertos y una legión de mutilados, ade-
más de la incorporación de un miembro más de cada familia en el mer-
cado de trabajo para aumentar los ingresos del hogar. Y, en los lugares
de residencia, esta precariedad y estas tensiones tenían como suplemen-
to alojamientos colectivos para jóvenes migrantes de las zonas rurales o
invasiones y asentamientos ilegales sin la más mínima infraestructura ur-
bana, con agua extraída de pozos, aguas residuales vertidas en las calles y
callejones, conexiones clandestinas de electricidad y transporte público
insuficiente y caro, que se asoció al comercio raro y también caro.
En las áreas más dinámicas debido a su enfoque en industrias como la
automotriz, naval o de bienes de capital, poco a poco se definió un perfil
de obrero distintivo, muchos jóvenes con formación profesional esme-
rada adquirida durante años en la enseñanza técnica y dotados de una
clara conciencia de su importancia en el ambiente fabril, ya que era fácil
de observar la enorme cantidad de valor que producían y también que
su trabajo no podría ser fácilmente reemplazado (un electricista de man-
tenimiento podría cambiar semanalmente el cableado y los controles de
un torno vertical de un modo que un ingeniero tendría dificultades para
desentrañar rápidamente). Con la tradición de lucha atenuada después de
largos años de represión y declive del movimiento obrero, que tornaron
difícil la transmisión de la experiencia de las generaciones mayores a las
más jóvenes, su nivel de politización era relativamente pequeño, pero, en
cambio, tenían una gran receptividad para reivindicar mejores condicio-
nes de vida y de trabajo y para demandar un salario coherente con su
formación y producción. Este es el ambiente que Elías Stein transitó en la

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década de 1970, entre las dos articulaciones más innovadoras que el sin-
dicalismo brasileño esbozó en esta época, siempre llevando consigo las
lecciones de la JOC acerca de la organización de trabajadores en el lugar
de trabajo y la participación activa en el sindicato: en la primera mitad
de la década, como miembro de la Oposición Sindical Metalúrgica de San
Pablo, con su discurso político contundente y apoyado por sectores de
la iglesia católica formados en la teología de la liberación; en la segun-
da mitad de la década, como militante del Sindicato de Metalúrgicos de
São Bernardo do Campo y Diadema, con su intensa movilización desde el
momento en que Lula asumió la presidencia (1975),19 fundada en la certeza
de la relevancia del sector que representaba.
São Bernardo, en particular, con su parque industrial moderno don-
de se destacó la industria automotriz y de maquinaria pesada, develaba
un escenario muy desconocido en la historia del sindicalismo brasileño:
sin inclinación para ocupar las fábricas como en la huelga de Contagem,
contrario a la agitación de izquierda como fuera común en Osasco, hasta
la asfixia de la huelga de 1968 y ajeno a la agenda política y el cambio ra-
dical en la estructura sindical como proponía la oposición metalúrgica de
San Pablo, el sindicato trató de estar cerca de la rama mediante reuniones
y asambleas constantes, con promoción de cursos de distintos niveles y
modalidades (incluyendo un curso de cine organizado por ex militantes de
Ala Roja) e innovando en el material de difusión, donde ganó prominencia
un personaje simpático e inflexible en la defensa de los trabajadores, Juan
Herrador, que ilustraba el periódico del sindicato, Tribuna Metalúrgica,
y componía las historietas distribuidas en la puerta de las fábricas. Tími-
da al principio, la movilización fue ganando volumen mientras una serie
de factores conspiraban a favor, uniéndose a la creciente incapacidad de
la dictadura para construir hegemonía entre las clases dominantes y las
élites letradas, una aspiración de cambios ganó gran capilaridad en todo
el tejido social con un notable aumento de la autoestima de los obreros
y de los trabajadores en general. En estos términos, cuando la duda de si
las máquinas estarán encendidas o no se convierte en la certeza de que
nadie va a trabajar debido a la arrogancia de un encargado o a una con-
frontación por un sueldo degradante, cuando la represión y el desempleo
no intimidan más, lo que ocurre es el gustoso silencio de la fábrica, aque-
lla autoconfianza maravillosa que el orgullo de sí mismo y de la clase son
capaces de proporcionar.

19.— Lula se unió a la dirección del sindicato en 1969, como suplente, indicado por
un hermano que trabajaba en São Caetano do Sul. En 1972, fue elegido director en
la lista que reeligió el entonces presidente, Paulo Vidal, llegando a la presidencia
en las elecciones de 1975 y reelegido en 1978.

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Volviendo a las memorias de Elías Stein:

«En 1979, en la primera huelga organizada por la junta directiva del sindicato,
esta pensaba que no tenía necesidad de piquetes, y realmente no fue necesa-
rio, pero cuando los empleadores prohibieron a los huelguistas entrar en las
fábricas (en 1978 intentaron prohibir, pero la gente no aceptó; el próximo año
no quisieron saber: “¿Va a trabajar?”. “Voy”. “Entonces venga, alguien va con él
y hace girar la máquina. Si no enciende, fuera”), los peones fueron al estadio
de fútbol de Vila Euclides; la policía cerró el estadio, entonces fueron todos al
Paço Municipal; la policía les cayó a palos, Lula corrió (con razón) y luego los
propios empresarios se dieron cuenta que no tenían a nadie con quien hablar,
con quien negociar. ¿Con aquella masa corriendo de aquí para allá? Además,
la policía no pudo detener a 3 mil, 5 mil empleados y no podía bombardear
también. Por lo tanto, se reunieron los empresarios con Lula, Benedito Mar-
cílio y Cidão, de los sindicatos de São Bernardo, Santo André y São Caetano
(el sindicato de São Bernardo ya había sufrido una intervención, toda la junta
directiva fuera destituida), y llegaron a un acuerdo. Como parte de este, Lula
volvió y se liberó el estadio de Vila Euclides para la asamblea. Lula, antes de
hablar, puso a Osmarzinho, Batista y Alemão para hablar también con el fin
de preparar a la masa (¿cuántas personas cabían en aquel estadio? Creo que
alrededor de 20 mil de pie sobre el césped y más en el graderío, ¡estaba lleno!),
y cada vez que alguien insinuaba suspender la huelga era abucheado, pero no
había manera, Lula tenía que presentar el acuerdo y aprobar, entonces sin-
tió la barra. Habló alguna tontería y cuando dio a entender que la propuesta
era suspender la huelga fue abucheado; entonces, llamó a la gente “monos de
auditorio” y presentó la propuesta, diciendo que tenían que aprobarla porque
se tendría el sindicato de nuevo, el sindicato era nuestra fuerza, bla, bla, bla,
pero un grupo de Ford, unos mil trabajadores que estaban abucheando, sa-
lieron de la asamblea ostensiblemente, pero la mayoría se quedó y aprobó el
acuerdo. Para mí, esto fue lo que hizo Lula un líder auténtico, comprendiendo
con claridad dónde estaba: firmó el acuerdo, se devolvió el sindicato, pero era
un acuerdo muy malo, pues los empresarios se comprometieron a presentar
una nueva propuesta dentro de cuarenta días. El trabajador sabía que al sus-
pender una huelga era difícil reanudarla poco después, por lo que no querían
dejar la huelga, pero concordaron. Cuarenta días más tarde llegó la propuesta:
un aumento ligeramente mayor que el ofrecido antes, el 1 % o 2 % más, y el
descuento de la huelga de quince días en cuotas, dos días al mes. Se recibía
el talón de pago, la declaración de pago, y estaba allí: dos días menos debido
al paro, que la gente llamaba “carnet de Lula”. Si en San Pablo, cuando ocu-
rría algo así, los trabajadores conscientes rasgaban las tarjetas de miembros
del sindicato, en São Bernardo se metían con Lula, yo estaba allí y lo vi: “Lula,
¿cómo se puede aceptar un acuerdo así?”. Entonces Lula debió haber pensado
que si no era valiente, lo pasaría mal, incluso podrían darle un palo. Fue una
lección para él.
»En la huelga siguiente, en 1980, en la primera asamblea, en el estadio de Vila
Euclides, comenzó diciendo: “¡Este año no hay acuerdo, o dan lo que quere-
mos, o de lo contrario la huelga no será levantada!”. Creo que se dio cuenta de

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la situación en la que estaba y así la junta directiva invirtió mucho en la pre-


paración, porque sabía que habría intervención en el sindicato, tendría mucha
presión, la represión iba a venir con todo, y el primer día de paro ya tenía el
fondo de huelga en la iglesia, ya comenzó la recolección de alimentos. Y estaba
tan bien hecho que duró más de 3 meses con alimentos después que la huelga
terminó, el fondo se convirtió en una asociación. Lula sabía que ocurriría la
intervención, la junta directiva podría ser arrestada y él creó un grupo de 16
sindicalistas para continuar el trabajo: había 16 nombres elegidos en una asam-
blea, yo, Bargas, Meneguelli, Osmarzinho, Batista, Alemão en fin, este grupo
ayudó a dirigir el movimiento cuando tuvo la intervención y la junta directiva
fue detenida. Cuando terminó la huelga, Bargas y Frei Beto me llamaron (Frei
Beto era otra figura: solo allí en São Bernardo pusieron a un monje a dirigir un
movimiento, incluyendo la dirección de la asamblea, si hubiera ocurrido en
San Pablo, en la oposición, el tipo hubiera sido linchado: “¿Padre? ¿Qué tiene
esto que ver con nosotros?”) y hablaron de este modo: “Elías, el acuerdo es así:
al terminar la intervención, la junta directiva formará una lista y queremos que
usted participe”. Respondí: “Sí, vamos a pensar”. Pasado un mes, dos meses,
pensé: no, yo estoy fuera, me fui a trabajar en una “boca de cerdo”20 porque yo
no quería vivir sin hacer nada, recibiendo ayuda del fondo de huelga. La fami-
lia no se moriría de hambre, podríamos manejar, pero después de dos meses
decidí cuidar de mi vida.
»En Toshiba, la huelga de 1980 duró 41 días y terminé marcado, como miles de
otros trabajadores que tienen una fecha en la cartera profesional: 12/05/1980,
porque la huelga terminó el 11, y quien tuvo esta fecha de despido fue la Fe-
deración de Industrias del Estado de San Pablo (FIESP), la que recomendó
no emplearme, porque era un militante huelguista, que permaneció hasta el
último día de la huelga. De los 120 mil metalúrgicos de São Bernardo, en los
últimos días debía haber alrededor de 5 mil en paro, la mayoría había regresado
por temor a perder su empleo. El tipo soportó, soportó, pero llegó a 28, 29 días,
pensó: “no, déjame volver, si no es así, me da un mes de paro y ellos utilizan
esto para echarme sin derechos”. Y solo conseguí un trabajo nuevo cuando
he falseado mi cartera de trabajo, borrando el 12 de mayo con disolvente, con
mucho cuidado, y puse 22 de agosto. Habían pasado 3 meses sin empleo a cau-
sa de esta maldita fecha, yo era sospechoso, porque no fui llamado ni para una
prueba, y pensé: “Dios mío, llevo tiempo de fábrica, experiencia, ¿qué está su-
cediendo?”. A continuación, en una agencia de empleo, descubrí: el tipo tenía
la lista de una subsidiaria de Phillips y al mirar mi cartera creo que no vio la fe-
cha, pero la secretaria le llamó al teléfono, él se fue, recogí la lista y allí estaba
escrito con letra roja: “Nota: no enviar candidato con la fecha de despido el 12
de mayo”. Esto está documentado en el Archivo Público, mi nombre en me-
dio de una serie de otros en los registros de DOPS, mi nombre y mi dirección
residencial. Es duro, y por eso mi bronca, mi odio a la FIESP no tiene tamaño,

20.— En la jerga obrera, especialmente en San Pablo, “boca de cerdo” significa


fábrica pequeña, con poca importancia económica y sin una mayor demanda de
mano de obra especializada, y por lo tanto con menos atención, salario y benefi-
cios a sus empleados.

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hombre, no tiene tamaño, pues es algo tan bajo, tan ordinario, ¡poner en una
lista negra todos que fueron despedidos el 12 de mayo de 1980 solo porque
permanecieron 41 días en huelga!
»Bueno, el hecho es que cuando Lula fue elegido presidente, se podía ver que
era un tipo diferente, no había un mandón sentado en la mesa, era un hombre
accesible, por lo que la única oposición estructurada que apareció fue des-
pués de la huelga de 1980, cuando Osmarzinho, Batista del PCdoB, Alemão
del MR-821 : van a formar una lista de oposición que tenía alguna relación con
los pelegos de San Pablo, sobre todo Alemão, que cuando llegó en São Bernar-
do después de pelear con la oposición de San Pablo creció mucho, hablaba en
las asambleas, etcétera. A continuación, en 1981 decidieron formar una lista
para contrarrestar a Jair Meneguelli, que era el candidato de Lula, y llevaron a
la gente del “golpe de palo” de San Pablo para allí (individuos llamados “Décio
Malho”), personas acostumbradas a provocar peleas, pero hicieron la carrera
la primera vez que fueron a la fábrica y no volvieron: esta oposición perdió la
elección por 90 % a 6 %, 7 %. Pero yo no estaba más allí, estaba en una “boca de
cerdo” en Santo André por qué no obtenía empleo en fábricas grandes, trabajé
un año, la fábrica estaba en crisis, despidió a todos los empleados, entonces
pensé; basta, tengo que cambiar mi vida, aprobé en un concurso de la ciudad
de San Pablo e intenté ingresar en la USP».

La trayectoria de la junta directiva del Sindicato de Metalúrgicos de


São Bernardo do Campo, de los líderes que la acompañaron y del propio
sector en sí, es bastante emblemática, sea por las conquistas o los límites
encontrados o aceptados y está bien documentada incluso en películas,
como Linha de montagem, de Renato Tapajós, uno de los responsables
por el curso de cine ofrecido en el sindicato. En 1978, la junta directiva
estimuló la movilización, entablando negociaciones directas con los em-
pleadores que no fueron aceptadas por la dictadura y no se sucedieron,
pero no preparó, no propuso y no dirigió las huelgas que comenzaron en
la automotriz Scania el 12 de mayo y se propagaron rápidamente a otras
empresas y municipios, como San Pablo, pero promovió un sindicalismo
de puerta de fábrica que enterró a la práctica gubernamental de promulgar
el aumento de salarios y allanó el camino para las negociaciones directas.
No hubo mayor preocupación para organizar comités de fábrica, pero la
disponibilidad y el activismo de la junta directiva fueron intensos.
Ya en 1979, la junta directiva se preparó y llamó a la huelga, que tuvo
una adhesión entusiasta y casi total del sector, pero parece haber subesti-
mado la respuesta del régimen, que ordenó la intervención del sindicato y
despidió a toda su junta directiva: la reacción inicial de Lula fue permane-
cer en su casa durante unos días, creyendo que su carrera de líder sindical
21.— Movimento Revolucionário 8 de Outubro, estructura clandestina de izquier-
da que participó en la lucha armada contra la dictadura y, más tarde, después de
hacer una autocrítica, se acercó a concepciones estalinistas y tomó acciones pro-
vocativas y agresivas en las disputas internas de los movimientos de masas.

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había terminado. Instado por sus compañeros y buscado por las autori-
dades y los empresarios para llevar a cabo una negociación, Lula se vio
obligado a aceptar un mal acuerdo a cambio de la devolución del sindica-
to y su liderazgo corrió serios riesgos cuando lo defendió en una asamblea
marcada por protestas de trabajadores descontentos, y el «carnet de Lula»
(descuento mensual de los días de paro, una verdadera afrenta a los huel-
guistas) fue recordado con frecuencia durante todo el año. El activismo
desenfrenado, la desconfianza delante de advertencias de las estructuras
clandestinas de izquierda y la falta de un debate político más maduro co-
braron, así, un alto precio en el proceso de aprendizaje, contribuyendo a
la derrota de la huelga, pero, al mismo tiempo, ayudando a mantener y
reforzando la imagen combativa del sindicato y de su gestión por haber
desafiado la legislación que prohibía huelgas e incluso la represión de la
dictadura y de los empleadores.
A su vez, 1980 es como un clímax de esta tendencia, con una huelga
planificada en detalle y con antelación para durar mucho tiempo, incor-
porando en su dirección militantes de izquierda con probada experiencia
y liderazgo en las fábricas, creando un fondo de huelga bien estructura-
do con apoyo abierto de la iglesia, coordinando el movimiento de soporte
también en los barrios y logrando el apoyo de la población en su conjunto
para hacer frente a una represión por venir, que vino, lista para aplicar un
correctivo ejemplar. La situación era diferente, la amnistía política había
sido concedida el año anterior y exiliados aterrizaban en el país en medio
de celebraciones, así como se acentuaba la crisis de legitimidad del régi-
men dentro las élites y las clases dominantes, así como crecían indicado-
res económicos negativos, como la inflación y la deuda externa, pero la
disposición del régimen y los empleadores para romper la columna ver-
tebral de aquella confrontación de clases ostensible no se hizo esperar:
el sindicato volvió a sufrir una intervención, pero ahora acompañada de
prisión para la junta directiva, y la violencia policial persiguió a los huel-
guistas en las calles y plazas de São Bernardo. Una lucha dura, feroz, que
continuó después de la huelga, con miles de trabajadores despedidos y
cientos incluidos en una lista negra por la institución que reunía a los em-
pleadores, hasta el punto de que, en las elecciones sindicales siguientes,
en 1981, fue necesario recurrir a nombres casi desconocidos para compo-
ner la lista, porque la mayoría de los principales líderes estaba sin empleo
o fue obligada a abandonar el área de cobertura del sindicato. Sin em-
bargo, Lula y los demás dirigentes habían conquistado definitivamente la
confianza de los trabajadores y diseñado su liderazgo a nivel nacional, lo
que permitió la creación y la consolidación del Partido de los Trabaja-
dores (PT), en 1980, y la contundente victoria en las elecciones sindicales
en 1981, contra una lista de oposición organizada por las estructuras de iz-

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quierda estalinistas (MR8 y PCdoB), que vieron con sospecha la aparición


del nuevo partido.
Elías Stein, por cierto, concluyó sus recuerdos discutiendo el final de
su experiencia profesional y, sobre todo, la trayectoria de PT, de la si-
guiente manera:

«Intenté un concurso en la ciudad de San Pablo para notificación oficial de


impuestos, descubrí que se trataba de entregar el carnet de impuesto sobre
edificación y propiedad de tierra urbana: el ayuntamiento enviaba a la oficina
de correos y el correo devolvía un poco, 10 %, porque no localizaba la pro-
piedad, y entonces teníamos que entregar en estos agujeros de San Pablo, con
el mapa en la mano, y la persona se sentía feliz cuando lo recibía, porque era
la prueba de ser dueño de la casa. También estaba cursando ciencias sociales
en la USP: no pensando en la profesión, pero queriendo entender el Brasil, el
golpe, la militancia, la prisión, pero no sé si los seis años que pasé allí me ayu-
daron a entender más. . . Finalizar era difícil, porque cada semestre que había
elección yo abandonaba las clases e iba a hacer campaña para alguien del PT.
Cuando concluí, surgió un concurso para sociólogo en la ciudad de San Pablo,
lo intenté, logré y luego terminó mi carrera profesional, me retiré con dos años
de anticipación para recibir completo, porque llevaba 33 años de servicio y mi
supervisor dijo que no necesitaba mi trabajo, que yo solo debería aparecer
dos veces por semana para firmar presencia. Al cabo de unos 4, 5 meses, en
esta situación, pedí la jubilación, y en estos 14 años desde que me retiré tuve
un solo ajuste, 7 %. Mi suerte es que consigo lo que el periodista Elio Gaspari
ha llamado “beca dictadura”, la compensación por ser un perseguido político,
que tuve que probar con todos los documentos: querían saber todo en detalle
acerca del daño económico que sufrí, cómo mi carrera profesional y mi vida
fueron perjudicadas, etcétera.
»Acerca del PT, en un primer momento, tenía mis dudas, Lula comenzó a te-
ner estas conversaciones en su pequeña oficina en el sindicato, llevaba su litro
de 51 (aguardiente) y decía: “Elías, vamos a ir allí”. Respondía que no, que te-
níamos que desarrollar la lucha sindical ahora que estaba caliente. ¿Crear un
partido de trabajadores bajo la dictadura? Mi formación política lo creía ab-
surdo, pero mi barrio comenzó a moverse porque tenía muchos metalúrgicos,
y empecé a ver que estaban entrando en el PT. Entonces, pensé: “Ah, vamos a
ver lo qué sucede con esto”. Empecé a afiliar personas en Santo André y ya me
di cuenta de algunos problemas, algunas peleas: el partido ni siquiera existía
oficialmente, se formó una lista de composición para la junta directiva local
que tenía a Celso Daniel, de MEP, había gente de “Partidão”, de AP, pero en la
víspera José Cicote, que era presidente del Sindicato de Metalúrgicos de Santo
André, fue a mi casa: “Elías, no vamos a concordar con esta lista, no queremos
ir a la Convergência Socialista,22 si los demás quieren, que formen una lista, y
usted estará en la Ejecutiva de nuestra lista”. Pensé, Dios mío, este tipo piensa

22.— La Convergência Socialista era una estructura clandestina de izquierda de


inspiración trotskista creada en la década de 1970 y que participó en la forma-
ción de PT, siendo expulsada por discrepancias en 1992, después de que, junto

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que soy un niño o inocente; respondí que debería hablar de ello en el núcleo y
pedí que no incluyera mi nombre. A continuación, reunimos el núcleo y con-
vencí a la gente a de participar en cualquier lista, pero yo estaba bien con todo
el mundo, aunque siempre en un lado y el llamado núcleo del centro, que no
eran trabajadores de la fábrica, en el otro. El PT allí fue siempre complicado
y cuando se hizo evidente que tenía un esquema de corrupción me aparté,
no del PT en sí, del PT de Santo André. Entonces, cuando Lula fue elegido
presidente de Brasil, pensé: “bueno, vamos a ver”. Después de 6 meses, 1 año,
nada había cambiado, fui allí y me desligué. Ahora, en esta elección de 2014,
tuve que escuchar un montón de tonterías, porque anulo mi voto desde hace
mucho tiempo y vinieron a decir que yo era un tipo conocido y si la gente
supiera que anulo, anularía también. Respondí: “Ah, si ellos no piensan con su
cabeza, mi amigo, no puedo hacer nada”.
»Creo que el PT siguió un camino en el que no hay vuelta atrás. Lula nunca
me engañó, me gusta personalmente, es un tipo muy simpático, pero nunca
me engañó porque lo conocía como líder sindical. Él nunca se declaró socia-
lista, por el contrario, en un principio no aceptaba estudiante, partido político,
nada. Para mí, la mayor parte del PT hoy es arrogante, no puedo ver a Dilma,
que cambio el canal de televisión, parece una profesora de primaria que que-
ría imponer las cosas: mira, tiene que ser así. En la actualidad, el PT gestiona
el capitalismo y lo maneja muy bien, y cuando veo el miedo de los petistas
ante aquellos que piden llamar a los militares de nuevo, digo: “Amigo, no seas
tonto, los militares no quieren el poder, los empresarios no quieren el poder,
los estadounidenses no quieren confusión en este lado, ya tienen mucha allí,
entonces, ¿quien va a dar el golpe?”.
»En conclusión, recuerdo que la familia nunca ha sido un obstáculo para mi
militancia, solo mi madre, que cuando supo que yo estaba involucrado, inclu-
so sin saber cómo, en la situación de la década de 1970, hasta tuvo una crisis
nerviosa. Su hermana, mi tía, vino a decirme: “¿Ves lo que estás haciendo con
tu madre?”. Yo ya estaba casado, viviendo con mi esposa en Santo André, y
respondí que no estaba haciendo nada errado, no colocaba bombas por ahí, y
fue solo, porque mi esposa siempre me ha apoyado, era también militante, nos
conocemos de la JOC. Cuando salí del PT, ella permaneció y murió creyendo
que el PT era la única solución. Ella siempre fue muy combativa, por lo que el
Hospital de la Mujer en Santo André tiene su nombre, María José dos Santos
Stein, un gran hospital que, en la inauguración, fui hacer un agradecimiento.
Incluso cuando fui arrestado, yo estaba muy tranquilo, porque no se meterían
con ella, ella no tenía ninguna relación con un partido político, dos hijos pe-
queños en casa, han estado allí, llevaron los libros (ella aún tuvo tiempo para
limpiar un montón de cosas, pero los libros, ¿qué iba a hacer?) y esto es todo».

Las memorias de Elías Stein son, por supuesto, muy variadas, ricas y
controvertidas, en vista la fértil y prolongada experiencia de politización

con otros sectores, se convirtió en Partido Socialista dos Trabalhadores Unifica-


do (PSTU).

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74 Luiz Felipe Falcão

de este veterano activista de las luchas de los trabajadores brasileños a lo


largo de casi toda la segunda mitad del siglo XX. En esta experiencia, lla-
man la atención algunos puntos que se deben poner de relieve del modo
menos esquemático posible y sin ningún orden de valor. Inmediatamente,
él revela, tal vez como un legado de los tiempos de la JOC, una paciencia
casi infinita para escuchar y pensar antes de actuar, incorporando puntos
de vista y enseñanzas de otros, en una actitud siempre abierta para apren-
der lo que no sabe o lo que sabe poco, pero al mismo tiempo, dentro de
parámetros muy sólidos y firmes en defensa de sus creencias, virtudes
que, sin duda, han contribuido a modelar el liderazgo y el respeto que ha
ganado en todos los lugares donde trabajó.
La percepción de que la estructura sindical vinculada al Estado es una
limitación importante para la organización y la movilización de los tra-
bajadores, debido al lugar de privilegio que tiende a proporcionar a los
dirigentes y la fragilidad de la articulación en las empresas, por otro lado,
incluso en estas condiciones, una junta directiva interesada y combati-
va es capaz de encontrar alternativas viables para liderar a su sector en
enfrentamientos con los empleadores.
A su vez, impresiona la determinación según la cual ello expresa que
la lucha de clases corresponde a un marco teórico fundamental para la
comprensión de las sociedades con Estado, como es el caso de la sociedad
capitalista contemporánea, pero señalando que, para un trabajador, ella
representa mucho más que esto, es un hecho práctico y omnipresente de
la vida cotidiana que no puede ser olvidado o ignorado impunemente,
porque los empleadores no dejan de castigar de la manera más brutal y
mezquina, cualquier desafío a sus intereses, su patrimonio y su autoridad.
Por último, existe un claro entendimiento de que los socialistas radi-
cales, pero no fundamentalistas, no se ajustan a la mera administración del
capitalismo, con la simple (y merecida, por cierto) intención de contener
y hacer retroceder sus manifestaciones más salvajes, ya que aspiran a for-
zar sus grietas, rozar una existencia más digna y, quién sabe, si se presenta
la oportunidad y el esfuerzo tiene éxito, tomar el cielo de asalto. Después
de todo, no cuesta nada soñar, sobre todo cuando el gustoso silencio de
la fábrica se ha vuelto algo accesible.

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Capítulo 5

Entrevista a Alfredo Ossorio. De la derecha


nacionalista a la izquierda peronista

Esteban Campos
......

Entre las distintas experiencias que nutrieron la formación de una iz-


quierda peronista en la Argentina de las décadas de 1960 y 1970, la del
Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT) es una de las más controverti-
das, tanto por el impacto que provocó en la opinión pública de su tiempo,
como por las evaluaciones realizadas en los últimos años desde el perio-
dismo, la historiografía y las memorias militantes. El MNT fue una or-
ganización política de la derecha nacionalista y católica que consiguió
una notable exposición pública entre 1958 y 1964, cuyos orígenes se re-
montan a un núcleo de militantes provenientes de la Unión Nacionalista
de Estudiantes Secundarios (UNES). La UNES había nacido en 1935 como
una organización juvenil de la Legión Cívica, grupo de inspiración fascista
creado durante la dictadura del general José Félix Uriburu. El crecimiento
de la UNES permitió en 1937 el lanzamiento de la Alianza de la Juventud
Nacionalista, que más tarde se convirtió en la Alianza Libertadora Nacio-
nalista e incorporó al unismo como su brazo estudiantil. Hacia 1946 la ALN
se integró al peronismo, pero el enfrentamiento de Juan Domingo Perón
con la iglesia católica terminó fracturando la organización: mientras los
aliancistas se especializaron en las acciones directas contra la oposición,
la UNES se sumó al campo antiperonista y participó activamente del gol-
pe de Estado que derrocó a Perón en 1955.
La primera aparición documentada del MNT se puede rastrear a co-
mienzos de 1958, durante el conflicto de la educación laica contra la edu-
cación libre. Una de las primeras iniciativas del presidente Arturo Frondizi
fue reglamentar el decreto 6.403, elaborado por la dictadura militar para
regular la vida universitaria. La polémica se desató por el artículo 28 de la
norma, que autorizaba la creación de universidades privadas con autori-
dad para expedir títulos y formar profesionales. De inmediato, la opinión
pública se polarizó entre los partidarios de la «laica», que defendían el

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76 Esteban Campos

monopolio estatal de la educación pública, y los que reclamaban la «li-


bre», eligiendo apoyar el decreto gubernamental y la educación privada.
De un lado se alinearon diversos sectores, como la Universidad de Bue-
nos Aires, las federaciones universitarias y los partidos de izquierda. Del
otro aparecía el gobierno, la iglesia católica, los partidos conservadores y
el MNT, que empezó a llamar la atención con sus pintadas, sus volantes,
pero principalmente por sus violentos enfrentamientos con los manifes-
tantes laicos.
En sus primeros años de vida, en Tacuara ingresaban jóvenes que te-
nían entre 14 y 18 años, estudiaban por lo general en colegios católicos
y estaban emparentados con tradicionales familias patricias. Su ideolo-
gía recorría buena parte del universo cultural de la derecha nacionalista y
católica de entreguerras: el falangismo de José Antonio Primo de Rivera,
el nacional-sindicalismo de Ramiro Ledesma Ramos, la historiografía re-
visionista antiliberal que exaltaba a los caudillos federales del siglo XIX,
teóricos del antisemitismo como el padre Julio Meinvielle, o intelectua-
le como el sociólogo francés Jaime María de Mahieu, un ex colaborador
del régimen pro-nazi de Vichy radicado en Argentina, autor de una teoría
anticapitalista de la economía comunitaria que criticaba a la plusvalía y la
propiedad privada.
A partir de su intervención en el conflicto de la laica contra la libre, el
MNT experimentó un proceso de crecimiento en el número de sus mili-
tantes y en su ramificación territorial, que tuvo como consecuencia una
modificación de la composición social y una diversificación en la cultura
política de la organización. Desde mediados de 1959, Tacuara empezó a
reclutar militantes que ya no provenían solamente de la zona norte de la
ciudad de Buenos Aires donde vivía la alta burguesía, sino que llegaban
en un número cada vez mayor de barrios de clase media, y en algunos ca-
sos incluso de hogares obreros. Para Eduardo Galeano, a los jóvenes que
ingresaban a Tacuara les seducía:

«. . . la emoción de los campamentos, en los que las maniobras militares suelen


hacerse con verdadera munición de guerra y con verdaderos heridos, la magia
de los juramentos en las galerías subterráneas del cementerio, el estampido de
los primeros balazos, el culto del peligro elaborado en torno de las fogatas, le-
jos de la familia y el hogar y la blanda vida burguesa» (Galeano 2006, pág. 140).

Con el correr del tiempo, las redes del MNT se extendieron por las
provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, permitiendo la articu-
lación de una precaria estructura nacional. Sin embargo, el crecimiento
explosivo de Tacuara entre 1960 y 1962 sembró las semillas de su pro-
pia disgregación. Tal como había ocurrido con la Alianza Libertadora Na-
cionalista en la década anterior, el acercamiento de sectores del MNT al
peronismo ocasionó en poco tiempo múltiples rupturas en la organiza-

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Entrevista a Alfredo Ossorio. . . 77

ción. En enero de 1959, varios tacuaristas intervinieron en el conflicto que


los trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre mantenían con el go-
bierno para apoyar a los huelguistas, que respondían a la central sindical
peronista. Al mismo tiempo, varios de los militantes de origen pequeño
burgués y obrero que estaban ingresado a Tacuara creaban comandos con
nombres que delataban un cambio cultural, como «17 de octubre», «1 de
mayo», «Eva Perón» y «Lealtad». Pero el boletín Ofensiva, publicado por
el Departamento de Formación del MNT, solo autorizaba denominar a
las células locales de la organización con denominaciones como «Juan
Manuel de Rosas», «Sandino», «Cristo Rey», «La empresa comunitaria» y
«Adolfo Hitler».
Alberto Ezcurra Uriburu, el ex seminarista que dirigía a Tacuara, creó
las brigadas sindicales para canalizar las simpatías peronistas de los nue-
vos activistas, sin diluir la ideología nacional católica de la organización.
A pesar de todo, las disidencias no tardaron en aparecer: en 1959 Axel
Aberg Cobo fue expulsado del MNT por criticar el acercamiento al pero-
nismo, llevándose consigo una centena de militantes vinculados al sector
más aristocrático y antiperonista de Tacuara. En octubre de 1960, otro
grupo cercano al sacerdote Julio Meinvielle – autor de ensayos como El
judío en el misterio de la historia y Los tres pueblos bíblicos en su lucha
por la dominación del mundo – rompió con el MNT para fundar la Guar-
dia Restauradora Nacionalista. Para esta derecha dentro de la derecha, el
entusiasmo por el peronismo, el apoyo a las medidas nacionalistas de la
Revolución Cubana y la difusión de las doctrinas económicas de Jaime
María De Mahieu evidenciaban que Tacuara había sido conquistada por
«el fidelismo, el trotskismo y el ateísmo» (Bardini 2002, pág. 44). En cam-
bio, otros militantes como Dardo Cabo y Edmundo Calabró creían que
el problema de Tacuara era su incapacidad para identificarse plenamente
con el peronismo. Por esta razón, a mediados de 1961 nació el Movimien-
to Nueva Argentina, una escisión del MNT que se proclamó abiertamente
peronista y creó una estrecha relación con la Unión Obrera Metalúrgica.1
Tacuara se había convertido en un frágil mosaico multicolor que se res-
quebrajaba cada vez más, y estaba a punto de romperse.
A comienzos de 1959 se inició una ola de atentados antisemitas en to-
do el país, que alcanzó su clímax entre 1960 y 1961, coincidiendo con el
secuestro en Argentina del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann por
un comando israelí (Padrón 2012, pág. 40). Los medios de comunicación
apuntaron a Tacuara por los hechos de violencia, sin preocuparse dema-
siado por distinguir la variedad y la dispersión que exhibían los grupos de

1.— Aunque varios integrantes del Movimiento Nueva Argentina se asociaron a


la burocracia sindical y en los años setenta fueron parte de la derecha peronista,
Dardo Cabo (1941-1977) pasó por varias organizaciones hasta identificarse con la
izquierda peronista, incorporándose a Montoneros.

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derecha nacionalista y católica, de los cuales el MNT era el rostro más vi-
sible. En particular, hubo dos casos de alto impacto en la opinión pública:
el primero fue el secuestro en 1962 de la estudiante de ascendencia ju-
día Graciela Sirota, que acusó a grupos antisemitas por haber tatuado una
cruz esvástica en su pecho. El segundo fue el atentado contra Raúl Alter-
man en 1964, asesinado a balazos por miembros del MNT, en represalia
por la muerte de tres tacuaristas en un enfrentamiento con militantes del
Partido Comunista durante un acto de la CGT. Los padres de la víctima
recibieron una carta que decía: «Nadie mata porque sí nomás; a su hijo lo
han matado porque era un sucio judío».
En 1962 tuvo lugar la última ruptura del MNT, a partir de un grupo de
activistas liderado por José Luis Nell y Joe Baxter, que estaban conver-
giendo con el peronismo desde una posición cercana al nacionalismo de
izquierda. El Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT)
valoraba los procesos revolucionarios en Cuba y Argelia a través del pris-
ma nacionalista, leía a historiadores revisionistas de izquierda como Jor-
ge Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui, y tenía una idea de
la violencia política que los llevó a planear acciones armadas de carácter
expropiatorio. Esta mutación expresaba el pasaje de la ideología nacional-
católica del MNT – caracterizada por una teología de la política y la his-
toria en clave racialista – a un nacionalismo más secularizado, interesado
por la emancipación económica y social de los países del Tercer Mundo.
La autodefinición del MNRT como peronista y revolucionario lo apro-
ximó a la Juventud Peronista y a la izquierda nacional. En agosto de 1963,
un comando de la organización asaltó el Policlínico Bancario en el ba-
rrio porteño de Caballito, dejando dos muertos, tres heridos y un botín
equivalente a los 100.000 dólares como resultado del operativo. En fe-
brero de 1964 el MNRT entró en un proceso de disolución, cuando una
investigación policial develó la autoría del asalto al Policlínico, y provocó
una seguidilla de arrestos. En la cárcel, un grupo de militantes se acercó
al marxismo, sin abandonar el peronismo como identidad política. Varios,
como Jorge Caffatti, Carlos Arbelos y Alfredo Roca, continuaron su mili-
tancia en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Otros, como Joe Baxter
y José Luis Nell, se vincularon al Ejército Revolucionario del Pueblo y a
Montoneros.
Alfredo Ossorio, autor del testimonio que transcribimos a continua-
ción, compartió buena parte del itinerario de los miembros del MNRT,
pero con un recorrido singular. Como varios tacuaristas, comenzó su mi-
litancia en el conflicto de la laica contra la libre, pero curiosamente lo hizo
militando en una organización estudiantil del Partido Socialista, oponién-
dose a la enseñanza confesional. Más tarde se vinculó al MNT por com-
partir sus ideas nacionalistas y el revisionismo histórico, organizando su
propio comando zonal en el barrio de Belgrano. Compartió la ruptura del

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MNRT en 1962, pero pronto formó una organización paralela, crítica del
tímido acercamiento a la izquierda que había iniciado el sector liderado
por Joe Baxter y José Luis Nell. Encarcelado durante la ola de detencio-
nes que provocó el fallido asalto al Policlínico Bancario, Ossorio salió en
libertad hacia 1965 y reabrió junto a algunos ex militantes del MNRT el
Instituto Juan Manuel de Rosas, un centro cultural que lo acercó al espa-
cio de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, intelectuales de la
emergente izquierda peronista. En los años setenta militó en la tenden-
cia revolucionaria del peronismo, afín a Montoneros, hasta que en 1975 se
enteró de que estaba en una lista de la Triple A y debió partir al exilio en
México.
La entrevista se concentra sobre todo en sus primeros años de mili-
tancia en el MNT y en el escenario político-cultural que generó las con-
diciones para la ruptura del MNRT. A lo largo del testimonio es posible
advertir un proceso estandarizado de construcción de la memoria, ya que
el entrevistado aportó su testimonio en varias ocasiones anteriores. Varias
anécdotas narradas en la entrevista aparecen en el libro de Bardini (2002),
una memoria militante que coincide con el testimonio en una mirada ge-
nealógica de la experiencia del MNT, comprendida como un peldaño o
una anticipación de la militancia revolucionaria en la década de 1970. Pe-
ro la memoria, aunque selectiva, nunca es estática: cuando se le interrogó
por su supuesta relación con un Partido Nacional-Socialista Argentino,
el testimoniante respondió que «era una idea inicial que tenía Arbelos»
– en referencia al militante que a fines de los años sesenta ingresaría a las
FAP – pero unos minutos después, hablando de dos militantes del MNT
que simpatizaban con el fascismo, sostuvo que: «estos Rivanera Carlés
son los que en realidad en un momento dado habían creado ese partido
que le atribuyen a Arbelos». Esta contradicción en el relato puede ser un
error involuntario, una manipulación deliberada o un acto fallido, pero
ante todo es un síntoma de que la memoria, como la historia escrita, es
una construcción que se alimenta de hechos, recuerdos y ficciones. En
consecuencia, la entrevista a Alfredo Ossorio constituye una inestimable
fuente oral, que permite indagar tanto la historia como la memoria del
MNT y el MNRT.

Entrevista a Alfredo Ossorio

Pregunta: Bueno, en primer lugar quería preguntarte qué te motivó a intervenir


en política, y cuáles fueron tus primeras experiencias de militancia.
Alfredo Ossorio: Sí. . . la primera incursión en política primero fue un
poco la búsqueda de la verdad – ahora la ponemos entre comillas,
en aquel momento no, porque se creía en lo absoluto, en la verdad
absoluta – la búsqueda de la verdad en el plano de las religiones, em-

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pecé a tratar de informarme acerca de las religiones, era muy chico


por supuesto, en un período de mi vida que me atrajo eso, y después
trate de pensar la verdad desde la política. Y mi primera militancia la
hice en el colegio secundario, donde fui delegado de la agrupación
reformista; yo recuerdo que en ese entonces estaba de delegado ge-
neral de este colegio Simón Lázara, un tipo muy afable, socialista,
con el cual tuve muy buena relación. Yo era mucho más chico que
él pero militábamos en esa agrupación de la cual él era el líder. Fue
la primera militancia. Esta llegó a la calle a partir de laica y libre,
porque yo me incorporé a FEMES, la Federación Metropolitana de
Estudiantes Secundarios, e hicimos varias tomas de ese colegio y el
contacto en la calle con la lucha popular. Entonces nos enfrentamos
también al MNT, porque el MNT – raramente, porque después en
su ideario no decía lo mismo – estaba a favor de la enseñanza libre.
Nosotros estábamos del lado de la enseñanza laica, o sea del mane-
jo por el Estado de la enseñanza. En esa época, para situarte más
o menos en la tecnología vigente, existía el tranvía, y por la aveni-
da por donde pasaban las vías estaban las facultades, la Facultad de
Medicina, de Ciencias Económicas. Imagínate estaban las vías ahí y
pasaban los tranvías, incluso en algún momento manejamos tranvías
cuando hicimos descender al pasaje y nos enfrentamos con la poli-
cía. La situación despertaba un sentido épico que particularmente a
mí me parecía muy interesante, me gustaba. . . además el paradigma
de la época, lo era de lucha, si se quiere, de guerra. Hablamos del año
58 en adelante, apenas habían pasado algunos años de la finalización
de la guerra mundial, entonces en el medio de esa situación yo creo
que los diferentes grupos políticos consideraron que la violencia era
una arma, era un arma por lo menos de enfrentamiento popular a las
decisiones que tomaba el gobierno, decisiones que nosotros consi-
derábamos que estaban equivocadas. De esa lucha popular, de ese
enfrentamiento de las juventudes de laica y libre, me quedó el gusto
de participar ya más activamente en la política. De mi experiencia
con FEMES yo rechazaba su posición respecto de la historia, de la
historiografía digamos. Cuál era la perspectiva historiográfica que te-
nía FEMES, o sea era la misma historia de Grosso, la historia mitrista
de los vencedores, la historia oficial que ya había leído en algunas
obras. Era la aceptación acrítica de los próceres oficiales, de las de-
cisiones que enarbolaban como modelos a imitar los gobernantes de
ese presente. Creo que influyó el recuerdo del bombardeo de Plaza
de Mayo que en su momento, todavía siendo muy niño, había obser-
vado desde la terraza del departamento donde vivía. El reformismo
era fundamentalmente gorila desde la historiografía hasta la prác-
tica política y social de esa actualidad. Ahora que reflexiono sobre
aquellos momentos siento que yo admiraba las definiciones drásti-
cas, quizá el todo o nada, me enfermaban las tibiezas y sobre todo,
esa militancia tenue que se observaba en las agrupaciones socialis-
tas: un humanitarismo vacío de sustancia práctica y definición. Quizá

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quedaban bajo mi mirada y mi admiración las militancias más du-


ras: el nacionalismo o las brigadas rojas del PC. Con el primero tuve
coincidencias inmediatas. Entonces el concepto de Patria para el PC
seguía siendo el de la gran patria rusa. Tenían los cables conectados a
Moscú y eran un mero instrumento local de la propaganda y las prác-
ticas soviéticas. El nacionalismo se me presentaba como un puñado
de patriotas que enarbolaban valores y principios que enfrentaban al
statu quo. Entonces, en una oportunidad tuve un contacto con uno
de los miembros del MNT que me posibilitó una entrevista con Al-
berto Ignacio Ezcurra. El MNT había enarbolado las banderas de un
revisionismo histórico que era congruente con la idea de la forma-
ción y defensa de la nacionalidad que yo me estaba haciendo. Sin ser
un experto en historia ya había visto y no me gustaban determinadas
cuestiones, veíamos que todo tendía a identificar en ese momento
en Latinoamérica a todos los dictadores, todos los dictadores eran lo
mismo: Fulgencio Batista, Rojas Pinilla, etcétera. Los dictadores de
América eran lo mismo que Perón, y Perón era lo mismo que Rosas,
para simplificar. Si bien en ese entonces yo todavía no tenía concien-
cia de que el peronismo podía ser una fórmula socialista, una posi-
ción socialista o por lo menos la de justicia social frente a las otras
unidades políticas, la entrevista con Alberto Ignacio Ezcurra en aquel
entonces me pareció satisfactoria, y me incorporé al MNT. Alberto
Ezcurra destacaba por su personalidad austera, de muy buena onda,
hijo de un revisionista, Alberto Ezcurra Medrano, delgado, con po-
cas aspiraciones de tener patrimonio. Era un tipo desprendido de los
bienes materiales y quizá el más comprometido con los valores que
sustentaba. Era un hombre sincero. Trabajaba de mecánico de mo-
tos en la calle Mario Bravo y Córdoba, con un tal Horacio Bonfanti,
que era el jefe de seguridad del MNT. Tenía un hablar pausado y ha-
cía referencia a una proclama que había sacado el MNT – que figura
por ahí en Internet – una primera proclama donde era muy intere-
sante. Hablaba de enfrentar al Estado partidista, se planteaba como
antioligárquico, anticapitalista, hacía referencias a la conformación
y el fortalecimiento de la soberanía nacional. Y entre los medios pa-
ra lograrlo destacaba la nacionalización de los sectores claves de la
economía. Imagináte que en ese momento no era muy bienvenido,
porque era el momento en que Frondizi estaba precisamente hacien-
do lo contrario, después de haber sacado Petróleo y política con un
prólogo que se intitulaba «La lucha antiimperialista». Compartí en-
tonces la proclama – en ese momento recién la conocía – me gustó
mucho la reunión que tuve con él y, al poco tiempo, me incorporé.
Esta incorporación, más ciertos rasgos de liderazgo que yo ejercía en
ese momento, me posibilitó crear el Comando General Belgrano, en
el barrio de Belgrano dónde yo vivía, y empezar una militancia que
acentuó su vinculación con los sindicatos. Nosotros teníamos ahí en
Monroe el sindicato del caucho al que concurríamos, ATE en Car-
los Calvo, UTA en el Once, etcétera. Comenzamos una vinculación

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estrecha con los sindicatos. Ejercimos cierto liderazgo político sobre


las juventudes de la zona, sacábamos un boletín, empezaron a venir
otros comandos a adherirse, a trabajar conmigo porque había una
dinámica de trabajo político distinta, nosotros lo que nos planteá-
bamos en ese entonces era avanzar sobre lo que estaba dicho. Uno
de los problemas de la actividad política desde entonces creíamos y
hoy seguimos creyendo lo mismo, es que la política aparece – si uno
lo graficara metafóricamente – como un caño, tiene una apertura y
una salida, por la apertura entra la gente con entusiasmo, y con el
tiempo va perdiendo la esperanza, la ilusión que había generado el
participar políticamente, y se va decepcionando (sale por el otro ex-
tremo del caño). Entonces, la forma de encarar que teníamos desde el
Comando General Belgrano era distinta, teníamos una intuición que
después bueno, se hizo modalidad de planificación, una intuición de
que aquello que no fuera absolutamente clandestino – porque no-
sotros vivíamos una semiclandestinidad, no era una clandestinidad
total en un primer tiempo – no sabíamos muy bien si éramos clan-
destinos, si estábamos perseguidos o no porque de vez en cuando
íbamos a parar a la comisaría.

Pregunta: Y eso, disculpáme que te interrumpa, me da como curiosidad – vuel-


vo un poco atrás – el ingreso a partir de la FEMES y la lucha de la laica y la
libre, ¿algún antecedente familiar de militancia o algo. . . ?
Alfredo Ossorio: No, te voy a decir un antecedente que es familiar
pero es militar, no es político. Yo soy descendiente de una familia de
militares por parte de mi padre y mi padre no era militar, no, pero mi
bisabuelo era Rómulo Ossorio, era uno de los tipos que hizo la Cam-
paña del Desierto, el padre de él hizo la guerra del Paraguay, y entre
los hijos está Ossorio Arana, que era el ministro de Guerra de Aram-
buru, que en la línea familiar que se cree muy aristocrática, nosotros
no tuvimos ningún contacto con él, pero lo que sí fíjate muchos de los
que entrábamos después en el MNT, muchos teníamos procedencia,
habíamos querido entrar en el Liceo, o habían entrado al Liceo Mili-
tar, o al Liceo Naval, muchos tenían un concepto miliciano. Vos sabés
que en la época de mi bisabuelo él todavía no había sido un oficial
de carrera, otros sí, hermanos de él que eran ocho hermanos, otros sí
habían entrado en el Colegio Militar pero este no, venía de la milicia.
Yo creo que había en nosotros – yo hablo de nosotros pero estoy ha-
blando de mí – había como una vocación así épica, la cosa épica, la
cosa de la heroicidad, la lucha por la patria, por el pueblo, todo eso
eran como grandes mitos que estaban incrustados en mí, no podía
dejar de vivenciarlo, lo vivenciaba con una fuerza muy particular. . .

Pregunta: Y en eso, ¿por qué la laica? Porque vos después te vinculás justa-
mente a una agrupación que es más bien nacionalista católica, que estaba
del otro lado, ¿por qué en principio la laica?

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Alfredo Ossorio: Yo en ese momento no dejé de ser católico, y en


ese momento me parecía, yo había visto de adentro, me vinculo con
ellos porque me pareció que tenían una definición medio militari-
zada, medio miliciana, había un juramento que se hacía frente a la
tumba de Darwin Passaponti, había un sentido, lo que se llamaba el
sentido militar de la existencia, miliciano de la existencia, o sea la
cosa del todo o nada, dar todo o nada. En FEMES yo no lo encontré,
era toda una bolsa de gatos y una cosa más bien digamos liberal. . .

Pregunta: Pero te vinculaste en el colegio porque no sé, porque era lo que


había, porque tenías cercanía. . .
Alfredo Ossorio: Porque era lo que había y porque se había habla-
do de que era una lucha popular y bueno en eso sí yo me prendía,
el primer discurso que hice en la escuela lo hice sobre eso, sobre el
tema popular que fue en un acto que me hicieron hablar como un
pendejo y cuando hable de ahí resulta que de ahí Lázara me invitó a
ser delegado. Y el socialismo me daba la esperanza de que pudiese
ser un ámbito en donde desarrollar esta cuestión de lo popular, esta
intuición, esta necesidad de transformación, porque lo que sí noso-
tros veíamos desde ahí era una gran explotación. Yo no sé muy bien
cómo fue el momento en que me acerque a Ezcurra, pero creo que
es la convergencia de distintas causas y motivaciones, que uno mu-
chas veces desconoce y no sabe cómo interpretarlas, a lo mejor un
psicoanalista puede decirlo o un psiquiatra, pero uno no sabría cómo
decir. Lo cierto es que la proclama que yo vi era una proclama con
un tinte social bastante importante la de Tacuara, y entonces, a pesar
de haber sido uno de los que creó un grupo de enfrentamiento desde
ahí, un grupo que se llamaba Bambú que después lo tomo Bardini el
nombre de Bambú para sacar una revista por Internet, me convenció
esa charla. Paralelamente yo había tenido charlas con un coronel que
se llamaba Bedoya, que había sido un coronel expulsado de las fuer-
zas armadas a raíz del golpe de 1955 y también había tomado contacto
en ese entonces con el coronel Grassi Sussini, que vivía en Juramen-
to a tres o cuatro cuadras de donde yo vivía y de donde vos vivís
ahora, ahí en Juramento cerca del Museo Larreta. Para mí constituyó
un honor conversar con ellos del peronismo y soñar, luego de estas
charlas, con una revolución peronista. Entonces, en esa época había
mucho chamuyo en los bares, discusión política y bueno, en el me-
dio de estas decisiones de haber participado en la laica-libre y demás
en el medio de eso había discusiones políticas que se daban en los
bares, yo me acuerdo que discutíamos con la gente grande que nos
preguntaban, yo siempre recuerdo un ingeniero Lipold; el tipo era
insistente en conocer cuáles eran las tendencias políticas de las ju-
ventudes, otro doctor que era Renzo Breglia, el creador de la teoría
ontivalente del derecho de la línea de Cossio, o sea, discutíamos con
gente interesante que nos iba formando porque nosotros no sabía-
mos nada, estábamos aprendiendo, leíamos. Y después empezaron a

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salir los comandos nuestros donde participábamos, empezaron a sa-


car volantes, y los volantes expresaban posiciones ya bastante radi-
calizadas, entonces nosotros asumíamos esos volantes, por ejemplo
Caffatti me acuerdo – Comando 17 de octubre se llamaba el de Caf-
fatti – sacaba uno sobre el proletariado y nosotros nos prendíamos,
entonces llega un momento en el medio de esto había reuniones don-
de discutíamos si teníamos. . . la lectura nuestra tenía que ver, había
lectura. . . si vos me querés preguntar, preguntáme.

Pregunta: No, se me ocurren dos cosas, o sea, una si este grupo juvenil que
se va armando a partir del Comando Belgrano, si vos te acordás otras agru-
paciones que también se suman con la tuya, nombres de compañeros, como
para reconstruir el ambiente.
Alfredo Ossorio: Sí, por ejemplo mirá, acá te digo una, un frente
que se llamaba Frente Restaurador Nacionalista. Ya se había abierto
del MNT la Guardia Restauradora Nacionalista que respondía más a
Genta, a Meinvielle a todo lo más reaccionario que había. Y el Frente
Restaurador Nacionalista viene con Yelpo, y yo le cambio el nombre
y después se pasan a llamar Frente Revolucionario Nacionalista. Yel-
po y Alejandro Saez Germain. Alejandro después se fue a la Legión
Extranjera, tuvo otra historia, ¿vos lo tenés?

Pregunta: Sí, lo leí en el libro de Roberto, de Bardini.


Alfredo Ossorio: Ah, ¿él lo saca?

Pregunta: Sí, sí, tiene un capítulo dedicado a él.


Alfredo Ossorio: Ah, bueno, claro porque yo le di bastante letra a ese
libro porque me preguntó bastante. Alejandro fue un muchacho que
escribía muy bien, era periodista, fue después periodista, pero en ese
momento era un tipo que se manejaba mucho con lo simbolístico,
quiero decir utilizaba insignias, era un joven que quería manifestar la
posición que tenía, ellos se incorporaron con una alianza con noso-
tros con Yelpo, que era el jefe del grupo. Después tuvo un destino no
muy. . . no se sabe muy bien a qué se dedicó, un día la policía lo fue
a detener y se pegó un tiro en una pierna, eso también creo que lo
dice Roberto. . .

Pregunta: Sí, también.


Alfredo Ossorio: Y creo que se dedicó por la libre a hacer su vida.
En las agrupaciones armadas puede pasar eso, pasa que después les
pega, el comportamiento que era para recuperar para el movimiento
lo hacen para recuperar para sí mismos.

Pregunta: Sí, es un fenómeno muy curioso, a veces me hace acordar a los


soldados que terminan una guerra y no saben cómo reinsertarse en la socie-
dad.

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Alfredo Ossorio: Exactamente. . .

Pregunta: Hay una duda que yo tengo que en realidad viene de otro libro que
es el de Daniel Gutman, que es una investigación periodística con otros in-
tereses, otros interrogantes. . .
Alfredo Ossorio: Sí, vino acá. . .

Pregunta: El habla de un Partido Nacional Socialista Revolucionario.


Alfredo Ossorio: Esto se lo dice Arbelos, era una idea inicial que te-
nía Arbelos, ¿un partido de chicos de trece o catorce años? Gutman
siempre partió quizá por su curiosidad digamos, y por la procedencia
de su cultura, partió siempre de la hipótesis de que Tacuara era un
núcleo de antisemitas, entonces vos vas a encontrar que todo el li-
bro se maneja así, entonces el libro ya está preconcibiendo, me hace
recordar a Berra. . . no, Berra no. . . eh. . . este de las privatizaciones
de Menem. . .

Pregunta: Rodolfo Barra.


Alfredo Ossorio: Barra, Barra, que le buscan cuando Barra tenía 14
años, 13 años. . .

Pregunta: El informe de Página 12. . . 2


Alfredo Ossorio: Claro, esas son cosas que realmente son una imbe-
cilidad. Después cuando se pasan de bando, como el caso de Guiller-
mo Patricio Kelly no dicen nada, se pasa y. . . parece ser que trabajó
para la Mossad, no sé, pero el último tiempo de él parece ser, se-
gún la información que por los círculos políticos que uno frecuenta
llegaron, nunca más se habló de Guillermo Patricio Kelly como anti-
semita, si lo fue en su momento, antijudío digamos.

Pregunta: Claro, por la Alianza.


Alfredo Ossorio: Por la Alianza. Por alguna de las fracciones de la
Alianza, porque en la Alianza estaban también la línea de Queraltó y
la línea de Patricio Kelly.

Pregunta: También es un grupo nacionalista que fue dividido por el peronismo


¿no? de alguna manera.
Alfredo Ossorio: Exactamente. . .

Pregunta: La cuestión del supuesto antisemitismo me da pie para pregun-


tarte qué papel ocupaban los temas raciales – sin hacer un juicio de valor
sobre eso – en el Movimiento Nacionalista Tacuara. Te aclaro por qué me

2.— Rodolfo Barra tuvo que renunciar como ministro de Justicia del presidente
Carlos Menem en 1996, tras divulgarse un informe del diario Página 12 que con-
firmaba su militancia juvenil en el MNT, y lo acusaba de haber participado en 1965
en el incendio de una sinagoga.

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interesa, es algo que ya sea porque tenga un papel central o marginal está
en Tacuara pero después desaparece o cambia de signo en las trayectorias
que se radicalizaron hacia la izquierda peronista. Me interesa saber qué papel
ocupaba. . .
Alfredo Ossorio: Sí, yo creo que ocupó un lugar porque por ejemplo
un libro que se recomendaba o se leía era El judío internacional de
Henry Ford. Había una idea de que el judaísmo, sobre todo el sio-
nismo, ya que se recuperaba como propia la lucha de los palestinos.
Las instituciones el otro día dijeron que Cristina recurría o invitaba a
lecturas antisemitas porque habló de Shakespeare, no sé si sabías. . .

Pregunta: Sí.
Alfredo Ossorio: No podés abrir la boca porque te tildan de antise-
mita y desaparecés debajo de la comunión de todos los periódicos
en la creación de un estereotipo repudiable.

Pregunta: Claro, pero esa época es una época especial porque es la posgue-
rra, y yo veo como que hay – es una lectura mía – ideas que provienen del
ya antiguo antisemitismo de entreguerras, de la primera mitad del siglo XX
y motivos más nuevos que tienen que ver con el surgimiento del Estado de
Israel que son antisionistas, y una frontera borrosa entre los dos.
Alfredo Ossorio: Eso yo sí lo creo, en el MNT existía una frontera
borrosa, y después yo creo que también, lo que pasa es que con el
aporte de los compañeros judíos en la lucha después de los sesenta-
setenta, compañeros judíos que hacen la misma crítica al establish-
ment, donde entran tanto las instituciones judías como también las
instituciones eclesiásticas en las mismas críticas que hacemos no-
sotros. Por ejemplo, hay escritos de Jorge Beinstein sobre el tema
palestino que podría llegar a etiquetárselo como antisemita. Beins-
tein es un tipo muy interesante, Jorge Beinstein, un estudioso de la
política y la prospectiva internacional donde se manifiesta en con-
tra del papel reaccionario del estado de Israel en su política respecto
de Palestina y en su representación de los intereses estadounidenses
en el Medio Oriente. Beinstein es un sabio – es un Einstein le deci-
mos nosotros – que era quien publicaba el periódico Liberación del
ERP 22. Hoy es la posición de gran parte de los judíos, las personas
de la comunidad judía de enfrentarse a la burocracia institucional, la
DAIA, la AMIA. Esa situación borrosa sigue existiendo, yo creo que
sigue existiendo después de la ruptura en el MNT. Lo que sí hay al-
gunas definiciones que da Baxter muy buenas en ese sentido, ¿no?
Joe dice que en el MNRT ya escindido del MNT, se dejó de ser la
viuda de Hitler de los amantes del Eje durante la guerra, porque ha-
bía algunos que así lo consideraban, entre ellos yo recuerdo uno que
después fue parte de las Tres A, fue el director de El caudillo.

Pregunta: Felipe Romeo.

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Alfredo Ossorio: Felipe Romeo, que era la viuda de Hitler, es decir,


lo cargaban los compañeros cuando iba a subir a un colectivo y le
gritaban ¡Ey Romeo, hail Hitler! Era tan tonto que decía hail Hitler
y casi se caía del colectivo, le hacían siempre la misma broma, era
nazi e imbécil, las dos cosas a la vez. O sea, esa ruptura del 62 fue una
ruptura muy positiva. ¿Cómo nace la ruptura? Primero me expulsan
a mí, allí había un secretario de capacitación del MNT, Domínguez
se llamaba, no sé si lo tenés. . .

Pregunta: No.
Alfredo Ossorio: Bueno, Domínguez sacaba un boletín que se lla-
maba Ofensiva. El MNT tenía y todos teníamos una influencia – el
MNT particularmente, yo tenía otra influencia – siempre había una
influencia europea con lo menos europeo de Europa, que era por
ejemplo España, siempre había una cosa hispanista dentro del na-
cionalismo que hacía que, por ejemplo en el MNT había un recono-
cimiento a Primo de Rivera, José Antonio Primo de Rivera, incluso
algunos discursos de Alberto Ignacio Ezcurra tenían una pátina lite-
raria similar a la de. . .

Pregunta: Vuelvo, aprovecho el tema del falangismo en Tacuara. . . porque Ez-


curra se inspira mucho en Primo de Rivera y la Falange, y a la vez en su dis-
curso también aparecen elementos antisemitas, ¿pero el antisemitismo de
Ezcurra podía venir por el lado de la Falange?
Alfredo Ossorio: No, en rigor yo no recuerdo discursos antijudíos
de él, realmente, antisionistas sí referidos centralmente al problema
palestino, pero antijudíos yo no me acuerdo, pueden haber existido
porque yo no investigué eso, lo viví, viví cosas y algunas puedo no
recordarlas. No hay muchos discursos tampoco de Alberto Ignacio
Ezcurra, porque la vez que participa en política Tacuara es a través
de la UCN, Unión Cívica Nacionalista, era una personería política
que la tenía Horacio Naya, no sé si lo tenés a Horacio Naya.

Pregunta: Sí, conozco la historia del local. . .


Alfredo Ossorio: De Matheu. . . o de Tucumán 415, yo me confundo
con el Matheu del justicialismo, que ahí fui mucho. Entonces ahí ha-
bía discursos que hacía este. . . yo no sé si fue Gutman el que publica
una foto que está Arbelos. . .

Pregunta: Sí, que hay tres militantes con saco y corbata con el brazalete, y
arriba Ezcurra.
Alfredo Ossorio: Sí, para subirse ahí había que ser muy audaz, pa-
ra subirse a esa tarima, porque yo me acuerdo que entre las cosas
graciosas que vivimos era la de Naya que una vez casi se cae de la ta-

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rima. Éramos chicos. . . es una tarima muy pobre porque no teníamos


recursos, el MNT no tenía recursos.

Pregunta: Ahí yo veo un cambio, independientemente de la cuestión del anti-


sionismo como continuidad, como entre ver. . . preocuparse sobre la cuestión
judía como un problema – y un problema quizás más importante que otros –
a preocuparse después del 63 por el capitalismo como un problema, o por
el capitalista, por ahí como se produce – si vos ves que hay un cambio así –
¿cómo se produce ese cambio? En el libro de Bardini también aparece una
lectura sobre el libro La cuestión judía de Marx para cursos de capacitación.
Alfredo Ossorio: Sí, es un trabajo de la cuestión judía de Carlos Marx,
un escrito de él y Bauer del año creo 1843, me parece que es después
de los Manuscritos Económico-Filosóficos, son los dos que publican,
¿quién los publica?, la editorial Coyoacán – Coyoacán, donde mata-
ron a Trotsky – es una editorial de Jorge Abelardo Ramos, el creador
del FIP, Frente de Izquierda Popular. Bueno, ese fue uno de los libros
que a mí me conmovió bastante, hay una cuestión clave para Marx,
no sé si ahora la sostengo porque después hay escritos de Morin, de
Sombart, hay mucho material sobre esta cuestión de escritores de
fuste, ¿no? Pero en ese momento Marx era un poco evolucionista,
entonces decía en un momento dado que la liberación del problema
del judaísmo de la humanidad era la liberación de la humanidad del
problema judío. Había como una relación dialéctica entre liberar a
la humanidad del problema judío que veía y liberar al judío del pro-
blema que suscitaba el capitalismo y las religiones a la humanidad,
Marx lo dice claramente: los judíos no constituyen ya – es decir: en
1843 – una entidad religiosa o racial sino una entidad estrictamen-
te económica. Por lo tanto solo lograrán emanciparse cuando todo
el resto de la sociedad se emancipe de ellos. Cuando la sociedad se
emancipe del capitalismo, que es – en esencia – el espíritu de lu-
cro, el punto de vista del interés egoísta, la corta mirada del burgués
moderno, o algo parecido. Yo no me acuerdo muy bien cómo era,
porque ahí hay un cierto antropologismo evolucionista dentro de él,
era el joven Marx. Yo creo que eso incidió sí, por supuesto, también
incidió o influyó la lectura de Jorge Abelardo Ramos, que en aquel
entonces sacó Revolución y contrarrevolución en la Argentina, em-
pieza a nacionalizarse el nacionalismo, porque el nacionalismo tenía
ciertas raíces eurocéntricas, ¿cierto? La prosa poética de José Anto-
nio Primo de Rivera encantaba a los miembros del MNT. A nosotros
nos encantaba el lenguaje nietzscheano de Ramiro Ledesma Ramos,
aunque era incomprensible su mirada política de los líderes euro-
peos. Decía que «Stalin era el nacionalismo ruso», que Hitler era el
nacionalismo alemán, entre otros. «La política es acción pura y efica-
cia pura. . . ». «El intelectual prefiere a la realidad una sombra de ella».
Tenía otra mirada, era una mirada rarísima, porque en esa perspec-
tiva a los liderazgos vigentes les reconocía una legitimidad en la pro-
moción y defensa del nacionalismo de sus países. El libro de Ramiro,

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si mal no recuerdo, se llamaba La conquista del Estado, una revista


que él publicaba. El libro estaba formado por artículos de ese pe-
riódico. Esas ideas estaban presentes en los hombres de acción que
constituíamos las milicias tacuaristas. La izquierda nacional también
contribuye, como dije, en nacionalizar todas estas posiciones, en es-
tablecer las diferencias entre el nacionalismo de un país semicolonial
o dependiente y el nacionalismo de los países dominantes y desarro-
llados. En unos el objetivo es la lucha por la liberación nacional en
otros es profundizar una división internacional del trabajo que les
permita gozar de materias primas como insumos necesarios para su
funcionamiento industrial. El lenguaje era también materia de cen-
sura en la vieja MNT. Y el Savonarola que escrutaba lo aceptable y lo
condenable del lenguaje era un tal Rodolfo Domínguez. Cuando me
expulsan del MNT, soy el primer expulsado del MNT, el argumento
es el uso por parte mía de un «lenguaje marxista» [sic] «ese lenguaje
no es nuestro, es un lenguaje marxista», decía el boletín periódico
Ofensiva, escrito bajo la tutela de Domínguez, un contador público
que era rico en vocabulario pero era un reaccionario furioso. Era el
numen de los capacitadores de aquél grupo.

Pregunta: ¿Quién, este Domínguez?


Alfredo Ossorio: Domínguez era un intelectual, tenía un vocabulario
surtido y rico, sobre todo en adjetivos, un idioma fantástico, era la
sustancia ideológica del MNT.

Pregunta: Ese no leía La cuestión judía de Marx, leía a Sombart o a Henry


Ford. . .
Alfredo Ossorio: Sí, claro, ese leía a los Protocolos de los Sabios de
Sion y hasta creía en él o rescataba las miradas conspirativas de Henry
Ford, nomás. . .

Pregunta: Porque ahí es como que hay una visión de la política y de la historia
con categorías espirituales de alguna manera, ¿no? Esta cuestión de la nación
como una unidad de destino, y ahí se entiende cómo encaja la visión también
espiritual o racial del judío, cuando después y quizás Marx mediante, el judío
se convierte en una categoría económica material. Parece interesante que es-
ta nacionalización del nacionalismo también pasa por prestar más atención
a lo económico, y me acuerdo una frase de Meinvielle porque condenaba a
Tacuara y sus ramificaciones por haberse abandonado al materialismo.
Alfredo Ossorio: Sí, porque claro, habiendo una superestructura ideo-
lógica, esto de lo espiritual vendría a ser una superestructura, la idea
de la desaparición de la causa material iba a producir el derrumbe
del efecto espiritual. Con el tiempo todo eso iba a ser modificado,
porque después vos ves el papel que cumple el mundo espiritual con
respecto al mundo material cuando Weber habla que la ética protes-
tante que incide en la formación del capitalismo, o el mismo Sombart

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que vincula a los judíos y la vida económica, u otros que han escrito
sobre el particular, Edgar Morin, por ejemplo.

Pregunta: ¿Después en la Tacuara revolucionaria ya dejan de preocuparse por


la cuestión judía?
Alfredo Ossorio: Y sí, imagináte, ahí se acaba todo eso porque la lec-
tura que te decía empiezan a ser Jorge Abelardo Ramos, Juan José
Hernández Arregui, el mismo Jauretche. Caffatti se enamora de las
obras de Jorge Abelardo Ramos, Jauretche está en el index también
como antijudío, no sé si leíste hay unos libros que sacó el Centro Edi-
tor de América Latina donde hace todo un análisis del antijudaísmo
en la Argentina y entre ellos mete a Jauretche, mete a todo el que
dijo una palabra en el aire lo mete como antijudío, eso también ge-
neraba una reacción en la gente, no podés hablar ni del El mercader
de Venecia como lo hizo Cristina. Se termina toda discriminación fi-
nalmente en el ámbito de la política revolucionaria y nacional con
la incorporación a la lucha patriótica de los compañeros judíos. Hay
que destacar el heroísmo y el sacrificio de los compañeros judíos
revistando en las organizaciones armadas o en la acción política du-
rante los setenta, mucho más tarde, que fue enorme, porque había
un antijudaísmo muy marcado en los homicidas del proceso y enci-
ma de ser montonero o ser del ERP, o ser de la agrupación que fuera,
el odio de los dictadores hacia la militancia política «subversiva» se
acrecentaba ante un compañero de origen judío. Al maltrato se unía
el prejuicio racial y la discriminación antijudía. Y ante este sufrimien-
to adicional de los compañeros judíos por los tormentos aplicados
por el terrorismo de Estado nadie de la burocracia institucionaliza-
da de la colectividad atinó a decir nada en su momento. Nosotros
ahí terminamos, y con esa cuestión hubo toda una reculturalización
en los grupos. En el 62, junto con la expulsión mía y la declaración
de ruptura que efectué, Baxter hace lo propio frente a la izquierda
universitaria. Entonces el pésame frente a estos grupos que hizo Joe
no me gustó. Pensé que sus interlocutores no tenían tamaño para ser
nuestros confesores. Decirles «Nosotros que venimos de la derecha»,
era obviar que gran parte de los destinatarios del mensaje jugaron
con la derecha y para la derecha en ocasiones históricas importan-
tes de la historia argentina. Yo me indigné mucho con esa declaración
pero bueno, estábamos en la misma; la intención era mostrar una
nueva organización con un pensamiento diferente. De allí el nom-
bre de nacionalismo revolucionario. Desde esa perspectiva nuestros
escritos ya hablaban entonces de socialismo nacional o socialismo
nacionalista, previo al fervor y la militancia que compartimos en los
setenta por la patria socialista. Mucho tiempo antes, cuando a mí me
expulsan del MNT en el 62, Ezcurra me dice «Mire, métase en las mi-
licias que después lo reincorporamos», no nos tuteábamos entre los
«camaradas» ¿Y en las milicias quiénes estaban? José Luis Nell, Rubén
Rodríguez, que acaba de morir hace dos años, el croata Tomislav Ri-

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varic, Fito Infante, entre otros (todos ellos fallecidos). El ingreso en


las milicias supuso la participación en campamentos de instrucción
«militar». En ellos se daban también las discusiones políticas acer-
ca del futuro que pretendíamos construir. Eran tan importantes para
nosotros las discusiones políticas que nos concentrábamos enérgi-
camente en ellas. Hay un suceso anecdótico y gracioso. Tal era la
concentración en los temas que un buen día, al finalizar la discusión,
nos vamos y nos olvidamos un bolsón con armas en el café Zürich,
un lugar donde nos juntábamos a tomar café y conversar. Allí había
un mozo que nos atendía siempre, de nombre Ricardo, quien guar-
dó celosamente el bolsón conociendo su contenido y nos lo entregó
cuando regresamos a buscarlo con gestos de entendimiento. Ahí em-
pieza la discusión junto con Nell y demás, Nell tenía ya una amistad
con El Kadri, también había entrado en el Liceo Militar junto con El
Kadri, y él era un poco el mentor, el jefe de las milicias, por eso ha-
cían campamentos que mantenían la cosa medio militarizada, pero
la procesión venía por dentro. Entonces de las discusiones de allí en
más empezó a haber como una transformación en las milicias de la
búsqueda de recursos para pagar la fianza del croata u otras misio-
nes similares a pensar y reflexionar más en la lucha armada en el país,
rural o urbana, dado que la decadencia del país y su sumisión a los
mandatos militares y/o extranjeros no cedía, más bien se iban forta-
leciendo. También había una discusión política sobre qué Estado se
quería, esto era importante, porque en un sector de nosotros había
penetrado con la perspectiva de Jorge Abelardo Ramos una generali-
zación de la perspectiva marxista que él empleaba en la historiogra-
fía, fuera de este terreno y generalizado a todo análisis político, con
dudosa coherencia. El movimiento pasó a no tener predilección por
indagar con mayor profundidad, por lo menos hasta ese momento,
las raíces del pensamiento político. Quizá con la simplicidad y sim-
plificación epistemológica del marxismo vulgar, podía darse una ex-
plicación a todos los fenómenos, fueran culturales, políticos, econó-
micos, sociales, psicológicos, con el argumento de la relación entre
la infraestructura, la base económica invariable y determinante, las
superestructuras. No se percibía una perspectiva de mayor comple-
jidad en los análisis de entonces de algunos compañeros. Por otra
parte la acción directa promovía en cada uno de nosotros una fuerte
sensación de poder y, también, un cierto pragmatismo. Este se fue
acentuando con el correr del tiempo y la posibilidad de las alianzas
contra el poder dominante disminuía considerablemente las referen-
cias valorativas. Ya no veíamos con sospechas, como peronistas, a
la URSS o a China. Por el contrario pensábamos que en cualquier
momento podían ser nuestros aliados. La Guerra Fría comenzaba a
ubicarnos del lado de las «otras civilizaciones». Nosotros abonába-
mos en principio una perspectiva de mayor complejidad. Había un
libro que no le gustaba mucho a este pensador marxista que sacó
la Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty, que se llamaba

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Thierry Moulnier. Thierry Moulnier había escrito un libro reeditado


en Buenos Aires en los sesenta por la derechista Editorial Huemul
que se llamaba Más allá del nacionalismo, en respuesta a un libro de
Henry de Man, que venía del marxismo, que se llamaba Más allá del
marxismo, en donde Henry de Man incorpora la visión del sujeto,
del subjetivismo, psicologiza más la historia de lo que estaba en su
período de marxista puro, por eso habla «más allá del marxismo», y
Thierry Moulnier «más allá del nacionalismo» como una respuesta,
pero Merleau-Ponty hablaba pestes de este Thierry Moulnier y vos
sabés que algunos pensadores desaparecieron al ritmo de las críticas
que le efectuaron Marx y Engels. Karl Eugen Dühring desaparece de
la historia, nadie sabe qué pensó y qué escribió este autor si no es
a través de Engels y su Anti Dühring. La personalísima presencia de
un autor en determinados períodos de la historia hace desaparecer
a otros autores de menor fuerza expresiva y empatía con la época.
Lo mismo pasó con Thierry Maulnier que para mí fue un avanzado
en la temática de mirar el mundo desde la complejidad, porque de-
cíamos nosotros más tarde – disculpáme que te vaya mezclando las
cosas, para que veas un poco la evolución de lo que nosotros pen-
sábamos – si Marx había recurrido a Hegel y a Feuerbach, dándolos
vuelta y plantándolo a Hegel en la tierra como decía él y Althusser
había tomado a Gastón Bachelard y lo había incorporado a su visión
de la filosofía, ¿por qué nosotros no podíamos tomar a algunos con-
siderados idealistas o reaccionarios e incorporarlos a nuestra visión
y ampliar la perspectiva? Realizar una prueba de su consistencia ac-
tual y de su impacto en nuestros pensamientos y accionar político.
Una recurrencia como solía llamarla Bachelard, capaz de evaluar los
pensamientos desde su actualidad. Bueno, esto no pasaba, nosotros
queríamos a muerte emplear una perspectiva y decíamos ¿qué ha-
cemos del Estado? ¿Qué es el Estado, el Estado puede desaparecer?
Esa era la discusión, toda esta mezcla de cosas era la mezcla que te-
níamos allá, yo te estoy nada más describiendo lo que era una mez-
cla de la problemática de los enfoques dentro del MNRT. Entonces
no era simplemente una pelea por lo ideológico, sino también pa-
ra comprender y mirar el mundo, una pelea para ver desde dónde
nos ponemos para mirar el mundo. Morin viene del marxismo más
sistemático y hace surgir la teoría de la complejidad.

Pregunta: Y ahí los marxistas eran Caffatti, ¿Baxter?


Alfredo Ossorio: Sí, un marxismo cocinado a toda prisa en el medio
del redoblar de las actividades clandestinas. Baxter, que considero
que no había avanzado demasiado en las lecturas más importantes.
Después el simplificador era José Luis, era un tipo que simplificaba,
él era milico, simplificaba mucho la realidad, le importaba tres pitos
el pensamiento como guía de la acción. Quizá lo utilizaba como ar-
gumento de la acción. Era muy bueno para la acción directa a la que
todos estábamos suscriptos aunque sin la suficiencia quizá de él. El

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caso de Caffatti fue especial. Creo que algunas cuestiones las desa-
rrollaba con un alto sentido de ironía, como aquello que en la FAP se
denominó «programa de homogeneización compulsiva de las FAP».
Caffatti era una especie de sacerdote de la austeridad. En una de las
salidas de la cárcel en que lo vi, estaba viviendo en un garaje, después
ya no lo vi más. Vivía con una austeridad extraordinaria hasta cuan-
do se secuestra a Revelli-Beaumont, entonces empezó a tener una
idea de que todo lo que se oponía al régimen era bueno, entonces
justificaba la delincuencia. Justificar y legitimar, porque una cosa es
justificar porque uno estudia las causas y puede decir que las motiva-
ciones que están presentes en el acto delictivo son tales y tales, y otra
cosa distinta es decir que eso contribuye a destruir el Estado burgués,
esto es una cosa muy diferente. Yo creo que el andaba rozando esa
posición. Conoció en la cárcel a varios a los que valoró precisamen-
te por descubrir en ellos principios de lealtad y códigos de vida muy
respetables, entre los que figuraba la solidaridad con sus amigos y el
arrojo. Uno de ellos, Vincenzo «Tano» Giarratana fue asesinado por
los marinos cuando llevaba una suma de dinero que había reunido de
su propio peculio, para que los secuestradores de la ESMA dejaran
en libertad a Jorge Caffatti. Eso lo vas a ver en el libro Manuscrito de
un Desaparecido en la ESMA de Juan Gasparini.

Pregunta: ¿Que pasó después de que la policía descubrió a los autores del
asalto al Policlínico bancario con José Luis Nell, con vos. . . ?
Alfredo Ossorio: Lo de José Luis era que él, por usar coches de la
milicia – también estaba haciendo la colimba – 3 lo mandaron a Río
Gallegos. Allí lo fueron a detener luego que los hermanitos Posse fue-
ran detenidos y cantaran «la justa». De inmediato allanaron mi casa y,
al día siguiente, me detuvieron en el Consejo Supremo de las FFAA
donde cumplía mi colimba (hoy está instalada la Casa Patria Grande
«Néstor Kirchner» en Carlos Pellegrini 1269). De allí todos fuimos lle-
vados a Coordinación Federal, una instalación de la Policía Federal
en la calle Moreno. Nos juntamos más de veinte detenidos. De allí
nos mandaron, luego de una rigurosa incomunicación de varios días,
a Villa Devoto. Yo estuve unos meses. Me tocó convivir con Mario
Duaihy y Jorge Caffatti en un pequeño calabozo del Pabellón Planta
Baja, que eran calabozos de castigo. Al lado de mi «posada» estaba
la de Pepelú con el que hablábamos por la canilla, dado que la zona
húmeda de los calabozos es compartida de un lado a otro de las pare-
des, un fantástico descubrimiento. Cuando salí de Devoto la Marina,
por razones de seguridad, me envió a Río Gallegos y casi de inme-
diato a Ushuaia, la ex prisión del fin del mundo, convertida en Base
Naval para «tragados» y pobres de toda pobreza (correntinos, formo-
seños, chaqueños, etcétera. mano de obra útil para descongelar la

3.— Colimba: denominación popular del servicio militar, obligatorio en la Argen-


tina hasta 1994.

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pista de aterrizaje de entonces, muy proclive a helarse luego de las


constantes nevadas, era una especie de confinamiento). Mientras es-
to sucedía, más tarde, José Luis Nell, llamado por nosotros Pepelú,
se fugaba de Tribunales, no sin antes recibir una condena extraor-
dinaria de la que habla Arbelos en su libro. Luego de seis meses en
esa zona, que todavía no era muy turística que digamos ya que era
territorio federal y estaba gobernado por la Marina, vino a buscar-
me la policía, porque se había abierto un nuevo expediente con una
nueva acusación de traslado de armas de guerra, anterior a mi de-
tención. Allí me encarcelaron en la Compañía de Disciplina y luego
de once días incomunicado, vinieron a buscarme dos policías, uno
de los cuales presumía de ser el mejor tirador de la Policía Federal.
Luego de un viaje en avión carreta – DC3 o DC4 – llegué a Buenos
Aires y de allí pasé a Tribunales, donde continué con mi incomuni-
cación hasta que pasara el fin de semana. No es bueno caer en cana
los fines de semana. . . los jueces y sus secretarios se despejan, van
al cine o se dedican a tareas hogareñas. En Ushuaia estuve un año y
medio en total, ya que regresé al salir de Tribunales luego de la de-
claración ante mi acusador, quién se negó a ser careado. Por suerte
esa precaución del delator me sirvió para salir por falta de mérito.
Entonces, de la Marina me fui a la cárcel de Devoto y de Devoto me
mandaron a Ushuaia, me habían dictado libertad por falta de mérito,
pero con prosecución de la causa judicial. Al Pepelu José Luis Nell
lo trajeron de Río Gallegos y después de su estancia en Villa Devoto,
se escapa de Tribunales y más tarde se incorpora a Tupamaros. La
cantidad de gente que cayó presa por el asalto al Policlínico fue una
de las cosas que nos dividían a nosotros, la metodología que se es-
taba usando, José Luis Nell metía de todo, entre ellos lo metió a este
Viera, Viera metió a los hermanos Posse, y metió a uno de los Riva-
nera Carles. Raúl Rivanera Carles fue uno de los tipos. . . anécdota,
en un momento le digo a Pepelú, «¿Con este quée hacemos?», porque
este estaba bocinando por todos lados que conocía las operaciones
que estamos haciendo. «No, vamos a llevarlo a una, así no puede ha-
blar más», ¡Para qué! Se lo llevó y al día siguiente el tipo contaba su
supuesto protagonismo en la acción. Era una metodología errónea
meter gente en la que no podías confiar. Gente de escasa ideología
y de menor compromiso con las banderas que defendíamos. Nell te
decía «Si se para la máquina, se desaceita» (se para prácticamente
toda la lucha). Y esto es parcialmente cierto, vos sometés la acción
armada o la lucha urbana a que el punto más vulnerable pueda ser
vulnerable para toda la organización, y eso sucedió, nos metieron a
todos en cana. Por hacer entrar gente, que durante la dictadura mili-
tar seguían sacando libros, publicando vaya a saber en qué editorial
yo por ahí vi, El espíritu de la revolución fascista de Benito Musso-
lini, y que dicen que yo fui un traidor al nacionalismo porque metí
al marxismo. No es cierto, si yo te digo que teníamos una cuestión,
considerábamos que no podía dejarse de lado el análisis marxista, al

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modo de Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos que eran fan-


tásticos, el mismo análisis de Jauretche, pero bueno, este personaje
nefasto si los hay, estos Rivanera Carlés son los que en realidad en un
momento dado habían creado ese partido que le atribuyen a Arbe-
los, y que estaba cerca del Comando General Belgrano porque eran
de Belgrano, ellos vivían en Elcano y Superí, ahí había un bar donde
se encontraba todo el mundo que era El Paulista, ahora este Viera
era de una familia tradicional, vivía ahí, ahora hay un departamento
como vos decís, así alto, en O’Higgins era la casa de él, la casa de él
donde claro, estaba la comodidad que se reunían, ahí fue donde una
vez se escapó un tiro y se hirió a un compañero peronista, y hubo
que llevarlo al hospital y de ahí después se trasladaron todos los «fie-
rros» a otro lugar, y yo me fui a Mar del Plata, y cuando volví habían
llevado de nuevo a lo de Viera todo el material, y se dio que la policía
fue justo ese día, unas cosas, métodos de los más abiertos para que te
terminen fusilando. En esa época hubo un hecho muy controvertido
que fue la muerte de un. . . ¿cómo se llama?

Pregunta: ¿Raúl Alterman?


Alfredo Ossorio: Alterman. . . que Bardini tiene una investigación he-
cha, no sé qué validez hasta ahora tendrá y si habrá avanzado en ella,
Alterman tenía que ver con John William Cooke, justo a él fueron
a matar. . . y estos eran del MNT. Eso de identificar al enemigo por
si era judío y comunista, bueno, eso ya en el MNRT había desapa-
recido. Yo creo que hubo cambios culturales muy fuertes, también
leíamos nosotros Kropotkin, Bakunin, Proudhon. De Proudhon co-
piamos una frase en Barricada que decía «la propiedad es un robo»,
estábamos entusiasmados con un anticapitalismo terminal. La mis-
ma Barricada tenía adentro gérmenes de ciertas ideas que no eran
las ideas que finalmente predominaron, sí había una posición antioli-
gárquica muy definida, muy nacionalista, y una revisión de la historia.
Nosotros tuvimos la suerte de poder compartir, como ahora estoy
con vos, con Jauretche, con José María Rosa, con José Luis Muñoz
Azpiri, con todo lo que fue el Instituto de Investigaciones Históricas
Juan Manuel de Rosas. En un momento en que ya teníamos muchos
problemas de persecución policial, cada dos por tres nos mandaban
la cana,4 blanqueamos nuestra acción aprovechando los márgenes de
libertad que pudiesen existir, a través del Instituto. Entonces allí fue
que nos vinculamos más fuertemente con Ortega Peña y Duhalde,
a los que apoyamos en la discusión entre ambos y Juan Pablo Oli-
ver y con todos los historiadores de fuste que hoy forman parte del
«procerato» del pensamiento nacional. Ortega Peña y Duhalde ter-
minaron siendo abogados de varios compañeros en la cárcel y, en
conjunto con los compañeros presos, publicaron un manifiesto de-
nominado Cóndor el que afirmaba que si bien un peronista podía no

4.— Denominación popular de la policía en la Argentina.

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ser marxista, un marxista, en este momento histórico, no podía dejar


de ser peronista. No se referían, ciertamente, a la infinidad de mar-
xistas vulgares que persistían en su gorilismo5 histórico.

Pregunta: Ahí igual si te parece porque vos me dijiste que 12:30 tenías que
cerrar. . . te hago una pregunta más y como me quedaron varias preguntas,
sobre todo sobre la cuestión del peronismo si querés lo dejamos para otra
entrevista y lo vemos más tranquilos. Y tiene que ver con esta cuestión más
cultural, porque hasta ahora todas las aproximaciones a las Tacuaras son so-
bre todo políticas, pero a mí me interesa saber por ahí qué hacían – tiene que
ver también con tu generación – en el tiempo libre, qué música escuchaban,
cómo usaban el tiempo libre. También pensando en una época de muchos
cambios culturales, de una modernización cultural, de repente aparece. . . yo
pienso, militaban en una organización nacionalista con reivindicaciones de
la tradición y el revisionismo, y de repente aparece la nueva ola, ¿cómo se
movían en el medio de eso?
Alfredo Ossorio: Sí, los sesenta, claro. Sí, había también una reac-
ción muy fuerte contra todo lo que era Marta Minujín, el. . . ¿cómo
se llamaba este?

Pregunta: El Instituto di Tella.


Alfredo Ossorio: El Instituto di Tella, claro, porque aquí había, el
MNT sobre todo, en su momento lo que discutía era la fuerte irre-
ligiosidad de las nuevas generaciones artísticas. Ahí en Pueyrredón
había también un sótano que había representaciones, por ejemplo
este de Cristo, no me acuerdo como se llamaba. . .

Pregunta: ¿Jesucristo Superstar?


Alfredo Ossorio: Ah, claro, que esa yo me acuerdo que fue atacada
por el sector del MNT, fue atacada porque en el teatro creo que ha-
bía una obra, o sea que todo eso se tomaba, porque hay dos formas
de interpretar al país, una como si fuera una cruzada religiosa, y la
otra como una cruzada política destinada hacia la justicia social, acá
la cosa religiosa predominaba el catolicismo, la defensa reacciona-
ria del catolicismo contra todo lo que pudiese ofenderlo, así como
son ahora algunos mahometanos, musulmanes que defienden con la
muerte del otro, la desaparición del otro sus posiciones religiosas, o
el respeto a sus posiciones religiosas estos eran lo mismo, entonces
la posición política de estos estaba basada mucho en una falsa po-
sición religiosa, para nosotros. Y nosotros queríamos hacer política,
no queríamos hacer religión. Podíamos tener pensamiento religioso
o no, pero queríamos hacer política, y en la medida que hacés políti-
ca la cosa religiosa va desapareciendo porque hay que dar al César lo
que es del César, ¿no? Nosotros calificábamos estos actos, realizados

5.— En la cultura política peronista, «gorila» es una etiqueta flexible para señalar
a los antiperonistas.

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Entrevista a Alfredo Ossorio. . . 97

con ese sentido, como verdaderas manifestaciones de paranoia. En


ellos se apelaba a este sector más reaccionario del Sindicato de Es-
tudiantes de Derecho, que tenía vinculación con el MNT. Y el MNT,
una cosa eran Horacio Bonfanti y Ezcurra, y otra cosa era el conjun-
to, acá hay que dividir a quienes estaba atrayendo, atraía a todos los
que estaban con esta paranoia religiosa y cristianuchi que existía, pa-
ranoia que era peligrosa porque atacaban con fuerza, o sea que eran
tipos con cojones también, cojones para pelearse por estas pelotu-
deces. Así que esas cosas durante el 58, 59, 60, 61, sobre la década del
sesenta en donde aparecieron cosas tan diferentes. Imagináte el pos-
porno este que se armó en la Facultad, imagináte si se hubiese hecho
antes, los cuelgan, van en patota y los cuelgan.6 No es nada gracioso,
pero quiero decir cómo cambian los tiempos, en aquel tiempo había
este sentido de la cruzada religiosa más que política, había presenta-
do al MNT como cercado por un conjunto de premisas que la hacía
netamente conservadora, había vuelto a los orígenes que tenía cuan-
do estaba inserta allí la Guardia Restauradora Nacionalista. Vos sabés
que hubo dos divisiones, la Guardia Restauradora y el MNA, el Mo-
vimiento Nueva Argentina donde después estuvo Dardo Cabo y Rial,
que todavía está vivo, Rial gran tipo, trabajó como periodista en Las
bases. Entonces el MNA era el grupo peronista, y desde el 62 hay
una aproximación al peronismo, UCN se presentó a elecciones en
la Capital y en la provincia nosotros apoyamos a Framini. Te acor-
dás que en el 62 ganó Framini lo que provocó la intervención de la
provincia de Buenos Aires. Ya estábamos militando como peronistas,
vinculados a los diversos grupos del peronismo, reuniéndonos en los
sindicatos. Ya cambia el color de la cosa: de querer tener un grupo
sindical propio que era del MNT a participar junto con los gremios
de sus cuestiones, y a apoyar sus paros, a participar en forma directa
de la lucha sindical peronista como una de las vertientes políticas del
peronismo. Obstaculizábamos a los carneros, disuadiendo a aquellos
que no se plegaban a los paros. Ganábamos la calle para luchar con-
tra el establishment. Era una forma de lucha política en tiempos de
proscripción y de democracia restringida. Comenzamos a participar
activamente en la Resistencia.

Pregunta: Sí, lo último, ¿escuchaban música, iban al cine. . . ?


Alfredo Ossorio: Yo no.

Pregunta: Porque me queda claro para el núcleo duro del MNT cuáles eran
sus enemigos, que tenían en contra, esa expresión de cultura moderna, pero
¿cuál era la cultura de ellos?

6.— Se refiere a la performance realizada el 30 de junio de 2015 en la Facultad


de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires por un grupo feminista,
que fue difundida por los medios de comunicación debido a la controversia por
la teatralización de escenas de sexo explícito en una universidad pública.

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98 Esteban Campos

Alfredo Ossorio: Sí, de cada uno. . . en principio, somos de la cultura


de rock, en ese entonces cuando éramos más chicos escuchábamos
Elvis Presley, hoy también los escuchamos.

Pregunta: ¿Pero no era mal visto Elvis Presley?


Alfredo Ossorio: No, esas cosas no, pero lo que pasa es que no se
hablaba mucho ni de música, no tenía una definición, a veces se imi-
taba a quienes tenían que ser los grandes compositores musicales de
la época, de la música clásica, escuchábamos música clásica sin saber
ni siquiera quiénes eran. . .

Pregunta: Pero por ejemplo no los veo ni a Ezcurra ni a Collins escuchando


Elvis Presley. . .
Alfredo Ossorio: Yo a Collins sí. . . a Ezcurra no, pero a Collins sí (ri-
sas). No, el MNT más bien escuchaba marchas, marchas militares, me
parece, me lo imagino así. El MNRT era más libre, estaba menos con-
dicionado por los mitos del MNT, yo creo que el pasatiempo cultural
era leer, salir con chicas, las chicas se interesaban bastante. . .

Pregunta: ¿No iban al cine con las chicas?


Alfredo Ossorio: Iban al cine, pero yo no recuerdo qué veían. Si te
hablo de mí, yo creo que soy el más burro de todos ellos porque al
cine, viste que hay tipos que te hablan de las películas, yo nada, no
recuerdo eso, recuerdo mucho de lecturas, esas cosas sí, pero poco
de haber ido al cine sinceramente. Veíamos algunas cuestiones, vos
sabés que en una época Alfredo Alcón hizo Con gusto a rabia.

Pregunta: Sí, era sobre un grupo nacionalista. . .


Alfredo Ossorio: Era sobre Tacuara.

Pregunta: ¿Esa película no la boicotearon?


Alfredo Ossorio: No, porque no fue película, salió por televisión, Con
gusta a rabia se llamaba, y era una serie de televisión, cada episodio
era independiente entre sí pero presentaban un tema. Y en este tema
aparecía Alfredo Alcón que era como José Luis Nell, nada que ver
porque el petiso era petiso, y el otro era un lungo, así que nada que
ver.7

7.— Lungo: de estatura elevada, en el lenguaje popular. En conversación personal,


Alfredo Ossorio aportó más datos sobre el ambiente cultural de los años sesenta:
escuchaban a músicos como Alfredo Zitarrosa y Jorge Cafrune, iban a escuchar
folklore en la peña María en las calles Ecuador y Córdoba, y algunos también
escuchaban rock. También sostuvo que los militantes de Tacuara veían películas
de guerra como forma de aprendizaje.

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Capítulo 6

Entrevista a Guillermo Almeyra. Politización y


construcción de subjetividades en la Argentina
de los años sesenta y setenta

Marcelo Langieri
......

Ni reír ni llorar, comprender

Spinoza

Introducción
El propósito de este estudio es analizar el proceso de politización de
los años sesenta y setenta en Argentina tomando la pregunta formulada
por Pablo Pozzi en el prólogo del presente libro. Es decir, cuáles fueron
los factores que coadyuvaron a que numerosos y diversos individuos se
involucraran en las políticas de izquierda y se impregnaran del clima de
radicalización existente en esos años. A tal efecto, en primer lugar, el cen-
tro de atención del estudio ha de ser el contexto social y político que dio
lugar al fenómeno de politización que tuviera lugar en Argentina como
parte de una realidad más extendida que recorrió toda la geografía lati-
noamericana.
Particularmente nos interesa estudiar la manera en que las ideas hege-
mónicas del momento, especialmente las de progreso y modernización,
dominantes en la región en la época inmediatamente anterior, conforma-
ron grandes expectativas de cambio que no fueron satisfechas y, espe-
cialmente, cómo las experiencias vividas en ese proceso transformaron
las ideas existentes en nociones rebeldes (Necoechea Gracia y Pensado
Leglise 2011).
A partir de Durkheim se puede decir fundadamente que los individuos
llegan a la práctica social fuertemente influenciados por el entramado so-

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cial en el que se hallan insertos. Y como señala Marx el hombre en su


tarea de transformación de la realidad encuentra condiciones dadas que
no elige y que limitan y condicionan su voluntad.
La sociología clásica señala con claridad que son las determinaciones
sociales las que imprimen a los individuos un menú de oportunidades,
diferenciado según sus condiciones de existencia, que impone condicio-
nes, que aunque pueden percibirse como voluntarias están marcadas por
el medio social y cultural del cual forma parte cada individuo o colectivo
social.
Para explicar la construcción de la subjetividad rebelde Necoechea
Gracia apela a Raymond Williams al señalar la existencia de un proceso
hegemónico en el cual las ideas residuales y emergentes interactúan con
la ideología dominante para producir nociones y posturas de oposición y
rebeldía (Williams 1977a).
La historia oral realiza un importante aporte metodológico para el es-
tudio de este tipo de fenómeno al posibilitar el rescate de las percepciones
subjetivas generadas en los procesos sociales que conforman a los indivi-
duos. De esta manera la historia oral nos ayuda a conocer cómo la cultura
de una época moldea la comprensión individual del mundo y transforma
las percepciones. Como bien señala Necoechea «la historia oral recurre a
la memoria, teniendo plena conciencia que el recuerdo no refiere la ex-
periencia directa sino percibida a través de las herramientas de la cultura.
La percepción, a su vez, está moldeada por lo que esperamos que suce-
da y nuestras expectativas son conformadas por el sentido común de la
época».

I
La violencia política de los años sesenta y setenta en la Argentina tuvo
una legitimidad de origen a partir del golpe de Estado llevado adelante en
1955. Legitimidad que se fue profundizando a medida que este gobierno
fue tomando un carácter definidamente antipopular. Inicialmente fue la
clase obrera, prácticamente en soledad, la que se opuso al derrocamiento
de Perón. Los sectores medios ilustrados, los universitarios y los parti-
dos de izquierda, entre otros, fueron actores civiles del golpe. Muchos de
ellos después tendrían una fuerte reconversión. Con el paso del tiempo y
frente a las definiciones adoptadas por el gobierno distintos actores que
inicialmente acompañaron la «Revolución Libertadora», al compás de los
acontecimientos que afectaban los intereses populares, que se sucedían
inequívocamente, fueron reinterpretando los hechos y reposicionándose
en el escenario nacional.
La nueva realidad producida a partir del derrocamiento del peronis-
mo generó importantes conflictos dentro la izquierda tradicional, cuyas

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expresiones más representativas eran el Partido Socialista y el Partido


Comunista. El socialismo, en el año 1958, se dividió en dos fracciones: el
Partido Socialista Argentino y el Partido Socialista Democrático. El Par-
tido Socialista Argentino, influenciado por la Revolución Cubana, será el
sostén de la candidatura a senador de Alfredo Palacios, quien se impone
en las elecciones de 1961. Poco después se produce la expulsión de un gru-
po que constituyó el Partido Socialista de Vanguardia, de gran gravitación
ideológica y simbólica en la constitución de la nueva izquierda, además de
otras fracciones posteriores que engrosarán las filas de las organizaciones
revolucionarias construidas al calor de la lucha antidictatorial.
El Partido Comunista también atraviesa fuertes tensiones y desgra-
namientos. Estas disputas tuvieron antecedentes significativos, como el
caso de la ruptura de Rodolfo Puiggros quien libró una batalla ideológica
trascendental contra las ideas reformistas de la izquierda tradicional y se
constituyó en un referente de la construcción de la izquierda revolucio-
naria. Jorge Beinstein señala en una entrevista la importancia de Puiggros
en la construcción de una política de poder desde una perspectiva re-
volucionaria. Se puede observar también en el siguiente comentario de
Beinstein una caracterización desdeñosa de Perón, común como vere-
mos en sectores críticos y disidentes de la izquierda tradicional que se
estaban constituyendo como grupos que conformarían la nueva izquier-
da, a pesar de estar en un proceso de revisión de las políticas irreductibles
hacia el peronismo. «. . . Y él (Puiggros) empezó con un informe de media
hora sobre sus reuniones en China y sobre lo que había estado hablado
con Perón. Lo de China nos interesaba bastante pero sobre lo que habló
con Perón nos cagábamos de risa porque la idea de Perón que había era
que era un gran manipulador. Cualquier cosa que viniera de Perón lo usás
o lo tirás. Puigróss en un momento se puso como colorado por lo que es-
tábamos discutiendo y dijo, miren, yo no quiero discutir más de todo esto,
a mí lo único que me interesa discutir es el poder: cómo tomamos el po-
der. Entonces discutamos cómo se toma el poder: si lo hacemos con un
golpe militar como en Perú, si lo hacemos con una guerrilla rural, con una
guerrilla urbana, con una insurrección, cómo tomamos el poder».
En el período pos 1955 el Partido Comunista sufre una fuerte sangría
de militantes, especialmente de los sectores juveniles e intelectuales. La
ofensiva antipopular desatada a partir del golpe, la resistencia obrera en
respuesta a esa ofensiva y los hechos internacionales, como las luchas
anticoloniales, la Revolución Cubana y la Revolución China, entre otras,
impactaron de distinta manera en la conducción comunista y en las bases
juveniles del Partido que se fueron radicalizando al calor de estos acon-
tecimientos.
Sobre los orígenes de la lucha armada en Argentina Eduardo Jozami,
militante de la izquierda peronista de la época, expresa en una entrevista

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del autor que «Toda esta campaña en una parte fundamental tiene que
ver con Cuba, en otra parte tiene que ver con la resistencia peronista y
el acercamiento de sectores juveniles al peronismo, y en buena medida,
también tiene que ver con Vietnam y con China. Con China porque Mao
salió a cuestionar la política de resistencia pacífica de la Unión Soviética
y con Vietnam porque el fenómeno más importante de la década fue la
resistencia de Vietnam a Estados Unidos».
Importa señalar aquí cóo el sentido común de la época es influenciado
por las revoluciones y alzamientos populares que se suceden en distintos
lugares, generando el cambio del clima cultural y de las expectativas polí-
ticas en la región. «Camilo Torres en Colombia, el obispo de Cuernavaca
(Méndez Arceo), cristianos que estuvieron en las guerrillas centroameri-
canas que optan por el camino de la insurrección, un poco por la idea
cristiana, la prueba, el compromiso cristiano se lo tomaban en serio, era
gente seria y otro poco porque pertenecían todos ellos a una intelectuali-
dad muy influenciada por la Revolución Cubana, eran todos intelectuales
de mucho valor», comenta Guillermo Almeyra en nuestra entrevista.
Todo ello posibilita y estimula la politización y movilización de sec-
tores del activismo obrero y de la juventud, especialmente, dando lugar y
creando las condiciones para la reivindicación o reinterpretación de los
fenómenos políticos más trascendentes. La Revolución Cubana resultó
ser una de las abanderadas del proceso definiendo el carácter socialista
de la misma y a la lucha armada como elemento privilegiado en la estra-
tegia para la toma del poder.
La revalorización del peronismo y la resignificación de la figura de
Perón, la invención de un Perón abanderado de las luchas que se están li-
brando, es la otra pata fundamental del fenómeno en tanto permite reco-
nocer la identidad de lucha concreta de los trabajadores. Miguel Bonasso
en una entrevista de la investigación comentaba al respecto que a Perón
se lo transforma en una figura mítica: «Perón éramos todos nosotros, es
decir Perón era una categoría proteica. . . Perón era todas las luchas del
pueblo argentino a lo largo de cincuenta años y la síntesis de todo eso. . . ».
Estos ejes funcionan como referentes para la construcción de una nue-
va agenda que divide las aguas en los debates del campo popular entre el
reformismo y la revolución de mano de la problematización de la rela-
ción vanguardia masas. En la izquierda nacional la discusión, sostenida
por Hernández Arregui y Puigróss, entre otros, era que había un espacio
marxista para la revolución, para el socialismo, en el peronismo. «El ar-
gumento ideológico era que en el peronismo había mayoría de obreros,
entonces el esquema es que si hay obreros, hay socialismo, los obreros
no son socialistas, son peronistas, pero las leyes de la historia iban a lle-
var a los obreros al socialismo, esto era indiscutible, era un tránsito, los

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Entrevista a Guillermo Almeyra. . . 103

obreros son peronistas pero iban a llegar al socialismo» (entrevista a Jorge


Beinstein).
Guillermo Almeyra señala que: «la Revolución Cubana impactó distin-
to a los obreros que a los estudiantes y a las clases medias. A los obreros
al principio los confundió porque como eran peronistas y habían visto
cómo al gobierno peronista lo derrocaban en nombre de la democracia,
de la libertad, que sé yo, creyeron que el amigo de Perón, Batista, había
sido derrocado del mismo modo, tanto es así que al principio los obre-
ros rechazaron la Revolución Cubana, creyendo que eran gorilas. Cuando
vino la delegación cubana acá, el primer país que visitó fue la Argentina,
no pudieron pasar por la Gral. Paz porque los apedrearon, tuvieron que
ir a alojarse en el Alvear Palace Hotel donde los metió el gobierno, yo
me acuerdo haber discutido en ese momento con Dorticós, haberle di-
cho: “mire, la gente que los apedrea a ustedes son sus amigos y la gente
que los recibe – el PC que los aplaude y el gobierno – son sus enemigos.
Entonces pónganse en contacto con estos que los están apedreando. Ex-
plíquenle y no se vayan con estos tipos. Te digo que para entrar al Hotel
Alvear recibimos tantas patadas en los tobillos. . . ”».
El peronismo era observado con distancia y rechazo desde distintos
sectores intelectuales de la época, sin embargo los hechos inmediatamen-
te posteriores al golpe son una muestra de la dinámica política existente
que va dando lugar a una acelerada reinterpretación y resignificación de
los fenómenos políticos. De manera especial fue materia de reinterpreta-
ciones el peronismo y, en consecuencia, como decíamos antes, también
la figura de Perón. Rodolfo Walsh, un intelectual que posteriormente tu-
vo una destacada militancia en el peronismo revolucionario, decía en la
introducción de uno de sus trabajos de la época, Operación Masacre: «. . .
Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo
he sido ni tengo la intención de serlo. Si lo fuese, lo diría. No creo que ello
comprometiese más mi comodidad o mi tranquilidad personal que esta
publicación. Tampoco soy ya un partidario de la revolución que – co-
mo tantos – creí libertadora. Sé perfectamente, sin embargo, que bajo el
peronismo no habría podido publicar un libro como este, ni los artículos
periodísticos que lo precedieron, ni siquiera intentar la investigación de
crímenes policiales que también existieron entonces. Eso hemos salido
ganando. La mayoría de los periodistas y escritores llegamos, en la últi-
ma década, a considerar al peronismo como un enemigo personal. Y con
sobrada razón».
El texto de Walsh ayuda a comprender las tensiones existentes en el
primer peronismo. El propio Walsh comenta: «Y todo esto bajo el régi-
men de una Revolución Libertadora que muchos argentinos recibieron
esperanzados porque creyeron que iba a terminar con los abusos de la
represión policíaca».

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104 Marcelo Langieri

No es Walsh una excepción en el viraje político y la radicalización


registrada en la época, Guillermo Almeyra señala que «incluso gente muy
de derecha, como Masetti, que venía del nacionalismo más reaccionario,
de la Alianza, semifachista, es influenciado por la Revolución Cubana y
gente del aparato peronista como Cooke, también es influenciado».
La política argentina del siglo XX estuvo marcada por dos grandes mo-
vimientos: el yrigoyenismo, encarnado por el Partido Radical, y el pero-
nismo que respondió a una forma movimientista bajo la conducción de
Perón. Ambos tuvieron fuertes contradicciones internas que significaron
avances y retrocesos populares. Estos movimientos levantaron banderas
contrapuestas: por un lado, las libertades públicas tomadas por el radi-
calismo; por el otro, la justicia social hecha suya por el peronismo. Esta
división se tradujo en alineamientos políticos que opusieron la justicia
social a las libertades públicas y viceversa.
Las razones históricas de esta controversia están en el origen mismo
del peronismo, pero se pueden rastrear en toda la historia nacional, aun-
que con otros actores. En 1945 tanto el radicalismo como la mayoría de
las fuerzas reformistas y progresistas identificaron al peronismo como un
sucedáneo del fascismo ignorando el programa nacional que este levanta-
ba y los contenidos populares que expresaba. Consecuentemente con esa
caracterización estas organizaciones se alinearon en la Unión Democrá-
tica junto a las fuerzas reaccionarias y conservadoras que impulsaban el
programa de la oligarquía centrado en la libertad de mercado y de subor-
dinación a la hegemonía estadounidense. Por su parte el peronismo du-
rante el primer gobierno fue desdeñoso de las formas democráticas para
enfrentar la resistencia oligárquica a las reformas populares que impulsó.
Generó de esta manera demandas democráticas que no supo responder
y que hicieron suyas tanto el liberalismo político como la reacción con-
servadora que utilizaba estas contradicciones para impugnar el proceso
popular.
Las nuevas condiciones que se generan a partir del golpe militar de la
«Revolución Libertadora» provocan la reconfiguración del campo popu-
lar y la redefinición de los amigos y enemigos. Así entra en contradicción
un republicanismo abstracto, enarbolado por sectores reformistas e iz-
quierdistas, con la práctica política real de los trabajadores rechazando
el orden propuesto. Lentamente se van dando pasos que tenderán a la
reinterpretación del peronismo, la revalorización de la figura de Perón
y la construcción de una nueva conciencia política. Esta nueva realidad
desestructura a la vieja política y posibilita la reformulación de los ejes de
construcción de una conciencia consecuente con las necesidades de la
lucha contra los gobiernos dictatoriales o condicionados que se suceden.
Se despliega así un proceso de ruptura que se va cristalizando en la cons-

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Entrevista a Guillermo Almeyra. . . 105

trucción de organizaciones y dispositivos de acción política y cultural de


gran radicalización.
La centralidad de la clase obrera en el proceso político devenía de la
existencia de una cultura societal donde el trabajo ocupaba un lugar cen-
tral en la vida de los individuos. La sociedad salarial (Castel 1996) estaba
en pleno desarrollo y durante el peronismo había echado las bases socia-
les que posibilitaron la construcción de la identidad política de la clase
obrera. Esta identidad se mantuvo a pesar del golpe que derrocó a Perón
y fue un factor decisivo en el desarrollo de masivas pero desarticuladas
acciones de resistencia que reafirmaban la identidad de los trabajadores
argentinos.

II
La otra cara del fenómeno de radicalización política estuvo vincula-
da a la legitimación de la violencia popular. Violencia producida como
respuesta a la política represiva desarrollada en sus distintas variantes a
partir del golpe de 1955 y, de manera plena, a partir del fracaso de las fuer-
zas armadas para construir un nuevo orden político legítimo, fracaso que
desemboca en el golpe de 1966. Esta situación derivó en una política de
proscripciones, persecuciones, control y condicionamiento a los gobier-
nos civiles que sucedieron al golpe militar y a una represión sistemática
que se prolongó durante todo el período.
La represión y el condicionamiento político dio lugar a un proceso de
resistencia y politización que, frente a la ausencia de mecanismos de par-
ticipación institucionales que canalizasen el descontento generado por la
clausura de la política y la acentuación del autoritarismo, terminó real-
zando la importancia de la lucha contra la dictadura. De la mano de este
proceso estuvo asociado el rechazo a la penetración del capital monopó-
lico visualizado como generador del creciente proceso de concentración
de la riqueza y del aumento de la desigualdad social. El proceso de con-
centración económica da lugar al surgimiento de lo que se conoce como
la nueva clase obrera – jóvenes obreros con una alta proporción de estu-
diantes de carreras técnicas en las universidades públicas, concentrados
en grandes establecimientos fabriles – que genera experiencias de orga-
nización sindical antiburocráticas y combativas que referencian y alimen-
tan el proceso de politización en curso. Estas luchas no se llevan adelante
en nombre del peronismo, como el propio Perón señalara en oportunidad
de realizarse el Cordobazo. Hay que considerar que como señala Almeyra
«cada vez que Perón mandaba una orden que no les gustaba, no la acata-
ban y además le votaban por otras direcciones sindicales y le hacían ese
tipo de cosas. Entonces se fue formando en el movimiento obrero una

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106 Marcelo Langieri

idea de independencia y de auto organización frente al peronismo, eran


peronistas sin dudas».
Guillermo Almeyra continúa interpretando el fenómeno de la siguien-
te manera: «sectores de un nuevo proletariado de origen obrero estudian-
til, surgido de la industria automotor, que era absolutamente nueva y que
concentra en Córdoba gente de Rosario, de Buenos Aires de un mon-
tón de otros lugares y que eran obreros estudiantes o técnicos, obreros u
obreros intelectualizados, matriceros, y se generaliza la figura del obrero
estudiante o del estudiante obrero, el estudiante pobre que trabaja en la
fábrica y que después sigue estudiando. Entonces surge en Córdoba un
proceso nuevo que es lo que permitió que en 1957 la CGT de Córdoba,
una de las intervenidas, convocase a la CGT del interior e hiciera el pro-
grama de Huerta Grande y La Falda y luchara para la recuperación de
la CGT, ¿no?, pero no eran peronistas, tenían una base entre los obreros
peronistas todos ellos, ni Garzón Maceda el de prensa que estaba ligado
al Partido Socialista Nacional, ni López, ni Tosco, ni yo que estaba por
los metalúrgicos, ninguno era peronista, pero todos entendían el peronis-
mo».1
No ser peronista pero «entender al peronismo» significaba una ruptu-
ra en la concepción del peronismo mirado desde la identidad de izquier-
da que resulta posible a partir de las nuevas condiciones existentes: el
derrocamiento, proscripción y desarticulación de la estructura partidaria
del peronismo. Es la valorización de la cuestión nacional la que permite
la relectura de la realidad y la formación de nuevas corrientes. Entre los
sectores que la componían se destaca la llamada izquierda nacional que
tuvo entre sus principales exponentes, entre otros, a Abelardo Ramos y
Jorge Enea Spilimbergo. «El Partido Socialista de la Revolución Nacional
con Abelardo Ramos, con el viejo Dickman y con Esteban Rey».2
En la nueva coyuntura las masas peronistas aparecían dispuestas a la
batalla pero sin una conducción efectiva y cuestionaban en los hechos
cualquier simplificación o reduccionismo sobre el sentido histórico de
los hechos que se protagonizaban.
No era como otrora la presencia de las masas el elemento que llevaba
a la revalorización del peronismo sino la pertinaz resistencia y radicaliza-
ción de los núcleos duros de la clase obrera que, aunque desarticulada-
mente, enfrentaban decididamente al régimen. Siguiendo con Guillermo
Almerya: «una vez que se produce la Revolución Libertadora se derrum-
ba todo el aparato del Partido Peronista, al cual nadie le había dado bola,
salvo Nahuel Moreno que se relacionó con el Comando Superior del Con-
sejo Peronista. Y la gente empieza la resistencia. ¿Cómo empieza la resis-
tencia? Algunos poniendo caños o intentando un levantamiento, como el
1.— Entrevista a Guillermo Almeyra de Marcelo Langieri, 2015.
2.— Ibídem.

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Entrevista a Guillermo Almeyra. . . 107

general Valle que planteaba una insurrección militar con apoyo popular.
Después poniendo caños. Eran los sectores obreros, se ponían caños en
todo el país, desde Jujuy hasta Buenos Aires».
«Se inicia una resistencia que aunque estaba totalmente aislada tenía un apoyo
muy grande, la gente no tenía cómo pelear porque no encontraba un centro;
te pongo un ejemplo: cuando la CGT llama al paro general inmediatamente
después de 1955, es aplastada y meten a diez mil dirigentes sindicales presos,
queda todo vacío, no hay quién organice. Entonces, la clase media que había
creído que Perón era fascista, que se había opuesto incluso armas en mano al
gobierno peronista, sectores que después confluirían en el frondicismo, harían
alianza con el peronismo. Eran antiperonistas gorilas. Entonces, todo depen-
día del movimiento obrero. El movimiento obrero empezó a organizarse sin
saber bien cómo, pero había un deseo grande de reorganizarse».

III
El gobierno militar surgido del golpe de 1966 pretendía cerrar la saga
de frustraciones políticas, sociales, culturales y económicas generadas a
partir del golpe de la «Revolución Libertadora», cuyo último capítulo es-
tuvo protagonizado por un gobierno de modales democráticos pero débil
e ilegitimado por la proscripción del peronismo en las elecciones que lo
consagraron a la presidencia sacando el 25 % de los votos y con el 21 % de
votos en blanco. El gobierno de la «Revolución Argentina», como pom-
posamente se autobautizó, procedió a la clausura de los canales legales
de participación política, ya fuese a través de partidos o de cualquier otra
forma de organización. El congelamiento de todo tipo de actividad po-
lítica legal redujo a los partidos tradicionales a una supervivencia formal
donde no pocas veces la debilidad se confundía con complicidad. Las ilu-
siones democratizadoras que muchas fuerzas políticas habían buscado en
la «Revolución Libertadora» ahora quedaban clausuradas por un gobierno
que pronosticaba un largo proceso que se iniciaba con un tiempo econó-
mico, que una vez concluido daría lugar a un tiempo social para luego
desembocar en un tiempo político.
La política de disciplinamiento social y negación de derechos civiles y
laborales implementada férreamente a partir del golpe de 1966 es llevada
obstinadamente a la práctica en una sociedad que tenía marcados ras-
gos de modernización cultural. Son expresiones de este fenómeno, entre
otras, la creación de las carreras de Psicología, Ciencias de la Educación
y Sociología en la Universidad de Buenos Aires, la creación del Instituto
Di Tella y la aparición de publicaciones periodísticas como Primera Pla-
na que funcionaron, cada cual a su manera, como vanguardia cultural y
se transformaron en referentes de una nueva época. En contraposición
a este fenómeno, la cerrazón política impuesta por el gobierno funcionó
como un detonante que legitimó a la violencia como la forma de acción

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política con capacidad para vulnerar el férreo esquema planteado por el


gobierno militar.
Al cierre de todos los canales políticos de representación y expresión
se sumó la cuestión económica dado que el programa de gobierno de los
militares fue el programa económico del capital monopolista (Braun 1973).
Esta suma de circunstancias creó condiciones excepcionalmente propi-
cias para la rebelión política y social. Circunstancias que explican en bue-
na medida la creciente influencia en vastos sectores sociales de las expre-
siones políticas, con capacidad para burlar el cerco tendido, y que crearon
condiciones para la construcción de las organizaciones armadas en la dé-
cada del setenta. «. . . Se basaba en un sentimiento que había que hacer
alguna cosa indispensable, pasar a la acción ¿no? tenía una buena base
porque la dictadura era frágil, desprestigiada, muy combatida».3
El origen y legitimación de la violencia armada abreva también en una
cultura política que históricamente experimentó formas de violencia que
reconocía distintos antecedentes, desde aquellas de carácter defensivo
en respuesta a las agresiones perpetradas por las clases dominantes a lo
largo de la historia, muy extendidas en la primera resistencia, hasta las
expropiaciones y los magnicidios protagonizados por los anarquistas, es-
pecialmente, que asomaban como justicieros vengadores de los crímenes
oligárquicos. Este contexto posibilita un proceso de reconfiguración del
campo popular donde el eje inicial es la resistencia. Es la resistencia, con
sus limitaciones en una primera etapa, especialmente organizativas, la que
habilita el posterior desarrollo de la lucha armada, que en este primer pe-
ríodo tiene un carácter secundario.
Es necesario distinguir la distancia existente entre violencia política
genérica y la lucha armada específica, para observar que esta aparece co-
mo la forma dominante de la acción revolucionaria recién en los años
setenta. Es decir, que el concepto de lucha armada no sintetiza todas las
formas de violencia política. La experiencia histórica demuestra que la
violencia política contestataria – los caños, bombas de fabricación ca-
sera, los sabotajes, etcétera, de uso muy extendido en la primera resis-
tencia peronista – es una categoría distinta que la lucha armada, aunque
esta abreve en aquella. La lucha armada es una metodología de acción
mediante la utilización sistemática de pertrechos bélicos utilizada por or-
ganizaciones político militares, se trate de partidos, ejércitos u otras for-
mas organizativas, que desarrollan esta metodología como estrategia para
la toma del poder. Es decir, la lucha armada inscripta en una estrategia
de guerra. La guerra popular entendida como la participación de todo el
pueblo en la guerra, donde se expresa la lucha de masas y esta impulsa
la lucha armada revolucionaria y todas las formas de lucha, es decir, es el

3.— Entrevista a Guillermo Almeyra de Marcelo Langieri, 2015.

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Entrevista a Guillermo Almeyra. . . 109

pueblo en armas como la máxima expresión político militar organizada


de una manera revolucionaria. Y entendida a la manera clásica como la
continuación de la política por otros medios.

IV
En el proceso revolucionario de los años sesenta y setenta es impor-
tante distinguir entre la lucha armada como estrategia para la toma del
poder y las formas de lucha violentas que se fueron desarrollando en la
resistencia a la dictadura, de fuerte signo antiperonista, impuesta en 1955.
La caracterización de la dictadura de 1955 corresponde a la identidad
asumida por los sectores hegemónicos de las fuerzas armadas que rea-
lizaron el golpe y que enarbolaron banderas explícitamente refractarias
hacia el peronismo. Tal fue el carácter revanchista, que se llegó al punto
de prohibir la mención del nombre de Perón y los símbolos del peronismo
a través del decreto 4.151 y decretar la disolución del Partido Peronista. El
artículo 1º del mencionado decreto decía:

«Se considerará especialmente violatoria de esta disposición la utilización de


la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes,
el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto,
el de sus parientes, las expresiones “peronismo”, “peronista”, “justicialismo”,
“justicialista”, “tercera posición”, la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el
régimen depuesto, las composiciones musicales “Marcha de los Muchachos
Peronista” y “Evita Capitana” o fragmentos de las mismas, y los discursos del
presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos. . . ».

Resulta pertinente señalar que este proceso fue avalado y acompaña-


do por fuerzas de raigambre popular como el radicalismo, el socialismo y
el comunismo, entre otras.
El golpe de 1955 deja al peronismo desarticulado y sin conducción
efectiva, sin embargo demostró tener energías de reserva en las bases po-
pulares y apoyos en los gérmenes de un sector de la nueva izquierda.
La militancia peronista posgolpe respondía centralmente a una lógica
de resistencia a la brutalidad del régimen y estuvo caracterizada por su
inorganicidad y extensión: según Almeyra «Eran los sectores obreros, se
ponían caños en todo el país, desde Jujuy hasta Buenos Aires. . . Se inicia
una resistencia que aunque estaba totalmente aislada tenía un apoyo muy
grande. . . ».
En nombre de la libertad el gobierno de la «Revolución Libertadora»
desarrolló una brutal ofensiva contra la clase obrera atacando las con-
quistas obtenidas durante el gobierno peronista, además de la represión
desatada, que incluyó la persecución sistemática y fusilamientos que no
respetaron ni siquiera la legalidad del régimen. Paradojalmente el golpe
se había realizado en nombre de la democracia y la libertad con el apoyo

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político y social de quienes se reivindicaban como las clases progresistas


del país.
El golpe de 1966 en cambio tuvo otro carácter y su bandera principal
fue garantizar la gobernabilidad en un país que no conseguía estabilizar su
sistema político. Además planteaba alinearse dentro del orden económi-
co impuesto por el capital monopolista a través de inversiones extranjeras
que promoviesen el desarrollo industrial. El carácter cerradamente auto-
ritario de este proceso chocó fuertemente con las tendencias moderniza-
doras en lo cultural y político existentes, donde muchos sectores sociales
y políticos que habían prestado atención a los reivindicaciones contra el
peronismo, creando una base de apoyo al golpe, ahora se sentían agredi-
dos por las políticas de la «Revolución Argentina» que clausuraba la polí-
tica y tenían oídos atentos a los nuevos acontecimientos internacionales
que sucedían.
Las conciencias que se «despiertan» en este proceso son producto
también de la acumulación realizada entre los golpes de 1955 y de 1966.
En ese proceso se destaca la Revolución Cubana y la política de expor-
tación de la revolución del castrismo, que cabalga temporalmente entre
ambos sucesos a nivel de la militancia en los partidos de la izquierda tradi-
cional. En la ruptura de cualquier expectativa de los sectores medios con
el régimen se inscribe como página principal la violenta intervención de
la Universidad de Buenos Aires, conocida como La noche de los bastones
largos, que representó el éxodo intelectual más importante de la historia
nacional, hasta con la expulsión o abandono de sus cátedras, en protesta
por las medidas de intervención y represión, de los profesores más des-
tacados de Universidad de Buenos Aires de las distintas facultades que la
componen, incluyendo al propio rector.
Las características del golpe de 1966 crean condiciones para una con-
ciencia diferente a la de 1955. Ahora no es en nombre de la libertad – aun-
que fuese abstracta, irreal, o de clase – ahora es en nombre del orden y en
defensa de los valores que imprime el capital monopolista a la sociedad
donde se realiza el golpe. Es así que la lucha de clases amplía su frontera,
el progresismo otrora desacomodado con el peronismo ahora encuentra
un lugar en las trincheras culturales de la resistencia y el rechazo al ré-
gimen. La promesa de veinte años de proceso que anunciaba con cierta
candidez el gobierno de la «Revolución Argentina» resultaba un insulto a
la inteligencia y no dejaba lugar más que al sometimiento o la rebelión.
Ahora no es el peronismo el parte aguas en el campo popular.
Entre uno y otro proceso dictatorial median fracasos trascendentes
de las clases dominantes. Primero, el fracaso del desarrollismo tanto en
lo económico como en los político. La penetración del capital extranjero
dinamizó la economía pero acentuó la explotación y la dependencia del

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país sin garantizar la gobernabilidad. Segundo, el sistema político no en-


contró un centro organizador para consolidar y legitimar la dominación.
No se trata de un fenómeno local, en América Latina toda los anti-
guos actores de la vieja y gastada política han sido desahuciados y no tie-
nen vigencia. Son nuevos nombres los que ocupan el firmamento político
continental, todos hombres jóvenes: Fidel Castro, Che Guevara, Camilo
Torres, Douglas Bravo, Marulanda, entre otros, los auténticos protagonis-
tas del gran acto histórico que se vive en el continente (Altamirano 1967).
Guillermo Almeyra caracteriza la situación de la siguiente manera: «Así
que por esos años se va formando esa idea, todo eso confluirá con el de-
rrumbe paulatino de la dictadura y al debilitarse políticamente la dicta-
dura, sobre todo con tipos como Onganía que se echa encima a toda la
universidad, con La noche de los bastones largos, va a crecer mucho el
terreno para la idea de la insurrección armada y también por la influencia
internacional que estaba en la época de eso, por todos lados había gue-
rrillas y lucha armada lo que le dará un nuevo puntapié pero ya en los 70
es el fracaso de la salida democrática de la Unidad Popular y el gobierno
de Torres en Bolivia y cuando la asamblea popular de Bolivia que era una
verdadera constituyente fracasa y viene la dictadura y cuando la Unidad
Popular chilena, fracasa y viene la dictadura, empieza la lucha guerrillera,
esa es más o menos la conclusión. . . ».

A manera de conclusión
Volviendo a la pregunta inicial formulada por Necoechea Gracia so-
bre los factores que coadyuvaron a que numerosos individuos se invo-
lucraran en las políticas de izquierda, resulta indispensable volver tam-
bién sobre alguno de los conceptos que nos permiten problematizar la
cuestión. En este sentido querríamos comenzar subrayando una insisten-
te observación de Rodolfo Puiggrós, quien adviertía sobre el riesgo de
conceptualizar conceptos en lugar de conceptualizar la realidad. El pre-
sente estudio entonces es un intento de conceptualizar la realidad a través
del recorte de su objeto de estudio, privilegiando al fenómeno del pero-
nismo en la construcción de una nueva subjetividad. Esta decisión surge
de valorar la importancia del peronismo como vehículo para la compren-
sión de la relación de la vanguardia y las masas en toda su complejidad
en la coyuntura estudiada. La resignificación de Perón y del peronismo,
y el surgimiento del peronismo revolucionario son un aporte a la cons-
trucción de una nueva subjetividad con vastos alcances generacionales
que iluminaron una determinación política orientada a la construcción
de una sociedad igualitaria.
La construcción de una nueva subjetividad en la coyuntura señalada,
tuvo una fuerte relación con esta resignificación del peronismo y de la fi-

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gura de Perón en amplios sectores de la sociedad, de manera especial en


los trabajadores y la juventud. El exilio y la ausencia de Perón, dentro de
una cultura política fuertemente impregnada por la experiencia peronis-
ta, la connivencia de los partidos políticos con los regímenes autoritarios,
el escaso peso del paradigma democrático, las penurias sociales, el avasa-
llamiento de las conquistas populares después de la caída del peronismo,
el desarrollo de una corriente revolucionaria dentro del peronismo, et-
cétera, permitieron, entre otras cosas, construir un Perón mítico. En esta
construcción Evita fue una figura clave, era algo así como la depositaria
del alma del peronismo Pero Perón además, y fundamentalmente, era un
dirigente político. Mientras el peronismo estuvo a la intemperie, margi-
nado del sistema político, esta contradicción no solo no estallaba sino que
retroalimentaba el fenómeno: el mito alimentaba al dirigente y el dirigen-
te dejaba que se alimentara el mito.
El Perón derrocado en 1955 volvía a ocupar el centro de la escena de la
mano de muchos de los sectores que habían visto con simpatía su caída o
que, inclusive, habían participado activamente para producirla. Los par-
tidos de la izquierda tradicional que se habían encolumnado detrás de la
«Libertadora» a poco de andar sufrieron escisiones y una fuerte pérdida
de influencia política. La participación en el sistema político solo satisfizo
apetitos particulares y significó en no pocos casos, un baño de despresti-
gio.
El otro factor determinante en la construcción de una nueva concien-
cia fue el fracaso de las políticas económicas y sociales posgolpe. La de-
bilidad de origen de los gobiernos surgidos de elecciones restringidas, los
condicionamientos impuestos por el capital monopolista y la tutela mi-
litar como partido de Estado generaron una inestabilidad que los tornó
inviables.
El capítulo siguiente entonces fue el nuevo golpe en 1966, esta vez
con una política autoritaria explícita y con el programa económico del
capital monopolista implementado a través de economistas pertenecien-
tes al riñón del mismo. Este hito es fundamental, porque la clausura de la
participación política coincide con el surgimiento a nivel nacional e in-
ternacional de una corriente contestataria y rebelde de vasta influencia
política y cultural. Como señalamos antes, Argentina transita un proceso
de modernización cultural que se ve ahogado en términos políticos fren-
te a la imposibilidad absoluta de tener alguna forma de canalización bajo
formas legales.
El golpe de 1955 significó la fragmentación del campo popular don-
de distintos sectores sociales, intelectuales y estudiantiles especialmente,
tuvieron una postura crítica y contestataria frente al peronismo. Inclusive
los sectores de la izquierda más radicalizada, germen de la nueva izquier-
da, que rechazaban las posiciones gorilas y antiobreras, desconsideraban

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Entrevista a Guillermo Almeyra. . . 113

a Perón como líder y especulan con la vacancia en la conducción de las


masas.
El golpe de 1966 en cambio, sin proponérselo, como un efecto no bus-
cado de la acción, crea condiciones para que el campo popular en térmi-
nos muy amplios se agrupe bajo un eje antidictatorial. Esto comprende a
vastos sectores sociales, de manera especial a la juventud y los trabajado-
res. También surgen otros ejes de agrupamientos muy potentes pero más
restringidos expresados en el antiimperialismo, el antiburocratismo y el
anticapitalismo que van conformando una nueva conciencia militante.
El quiebre producido en las conciencias entre uno y otro proceso
es fundamental para explicar las transformaciones producidas. El primer
golpe aisló a la clase obrera, que se mantuvo en su núcleo central dentro
del peronismo a lo largo de todo el tiempo, y alineó a los sectores me-
dios paradojalmente detrás de las banderas de la democracia y libertad.
Fueron estos sectores medios, en especial los estudiantes e intelectuales,
los que diez años después se transformarían en partícipes importantes del
proceso de cambio. Y fueron los partidos de izquierda, a través de sus es-
cisiones y desgajamientos, los que proveyeron buena parte de los cuadros
políticos que aportaron a la construcción de las nuevas organizaciones
constitutivas de la nueva izquierda.
Las expectativas insatisfechas generadas por el discurso liberal en lo
político y desarrollista en lo económico se transformaron en nociones re-
beldes cuando se vieron frustradas y sobrevino una dictadura cuyo pro-
grama económico era abiertamente el del capital monopolista. En contra-
partida las experiencias revolucionarias e insurgentes de la época tenían
la potencia de la verdad y la victoria. La primera en la convicción de la
justicia del alzamiento de los pueblos sojuzgados por siglos y la segunda
se verificaba en la concreción de la revolución y el socialismo en distintos
lugares del mundo.
De este proceso surgía una nueva subjetividad que se identificaba con
un hombre nuevo inspirado en la más bella tradición justiciera y literaria
que el Che Guevara, emblema de una nueva moral revolucionaria, hiciera
suya con la frase del Quijote de la Mancha: «combatir la injusticia donde
quiera que sea».

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114 Marcelo Langieri

Entrevista a Guillermo Almeyra*

«La historia sería de naturaleza muy mística si el


“azar” no desempeñase ningún papel».

Karl Marx, La comuna de París

Pregunta: ¿cuáles fueron los debates de los años sesenta en torno a la lucha
revolucionaria y, específicamente, en torno a la lucha armada? ¿Y cuáles fue-
ron los actores principales en esas discusiones, en esas luchas ideológicas?
Guillermo Almeyra: Yo iría un poquito más atrás para ver la trans-
formación social, porque una vez que se produce la Revolución Li-
bertadora se derrumba todo el aparato del Partido Peronista, al cual
nadie le había dado bola, salvo Nahuel Moreno que se relacionó con
el Comando Superior del Consejo Peronista. Y la gente empieza la
resistencia. ¿Cómo empieza la resistencia? Algunos poniendo caños
o intentando el levantamiento, como el general Valle que planteaba
una insurrección militar con apoyo popular. Después poniendo ca-
ños. Eran los sectores obreros, se ponían caños en todo el país, desde
Jujuy hasta Buenos Aires.
Se inicia una resistencia que aunque estaba totalmente aislada te-
nía un apoyo muy grande, la gente no tenía cómo pelear porque no
encontraba un centro; te pongo un ejemplo: cuando la CGT llama
al paro general inmediatamente después de 1955, es aplastada y me-
ten a diez mil dirigentes sindicales presos, queda todo vacío, no hay
quién organice. Entonces, la clase media que había creído que Perón
era fascista, que se había opuesto incluso armas en mano al gobierno
peronista, sectores que después confluirían en el frondicismo, harían
alianza con el peronismo. Eran antiperonistas gorilas. Entonces, to-
do dependía del movimiento obrero. El movimiento obrero empezó

*.— Guillermo Almeyra es historiador, investigador y periodista, cargos que ha


ejercido en diversas casas de estudio y medios de México, su tierra de exilio y
adopción. Pero ante todo Guillermo Almeyra es un militante. Tuvo una activa par-
ticipación en los movimientos revolucionarios argentinos a partir de la década del
cincuenta, siempre junto a los trabajadores, construyendo políticas de resistencia
a la autodenominada «Revolución Libertadora». Tuvo una destacada y prolonga-
da militancia en las filas del trotskismo y fue un férreo crítico a la burocratización
de la Revolución Rusa, cuando la Unión Soviética era una potencia. En su lar-
ga y prolífica vida política cultivó tanto el internacionalismo, que el exilio y las
persecuciones alimentaron forzosamente, como la valoración y comprensión de
los procesos que se sucedieron profusamente en todo el Tercer Mundo durante
ese tiempo. Atento observador y estudioso de la cuestión internacional, su pluma
continúa vibrante y lúcida frente a la actual realidad mundial colaborando en una
infinidad de publicaciones alternativas del mundo entero.

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Entrevista a Guillermo Almeyra. . . 115

a organizarse sin saber bien cómo, pero había un deseo grande de


reorganizarse. Había un grupo de gente muy pequeño, estaban los
comunistas, Rubens Íscaro, los dirigentes comunistas de gastronó-
micos, yo por aceiteros, ninguno representaba a nadie, estaban todos
los gremios intervenidos, ninguno de nosotros estaba trabajando, ni
los comunistas, ni yo ni nadie, organizamos un Comité Intersindi-
cal, que en el año 57 consiguió parar dos millones de trabajadores
en el Gran Buenos Aires, con una huelga de dos horas de protes-
ta, nadie sabía quién era el Comité Intersindical, no representaba a
nadie el Comité Intersindical, pero la gente quería pelear y cuan-
do encontró un punto donde apoyarse lo hizo. En todas las fábricas
comenzaron a surgir tendencias. Hubo una efervescencia muy im-
portante que tenía características diferentes según la provincia. En
la Capital eran tendencias que trataban de recuperar los sindicatos
intervenidos y como el sindicato estaba en manos de militares y no
funcionaban, funcionaban directamente clandestinamente, hicieron
una experiencia clandestina. Empieza la experiencia clandestina al-
rededor de los años 56, 57 y resistiendo por los problemas de las fábri-
cas, porque inmediatamente por supuesto hubo un retroceso social
enorme, las fábricas aumentaron el ritmo de trabajo, aumentaron el
número de máquinas a atender. Entonces empieza una resistencia
clandestina. En alguna provincia, como en Tucumán donde los sin-
dicatos habían nacido al mismo tiempo que como instrumento pero-
nista, obrero, la FOTIA por ejemplo, los sindicatos azucareros, esos
van más lejos en la resistencia, se transforma también en grupos que
están hablando de lucha armada y de otras cosas. Eso explicará por
qué en Tucumán cuando Perón llama a votar por Frondizi los sin-
dicatos sacan un partido local y no votan por Frondizi, mantienen la
independencia de clase ¿no? En Córdoba, que era una provincia muy
particular, donde había estado ese preperonista que era Sabattini, el
Gringo Sabattini, un radicalismo de clase media, reformista, con as-
pectos democráticos, laico, se produce la confluencia de un proceso
donde todos los sectores de la clase media que había apoyado al gol-
pe militar, porque era antiperonista y porque creía que Perón era un
fascista, etcétera, empieza a darse cuenta en un par de años que está
apoyando un gobierno de la oligarquía, eso se expresó en el fracaso
completo de la Constituyente y en el repudio al PC que entró en la
Constituyente, en la fragmentación del PS, en ese tipo de cosas. Pe-
ro, simultáneamente sectores obreros no peronistas, pero que tenían
muy buena relación, por ejemplo Atilio López de UTA de Córdoba.
Los comunistas, una izquierda peronista incluso con tradiciones sin-
dicalistas revolucionarias como eran los de Luz y Fuerza, sectores de
un nuevo proletariado de origen obrero estudiantil, surgido de la in-
dustria automotor, que era absolutamente nueva y que concentra en
Córdoba, gente de Rosario, de Buenos Aires de un montón de otros
lugares y que eran obreros estudiantes o técnicos obreros u obreros
intelectualizados, matriceros, y se generaliza la figura del obrero es-

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tudiante o del estudiante obrero, el estudiante pobre que trabaja en


la fábrica y que después sigue estudiando. Entonces surge en Cór-
doba un proceso nuevo que es lo que permitió que en el 57 la CGT
de Córdoba, una de las intervenidas convocase a la CGT del interior
hiciera el programa de Huerta Grande y La Falda y luchara para la
recuperación de la CGT, ¿no?, pero no eran peronistas, tenían una
base entre los obreros peronistas todos ellos, ni Garzón Maceda el
de prensa que estaba ligado al Partido Socialista Nacional, ni López,
ni Tosco, ni yo que estaba por los metalúrgicos, ninguno era peronis-
ta, pero todos entendían el peronismo. Entonces surge eso. Cuando
Frondizi en el 58 decide hacer un acuerdo con los yanquis, con la
Standard Oil y con la iglesia, la protesta de los radicales es enorme,
el laicismo, la protesta estudiantil, el laicismo de los sectores socia-
listas, radicales, que se sentían estafados por la llamada Libertadora
confluye en torno a un eje obrero. Yo me acuerdo que había en Cór-
doba, concretamente, en el plenario de la CGT habíamos dicho los
estudiantes tomaron por asalto esta CGT hace dos años, y trataron
de romper la huelga de UTA, todo eso, pero en esta ocasión estaban
peleando por un derecho que es el de todos, que es el derecho a la
educación libre, laica y contra la iglesia y hay que apoyarlos y en-
tonces la CGT salió a dirigir la huelga estudiantil y a la ocupación de
fábricas y confluyeron obreros y estudiantes. De ahí surgió la idea
de que dejen la clandestinidad, grupos ¿no?, en Córdoba, en Buenos
Aires, de que había que organizar resistencia clandestina, ligados al
movimiento de masas en primer lugar. El Lisandro de la Torre fue
la expresión más directa ¿no?, Borro y la explosión del Lisandro de
la Torre, la resistencia a toda costa adentro de la fábrica, largarle los
bueyes contra la policía, las vacas contra la policía, todas esas cosas.
La resistencia que unía todos los métodos de lucha fabriles, barriales
y semiinsurreccionales. El gobierno no se engañó y declaró inmedia-
tamente el CONINTES y con eso hizo dar una escalada a la lucha,
porque si antes de la resistencia estalla la represión puntal militar y
policial, la resistencia que ya era oculta pero con métodos gremiales,
con huelgas que no se sabía quién las organizaba, pero que tenían un
éxito bárbaro, luchas que imponían cambios en las fábricas, etcétera,
tenía que pasar a ser un instrumento ya, tenía que tener una coordi-
nación. Eso impone una nueva dirección en el peronismo, una nueva
dirección que será las 62, las 62 Organizaciones, que nace en realidad
de gente que estaba influenciada por posiciones revolucionarias, los
acusaban de trotskistas, los trotskistas, Amado Olmos, Framini, sobre
todo a Olmos lo acusaban de trotskista, porque la vieja burocracia
peronista o estaba borrada, se había escapado o estaba presa, o no
tenía volundad de lucha. Hay un cambio de generación en la burocra-
cia sindical. Surgen dirigentes de gremios, incluso importantes, que
eran muy combativos, muy derechos como Vandor en su momento.
Surgen así y surgen en una resistencia y surgen como resistencia pe-
ronista. Y en el movimiento estudiantil como no estaban ligados a ese

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movimiento obrero sino empezaban a estar ligados, algunos sectores


empiezan a pensar y lo pensarán después, y lo pensarán sobre todo
a partir del 59, con la mala interpretación de la Revolución Cubana,
de que el asunto era darle una forma de grupo revolucionario para
la lucha ¿no? La Revolución Cubana impacto distintos a los obreros
que a los estudiantes y a las clases medias. A los obreros al principio
los confundió porque como eran peronistas y habían visto como al
gobierno peronista lo derrocaban en nombre de la democracia, de
la libertad, que sé yo, creyeron que el amigo de Perón, Batista ha-
bía sido derrocado del mismo modo, tanto es así que al principio los
obreros rechazaron la Revolución Cubana, creyendo que eran gori-
las. Cuando vino la delegación cubana acá, el primer país que visitó
fue la Argentina, no pudieron pasar por la Gral. Paz porque los ape-
drearon, tuvieron que ir a alojarse en el Alvear Palace Hotel donde
los metió el gobierno, yo me acuerdo haber discutido en ese mo-
mento con Dorticós, haberle dicho mire la gente que los apedrea a
ustedes son sus amigos y la gente que los recibe a ustedes, el PC, y
que los aplaude y el gobierno son sus enemigos, entonces póngan-
se en contacto con estos que los están apedreando, expliquen y no
se vayan con estos tipos. Entonces, te digo que para entrar al Hotel
Alvear recibimos tantas patadas en los tobillos. . .

Pregunta: Esto ¿a quién se lo dijiste?


Guillermo Almeyra: A Dorticós, porque él estaba rodeado por el PC
de aquí, que se había opuesto a la Revolución Cubana y que estaba
ligado también a Frondizi. Cuando ganó Frondizi en el periódico de-
cían: El pueblo está en la Rosada, eran frondicistas. Entonces los tra-
bajadores al principio tomaron a la Revolución Cubana hostilmente,
porque a Perón le había pasado algo parecido según ellos, Batista era
amigo de Perón, ese tipo de cosas. Pero después empezaron a ver de
que no, que fusilaban a los torturadores, a los canas, que se tomaban
medidas que fueron ganando confianza, pero no se hicieron cuba-
nistas fidelistas, como sectores importantes de las juventudes de las
clases medias, y del PS, el PS, Palacios a la cabeza. Palacios había
sido embajador de la Libertadora y pasó a ser pro cubano, escisiones
en el PS, sucesivas escisiones en torno al problema cubano y algu-
nas de ellas con una mentalidad de puchistas o de insurrección, no
sabían muy bien si organizar un puch u organizar un apoyo de más
largo plazo y no es casual que esas escisiones del PS alguna de ellas
después se transforman en maoístas. La Revolución Cubana, enton-
ces, determinó eso y hubo quién sacó sus conclusiones. Ya en el año
estallaron los Uturuncos. Los Uturuncos eran un grupo de tucuma-
nos, simpatizantes trotskistas varios de ellos, uno de ellos dirigente.
Unían a campesinos y a uno que otro cuatrero de burros, eran gente
popular, campesinos tucumanos que se alzan en armas, es la primera
guerrilla que se alza en armas, tenía una mezcla de obrerismo socia-
lista o socializante y de peronismo, son los primeros. Después estuve

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preso con ellos y te digo que en parte me salvaron la vida, inciden-


talmente, yo estaba preso con los comunistas que me hacían la vida
imposible porque decían que yo era agente del imperialismo, por-
que decían que Cuba tenía que romper completamente con la uni-
dad con los antibatistianos. Y un buen día cae preso un dirigente del
Comité Central del PC, un hombre viejo, de unos setenta y pico de
años, polaco, o sea extranjero, comunista, judío, sastre, artesano y
ninguno le quería dar su cucheta. Y estaban los nacionalistas, había
dos o tres nacionalistas de la Alianza Libertadora que andaban con
unos cuchillos hechos con flejes de cama diciendo que lo iban a ma-
tar, entonces yo les dije a los comunistas: ustedes son unos hijos de
puta, este hombre es dirigente de ustedes, es viejo, es obrero, es un
inmigrante y ninguno de ustedes jóvenes quiere desafiar a los tipos
estos, yo le doy mi cama y yo me voy abajo con los nacionalistas,
vamos a ver qué pasa. Entonces, lo primero que hice me junté con
los Uturuncos y les dije estos dos tipos que andan ahí amenazando
con el cuchillo se me van a venir esta noche, yo voy a dormir con
una mano arriba del banquito cuando ustedes oigan boing vengan
porque me achuran y entonces cuando los tipos vieron que éramos
siete, ya no era uno solo, reflexionaron. Los Uturuncos eran así, los
primeros que nacieron, incluso gente muy de derecha, como Masetti
que venía del nacionalismo más reaccionario, de la Alianza, semifa-
chista, es influenciado por la Revolución Cubana y gente del aparato
peronista también como Cooke, es influenciado. Pero la posición in-
surreccional de ellos, no de Cooke, pero de Masetti por ejemplo no
era compartida por los sectores mayoritarios peronistas, estos creían
con justa razón que al gobierno lo iban a tirar con su resistencia or-
ganizada, con su resistencia de fábrica, con su resistencia política, y
cada vez que Perón mandaba una orden que no les gustaba, no la
acataban y además le votaban por otras direcciones sindicales y le
hacían ese tipo de cosas. Entonces se fue formando en el movimien-
to obrero una idea de independencia y de auto organización frente
al peronismo, eran peronistas sin dudas.

Pregunta: ¿Quiénes son los dirigentes que expresan esto?


Guillermo Almeyra: Mirá, Olmos, Framini. Framini venía de un pero-
nismo conservador, pero que después de las elecciones, cuando gana
en la provincia de Buenos Aires, aparece como un dirigente acusado
de trotskista, porque se apoya en las conclusiones sociales que es-
taban explicadas del modo mejor posible en el programa de Huerta
Grande y La Falda, que era un programa a la vez nacionalista, obrero,
y combatía al capital monopólico.

Pregunta: ¿El programa de transición?


Guillermo Almeyra: Sí, ahí había participado un muchacho en la re-
dacción, su nombre era Saúl Hecker, que venía del PS con nosotros,
después se murió. Hubo un obrero argentino-alemán, Pablo Schulz,

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que después combatió en Argelia, que era de nuestro partido y que


había participado también, él era fruto de la CGT de Córdoba. La
CGT de Córdoba hizo el programa sin darse cuenta de la importan-
cia que tenía, no lo mantuvo durante mucho tiempo y lo tuvimos que
reanimar diez veces, veinte veces, en cuanto Congreso de la CGT ha-
bía. Hay que sacar nuevamente el programa, no hay que rechazar el
programa, no hay que esconder el programa, decíamos!!!
Había figuras visibles, en Córdoba la cabeza era el Consejo Direc-
tivo de la CGT, Atilio López, que lo asesinó las Tres A cuando era
vicegobernador. López era un radical pero estaba muy cercano a los
peronistas, en su gremio lo elegían y cantaban la marcha peronis-
ta y él no era peronista. Yo nunca fui peronista pero me elegían los
peronista, teníamos un bloque en la UOM con el apoyo de la izquier-
da peronista más los comunistas cordobeses que eran muy poquitos
y dos o tres fabriquitas que eran muy chiquitas. Entonces se forma
un núcleo colectivo, Tosco era el ideólogo de eso pero había otros
ideólogos de ese mismo grupo, uno era Garzón Maceda, abogado, él
venía de una familia de abogados defensores de los derechos demo-
cráticos, un tipo de la Reforma, todo eso. Entonces ese grupo, ligaba
algunos aspectos como preparar la guerrilla en el norte con la evo-
lución del movimiento obrero, porque le daba mucha importancia,
por ejemplo, a la resistencia al CONINTES. En Córdoba se resistió
muchísimo y después se sucedieron las grandes protestas como el
Cordobazo, el Rosariazo, entre otras.

Pregunta: Cómo se desarrolla esta tensión entre el núcleo obrero y aquel otro
que empieza a plantear otra forma de lucha que se despega un poco de la
lucha obrera
Guillermo Almeyra: Claro, porque en el núcleo obrero lo que apare-
cía cada tanto, aparecían, nunca faltaba algún tenientito o sargentito
que aparecía por ahí, porque hay que recordar también que el ejér-
cito fue muy depurado de los oficiales y suboficiales que venían de
clases populares ¿no?, que habían sido peronistas. Tanco por ejemplo
o Valle, pero también depuraron un montón de otros tipos, mayores,
capitanes que conspiraban a lo milico. Veían la salida pero como re-
sultado de una cosa castrense o semicastrense, de discutir, de buscar
apoyos civiles y militares, con la diferencia de que los sargentos esta-
ban en los barrios populares, sobre todo cuando los habían echado.
Entonces sargentos, cabos, todos ellos daban bastante manija a po-
ner caños, a la resistencia. Pero el otro proyecto, porque en realidad
no había un proyecto claro para nadie, pero había un proyecto instin-
tivo del movimiento obrero «a estos los vamos a echar con la huelga,
con el movimiento, con la resistencia, con la movilización».
Había una disputa con los que buscaban la solución por su propia
cuenta, desvinculados en parte de las masas. Hay que tener en cuenta
también que el movimiento obrero clandestino hacía tareas políticas

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clandestinas, por ejemplo nosotros pasamos a guerrilleros brasileños


para que entrasen a su país, los pasamos a través de redes. Eran di-
rigentes sindicales, cuadros sindicales, que pasaban por Tucumán,
Salta, Bolivia. Hacían también la experiencia política de hacer pasar
militares brasileños o gente de Brizola que iba a realizar la guerri-
lla, no rechazaban la guerrilla, es más apoyaban guerrillas en otros
lugares, pero no tenían como centro hacer una guerrilla aquí.

Pregunta: Y qué vinculación se establece con las organizaciones armadas de


esta experiencia
Guillermo Almeyra: Las organizaciones armadas son posteriores, ¿no?,
en todos esos años no hay, te digo la primera es la de los Uturun-
cos, primera y por un rato única, después ya viene el guerrillerismo,
no tanto por la Argentina pero viene porque con la influencia de la
Revolución Cubana surge la idea absolutamente criminal de Régis
Debray. El apoyo a Fidel, de generalizar el ejemplo cubano que era
totalmente atípico, entonces se hacen guerrillas en México, algunas
tienen cosas resonantes, lo mismo los brasileños, se hacen guerrillas
después de los años sesenta, porque el golpe en Brasil fue en el 64 y ya
había surgido la idea de Brizola de resistirlo con los llamados grupos
de Once. Los grupos de Once eran grupos, células político militares
pero independientes que realizaban pequeñas acciones, pero había
habido intentos anteriores en el 64, por ejemplo los infantes de ma-
rina brasileños y el cuerpo de tanques ya se habían opuesto armas en
mano al golpe y fueron torturados, encarcelados.
Se generalizaron las guerrillas en buena parte de América Latina pe-
ros los obreros no se informaban demasiado sobre eso, pero la clase
media aquí sí, los sectores que querían hacer algo, y sobre todo que
querían acercarse a los obreros peronistas porque se habían dado
cuenta que la visión primitiva que habían tenido hasta 1955 los cen-
tros estudiantiles, los estudiantes, de que Perón era igual a fascismo,
era falsa. Perón podía ser todo lo derechista que quisieran pero la
gente lo apoyaba a Perón por otras razones, por las conquistas ob-
tenidas, estos sectores vieron que después de 1955 pasaban años y la
gente seguía resistiendo, seguía peleando, entonces se empezaron a
dar cuenta de que había un problema político social y empezaron a
respetar, a acercase, sobre todo cuando había coincidencias en al-
gunos problemas como por ejemplo en la lucha contra la enseñanza
religiosa, en la defensa de los derechos democráticos y el deseo de
sacarse de encima la dictadura. Entonces comenzaron a acercarse,
ese acercamiento hizo que muchos que habían sido antiperonistas
creyeran que para estar junto a los obreros peronistas había que ha-
cerse peronistas. El caso más claro fue el del PC, que habían sido
gorilas, que pasaron a una posición diferente ¿no?, es decir atraídos
por la resistencia de los trabajadores y por la influencia de la Revo-
lución Cubana y de la Revolución China, que también en esos años

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cincuenta, sesenta, la Revolución China puso la idea guerrillerista en


la clase media. Los obreros no sabían ni que existía la Revolución
China, imaginate vos, no es que fueran insensibles a lo internacio-
nal, yo me acuerdo muy bien, estaba trabajando en una fábrica textil
cuando el primer Sputnik, eran las 10 de la noche estaba en plena
dictadura y se supo lo del Sputnik y paramos espontáneamente, la
fábrica a la noche paró, de alegría, fue un triunfo que aparecía como
un triunfo antiimperialista, era un triunfo científico lo del Sputnik y
la gente era peronista no comunista, no quería saber nada con el PC
que había participado en el golpe de 1955 dos años antes. Entonces
la gente tomaba las cosas con beneficio de inventario, tomaba esta y
te dejaba otra cosa, pero la Revolución China no la tomó, en cambio
la clase media sí. Surgieron importantes sectores pro chinos del PS,
del PC, con la idea de que el partido es el que tiene que dirigir el
proceso revolucionario, en consecuencia surgieron tendencias sus-
titucionistas. Siempre hubo resistencias parciales en los barrios, de
repente desarmar algún policía, reunirse clandestinamente para or-
ganizar movimientos, todas esas cosas, eso había, había un gran co-
nocimiento. Entonces eso pegó un salto cualitativo y se comunicó a
sectores de clase media que ya empezaron a pensar en una lucha ar-
mada. El ERP en el sector de la izquierda nació precisamente de eso
¿no?, era un sector que venía influenciado más o menos por el trots-
kismo, Santucho por ejemplo, yo era dirigente entonces del único
partido trotskista que se decía, del único que existía, porque Moreno
se había borrado, se decía peronista, vino a vernos para una con-
fluencia y nosotros le dijimos que podíamos actuar conjuntamente
lo que quisieran, porque él tenía un Frente en Santiago, Indoame-
ricano, solamente en Santiago podían pensar en indios porque en
la Capital no había, ni en Córdoba tampoco, que podíamos llegar a
confluir pero que no teníamos nada que ver programáticamente por-
que no era socialista, él creía que se podía hacer una mezcla y eso
lo plasmó en el IV Congreso del PRT, una mezcla, él hablaba de algo
sincrético, pero era una ensalada rusa, entre el maoísmo, tal como
lo entendía él, lo que él aceptaba de Trotsky, que era la lucha contra
la burocracia, el resto no lo aceptaba y un pensamiento nacionalis-
ta radical, bueno, y la lucha armada como conclusión para imponer
eso.

Pregunta: Esto ya es, ya son los setenta


Guillermo Almeyra: Los setenta.

Pregunta: Previo a eso está la muerte del Vasco Bengoechea, ¿no?


Guillermo Almeyra: El Vasco Bengoechea era uno que dejó de pen-
sar como Moreno, que la cosa era entrar por la ventana, Moreno era
un maniobrero de tomo y lomo, el que había dicho que el peronis-
mo era agente del imperialismo inglés, lo había dicho en el 48 y lo
siguió diciendo hasta el 50, en el 52 es uno de los fundadores del Par-

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tido Socialista de la Revolución Nacional con Abelardo Ramos, con


el viejo Dickman y con Esteban Rey. Es más, él organiza la provincia
de Buenos Aires. Ese Partido Socialista lo había inventado Perón ante
la crisis de izquierda que tenía en el movimiento con los obreros ha-
bía tratado de hacer un partido socialista peronista para impedir que
los obreros peronistas fueran al socialismo y entonces él se mete ahí
en ese peronismo a lo bruto, como siempre, mimetizándose de pero-
nista y lo agarra el golpe siendo peronista, y sigue siendo peronista,
saca un periódico clandestino, bajo la conducción del Comando Su-
perior Peronista, con Perón y Evita en la foto. Mientras tanto hace
mil maniobras, hubo un grupo importante que había sacado en cierto
momento bastantes concejales en la Capital, que era Concentración
Obrera, una escisión del PC de derecha, una escisión de los años
29, hace entrar a su gente en Concentración Obrera, como los otros
eran diez, quince, no quedaban más, se apodera de todo, se queda
con los bienes, se queda con los aparatos, lo mismo con el Partido
Socialista de Coral. Entonces Bengoechea estaba harto de esa cosas,
Bengoechea era un hombre de acción y decide crear una célula, él
era un dirigente, él era el segundo después de Moreno, pero decide
crear una célula propia de acción sin decirle a Moreno y empiezan a
prepararla y ahí saltan por el aire antes de poder entrar en acción.

Pregunta: La famosa calle Posadas. . .


Guillermo Almeyra: En la calle Posadas vuelan por los aires, pero ya
era una expresión de búsqueda en ese sector del morenismo de la
lucha armada. Santucho se unirá antes con Moreno, antes de empe-
zar la lucha armada, se une con Moreno y otros conocidos incluso
por la IV Internacional de París que reconoce cualquier cosa ¿no? y
en ese período la división es: Santucho que quiere ir a la lucha arma-
da y Moreno que quiera mantener una acción legal, política, sindical
con el PST. Santucho entonces después dará origen al ERP. Hubo un
intento de cristianos como García Elorrio, un sector de Cristianis-
mo y Revolución, sectores cristianos influenciados por el Concilio
Vaticano II y por el Concilio de Medellín, sectores que evolucionan
hacia la izquierda. Uno de los que todavía anda por ahí Enrique Dus-
sel, el filósofo, era jesuita y después fue obispo y fue uno de los que
intervinieron en darle forma al Concilio de Medellín, todos secto-
res cristianos. Camilo Torres en Colombia, el obispo de Cuernavaca
(Méndez Arceo), cristianos que estuvieron en las guerrillas centroa-
mericanas que optan por el camino de la insurrección, un poco por
la idea cristiana, la prueba, el compromiso cristiano se lo tomaban en
serio, era gente seria y otro poco porque pertenecían todos ellos a
una intelectualidad muy influenciada por la Revolución Cubana, eran
todos intelectuales de mucho valor, Camilo Torres era un intelectual
de Lovaina, jesuita muy preparado.

Pregunta: Camilo Torres era sociólogo

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Entrevista a Guillermo Almeyra. . . 123

Guillermo Almeyra: Claro, había un montón de esos. Entonces hay


diversos sectores que van llevando a la idea de la guerrilla y por di-
versas razones también ¿no?, unos por la idea del foco otros por la
idea medio maoísta, Argentina no tanto, porque Argentina no es un
país de campesinos, pero en otros países sí y otros simplemente por
la idea cristiana del acto de fe, del compromiso, de ese tipo de cosas
así. Así que por esos años se va formando esa idea, todo eso confluirá
con el derrumbe paulatino de la dictadura y al debilitarse política-
mente la dictadura, sobre todo con tipos como Onganía que se echa
encima a toda la universidad, con la noche de los bastones largos,
va a crecer mucho el terreno para la idea de la insurrección armada
y también por la influencia internacional que estaba en la época de
eso, por todos lados había guerrillas y lucha armada lo que le dará
un nuevo puntapié pero ya en los setenta es el fracaso de la salida
democrática de la Unidad Popular y el gobierno de Torres en Boli-
via y cuando la asamblea popular de Bolivia que era una verdadera
constituyente fracasa y viene la dictadura y cuando la Unidad Popu-
lar chilena, fracasa y viene la dictadura, empieza la lucha guerrillera,
esa es más o menos la conclusión y fomentada incluso por los cuba-
nos de una modo irresponsable.
Los cubanos querían controlar todas esas guerrillas y apoyaban a to-
do el mundo que les fuera fiel y tienen un cierto eco y no hay nadie
que le diga que hay que ver la característica de cada país, y lo que
se puede hacer y cómo, combinar la lucha de masas con acciones
militares, pero viendo los momentos. irresponsablemente la misma
IV Internacional en su IX Congreso Mundial cree que se acercará a
los cubanos diciendo que la vía cubana y el ejemplo cubano es fun-
damental y adopta la idea guerrillerista para toda América Latina.
Entonces se generaliza en Bolivia, en Perú y se generaliza en otros
lugares de un modo irresponsable. Yo conocí a varios de los que em-
pezaron la guerrilla antes de que las empezaran, por ejemplo Luis de
la Puente Uceda en Perú. De la Puente Uceda venía del APRA, que
era un movimiento masivo, nacionalista, incluso obrero en el norte.
Él llega casi por exigencia cubana, porque él no quería hacer guerri-
lla, él quería hacer la experiencia aprista, la experiencia aprista era
una experiencia que había tenido un levantamiento armado, un le-
vantamiento armado de los marineros del Callao y otros, pero que no
era una experiencia de guerrilla era una experiencia de movimien-
to de masas, él quería hacer eso pero le dicen que vaya a hacer la
guerrilla y ahí muere trágicamente en el Cuzco, era el hombre me-
nos apto para una guerrilla que yo conocí, tenía un asma espantoso,
peor todavía que el del Che, era flaco y alto, parecía un poste de luz
en medio de los cuzqueños que tienen un metro sesenta, este tipo
del norte, mestizo de la oligarquía norteña, flaco, alto, lo veían a seis
cuadras, no duraría mucho. Había un voluntarismo espantoso, a mí
mismo me vinieron los cubanos a plantear que me sumara, me cita

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Pedro Asquini, del teatro independiente, muy buen director de tea-


tro en el café La Paz y me dice que estaba el Che en Bolivia y que
había pensado que yo fuera para allá y llevara unos compañeros y
que buscaban a Juan también para ver si iba alguno para allá, yo le
dije Juan en estos momentos aparte de que lo debe estar buscando
la policía, lo debe estar buscando el PC, en cuanto a mí vos venís a
este café parece el Clarín el de mayor tiraje de la ciudad de Buenos
Aires, es irresponsable totalmente lo que me venís a decir y aquí, te
agradezco la confianza, yo voy a transmitir, pero estás loco, absoluta-
mente loco, las cosas no son así y si están preparados así, si es donde
vos me decís y con esta preparación, pero eso va al muere, yo voy a
informar y un consejo al Che que se raje de ahí, bueno la cuestión
es que no sé si llegó a ponerse en contacto este, la cuestión es que
era muy irresponsable la cosa, pero se basaba en un sentimiento que
había que hacer alguna cosa indispensable, pasar a la acción ¿no?,
tenía una buena base porque la dictadura era frágil, desprestigiada,
muy combatida.

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Capítulo 7

Víctor Barrios: un «pionero» del movimiento


obrero riocuartense. Experiencia y tradición
obrera en el interior argentino

Mariana Mastrángelo
......

Introducción
Víctor Barrios fue obrero de la construcción, migrante o «cabecita ne-
gra», secretario general del Sindicato Único de la Construcción de Río
Cuarto por más de quince años y comunista desde siempre. Según él, fue
un raro ejemplo del obrero que se hizo comunista en una época donde,
«todos se hacían peronistas». Por su militancia de izquierda sufrió perse-
cución y varias veces padeció la cárcel, ya fuera por los gobiernos pero-
nistas o las dictaduras militares. En el año 1986 el Partido Comunista lo
expulsó por estar en desacuerdo con el giro que dio la dirección, que se-
gún Barrios, iba en contra de sus principios marxistas-leninistas. Sin em-
bargo, siguió mezclado con la juventud y la política. Militó hasta el último
día de su vida, que le llegó a la salida de una reunión del Frente Grande1
en la ciudad de Río Cuarto, a los 81 años, en el invierno de 2007.
En este capítulo nos proponemos repasar la experiencia de vida de
Víctor Barrios, su trayectoria política y sindical. Sin embargo, este reco-
rrido nos interpela a ahondar en un proceso complejo, que refiere a la
politización de un obrero del interior, que en el momento de auge del

1.— El partido político Frente Grande se forma como frente electoral en 1993, a
partir de Carlos «Chacho» Álvarez, el miembro más conocido del «Grupo de los
8» diputados que abandonan el Partido Justicialista en 1990, por estar en profundo
desacuerdo con el gobierno de Carlos Menem. Junto con ellos fundó el Movi-
miento por la Democracia y la Justicia Social (MODEJUSO). A ellos se les unen
otros políticos y partidos de sectores progresistas, como Pino Solanas y Graciela
Fernández Meijide y partidos como la Democracia Cristiana, el Partido Comunis-
ta y el Partido Intransigente.

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peronismo, se politiza hacía la izquierda. Algunas preguntas nos surgen


sobre este problema serían: ¿por qué el peronismo no «sedujo» a Víctor
Barrios, dado que él reunía todas las condiciones de «masa disponible»
que adhirió a este movimiento? ¿En qué tradición se inscribiría Barrios?
¿Es una excepción a la regla o responde a una cultura política determina-
da? Estos interrogantes nos conducirán a analizar en qué contexto Barrios
se politizó. ¿Cómo era Río Cuarto, una ciudad del interior argentino en
la década de 1940? ¿Había obreros? ¿Qué tipo de obreros? ¿La izquierda
tenía presencia? ¿Desde cuándo?
Para el estudio de estos interrogantes analizaremos dos entrevistas a
Víctor Barrios que fueron realizadas en distintos contextos y por ello tie-
nen distintas características. Una fue realizada por Marcos Barbero, his-
toriador riocuartense, en el año 2004. En esta, el entrevistado y el en-
trevistador, acordaron eliminar las preguntas y a su vez, Barrios tuvo la
posibilidad de agregar, corregir y ampliar información. De esta manera, la
entrevista fue «intervenida» por el entrevistado y se convirtió en la me-
moria «oficial» de este militante comunista. La segunda fue realizada por
Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo, en el año 2006. Esta es una trans-
cripción de lo que se conversó en esa oportunidad, y por lo tanto, la di-
námica de la misma es diferente a la memoria «oficial» de Barrios ya que
las respuestas son menos estructuradas y el tiempo histórico va y viene
entre el pasado y el presente. Ambos testimonios, con las particularida-
des mencionadas, plantean desafíos sobre cómo interpretar las respuestas
de Barrios en la entrevista transcripta y su memoria oficial. No es nues-
tra intención realizar una biografía fidedigna sobre la vida de Barrios, por
ello es que entrecruzaremos los dos testimonios a efectos de reconstruir
la trayectoria de vida de este militante comunista y, a su vez, echar luz
sobre el movimiento obrero riocuartense.

¿Por qué Víctor Barrios se hace comunista?


La pregunta que servirá de hilo conductor en este trabajo es por qué
Víctor Barrios optó por militar en el Partido Comunista en la década de
1940. ¿Fue una decisión personal, o su contexto familiar o laboral influ-
yeron en esta decisión? ¿Cómo interpretamos el proceso de politización
de este obrero comunista? ¿Fue el partido el que lo captó? ¿Por qué no el
peronismo? Pablo Pozzi sugiere que para el estudio de este problema:

«Debemos desplazar el eje de nuestra mirada desde la organización hacia los


seres humanos, para ver si a partir de comprender historias individuales co-
munes podemos llegar a percibir las similitudes, a los constantes, que hacen
al comportamiento colectivo. Esto podría permitir considerar los procesos de
politización, individuales y colectivos, no tanto como producto de algunos fac-
tores determinantes de una decisión racional sino más bien como parte de una

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Víctor Barrios: un «pionero». . . 127

estructura de sentimiento anclada en el sentido común de los distintos secto-


res sociales en un momento histórica y socialmente determinado» (Pozzi 2015,
pág. 6).

Al desplazar la mirada a lo individual, podemos ir entretejiendo los


elementos que confluyeron en el proceso de politización de Víctor Ba-
rrios. En uno de los primeros fragmentos de su relato, encontramos una
pista de esa elección que guiará el análisis. Él remarca que de pequeño
tenía sentimientos de injusticia y rebeldía, y empieza con una frase que
recorrerá todo su testimonio:

«En ese tiempo de mi infancia yo no sabía nada de ideologías, ni de partidos,


ni de sistemas políticos, solo preocupaba el cotidiano subsistir, como le dije,
éramos pobres. . . lo otro vino después. Pero yo ya temprano había desarro-
llado un. . . ¿cómo le puedo decir. . . ? había desarrollado un sentimiento, algo
que me parecía injusto, yo lo percibía, pero no tenía forma de explicarlo, me
daba cuenta de que algo no estaba bien, y me preguntaba por qué debía ser
todo tan desigual».2

Esa referencia a «yo no sabía nada de ideologías, ni de partidos» marca


el relato de Barrios y esa mirada la hace desde su presente. Con el tiem-
po y la militancia él fue adquiriendo conocimientos teóricos e ideológi-
cos, pero primero había una estructura de sentimiento, una experiencia
previa, que él no define como tal, pero que se infiere en su testimonio.
Asimismo, su contexto familiar, desde muy pequeño, lo determinó y em-
papó de ese universo de desigualdades marcado por la falta de trabajo y
el hambre, como él señalaba, «éramos pobres». Se suma en este proce-
so la búsqueda de trabajo junto a su familia, o bien solo. Este hecho de
migrar del campo a la ciudad o de una ciudad pequeña del interior a Bue-
nos Aires lo marcó y también influyó en su politización. Barrios hasta que
se estableció definitivamente en Río Cuarto, fue un obrero migrante, que
desempeñó distintos oficios, donde alternaba el trabajo de jornalero en el
campo con el de minero, panadero o albañil.
En esas migraciones no solo realizó infinidad de trabajos sino que se
vinculó con otros obreros y a través de ellos conoció la política. La ex-
periencia transmitida y recogida por Barrios de esos trabajadores que ha-
blaban de sus derechos lo marcaron al punto de que cuando su hermano
mayor le habló de marxismo, él ya sabía de qué se trataba: la praxis y el
contacto con ese nuevo mundo no lo hicieron dudar de que tenía que
hacerse comunista.
Nuestra hipótesis sostiene que en el proceso de politización de Ba-
rrios se fueron entrecruzando distintos elementos como sentimientos de

2.— Entrevista a Víctor Barrios realizada por Marcos Barbero en la ciudad de Río
Cuarto en el año 2004 (Pozzi 2015).

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128 Mariana Mastrángelo

injusticia y rebeldía, que dan cuenta de una estructura de sentimiento cla-


sista, junto a la migración en busca de trabajo y el contacto con obreros
politizados. Esta amalgama confluyó en un momento determinado, como
fue el surgimiento del peronismo, e hizo que una decisión individual, la
de ingresar a un partido de izquierda, fuera un dato distintivo ya que la
gente que rodeaba a Barrios, en su mayoría, todos se hicieron peronis-
tas. Retomando a Pozzi, el autor plantea que el proceso de politización
es más que una simple relación mecánica de «conciencia» y de «clase», al
sostener que:

«La no adhesión de obreros a la organización marxista, o la membresía en


un partido populista o liberal presupone niveles de despolitización, engaño,
clientelismo, o baja conciencia. Esto, a su vez, encierra un problema meto-
dológico: un complejo proceso social es reducido a una relación mecánica y
constatado por un razonamiento tautológico. Si el partido es “de clase”, enton-
ces su adhesión implica conciencia, y sabemos que los adherentes son “cons-
cientes” porque adhieren al partido. Subyacente a todo esto es la visión por la
cual el partido político es algo externo a los sectores sociales a los que se diri-
ge, y de ninguna forma es un emergente de la experiencia de estos ni tampoco
se desarrolla en su seno. . . Evidentemente, un afiliado al Partido Comunista
puede o no ser un obrero ejemplar, al igual que un obrero peronista. Parte del
problema es cómo articular al individuo con el grupo social, o sea con la clase,
a que pertenece»(Pozzi 2015, pág. 4)

En el ejemplo de Barrios constataremos que su ingreso a la militan-


cia no respondió a un mecanismo lineal, y que su toma de conciencia
vino después, primero estuvo su experiencia y su estructura de sentimien-
to clasista que lo atravesaron y definieron. Esta lectura individual puede
dar cuenta, a su vez, de un proceso colectivo más amplio, ya que muchos
obreros, como Barrios, siguieron siendo de izquierda o eligieron serlo en
pleno auge del peronismo.

El encuentro con la política


Víctor Barrios nació en el departamento de San Martín de la provincia
de San Luis, el 10 de febrero de 1927. Hasta los ocho años vivió en un cam-
po de diez hectáreas donde sus padres eran productores y que les daba
solo para comer, a él y a sus nueve hermanos. Por ello su padre trabajaba
en otros campos, y su madre lavaba la ropa de «los ricos». Pero siempre
recibían mucho menos de lo que producían, y así, migraron de campo en
campo, hasta que la familia decidió mudarse a Río Cuarto, ciudad prós-
pera del interior cordobés.
En sus primeros años de edad, Barrios ayudaba a su padre en la re-
colección de maíz y en el cuidado de algunos animales que tenían, él re-
cuerda que:

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«Acompañaba a mi padre cuando cruzaba las sierras. . . estas, las de Come-


chingones, cruzábamos por acá por Achiras, al sur, y transportábamos maíz
en carretones tirados por caballos. . . hasta Monte Maíz se iba mi padre así. . .
yo me acuerdo que eran años muy difíciles, el trabajo no valía casi nada. . . por
ejemplo, yo de chico juntaba maíz, se juntaba a mano y se trabajaba de sol a
sol, yo tenía siete años, y la verdad que era bueno en eso, porque trabajaba
juntando maíz casi a la par de los otros hombres más grandes. . . era un trabajo
muy duro, y no se ganaba ni para subsistir. . . pero no había otra cosa, había
que hacer la campaña».3

Además del trabajo, con sus hermanos iban a una escuela rural que
quedaba a tres kilómetros de su casa. Marchaban en burro y les llevaba
toda la mañana y parte de la tarde hasta que volvían a su casa. Él y sus
hermanos aprendieron a leer y a escribir en esa escuela rural, y fue la
única posibilidad de instrucción formal que tuvieron, después el trabajo
se hizo necesario y el estudio quedó fuera de su alcance. Recuerda que
una de las cosas que más le gustaba hacer en esa época era ir al cine, y
eso era vivido como un gran lujo que la familia de vez en cuando podía
darse, o comprarse un par de alpargatas nuevas, o poder comer bien.
A los catorce años empezó a trabajar en las minas Sominar, en la pro-
vincia de San Luis. La experiencia en la mina Sominar, a comienzos de
la década de 1940, lo introdujo en un mundo nuevo, el de la política. Allí
trabajó junto a obreros chilenos y bolivianos. Las conversaciones que es-
cuchaba y mantenía con ellos le brindaron una concepción de mundo
desconocida por él, y pusieron en palabras ese sentimiento de injusti-
cia que desde pequeño él percibía pero no podía explicar. También un
nuevo vocabulario emergía en esas conversaciones. Términos como «re-
dención» del obrero, «emancipación de los oprimidos», «revolución» y los
«derechos de los trabajadores» van a pasar a formar parte de su lenguaje
cotidiano, que con su proceso de politización, fue asimilando de a poco.
Barrios recuerda cómo fueron esos años en la mina:

«En el 41 me fui a trabajar en la minería; eran las minas “Sominar”,4 de capitales


ingleses. El socavón estaba en las sierras, y ahí vivía con los otros mineros. . .

3.— Entrevista a Víctor Barrios realizada por Marcos Barbero en la ciudad de Río
Cuarto en el año 2004. Programa de Historia Oral. Facultad de Filosofía y Letras.
UBA.
4.— Este yacimiento se encuentra en el departamento Chacabuco, en la provincia
de San Luis. Se extraía Wolfram, material que aliado al acero le daba más resisten-
cia para la construcción de armamento. Su explotación comenzó ininterrumpida
e intensamente en el año 1898 por la compañía HANSA Sociedad de Minas (So-
ciedad Anónima) empresa alemana controlada por la Krupp. Dándole el nombre
de “Mina de los Cóndores”. Con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y tratán-
dose de un material imprescindible para la industria bélica, la producción que en
ese momento era de 300 toneladas anuales aumentó a 700 toneladas anuales. En

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era un trabajo muy pesado y era malo para la salud, la gente se enfermaba. . .
y tampoco pagaban bien, pero. . . se extraía Wolfram y también Chelita. . . yo
me recuerdo chico, rodeado de obreros mineros, eran gente grande para mí,
y me acuerdo muy bien de sus conversaciones, sobre todo dentro de la mina,
en las galerías del socavón, cuando no veían los capataces (. . . ) se hablaba de
política, ahí fue cuando yo escuché por primera vez de eso. . . sí, me acuerdo
de los chilenos, que eran los más politizados (. . . ). Pero los chilenos, ellos ha-
blaban de otras cosas, protestaban por los rincones del socavón, discutían con
los que eran argentinos sobre ideas traídas de otra parte que sirvieran para
sacar al obrero de su opresión. . . y yo escuchaba todo eso sin entender na-
da, pero sí me daba cuenta de que tenía que ver con aquellas injusticias que
yo percibía y no podía explicar. . . hablaban de la “redención” del obrero, así
le decían, de que debían emanciparse de su condición de oprimidos, habla-
ban de revolución, de proletariado, de los capitalistas, de los derechos que se
debían exigir. . . me acuerdo bien, y recuerdo que a veces estaban agrupados
discutiendo esas cosas y aparecía algún capataz, y entonces todos se callaban
y continuaban con su trabajo, como si nada pasara. . . pero se iba el capataz y
seguían. . . estaban lejos más politizados que nosotros».5

De su paso por la mina Barrios fue abriendo horizontes, no solo en el


duro mundo del trabajo en el socavón, sino también en el contacto con
obreros politizados. Allí se rodeó de obreros experimentados, en este ca-
so chilenos, que le brindaron conocimiento sobre un nuevo lenguaje, el
de los trabajadores, y sobre todo experiencia. El señala que «yo me re-
cuerdo chico, rodeado de obreros mineros, eran gente grande para mí».
En ese lugar de aprendiz, asimismo, descubrió la política, «se hablaba de
política, ahí fue cuando yo escuché por primera vez de eso». Este primer
acercamiento con el mundo laboral y la política serán el puntapié inicial
en su proceso de politización, él señala que «yo escuchaba todo eso sin
entender nada, pero sí me daba cuenta de que tenía que ver con aquellas
injusticias que yo percibía y no podía explicar». El escuchaba sin entender
nada, de política ni de ideología sabía mucho, sin embargo, Barrios, a par-
tir de esa influencia externa recibida de los mineros chilenos, se encontró
con la política, pero todavía faltaría el encuentro con la militancia.

el año 1932, el tungsteno comienza a valorizarse y así el estadounidense Thomas


J. Williams compró en pública subasta realizada por el gobierno de la provincia la
Mina de los Cóndores, la cual había sido abandonada por HANSA SA. En mayo de
1933 se forma la corporación minera argentina, luego en julio de 1934 se constituye
la Compañía Puntana de Minería SA.
5.— Entrevista a Víctor Barrios realizada por Marcos Barbero en la ciudad de Río
Cuarto en el año 2004.

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El encuentro con el peronismo


En el año 1943 Barrios se fue a Buenos Aires, porque allí trabajaba un
hermano suyo, uno de los mayores. Trabajó en gastronomía, «en las co-
cinas de restoranes para los ricos». Estuvo allí hasta el año 1946, donde
«mama» sus primeras experiencias junto al movimiento obrero. Según Ba-
rrios:
«Yo en ese tiempo no tenía ninguna. . . inquietud – digamos así – política ni
ideológica. Había mamado sí, en Buenos Aires, mucha. . . mucha práctica con
el peronismo, porque estaba trabajando en una heladería, que era en la calle,
en la avenida de Mayo, donde había un grupo numeroso de trabajadores, apro-
ximadamente cien, y la mayoría era gente del peronismo, yo creo que todos.
El único que no adhería al peronismo en ese tiempo era yo».6

Para el período que se extiende de 1943 a 1946 donde la mayoría de la


gente que trabajaba con Barrios se hizo peronista, Hugo Del Campo plan-
tea que la clase obrera semiorganizada y el movimiento sindical perma-
nentemente dividido, atravesaron una experiencia inédita que los trans-
formó profundamente. Por primera vez, desde las esferas del poder, al-
guien apelaba a ellos como base de sustentación de un nuevo y vasto mo-
vimiento político. La identificación masiva de la clase obrera con Perón
la llevó a unificarse y protagonizó una movilización política a escala na-
cional e irrumpió como factor determinante en ese campo. Esto lo logró
al precio de abandonar sus viejas tradiciones ideológicas y sobre todo de
ir perdiendo paulatinamente su autonomía frente a un líder autoritario y
personalista (Del Campo 2005, págs. 173-174). Así como muchos se hicie-
ron peronistas, Barrios no adhirió a este nuevo movimiento. Lo interesan-
te del ejemplo de este obrero migrante es que pone en duda la tesis que
presenta al peronismo asentándose sobre los obreros más desorganizados
y explotados de la clase obrera, «los cabecitas negras». Esto es corrobora-
do por Del Campo, que sostiene que también fueron los líderes sindicales
y los gremios que tenían tradición y organización previa los que apoya-
ron a Perón, como fue el caso de los ferroviarios, los empleados estatales
agrupados en ATE, empleados municipales, tranviarios, por mencionar
algunos de ellos. Sin embargo, entre los gremios más importantes de la
época, como la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC)
y la Federación Obrera de la Alimentación (FOA), liderados por comunis-
tas, fueron los que mantuvieron una actitud opositora al nuevo régimen
(ibídem, pág. 256). En el caso de Barrios, él se inscribiría en esta tradición
comunista que no se sumó al peronismo, aunque haya «mamado» de cerca
la experiencia del peronismo en Buenos Aires. Ahora ¿por qué no se hizo
peronista? Ante este interrogante, él nos decía:
6.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo en Río
Cuarto, año 2006. Programa de Historia Oral. Facultad de Filosofía y Letras. UBA.

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«Sí, es indudable que sentía mucha presión. Es decir, la discusión del pero-
nismo ahí era muy. . . muy al día, estaba constantemente, cuando se hablaba
de algo era hablar del peronismo. Pero aparte de lo que hablábamos era de
nuestras raíces como gente del interior, gente que veníamos perseguidos por
el hambre a Buenos Aires, porque no encontrábamos trabajo en la Capital,
entonces se hablaba mucho, pero yo no adhería al peronismo y eso que mar-
chamos juntos el 17 de octubre».7

Ante la pregunta de por qué marchó el 17 de octubre Barrios contestó


que:

«Yo marché porque me sentía atraído por la cantidad de gente del interior que
había. Es decir los “cabecita negra”, que le llamaban en aquel tiempo a los
que íbamos del interior, nos habíamos juntado todos. Es decir, parecía que
éramos del mismo color, los negritos del interior que los señalábamos como
cabecitas».8

En estos dos párrafos podemos observar cómo la estructura de sen-


timiento clasista de Barrios permea el relato. La expresión «parecía que
éramos del mismo color, los negritos del interior que los señalábamos co-
mo cabecitas» denotaría que se inscribe en una tradición clasista, que to-
davía no tiene contenidos políticos ni ideológicos, como él destaca en va-
rios momentos de la entrevista, pero que él identifica como un nosotros,
los «negritos del interior». Esa adhesión a una experiencia común, que es
lo que Barrios destaca y utiliza como justificativo de porqué marcha el
17 de octubre, se inscribiría en lo que Hobsbawm sugiere con respecto
al proceso de acumulación del pasado que realiza la «gente común». El
autor plantea que «Los hombres viven rodeados por una amplia acumu-
lación de mecanismos institucionales del pasado y es natural que esco-
jan los más convenientes y los adapten a sus nuevos fines» (Hobsbawm
1999a, pág. 57). Podríamos afirmar que esa acumulación del pasado puede
traducirse en una tradición obrera que contiene elementos que la gente
corriente va adaptando en base a sus necesidades. En el caso de Barrios,
él se identifica con su clase, con gente que tiene sus mismas raíces. Es-
te ejemplo daría cuenta de que la politización no siempre es lineal, que
debemos considerar la experiencia y la tradición de las personas como
factores convergentes que en muchos casos preceden a las elecciones ra-
cionales o individuales en el momento del ingreso a la militancia.
La experiencia se hace presente también en la desconfianza que Ba-
rrios siente sobre el peronismo, él ahonda sobre sus resquemores hacia el
nuevo movimiento:

7.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.


8.— Ibídem.

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«Yo no me hice peronista porque. . . la verdad tenía mucha desconfianza de


Perón en si por ser un militar. Y no se será porque yo desde chico no tenía
mucha simpatía con los milicos, que le decíamos en ese tiempo, en la zona
rural que vivíamos en San Luis, generalmente a la policía o a los militares, le
teníamos cierta alergia, es decir, eran los que reprimían a los campesinos cuan-
do se rebelaban, o porque les faltaba el respeto a alguno o no lo saludaban, los
metían presos, los reprimían y toda la gente que nos rodeaba cuando éramos
muy chicos, le tenían una aprensión así a la. . . a la investidura de la. . . al uni-
forme, ya sea policíaco o militar. Y tenía cierta desconfianza en el mensaje,
porque todos los que rodeaban a Perón eran gente rica, en los cuales nosotros
habíamos desde chicos habíamos sufrido las consecuencias, porque un terra-
teniente que mi padre, toda la familia le trabajábamos, cada vez que quería
nos echaban del campo, cuando ya teníamos una cabra de más o una oveja de
más o un caballo, ya no podíamos estar al lado de ellos, entonces nos echaban
a la calle».9

Este sentimiento de desconfianza de Barrios hacia Perón y la gente


que estaba a su alrededor, se inscribiría, según explica Del Campo, en
una tradición obrera que desconfiaba de todo elemento «externo» que se
interesara en sus problemas y sobre todo porque el movimiento obrero
era antimilitarista, hecho que se había reforzado durante el régimen de
Uriburu (Del Campo 2005, pág. 174). A su vez, podemos observar que la
suspicacia de Barrios hacía Perón hace referencia a la experiencia que
él y su familia habían vivenciado en el pasado, el carácter represivo de
los terratenientes que él recuerda en el campo de pequeño se vincula a
la figura de Perón. Aquí se incorpora un nuevo elemento en el relato, el
lenguaje de clase, donde podemos observar una división tácita entre un
«ellos», que en el testimonio está representada en la figura de Perón y
aquellos que los habían reprimido, ya sea la policía y/o los militares, y un
«nosotros», encarnados en la gente trabajadora, en Barrios y su familia.
En el proceso de politización de Barrios, podemos ir vinculando dis-
tintos elementos que van conjugándose, como su estructura de clase, «éra-
mos del mismo color, los negritos del interior», con un lenguaje de clase
que distingue entre un «nosotros» y «ellos», los ricos y los pobres. Sumado
al contacto con obreros politizados y el haber mamado la experiencia del
peronismo, van delineando su elección por la militancia en un partido de
izquierda, en este caso, el Partido Comunista.

El encuentro con la militancia


Hasta 1946 Barrios trabajó en Buenos Aires y ese año volvió a Río
Cuarto. Ahí recuerda votó por primera vez y lo hizo por el Partido Co-
munista. Su hermano mayor fue quien lo «llamó para hablarme y me dijo

9.— Ibídem.

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134 Mariana Mastrángelo

cosas sobre la justicia social, sobre la explotación obrera, sobre el proleta-


riado, sobre el fascismo. . . así fue como adherí a las ideas del marxismo».10
Barrios ingresó al Partido Comunista por ese hermano que era sastre y que
tenía vínculo con socialistas y comunistas.
Según Barrios:

«En Río Cuarto, después de. . . como es. . . de mucho tiempo de trabajar en el
campo, [su hermano] el aprendió el oficio era un buen sastre, y se vinculó con
los Cedriani,11 (. . . ), con el PC, con los que trabajaban en el gremio de la cons-
trucción (. . . ) mi hermano tuvo vinculación a través de los amigos socialistas y
del Partido Comunista. Entonces por eso él me inculcó lo que era el comunis-
mo en pocas palabras, indudablemente yo no entendía mucho la cosa, pero ya
tenía esa rebeldía contra el poder, es decir contra los poderosos».12

Esa rebeldía contra el poder y su sentimiento de clase lo llevan a mi-


litar desde muy joven en el PC, aunque como él bien señala, al principio
no entendía mucho. Pero con el tiempo y la lectura, se fue formando co-
mo militante. Retomando su relato: «Yo creo que me formé en el período
digamos así difícil de peronismo, me formé de conocimientos, eh. . . de lo
que es del marxismo. . . Una, que desde muy pequeño empecé a leer, me
gustaba mucho leer, y después los materiales por supuesto del partido me
los deglutía, hasta altas horas de la noche con una vela, o con un mechero
en la cabecera».13
La lectura y la formación autodidáctica surgen en el relato de Barrios.
Como tantos otros obreros de la época, la formación teórica vino con el
tiempo, lo que los impulsa al ingreso a un partido de izquierda en princi-
pio es esa «rebeldía» contra el poder o ese sentimiento de injusticia que
señala Barrios.También menciona que en esos primeros años encontró al-
gunos referentes locales en el ámbito sindical, «gente de acá de Río Cuarto
que dominaban el marxismo, pero que lo dominaban en el terreno prác-
tico, más allá de las teorizaciones, o sea que lo vivían». Aquí se eslabona
la experiencia, «el terreno práctico» según Barrios, que más allá de teo-
rizaciones, esos obreros mayores, ya con práctica política y sindical, do-
minaban el marxismo. El ejemplo y la práctica cotidiana de estos «“pio-
neros” fueron los que marcaron el camino, a mí y a otros, porque fueron
testimonio vivo de las ideas que abrazaron. . . ellos intentaron llevar a la
acción un mensaje que era de liberación, de esperanzas de cambio con
posibilidad real, y que llegaron a ofrendar sus vidas por esa causa».14 Este
párrafo nos insta a reflexionar sobre la politización, y sobre el proceso de

10.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.


11.— Juan y José Cedriani eran sastres y miembros del Partido Socialista.
12.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.
13.— Ibídem.
14.— Ibídem.

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Víctor Barrios: un «pionero». . . 135

concientización de los militantes: ¿primero es la teoría, lo que el partido


desde lo superestructural impone, o la praxis de los militantes? El ejemplo
de Barrios y de la gente que lo rodeaba invierte la visión tradicional que
sostiene que un militante político ingresa a la militancia con un conven-
cimiento y conocimiento a priori. Sin embargo, en este caso se eslabonan
una serie de preceptos que tienen vinculación con lo experiencial y con
estructuras de sentimiento que acompañaba a las personas, lo teórico y
la formación partidaria vienen con el tiempo.
Para Barrios, fue un proceso el de su formación como militante comu-
nista, que le demandó años de aprendizaje. Le preguntamos que entendía
de las lecturas que hacía del periódico y los documentos del partido y él
nos relataba que:

«Bueno, lo asimilaba porque me facilitaba mi vida, mi vida juvenil, mi vida


adolescente, mi vida en mi niñez. Es decir, lo que yo leía lo veía reflejado en
lo que yo había pasado en mi vida. De lo que había pasado yo, mis hermanos
y todos los que me rodeaban. Y lo veía reflejado en la gente que como yo,
también sufría las consecuencias del sistema».15

Las lecturas comenzaron a darle sentido a los sentires que él experi-


mentaba, dándole nuevas herramientas. Esas lecturas lo llevaron a anali-
zar e interpretar su vida y la de su gente, y de encontrar en el PC una guía
de acción para revertir esa situación. Nuevamente un «nosotros» marca el
relato, «lo que yo leía lo veía reflejado en lo que yo había pasado en mi
vida. De lo que había pasado yo, mis hermanos y todos los que me rodea-
ban». Barrios en su testimonio nunca está solo, su referencia es la familia,
los compañeros, los camaradas. Él no solo debe entender sus penurias y
carencias, sino la de todos los que lo rodeaban. Al respecto, reflexiona:

«Yo le hablo de la época en que no estaban todavía las leyes que amparan la
acción sindical, no había leyes obreras ni protección alguna, y entonces so-
lo existía esa solidaridad entre compañeros, un sentimiento de jugarse por el
otro, de arriesgarlo todo en la lucha por defender los derechos de un obrero en
conflicto con la patronal. . . Mire, hay testimonios escritos de esto que le digo,
hay cartas escritas en ese tiempo de un delegado a otro que tienen ese sen-
tido. . . casi le diría confesional, en el que se expresan estos sentimientos, tal
vez de soledad a veces. . . y en esa época la palabra valía, y un solo compañero
merecía el máximo esfuerzo. . . ».16

El sentimiento de jugarse por los compañeros, donde un solo com-


pañero merecía el máximo esfuerzo, se sustenta en el principio de «so-
lidaridad» (Williams [1961] 2003, pág. 57), y este es uno de los elementos

15.— Ibídem.
16.— Entrevista a Víctor Barrios por Marcos Barbero.

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constitutivos de una cultura obrera, donde el individuo se desdibuja en


un «nosotros», y se basa en lazos solidarios.
Nos preguntamos en base al relato de Barrios ¿en qué contexto se po-
litiza? El menciona en párrafos anteriores a los «pioneros», aquellos com-
pañeros y camaradas que sirvieron como guías a las nuevas generaciones.
¿Había izquierda en Río Cuarto por esos años? Comenzamos preguntán-
dole cómo era el trabajo del partido en esa época en la ciudad, y él nos
decía:

«Yo militaba en una célula de la construcción, también militaba en células de


barrio, cuando pasábamos, no estábamos en la construcción, pasábamos a cé-
lulas de barrio, donde militábamos con vecinos, con amigos, del sector. . . ».17

Cuando Barrios comienza su militancia y lo hace en una célula de la


construcción, la izquierda y el movimiento obrero en la ciudad de Río
Cuarto ya estaban arraigados. Anarquistas y socialistas primero, y después
de la huelga de la construcción del año 1936, el PC que cobra notoriedad
por su protagonismo en la misma. A partir de la huelga, los comunistas
lideran la Federación Obrera Local y después la departamental. Aunque
un dato significativo era que compartían la dirección con obreros socia-
listas y radicales. A raíz de la huelga de la construcción en Río Cuarto,
además de que se conformó el Sindicato Único de la Construcción en
esta ciudad, la Federación Obrera Local pasó a denominarse Federación
Obrera Departamental de los Trabajadores de Río Cuarto, por decisión
plenaria de todos los sindicatos de la ciudad.18 Existían para esta época
en Río Cuarto, según el censo de la Federación Obrera Departamental de
Trabajadores, el Centro Empleados de Comercio, el Sindicato Único de la
Construcción, la Unión Obreros Municipales, el Sindicato de Molineros
y Anexos, el Sindicato de Estibadores, Panaderos, Sastres, Gráficos, Ca-
nillitas, Metalúrgico, Ladrilleros, Chauffers. Se mencionaban también los
sindicatos rurales de Alejandro, Elena, Coronel Baigorria, Adelia María,
General Cabrera, Berrotarán, Alcira Gigena y casi todos los pueblos de la
región sur (Barrios 2000, pág. 28).
La realidad de los trabajadores riocuartenses de la década de 1940 era
la de los «siete oficios». Estos en su mayoría ingresaban a la construcción,
desempeñándose en diversos oficios, y llegado el tiempo de la cosecha,
se desplazaban a las zonas rurales a trabajar. Esta caracterización de los
obreros como de «siete oficios» da cuenta de un obrero que no tenía un
oficio específico, por lo tanto no era calificado. Debía saber hacer un poco
de todo en la construcción, y cuando no había trabajo se iba al campo a
17.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.
18.— Acta del plenario de la FOL del día 19 de julio de 1936. Aunque para la organi-
zación del acto del 1º de mayo de 1936, los documentos ya hablan de la Federación
Obrera Departamental. Archivo personal de Víctor Barrios.

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Víctor Barrios: un «pionero». . . 137

levantar la cosecha. Esta categoría de análisis definiría al tipo de obrero


riocuartense. Estos eran trabajadores no calificados, que combinaban las
actividades agrícolas con el trabajo que más absorbía la mano de obra
local, la construcción. Esto daría cuenta también de una gran movilidad
geográfica de los obreros riocuartenses que iban de la ciudad al campo y
viceversa en busca de trabajo y explicaría por qué el PC organizó toda la
zona rural aledaña a Río Cuarto, ya que los obreros «siete oficios» eran
moneda corriente en la época.
El crecimiento en la organización obrera también significó el desarro-
llo de la izquierda, en particular como ya se mencionó, del PC. A partir
del año 1936 se terminaron de organizar los sindicatos obreros en toda la
zona sur de la provincia y la Federación fue la protagonista de todo ese
movimiento. En cada pueblo, aparte del sindicato, se organizaba también
el PC, la Juventud Comunista y los Centros Femeninos.
En la ciudad de Río Cuarto, el PC se organizó en células que contaban
entre diez y doce personas y había una célula por gremio o por sector.
Esto quiere decir que tenían presencia en gremios como construcción,
estibadores, metalúrgicos, molineros, canillitas, entre algunos de ellos. Y
en algunos barrios o sectores de la ciudad había células que tenían más o
menos militantes; entre los sectores más destacados se pueden mencionar
la zona Centro y la zona de Banda Norte, la «pequeña Rusia» como le
decían. En este tipo de células, además de obreros, había intelectuales,
profesionales y comerciantes (Mastrángelo 2011).
Barrios llegó a ser secretario de la célula de la construcción a fines de
la década de 1940. Entre las tareas que hacían recuerda:

«Planificábamos las tareas, cuántos periódicos, cuántos boletines, cuántas en-


trevistas, cuántos afiliados traíamos al partido, cuántos visitábamos, cuántos
traíamos, recabábamos la opinión de la gente (. . . ). Reclutábamos gente, cons-
tantemente. . . en toda época, difícil dentro del mismo auge del peronismo,
había gente que venía al partido. Así como se fueron, la gente que ingresó al
40, por ahí más o menos, ingreso en la época del 40, hasta el 45, eh. . . ingresó
al peronismo, pero después nosotros seguíamos afiliando. La tarea principal
nuestra era de reclutamiento, junto con la de distribución del periódico y de
los documentos que tenía el partido».19

Retomando la pregunta de por qué la mayoría de sus compañeros se


vuelcan al peronismo, Barrios, a pesar de que su principal tarea era la de
reclutamiento, reflexiona que:

«Sí, indudablemente que hay un tema que quizás no haya sido discutido en
profundidad. Por un lado, el hecho de tener el gobierno que le da el bienestar,
digamos así, un estado de bienestar a la gente que venía siendo explotada, a

19.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.

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138 Mariana Mastrángelo

pesar de que luchaba siempre en contra de la explotación, pero que no había


conseguido lo que consiguió durante el período de peronismo. En donde las
leyes, o mejor dicho, las protestas que venían desde el año 30, en profundidad,
y hasta la década del treinta, eso indudablemente influyeron en el cambio en la
mente de la gente. Que si bien respetaba la concepción de clase que mantuvie-
ron los líderes, digamos así, del movimiento obrero o sus dirigentes naturales,
la realidad era otra, pasaba por otro lado. Por el estómago, por la (. . . ) digamos
así, por el bienestar de tener una casa de tener un trabajo, todo eso me parece
que influyó en gran medida el desplazamiento de esos trabajadores hacia el
peronismo».20

Más que un problema de conciencia de clase, el problema del pero-


nismo y el movimiento obrero para Barrios tiene una interpretación com-
pleja, que puede ser abordada de distintas maneras. La primera sugeriría
que a pesar de las luchas reivindicativas de la década de 1930, donde la
izquierda tuvo un rol protagónico, los trabajadores no lograron conquis-
tar las leyes y los beneficios que se buscaban. Todas las demandas que la
clase obrera reclamó en las décadas previas fueron dadas desde el Estado,
en ese sentido, para Barrios:

«La burguesía fue muy hábil: le quitó la bandera de las reivindicaciones a la


izquierda a través de las leyes obreras de Perón, además de las demás conce-
siones que hizo en nombre del Estado, y de esa forma logró la adoración de las
masas a su figura. . . lo que pasó fue que la gente tenía objetivos inmediatos,
se conformaron con la coyuntura, eran cosas de corto alcance (. . . ). En una
palabra. . . les llenan la panza para que no protesten ni cuestionen el sistema
que los domina».21

La otra interpretación es que el movimiento obrero tenía objetivos


inmediatos, coyunturales, y como dice Barrios, la realidad de los obre-
ros pasaba por otro lado, básicamente por el estómago, por el bienestar
de tener una casa, trabajo. Eso sí fue interpretado por la burguesía y por
Perón (al respecto, véase los planteos de Torre 1988, págs. 9-16; Del Cam-
po 2005). Aquí también se puede inferir una crítica solapada de Barrios
hacia la izquierda ya que esta no interpretó a los trabajadores y sus nece-
sidades, dejando pasar una oportunidad única. Toda esa masa de obreros
migrantes, «cabecitas negras» y masa disponible que se volcó al peronis-
mo, se les «escapó de las manos» a la izquierda. Y ese fue el dilema del
partido. ¿Qué postura asumiría el PC frente al nuevo gobierno? La táctica
llevada adelante en este nuevo proceso que se habría fue la de «oposi-
ción sistemática» que consistió en apoyar las medidas que consideraban
positivas del gobierno pero criticar las negativas, preservando la indepen-
dencia política del partido que seguía considerándose el representante de
20.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.
21.— Ibídem.

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Víctor Barrios: un «pionero». . . 139

la clase obrera. Esa postura es la que Barrios pone en cuestión ya que el


aislamiento sufrido por el partido hizo que muchos de sus compañeros
se hicieran peronistas (Altamirano 2001, págs. 13-26). También, el ejem-
plo de Barrios, como migrante interno y masa disponible que no se hizo
peronista confirma la tesis de Hugo del Campo, que sostiene que el pe-
ronismo no solo se valió de esa masa de obreros migrantes que eran los
más explotados y los menos organizados, sino por el contrario, demues-
tra cómo, el reformismo pragmático practicado por Perón respondía a las
necesidades y expectativas de todos los sectores de la clase, aun de los
mejor ubicados, y desmiente la afirmación de que fue la falta de expe-
riencia sindical y política la que llevo a las masas trabajadoras a apoyar a
Perón (Del Campo 2005, pág. 256).

El encuentro con el Sindicato Único de la Construcción


Durante el gobierno peronista, Barrios migró a Buenos Aires y vol-
vió varias veces a Río Cuarto. En uno de esos retornos cayó preso por
ser comunista. Este ir y venir lo llevó a contactarse con sus «camaradas»
y militar en Buenos Aires. Pero la represión hacia el comunismo duran-
te este período se intensificó llevándolo a moverse continuamente, hasta
que en el año 1955 se estableció en Río Cuarto y empezó a trabajar en la
construcción y a participar ya de forma activa en el sindicato.
En el año 1956, Barrios fue postulado candidato a secretario general
del gremio de la construcción. Le preguntamos por qué en un gremio co-
mo el de la construcción que era eminentemente peronista en esa época,
eligieron a un comunista como él:

«Bueno, como el peronismo hay que dividir entre clase dirigente y gente pero-
nista, es decir, los peronistas de abajo que no tienen conducción y la jerarquía
peronista. Los que se alimentaron con el peronismo desde arriba, creo que hay
que hacer una diferencia, yo trabajaba en la obras y no dejé de tener vínculo
jamás con los compañeros peronistas, es decir que (. . . ). Entonces se convoca
a elecciones eh. . . hacemos una reunión, en ese tiempo de la Libertadora,22
para normalizar las organizaciones obreras. Entonces estábamos en el sindi-
cato y elegimos una lista, sale una comisión provisoria, se arman dos listas, que
una es donde yo encabezo la secretaría junto con algunos radicales, y algunos
peronistas, con mayoría del Partido Comunista. Yo era el candidato a secreta-
rio general (. . . ). Entonces había una gran expectativa en el movimiento obrero
de Río Cuarto, porque la CGT estaba dirigida por peronistas y nos hacían la
vida imposible, y por supuesto el candidato del peronismo era apoyado por

22.— La Revolución Libertadora es el nombre con el que se autodenominó la dic-


tadura cívico-militar que gobernó la República Argentina tras derrocar al presi-
dente constitucional Juan Domingo Perón, mediante un golpe de Estado iniciado
el 16 de septiembre de 1955 y que, tras más de dos años de gobierno, hizo entrega
del mismo al presidente electo Arturo Frondizi, el 1 de mayo de 1958.

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140 Mariana Mastrángelo

la CGT. Y algunas otras gentes, de otros sindicatos donde había compañeros


comunistas, claro, ellos. . . fue todo un acontecimiento en la UOCRA, porque
era el primer gremio que iba a dirimir una elección con un dirigente comunista
a la cabeza. Entonces fuimos a elecciones, y hasta en el bar de la esquina, me
acuerdo que había un bar en la esquina del Boulevard Roca y Lamadrid, en la
esquina, el sindicato estaba frente a los bomberos, y habían armado todo una
mesa para esperar el resultado ahí. Y me decían los compañeros, dice: “Cuan-
do lo vimos pasar al secretario, al candidato peronista muy cabeza gacha así,
digo, ganó la lista de Víctor”, y efectivamente les ganamos la elección».23

La UOCRA seccional Río Cuarto pasó a estar liderada por el Parti-


do Comunista con Barrios como secretario general. Para sus compañeros
obreros eso no fue una novedad, vieron bien que un comunista encabe-
zara el gremio. Como distingue Barrios, la diferencia radicaba entre la di-
rigencia peronista que estaba en la dirección del gremio y las bases, esos
compañeros de la obra con los cuales él compartía vivencias cotidiana-
mente. Por ello no llamó la atención que ganara el gremio, con Barrios a
la cabeza, una lista que reunía tanto a comunistas, radicales y peronistas
de base. La década del treinta había ya tenido esa experiencia de reunir
en los gremios y en la Federación Departamental a obreros de distintas
orientaciones políticas e ideológicas. En este sentido, Barrios se inscribi-
ría en una tradición obrera que tenía estructuras de sentimiento clasista
que pervivieron en el tiempo, a pesar del peronismo, que con el trabajo
sindical confluirá en la CGT de los Argentinos. Barrios señala al respecto
que:

«La lucha no era solo con las patronales, por las reivindicaciones y el cumpli-
miento de nuestros derechos como trabajadores. . . también había una lucha
dentro de los propios sindicatos, porque muchos de ellos habían sido filtrados
por el peronismo. Yo rivalizaba con Telésforo Almaraz, que era el secretario
general de Luz y Fuerza, y que dirigía la CGT. El tipo era un peronista de-
rechoso, un nacionalista católico, y un marcado anticomunista. . . imagínese.
Durante mi gestión, la UOCRA local pasó a ser comunista, aunque había de
todo, radicales, socialistas, peronistas de izquierda. . . En ese tiempo, en Río
Cuarto nosotros los comunistas controlábamos varios sindicatos, por ejemplo
el Sindicato de la Madera, los canillitas, los mosaístas, y teníamos un Delega-
do de Empleados de Comercio a la CGT, además de la UOCRA, claro. . . y en
todos teníamos una gran influencia, y constituimos en Río Cuarto la CGT de
los Argentinos, que ya estaba a nivel nacional, con Ongaro24 a la cabeza».25

23.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.


24.— Raimundo Ongaro fue dirigente sindical argentino y secretario general del
gremio de los trabajadores gráficos. En el año 1968 fundó la CGT de los Argentinos,
que adoptó, bajo la dictadura de Onganía una posición más radical en relación a
la CGT conformada por Vandor, Alonso y el sindicalismo participacionista.
25.— Entrevista a Víctor Barrios por Pablo Pozzi y Mariana Mastrángelo.

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Víctor Barrios: un «pionero». . . 141

Barrios estuvo quince años al frente de la UOCRA hasta 1971, año en


que se retiró de la conducción del gremio. Luego vino la cárcel, prime-
ro en Río Cuarto y luego en Devoto, donde compartió con la «juventud»
charlas sobre política y sobre todo, nuevas formas de interpelar el poder
planteadas ya por otra generación, surgida del Cordobazo y las moviliza-
ciones sociales de la década de 1960. Al respecto nos decía:

«Estuve preso en Devoto con Gorriarán Merlo26 y Santucho,27 entre otros (. . . )


conversábamos y discutíamos sobre cuestiones de política, de la realidad del
país, de qué debía hacerse y cómo, de todo un poco. . . pero le digo que esos jó-
venes tenían buenas intenciones ¿Cómo le puedo decir? Ellos se daban cuenta
de lo mal que iba la cosa, de las injusticias sociales, de que el poder iba a seguir
en las mismas manos, y ante una sociedad que difícilmente diría basta sin una
conducción, sin un liderazgo de sus capacidades. Yo no coincidía con ellos en
la forma de hacerlo. Yo les explicaba esto de las condiciones objetivas y sub-
jetivas para una revolución, que el momento no era el oportuno, que debían
buscarse otros mecanismos de lucha social y política, porque además impli-
caba sacrificar a gente inocente. . . que la revolución sin la participación activa
de las masas no tenía sentido, sino que más bien debían protagonizar la lucha
por la toma del poder a través de las organizaciones sociales. Pero ellos no lo
compartían, y yo me daba cuenta de que en parte tenían razón. Porque me
decían que la única forma de cambiar el orden era con la toma del poder, y
a eso lo iban a lograr únicamente con la acción violenta, con la actividad de
guerrilla».28

El relato de Barrios llega hasta aquí, con su paso por la cárcel y por la
experiencia compartida con una nueva generación de militantes y activis-
tas. La forma de llegar al poder fue un tema de largas discusiones, donde
la visión de un viejo comunista chocaba con la de esos jóvenes que veían
que la toma del poder «lo iban a lograr únicamente con la acción violenta,
con la actividad de guerrilla». Barrios objetaba esta visión, si bien la respe-
taba, no podía entenderla ya que su formación se basaba en el partido, el
sindicato, o sea, las organizaciones sociales donde desde jovencito había
militado. Su reflexión sobre la revolución es significativa en el relato «la
26.— Enrique Gorriarán Merlo (San Nicolás de los Arroyos, 18 de octubre de 1941-
Buenos Aires, 22 de septiembre de 2006) fue un guerrillero argentino, fundador
del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y de su brazo armado, el
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), junto a Mario Roberto Santucho, y uno
de los ejecutores del dictador nicaragüense Anastasio Somoza.
27.— Mario Roberto Santucho (Santiago del Estero, 12 de agosto de 1936-Villa
Martelli, 19 de julio de 1976) fue un revolucionario y guerrillero argentino. Fue
fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y comandante de
la mayor guerrilla marxista (no peronista) de Argentina, el Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP). Murió en un enfrentamiento con un grupo de tareas del Ejército
Argentino en Villa Martelli (provincia de Buenos Aires) el 19 de julio de 1976.
28.— Entrevista a Víctor Barrios por Marcos Barbero.

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142 Mariana Mastrángelo

revolución sin la participación activa de las masas no tiene sentido». Esa


participación activa de las masas, ese «nosotros» en Barrios está arraigado
en lo más profundo de su ser, en su experiencia de vida, en su visión de
mundo. Por eso luchó, militó, pasó penurias y sufrió la cárcel.

Conclusiones
El recorrido por la experiencia de vida de Víctor Barrios nos brinda un
prisma, por donde podemos analizar, a pequeña escala, la trayectoria de
un obrero, sindicalista y militante de izquierda. Asimismo, si ampliamos el
lente, podemos acercarnos a la realidad de una ciudad del interior argen-
tino, como es el caso de Río Cuarto. A partir del relato de Barrios, hemos
observado cómo fue el proceso de politización de un obrero migrante,
no solo del campo a la ciudad chica, Río Cuarto, sino también a Buenos
Aires. La búsqueda de trabajo fue una constante en la vida de Barrios. Su
paso por el campo como recolector de maíz, como minero por las minas
en San Luis, en Buenos Aires en gastronomía y panadería y como alba-
ñil en Río Cuarto lo nutrieron de experiencia y de realidades distintas,
de donde sacó aprendizajes y nuevas formas de entender el mundo. En
ese recorrido Barrios se politizó, en un momento donde el auge del pe-
ronismo hacía difícil la militancia en la izquierda. Sin embargo, Barrios
ingresó al Partido Comunista, donde encontró una forma de interpreta-
ción y de acción para dar cauce a esa rebeldía que llevaba adentro, a ese
sentimiento de injusticia que de pequeño le caló hasta los huesos. Tam-
bién, la militancia en el sindicato de la construcción lo llevó a desentrañar
y a poner en palabras lo que sentían sus compañeros, esa base de la cual
nunca se despegó, aunque la lucha como el recuerda no solo era contra
la patronal sino contra el peronismo que era ferozmente anticomunista.
Pero como bien él distinguía, una cosa era la dirección y otra el obrero
raso, de ese trabajador Barrios se sentía parte porque compartía un len-
guaje y un sentimiento de clase que está presente en todo su relato. Ese
«nosotros» marca y distingue la realidad de los pobres, los compañeros
obreros y los camaradas. El poder y sus instrumentos represivos están en
las antípodas de Barrios y de su gente.
A partir de la experiencia de Barrios, podemos también aprender có-
mo se organizó la izquierda y el sindicalismo en una ciudad del interior ar-
gentino. Esta microhistoria devela tabúes acerca de la realidad que suce-
de más allá de Buenos Aires. No solo encontramos obreros, sino también
que la izquierda tenía presencia desde temprano, organizando y llevando
adelante luchas reivindicativas de los trabajadores, tanto a nivel político
como a nivel sindical. Durante quince años el gremio de la construcción
estuvo al frente de comunistas, que como recuerda Barrios, compartía
con peronistas y radicales la conducción. Esta convergencia de distintas

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experiencias políticas no es un dato nuevo en la ciudad de Río Cuarto,


esta también se observa en la Federación Obrera Departamental, que se
destacó por organizar a obreros rurales como a obreros de la ciudad, ya
que como mencionamos, el trabajador riocuartense era denominado «sie-
te oficios», porque combinaba las labores del campo con el trabajo en la
ciudad. Junto a la Federación Obrera, el PC se hizo presente en todo el
sur provincial, teniendo como cabecera departamental a Río Cuarto.
Si unimos la experiencia de vida de Barrios junto al desarrollo del mo-
vimiento obrero riocuartense y de la izquierda podemos afirmar que en el
interior argentino, la cultura obrera tiene raíces profundas, que se hace vi-
sible en coyunturas puntuales, una huelga, un mitín o una manifestación
de trabajadores, pero transcurre por aguas subterráneas en un devenir
continuo, nutriéndose, fortaleciéndose, resistiendo.

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Capítulo 8

El papel de la memoria en la crisis del


movimiento minero boliviano

Magdalena Cajías de la Vega


......

A modo de introducción
Este trabajo busca indagar en lo que consideramos un aspecto cen-
tral de la historia del movimiento minero boliviano: la utilización de la
memoria colectiva como parte de su pensamiento y su accionar social y
político. Esta fue incorporada como una importante forma de cohesión
social, de identidad de clase y de irradiación al conjunto de la sociedad
de la manera en que los trabajadores mineros se autopercibieron como
colectividad y definieron su lugar en la sociedad boliviana.
Aunque es posible rastrear el uso de la memoria en distintos momen-
tos de la historia del movimiento minero, aquí nos concentraremos en
tratar de explicar cómo las acumulaciones previas incorporadas colecti-
vamente como representaciones e imaginarios compartidos, jugaron un
rol importante en el momento en que este importante sector social vivió
su crisis más profunda.
Así, a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, la cri-
sis de la minería y la manera en que esta fue enfrentada por el gobierno
de Víctor Paz Estenssoro desde el dictado del decreto 21.060, contribu-
yeron a agudizar la crisis del proletariado minero dependiente de la Cor-
poración Minera Boliviana (COMIBOL), que venía manifestándose desde
tiempo atrás como sujeto social y actor sindical y político de primer orden
en Bolivia.
En este período de dramático quiebre histórico de los viejos paradig-
mas y referentes ideológicos que habían guiado el accionar del movimien-
to minero, el uso de la memoria jugará un rol tanto entre los trabajadores
que permanecieron en las minas – como fue el caso de Huanuni – como
en los que se diseminaron por todo el país.

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146 Magdalena Cajías de la Vega

La política de «relocalización» y la «desestructuración» del viejo


movimiento minero
En agosto de 1985, el flamante gobierno de Víctor Paz Estenssoro dic-
tó el famoso decreto 21.060, que determinó el cierre de la mayoría de
las minas de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y el despido
– eufemísticamente llamado «relocalización» – de la mayor parte de la
fuerza de trabajo dependiente de la empresa estatal, que se convirtió en
un desencadenante central del proceso de profundas transformaciones
en la minería boliviana.
La nueva política minera fue justificada por la grave crisis de la minería
estatizada, que, por lo demás, había sido un elemento muy importante de
la debacle económica que sufrió Bolivia entre 1982 y 1985 bajo el gobierno
de la Unidad Democrática y Popular (UDP). Apoyado en una coalición de
centro derecha aglutinada en el parlamento boliviano y que incluía al par-
tido del ex dictador Hugo Banzer – ADN – tras la derrota electoral de la
izquierda, Paz Estenssoro contaba con las condiciones políticas adecua-
das para aplicarla como parte central de una Nueva Política Económica
(NEP), de corte neoliberal.
En otros momentos históricos de crisis de la minería del estaño, polí-
ticas menos drásticas que las planteadas por el 21060, que habían inten-
tado la reducción de la fuerza de trabajo minera y la implementación de
estrategias para la paulatina desnacionalización de las minas estatizadas
en 1952, no pudieron aplicarse totalmente ya que el movimiento minero
luchó denodadamente por evitarlas.
En los meses posteriores a la promulgación del decreto citado reinó
bastante confusión en los centros mineros frente a la nueva política mi-
nera. Al respecto, no hay que olvidar el desgaste sindical sufrido por la
FSTMB durante el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP,
1982-1985), el papel disociador al interior de los sindicatos cumplido por
los partidos políticos y los fuertes sentimientos de frustración que rei-
naban entre los trabajadores. En relación a esto último, el retorno a la
democracia no había significado que se produzcan los cambios estructu-
rales por los que se había luchado contra las dictaduras que gobernaron
el país casi de manera ininterrumpida desde 1971 hasta 1982.
Por otra parte, desde 1982, la situación económica y social de los obre-
ros de las minas se había tornado prácticamente insostenible. La galopan-
te inflación de entonces había disminuido la capacidad adquisitiva de los
salarios, se tuvo que soportar el desabastecimiento permanente de las pul-
perías a través de las cuales la empresa estatal pagaba parte del salario, se
acrecentaron los problemas de los servicios de salud y educación y, sobre
todo, a medida que el precio del estaño descendía en el mercado mun-
dial, los costos de producción se volvían tan altos que la empresa estaba

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imposibilitada de cumplir sus obligaciones con los trabajadores y con las


tareas de producción que ya estaban prácticamente paralizadas. Además,
con un déficit de 46 millones de dólares estadounidenses, COMIBOL se
vio impedida de seguir pagando regalías a los departamentos productores
de estaño, lo que afectó de manera dramática principalmente a Oruro y
Potosí, pues La Paz tenía aparte de la minería otras fuentes de ingresos.
El desánimo, los sentimientos de frustración política, la situación críti-
ca de la familia minera, impulsaron a centenares de trabajadores a aceptar
la «relocalización» y muchas familias comenzaron a abandonar los cam-
pamentos mineros. Desde septiembre de 1985 a agosto de 1986, se produjo
la primera ola de mineros que salieron de sus campamentos, alcanzando
el número de aproximadamente ocho mil trabajadores, es decir, un poco
menos de un tercio del total de obreros dependientes de COMIBOL.1
Esta primera ola de mineros despedidos, ya que el gobierno nunca se
preocupó por «relocalizarlos», inició la «diáspora» desordenada y forzada
de ese sector. Al tiempo que los campamentos mineros quedaban poco
a poco abandonados y algunos de ellos se iban convirtiendo en pueblos
fantasmas, los ahora ex mineros se fueron asentando en diferentes puntos
del país.
Los medios de comunicación, sobre todo la prensa escrita, reflejaron
dramáticamente el «peregrinaje» minero y la precariedad de sus nuevas
«viviendas» – en realidad carpas o cartones – instaladas en los nuevos
espacios que ocupaban en los que no tenían acceso a servicios básicos
como agua potable, luz eléctrica y educación, entre otros.
En los distintos lugares a los que los primeros mineros relocalizados
se dirigieron, no solo tuvieron que enfrentar difíciles condiciones de vida
y la falta de trabajo, sino la actitud mayoritariamente negativa de los po-
bladores de los lugares donde se asentaban. Por ejemplo, en lugares como
Tupiza, Tarija, Cochabamba o Santa Cruz, los ex mineros fueron acusados
de la aparición de aparentemente nuevos problemas sociales como robos,
delincuencia juvenil y otros, además de ser considerados «revoltosos» por
su larga experiencia sindical.
Sin embargo, no faltaron las voces de solidaridad con ellos. Por ejem-
plo, en agosto de 1986, la iglesia católica emitió un largo documento lla-
mando a la conciencia de los bolivianos frente a su desesperada situación,
donde entre otras cosas se dijo:

«La minería boliviana está marcada por signos dramáticos que interpelan la
conciencia del mundo y el sentido cristiano de nuestro pueblo. Urge la bús-
queda de soluciones solidarias y viables que condigan con la dignidad de la
persona humana. Nos encontramos en una situación de verdadera emergencia
nacional (. . . ). Presenciamos cada día el éxodo masivo y creciente de mineros

1.— Ministro de Minería, Jaime Villalobos en: Presencia, 12 de agosto de 1986.

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y sus familias. Se van obligados por los bajos salarios, los retiros forzosos, la
política de relocalización, retiros voluntarios, en muchos casos porque la mina
ya no ofrece garantías de trabajo seguro y digno».2

Por su parte, los ex mineros comenzaron a comprender que su sobre-


vivencia dependía fundamentalmente de ellos mismos y buscaron la for-
ma de llevar el pan a sus familias. Sin embargo, la mayoría de las nuevas
ocupaciones que comenzaron a desempeñar eran en la mayor parte de
los casos de un nivel inferior al trabajo realizado como obreros especia-
lizados en distintas ocupaciones y categorías mineras. Ahora se desem-
peñaban como albañiles, obreros eventuales, o taxistas. Gran número de
ellos optaron por el comercio informal que en los siguientes años creció
de manera desmesurada en El Alto, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz.
Mientras tanto, los trabajadores que aún quedaban en las minas y que
todavía constituían una mayoría a mediados de 1986, apelaron a su acu-
mulación histórica y levantaron el discurso de «dar la pelea» para revertir
el 21060, contando con que sus organismos sindicales locales y la Federa-
ción Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) conducirían
la lucha. Por ejemplo, un dirigente sindical de la mina Huanuni señaló a
la prensa que su sindicato había decidido en asambleas no dejarse «chan-
tajear» por el gobierno con las indemnizaciones prometidas, indicando:
«Algunos trabajadores, por su desesperación y hambre, han optado por retirar-
se voluntariamente y se dieron cuenta muy tarde que fueron engañados (. . . ).
Nosotros defenderemos nuestras fuentes de trabajo porque estamos conscien-
tes que esa es la única forma de mantener en vigencia no solo nuestros or-
ganismos sindicales, sino la estabilidad de nuestras familias y de la minería
nacionalizada».3

Pero el discurso radical no tenía correlación con la realidad pues esos


eran momentos en que el pasado del movimiento minero, de décadas de
haber ocupado un lugar central en la vida nacional y en el que habían
mantenido su larga tradición de actor con una sólida identidad positiva y
proyección contestataria y combativa, parecía estar desmoronándose. Un
momento dramático de ello fue el XVI Congreso de la FSTMB, realizado
en Oruro en mayo de 1986, donde salió a luz la división existente en el
seno del movimiento minero y el deterioro de la legitimidad de los diri-
gentes, además de haberse producido la dolorosa renuncia de Juan Lechín
Oquendo, que había conducido a esta matriz sindical por más de cuarenta
años.
Así, tras varios meses de conflictos aislados, movilizaciones en los cam-
pamentos mineros, concentraciones en Oruro y La Paz, búsqueda de alian-
zas con otros sectores populares, y ante el fracaso de todas esas medidas
2.— Comisión Episcopal de Bolivia, 2 de agosto 1986.
3.— Presencia, 19 de julio de 1986.

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para hacer retroceder al gobierno, los trabajadores de base impulsaron


en agosto de 1986 una acción desesperada, que fue aprobada en una mul-
titudinaria concentración realizada en Oruro: caminar hacia la sede de
gobierno.
La «Marcha por la Vida y la Paz», que se inició el 25 de agosto de ese
año, fue planteada como una acción de «vida o muerte» pues los trabaja-
dores mineros eran conscientes que se estaban jugando su sobrevivencia.
Miles de trabajadores, junto a sus familias, decidieron marchar pacífica-
mente hasta La Paz para defender sus fuentes de trabajo y mantener las
minas abiertas.
Esta medida tenía poco que ver con las viejas prácticas mineras pues
a pesar de estar acompañada de movilizaciones en los campamentos y
de una huelga general indefinida, su carácter fue básicamente defensivo.
Empero, subyacentemente, estuvo marcada por la memoria acumulada de
las luchas mineras del pasado y por la creencia de que, a pesar de todo,
aún mantenían su capacidad combativa y de presión sobre el poder.
Conforme la marcha avanzó sobre la carretera, su número fue acre-
centándose hasta llegar a los diez mil trabajadores, incluyendo a decenas
de amas de casa mineras cargadas de sus hijos y personas que apoyaban
su lucha. En todo su camino, la solidaridad y el apoyo campesino fue ge-
neralizado y desprendido, lo que se manifestó a través de ollas comu-
nes, alojamiento y apoyo moral. En las ciudades, principalmente en La
Paz, la población sintió profundamente el drama minero y numerosas or-
ganizaciones populares y de clase media, partidos políticos de izquierda
y organizaciones internacionales, pidieron flexibilidad al gobierno movi-
mientista.
Al amanecer del 29 de agosto, cuando los mineros acampaban en la lo-
calidad de Calamarca y en la ciudad de La Paz, la Central Obrera Boliviana
(COB) preparaba su recibimiento y movilizaba a otros sectores sociales,
la mineros fueron cercados por el ejército, acompañado de aviones de
guerra que sobrevolaban la zona.
La mayoría de los trabajadores de base se mostraron decididos a en-
frentarse al ejército, tal vez recordando las numerosas veces en que lo
habían hecho en el pasado, pero los dirigentes de la FSTMB optaron por
levantar la marcha y aceptar que el ejército desmovilizara a los obreros
metiéndolos a la fuerza en camiones, buses y convoyes de tren contrata-
dos previamente.
Pese a que los marchistas – muchos con lágrimas en los ojos – grita-
ron a viva voz «los mineros volveremos», la derrota sufrida no era cual-
quier derrota. El movimiento minero había sido vencido y había descu-
bierto su debilidad. Este hecho arrastró también a la Central Obrera Bo-
liviana (COB), de la que había sido su columna vertebral durante décadas

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150 Magdalena Cajías de la Vega

como sector vanguardista en la lucha por reivindicaciones sociales, contra


las dictaduras militares y por el retorno a la democracia, entre otras.
Ahora bien, más allá de las apreciaciones sobre las causas y las con-
diciones históricas que llevaron al fracaso de las acciones desesperadas
de los mineros en esos años y, sobre todo de la derrota sufrida en la Mar-
cha por la Vida y La Paz, lo cierto es que a partir de ese momento el viejo
«mundo minero» se desmoronó, iniciándose un largo período de transfor-
maciones profundas en la vida de los antiguos trabajadores dependientes
de COMIBOL. Estos cambios fueron vividos por un lado, por la peque-
ña minoría de trabajadores que permanecieron en las minas que aun se
mantenían abiertas; por el otro, por los miles de mineros «relocalizados»
y sus familias que iniciaron una especie de «diáspora».
Lo que en ese momento era difícil de prever fue que esa ruptura sin
precedente con su pasado, sería un nuevo punto de partida de unos y otros
para la utilización de la memoria colectiva como instrumento de defensa,
cohesión e irradiación social, aunque ahora en un momento en que ya no
eran ni volverían a ser los mismos.

La «diáspora» minera
Después de la derrota sufrida, los miles de trabajadores que ahora
abandonaban en masa las minas, buscaron asegurarse las mayores ven-
tajas posibles para su retiro. Pronto exigieron al gobierno el pago de sus
indemnizaciones y una serie de «bonos extralegales», llamados así pues
estaban fuera de las leyes y reglamentaciones del Código Laboral vigen-
te. Los organismos estatales terminaron aceptando esas exigencias, aun
cuando significaban el crecimiento desmesurado de los costos económi-
cos de su política minera, lo que muestra la inquebrantable decisión del
gobierno de aplicar a ultranza el 21.060 y los decretos sucesivos que re-
glamentaron el paulatino cierre de las empresas de COMIBOL.
Así, en septiembre de 1986, el gobierno accedió a pagar un bono ex-
traordinario que significaba que por cada año trabajado el minero retira-
do recibiría la suma de USD 1.000, sobrepago que alcanzaba a todos los
obreros que abandonaron las minas desde enero de 1986.
Como esta medida no alcanzaba a los primeros relocalizados, en su
mayoría los trabajadores más antiguos, y como los mineros despedidos
vieron la oportunidad de plantear exigencias cada vez mayores, numero-
sos conflictos estallaron en los siguientes meses.
Por ejemplo, en octubre de 1987, La Paz fue escenario de la llegada de
cientos de relocalizados acompañados de sus esposas e hijos, que insta-
laron carpas en el atrio de la iglesia de San Francisco permaneciendo allí
por treinta y siete días, mientras se declararon huelgas de hambre simul-
táneamente en varias capitales del país. Aunque lograron la solidaridad de

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diferentes sectores sociales, de la iglesia católica y de numerosas ONGs


– conmovidos, por ejemplo, con la muerte de cuatro pequeñas niñas que
no pudieron soportar las condiciones de su permanencia en La Paz – y
consiguieron el compromiso del gobierno de mejorar su situación, las ac-
ciones de los relocalizados estaban lejos de parecerse a las protagonizadas
en años anteriores por los mineros asalariados.
El conjunto de la sociedad boliviana observó en esos días cómo los
anteriormente «orgullos» mineros, que cuando llegaban a la sede del go-
bierno atemorizaban a la población haciendo tronar dinamitas y mar-
chando con el puño en alto, ahora no eran sino grupos de personas de-
sesperadas que apelaban a medidas cuyo fin fundamental era provocar
apoyo y hasta compasión del conjunto de los bolivianos y de los poderes
públicos.
Un grupo de ex mineros de la mina Matilde fue más lejos, enviando
una carta al presidente en la que le pedían que los ayude a salir del país en
tono absolutamente dramático, como se puede advertir en los siguientes
párrafos:

«No teniendo dónde, ni cómo trabajar y ganarnos el sustento diario, hemos


optado por abandonar el país, buscando perspectivas en el extranjero, donde
estimamos consideran que aún somos útiles para el desarrollo y el progre-
so (. . . ). Su gobierno porta armas, dirige tropas y tanques como ocurrió en el
cerco de muerte tendido a la “Marcha por la Vida”, mientras nosotros señor
presidente no logramos abrir las compuertas de la subsistencia, pese a que gol-
peamos con desesperación y angustia ocasionadas por el hambre y la miseria
a que nos han sometido (. . . ) la falta total de perspectivas obliga a abandonar
esta tierra que es nuestra y que en sus entrañas guarda nuestra sangre genero-
samente regada por su progreso y liberación».4

Pero en octubre de 1987, COMIBOL planteó que ya no aceptaría más


presiones, pues consideraba que se habían pagado suficientes beneficios
sociales, numerando así las distintas obligaciones cumplidas hasta ese mo-
mento: indemnización por años de trabajo, desahucio, bono extraordina-
rio, bono de cesantía, bono de transporte, condonación de la deuda de
pulpería de Bs. 200 a todo personal en trabajo al 30 de octubre de 1986,
atención médica por cuenta de COMIBOL en un período de 60 días, ca-
tastro pulmonar a realizarse por la CNSS y respaldo en los trámites de
jubilación por la CNSS y los Fondos Complementarios (Corporación Mi-
nera de Bolivia, 26 de octubre de 1987).
Para agosto de 1987, los despedidos de las minas ya alcanzaban a 24.078
y en las empresas nacionalizadas de Catavi, Quechisla, Colquiri, Huanu-
ni, Unificada, San José, Caracoles, Viloco, Santa Fé, Bolívar, Colquechaca,
Matilde, Kami, Bolsa Negra, Ferro Corp., Pulacayo, Río Yura, Metalurgia
4.— Presencia, 22 de marzo de 1987.

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Oruro, así como en las plantas de volatilización de La Palca y Machaca-


marca, oficina de La Paz, Central Oruro, Agencia Cochabamba, Agencia
Uyuni, Agencia Antofagasta y Agencia Mollendo, solo permanecían un to-
tal de 5.173 trabajadores (Secretariado Nacional de Pastoral Social (SEN-
PAS), comisión dependiente de la Conferencia Episcopal de Bolivia, La
Paz, 19 de agosto de 1987).
Ante el aumento de la desocupación en Bolivia, pues con el 21.060
no solo se cerraron minas sino numerosas fábricas y empresas estatales
concentradas en la Corporación Boliviana de Fomento (CBF), a partir de
1988, el gobierno lanzó varias políticas para dotar de empleo a los ex tra-
bajadores, aunque sus alcances fueron bastante limitados.
Por ejemplo, con apoyo financiero del Banco Mundial, del FMI y del
PNUD, se organizó ese año el Fondo Social de Emergencia (FSE), pos-
teriormente denominado Fondo de Inversión Social (FIS), cuya principal
finalidad fue la de generar empleo temporal en obras de rápida ejecu-
ción (construcción de caminos vecinales, empedrado de calles, limpieza
de canales y otras tareas de servicio), siendo los más beneficiados los que
accedieron a proyectos de «autoconstrucción» de viviendas.
Por su parte, el Ministerio de Minería propuso dar concesiones en
alquiler de minas desahuciadas por COMIBOL, a cooperativistas mine-
ros que estuviesen dispuestos a explotar por cuenta y riesgo propio ve-
tas de muy baja ley y parajes abandonados. Numerosas cooperativas se
formaron con ex trabajadores en lugares como Catavi, Siglo XX, Cola-
vi, Colquechaca, Japo, Morococala, Caracoles y Huanuni, alcanzando un
número elevado de socios en muy poco tiempo.
Cumpliendo estas y otras tareas en los diferentes lugares donde los ex
mineros se asentaron, poco a poco, comenzaron a reemerger o recrearse
las acumulaciones históricas previas y su memoria colectiva a través de
las formas y los contenidos con que enfrentaron sus nuevas condiciones
de vida, los cambios en relación a su actividad productiva anterior y su
asentamiento cada vez más definitivo en regiones diversas del territorio
nacional,
Al respecto, si bien en los primeros grupos de relocalizados se pue-
de advertir un mayor desbande del sentido colectivo que había sido par-
te fundamental de la identidad minera, muy pronto reaparecieron senti-
mientos de pertenencia, comportamientos solidarios y búsqueda de pro-
yecciones comunes ante la nueva realidad.
En un principio, esto se expresó en las movilizaciones ya descrip-
tas, que fueron organizadas por la Comisión Nacional de Relocalizados
y las comisiones departamentales recientemente creadas, pero cuando
los problemas iniciales comenzaron a solucionarse, la reconstrucción de
prácticas e imaginarios del pasado se expresaron en los nuevos lugares de
asentamiento.

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Por ejemplo, en muchos casos, los ex obreros de determinada mina o


grupo de minas cercanas, se trasladaron a algún lugar conjuntamente y se
instalaron en barrios urbanos o localidades rurales también como grupo
compacto.
En esos lugares establecieron muy pronto sus nuevas organizaciones,
las que ahora tenían como funciones principales las de tramitar la compra
de terrenos, lograr el establecimiento de servicios básicos, la construcción
de escuelas para sus hijos, e incluso – como había sido en las minas –
propiciar el desarrollo de actividades culturales y deportivas.
La ciudad de Cochabamba, que fue uno de los lugares de mayor mi-
gración minera, principalmente de las minas del norte de Potosí, – lo que
se debió en gran parte a que los trabajadores habían adquirido en años
anteriores terrenos para trasladarse allí cuando tuvieron que jubilarse –
se creó en 1987 la Asociación Regional de Mineros Relocalizados de Co-
chabamba. Esta se encargó de mejorar las condiciones de vida para los
aproximadamente cuatro mil ex mineros afiliados a ella, que junto a sus
familias sumaban unas 20 a 30 mil personas. Muy pronto se construye-
ron allí «barrios mineros» que fueron bautizados con nombres de antiguos
campamentos como «Siglo XX», se nombraron calles en conmemoración
de ex dirigentes «mártires» del sindicalismo minero, como «Federico Es-
cóbar», y esos barrios tuvieron características muy similares a las de los
campamentos de donde provenían.
Es fundamental también analizar cómo se produjo la recreación y/o
adaptación de su memoria histórica no solo en sus aspectos organizati-
vos sino incluso en los ideológicos y políticos, para lo que analizaremos
lo que ocurrió en dos espacios que se caracterizan por ser receptores de
amplias migraciones de ex mineros: la ciudad de El Alto y el trópico co-
chabambino.

El papel de la memoria en los nuevos ámbitos en los que los


«relocalizados» se asentaron
En relación al trópico cochabambino o Chapare, ya existía allí una an-
tigua tradición de traslado de ex mineros a localidades como Villa Tunari
desde las décadas de los sesenta y setenta. Por otro lado, las relaciones en-
tre organizaciones campesinas del Chapare con los sindicatos de Catavi-
Siglo XX eran fluidas a fines de la década de los setenta y principios de la
de los ochenta, las que tenían tanto carácter deportivo (campeonatos de
fútbol), como sindical.
Aparentemente, los primeros «relocalizados» llegaron a la zona desde
que se produjo la primera ola de despidos de 1985-1986, convirtiéndose
rápidamente en trabajadores temporales, y en varios casos, en «pisa coca»;

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es decir, realizando trabajos vinculados con la elaboración clandestina de


la droga, que para entonces se había elevado significativamente.
Sin embargo, las migraciones más organizadas de relocalizados al Cha-
pare comenzaron recién en 1987. Los grupos de ex mineros y sus familias
se ubicaron desde entonces mayoritariamente en el Parque Nacional Isi-
boro Sécure, donde aún existían tierras que repartir, ya que otras partes
del trópico estaban copadas por migraciones anteriores, principalmente
provenientes del Valle Alto y el Valle Bajo cochabambino, pero también
de otros lugares del país, como de las zonas rurales de Potosí, Oruro y del
Altiplano paceño.
Aunque no existen datos estadísticos exactos, por entrevistas reali-
zadas en el lugar, se puede calcular en aproximadamente unos dos mil
ex mineros, sin contar sus familias, los que se asentaron allí. Aunque es
un número relativamente pequeño, como ocurrió en el pasado, cuando
numéricamente hablando los mineros no alcanzaban a más del 5 % de la
población económicamente activa (PEA), su influencia no se derivará de
su número sino de aspectos más cualitativos.
Antes de dar algunos elementos sobre esto último, es importante seña-
lar que los mineros que se trasladaron al trópico cochabambino, vivieron
la metamorfosis de su condición social de «minero a campesino» o más
propiamente de «minero a cocalero», lo que aparentemente podría tener
fuertes connotaciones en la desestructuración de su antigua identidad.
Por otro lado, los mineros arribaron al Chapare cuando ya esta región del
país había sido identificada como una zona «especial» y conflictiva, al ser
la principal productora de coca considerada excedentaria, y el gobierno
había comenzado a aplicar medidas radicales para su erradicación, tanto
forzosa como concertada.
Por otra parte, en la zona ya se habían consolidado las Cinco Federa-
ciones Campesinas del Trópico bajo la conducción de un joven dirigente
de origen orureño, Evo Morales y, en 1988, se había producido la primera
«masacre» de campesinos cocaleros en Villa Tunari.
Los ex mineros que se instalaron mayoritariamente en el Isiboro Sé-
cure, ingresaron rápidamente en la problemática general del trópico co-
chabambino y aunque es difícil saber el grado de participación que tuvie-
ron en las primeras movilizaciones que han sido inscriptas en la historia
y memoria de los cocaleros, como la citada «masacre» de Villa Tunari, su
influencia comenzó a sentirse de diversas formas.
Por ejemplo, en todo el proceso de fortalecimiento sindical que se
intensificó desde 1988, un conocido ex dirigente minero y miembro de
la «vieja guardia» de la FSTMB, Filemón Escóbar, se situó como «asesor»
del joven dirigente cocalero Evo Morales y se convirtió en un principal
orientador ideológico de las bases cocaleras. Pero había más, como lo

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señala una cooperante e investigadora danesa, que realizó entrevistas a


cocaleros a mediados de la década de los noventa.
Ella sostiene que los campesinos cocaleros reconocían ampliamente
la transmisión de la experiencia sindical minera a la zona del Chapare,
y que los relocalizados se destacaban en las movilizaciones y luchas del
sector. Sobre ello, recoge este testimonio:

«. . . en la lucha son muy consecuentes los compañeros mineros, nunca ellos


dicen que así nomás, sinó: vamos con mano armada ¿o qué?, porque ellos. . .
tantos enfrentamientos que hicieron en la mina, entonces ellos ya son preca-
vidos de todo» (Ejdesgaard 1997).

Por su parte, la dirigente cocalera Leonilda Zurita, que nació en la


zona, nos contó que la presencia de los mineros se sintió inmediatamente
en el Chapare, así como la de las mujeres o «amas de casa mineras», las
que impulsaron desde un principio la organización de las cocaleras con
las mismas características que ellas lo habían hecho en las minas. En el
año 2002, Leonilda nos dijo al respecto:

«Gracias a ellas nos hemos organizado las mujeres. . . Ellas nos han enseñado
a que nos organicemos porque las mineras habían sido bien organizadas, por-
que las primeras centrales de organizaciones de mujeres han existido (. . . ) a la
cabeza de las compañeras palliris».

Tampoco existen datos exactos sobre la participación de los ex mine-


ros o sus hijos en las direcciones sindicales, pero está claro que muchos
han ocupado puestos importantes, como es el caso de Feliciano Mama-
ni, una de las cabezas más conocidas del movimiento cocalero, quien nos
dijo en ese mismo año:

«Entonces los relocalizados, los mineros también estamos asentados. Yo tam-


bién soy parte de eso. Mis familias trabajaban en la mina de Siglo XX y Uncía
(. . . ). Es la experiencia. . . , pues los mineros estamos orientados desde más an-
tes (. . . ). Y además recuperamos a nuestros dirigentes que han dado la vida, y
aquí, de tal o cual modo estamos avanzando».

Así, de manera subyacente, casi «clandestina», los ex mineros que vi-


vieron un proceso de «campesinización» a «cocalización» utilizaban su
memoria, no solo para sí mismos sino que la trasladaron al grupo con el
que convivían y se interrelacionaban.
Es importante hacer notar, sin embargo, que la memoria minera no
se «congeló» en el pasado sino que se recreó y enriqueció con elemen-
tos ideológico-culturales nuevos en su nueva condición de ex minero-
cocalero; mientras que, por su parte, los cocaleros se impregnaron de
una u otra manera del «mundo minero». Así, las articulaciones ideoló-
gicas y culturales entre ambos grupos se tornarían «explosivas» en muy

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poco tiempo, proceso que fue empujado en gran medida por la realidad
de confrontación permanente de los cocaleros con los organismos repre-
sivos (del Estado y la DEA), las políticas gubernamentales y la injerencia
estadounidense.
Años más tarde, cuando el movimiento cocalero cobró relevancia a
nivel nacional, saldrían a luz con más fuerza esas subyacentes «adquisi-
ciones» de las experiencias previas mineras.
En relación a la llegada de relocalizados mineros a la ciudad de El
Alto, aunque existen algunas características similares con lo ocurrido en
el Chapare, esta migración tuvo sus propias especificidades.
Un aspecto fundamental tiene que ver con el hecho de que los ex
mineros provenían de campamentos o poblaciones rurales más o menos
grandes y más modernas que los pueblos campesinos, pero que en gran
medida eran lugares aislados, con condiciones de vida muy limitadas y
de donde los mineros salían en muy pocas ocasiones. Ahora llegaban a
un ciudad, que para la década de los ochenta tenía más de 500.000 ha-
bitantes y que, además, se encontraba pegada a otra gran ciudad, La Paz,
con unos 800.000 habitantes para el mismo período. Eso significó que su
traslado transformó su condición social de minero urbano-rural a pobla-
dor urbano de una gran ciudad, aunque marcada por sus altos niveles de
pobreza.
Por otro lado, un gran porcentaje de los mineros pueden ser conside-
rados «culturalmente» hablando como mestizos y, en muchas partes del
país, son de origen quechua hablante. En la ciudad de El Alto, como se sa-
be, la mayoría de los migrantes rurales son de origen aymara y los rasgos
culturales indígenas son más fuertes.
Allí, los ex proletarios no se transformaron-asimilaron colectivamente
en otro actor social, como fue el caso del Chapare, sino que tuvieron que
asumir y realizar todo tipo de tareas de forma individual, como vimos más
arriba para el caso de los mineros trasladados a ciudades capitales del país.
La primera ola de relocalizados que llegó a El Alto se produjo entre
1986-1987. Al respecto, lastimosamente no existen datos exactos sobre la
cantidad de mineros que se asentaron en esa ciudad, aunque las informa-
ciones parciales señalan un número aproximado de 6.000 ex trabajadores,
sin contar a sus familias.
Lo cierto es que cientos de ellos se instalaron en terrenos abandona-
dos y que aún no habían sido urbanizados, donde comenzaron a vivir en
carpas de nylon, teniendo que soportar las duras inclemencias del tiempo
y la ausencia de todo tipo de servicios básicos durante varios meses. Un
reportaje periodístico relata el respecto:
«La metamorfosis que muestran las fotografías, se está operando a más de
4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde el desgarrador proble-
ma del trabajador minero obligó a este, después de recorrer errantes muchos

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lugares del territorio en busca de un lugar seguro para su familia, a asentarse


en el altiplano paceño, próximo a la ciudad de El Alto y arañar la tierra para
levantar el techo del que fueron privados intempestivamente en las minas».5

Sin embargo, esta difícil situación no impidió que se organizaran co-


lectivamente para enfrentar de manera conjunta tanto su sobrevivencia
como su asentamiento en esta joven ciudad de Bolivia. En todo ello, fue
muy importante el papel cumplido por las esposas de los trabajadores, que
impulsaron diverso tipo de actividades para enfrentar colectivamente las
dificultades del momento. Por ejemplo, las mujeres mineras organizaron
«ollas comunes» en las que quienes habían podido conseguir algunos re-
cursos económicos contribuían con los víveres necesarios y el conjunto
de las amas de casa organizadas cocinaban, como relata la dirigente del
Comité Departamental de Amas de Casa Despedidas, Deysi Incapoma:

«Esta cocina familiar de las ollas comunes autogestionarias, es la revelación del


nivel de conciencia y organización de los diferentes comités de amas de casa
de trabajadores mineros desocupados, que son parte de sus actividades en de-
fensa de sus legítimos derechos para la atención colectiva de sus necesidades
alimentarias».6

Por otro lado, la capacidad organizativa y de movilización de grupos


de familias mineras contribuyó de manera decisiva a que tras numerosas
luchas y negociaciones con la alcaldía de La Paz, primero, y la de El Al-
to, después, logren construir «barrios mineros» en diferentes espacios de
esa ciudad, siendo los más significativos los siguientes: Santiago I, 21 de
Diciembre, Santiago II y Rosas Pampa, aunque también algunos relocali-
zados se instalaron en barrios ya constituidos, como Alto Lima, la tranca
de Río Seco y Ciudad Satélite.
De manera colectiva, como a través de programas de «autoconstruc-
ción» en los que utilizaron viejas formas de cooperación andina como el
ayni (sistema de reciprocidad que puede entenderse como cercano al oc-
cidental «hoy por tí, mañana por mí»), consiguieron convertir los terrenos
comprados a la alcaldía en urbanizaciones dotadas de viviendas acepta-
bles, servicios básicos, plazas y espacios de recreación.
Es llamativo, nuevamente, que la organización espacial de las calles y
casas en esos barrios tenga un gran parecido con los campamentos mine-
ros así como, en algunos casos, como en Santiago II, se hubiese instalado
un monumento en homenaje al trabajador minero (idéntico al que existe
en Siglo XX) y estatuas edificadas en homenaje a líderes mineros, como
Juan Lechín.

5.— Presencia, 20 de junio de 1987.


6.— Presencia, 22 de junio de 1987.

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Organizativamente, los mineros trasladaron sus formas sindicales de


tipo obrero a las llamadas «juntas de vecinos», como puede advertirse en
la estructura de cargos de este tipo de organización. Pero no solo ocu-
paron puestos en las juntas de vecinos de los asentamientos mayoritaria-
mente mineros sino que comenzaron a ser elegidos para ocupar cargos
importantes a nivel de distritos e incluso de toda la ciudad.
Años después, varios hijos de ex mineros asentados en El Alto se des-
tacarán como dirigentes a diferentes niveles, como es el caso de uno de
los principales dirigentes vecinales del levantamiento conocido como «la
guerra del gas» de 2003, llamado Abel Mamani. Situaciones similares se
dieron con las organizaciones de mujeres que de pertenecer a «comités
de amas de casa mineras» pasaron a los «clubes de madres», a los que
transformaron de acuerdo con sus viejas tradiciones y experiencias vivi-
das.
Pero la influencia idológica y política, así como organizativa, de la pre-
sencia minera en el trópico cochabambino y en la ciudad de El Alto, ade-
más de en otras ciudades que no analizamos aquí (como Cochabamba),
emergió recién con claridad a inicios del nuevo siglo y en el contexto de
fundamentales luchas populares.

Huanuni: la memoria colectiva en la lucha porque la mina se


mantenga abierta entre los mineros que resistieron al 21.060
Para fines de 1987, solo permanecían abiertas las minas – antes de-
pendientes de COMIBOL – de Caracoles, Colquiri y Huanuni, aunque
sin haberse iniciado aún su proceso de reactivación. En ese entonces, ya
la empresa estatal había perdido sus anteriores atribuciones – que impli-
caban su injerencia en toda la cadena productiva – y se había reducido
al papel de preparar las minas citadas para su transferencia a capitales
privados o para otorgar concesiones a decenas de nuevas cooperativas.
En ese proceso, la mina de Huanuni comenzó a sobresalir. Un primer
aspecto que contribuyó a ello fue que esa mina estannífera, considerada
una de las más ricas del mundo, con grandes reservas de mineral y que ha-
bía proporcionado importantes ganancias en el pasado, fue considerada
como la más (y casi única) viable para volver lo antes posible a actividades
de producción.
Mientras el gobierno preparaba su «reactivación», Huanuni comenzó
a atraer a cientos de expulsados de otras minas, principalmente de las
minas del norte de Potosí que ya habían sido cerradas, como Siglo XX y
Catavi. Una gran parte de ellos organizaron dos nuevas cooperativas que
se sumaron a las dos ya existentes. Otros tantos, – que también podían
provenir de las filas de cooperativistas – engrosaron las grupos clandes-

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tinos de jucus o «ladrones de mineral», actividad tradicional en la zona


pero que desde fines de los ochentas alcanzó mayores proporciones.
Como las actividades productivas aun no se reanudaban, solo un pe-
queño número, que varió entre 500 a 800 trabajadores, siguió pertene-
ciendo a la vieja «Empresa Minera de Huanuni», en la que realizaban ta-
reas de mantenimiento de la mina y otras colaterales. De esa manera, los
«asalariados» se convirtieron en el sector minoritario de la fuerza de tra-
bajo de esa localidad, además de sufrir los primeros conflictos con los
miles de cooperativistas.
Para inicios de los noventa, la mina entró nuevamente en actividad,
perteneciendo todavía a COMIBOL. Esto se debió en gran parte a los
conflictos que el pequeño número de trabajadores desarrolló para que
Huanuni comience nuevamente a producir. Sin embargo, cuando el go-
bierno de entonces, atendiendo ese pedido, decidió hacer mejoras en el
interior de la mina y en el ingenio, lo hizo con el objetivo de prepararla
para su inmediata privatización.
Esa posibilidad motivó una gran resistencia de los obreros de Huanuni,
mientras que, paralelamente, varias licitaciones lanzadas a nivel guberna-
mental no tuvieron el éxito esperado hasta varios años después. Así, en
el marco de la política de «capitalización» implementada por el primer
gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997) y continuada por los
de Hugo Banzer y Jorge Quiroga (1997-2002), la mina fue adjudicada a la
empresa inglesa Allied Deals, en 1999.
Los mineros asalariados aceptaron finalmente la privatización de Hua-
nuni ante las promesas de jugosas inversiones y la inamovilidad de los
trabajadores. Ni una ni otra cosa se cumplieron, además de que más tarde
quedó en evidencia que la más rica mina de estaño de Bolivia había caído
en manos de una empresa deficitaria y con problemas de deudas en su
propio país, Gran Bretaña.
Ahora bien, en todos esos años, las condiciones de vida y de trabajo
del pequeño número de trabajadores asalariados de Huanuni empeoraron
drásticamente en relación a la décadas pasadas; ni qué decir para el caso
de los cooperativistas y ladrones de mineral. Por ejemplo, fue constante la
ausencia de implementos indispensables para el trabajo de interior de mi-
na, disminuyeron radicalmente las medidas de seguridad, constantemen-
te se daba la inundación de parajes, no había renovación de maquinaria
gastada y cotidianamente se presentaban otros agudos problemas.
En cuanto a los aspectos sociales, derechos y conquistas obtenidos
por los trabajadores mineros en luchas pasadas, como educación gratuita
para sus hijos, y de buena calidad, desayuno escolar, atención a la salud
del trabajador y la familia minera, seguridad social y pulpería barata, estos
fueron eliminados paulatinamente.

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160 Magdalena Cajías de la Vega

Paralelamente, los bajos salarios, la inestabilidad laboral y la presencia


en la localidad de un gran número de desocupados, provocaron el incre-
mento de la criminalidad, así como del alcoholismo, principalmente en-
tre los jóvenes. Además, se produjeron numerosos enfrentamientos entre
cooperativistas y jucus, normalmente aliados entre sí, contra los obreros
de la empresa, en disputas por áreas de trabajo.
Pero el aspecto más sentido por los mineros de Huanuni, fue el debili-
tamiento de su organización sindical, arrastrada por la profunda crisis de
la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), de
la Central Obrera Boliviana (COB) y de sus propias transformaciones in-
ternas. Además de haberse debilitado por los constantes enfrentamientos
con los cooperativistas y los jucus, el sindicalismo de Huanuni vio fuerte-
mente disminuidas sus posibilidades de presión y de conseguir resultados
con sus acciones, ya que numerosas huelgas y movilizaciones impulsa-
das desde los últimos años de la década de los ochenta no consiguieron
cambiar su situación.
Por otro lado, en Huanuni, la empresa inglesa implementó una rígida
disciplina laboral, que recordaba los tiempos de los «barones del estaño»
(Huanuni perteneció a Simón Patino desde 1912), a través de nuevos re-
glamentos en los que se establecieron numerosas prohibiciones para el
desenvolvimiento de la actividad sindical, así como de la vida social entre
los trabajadores. En años recientes, algunos mineros que vivieron esas ex-
periencias me contaron que incluso fue prohibido el acullico tradicional
en interior mina, las ch’allas de los viernes y el culto al Tío de la mina, o
Dios del Ukhupacha (interior de la tierra).
En relación al funcionamiento del sindicato y el desarrollo de con-
flictos, el nuevo reglamento penalizó la protesta social y estableció que
las huelgas y los paros de labores que se realizasen sin haber seguido to-
do los pasos «legales» previos, acarrearían sanciones inmediatas para los
trabajadores, como el despido, el no pago de haberes por los días no tra-
bajados, descuentos y otro tipo de sanciones. Además, se advirtió que no
debía existir «injerencia política» en la actividad sindical.
A pesar de estas y otras situaciones que impactaron negativamente en
la vida de los trabajadores y sus familias, los mineros de Huanuni logra-
ron enfrentar de una u otra manera los nuevos desafíos. La acumulación
histórica previa, de experiencias asumidas como parte de la conciencia
de clase, expresadas y recreadas en la memoria colectiva, actuaron como
catalizadores de la resistencia a ser totalmente derrotados, primero, y en
la recuperación paulatina de su carácter de actor social capaz de proyec-
tarse nuevamente en la vida nacional, después.
Por entrevistas realizadas en la mina entre los años 2001 y 2006, pu-
de advertir que los trabajadores que permanecieron en Huanuni, sintieron
que en ellos reposaba la posibilidad de sobrevivencia del proletariado mi-

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nero tradicional. Así, a pesar de que Huanuni había sido uno de los pilares
fundamentales de la FSTMB, nunca como ahora tenía la responsabilidad
de evitar la muerte final del viejo movimiento minero boliviano, lo que
indujo al deseo de recuperar de alguna manera ese pasado, empezando
por mantener vigente su sindicato.
Este incluso se fue proyectando hacia la Federación de Mineros y la
COB, que para inicios del nuevo siglo también buscaban su recuperación
como conductores del movimiento obrero y popular del país, aun siendo
más o menos consientes de los profundos cambios históricos y estructu-
rales que habían ocurrido en el campo social boliviano. De esa manera,
viejos y nuevos dirigentes de Huanuni comenzaron a ocupar las carteras
más importantes de ambas matrices sindicales, lo que ha continuado así
hasta nuestros días. Como muestra citemos solamente los nombres de Jai-
me Solares, Miguel Zubieta, Pedro Montes y el actual secretario ejecutivo
de la COB, el minero huanuneño Juan Carlos Trujillo.
En Huanuni, fortalecido el sindicato, las movilizaciones y paros decre-
tados comenzaron a tener más resultados como conseguir mejores con-
diciones de trabajo, frenar nuevos despidos de obreros, la vigencia de sus
organizaciones y una cierta rehabilitación de la empresa, entre otros. Pe-
ro fue la lucha desarrollada para expulsar a la Allied Deals de Huanuni el
momento más significativo de ese proceso.
En el año 2001, cuando ya eran irrefutables las denuncias del sindicato
en relación a los malos manejos de la empresa inglesa – pues un escán-
dalo de grandes proporciones estallado contra ella en Inglaterra se había
conocido en el país – lograron por fin su objetivo. Así, un largo bloqueo
del camino Oruro-Machacamarquita, que contó con el respaldo de nume-
rosas instituciones de la ciudad de Oruro, concluyó no solo con la salida
de Alied Deals sino con el retorno de Huanuni a COMIBOL.
En relación a esto último, aunque la mina quedó bajo la administración
de la interventora RBG, los obreros exigieron que los problemas ocasio-
nados por la capitalización de la mina y una nueva reactivación de esta
sea realizada por COMIBOL. Y pese a que esta ya no podía participar en
la cadena productiva minera, bajo presión del sindicato de Huanuni, el
gobierno tuvo que acceder al pedido y solicitar al Parlamento Nacional
que modifique algunos artículos del Código Minero para legalizar la nue-
va situación.
El triunfo obtenido por los trabajadores de Huanuni, los motivó a rea-
lizar enormes esfuerzos para mejorar la producción de la mina y a seguir
fortaleciendo sus organizaciones sindicales, lo que se dio principalmen-
te a través de la transmisión de experiencias de los mayores a las nuevas
generaciones en los espacios tradicionales como las asambleas y los mo-
mentos de socialización en el trabajo y fuera de la mina, así como por
intermedio de la Radio Nacional Huanuni, que siguió cumpliendo su pa-

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pel de fortalecimiento de la conciencia obrera y recreación de la memoria


histórica.
Poco a poco los mineros de Huanuni recuperaron la confianza en sí
mismos, pese a ser también consientes de las transformaciones ocurridas
desde 1985, de gran impacto negativo y que, de una u otra manera, siguen
impactando hasta el presente. Sin embargo, no cabe duda de que en la
resistencia a la desaparición de su condición de proletariado minero asa-
lariado – lo que sí ocurrió en minas de aun mayor tradición de lucha que
Huanuni, como Siglo XX – así como en la persistencia por recuperar un
espacio en las luchas obreras, los mineros de Huanuni apelaron constan-
temente a la memoria.
En los últimos años, acontecimientos como el doloroso y cruento en-
frentamiento entre cooperativistas, por un lado, y jucus y mineros asala-
riados, por el otro, ocurrido en octubre de 2006, o el aumento constante
de la delincuencia, la expansión del alcoholismo y el consumo de drogas
de todo tipo por los jóvenes del campamento, la pérdida de legitimidad
de muchos dirigentes caídos rápidamente en desgracia y otros datos, se
puede evidenciar que son muchos los cambios ocurridos.
Sin embargo, otros datos permiten percibir que aun así, la memoria
colectiva transmitida y acumulada por décadas y generaciones como un
instrumento central de la cohesión interna de clase tiene todavía un lugar
en los comportamientos sociales, sindicales y políticos de los mineros de
Huanuni. Por ejemplo, finalmente el largo conflicto entre cooperativistas
y asalariados pudo zanjarse – eso ya dura seis años – con la convivencia
entre ambos y como asalariados en la Nueva Empresa Minera Huanuni,
el sindicato sigue guiando las luchas reivindicativas del sector, la empresa
ha sido «nacionalizada» por el gobierno de Evo Morales y ha vuelto a per-
tenecer de manera total a COMIBOL y bases y dirigentes han participado
activamente en todos los momentos históricos ocurridos en los últimos
años.

A modo de epílogo: los mineros en la guerra del gas de octubre de


2003
Es conocido que la rebelión popular de octubre de 2003, que tuvo co-
mo epicentro a la ciudad de El Alto, expresó entre otras cosas la recupe-
ración de las dimensiones contestataria y combativa de los movimientos
sociales populares en Bolivia. El sentido más visible de la lucha empren-
dida, que provocó la muerte de decenas de personas y cientos de heridos,
fue el de la «recuperación del gas para los bolivianos», así como la renun-
cia del gobierno de Sánchez de Lozada, tanto por su política de entrega
de los recursos naturales como por el uso de los militares para reprimir al
movimiento. Por otro lado, su sentido «subyacente» más significativo, fue

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el de haber logrado aglutinar y convocar a vastos sectores sociales – cam-


pesinos, indígenas, mineros, fabriles, gremiales, comerciantes, etcétera;
es decir, pobladores rurales y urbanos populares – que se articularon a
partir de sus identidades particulares en torno a un objetivo común.
En ese contexto, fue altamente significativa la presencia en El Alto de
los 800 mineros de Huanuni, y de más de tres mil cooperativistas mineros
en momentos decisivos de la insurrección, así como la importante actua-
ción, en toda la semana que duró el levantamiento popular, de los barrios
mineros de relocalizados, principalmente de Santiago II y Rosas Pampa,
lugares donde se produjeron uno de los mayores enfrentamientos con el
ejército.
La participación de los trabajadores de las minas en esos días histó-
ricos – tanto asalariados como cooperativistas – se convirtió en una es-
pecie de reencuentro con su identidad positiva y orgullosa. Bastaba para
descubrir ello, observar cómo entraron a la ciudad de La Paz, perfecta-
mente ordenados en filas de cinco en fondo, portando sus guardatojos,
levantando sus puños en alto y haciendo tronar insistentemente dinami-
tas en pleno centro de la ciudad.
Pero no se limitaron a actos simbólicos; durante todos los días que du-
ró la insurrección popular reforzaron los grupos de vecinos que luchaban
en El Alto contra las fuerzas militares y, en La Paz, engrosaron las mul-
titudinarias concentraciones que se enfrentaron a policías y cercaron el
Palacio de Gobierno.
En Patacamaya, los cooperativistas mineros se fundieron con los cam-
pesinos que llegaban del Altiplano al «cerco a La Paz». Juntos convencie-
ron a los militares que fueron a su encuentro para que los dejen pasar,
no sin antes haberse enfrentado a ellos. Ese acontecimiento, para algu-
nos analistas, desató la renuncia del presidente Sánchez de Lozada, pues
quedó en evidencia que los militares ya no estaban respondiendo a su
mando y que se había producido un encuentro fraterno entre estos y los
mineros y campesinos, lo que ocurrió en la mañana del 17 de octubre.
En cuanto a la presencia de los mineros de Huanuni en esos días, Pedro
Montes, ex dirigente de esa mina y en ese momento secretario ejecutivo
de la Central Obrera Departamental (COR) de Oruro, a quien entrevista-
mos cuando encabezaba la manifestación de mineros en el centro de la
ciudad el jueves 16 de octubre, nos dijo:

«Cuando el 86, un 29 (de agosto – Marcha por la Vida y la Paz – ) nos han cer-
cado de igual forma el ejército en Calamarca, claramente, en voz alta y con un
coraje alto habíamos indicado que los mineros volveríamos, y hemos vuelto
nuevamente a los caminos carreteros (. . . ). Ahora nuevamente los mineros, por
la misma senda que han abierto sus padres, por la misma senda, ellos están em-
pezando a luchar por los intereses de la clase trabajadora, fundamentalmente

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también devolviéndole la esencia histórica a nuestra gloriosa Federación de


Mineros».

Ese mismo día, un joven minero acotó:

«Ya no creían en los mineros, pero en realidad ahora se ve que ha llegado la


hora del cambio social del país (. . . ). Nosotros hemos ido construyendo la re-
volución. Lo que falta ahora es la techada final donde los bolivianos seamos
gobernantes de nosotros mismos y trabajar nuestras riquezas como bolivianos,
¡dignos, pero!».7

Y una ama de casa llegada de Huanuni, entrevistada unos días antes


mientras preparaba junto a otras mujeres de esa mina una «olla popular»,
subrayó:

«Siempre las mujeres mineras estamos caracterizadas para poder pelear por
lo que nos pertenece a todo Bolivia, no simplemente a los mineros (. . . ). Esa es
la lucha, el propósito de todo el pueblo boliviano, que tiene que hacerse una
nueva Bolivia. Porque estamos aquí dos Bolivias divididas: una de los ricos y
la que está mirada de poco, la de los pobres».8

Por el otro, para el conjunto de los sectores populares en lucha, la


llegada de los mineros fue entendida como una especie de «garantía» para
el triunfo popular, en un franco reconocimiento a su experiencia pasada,
a su combatividad y, sobre todo, a su valentía y coraje.
Esto no solo fue expresado por las dirigencias alteñas o por los vecinos
de El Alto involucrados en los hechos, sino por vecinos que simplemente
observaban los acontecimientos. Tal es el caso del testimonio que citamos
a continuación, que fue recogido por Verónica Navia, y que dice:

«El 17 de octubre, alrededor de las tres y media de la tarde, mi mamá y yo sa-


limos de casa. Al salir, vimos a los mineros bajar en marcha hacia el centro de
la ciudad (la Plaza San Francisco) (. . . ). Observé a los demás mineros, la mayo-
ría con la piel morena, con los ojos hundidos y masticando coca que les daba
fuerza para seguir; otros estaban fumando un cigarro, sus manos eran fuertes y
callosas debido al trabajo duro que realizan por su familia (. . . ) vi a mis vecinos
que prácticamente los regaban como a plantas desde sus terrazas; otros habían
sacado tarros con agua o refrescos en bolsas preparados caseramente (. . . ). To-
dos los vecinos estaban ajetreados; otros se quedaban solamente observando,
pero no con temor, sino con miradas de admiración (. . . ). Al llegar al centro de
la ciudad, los mineros hacían estallar pequeños cachorros de dinamita, como
si con esto nos dijeran: “Ya llegamos, ahora ya empieza la lucha”; las personas
se aglomeraban para recibirlos con aplausos y animándolos a seguir adelante.

7.— Entrevista realizada en San Francisco, 16 de octubre de 2003.


8.— Entrevista realizada el 9 de octubre de 2003.

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Desde una esquina de la plaza San Francisco, se observaba la multitud; tam-


bién se percibía que el grito silencioso que guardaban hace mucho ya había
explotado».9

En ese mismo libro se recoge este otro testimonio:

«Veíamos, desde la terraza de mi casa, pasar una extensa marcha. La gente tenía
en sus manos palos, piedras y otras cosas. Pensamos que se iniciaría la guerra
civil por tanta tensión que se vivía (. . . ). Vimos llegar a los mineros que venían
desde Huanuni; llegaban cansados, con la cabeza caída porque sostenían sobre
ella su casco muy pesado; en sus hombros cargaban unos bultos y una cama;
sus labios se veían secos y rajados. Yo observaba muy admirada cómo llegaban
estos hombres (. . . ). En la noche se oyeron petardos y una tremenda bulla. Salí
de mi casa para ver qué pasaba. Todos los vecinos salieron. Era un grupo de
jóvenes que cantaban el Himno Nacional agarrando la bandera de Bolivia; es
que habían empezado a llegar camiones llenos de gente que venía de Oruro;
eran mineros. Todos los vecinos se vieron realmente unidos porque sacaron
panes, plátanos y todo lo que podían para dárselos a los mineros que llegaban.
Pasaron ocho camiones; cada vez que pasaba uno de los camiones, la gente
aplaudía. Ellos gritaban una frase que me alegró mucho porque se mostraba
que estábamos unidos frente a estos conflictos tan dolorosos. La frase decía:
“Hermano paceño, Oruro está contigo”».10

Por otro lado, la actuación de los barrios mineros, que ha sido amplia-
mente reconocida, reveló su capacidad organizativa acumulada desde su
llegada a El Alto en la década de los ochenta, su sentido de pertenencia a
la comunidad alteña, su solidaridad sin límites con los compañeros mine-
ros que llegaban y su valentía y coraje. Hay numerosos testimonios sobre
el papel de los barrios mineros, principalmente en relación a Santiago II,
que se destacó ampliamente en la guerra del gas y sufrió muchas bajas.
Para ilustrar algo de la febril actividad en ellos, hemos escogido el do-
cumento denominado «Cronología y hechos ocurridos en la zona de Villa
Santiago II durante la guerra del gas», que fue preparado por la junta veci-
nal de la zona. Esta tiene como dirigente principal, y desde hace muchos
años, a un ex dirigente minero de Telamayu, una mina del sur de Potosí,
que llegó a ocupar importantes cargos en la Federación de Mineros y fue
muy cercano a Juan Lechín Oquendo, José Montecinos.
En este documento, se cuenta:

«DÍA JUEVES 09 DE OCTUBRE. Obedeciendo determinaciones de


FEJUVE (Federacón de Juntas Vecinales de El Alto), la junta de veci-
nos de Santiago II coordina su accionar con la Asociación de la Feria
Franca de nuestra zona, inicia el bloqueo este día en la Plaza El Mi-
nero y la Av. 6 de marzo a la altura de Taquiña, con una presencia

9.— Testimonio de Verónica Quispe, en Navia (2004, pág. 221).


10.— Testimonio de Fanny Suxo, en Navia (ibídem, pág. 219).

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masiva. Por otra parte, una cantidad apreciable de compañeros se


dirige hacia Senkata para recibir a los compañeros mineros de Hua-
nuni (. . . )».
«DÍA VIERNES 10 DE OCTUBRE. Realizamos una asamblea en la
Plaza El Minero, los vecinos ante los hechos del día anterior resuel-
ven masificar los bloqueos, se aprueba realizar colecta de víveres y
vituallas para los compañeros mineros de Huanuni y se nombra una
comisión (. . . ); la huelga es cumplida por todos cerrando toda clase
de negocios, el mercado y otros (. . . ).
»DÍA MIÉRCOLES 15 DE OCTUBRE. Nuestra zona sufre las conse-
cuencias del desabastecimiento, no existe pan, gas, carne y todos los
alimentos (. . . ). Por la tarde, un contingente del ejército y la policía,
dispersándose en la Av. 6 de marzo lanzan gases, disparos de bala y
balines, la gente se enfurece y pretende enfrentarlos, como no había
dinamita ni armamento lo hacían con piedras, impotentes de lograr
objetivos de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, nuevamente caen
varios heridos. . .
»DÍA VIERNES 17 DE OCTUBRE (. . . ). Más de 5.000 personas, veci-
nos de nuestra zona, hombres, mujeres, jóvenes y niños de todas las
edades salen a la Av. 6 de marzo, para ver pasar a los compañeros mi-
neros, campesinos, universitarios, gremiales de la ciudad de Oruro y
les asisten con refrescos, sándwiches y dulces y se convierte en una
fiesta de alegría y gloria. Esto dura hasta el día siguiente que siguen
llegando hasta medio día».11

Pero la participación de los mineros en los hechos citados no solo re-


veló un reencuentro – no necesariamente estable – con su memoria, lo
que contribuyó a redescubrir sentimientos positivos acerca de su rol en la
sociedad boliviana y dentro de los sectores populares, sino algo quizá aún
más significativo: su articulación con otros sectores sociales, con pobla-
dores urbanos, con campesinos indígenas, con sus antiguos compañeros
ahora convertidos en citadinos. Es decir que los mineros participaron en
un momento único de conjunción popular que tuvo consecuencias histó-
ricas de gran alcance y, para ellos, descubrir que aun estaban vivos, aún
pesaban en la historia de Bolivia.
Ha pasado ya más de una década de esos histórico acontecimientos y
Bolivia vive un importante proceso de transformaciones bajo el gobierno
del indígena Evo Morales Ayma. El mundo minero de hoy es más com-
plejo que nunca y todos los actores involucrados en él – Estado, empre-
sas privadas, cooperativas, obreros asalariados, etcétera – enfrentan día
a día situaciones difíciles e incluso algunas de ellas totalmente novedosas,

11.— Junta de vecinos de Villa Santiago Segundo, cronología. . . , 26 de noviembre


de 2003.

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como las tomas de minas por comunarios. Pero, ¿podrá aún la memoria
histórica ayudar a que lo bueno del pasado no desaparezca?

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Capítulo 9

El MLN-Tupamaros en Argentina. La alianza


con el PRT y los comienzos de la represión
transnacional (1973-1974)

Clara Aldrighi*
......

En los primeros meses de 1973 un experimentado núcleo de militan-


tes tupamaros provenientes de Chile y Cuba se radicó en Argentina. Con
el apoyo y aliento del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT)
crearon una estructura clandestina – el regional Buenos Aires del MLN –
cuya finalidad era servir de retaguardia a la acción política y armada de la
organización en Uruguay.1 Al mismo tiempo, el MLN abandonó su carác-
ter de movimiento policlasista e ideológicamente ecléctico para abrazar
el marxismo leninismo e iniciar el proceso de transformación en partido
obrero revolucionario. Como resultado de este giro ideológico-político
dejó de lado los precedentes vínculos con organizaciones armadas pero-
nistas y fortaleció sus relaciones con el PRT.2 Junto al apoyo cubano, el
MLN recibió en Argentina el sostén político, financiero, militar y logístico
*.— Una versión preliminar de este artículo fue publicada en Aldrighi y Waksman
(2015).
1.— En abril de 1972 las fuerzas armadas y la policía de Uruguay (actuando coor-
dinadamente como «fuerzas conjuntas») iniciaron una ofensiva contrainsurgente
que condujo al arresto de centenares de tupamaros y de sus principales dirigentes.
Fue en ese contexto que numerosos militantes buscaron refugio en Chile; entre
ellos un reducido grupo de dirigentes.
2.— En febrero de 1973, en una reunión conocida como «Simposio de Viña del
Mar», los dirigentes exiliados resolvieron transformar al MLN en un partido mar-
xista leninista de composición predominantemente obrera. Adoptaron una es-
tructura organizativa similar a la del PRT y designaron un comité central cuyos
organismos ejecutivos fueron la comisión política – integrada por Lucas Mansi-
lla, Efraín Martínez Platero, Kimal Amir y Luis Alemañy – y la militar, con Aníbal
de Lucía, William Whitelaw, Gabino Falero y Giocondo Ravagnolo (testimonio
anónimo n.º 2).

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170 Clara Aldrighi

de la organización hermana. La sintonía existente entre las dos formacio-


nes guerrilleras se tradujo en acuerdos políticos y operativos cuyas pri-
meras expresiones fueron el intercambio de militantes, la realización de
operaciones conjuntas en Argentina y la gestación de la Junta de Coordi-
nación Revolucionaria.
Los dirigentes del MLN de Argentina decidieron fortalecer el apara-
to armado de la organización político-militar, potenciando los niveles de
compartimentación, la educación política de los cuadros y las especiali-
zaciones técnicas que la lucha armada requería. En este último aspecto
Cuba aportó la necesaria preparación, adiestrando un considerable nú-
mero de tupamaros en guerrilla urbana y rural, inteligencia, logística y
otras especializaciones, con el propósito de conformar el núcleo funda-
cional de un «ejército del pueblo» que reiniciara la lucha en Uruguay y la
región.
Durante dos años, entre febrero de 1973 y mayo de 1975, el MLN de Ar-
gentina intentó dirigir al MLN de Uruguay desde el extranjero. Promovió
la instalación en Montevideo de militantes clandestinos, en su mayoría
adiestrados en Cuba, para conducir la refundación organizativa y política
del movimiento, según las pautas trazadas por los dirigentes exiliados.
Al comprobar la existencia del regional Buenos Aires y de la incipien-
te coordinación guerrillera, la dictadura uruguaya dio comienzo a la re-
presión en el país vecino, inaugurando en 1974 los secuestros y traslados
ilegales a Uruguay y los asesinatos de tupamaros residentes en Buenos Ai-
res. El inicial entusiasmo por la fortaleza que parecía brindar al MLN la
adopción de una nueva ideología, el irrestricto apoyo cubano y la alian-
za con el PRT en territorio argentino, pronto se trocaría en desconcierto
al constatar la eficacia de la represión que diezmaba sus filas en ambas
orillas del Plata.
Como secuela de los golpes represivos de 1974 afloraron en el MLN de
Argentina divergencias tácticas y rivalidades personales, que condujeron
a la formación de fracciones enconadamente enfrentadas, provocando a
fines de ese año la división del movimiento. La crisis repercutió en los nú-
cleos tupamaros de Uruguay, Cuba y Europa. En Argentina, la convicción
militante impulsó al reducido núcleo superviviente a continuar la lucha,
trasladando a Uruguay en el primer semestre de 1975 un grupo de dirigen-
tes exiliados. Fue el último intento de reorganización en el país durante
la dictadura militar. Su saldo fue el de decenas de tupamaros arrestados
en Uruguay y Argentina, varios desaparecidos y muertos en Uruguay.

Emprendiendo el retorno. Santiago, Buenos Aires, Montevideo


En la atmósfera de incertidumbre y amenazas golpistas que se instauró
a partir de las elecciones de marzo de 1973 (que dieron la mayoría relativa

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El MLN-Tupamaros en Argentina. . . 171

a la Unidad Popular con el 43 % de los votos), la dirección del MLN Tu-


pamaros resolvió abandonar Chile. Permanecer en Santiago significaba
exponerse a la represión que se desencadenaría con el golpe de Estado.
Se intensificaron entonces las partidas hacia Buenos Aires y La Habana.
La instalación en Argentina del núcleo dirigente, varios cuadros entre-
nados en Cuba y el sector de la logística, respondió también a una decisión
política: acercarse al país, en la perspectiva de dirigir el MLN de Uruguay,
y participar en las acciones de la recién constituida Junta de Coordinación
Revolucionaria ( JCR).3 Como explica Efraín Martínez Platero:

«En Argentina ya estaba [Mario Roberto] Santucho. Le estábamos dando el


toque final a la estructura de la JCR con la dirección del PRT. Los contactos
que en esos meses tuve con el MLN de Chile fueron para sacar inmediata-
mente gente hacia la Argentina. La idea era formar gente para incorporarse a
la estructura de la JCR (. . . ). El golpe de junio de 1973 en Uruguay lo viví en
Tucumán, en una reunión donde se estaba preparando toda la guerrilla».4

Desde estos momentos y hasta su división a fines de 1974, el MLN con-


formó en Argentina una organización de aproximadamente 50 militantes.
Otros exiliados que en Uruguay habían pertenecido al movimiento y en
Argentina proporcionaban viviendas, realizaban enlaces o actuaban como
correos, eran considerados periféricos o colaboradores y no integraban
formalmente la organización.5 Contra estos últimos, al igual que contra el
núcleo central y clandestino, acometió la represión transnacional a par-
tir de 1974. También contra tupamaros exiliados que habían cortado sus
vínculos con el nuevo MLN. Entre ellos se cuentan muchos de los urugua-
yos secuestrados, asesinados o desaparecidos, antes y durante la vigencia
de la Operación Cóndor.
Al mismo tiempo, en 1973, la dirección exiliada resolvió fortalecer el
centro interno. Desde Chile Jorge Selves y Luis Alemañy ingresaron clan-
destinamente a Uruguay en calidad de dirigentes.6 En el primer semestre
de 1973, por lo tanto, se pensaba reconstruir el aparato clandestino en Uru-

3.— La existencia de la JCR fue divulgada públicamente en 1974, pero sus accio-
nes militares comenzaron en 1973 en Argentina. En el segundo semestre de ese
año el PRT-ERP y el MLN realizaron en conjunto por lo menos tres secuestros
de directivos de empresa. El dinero de los rescates fue dividido entre las cuatro
guerrillas coaligadas en la Junta (además del MLN y el PRT, el MIR chileno y el
ELN boliviano). Testimonios anónimos n.º 2 y n.º 15.
4.— Entrevista a Efraín Martínez Platero (Aldrighi 2009, pág. 374).
5.— Testimonio anónimo n.º 2.
6.— En Uruguay Selves y Alemañy habían sido estudiantes universitarios y di-
rigentes de la columna 15 del MLN. A fines de 1971, con 23 años, se exiliaron en
Chile después de cumplir varios meses de prisión (entrevistas a Jorge Selves y Luis
Alemañy).

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172 Clara Aldrighi

guay con tupamaros procedentes de Chile, Argentina y Cuba. Recuerda


Selves:

«Cuando vemos la situación en Uruguay, nos damos cuenta de que a pesar de


que el aparato quedó desmantelado, tenemos todo el mar territorial, que era
el Movimiento 26 de Marzo, relativamente intocado. Tenemos sindicatos im-
portantes que responden a la organización. Nos decimos: la fase del exilio está
cumplida. Hemos desarrollado una organización enorme en el exilio y esta-
mos con un aparatito chico en Montevideo y Uruguay, con un montón de gente
que nos pide respuestas (. . . ). Lo que planteábamos era una línea de reorgani-
zación desde la clandestinidad. Mantener al 26 legal, hasta que lo ilegalizara la
dictadura».7

Resultaba evidente la desproporción entre los proyectos del MLN del


exterior y la endeblez organizativa del movimiento en Uruguay. Los diri-
gentes del exilio percibían esta debilidad, pero confiaban en su capacidad
para revertirla. No con el trabajo político a cumplir en los movimientos
sociales, en las nuevas y difíciles condiciones impuestas por la escalada
autoritaria, sino con soluciones propias de un aparato clandestino, que
basaba su fortaleza en el apoyo de otros aparatos clandestinos del exte-
rior. El testimonio de Selves confirma esta perspectiva:

«En Uruguay la situación del aparato era muy precaria. Pero los compañeros de
Uruguay, y sobre todo las direcciones que habían caído en la cárcel, no sabían
de la dimensión que en poco tiempo había adquirido el exterior. Porque toda
esta demanda que se le empieza a hacer a la organización desde el exterior
va generando también un apoyo. Había militantes bolivianos y chilenos que
se querían venir a Uruguay. Bueno, les dijimos, nosotros les damos una mano,
nos estamos preparando para retomar la lucha después de todos los golpes
recibidos. La mira de esta dirección es comenzar a pegar la vuelta (. . . ). Pero la
idea no era hacer una patriada, hacer la Cruzada de los Treinta y Tres. Había
que venir ordenadamente, había que desarrollar infraestructura».8

En abril de 1973 el Servicio de Información de Defensa uruguayo (SID)


manifestó inquietud por la victoria en Argentina del peronista Frente Jus-
ticialista de Liberación y de su candidato presidencial Héctor Cámpora. Si
hasta entonces, observaba el SID, para los tupamaros residentes en Chile
y adiestrados en Cuba, «uno de los problemas era atravesar el territorio
argentino, ahora ese problema desaparecería, facilitando enormemente
su accionar al contar prácticamente con una Z.I. al lado de nuestro país».9

7.— Entrevista a Jorge Selves.


8.— Ibídem.
9.— Archivo de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (ADNII), SID,
departamento III, memorandum I-12/973.

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Los servicios de inteligencia policial y militar fueron percatándose


gradualmente de la fortaleza que gracias al apoyo internacional iba ad-
quiriendo el MLN del exterior. Especialmente el brindado por Cuba y
organizaciones revolucionarias de la región. Las principales fuentes de
los servicios, según revelan los documentos liberados hasta el momento,
eran las declaraciones de algunos detenidos, obtenidas bajo tortura.10
Al conocimiento de las actividades de la organización clandestina con-
tribuyeron también los textos incautados en los procedimientos represi-
vos, los informes, comunicaciones o análisis de circulación interna. Apor-
tó informaciones relevantes una carta enviada a comienzos de abril de
1973 por la dirigente del regional Uruguay, «Flora», a la dirección del MLN
en Argentina. La llevaba consigo otro dirigente, «Aquino», detenido cuan-
do intentaba cruzar la frontera para asistir a una reunión en Buenos Ai-
res.11 Describía los vínculos del MLN de Uruguay con el Movimiento 26
de Marzo, el Comité de Familiares de Presos Políticos y el movimiento
sindical. Daba a conocer el trabajo concreto que tupamaros no detecta-
dos por las fuerzas conjuntas (mencionados con seudónimo) impulsaban
en secundaria, universidad, sindicatos y organismos legales del llamado
«frente de masas», aliado o simpatizante del MLN.12
De una forma u otra los servicios de inteligencia constataban que el
movimiento tupamaro seguía suscitando adhesiones sinceras entre los
más jóvenes. Era en gran medida una reactivación espontánea, de estu-

10.— La documentación liberada por los servicios de inteligencia militar y policial


sobre las organizaciones de izquierda perseguidas o ilegalizadas, incluye declara-
ciones de prisioneros o análisis basados en las mismas. (En el caso del MLN, los
informes obtenidos por infiltración u otros recursos de inteligencia, si existen,
no han sido dados a conocer, con excepción de unos pocos que consignan noti-
cias irrelevantes). Las declaraciones de prisioneros, arrancadas mediante torturas
y otros métodos crueles e inmorales, presentan también informaciones falsas o
parcialmente veraces. Véase por ejemplo ADNII, Ejército Nacional, EMGE, Dep.
EII y Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA), parte es-
pecial de información (I) n.º 68.973, «Información obtenida de detenidos y docu-
mentación capturada», marzo de 1973.
11.— En 1973 la dirección del MLN denominó «regionales» los núcleos tupamaros
organizados en Cuba. Chile, Argentina, Europa y Uruguay. Este último fue dividido
en regional Montevideo y segundo frente (que abarcaba el interior del país).
12.— Transcripción de la carta de «Flora» a la dirección del MLN en Buenos Aires,
en ADNII, SID, «Documento de diseminación de informaciones Nº26», 13/04/1973.
Un análisis de inteligencia de las informaciones aportadas por la carta en: ADNII,
SID, departamento III, memorando I-12/973, secreto, «Análisis de las posibilidades
de acción del autodenominado MLN Tupamaros», 26/04/1973. En este documen-
to aparece una de las primeras menciones de la posible alianza del MLN con el
ERP: «De fuente oficial argentina, se ha informado que existen evidencias que
demuestran la participación de Tupamaros en acciones del ERP».

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diantes o trabajadores que se agrupaban, distribuían volantes, pintaban


consignas en los muros, leían y discutían materiales políticos, impulsaban
actividades menores de protesta gremial o sindical. Integraban los grupos
de apoyo al MLN, el Movimiento 26 de Marzo, los gremios estudiantiles o
la Corriente política y sindical.13 Tarde o temprano eran detectados y ter-
minaban en prisión. Mediante la tortura de algunos, las fuerzas represivas
llegaban a la identidad de los otros. En abril de 1973, por ejemplo, fue-
ron arrestados varios jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 18 y los 21
años, mientras realizaban pintadas y pegatinas callejeras a favor del MLN:
«Quien siembra hambre recoge tupas»; «El gobierno hambrea»; «Las fuer-
zas conjuntas torturan»; «Uruguay sin campos de concentración»; «Unirse
y luchar».14
El 5 octubre de 1973, la detención casual en Montevideo de un militan-
te de la agrupación gremial FER 68, que distribuía volantes con consignas
antidictatoriales, llevó al arresto de unos 50 liceales de 16 a 20 años de
edad, en su mayoría simpatizantes del MLN. En las revistas y volantes
que les incautaron podían leerse consignas del siguiente tenor: «Lucha a
muerte contra la oligarquía y el imperialismo, con los explotados y por el
socialismo. Luchar enfrentando la violencia reaccionaria de la oligarquía
con la violencia libertaria del pueblo. Hoy con piedras, mañana con fu-
siles».15 La inteligencia policial subrayaba la potencial peligrosidad de los
noveles militantes:

«El presente procedimiento no corresponde a un hecho más de los tantos des-


órdenes promovidos por el sector estudiantil, y así ha quedado demostrado a
través de todo un proceso investigativo (. . . ). El hecho es serio y de una impor-
tancia tal, que requiere, a partir de este mismo momento, la atención debida
en la medida de su gravedad y peligrosidad, arbitrándose los mecanismos ne-
cesarios que aniquilen el fenómeno sin pérdida de tiempo (. . . ). Tómese en
cuenta (. . . ) que en el proceso interrogativo, todos ellos, a pesar de sus cor-
tas edades, han demostrado suma habilidad para enfrentar los interrogatorios;
han reflejado, a través de sus dichos en actas, que la compartimentación entre
ellos funciona, al igual que la ponían en práctica elementos del MLN Tupama-
ros, expresándose todos ellos conocer al resto del grupo por sus alias, hecho
que complicó en un porcentaje importantísimo el proceso de la investigación,
obligando a que prácticamente la totalidad del personal, fuera afectado al es-
clarecimiento de este serio brote tupamaro, concientizados muchos de ellos a

13.— La Corriente era una coordinación de grupos y movimientos que se situaban


políticamente a la izquierda del Partido Comunista del Uruguay (PCU). Promovían
una «línea combativa» en los conflictos sociales y sostenían posturas polémicas
hacia la política nacional e internacional del PCU.
14.— ADNII, DNII, departamento 4, informe mensual, mayo de 1973.
15.— ADNII, DNII, departamento 4, informe mensual, octubre de 1973, «FER 68,
organización subordinada al MLN Tupamaros con más de una treintena de dete-
nidos. Liceos 26 D y Zorrilla».

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tal grado, que podría decirse que se encuentran aptos para integrar los cuadros
del movimiento sedicioso».16

Así pues, en 1973, la búsqueda del subversivo, del tupamaro, activista


de organizaciones legales o recientemente ilegalizadas, se volvió insis-
tente y porfiada. Allanamientos, arrestos, interrogatorios bajo tortura en
Montevideo, Colonia, otros centros urbanos del interior, van asediando
y atemorizando la base social con que el MLN puede contar después de
la derrota de 1972. Aunque casi todos sus dirigentes y centenares de mili-
tantes habían sido arrestados, su estructura militar y logística virtualmen-
te desmantelada, permanecían en libertad miles de simpatizantes, en su
mayoría inorgánicos, algunos encuadrados en la periferia del movimiento.
Muchos seguían siendo miembros de organizaciones políticas, sindicales,
estudiantiles o barriales de orientación cercana al movimiento guerrillero.
Es difícil estimar la dimensión concreta del área social de apoyo al MLN,
forzada durante la dictadura al silencio y al repliegue por la creciente vio-
lencia del terrorismo de Estado y el control capilar de la ciudadanía.
Al mismo tiempo, en 1973, el pequeño aparato clandestino del MLN
seguía siendo golpeado por el arresto de personas hasta entonces no de-
tectadas, por la caída de armamento y el descubrimiento de locales co-
merciales que servían de cobertura. En el plano de las operaciones la or-
ganización parecía haber regresado a sus tiempos pioneros. Ninguna ac-
ción impactante, muchas de «finanzas» (asaltos a comercios, remeseros,
pequeñas o medianas empresas), robo de vehículos, medicamentos, ma-
terial fotográfico. También de armas, en domicilios de coleccionistas, po-
licías y militares. Los partes mensuales de inteligencia dan cuenta de esa
presencia militante.
El 12 de marzo de 1973 fue asesinado y desaparecido el estudiante
de agronomía, dirigente de la Federación de Estudiantes Universitarios y
miembro del MLN, Roberto Gomensoro Josman, de 24 años. Individuos
con vestimentas civiles, apoyados por un vehículo militar, se lo llevaron
de su domicilio a altas horas de la noche con el pretexto de garantizar su
incolumidad. Aseguraron haber recibido informaciones de que sería víc-
tima de un atentado. El 14 de marzo un comunicado de las fuerzas conjun-
tas anunció que Gomensoro, «alto dirigente de la columna 70 del MLN»
se había fugado el día anterior en el transcurso de un operativo policial.
El 18 de marzo un cuerpo sin vida apareció flotando en el lago de Rincón
del Bonete, envuelto en un tejido de alambre, con pesadas piedras atadas
a las extremidades. En 2002 pericias forenses pudieron comprobar que

16.— ADNII, DNII, departamento 4, informe mensual, octubre de 1973, «FER 68,
organización subordinada al MLN Tupamaros con más de una treintena de dete-
nidos. Liceos 26 D y Zorrilla».

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se trataba de Roberto Gomensoro Josman.17 Investigaciones posteriores


determinaron que el prisionero murió en la tortura al día siguiente de su
arresto.18
Pero no solamente el MLN fue perseguido y violentamente reprimido
en el Uruguay de 1973. Lo fue el conjunto de la izquierda, que continuó
desplegando sus políticas y activismo por medios no violentos. Antes de
que llegara a su término el proceso golpista iniciado con la insubordina-
ción militar del 7 de febrero, las fuerzas conjuntas incrementaron su ofen-
siva contra el movimiento popular, torturando, encarcelando, asesinando
o empujando al exilio a centenares de uruguayos que no pertenecían a
organizaciones armadas. En mayo de 1973 murió a causa de las torturas el
militante del Partido Comunista Revolucionario (PCR) Oscar Felipe Fer-
nández Mendieta, chacarero de 26 años, a pocas horas de ser detenido en
el Regimiento de Caballería Mecanizada de Durazno.19 Instaurada en ju-
nio inequívocamente la dictadura, siguieron siendo asesinados militantes
de izquierda. En julio murieron en la vía pública el miembro de la Unión
de Juventudes Comunistas Ramón Peré Bardier, profesor de 29 años, y el
estudiante socialista Walter Medina, de 16 años. En diciembre murió en
la tortura el obrero y sindicalista Gilberto Coghlan, de 36 años, militante
de la organización armada de raíz anarquista OPR33, detenido en el Regi-
miento de Caballería n.º 4. También el jornalero de 32 años Julio Pereira

17.— VVAA (2004, págs. 43-46). En la Memoria Anual de 1973 de la DNII se infor-
ma: «Marzo 13. Fuga del detenido Roberto Gomensoro Josman. El nombrado, que
pertenece a la columna 70 (Tupamaros), logra darse a la fuga cuando fue condu-
cido a avenida Millán y Cno. Ariel, lugar este que según declarara, debía realizar
un contacto». Gomensoro había sido identificado desde diciembre de 1972 como
tupamaro y dirigente de la columna 70. Un documento de inteligencia que remite
a las informaciones obtenidas a partir de esa fecha afirma que Gomensoro era el
responsable por el MLN de varios sindicatos. En otro diagrama del mismo do-
cumento se atribuye a Gomensoro la responsabilidad de enseñanza secundaria,
como dirigente de la columna 70 y bajo el comando de «Flora». ADNII, Ejército
Nacional, EMGE, departamento EII y OCOA, parte especial de información (I)
68.973, «Información obtenida de detenidos y documentación capturada», Marzo
de 1973.
18.— El caso no ha sido totalmente aclarado en lo concerniente a la unidad militar
donde se cometió el crimen y a los responsables directos de su muerte. Véase el
estado actual de la investigación, con las declaraciones contradictorias de nume-
rosos testigos, en el expediente judicial de 2012 (Pérez D’Auria 2012).
19.— Parlamentarios del Frente Amplio denunciaron la falsedad de los resultados
de la autopsia de Fernández Mendieta, realizada por dos médicos del cuartel y
uno de la policía: Juan José Navarro, Julio C. Rossi Salinas y Hugo Bosch. En el
Senado, Wilson Ferreira Aldunate denunció: «En 1973 y en nuestro país, se practica
la tortura. Pero es mucho peor todavía que el hecho mismo, la solidaridad que
luego despierta (. . . )», Marcha, Montevideo, 11/05/1973, «La muerte en el cuartel».

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Llamas, posiblemente integrante del MLN, baleado en un intento de fuga


del Aeródromo Militar Boiso Lanza, donde se hallaba detenido.20
El 27 de junio, la conclusión del golpe de Estado en Uruguay encontró
al MLN acéfalo e impreparado. Sus principales dirigentes – Selves y Ale-
mañy – se hallaban en Buenos Aires asistiendo a una reunión de la direc-
ción. Pudieron regresar a Montevideo el 4 de julio.21 A partir de entonces
mantuvieron reuniones con sindicalistas no comunistas que conducían la
huelga general de resistencia a la dictadura. Recuerda Selves:

«Se hizo una coordinación muy interesante con diferentes grupos. Con Ju-
lio Arizaga por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), con Héctor
Rodríguez por los Grupos de Acción Unificadora (GAU) y con una serie de sin-
dicatos que estaban bastante por fuera de la línea de la Convención Nacional
de Trabajadores (CNT) (. . . ). Por el MLN estábamos nosotros. Teníamos direc-
ciones sindicales. Estaba Homero Rodríguez, por ejemplo. El Viejo Homero.
Creo que en ese momento estaba en metalúrgicos. Teníamos a Ramiro “Gato”
Sosa, que muere en el Penal de Libertad después de estar siete años preso (. . . ).
Estaba en la dirección del gremio metalúrgico. Es uno de los compañeros que
cuando recién llegamos de Chile, llevamos a la dirección en Uruguay. Después
había otros compañeros del 26 de Marzo que eran estudiantes».22

El 19 de agosto de 1973 Selves fue arrestado en Montevideo por las


fuerzas armadas junto al tupamaro Walter Arteche, obrero de 28 años, y
a Gerardo Moisés Alter, primer argentino integrado al MLN en el mar-
co de los acuerdos para el intercambio de militantes estipulados con el
PRT-ERP. Los tres fueron bárbaramente torturados en el Batallón de In-

20.— Presidencia de la República Oriental del Uruguay, Secretaría de Dere-


chos Humanos para el Pasado Reciente, «Julio Enrique Pereira Llamas», en
http://sdh.gub.uy/wps/wcm/connect/sdh/20137ac8-a270-49e0-9153-30e180d
c9fe5/PEREIRA+LLAMAS,+Julio+Enrique.pdf?MOD=AJPERES&attachment=true&i
d=1418837594797.
21.— La fecha es tomada de: Archivo del MLN T (AMLN), «Respuesta a algunas
cuestiones de minipolítica planteadas por la Tendencia Proletaria», Buenos Aires,
28/11/1974 (carta escrita por los dirigentes Mansilla, Amir, Whitelaw y Alemañy
cuando abandonaron el MLN, para rebatir los ataques difundidos en una circular
de la «Tendencia Proletaria», fracción surgida en 1974 en el MLN de Argentina).
Entre otras críticas, la Tendencia Proletaria había escrito: «El grueso de la direc-
ción y sus cabezas más visibles permanecieron fuera del frente de lucha, ampa-
rados en una resolución de preservación de cuadros que data nada menos que
de setiembre de 1972. A tal punto (. . . ) que durante la histórica huelga general de
junio de 1973 la totalidad de la dirección permaneció en Buenos Aires discutiendo
sobre los acontecimientos pero sin participar ni influir en los mismos».
22.— Entrevista a Jorge Selves. La huelga general contra la dictadura se extendió
desde el 27 de junio al 11 de julio de 1973.

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fantería «Florida». Alter, de 27 años, murió en la tortura a escasas horas de


su captura. Arteche a los dos días, fusilado en un intento de fuga.23
Poco después, el 1º de setiembre de 1973, fue secuestrado por efecti-
vos militares el tupamaro y estudiante de Agronomía Hugo de los Santos
Mendoza, de 21 años, cuando salía de su facultad. Tremendamente tor-
turado, murió a los dos días a causa de los golpes recibidos. Su cuerpo
fue entregado el 3 de setiembre a los familiares en el Batallón de Infan-
tería «Florida». Por el número y gravedad de las contusiones es probable
que no haya sido interrogado y que la finalidad de los militares haya si-
do matarlo, como aciaga advertencia a los tupamaros y al PRT-ERP. Se le
acusaba de estar vinculado a Gerardo Alter y al grupo que este dirigía en
Montevideo. En respuesta a dos solicitudes de información sobre el caso,
presentadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de
la OEA en 1973 y 1974, la dictadura uruguaya respondió en los siguientes
términos:

«La citada persona integraba la organización subversiva autodenominada Mo-


vimiento de Liberación Nacional Tupamaros desde el año 1971 con el alias de
Lucio, interviniendo en volanteadas, pintadas, seguimiento a integrantes de
las fuerzas armadas, relevamientos y atentados de diversa índole. Por sus con-
diciones para la acción directa, pasó a integrar los grupos de acción armada,
recibiendo varias armas de las que fueran hurtadas al Centro de Instrucción de
la Armada. Con posterioridad, se le asignó el comando de un grupo militar de
profusa actividad militar y del cual formaba parte un destacamento que estaba
al mando de un integrante de la organización sediciosa argentina denomina-
da Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Si bien integraba una dirección
intermedia del Ejército de Estudiantes, conjuntamente con (. . . ) iba a ser pro-
movido, por sus actuaciones, a la Dirección del Ejército. El día 1 de setiembre
de 1973, fue detenido en la vía pública por personal de las fuerzas conjuntas y
trasladado a una unidad militar (. . . ). En la mañana del 3 de setiembre, se com-
probó que había sufrido una afección pulmonar (. . . )» (OEA 1975; Rico y col.
2008, págs. 220-228).

La Internacional guerrillera uruguayo-argentina


En agosto de 1973, con el arresto del argentino Gerardo Alter, las fuer-
zas de seguridad uruguayas tomaron conciencia improvisadamente de que
algo muy relevante había ocurrido en el MLN del exterior. Vislumbra-

23.— Aunque existen dos versiones sobre la muerte de Arteche (en una sesión
de tortura o en un intento de fuga), su muerte fue presenciada por pescadores
de la zona que poco después narraron lo visto a sus familiares. Al llegar con los
militares a la casilla abandonada donde supuestamente tendría lugar una reunión
de tupamaros, Arteche echó a correr y fue baleado por sus custodios. En la casilla
no había nadie. Informaciones proporcionadas por Carmen Arteche en 2005 (Rico
y col. 2008, págs. 1-74). Selves recuperó la libertad.

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ron entonces los cambios más significativos introducidos por el simpo-


sio de Viña del Mar. Tal vez debieron archivar el informe tranquilizador
elaborado por la inteligencia policial en marzo de 1973, respondiendo las
preguntas planteadas por el equipo de instructores estadounidenses de la
policía.24
Si hasta el momento el SID y la Dirección Nacional de Información
e Inteligencia podían pensar que el viraje ideológico de febrero de 1973
obligaba al MLN a dedicar tiempo y energías a la construcción del partido,
la inserción en los sindicatos fabriles, la captación de militantes obreros
y la «proletarización» de los exiliados pequeño burgueses, en los últimos
meses de 1973 las declaraciones de prisioneros les convencieron de que
el regional Buenos Aires se había transformado en una amenaza más con-
tundente que el propio regional Uruguay.
A fines de enero de 1974 el Organismo Coordinador de Operaciones
Antisubversivas (OCOA) elaboró un balance de lo actuado por el MLN en
los últimos cuatro meses de 1973, enumerando sus proyectos, fortalezas y
debilidades. Delineó luego las acciones que deberían emprender las fuer-
zas conjuntas para aniquilar definitivamente a la guerrilla tupamara.25 La
inteligencia militar demostraba conocer cabalmente la vida interna y los
proyectos de la organización revolucionaria. En opinión de varios pro-
tagonistas consultados, la mayoría de las informaciones que manejaba el
OCOA en este documento eran verdaderas.26
El principal motivo de preocupación, la novedad que determinaba las
tácticas a seguir en lo inmediato, era la simbiosis que el MLN había esta-
blecido con el PRT-ERP. Preocupación comprensible, pues la organiza-
ción argentina demostraba por entonces una formidable combatividad y
un sólido apoyo de masas.27 Tres ataques a grandes unidades militares en

24.— ADNII, DNII, «Respuesta al cuestionario presentado por la Misión de Asis-


tencia Técnica», 10/03/1973. El informe describía el estado de postración del MLN
y su incapacidad de realizar, por el momento, operaciones de envergadura.
25.— ADNII, División Ejército 1, OCOA, 28/01/1974, secreto, «Apreciación de si-
tuación referente a actividades sediciosas entre agosto de 1973 y enero de 1974».
26.— No lo era, por ejemplo, la afirmación de que la JCR sería «un movimien-
to internacional presuntamente dirigido desde París y que actuaría en todos los
países con diferentes denominaciones vinculadas a la IV Internacional trotskis-
ta», como tampoco que la Unión de Juventudes Comunistas de Uruguay se había
incorporado al MLN.
27.— El historiador Pablo Pozzi aporta algunos indicadores de la fortaleza del PRT
antes de 1976. Aunque la clase obrera argentina era mayoritariamente peronista,
hacia 1975 el PRT contaba con núcleos militantes en más de 400 de las principa-
les fábricas del Gran Buenos Aires. Su presencia era fuerte también en Tucumán,
Jujuy, Santiago del Estero y otras provincias. El periódico clandestino El Comba-
tiente llegó a alcanzar una difusión de 20.000 ejemplares, en tanto que los medios
de prensa legales (como el diario El Mundo en 1973 y1974) tuvieron un tiraje supe-

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menos de un año y la preparación de un frente de guerrilla rural en Tucu-


mán, representaban un salto de calidad en su contienda con el Estado.28

rior. El Movimiento Sindical de Base, dirigido por el PRT, en su último congreso


de abril de 1974 contó con la presencia de unos 5.000 delegados (Pozzi 2012b,
págs. 332-333).
28.— Argentina vivía por entonces una intensa polarización política y social. Con
el derrumbe de la dictadura de Alejandro Lanusse la lucha política entró en una
nueva etapa y ganó nueva intensidad. El año 1973 estuvo jalonado por luchas
reivindicativas y políticas que abarcaron enteros sectores de trabajadores, llevan-
do a las calles miles de manifestantes. Los asalariados tomaban el control de los
centros de trabajo protagonizando grandes movilizaciones. La actividad guerrille-
ra mantuvo un ritmo incesante: desde las acciones de propaganda armada (con las
tomas de fábricas, trenes, escuelas, liceos, facultades, empresas o radiodifusoras
por comandos guerrilleros para leer arengas), hasta el apoyo de conflictos socia-
les, los atentados incendiarios y explosivos, el copamiento de puestos policiales y
poblados, los secuestros extorsivos o los ajusticiamientos de policías, militares y
ejecutivos de empresa. Entre las numerosas acciones del ERP realizadas en 1973 se
destacaron por su dimensión política, junto a las tomas de unidades militares, los
secuestros del ex jefe de Inteligencia Naval Francisco Alemán y del comandante
de Gendarmería Jacobo Nasif en abril; en noviembre, del coronel Florencio Emilio
Crespo; en agosto, la ejecución en Tucumán del inspector de Policía Hugo Tamag-
nini; en setiembre, la muerte en Córdoba del ex policía de Informaciones Carlos
Hugo Juncos. Otras guerrillas mostraban un activismo similar. En marzo de 1973
el ERP-22 de Agosto (fracción desprendida del ERP) secuestró al propietario de
Crónica, Héctor Ricardo García; en setiembre al directivo de Clarín, Bernardo So-
fovich; en abril mató al contraalmirante Hermes Quijada. Montoneros, entre otras
impactantes acciones, ejecutó en abril al ex jefe de inteligencia del Tercer Cuerpo
del Ejército, coronel Héctor Iribarren, y en setiembre al secretario general de la
CGT José Ignacio Rucci. En mayo, las FAP mataron a Dirck Kloosterman, inge-
niero y secretario general del sindicato SMATA (Gorriarán Merlo 2003, págs. 187-
190, 201, 230-235). Contemporáneamente las organizaciones de extrema derecha
realizaban asaltos y acciones terroristas. Bandas policiales efectuaban secuestros
extorsivos y atentados incendiarios o explosivos. La Policía seguía matando ma-
nifestantes y guerrilleros en el momento de la captura o en el transcurso de los
interrogatorios. El 20 de junio de 1973, unos 300 elementos de la extrema dere-
cha peronista vinculados al ministro José López Rega y a las órdenes del teniente
coronel Jorge Osinde, atacaron con armas de fuego las columnas de Montoneros
y de la Juventud Peronista concentradas en Ezeiza por el regreso de Perón, ma-
tando a 13 personas e hiriendo a más de 350. El 11 de setiembre una banda armada
de aproximadamente 50 personas asaltó y devastó Clarín como represalia por ha-
ber cumplido con la exigencia de publicar comunicados del ERP-22. Después del
asesinato de Rucci se multiplicaron los atentados contra militantes y locales de la
izquierda revolucionaria, peronista o marxista. En noviembre la Triple A hizo su
primera aparición pública colocando una bomba en el automóvil del senador y
abogado radical Hipólito Solari Yrigoyen, dejándole gravemente herido (Bonasso
2001, págs. 127-132).

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El 18 de febrero de 1973, la compañía «Decididos de Córdoba» del ERP


asaltó el Batallón 141 de Comunicaciones de Córdoba, reduciendo a un
centenar de efectivos distribuidos en varios puestos y llevándose dos to-
neladas de armamento y municiones. El operativo duró unas cuatro horas
y fue comandado por Mario Roberto Santucho y Juan Eliseo Ledesma,
obrero de la Fiat de Córdoba de 21 años de edad, que en 1975 planificará
el ataque al Batallón de Arsenales de Monte Chingolo.
El 6 de setiembre de 1973, durante la presidencia interina de Raúl Las-
tiri, 14 guerrilleros del ERP asaltaron el Comando de Sanidad del Ejército
en Buenos Aires. Aunque el ataque inicialmente se desarrolló sin incon-
venientes, dos soldados lograron escapar dando aviso a la Policía Federal.
Rodeados por efectivos del ejército los guerrilleros se rindieron tras re-
cio tiroteo, dejando dos militares heridos y un oficial muerto. el ejército
bombardeó con artillería la unidad para obtener la rendición.29
El 23 de setiembre se realizaron las elecciones presidenciales que con-
sagraron la victoria de la fórmula Juan Domingo Perón-Isabel Martínez de
Perón. Al otro día un decreto del gobierno declaró ilegal al ERP. El 25 de
setiembre Montoneros desafió directamente a Perón matando a su hom-
bre de confianza y fiel colaborador, el secretario general de la CGT José
Ignacio Rucci.30 Fue este suceso en particular el que dio un gran impul-
so a las luchas internas del peronismo. Los sectores de extrema derecha,
fortalecidos, dieron comienzo a la organización de grupos terroristas no-
toriamente vinculados a los aparatos represivos del Estado.
Cuatro meses más tarde, el 19 de enero de 1974, un contingente de 60
guerrilleros del ERP – la compañía «Héroes de Trelew» – asaltó el Grupo
de Artillería Blindada n.º 1 y el Regimiento de Caballería Blindada n.º 10 de
la ciudad de Azul, en la provincia de Buenos Aires. La guarnición militar se
extendía por unas 40 hectáreas y sus efectivos superaban los 2.000 hom-
bres. Comandaban el operativo Enrique Gorriarán Merlo y Hugo Irurzún.
En los primeros enfrentamientos perdieron la vida un soldado y el jefe de
la guarnición, coronel Camilo Gay. El jefe del Grupo de Artillería Blinda-
da, teniente coronel Jorge Ibarzábal, fue sacado del cuartel y llevado de

29.— El oficial muerto fue el teniente coronel Raúl Duarte Hardoy. Los guerrille-
ros detenidos permanecieron en prisión hasta el término de la dictadura en 1983
(Plis Sterenberg 2003, págs. 44-45).
30.— Montoneros no reivindicó el homicidio pero numerosas fuentes confirma-
ron su autoría. Perón lo atribuyó enseguida a esa organización por indicios que el
comando guerrillero dejó en el lugar. Dirigentes montoneros como Mario Firme-
nich posteriormente lo han admitido. Miguel Bonasso recibió a los pocos días la
confirmación de parte del propio Firmenich y del jefe de la operación, Julio Iván
Roque, alias «Lino». Con todo, Roberto Perdía, ex miembro de la conducción na-
cional de Montoneros, negó en 2008 que su organización fuera responsable (Reato
2008, págs. 139-140, 151-158, 176-177; Bonasso 2001, págs. 142-143).

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inmediato a una «cárcel del pueblo». Cercados por centenares de efec-


tivos militares y policiales los guerrilleros resistieron varias horas. En el
fuego cruzado la esposa del coronel Gay resultó gravemente herida, falle-
ciendo a los pocos días. En el combate murieron dos guerrilleros; otros 15
fueron capturados y dos de ellos hechos desaparecer.31
La situación argentina comenzó a ser observada en Uruguay con cre-
ciente alarma. En semejante contexto, la alianza del MLN con el PRT in-
quietó a los servicios de seguridad. En el informe citado de enero de 1974,
el OCOA sopesaba la posibilidad de que se intentaran en Uruguay asaltos
a unidades militares análogos a los realizados recientemente en Argenti-
na. Consideraban factible que el MLN intentara a corto plazo atacar un
establecimiento militar o policial en Uruguay, con la participación de «se-
diciosos extranjeros (. . . ) tal cual ha sido realizado recientemente en Azul,
República Argentina».32
Esas posibilidades teóricamente existían. Tupamaros adiestrados en
Cuba y combatientes fogueados del ERP podían llegar a Uruguay, atacar
un objetivo determinado, refugiarse en casas de seguridad proporciona-
das por simpatizantes o colaboradores y tiempo después replegarse en
Argentina por pasos de frontera escasamente controlados. Si bien los mi-
litares uruguayos podían suponer que los asaltos a cuarteles fueran una
probabilidad remota, no lo eran las emboscadas, los ajusticiamientos de
torturadores y jerarcas, los ataques contra patrulleros, comisarías, domi-
cilios de oficiales o puestos de control callejero. Acciones de este tipo po-
dían requerir un número reducido de combatientes y cumplirse en pocos
minutos. Los militares podrían suponer que la pujanza demostrada por el
ERP sería transmitida al MLN para la realización conjunta de acciones en
Uruguay.
Lo que el OCOA proponía para contrarrestar esta amenaza no apa-
rece en el documento. Una nota manuscrita indica al respecto: «Estudio
omitido, se distribuirá DDI». Informan, con todo, que el MLN se propone
crear a largo plazo «un aparato militar fuerte, solo con nacionales o con

31.— Plis Sterenberg (2003, págs. 41-47); Gorriarán Merlo (2003, págs. 109-212). El
teniente coronel Ibarzábal estuvo recluido diez meses en la «cárcel del pueblo».
Murió el 20 de noviembre de 1974 cuando era trasladado a otra casa de seguridad.
Ese día, en Buenos Aires, varios militantes del ERP que se movilizaban en dos au-
tomóviles y una camioneta fueron interceptados por una patrulla caminera. Los
guerrilleros dispararon sus armas para eludir el arresto; los automóviles lograron
escapar pero la camioneta no. «El militante que iba en ella disparó al armario me-
tálico ubicado en la caja del vehículo, donde era trasladado Ibarzábal, que murió
instantáneamente. El guerrillero arrojó su arma y se entregó, con las manos en
alto. Desde entonces está desaparecido», escribe Plis Sterenberg (2003, pág. 48).
32.— ADNII, División Ejército 1, OCOA, 28.1.1974, secreto, «Apreciación de situa-
ción referente a actividades sediciosas entre agosto de 1973 y enero de 1974».

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la presencia de guerrilleros extranjeros», para efectuar acciones de en-


vergadura y/o tomar el poder. En lo referente a la creación de este fuerte
aparato militar – acotan – el largo plazo «puede transformarse en corto».
Y subrayan la reciente captura en Montevideo de «Moisés Alter, integran-
te del Ejecutivo del PRT y del Ejército Revolucionario del Pueblo».33
La Internacional guerrillera argentino-uruguaya demostraba poseer
recursos y militantes empeñados en múltiples funciones:

«Se tiene conocimiento de que el ERP apoya al MLN de las siguientes maneras:

1. Financieramente. Se sabe concretamente que hasta el mes de setiem-


bre [de 1973] inclusive el MLN recibía del ERP por lo menos 30.000.000
(treinta millones) de pesos uruguayos en forma mensual.
2. Armamento. El ERP provee normalmente todas las que le son solicitadas
y está a su alcance proveer. Se sabe concretamente que ya han provisto
pistolas, subametralladoras, revólveres, explosivos mecha y municiones
calibre 38, 9 mm y 45.
3. Locales. Provee los necesarios para el funcionamiento del sistema logís-
tico del MLN en la ciudad de Buenos Aires, técnica, taller de berretines
manuales y de automóviles o imprenta, además de facilitar la obtención
de otros para alojamiento de integrantes del MLN en esta ciudad.
4. Materiales varios. Se sabe que proveen o facilitan la obtención de otros
materiales necesarios para el funcionamiento del sistema logístico, tales
como papel para falsificación de documentos, papel fotográfico, impren-
tas propias, etcétera (. . . ). El ERP [palabras ilegibles] armamento, muni-
ciones, explosivos, medios humanos y apoyo logístico diverso, además
de su propia infraestructura en apoyo en la República Argentina; así co-
mo también en el orden de los contactos internacionales».34

Enumeraban a continuación las «posibilidades del enemigo». Habían


comprobado que «desde la capital argentina se dirigen todas las activida-
des sediciosas en el territorio nacional, por conductos separados y com-
partimentados entre sí». La apreciación del OCOA era acertada. La supe-
ditación de los dirigentes de Uruguay a las comisiones política y militar
que funcionaban en Buenos Aires les obligaba a viajar con frecuencia pa-
ra informar y recibir directivas. Así pues, los controles de fronteras se in-
tensificaron y como resultado varios dirigentes fueron capturados en 1973
(y en los años sucesivos) en las aduanas o el transcurso del viaje. Quie-
nes atravesaban las fronteras ya no eran militantes de base con escasa
información, sino dirigentes con amplios conocimientos de la estructura
interna y los planes políticos y militares del MLN y la JCR.35

33.— Ibídem.
34.— Ibídem.
35.— Para la expatriación de militantes muy conocidos, en ocasiones el MLN ha-
bía recurrido a los servicios de baqueanos o contrabandistas (algunos a cambio

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Los abastecimientos de armamento y demás materiales, según el OCOA,


llegaban a Uruguay en vehículos equipados con escondites: «El armamen-
to enviado desde el regional Buenos Aires ingresa al país en su gran ma-
yoría por el departamento de Colonia al amparo de las medidas que fa-
vorecen el pasaje de los turistas argentinos».36
Aunque en 1973 no se habían realizado acciones contra las fuerzas ar-
madas, el MLN seguía cumpliendo en Uruguay pequeñas operaciones de
pertrechamiento y propaganda: «rapiñas, robo de material quirúrgico y
armas, volanteadas y pintadas, apriete de vehículos y copamiento de ca-
sas particulares con privación de libertad». Recientemente habían encon-
trado en poder de tupamaros capturados la descripción de rutinas y mo-
vimientos del general Esteban Cristi, del teniente coronel Omar Goldara-
cena, del coronel Ruben Barbi y del mayor Victorino Vázquez.
Si el MLN realizara ataques o atentados contra miembros de las fuer-
zas armadas, continuaba el OCOA, se verían obligados «a la realización del
mismo tipo de acciones en respuesta a su ataque, en forma abierta para el
MLN y en la persona de integrantes de su dirección particularmente».37
Aunque la documentación disponible actualmente no permite esta-
blecer con seguridad una vinculación directa entre ambos episodios, esta
frase sugiere una relación entre la relevante operación del ERP del 6 de
setiembre de 1973 (el copamiento del cuartel del Comando de Sanidad
del Ejército en Buenos Aires) y el traslado de Raúl Sendic y otros ocho
principales dirigentes del MLN, del Penal de Libertad a varios cuarteles
del interior. Pues el traslado se produjo el 7 de setiembre de 1973, un día
después de que el ERP asaltara el Comando de Sanidad. Los militares
uruguayos comunicaron a los nueve dirigentes su condición de rehenes:
serían ejecutados como represalia por cualquier acción militar del movi-
miento. Como se vio anteriormente, la captura el 19 de agosto del argen-
tino Gerardo Alter había confirmado a los represores uruguayos la nueva
asociación MLN-ERP.38

de dinero, otros por simpatía política) que cruzaban el Río Uruguay evitando los
puestos de control. En ciertos casos se utilizaron avionetas privadas. En 1972 y
1973 se consideró más seguro mimetizarse en el gran flujo de turistas o viajeros
que ingresaban por las vías regulares (testimonio anónimo n.º 7).
36.— ADNII, División Ejército 1, OCOA, 28/01/1974, secreto, «Apreciación de si-
tuación referente a actividades sediciosas entre agosto de 1973 y enero de 1974».
En Chile, desde 1971, varios tupamaros se dedicaron a construir escondites en au-
tomóviles para trasladar armas a Uruguay. Entre ellos Natalio Dergan, mecánico
de profesión (testimonio anónimo n.º 1).
37.— ADNII, División Ejército 1, OCOA, 28.1.1974, secreto, «Apreciación de situa-
ción referente a actividades sediciosas entre agosto de 1973 y enero de 1974».
38.— Los dirigentes amenazados de muerte (Henry Engler, Eleuterio Fernández
Huidobro, Jorge Manera, Julio Marenales, José Mujica, Mauricio Rosencof, Raúl
Sendic, Adolfo Wasem y Jorge Zabalza) fueron recluidos en diferentes cuarteles

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La dictadura uruguaya da comienzo a su accionar ilegal en


Argentina
En enero de 1974, al considerar las debilidades que afectaban a las fuer-
zas de seguridad, el OCOA destacaba: «La circunscripción de la acción an-
tisubversiva de las fuerzas armadas al ámbito nacional frente al carácter
internacional del MLN, permite su afianzamiento en forma acelerada».39
Una señal, quizás, de que se daría luz verde a la represión transnacional.
Como ocurrió, efectivamente, pocas semanas después.
En abril de 1974, el Estado Mayor del Ejército complementaba este
análisis: «El apoyo que el partido [el MLN] recibe del ERP es total, fun-
damentalmente en dinero (hasta hoy sin límite), armamento y equipos.
Esto se hace en parte como retribución al apoyo que el MLN le prestó en
su oportunidad al ERP y en parte por el actual funcionamiento conjunto,
donde el partido (MLN), si bien no interviene en acciones en Buenos Ai-
res presta apoyo logístico y de informaciones».40 Como puede apreciarse,
el documento presenta un dato que según otras fuentes no correspondía a
la realidad, pues aunque en escaso número, integrantes del MLN partici-
paban en acciones militares del ERP en Buenos Aires y varias localidades
argentinas.
Otro análisis de inteligencia elaborado en noviembre de 1973 (que re-
conoce en forma sinuosa que sus fuentes de información son los «apre-
mios físicos» que sufren los prisioneros) constata, con razón, que «la exis-
tencia de la sedición con sus aparatos político-militares en funcionamien-
to y marchando hacia objetivos concretos en base a una planificación an-
terior y perfectamente organizada es una realidad vigente».41 En el inte-
rior de Uruguay «las acciones sediciosas están en marcha nuevamente y
el funcionamiento de ese territorio no tiene conexión alguna con la Re-
gional Montevideo, ya que todas las acciones del interior son dirigidas

del interior del país y mantenidos en inhumanas condiciones de reclusión hasta


1984. Probablemente para dificultar cualquier operación de rescate eran rotados
periódicamente de un cuartel a otro. Amnesty International denunció en su infor-
me anual de 1973-1974 la condición de rehenes de los nueve dirigentes y los malos
tratos que recibían. En mayo de 1974 una delegación de Amnesty y de la Comi-
sión Internacional de Juristas visitó Uruguay y elaboró un negativo informe sobre
la actuación de la justicia militar y las violaciones de las libertades y los derechos
humanos en el país (Amnesty International 1974, págs. 45-47).
39.— ADNII, División Ejército 1, OCOA, 28/01/1974, secreto, «Apreciación de si-
tuación referente a actividades sediciosas entre agosto de 1973 y enero de 1974».
40.— ADNII, Estado Mayor del Ejército, secreto, abril de 1974, «Organización y
funcionamiento del MLN. Acorde a declaraciones de un detenido» y ADNII, SID,
memorando I-40/974, secreto, 05/12/1974.
41.— ADNII, [procedencia del documento cancelada con un trazo de tinta], «Apre-
ciación de situación referente a actividades sediciosas», noviembre de 1973.

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directamente desde la regional Buenos Aires por intermedio de la comi-


sión militar que allí funciona».42
La peligrosidad que podría alcanzar el MLN en virtud de su asocia-
ción con el PRT tuvo una ulterior confirmación durante la ofensiva con-
trainsurgente asestada por el OCOA entre marzo y mayo de 1974. Andrés
Cultelli escribió al respecto:

«La caída de más de 500 armas largas y cortas y millares de proyectiles (el
arsenal más grande tomado por la represión en Argentina) en un solo local del
barrio Once – cantado por “Joaquín” – desmoralizó a todo el mundo y nadie
podía comprender el porqué de la concentración de tanto armamento en un
solo lugar».43

¿Con qué objeto el MLN acopiaba tan cuantioso armamento? Tal vez
esas armas no pertenecían únicamente a los tupamaros sino al ERP o la
JCR. Los documentos y testimonios consultados hasta el momento no
aclaran este punto. No obstante, la dictadura uruguaya podría haber llega-
do a la conclusión de que se programaban acciones de gran impacto, con
elevado número de combatientes. En la presunción de que las operacio-
nes con militantes y armamento provenientes del exterior no requerían
una gran infraestructura en Uruguay.
Preguntado al respecto, un ex dirigente afirma que en 1973 y 1974 «Sa-
car a los presos de Libertad era la única acción que el MLN de Argentina
contemplaba en Uruguay (. . . ). Antes vinimos a sacar a Sendic, pero no
quiso».44
Otras fuentes sugieren, no obstante, la existencia de proyectos de ma-
yor alcance:

«Había planes. Cuando salimos de Chile a fines de 1973 por la embajada argen-
tina, con mi mujer y mis dos gurises, nos instalamos en Entre Ríos. Teníamos
una granja con Juancito Bentín y otros. Por esa época dos compañeros cru-
zaron el Río Uruguay a nado, a la altura de Salto. Iban agarrados a una llanta
donde pusieron las ropas y material impreso del MLN. Repartieron los impre-
sos y volvieron de la misma manera. Bueno, la gente de la dirección que estaba
en Buenos Aires, antes de la división, todos, los criticaron por usar “métodos
artesanales de trabajo”. Ellos, los del comité central, querían invadir Uruguay
pero a lo grande, con avionetas, yates y demás».45

42.— ADNII, [procedencia del documento cancelada con un trazo de tinta],


«Apreciación de situación referente a actividades sediciosas», noviembre de 1973.
43.— Cultelli (2006, pág. 121). El autor informa que desde la prisión, «Joaquín»,
arrestado en Montevideo en 1974, envió a la dirección del MLN en Buenos Ai-
res una carta pidiendo disculpas por haber revelado información sustancial en la
tortura.
44.— Testimonio anónimo n.º 9.
45.— Testimonio anónimo Nº10. Este relato confirma un pasaje de otro documen-
to del SID en el que se menciona el episodio del cruce del río Uruguay a nado y se

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Un ex dirigente señala que en 1973 «En Argentina no llegó a haber ar-


mas. Hubo un DC-3 lleno de armas que tenía que llegar a Buenos Aires.
Pero no llegó. Se quedaron con la plata, eso sí. Se llevaron la plata y no
entregaron las armas. Era un contrato con los montos, el PRT y nosotros.
Venían como cuatro millones de dólares en armas. De contrabando, no sé
si eran americanas. O argentinas, que las sacaban para afuera y las traían
de vuelta».46 Según otro entrevistado «Había todo un plan. El sueño era
copar el Penal de Libertad. Incluso había un avión. Se hizo a pico y pala
un refugio para aprender a camuflar un avión».47
Por lo pronto, en Cuba, un contingente integrado por varias decenas
de tupamaros recibía un intenso adiestramiento para desembarcar en las
costas del departamento de San José, tomar por asalto el Penal de Liber-
tad, rescatar a los dirigentes u otros presos políticos y retirarse por vía
marítima y/o aérea. Ideado por miembros de la dirección en el exilio y
propuesto a los cubanos, el proyecto quedó en agua de borrajas por los
conflictos internos desencadenados en el MLN en 1974.48
«Ese grupo surgió de una utopía», opina uno de sus integrantes,

«Se le pidió a uno de los asesores cubanos que nos ayudaban que nos prepa-
raran para una supuesta toma del Penal de Libertad. Con lanchas, con gente
preparada para usar submarino, otro grupo de paracaidistas, otro de franco-
tiradores, otro de explosivistas, etcétera (. . . ). Lo del submarino era para la
llegada de los grupos desde el mar (. . . ). Nos entrenaron bien. Era una idea
que podía fracasar. Un plan que tenía una parte de realidad y otra de fanta-
sía. Para hablar claro y redondo: no nos daban los números, como dicen los
economistas».49

Después de un breve pasaje por Chile otro tupamaro de larga trayec-


toria se involucró en el mismo proyecto: «Planificamos una cuestión que
a lo último no se hizo. Porque la verdad sea dicha, era un disparate. Era
algo que pensamos como un rescate (. . . ). Íbamos a desembarcar (. . . ). Era
una cosa imposible. Es la característica de quienes se van del país, queda
una relación emocional pero desprendida de la realidad».50
Un tercer testimonio indica que si bien no participó del plan de ataque
al Penal de Libertad, recibió en Cuba una intensa preparación militar que
se prolongó por tres años:

identifica a un protagonista. ADNII; SID, parte especial de información del EMGE,


«Organización actualmente conocida o deducida del MLN», memorando I-42/974,
18/12/1974.
46.— Testimonio anónimo n.º 2.
47.— Testimonio anónimo n.º 16.
48.— Testimonio anónimo n.º 11.
49.— Ibídem.
50.— Testimonio anónimo n.º 17.

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«Nuestro proyecto era por un lado, refundar o reestructurar el movimiento en


Uruguay. A mediano plazo retomar la iniciativa militar, constituir un núcleo
que se iba a ir transformando, no a nivel nacional sino en colaboración con
Argentina y otros grupos de América, en una guerrilla que tuviera la fuerza
suficiente para derrotar militarmente a las fuerzas armadas que estaban en el
poder. Esa élite militar, ese grupo, iba a instruir, iba a ser la oficialidad de ese
ejército o contingente, no sé cómo llamarlo. Se hablaba de ejército. Claro, en
todo caso, un ejército guerrillero. Ahora, si me preguntas cómo iba a ser, cómo
iba a operar, eso ya era muy difuso. En todo caso, doctrinariamente, era el uso
de la violencia para imponer una sociedad más equitativa».51

En consecuencia, el MLN del exilio seguía siendo en 1973 y 1974 una


organización mucho más pragmática de lo que cabría esperar de una es-
tricta observancia del marxismo leninismo. La construcción del partido,
el trabajo sindical y político en Uruguay o entre los compatriotas emi-
grados en Argentina, la paciente captación de obreros revolucionarios,
fueron postergados a un indeterminado futuro. Aunque para algunos di-
rigentes del exilio – como ha sido declarado en años recientes – Viña del
Mar habría tenido entre sus objetivos lograr la suspensión de las acciones
armadas, las actividades concretas impulsadas después del simposio por
el entero grupo dirigente indicaban todo lo contrario. En Viña del Mar
había sido criticado el militarismo del período 1971-1972 como grave apar-
tamiento de la ideología de la clase obrera, pero el nuevo MLN marxista
leninista manifestaba a todas luces la misma inclinación. Participación en
secuestros con el PRT-ERP, desarrollo de una logística orientada a apoyar
grupos de acción, intercambio de combatientes con la guerrilla argenti-
na, acopio de armamento, preparación en Cuba del núcleo fundacional
de un «ejército del pueblo». Sin duda el auge guerrillero argentino influyó
en todo esto. Porque más allá del sincero fervor militante que animaba a
su dirección y sus bases, el MLN del exilio era un velero desarbolado, a
merced de los vientos continentales.
Entretanto, en Uruguay, el periódico Acción de Jorge Batlle y Julio Ma-
ría Sanguinetti, en un artículo de fondo del 31 de mayo de 1973, advertía
a la opinión pública la amenaza que representaba un MLN aliado con el
ERP, con sus núcleos guerrilleros instalados en el país vecino.52 El edito-
rial comenzaba deplorando la ceguera demostrada por las fuerzas arma-
das, que obtenida la derrota del MLN, orientaban ahora sus ataques hacia
los partidos políticos y otras instituciones civiles. El giro militar respondía
evidentemente a un sibilino proyecto de los tupamaros presos:

51.— Testimonio anónimo n.º 13.


52.— «La revancha tupamara», Acción. Montevideo, 31/05/1973. Este texto fue pu-
blicado por segunda vez el 27 de junio de 1973, junto al editorial que condenaba
el golpe de Estado como atentado a la Constitución.

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«Nos abocamos de nuevo a esas situaciones críticas que los tupamaros procu-
raban crear. El programa prolijamente descripto en sus últimos documentos,
se ha cumplido, y hoy, en plena revancha, desde adentro de la prisión, pueden
restregarse las manos sobre lo que han avanzado».

Los guerrilleros habían logrado resquebrajar «lo que había sido un ver-
dadero frente cívico militar, que fue el que derrotó a los tupamaros por la
combinación de fuerza con periodismo, acción cívica y pueblo repudian-
do a la guerrilla». Las limitaciones de las libertades y las garantías indivi-
duales, aprobadas por el Parlamento en 1972 con el objetivo de destruir
la sedición, se estaban empleando injustamente «para combatir a todo el
sistema político». Las fuerzas armadas – continuaba el periódico – su-
frían una especie de ofuscación. No lograban advertir que un MLN aliado
con el ERP se había vuelto otra vez una amenaza y que la unidad con los
políticos pronto volvería a serles necesaria:

«Los tupamaros han iniciado su revancha. Sus enemigos de ayer nos hemos
dividido. Las instituciones que los enfrentaron se han resquebrajado. En la
Argentina encuentran ahora una base de apoyo en sus correligionarios del
ERP, que asuelan el país y se pasean victoriosos por Buenos Aires luego de
la tremenda derrota militar en las elecciones. Dentro de poco, seguramente,
reanudarán su acción. Y entonces lamentaremos no haberlo visto. Dios ciega
a los que quiere perder. Y en el Uruguay de hoy, hay muchos ciegos con poder.
¿No empezarán a ver?».53

En los hechos, el descubrimiento de la alianza con el PRT y de los


ambiciosos proyectos de acción del MLN fue un factor determinante pa-
ra que la dictadura uruguaya diera comienzo a la actividad represiva en la
vecina orilla. Los documentos de inteligencia parecen indicar que en el
verano de 1973-1974 el OCOA definió entre sus objetivos impedir la conso-
lidación del MLN en Argentina. Tal vez comprendiendo que sin esa fuerte
retaguardia, el ingreso a Uruguay de los combatientes adiestrados en Cuba
o fogueados en Argentina se tornaría mucho más difícil.
Al inaugurar en febrero de 1974 la represión ilegal fuera de fronteras,
Uruguay probablemente tomaba ejemplo de la dictadura brasileña, que
actuó tempranamente y con total impunidad en la Argentina de Perón,
prosiguiendo la coordinación bilateral de los organismos contrainsurgen-
tes, activa desde los tiempos de Onganía. Así, el 5 de diciembre de 1973
fueron secuestrados en Buenos Aires por militares brasileños a las órde-
nes del capitán Diniz Reis los asilados Joâo Batista Rita y Joaquim Pires
Cerveira, de 25 y 50 años respectivamente. Procedentes de Chile, se ha-
llaban bajo la protección del ACNUR. Fueron vistos por última vez el 12
de diciembre de 1973, malheridos por las torturas, en el DOI-CODI de

53.— Ibídem.

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190 Clara Aldrighi

Río de Janeiro, de donde desaparecieron. Los represores brasileños que


perpetraron el secuestro (entre ellos, según declaraciones de testigos, el
comisario Sergio Paranhos Fleury) actuaron en conjunto con la Policía
Federal y la SIDE.54
La primera víctima uruguaya de la represión transnacional en Argenti-
na fue el tupamaro Antonio Viana Acosta. El 24 de febrero de 1974 policías
argentinos y militares uruguayos irrumpieron en su vivienda de Buenos
Aires y se llevaron detenida a toda la familia. Viana Acosta fue recluido
en Coordinación Federal y Villa Devoto, su esposa en la cárcel de mu-
jeres y los hijos pequeños en un albergue de menores.55 De inmediato el
prisionero fue interrogado sobre su presunta vinculación al ERP:

«En diferentes interrogatorios a los que fui sometido en Buenos Aires, se in-
sistió en mi integración al eje del ERP-MLN. También querían que les pro-
porcionase direcciones de locales de funcionamiento conjunto del ERP y el
MLN y además, que les indicara dónde se encontraba secuestrado el teniente
coronel Jorge Ibarburen [sic]; datos que yo ignoraba totalmente y que nunca
fueron de mi conocimiento».56

Al cabo de un mes la familia fue trasladada ilegalmente a Montevideo


en un avión de PLUNA. Hasta octubre de 1974 Viana Acosta fue sometido
a torturas en dos cuarteles del interior. Recluido desde diciembre de 1974
en el Penal de Libertad, permaneció unos ocho años en prisión.57

54.— CFMDP (2009, págs. 507-512). Rita había sido militante del Movimiento
Marx, Mao, Marighella y Guevara (M3G). Llegó a Chile en 1971 con otros 69 presos
políticos canjeados por el embajador de Suiza en Brasil, Giovanni Enrico Büch-
ner, secuestrado por la VPR. Pires Cerveira, ex militar exiliado en Chile, ingresó
a Argentina en agosto de 1973 con documento falso a nombre de Walter de Sousa.
Fue vigilado de inmediato por la inteligencia argentina. Había sido militante del
Frente de Libertaçâo Nacional (FLN). En 1970 la dictadura brasileña lo expulsó a
Argelia junto a otros 39 presos políticos, canjeados por el embajador de Alemania
en Brasil, Ehrenfried von Holleben, secuestrado en una operación conjunta de la
VPR y la ALN.
55.— Testimonio de Antonio Viana Acosta, en VVAA (2004, págs. 383-386).
56.— VVAA (ibídem, pág. 383). Los interrogadores preguntaban a Viana Acosta por
el teniente coronel Jorge Ibarzábal, secuestrado por el ERP el 19 de enero de 1974
en el ataque al Regimiento de Azul.
57.— Después de Viana Acosta fueron detenidos en Buenos Aires en abril de 1974 y
trasladados ilegalmente a Uruguay cuatro uruguayos que no tenían militancia po-
lítica: Carlos Antonio Rodríguez Coronel, Juan Carlos Iparaguirre Almeida, Julio
César Saavedra Duarte y Justo Pilo Yáñez. El primero era hermano de un tupama-
ro refugiado en Bélgica después del golpe de Chile. Los cuatro fueron trasladados
a Uruguay, uno por vía aérea y tres por vía marítima. Rodríguez Coronel fue tor-
turado en el cuartel de Santín Carlos Rossi y La Boyada, «La Paloma». Gracias
a la movilización del ACNUR en Buenos Aires, en especial de su representante

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El MLN-Tupamaros en Argentina. . . 191

Entre marzo y mayo de 1974, con los golpes represivos asestados en


Uruguay, el OCOA obtuvo nuevas informaciones sobre los proyectos y
la estructura del MLN en el exterior y el país.58 En el transcurso de esa

Oldrich Haselman, y de parlamentarios radicales y peronistas argentinos, los cua-


tro fueron liberados al cabo de dos meses (entrevista a Carlos Antonio Rodríguez
Coronel). Los uruguayos Guillermo Jabif, Luis Latrónica y Daniel Banfi (de 22, 25
y 24 años respectivamente) fueron secuestrados en setiembre de 1974 en Buenos
Aires por efectivos uruguayos y argentinos. Otros dos uruguayos secuestrados con
ellos fueron liberados poco después. Los cuerpos acribillados de Jabif, Latrónica
y Banfi fueron encontrados en octubre de 1974 en un erial. Luis Latrónica se había
exiliado en Chile en 1972 por pertenecer al MLN; al producirse el golpe de Estado
se asiló en la embajada argentina. El tupamaro Washington Barrios, de 22 años,
vinculado al ERP, fue detenido en Córdoba por residencia ilegal en setiembre de
1974, pero su secuestro y desaparición ocurrieron en febrero de 1975, cuando era
trasladado a la cárcel de La Plata (PROU 2007, pág. 2, 547-553). En otro orden, en
agosto de 1974, después de haber participado en una gran operación – el inten-
to de asalto al Regimiento 17 de Infantería Aerotransportada – 14 guerrilleros del
ERP fueron ejecutados por militares argentinos en la localidad Capilla del Rosario
de la provincia de Catamarca. Entre ellos los tupamaros Hugo Cacciavillani, de 23
años, y Rutilio Bentancour, de 24, incorporados al ERP en el marco de los acuer-
dos del MLN con el PRT (Plis Sterenberg 2003, págs. 55-56). En noviembre de 1974
desapareció en Buenos Aires el tupamaro Natalio Dergan, de 51 años, secuestrado
por efectivos argentinos, chilenos y uruguayos. A comienzos del mismo mes fue-
ron secuestrados y trasladados a Montevideo (con Julio Abreu, que sobrevivió por
no tener militancia política) los cinco tupamaros asesinados el 20 de diciembre de
1974 en las cercanías de la ciudad uruguaya de Soca: Floreal García, Héctor Brum,
Graciela Estefanell, María de los Ángeles Corbo de Brum y Mirtha Hernández de
García (de 31, 28, 34, 26 y 29 años respectivamente). El crimen fue una represalia
decidida por los vértices de la dictadura uruguaya por el asesinato en París del co-
ronel Ramón Trabal, agregado militar de las embajadas de Uruguay en Francia e
Inglaterra (ultimado por miembros de una organización armada francesa de orien-
tación anarco-comunista; cfr. Israel 2010). Al menos tres de los cinco tupamaros
muertos en Soca integraban el sector militar del regional Buenos Aires y habían
operado en el marco de la coordinación MLN-ERP (testimonio anónimo n.º 2). El
hijo de Mirtha Hernández y Floreal García, Amaral, de tres años, fue secuestrado
con sus padres y apropiado por agentes de la SIDE. Recuperó su identidad en 1985.
Otra víctima uruguaya en la Argentina de 1974 fue el comunista Raúl Feldman, de
26 años, ametrallado el 24 de diciembre en la sede del Movimiento Argentino An-
tiimperialista de Solidaridad Latinoamericana (MAASLA), por individuos que se
movilizaban en un Ford Falcon. El MAASLA venía cumpliendo una intensa ac-
tividad de denuncia de los secuestros o asesinatos de extranjeros refugiados en
Argentina.
58.— Entre marzo y mayo de 1974 fueron apresados en Montevideo decenas de
tupamaros todavía legales y varios clandestinos. A fines de abril el OCOA desató
una importante ofensiva en la que murieron acribillados en operativos o resistien-
do la captura los tupamaros Diana Maidanik, de 22 años, Silvia Reyes, de 19, Laura

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192 Clara Aldrighi

ofensiva antiguerrillera dirigentes como Alemañy y Whitelaw dieron co-


mienzo a un proceso de revisión política que culminó a los pocos meses
con la división del MLN.59
Contemporáneamente ocurría otro suceso significativo para la lucha
contrainsurgente: el coronel Ramón Trabal era desplazado de la jefatura
del SID. La caída del jefe de inteligencia militar se produjo en el contexto

Raggio, de 19, Rolindo Irrazábal, de 22 y Bernardo Alberto Blanco, de 28. También


Julio Larrañaga, de 31 años, militante del grupo «Los libertarios» desprendido de
la OPR33. A fines de abril y comienzos de mayo fueron capturados todos los di-
rigentes del MLN que permanecieron en Uruguay. Uno de ellos, Eduardo Pérez
Silveira, de 23 años, detenido el 5 de mayo, murió a los cinco días por las torturas
infligidas en los dos cuarteles donde estuvo recluido. En marzo de 1974 también
había sido asesinado en la tortura el frenteamplista y simpatizante del PCU Aldo
Perrini Gualo, de 34 años, detenido en el Batallón de Infantería n.º 4 de Colonia.
59.— Alemañy expone en su entrevista las razones que le impulsaron a iniciar el
proceso de división y abandono de la lucha armada. En la dirección del MLN de
Uruguay, «de cuatro miembros, en la que mayoritariamente se expresaba la in-
fluencia de las ideas del ERP argentino, yo era el jefe militar». En marzo de 1974
«se estaban planificando determinadas acciones militares. Planteo que estaba to-
talmente en desacuerdo (. . . ) porque la desmovilización de las fuerzas sociales y
populares era general». Manifestó además su oposición a una movilización de ma-
sas que se pensaba convocar para el 1 de mayo. Sus posturas fueron rechazadas
por los otros tres dirigentes. El 17 de abril Alemañy se encontró en una localidad
fronteriza con William Whitelaw (residente en Buenos Aires y miembro de la co-
misión militar). En esa ocasión, «Le planteo a Willy, que era el más amigo mío:
para mí la lucha armada se terminó, pero lo quiero discutir con ustedes, porque
no soy hombre de tomar decisiones solo. Para mí no tiene más proyección con-
tinuar en el MLN, tenemos que irnos. Siento que hoy mis ideas no tienen nada
que ver con lo que fue la fundación original de esta organización (. . . )». A fines
de abril Alemañy se marchó de Uruguay para establecerse en Buenos Aires: «Yo
llego a Argentina en 1974 discrepante con todo, con el ERP, con el proyecto de
asimilar el MLN al ERP. Ahí comienza el proceso de ruptura del MLN, a partir
de los que tomamos distancia (. . . ). La ruptura la iniciamos nosotros, ni bien salgo
de Uruguay para Argentina. En ese momento, desde los primeros meses de 1974,
ya estaba convencido de que la historia del MLN se había terminado, de que la
lucha armada se había terminado y que había que buscar caminos políticos. Sa-
bía que encontraría resistencias, pero también aliados fuertes entre quienes eran
mis viejos amigos, que estaban en la dirección del MLN. Es ahí que comienza
el proceso de ruptura. Lo comenzamos Withelaw y yo. Somos los primeros que
renunciamos a la dirección del MLN y se suman luego los otros renunciantes. To-
do el transcurso de 1974 es un proceso de ruptura (. . . )» (Aldrighi 2009, pág. 330,
334-335). Disiente parcialmente con esta versión un tupamaro que en abril de 1974
integraba con Alemañy la dirección del Regional Uruguay: «No se pensaba largar
una ofensiva contra la dictadura. Yo no viví eso que dice Alemañy de que hubiera
gente con ideas militaristas. Se quería participar con aportes a lo sindical, gremial»
(testimonio anónimo n.º 9).

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El MLN-Tupamaros en Argentina. . . 193

del primer golpe palaciego de la dictadura, que forzó la renuncia del co-
mandante en jefe del Ejército, teniente general Hugo Chiappe Pose, re-
emplazado el 21 de mayo por el general Julio Vadora. En el transcurso de
la crisis las cúpulas militares desconocieron una vez más la autoridad del
presidente Bordaberry. El 20 de mayo el primer mandatario había firma-
do dos decretos que disponían la destitución de Eduardo y Rodolfo Zubía,
jefes de las divisiones militares II y III. Pero los dos generales ignoraron
la orden y se mantuvieron en sus puestos.60

Entrevistas
Kimal Amir, por Clara Aldrighi, Montevideo, 2009.
Luis Alemañy, por Clara Aldrighi, Montevideo, 1998.
Efraín Martínez Platero, por Guillermo Waksman y Clara Aldrighi, Mon-
tevideo, 2006.
Efraín Martínez Platero, por Clara Aldrighi, Montevideo, 2009.
Carlos A. Rodríguez Coronel, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2015.
Jorge Selves, por Guillermo Waksman y Clara Aldrighi, Montevideo, 2005.
Testimonio Anónimo n.º 1, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2004.
Testimonio Anónimo n.º 2, por Guillermo Waksman y Clara Aldrighi,
Montevideo, 2004 y 2006.
Testimonio Anónimo n.º 7, por Clara Aldrighi. Montevideo, 1998.
Testimonio Anónimo n.º 9, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2006.
Testimonio Anónimo n.º 11, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2012.
Testimonio Anónimo n.º 13, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2012.
Testimonio Anónimo n.º 15, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2010.
Testimonio Anónimo n.º 16, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2011.
Testimonio Anónimo n.º 17, por Clara Aldrighi. Montevideo, 2012.

Documentos inéditos
Archivo de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia, Monte-
video.
Archivo del MLN Tupamaros «David Cámpora», Montevideo.

60.— Este proceso ha sido investigado por Alfonso Lessa, quien define lo ocurri-
do en mayo de 1974 «un golpe dentro del golpe» (Lessa 2009, pág. 104). Sobre el
desarrollo y desenlace de la crisis militar y política de la cúpula dictatorial, véase
Lessa (ibídem, págs. 103-110). Sobre las probables causas de la remoción de Trabal
(ibídem, págs. 197-210). También Lessa (2013, págs. 256-260).

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Autores

Clara Aldrighi es profesora adjunta de Historia Contemporánea en la


Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Univer-
sidad de la República, Montevideo, Uruguay. Ha publicado libros
y artículos en su especialidad, entre otros: La izquierda armada.
Ideología, ética e identidad en el MLN Tupamaros y La interven-
ción de Estados Unidos en Uruguay 1965-1973. El caso Mitrione.
Magdalena Cajías de la Vega obtuvo su doctorado en Ciencias Sociales
en el Colegio de Michoacán (México); tiene una Maestría en His-
toria Andina de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO-Ecuador) y es Licenciada en Historia por la Universidad
Mayor de San Andrés (La Paz-Bolivia). Es catedrática emérita de la
carrera de Historia de la UMSA en las materias de Historia de Bolivia
del siglo XX, Historia de América del Siglo XX y Teoría y Metodo-
logía II, y docente-investigadora del Instituto de Estudios Bolivia-
nos (IEB) de la Facultad de Humanidades de esa universidad, con
28 años de antigüedad y actualmente con licencia. Fue ministra de
Educación y Culturas de Bolivia entre 2007 y 2008 y asesora en te-
mas históricos de la Presidencia de la República entre 2006 y 2007.
Desde el año 2014, es Cónsul General del Estado Plurinacional de
Bolivia en Santiago de Chile. Pertenece a la Academia de la Historia
de Bolivia, a la Coordinadora de Historia-Investigadores Asociados,
a la Fundación Cultural Huáscar Cajías y a un Grupo de Trabajo (GT)
del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Esteban Campos es Doctor en Historia por la Universidad de Buenos
Aires e investigador del CONICET. Se especializa en Historia de
los movimientos armados en Argentina y América Latina, e Histo-
ria de la izquierda peronista. Ha dictado cursos en universidades
de Argentina y Brasil. Ha publicado sus trabajos en revistas nacio-
nales e internacionales: Sociohistórica, Estudios del CEA y PolHis
(Argentina), Topoi y Nures (Brasil), Argumentos (México), Estudios
Históricos (Uruguay) y Revista de Historia (Venezuela), entre otras.
Ha publicado Cristianismo y revolución. El origen de Montoneros.
Violencia, política y religión en los 60 (2016).

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196 Autores

Luiz Felipe Falcão es Doctor en Historia Social por la Universidad de


San Pablo, USP, Sao Pablo, Brasil y profesor concursado de la Uni-
versidad del Estado de Santa Catarina (UDESC). Se especializa en el
proceso de resistencia a la dictadura y la posterior democratización
en Brasil. Actualmente se dedica a los nexos entre la historia oral y
la del tiempo presente. Ha publicado Entre ontem e amanhã: dife-
rença cultural, tensões sociais e separatismo em Santa Catarina no
século XX (2000).
Marcelo Langieri es Licenciado en Sociología por la Universidad de
Buenos Aires. Se dedica a lucha armada y política revolucionaria en
la Argentina de los años sesenta y setenta. Es profesor de la cáte-
dra Sociología de la cultura II, Carrera de Sociología, Facultad de
Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Mariana Mastrángelo es profesora y licenciada en historia (UNC 2002-
2005), doctora en historia (UBA 2010) y ha realizado un posdoc-
torado en la Universidade Federal de Santa Catarina (Brasil 2011).
Es profesora de grado y de posgrado en la Universidad de Buenos
Aires, y ha sido profesora adscripta de la Universidad Nacional de
Córdoba, y se desempeña como profesora adjunta de la Universi-
dad Nacional de Chilecito. Ha publicado libros incluyendo Rojos en
la Córdoba obrera, 1930-1940 (2011) y Desde las profundidades de la
Historia Oral. Argentina, Brasil, Uruguay (2013).
Gerardo Necoechea Gracia tiene estudios de doctorado en historia y
antropología en la City University of New York y Doctor en Historia
Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Investiga-
dor de la Dirección de Estudios Históricos y profesor de la Escuela
Nacional de Antropología e Historia, ambos del Instituto Nacional
de Antropología e Historia en la ciudad de México. Especialista en
historia de México e historia de Estados Unidos, siglos XIX y XX y
en historia oral. Codirector de la revista bilingüe de la Asociación
Internacional de Historia Oral Palabras y Silencios / Words and Si-
lences, entre 2002 y 2010. Autor de Después de vivir un siglo. En-
sayos de historia oral sobre el siglo XX en México (2005), y coautor
de Historia oral y militancia en México y en Argentina (2008), y
coordinador, con Patricia Pensado, de Voltear al mundo de cabeza:
historias de militancia de izquierda en América Latina (2011).
Pablo Pozzi es PhD en Historia (SUNY at Stony Brook, 1989) y profe-
sor titular regular plenario de la cátedra de Historia de los Estados
Unidos de América, en el Departamento de Historia de la Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (Argentina). Asi-
mismo, ha dictado el Seminario Anual de Tesis sobre la Historia del
Movimiento Obrero Argentino. Su especialidad es la historia social
contemporánea y, particularmente, la historia de la clase obrera pos

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Autores 197

1945, tanto en Estados Unidos como en la Argentina. Ha publicado


numerosos artículos y libros sobre historia y sociedad estadouni-
dense y argentina. Entre sus obras se destacan La oposición obrera
a la dictadura (1976-1982) (1988), Los setentistas. Izquierda y clase
obrera, 1969-1976 (2000), Por la sendas argentinas. El PRT-ERP, la
guerrilla marxista (2001).

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Índice de autores

Aldrighi, Clara, 169, 171, 192, 199 Da Veiga, Alfredo César, 56, 200
Altamirano, Carlos, 111, 139, 199 De Azcárate, Patricio, 1, 200
Amnesty International, 185, 199 De Brito, Lucelmo Lacerda, 56, 200
Archila Neira, Mauricio, XII, 199 De Faria, Hamilton, 60, 201
Arendt, Hannah, 199 De Moraes Ferreira, Marieta, 29, 30,
201
Badaró Mattos, Marcelo, 40, 199 De Tocqueville, Alexis, 2, 201
Bardini, Roberto, 77, 79, 199 Del Campo, Hugo, 131, 133, 138, 139,
Barrios, Víctor, 136, 199 201
Batistoni, Maria Rosângela, 60, 199 Delgado, Alvaro, 25, 201
Benjamin, Walter, 28, 34, 199
Bobbio, Norberto, XII, 199 Ejdesgaard, Anne Marie, 155, 201
Bonasso, Miguel, 180, 181, 199 Engels, Friedrich, 5, 202
Bonfil Batalla, Guillermo, 29, 199 Estrada, Jairo, 199
Bonilla, Víctor Daniel, 29, 199
Braun, Oscar, 108, 200 Falcão, Luis Felipe, 29, 32, 201
Faletto, Enzo, 28, 200
Cajías de la Vega, Magdalena, XI, Ferreira, Marieta de Moraes, 29, 201
200 Feuer, Lewis, 202
Camarero, Hernán, 3, 200 Fortes, Alexandre, 29, 30, 201
Camera, Pablo, 9, 204 Frank, André Gunder, 28, 201
Campos, Esteban, 23, 200
Cardozo, Fernando, 28, 200 Galeano, Eduardo, 76, 201
Carr, Barry, 24, 200 Giddens, Antony, XII, 201
Castañeda, Jorge, 26, 200 Gilbert, Stuart, 201
Castel, Robert, 105, 200 Ginzburg, Carlo, 2, 11, 201
CFMDP, 190 Glaser, André, 205
Chaloub, Sidney, X, 10, 200 Goicovic Donoso, Igor, 23, 201
Chartier, Roger, 31, 200 González Navarro, Moisés, 24, 201
Chauí, Marilena, 55, 200 Gorriarán Merlo, Enrique, 180, 182,
Chiaramonte, Nicola, 28, 200 201
Chowning Davies, James, 1, 200 Grandin, Greg, 26, 201
Comissâo de Familiares de Mortos Guevara, Ernesto Che, 20, 202
e Desaparecidos Gutman, Herbert, 16, 202
Políticos, 200
Cortés, Alberto, 18, 204 Hobsbawm, Eric, XII, 132, 202
Cultelli, Andrés, 186, 200

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Índice de autores 207

Israel, Sergio, 191, 202 Romero Arrechavala, Jilma, 22, 23,


204
Jay, Martin, 28, 202
Joseph, Gilbert, 26, 201 Samuel, Raphael, X, 204
Sartelli, Eduardo, 9, 204
Krausche, Valter Antonio, 55, 202 Sartre, Jean Paul, 31, 204
Krauze, Enrique, 13, 202 Schneider, Alejandro, 26, 204
Schwartz, David, 3, 204
Laverdi, Robson, 33, 202
Lenin, 2, 14 Thompson, Edward Palmer, 3, 4, 10,
Lessa, Alfonso, 193, 202 17, 31, 204
Lugo Hernández, Raúl Florencio, Torre, Juan Carlos, 138, 204
18, 19, 202 Torres Bustillos, María Elena, 25,
Luxemburgo, Rosa, 8, 10, 202 204

Marx, Karl, 5, 8, 202 Uliánov, Vladímir Ilich, 204, 205


Mastrángelo, Mariana, 6, 39, 137, 202
Varone, Domingo, 9, 205
Navia, Verónica, 165, 202 VVAA, 29, 176, 190, 205
Necoechea Gracia, Gerardo, 15,
19–21, 99, 202, 204 Waksman, Guillermo, 169, 199
Nisbet, Robert, 28, 203 Weissheimer, Marco Aurélio, 61,
205
OEA, 178 Williams, Raymond, X, XIII, 5, 16,
OED, 14, 203 17, 31, 33, 36, 38, 100, 135,
Organización de los Estados 205
Americanos, 203 Wolf, Eric, 16, 205

Pérez D’Auria, Fernando, 176, 203 Yerushalmi, Yosef, 48, 205


Pérez Silva, Claudio, 24, 203
Padrón, Juan Manuel, 77, 203 Zenobi, Diego, 13, 205
Pensado Leglise, Patricia, 15, 24, 99, Zohn, Harry, 199
202, 203
Plis Sterenberg, Gustavo, 181, 182,
191, 203
Portelli, Alessandro, 49, 203
Pozzi, Pablo, XI, 26–28, 32, 35, 127,
128, 180, 200, 203, 204
Presidencia de la República
Oriental del Uruguay, 204
PROU, 191

Rabossi, Eduardo, 48, 204


RAE, 13, 204
Reato, Ceferino, 181, 204
Revueltas, José, 14, 204
Rico, Alvaro, 178, 204
Riley, Luisa, 18, 204

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