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Todos los días de Rosie Flinch se basaban en lo mismo: ir a la escuela, hacer los deberes, comer,

leer y dormir. ¡Ah! Cuanto amaba leer ella, podía pasar tardes enteras, sumergida en las historias
que cada libro tenía para contar. ¡Simplemente era maravilloso!

Una tarde, después de hacer los deberes, Rosie se dispuso a leer un libro nuevo el cual le habían
regalado por su cumpleaños; Las crónicas de Narnia, el sobrino del mago, decía en unas flamantes
letras color dorado, sobre un fondo verdoso con árboles secos dibujados, algunos estanques con
apariencia brillosa junto con una silueta saliendo de uno de estos, unos bellos anillos entrelazados
entre sí, y la cara de un león. Aquel libro tenía una portada un tanto llamativa, pero lo que más
llamó la atención de la castaña fue el león; sentía algo cuando veía el rostro de tal animal, el cual la
miraba fijamente, inmóvil. Al abrir el libro, Rosie sintió un pequeño cosquilleo, el cual despertó en
ella un deseo insaciable de leer esa historia que estaba sosteniendo en sus manos. Empezó
leyendo:

Capítulo uno: La puerta equivocada

Éste es el relato de algo que sucedió hace mucho tiempo, cuando tu abuelo era un niño. Es una
historia muy importante porque muestra cómo empezaron todas las idas y venidas entre
nuestro mundo y el de Narnia.

En aquellos tiempos Sherlock Holmes vivía aún en la calle Baker y los Bastable buscaban tesoros
en Lewisham Road. En aquellos tiempos, los niños tenían que llevar un rígido cuello almidonado
a diario, y las escuelas eran por lo general más desagradables que hoy en día. Aunque las
comidas eran mejores; y en cuanto a los dulces, ¡no quiero ni contarte lo baratos y deliciosos que
eran, porque sólo conseguiría que se te hiciera la boca agua en vano! Y en esa época vivía en
Londres una niña llamada Polly Plummer.

La niña vivía en una de las viviendas que, pegadas unas a otras, formaban una larga hilera. Una
mañana, mientras estaba en el jardín trasero de su casa, un niño se encaramó desde el jardín de
al lado y sacó la cabeza por encima del muro. Polly se sorprendió mucho porque hasta aquel
momento no había habido niños en la casa contigua, únicamente el señor Ketterley y la señorita
Ketterley, que eran hermanos y solteros, algo mayores ya, y vivían allí juntos. Por ese motivo, la
niña alzó la vista, llena de curiosidad. El rostro del niño desconocido estaba mugriento, y no
podría haber estado más sucio si el muchacho se hubiera restregado las manos en la tierra,
después se hubiera puesto a llorar y a continuación se hubiera secado el rostro con las manos. A
decir verdad, aquello era casi exactamente lo que había ocurrido.

-Hola -saludó Polly.

- Hola -respondió él-. ¿Cómo te llamas?

- Polly -dijo ella-. ¿Y tú?

- Digory.

- Vaya, ¡qué nombre más gracioso! -comentó Polly.

-No es ni la mitad de gracioso que Polly -replicó él.

- Sí, sí que lo es -dijo Polly.


-No, no lo es -protestó Digory.

-Por lo menos yo me lavo la cara -dijo Polly-, que es lo que deberías hacer, especialmente
después de... -Y allí se detuvo.

Había estado a punto de decir «después de haber lloriqueado», pero pensó que no resultaría
muy educado.

-Pues sí que lo he hecho, ¿y qué? -repuso Digory en voz…

La castaña no pudo seguir leyendo, las letras se tornaron algo borrosas así que la chica se frotó los
ojos, pensó que estaba algo cansada, y al parecer su acción funcionó pues pudo volver a ver las
letras con claridad, así que siguió:

…mucho más alta, igual que un niño que se siente…

Rosie encontró otro factor el cual la distraía de su lectura; había alguien escalones abajo que
gritaba algo, un nombre al parecer, pero no era su nombre así que simplemente intentaba
ignorarlo.

-Dorothy! –gritaba una voz masculina desde el piso de abajo.

-Dorothy! –volvió a gritar.

La chica de ojos marrones, sabiendo que su nombre no era Dorothy, seguía ignorando el llamado,
mas, no podía evitar preguntarse, «¿Quién está llamando a Dorothy?» y, «¿Quién es esa tal
“Dorothy” a la que llaman?».

Después de unos segundos, Rosie escucho unos pasos que se acercaban hacia donde ella estaba,
pero no le dio mucha importancia, hasta que se abrió la puerta y la chica no vio a ninguno de sus
padres, pero vio a una joven muchacha que no sobrepasaba los 25 años de edad.

-Señorita Dorothy, -dijo la joven. –su padre la ha estado llamando hace unos minutos!

-A mí? –respondió Rosie algo confundida.

-Si señorita, a usted, -respondió pacientemente la joven. –Veo que ha estado leyendo, usted
siempre sumergida en esas historias- dijo la muchacha negando levemente con la cabeza.

-Si... He estado algo separada de la realidad- dijo la castaña.

-Venga, baje a despedirse de su padre y después puede volver aquí arriba a leer su libro, ¿De
acuerdo?

-Claro, voy con usted- dijo la chica para después levantarse de donde estaba y darse cuenta de que
llevaba puesta una falda de color azul marino que le llegaba hasta los tobillos pero que jamás se
había puesto en su vida.

Se acercó a la chica algo desconfiada y salió de su habitación para darse cuenta que su casa había
cambiado completamente, a un estilo más antiguo, elegante pero antiguo.
Bajó las escaleras y frente a ella vio a un hombre delgado y alto, con los cabellos rubios,
ondulados, pero bien peinados y un traje negro con corbata color rojo oscuro. Supuso que ese era
el tal «Padre» del que le habló la muchacha.

-Dorothy! ¡Hasta que por fin te dignas en venir a despedirte de tu padre! –Dijo el hombre
dirigiéndose a Rosie.

-Perdón “papá”, estaba algo distraída- dijo la castaña acercándose al hombre.

-Ven acá- dicho esto el hombre abraza a Rosie y le besa la cabeza- Volveré algo tarde, puedes ir a
jugar con la chica Plummer si quieres, y, ¿Puedes encargarte de tu cena verdad?

-Si “papá”, puedo hacerlo.

-Perfecto, nos vemos más tarde, te amo. –Dijo el hombre abriendo la puerta.

-También yo –Dijo la chica para después darse la vuelta hacia la joven que al parecer era una
criada- ¿Puedo salir a dar una vuelta?

-Claro que si Srta. Dorothy, pero ya sabe las condiciones de su padre –Respondió la joven con una
sonrisa.

-Nos vemos- Dijo la castaña abriendo la puerta para, acto seguido, salir y cerrar la puerta detrás
suyo.

El panorama que vio la sorprendió un poco, puesto que no había un montón de autos corriendo
por las calles de Londres, mas, había carruajes impulsados por caballos; las personas vestían
diferente, y se dio cuenta que, en realidad, todo era absolutamente diferente al Londres que ella
conocía.

Vio una chica de aproximadamente 12 años de edad y supuso que era su vecina amiga; ella era
una chica de tez clara, tenía el cabello rubio y vestía de un hermoso vestido azul cielo con un listón
atado en la cintura, llevaba otro listón en el cabello, unas medias blancas que le llegaban más
arriba de la rodilla y unas zapatillas color negro. Estaba acompañada de un muchacho también de
su edad, el cual tenía la cara algo sucia y su cabello, marrón como el chocolate, estaba despeinado.

La escena que presenciaba Rosie, era al parecer una especie de discusión, puesto que escuchaba
que ambos respondían a lo que decía el otro de una manera gritona, no muy cómodo de
presenciar. Rosie vio a la chica, que por lo que había escuchado se llamaba Polly, voltear a ver
hacia ella, levantar su mano ondeándola y gritando:

-Dorothy! ¡Ven acá! –Decía Polly con una sonrisa en el rostro.

Rosie llegó a donde estaba Polly, la cual la saludo con un abrazo, y vio al chico que estaba junto
con ella.

-Él es Digory, -Dijo Polly- ¿Verdad que es un nombre gracioso?

- No es ni la mitad de gracioso que Polly- replicó él.

Rosie se dio cuenta de que ese diálogo se le hacía familiar pero no logró descifrar nada hasta que
Polly dijo:
-Por lo menos yo me lavo la cara -dijo Polly-, que es lo que deberías hacer, especialmente después
de... -Y allí se detuvo.

¡Bingo! Rosie lo había descifrado, estaba justo en la parte del libro que ella estaba leyendo, pero,
¿Cómo puede estar ella dentro de un libro? ¿Qué pensarían sus padres al ver que no está en su
habitación? ¿Cómo saldría de allí?, todas esas preguntas pasaban por la mente de Rosie hasta que
Digory y Polly la hicieron volver a la “realidad”

-Dorothy! ¿Me estas escuchando? - dijo Polly haciendo sonar sus dedos en un chasquido.

-Eh? Ah, sí Polly, te escucho- respondió Rose tratando de sonar despreocupada.

- ¡Digory tiene una casa muy interesante!

-Quizá tú la encuentres interesante -refunfuñó él-, pero no te gustaría si tuvieras que dormir allí.
¿Qué te parecería permanecer despierta en la cama mientras oyes los pasos del tío Andrew
avanzando sigilosamente por el pasillo hacia tu habitación? Y tiene unos ojos horribles.

Así fue como Polly, Digory y Dorothy se conocieron: y puesto que acababan de empezar las
vacaciones de verano y ninguno de ellos se iba a la playa aquel año, se veían casi a diario. Sus
aventuras se debieron en gran medida a que fue uno de los veranos más lluviosos y fríos que había
habido en muchos años, y eso los obligó a realizar actividades de interior; se las podría llamar
«exploraciones caseras». Resulta maravilloso lo mucho que se puede explorar con el cabo de una
vela en una casa grande, o en una hilera de casas. Hacía tiempo que Polly había descubierto que si
se abría cierta puertecita del desván de su casa se encontraba el depósito de agua y un lugar
oscuro detrás de él al que se podía acceder trepando con cuidado. El lugar oscuro era como un
túnel largo con una pared de ladrillos a un lado y un tejado inclinado al otro, y en el tejado había
pequeños retazos de luz entre las tejas de pizarra. Aquel túnel no tenía suelo: había que pisar de
viga en viga, y entre ellas no había más que una capa de yeso. Si la pisabas, ésta cedía y te
precipitabas a la habitación situada debajo. En el trozo de túnel que había justo al lado del
depósito, Polly había acondicionado la Cueva del Contrabandista, y había subido pedazos de cajas
viejas de embalaje y sillas de cocina rotas, y cosas por el estilo, y lo había esparcido todo de una
viga a otra para crear un pedazo de suelo. Allí guardaba un cofre que contenía distintos tesoros, un
cuento que estaba escribiendo y, por lo general, también unas cuantas manzanas. A menudo había
bebido en aquel lugar alguna que otra botella de gaseosa de jengibre, y las botellas viejas
contribuían a dar al lugar el aspecto de una cueva de contrabandistas.

A medida que pasaban los días Dorothy, empezaba a divertirse, mas, no podía evitar pensar en sus
padres, que estaban fuera del libro. No podía evitar pensar lo preocupados que estarían al no
encontrarla en su habitación hace ya varios días. Por más de que deseara volver no lograba
hacerlo, y no podía contarle a nadie lo que había pasado, sabía qué pensarían que estaba
demente. Todo lo que podía hacer era vivir el presente- quiero decir, el pasado- y esperar a volver
a casa lo más rápido posible.

-Oye- dijo Digory a Polly un día-, ¿hasta dónde llega este túnel? Quiero decir, ¿acaba donde
termina tu casa?
-No- respondió Polly-,las paredes no llegan hasta el tejado. Sigue adelante. No sé hasta dónde.
-En ese caso podríamos ir de un extremo a otro de toda la hilera de casas.
-¡Pues claro!-asintió ella-. Y ¡espera!
-¿Qué?

-Podríamos <<entrar>> en las otras casas.


-Eso es un delito Polly!- Dijo Rosie o mejor dicho Dorothy.
-Sí, ¡Y nos encerrarían por ladrones! No, gracias.

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