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01

EL VIKINGO REACIO
Serie Vikingos Nº1

Ruby Jordan es una mujer de negocios de nuestro siglo que necesita un


auténtico milagro para salvar su matrimonio… pero nunca creyó que ese
milagro consistiría en viajar en el tiempo a la época medieval. Thork
Haraldsson, un vikingo del s. X amargado por su dura existencia, no necesita
a una molesta mujer que dice ser su esposa… ¡¡del futuro!! Thork es un
vikingo renuente… y Ruby está dispuesta a derretir su corazón. Ruby Jordan
a sus treinta nueve años ha quedado devastada tras enterarse de que el
hombre con el que lleva casada veinte años va a dejarla. ¿Cómo han podido
salir tan mal las cosas? Su empresa dedicada a la venta de ropa interior la ha
mantenido tan ocupada que no ha sido capaz de darse cuenta de que su vida
amorosa se iba destruyendo poco a poco. A pesar de que él la ama todavía, no
puede soportar su indiferencia. Como es normal, ella sólo se da cuenta de lo
que realmente ha perdido en el momento en que él se marcha. Sentada en su
sillón favorito, compadeciéndose a sí misma y sabiendo a ciencia cierta que no
podrá soportar la pérdida, decide que volverá a recuperarlo. Y, mientras
escucha la música favorita de Jack, pide un deseo: volver a tener veinte años
sabiendo lo que sabe ahora. Sin embargo el deseo no se cumple tal y como
esperaba ya que Ruby despierta en Jorvik, Inglaterra, y no sólo es veinte años
más joven sino que ha retrocedido… ¡mil años! Con el pelo corto, vaqueros y
una camiseta llamativa, divisa a un magnífico vikingo, Thork, que se asemeja
notablemente a su marido y, creyendo que tan sólo se trata de un extraño
sueño, decide reclamarlo como su esposo.




Título Original: The reluctant viking
Autor: Hill, Sandra
©2011, Avon books
ISBN: 9780062019103
Generado con: QualityEbook v0.72
Argumento

RUBY JORDAN es una mujer de negocios de nuestro siglo que necesita un auténtico
milagro para salvar su matrimonio… pero nunca creyó que ese milagro consistiría en
viajar en el tiempo a la época medieval.
Thork Haraldsson, un vikingo del s. X amargado por su dura existencia, no necesita a
una molesta mujer que dice ser su esposa… ¡¡del futuro!!
Thork es un vikingo renuente… y Ruby está dispuesta a derretir su corazón.
Ruby Jordan a sus treinta nueve años ha quedado devastada tras enterarse de que el
hombre con el que lleva casada veinte años va a dejarla. ¿Cómo han podido salir tan mal
las cosas? Su empresa dedicada a la venta de ropa interior la ha mantenido tan ocupada
que no ha sido capaz de darse cuenta de que su vida amorosa se iba destruyendo poco a
poco. A pesar de que él la ama todavía, no puede soportar su indiferencia. Como es
normal, ella sólo se da cuenta de lo que realmente ha perdido en el momento en que él se
marcha. Sentada en su sillón favorito, compadeciéndose a sí misma y sabiendo a ciencia
cierta que no podrá soportar la perdida, decide que volverá a recuperarlo. Y, mientras
escucha la música favorita de Jack, pide un deseo: volver a tener veinte años sabiendo lo
que sabe ahora.
Sin embargo el deseo no se cumple tal y como esperaba ya que Ruby despierta en
Jorvik, Inglaterra, y no sólo es veinte años más joven sino que ha retrocedido… ¡mil años!
Con el pelo corto, vaqueros y una camiseta llamativa, divisa a un magnífico vikingo,
Thork, que se asemeja notablemente a su marido y, creyendo que tan sólo se trata de un
extraño sueño, decide reclamarlo como su esposo.
Thork es un hombre producto de su tiempo. Hijo de un rey escandinavo que tuvo
muchas esposas, e incluso más hijos, está metido de lleno en una encarnizada lucha con
sus hermanos por la herencia de su progenitor. Muy a su pesar, Thork ha tenido que
aprender a vigilar sus espaldas, ya que uno de sus hermanos quiere destruirlo no sólo a él,
sino a sus seres queridos. Y precisamente por esta razón Thork se ha visto obligado a
negar la existencia de sus dos hijos —fruto de sus alocadas noches de juventud— y se ha
jurado a sí mismo no casarse en la vida ni volver a ser padre.
Naturalmente, cuando Ruby aparece Thork cree que o bien está loca o es una espía.
Pero aún así, la deja a cargo de unos amigos que casualmente son las personas que cuidan
de sus hijos. A Ruby le presentan a los niños como si fueran huérfanos, pero ella
inmediatamente nota el enorme parecido que tienen con el vikingo y decide reclamarlos al
igual que ha hecho con su padre.
Thork intentará alejarse tanto de la mujer como de sus hijos para mantenerlos a salvo,
pero pronto se dará cuenta que es incapaz de luchar contra la fuerte atracción que ambos
sienten.

Nota de la autora

DESDE 1976 hasta 1981, el York Archaeological Trust[1] emprendió una de las
excavaciones históricas más impresionantes de todos los tiempos: Jorvik, la ciudad de
York de la época vikinga. Los más de 15.000 pequeños objetos encontrados en las
cercanías dieron a los historiadores un claro cuadro de la vida diaria vikinga, y permitieron
que especialistas recreasen una réplica de la ciudad vikinga que allí prosperó bajo una
serie de reyes vikingos del 850 al 954 d.C.
Los estudios arqueológicos, como el “Coppergate”[2], excavaron en Jorvik
demostrando que los escandinavos, que hicieron de los mares su casa durante la Era
vikinga entre los años 800-1100 d.C., no fueron siempre los violadores y saqueadores
paganos retratados por los antiguos historiadores, por lo general clérigos anglosajones con
parciales puntos de vista. Eran hombres de increíble valentía, audaces, leales y hábiles,
llevados por un hambre despiadada en busca de nuevas tierras para asentar granjas y
centros de comercio.
Los vikingos respetaban la justicia y, de hecho, introdujeron la palabra law en la
lengua inglesa. Crearon en sus Things[3], o tribunales locales, el precursor de nuestro
moderno sistema de jurado. Además, las sagas vikingas y la poesía skaldic[4] muestran
pruebas de un ingenio sorprendente y de una sensibilidad y apreciación por la cultura.
Los escandinavos comenzaron sus exhaustivos ataques en suelo extranjero a finales
del siglo VIII con pequeños y rápidos golpes y dirigieron incursiones que pronto
desembocaron en masivas invasiones, a veces implicando a cientos de barcos y miles de
hombres. Durante los siguientes dos siglos penetraron en Europa, África del Norte y
Rusia. Sirvieron con orgullo como miembros cuidadosamente escogidos de la guardia
personal del emperador bizantino en Constantinopla. Algunos descubrieron América.
Sin embargo, en la actualidad no hay ninguna nación vikinga como tal. ¿Por qué?
Porque los escandinavos se integraron en las sociedades locales que conquistaban,
adoptando la lengua, costumbres y religión. Muchos de los caballeros nobles de la Edad
Media eran descendientes realmente cercanos, incluso nietos, de vikingos, como el
proscrito “Viking Hrolf” (o Rollo), el primer Duque de Normandía, mi propio treinta y
tres veces abuelo. Hrolf también era el tatara-tatarabuelo de Guillermo el Conquistador.
Los monjes-historiadores también ignoraron, en sus parciales archivos, a un grupo de
elite de caballeros vikingos llamados Jomsvikings. Los juramentos de lealtad y el notorio
valor de estos grandes guerreros, recuerdan al antiguo rey Arturo y los Caballeros de la
Mesa Redonda.
Aunque la palabra vikingo no fue utilizada hasta años posteriores, he decidido usarla
por el bien de mis modernos lectores. Por la misma razón, uso nombres del siglo veinte
para los países.
Finalmente, a pesar de la bárbara reputación atribuida a los invasores nórdicos, ni los
críticos más ásperos han negado su increíble valentía, su enorme estatura y su notable
atractivo. No es sorprendente que las vencidas mujeres de los pre-medievales países
europeos se sintiesen atraídas por estos hombres sumamente atractivos, que llevaban
nombres imaginativos tales como Gudrod el Magnífico, Harald Pelohermoso, Thorfinn el
Fuerte, Halfdan del Gran Abrazo, Rolf el Caminante, Thorkel el Hermoso, Sven Cara de
pez y Cnut el Grande.
No me extraña que mi heroína del siglo veinte, envuelta en una telaraña de abandono y
desesperación, aprenda a amar a esta orgullosa gente, feroz en sus viajes durante la época
de 925 d.C.
Jorvik, donde la vida era más simple, pero las relaciones humanas complicadas.

1
Capítulo

SUS cejas brillaban, su pecho deslumbraba. Más blanco su cuello que la nieve recién
caída… Rubio era su pelo, y brillantes sus mejillas. Lúgubres como los de una serpiente
era sus ojos encendidos.
Rigspula, s. X

—Ésta es la primera conferencia de la serie “Mente Sobre Materia”. Antes de que
comencemos, limpia tu mente de todo pensamiento extraño. Imagínate flotando en una
nube por encima de la tierra… flotando… flotando…
—¡Malditas estúpidas cintas! —se quejó Ruby Jordan en voz alta cuando entró en el
estudio de su marido para apagar la máquina. Rhoda, su descerebrada señora de la
limpieza, probablemente había tocado los interruptores del complicado casete cuando
estuvo limpiando antes.
Un horroroso dolor de cabeza palpitó detrás de los ojos de Ruby y supo que
empeoraría antes de que Jack llegase a casa. ¿Habría otra pelea?
Ruby se paró en seco cuando vio a Jack seleccionar algunas de sus cintas de
motivación comercial y ponerlas en un maletín.
—No sabía que estabas en casa. ¿Por qué no…?
—No empieces otra vez, Rube —Jack Jordan interrumpió a su esposa imponiendo una
sedosa advertencia en su voz profundamente sonora—. Estoy hasta aquí de discusiones —
señaló acuchillando su garganta con el índice para enfatizarlo.
—Yo también —susurró Ruby en un suspiro roto, luego notó las maletas alineadas al
lado de la puerta. De manera que realmente se marchaba. Lo había esperado durante
semanas, pero aun así los ojos se le llenaron de lágrimas.
—¿Jack, estás seguro de que quieres esto?
¿Cuántas veces había hecho la misma pregunta durante las dos últimas semanas? ¡Qué
tonto pensar que la respuesta podría ser diferente esta vez!
Jack se enderezó de su posición inclinada sobre el equipo de música, lo apagó y frotó
sus ojos cansadamente con los dedos de una mano, antes de lanzar una impaciente mirada
hacia ella. Todavía llevaba el traje azul oscuro que se había puesto por la mañana.
Ruby sabía que la caída del mercado de bienes inmuebles le había hecho pasarlas
canutas el año pasado. Un mes habían tenido que usar el sueldo de Ruby para pagar las
cuentas, lo que había supuesto un duro golpe para su ego. Los amplios hombros de Jack se
hundían ahora con tristeza y agotamiento. Probablemente no había comido en todo el día.
Por un momento, el corazón de Ruby se ablandó y casi le preguntó si podía prepararle la
comida. Casi.
—Rube, nuestro matrimonio apesta. Hemos estado haciéndonos daño el uno al otro
durante mucho tiempo y estoy cansado de volver a intentarlo. Tengo que seguir con mi
vida… ambos tenemos que hacerlo. Estas peleas me desgarran… afectando incluso a mi
trabajo.
Ruby escuchó con creciente consternación y un frío presagio selló sus labios. Cuando
ella no respondió, Jack siguió con voz áspera, cruda por el dolor.
—Tengo treinta y ocho años y no quiero malgastar el resto de mi vida con una mujer
que se excita más por su trabajo y sus clientes que por mí.
—¿Qué? —Jadeó, atontada por su franqueza—. Eso no es verdad. Es típico en ti dar
una connotación sexual a todo.
—Oye, esa es la única cosa que funciona entre nosotros y ni eso pasa muy a menudo
últimamente —dijo Jack con una sonrisa sarcástica y un encogimiento.
Su sonrisa, tan íntima como un beso, todavía podía hacer que el corazón de Ruby diese
un vuelco después de todos esos años y Ruby tuvo que endurecerse ante su encanto antes
de preguntar trémulamente:
—¿Estás diciendo que te marchas debido a problemas sexuales?
—Sabes que es más que todo eso. —Su descolorida sonrisa y sus tristes ojos azules la
apuñalaron acusadoramente—. Podríamos ir arriba ahora mismo y follar como locos el
uno con el otro y no solucionaría nada.
—¡Eres demasiado ordinario!
—Sí, pues no tendrás que pelear con ello por mucho más tiempo —replicó Jack
apasionadamente. Su mandíbula se tensó visiblemente, pero entonces se relajó, tocando
sus temblorosos labios con una breve y suave caricia de las yemas de los dedos—. Lo
siento, cariño. No quise que las cosas terminaran así. ¿No podemos separarnos
amistosamente?
Ruby se marchitó un poco por dentro ante sus palabras. Trató de imaginar un futuro
sin Jack en él. La angustia atravesó su interior con dedos acerados y tuvo que llevarse los
nudillos a la boca para contener el dolor.
—¿Hay… otra mujer? —Ruby persistió con una voz suave, débil, que rompió la
emoción que no podía esconder.
Jack se volvió hacia ella furiosamente.
—¡No! Te lo he dicho una docena de veces —sus brillantes ojos la desafiaron—.
Puedes estar segura, sin embargo, de que tengo la intención de encontrar una mujer que no
me considere un machista sólo porque quiero cuidar de ella —la amargura tiñó su voz
cuando respiró hondo y siguió—. Te diré algo más. Nuestros hijos necesitan una madre a
jornada completa. ¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo has pasado con ellos últimamente? Se
sienten tan desatendidos como yo.
La fuerza de su ferviente respuesta tomó a Ruby con la guardia baja. Echó atrás la
histeria que amenazaba con elevarse irritablemente en su voz y preguntó, más tranquila de
lo que se sentía.
—¿Por qué se sienten los hombres amenazados cuando las mujeres triunfan? ¿Por qué
no pueden aceptar a las mujeres que combinan una carrera y una casa?
—Me niego a meterme en una pelea sobre el movimiento de liberación femenina
contigo otra vez —dijo Jack con carácter definitivo y frío, poniendo más cintas en su
maletín y cerrándolo de golpe.
—Supongo que terminarás con una muñequita de aproximadamente veinte años
vestida de lycra, que te convencerá para que te compres una moto, un Corvette o algo
semejante —se burló Ruby con cinismo, mordiendo su labio inferior para contener las
lágrimas.
Una triste sonrisa jugó en la esquina de la boca de Jack. Respondió de la manera
rápida y automática que viene de vivir años juntos.
—Qué va, más bien una treintañera con el cuerpo de Dolly Parton[5], la mente de
Barbara Walters[6] y el sentido del humor de Joan Rivers[7]. —Los ojos serios de Jack
desmintieron su ligera broma.
Ruby no pudo negar el dolor y los celos que surgieron en su interior.
—¡Dolly Parton! ¡Sé realista! ¡Puedo imaginarme a Jane Fonda tal vez, pero no a
Dolly Parton!
Jack todavía le sonreía bromista, lo que le dio a Ruby el valor para ofrecer:
—Excepto por lo del cuerpo de Dolly Parton, yo misma podría cumplir los otros dos
criterios… Creo.
El destello de humor se marchitó en su cara cuando Jack preguntó seriamente.
—¿Qué estás buscando tú?
Ruby se encogió, momentáneamente desalentada ante su falta de interés a responder a
su oferta. ¿Y realmente él pensaba que ella querría a otro hombre?
El magullado orgullo alzó su cuello y la vergüenza pronto se volvió enfado. Miró a los
ojos de Jack provocativamente.
—Que se pareciese a una estrella de cine sería bueno, pero no es lo más importante.
Además, supongo que tengo que ser realista. No soy ninguna belleza despampanante y a
mi edad, los hombres miran a mujeres más jóvenes.
—Ah, Rube, eso no es verdad. Podrías conseguir a cualquier hombre que quisieras. —
Tiernamente, sus apreciativos ojos viajaron sobre su cuerpo demasiado familiar.
Cualquier hombre excepto el que ella necesitaba, pensó Ruby, pero en vez de decir lo
que su mente pensaba, tragó con dificultad y le reprendió suavemente.
—Jack, quítate las gafas de color rosa y sé honesto. Los hombres de treinta y ocho
años no miran a mujeres de treinta y ocho años.
—Lo hacen cuando las mujeres tienen tu apariencia —Jack la estudió un momento,
luego continuó—. Todavía no has contestado mi pregunta. ¿Qué buscas en un hombre?
Obviamente no a mí.
El dolor, duro e intenso, formó un enorme nudo en la garganta de Ruby, y Jack
continuaba con sus tontas preguntas. Aun así, ella siguió con su inútil descripción del
compañero ideal.
—Debería ser inteligente. Sí, la inteligencia es esencial. Y triunfador… pero no con
respecto al éxito, simplemente bueno en lo que haga… —Su voz se calló y su alarde falló
durante un segundo. Cuando recobró la calma, se fortaleció a sí misma para poder
continuar—: En realidad, ninguna de esas cosas importa en absoluto. Solo quiero un
hombre que me ame. Ya sabes, como tú lo hacías… —la voz de Ruby se resquebrajó y no
pudo seguir.
Jack trató de tocar su hombro pero Ruby le apartó la mano furiosamente.
—No me compadezcas. No quiero tu compasión. Solo vete si te quieres ir. Tienes
razón. No podemos seguir posponiendo lo inevitable. ¡Vete!
Después de unos segundos, oyó a Jack dirigirse hacia la puerta.
—Me quedo en la casa del lago hasta que pueda encontrar un piso —dijo con voz
áspera y extraña—. Llamaré a los muchachos esta noche.
Ruby olvidó su orgullo al enfrentarse a ese desgarrador final de un matrimonio de
veinte años. Señor, ¿cuántas veces había jurado que no haría la estúpida pregunta, la que
la mayor parte de las mujeres invariablemente preguntan en algún momento de sus vidas?
—¿Ya no me amas?
Jack se congeló en la entrada y luego se dio la vuelta, tieso como una vara.
El corazón de Ruby se encogió. Este atractivo hombre todavía podía hacer contraerse
su pulso con solo una mirada… Incluso después de veinte años de matrimonio y a pesar de
la ligera pincelada de gris en su pelo rubio oscuro. El pasado año, lleno de tensión, había
grabado crueles líneas en los cincelados planos de su madura tez, pero los años de
disciplinado footing y squash habían conservado delgado y en forma su cuerpo de metro
noventa. No tendría ningún problema en atraer a cualquier mujer. Ruby cerró los ojos
durante un momento por semejante pensamiento doloroso antes de buscar su cara otra vez.
¿Dónde estaban el sentido del humor y la seductora sensualidad que la había dejado
nocaut en el instituto, y la había atraído tentadoramente hacia un matrimonio prematuro en
el cual ella se había quedado en casa con mucho gusto y encantada durante aquellos
primeros años para criar a sus hijos? ¿Cómo habían dejado que las cosas se deteriorasen
hasta tal punto?
El largo silencio en respuesta a la pregunta de Ruby lo dijo todo antes de que Jack
suspirara, entonces finalmente respondió con voz ronca.
—No lo sé. Sólo sé que no sé cómo me siento. No estoy seguro que eso importe.
Sus palabras cortaron el corazón de Ruby.
—Sólo necesitamos tiempo…
—¡No! Lo que no necesitamos es más tiempo para alargar esto. Te he pedido
repetidamente que reduzcas las horas en tu negocio de lencería y así poder ocuparnos de
nuestro matrimonio. Te has negado.
—No me he negado. Sólo que no podía hacerlo enseguida. Sweet Nothings ha
acumulado un montón de pedidos. Tendría que contratar a alguien para que asumiese
algunas de mis responsabilidades. El próximo mes, dos meses como máximo y podría ser
capaz…
Jack la miró incrédulamente y abrió los brazos resignado.
—¡Me rindo! He estado oyendo esta misma historia durante meses. Llámame cuando
puedas trabajar en mí.
Durante unos largos segundos, Jack casi vaciló con pesar. El tiempo se paró para los
dos, congelándolos en un cuadro vivo de nublada nostalgia. La expresión angustiada de
Jack la bañó en una suave caricia, dándole esperanzas.
Pero entonces él se dio la vuelta y se marchó.
Ruby contempló la puerta cerrada entre una niebla de lágrimas. ¿Por qué no podía Jack
entender la fuerza con la que ella había trabajado para levantar su compañía de lencería a
medida, lo duro que era dejarlo, incluso un poco? Amaba a Jack. Lo hacía. ¿Por qué no
podía tenerlo tanto a él como a su carrera?
Una caliente lágrima goteó por su mejilla. La pena estrujó su corazón cuando pensó en
Jack y en todo lo que ella había perdido. Los recuerdos abrasaban su mente. Finalmente
cedió a los atroces sollozos que la sacudieron, meciéndose de acá para allá.
Ruby lloró durante mucho tiempo hasta que las mareas del vacío cansancio la
engulleron. Entonces se hundió en el sillón reclinable, la gastada silla favorita de Jack
desde sus días de instituto, y dejó que su mirada explorase el cuarto. Estiró la mano para
coger el walkman de su hijo de quince años, necesitando algo para llenar el silencio.
Incapaz de hacer frente ahora mismo al sentido aplastante de la pérdida, Ruby
distraídamente insertó la cinta que Jack había estado escuchando, ajustó el audífono y se
reclinó cansadamente. Tal vez una de las cintas motivacionales la inspiraría con algún
mensaje milagroso con el que volver a poner en orden su matrimonio.
¡Señor, qué lío he hecho con mi vida!
Ruby cambió su trasero vestido con vaqueros azules hacia una posición más cómoda,
mientras sus ojos exploraban las cintas que había en los estantes para libros del estudio.
No se oponía a las cintas motivacionales, pero Jack se había vuelto obsesivo con ellas
durante la crisis de los bienes inmuebles.
Las peores de todas y las más raras habían sido las cintas del coyote. ¿Cuántas
mañanas la había despertado a ella y a los dos muchachos con un aullido de coyote,
declarando que cada día debería comenzar con una nota positiva? Ella había olvidado el
significado de coyote, algo que ver con coyotes siendo capaces de sobrevivir en el páramo
y hombres de negocios siendo capaces de hacer lo mismo en los próximos malos tiempos
o algo así.
Lo que recordaba realmente era a los muchachos escondiendo sus cabezas bajo las
almohadas al escuchar el aullido, y negándose a montar en un coche con su padre porque
los obligaba a escuchar sus cintas en vez de su grupo de rock favorito. A pesar de su
tristeza, Ruby sonrió.
Parecía haber pasado hacía mucho. Siglos.
Volvió la vista a las baldas. Cientos de malditas casetes alineadas en las estanterías, sin
contar cintas de vídeo, libros y posters, todo desde el viejo y archiconocido “El poder del
pensamiento positivo” hasta “¡Tú puedes hacer algo!”
Ella sí sabía lo que haría si pudiese hacer algo. Sería veinte años más joven, pensó
Ruby desafiante. Daría cualquier cosa por una oportunidad de vivir su vida otra vez,
sabiendo lo que había hecho hoy. Nunca se enredaría con otro machista. No se permitiría
amar a otro Jack. Dolía demasiado.
De hecho, pensaba que seguramente no se casaría. Había tenido un montón de buenos
momentos con Jack, pero los hombres exigían demasiado a las mujeres a las que amaban.
Les absorbían sus sueños. En casa, embarazada y con la pata quebrada. ¡Así es como
todos ellos todavía querían a sus mujeres!
Ruby limpió sus lágrimas con un pañuelo de papel, rebobinó la cinta y apretó el botón
del play en el radiocasete, tratando de olvidar sus preocupaciones y todas las decisiones
que tendría que tomar. Eddie y David sabían que sus padres tenían problemas, pero se
quedarían desolados cuando viesen que su padre se había ido. Ruby sintió como si colgase
de un acantilado con sólo sus uñas. ¿Encontraría la fuerza para escalar o debería
simplemente rendirse y dejarse llevar?
Las lágrimas ardían en los ojos de Ruby otra vez cuando la hipnotizadora voz declaró:
—Puedes controlar tu propia vida.
¡Oh!
El altavoz siguió:
—Antes de que comencemos, limpia tu mente de todos los demás pensamientos.
Imagínate flotando fuera de tu cuerpo. Flotando… flotando… flotando…
»No hay nada, nada en el mundo que no puedas tener si lo deseas suficientemente
fuerte. La mente es un instrumento poderoso.
—Oh, Dios, ayúdame a encontrar una salida a este lío —rezó Ruby en voz alta—. No
sé si puedo vivir sin Jack.
—Algunas personas consideran el rezo la respuesta a sus problemas —dijo el altavoz y
los ojos de Ruby se abrieron de la sorpresa. ¿Ahora también estaba loca? ¡Jesús!
¡Telepatía mental con un magnetófono!
—Rezar está bien —la voz calmó—, pero incluso Dios quiere que tú te ayudes. Te
digo que no hay nada en el mundo que no puedas hacer. ¡Cuando el deseo es bastante
fuerte, hay una manera!
La evangelizadora voz del altavoz zumbó sin cesar mientras Ruby dejaba flotar su
mente. Totalmente relajada, sintió como si flotase encima de su propio cuerpo. ¡Un
sentimiento divino! Más ligero que una pluma, su vaporoso cuerpo fue de nube en nube en
un despejado cielo azul.
Sus problemas desaparecieron. Los tres kilos suplementarios que había ganado durante
estos estresantes meses pasados se derritieron. Se sintió veinte años más joven.
Incluso en su sueño, Ruby sonrió.

* *

Fue el olor lo primero que sacó a Ruby de su profundo sueño. Olor a cuerpo humano.
—Muy bien, Ruby —refunfuñó a sí misma—. Sigue la corriente. —¡Sueños en tres
dimensiones! Sería algo para comentar con su terapeuta, si es que alguna vez tenía uno.
Ruby abrió sus ojos perezosamente, luego los cerró rápidamente horrorizada. Cuando
volvió a echar una ojeada comprendió que aún debía estar dormida, metida en el sueño
más realista de toda su vida. Cerca de una docena de lo que parecían espantosas personas,
llevaban extrañas y deslucidas ropas, como sacos de arpillera y atestaban un gran barco, el
cual se acercaba rápidamente hacia la orilla. Por su olor, no se habían bañado en semanas.
Ruby arrugó la nariz con repugnancia y se alejó poco a poco de una bruja desdentada
que se parecía a su excéntrica señora de la limpieza, Rhoda. Se rió tontamente en voz alta.
¡Imagínate! El sueño del siglo y se llevaba a su señora de la limpieza. Algunas mujeres
trasladaban a sus fantasías a hermosos actores como Kevin Costner y su preferencia por
los besos largos, lentos, profundos, suaves y húmedos que duran tres días, en la película
Bull Durham. Ella se llevaba a Rhoda. ¿Cómo sobreviviría Rhoda sin su prensa rosa?
—¿Dios mío, sois chico o chica? —exclamó la persona parecida a Rhoda.
Ruby comprendió entonces que todos los del barco la contemplaban, como si ella
fuese el bicho raro. Ruby se observó a sí misma. No vio nada extraño en sus pies calzados
con unas Nike, sus jeans y la enorme camiseta Brass Balls Saloon[8] de su hijo. Ah, ese
era probablemente el problema. El logotipo de la camiseta ofendía a algunas personas.
Empezó a explicar que su camisa realmente pertenecía a su hijo de quince años, Eddie,
que lo había comprado en la costa sin su permiso, pero se paró. ¡Desde luego! No tenía
que defenderse en un sueño.
Ruby alisó la tela de su camisa sobre su delgada cintura y cadera, luego la alarma la
sacudió. ¡Delgada! Dios querido, ella no había estado así de delgada desde antes de su
primer embarazo. No es que hubiese estado gorda nunca, pero esta clase de tonificación
venía con la juventud, no con partos y treinta y ocho años de vida cómoda.
Ruby levantó discretamente el borde de su camiseta, separando la cintura suelta de sus
vaqueros y echó una ojeada a su piel justo encima de su ombligo. ¡Aleluya! ¡No más
estrías! Su deseo se había realizado. Era veinte años más joven.
Sonriendo abiertamente, Ruby miró hacia atrás sobre su hombro… entonces jadeó.
Tres barcos vikingos, con proa en forma de dragón, echaban el ancla en el soleado
horizonte de lo que parecía ser la confluencia de dos enormes ríos. Cientos de otros barcos
se desplegaban a lo largo de la orilla, entraban o salían de un río más amplio que debía
conducir al mar. No había visto nada tan espectacular desde la regata Tall Ships celebrada
en el río Hudson en New York hacía ya años. Eran magníficos.
Un fuerte ruido sordo hizo que se girase. Su barco había golpeado el muelle y estaba
siendo amarrado a tierra. Cientos de personas abarrotaban el embarcadero, todos vestidos
con extrañas ropas.
Algunos hombres llevaban puestas túnicas cortas que apenas alcanzaban sus rodillas y
dejaban sus brazos desnudos, mientras otros llevaban sencillas camisas de manga larga sin
cuello hasta debajo de la cadera, sobre pantalones apretados. Cinturones, desde correas de
cuero a ornamentadas cadenas de oro, ceñidas en sus cinturas. Las espadas cortas y los
cuchillos envainados resonaban a sus costados.
Largas túnicas tipo delantal, sobre todo abiertas al costado, cubrían las fruncidas
camisolas de lino de las mujeres que las llevaban arrastrando por la espalda. Los broches
ornamentados, con llaves colgando, tijeras o pequeños cuchillos, sujetaban las túnicas a
los hombros.
Ruby notó una excesiva cantidad de pelo rubio que refulgía a la luz del sol de la tarde,
de casi blanco a rojo como el fuego, y todos los colores intermedios. Las mujeres más
viejas se ataban el pelo detrás del cuello y lo cubrían con pañuelos o tocados de tela,
mientras que las otras trenzaban sus largos mechones o los dejaban sueltos a la espalda. El
pelo masculino llegaba hasta el hombro y más largo, a menudo también trenzado,
enmarcando caras que iban de bien afeitado a pesadamente barbudo y bigotudo.
Finamente trabajadas, pesadas pulseras y brazaletes de sólido oro o plata, salpicados
con joyas, embellecían a los hombres y mujeres mejor vestidos. Algunos parecían ser
realmente piezas de museo. ¡Guau!
Fascinada, Ruby preguntó a Rhoda, que todavía la observaba con recelo.
—¿Dónde estamos?
—Jorvik.
—¿Jorvik? ¿Dónde está eso?
—Para los sajones, es Eoforwic, pero los paganos vikingos lo llaman Jorvik. ¿Sois
sajona?
Perpleja, Ruby dijo:
—¿Eh? —entonces reflexionó sobre las palabras de Rhoda. ¿Jorvik? Algo hizo clic en
su mente. ¿No había recientemente leído sobre una excavación arqueológica, algo sobre
los vikingos? De repente, el recuerdo la sacudió. —¡Ay, Dios mío! ¿Quieres decir York,
como en Inglaterra? Y aquellos barcos de allí… ¿Aquellos son barcos vikingos?
Rhoda simplemente la contempló con la boca abierta. Entonces un loco pensamiento
penetró en su mente. Al principio lo descartó, pero luego preguntó vacilantemente.
—¿Qué año es?
Ahora Rhoda realmente la miró como si se hubiese escapado de un sanatorio mental.
—Novecientos y veinticinco. ¿Habéis estado encerrada mucho tiempo o algo así? ¿En
una mazmorra tal vez? ¿O en un convento de monjas? Las monjas están chifladas algunas
veces. Yo oí una vez sobre una chica a la que le gustaban mucho los hombres, su madre la
metió en un convento y ella se volvió completamente loca de remate porque ningún
hombre la había tocado en un año.
¡Válgame Dios! Rhoda después de todo no necesitaba su prensa rosa. Incluso en esos
tiempos primitivos encontraba fuentes para los cotilleos sensacionalistas que tanto le
gustaban.
Ruby comenzó a reírse histéricamente, confirmando la asunción de enfermedad mental
de Rhoda sobre ella. ¡Qué sueño resultaba ser este! ¿Por qué no podía soñar con vaqueros
o caballeros de brillante armadura? ¿Por qué evocaba vikingos en una Inglaterra pre-
medieval? Bien, ¿qué esperaba, viendo el modo en que iba su vida?
No podía esperar a despertarse y decirle a Jack que sus cintas de “Mente sobre la
materia” realmente funcionaban. Espera. Lo había olvidado. Jack no estaría allí cuando
volviese. ¿O sí?
Un brutal dolor de cabeza comenzó a palpitar detrás de sus ojos, sobre todo cuando un
hombre gigante, que apestaba como un oso que una vez había olido en un zoo, los sacó a
ella y a sus compañeros del barco y los empujó rudamente hacia un grupo que había a un
lado del embarcadero.
—¡Oye! —protestó en voz alta— ¡Mira por dónde vas, machote! —el resto de su
variopinto grupo pareció horrorizado por su temeridad, como si estuviera incluso más
chiflada de lo que habían pensado. El Goliat la fulminó con la mirada.
—¿Cómo te llamas? —persistió Ruby, hirviendo de indignación—. Voy a decírselo a
tu… supervisor.
—Olaf —gruñó y le dio otro grosero empujón.
—Olaf[9]. Me lo figuraba. El nombre va con la cara.
Rhoda la retiró y advirtió.
—¡Shhhh! ¿No tenéis miedo? ¿Queréis hacer que os maten?
Entonces Ruby vio a Jack.
Oh, su pelo parduzco y rubio se había aclarado y colgaba hasta debajo de los hombros
y su túnica negra cubría un cuerpo más joven, más poderoso y que haría que Arnold
Schwarzenegger pasase vergüenza, pero la cara era definitivamente la del hombre que
había estado durmiendo a su lado durante los últimos veinte años. ¡Gracias a Dios! Este
asunto del sueño se iba haciendo pesado. Quería despertarse.
Al mismo tiempo, el corazón de Ruby resonó alocadamente al primer vistazo del
nuevo, dorado y fuerte cuerpo de su marido. Parecía de nuevo una muchacha de dieciocho
años sin aliento.
—Jack —Ruby llamó felizmente, mientras Rhoda trataba de contenerla. ¡Mentecato!
La ignoraba. Por supuesto, estaba furioso con ella. ¿No acababa de dejar su matrimonio?
Parecía haber llegado en uno de los barcos grandes y la atención que despertaba
indicaba que era un hombre de importancia. Cuando se paró para hablar con alguien, Ruby
comprendió que su brazo derecho rodeaba los hombros de una pechugona vikinga rubia,
vestida con una túnica de seda verde con suficiente oro y joyas en su cuello y brazos como
para pagar el rescate de un rey.
El dolor inicial de Ruby pronto se tornó en celos y luego en una ardiente cólera.
Furiosa, Ruby llamó a Jack otra vez, pero él miró hacia el otro lado ¡Mentiroso estanque
de escoria! Había dicho que no había ninguna otra mujer.
—Adúltero hijodep… —refunfuñó Ruby en un sollozo, separándose de Rhoda y Olaf
para acercarse a Jack. Ella le enseñaría. Tomó un puñado de barro del tamaño de un
melón, apuntó cuidadosamente y lanzó el terrón, golpeándole en toda la cara. Sonrió
satisfecha. ¡No había sido una estupenda pitcher de béisbol en la escuela secundaria por
nada!
La alta figura se giró, los ojos azules se abrieron a causa del shock, pero antes de que
él pudiese reaccionar, Ruby señaló con un dedo a su atontada compañera y le advirtió.
—Aléjate de mi marido si sabes lo que te conviene.
Mirando como si hubiese visto un fantasma, la mujer retrocedió con los ojos muy
abiertos, resbaló en el barro y cayó de culo.
Ruby se rió del cómico cuadro hasta que Olaf subió tras ella, la levantó del suelo
abrazándola con los enormes brazos como barras de acero y aprisionándola hasta que
pensó que se romperían sus costillas.
—¡Déjame en el suelo, palurdo[10]! —chilló Ruby. Luego se volvió hacia su marido,
exigiendo—. Jack, dile a este imbécil que me deje. Me está haciendo daño.
—Palurdo no. Olaf —corrigió el gigante.
Ruby hizo una mueca de impaciencia y lo miró por encima del hombro.
—Bájame, palurdo —él reaccionó levantándola más alto en el aire, como si ella no
pesase más que una pluma.
Jack la estudió glacialmente, su mandíbula se apretó por contener la violencia.
Despacio limpió el barro de su cara con un trozo de tela de lino. Su novia lloró en voz alta
a su lado hasta que uno de sus compañeros la levantó con un corpulento brazo y la calló de
una bofetada.
Un sepulcral silencio rodeó a Ruby. La muchedumbre paró toda actividad para mirar el
espectáculo.
Bueno, de acuerdo, tal vez no debería haberle golpeado, sobre todo en un lugar
público, pero él no tenía ningún derecho a mirarla tan furiosamente. Después de todo, él
era el que actuaba mal. El adulterio era adulterio, incluso en un sueño.
Con un aire de superioridad, el vikingo caminó resueltamente hacia donde Olaf
todavía la sostenía con los pies sin tocar el suelo. Su bien desarrollado y sólido cuerpo se
movió con fácil gracia, a diferencia de su marido actual. Al permanecer tan cerca, ella
percibió el familiar olor masculino de su piel. Jack levantó un dedo interrogador para
elevar su barbilla en una suave caricia. Ruby se inclinó hacia su golpe reflexivamente,
pero entonces se apartó del sensual shock que envió ardientes llamas por su interior. Las
arrugadas cejas de Jack y sus intensos y perplejos ojos, le dijeron sin palabras a Ruby que
él también había sido alcanzado por el simple toque. El mismo aire alrededor de ellos
parecía electrificado.
Pero entonces el enfado transformó la cara de Jack. Ella pronto averiguó porqué.
Tomando su barbilla en un doloroso apretón, semejante a un torno de banco, Jack gruñó.
—¿Qué clase de tonto sois, muchacho, que osáis golpear a Thork, el hijo de Harald, el
gran rey de toda Noruega?
¿Muchacho? Él pensaba que ella era un muchacho, comprendió Ruby. No me extraña
que estuviese disgustado por la sexual química entre ellos. Bien, comparado con la manera
en que esta gente se vestía, supuso que podría parecerse a un joven varón con sus
pantalones y su corto corte de pelo Sassoon[11]. Y, anda que no apuntaba alto Jack en el
sueño ¿Hijo de un rey sangriento? ¿Debería inclinarse o algo así?
—¿Quién sois? —gruñó Jack otra vez, magullándole la barbilla con los dedos—.
¿Espiáis para Ivar?
—¿Ivar? ¿Quién demonios es Ivar?
—Os atrevéis mucho con esa ordinaria lengua, muchacho.
—¿Jack, no me reconoces? Soy Ruby… tu esposa.
—No, no tengo ninguna esposa —declaró con voz acerada, balanceándose indignado
—. Tampoco soy un sodomita —añadió desagradablemente, mirando lo que él obviamente
consideraba su masculino atuendo. Entonces liberó su barbilla y sacudió la cabeza,
perplejo.
Y ahora ¿qué?, se preguntó. ¿Era algo que ella había dicho?
Olaf la dejó deslizarse por su cuerpo hasta el suelo, pero le cogió los brazos a la
espalda y los inmovilizó allí. Jack contempló la inscripción de su pecho y sus ojos se
abrieron como platos. ¡De nuevo ese estúpido logotipo de Brass Balls!
Jack extendió una mano. Su dedo índice se arrastró sensualmente sobre su brazo
desnudo como haciendo una pregunta, luego rozó sus temblorosos labios en busca de
confirmación. Sonrió perversamente y asintió con la cabeza, como contestando a su propia
pregunta, al mismo tiempo encantado por la piel de gallina que él le había puesto en su
carne con un mero toque.
Entonces su marido hizo lo impensable. Extendió la mano con la rapidez de un
relámpago y perfiló las puntas de sus pechos. ¡Realmente le tocó los pechos delante de
toda aquella gente! Lo iba a matar por humillarla. Ultrajada, Ruby trató de retorcerse del
agarre de Olaf.
—¡Por sangre de Thor! Sois una moza —exclamó Jack, volviéndose con una sonrisa
hacia sus compañeros para confirmarlo.
—¡Nada de bromas! Esto ha ido bastante lejos, Jack. Dile a este estúpido que me
suelte. Esta broma… o sueño… o lo que sea, ha ido bastante lejos. Quiero irme a casa.
—Explicad ese “Jack” del que habláis.
—Ese es tu nombre, Jack. Jack Jordan. Y soy tu esposa, Ruby. Y estoy cansada de este
estúpido sueño.
Las lágrimas la ahogaron. ¿Por qué actuaba Jack así? Ruby apretó los ojos con fuerza.
Se habría pellizcado sus propias mejillas, pero Olaf todavía le sostenía los brazos detrás de
la espalda. En cambio, mordió su labio superior hasta que probó la sangre, esperando
despertarse de la pesadilla.
No funcionó.
Algunos miembros de la muchedumbre se acercaron, mirando con asombro su labio
sangriento como si ella estuviese realmente loca. ¡Estaba loca! Solo una persona loca se
encontraría en esta situación. Quizás la partida de Jack la había llevado más allá del límite.
—No, mi nombre es Thork —dijo el clon de Jack—. Prestadme toda vuestra atención.
No tengo ninguna esposa y nunca la querré. Soy un jomsviking —la profunda voz de Jack
sonó con frialdad, fuerte y clara para la muchedumbre, que asintió con la cabeza y sonrió
aprobando que pusiese a esta mujer en su lugar.
La gente hablaba una mezcla rara de lo que sonaba al anglosajón medieval que había
oído una vez en un curso de literatura inglesa y lo que era probablemente antiguo nórdico.
Las lenguas eran muy similares. Extrañamente, ella podía entender las dos. Supuso que no
era tan extraño para un sueño.
Antes de que Ruby pudiese responder a la asombrosa declaración de Jack, él se acercó
más y su índice trazó las letras de su camiseta. Él dijo las palabras en voz alta despacio,
“Pelotas de bronce”, miró de manera inquisitiva a un hombre que estaba de pie al lado de
él, después a algún punto tras ella y sonrió, por lo visto entendiendo lo que las palabras
simbolizaban. Varios hombres se rieron entre dientes detrás de él. Sin embargo, su
diversión se volvió furia otra vez.
—¿Así que… nos traéis el mensaje de Ivar de que sus hombres tienen sus partes
masculinas hechas de metal? —habló lo suficientemente fuerte para que toda la gente
oyese. ¡Dios mío! Había aterrizado en una especie de manicomio.
—¿Conocéis las partes masculinas de los hombres de Ivar por propia experiencia,
moza? —provocó en voz baja.
—Cállate, Jack. Me estás avergonzando.
Él cogió su dolorida barbilla y la apretó, mirándola a los ojos.
—Thork. Grabaos mis palabras bien, moza. Mi nombre es Thork.
Ruby gimió de dolor, pero de todos modos él no se ablandó.
—Decidlo.
Cuando ella se negó, él apretó más fuerte, y Ruby habló con voz entrecortada.
—¡Thork, gilipollas! ¡Thork! ¡Thork!
—Mejor que “gilipollas” sea un título de respeto —advirtió él.
—Oh, sí, significa algo así como “señor y maestro”.
Jack parecía escéptico, pero liberó su barbilla y se dirigió a la muchedumbre.
—Ivar envía al marimacho para desafiarnos, a mi entender. Sí, nos lleva mediante
burlas a la guerra otra vez. Ya es bastante malo que asalte nuestras tierras mientras nos
vamos a vikinguear[12] o comerciar. Ahora nos envía este insultante mensaje. ¡Pelotas de
bronce! ¡Ja! ¿Le enseñaremos a Ivar ahora y para siempre quiénes son los mejores
hombres?
Un rugido se elevó como trueno desde la muchedumbre. ¡Cielo santo! ¿Quién había
oído alguna vez que una camiseta causase una guerra? Ruby trató de expresar su opinión
sobre sus equivocadas ideas, pero Olaf la amordazó con una maloliente palma sobre su
boca. Le dio un fuerte pisotón en sus suaves zapatos de cuero y para su disgusto, no se
desplazó ni un centímetro. Mirando por encima de su hombro, vio su satisfecha sonrisa
cuando declaró con petulante autosatisfacción.
—No palurdo. Olaf.
Tal vez el tipo no era tan bobo como había pensado.
—Debemos llevar a esta espía al rey Sigtrygg —dijo Thork—. Dejémosle decidir el
destino de la esclava y si vamos a la guerra con Ivar. —Otro rugido de aprobación surgió
de la muchedumbre.
—Ahora sí que la habéis hecho buena —susurró Rhoda en su oído—. Sigtrygg el
tuerto es un águila ratonera. Probablemente os corte la cabeza. O saque vuestros ojos. O…
—Dame un respiro, Rhoda. Has estado otra vez leyendo demasiadas revistas de prensa
rosa.
—Venid, esclava —ordenó Jack—. Los otros esclavos, permaneced aquí.
—¿A quién te crees que estás llamando esclava? —Ruby protestó, finalmente
librándose del agarre del gigante—. No soy más esclava que… que tú.
Jack tuvo el descaro de sonreírle. Estaba realmente disfrutando de su incomodidad.
Luego la sorprendió poniendo un protector brazo rodeándole los hombros y diciendo:
—¡Callaos la boca! Si realmente tenéis aprecio por vuestra atractiva cabecita,
mieldebrezo. Esta muchedumbre huele la sangre.
¡Mieldebrezo! Ruby sonrió, teniendo la esperanza por primera vez ese día de una
posible reconciliación entre ella y Jack. Pero sólo tuvo un momento para disfrutar del
extraño cariño de Jack.
—Cortadle la cabeza aquí y ahora —gritó un hombre en perfecta coordinación—.
Enviádsela a Ivar en esa camisa que lleva puesta.
Ruby notó a Rhoda que asentía con la cabeza, cuya expresión decía “te lo dije”.
Otra persona gritó.
—¿Por qué esperar? Cortadle la cabeza ahora. Ella es una espía. Quizá incluso la
mujer de Ivar. ¡Qué mejor modo de enviar un mensaje! —Si el rugido de la muchedumbre
era alguna indicación, a mucha gente le gustaba aquella idea.
Ruby se acercó a Jack por instinto. ¿Por qué no se sentía él asqueado ante la idea de
degollarla? Ella había estado con él las suficientes acampadas como para saber que no
podría destripar ni una trucha sin vomitar. Debería ser su caballero de la brillante
armadura. Debería rescatarla galantemente, así podrían montar a caballo alejándose hacia
la puesta de sol. ¿No era el modo en que se suponía que debía pasar en sueños?
En cambio, Jack reafirmó en voz alta:
—No, el rey debe decidir. Quizá espere al voto del Althing[13] cuando se reúna el
próximo mes —entonces se dio la vuelta repentinamente y le confió a un hombre bien
vestido que estaba de pie a su lado—. Selik, estamos perdiendo el tiempo y tengo que
entregarle unos mensajes importantes a Sigtrygg de parte del rey Athelstan de Wessex, eso
es más importante que una mera esclava.
Jack se giró hacia Ruby de nuevo y agarró su brazo, tirando de ella a través de la gente
que retrocedió para hacer un camino para ellos.
—Llevaré a esta espía a mi habitación más tarde para un examen privado —reveló
provocativamente con un guiño a aquellos compañeros más cercanos a él—. Quizá las
mujeres de la tierra de Ivar también tienen partes metálicas.
Los hombres se rieron de sus palabras y alguien sugirió lascivamente que hiciese su
examen allí y en ese momento. Jack se paró, su brazo todavía descansaba posesivamente
en su hombro y realmente pareció considerar la perspectiva de un desnudamiento público.
Humillada, Ruby trató de dar una patada a las desnudas piernas de Thork. Ya no
pensaba en él como Jack. Jack nunca sería tan cruel.
Thork se rió cuando Ruby golpeó su inamovible pecho con los puños apretados, luego
tomó su guerrero y escandaloso cuerpo y con habilidad lo lanzó sobre su hombro, dando a
la muchedumbre más motivos para reírse. Ordenó a un hombre que se adelantara al
castillo para informar al rey Sigtrygg de su llegada y a otro que fuera a caballo a la casa de
su abuelo en Northumbria y le dijera que estaría allí a finales del día siguiente. Luego le
dijo a otro hombre que supervisase la descarga de sus barcos y le informase esa misma
noche.
Cuando la colocó en el sitio como un saco de harina, Ruby mordió su hombro para
llamar su atención. Con una alegre sonrisita, Thork la golpeó con la palma abierta en el
trasero, lo que hizo que éste se arquease provocativamente sobre su hombro y luego
mantuvo los dedos extendidos allí familiarmente, frotándola con un íntimo movimiento
circular. Ruby podía sentir el rubor en su cara y no sólo porque colgaba del revés.
El golpe consiguió otro rugido de aprobación mientras él comentaba en un aparte a sus
amigos.
—Quizá las mujeres de la tierra de Ivar realmente tienen partes femeninas metálicas,
después de todo. Su culo se siente tan huesudo como un hambriento conejo en invierno.
Pagará por esto, juró Ruby cuando se la llevó. De alguna manera, de algún modo,
encontraría la forma de devolvérsela a esta pobre excusa de hombre.

2
Capítulo

—IVAR es feroz, pero no tonto. Nunca enviaría a una simple moza a espiar —declaró
Thork enérgicamente, mirando por encima de su hombro a Ruby, cuya cara
completamente ruborizada rebotaba contra su espalda con cada amplio paso que daba—.
¿Quién en nombre de Odín sois?
—¡Imbécil! —protestó Ruby, pero la palabra salió tergiversada e ininteligible,
considerando su posición.
Un objeto agudo se apretó contra su cintura y ella se movió ligeramente, lo mejor que
pudo, para aliviar la presión. Girando su cabeza a un lado y alzando la vista torpemente,
vio un broche intrincadamente esculpido que mantenía unidos los bordes de una capa corta
de hombro. El diseño retrataba a un animal retorcido con los miembros desfigurados e
incapaces de reconocer. Seguramente no era un coyote. Sería más que una coincidencia.
No, probablemente era un lobo. ¡Y parecía ser de oro puro! Incapaz de verlo más de cerca,
Ruby dejó caer la cabeza, poniendo su mejilla contra los riñones de Thork. Su piel
hormigueaba de placer hasta con el toque más ocasional. El familiar almizcle de su piel le
consoló los nervios crispados.
Olaf y otros dos hombres caminaron al lado de Thork, compartiendo opiniones sobre
la improbabilidad de que Ruby fuese una espía. Todos estaban de acuerdo en que Sigtrygg
debía ser el árbitro final de su destino, pero se preguntaban cómo reaccionaría ante la
posibilidad del odioso Ivar infiltrándose en Jorvik. Con voz suave y cautelosa también
pusieron al día a Thork sobre los recientes acontecimientos en Jorvik.
—Sigtrygg te esperaba hace una semana. Todos hemos sufrido su ira —se quejó un
joven hombre con un largo y suelto cabello rubio plateado, a quien antes Thork había
llamado Selik. Incluso desde su posición, Ruby podía ver que el sumamente atractivo, casi
hermoso hombre, llamaba la atención de muchas de las mujeres que pasaban.
Thork juró en voz alta, usando una famosa palabra anglosajona que había sobrevivido
hasta el siglo veinte.
—Sigtrygg está rumiando volver a Dublín y reclamar el trono de su primo Godfred —
añadió Selik—. Todos en ese nido de víboras que es la corte, sufren sus furiosos arrebatos
de temperamento mientras te espera.
—¿Entonces Sigtrygg todavía espera un reino Northumbria-irlandés unido? —
preguntó Thork.
—Sí, y más. No puede ver cómo los sajones echan a perder nuestras tierras mientras él
y sus primos discuten sobre el poder entre los dos países —contestó Selik.
Olaf añadió:
—Trata de forzar un gobierno pagano con los cristianos daneses que han vivido aquí
durante generaciones y ya no están contentos con las antiguas costumbres.
—Os digo, Thork, que cuando el vikingo lucha contra el vikingo, el maldito sajón será
el ganador —afirmó Selik vehementemente.
—Ya veo por qué Sigtrygg rumia —dijo Thork pensativamente— y parece ser que
nuestra atractiva moza aquí presente tiene mucho que temer si nuestro rey está tan rabioso
—comentó pellizcándole el trasero a Ruby para dar más énfasis, volviendo a llamar la
atención de todo el mundo sobre ella.
—Eso dependerá del humor de Sigtrygg —declaró Olaf como si nada, con un
encogimiento de indiferencia—. Como tiene el carácter más variable que una moneda de
canto, si está de un humor de perros, probablemente la degollará en el acto. O quizás le
arranque la piel del cuerpo sólo para divertirse.
¡Degollarla! ¡Arrancarle la piel! ¡Divertirse! El estómago de Ruby se revolvió.
—O extienda sus piernas y la ensarte en el acto si ella lo pide —dijo Selik arrastrando
las palabras con una provocativa sonrisa— o la sodomice como el muchacho que parece.
—¡Por las uñas del pie de Thor! Demasiado aguamiel bajo sus pantalones y ya no
importará nada si ella es bonita o si tiene cara de caballo, os lo aseguro —añadió Thork
con franqueza poco halagüeña. Su profunda voz contenía un matiz risueño—. ¡Sigtrygg
puede ser un hombre de apetitos poco comunes, en todos los aspectos!
—Eso viene de ser un berserker[14], digo. Salvaje en la batalla, salvaje en la cama, o
eso me han dicho —interpuso Selik lascivamente—. Pero aun así, no puedo ver a Sigtrygg
atraído por este escuchimizado pajarillo.
Thork se rió y pellizcó el trasero de Ruby para detener cualquier protesta que ella
pudiese contemplar.
—Pero os olvidáis, Selik, de que nuestro rey disfruta de las perversiones raras.
¿Habéis oído de la noche en que Sigtrygg…?
Los hombres se rieron con complicidad cuando la escabrosa historia de Thork se
terminó. Ésta implicaba a una monja, cuerdas y una amplia variedad de plumas.
Ruby no se estaba divirtiendo. Thork probablemente se había inventado el cuento
sexual para alarmarla antes de encontrarse con el rey. Ella le pinchó en la espalda con la
esperanza de parar su risa, pero fue en vano. Era como aporrear una pared de ladrillo.
Entonces Thork se volvió serio, diciendo suavemente en voz baja:
—Realmente, el humor de Sigtrygg seguro que se suaviza una vez que oiga mis
noticias —hizo una considerable pausa para conseguir la plena atención de los hombres—.
El rey Athelstan reforzaría la alianza entre Wessex y Northumbria con una boda de su
hermana a nuestra manera.
Al principio, el atónito silencio prevaleció. Entonces todos ellos protestaron a la vez.
—¡Por la sangre de Thor!
—¡Por la hiel del sajón!
—¡La propuesta huele a engaño! ¿Por qué daría el rey su propia sangre para mezclarse
con la de un perro pagano? Eso es lo que los sajones nos llaman a los vikingos, y cosas
peores.
Después de que todos ellos expresaron su consternación, Selik dijo:
—Ellos dicen que el rey sajón es hermoso como los dioses. ¿Es su hermana bonita… o
flacucha y con cara de caballo como las otras hembras sajonas?
Thork se rió de la mente solo-piensa-en-lo-mismo de Selik.
—¿Qué diferencia hay? Nuestro hambriento de poder, Sigtrygg, se casaría con un
cerdo si le reportase más tierras.
—¿De modo que pensáis que habrá una boda real?
—Eso es algo incierto, Olaf, pero no confío en esos sajones, incluido Athelstan, que ha
sido tan justo como el que más. Algunos dicen que va en la misma línea que su abuelo,
llamado “Alfred el bueno”. De todas maneras, sería de sabios que Sigtrygg procediera
despacio… y vigilase su espalda.
Todos estaban de acuerdo. Entonces Thork se giró hacia otro hombre, que aún no
había hablado:
—¿Qué pensáis vos, Cnut?
Ruby estiró el cuello para verlo.
El hombre mayor habló despacio, con autoridad.
—Los sajones nos enseñan traición a cada instante. Los avaros bastardos han llevado
como sangrientos berserkers la Danelaw más lejos. Han pasado algo más de un puñado de
años desde que estuve con Guthorm cuando el rey Alfred quedó de acuerdo con el límite
Danelaw entre vikingos y la Inglaterra sajona.
Un silencio respetuoso siguió sus palabras.
—Nuestro territorio entonces discurría desde el Támesis a Londres, a lo largo del Lea
hasta su fuente, en Bedford, después iba por el río Ouse hasta la Watling Street[15] —
continuó Cnut—. Pero, ¿qué tenemos ahora? ¡Poco más que Northumbria, con Jorvik
como nuestro centro! ¡Una mierda de hormiga en medio de una colmena!
Ruby lo oyó escupir para dar más énfasis, luego añadir:
—Incluso así, nos envidian. Los “Five Boroughs[16]” que nosotros los vikingos
fundamos: Lincoln, Nottingham, Derby, Leicester y Stamford, todos tomados. Quizás
olvidáis las mentiras y engaños, Thork, por ambas partes, pero recordad mis palabras, la
sangre se derramará pronto, haya boda o no.
Ruby interrumpió entonces, ya no podía esperar.
—Thork, bájame. Voy a vomitar.
Thork no hizo caso de su queja y siguió hablando con sus compañeros mientras
caminaban por la antigua ciudad amurallada, a lo largo de las ajetreadas y estrechas calles.
Incluso desde su perspectiva al revés, Ruby veía voltearse a los vikingos que se
encontraban, ante el notable espectáculo que ella representaba. Las largas trenzas rubias se
arremolinaban cuando las jóvenes muchachas se daban la vuelta rápidamente. Los bigotes
se movían nerviosamente en las caras enormemente barbudas de los hombres.
Los innumerables olores y los sonidos de la congestionada área del mercado asaltaron
los sentidos de Ruby. Las campanas de iglesia dieron la hora del mediodía. ¿Campanas de
iglesia? ¿En una ciudad vikinga? ¡Qué raro!
Los cerdos y los pollos chillaban y graznaban desde sus puestos. Los carros de madera
retumbaban cargados de productos. Los halconeros gritaban sus artículos. El olor del
estiércol, las cajas de pescado, el cuero curtido y los caballos se mezclaba con la dulce
brisa del río. Ruby se sintió realmente enferma. Comenzó a tener náuseas.
—Ni se os ocurra —Thork, de repente en alerta, lo advirtió e inmediatamente permitió
que ella se deslizara hasta el suelo. Las inestables rodillas de Ruby flaquearon y Thork
agarró sus hombros para sostenerla derecha.
—¡Thor santo! Parecéis famélica. ¿Estáis enferma?
Ruby quiso decir algo sarcástico, pero la bilis obstruyó su garganta. Thork debió haber
notado algo raro en su cara porque la empujó a un lado del camino, así la gente detrás de
ellos podría pasar. Entonces hizo señas a sus compañeros de que siguieran hacia el palacio
del rey Sigtrygg sin ellos, diciéndoles que él seguiría dentro de poco.
—Tomad alientos profundos —sugirió Thork con una voz sorprendentemente suave,
que estaba en desacuerdo con su anterior comportamiento. Tomó su mano y la condujo
hacia el río que corría detrás de los edificios que lindaban con la atestada carretera en una
manera ordenada, tan cerca que sus aleros casi se tocaban a través de las calles parecidas a
un estrecho callejón.
Tejados de paja cubrían estructuras rectangulares hechas de primitivo cañizo, ramas
entretejidas horizontalmente que se rellenaban de arcilla, paja y pelo, y luego se enlucían.
Los patios traseros se extendían bajando hacia el río, separados de sus vecinos por postes
y cercas de setos. Los artesanos trabajaban y vendían sus artículos en mesas establecidas
bajo toldos en el frente, como un gigantesco mercadillo o bazar callejero.
—¿Aquello son casas o negocios?
Thork tiró de ella para ponerla a la par de él cuando se acercaron al río, todavía
sostenía su mano firmemente entre la suya mucho más grande.
—Ambos. En Coppergate, muchos artesanos y comerciantes viven y comercian. Los
edificios combinan casas, talleres y puestos. ¿De donde venís no ocurre lo mismo?
Ruby notó un leve estrechamiento en los perforadores ojos de Thork cuando hizo la
pregunta y sabía que su bondad enmascaraba un motivo. Quería información de ella.
—¿Y esto? —preguntó Ruby, desatendiendo la pregunta de Thork sobre su casa y
señalando al río que fluía cerca de sus pies. Se sentía mejor ahora, aunque su estómago
todavía se revolvía por nerviosismo.
—El Ouse. Es un río afectado por las mareas. Fluyen desde el Mar del Norte a través
del río Humber —explicó señalando sinuosos barcos que se movían elegantemente hacia
el puerto. Contestó sus preguntas con consideración, pero Ruby conocía a este hombre lo
suficiente como para sentir la impaciencia subyacente hasta en el tono de su voz.
Con gracia fluida se sentó en una gran roca e indicó con un movimiento de su cabeza
que debería unirse a él. Ruby tragó fuertemente cuando su pierna acarició su caliente y
vigoroso muslo. Su proximidad encendió sentimientos en Ruby que habían estado
dormidos durante demasiado tiempo.
Sus entrecerrados ojos la estudiaron de manera perspicaz, calculadora. Ruby casi podía
ver su mente trabajar. Si ella fuese una espía, ¿realmente pensaba que le escupiría todos
sus secretos así de fácil? Probablemente.
—¿No os es familiar el Ouse? Fluye por la tierra de Ivar, también, ¿verdad? —Thork
sondeó descaradamente.
Ruby decidió divertirse con este vikingo demasiado suspicaz.
—Realmente no lo sé. El único río cercano a mí es el Mississippi —entonces se tapó la
boca con su mano como si acabase de revelar algo que no debería haber hecho.
—El Missi… El Missi… ¡Lo que sea que dijisteis! —exclamó Thork—. ¡Aliento de
Dios! No he oído nada sobre él.
—¿De verdad? Es uno de los ríos más grandes del mundo. Pensaba que todo el mundo
lo conocía —Ruby pestañeó hacia él inocentemente.
¡Señor, él era un hombre muy atractivo, incluso más de lo que Jack había sido a
aquella edad! Momentáneamente perdida en el dulce ensueño, Ruby suspiró. Un
calidoscopio de imágenes revoloteó por su mente. Jack con un esmoquin blanco en su
fiesta de promoción. Jack con un esmoquin negro durante el día de su boda. Jack con nada
durante su noche de bodas.
La cara de Ruby enrojeció con los espontáneos recuerdos. Aún no podía pensar en
Jack y en lo que su ausencia significaría en su vida. Más tarde. Pensaría en Jack más tarde,
cuando fuese más fuerte, cuando tuviese más control sobre sus emociones, cuando fuese
más capaz de manejar la angustia.
Pero el parecido entre Thork y Jack desconcertaba a Ruby. Los afilados planos de la
cara profundamente bronceada de Thork reflejaban a su marido, aunque su largo pelo
reluciera como el oro blanco a la luz del sol, sin duda debido al efecto de decoloración de
los largos días soleados a bordo del barco. Incluso su devastadora sonrisa, mostrando
grandes y blancos dientes, tenía el mismo incisivo ligeramente torcido. La única diferencia
era el cuerpo más musculoso de Thork, probablemente reforzado por la necesidad del
entrenamiento para la batalla, y una fea cicatriz encima de su ojo derecho que le partía la
ceja.
Sus dedos ansiaban tocar el cuerpo duro como una roca, investigar las diferencias
íntimamente. Temblores de placer se enroscaron por el cuerpo de Ruby ante la atractiva
perspectiva y sin pensarlo, soltó en un susurro:
—Me dejas sin aliento.
Ante la mortificación de Ruby, Thork levantó una ceja de manera inquisitiva,
entendiendo perfectamente lo que ella había querido decir. ¡Cielos! Se había quedado
embobada con él como una adolescente con las hormonas revolucionadas. Con vanidad
suprema, él le guiñó el ojo con complicidad. ¡Caray! Las mujeres probablemente se
desmayaban sobre él continuamente.
Cuando Ruby comenzó girarse para alejarse de él avergonzada, Thork levantó su mano
izquierda para tomar un mechón descolocado de su cara por la brisa. Ruby inhaló
bruscamente. El meñique faltaba.
Le agarró su mano y tiernamente tocó el lugar donde debería haber estado el dedo.
—¿Qué pasó? ¿Cómo perdiste tu dedo?
Thork se encogió de hombros.
—Mi hermanastro Eric lo cortó cuando yo tenía cinco años. Apuntaba a mi… parte
masculina, pero la verdad es que siempre fue un mal espadachín. —Sonrió al ver el shock
en su cara pero sus ojos contaban una historia diferente, llena de dolor—. Eric
Bloodaxe[17], le llaman. Apropiado, ¿no creéis?
—¡Oh, Thork, qué triste!
Pillado con la guardia baja por su preocupación, Thork la miró curioso, luego tocó la
cicatriz de su cara.
—También fracasó en quitarme el ojo. Sin embargo, fue hace mucho. Ya no importa.
Ruby estudió a Thork y su corazón sufrió por el dolor que debía haber soportado.
Anhelaba consolarlo para mantener el recuerdo de su horrible infancia a raya. Bloqueada
en un infierno privado de recuerdos, su expresión se volvió triste durante un momento. A
Ruby se le ocurrió entonces que tal vez, solo tal vez, le habían dado una pizarra limpia con
Jack en este sueño o auto hipnosis o lo que fuera que fuese. ¡Qué divertido sería volver al
principio con Jack, sabiendo todo lo que sabía hoy! Podría evitar todos los errores que
había cometido. Podría rentabilizar todas las cosas buenas que habían funcionado con
ellos.
¡Una segunda oportunidad! ¿No era por eso justamente por lo que había rezado antes
de ser lanzada a través del tiempo?
Examinando a Thork especulativamente, Ruby pensó en flirtear con el feroz vikingo
para subirle el ánimo, al igual que solía hacer con Jack. A decir verdad, no había
coqueteado con Jack desde hacía mucho, mucho tiempo. Tal vez ese era uno de sus
problemas. Inspeccionó a Thork con una caída de pestañas y sonrió traviesamente. Esta
cosa del sueño podría resultar interesante después de todo.
—¿Has oído alguna vez hablar de Kevin Costner? —preguntó repentinamente con voz
ronca, esperando no perder los nervios.
—¿Quién?
—No importa. No importa. Sólo me preguntaba… ¿Qué opinas de los besos largos,
lentos, profundos, suaves y húmedos que duran tres días? —preguntó descaradamente.
¡Eso llamó su atención!
Ruby reconoció la llama brillante del deseo en los ojos color zafiro de Thork antes de
que los cerrara deliberadamente, pero no pudo ocultar su rápido parpadeo de sorpresa.
Abrió la boca como si quisiera hablar, la cerró, tragó, luego se puso en pie repentinamente.
Ella y Jack habían visto la película de Kevin Costner juntos. Las palabras de la pantalla los
habían excitado. Con un vistazo, Ruby comprobó que Thork no era diferente.
Sus ojos se cerraron. Intensamente consciente del escrutinio de Thork, Ruby separó
sus labios involuntariamente con una tácita invitación.
Pero Thork ignoró la tentación de sus labios mientras recobraba la calma y juraba
categóricamente.
—Magníficas palabras para una puta, quizás. ¿Es eso lo que sois? De ser así, decid
vuestro precio y lo tendréis. —Se detuvo y luego caminó, sumido en sus pensamientos,
antes de girarse de nuevo hacia ella—. O quizás después de todo puede que sí espiéis —
concluyó con ojos entrecerrados—. Ciertamente, creo que tomáis vuestra situación
demasiado a la ligera y que tratáis de desviar mi atención. Vuestra vida está en juego,
moza, y habláis de… de…
—¿Besos? —ofreció Ruby imprudentemente—. ¿No se besan los vikingos?
Thork se sonrojó. Realmente se sonrojó. A Ruby le encantó.
—Nos gustan los besos —contestó ásperamente. De repente comprendiendo su juego,
Thork torció sus labios sensualmente mientras le ofrecía:
—¿Queréis quizás una demostración?
Obviamente esperaba que ella objetara. En cambio, Ruby decidió seguir jugando.
—Quizás. Por supuesto, no habría mucha tentación para ti en los besos de una mujer
tan huesuda como yo. Es lo que me llamaste, ¿verdad?
Thork sonrió provocativamente, luego miró con fascinación cómo Ruby humedecía
lentamente sus repentinamente resecos labios con la punta de la lengua. Él se acercó
tentadoramente. Ruby creía que él estaba a punto de besarla y, absorta, separó los labios.
En cambio, él colocó sus labios a la distancia de un aliento y sopló suavemente hasta que
la humedad del rocío se evaporó.
Los sentidos de Ruby se tambalearon. La seductora sensualidad de Thork encendió
una llama en el pecho de Ruby que puso patas arriba todos los dulces lugares de su cuerpo
que sólo Jack había tocado. Aprisionada por el magnético tirón de su narcotizante casi-
beso y el irresistible olor masculino que era único en Jack, Ruby se apoyó hacia delante,
con el latido de su corazón jugando un rápido acompañamiento al pulso que golpeaba en
el cuello de Thork. Ruby reconoció el candente deseo sexual que no había sentido durante
meses con Jack.
Pero Thork pronto la sacudió de su carnal ensueño cuando le acarició la mejilla con
sus ardientes labios, luego susurró en su oído una respuesta a su comentario anterior:
—No es vuestro huesudo culo lo que tengo en mente besar.
Al principio, las groseras palabras no se registraron en los confundidos sentidos de
Ruby. Se alejó repentinamente cuando la cordura volvió a su sitio sacándola de su
seductor trance.
Thork siguió su escandaloso comentario con un provocativo guiño. ¡El canalla!
El único bálsamo al orgullo herido de Ruby era que Thork no podía esconderle su
obvia reacción masculina.
—¡Oh! Siempre fuiste ordinario.
Thork movió su cabeza socarronamente.
—Vuestra manera de hablar es extraña. No es sajón. Ni normando. —Una mirada de
determinación cambió la expresión pensativa de su cara y le advirtió:
—Antes de que acabe día, por la sangre de Thor, sabré toda vuestra historia o…
La puso en pie y acabó con la conversación.
—¡Basta de tonterías! Demasiado tiempo he malgastado con vos. Traigo asuntos muy
importantes para mi rey. Decidme vuestra historia… o decídsela a Sigtrygg. Me es
indiferente.
—Te lo diré, pero no sé si me creerás.
Su cara mostró un cauteloso interés, pero nada más.
—Thork, esto es un sueño —explicó Ruby vacilante.
Thork la contempló, esperando más. Como ella permanecía en silencio, gruñó
disgustado y se giró para irse.
—¿Eso es todo? ¿Ésta es vuestra explicación? ¡Suficiente! Os llevaré a Sigtrygg donde
me libraré de vos.
—Thork, escúchame —suplicó Ruby, tomándolo del brazo cuando comprendió lo
importante que podría ser su comprensión cuando llegasen al palacio. Se mantuvo rígido,
inflexible, pero Ruby dio un paso adelante—. Thork, vengo del futuro, del año mil
novecientos noventa y cuatro. Lo sé, lo sé. Parece increíble. Es increíble. Pero esto sólo es
un sueño.
Los ojos de Thork se abrieron como platos de la sorpresa por su patética historia.
Cuando ella no se explicó, exclamó disgustado:
—Es escandaloso que tratéis de engañarme así. ¿Podéis ser tan marrullera y estúpida
que un sueño es la mejor excusa que se os ocurre para vuestra presencia en nuestra tierra?
¡Un sueño! ¡El futuro! —le lanzó una arrogante mirada de desdén y se rió por lo bajo—.
Por suerte para vos no mencionasteis esto a la muchedumbre del puerto. Ya seríais comida
para los buitres.
—Debes creerme, Thork —instó Ruby, hablando rápidamente para anticiparse a él y
asegurarse de tener una oportunidad de explicarlo todo—. En el futuro, tu nombre es Jack
y eres mi marido. De hecho, hemos estado felizmente casados durante veinte años, es
decir estuvimos felizmente casados hasta hace poco. Hoy me abandonaste. Y por eso ha
ocurrido todo esto. Al menos, creo que pasó por eso.
Al principio, Thork parecía incrédulo porque ella escupiese una historia tan
extravagante, luego una lenta furia coloreó sus mejillas.
Ruby se precipitó para completar su incoherente explicación.
—Estaba realmente disgustada cuando te marchaste… de pensar que nuestro
matrimonio de veinte años se había acabado. Gritaba y lamentaba no ser veinte años más
joven y poder comenzar de nuevo —levantó sus manos en un indefenso encogimiento—.
Y… y adivino que mi deseo se cumplió, incluso… ¿Ya te lo he dicho?… Soy veinte años
más joven. De cualquier forma, pedí mi deseo, pero seguro que no esperaba viajar atrás en
el tiempo más de mil años. Lo extraño, sin embargo, es que esto parece tan verdadero…
Aunque sé que debe ser un sueño… o algo —alzó la vista hacia Thork con esperanza
cuando terminó.
—¡Vein… veinte años de matrimonio! —escupió Thork. Ruby podía ver crecer su
impaciencia hasta proporciones explosivas—. Sólo he visto veintinueve inviernos en toda
mi vida. Podéis soñar, pero, os aseguro, yo no. Juro por el martillo de Thor, Mjollnir, que
estoy vivo y de pie aquí, no en un maldito sueño. Explicad eso. ¿Y qué os hace pensar que
creería semejante historia? ¿Os parezco tonto?
—Jack… Thork, esta es la verdad. Estamos casados. Tenemos dos hermosos hijos.
¿No puedes sentir el vínculo entre nosotros?
—¿Vínculo? ¡Nah! ¡Ni un hilo!
La agarró por la parte superior de los brazos y la levantó del suelo hacia él, de modo
que su cara estaba al nivel de la suya.
—Os atrevéis demasiado, mujer, intentando tales mentiras conmigo —le informó con
dientes apretados—. Os lo dije hace una hora y lo repetiré una última vez. No tengo
ninguna esposa. Nunca os he visto antes de hoy y no me preocupa nada si no os vuelvo a
ver. Gustosamente… no, placenteramente pongo vuestro destino en las manos de otro
antes de que este día acabe. Sin embargo os hago una buena advertencia, moza: intentad
este cuento con Sigtrygg y pocos serán capaces de aguantar los resultados —el desprecio
de su áspera voz prohibía cualquier argumento adicional.
Thork agarró los dedos de su mano izquierda con los suyos y tiró de ella a lo largo de
las calles que todavía estaban ajetreadas, probablemente hacia el castillo nórdico. Él
prácticamente echaba humo por las orejas. Ella sabía que había arruinado su historia, pero
no estaba segura de cómo podría haberlo hecho mejor, considerando sus extraordinarias
circunstancias. Pero de todos modos tenía que intentarlo otra vez.
—¿Y si puedo demostrarlo?
No hizo caso de ella y la arrastró tras él con su amplia zancada.
—¿Y si puedo demostrarlo? —repitió Ruby de modo estridente.
Thork se paró en seco y Ruby tropezó. La mano derecha todavía le sostenía su
izquierda en un rígido apretón.
—Odín, perdonadme —dijo Thork, alzando la mirada al cielo, luego la volvió a Ruby
—. Me odio por preguntar, pero ¿qué podéis demostrar?
—Estoo… estooo… —tartamudeó Ruby, no habiendo pensado más allá de eso.
Entonces se iluminó y ofreció—… demostrar que eres mi marido.
—¡Oh, os ruego me iluminéis! —exhaló Thork indignado, luego la liberó y puso
ambas manos sobre sus caderas.
Ella contuvo el aliento y preguntó con esperanza:
—¿Todavía tienes ese lunar en la parte superior de tu muslo? —Thork entrecerró los
ojos, pero no antes de que ella viese la sorpresa en sus profundidades azules.
—Los lunares son bastante comunes. Vuestra declaración no demuestra nada.
—¿No? Bueno, creo que el tuyo debería estar justamente aquí —dijo tocando la parte
interior de su muslo, casi en la ingle.
Parecía agitado por su valiente gesto y movió la mirada de su propio muslo a su cara
de manera inquisitiva. Su aturdida expresión atestiguaba la exactitud de su puntería. El
lunar estaba exactamente donde ella había dicho.
Ella continuó rápidamente, ahora más segura de sí:
—Y rechinas los dientes al dormir. Y te gusta la miel en el pan. Y los melocotones en
temporada. Eres zurdo, pero puedes lanzar igualmente bien con tu mano derecha. Y… y
esos largos besos de los que te hablé antes… bueno, realmente te gustan. Mucho.
Ruby puso ambas manos sobre las caderas y lo fulminó con la mirada, desafiándolo a
que la contradijese.
Sus ojos se abrieron de incredulidad antes de que exclamara:
—¡Una bruja! Debería haberlo sabido. Esperad a que Sigtrygg oiga esto. No hay nada
que le guste más que la quema de una bruja. Culpa a la maldición de una bruja por su ojo
mutilado. Mejor me marcho en la mañana para Ravenshire, la casa de mi abuelo en
Northumbria. Es probable que Sigtrygg declare unos días festivos para celebrar vuestro
lento fallecimiento. Podría ser un placer, creo, lanzar una ramita o dos al fuego yo mismo.
—Me estás asustando. No soy una bruja —gimió Ruby.
—¿Qué entonces? —preguntó Thork fríamente—. ¿Una bruja o una espía? Apuesto a
que sois una cosa o la otra. Pero si espiáis realmente, alguien, con la mayor probabilidad
Ivar, se ha molestado mucho para daros información sobre mí. ¿Con qué objetivo?, me
pregunto. —La miró de manera inquisitiva—. De cualquier forma, bruja o espía, ya está
hecho. Vuestro destino está sellado.
Ella comenzó a hablar, pero él sacudió su cabeza con una intención que Ruby sintió no
sería tolerada esta vez.
—¡Suficiente! Vamos a ver a Sigtrygg.
La frialdad de Thork rápidamente extinguió cualquier chispa de esperanza que Ruby
pudiese haber tenido. Pronto obtuvo un dolor en el costado, tratando de mantenerse al
rápido paso de Thork. Apenas notó los extraños alrededores cuando continuaron a lo largo
de la ciudad vikinga.
El helado miedo enfrió la sangre de Ruby. Un entumecimiento se le arrastró por las
venas hasta las puntas de sus dedos, bajando hasta los dedos del pie y llegando a su
cerebro, que ya no podía registrar ningún pensamiento coherente. Este sueño-convertido-
en-pesadilla la asustaba de muerte, pero la cosa más inquietante de todas, comenzó a
comprender Ruby, era la terrible sospecha de que esto podría no ser un sueño, después de
todo.
¿Y si realmente hubiese viajado atrás en el tiempo? ¿Y si nunca volvía al futuro, a
Jack, o a sus hijos Eddie y David, ni al negocio de lencería de encargo que había creado
minuciosamente desde la afición a coser hasta un próspero negocio de venta por catálogo?
Y lo peor de todo, si se perdía en el tiempo para siempre, nunca tendría una segunda
oportunidad para hacer las cosas bien con Jack. La desolación abrumó a Ruby.
Ella y Thork subieron por una leve cuesta hasta un área fortificada y pasaron por una
puerta bien vigilada. Todos alrededor del patio, hombres y mujeres vikingos noblemente
vestidos, se apartaron para hacerles camino. Thork saludó con la cabeza a aquellos que le
saludaron. Curiosas miradas cayeron sobre Ruby.
Ellos subieron los peldaños de una enorme construcción de madera y piedra con los
aleros esculpidos con intrincados símbolos nórdicos. ¡El castillo del rey Sigtrygg! En lo
alto de los escalones, Olaf estaba de pie manteniendo abierta una pesada puerta de roble
para ella y su señor. Cuando pasó, Ruby echó un vistazo al gigante y vio una suave
compasión allí. ¡Por ella! La aterradora comprensión la paralizó.
El frío miedo que había fluido como un mal presentimiento a través de su sangre se
convirtió en heladas dagas.

3
Capítulo

COMO ALICIA en el País de las Maravillas cayendo a través del agujero en el jardín,
Ruby se sentía como si hubiese sido lanzada a otro mundo. De hecho, así había sido.
Olaf contuvo a Ruby con un brazo levantado mientras entraban en el gran salón del
palacio Nórdico, una habitación gigantesca cuyas paredes de piedra estaban adornadas con
magníficos tapices y armas primitivas. Selik y Cnut se unieron al grupo de vikingos bien
vestidos, quienes los saludaron con gritos cordiales y palmadas de camaradería. Ella y
Olaf iban varios metros detrás de Thork, aplastando fragantes juncos en su camino. Thork
entró a zancadas y fue hacia un estrado elevado.
—¡Buenas nuevas Thork! Bienvenido a Jorvik.
—Bien hallado Sigtrygg. Es bueno estar en casa.
Un inmenso y velludo hombre se puso de pie y avanzó pesadamente hacia Thork,
empequeñeciendo su metro noventa de estatura al menos por una cabeza. Un amplio
cinturón de cadenas oscilaba ruidosamente en la cintura de su túnica púrpura, que le
llegaba por la rodilla, la cual estaba exquisitamente bordada con hilo de oro y acentuada
por tres broches de joyas incrustados en un hombro. Zapatos cruzados de suave cuero y
ajustadas calzas negras le cubrían las extremidades, tan grandes como troncos de árboles.
A pesar del fino atuendo, el vikingo con aspecto de oso era feo como el pecado. Piel
arrugada y llena de cicatrices desprovista de cejas y pestañas rodeaba el ojo mutilado, el
cual miraba fijo hacia adelante indefinidamente. Otras cicatrices de guerra estropeaban su
rostro, su cuello y cada área de piel expuesta. Que Dios se apiadara de la hermana de
Athelstan, pensó Ruby.
Los gruesos brazaletes de oro que rodeaban los prominentes músculos en los
antebrazos de Sigtrygg, brillaron bajo la luz del farol mientras abrazaba a Thork y lo
arrastraba hacia una silla vacía a su lado, en donde Thork asintió hacia los hombres y
mujeres que ya estaban sentados allí.
—Hemos esperado mucho por vos, Thork —se quejó acusadoramente el rey—. ¿Qué
noticias traéis?
—Agradeced a Thor por mi retraso y tal vez al travieso Loki —respondió Thork
rápidamente, inflexible bajo la fría pregunta del rey, rehusando disculparse.
—Más probablemente mozas de aquí hasta Hedeby y más lejos, que aún yacen con las
piernas extendidas —comentó el rey sarcásticamente con un desagradable resoplido de
incredulidad.
El rostro de Thork se tensó, pero sabiamente escogió no atrapar el cebo de Sigtrygg.
—Traigo saludos de mi padre Harald, como también un importante mensaje del rey
Athelstan en Wessex.
Sigtrygg y los otros se inclinaron hacia adelante con interés.
—Carece de importancia lo que el bastardo sajón pudiera decirme —se jactó Sigtrygg,
tomando un largo trago de su cáliz y luego dándoselo a un sirviente para que le sirviera
más.
—Os ofrece a su hermana en matrimonio para fortalecer la alianza entre Wessex y
Northumbria —soltó Thork.
Asombrado, el rey tan solo miró boquiabierto a Thork. Luego silbó alegremente y
comenzó a reírse, lo suficientemente alto para levantar el techo, acompañado por los otros
vikingos. Cuando finalmente se detuvo, lagrimas brillaban en el ojo bueno del rey gigante
y se sostenía el costado.
—Por las tetas de Freya, ¡el cachorro sajón se superó a sí mismo! ¿Piensa que los
vikingos estamos tan desesperados por hembras en nuestras camas que se nos cae la baba
sobre las virginidades de sus perras flacas? —Su crudo comentario obtuvo carcajadas de
los hombres y sonrojos de las mujeres antes de continuar—. Tres esposas tengo ahora.
¿Qué necesidad tengo de otra?
—Nay, Sigtrygg. Pensadlo. Sería tonto tirar esta oferta a la basura sin más
consideración —advirtió Thork—. Hay mucho que ganar para vos en este matrimonio.
Sigtrygg parecía listo para discutir pero luego exigió a Thork:
—Explicaos. ¿Qué beneficio habría para mí al entrar en la familia de un mequetrefe
inglés?
—Incluso aunque los sajones nos dan la mano con tratados, traman nuestra caída —
escupió Thork—. Alfred pactó la Danelaw hace unos cincuenta años pero, al mismo
tiempo, lanzó un plan para fortificar las ciudades de modo que ninguna parte de Wessex
estuviese a más de treinta kilómetros de un centro militar.
—Todos sabemos eso.
Sigtrygg despreció la información de Thork agitando la mano.
—¿Sabéis vos que el hijo de Alfred, el rey Edward y ahora su hijo Athelstan
continuaron con el plan de fortificación? ¿Sabéis que más de treinta burhs militarmente
fortificados salpican la campiña de Wessex y más están planeados? —la voz airada de
Thork producía un fuerte eco a través del silencioso vestíbulo. Miró atrevidamente al ojo
bueno de Sigtrygg y le informó valientemente—. No me agrada ser el hazmerreír de
ningún hombre, menos aún de los malditos sajones. Un dicho favorito entre ellos estos
días es «Edward les rompió la espalda a los Nórdicos, Athelstan les cortará las pelotas».
Con esas palabras, Thork miró directamente al logo de la camiseta de Ruby y frunció
el entrecejo, como preguntándose por primera vez si los sajones y no Ivar la habían
enviado. La estudió pensativamente.
—¡Por los labios de Thor, habéis ido demasiado lejos! —bramó Sigtrygg,
levantándose en toda su estatura como un indignado oso pardo. La saliva salpicaba su
gruesa barba rojiza.
—Nay, no he ido muy lejos. —Thork se levantó, enfrentándose a su colérico líder—.
Es tiempo de que alguien diga la verdad sobre la debilidad de vuestra posición y…
Sigtrygg dejó salir un grito como el de un toro, que hizo eco a través del vestíbulo, y
su rostro se puso púrpura de ira. Para crédito de Thork, no se encogió de miedo.
—¿Os atrevéis a llamarme débil? ¡Vos chacal advenedizo! Seáis un jomsviking o el
hijo del rey Harald a mí no me importa nada. Me veo tentado a cortar vuestra caprichosa
lengua.
Ruby no podía creer lo que oía y veía. El rey Sigtrygg con su estado de ánimo volátil
era claramente un hombre peligroso, pero de pronto el rey comenzó a reírse fuertemente y
palmeó a Thork en el hombro, tan fuertemente que casi cae hacia adelante.
—Mi amigo, hacéis bien en advertirme. Aunque ciertamente solo pensáis en mi
beneficio y el de Jorvik. Venid. Decidme más.
Sucedió tan rápido que Ruby parpadeó sin poder creerlo. ¿Cómo podía el
temperamento de Sigtrygg cambiar tan rápidamente? Dios ayudara al hombre que sufriera
su ira antes de que su humor volviera a cambiar. ¿O mujer? pensó y se encogió.
Mientras Thork y el rey discutían los pros y contras del acuerdo matrimonial, Ruby
notó a los sirvientes sacando pesados caballetes y grandes tablas para usar como mesas.
Los amplios bancos de madera que bordeaban las paredes serían usados ahora como
asientos para la cena y luego como camas para las clases más bajas.
Los sirvientes, probablemente esclavos, usaban atuendos de lana sin teñir al estilo de
un poncho con correas de cuero atadas en la cintura, los de los hombres y los niños eran a
la altura de las rodillas, mientras que los de las mujeres y las niñas colgaban hasta sus
tobillos. Estos contrastaban bruscamente con las finas telas de los vikingos nobles de alta
cuna. Ruby, con su experiencia como costurera reconoció la riqueza de las telas de colores
brillantes y el excelente trabajo artesanal.
Los vikingos eran inusualmente altos, incluso las mujeres, y sorprendentemente
aseados, con brillantes dientes blancos y cabellos bien arreglados. Algunos de los varones
incluso lucían barbas intrincadamente trenzadas, una incongruencia casi banalmente
femenina y en desacuerdo con los enormes músculos de sus brazos y piernas. Algunas de
las mujeres se veían como si pudiesen manejar hachas de guerra ellas solas.
Una interminable corriente de sirvientes colocaron fuente tras fuente de tentadora
comida en las mesas, mientras los hombres y mujeres se sentaban de forma alterna en
alguna clase de orden predeterminado. Los sirvientes colocaron enormes saleros en el
medio de cada una de las largas mesas; de ahí provenía la expresión “Estar sentado por
debajo de la sal”[18], asumió Ruby.
Mientras mejor vestidos, más cerca del estrado, observó Ruby. Olaf, aparentemente un
favorito de la corte, se sentó en la primera mesa cerca de la plataforma y, para disgusto de
Ruby, le dijo que se colocara detrás de él. ¿Cuándo podría sentarse y comer?
Rhoda se acercó entonces a ella sigilosamente junto con los otros sirvientes que habían
estado con ellos en el bote.
—Veo que aún conserváis la cabeza —bromeó Rhoda.
—Sí, pero no sé por cuánto tiempo. Ese Sigtrygg es un hombre malvado.
—Os lo dije, ¿no?
—¿Cuándo podremos comer?
Rhoda se encogió de hombros desinteresadamente.
—Si fuera vos, me preocuparía más saber dónde voy a dormir esta noche, si aún estáis
viva para entonces, en vez de si voy a cenar o no.
Ruby estaba por contestar cuando Olaf se volvió con una mirada maléfica y le dijo que
se callara. Thork y Sigtrygg estaban terminando su discusión.
—El trato se hará entonces —aceptó Sigtrygg, levantando su cáliz para brindar ante la
multitud—. Discutiremos los detalles en el Althing que se celebrará en un mes a partir de
hoy, pero se le dará el mensaje a Athelstan. Me desposaré con la perra de su hermana.
Con una sonrisa lujuriosa y un gesto vulgar sobre sus genitales agregó:
—Quizás este viejo cuerpo aún pueda ser padre de más hijos para Odín.
Los hombres vikingos ofrecieron réplicas lascivas a su brindis.
Ruby notó una cosa extraña. Ni una sola vez Sigtrygg preguntó el nombre de la mujer
con la que se desposaría, si era joven o vieja, cómo lucía o si estaba dispuesta o estaba
siendo coaccionada a casarse. Justo como Thork había predicho antes, Sigtrygg se casaría
con un cerdo si era para su beneficio.
El rey y todos los reunidos se dirigieron hacia el festín que había delante de ellos. Las
masivas fuentes contenían cada tipo de pez concebible: bacalao, abadejo, arenque, incluso
algo que se veía como una serpiente con crema agria. Probablemente anguila. Ruby
reconoció pollo y pato pero no pudo identificar los otros tipos de aves, nunca había
comido pichón o faisán o lo que fuese eso que la gente pre-medieval cazaba. Por supuesto,
la gran pierna de res requerida estaba en el centro del escenario con sus sangrientos jugos
goteando por los lados de una gigantesca bandeja.
En las mesas inferiores, las parejas compartían bandejas de madera usando cucharas o
cuchillos personales, pero en las mesas superiores eran distribuidas grandes rebanadas
redondas del lujoso pan manchet, lo suficientemente gruesas como para absorber la salsa y
ser comidas. Rhoda susurró que los manchets empapados que sobraban les eran dados a
los mendigos en la puerta del castillo. Ruby se sentía como si fuese a rogar por uno ella
también.
Innumerables guarniciones acompañaban los platos principales, tales como cebollas,
repollo, remolachas o guisantes, por no mencionar un pan caliente y plano, mantequilla,
natillas, postres, miel, quesos, nueces y una variedad de frutas frescas. Ellos bebían en
grandes cantidades un tipo de cerveza o ale, tanto en cuernos de animales como también
en copas talladas de madera o plata.
No era de extrañar que estos vikingos fuesen tan grandes si comían así todos los días,
pensó Ruby. Se preguntó qué pensarían de los peligros del colesterol y luego decidió que
probablemente no vivirían lo suficiente como para preocuparse por causas de muerte
naturales.
Ruby le dio un codazo a Olaf en la espalda.
—Dame algo de comer, patán egoísta.
Olaf la miró como si no pudiese creer lo que oía, luego sacudió la cabeza de lado a
lado.
—Creo que Thork tiene más problemas de los que se imagina.
Volvió de nuevo a la mesa pero no antes de darle una manzana y un pedazo de queso,
los cuales ella compartió con Rhoda.
Mientras masticaba, miró hacia el estrado donde Thork comía con ganas. ¡El muy
cerdo! Ella atrapó su mirada justo cuando sostenía un pedazo de pan en su mano derecha y
estaba a punto de ponerle una cucharada de miel con su mano izquierda.
¡Miel! ¡Su mano izquierda!
Ruby sonrió con complicidad, y Thork dejó caer el cucharón de la miel como si fuese
un hierro ardiendo. Se giró malhumorado, no queriendo que le recordaran el extraño
conocimiento de su cuerpo y sus gustos.
Después de que los sirvientes quitaran la comida y las mesas, la gente se acercó al
estrado queriendo oír el resto de las noticias de Thork. Se limpiaron los dientes con
pequeñas astillas de madera. La cerveza clara y el vino fluían libremente.
—Así que, he oído que vais a Dublín, Sigtrygg —dijo Thork.
—Yea. Mi abuelo Ivar el Deshuesado, que descanse ahora en el Walhalla, crió
demasiados hijos y nietos. Mis primos y yo desconfiamos los unos de los otros
profundamente. Dejé mi trono en Dublín en las manos de mi primo Godfred cuando vine a
Northumbria hace cuatro años, a la muerte de mi primo el rey Rognvald, pero me
preocupa ahora que, sediento de poder, Godfred se encariñe con mis dominios.
Thork asintió entendiendo.
—¿Y vuestro padre? —preguntó amigablemente Sigtrygg—. Nunca ha habido un
hombre que supiera más el significado de «sediento de poder» que Harald Pelo Rubio. Sin
ánimo de ofender.
—Faltaba más. Mi padre es como siempre ha sido. Los vikingos huyeron de Noruega
para escapar de su pesado pulgar. Muchos incluso se establecieron en Islandia.
—¿Aún rehusáis a ser el Jarl de una de sus posesiones?
—Yea. Prefiero mucho más los rigores de los jomsviking a las tenazas de sus rígidas
reglas. Aunque le doy algo de crédito. Ha unificado Noruega y eso no es ninguna hazaña
pequeña.
Sigtrygg coincidió.
—Entiendo que acabáis de entregar a vuestro medio hermano Haakon a la corte de
Athelstan para que lo acojan. —Sacudió la cabeza, maravillado—. Vuestro padre engendra
hijos como un conejo, incluso a su elevada edad, y bien sabe él las recompensas de
desarrollar buenas relaciones con los sajones cuando es para su provecho, incluso si
significa usar a su hijo más joven.
—Para estar seguros. ¿Sabéis del tributo que envió a Athelstan?
—Nay.
—Mi padre envió un gran barco de guerra con una proa dorada y una vela púrpura,
repleto con filas y filas de escudos dorados.
Las personas alrededor del rey jadearon, reconociendo la enorme riqueza manifestada
por el gran tributo.
Luego Sigtrygg dijo las palabras que Ruby había estado temiendo.
—Los esclavos que están ahí ¿son cautivos que pensáis conservar o los venderéis?
¡Oh, oh!
Thork miró a Ruby y a los otros esclavos. La cerrada expresión en su rostro no le dijo
nada sobre sus sentimientos.
—Serán vendidos… excepto uno. Pienso que debéis hablar con él. El esclavo puede
ser un espía de Ivar.
—¿Qué? —rugió Sigtrygg y saltó de su asiento—. ¡No querréis decir que esa serpiente
de Ivar envía espías a Jorvik! Traed al hombre para torturarlo y sacarle sus secretos.
—Bueno, no es exactamente un hombre —admitió a regañadientes Thork, indicándole
a Olaf que llevara a Ruby hacia adelante—. En realidad es una mujer.
Sigtrygg miró fríamente a Thork.
—¿Estáis tratando de hacerme pasar por tonto?
—Nay. Debéis verla para creerlo —comentó secamente Thork.
Olaf guió a Ruby al fondo de las escaleras en donde ella esperó hasta que Thork y el
rey bajaron. Los otros vikingos en el vestíbulo se acercaron, incluso aquellos del estrado,
todos esperando a ser entretenidos de alguna forma. Luego Olaf se alejó.
Ruby se sintió extrañamente desprotegida sin el gigante a su lado.
Sigtrygg se quedó embobado con ella, sorprendido por su inusual apariencia.
—¿Esto es una mujer decís? —le preguntó con escepticismo a Thork.
—Yea.
El rey la miró de arriba abajo, caminó a su alrededor, luego se detuvo frente a ella.
Primero, le tocó el corto cabello, tocó la tela de su camiseta y luego estiró una gran garra y
tomó su pecho.
Ruby comenzó a protestar pero vio que Olaf le señalaba que se mantuviera quieta. En
realidad, estaba demasiado asustada para moverse.
Sigtrygg sonrió lascivamente. De cerca, era aún más feo de lo que Ruby había
pensado. Cuando sonrió, vio que le faltaba un diente delantero. Luego Sigtrygg notó las
palabras en la camiseta de Ruby y las dijo en voz alta: «Bolas de metal».
—¿Pensáis que Ivar me envía este mensaje? Decidme lo que creéis que significa —
exigió imperiosamente Sigtrygg a Thork, sin estar ya distraído por la apariencia de Ruby.
Ruby se pellizcó el brazo, esperando una vez más poder terminar esta pesadilla y
regresar al presente. ¡No fue así! Todo lo que obtuvo fue un brazo dolorido y una mirada
sombría de Thork.
—Desconozco cómo llegó aquí —dijo lentamente Thork, sopesando cada palabra
cuidadosamente—. Quizás en mi barco. Aunque es difícil de creer que Ivar envíe una
mujer a espiar, no es imposible, supongo.
Sigtrygg empezó a ventilar su indignación por las palabras de Thork, pero éste levantó
su mano y continuó.
—Y el mensaje, bueno creo yo que implica que los hombres en la tierra de Ivar tienen
partes masculinas superiores hechas de metal. Sabéis que Ivar se resiente de vuestra fama
y siempre busca formas de aguijonearos para guerrear. ¿Qué más podría significar?
Ruby resopló y habló por primera vez, dirigiéndose a Thork.
—No seas ridículo. Fue tu hijo quien compró esta estúpida camiseta en Ocean City.
Ambos hombres se giraron sobre sus talones para mirar a Ruby con incredulidad.
—¡Mi hijo! No tengo hijos —se burló furiosamente Thork—. Decid vuestras mentiras
en otra parte moza.
—Tu hijo Eddie la compró el año pasado en la costa. Y olvídate de ese asunto de Ivar.
Nunca oí hablar de ese tipo.
Thork y el rey intercambiaron miradas perplejas, como si no entendieran lo que decía.
Luego Thork dijo acaloradamente.
—No tengo un hijo, y ciertamente ninguno llamado Ed-die que espíe para Ivar.
—Sí, sí lo tienes. Tenemos dos hijos: Eddie de quince años y David de doce.
—¿Dice que tenéis hijos con ella? —preguntó Sigtrygg a Thork—. Se atreve a decir
eso y…
—Él es mi esposo, y tenemos dos hijos —interrumpió Ruby al rey y oyó a algunas
personas jadear detrás de ella.
Sigtrygg miró a Thork inquisitivamente.
—Arriesgaríais vuestro jomsviking para casaros con esta… ¿Esta marimacho?
—¡Nay! —negó Thork vehementemente—. Ella miente. No tengo ninguna esposa.
El rey miró furiosamente a Ruby y la desafió.
—¿Quién sois?
—Mi nombre es Ruby Jordan. Vivo en los Estados Unidos. Vengo del futuro, no de
donde Ivar, y…
Sigtrygg abofeteó a Ruby tan duro en el rostro que sus rodillas cedieron y cayó al
suelo. Lagrimas se acumulaban en su rostro y se derramaron por sus mejillas por el dolor.
Su pómulo se sentía como si estuviese roto. Ella miró a Thork buscando ayuda pero él
solo la miró fija e indiferentemente.
—De pie —ordenó Sigtrygg.
Después de que torpemente se levantó a tientas sosteniéndose de uno de los escalones,
Sigtrygg le advirtió:
—Nunca, nunca me digáis mentiras sobre cuentos del futuro e hijos y matrimonios
míticos. Ahora, quitáoslo.
—¿Qué? ¿Que me quite qué?
—La camiseta. Quitáosla.
—¿Vais a cortarle la cabeza y a enviársela a Ivar en la camiseta? —gritó un hombre
desde la parte trasera del vestíbulo, y otros murmuraron asintiendo.
Al principio, Sigtrygg frunció el entrecejo ante el consejo no solicitado, pero luego
hizo un mohín con los labios pensativamente.
—Tal vez. Tal vez. —Volviéndose hacia Ruby repitió fríamente—. Quitáosla.
Ruby se dio cuenta horrorizada de que el rey vikingo esperaba que se quitara la
camiseta delante de todos. Ella le echó un vistazo a Olaf quien asintió vigorosamente. Al
parecer no tenía elección.
Con la cara colorada, Ruby se levantó la camiseta sobre la cabeza y la lanzó a la mano
extendida de Sigtrygg, ignorando su gruñido de irritación por su falta de respeto. A pesar
de su mortificación, mantuvo la cabeza orgullosamente en alto sin molestarse en ocultar
con las manos sus pechos, cubiertos por el sostén. De alguna manera supo que no se le
permitiría hacer eso.
Murmullos acallados y pies arrastrándose ondearon a través de la multitud detrás de
ella mientras Thork y el rey miraban con la boca abierta su sujetador con encaje negro. El
ojo bueno de Sigtrygg casi se le salió de la órbita y Thork parecía tener problemas para
tragar. ¡Ajá! pensó Ruby. ¡Él había visto bastante su lencería hecha a medida en el pasado!
A regañadientes los ojos perplejos de Thork se trabaron con los de ella. A pesar de su
peligrosa situación, la asfixiante llama en sus profundidades encendió una tenue mecha,
conectándolos de una extraña forma y prendió fuego en los lugares más secretos de ella.
Sin tocarla, Thork acarició su cuerpo con sus ojos. Sin hablar, le dijo todo lo que su
corazón deseaba escuchar. Ruby anhelaba tocar a ese hombre que era su esposo y aun así
no lo era. Necesitaba conectarse con él en la forma más básica e íntima conocidas por el
hombre y la mujer a través de los siglos. Tal vez entonces podría satisfacer la fiera hambre
que él despertaba en ella. Tal vez entonces podría salvar su matrimonio. Tal vez entonces
entendería esta loca caída libre a través del túnel del tiempo.
Su seductor trance fue roto por Olaf aclarándose la garganta fuertemente. Viendo sus
expresiones aturdidas, Olaf echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas.
—¡Por el bastón de Odín! Ustedes dos han aumentado el calor en esta habitación a un
extremo abrasador. Es mejor que encuentren pronto un rincón privado, antes de que
suelten sus calzones delante de todos.
Claramente avergonzado por su intensa reacción ante ella, Thork sacudió la cabeza
para aclararse la mente y luego la miró con ira como si ella le hubiese echado un hechizo.
Una mirada siniestra a Olaf terminó su ridículo inmediatamente.
Luego los vaqueros de Ruby llamaron la atención de Sigtrygg.
—Quitaos esos también.
—¡Epa! Espera un momento. Suficiente es suficiente. No hago stripteases en público.
—Al ver una inclinación interrogadora de la cabeza del rey, Ruby explicó—: Desvestirse
en público. ¡De ninguna forma!
—¿Osáis decirme no? —preguntó el rey entre dientes con una voz que prohibía más
discusiones por parte de ella.
Él levantó la mano en advertencia, a punto de golpearla de nuevo.
Olaf tosió levemente, señalándole que hiciera lo que el rey pedía.
Ruby cerró los ojos con cansancio, deseando desesperadamente que este
sonambulismo a través del tiempo terminara pero presintiendo que no sería así, por lo
menos, aún no. Se preguntaba si esta era una de esas pesadillas que la gente tenía, en
donde estaban de pie desnudos en una habitación llena de gente vestida y riéndose. De
cualquier forma, la ruta más segura parecía ser la conformidad.
—Muy bien. Pero eso es todo.
Se agachó para retirarse los zapatos, luego pensó mejor lo de presentar su trasero a los
hombres vikingos detrás de ella. En vez de eso, se sentó en el escalón inferior y se los
quitó.
Oh, Dios rezó, por favor déjame despertar antes de que me maten. ¿Dolería que te
decapitaran en un sueño?, se preguntó Ruby con un humor macabro.
Después de quitarse los zapatos, Ruby se puso de pie y desafiantemente se enfrentó a
Thork y Sigtrygg de nuevo, rehusándose a cubrirse. Realmente no era la peor cosa en el
mundo. Después de todo, sus modelos andaban por ahí en ropa interior en desfiles de
moda, frente a multitudes más grandes. ¿Por qué debería avergonzarse?
Con renuente resignación, Ruby se desabotonó los vaqueros y se bajó la cremallera.
Pero Sigtrygg estiró una mano y la detuvo.
¿Le iba a ser dado un indulto?
¡No tenía tanta suerte!
—Haced eso de nuevo —pidió impresionado.
—¿Qué haga qué de nuevo?
—Abrid vuestros calzones de nuevo. Con esa cosa.
Ruby miró hacia abajo, sin entender.
Thork apuntó hacia su cremallera, sus labios retorciéndose de risa reprimida.
—Él quiere decir eso.
La cremallera debe intrigarlo, supuso Ruby, dándose cuenta de que por supuesto las
cremalleras aún no habían sido inventadas. La subió, luego la bajó, luego la subió, una y
otra vez como el fascinado Sigtrygg ordenaba, incluso aunque ella trató de decirle que era
una simple bragueta.
Thork sonrió abiertamente ante la incomodidad de Ruby y por el brillo infantil del rey
¡El muy idiota!
Finalmente Ruby se quitó los vaqueros y se los dio a Sigtrygg para que pudiera jugar
con el maldito cierre ad infinitum en su tiempo libre.
Los ojos de Thork viajaron sobre el cuerpo de Ruby con un brillo familiar que solo
ella reconocería, demorándose largos segundos sobre sus braguitas de encaje negro. No
totalmente al estilo de un bikini, las bastante conservadoras bragas, lejos de ser
transparentes, subían desde la línea de la cadera hasta por debajo de la cintura, mientras
los lados estaban cortados provocativamente altos.
A Thork le gustaba su lencería. Sin ninguna duda. Siempre había sido así. Y el negro
era su favorito. A pesar del peligro que sabía que enfrentaba, Ruby saboreó el momento
adorando el hecho de que Thork cambiara de pie incómodamente. Sin embargo se negaba
a hacer contacto visual, probablemente temiendo una recaída en su espectáculo anterior.
A Ruby le gustó el duro cuerpo que vio cuando miró hacia abajo. Aún era alta,
aproximadamente uno setenta y seis, pero de huesos pequeños, esbelta, con pechos firmes,
cintura pequeña, caderas ligeramente redondeadas y piernas largas. ¡Definitivamente
veinteañera!
La multitud murmuraba detrás de ella y los comentarios lascivos de los hombres le
dijeron que los otros vikingos también notaron su inusual ropa interior, incluso si Sigtrygg
aún estaba tonteando con la maldita cremallera. Probablemente la iba a romper con sus
torpes manos, y luego la culparía porque no funcionaba.
Cuando Sigtrygg finalmente se volvió hacia ella, su ojo bueno se encogió con recelo.
Miró la cremallera, después a ella y dijo.
—¿Qué tipo de persona sois? Tal vez una hechicera.
—¡No! —exclamó Ruby inmediatamente, recordando la advertencia de Thork sobre la
aversión de Sigtrygg a las brujas.
—Pienso que una quema de brujas podría ser necesaria aquí —dijo Sigtrygg con
deleite.
La multitud murmuró más alto detrás de ella y no en desacuerdo, notó Ruby con pesar.
Les gustaba la idea.
¡Dios Santo! Estos vikingos eran tan sanguinarios como su investigación le había
mostrado unos años atrás, cuando había hecho un árbol genealógico rastreando sus
orígenes hasta la época pre-medieval. Había pensado que eran versiones sesgadas por
parte de los registros históricos de los clérigos sobre los invasores paganos. Ahora no
estaba tan segura.
Cuando Thork no dijo nada en su defensa sobre la pregunta de Sigtrygg de la
hechicería y su posible ejecución, Ruby supo que estaba sola. Su mente trabajó
desesperadamente en un plan para salvarse a sí misma.
¡Oye! Eso podría funcionar.
En un jadeo final de auto-preservación, Ruby proclamó audazmente.
—Saben, yo también soy vikinga.
—¿Ah? —exclamaron Thork y Sigtrygg.
Y la maldita multitud comenzó su murmullo de nuevo. Pero Ruby vio a Olaf darle un
saludo burlándose, luego sonreírle y hacerle un guiño de ánimo. ¡Jesús! Le estaba
comenzando a gustar el bruto.
—Explicaos moza y no más mentiras —dijo Sigtrygg, sosteniéndole el mentón, el cual
todavía le dolía por el maltrato de Thork.
—Mi cincuenta veces tatarabuelo es el vikingo Hrolf, primer Duque de Normandía. —
Frunció el ceño antes de agregar—: Creo que los sajones lo llaman Rollo.
Un alto jadeo a su escandalosa declaración corrió a través del vestíbulo. El rostro de
Thork enrojeció y se veía como si quisiera estrangularla.
Un asombrado Sigtrygg preguntó:
—¿Reclamáis ser la nieta de nuestro aliado Hrolf?
Obviamente no había oído la parte de “cincuenta veces tatarabuelo”. Ruby empezó a
corregirlo, luego recordó su advertencia de no decirle que venía del futuro. En cambio,
con los dedos cruzados para la suerte dijo:
—Sí, soy una descendiente directa de Gongu-hrolfr —usando su nombre nórdico
completo—. El caminante.
Ruby miró a Olaf quien asintió aprobadoramente. Hasta ahora, todo bien.
—¿Sabéis que Hrolf y mi padre son aliados? —inquirió un desconfiado Thork.
Sintiendo que buscaba engañarla Ruby replicó.
—No, eso no es verdad. El padre de Hrolf, Earl Rognvald de More era el mejor amigo
de Harald, pero el rey Harald declaró a Hrolf un forajido y lo exilió de Noruega.
Las esperanzas de Ruby aumentaron con la incertidumbre en el ojo de Sigtrygg, pero
cayeron en picado cuando Thork declaró vehementemente.
—¡Esto es ridículo! Ella no es más vikinga de lo que… de lo que yo soy sajón. Ella
miente.
—Tal vez —respondió vacilante Sigtrygg, mordiéndose el labio inferior
pensativamente. Luego de repente pareció aburrido de todo el asunto—. ¿Qué decís vos,
Thork? Vos decidís. ¿La torturamos para sacarle sus secretos? ¿O la decapitareis y le
enviareis su cabeza a Ivar en la prenda que estaba usando como aviso?
—¿Yo? —Thork dijo un juramento rápidamente—. Esta es mi primera noche de vuelta
en Jorvik en dos años. La maldita moza no es mi responsabilidad.
—Oh —dijo Sigtrygg suavemente—, pensé que ella llegó en una de vuestras naves.
—Eso no está probado.
—Tampoco fue desmentido. —El desagrado sonó en la voz de rey.
El humor de Sigtrygg había cambiado otra vez, al lado malo.
Olaf dio un paso adelante dirigiéndose al rey.
—¿Y si ella es de verdad pariente de Hrolf? ¿No deberíamos asegurarnos? ¿No
tenemos suficientes problemas con los sajones sin llamar la atención de un hombre tan
poderoso sobre nosotros? ¿Podemos darnos el gusto de ofender a nuestros amigos?
¡Cierto! Ruby levantó los ojos agradecidamente hacia Olaf. Luego se volvió hacia
Thork cuyos labios reflejaban su irritación por la interrupción de Olaf. Ella articuló
silenciosamente: “Traidor”.
Su mandíbula se tensó pero no dijo nada. Aparentemente el comentario anterior sobre
sus hijos aún le dolía, como también la poco grata atracción hacia ella.
Ruby juró que Thork pagaría por abandonarla así. ¡Abandonarla! ¡Ja! Justo como Jack,
pensó Ruby. Aunque no tenía tiempo de continuar esa línea lógica porque Sigtrygg estaba
rugiendo como un león de montaña, enfadado de nuevo.
—¡Silencio! —gritó sobre el escandaloso murmullo de voces discrepantes en el
vestíbulo—. ¡Suficiente!
Cuando el silencio absoluto se apoderó de la cavernosa habitación, proclamó:
—El destino de la esclava será decidido en el Althing del mes próximo. Mientras
tanto, la pongo bajo el hábil cuidado de Thork Haraldsson.
Sigtrygg miró fijamente a Thork, retándolo a no estar de acuerdo.
—Vigiladla con cuidado Thork —continuó Sigtrygg—, pero tratadla con respeto
debido a que es la nieta de Hrolf, en caso de que su historia sea cierta.
¡Nieta! Ella nunca dijo “nieta”. ¡Oh, bueno! Un punto discutible, en realidad. Con
suerte se despertaría antes de que tuviese que presentar su caso.
Iba a despertar pronto, ¿no es cierto?
Las personas se dispersaron en pululantes grupos por todo el vestíbulo y los hombres
vikingos engulleron los enormes barriles de ale, incluyendo a Thork. Los ojos de él la
penetraban sobre el borde de su cuerno de beber, advirtiéndola sobre una conversación
futura. Luego gesticuló hacia Olaf, quien entregó a Ruby sus ropas y zapatos.
—Llevaremos a la muchacha a vuestro hogar en donde añoro ver a mis… —las
palabras de Thork se perdieron en el aire mientras los dos hombres intercambiaban
miradas cautelosas—. Os daré una hora o dos para que le demostréis a vuestra esposa
cuánto la habéis extrañado —continuó Thork con una sonrisa lasciva—. Luego debemos
volver al puerto para supervisar la descarga del barco.
—Yea, si conozco a Selik, ahora mismo yace entre las piernas de una mujer en vez de
en el embarcadero que es en donde debería estar.
Thork y Olaf se rieron.
—Debo ir a la casa de mi abuelo en Northumbria en la mañana. Dar me esperaba hace
semanas. Sé que cuidareis a la muchacha hasta mi regreso.
—¿Dormiréis esta noche en mi hogar?
Thork dudó.
—Nay, sería poco prudente.
De nuevo, él y Olaf compartieron un entendimiento secreto con asentimientos de
complicidad.
—¿Cuándo regresareis? —el rostro de Olaf no traicionaba ninguno de sus sentimientos
porque le hubiesen arrojado a Ruby en el regazo.
—Dos… tres días.
¡Tres días! Ruby se encogió ante la perspectiva de una vida sin Thork, incluso por tan
solo unos días.
—Thork, no puedes abandonarme así. Debemos hablar. Tú eres mi esposo. De verdad
lo eres. Llévame contigo.
—¡En el ojo de un cerdo!
Lágrimas llenaron los ojos de Ruby por su cruel trato. Ella se las quitó con el dorso de
la mano.
—¿No te importa lo que me suceda?
—¡Ni una pizca!
¡El cabronazo! ¿Cómo podía sentirse tan atraída y repelida por este hombre al mismo
tiempo? se preguntó Ruby.
—No eres para nada como Jack.
—Bien.
—Pensándolo bien, ni siquiera eres tan apuesto —mintió Ruby con petulancia infantil.
—¿Creéis que me importa si le atraigo a una joven impertinente como vos? Pienso que
sois un renacuajo de una camada de clase baja y deberíais haber sido ahogada al nacer
como el gato escuálido que sois.
—Por qué, tú, tú…
—¿Os habéis quedado sin palabras, mieldebrezo? —preguntó Thork pellizcando su
trasero insolentemente mientras pasaba—. ¡Por las uñas de los pies de Thor! Vuestra
lengua silenciosa debe ser lo mejor que me ha pasado en todo el día. —Abrió la puerta y
llamó sobre su hombro a Olaf con una sonrisa—. Buena fortuna, mi amigo. Me encontraré
con vos en el patio después de que me despida de Sigtrygg. Me parece que no os hice
ningún favor poniéndola bajo vuestro cuidado.
—¿Amigo? —refunfuñó Olaf—. No hay nada de amistad en esta tarea que ponéis
sobre mí. Más bien castigo.
La risa de Thork hizo eco detrás de él mientras partía, abandonando a Ruby y a Olaf.
A Ruby el corazón le dolía mientras veía a Thork alejarse. Él iba a abandonarla.
Extrañamente, a pesar de la insufrible naturaleza de esta versión vikinga de su esposo, se
sentía como si Jack estuviese dejándola de nuevo. El dolor no mejoraba la segunda vez.
Thork probablemente no fuera su esposo. Él no podía ser su esposo, pero Ruby se
sentía despojada, cuando pareció que su único enlace con la realidad se astillaría con la
partida de Thork de Jorvik.
Viendo la decepción en el rostro de Ruby, Olaf le advirtió.
—Vuestros ojos revelan hacia dónde se inclina vuestro corazón, pequeña. Es mejor
resguardar vuestras emociones de alguien como Thork. Las mujeres significan poco para
él más allá de la ropa de cama.
Ruby miró hacia Olaf, en cuyas manos parecía yacer su destino ahora y preguntó con
optimismo.
—¿Te he dicho que vengo del futuro?
Olaf literalmente gruñó, la agarró del brazo y la llevó hacia la puerta.
—Decídselo a mi esposa Gyda. Probablemente os golpeará en la cabeza con su
cucharón de cocinar. Si acaso entonces tendremos un poco de bendito alivio.

4
Capítulo

RUBY prácticamente corrió para mantenerse a la par de las largas zancadas de Olaf y
Thork, mientras se dirigían a través de las calles a la casa de Olaf. Por lo visto estaba a las
afueras de la ciudad.
Trató de hacerles preguntas sobre las intrigantes cosas que veía: los rudimentarios
edificios cubiertos de paja con aleros de madera exquisitamente esculpida, las flautas de
pan y los juegos de mesa jugados por rubios niños en los umbrales de las entradas, los
artesanos construyendo mobiliario fino y joyas, un pueblo ocupado y laborioso por todas
partes; pero ellos contestaban con monosílabos o nada en absoluto.
Un objeto agudo arañó la planta del dolorido pie de Ruby y ella se detuvo. Tercamente
se dejó caer en un banco, en el lado sombreado de la tienda de un ebanista, Ruby esperó a
que Thork y Olaf notasen que se había quedado atrás. Lo que no tomó mucho tiempo.
—¿Qué travesura planeáis ahora? —preguntó Thork de modo amenazador.
—Ninguna. Sólo una piedra en mi zapato, un costado dolorido y dos hombres que
piensan que estamos en la maratón de Boston.
—¿Maratón?
—No importa.
Ruby se quitó la zapatilla de correr, con el presentimiento de que iba a tener que decir
esa frase muchas veces antes de que este sueño terminase.
Thork se paró con las piernas separadas, cambiando con impaciencia de un pie a otro.
—Poneos el maldito zapato y dejad de remolonear.
—No estés tan jodidamente cabreado —refunfuñó Ruby.
Olaf los miró a ambos con diversión.
—Esos zapatos no deben valer para nada en una tormenta o en medio de una batalla —
comentó Thork, con desdén—. Una espada podría cortar fácilmente el material.
Ruby no podía menos que sonreír.
—Tienes razón. No valdrían mucho en una batalla, pero son fantásticos para el
footing.
—¿Jigging? ¿Qué demonios es eso?
—No, tonto. Dije footing. Te lo enseñaré. Vamos.
Ruby tomó la calle en la dirección que habían estado siguiendo. Tomados por sorpresa,
a Thork y Olaf les llevó unos instantes comprender que se estaba escapando de ellos. Unos
segundos más tarde la alcanzaron. Agarrando su antebrazo fuertemente, Thork la hizo
detenerse.
—¿Pensáis que os escapareis de mí? ¿Me dejareis para que responda ante Sigtrygg?
—No —Ruby protestó—. Sólo te mostraba qué es el footing. Es lo que la gente,
hombres y mujeres, hacen para ejercitarse en mi país —consciente de su enfado, lo
aguijoneó sacando el brazo de su agarre y haciendo footing alrededor de él, en círculo,
para demostrarlo.
—¡Por la sangre de Thor! —exclamó Thork—. ¿Por qué haría la gente semejante
cosa? ¿Vuestros hombres no utilizan sus cuerpos cada día con el trabajo duro o con la
instrucción militar? ¡Y las mujeres! ¡Es indecoroso que las mujeres corran así!
Ruby comenzó a contestar, pero sabía que sería inútil. ¿Cómo podría explicar que los
hombres de su tiempo a menudo trabajaban en oficinas, donde estaban sentados todo el
día, que el servicio militar era voluntario y que el mayor ejercicio que algunos hombres
hacían era golpear una pequeña pelota con un palo en un campo de hierba? ¿O que las
mujeres modernas hacían muchas cosas que les parecerían impropias a los hombres
vikingos? Se encogió de hombros.
Thork la miró con indignación.
Su fría evaluación la hirió.
—No te crees que estemos casados, ¿verdad?
Thork dio un grosero resoplido.
—¡Ja! Mejor os olvidáis de esa mentira. Nieta de Hrolf, puede que algunos lo crean,
pero, ¿casada conmigo? ¡Nunca! —Le mostró una sonrisa burlona—. Quizás sintáis deseo
después de estar conmigo. En verdad, muchas mujeres lo hacen. Acaso vuestra sangre
caliente hizo que me siguierais desde vuestra tierra a la nuestra. Pero nunca me casé con
ninguna mujer y menos con alguien como vos.
—¡Vaya, machista ególatra! ¿Qué tengo de malo?
Thork le dio un desdeñoso vistazo de pies a cabeza.
—¡Por las uñas de los pies de Thor, muchacha! Sois varonil, con vuestro pelo corto y
vuestra actitud audaz. Y tenéis poca carne en los huesos, nada que acomode suavemente a
un hombre cuando se hunde en vuestra vagina. A un hombre le gustan las mujeres más
suaves, más femeninas.
—Vi la mirada en tus ojos cuando estabas en la sala —discutió Ruby, a pesar de su
vergüenza—. No eras inmune.
—¡Bah! ¿Esperabais menos? ¡Por la sangre de Thor! Levantasteis los mástiles de
todos los hombres que había en el salón de Sigtrygg cuando os quitasteis la ropa y os
pavoneasteis con aquellas escandalosas ropas interiores.
Sus brillantes ojos la evaluaron abiertamente, recordándole que él sabía exactamente
lo que había bajo su camisa y pantalones.
—¡Mástiles! ¡Pavonear! —escupió Ruby. Luego sonrió y lo miró de la misma manera.
Conocía a este hombre por dentro y por fuera. Había aprendido sus gustos sexuales a
partir de años de práctica. ¿A quién trataba de engañar?—. Te equivocas si crees que no
puedo atraerte —desafió ella con su barbilla levantada arrogantemente—. O que nunca te
casarías conmigo. Sé más sobre tu libido sexual, machote, que cualquier mujer viva.
¿Quieres hacer una pequeña apuesta?
—¿Una apuesta? —aulló Olaf, riéndose de los dos— ¿No entendéis lo que Thork
quiere decir, muchacha? Los hombres hacen apuestas, no las mujeres.
—Por todos los dioses, debo admitir que nunca me he encontrado a nadie como vos
antes —Thork movió su cabeza con asombro.
—Bien, ¿es esto una apuesta?
—Nah, no apuesto con mujeres, sobre todo cuando se trata de una victoria segura para
mí.
Ruby se alegró de ver una nota de incertidumbre en sus ojos, a pesar de sus palabras
de gallito.
—Venga —urgió Olaf con impaciencia—. Hace dos años que me fui de Jorvik y estoy
ansioso por ver a mi esposa de nuevo —dijo moviendo sus cejas provocativamente.
Después de caminar más de un kilómetro por las estrechas calles de la ciudad, llegaron
a un área menos poblada donde los edificios eran más grandes y estaban situados más
separados. Se pararon ante la más grande de aquellas enlucidas casas de caña y barro, con
techo de paja como el resto pero distinta de las otras por una esculpida puerta de roble, un
alero también tallado y un inmaculado cuidado en las edificaciones anexas. Una alargada y
cuidada parcela cubierta de hierba conducía hacia abajo, al río.
De repente la puerta se abrió de golpe y una multitud de gente joven, estridentemente
chillona, salió revoloteando, todas chicas, yendo en edad desde más o menos los cinco
años, hasta los quince, con cada tono de pelo rojo del espectro.
—¡Padre! ¡Padre!
—¡Por fin! ¡Por fin! ¡Vinisteis a casa!
—¿Qué me trajisteis?
—¿Cuánto os quedaréis?
—Cogedme. Cogedme.
—¿Me llevaréis a un paseo en barco como hacíais antes?
Con una muchacha en cada brazo y las demás arracimadas alrededor de él,
abrazándolo fuertemente, Olaf sonrió extensamente, tratando de contestar cada una de sus
preguntas por turno con paciencia paternal. Finalmente, cuando posó a las dos muchachas
más jóvenes suavemente en el suelo, dijo:
—Muchachas, os presentaré a nuestra invitada.
Le hizo señas a Ruby para que se adelantara y dijo orgullosamente:
—Ruby, estas son mis hijas. —Una tras otra las indicó por orden de tamaño,
comenzando por la más joven—. Tyra, Freydis, Thyri, Hild, Sigrun, Gunnha y Astrid.
¡Siete! ¡Tenía siete hijas!
Una mujer que estaba de pie silenciosamente en la entrada, mirando el alegre
reencuentro de padre e hijas, gesticuló hacia Thork y le susurró algo. Él caminó bordeando
el edificio y desapareció fuera de la vista. Entonces Gyda se giró hacia su marido con una
cálida sonrisa.
La hermosa esposa de Olaf tenía el pelo rubio y trenzado, formando una corona
encima de su cabeza. De la misma edad que Olaf, que parecía estar al final de la treintena,
Gyda era baja, ligeramente rellenita y femenina, definitivamente el ideal femenino del que
Thork y Olaf habían hablado antes.
—Bienvenido a casa, marido —dijo Gyda suavemente, mientras avanzaba.
—Es bueno estar de nuevo en casa —respondió Olaf con una amplia sonrisa y un
destello en sus ojos.
Con un grito, Olaf tomó a Gyda entre sus brazos y la hizo girar en círculo, abrazándola
cariñosamente. Gyda sepultó la cara en su cuello, agarrándose a sus hombros fuertemente,
mientras sus faldas se balanceaban al aire. Cuando ella levantó sus llorosos ojos, Olaf la
besó profundamente, puso un brazo bajo sus rodillas y la llevó con resolución hacia la
casa, dejándolas absolutamente solas afuera.
Ruby se giró avergonzada hacia las niñas que estaban a su lado, esperando que no
hubiesen oído a Olaf preguntarle a su esposa de modo significativo, tras la puerta cerrada:
—¿Queréis ver el regalo que tengo para vos?
Pero las muchachas no eran tímidas en absoluto. La muchacha mayor, Astrid, dijo a
Ruby descaradamente:
—Les gusta darse la bienvenida el uno al otro en privado.
No había ninguna pregunta, la muchacha sabía exactamente lo que sus padres hacían.
—¿Queréis ver a los patos en el río? —preguntó esperanzada la muchacha más
pequeña, Tyra, que tenía aproximadamente cinco años.
Cuando Ruby asintió con la cabeza, la niña sonrió de manera encantadora, mostrando
que le faltaban los dos dientes delanteros. Puso su pequeña mano en la de Ruby y tiró de
ella hacia un lado de la casa.
El corazón de Ruby dio un vuelco. Siempre había deseado una niña propia, una justo
como la desdentada Tyra, que inocentemente había ofrecido a Ruby su primera verdadera
bienvenida a esta tierra extranjera, una hija a la que pudiera mimar con vestidos de
volantes y baños de espuma con aromas florales, una hija que llorase con ella con las
películas tristes, que compartiera su amor por la costura.
Ella y Jack deberían haber tenido otro hijo. Aquel repentino pensamiento sacudió a
Ruby. Siempre habían pensado tener más hijos, pero una vez que ella había comenzado su
negocio de lencería y la recesión había golpeado el mercado inmobiliario, nunca parecía
ser el momento correcto. Ruby no podía recordar la última vez que habían hablado de ello.
¿Era ya demasiado tarde? ¿Era demasiado vieja? ¿Todavía querría Jack más niños?
Eso realmente era un punto discutible, a menos que Jack volviese. O si ella nunca volvía
al futuro.
El dolor de cabeza de Ruby volvió a golpear con fuerza. Sacudió la cabeza para frenar
sus extraviados pensamientos.
Rodearon la casa y caminaron por delante de un pozo y de una fosa séptica cubierta,
entonces bajaron la mullida cuesta hacia el río. Las curiosas hermanas de Tyra las
siguieron justo detrás de ellas, como si fuesen patos, con sus largos y coloridos vestidos
cubiertos por almidonados delantales blancos.
Ruby se sentó en un robusto banco de madera en la orilla, mientras Tyra metía la mano
profundamente en el bolsillo del delantal y sacaba un puñado de migas de pan.
—¿Queréis dar de comer a los patos?
—Oh, sí —contestó Ruby con entusiasmo, notando ociosamente cómo las cosas más
pequeñas hacían felices a los niños.
¿Qué le pasaba a la gente cuando se hacía adulta, que perdía esa capacidad de saborear
los pocos regalos de la vida; una hermosa puesta de sol, un niño riendo, patos caminando
en una tarde de verano, el amor de un hombre bueno?
Docenas de patos pronto convergieron en la escena. Las muchachas se reían
alegremente de las payasadas de los glotones animales, que se empujaban los unos a los
otros en sus esfuerzos por conseguir la comida.
Las muchachas se fueron acercando poco a poco al banco y finalmente Astrid, la
muchacha mayor, sentada al otro lado del banco preguntó:
—¿Ha dicho padre que vuestro nombre era Ruby?
Ruby sonrió.
—Sí. Ruby Jordan.
—¿Como la joya?
—Sí.
—Oh. Jamás he oído que se usase como nombre.
—Muchas muchachas tienen nombres de joyas en mi país —explicó Ruby—, como
Emerald, Opal, Pearl, Garnet y Jade. Pero en realidad, no me pusieron el nombre por la
joya. Mi madre nos llamó a mí y a mi hermana…
Nunca consiguió terminar su explicación porque unos graznidos salvajes comenzaron
y Tyra vino subiendo rápidamente la ribera, quejándose de que un pato casi la había
mordido, sólo porque ella había sostenido la última corteza fuera de su alcance.
—Sabes, Tyra, tus migas de pan me recuerdan una historia que a mis hijos les
encantaba sobre un muchacho y una muchacha que fueron abandonados en el bosque,
aunque ellos tenían un plan, ¡te lo puedes creer!, que incluía migas de pan. ¿Quieres oír la
historia?
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Me encantan las historias! ¡Casi tanto como los patos! ¡O los
cachorros! ¡O las tartas de fresa!
—¡Chitón! Tyra —dijo una de sus hermanas.
Ya se habían acercado todas y al parecer Tyra no era la única a la que le encantaban los
cuenta-cuentos. Unas se deslizaron en el banco al lado de ella y otras se sentaron enfrente,
en la hierba.
—El nombre de mi historia es Hansel y Gretel —comenzó Ruby—. Érase una vez…
Cuando terminó la querida historia de los niños, las muchachas le pidieron que la
repitiese.
—¿Os quedaréis con nosotras mucho tiempo? —preguntó Tyra.
—No lo sé. El rey Sigtrygg tiene la tonta ocurrencia de que yo podría ser una espía de
un enemigo llamado Ivar.
—¡Ivar el Vicioso! —jadearon simultáneamente varias de las muchachas y se alejaron
de ella con horror—. ¡Una espía!
—A decir verdad, el rey está más interesado en investigar mi declaración de que soy
pariente del vikingo Hrolf de Normandía.
—¿Estáis relacionada con Hrolf? —preguntó Astrid otra vez fascinada—. Le vi hace
años en Hordaland. Era enorme. Incluso más alto que mi padre. Y hermoso como todos los
dioses. —Entonces se sonrojó ante su excesiva prodigalidad.
—Muchachas, vuestra madre necesita vuestra ayuda —llamó Olaf desde detrás de la
casa.
Sus hijas se dieron la vuelta y corrieron hacia lo alto del jardín para abrazarlo otra vez.
Ruby se rió al oír ciertos nombres mezclados en su excitada charla, como Hansel, Gretel,
Ivar, Hrolf y Ruby.
Olaf levantó los ojos interrogando a Ruby después de que las muchachas entraran en la
casa por una puerta trasera. Bajó por el jardín, pareciendo muy contento consigo mismo y
se sentó en el banco al lado de ella con las piernas extendidas, totalmente relajado.
¡Hombres! Eran iguales a todas las edades. Dales un poco de amor y se convertían en
arcilla. Como de la nada, una preocupante idea se arrastró por la mente de Ruby. Tal vez
debería haber tenido mucho más de eso con Jack durante el año pasado. De hecho, no
había ninguna duda al respecto.
Enviando el pensamiento culpable al fondo de su mente, Ruby se giró hacia Olaf y
dijo:
—Así que es así de bueno estar de nuevo en casa, ¿eh?
—Mejor —respondió y sonrió con satisfacción.
Entonces añadió:
—En mi entusiasmo por estar en casa me he olvidado de tomar precauciones sobre
vos. He tenido suerte de que no os escaparais. En el futuro, uno de mis criados os vigilará
siempre.
—¡Ja! Eso no es necesario. ¿Dónde iría? ¿Abajo al puerto? Ya me veo intentando
entrar de polizón en un barco con destino a América. ¡Probablemente ni siquiera está
descubierta, por amor de Dios!
Olaf movió la cabeza al oír sus extrañas palabras.
—Seguís insistiendo con estas historias inverosímiles. ¿No os advirtió Sigtrygg sobre
eso?
—Sí, pero no pensé que te opondrías.
—Pues lo hago y sobre todo con mis niñas.
Olaf se levantó para volver a casa cuando la atención de Ruby se desvió hacia Thork,
que se acercaba río abajo acompañado por dos pequeños muchachos con cañas de pescar
sobre los hombros.
Cuando los muchachos, de aproximadamente ocho y diez años, vieron a Olaf, se
lanzaron a correr, llamándolo por su nombre. Al acercarse los muchachos morenos, el
corazón de Ruby comenzó a golpear como un loco. ¡No podía ser posible! ¡Oh, mi Dios!
Se veían justo como lo habían hecho sus hijos a aquella edad.
Ruby saltó del banco y corrió hacia ellos.
—¡Eddie! ¡David! ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? ¡Soy tan feliz de veros!
Antes de que pudiesen reaccionar abrazó a cada uno de ellos, provocando que su pesca
cayese al suelo. Ella los sintió apartarse de su abrazo y los vio poner los ojos en blanco
con tono suplicante hacia Olaf y Thork en busca de ayuda.
Se giró aturdida hacia Thork, mientras Olaf les dijo a los muchachos que fuesen a la
casa con él y se lavaran las manos antes de la cena. Ambos muchachos volvieron la vista
sobre sus hombros hacia ella cuando subieron la colina, el mayor con un poco de
hostilidad por su familiar abrazo, el más joven con un curioso deseo.
—Mujer, debéis parar estas tonterías —explotó Thork tan pronto como los muchachos
quedaron fuera de la vista—. Ahora camináis por una línea muy fina entre la vida y la
muerte. Arriesgaos a enfadar a más gente y apuesto a que alguien os dará un empujón.
—Pero, Thork, son mis hijos… nuestros hijos —protestó Ruby con voz ronca,
enjugándose los ojos.
—No, ninguno es vuestro hijo. Son huérfanos que viven aquí con la familia de Olaf.
Detened esos cuentos inmediatamente o seré el primero en cortaros vuestra lengua
mentirosa —declaró Thork furiosamente.
Ruby lo miró desafiante.
—Amenázame todo que quieras, pero conozco a mis propios hijos cuando los veo.
Sus ojos la quemaron con su fuego azul.
—Moza, no habéis visto los inviernos suficientes como para tener un hijo de diez
años. Y no os tendré asustando a los muchachos o a la familia de Olaf con semejante
tontería.
—Thork, tengo treinta y ocho años en mi otra vida. Traté de explicarte antes que…
—Juro, por la cabeza de Odín, que si seguís os cortaré la cabeza yo mismo.
—No hay ninguna manera en el mundo de que puedas convencerme de que esos
muchachos no son tus hijos.
—¡Argh! —Thork puso ambas manos en la cabeza y frustrado se tiró del pelo. Luego
la cogió por los hombros—. Escuchadme y escuchad bien, moza. No debéis repetir esas
palabras a nadie. Si valoráis las vidas de esos muchachos, aceptareis que ellos son meros
huérfanos y nada más.
Perpleja, Ruby lo contempló durante un momento. Entonces asintió vehementemente:
—No lo entiendo, pero te doy mi palabra de no revelar tu paternidad.
Él consideró su promesa, luego asintió con la cabeza. Siguieron andando hacia la casa.
Cuando estaban casi allí, Ruby no pudo evitar preguntar:
—Afirmáis ser soltero. ¿Quién es la madre de los chicos?
Thork movió la cabeza con disgusto por su persistencia, pero, sorprendentemente, le
contestó.
—Thea, una esclava sajona, era la madre de Eirik. Murió en el parto. Asbol, una
princesa vikinga, abandonó a Tykir cuando tenía dos meses. Quizá aún vive. No lo sé —se
encogió de hombros desinteresadamente—. Buscaba un matrimonio más noble del que yo
podía ofrecer, aunque yo no estaba dispuesto.
—¿Por qué no viven los muchachos contigo?
Thork se paró repentinamente, poniendo su mano en el asa de cuero de la puerta y la
apuñaló con ojos helados.
—Porque no los quiero.
Ruby se llevó una mano a la boca horrorizada y quiso preguntar más, pero Thork
escupió con frialdad:
—Decidle a Olaf que estoy en el granero ensillando nuestros caballos. Le esperaré allí
fuera.
Entonces la empujó por la puerta rudamente.
¡Thork tenía dos hijos ilegítimos! ¡Y no los quería! ¿Qué tipo de hombre era? Jack
amaba a sus hijos hasta la locura. Esto demostraba a Ruby, cuando nada lo había hecho
antes, que Jack y Thork debían ser dos personas diferentes.
Ruby le dio a Olaf el mensaje. Él la presentó rápidamente a su esposa antes de darle a
Gyda un beso rápido en la mejilla y salir corriendo.
El gran salón de Olaf, de aproximadamente treinta metros de longitud, tenía un hogar
independiente con forma rectangular en su centro de aproximadamente tres metros de
largo por uno de ancho, a un metro del suelo y abierto por todos los lados. Obviamente
servía tanto como fuente de calor como de fuego para cocinar para la casa. El humo se
escapaba por un agujero en el techo alto.
Gyda mantenía la casa inmaculada, incluyendo los limpios y fragantes juncos que
cubrían el suelo de tierra prensada. Ni una pizca de desorden se veía por ningún lado. La
casa vikinga almacenaba eficazmente utensilios de cocina y platos de madera en clavijas y
anaqueles construidos cerca de la chimenea, así como colgando de las vigas del techo. Las
tinas de madera y los barriles que contenían mantequilla, queso, cuajadas y leche estaban
expuestos cerca del área de cocinar.
Las cortinas de tela tejidas colgaban en las paredes para resistir las corrientes que
inevitablemente penetraban en el cuarto durante el invierno. Los bancos estaban
construidos a lo largo de las dos más largas.
Los espaciosos dormitorios estaban situados en el segundo piso, a ambos lados del
salón. Debajo, en uno de los fondos de la primera planta, había habitaciones para dormir
más pequeñas, probablemente para las dos mujeres y los tres hombres esclavos que Ruby
había visto trabajando alrededor de la sala, poniendo mesas de caballete y posando platos
y lámparas de aceite. En el otro extremo, un telar y una rueca dominaban una acogedora
zona de descanso, que contenía media docena de sillas con reposabrazos cubiertas de
suaves cojines.
Eirik y Tykir jugaban una especie de juego de mesa a un lado de la habitación. Aunque
llevaban puesto el mismo pantalón suelto y camisa de tela hecha a mano, se habían lavado
la cara y se habían peinado hacia atrás su pelo demasiado largo y mojado. Ruby anhelaba
ir hacia ellos, pero se paró ante la mirada de advertencia de Gyda.
Cuando Gyda terminó de dar instrucciones a las dos criadas para la preparación de la
comida, le dijo a Ruby:
—Os doy la bienvenida a mi casa, Ruby. Tyra os mostrará una cámara de invitados
donde podéis refrescaros antes de la cena.
Tyra condujo a Ruby escaleras arriba a la pequeña cámara que debía ser su hogar por
el momento. El sencillo cuarto, parecido a una celda, tenía sólo un pequeño camastro, un
arcón para guardar la ropa y una mesa de madera que sostenía una jarra de cerámica y una
palangana llena del agua, así como una lámpara de aceite. Dos toallas de lino estaban
sobre una silla.
—Madre dice que no debo molestaros —comentó Tyra, quedándose en la entrada,
esperando obviamente a que Ruby la invitase a quedarse.
—Oh, no creo que un tesoro como tú pudiese ser un fastidio —declaró Ruby
sinceramente—. Eres demasiado dulce.
Tyra dirigió otra de sus atractivas sonrisas desdentadas y preguntó:
—¿Cuántos hijos tenéis?
—Dos muchachos —contestó Ruby sin vacilar—. Eddie y David.
—¿Los echáis de menos?
—Muchísimo
Ruby no había tenido mucho tiempo para hablar extensamente de sus hijos. Su
corazón dolía ante la perspectiva de no verlos nunca más. ¿Cómo podrían manejarse sin
ella? Por supuesto, Jack vendría a casa, pero, ¿pensarían que ella estaba muerta? ¿O qué?
¡No! Ruby rechazó pensar en todo eso ahora. La supervivencia era la prioridad número
uno. Después de eso, encontraría un modo de volver al futuro. Si fallaba, entonces y sólo
entonces trataría de alguna manera con su pérdida.
Justo como tendría que tratar con su separación de Jack. ¡Oh, Señor! ¿Solo hacía unas
horas desde que él la había abandonado? ¿O hacía una vida?
—¿Me contareis la historia de Hansel y Gretel otra vez? —pidió Tyra dulcemente—.
¿Después de la cena?
—Por supuesto, amor… si tus padres lo ven bien. Pero podría no gustarles el que os
contase historias.
—¡No! —dijo Tyra rápidamente—. Ellos adoran los cuentos. Todos nosotros lo
hacemos.
Después de que Tyra se marchase, Ruby se quitó la ropa y se lavó por todas partes con
la toalla de lino y un jabón blanco, no perfumado, del tipo de cenizas de madera que su
bisabuela hacía para lavar la ropa. Después de vestirse, Ruby fue abajo donde la comida
estaba siendo colocada sobre las mesas.
Olaf, que acababa de volver, se sentó a la cabeza de la mesa, con Gyda a su derecha y
Ruby a la izquierda. Las muchachas se sentaron a ambos lados de la mesa de caballete y
los hijos de Thork se sentaron más allá.
Olaf explicó torpemente, cambiando rápidas miradas de vergüenza con su esposa, que
Thork se había quedado en la ciudad y se pasaría por la casa por la mañana antes de
continuar a la finca de su abuelo. Ruby se sintió desanimada al ver una mirada de
desilusión en las caras de Tykir y Eirik. Y tampoco podía negar cuánto lo echaba de menos
ella misma.
Antes de cenar, Ruby se sorprendió al ver que todos inclinaban la cabeza.
—Gracias, Señor, por esta buena comida… y por traernos al marido y padre a casa sin
peligro —dijo Gyda.
—Y gracias Odín y Thor, también, por nuestra fortuna —añadió Olaf irónicamente.
El asombro del Ruby de su mención de dioses tanto cristianos como nórdicos debió
haberse reflejado en su cara.
—Practicamos ambas religiones aquí —explicó Olaf—. El bautismo a la fe cristiana es
el precio que la mayor parte de los vikingos paga por instalarse en tierras extranjeras.
Sobre todo, es un recurso político, nada más.
—No, marido, algunos de nosotros somos verdaderos conversos —discutió Gyda.
La conversación informal fluyó a lo largo de la cena, una comida sencilla y deliciosa,
incluyendo un plano pan ácimo llamado bannock, que Ruby aprendió era horneado
diariamente por los vikingos. Incluso los niños hablaban libremente mientras la familia se
ponía al corriente de todas las noticias que habían pasado mientras Olaf estuvo ausente.
Gyda habló de muertes inesperadas, nuevos bebés nacidos, nuevos matrimonios y del
crecimiento de la ciudad.
—Se cree que ahora hay más de treinta mil adultos que viven en Jorvik. ¿Podría ser
verdad? —preguntó Gyda a su marido.
—Acaso es una exageración, pero es un hecho que la ciudad crece como las malas
hierbas. Al menos, hay todavía algún orden dentro del crecimiento. Noté, cuando
caminábamos desde el palacio, que el diseño gate está siendo seguido de una manera
ordenada.
—Sí. Ahora tenemos Coppersgate, Petergate, Andrewgate, Skeldergate, Bishopgate…
Ruby interrumpió:
—¿Qué significa «gate»? En mi tierra, una gate es una puerta en una valla.
—«Gate» es la palabra nórdica para calle —explicó Olaf—. Es como llamamos a
nuestras carreteras.
Los niños le dieron a Olaf todas sus noticias importantes. Tyra lució sus dientes
ausentes y habló de cinco gatitos nacidos sólo la semana pasada, de una vieja gata que por
lo visto había estado por allí antes de que Olaf partiera en su viaje. Astrid preguntó
tímidamente sobre el hermoso Selik, lo que pareció desconcertar a Olaf. Las otras
muchachas parlotearon sobre talentos aprendidos, heridas menores, chismes y bagatelas
que querían comprar.
Los hijos de Thork permanecieron silenciosos, excepto para susurrar entre sí. Parecían
una parte de esta cálida familia, pero un poco aparte. Solos, pensó Ruby. Ellos eran niños
abandonados.
¿Cómo podía Thork irse durante dos años y no pasar su primera noche con sus hijos?
¿Por qué vivían con la familia Olaf? ¿Si Thork no podía cuidar de ellos por sí mismo, por
qué no el abuelo Dar, qué Thork había mencionado? Algo pasaba aquí. Ruby sacudió su
cabeza con confusión, determinada a llegar al fondo del misterio. Ella ansiaba ayudar a los
muchachos, pero recordó la advertencia de Thork. ¡Más tarde!, se juró. Más tarde iría
hacia ellos, se prometió Ruby. Sin embargo, no veía la hora de que Thork regresara. Tenía
unas pocas y precisas palabras que decirle.
—¡Thork! —exclamó Olaf de repente y todos se giraron sorprendidos hacia la entrada,
donde el caprichoso vikingo de Ruby estaba de pie con los amplios hombros apoyados
contra la jamba de la puerta y los brazos cruzados sobre el pecho, escuchando con
diversión la doméstica conversación.
—Dijisteis que os quedarías en el palacio esta noche —acusó Olaf.
En verdad, Thork no podía creer que hubiera vuelto a casa de Olaf en contra de su
mejor juicio. Durante años había seguido una sabia política de evitar a sus hijos en público
o delante de forasteros como Ruby. No podía dejar a sus enemigos saber que éstos eran el
fruto de sus lomos. ¡Santa Freya! Su hermano Eric mataría a los muchachos en un
santiamén para proteger su ascensión. O si pensaba que podría hacer daño a Thork en el
proceso.
Esto era culpa de Ruby. Ella había tejido su magnética red de sirena sobre él y por
alguna razón inexplicable se había sentido obligado a volver a casa de Olaf. Contactó
visualmente con la misteriosa moza y sintió una intensa oleada de calor en su interior.
Inhaló bruscamente.
¿Por qué le afectaba así la marimacho? No podía ser por su cuestionable belleza. Era
bastante atractiva, pero, en verdad, conocía a muchas mujeres más agradables de
contemplar, aunque ni la mitad de tentadoras. Quizás era la manera en la que a veces lo
miraba con el corazón en los ojos, pensando que él era su marido.
Probablemente sea que he estado demasiado tiempo sin una mujer y debería sacar mi
mente de mis calzones, se reprendió Thork. ¡O de los suyos!
Enredarse con esta mujer significaba puro y simple peligro, para ella, para él, para sus
hijos, para la familia de Olaf. Y aun sabiéndolo, había desafiado las campanas de
advertencia de su cabeza y había vuelto de todos modos.
—¿Thork, qué hacéis aquí? —preguntó Olaf—. Dijisteis que no os vería hasta la
mañana.
Thork lanzó una secreta mirada de advertencia a Olaf. Deliberadamente evitó mirar a
sus hijos, justo cuando comprendió tristemente que los muchachos no podían esconder su
alegría ante su inesperado regreso.
Gyda se levantó para conseguir otro plato, y Thork tomó su asiento enfrente de Ruby.
Todos en la mesa lo miraron boquiabiertos, claramente sorprendidos por su inusual
comportamiento. ¡Por los oídos de Odín! Debería levantarse ahora mismo y volver al
castillo, donde podría aliviar toda esa presión que hervía dentro de él en los brazos de
Esle.
En cambio, Thork estudió a Ruby intensamente y dijo con una voz más ronca de lo
que pretendía:
—Cambié de opinión.
El sincero placer de Ruby por su presencia lo desarmó y las puntas de sus dedos
tamborilearon una melodía llena de tensión sobre la mesa.
—¡Hummm! —refunfuñó Olaf por lo bajo, reconociendo el rubor carnal de las
mejillas de Ruby y la sensualidad humeante en los labios entreabiertos de su amigo—.
Apuesto que no es vuestra mente, sino otra parte de vuestro cuerpo, un poco más abajo, la
que ha asumido el control —Olaf movió su cabeza y ululó de risa por la incomodidad de
Thork ante su visión demasiado acertada.
Thork le dirigió una mirada amenazante y Olaf finalmente logró someter su alegría,
mientras Gyda colocaba copas de ale delante de ellos y un plato lleno hasta arriba de
comida en el sitio de Thork. Thork comió vorazmente cuando la conversación se reanudó
otra vez alrededor de la mesa.
Cuando los demás apartaron la vista, Ruby susurró, lo suficientemente fuerte para que
sólo él lo oyese.
—Pensaba que estarías de vuelta en el palacio tirándote a la Barbie vikinga del puerto.
—¿Tirándote? ¿Barbie? —Al principio, Thork no entendió sus palabras. Cuando la
comprensión le llegó, una suave sonrisa asomó a los bordes de sus labios—. ¿Queréis
decir Esle? —preguntó inocentemente.
Su sonrisa se ensanchó al ver el cálido color que inundó la cara de la moza de lengua
afilada, que parecía ahora incómoda.
—¡No es que me preocupe con quién duermes! —añadió ella de modo desafiante, y
Thork sintió un profundo tirón en su interior ante el seguro conocimiento de que ella
mentía.
—¡Por las pelotas de Thor! Tenéis una manera directa de hablar.
—No más directa que tus groseras palabrotas vikingas.
Thork se encontró disfrutando de ese extraño combate verbal con Ruby. Frunció el
ceño, concentrado. En realidad, no podía recordar la última vez que se había preocupado
de qué palabras salían de la boca de una mujer, solo de lo que ella hacía con ella. ¡Qué
raro!
Se inclinó hacia delante sobre la mesa y le dijo con voz caliente, sedosa:
—Si tuviese más tiempo para flirtear, moza, quizás disfrutaría con vos.
Ruby giró la cabeza a un lado, tratando sin éxito de esconder su entrecortado aliento y
los labios separados por su franqueza. Finalmente se calmó, pero obviamente no pudo
controlar su curiosidad.
—¿Disfrutar? ¿Cómo?
Thork tomó un profundo trago de ale y puso la copa en la mesa con cuidadosa
reflexión antes de hablar.
—De todos modos, moza —cerró sus ojos durante un segundo por la aplastante
emoción que aquella perspectiva provocaba. Entonces abrió los ojos y mantuvo los suyos
cautivos, casi ahogándose en las profundidades verdosas, antes de repetir con voz ronca—.
De cualquier manera que hayáis imaginado y alguna más.
Después de la comida, la familia se movió al área de descanso para seguir sus
conversaciones. Se instalaron en cómodas sillas o se sentaron sobre la gran alfombra
oriental puesta sobre los juncos. Thork se sorprendió quedándose.
Olaf habló de su viaje. Habían esperado estar fuera durante sólo nueve meses cuando
se fueron a un viaje comercial para el abuelo de Thork, Dar, pero el tiempo y las
complicaciones en algunos pueblos comerciantes del Este ampliaron su viaje. Olaf
mencionó el comercio en los burgos daneses de Hedeby y Birka en Suecia, consiguiendo
pieles y marfil de Rusia, sedas y alfombras finas de Turquía y especias de Oriente.
También habló asqueado de una larga estancia en Jomsborg mientras Thork se unía a su
jomsvikings durante una incursión de seis meses en tierras enemigas.
Thork asentía con la cabeza de vez en cuando, pero añadió poco a la conversación.
Miraba fijamente su copa y de vez en cuando echaba un vistazo subrepticiamente a Ruby.
Se obligó a no mirar hacia sus hijos que se sentaron en el borde del círculo, dolorosamente
consciente de su aislamiento aun cuando él estaba presente. Ésta era la única manera, se
dijo. Había aprendido esa lección por el camino difícil.
—¿Qué es jomsviking? —preguntó Ruby.
Olaf miró a Thork de manera inquisitiva. Thork reflexionó sobre cuánto decir a la
moza. Después de todo, todavía existía la posibilidad de que ella espiase para Ivar o para
Athelstan. Finalmente, contestó con cuidado:
—He sido un jomsviking desde que tenía catorce años. Mentí y dije que tenía
dieciocho años. Los jomsvikings son guerreros escogidos que hacen juramentos de lealtad
a una hermandad de compañeros vikingos. Juramos siempre pensar en la victoria, nunca
decir palabras de miedo…
—¡Oh, Dios mío! —interrumpió Ruby—. Suena igual que Jack y sus filosofías de
pensamiento positivo —les habló sobre algunas cosas malvadas llamadas “las cintas de
Coyote” y al ver la confusión en sus caras, explicó:
—En un tiempo en partes de mi país, los coyotes…
—¿Coyotes? —interrumpió Thork.
—Animales parecidos a un lobo. Planteaban una amenaza para agricultores y
rancheros, entonces el gobierno ofreció una recompensa por ellos, alentando a la gente
para que los matase. Bien, no sólo no los mataron, sino que las estúpidas bestias se
reprodujeron a miles. Los coyotes fueron encontrados vivos con las salvajes trampas
metálicas colgando de sus cuerpos. Algunos todavía vivían sin patas u orejas o a pesar de
heridas serias. La cosa es que los coyotes sobrevivieron, sin importar la adversidad.
—En cierto modo como los vikingos —bromeó Olaf y Thork asintió con la cabeza.
—¿Eres un jomsviking? —preguntó Ruby a Olaf.
—No. Ellos viven en ciudades fortificadas donde ninguna mujer y sólo hombres entre
los dieciocho años y los cincuenta pueden morar.
—Entonces por eso Sigtrygg dijo que Thork pondría en peligro su juramento
jomsviking casándose —Ruby miró a Thork con una nueva comprensión.
—Si yo no estuviera casado, sería un honor ser un jomsviking —añadió Olaf—. Son
muy reverenciados por los escandinavos por su valentía e ideales.
Ruby sopesó las palabras, luego comentó con un poco de risa:
—Los jomsvikings parecen una mezcla entre mercenarios y los caballeros nobles de la
mesa redonda del rey Arturo.
Thork se rió espontáneamente por su analogía.
—Puede que tengáis razón. He oído cuentos de ese señor galés y sus hombres, que
lucharon contra los sajones. Ahora que llamáis mi atención sobre ello, quizás hay
semejanzas, pero hay una diferencia, los jomsvikings son principalmente hombres
solteros, sin familias —puso énfasis especial en aquellas últimas palabras, queriendo que
ella viese por qué sus palabras de matrimonio le habían ultrajado así.
Ruby silenciosamente consideró todo lo que él había dicho, mirando a Eirik y a Tykir
en busca de sus reacciones. Las historias sobre él absorbieron a los muchachos. Thork de
alguna manera sabía que Ruby, al igual que él, notó el mismo anhelo en sus ojos. Ellos
obviamente querían, no, necesitaban, un padre. Pero no podía ser.
Cuándo todos parecieron haber hablado, Olaf preguntó a Astrid:
—¿Tocareis el laúd para nosotros?
Pero Tyra interrumpió:
—No, padre, queremos que Ruby nos cuente su cuento de Hansel y Gretel otra vez.
Olaf miró indulgentemente a su hija y a Astrid para ver si le había hecho daño a sus
sentimientos, pero parecía tan impaciente por la repetición de la saga como su hermana.
Las excitadas muchachas urgieron a Ruby a contar la tonta historia varias veces.
Pronto serían capaces de relatarla ellas mismas e indudablemente, lo harían, reflexionó
Thork, cuando miró a la moza tejer su extraña magia alrededor de todos ellos.
Cuando la animaron a contar otra historia, Ruby dijo:
—Eirik y Tykir, esta historia está dedicada a vosotros dos porque os parecéis a mis
hijos y esta era su historia favorita.
Ambos muchachos brincaron sorprendidos. Por lo visto no se les prestaba tanta
atención muy a menudo, comprendió Thork miserablemente. Ruby provocativa afrontó a
Thork, desafiándole a que la detuviese. Un músculo brincó furiosamente en su mandíbula,
pero Thork no dijo nada, permitiendo a Ruby comenzar:
—Érase una vez un muchacho llamado Pinocho…
Luego Tyra los deleitó al sujetarse la nariz con sus cortos dedos, probando. Debía
haber dicho una mentira recientemente.
—¡Humm! —dijo Thork con irritación a Ruby—. Es una maravilla que vuestra nariz
no se estire hasta aquí —sostuvo un índice aproximadamente a dos pies de su cara—. Con
todas las injurias que decís, si las narices realmente creciesen con cada mentira, la vuestra
necesitaría un cabestrillo para sostenerla.
En realidad, Thork se maravillaba de su talento para contar historias, seguramente una
actividad inocua. Y el corazón de él cayó al observar el placer de Ruby con las sonrisas
que vio extenderse en las caras de sus hijos. Sabía que Ruby pensaba en ellos como sus
propios hijos, cuando era imposible. Los muchachos se sentaron cautivados, olvidando la
soledad y otras preocupaciones. Al menos, Thork tenía que agradecer esto a Ruby.
Pero entonces los ojos de Thork se estrecharon cuando vio un ligero brillo
maquiavélico en los ojos de la moza. ¿Qué pasaba ahora?
—Hay una historia más que olvidé —dijo Ruby, mirando directamente a Thork.
Él trató de advertirle silenciosamente de que empujaba demasiado lejos, pero ella
siguió adelante sin hacer caso, como de costumbre.
—Había una vez un gigante grande y feo llamado Thork y un muchacho llamado Jack
que plantó una judía mágica…
Thork frunció el ceño ante su broma, pero la dejó seguir en cuanto bebió a sorbos de
su copa. Más tarde, ya se la devolvería a esa astuta moza por su audaz comportamiento.
Cuando Ruby retrató al gigante como un estúpido patán que actuaba con torpeza, su
nivel de tolerancia bajó, pero no podía protestar debido a los niños. Cuando Ruby bajó su
voz a un gruñido profundo, imitando exactamente su voz, y cantó: «Fa, fe, fi, fo, fu. Huelo
a carne de niño», los niños chillaron como locos, repitiendo el estribillo tres veces, y
Thork no pudo menos que sonreír indulgentemente.
Ella contó la exasperante historia tres veces. Al final, Ruby lo miró a él
vacilantemente. Compartieron una sonrisa que hizo que el corazón de Thork rugiese
salvajemente. ¿Qué le estaba haciendo esta bruja?
¡Ya era suficiente! Thork se puso de pie repentinamente para irse al palacio, pero sacó
a Ruby aparte primero. Le susurró en su oído:
—Os concedo esta pequeña batalla, moza, pero no la confundáis con otra cosa que una
escaramuza. Pagaréis, y pagaréis bien, al final —con esto, le dio un pellizco rápido en su
trasero deliciosamente redondeado y se marchó, muy contento con su chirriante graznido
de indignación.

5
Capítulo

LA luz del amanecer, entrando a raudales por la ventana sin postigos de su habitación,
despertó a Ruby. Para su sorpresa había dormido profundamente toda la noche. Sin
sueños. Ni tampoco regresó al futuro, notó con pesar.
Ruby usó el orinal de debajo de la cama, al lado del cual había apilado un montón de
pulcros y desgastados pañuelos de lino —el equivalente vikingo al papel de váter. Siempre
se había preguntado sobre eso.
Luego se lavó enérgicamente con el agua fría dejada en la jarra sobre la mesa y se
vistió con las mismas ropas, esperando escabullirse de la casa para su acostumbrada
carrera matutina. Tal vez no fuera capaz de volver a su vida normal, pero esperaba que el
mantenerse fiel a alguna de sus rutinas habituales pondría algo de estabilidad en este
tambaleante mundo en el que había entrado, evitando que se volviera totalmente loca de
atar.
Bajó las escaleras de puntillas, sin llamar la atención de las dos esclavas que ya
trabajaban en la chimenea preparando la comida matutina. La llamada Lise molía el grano
en un arcaico molino de piedra. Bodhil, la otra esclava, amasaba la pasta en una enorme
artesa y sin dejar tiempo para que fermentara enrollaba la masa en panecillos y los
colocaba en una cacerola metálica y circular de mango largo sobre las brasas calientes del
fuego.
Ruby se escabulló por la puerta trasera e hizo unas flexiones de piernas para
calentarse. Luego vio a Tyra saliendo del establo.
—¡Dios mío!, Tyra, ¿qué haces levantada tan pronto? ¡Y sola!
—Nay, no estoy sola. Estoy ayudando a Gudrod con los caballos. Y los gatitos recién
nacidos. ¿Quizás queréis verlos? —le preguntó esperanzada.
—Más tarde, cariño. Ahora mismo voy a hacer footing.
—¿Footing? ¿Eso qué es?
—Correr. Es… —Ruby buscó una palabra sustituta para el ejercicio que Tyra
entendiera. Fallando, dijo—: Correr me hace sentir mejor.
—Ah. También me gusta correr, pero madre dice que no es atractivo para una chica el
galopar por ahí como un potro —Tyra se rió tontamente y añadió—: Pero a veces no
puedo evitarlo.
—Corazón, a todas las chiquillas les gusta correr. Es natural. Pero de donde vengo las
mujeres también lo hacen.
—¿En serio? —Asombrada, miró boquiabierta a Ruby—. ¿Puedo ir con vos?
—Bueno… supongo —Ruby aceptó vacilante. Ya que estarían fuera poco rato, Ruby
asumió que todo estaría bien. Seguramente estarían de vuelta antes de que la familia se
despertara.
Ruby fue a paso lento para que Tyra pudiera mantener el ritmo. Intentó seguir el río
tanto como fue posible y se alejó de la zona comercial.
Incluso tan temprano, los trabajadores habitantes de Jorvik ya estaban en sus
quehaceres. Las esclavas y las amas de casa ya habían hecho la colada y estaban tendiendo
las prendas a secar sobre los arbustos y ramas bajas de árboles. Ruby se preguntó lo que
pensaría Gyda de la sugerencia de levantar un tendedero. No quería abrumar a los
vikingos con sus ideas modernas, aunque un tendedero apenas contaba como un invento
asombroso.
Cuando hubieron ido hasta algunas granjas a las afueras del pueblo, Tyra le mostró a
Ruby una parcela de terreno donde Olaf guardaba animales de granja. Una huerta
magníficamente mantenida ocupaba gran parte del lugar, rodeada por manzanos,
melocotoneros, perales y ciruelos. Pesados racimos de uvas moradas sobrecargaban un
emparrado de uvas.
La familia de Olaf —de hecho, la mayoría de los vikingos que había conocido hasta
ahora— por lo visto eran muy autosuficientes. Ruby encontró esa imagen doméstica difícil
de reconciliar con su imagen de los vikingos como villanos sedientos de sangre surcando
los mares. Aunque al pensar en el rey Sigtrygg, Ruby llegó a la conclusión que
seguramente eran ambas cosas.
Por ejemplo, tomando a Thork. Sin importar lo noble que fuera la profesión de
jomsvikings, a la hora de la verdad era un soldado profesional. Mataba para vivir. A Ruby
se le hizo un nudo en el estómago al pensarlo.
Ruby y Tyra se sentaron en la hierba a descansar mientras se comían una manzana y
un melocotón respectivamente y observaban a las vacas pastando satisfechas en las
inmediaciones. Ruby descubrió a un chiquillo espiando detrás de uno de los árboles.
Sonrió. Tykir las había seguido desde la casa de Olaf.
—Tykir, ven y únete a nosotras —le invitó Ruby cálidamente.
Al principio, Tykir dudó; luego caminó hacia ellas tímidamente. Ruby le ofreció algo
de fruta. Aceptó el melocotón sin dudar y lo mordió con ansias.
De tal padre, tal hijo, pensó Ruby.
Cuando terminó, típico de chico, se limpió la boca con la manga de la camisa y le hizo
un cumplido a Ruby.
—Contáis unas buenas historias.
—Me alegro de que te gusten.
—¿De verdad me parezco a vuestro hijo?
Ruby asintió.
—¿Sois mi madre?
El corazón de Ruby dio un vuelco y casi se rompe ante sus reveladoras palabras.
—Le hace esa pregunta a todo el mundo —interrumpió Tyra con un resoplido
indignado—. La respuesta es siempre la misma. Él no tiene madre.
Ruby sabía que Tyra no tenía la intención de ser mezquina, pero no obstante su
crueldad infantil hirió a Tykir, tan evidente por las lágrimas que llenaron sus ojos. Ruby
puso una mano tierna en el hombro de Tyra y la reprendió con suavidad.
—Eso no es cierto, Tyra. Todo el mundo tiene una madre.
—Lo sé, pero…
—Sin peros.
Ruby no pudo contenerse. Encerró a Tykir en sus brazos y le presionó la cabeza contra
su pecho consolándolo. Thork definitivamente tenía mucho que responder por desatender
a este niño —en realidad, a ambos niños.
—Quizás sería mejor empezar a volver ahora —aconsejó Ruby—. Hemos estado fuera
más de lo que esperaba.
Los tres volvieron haciendo footing a ritmo lento, con los niños respondiendo a todas
las preguntas de Ruby sobre las fascinantes vistas que pasaban. Cuando se acercaron a la
casa, Ruby vio a Gudrod, a un obviamente furioso Thork y a Olaf aproximándose,
mientras Gyda y las chicas permanecían en el exterior de la puerta principal retorciéndose
las manos con preocupación.
—Tyra, Tykir, entrad en casa… inmediatamente —ordenó Olaf con frialdad. Ambos
obedecieron sin preguntar, aunque Tykir volvió la mirada por encima del hombro hacia
Ruby con miedo.
Agarrando el antebrazo de Ruby con rudeza, Thork la arrastró hacia la casa. Los
vecinos permanecían fuera en la calle observando el espectáculo.
—No tienes que arrastrarme. Puedo andar.
—Yea, pero ¿seréis capaz de hacerlo cuando acabe con vos? —La voz de Thork
tembló por la ira.
—No te atreverás a tocarme.
—¿Queréis hacer otra apuesta, moza? —se mofó Thork de modo glacial.
Ruby notó que iba completamente en serio. Sus dedos le sujetaban el brazo como
tenazas, en un doloroso agarre. Trató de soltarse sin éxito. Ruby intentó descifrar las
tormentosas emociones que rabiaban detrás de los penetrantes ojos de Thork. ¿Qué le
había pasado al hombre que la miraba con tanta calidez en la cena de anoche, que le
sonreía con las anécdotas de sus hijos, que la pinchaba juguetonamente antes de irse?
¿Tenía un humor tan impredecible como el volátil rey Sigtrygg?
—Fuisteis advertida repetidas veces sobre intentar huir. ¡Y además, osasteis involucrar
a la hija de Olaf y a mi hijo! —siseó lo suficientemente bajo para que nadie pudiera oírles.
—No seas ridículo. Estábamos haciendo footing.
—¿Yo soy ridículo? Ya veremos quién ríe cuando el látigo os ampolle la espalda de
arriba abajo.
Ruby alzó la cabeza desafiante, pero sus manos temblaron de temor. Seguramente este
hombre que se parecía a su tierno marido nunca la lastimaría. Echó un vistazo de soslayo a
su rígido perfil sin ver debilitamiento en su ira, solo una rigidez en su mandíbula apretada.
Cuando entraron en el patio, Olaf ordenó a Gyda que llevara dentro a los dos niños.
—Castigad a Tyra y a Tykir, o lo haré yo por vos y de los dos seré el peor —le dijo a
su mujer.
Gyda ni siquiera respingó.
—¡No! —protestó Ruby a Olaf—. No les hagas daño. No hicieron nada malo. Fuimos
hasta tu granja. Fue culpa mía.
—Nay, conocen las reglas. Nadie sale de esta casa sin permiso… ¡nunca!
Luego sus otras palabras parecieron penetrar en Olaf y Thork.
—¡La granja! ¿Sabéis lo peligroso que es para los niños vagar tan lejos? —exclamó
Thork—. Nuestros enemigos abundan. A los sajones o a Ivar les encantaría conseguir al
nieto del odiado rey Harald para pedir un rescate, bastardos o no —Thork bajó la voz para
que nadie pudiera oír la mención de sus hijos. La repasó desdeñosamente con sus
brillantes ojos azules—. Pero claro, tal vez esto forme parte de vuestro plan —añadió
después.
Thork continuó arrastrando a Ruby por la casa hacia el establo, con Gudrod y Olaf
siguiendo sus pasos tras ellos. Cuando entraron en el oscuro y empañado establo, Olaf le
dijo a Gudrod con voz entrecortada:
—Reunid vuestras pertenencias.
—Pero, amo…
—No oséis implorar clemencia u ofrecer explicaciones inútiles —dijo Olaf
glacialmente.
Sin comprenderlo, Ruby observó cómo el esclavo caminaba temeroso pero con oscura
resignación en su rostro, hacia el pequeño cubículo donde aparentemente dormía. Sólo una
vez, alzó la vista y le lanzó una mirada de odio total, evidentemente la culpaba de su
destino. Luego puso sus lastimosamente escasos suministros de ropas y enseres personales
en un gran cuadrado de tela y ató con un nudo los cuatro extremos.
Haciendo señas a Gudrod hacia la entrada, Olaf se dirigió a Thork:
—Llevaré al mozo al puerto y lo venderé al primer comerciante de esclavos que vea.
Thork asintió severamente.
—¡No! —gritó Ruby cuando se dio cuenta de sus intenciones. Se puso delante del
esclavo y extendió los brazos en modo protector—. No podéis castigar a Gudrod por mi
error.
—También fue su error. Le ordené que os vigilara todo el tiempo. Ningún hombre
elude su deber sin castigo. ¡Ningún hombre! Apártate.
Cuando Ruby se negó, Thork la hizo a un lado con rudeza.
—Antes de volver —gritó Olaf sobre el hombro hacia Thork—, iré a la granja y
averiguaré por qué Tostig fue negligente con sus obligaciones. Tal vez sea un hombre
libre, pero quiero saber dónde estaba cuando los niños holgazaneaban por allí sin
supervisión.
—¡Sin supervisión! —objetó Ruby—. Yo estaba con ellos.
Las miradas de frío desdén que le ofrecieron Thork y Olaf le dijeron lo que pensaban
de su supervisión.
Ruby observó compungida cómo Gudrod arrastraba los pies al salir del establo con la
mirada baja siguiendo a Olaf.
Ella se giró furiosa hacia Thork.
—¡Bestia!
—No tan bestial como pronto seré. —La empujó hacia el cubículo anteriormente
ocupado por Gudrod. Yendo justo detrás de ella, le ordenó:
—Sacaos la ropa. Toda.
—¿Qu-qué?
—No me obliguéis a repetirlo. No os gustarán las consecuencias. —Sus ojos azules,
tan parecidos a los de su tierno marido y al mismo tiempo tan distintos, destellaron feroces
de ira.
—¿Por qué?
—¿Me decís que nay? —Empezó a avanzar hacia ella dentro del pequeño espacio, el
cual apenas era lo suficientemente grande para una persona, conteniendo sólo un camastro
y un orinal.
Ella retrocedió.
—¿Qué vas a hacerme?
De repente Thork pareció comprender su temor al desvestirse ante él y su labio
superior se curvó con asco.
—No tengo la intención de hacerle nada a vuestro cuerpo traidor. Me dais asco.
Ruby respingó ante el mordaz desprecio en su voz.
—¿Entonces por qué quieres que me quite la ropa?
—Así no escaparéis, moza estúpida. Me aseguraré que os quedéis en esta habitación
hasta que me deshaga de vos.
—¡Escapar! ¿Dónde podría…?
—¡Nay! Ya he escuchado más que suficiente de vuestras palabras mentirosas. U os
sacáis la ropa u os devolveré al palacio. Y, creedme, no os gustarán los modos de nuestro
rey de tratar a las esclavas cargantes cuando os tenga desnuda.
Negándose a mostrarle a Thork su terror, Ruby se quitó cada prenda de ropa, incluso
los calcetines y los zapatos, los cuales Thork recogió en sus brazos, preparándose para
irse. Con el rostro rojo por la vergüenza, se negó a cubrirse. Quería cubrirse los pechos y
la parte inferior del cuerpo con las manos, pero en cambio alzó la barbilla desafiante.
Thork la miró fijamente —toda ella. Sin sonreír, no le mostró lástima o compasión por
sus actos abominables. Sólo un músculo se movió al lado de sus labios finos mostrando
algo de emoción en su rostro inexpresivo.
A través de una cortina de lágrimas, Ruby contempló a Thork y declaró con
vehemencia:
—Te odio. —Luego con un quejido apenas sofocado añadió con voz ronca y
entrecortada—. Pensaba que eras mi marido. Pensaba que me querías.
Vio cómo apretaba los puños antes de dar media vuelta e irse, atrancando la puerta tras
él.
Ruby se sentó en el catre y lloró sin parar por todo lo que había perdido. Jack. Su
antigua vida. Thork. Todo mezclado en su mente y transformándose en uno.
Horas después, Ruby se despertó para encontrarse tumbada boca abajo sobre la cama
de la habitación deprimente y sin ventanas. Ruby se giró y vio a Gyda entrando por la
puerta, flanqueada por dos de sus hijas que la miraban con fascinación.
Levantó las rodillas hasta el pecho para cubrir su desnudez.
—¿Astrid, habéis traído las sábanas? —preguntó Gyda.
—Yea —dijo Astrid y le tendió a su madre una pila de ropa de cama y un cobertor de
piel. Las puso sobre la cama al lado de Ruby. Otra hija llevaba una bandeja de madera con
una jarra de agua y un pedazo de pan plano. Y otra puso un orinal limpio en la habitación
y se llevó el viejo.
Con un giro de mano, Gyda hizo señales a todas las chicas para que se fueran. La voz
de Gyda y el rostro severo hablaban de confianza rota y decepción. Ruby no podía dejarle
pensar lo peor.
—Gyda, no haría daño intencionadamente a Tyra… o a Tykir. Para mí, Tykir es mi
hijo. Y Tyra, bien, es como la hija que nunca tuve. No podría amarla más si fuera mía.
—¡Ya! Las buenas intenciones no significan nada. No puedo decir si realmente sois
una espía y secuestraríais a los nuestros. Como mínimo, vuestra negligencia puso a mi hija
y al de Thork en peligro y eso no podemos tolerarlo. Ya no confiamos más en vos.
Después de aquello, Gyda volvió cada día, pero sin sus hijas. Con silenciosa condena,
le tendía una nueva bandeja de pan y agua, cambiaba el orinal por uno de limpio,
negándose a responder sus preguntas.
Al final del quinto día, Ruby se admitió a sí misma que había sido negligente, pero no
sólo en llevarse a los chicos a hacer footing sin permiso. Había calculado mal la ferocidad
de los vikingos y la peligrosidad de la época en la que había aterrizado. Como había visto
el lado más suave de Thork en el marco de la familia de Olaf, había cometido el error de
pensar que él y los otros vikingos eran iguales a los hombres contemporáneos.
No lo eran.

* *

Ese día, más tarde, Thork permanecía apoyado en el marco de la puerta de Ruby.
Había estado esperando cerca de una hora a que la lamentable moza se despertara de su
profundo sueño. Yacía repantigada sobre el estómago, el cobertor de piel había caído al
suelo.
Thork no podía creer que hubiera retrasado su viaje a Ravenshire durante cinco días,
enviando una misiva tras otra a su abuelo dándole excusas por su ausencia. En todo lo que
podía pensar era en la sirvienta que había hecho prisionera en esta lúgubre habitación.
Realmente lo había embrujado con sus palabras lacrimógenas, «Pensé que me querías».
¡Por la sangre de Thor! Él no amaba a nadie y mucho menos a una lastimosa moza
como ella.
E incluso así, ya no podía resistirse más a volver para ver por sí mismo que ella estaba
bien. Para comprender el porqué se sentía tan atraído por ella.
Exploró su cuerpo desnudo. ¿Cómo podía haberla tomado por un chico? La estrecha
cintura y el trasero redondeado, las largas y deliciosas piernas eran definitivamente
femeninas. Le dolían los dedos por trazar la curva de sus caderas, la sombra oculta entre
las piernas. ¡Santa Freya! Tenía que poner freno a sus imprudentes sentimientos… y la
endurecida evidencia de su excitación.
Sintiendo una presencia en la habitación, Ruby alzó la mirada para verlo apoyado en la
entrada, observándola atentamente.
—¿Cuánto tiempo has estado ahí? —le preguntó con somnolencia antes de que el
recuerdo de su orden de encarcelamiento la sacudiera despertándola por completo.
Repentinamente consciente de su desnudez, Ruby saltó, alcanzando las sábanas al pie de
la cama. Tiró de la sábana sobre los pechos desnudos antes de girarse enfadada hacia él.
Thork no pudo evitar sonreír ante su bochorno. Y, por los ojos de Odín, cubrirse ahora
era un ejercicio en vano. Ya le había echado una ojeada.
—¿Qué quieres?
—He venido a liberaros, a llevaros de vuelta a la casa de Olaf.
—¿Por qué? ¿Decidiste que estabas equivocado?
El rostro de Thork ardió de disgustó. La moza debería haber estado agradecida por su
liberación.
—Nay. Merecisteis todo lo que obtuvisteis y más. Fui indulgente con vos.
—¡Ja! ¿Y qué me dices de Gudrod?
Thork podría haberle dicho que había cedido y enviado al esclavo a trabajar en los
campos de su abuelo, pero se negó a dar explicaciones. Especialmente cuando tenía razón.
Se enderezó en toda su estatura e hizo rodar sus hombros acalambrados con cansancio.
—Si no fuera por la incertidumbre del rey sobre vuestros lazos con Hrolf, también
habríais sido vendida —le mintió de mal humor.
Ruby hizo un corto sonido herido de consternación, luego modestamente tiró más
arriba la sábana sobre su cuerpo, sesgando una mirada de condena a los atentos ojos
masculinos.
¡Pues nada! Quitándole importancia. Había visto bastante… por ahora.
Y aun así no pudo reconciliar sus sentimientos en conflicto, referentes a la extraña
moza. Algo sobre la lamentable fémina tiraba de él. Algún extraño e inoportuno vínculo le
hacía nudos en el estómago y le aceleraba la sangre. Sacudió la cabeza con asco ante su
comportamiento falto de juicio. ¡Demonios! Estaba perdiendo el tiempo como un cachorro
chiflado en la habitación de la sirvienta. Desconcertado, Thork examinó su rostro y el
cuerpo envuelto en sábanas, buscando las respuestas que ella se negaba a dar.
Creía que me querías, había gritado Ruby, pensando que era su marido. En algún lugar
profundo de su interior, Thork envidió al hombre.
Pensando en ablandar su ira, Thork comentó en un tono ligero y de broma:
—Tal vez cuando os crezca un poco el pelo y vuestro cuerpo engorde con la buena
comida vikinga, no seáis tan poco atractiva como pensé en un principio.
Inmediatamente Thork vio su error al hacerle la broma. Sus grandes ojos de un color
gris verdoso parpadearon con resentimiento.
—No creo que te divirtieras —escupió Ruby.
—No saquéis las uñas, gatita. —Se acercó más a la cama y le pasó un dedo
delicadamente a lo largo del borde de la sábana, cerca de la parte inferior del cuello donde
su pulso latía frenéticamente—. Al menos, vuestros pobres intentos de recato llegan a
destiempo —dijo con voz espesa—. No hicisteis mucho para cubriros cuando estabais casi
con el culo al aire ante la corte entera.
—No iba desnuda —dijo Ruby con indignación—. Llevaba la lencería que diseñé para
mi empresa. Mis modelos se llevan siempre en los espectáculos de moda. No iba desnuda.
—¿Espectáculos de moda? ¿Lencería? ¿Así es como llamáis a esas ligerísimas prendas
interiores que lleváis? ¡Y vuestro propio negocio! Por todos los santos y todos los dioses
nórdicos, vuestras historias se hacen más y más exageradas.
Ruby alzó la cabeza orgullosamente e informó a Thork.
—Mi empresa se llama Sweet Nothings. Vendemos lencería de diseño en diecisiete
países. El año pasado la revista USA Tomorrow me incluyó en la lista de las veinte mujeres
de negocios más prometedoras.
—Os lo concedo, moza, contáis buenas historias. Casi os creo. ¡Casi!
—Ya no me importa lo que creas. Todo lo que quiero hacer es irme a casa.
—¡Nay! ¡No lo haréis! —ladró Thork. El pensamiento de Ruby yéndose le provocó un
súbito dolor inexplicable. Al principio no podía hablar por el nudo en la garganta. Al final
dijo entre dientes—: Nunca más vais a salir de esta casa sin protección. No vais a hacer
nada sin permiso, ni tan siquiera dar un paseo hasta el río al final de la propiedad de Olaf.
¿Queda claro?
La agarró por la parte superior de los brazos y la sacudió con énfasis, deteniéndose
sólo cuando la sábana se deslizó peligrosamente cerca de las puntas de los pechos. Retiró
las manos bruscamente como si ella quemara y se dio la vuelta para recuperar el control de
su áspera respiración mientras Ruby se ponía bien la sábana.
—Lo entiendo, de acuerdo, pero déjame decirte algo —se impuso Ruby, frotándose los
brazos de mal humor—. En mi país, y en mi tiempo, no castigamos a la gente
injustamente. De la única cosa que somos culpables Gudrod y yo es de negligencia. El
crimen no justifica el castigo.
Thork se puso rígido y su rostro se ruborizó.
De repente cansado de todo este embrollo lamentable, Thork se sentó en la cama al
lado de Ruby. Ella se escabulló de él torpemente hacia la pared, con la sábana desmañada
y fuertemente agarrada. Éste le tomó la mano derecha en la suya sin dejar que la soltara.
Entrelazó los dedos con los suyos y cerró los ojos brevemente ante lo bien y perfecta que
encajaba su pequeña mano en la suya. Cuando abrió los ojos miró fijamente su pálido y
aprensivo rostro. Ya no intentaba apartar la mano de su agarre. ¿Podía ella sentir los dos
pulsos latiendo con un contrapunto perfecto en sus manos enlazadas?
—No quiero haceros daño, mieldebrezo —explicó Thork en voz baja—, pero no me
disculparé por mi enfado en lo que se refiere a poner en riesgo a mi hijo. Que sepáis que
no obtengo ningún placer en el castigo de las mujeres, especialmente en vos, incluso si
vuestro trato ha sido cruel.
Thork sintió saltar el pulso de ella ante las palabras especialmente en vos, pero en vez
de caminar sobre las aguas peligrosas al preguntar por su expresión cariñosa, eligió saltar
sobre sus otras palabras.
—¿Ha sido cruel? ¡Vaya, bastardo! Ni siquiera puedes disculparte sin ser arrogante.
Thork soltó sus dedos antes de levantarse, pero no antes de darle un ligero beso en el
interior de la muñeca, el cual provocó que ella inhalara bruscamente.
—No os estaba ofreciendo una disculpa si no una explicación. Si hubierais obedecido
las órdenes, no habría habido problema.
—Bien, te diré una cosa, amigo, cuando sea el momento, volveré a mi casa… y con
mucho gusto.
La posibilidad de que Ruby se fuera… antes de tener la oportunidad de desentrañar la
misteriosa y seductora telaraña que había tejido alrededor de él era insostenible. ¡Pero
bastaba ya de intentar apaciguarla!
—Intentad huir y os ataré con cuerdas hasta mi regreso. Y también grabaos esto en la
mente… tal vez os consideréis una huésped cuestionable, pero sois más bien mi
prisionera. Haríais bien en no irritarme más.
Entonces la llevó de regreso a la casa de Gyda, decidido a irse de la ciudad
inmediatamente y sacarse a la imprudente moza de la cabeza.

* *

Ruby durmió esa noche en su aposento de la casa de Gyda, donde fue tratada con
frialdad, pero con el respeto debido a un huésped molesto. Cuando se despertó a la
mañana siguiente todo el mundo estaba levantado, llevando a cabo afanosamente sus
tareas asignadas cuando Ruby bajó los peldaños.
—Servíos vos misma —ofreció Gyda, señalando la comida fría dispuesta en una mesa
lateral. Ruby puso una gruesa loncha de rosbif poco hecho en un pedazo de pan blanco sin
levadura y sorbió una taza de aguamiel aguada que le tendió la criada Adeleve.
Ruby tiró de un banco para observar mientras Gyda y Adeleve trabajaban sobre las
calderas hirviendo en los fogones. Dulces aromas de melocotón, fresa y bayas de saúco
impregnaban la estancia. Rellenarían la masa de hojaldre al ser enrollados por Bodhil, la
otra sirvienta, en una tabla cercana.
Ruby comentó secamente.
—Conociendo la afición a los dulces de Thork, está muy mal que no pongáis un
puñado de esas cosas de melocotón a bordo del barco cuando se va a vikinguear.
—¿Cómo sabéis que le gustan los melocotones? —preguntó Gyda sorprendida.
Ruby se encogió de hombros.
—Es mi marido.
Gyda y Adeleve pararon de trabajar y la miraron boquiabiertas.
—Nay —dijo Gyda al final—. ¿Cómo podría ser así?
—Nadie me cree. Ni siquiera lo intentaré contigo, pero, te lo aseguro, en mi tiempo
estamos casados y tenemos dos hijos que son clavados a Eirik y a Tykir.
—¿Vuestro tiempo? —preguntó una Gyda con los ojos abiertos de par en par.
—El rey y Thork me advirtieron de no hablar más de esto.
Gyda dejó su cucharón de madera y miró a Ruby directamente a los ojos.
—¿De qué os dijeron no hablar? —Parecía que Gyda no era exactamente la esposa
obediente que había hecho creer a todo el mundo.
—Que vengo del futuro, del año mil novecientos noventa y cuatro.
—¡Por todos los santos! —exclamó Gyda e hizo el signo de la cruz tres veces.
Ruby sonrió.
—Sé que es difícil de creer. Es difícil de aceptar para mí. Incluso más difícil de creer
es que en mi otra vida tengo veinte años más, y Jack, que es el otro nombre de Thork, y yo
hemos estado casados durante veinte años. Bueno, hasta que ayer me abandonó.
Ruby parpadeó alejando el dolor que ese pensamiento le causaba.
Gyda puso una mano en su brazo y la arrastró hacia un lugar privado al otro lado de la
habitación.
—Contadme —la animó Gyda.
Cuando Ruby lo hizo, Gyda se retiró. Por supuesto, no la creyó. ¿Cómo podría? Pero
le encantaba un buen cotilleo y la historia que Ruby le había contado debería ganarlos a
todos.
—De todas maneras, ¿dónde está todo el mundo? —preguntó Ruby, dándose cuenta de
la calma poco normal del salón.
—Tyra y Tykir, limpiando las casillas del caballo y la vaca en el establo. Astrid y
Gunnha fueron con su padre al puerto donde se encargan de los asuntos de Thork. Los
otros están recolectando frutas y verduras con Tostig en la granja. Thork se fue anoche. —
Ladeó la cabeza con curiosidad—. Se quedó hasta que se aseguró de que estabais instalada
—Gyda estaba obviamente sorprendida por su preocupación.
—Gyda, no creo que en la vida sea capaz de perdonar a Thork por encerrarme de la
manera que hizo.
—Os lo merecíais.
—¿Qué? ¿Cómo puedes tú, una mujer, decir que tal crueldad es justa?
Gyda sacudió la cabeza con tristeza.
—Todavía no lo entendéis, ¿no? Ser hombre o mujer no tiene nada que ver con la ley
vikinga. O con un padre protegiendo a los suyos. Así son las cosas.
—¡Ya! Bueno, ¿y qué hay de la manera en que Olaf y Thork vendieron a Gudrod?
Gyda la miró sorprendida.
—¿Vendido? Nay, al esclavo estúpido le fue dada una segunda oportunidad. Fue
enviado a Ravenshire, aunque se merecía ser vendido, por si me lo preguntáis.
—¿No fue vendido? —Ruby le preguntó con asombro—. Me pregunto por qué Thork
no me lo dijo —Entonces Ruby pensó en otra cosa—. Gyda, no pegaste a Tyra y a Tykir
por ir conmigo, ¿no? —preguntó Ruby preocupada.
—Nay. Al menos no con un látigo. Pero calenté sus traseros con la palma de mi mano
y puedo blandir un brazo fuerte cuando es necesario. No se sentaron cómodamente en un
día.
Gyda levantó la barbilla desafiante, retando a que Ruby cuestionara su castigo, luego
añadió:
—Los niños vikingos no se portan mal sin sufrir las consecuencias. Rodeados como
estamos de enemigos. No podemos vigilar a nuestros pequeños constantemente. Deben
aprender a pronta edad a obedecer todas las órdenes sin rechistar.
Ruby se mordió el labio inferior con culpabilidad, dándose cuenta que su negligencia
había de algún modo puesto en peligro a los niños. ¿Cómo se habría sentido si algún
extraño se hubiera llevado a sus hijos sin permiso cuando tenían sólo cinco y ocho años?
Ruby decidió que tenía mucho que considerar.
—¿Puedo ayudarte? —le preguntó entonces Ruby, y se pasó el resto de la mañana con
los agradables quehaceres domésticos, al final acabó en el frío sótano debajo de la casa al
que se entraba por una puerta inclinada de madera en el exterior. Gyda hizo gala de su
bien merecido orgullo, mientras le mostraba a Ruby sus estantes cuidadosamente
ordenados casi rebosantes de vasijas de barro y cubierto de tinajas de madera llenas de
conservas en vinagre, verduras, mermeladas, miel, aguamiel y vino. Las cebollas y las
manzanas llenaban varios de los recipientes. Carnes en sal y secadas y verduras colgaban
de ganchos en el techo.
Gyda le contó que se le acumulaba el trabajo cuando se cosechaban el resto del huerto
de verduras de verano y los frutales, y se guardaban para el invierno.
—Obtengo una enorme satisfacción llevando a cabo esas tareas domésticas —le confió
Gyda tímidamente, comprobando una de las tinajas de queso para moldear—. Me gusta
saber las cosas que puedo hacer para ayudar a mi familia a sobrevivir, al igual que Olaf
provee nuestras otras necesidades.
Ruby sonrió, intentando recordar cuándo fue la última vez que se sintió así. Estaba
orgullosa de su carrera, pero a lo que se refería Gyda era una clase distinta de satisfacción
personal.
—Debe de ser algo parecido a lo que sentía cuando mis hijos eran jóvenes y dependían
de mí para cubrir sus necesidades… al igual que el modo en que Jack y yo trabajábamos
unidos en los primeros años cuando luchábamos sólo para llegar a fin de mes.
Gyda asintió, aunque seguramente no entendió la mitad de lo que dijo Ruby.
Ruby se paseó en su pequeña habitación esa noche, incapaz de dormir con el calor
claustrofóbico de la habitación. Si sólo pudiera caminar a lo largo del río hasta que su
energía se extinguiera, caería en la cama exhausta, demasiado cansada para soñar,
preocuparse o pensar en todos sus problemas.
Ruby se sintió más sola y deprimida de lo que había estado desde que toda esta
aventura empezó. No había nadie —nadie en absoluto— a quien pudiera acudir para pedir
ayuda. Y tampoco podía huir del problema, había estado evadiéndose en el trabajo los
últimos dos años.
¿De dónde provino este pensamiento?, se preguntó Ruby.
Era cierto, admitió de pronto Ruby, dejándose caer en la cama otra vez. Tal vez Jack la
había dejado unos días antes, pero no debería haber sido una sorpresa. Si fuera
verdaderamente honesta con ella misma, habría admitido que sabía hacía más de un año
que tenían serios problemas. Y no hizo nada al respecto, excepto enfrascarse en su nueva
empresa.
La repentina comprensión de Ruby la molestó. Hizo una mueca. ¿Cómo pudo haber
sido tan lerda? ¿Por qué no había hecho algo antes para prevenir la ruptura de su
matrimonio?
La respuesta era demasiado obvia. Lo quería todo —el matrimonio, los hijos, una
carrera— sin ceder en nada. El ideal poco realista de que las mujeres de su tiempo lo
conseguían era un mito, se dio cuenta Ruby. En su lugar las mujeres modernas corrían. Era
imposible para una mujer —u hombre, en realidad— dar el cien por cien en su carrera,
matrimonio y familia sin que alguno de ellos sufriera.
En su egoísmo, no había querido ceder en ninguno. Fingía que los problemas no
existían. Luego mira lo qué pasó. Lo había perdido todo.
Ruby se puso las manos en la cara, pero los pensamientos no se largaron. ¿Jack se
estaba haciendo los mismos reproches? ¿Estaba sentado en el balancín del porche trasero
de la casa del lago echándola de menos, recordando lo bueno que había sido su
matrimonio antes de que empezara a escindirse, cachito a precioso cachito?
—¿Te preocupa algo? —le preguntó Gyda desde la entrada, interrumpiendo las
dolorosas reminiscencias de Ruby—. Olaf y yo te oímos pasear.
—¿Los vikingos permiten el divorcio? —preguntó Ruby de repente.
Gyda parecía sorprendida por la pregunta pero contestó.
—Desde luego. No es algo frecuente, pero, sí, está permitido.
Ruby le hizo señas de que se sentara en la silla. En la tenue luz de la vela Gyda parecía
mucho más joven con el pelo sin trenzar colgando grueso y lacio hasta la cintura de su
camisón holgado. Gyda se sentó en silencio, aparentemente notando la mente preocupada
de Ruby, esperando pacientemente a que ella hablara.
—Mi marido me ha abandonado. Quiere el divorcio —le confió Ruby con
abatimiento.
Los hombros de Gyda se hundieron con cansancio y se puso una mano en la frente.
—¿Qué marido? ¿Thork? ¿O el otro?
—Jack. Después de veinte años de matrimonio, Jack me abandonó. Bueno, en
realidad, Thork también me abandonó, de algún modo, cuando me encerró, y ahora de
nuevo al abandonarme aquí para ir con su abuelo.
—¿En serio os creéis todas esas cosas que decís?
—Por supuesto. ¿Pones en duda que Jack quiera el divorcio?
—Nooo —dijo Gyda arrastrando las palabras con vacilación—. ¿Por qué os abandonó
ese Jack?
—Dijo que lo descuidé a él y a mis hijos, que amaba más a mi carrera que a él.
—¿Tenía razón?
Ruby se sentó mirando compungida a Gyda antes de susurrar:
—Sí. Sí, creo que tenía razón.
Entonces Gyda tomó a Ruby en sus brazos. Ruby lloró su dolor sobre el hombro de la
mujer vikinga.

6
Capítulo

TRES días después, Thork y sus camaradas entraban a caballo en el patio lateral de la
casa de Olaf.
Las cejas de Thork se alzaron ante la vista de Ruby sentada como una maldita reina a
la sombra de un árbol cerca del río. Una docena de niños riendo tontamente la rodeaban
con adoración, como súbditos leales implorando por “solo una historia más”. Ulf se
mantenía vigilante a un lado.
Después de desmontar, Thork entregó las riendas a Selik, quien lo hostigó con una
sonrisita afilada en dirección a Ruby antes de cabalgar hacia el establo. Él ya le había
advertido al apasionado joven que se mantuviese lejos de Astrid si apreciaba su cuello.
Cnut lo siguió muy de cerca, apenas sofocando una carcajada.
Sus amigos sabían que Thork se había irritado por la brusca interrupción de una visita
placentera al feudo de su abuelo y había estado echándoselo en cara a cada oportunidad en
el camino de regreso a Jorvik. El celibato forzado del largo viaje por mar había
exacerbado su gratitud por el insaciable apetito de una viuda vikinga, Linette, que vivía
allí pero, más que eso, ella lo había ayudado a olvidar a la problemática moza que lo
esperaba en Jorvik. Poco pudo saborear, al ser emplazado a regresar para asistir a un
banquete en la corte de Sigtrygg, especialmente cuando aún no se había cansado de los
encantos de Linette.
¡Infierno y Walhalla! No era tanto la falta de Linette lo que lo irritaba. Había un
montón de mujeres en Jorvik. Una era casi lo mismo que otra para él y siempre lo habían
sido. Era el ambiente servil de la corte escandinava lo que él aborrecía.
Mientras se acercaba al grupo de niños en el patio de Olaf, inadvertido hasta ahora,
Thork observó a Ruby organizar a los niños en fila, dos de ellos de pie uno enfrente al
otro, con las manos entrelazadas y en alto. El corazón de Thork dolió cuando vio a Tykir
al final de la fila, mirándolo con nostalgia, incapaz de precipitarse hacia él en un saludo
normal de niño. Él seguía las instrucciones de su padre correctamente.
—Sé que a vosotros, niños, os gustará este juego porque está basado en una famosa
batalla vikinga…
¿Qué batalla vikinga?, se preguntó Thork, frunciendo el ceño.
—Bueno, en esta batalla —continuó con su increíble cuento Ruby—, estos feroces
vikingos no sólo capturaron la ciudad de Londres sino que derribaron el Puente de
Londres para evitar que los sajones recapturasen la ciudad. ¿No fue eso astuto?
¿El Puente de Londres? ¿Una ocupación vikinga de Londres? ¿Qué diablura tramaba
la bruja? Las cejas de Thork se juntaron estupefactas. La mujer verdaderamente era un
enigma. Para la mente de Thork, las mujeres eran siempre criaturas simples, como gatos.
Egoístas. De poco intelecto. Definitivamente carentes de honor y lealtad. Esta misteriosa
mujer no se ajustaba al modelo y eso lo irritaba en extremo.
Y sin duda lucía diferente de lo que lo había hecho ese día en el que él la había visto
por primera vez en el puerto. Su cabello todavía era profundamente corto y varonil, pero
brillaba como caoba bruñida bajo el sol de verano, destacando un cutis perfecto y
cremoso, pómulos altos, nariz recta y ligeramente respingona y labios llenos y sensuales.
Había desaparecido su camisa de hombre y las calzas, reemplazados por una túnica
verde suave y ceñida, probablemente de Astrid si juzgaba bien los talles de las mujeres.
Cada vez que ella se movía para enderezar el brazo de un niño o para ubicar a los
mozuelos en línea, una parte diferente de su cuerpo alto y delgado se perfilaba… largas,
nay, piernas extremadamente largas, una cintura que le picaban las dos manos por abarcar,
pechos altos y firmes y un trasero redondo que tentaba a la palma de la mano de un
hombre.
No era hermosa… nay, ni mucho menos… pero su aura atractiva y sensual lo atraía
involuntariamente. Thork frunció el ceño ante su reacción intuitiva hacia la muchacha que
sospechaba podría ser peligrosa para su futuro. ¡Por la sangre de Thor! Debería haberse
quedado por mucho tiempo en Northumbria… hasta que Linette apaciguara su hambre.
—El Puente de Londres está cayendo, cayendo, cayendo —cantaba Ruby mientras los
niños desfilaban bajo el “puente”. Ella iba cantando alegremente hasta que levantó los
ojos verdes grisáceos y conectó sorprendida con los de él… al principio con beneplácito,
luego cambiando a fría reserva. Esta mujer ocultaba mucho. Debía estar atento.
Ruby le dijo a Tyra que supervisara el juego y recorrió una corta distancia hacia donde
estaba Thork. Tyra protestó al principio, queriendo ir con Thork, pero obedeció cuando
éste le prometió una sorpresa más tarde. También le señaló con la cabeza
imperceptiblemente a Tykir que tenía algo para él.
—Ya era hora de que volvieras —lo incriminó Ruby.
—¿Qué problema os aqueja ahora, bruja?
Ella evaluó su figura con deliberado desdén, pero Thork podía ver en sus claros ojos,
ahora más verdes que grises, que a regañadientes a ella le gustaba lo que veía.
Él sonrió abiertamente.
Ella lo miró echando chispas por los ojos.
Avergonzada, Ruby se puso a la defensiva.
—Tengo algunas cosas que me gustaría informarte sobre tu negligencia con nuestros
hijos. No puedo creer…
Thork levantó una mano para detener las palabras regañonas.
—¿Nunca os rendís? Vuestra negativa a prestar atención a la advertencia de Sigtrygg y
a la mía también, sobre la mentira y el futuro, no augura nada bueno para vuestro destino.
No estamos casados y mis hijos no son asunto de nadie excepto mío.
—¿Y tú no aceptas el consejo de nadie sobre sus sufrimientos?
—¡Sufrimientos! —Thork entornó los ojos cínicamente—. ¿Quién los lastima?
—Tú.
Thork levantó las manos resignado.
—Decid una palabra más y por la espada sagrada de Thor, os juro que…
—¿Qué? ¿Vas encarcelarme? —Los ojos le brillaban de puro desafío.
Thork apretó los dientes, dispuesto a no ponerse a la altura de su provocación.
Finalmente, dijo con fría formalidad:
—Merecéis el castigo y conseguiréis eso y más si no cambiáis vuestros modos. Volved
a jugar con los niños y no penséis en tratar de escapar de nuevo… o provocareis mi ira.
Cuando Ruby se volvió para irse, le lanzó de nuevo sobre el hombro esa famosa
vulgaridad anglosajona que incluso Thork en todos sus viajes raramente la había
escuchado usada por una mujer.
¡La mujer era increíble!
Sonrió abiertamente y sacudió la cabeza. ¡Él le enseñaría a la insolente fulana!
Extendiendo un largo brazo hizo lo que había estado muriendo por hacer desde que la
había visto inclinándose con los niños pequeños a un lado del río.
Le pellizcó su tentador trasero.
Ruby gritó con fuerza y prácticamente cayó al suelo, disparándole dagas con ojos
humeantes.
—¿Cómo te atreves?
—Me atrevo a mucho más, moza. Y recordadlo bien antes de ponerme a prueba.
—Esta es la segunda vez que me has hecho esto —se enfureció ella—. La próxima
vez, simplemente podría hacerte lo mismo y no será tu trasero lo que pellizcaré. Harías
bien en recordar eso.
Thork arrojó hacia atrás la cabeza y rió de buena gana ante la réplica aguda y rápida de
la muchacha.

* *

Ruby continuó con sus juegos y cuentos con los niños, todo el tiempo ensayando en su
mente la diatriba que tenía intención de descargar sobre Thork un vez que ella entrara. Sin
embargo, se decepcionó al enterarse de que Thork y Olaf se habían ido al puerto y que
Thork se quedaría en el palacio mientras permaneciera en Jorvik.
—Ruby, venid pronto. Debemos encontrar la vestimenta para usar esta noche. Vamos
al palacio a un banquete —le dijo Astrid con entusiasmo. Esa era la primera cordialidad
que había mostrado a Ruby desde su castigo.
—¿Yo?
—Sí, el rey pidió específicamente que acudáis. Padre no podía rehusar. Y se me
permite ir, también.
—¿Por qué desea Sigtrygg verme nuevamente? —preguntó Ruby con nerviosismo.
Aun cuando Thork probablemente estaría allí y ella podría encontrar una oportunidad para
discutir de sus hijos con él, Ruby prefería quedarse en casa—. Preferiría no ir.
Gyda alcanzó a oír y aconsejó severamente:
—No es vuestra decisión. Vamos.
Los sirvientes trajeron las tinas de madera para el baño mientras los calderos
burbujeaban sobre los ardientes fuegos, avivados para la ocasión. Cuando las tres mujeres
se habían bañado, los hombres vaciaron las tinas y vertieron agua limpia para el baño de
Olaf.
Arriba en la alcoba principal, Gyda chasqueó sobre los varios vestidos que había
colocado sobre la cama para Astrid y Ruby, primero escogiendo y luego descartando cada
uno a su vez como inadecuado… demasiado brillante, demasiado aburrido, demasiado
largo, demasiado usado, demasiado apretado, demasiado suelto. El ojo experto de costura
de Ruby vio que estas túnicas vikingas eran poco más que dos triángulos de tela unidos en
el hombro con correas unidas con un broche.
Finalmente, Astrid seleccionó una túnica de color escarlata brillante, bordada con hilos
de oro y ceñida a la cintura con un cinturón de eslabones de oro, junto con dos exquisitos
broches en el hombro tachonados con piedras rojas como la sangre.
¿Podrían el hilo y el cinturón ser de oro sólido, tal como daban la apariencia de ser? ¡Y
las piedras! ¡Seguramente no eran rubíes!
Cuando Astrid salió de la habitación para encontrarse con Adeleve, quien tenía un don
para arreglar el cabello, Gyda se dirigió a Ruby.
—El verde, creo —dijo, sosteniendo en alto una túnica de seda color jade hacia Ruby
—. El color ilumina vuestros ojos y aleja la atención de eso… —señalaba con asco el
cabello corto de Ruby—. Probémosla y veamos.
Ruby se puso los calcetines blanquecinos que llegaban hasta los muslos, luego se puso
encima un atuendo color crema, de cuerpo entero, plisado, con un cuello redondo y
mangas largas y ajustadas en las muñecas.
¡Sin ropa interior! Tío, estas personas podrían usar algunas de sus creaciones, pensó
Ruby. Sus labios se curvaron divertidos. Una buena corriente de aire y una mujer vikinga
podría tener un poderoso enfriamiento en ciertos lugares privados.
Gyda la ayudó a deslizar el vestido verde de seda sobre la cabeza. Como el traje de
noche de Astrid, el bordado de oro embellecía el dobladillo, las mangas y el cuello.
Broches de animales de oro macizo sujetaban los hombros de la prenda abierta por los
lados. Los retorcidos dragones tenían ojos ámbar. Probablemente valían una fortuna,
especuló Ruby.
—Yo no podría usar algo tan caro. Tendría miedo de perderlos.
—Nay, no tengáis miedo. Al menos, pertenecen a Thork —Gyda apuntó hacia un
pequeño baúl de madera que estaba abierto en el rincón. Ruby examinó las letras rúnicas
en la caja, Thokkr a Kistu Thasa. Al preguntar, Gyda le dijo lo que las palabras
significaban—. Thork es el dueño de este cofrecito, guarda algunos de sus tesoros aquí
desde que no mantiene casa propia. Almacena muchos otros en la casa de su abuelo,
también.
—Bien, entonces, si pertenece a Thork, no me importa. Después de todo es más o
menos mi esposo. Además, tiene una deuda conmigo, después de tratarme tan mal.
Frunciendo los labios, Gyda frunció el ceño ante su referencia de Thork como su
marido.
—Son solo en préstamo, entendéis.
Claro.
A continuación, Gyda sacó del cofre de Thork un delicado cinturón de oro que se
podría ajustar a su tamaño. En medio de la cintura se situaba un broche de dragón
haciendo juego, similar al de los hombros, excepto que este animal tenía más grandes los
ojos color ámbar.
Elizabeth Taylor, sufre en silencio, se regodeó Ruby. Este estilo vikingo de vida no
podría ser tan malo después de todo.
Entretanto, Gyda cloqueaba con súbita desilusión por el lamentable estado de la silueta
de Ruby.
—¡Tsk, Tsk! ¿Procedéis de personas pobres que no os podían dar de comer? Sois piel
blanca y huesos —Gyda pinzaba y hacía pliegues rápidamente con hilo y la preciada aguja
que guardaba en una diminuta caja cilíndrica que colgaba de su broche en todo momento.
Ruby se recorrió con la mirada. ¿Piel y huesos? ¡No para el siglo veinte! Este cuerpo
delgado que ahora tenía era el ideal moderno femenino, no el cuerpo ligeramente
regordete y definitivamente curvilíneo de Gyda.
—Daos un mes de buena y consistente comida vikinga y seguro pondremos más
relleno en esos huesos.
¿Estaría aquí otro mes, por el amor de Dios? Y si estaba, resolvió Ruby, no permitiría a
estos vikingos manipular indebidamente esta figura de Raquel Welch en la que había
tenido la suerte de aterrizar y convertirla en una caricatura rubenesca.
Si bien era una corta distancia, cabalgaron hasta el palacio para proteger sus zapatillas
suaves y los dobladillos de las túnicas, que arrastraban la parte posterior por el suelo. Las
tres mujeres montaban a caballo de costado, como era la costumbre… no era una tarea
fácil para Ruby, que se aferraba a las crines del caballo para salvar su vida.
El abrumador run-run de las conversaciones y de las risas de los cientos de hombres y
mujeres vestidos finamente, les dio la bienvenida al entrar en el palacio escandinavo. Olaf
le señaló las partes del edificio que quedaban de la antigua ciudad romana Eboracum y
aquellos toques arquitectónicos que eran claramente agregados nórdicos, tales como las
esculturas intrincadas, los mensajes rúnicos en los aleros y la artesanía en madera.
—¿Esta fiesta se celebra por alguna ocasión especial? —preguntó Ruby a Gyda.
—Yea. Un hombre de Athelstan llegó con los documentos formales de matrimonio.
Celebramos el compromiso matrimonial oficial.
Ruby siguió a la familia de Olaf hasta una mesa cercana a la tarima, donde Thork se
sentaba con el rey y una docena o más de huéspedes privilegiados. A diferencia de la zona
baja, finos lienzos y pesada plata agraciaban las mesas.
Resplandeciente con una túnica azul medianoche con adornos de plata sobre unas
calzas negras como carbón, Thork tipificaba al caballero vikingo aristocrático. Bebía a
sorbos lánguidamente su bebida, mirando completamente aburrido. Cada vez que
levantaba la copa para beber, las gruesas pulseras de plata de sus brazos brillaban con el
reflejo de las lámparas de aceite y de las antorchas esparcidas por todos lados alrededor
del vestíbulo. Un disco redondo, incrustado de joyas, colgaba de una pesada cadena de
plata sobre su pecho.
El cabello rubio aún bajaba más allá de los hombros, pero lo había echado tras una
oreja donde un… ¡Oh, Dios mío!… colgaba un pendiente en forma de rayo. Su marido
Jack ni en un millón de años habría usado un pendiente, pero en Thork se veía bien;
realzaba su masculinidad y acentuaba la imagen pirata y rebelde que exudaba.
Ruby se preguntó si alguna vez podría convencer a Jack de ponerse un arete. Se
regocijó visualizándolo con un conservador traje a rayas y un pendiente con forma de
rayo. ¡Le encantó!
Cuando Thork volvió los ojos azul claro hacia ella, la sorpresa ante su aspecto brilló
en su rostro. Asintió con la cabeza casi imperceptiblemente mientras su firme mirada
sostuvo la de ella durante largos momentos. Como el rayo de su pendiente, una oleada de
caliente sensación pareció crepitar entre ellos, alimentando el delgado hilo de afinidad que
en cierta forma los conectaba.
Entonces Ruby advirtió a la mujer a su lado. ¡La misma tía buena sin coco del puerto!
Ruby apretó los puños a sus costados y se obligó a alejarse.
El banquete duró más de tres horas, con una pasada tras otra de finas comidas,
excelentes vinos y abundante cerveza. Mientras los sirvientes despejaban las mesas, las
personas se movieron en grupos esperando que el entretenimiento comenzara. Astrid
conversaba tímidamente con Selik bajo el ceño vigilante de Olaf. El rey y su comitiva
bajaron de la tarima, incluyendo a la voluptuosa rubia que se aferraba posesivamente al
brazo de Thork.
Los celos comieron como ácido a través del torrente sanguíneo de Ruby y se odió por
eso. ¿Por qué debería estar celosa de este vikingo? No era realmente su marido. ¿Lo era?
La mujer le recordaba a alguien. ¡Oh, no! ¡No a Dolly Parton! Sería demasiada
coincidencia si Thork y Jack preferían el mismo tipo de mujer. No es que Jack hubiera
hablado en serio cuando dijo lo de buscar una mujer con el cuerpo de Dolly Parton. Sólo
estaba bromeando, se dijo Ruby.
Los sirvientes dispusieron docenas de sillas al pie de las escaleras para la mayoría de
la elite. Olaf tiró de ella y de Gyda hasta el borde de la multitud y las levantó a las dos por
la cintura mientras se sentaban en la orilla de la plataforma. Muchas personas se dejaron
caer sobre los anchos bancos construidos a los lados del vestíbulo. Otros vikingos
hablaban en voz baja en pequeños grupos.
El espectáculo comenzó con una joven vikinga que cantó una hermosa balada
acompañada por su hermano con un laúd. Luego un skald o poeta, relató historias sobre la
valentía vikinga en la batalla. Sus sagas contaban sobre unas valientes personas
expulsadas de su patria por sangrientas políticas y por la superpoblación, obligadas a
buscar nuevas tierras para sus familias… sin duda una motivación diferente a la sed de
sangre vikinga, según pretendían los historiadores, que expulsó a los normandos.
Una de las sagas contó una interesante historia del padre de Thork, el rey Harald de
Noruega, y como consiguió el nombre Harald Pelohermoso. El skald comenzó a contar
sobre las hazañas de Harald, la más grande de las cuales fue la unificación de toda
Noruega.
—Es decir que su mayor éxito resultó de la burla de Gyda, hija del rey de
Hordaland[19] —Ruby miró a Gyda para preguntarle si su nombre le fue dado por esa
mujer, pero la esposa de Olaf estaba completamente absorta por la historia y no reparó en
ella. También lanzó rápidas miradas a Thork que se repantigaba, con las piernas
extendidas y los labios burlonamente curvados, en un sillón cercano al rey. Quizá la
historia no era del todo cierta.
El skald afirmó que Gyda se negó a casarse con el joven Harald hasta que unificara
toda Noruega como Gorm había hecho en Dinamarca. Harald juró nunca más cortarse el
cabello o peinarse hasta que alcanzara su objetivo. Tardó diez años en convertirse en el rey
supremo. Después de que se bañó y recortó su cabello y su barba, su nombre cambió de
Harald-lufa… Harald Peloenmarañado… a Harald harfabri… Harald Pelohermoso. Gyda
entonces fue voluntariamente a su cama, uniéndose a lo que el skald describió como un
harén real de esposas y concubinas.
—¡Por la mierda del Dragón! —El grosero insulto de Thork resonó con fuerza a través
del vestíbulo, donde la multitud seguía la saga del skald con silencioso reconocimiento.
Sigtrygg se volvió a Thork y preguntó:
—¿Os burláis de las sagas del skald?
—Sí, lo hago. Los resultados finales se volvieron verdaderos, ¿pero creéis vos, que
conocisteis la astucia de mi padre que el capricho de una mera doncella lo dirigió alguna
vez?
Sigtrygg pensó un momento, luego concordó.
—Tenéis razón, Thork, pero es propicia para un buen relato. —Luego se volvió hacia
el avergonzado skald y preguntó—. ¿Sabéis más?
—Sí, pero nada sé de la veracidad de las sagas —gimoteó él—. Sólo relato lo que me
ha sido transmitido. —El skald miró a Thork preguntándose si él encontraría defectos en
esta narración también. Cuando lo ignoró, clavando la mirada desinteresadamente en su
copa, continuó.
Con delicado detalle poético, el hombre contó sobre Hrolf, el antepasado de Ruby que
Harald había declarado proscrito en Noruega, a pesar de su amistad con el padre de Hrolf,
Rognvald, el conde de More. El skald rastreó el linaje de Hrolf hasta once generaciones,
desde un rey llamado Fornjot en Finlandia. Continuó canturreando la historia, para
finalmente concluir—… y el rey de los francos, Carlos El Simple, le dio la provincia de
Normandía.
Ruby encontró la narración atrayente, pero deseaba que no se hubiera contado. Llamó
la atención de Sigtrygg sobre ella.
—¿Dónde está la moza que reclama parentesco con Hrolf? —demandó el rey,
explorando la multitud buscándola—. ¿Ha sido decapitada a pesar de eso?
¡Caray! Este tipo tenía una fijación con la decapitación.
Ruby trató de deslizarse sobre la plataforma, así quedaría escondida por el cuerpo
macizo de Olaf. ¡No hubo suerte! Olaf se volvió y la bajó, diciéndole que avanzara.
¡Oh, genial! ¡Aquí vamos otra vez!
Ruby se adelantó con la barbilla alta, tratando que sus rodillas no se golpearan.
—Su atavío mejora desde la última vez que nos encontramos —comentó el rey
sarcásticamente, dando la impresión de olvidar que la última vez que la había visto ella no
llevaba casi nada puesto. Ruby no estaba por recordárselo.
—¿Por qué no os hemos visto en la corte?
Aparentemente había olvidado que había ordenado a Thork llevársela.
—Permanezco con la familia de Olaf.
Sigtrygg asintió con su peluda cabeza, recordando ahora, y miró astutamente a Thork.
—Con qué rapidez os librasteis de la moza problemática, ¿eh? —No esperó por
respuesta y se volvió hacia Ruby—. ¿A qué nombre respondéis?
—Ruby. Ruby Jordan.
—¿Al igual que la gema?
—En realidad, mi madre era una entusiasta de la música country. Ella pensaba que
Ruby y Lucille… ésa es mi hermana… sonaban como buenos nombres de música country.
Por supuesto, se le dio la razón cuando, más tarde, canciones con esos dos títulos se
convirtieron en leyendas de la música.
El buen ojo del rey se iluminó con interés. Probablemente no entendió la mayor parte
de lo que ella dijo, excepto la parte musical.
—Cantarás para nosotros —afirmó autoritariamente.
—Yo no canto muy bien.
Thork se atragantó con lo que estaba bebiendo y un amigo le golpeó la espalda para
detener el ataque de risa que siguió. Ruby le disparó una mirada de disgusto.
—Eso no importa —dijo Sigtrygg—. Canta.
La vergüenza le sonrojó el rostro. En su propia casa se podría acompañar con acordes
en la guitarra de su hijo para cubrir sus errores. Recogió el laúd posado sobre una mesa
cerca del rey, preguntándose si funcionaría. Lo rasgueó un par de veces. Definitivamente
no era lo mismo, pero mejor que nada.
—Lo intentaré —dijo Ruby al rey—, pero no espere mucho.
Él no dijo nada pero parecía como si, en efecto, esperase mucho. ¿Qué podía hacer?
¿Cortarle la cabeza? Ruby bromeó morbosamente consigo misma.
—Antes de comenzar, tengo que explicar algunas pocas cosas acerca de las palabras
que no podrán entender en esta canción. Hubo una famosa guerra en mi país que se
menciona en esta canción como Guerra de Asia. Se trata de un hombre, un valiente
guerrero, que resultó tan severamente herido en esa guerra que sus piernas se paralizaron y
perdió su… —Ruby buscó la palabra adecuada—… hombría.
Vio a varios hombres en la audiencia asentir a sabiendas y siguió:
—Sus lesiones son tan severas que espera morir pronto, pero aun así sufre por una
joven esposa que quiere más de la vida que un matrimonio con un hombre deficiente.
La habitación estaba mortalmente silenciosa. Tenía la completa atención de los
vikingos.
Ruby pulsó el laúd, cantando tímidamente y en voz baja al principio, de este pobre
hombre viendo a su esposa abandonándolo para estar con otro hombre. Cada vez que
cantaba el estribillo, en una octava más baja y ronca, donde el veterano le ruega a su
esposa Ruby que no se lleve su amor al pueblo, ella veía sonrisas de aprecio formar
hoyuelos en algunos de los rostros de los feroces vikingos y las lágrimas empañaban los
ojos de otros. Inadvertidamente había elegido una canción que tocaba la fibra sensible en
los corazones de estos impresionables señores de la guerra. Ellos entendían muy bien el
precio de la batalla, sabiendo que les podía pasar a cualquiera de ellos y ya había pasado a
algunos de sus colegas.
La habitación estaba totalmente en silencio cuando Ruby terminó.
¡Oh oh! ¿Esto significaba hora de cortar la cabeza?
Ruby miró a Thork que había apoyado su bebida y la observaba con atención,
claramente fascinado por la historia musical. Ella le sonrió y un lugar muy dentro de sí se
emocionó cuando él le devolvió la sonrisa. Su mirada fija y embelesada llevó una calidez
a través de ese hilo delgado de atracción magnética que los conectaba, poniendo su sangre
a hervir a fuego lento y acelerando su corazón. Con cada segundo de tensión, sus ojos se
aferraban, el vínculo entre ellos aumentaba y se robustecía.
A continuación toda la habitación estalló en excitados sonidos de aprobación y Ruby y
Thork fueron bruscamente sacados de sus trances seductores. El rey Sigtrygg se levantó y
la palmeó en la espalda con tanto entusiasmo que casi dejó caer el laúd.
—¡Bien hecho! ¡Bien hecho! —declaró—. Mañana enseñaréis esta saga a mi skald. —
El narrador de cuentos no se veía demasiado feliz con esa perspectiva—. Ahora contadnos
la otra historia cantada sobre vuestra hermana. ¿Cuál es su nombre?
—Lucille.
A los vikingos les gustó esta canción también, sobre una mujer adúltera cuyo esposo se
enfrenta a ella en una cantina respecto a abandonarlo a él y a sus cuatro hijos hambrientos.
En el momento en que acabó la canción, los vikingos cantaban alegremente el estribillo
junto a ella con voces muy muy graves, reprendiendo a la ligera Lucille por elegir ese
delicado momento para dejar a su marido.
Ruby era un éxito. Los vikingos avasalladores y bebedores de cerveza eran amantes de
la música country. Exigieron que cantara dos canciones más, luego le preguntaron si sabía
otras.
Solo Thork no parecía apreciar sus canciones. Su humor había cambiado desde el
cálido intercambio de hacía tan solo unos minutos. Se quejó con frialdad:
—Es solo que me extraña que cantéis semejantes canciones. No veo nada divertido en
un cuento que elogia la falta siempre constante de fidelidad en las mujeres.
El rey y un número de hombres gritaron alegremente con las palabras de Thork. Ellos
conocían su actitud amargada que abarcaba a todas las mujeres. En realidad, era probable
que compartiesen esa opinión.
—No, entendiste mal, Thork —corrigió Ruby—. Las canciones hablan
desdeñosamente de esas pocas mujeres que no aprecian a un buen hombre de honor.
¿De qué le servía defenderse ante Thork? Ruby empezó a pensar que a ella misma le
vendría bien tomarse una cerveza, pero sabía que su destino dependía de continuar con el
favor del rey. Se estrujó la cabeza buscando otra canción, pero no le salió nada.
Pero se acordó de dos canciones pegadizas que había oído cantar una y otra vez en la
radio de su coche. A los vikingos les podrían gustar por las palabras chistosas y las notas
muy muy graves requeridas en parte. Cuando ella terminó de cantar “I’ve Got Friends in
Low Places”[20] de Garth Brooks y “All My Rowdy Friends Are Coming Over
Tonight”[21] de Hank Williams Jr., el techo prácticamente levantaba el vuelo con la risa
estridente y los gritos pidiendo más. Concluyó con la vieja canción de Mac Davis “It´s
Hard to Be Humble”[22] y observó a los corpulentos vikingos rugir de la risa, aun
sabiendo que ella dirigía la canción hacia ellos.
Thork le clavó la mirada con una expresión extraña, inquisitiva. Ella lo intrigaba como
hacía con los demás vikingos, no había duda de eso, pero había algo más en el rostro
devastadoramente apuesto de él que Ruby no pudo identificar. Sus penetrantes ojos azules
se mantuvieron en los de ella y Ruby trató en vano de entender lo que estaba tratando de
decirle. En algún lugar muy dentro de ella sabía la respuesta, pero ahora se le escapaba. Se
llevó una mano a la frente con desanimada confusión.
—La moza está cayéndose de cansancio —dijo Thork al rey, habiendo entendido el
gesto de ella de inmediato—. Dejadla ir por ahora —Thork llamó al arpista y a su hermana
de regreso para amenizar de nuevo, sin esperar la respuesta de Sigtrygg.
Tomándola del brazo la atrajo a su lado, lejos de la multitud, donde le entregó su copa
de vino. Ella puso los labios sobre el borde donde los de él habían estado y bebió
profundamente, observándolo todo el tiempo, sorprendiéndose de la mirada escrutadora de
sus insoldables ojos azules.
Se sintió mareada con la repentina oleada de deseo que se apoderó de ella, entendiendo
de pronto la extraña expresión que había estado antes en el rostro de Thork, como ahora.
Jack tenía esa misma expresión cuando estaba excitado y deseaba hacer el amor. ¿Qué
había dicho o hecho para tocar ese nervio en Thork?
—¿Quién sois? —susurró él con voz ronca. Los ojos recorriéndola hambrientos.
—Tu esposa.
Él negó con la cabeza pero preguntó con voz profunda, cargada de deseo.
—¿Queréis acostaros conmigo?
Ruby sonrió ante sus contundentes palabras. ¡Siempre al grano!
—¿Te casarías conmigo?
Él sonrió con su rápida respuesta y negó con la cabeza, probablemente pensando que
ella no hablaba en serio.
—Os deseo. —Puso énfasis en cada una de las dos palabras, tratando de hacerlo
evidente. Como si su respiración irregular y los ojos vidriosos no dejaran el asunto claro…
¡alto y claro!
—Lo sé —susurró, colocándole una mano comprensiva en el brazo. Saltó hacia atrás
con la sacudida de excitación sexual que la golpeó directamente en el corazón de su
femineidad con sólo ese ligero toque.
Una sensual sonrisa se extendió en los labios entreabiertos de Thork, demostrando
conocimiento ante su reacción, probablemente lo había sentido él mismo.
—Me habéis estado atormentando durante días, desde que desembarcasteis por
primera vez en el puerto, mieldebrezo —dijo Thork con voz ronca—. Es extraña esta
atracción que siento por vos. Casi podría creer que nos hemos conocido antes, como vos
pretendéis. En verdad, parecéis conocer los sitios para aguijonear mi deseo.
Un placer arrollador, desmedido, se apoderó de Ruby con sus palabras.
—¿Sois una bruja, Ruby? ¿Me habéis hechizado? —preguntó Thork en voz baja
mientras tomaba la copa de ella y la depositaba sobre una ventana cercana. Con el pulgar
le limpió una gota de vino de la barbilla. Cuando comenzó a retirar la mano para
limpiársela sobre la túnica, Ruby se apoderó del pulgar. La punta de su lengua se asomó,
seduciéndolo deliberadamente, lamió el vino de la sensible yema y luego lo lamió una vez
más.
Los ojos de Thork se volvieron azul oscuros mientras se estremecía antes de agarrarla
por la cintura, volviendo su espalda hacia la pared con los dedos de los pies apenas
tocando el suelo. La inmovilizó allí con la parte baja de su cuerpo claramente excitada.
Expertamente movió las caderas de un lado a otro hasta que sus cuerpos encajaron entre
sí… senos y pecho, feminidad y virilidad.
—¡O-o-o-h! —suspiró Ruby suavemente y un gruñido bajo y apreciativo ascendió
involuntariamente desde lo más profundo de la garganta de Thork.
Ruby cerró los ojos brevemente para saborear la exquisita sensación. Todos los pelos
de su cuerpo se erizaron, en sintonía con este hombre, cuyo cuerpo era tan familiar para
ella como el propio.
Thork retrocedió levemente, a continuación se restregó contra ella… en el lugar
correcto… y Ruby se quedó sin aliento.
—Os he mostrado lo que quiero —gimió Thork, jadeando a través de los labios
entreabiertos—. ¿Qué queréis vos?
—Creo que… —Ruby trató de hablar, pero su voz se quebró por la emoción—… Creo
que me encantaría uno de esos besos sobre los que te hablé el otro día.
Thork sonrió lobunamente, entendiendo las palabras de inmediato. Bajó los labios
hasta que casi tocaban los de ella.
—¿Cómo lo hago? Largo, lentos…
Cuando sus labios finalmente tocaron los de ella, Thork movió la boca de un sitio a
otro hasta que plasmó el beso a su satisfacción. El beso fue tan electrizante como había
sido siempre el de Jack, y más aún. Se besaron interminablemente, sin respirar. Ruby
saboreó la sensación de los labios que se correspondían a la perfección sabiendo
instintivamente, por veinte años de práctica, lo que a este hombre le gustaba y necesitaba.
Sus labios se aferraron a los de Thork ansiosos. Voraz, no parecía tener suficiente de la
dulce tortura.
Finalmente, Thork retrocedió apenas y murmuró, mordiéndole el borde del labio
inferior juguetonamente:
—¿Cuáles eran las otras cosas que al hombre Kevin le agradaban en sus besos? ¿Era…
sí… profundos, creo que dijisteis?
Cuando la lengua de Thork se zambulló a través de los labios entreabiertos de Ruby y
comenzó un ritmo lento, acompasado, hacia adentro y hacia afuera, Ruby le puso los
brazos alrededor del cuello y separó las piernas un poco más, así podía sentirlo mejor. Su
virilidad tocó el centro de su feminidad y una sacudida de placer golpeó a Ruby, tan
intensa que se quedó inerte en sus brazos. El cuerpo de Thork reaccionó estremeciéndose.
Él separó la boca apenas, sujetándole la cara firmemente entre las manos.
Entonces le preguntó, con su autocontrol cerca del punto de estallido y la voz tan
ronca que Ruby apenas podía oírlo:
—¿Y la última cosa que a este hombre le gustaba en sus besos?
—No puedo pensar —admitió Ruby, observando la sonrisa que arrugaba los ojos de
Thork. Pero a continuación murmuró—. Lo recuerdo ahora. Creo que eran besos largos,
lentos, profundos, suaves y húmedos que duran tres días.
Thork sonrió abiertamente, y su corazón se tambaleó como siempre hacía cuando Jack
la miraba así. Allí iba otra vez, pensando en los dos… Jack y Thork… como uno solo.
—No sé lo de los tres días, pero creo que podemos manejarnos bastante bien con los
otros dos —prometió Ruby con voz temblorosa—. ¿Puedes? —Jugando a la agresora, ella
le bajó la cabeza hacia la suya, luego le humedeció los labios con la punta de la lengua
antes de zambullírsela dentro de la boca, como él había hecho con la de ella momentos
antes.
El gemido bajo y gutural de Thork demostró que le gustaba lo que estaba haciéndole,
por no mencionar la presión creciente y deliciosa que Ruby sentía por debajo de la cintura.
Thork se apartó de ella, la pasión vidriándole los ojos.
—Verdaderamente, ¿sois una bruja?
—No, sólo una mujer.
—¿Vais a ser mi mujer esta noche?
Ruby gimió cuando él la sedujo con un suave movimiento de las caderas.
—Oh Thork, una parte de mí lo desea, pero…
—¿Qué parte? —preguntó él con una sonrisa torcida, arqueando una ceja mientras se
movía contra ella otra vez.
—Eso no es justo —jadeó ella con una risita—. Thork, te deseo también, pero soy
demasiado vieja para una aventura de una sola noche. He vivido contigo, me refiero a
Jack, durante demasiados años para conformarme con tan poco.
—¿Una aventura de una sola noche?
—Significa que no seré simplemente otra muesca en el poste de la cama, para pasar al
olvido al día siguiente. A menos que, por supuesto, tu invitación signifique para más de
una noche. —Lo miró esperanzada.
Thork descubrió sus dientes blancos en una devastadora sonrisa.
—Oh, mieldebrezo, pasaría más de una noche, apuesto, antes de que nuestros apetitos
estuvieran saciados.
No había duda de eso, pensó Ruby. Cada centímetro de su piel palpitaba por la
necesidad de él.
Impaciente, Thork preguntó una vez más:
—¿Vais a compartir mi cama esta noche?
—¿Vas a admitir que eres mi esposo?
Thork inclinó la cabeza inquisidoramente. Entonces sus ojos se volvieron tormentosos
cuando la comprensión lo golpeó, ella quería más de él que lo que estaba dispuesto a dar.
—¡Nunca! —dijo Thork con vehemencia, dando un paso atrás. De repente su pasión se
volvió fría. Se golpeó furioso su palma con el puño—. Debería haberlo sabido. Las
mujeres siempre quieren algo de un hombre. Nunca dan su amor incondicionalmente.
—Eso no es justo.
—Es lo tonto que soy por pensar que vos mostrabais sincera emoción, cuando, de
hecho, buscáis pago por los favores dados. ¡Votos de matrimonio a cambio de vuestro
cuerpo! ¡Ja! —Sus ojos ardientes le recorrieron el cuerpo desdeñosamente—. Parece que
lleváis adecuadamente el nombre de la ramera de vuestra cruel canción, después de todo.
—Thork, eso no es verdad —exclamó Ruby, pero ya se había dado la vuelta y salido.
Apoyó la punta de los dedos en los labios hinchados por los besos para detener los
sollozos.
¿Dejaría alguna vez de lastimarla este hombre?

7
Capítulo

EN los días siguientes, los pensamientos sobre Thork atormentaron a Ruby. Sin importar
qué estuviese haciendo —ayudando a Gyda a guardar los productos del verano y jugando
con los niños, cantando y contando historias en la corte de Sigtrygg cada noche, en donde
ganó una no deseada popularidad— Ruby no podía dejar de pensar acerca de este
prototipo vikingo de su esposo.
Debería haberse sentido culpable teniendo tales sentimientos adúlteros por otro
hombre. Pero no era así.
El lado racional del cerebro de Ruby le decía que Thork no era su esposo. El otro lado
de su cerebro sin embargo, el del conducto directo a su corazón, no veía diferencia entre
Jack y Thork.
Ruby necesitaba hablar con Thork pero la evitaba como a la plaga: yendo raramente a
la casa de Olaf y marchándose cuando ella lo veía en el vestíbulo de Sigtrygg, usualmente
con la rubia que se parecía a Dolly Parton.
De alguna forma tenía que convencerlo de que ella venía del futuro y de que por
alguna razón solo conocida por Dios había sido enviada hacia él. También estaba el que
los hijos de Thork demandaban la atención de ella. Debía convencerlo de que su
comportamiento negligente hería a los chicos. Ellos lo necesitaban casi tan
desesperadamente como ella.
¿Y qué pasaba con Jack y sus hijos? ¿Se arrepentía ahora Jack de haberla dejado?
¿Pensaba que había muerto? No podía soportar la idea de Eddie y David en su funeral,
teniendo que vivir sin su madre. Pero Jack planeaba buscar otra mujer. Ya se lo había
dicho. Tan doloroso como era el pensar en Jack con otra mujer, Ruby esperaba que su
segunda esposa fuera buena madre para sus hijos, si ella no regresaba.
Ruby se limpió los ojos y miró a Gyda, que había estado parloteando mientras la
mente de Ruby vagaba. Un guardia, Ulf, iba detrás mientras caminaban hacia el castillo
Nórdico.
—Aunque aún me intriga por qué la más reciente amante de Sigtrygg, Byrnhil, nos
convocaría. ¡Y a mitad del día! Ésta es la hora más ocupada del día. Por lo menos para las
personas honestas.
—No sé más de lo que sabes tú. Créeme, si fuera por mí, me quedaría bien lejos de tu
rey y sus humores volátiles. Tengo miedo de que aún quiera decapitarme.
Cuando llegaron al palacio, el vestíbulo vacío hacía eco del silencio. Un sirviente las
escoltó a una cámara superior, donde docenas de mujeres bien vestidas de la corte de
Sigtrygg esperaban ansiosamente su llegada.
Después de los saludos preliminares, Byrnhil, una amazona de huesos grandes, cuya
talla probablemente le iba bien a Sigtrygg, fue directamente al asunto.
—Estaba en el salón la primera noche de vuestra llegada y vi esas frugales ropas
interiores que usáis. ¿Podríais enseñárnoslas de nuevo aquí en privado?
Ruby y Gyda intercambiaron unas miradas de sorpresa.
—¿Por qué? —preguntó Ruby.
—Me gustan las cosas bonitas —dijo la obviamente banal amante, apuntando
alrededor de la habitación, donde lujosos atuendos yacían de cualquier forma en sillas y
baúles. Finos tapices adornaban las paredes de piedra y una alfombra persa escondía una
porción del suelo cubierto de juncos—. También vi la mirada de algunos de nuestros
hombres cuando os desvestisteis. Tal vez tal atuendo me quedaría bien a mí también.
—Supongo que estaría bien —dijo Ruby vacilante—. Soy dueña de un negocio que
hace lencería de lujo, ya sabes.
Byrnhil y sus damas aplaudieron con gozo.
—Maravilloso —declaró Byrnhil—. Podéis hacer algunas para mí. Saquearemos la
habitación de tesoros de Sigtrygg en busca de telas.
Cuando Ruby lució sus bragas de seda negra y encaje para las damas, ellas hicieron
ohh y ahh tocando el fino encaje, preguntando qué otras telas se podían usar y qué
diferentes estilos servirían.
—¿Por qué vuestras piernas pinchan tanto? —preguntó una dama con disgusto.
—No me he afeitado en dos semanas —dijo Ruby haciendo una mueca.
—¿Os afeitáis las piernas? ¿Por qué lo haríais?
—En mi país la mayoría de las mujeres se afeitan las piernas hasta la parte de arriba de
los muslos. Algunas incluso la línea del bikini —explicó Ruby, demostrándolo haciendo
un corte con sus manos.
—¡Oh! —varias de ellas jadearon—. ¿Y no duele?
—Para nada, cuando usas espuma de jabón y una cuchilla afilada. Y las piernas se
sienten tan suaves como la seda.
Las escépticas mujeres cuestionaron la sabiduría de tal hábito, especialmente cuando
Ruby les dijo que debía ser repetido cada varios días.
La habitación de los tesoros se desbordaba con piezas de telas, encajes, cordones e
hilos de todo el mundo en cada color imaginable. Conocía la reputación de los vikingos
como comerciantes, pero nunca se habría imaginado un gusto tan fino.
Dándose cuenta de que el papel escaseaba, Ruby apartó una pieza de rígida tela blanca
para usarla en los patrones. Contuvo a las mujeres de ser demasiado codiciosas y
seleccionó solo media docena de telas de seda: negra, roja brillante, verde, blanca y dos
tonos de azul, junto con unos ribetes que combinaran. Tuvo un momento especialmente
difícil convenciendo a Byrnhil de que la lana no sería una buena elección para ropa
interior, ni siquiera para el invierno.
—Solo puedo trabajar en un juego hoy —afirmó Ruby—. Tal vez si las otras observan
cuidadosamente sean capaces de hacer sus propios patrones.
Sin duda o modestia, Byrnhil se quedó en cueros y dio un paso adelante hacia el centro
de la habitación. El magnífico cuerpo de la mujer rivalizaba con los de las mejores atletas
femeninas que Ruby había visto y así se lo dijo.
—¿Qué haces para ejercitarte? ¿Haces jogging? —Ruby tuvo que explicarles cómo se
hacía jogging y estuvo encantada con el auténtico interés de Byrnhil.
—En Dublín practicaba para la batalla con mis hermanos. Dos veces he ido a explorar
con ellos —sonrió con orgullo—. Aunque es más difícil aquí. Sigtrygg prohíbe que me
una a sus hombres en el campo de práctica. Apuesto a que teme que supere a sus hombres
con la espada corta.
Añadió disimuladamente:
—Pero lo que no sabe es que llevo a mi sirviente Hedin a las afueras de la ciudad,
donde lo hago entrenar conmigo —luego le aconsejó a Ruby—. Una mujer debe proteger
sus propios intereses.
¡Dímelo a mí!
—Tal vez me una a vos en eso de hacer jogging un día.
—¡No si Olaf tiene algo que decir al respecto! ¡Él ha prohibido que haga jogging!
Ruby no estaba por arriesgarse a recibir más castigos, incluso ni para satisfacer el
capricho de la amante de Sigtrygg. Le contó a Byrnhil el episodio del trote.
—Muchas veces he sido encerrada en mi recamara —presumió Byrnhil—. Sigtrygg
incluso me pone la mano encima ocasionalmente. Aunque el encarcelamiento o una paliza
no significan nada, a menos que me rompa un hueso o me marque la cara. Eso nunca lo
toleraré.
Ruby tomó las cintas para usarlas como ganchos y aros del sujetador y para el elástico
de la cintura fruncida y las piernas de las bragas. Después de tres horas de medir, cortar y
coser, Byrnhil estaba de pie resplandeciente en bragas tipo bikini rojas fuego bordeadas
con encaje negro. El sujetador, también de seda roja, engañaba al ojo con encaje negro
ubicado en lugares estratégicos.
Byrnhil hizo piruetas enfrente de una larga hoja de metal pulido, proclamando la
creación de Ruby como un gran éxito.
—Me haréis una docena más de estas prendas para mañana —Byrnhil se dirigió a dos
costureras que estaban en una esquina de la habitación.
Byrnhil caminó hacia un baúl oriental laqueado en la esquina y rebuscó
profundamente, lanzando a un lado un objeto tras otro antes de encontrar lo que quería.
Volviéndose hacia Ruby, le dio una esmeralda del tamaño de una almendra que colgaba de
una cadena fina de oro.
—Con mis agradecimientos.
—¡Por Dios! No podría aceptar esto. Fue… fue un placer para mí hacer la lencería
para ti. —Pero Gyda asintió aprobadoramente y Ruby aceptó la inestimable gema. De
camino a casa, Gyda y Ruby se rieron tontamente como jóvenes muchachas por su extraña
tarde.
—Debo daros las gracias por esto, Ruby. Nunca he sido invitada al palacio por
ninguna de las damas o amantes reales.
—Me parece que es un honor dudoso.
Gyda sonrió, sus dificultades anteriores olvidadas por el momento. Luego preguntó
avergonzada:
—¿Crees que podríais enseñarme cómo hacer tales prendas yo misma?
A Ruby le dio un ataque de risa y Gyda se puso roja.
—Aunque tonta me vería en tales prendas ¿no es así? —Gyda la miró tímidamente.
—Por supuesto que no, Gyda. Conozco justamente el diseño que sería perfecto para ti.
Me reí debido a mi ridícula situación. Aquí estoy yo, en un país extraño, preocupada por
mantener mi cabeza sobre mis hombros y aun así estoy acumulando negocios. Mi esposo
Jack diría que mis prioridades están trastornadas, como es usual.
—Esto es difícil para vos ¿no es así? —preguntó amablemente Gyda—. Estar lejos de
vuestra familia. Sé que tenéis vuestro propio negocio y probablemente podríais empezar
otro aquí sin ningún problema, pero la familia… bueno, lo es todo, ¿no es así?
Ruby pensó sobre las palabras de Gyda, luego respondió dubitativamente.
—En mi país las mujeres están liberadas. Creen que ninguna mujer debería ser
definida por un hombre o por los niños que tiene. Que debe tener su propia identidad.
—No lo entiendo.
—Las mujeres solían sentir que su meta en la vida era casarse y tener hijos. Ahora son
libres de esas ataduras. Muchas mujeres escogen no tener un hombre en sus vidas, y
algunas parejas casadas escogen no tener hijos… nunca.
—¡Bueno, nunca he escuchado yo tales estúpidas tonterías en toda mi vida! Por
supuesto que cada mujer tiene su propia identidad. Cuando Olaf va a explorar o a
comerciar con Thork yo manejo todos sus asuntos de negocios. Puedo supervisar la
descarga de un barco, mantener cuentas precisas, manejar la granja y el hogar, pero
cuando mi esposo regresa con gusto le concedo el rol de cabeza de nuestro hogar.
—¿Nunca te has resentido por tener de dejar ir esa autoridad?
—Nay. Un hombre necesita sentir que está cuidando de su esposa y sus hijos. Si una
mujer quiere perseguir algún talento o incluso tener su propio negocio, eso sería aceptable
siempre y cuando no hiciera nada para interferir en el papel de él como proveedor y
cabeza de la unidad familiar. Seguramente es así en cada país. No puedo imaginarlo de
otra forma.
Ruby pensó en sus palabras antes de admitir:
—Hemos hecho tremendos avances en los derechos de las mujeres en mi país, pero tal
vez hemos cometido algunos errores debido a nuestra precipitación.
—¡Ciertamente! ¿Qué gloria podría haber en una mujer actuando como un hombre, en
cargar ese agobiante trabajo todo el tiempo? ¿Qué mujer podría vivir consigo misma si
hace sentir menos hombre a su hombre?
¡Qué mujer ciertamente!
—Podría simplemente cortarle sus partes masculinas, como esa canción que cantasteis
sobre el hombre herido en la Guerra Asiática —Gyda lo consideró un momento y luego se
volvió abruptamente hacia Ruby, su frente arrugada con concentración—. ¿Fue por eso
por lo que vuestro esposo os dejó? ¿Lo hicisteis sentir menos hombre?
Ruby cerró los ojos cansadamente. Cuando los abrió, miró a Gyda sombríamente.
—Eso creo. Por Dios, sin pensarlo, eso fue justamente lo que hice.
Con el corazón pesado, Ruby entró por la puerta delantera del hogar de Olaf. Se
detuvo repentinamente. Thork estaba sentado en la mesa con sus dos hijos jugando el
juego de mesa vikingo Hnefatafl, similar a las damas. Reían y bromeaban, y actuaban
como padre e hijos normales.
¿Qué estaba sucediendo aquí?

* *

Cuando Thork miró hacia arriba y vio a Ruby de pie en la entrada, su corazón se saltó
un latido. ¡Por el amor de Freya! Después de docenas de batallas, infinidad de mujeres,
tantas que había perdido la cuenta hacía años, y su estúpido corazón idiota saltaba a la
vista de una mujer flacucha y falta de buen juicio con cabello de niño y la actitud de una
arpía.
¡Fue ese beso! Thork no podía olvidar el delicioso beso, derretidor de huesos y
rompedor de almas. Ni siquiera su ira por la negativa de Ruby de continuar con la premisa
inherente a tal beso. Pero se culpaba a sí mismo también. Nunca debería haber permitido
que ese beso sucediera. Thork no podía dejar que nadie supiera que Eirik y Tykir eran sus
hijos. Era demasiado peligroso. Sería muy fácil para sus enemigos usar esa información en
su contra.
Thork se puso de pie y señaló silenciosamente a los niños. Ellos entendían que él no
podía quedarse cuando un extraño estuviese allí. Algunas veces, cuando veía una mirada
herida en sus ojos, se preguntaba si debería seguir su única otra alternativa. Llevar a sus
hijos en un barco y desaparecer a algún distante país, tal vez incluso a la olvidada por dios
Islandia, adonde tantos vikingos habían huido.

* *

—¡Ni siquiera lo pienses! —le dijo Ruby a Thork mientras caminaba pisando fuerte
hacia él, ponía la palma de la mano en su pecho y lo empujaba de vuelta a la silla—. No te
vas a ir de aquí hasta que hayamos tenido oportunidad de hablar.
—¿Me estáis dando órdenes, moza? —una sonrisa jugueteó en las esquinas de los
labios de Thork, a pesar de su aparente incredulidad por el coraje de ella al mangonearlo.
—¡Puedes apostar que lo estoy haciendo! Estoy tan molesta que me pinchan y no
sangro.
—¿Sangras?
—No es importante. Basta con decir que tuve suficiente de que me evites.
Eirik y Tykir se rieron ante la visión de su fiero padre siendo acosado por una mujer.
—¿Os encontráis en búsqueda de compañía…? ¿Probaréis mis encantos después de
todo? No sabía que mi fama se había extendido tanto.
—¿Fama? ¿Encantos? —Cuando comenzó a entender, Ruby escupió—. ¡¿Cómo, tú,
insufrible rana lame-babas…?!
—¿Rana? —graznó Thork ahogándose con su risa.
—¡Sí, rana! Déjame a mí aterrizar en el sueño de una vida en donde me dan a la rana
en vez de al príncipe.
Thork sonrió de manera insufrible, probablemente ni siquiera entendiendo lo que
quería decir.
Ruby apretó los puños fuertemente para tratar de controlar sus emociones. Luego se
giró hacia él calmadamente.
—Quiero hablar contigo sobre nuestros hijos.
Ambos miraron inmediatamente hacia Eirik y Tykir, quienes los miraban fijamente,
con los ojos y los oídos ensanchados.
—Váyanse —Thork ordenó a sus hijos—. Hablaremos antes de que parta.
—¿Os quedaréis para la cena, padre, ahora que Ruby sabe? —suplicó Tykir.
Thork examinó especulativamente a Ruby.
Ella entendía poco, solo que no se suponía que supiera sobre la relación que existía
entre padre e hijos. ¿Por qué?
—Tal vez.
—No seas ridículo. Quédate. No voy a arruinar tu pequeña farsa.
Cuando los niños se fueron, Thork le hizo un gesto a Ruby hacia el solar privado de
Gyda. Todos los demás habían desaparecido convenientemente.
—Antes de que penséis en atacarme de nuevo —advirtió Thork—, y no es que tengáis
derecho de hacerlo, dejadme aseguraros de que esto no es una farsa. Es muy importante
que nadie sepa que aprecio a mis hijos.
¿Apreciar? El corazón de Ruby se entibió de repente hacia su “esposo” vikingo. Tal
vez lo había juzgado mal.
Thork continuó bruscamente.
—Muchos problemas hemos pasado Olaf y yo en los pasados diez años para crear una
imagen que una palabra vuestra podría arruinar.
—¿Por qué debe pensar la gente que no son tus hijos?
—No es importante que vos lo sepáis —replicó Thork obstinadamente.
—¡En serio! Creo que estás siendo demasiado dramático.
—¿Dramático yo? —Thork inclinó su apuesto rostro más cerca de ella, casi nariz con
nariz, y la pinchó deliberadamente en el pecho para dar más énfasis—. Mis enemigos
asesinaron a la madre de Eirik, Thea, poco después de su nacimiento. Él solo escapó a la
mismísima muerte porque una anciana partera presente cambió a los bebés. El pobre hijo
del casero no fue tan afortunado.
—Creí que la madre de Eirik había muerto en el parto —jadeó Ruby.
Thork descartó esa explicación como una tontería agitando la mano.
—Ésa es la historia que hemos dicho.
—No entiendo nada de esto. ¿Por qué no puedes vivir como una familia con tus hijos?
—No es importante que lo sepáis. Solo detened vuestra maldita interferencia. —
Mantuvo su mirada fríamente hasta que estuvo seguro de que se había expresado bien.
Finalmente, la confundida mente de Ruby aceptó todo lo que Thork le había dicho.
—Quiero ayudar.
—Más que nada necesitamos vuestro silencio. ¿Creéis que hay alguna posibilidad?
Ofendida, Ruby señaló:
—Nunca haría nada que hiriera a esos niños. —Ni a ti tampoco si a eso vamos, aunque
no es que te lo merezcas—. Me recuerdan a mis propios hijos. Eirik y Tykir
probablemente satisfacen alguna necesidad maternal en mí.
—Satisfaced vuestras necesidades en otra parte, moza —ordenó secamente Thork.
Luego se alejó y se sentó, dirigiendo sus desconcertantes ojos azules hacia ella—. Cuando
nos conocimos por primera vez dijisteis que vuestro esposo os había dejado. ¿Por qué?
¿Se llevó a vuestros hijos con él?
Ruby se sentó también.
—No, él nunca alejaría a Eddie y David de mí. —¿Cómo podía explicar el complicado
desastre en el que se había convertido su matrimonio? No podía. No en pocas palabras.
Así que no lo intentó. En cambio, trató de cambiar el tema bromeando—. Tal vez yo era
demasiado para él —y movió las cejas provocativamente.
Thork se reclinó de nuevo en la confortable silla de Olaf y sonrió lánguidamente.
—Si lo besabais de la misma forma en que a mí, no lo dudo. No penséis que he
olvidado ese beso vuestro. Tenéis una habilidad para convertir los huesos de un hombre en
miel.
¿Un cumplido de Thork? Ese era el primero. Ruby sintió un molesto rubor extenderse
a través de sus mejillas y por su cuello. Probablemente por eso lo dijo, solo para ponerla
nerviosa.
—Aunque a diferencia de vuestro esposo —continuó Thork—, dudo que fuerais
demasiado para mí. Sospecho que estaríamos bien encajados. —Una exasperante sonrisa
de suprema autoconfianza se extendió por su rostro y sus ojos azules brillaron con
diversión.
—Tu arrogancia no conoce límites —chisporroteó Ruby, levantándose de la silla de
Gyda para salir de la habitación antes de avergonzarse más a sí misma saltando en los
brazos de él, como quería hacer. Para su disgusto, él le pellizcó el trasero mientras ella le
daba la espalda.
—¿Podrías dejar de hacer eso? —explotó, sobándose el trasero.
—Solo estoy verificando si todavía cabe en la palma de mi mano —replicó Thork con
falsa inocencia.
Ruby lo miró fijamente.
—Así es. —Riendo, dejó la habitación antes de que ella pudiera decir más, pero sí dio
un pinchazo final—. Me pregunto si otras partes del cuerpo encajan tan bien.

* *

Thork se quedó para la comida de la noche, en la cual Gyda entretuvo a la familia con
un informe de las actividades de la tarde en el tocador de Byrnhil. Aullaron de risa,
incluso los niños, cuando Gyda describió a una totalmente desnuda Byrnhil demandando
que Ruby le hiciera un juego de ropa interior rojo fuego.
—Parece que Sigtrygg estará de buen humor esta noche —dijo secamente Olaf.
Luego, en tono de burla les tomó el pelo—. Creo que Gyda se vería bien en uno de esos
atuendos también.
Gyda levantó la barbilla desafiantemente y le dijo:
—Ya hemos hecho planes para hacer justo eso.
La boca de Olaf se abrió con sorpresa, luego rió con ganas.
—¿Haríais eso por mí, Gyda? Aunque no es necesario. Me gustáis bastante en el
atuendo que Dios os dio.
Gyda se ruborizó atractivamente y enfrentó picarescamente a su esposo bromeando.
—Es para mí misma que hago esto. A una mujer le gusta usar cosas bonitas para sí
misma también. —Luego miró a Ruby significativamente y añadió—: Después de todo,
una mujer tiene su propia identidad.
Thork y Olaf ulularon de risa ante el desafiante discurso de Gyda, causando que se
sonrojara.
—Callaos, cerdos chauvinistas —dijo Ruby.
—Estoy de acuerdo. Callaos cerdos chauvinistas —imitó Gyda.
Thork y Olaf se rieron incluso más alto. Ruby no pudo evitar reírse tontamente.
Después de una agradable comida, todos se reunieron en la zona de estar de Gyda.
Sorprendentemente, Thork se les unió. Ruby se separó un poco de los otros y le dijo a
Thork:
—Creí que te irías a seducir a la joven Dolly Parton.
—¿Quién?
—La dama con las grandes… —Ruby sostuvo sus manos a cerca de treinta
centímetros de su pecho para demostrarlo.
Thork sonrió y sacudió la cabeza por las increíbles cosas con las que salía Ruby. Ella
se sorprendía a sí misma a veces. Nunca había sido así de audaz en su otra vida.
—¿Queréis decir Esle? Visita a su familia. Tal vez después. —Sus ojos centellearon
ante los aparentes celos de Ruby.
Ruby resopló con desdén.
—A menos que deseéis tomar su lugar. Parece ser que ya hice esa oferta antes una vez
—Thork bromeaba con ella, lo sabía. Y aun así su expresión mantenía una cadencia
interrogante, casi esperanzada.
—No, gracias. A menos por supuesto que hayas considerado mi contraoferta.
—¡Persistente sois! —sacudió la cabeza con exasperación—. Nay, creo que ir a la
cama no valdría el precio de una boda.
—Creo que nunca lo sabrás —replicó Ruby con un rápido movimiento de su cabeza.
Pero ay, cuán tentada estaba de llevar a este hombre a su cama y hacerle el amor hasta que
su arrogancia le rezumara por los oídos. Podría hacerlo también, se dijo a sí misma.
Thork se quedó mientras Astrid tocaba el laúd, el exquisito canto de Gunnhild y
finalmente el cuento de Ruby. Extrañamente silencioso sorbía su vino especiado, con Eirik
y Tykir a cada lado. Sonreía débilmente con diversión ante las historias para niños de
Ruby, pero resopló indignado por su caricaturesca versión de “Thork y los frijoles
mágicos”.
—Creo que este sería un magnífico entretenimiento para el Althing —dijo Ruby con
una expresión seria.
—¡Por el martillo de Thor! Os atrevéis a eso —advirtió Thork a Ruby— y pasaréis el
resto de vuestra vida encerrada en el granero.
Todo se silenció de repente, recordando las acciones irresponsables de Ruby y Gudrod.
A veces, en momentos como este, Ruby olvidaba que estas violentas personas no eran
realmente sus amigos. Incluso Thork.
Ella y los niños acompañaron a Thork hacia el establo a por su caballo. Eirik y Tykir
entraron para ayudar a Ulf a ensillar a la yegua, mientras Ruby y Thork esperaban
reclinados contra el costado del edificio.
—¿Estáis segura de que no consideraréis regresar conmigo? —pasó un dedo
seductoramente por el brazo desnudo de ella y dejó un rastro de sensible piel de gallina a
su paso.
Ella sacudió la cabeza con pesar.
—No puedo.
Thork tocó las puntas de su cabello con los dedos.
—¿A vuestro esposo le gusta así vuestro cabello? —Su tono de voz traicionaba su falta
de aprecio por el corto estilo de cabello.
—A él no le importa. Es mucho más fácil de cuidar, especialmente desde que tengo
que levantarme tan temprano para trabajar todas las mañanas. —De repente recordó algo
en lo que no había pensado en años, y sin pensarlo lo soltó—. En realidad, cuando nos
casamos tenía el cabello largo, por debajo de los hombros. Jack lo adoraba. Solía decirme
que nunca lo cortara.
Eso había sido hacía tanto tiempo. ¿Cómo podía haberlo olvidado?
Thork ladeó la cabeza inquisitivamente.
—¿Y os lo cortasteis de todas formas? —claramente no lo entendía—. ¿No lo
amabais? ¿No queríais complacerlo?
Mientras tanto sostenía en sus manos las de ella, con los pulgares haciendo sensuales
círculos en las muñecas de Ruby. Su corazón latía tan salvajemente y su sangre palpitaba
tan duro, que ella apenas podía pensar.
—Era una cosa tan nimia —susurró, moviéndose más cerca de su tibio pecho—. Estoy
segura de que no le importó mucho a Jack.
Thork no dijo nada pero obviamente no lo creía. Ella misma no estaba muy segura.
Sus errantes manos se habían movido a su cintura y estaban subiendo lentamente a los
costados de sus pechos. Ruby contuvo el aliento con su cuerpo hormigueando en donde
quiera que él la tocara. Cuando se detuvo a poca distancia de su meta, Ruby exhaló
lentamente antes de preguntar inestable:
—Thork, ¿confías en mí ahora, o aún piensas que puedo ser una espía, que tengo un
motivo oculto para estar en Jorvik?
—Nunca pensé en realidad que fueseis una espía, pero no puedo confiar en vos
completamente tampoco. Hay demasiadas preguntas sin responder y he aprendido de la
forma difícil a no confiar por completo en ningún hombre o mujer. Demasiados riesgos
pesan en la balanza para permitirte llevar las riendas libremente.
Los hombros de Ruby se encorvaron con cansada resignación y Thork puso un dedo
debajo de su barbilla levantándole el rostro para que tuviera que mirarlo.
—Mi opinión importa poco —continuó—. Además, me iré a Jomsborg una vez que el
Althing complete sus asuntos el próximo mes.
—¿Y por cuánto tiempo te irás?
Thork se encogió de hombros vacilante.
—Dos años.
—¡Dos años! —El corazón de Ruby se sentía como un peso de plomo en su pecho, y
sus próximas palabras apenas pasaron el enorme bulto en su garganta—. ¿Por qué por
tanto tiempo?
—Dos años he dedicado a los asuntos de mi abuelo, pero tomé el juramento de los
jomsviking hace mucho. El honor demanda mi inmediato regreso.
—¿Qué honor hay en matar?
Los hombros de Thork se tensaron.
—Un hombre hace lo que debe para proteger a su gente.
—¿Has matado a muchas personas?
—Yea, así ha sido. Más de los que puedo contar.
—¿Y escogiste este estilo de vida? —Ruby sacudió la cabeza, incapaz de entender la
dura actitud de Thork.
—A veces los hombres no tienen elección. —Un tenso músculo se movió en el duro
plano de la mandíbula de Thork.
Podían oír a los niños acercándose y Thork rápidamente se inclinó hacia ella.
—¿Me favoreceríais con un beso para confortarme en el largo viaje hacia el castillo?
—No es tan largo —contraatacó Ruby con una sonrisa, apartando sus preocupaciones
por la naturaleza despiadada de Thork. No podía evitar más la necesidad de inclinarse
hacia su beso, de parar el salvaje latido de su corazón.
Con ambas manos enlazadas alrededor de su cuello, Thork la acercó. Sus labios
estaban a un suspiro de los de ella cuando dudó, mirándola a los ojos en una forma
demasiado familiar, luego se besaron profundamente, girando ligeramente de lado a lado
para amoldar sus labios correctamente.
Con un suspiro de resignación, Ruby saboreó el beso de Thork. Se sentía tan bien estar
en sus brazos. De alguna forma, sabía que aquí era en donde se suponía que debía estar.
Puso los brazos alrededor del cuello de Thork y se acercó más.
Thork se alejó ligeramente sobresaltado y estudió el rostro de Ruby, tratando de
entender esta innata química entre ellos. Tocó sus labios con la punta de su lengua y Ruby
gimió, abriendo los labios buscando más. Las voces de los niños se escucharon más fuerte
y Thork se forzó a sí mismo a alejarse, sosteniéndola firmemente por los hombros hasta
que sus jadeantes respiraciones se calmaron. Luego le dio otro ligero beso en los labios y
antes de montar en su caballo y alejarse cabalgando, susurró:
—Dormid bien, mieldebrezo.
Ruby se revolvió durante toda la noche. El amanecer finalmente se arrastró en su
habitación antes de que el sueño finalmente llegara. Esperaba que Thork sufriera también.

8
Capítulo

TRES semanas habían pasado desde la llegada de Ruby a Jorvik. Ruby se había sentido
en paz desde que comenzó a asistir con Gyda cada día a los servicios a primera hora de la
mañana en la iglesia de Santa María. Se sorprendió al enterarse que la ciudad vikinga tenía
once iglesias cristianas.
Ya no se preguntaba continuamente cuándo regresaría al futuro. Ruby creía que esta
experiencia de viaje en el tiempo había sido ordenada por alguna fuerza más poderosa que
el hombre. No estaba resignada al hecho de que tal vez nunca regresaría, pero había
decidido superar un día a la vez.
Cuando un día ella y Gyda regresaron a casa de la iglesia, Ruby comía un pedazo de
bannock[23] y una rebanada de queso duro antes de que Byrnhil apareciera en su puerta
con una versión vikinga de la indumentaria para hacer jogging. Entre la camiseta de las
bolas de bronce, los vaqueros, las zapatillas Nike, los pantalones especialmente hechos de
seda púrpura y la camiseta estilo túnica de Byrnhil, las dos mujeres eran una vista para
contemplar mientras corrían los tres kilómetros que se habían convertido en su rutina
matutina.
Byrnhil había convencido a Olaf de que le permitiera a Ruby correr con ella. Ulf, por
supuesto, las seguía con el rostro rojo de humillación. Varias de las damas de Byrnhil
habían trotado con ellas los primeros dos días, pero se negaban a ir de nuevo.
—Mis mujeres son débiles —se burló Byrnhil—. Demasiada vida holgada. O tal vez
fue el comentario del carnicero sobre el tamaño de sus caderas. Aunque creo que el
comentario del herrero sobre sus gelatinosos pechos fue la gota que colmó el vaso.
—¡Pobre Ulf! Su rostro parece una remolacha sanguinolenta.
Ambas mujeres se rieron.
A su regreso, Ruby se paseó a través de Coppergate con Astrid y el siempre presente
guardia. Los artesanos de la ciudad que ejercían su oficio al aire libre delante de sus casas
fascinaron a Ruby, especialmente los que hacían instrumentos, las flautas de pan que
tallaban tan amorosamente y de las que se obtenía una dulce y evocadora música.
Los artistas vikingos con sus largas y fluidas melenas y ajustadas túnicas, trabajadores
de madera, cuero y oro, orfebres, joyeros, sopladores de vidrio y tejedores, le recordaban a
los hippies de los sesenta. Sin embargo a diferencia de esos amables chicos flower power,
estos arrogantes machos se volvían fieros y navegaban los Mares del Norte en sus largos
barcos cuando los vientos soplaban. Encontrando la diferencia difícil de reconciliar, Ruby
le preguntó a Gyda al respecto.
—Habéis venido a nosotros en un raro período de paz —explicó Gyda—. Tan solo
hace seis años, cuando Rognvald conquistó y se convirtió en rey de Jorvik, la feria de la
ciudad florecía con sangre. Cada familia perdió hijos, hermanos, esposos y padres. —
Sacudió la cabeza tristemente antes de confiarle—: Nuestro hijo mayor Thorvald murió en
la batalla. —La voz de Gyda se rompió y lloró suavemente.
—¡Oh Gyda, qué desconsiderado de mi parte! Nunca supe que tenías un hijo. Por
favor perdóname.
Cuando Gyda se calmó, continuó.
—La parte más triste es que la pelea aún no ha terminado. Escuchad mis palabras, la
sangre fluirá de nuevo. Los sajones nunca nos permitirán vivir aquí en paz.
—¿Los vikingos no tienen sus propias tierras?
—Nuestras tierras natales son pequeñas y sobrepobladas. Los líderes vikingos de allí
blanden el poder tan brutalmente como nuestros enemigos aquí.
—¿Como el padre de Thork, el rey Harald?
—Así es. Hordas de nuestros hermanos escaparon del yugo de la tiranía y han buscado
establecerse en nuevas tierras como granjeros y comerciantes, como aquí en Jorvik, pero
siempre es una lucha sobrevivir, incluso cuando acordamos renunciar a nuestra propia
cultura para mezclarnos en las nuevas tierras.
—Gyda, puede que encuentres esto difícil de creer, pero en mi país la gente considera
a los vikingos como bárbaros paganos que mataban por el placer de ello. ¿Y qué quiere
decir vikinguear, sino violar y saquear otras tierras?
—Algunos se ven atraídos por ello —admitió Gyda—. Vencidos por la sed de sangre,
como los berserkers, o por el saqueo, pero sobre todo van a buscar vidas mejores para sus
familias. Tal vez conquistan tierras poco dispuestas en el proceso, pero la supervivencia
los impulsa. Nada más.
Esa era una de las conversaciones más serias en las que ella y Gyda se habían
enzarzado recientemente. Principalmente se reían y disfrutaban mientras las mujeres se
reunían en el hogar de Gyda cada tarde para obtener la experta ayuda de Ruby haciendo la
frívola lencería.
Hoy un grupo de las amigas de Gyda, de hogares cercanos, llegaron una vez más para
una “competencia de costura”. Ruby les había mostrado anteriormente cómo hacer un
patrón, pero algunas se habían encontrado con problemas y querían asistencia personal.
Ella sospechaba que estaban más interesadas en ver la tabla de lavar que había
diseñado para Gyda con la ayuda del herrero, sin mencionar las pinzas para la ropa
talladas a mano que un carpintero en el área del mercado había hecho bajo sus
especificaciones. Gyda brillaba de orgullo cuando miraba su ropa limpia colgada en el
tendedero recientemente colgado entre dos árboles detrás de la casa. Exponía la tabla de
lavar, cuando no estaba siendo usada, en una especial y altamente visible estaca en la
pared, su chapada superficie de metal pulida para un máximo brillo. Y Ruby sospechaba
que Gyda dejaba colgada su ropa más de lo necesario para impresionar a los vecinos con
sus modernos artefactos.
Las animadas y francas mujeres en el solar de Gyda charlaban y chismorreaban esa
tarde, mientras sus ágiles dedos tejían con preciosas agujas e hilos de colores como los del
arco iris.
—¿Oísteis que Gunvor está embarazada de nuevo? —confió una mujer. Las otras
pusieron los ojos en blanco significativamente. Las mujeres chasquearon la lengua
mientras simpatizaban con la “pobre chica”.
—¡Diez bebés, y ella aún no ha visto veinticinco inviernos! —exclamó Gyda—. Estará
muerta para su trigésimo cumpleaños. Casi se desangró hasta la muerte en el último parto,
me dijeron.
—¿Entonces qué hará Siegfried para cuidar a todos esos niños? —cloqueó la vecina de
al lado de Gyda, Freydis, una voluminosa y alegre mujer.
—Probablemente desposar a una joven e ignorante hija de terrateniente cuyo padre
quiera una boca menos que alimentar —resopló otra dama con disgusto.
¿Era eso parecido a un hombre de treinta y ocho años buscando una dulce y joven
tonta después de desechar a la que había sido su esposa durante veinte años? ¡Diablos!,
pensó Ruby. ¡No necesito esto!
—Es la carga de una mujer y siempre lo será. La lujuria de los hombres. Las mujeres
sufren —Gyda suspiró, con la eterna resignación de una mujer hacia el destino.
—Bueno —ofreció Ruby—. ¿Por qué ustedes, las mujeres, no hacen algo al respecto?
También es nuestra responsabilidad.
Todas las mujeres se giraron hacia Ruby, con los ojos y la boca bien abiertos y muy
muy interesadas. Incluso Gyda.
¡Oops! ¿Había cometido otro error? Tal vez éste era un asunto que no debía haber
mencionado. Pero rayos, las mujeres debían mantenerse juntas, para compartir
información, para unirse en su propio beneficio.
Las mujeres aún la miraban con la boca abierta, esperando a que se explicara.
—¿No han oído nunca del control de natalidad, o de tomar precauciones para así no
tener más hijos, si es eso lo que deciden hacer?
Freydis desechó su sugerencia con un movimiento la mano.
—Habláis de esos inútiles polvos que prometen prevenir la concepción pero nunca lo
hacen. ¡Son solo una pérdida de monedas! —Las otras asintieron.
—De hecho, hay polvos en mi país que sí funcionan —dijo Ruby, sabiendo que no
entenderían las pastillas anticonceptivas—. ¿No han oído sobre los condones o las
esponjas o las duchas vaginales? —Por supuesto que no. ¡Que tonto de su parte preguntar!
—¿Condones? ¿Qué son? —preguntó Gyda—. ¿De verdad decís que las mujeres
tienen métodos para prevenir tener bebés?
—Sí, así es.
Ruby tenía la atención embelesada de cada mujer en la habitación.
—Los condones son delgadas fundas que caben sobre las partes masculinas de un
hombre. Tan delgadas que las sensaciones placenteras no son disminuidas, pero retiene el
esperma del hombre, o fluidos, y estos no pueden entrar en la vagina de una mujer y
encontrarse con sus huevos.
Una tormenta de preguntas siguieron entonces y Ruby dio la charla estandarizada para
clases de higiene y salud de escuela secundaria sobre la menstruación y la reproducción.
—Pero estos condones —preguntó una joven mujer— ¿en dónde pueden ser
adquiridos? ¿Y de qué tela están hechos?
—No estoy segura —admitió Ruby— aunque creo que ya están siendo hechos en el
Oriente en este momento. Creo que los primeros fueron hechos de un suave cuero que era
enjuagado y usado una y otra vez, pero los que he visto son delgadas membranas
transparentes, desechadas después de cada uso. —Ruby rebuscó en su cerebro para
recordar más sobre un tema en el que no estaba particularmente informada.
—¿Y las mujeres pueden hacer el amor y no quedar embarazadas? —preguntó una
sorprendida Gyda.
Ruby sonrió y asintió.
—¿Qué es una membrana? —preguntó otra—. ¿Es como una seda delgadísima?
—No, porque no es a prueba de derrames. Es como la delgada piel sobre los pechos de
algunas mujeres, o la piel de un animal que ha sido raspado y raspado hasta que es casi
transparente y es usada para cubrir las ventanas —Ruby trató de pensar en una explicación
mejor—. Ya sé, se asemeja a los intestinos de los animales cuando son limpiados a
conciencia.
Ahora las mujeres entendían.
—¿El control de natalidad no enfada a los hombres en vuestro país? —preguntó
Freydis.
—No-o-o, no lo creo. Si un hombre ama a una mujer quiere protegerla, evitar que
tenga hijos cuando es peligroso para su salud o cuando son demasiados para alimentarlos,
o si ya pasó el tiempo para engendrar niños.
Después de que las mujeres se fueron, Gyda miró a Ruby extrañamente.
—¿Quién sois? —preguntó Gyda frunciendo el ceño interrogativamente—. Es extraño
que sepáis tantas cosas que nosotros no, incluso aunque nuestros hombres viajan alrededor
del mundo.
—Vengo del futuro Gyda —trató de explicar Ruby una vez más.
—Nay, eso no puedo aceptarlo. Debéis venir de alguna extraña tierra que aún no
hemos descubierto. Eso debe ser.
A la mañana siguiente, después de su rutina de trote con Byrnhil, la amante del rey
demandó que Ruby regresara al castillo con ella para una conversación privada. Ruby
pronto entendió que lo de “me lo dijo un pajarito”, entre los vikingos funcionaba casi tan
rápido como en la América moderna. La noticia sobre la charla del control de la natalidad
de Ruby ya se había extendido.
Al menos veinte mujeres se juntaban en el solar de Byrnhil demandando que repitiera
las palabras que dijo el día anterior. Pero cuando terminó, hicieron incluso más preguntas
que las amigas de Gyda.
—Le diré a Sigtrygg que busque algunos de esos condones la próxima vez que su
barco viaje al Oriente —declaró Byrnhil confiadamente.
—¿A las mujeres de vuestro país no les importa nada que esos extraños objetos estén
dentro de ellas? —preguntó tímidamente una joven doncella.
—¡Humph! ¡No más extraño que algunas partes masculinas que he visto! —bromeó
Byrnhil. Y eso llevó a una discusión sobre hacer el amor, proezas sexuales y buenos
amantes que esas mujeres habían conocido. Ruby se sonrojó con algunas de las gráficas
descripciones que las mujeres vikingas daban.
Sintiendo el bochorno de Ruby, Byrnhil preguntó:
—¿En vuestro país a las mujeres no les gusta hacer el amor? —Eso fue dicho por una
mujer sajona que lo consideraba un desagradable deber.
—Oh, las mujeres disfrutan de hacer el amor tanto como los hombres —Ruby se rió—
especialmente desde que aprendimos tanto en estas décadas pasadas sobre la anatomía de
una mujer y qué le da placer. Las mujeres en mi país esperan tener orgasmos como los
hombres. De hecho, muchas han descubierto los orgasmos múltiples.
El atónito silencio que recibió a esas palabras paró a Ruby en seco. ¡Oh Dios mío! ¿De
verdad había dicho todo eso?
—Creo que mejor me voy a casa ahora —murmuró débilmente Ruby.
Pero de ninguna forma se le iba a permitir escapar tan fácilmente. La mirada fija en el
rostro de Byrnhil le dijo a Ruby bien alto y claro que se había metido en camisa de once
varas.
—¿Qué es un orgasmo? —demandó saber Byrnhil.
Cuando describió eso tan breve y sucintamente como pudo, Byrnhil preguntó:
—¿Y orgasmos múltiples? —la explicación de Ruby logró jadeos de sorpresa de
algunas de las mujeres y resoplidos de incredulidad de otras.
—Yo sabía eso —clamó Byrnhil arrogantemente—. Tan solo no entendía vuestras
palabras. —Luego se jactó—. Siempre me corro al menos tres veces.
¡Santa madre! No era de extrañarse que Byrnhil aferrara al fiero Sigtrygg bajo su
hechizo.
Dos días después el mismo grupo de damas del vecindario apareció en la puerta de
Gyda, con las mejillas sonrojadas y actitud conspirativa. Cuando se hubieron sentado en
las habitaciones de costura de Gyda, Freydis se levantó como portavoz.
—Tenemos algo que mostraros.
¿Era otro patrón para ropa interior? Algunas de estas pechugonas mujeres vikingas
insistían en que debía haber una forma de diseñar un sostén con cazuelas que les quedara
bien sin hacerlas ver como el tope de un mástil.
Freydis sacó un objeto de su bolsa y lo empujó a las manos de Ruby.
La arrugada cosa de color gris se veía como los intestinos de cerdo usados como
envoltura para la salchicha que había visto en la granja de su abuelo cuando era niña.
—¿Qué es esto? —preguntó Ruby, levantando interrogativamente los ojos hacia
Freydis.
—Un condón —dijo orgullosamente Freydis—. Lo hice yo misma.
Ruby trató de no sonreír mientras examinaba el feo objeto más de cerca. Freydis había
cosido el final del limpio revestimiento con pequeñas puntadas para contener el esperma
adentro.
Antes de que Ruby tuviera tiempo de reaccionar, las otras mujeres sacaron sus
creaciones. Una mujer había bordado con hilo rojo y dorado símbolos nórdicos por el
largo del suyo. Otra había usado la vejiga de un cerdo y lo había hecho tan largo y grande
que el esposo tendría que ser inmenso para llenarlo. Miró avergonzada y dijo:
—Mi Gorm es tan grande como el tronco de un árbol cuando le sobreviene la lujuria,
pero tal vez sí lo hice un poco demasiado grande. —Las mujeres silbaron en broma por
sus palabras.
Cuando Ruby finalmente tuvo tiempo para registrar lo que las mujeres le habían
mostrado, comenzó a reírse. No pudo contenerse. Se rió tan fuerte que se le salieron las
lágrimas y le dolía el costado, pero aun así no pudo detenerse. Finalmente, Gyda le dio
una palmada en la espalda y la forzó a tomar un vaso con agua. Limpiándose las lágrimas
del rostro, Ruby miró a las curiosas mujeres, quienes no podían entender su reacción.
—Condones hechos en casa no funcionarán —dijo gentilmente Ruby—. Están
destinados a gotear o a romperse. Lo siento si les hice creer que podían hacerlos ustedes
mismas.
—Bueno, no los veo como inútiles —protestó Freydis—. Algo es mejor que nada.
Revisaré cada uno de los míos para estar segura de que son perfectos, irrompibles. Usaré
las más finas y ajustadas puntadas. —Las otras mujeres estuvieron de acuerdo, ignorando
las críticas de Ruby.
—Saben, podrían seguir el método del ritmo —ofreció—. No es perfecto, pero creo
que sería más efectivo que sus condones caseros.
Les explicó el método del ritmo, diciéndoles cómo mantener un calendario y cuáles
días del mes eran los más fértiles. Ellas escucharon atentamente, pero una mujer resumió
sus sentimientos cuando dijo:
—¿Creéis vos que un esposo con ganas se retirará cuando su esposa diga que no es el
momento apropiado?
Solo una joven dama estuvo en desacuerdo:
—Algunos esposos lo harían. Si la vida de su esposa estuviese en peligro, algunos
esperarían.
Ruby resolvió después mantener la boca cerrada y no ofrecer voluntariamente más
información. Lo que no necesitaba era llamar la atención sobre sí misma, y eso era justo lo
que había estado haciendo creando una conmoción con su lencería y el control de
natalidad. ¡No más!
Thork y Olaf habían estado fuera la pasada semana. Vendieron casi todos los bienes
que llevaban en los barcos de Thork, un porcentaje de los cuales pertenecía a Olaf, y
habían almacenado el resto en la propiedad de Dar, donde estuvieron esa semana. Thork
estaba haciendo un esfuerzo decidido para ocuparse de sus asuntos antes de irse de Jorvik
—y alejarse de ella— por un largo, largo tiempo. Ella tal vez no lo viera otra vez.
Ruby no podía pensar más allá del presente. Su futuro fluctuaba oscuro y sombrío
frente a ella. No solo estaba aterrorizada por su “juicio” en el Althing, sino de la
posibilidad de estar sola en la tierra vikinga sin Thork, traumatizada con la incertidumbre.
Trató de mantener las aterradoras imágenes a raya con trabajo duro, pero ella y Gyda
se congelaron con sorpresa mientras estaban en el proceso de secar hongos, cuando dos
días después vieron a Thork, a Olaf y a un hombre extrañamente familiar de cabello
canoso venir caminando hacia la casa.
Un espectro de emociones atravesó a Ruby cuando enfrentó a su esposo, que no era su
esposo —fundamentalmente simple felicidad de verlo de nuevo. Su espíritu estaba fuera
de sintonía sin embargo con el tenso drama representado en el tempestuoso rostro de
Thork.
—¿Qué, en el nombre de Loki habéis estado haciendo? —demandó Thork a Ruby, sin
siquiera saludarla.
Su fascinante mirada la acusaba fríamente, tan diferente de la última vez que lo había
visto fuera del establo de Olaf, donde había compartido un dulce beso. Bajo su fijo
escrutinio, la confianza de Ruby flaqueó inquietamente.
—¡He estado ausente menos de siete días y ya habéis creado un escándalo!
—¿Yo? —la sangre de Ruby se congeló. Su mente trabajó a la carrera para entender su
acusación. Tenía la ligera sospecha sobre qué había provocado la irritación de Thork, pero
esperaba que no fuera verdad—. No sé de qué estás hablando —mintió.
—Sigtrygg envió un mensaje urgente demandando que regresara a Jorvik de inmediato
para sacar a la conflictiva moza de esta ciudad, antes de que creara una rebelión entre las
mujeres. ¿Podría por ventura referirse a vos? —preguntó suavemente Thork.
—¡En serio! ¿Qué puede hacer una sola mujer? Él tan solo está del lado negativo en
uno de sus cambios de humor. —El corazón de Ruby se hundió con el seguro
conocimiento de que el rey había oído sobre sus charlas de control de natalidad ¡Oh Dios!
Ruby miró a Thork a través de sus pestañas, tratando de calcular cuán molesto estaba.
Thork se erguía en una postura enfadada con sus manos en la cintura, mirándola ceñudo.
¡Como si ella fuera una niña traviesa! ¿Deberían advertirle por adelantado qué esperar del
rey? ¡No! Decidió. Déjalo que lo descubra por sí mismo.
—¿Thork, no vais a presentarme? —el hombre canoso preguntó petulantemente.
Thork se volvió de mala gana, no habiendo obtenido las respuestas necesarias de ella.
Antes de girarse le disparó una mirada cargada que decía que se encargaría de ella más
tarde.
—Ruby, este es mi abuelo Dar —dijo Thork a regañadientes.
—¡Ajá! La moza que clama ser tu esposa del futuro —dijo con deleite el vejete.
—¿Quién os dijo eso? —se mofó Thork, tomando la cerveza que Gyda le ofreció y
zampándosela de un trago, limpiándose luego la boca con el reverso de una polvorienta
manga. Su barba de un día y sus ropas arrugadas y sucias hablaban de la urgencia de la
llamada de Sigtrygg, se dio cuenta Ruby con más aprensión.
—El mundo se mueve rápido, incluso en nuestra zona tan lejana —dijo Dar
guiñándole el ojo conspirativamente a Ruby.
Ruby parpadeó aturdida por el rápido paso de todas las insinuaciones volando sobre su
cabeza. Ruby debió haber sabido que ese hombre estaba relacionado con Thork. Dar era
más o menos de la misma altura, aunque sus hombros estaban un poco encorvados por la
edad y su constitución no era tan musculosa. Su rostro presentaba una versión mayor de
Thork surcada por arrugas, ambos eran arrogantes y guapísimos.
—Aud y sus damas piden que les traiga muestras de los extraños atuendos de los que
han oído tanto —le dijo Dar a Ruby. La diversión oscilaba en sus reumáticos ojos—. Por
la sangre de Cristo, no sé por qué las mujeres necesitan desperdiciar buena tela para cubrir
sus desnudos traseros ni los pechos, los cuales es mejor dejar descubiertos para dar de
mamar al bebé o socorrer al hombre.
Los ojos de Thork brillaron con reacia diversión por las vulgares palabras de su
abuelo, probablemente porque él sabía cuánto irritaban a Ruby.
—¿No tenéis lengua en la boca, esclava? —el espantoso anciano continuó—. Aunque
es cierto que me han dicho que no hacéis nada más que escupir palabras todo el día. —Se
rió con ganas por sus propias palabras. La dura expresión en el rostro de Thork se relajó a
una débil sonrisa a costa de Ruby.
Ruby se erizó, indignada por las palabras de Dar. Había tenido suficiente de los rudos,
groseros y arrogantes vikingos. Manteniendo los brazos tiesamente a los lados, temerosa
de que tal vez abofetearía al viejo zángano, Ruby confrontó a Dar con una furia apenas
suprimida.
—El día que escoja azotarlo con mi lengua, anciano, lo sabrá. Pero incluso yo, esclava
que soy, sé cómo mostrar algunos modales. Acaso —dijo enfatizando la arcaica palabra—
podría enseñarle algo de etiqueta, si no es demasiado ignorante para aprender.
Thork puso los ojos en blanco, mordiéndose el labio de abajo para reprimir una
escandalosa risa. Gyda se persignó. Olaf la miró fijamente con indignación. Pero Dar
sonrió de oreja a oreja y puso sus manos en los hombros de ella, apretando duro.
—Bien dicho moza, seréis apropiada. Sí, pienso que seréis muy apropiada. —Luego se
volvió hacia Thork, quien lo miró con desconfianza, y dijo bruscamente—: ¿Nos vamos a
entretener aquí todo el día muchacho? Pensé que habíais sido convocado al castillo de
Sigtrygg.
Thork dijo de manera brusca algo incoherente sobre viejos y tocacojones. Dar lo
ignoró intencionadamente, y antes de partir, ordenó a Ruby:
—Tened algunos de esos conjuntos de ropa preparados para cuando parta mañana. Mi
mujer, Aud, debe tener la misma talla que Gyda. ¿No crees Thork?
—¡No puedes hablar en serio! —exclamó Thork, dejando su copa sobre la mesa con
un fuerte golpe.
—¡Pues claro que sí! —un destello de humor suavizó su arrugado rostro.
—Mi abuela nunca usaría tales… cosas —escupió Thork, mirando con indignación a
Ruby, como si eso hubiese sido idea suya.
—No apostéis por ello —refutó Dar con una seca y sabedora sonrisa. El rostro de
Thork se sonrojó con vergüenza.
Antes de llegar a la puerta, Thork le advirtió a Ruby, apartándola:
—Vos y yo tenemos mucho que discutir. No me gusta que mi vida sea dictada por una
moza. Estad aquí cuando regrese.
—Lo pensaré —dijo tontamente Ruby. ¡Como si tuviese otro lugar a donde ir!
Gyda trabajaba ominosamente silenciosa, mientras continuaban con sus tareas. Cuando
Astrid le preguntó a Ruby si quería ir al mercado, Gyda le aconsejó que se quedara en casa
ese día en caso de que los hombres regresaran pronto. Ruby estaba acomodando su
recámara cuando escuchó la puerta abrirse con un fuerte golpe y airadas voces
discutiendo, incluyendo a Gyda.
—¡Nay! No lo haré. Ella no es mi responsabilidad. Sigtrygg no tiene derecho a
interferir con mis compromisos con los jomsviking —Thork juró en voz alta y
elocuentemente. Luego Ruby oyó a Olaf reprenderlo por usar lenguaje burdo en presencia
de Gyda, a lo cual Thork se disculpó cortésmente y agregó—: ¿Podéis imaginar lo que les
hará ella a los hombres de mi barco cuando la lleve a bordo? Probablemente los pondrá a
colocar encajes en las velas o a diseñar braguetas[24] transparentes para ellos mismos.
La risa se filtró hasta Ruby junto con sus últimas palabras. Luego Gyda, maravillosa
mujer, defendió a Ruby.
—Ruby solo trató de ayudar, Thork. Ella no quiere hacer ningún daño.
—¡Que todos los dioses nos salven de su ayuda en el futuro! —refunfuñó Thork con
disgusto.
—Hay otra solución. —Ofreció Dar con un malicioso tono de voz.
—¿Qué podría ser? —preguntó cautelosamente Thork.
—Podríamos llevárnosla a Ravenshire hasta que se reúna el Althing. Después de todo,
solo faltan tres semanas desde hoy. ¿Cuánto más daño puede hacer la moza?
—¡Cuánto daño ciertamente! —se mofó Thork, pero sonó más de acuerdo a que
estuviera en casa de Dar que en su barco—. Gyda, traed abajo a la moza, pero advertidle
que mantenga su maldita boca cerrada o, lo juro, la despojaré de la piel de su espalda esta
vez, como Sigtrygg sugirió que hiciera.
Cuando Ruby bajó, tratando de parecer lo más mansa e inocente posible, los hombres
estaban sentados en la mesa mirándola sombríamente, como tres jueces condenadores.
Tentada a volverse y huir hacia arriba, Ruby escogió en vez de eso moverse hacia delante
estoicamente.
Exasperado hasta no más, Thork apuntó un censurador dedo hacia Ruby y le informó
sin preámbulo:
—Ahora habéis convencido a Sigtrygg de que debéis ser una espía de Ivar. Sus
palabras exactas fueron: «Ivar no solo desea matar a todos mis hombres, ahora envía a esta
mujer a asegurarse de que no tengamos jóvenes para reemplazar a nuestros muertos».
—¡Eso es ridículo! Todo lo que…
Thork levantó una mano, enfadado, para detener su discurso y le ordenó a través de
apretados labios:
—En el futuro hablareis sólo cuando os dé permiso.
Eso lo veremos. Pero Ruby sabía que debía permanecer en silencio por ahora.
—El travieso Loki tuvo que haberos enviado a mi vida como una enorme broma. Él y
todos los otros demonios, cristianos y vikingos como él, se están riendo con ganas ahora.
—¿Quién es Loki?
—Os dije que no hablarais a menos que os diera permiso —explotó Thork.
—¿Qué podíais haber estado pensando, moza —intervino socarronamente Olaf—,
para predicar el asesinato de bebés entre nuestras mujeres?
A Ruby no le importaba lo que Thork ordenara. No podía permanecer en silencio ante
tales horrendas acusaciones.
—Nunca hablé de matar a los niños, dentro o fuera del vientre. Solo hablé de métodos
para prevenir la concepción.
Thork se levantó abruptamente, volcando un cáliz con ale. El desafío a su orden de
permanecer en silencio lo enfureció. Ensanchando los orificios nasales se movió hacia
ella. Ruby entró en pánico por un momento y saltó detrás de la silla de Dar buscando su
protección. Se ocultó allí durante varios segundos antes de sentirse asqueada de sí misma.
—Bien, adelante, castígame Thork. No puedo permanecer callada cuando estoy siendo
falsamente acusada.
—¡Falsamente acusada! —escupió Thork, mientras Olaf levantaba una mano y lo
sentaba de nuevo en su silla. Mientras tanto, Gyda rellenó sus copas de ale, probablemente
esperando que eso los aplacara un poco. Los ojos de Gyda se encontraron con los de Ruby
durante un momento, con comprensión.
—Me niego a escuchar vuestras tontas excusas, aunque no sea la cuestión aquí, por lo
menos. Sigtrygg vociferó más fuertemente que un oso herido y os hubiese castigado con la
muerte, seáis pariente de Hrolf o no.
—Tal vez nosotras, las mujeres, pudiéramos ir a él y explicarle cuán inofensivas
fueron las charlas —ofreció apaciguadoramente Gyda.
—Sí, y tener un ojo morado como la buena de Byrnhil —comentó secamente Dar.
—Alejaos de esta compañía, Gyda —rugió Olaf como un toro salvaje ante la
interrupción de su esposa en la charla masculina—. ¿En dónde aprendisteis a actuar como
el hombre, interrumpiendo de una manera tan poco educada? Probablemente de esta
entrometida imbécil. —Miró hacia arriba apuntando a Ruby y luego hacia Gyda—.
Ciertamente he sido demasiado suave con vos, esposa.
Sollozando fuertemente, Gyda escapó de la habitación con su delantal sobre el rostro.
¡Así que esto era lo que su interferencia le había traído a una de las pocas amigas que
había hecho aquí!, Ruby se reprochó a sí misma.
—Eso fue innecesario y cruel —le reprendió Ruby, y antes de que pudiera responderle
se giró fríamente hacia Thork—. ¿Qué quieres que haga?
Ruby vio las furiosas emociones enfrentándose dentro de él y supo que luchaba por
contenerlas. Finalmente le dijo con voz plana:
—Viajaremos a casa de mi abuelo mañana. Gyda y su familia nos acompañarán. No
para vuestro placer, sino porque mi abuela Aud lo solicita. Allí permaneceréis, silenciosa y
dócil, sin causar más problemas hasta que el Althing me libere de mis responsabilidades.
¿Lo entendéis?
Ruby asintió.
—Porque si no es así, seréis atada y amordazada bajo su guardia hasta que no podáis
moveros o hablar.
Totalmente sometida, por lo menos en la superficie, Ruby regresó a sus aposentos para
contemplar el magnífico enredo en que había convertido las cosas. Una vez más. Yaciendo
en su camastro y mirando fijamente al techo, Ruby eventualmente se quedó dormida. Se
sorprendió varias horas después al levantar la vista y ver a Thork apoyado contra el marco
de la puerta observándola curiosamente.
—¿Qué? ¿Qué hice ahora? —saltó Ruby alarmada.
—Pensé que os había dicho que no hablarais —dijo Thork con un tono
sorpresivamente suave, salpicado con humor.
Ruby resopló desdeñosamente y caminó hacia su pequeña ventana. El polvo se
asentaba perezosamente sobre el claro cielo. Mañana sería un buen día para viajar. Luego
se volvió para estudiar el rostro en blanco de Thork, incapaz de leer sus emociones o de
saber si había algún crimen nuevo del cual sería acusada.
Gotas de humedad por un reciente baño perlaban su cabello y caían hacia su limpio y
recién afeitado rostro. Los sedosos cabellos rubios de sus brazos y pantorrillas desnudas
brillaban bajo el sol de la tarde que entraba a raudales a través de su pequeña ventana. Los
ricos contornos de sus fuertes hombros tensaban la tela de su limpia túnica de flexible
cuero color marrón y el cinturón de dragón acentuaba su cintura deliciosamente delgada y
sus caderas.
Era un hombre endemoniadamente guapo, sin ninguna duda. La masculinidad pura que
exudaba llenaba el aire, hacía que Ruby se sonrojara con pensamientos secretos y
desatados.
Thork le devolvió su audaz mirada con una intensidad oscura como la de un águila,
como si tratara de resolver algún gran acertijo.
—Tentado estoy de ofreceros vuestra libertad a cambio de información sobre quién
sois en realidad —dijo con voz ronca.
El corazón traidor de Ruby se saltó un latido ante sus palabras suaves. Suspiró tratando
de controlar sus emociones y le respondió:
—Ya te he dicho repetidamente quién soy, pero no me crees. Tengo muchos defectos
Thork, pero no soy una mentirosa. Desprecio las mentiras.
—Y yo odio los misterios. —Él mantuvo su mirada y luego sacudió la cabeza,
maravillado y con una pizca de humor—. ¿Qué podría haberos poseído para enseñarles a
las mujeres sobre control de la natalidad, de entre todas las cosas y en dónde podríais
haber cosechado tal información?
Ruby se molestó por su crítica.
—Tal vez si las mujeres, que tú y los otros hombres vikingos lleváis a la cama tan
indiscriminadamente, supieran más sobre el control de la natalidad, no habría tantos
bastardos por ahí.
—¿Llamasteis a mis hijos bastardos? —la desafió Thork, y luego se suavizó—. ¿Les
negaríais la vida?
—Por supuesto que no. Eso no fue lo que quise decir. —Luego Ruby pensó algo—.
Thork, ¿tienes otros hijos? —¡Buen Dios! Probablemente tenía docenas de niños en
muchos países.
Pequeñas líneas de risa arrugaron los bordes de los ojos y la boca de él. Sabía
exactamente lo que ella se estaba imaginando.
—Nay, Eirik y Tykir son los únicos niños que tengo.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Era joven y descuidado cuando nacieron.
Parecía tan seguro y aun así, si estas personas no practicaban el control de la natalidad,
¿cómo podía estar tan seguro?
Percibiendo sus pensamientos Thork continuó con una críptica sonrisa.
—Vuestra Biblia cristiana lo dice todo. —Ante la mirada perpleja de Ruby explicó—:
¿No hubo un hombre en la Biblia… Onán… quien derramaba su semilla sobre la tierra?
¡Oh por Dios! Quería decir que eyaculaba fuera del cuerpo de la mujer. Ruby sintió su
rostro llamear fuertemente.
Thork sonrió abiertamente ante su incomodidad y se sentó en su pequeña cama y
luego… ¡Oh Dios mío!… se acostó con sus magníficas piernas desnudas cruzadas y los
brazos doblados bajo la cabeza. La miró inocentemente a través de las sombras de sus
pecaminosamente largas pestañas, oscuras en contraste con su pálido cabello. Ruby se
lamió los labios resecos y tuvo problemas para tragar. Se veía tan condenadamente
irresistible. ¿Sería alguna vez capaz de dormir en esa cama de nuevo sin imaginarlo a él en
ella?
—¿Tenéis alguna noción de lo extraño que es tener una conversación tan íntima con
una mujer? —dijo Thork con toda tranquilidad.
¡Oh genial! Estaba de vuelta con el asunto de la eyaculación fuera.
—Es igual de extraño para mí. Créeme, todo lo que he dicho y hecho desde que vine a
esta condenada tierra ha estado fuera de contexto.
—¿Practicabais el control de natalidad con vuestro esposo? —Thork la estudió
intensamente.
Ruby sintió que se sonrojaba de nuevo.
La ceja derecha de él se levantó ligeramente.
—¿Encontráis que la pregunta es demasiado personal? ¡Qué extraño! ¡Después de todo
lo que me habéis preguntado! Especialmente desde que decís que soy vuestro esposo… o
algo así.
—Sí, así fue —admitió cándidamente Ruby.
—¿Por qué? ¿Solo queríais dos hijos? —persistió Thork. Mientras tanto, sus claros
ojos azules la miraban de arriba abajo sensualmente.
—No. Siempre quisimos tener más, pero nunca parecía el momento correcto —
respondió nerviosamente Ruby, apenas capaz de pensar cuando sus ojos la acariciaban tan
abiertamente.
—¿El momento correcto? ¡Qué curioso!
Ruby se desplomó en una silla cercana a la cama. Lo miró con curiosidad. En realidad,
no podía quitarle los ojos de encima.
—¿Aún estás enojado conmigo? —preguntó, tratando de mantener alguna pizca de
dignidad cuando lo que en verdad quería hacer, como decía Jack, era “saltar sobre sus
huesitos”.
—Sí, pero no por lo que les dijisteis a esas estúpidas mujeres. Vuestras acciones
trastocan mi vida y no puedo permitir que eso continúe. —Levantándose sobre sus codos,
Thork se puso serio—. Ruby, mi vida está determinada. No hay lugar para vos, al menos
no un lugar que vos aceptarías, soy un jomsviking. Siempre pretendí serlo. ¿Podéis aceptar
que nunca me casaré? ¿Que mis hijos deben quedarse con Olaf y Gyda?
Ruby supo que Thork estaba tratando de ser honesto con ella, no cruel, pero lágrimas
brotaron de sus ojos, sin embargo. Sintiendo su consternación, Thork continuó
suavemente.
—El honor demanda que me vaya de aquí lo más pronto posible y vos continuáis
tirando rocas en mi camino. Incluso así…
Ruby esperó, pero él permaneció en silencio, sus ojos eran profundas piscinas de calor
azul alcanzándola. Finalmente no pudo contener más su curiosidad.
—¿Incluso así qué?
En un hábil movimiento, tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar, Thork se estiró
hacia ella, la tomó por la cintura y la tuvo bajo él, sobre su espalda en el crujiente
camastro. Ajustó su cuerpo encima del de ella y Ruby supo gloriosamente, sin ninguna
duda, qué había querido decir su “Incluso así…”
—Thork no… —susurró, pero al mismo tiempo su traidor cuerpo la delató al moverse
seductoramente bajo él. Sus ojos se congelaron sobre sus labios sensualmente abiertos,
disfrutando del sofocante calor de su mirada.
—Silencio —dijo él con voz áspera—. No habléis, solo quedaos quieta y… sentid.
El latido salvaje del corazón de Thork le telegrafiaba eróticos mensajes a ella. Sin
moverse, como un titiritero usó la presión de su cuerpo para presionar las sensuales
cuerdas a un grado vibrante.
Los labios de Thork rozaron sus ojos cerrándolos y barrieron como un susurro sobre su
mejilla, al borde de sus labios y luego jugueteando hacia su oreja. La mojada punta de su
lengua trazó los arcos y luego ahondó dentro. Se sumergió dentro y fuera hasta que Ruby
se arqueó contra él, incapaz de soportar el intenso placer que había puesto palpitando en
su centro.
—¡Aaah! —Ruby inhaló fuertemente, arqueando su espalda y Thork contrarrestó con
un áspero gemido profundo en su garganta.
—Bésame Thork. Por favor… —suplicó Ruby. Luego—: ¡Oh! —mientras sus tibios
labios rozaban los suyos una y otra vez, una y otra vez como alas de una mariposa,
bromeando con los pétalos de sus labios abiertos y luego probando su néctar.
—Dulce, dulce —dijo él roncamente sobre su suavidad y luego la besó con ansia,
demandando más y más mientras moldeaba y remoldeaba sus labios. Suavemente
persuasivo, luego fieramente devorador, presionó, succionó, mordisqueó, devoró hasta que
Ruby aceptó su saqueadora lengua—. Eso es, dulzura. Oh sí, abriros para mí —murmuró
sedosamente Thork, llenando su boca lenta y seductoramente, marcando una cadencia con
sus suaves y húmedas caricias, un fiero contrapunto al movimiento de la parte inferior de
su cuerpo contra su sensibilizada feminidad.
Pero el agudo grito de Tyra en alguna parte de la casa les sacó a ambos de su loca
pasión. Thork gruñó con frustración contra su cuello. Volviendo sus respiraciones y
excitados cuerpos de vuelta a la normalidad, se mantuvieron quietos. Finalmente Thork se
levantó ligeramente. El deseo iluminaba sus ojos y su cálido aliento revoloteaba contra sus
labios.
—Incluso así… —susurró con voz ronca—… incluso así estoy tentado a asumir el
riesgo de haceros el amor, sabiendo que sería condenado a vuestro hechizo de sirena.
El cuerpo de Ruby zumbó con sus palabras mientras él enterraba el rostro en su
cabello. Ella reflexionó sobre sus palabras, dichas suavemente mientras su respiración se
estabilizaba. Ruby también asumiría el riesgo, si se le diera la oportunidad. Estaba a punto
de levantar el rostro de él para decirle justo eso, pero se sintió consternada al descubrir que
su cuerpo se sacudía, no con espasmos de ardiente pasión, sino de risa.
¡Risa! ¡El idiota se estaba riendo de ella!
Ruby le dio un pequeño empujón y Thork se quitó de encima de ella. Él se reía a viva
voz ahora mientras se sentaba derecho en la cama, tratando de decirle qué era tan gracioso,
pero incapaz de pasar las palabras a través de su alborozo. Finalmente, cuando se rió lo
suficiente mientras ella echaba chispas, él le dijo inconexamente, deteniéndose cada pocas
palabras para carcajearse exasperantemente.
—Debisteis haber visto las miradas en el rostro de Olaf y Dar cuando Sigtrygg me dijo
por qué me había llamado de vuelta, no porque hubieseis estado haciendo esa tonta cosa
del jogging otra vez o cosiendo frívolos atuendos, sino enseñando a las mujeres cómo
prevenir el quedar encinta.
Luego una risa con ganas salió por su garganta y Ruby lo pinchó en las costillas con
un codo amenazadoramente.
—Si no te detienes, voy a volcar ese jarro de agua encima de ti.
Eso lo despejó un poco pero no por mucho tiempo.
—La parte más graciosa fue cuando nos dijo sobre los… los orgasmos, creo que los
llamó y Dar le pidió que explicara qué eran. Y luego… y luego —tuvo otro ataque de risa
— Sigtrygg dijo algo sobre múltiples orgasmos. Pensé que Olaf iba a tener un ataque en
ese punto. Creo que Dar se tragó su propia lengua.
—¡Oh no! —gruñó Ruby. Escondió el rostro entre las manos. ¿Podía una persona
morir de humillación? Deseó poder caer en un agujero en el suelo y desaparecer. Y pensar
que todos, incluyendo a Thork había oído todas esas escandalosas cosas que había dicho.
Thork finalmente se limpió los ojos y se levantó, preparándose para irse. Se estiró
hacia ella en la cama y recorrió un dedo gentilmente, con pesar, sobre sus labios. Luego
volviendo a su fría compostura anterior le dijo el momento en el que se irían por la
mañana y le advirtió una vez más, a pesar del ataque de risa, que estaba caminando sobre
hielo fino y debía comportarse.
Deteniéndose en la entrada la miró fijamente con cariño, como memorizando sus
rasgos, pero luego lo arruinó todo dando un último golpe de partida.
—Una advertencia moza, tal vez decida, antes de que estas tres semanas pasen,
descubrir por mí mismo cuántas de esas múltiples cosas podéis tener realmente.
Ruby le tiró una pieza de jabón pero él la esquivó y voló por la puerta hacia el pasillo.
Escuchó el eco de su risa mucho después de que él hubiese bajado los escalones y salido
de la casa.

9
Capítulo

THORK no rió por mucho tiempo.


Cuando Esle vino a su recámara del palacio esa noche, la rechazó. Demasiados
pensamientos lo atormentaban.
Había sido descuidado. Esa noche, por primera vez en su vida, había traspasado la fina
línea que había trazado hacía mucho tiempo para sus relaciones con las mujeres.
¡Riesgos! Había hablado de tomar riesgos con Ruby. Por la sangre de todos los dioses,
¿en qué estaba pensando? Su propio peligro le preocupaba poco. La muerte iba siempre a
su lado, una compañera constante, pero le importaban demasiado Eirik y Tykir para poner
en riesgo su bienestar.
¿Y Ruby? Sabía que su relación con él también la pondría en peligro. ¿Le importaba?
¡Por la sangre de Thor! Por supuesto que sí. La seductora bruja se había abierto camino
hacia su corazón como una astilla dentada. Cerró los ojos con autodesprecio y cansadas
recriminaciones. Tenía que detenerse de inmediato. Seguramente no era demasiado tarde.
Aunque solo fuera eso, sus más de diez años con los jomsviking le habían enseñado a
Thork autodisciplina. Por la mañana estaba bajo control, firmemente determinado a
mantener las distancias con la tentadora moza. Abundaban las mujeres para calentar la
cama de un hombre. No necesitaba nada más.
Pero la vista del atractivo trasero de Ruby rebotando arriba y abajo sobre su caballo
enfrente de él mientras comenzaban la primera etapa de su viaje, le había causado
sequedad en la garganta. Incluso la oscura túnica que usaba para viajar no podía ocultar su
elegante cuello, ni la esbeltez de su cintura y sus caderas. ¡Maldita sangre de Freya! Juró
en silencio y luego clavó los talones en los costados de su yegua y encabezó su pequeño
séquito. Rehusó mirar a Ruby mientras pasaba.
Era lo mejor, el único curso de acción que un hombre de honor podía seguir. Incluso
así…

* *

El frío desdén de Thork había herido profundamente a Ruby esa mañana, mientras los
caballos eran ensillados y las alforjas colocadas sobre las espaldas de los pequeños
animales, desbordándose estas con ropas y accesorios para la familia de Olaf y los demás
en su caravana de viaje.
Al principio fue incapaz de comprender el abrupto cambio de humor de Thork
respecto a su alegre salida la noche anterior, pero entonces lo racionalizó como una
reacción al caos que había tomado el corral de Olaf.
Olaf había rugido una orden a sus siete hijas incluyendo a Tyra, quien había estado
escapándose para perseguir a un díscolo pato.
—Si alguna de vosotras mueve siquiera un cabello del sitio en donde están de pie
ahora o dice una palabra más, esa persona será dejada atrás con Ulf. Oídme bien, ya que
he tenido suficiente de chillidos, risitas y distracciones de niñas mordaces por un día, y
aún no ha comenzado. —Luego le había gritado a Selik cuando lo desafió bizqueando los
ojos a Tyra.
Ruby casi se había partido de risa cuando solo habían cabalgado una corta distancia al
borde de Jorvik y Tyra le había preguntado a su madre:
—¿Ya estamos allí? —Y poco después se había quejado—. Tengo que usar el
excusado.
Pero la risa de Ruby murió cuando Thork pasó por su lado y no la saludó. Revestidas
por las calzas, sus musculosas piernas guiaban a su enorme caballo con destreza. Mantenía
la cabeza en alto con suprema autoconfianza, pero un tenso músculo saltaba en su
mandíbula apretada con tozudez mientras deliberadamente la desairaba.
Ruby no se hubiese sorprendido de su frialdad después de su diatriba en el salón de
Olaf ayer, si no hubiese venido a su habitación después y se hubiesen reído de la escena en
el palacio de Sigtrygg. Sus calientes y fríos cambios de emociones la estaban volviendo
loca.
Poniendo a un lado sus sentimientos heridos, Ruby se giró hacia Gyda.
—Siento toda la miseria que te he traído, especialmente el modo en el que Olaf te
habló.
Gyda chasqueó la lengua ante las palabras de Ruby.
—No quiero ninguna de vuestras disculpas, chica. No me había reído tanto desde hacía
años, ni Olaf ni Thork, aunque ninguno lo admita. ¿Es posible que Olaf y yo hayamos
oído a Thork anoche en vuestra habitación?
Ruby le contó el relato de Thork de los eventos en la corte de Sigtrygg. Cuando
terminó, Gyda se rió con deleite, luego adornó la historia con más detalles de la versión de
Olaf sobre las actividades de la corte.
—La parte más divertida fue cuando llegaron al principio a la corte y Sigtrygg les gritó
a todos, empujando esa cosa gris arrugada en las manos de Thork preguntando si sabía lo
que era.
—¡Oh no!
Gyda se rió en voz alta en ese momento.
—Nunca adivinaréis qué pasó después. La cosa que Sigtrygg le entregó, era el condón
de Freydis, el del bordado rojo y dorado y Ruby… —escupió Gyda, teniendo que
detenerse para controlar sus risitas—. Oh, fue tan gracioso. Ya sabéis, Freydis le había
agregado borlas al final.
—¡Noooooooo! —exclamó Ruby.
Ruby cabalgó hacia la cola para ayudar con los niños. No podía evitar darse cuenta de
la docena de hombres armados flanqueando la partida de viaje en los costados y en la
retaguardia, con Thork, Dar y Olaf al frente. Ató su caballo a la parte trasera del carro y
gateó hacia el carromato con los niños. Durante las siguientes horas y hasta que se
detuvieron para comer a mitad del día y darle agua a los caballos, Ruby los había
entretenido con historias y canciones pegadizas. Las únicas canciones infantiles que podía
recordar eran villancicos, así que las voces de los niños en este soleado día de verano
avanzado sonaban incongruentemente al ritmo de “Jingle Bells” y “Deck the Hall with
Boughs of Holly.”
Thork miró hacia Ruby varias veces mientras ella, Gyda y los niños se sentaban en una
gran roca comiendo sus fríos refrigerios. ¿Sentía él el vínculo entre ellos? Incluso si no
creía su historia sobre el futuro, sobre una vida compartida juntos, ciertamente no podía
negar la química instantánea que se encendía cada vez que se tocaban. Pero el rostro
inexpresivo de Thork no le decía nada sobre sus sentimientos y Ruby se sentía tristemente
abandonada, otra vez.
Esperaban llegar a la mansión de Dar antes del anochecer, pero el largo y extenuante
viaje había dejado a los viajeros cansados y desganados hacia la mitad de la tarde. La
afortunada Tyra dormía silenciosamente en una esquina del carro después de oír a Ruby
repetir seis veces la nana sobre la anciana que vivía en un zapato.
Todos saltaron de sus displicentes letargos con sorpresa cuando un grupo de seis
jinetes saltaron como truenos de los arbustos y se llevaron a Dar, que cabalgaba con Selik
cerca del final de la caravana. Los jinetes tenían que haber estado siguiéndolos durante un
largo tiempo para haber atrapado a Dar justamente en ese vulnerable momento mientras
dejaba el sitio junto a su nieto a la cabeza de la caravana.
—Moved las mujeres y los niños fuera del camino —gritó ansiosamente Thork al
ritmo de algunos juramentos dirigidos a los vigías que habían fallado en ver al enemigo
acercándose—. Selik, quedaos aquí con Eirik y Tykir y proteged a las mujeres.
Con expresiones sombrías en el rostro, Thork y Olaf galoparon con seis de los
hombres. Durante más de dos horas, las cuales parecieron días, Ruby lloró, rezó y se
preocupó por el destino de Dar, como también por la seguridad de Thork y sus hombres.
Cuando la compañía regresó con un semblante sombrío a su precipitado campamento,
Ruby rápidamente contó. Habían regresado todos incluyendo a Dar ¡gracias a Dios!, que
parecía intacto excepto por el rostro sucio, la túnica destrozada y unas calzas sueltas.
Además, dos ensangrentados extraños cabalgaban entre ellos, con los brazos atados a
la espalda, usando pantalones y nada más. Profundos verdugones hechos por latigazos
cubrían sus espaldas y los pechos desnudos, una herida de espada en el hombro de uno de
los hombres sangraba profusamente y una enorme contusión se hinchaba en la frente del
otro hombre. Obviamente habían sido golpeados después de ser capturados para obtener
información.
Cuando sus caballos se detuvieron y desmontaron, Thork se dirigió a Selik:
—Dos muertos, dos escaparon.
—¿Alguna información?
—Aún no. Aunque hablarán antes de la mañana, eso lo prometo. —Los ojos azul acero
de Thork ardían con una furia fría y sangrienta que aterrorizó a Ruby. Esos enemigos no
obtendrían compasión de Thork.
—¿Morirán? —preguntó Ruby con temor a Gyda.
—Lo harán y no pronto, apuesto. Tal vez los torturarán con el águila sangrienta.
Extrañamente, Ruby no vio desagrado femenino en el rostro de Gyda por este bárbaro
comportamiento. Cierto, los hombres habían hecho cosas horribles al secuestrar a Dar y
podían haberlo herido, pero la amenaza de muerte no encajaba con el crimen.
—¿Qué es un águila sangrienta?
—¿No habéis oído nada sobre ella? —preguntó sorprendida Gyda—. Bueno, no se
practica ya mucho. Aunque fue lo que los tres grandes hermanos Daneses, Halfdan el del
Gran abrazo, Ubbi e Ivar el Deshuesado le hicieron al rey Aella hace tal vez cincuenta
años atrás para vengar la muerte de su padre Ragnar. Fue Aella quien empujó a Ragnar a
un foso de serpientes y miró alegremente mientras las víboras lo mordían hasta la muerte.
—Se dijo que Aella se jactó diciendo: «Los lechones estarían gruñendo si conociesen
la situación del jabalí». Bueno los hijos de Ragnar probaron que Aella tenía razón, porque
los lechones ciertamente se vengaron de la muerte de su padre el jabalí con el águila
sangrienta.
—¿Qué es exactamente el águila sangrienta? —preguntó ahogadamente Ruby.
—Es la más lenta y tortuosa de todas las muertes. Los vikingos atan al enemigo a un
árbol y le abren la columna para que las costillas se dividan como alas, exponiendo el
corazón. Las bolsas para respirar se sacan y yacen en la espalda también como las alas de
un águila —explicó Gyda los horripilantes detalles—. Se considera un noble sacrificio
para Odín.
—¿Y crees que Thork haría eso? —preguntó Ruby, teniendo arcadas ante la imagen.
La frente de Gyda se arrugó en confusión por la pregunta de Ruby.
—¿Por qué lo dudaríais? Es un jomsviking y cualquier hombre haría lo mismo, o más,
para proteger a su familia.
Ruby trató de no pensar en las grotescas imágenes que había conjurado Gyda. Notó
que Thork aún la ignoraba. De hecho, la experiencia casi fatal de Dar parecía reforzar
alguna determinación en Thork, la cual Ruby no entendía, pero sentía que estaba
relacionada con ella.
Debido a los retrasos, el anochecer ya había oscurecido la tierra cuando llegaron a la
inmensa propiedad de Dar, la cual yacía en medio de los campos y montañas famosos por
su lana de Yorkshire. Los pastores con sus cayados en las manos y los ruidosos border
collies a sus pies, trabajaban eficientemente para arrear los rebaños de ovejas en los
distantes pastos. Aún había suficiente luz para ver a los terratenientes y arrendatarios, que
parecían bien alimentados y felices, mientras venían de sus campos cuidadosamente
atendidos, saludando a su Jarl.
Antes, Gyda le había explicado a Ruby el sistema vikingo de clases: altos reyes, reyes
menores o nobles, la aristocracia rural de jarls o earls, nobles menores llamados hesir,
borders o vasallos, granjeros, hombres libres o aldeanos y al final los esclavos. Al
principio Ruby tuvo problemas clasificándolo, hasta que aprendió a conectar los nombres
con los títulos. El rey Harald era, por supuesto, un alto rey, Dar y Thork eran jarls, aunque
Thork despreciaba el título, Olaf y Selik eran hesirs.
Las casas del poblado por el que pasaban eran de estilo vikingo, largos y rectangulares
edificios de cuidadosamente entretejidas cañas y barro desde doce a treinta metros de
largo, completados con tejados de paja. Las moradas yacían en un ordenado patrón de
calles cerca de un pequeño rio. Establos y otros edificios exteriores se encontraban en el
perímetro de la aldea.
Al dejar la villa, se aproximaron a un señorío sobre una colina plana a la cual Gyda se
refería como el collado, y entraron por las puertas de un alto cercado de madera, tipo
empalizada, en donde muchos hesirs vikingos se encontraban en guardia, vigilando
diligentemente sobre la campiña. Se parecía a un fuerte empalizado de vaqueros más que
al estilo castillo-y-foso de piedra que Ruby había imaginado.
Dentro del bailey o patio había establos diseminados, gallineros, perreras, herrería,
armería, panadería, una cocina separada, despensas, lares abiertos y otros edificios
variados, mientras que la casa señorial de dos pisos mantenía una prominencia majestuosa,
pareciéndose a un pequeño castillo. Las secciones más nuevas del señorío eran de piedra,
estilosamente adjunta a las partes de madera más viejas.
Varios hombres bien vestidos y algunas mujeres permanecían de pie en las escaleras de
la casa aguardando la llegada del cansado grupo. La canosa Aud se adelantó la primera
para saludar a su marido, Dar, con un cálido apretón en los hombros y un rápido abrazo.
Luego se dio la vuelta hacia Thork y lo abrazó también.
Dar envió a los dos presos a uno de los pequeños y separados edificios de piedra
sólida. Aud los miró y volvió a mirar a Dar de manera inquisitiva, pero contuvo sus
preguntas para más tarde.
—Bien hallado, Thork. —Una joven mujer morena saltó hacia delante y se arrojó a los
brazos de Thork, saludándolo con un sonoro beso en los labios, antes de retirarse y
sonreírle atractivamente. Con hoyuelos remarcando su amplia sonrisa, ladeó la cabeza y
dijo lo bastante fuerte como para que los más cercanos oyesen—: ¿Me habéis echado de
menos casi tanto como yo a vos?
—¡Tsk-tsk! —Gyda dijo desaprobando el comportamiento lanzado de la joven mujer.
—Esta disoluta de Linette comportándose así en público —le dijo Aud a Gyda—.
Parece más una humilde esclava, que la viuda de un vikingo de buena familia.
Pero entonces Gyda traidoramente concedió:
—Sería agradable ver a Thork instalarse y dejar el ansia de viajar. Incluso si eso es con
alguien como Linette.
Y Thork —ese pedazo de traidor— no parecía ignorar mucho la atención de la viuda.
De hecho, besó su espalda ¡Y gustosamente! ¡El bruto!
Ruby parpadeó para contener las lágrimas de dolor y celos. No podía dejar ver a Thork
lo mucho que su infidelidad hería su corazón.
En respuesta a la pregunta de Linette sobre su ausencia, Thork encogió los hombros y
contestó:
—¡Más de lo que podríais saber, querida! —Entonces miró directamente a Ruby para
asegurarse de que ella había oído sus palabras.
¡Querida!
Entonces por eso era por lo que Thork no le había hecho caso en todo el día. Sabía lo
que le esperaba aquí y por lo visto ella ya no era de ningún interés, si es que lo había sido
alguna vez. Ruby saltó del carro con los niños de una manera tan solemne como fue
posible dadas las circunstancias. Sus cansados músculos gritaron por el largo paseo y
caminó como una anciana lisiada cuando intentaba moverse. Con pesado corazón, sacudió
los trozos de paja que se agarraron a su vestido oscuro, sabiendo que se veía horrorosa.
Finalmente, en la confusión de desmontar los caballos, los saludos, la descarga del
equipaje y dar órdenes a los criados, Dar presentó a Ruby a Aud.
—Bienvenida a mi casa. Tengo muchas preguntas que haceros más tarde sobre las
interesantes ropas interiores sobre las cuales oigo tanto. —Los ojos de Aud, tan parecidos
a los de Thork, centellearon alegremente. Ruby había traído un juego de lencería para
darle a Aud más tarde como regalo.
A causa del gran número de invitados a ser alojados en el señorío, Ruby dormiría con
tres de las muchachas mayores de Gyda en camastros temporales en una pequeña cámara.
Mientras caminaban al interior del edificio, encabezadas por Aud hacia aquel cuarto del
piso superior, Ruby notó que Thork y Linette estaban ausentes.
¡Iban a ser tres semanas muy largas!
Ruby se durmió al minuto en que su cabeza tocó la incómoda cama, sin importarle que
fuese poco más que una tabla cubierta por un saco de arpillera lleno de paja. Emocional y
físicamente agotada, Ruby necesitaba el poder reparador que el sueño le daría.
Las muchachas la despertaron temprano con su charla a la mañana siguiente. Olaf ya
la había advertido de que no dejase el señorío sin permiso. Suponía que el jogging estaba
fuera de lugar, al menos durante el tiempo que durara la estancia.
Después de refrescarse con agua y jabón, visitaron el excusado detrás del señorío,
luego bajaron al gran salón, donde sólo los criados se movían y se sirvieron bannock y
carnes frías.
El enorme salón de Dar combinaba elementos tanto de decoraciones nórdicas como
sajonas. Los yelmos de batalla con mirada feroz, los escudos y las espadas cubrían una
pared entera, recordando a los invitados que los vikingos les daban la bienvenida, pero no
tolerarían ningún insulto a sus casas o familias. En la otra larga pared, las tapicerías que
representaban a los dioses nórdicos Thor y Odín contrastaban bruscamente con una del
cristiano San Jorge matando al dragón.
En el fondo de uno de los pasillos, una enorme chimenea de piedra a la manera sajona
dominaba la pared entera, bruscamente diferente de la habitual casa vikinga con su gran
hogar abierto en el centro del cuarto. Algunos sillones, ahora vacíos, estaban apiñados
cerca de él, para calentarse y conversar. Se guisaba en la cocina separada, que había visto
ayer cuando llegaron.
Las muchachas se marcharon para encontrarse con su madre y Ruby estaba a punto de
explorar el señorío cuando se detuvo sorprendida.
—¡Rhoda! ¡No sabía que estabas aquí! ¡Es maravilloso! —exclamó Ruby.
La atolondrada persona que era Rhoda, miró hacia atrás para ver a quién se dirigía
Ruby, luego caminó hacia atrás con miedo cuando comprendió que era la mujer extraña de
los muelles la que se dirigía a ella.
—Mi nombre… mi nombre es Ella —escupió—. ¿Por qué os dirigís a mí por ese otro
nombre?
Ruby abrazó a la impresionada esclava, que retrocedió más y dijo:
—Te pareces a mi señora de la limpieza Rhoda. Lo siento si te he asustado. Solo que
es tan bueno ver a alguien de casa… bien, alguien que pensaba que era de mi casa.
—¿Señora de la limpieza? —gimió Ella débilmente.
—La mujer que limpiaba mi casa dos días por semana.
—Parece una casa pobre, en efecto, si sólo tiene una esclava para mantenerla limpia
—refunfuñó Ella—. ¿No tenéis cocinera, ni mozo de cuadras tampoco, ni arrendatarios en
vuestros campos?
Ruby sonrió.
—No, además yo hago mi propia comida y no tenemos caballos por lo que no
necesitamos un mozo de cuadra.
Ella la observó sospechosa, obviamente pensando que no era la señora noble que había
creído por las reclamaciones de Ruby de lazos familiares con el Duque de Normandía.
Ruby vio a Aud, con un enorme anillo de llaves colgando de un broche circular de su
hombro, entrar en una puerta que llevaba a lo que parecía ser un cuarto de tejer. Le dio a
Ella otro abrazo rápido y le dijo:
—Hablaremos más tarde.
Siguió a Aud hasta el cuarto donde un telar de dos metros y medio de alto, con pesos
de esteatita, ocupaba la mayor parte de una pared. Las enormes cestas contenían lana
esquilada y las ruecas estaban listas con sus husos para hacer el famoso hilo Yorkshire.
—Buena Madre —la saludó Aud—. ¿Habéis desayunado?
—Sí, y estaba a punto de explorar tu casa un poco si no te opones.
—En absoluto. Ahora tengo tareas que hacer, si no, os acompañaría, pero quizás si
buscaseis a Linette iría con vos. Su cámara es la última a la derecha, al final del salón
principal en el primer piso.
—Quizás vaya. —¡Y una mierda!—. ¿Dónde están todos?
—Las mujeres todavía están en la cama. Los hombres seguro que se han levantado al
alba, con los dos presos.
Ruby se marchó, yendo arriba primero para conseguir una capa de hombros para su
vestido. El aire fresco de la mañana la enfrió, tanto como la referencia de Aud a los presos
y la imagen demasiado viva en Ruby de su probable destino.
Después de salir de su cuarto, la curiosidad de Ruby la atrajo hacia el final del pasillo
donde la puerta de Linette estaba ligeramente entornada. Echaría una pequeña ojeada, se
dijo, pero cuando vio que estaba vacía, entró audazmente. Por lo visto el señorío no era tan
pobre como para que la hermosa Linette no pudiese tener una cámara para ella, unas
cuatro veces más grande que el cubículo que ella y las tres muchachas compartían.
¡Y opulento! Una suave alfombra oriental cubría las primeras ráfagas frías y unas
tapicerías bordadas, ligeramente coloreadas, decoraban las paredes desnudas. Una cama
abrigada formaba el centro de la escena en una plataforma levantada y ricas colgaduras
tejidas a mano, listas para encerrarla mientras ella durmiese. Los vestidos hermosos, las
capas y las medias estaban desperdigados alrededor.
Ruby decidió que debería hacer una rápida salida antes de que fuese pillada
fisgoneando. Pero entonces eligió mirar a través de la pequeña ventana sin cristal que daba
al patio de abajo.
Su boca se abrió para gritar, pero ningún sonido surgió.
Ruby vio a los dos presos yacer en el patio cerca de la garita con la sangre manando a
chorros de las abiertas heridas de espada en sus espaldas.
Horrorizada puso una palma sobre la boca para sofocar sus gritos. Notó que Thork y
Olaf estaban de pie desapasionadamente con espadas cortas en sus manos, mientras uno de
los presos todavía gritaba en sus convulsiones de muerte.
Ruby no pudo soportar mirar esta crueldad y huyó ciegamente del cuarto. Dirigiéndose
hacia su cámara se tambaleó, perdiendo su camino por la cubierta nebulosa de sus
lágrimas.
¡Thork había matado a un hombre con sus propias manos! Su espada goteaba la sangre
de otro ser humano, no en el calor de la defensa propia, sino con rabia fría y sin emoción.
¡No conocía a este hombre! ¿Cómo podía haber pensado que sí?
Ruby abrió la próxima puerta, pensando que era la suya, e inmediatamente vio su
error. Una desnuda Linette permanecía durmiendo en medio de una enorme cama. El
cuarto era tan grande como el de Linette, pero crudamente masculino con el armazón de la
cama pesadamente esculpido, arcones y sillas ante una fría chimenea.
Los pelos de la nuca de Ruby hormiguearon y, como fichas de dominó cayendo, una
siniestra sensación se deslizó bajando por su columna hacia los dedos de los pies, hasta la
coronilla y las yemas de los dedos. Los ojos de Ruby volaron desesperadamente alrededor
del cuarto y su corazón dio tumbos al reconocer la túnica oscura y la capa que Thork había
llevado el día antes.
Era la cámara de Thork. Y Linette había dormido aquí con él anoche.
Ruby sintió como si alguien le hubiese dado un puntapié en el estómago. No debería
haber estado sorprendida, pero de alguna manera en su subconsciente debía haber
esperado que Thork hubiese realizado el espectáculo a su llegada con Linette para que ella
lo viera. ¡Qué tonta era! Ruby sollozó miserablemente y se dio la vuelta para huir.
—¿Quién va? ¿Qué hacéis en el dormitorio de Thork? —chilló Linette mientras se
sentaba atontada, tirando una sábana sobre sus pechos desnudos—. ¿Sois la esclava
fastidiosa que Thork trajo de Jorvik? ¿También espiáis aquí? —Sus seductores ojos se
estrecharon brutalmente—. O quizás os movéis sigilosamente en la cámara privada de
Thork para envenenar su vino.
Esto era demasiado para Ruby.
—Porque, tonta ignorante… —comenzó Ruby a reprobar a Linette, luego agitó sus
manos repugnada. ¡Para lo que iba a servir! Se giró y huyó de los chillidos de Linette.
—Volved aquí, moza fea, o haré que os azoten —amenazó Linette ante la retirada de
Ruby—. Me desobedecéis, ¿verdad? Sólo esperad, esclava, aprenderéis a prestar atención
a vuestros superiores.
Ruby no se preocupó por lo que le hiciesen. Sus ojos habían sido abiertos esa mañana
y no creía que pudieran hacerle más daño del que ya le habían hecho.
En su cámara, el cuerpo de Ruby tembló con su llanto salvaje. Lloró por la brutalidad
que había atestiguado en el patio. Lloró por el “adulterio” de Thork con otra mujer.
Entonces una reacción mucho tiempo retrasada al abandono de Jack empezó. El dolor de
su próximo divorcio la atormentó, así como la pérdida de su vieja vida y el exilio a esta
tierra cruel, extranjera.
Ruby finalmente se regañó y comprendió que su borrachera de lástima de sí misma
había comenzado con el salto a otra reacción. Estaba enojada. ¿Quiénes pensaban que eran
esta gente, Thork, o Jack, o Linette, o el manojo entero de estúpidos vikingos, para
pisotearla sin miramientos?
Soy Ruby Jordan. No voy a quedarme sentada y morir. Soy una superviviente. Pasaré
esta pesadilla.
Ruby no podía creer que su estancia en esta deformación del tiempo fuera permanente.
Todo lo que tenía que hacer era parar de hacer ondas y esperar a que acabase su tiempo
aquí, razonó. No tenía a nadie, absolutamente a nadie, de quien pudiera depender. Ahora
lo sabía con seguridad.
El parentesco con el Duque de Normandía era su protección más fuerte. Debía
convencer a esta gente de que él era, de hecho, su “abuelo”, así no se atreverían a dañarla.
Sería imposible, sin embargo, si seguía dejando que sus emociones entrasen en juego.
Afróntalo, muchacha, comenzabas a enamorarte del maldito vikingo.
Ruby se enroscó como una pelota en su pequeña cama y durmió alejando el cansancio
del viaje y la angustia mental que había sufrido esa mañana. Se despertó varias horas más
tarde, agradecida de que nadie la hubiera molestado. Probablemente estaban demasiado
ocupados matando a gente, pensó Ruby torciendo sus labios repugnada.
Vertiendo la jarra entera del agua en la palangana, Ruby se dio a sí misma un baño
completo con un pedazo de lino y un suave jabón. Luego buscó en su nuevo guardarropa
vikingo algo presentable que llevar al gran salón para la comida. Eligió una túnica
aterciopelada de color crema con un trenzado verde oscuro para ser llevado sobre una
camisa jade de manga larga. Gyda había sido generosa permitiéndole llevar la ropa que ya
no satisfacía a Astrid. Sobre su cuello, deslizó la magnífica esmeralda que Byrnhil le había
dado, luego comprendió que había olvidado devolver los broches de dragón de Thork. Sin
culpa alguna, los fijó en los hombros de su ropa, jurando conservarlos hasta que no se los
pidiesen de vuelta. Tal vez nunca los devolvería.
Las tres muchachas entraron, hablando con excitación hasta que vieron a Ruby y luego
se quedaron extrañamente silenciosas. Ruby les ayudó a encontrar más agua y a vestirse,
todo el rato perpleja por sus actitudes distantes.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho ahora?
Las muchachas se miraron las unas a las otras con vergüenza, pero no contestaron. La
única cosa en la cual Ruby podía pensar consistía en que Linette hubiese causado
problemas.
Bien, así sea, pensó Ruby. Parecía que era ella contra los vikingos. ¡Todos ellos!
Realmente, esto casaba con su nuevo plan de no de formar ninguna relación con esta
gente.
Bajaron al atestado salón juntas, luego se separaron. Ruby fue al final de la mesa, bajo
la sala, esperando ser tan discreta como fuese posible, mientras las muchachas se unían a
sus padres más cerca de la tarima donde Dar, Aud, Thork y Linette se sentaban con varios
hesirs que Ruby no conocía y sus mujeres.
Ruby supo inmediatamente que un nuevo problema había aterrizado en su puerta.
Todos se giraron con frialdad.
Ruby comió en paz, ignorada por el humilde hesir a su lado. No había comido desde
su pobre desayuno y estaba muerta de hambre. Pero un tic-tac resonaba en su cabeza todo
el tiempo. Sabía que era cuestión de tiempo antes de que fuera informada de su último
delito.
Ella, conocida para Ruby como Rhoda, le dio la primera pista, susurrando en el oído
de Ruby:
—El prisionero confesó —le dijo, mientras llenaba las tazas de ale a lo largo de la
mesa. Ruby miró hacia arriba bruscamente, luego comprendió que Ella no quería ser vista
hablando con ella. Ella se preocupó, apilando algunos platos hondos de madera delante de
ella, luego murmuró deprisa— eran de Ivar. Algún traidor a nuestro alrededor informó a
Ivar de la ruta de viaje.
Con aquellas palabras, Ella se marchó, llevando una carga de tajaderos vacíos a la
cocina.
Ruby echó un vistazo rápidamente a Thork, herida otra vez, aunque hubiese jurado no
preocuparse por él o por su gente. ¿Cómo podía él pensar que ella le haría daño a Dar?
Cuando Thork apartó la vista de ella con censura pedregosa, el corazón de Ruby se cayó.
Él pensaba justamente eso.

* *

Thork había visto a Ruby entrar en el gran salón antes de la comida, sacudido por la
información del día y renovado en su determinación de guardar las distancias con la
misteriosa moza.
Todas las pistas la señalaban como la informadora, pero no podía creer que dañase
deliberadamente a su abuelo o a los muchachos que ella comparaba con sus propios hijos.
Quizás el plan había ido más allá de su control. Quizás les habían ordenado a los hombres
de Ivar secuestrar a Thork, pero habían sido incapaces de hacerlo. Y después habían
elegido a Dar en cambio, sin que Ruby supiese del cambio de planes. Pero esto significaría
que Ruby había planeado la caída de Thork. Su espíritu cayó a plomo. ¿Podía Ruby
preocuparse tan poco por él? Realmente, se reprendió, ¿por qué se sorprendía por la
duplicidad siempre constante de las mujeres?
Dar y Olaf querían torturarla para obtener información, aguijoneados por la
reclamación de Linette de que Ruby había entrado en su cámara esa mañana, intentando
asesinarlo. Había contado una historia convincente.
Entonces Thork y Dar se habían acercado a la cámara de Ruby para confrontarla con
sus sospechas y la habían encontrado rodando de acá para allá en el jergón en un inquieto
sueño. Las palabras que habían salido de su boca durante el sueño la condenaron aún más.
—¡Muerto! ¡Asesinaron a esos pobres hombres! ¡Oh, Dios mío! ¡Crueles bárbaros!
¡Tanta sangre! ¡Tan innecesario! Perdónalos, Dios. ¡Por favor… por favor… detenlos! —
En verdad, la moza se había condenado.
Thork y Dar la habían dejado dormir, saliendo del cuarto silenciosamente para hablar
de esta nueva información en privado.
—Me disgusta todo este asunto —había dicho Dar—. Todas las pistas señalan a la
moza y aun así no estoy convencido.
—Ni yo.
—Parece tan razonable e incluso así todavía dudo que ella sea una espía.
Una parte de Thork quiso creer que Ruby era inocente. ¿Los había confundido a todos
ellos? Su cabeza palpitó con toda la información contradictoria con la que había sido
alimentada ese día.
Durante la cena, los ojos de Thork fueron a Ruby a menudo, notando su atuendo fino,
destacado por su propia joyería. Sonrió irónicamente. La valiente moza caminaba
peligrosamente por aguas profundas y alardeaba descaradamente de sus ornamentos
prestados, como una puñetera reina. Sentándose en el fondo de la mesa, se volvió más
regia que la realeza más orgullosa.
—¿La torturaréis? —gimió Linette, colgándose de su brazo—. ¿Vais a hacerlo, Thork?
¿Lo haréis?
Thork se deshizo de sus empalagosas manos con desagrado. Había dormido con
Linette la noche anterior y había hecho buen uso de su cuerpo, pero algo había dolido. Ya
había perdido el interés, como hacía con todas las mujeres. Su irritante lloriqueo apresuró
el proceso.
—Es una decisión que debo tomar yo, no vos —escupió Thork—. ¡Detened vuestra
punzante lengua! No deseo oírla más —Linette se giró malhumorada hacia el hesir a su
otro lado.
Cuando las mesas fueron desmontadas y se plegaron con esmero en sus recintos de la
pared, Ruby permaneció sola, ignorada por aquellos a su alrededor que hacían groseros
comentarios lo bastante fuertes como para que todos los oyeran. Thork rechinó los dientes
ante el maltrato de sus compañeros vikingos hacia Ruby. Una parte de él quiso saltar a su
lado para que no estuviera tan indefensa. Se contuvo al recordar la hipocresía de la moza.
—¿La vamos a llamar para interrogarla? —preguntó Dar.
—No, manejaré esto yo mismo —contestó Thork con resignado presagio.
Todos los ojos siguieron a Thork mientras caminaba con decisión hacia Ruby.
Mantuvo sus ojos arrogantes todo el tiempo, desafiándola a escaparse por el temor o
derrumbarse de miedo. Para su crédito, no hizo ninguna de las dos.
—Venid —pidió cuando se quedó delante de ella. Su corazón se encogió
miserablemente contra su pecho al ver los abiertos y esperanzados ojos que ella le
devolvió como una maldita cervatilla. ¡Maldito infierno! ¿Qué esperaba de él? ¿Perdón?
Furiosamente, tomó su brazo y la llevó hacia la puerta del patio, girándose hacia aquellos
que los seguían, ordenó:
—Solos. Vamos solos.
Fuera, Thork condujo a Ruby hacia los dos presos muertos que todavía estaban en el
suelo, su impulso vital ya empapado en la tierra. Ruby arrastró sus pies renuente.
—Seguramente estamos siendo observados desde las ventanas. No hagáis nada para
avergonzarme o a vos —aconsejó Thork con dientes apretados.
La arrastró hacia los cuerpos y le dijo que mirase a los hombres. Cuando ella se negó,
tomó su barbilla con dedos como tenazas y la hizo mirar hacia abajo. Los ojos de los dos
hombres sobresalían abiertos de par en par con agonía horrorizada, incluso en la muerte.
Ruby tuvo náuseas y vomitó en sus pies, salpicando los zapatos de cuero de ambos.
Aun así Thork no la dejó ir.
—¿Conocéis a estos hombres? —La apretó, obligándola a mirar abajo otra vez.
Ruby liberó la cara de su agarre y lo fulminó con la mirada con frialdad, sus ojos
verdes vidriados con desprecio. Rechazó contestar a su pregunta. En cambio, le preguntó
suavemente, como con miedo de lo que él pudiera contestar:
—¿Hiciste tú esto, Thork?
—¿El qué? ¿Matarlos? —preguntó sorprendido—. Sí, lo hice. Trataban de escapar.
Ella palideció con sus palabras y vomitó otra vez.
—¿Os ponéis enferma por el destino de vuestros amigos? ¿O eran vuestros amantes?
—Thork probó la bilis en su garganta. De alguna manera no podía soportar el pensar en
Ruby con otro hombre. ¡Freya santa!, se castigó. La mujer le hacía débil.
—No, simplemente estoy repugnada de que hicieses una cosa tan bárbara —contestó
Ruby, tristemente mientras se limpiaba la baba de sus labios con el dorso de la mano.
—¿Bárbaro? —exclamó Thork—. Éstos son mis enemigos. Trataron de secuestrar a
mi abuelo. Sin duda, lo habrían matado.
—Ellos son seres humanos primero, Thork. Hacer esto —indicó con una onda de su
mano a los dos cadáveres— te hace menos humano.
Con frialdad, defensivamente, Thork le dijo:
—Ningún hombre amenaza a mi familia y queda impune. Es la manera vikinga. Yo
sería menos hombre si hiciese otra cosa.
Los ojos helados de Ruby le apuñalaron de modo acusador.
—Estos hombres vinieron de Ivar —dijo él defensivamente.
—Lo sé.
—¿Lo sabéis? —rugió Thork. Él la agarró por los hombros y la sacudió—. ¡Lo sabéis!
Vuestras palabras os condenan, moza. ¿Lo sabéis?
El labio superior de Ruby se curvó desdeñosamente.
—Tu justicia vikinga apesta, Thork. Sé que vinieron de Ivar porque Ella me lo dijo.
—¿Ella?
Ruby suspiró. ¿Qué diferencia iban a hacer sus explicaciones? No la creerían de todos
modos.
—Una criada en el salón.
Thork parpadeó. La astuta moza tenía respuesta para todo.
—Si sabéis que vinieron de Ivar y que ya sois acusada de ser una espía, entonces
también debéis ser consciente de que todos en el salón de Dar os creen culpable y os
matarían.
El miedo vaciló en los ojos de Ruby durante un momento, pero rápidamente lo
enmascaró bajando las pestañas.
—¿También tú me matarías? —preguntó suavemente con ojos extrañamente afligidos.
El corazón de Thork golpeó ruidosamente en su pecho. ¿Podría ella oírlo? Buscó en su
cara las respuestas que escondía tan bien. Ruby era la acusada y aun así era él el que se
sentía extrañamente culpable.
—Quizás —confesó al final cansado—. Quizás me obligaríais a hacerlo.
Los ojos de Ruby se llenaron de lágrimas. Los abrió aún más para contener el flujo. La
devastación sacudió a la llorosa moza y desgarró a Thork cuando pareció que su frágil
corazón se astilló por sus crueles palabras. ¡Como el suyo propio, maldita fuese su alma!
¿Qué había esperado ella de él? ¿Protección? ¿Qué traicionase a su gente? ¡Maldito
infierno!
—No te conozco, Thork —susurró tristemente.
—Parece que nunca lo hicisteis.

10
Capítulo

—DEFENDEOS, maldita sea —exigió Thork, alzando la voz con exasperación


cuando Ruby tercamente rechazó contestar a las preguntas formuladas por Dar y Olaf. Se
mantuvo de pie, desafiante ante sus acusadores, en la intimidad de una pequeña cámara
del gran salón.
Ruby lo miró obstinadamente.
—¿Por qué debería? ¿Alguno de vosotros creería en mi inocencia?
Las profundas lagunas verdes-grisáceas de sus ojos estaban nubladas por las lágrimas
y Thork sintió que podría ahogarse en sus profundidades oscuras. ¡Por la sangre de Thor!
¡No podía ser tan tonto en permitir rendirse a la aparente inocencia de la bruja del mar!
—Nunca he condenado a un hombre… o mujer… injustamente —rabió Dar con
indignación.
—¿Y no obstante cree en las mentiras que la viuda negra hace girar en su telaraña… a
pesar de la falta de pruebas? —se mofó Ruby—. ¿Qué prueba tiene ella de que llevé el
veneno?
—¿Acusáis a Linette de perjurar sobre los acontecimientos de esta mañana? —
preguntó Dar estrechando los ojos. Él tamborileó los dedos pensativamente sobre el brazo
de su silla.
—Afirmo que es una descarada mentirosa. Me sorprende que no tenga que fijar la
nariz a su frente con uno de esos infernales broches a los que vuestros vikingos son tan
apegados.
—¿De qué estáis hablando, moza? —exigió saber Dar.
Thork explicó monótonamente, sin humor, la historia de Ruby sobre Pinocho.
Dar enrojeció y se puso de pie repentinamente. En un ataque de temperamento, le
cruzó el rostro con una fuerte bofetada, haciendo que el cuello de Ruby retrocediera
bruscamente. Ella tropezó y casi cayó. Thork tuvo que contener el deseo de adelantarse y
ayudarla.
—Esos comentarios insolentes son una mal señal para vuestro destino, moza —
advirtió Dar—. A menos que nos convenzáis de los contrario, no veo nada que podamos
hacer, salvo torturaros en busca de información y luego encerraros físicamente hasta que
el Althing llegue.
La inesperada bofetada de Dar después de su anterior amabilidad tomó a Ruby por
sorpresa. Miró fijamente al abuelo de Thork con herida confusión, ¡con esos miserables y
penetrantes ojos de gacela otra vez! Probablemente intentando entender el por qué su
ligero comentario sobre mentirosos provocó semejante y exagerada reacción.
Sin embargo, después de atestiguar la femenina compasión por los dos hombres en el
patio, Thork tenía que compartir la condena de su abuelo hacia Ruby. Todos los hechos
señalaban su culpabilidad.
En verdad, no debería sentirse sorprendido. La mayoría de mujeres que Thork había
conocido en alguna ocasión demostraron al final ser hembras egoístas y engañosas. Esa
era la naturaleza de la condición femenina. No había esperado más de Ruby. Thork pasó
los dedos extendidos de la mano derecha por su cabello en un gesto de auto repugnancia.
Sin embargo, se confesó él con un estremecimiento de náuseas, había esperado más de
Ruby.
Finalmente, incapaz de resistir más auto recriminaciones, Thork arremetió:
—¡Mentiras! ¡Todas mentiras! No uséis vuestra mentirosa lengua contra Linette otra
vez. Ya es mucho lo que sufre desde la muerte de su marido. Nada gana ella con vuestra
desgracia, os lo aseguro.
—Quizás esa parte de tu cuerpo a la que aprecias tanto te ciega sobre el verdadero
carácter de Linette. —El labio superior de Ruby se curvó con desprecio cuando se giró
hacia él.
Thork avanzó dando tumbos y casi golpeó la otra mejilla de Ruby por el insulto. Se
detuvo repentinamente ante la visión de la blanca marca de los dedos de Dar aún
destacando contra la enrojecida piel de su mejilla. Ella había esperado su golpe, también,
de hecho lo había provocado, pero en vez de agacharse, se aferró al espaldar de una silla y
le devolvió la mirada con desafío. Thork la agarró por los antebrazos y la levantó del
suelo, sacudiéndola hasta que oyó que le castañeaban los dientes.
—Thork —gimió Ruby de modo suplicante, y él la dejó caer como si fuera ascua
ardiente. ¡Divina Freya! La moza lo llevaba a la locura.
—¡Mujer estúpida! —gruñó Thork cuando se apartó, pasando los dedos por su rebelde
cabello otra vez. Se obligó a sentarse, flexionando los puños fuertemente para traer sus
emociones bajo control. ¿Qué tenía esta moza que hacía arder sus emociones tan
rápidamente?
—¿Estuvisteis en mis aposentos esta mañana? —preguntó él rígidamente, una vez que
controló sus emociones.
—Sí.
—¿Por qué?
—No sabía que era tu habitación. Iba de camino… buscaba mi habitación… y me
perdí.
—¿Por qué Linette mentiría sobre que llevabais veneno?
—Teme que la sustituya.
—¿Cómo?
Antes de que Ruby pudiera contestar, Dar interrumpió, claramente perturbado por la
dirección que su interrogatorio había tomado.
—Linette es una huésped en mi casa, al igual que vos lo erais. Es la viuda de mi fiel
amigo, Godir. ¿Por qué otro huésped de mi torreón os amenazaría?
—Quizás teme que la eche de tu cama —se mofó Ruby, mirando directamente a
Thork.
Los ojos de los tres hombres se ampliaron al entender al unísono su conjetura antes de
echarse a reír.
¡Vaya descaro de la desvergonzada moza!, pensó Thork, no impresionado por su
arrogancia.
—Casi todos los hombres que llegan a este torreón piden casarse o yacer con la rubia
Linette, ya tengan cinco mujeres o ninguna —dijo Dar, explicando su risa—. Sus encantos
son ampliamente conocidos. —Se rió entre dientes en voz alta y añadió, mirando a Ruby
desde la cabeza a los dedos del pie y obviamente pensando que no daba la talla—. No,
Linette no teme vuestra competencia.
Thork también la escudriñó vigorosamente, no tan seguro de que Ruby saliera
perdiendo al final en una comparación con Linette. Sin embargo, no permitiría que ella lo
supiera. En cambio, se burló:
—¿Crees que os elegiría… con vuestro culo huesudo y todo lo demás… antes que a
Linette? ¡Aún no estoy senil!
Dar y Olaf rieron disimuladamente, asintiendo su acuerdo.
—¡Hombres! Todos son iguales —Ruby alzó la barbilla desdeñosamente, colocando
las manos sobre las caderas—. ¡Pon un par de senos en sus caras y es lo único que pueden
ver!
Su grosera lengua los desconcertó.
—No cuesta mucho ver otra cosa aparte de los vuestros —se atragantó Thork
insultándola con un rápido movimiento de su mano hacia sus pequeños y coquetos senos.
—Estabas muy ansioso en el regreso de Jorvik —Sus fulminantes ojos lo retaban.
—Debo haber estado desesperado.
—¡Ja! Si te deseara, podría tenerte así de rápido —se jactó Ruby chasqueando
sonoramente los dedos.
—¡Vaya, pequeña arrogante! —En secreto divertido por el exceso de confianza de la
moza, Thork se preguntó si ella realmente creía que podría seducirlo si así lo decidiera.
¡Probablemente! Él se había comportado como una cabra en celo hasta ahora. Sería
divertido, sin embargo, ver qué mañas usaría ella. Sus ojos se estrecharon
especulativamente.
Acercando aún más el rostro, Ruby se burló de él.
—Los vikingos son grandes para las sagas y acertijos. Tengo uno bueno para ti, Thork.
¿Quieres oírlo?
Un músculo se movió nerviosamente en su mandíbula, pero rechazó picar el cebo; aun
así, ella continuó:
—¿Qué pasa cuando un vikingo deja caer sus braies[25]? —Como un maestro skald,
ella esperó en silencio, eligiendo sólo el momento correcto para responder a su propia
pregunta—: sus sesos se caen.
Se necesitó un momento para que sus palabras se registraran. Cuando lo hicieron,
Thork arremetió contra ella furiosamente, pero Dar y Olaf lo contuvieron.
—¡Basta! Dejen eso, ambos —ordenó Dar—. Hemos perdido demasiado tiempo con
esta tonta charla entre vosotros dos. Thork, no puedo creer que un nieto mío permita que
el cotorreo de una mujer lo provoque de esa forma. Y vos, Ruby, en verdad buscáis el
hacha del verdugo con vuestras palabras temerarias. —Cuando ambos parecieron
correctamente reprendidos, Dar continuó—: ¿Qué hacemos con la moza?
—No confío en ella —Thork frunció el ceño hoscamente.
—Ni yo —añadió Olaf—. Y no la quiero en la misma recámara durmiendo con mis
hijas.
—La habitación de la torre entonces —decidió Dar finalmente—, con un guardia
presente todo el tiempo.
—¿Debe ser atada? —preguntó Olaf.
Dar lo pensó un momento, luego contestó:
—No, no a menos que trate de escapar o cause problemas adicionales.
—También debe ser guardada contra aquellos que podrían intentar rescatarla —
advirtió Thork—. Ivar puede hacer un movimiento. Si así fuera, nuestros propios aldeanos
deberán tener su cabeza al menor atisbo de sospecha.
—¿Y qué de Hrolf? —preguntó Ruby buscando una salida, al notar el peligroso apuro
en el que se encontraba—. ¿Te arriesgarás a provocar su cólera para satisfacer una
sospecha que carece de evidencias?
Thork había olvidado el reclamo de parentesco de Ruby con el vikingo normando y el
temor de represalia de Sigtrygg.
—¿Aún afirmáis esas ridículas aseveraciones?
—Claro que lo hago. Nunca miento. ¿Por qué no me llevas a él para probarlo?
La astucia de Ruby sorprendió a Thork. Seguramente ella sabía que sus mentiras
serían desmentidas en suelo normando. ¿Qué juego planeaba ahora? Esta sólo era una
estratagema por tiempo.
—Siempre podéis pagar a Hrolf un wergild [26] por ella si él protestara por su muerte
—sugirió Olaf.
—¡Wergild! ¡El valor de un hombre, no una mujer! —resopló Thork—. ¡Nunca he
oído que se pague por la pérdida de una mujer!
—¿Y la tortura? —pinchó Olaf—. ¿Ordeno que la torturen? De ser así, ¿cuán lejos
debemos llegar? ¿Hasta la muerte?
—Dejadnos meditar más ese tema —sugirió Dar juiciosamente. Se reclinó en la
maciza silla, con los pies extendidos, golpeando los dedos pensativamente delante de su
cara—. Olaf, llevadla a la habitación de la torre y aseguraos de colocar a un guardia en la
puerta.
Después de que ellos se marcharan, Dar y Thork compartieron una copa de un raro
vino frisio que guardaba para invitados especiales. Thork se frotó los ojos cansadamente
con las yemas de los dedos de ambas manos.
—¿Qué pensáis? —preguntó Dar cuando Thork miró solemnemente a la fina copa de
plata que sostenía entre sus dos palmas.
—En verdad, no sé qué hacer con la moza —contestó Thork, sacudiendo la cabeza—.
Me exaspera con sus declaraciones descaradas y sus cuentos del futuro, pero ni siquiera
así estoy seguro de su culpa. Todos los signos la implican, no obstante algo no encaja en
este rompecabezas.
—Acaso es que deseáis creer en ella.
—Quizás, pero juro por el martillo de Thor, así como por la cruz cristiana, que
Sigtrygg sabía exactamente lo que hacía cuando colocó a la viperina moza en mis manos.
—Sí que lo hacía —concordó Dar, luego de echarse a reír—. ¿Escucharon lo que dijo
sobre pechos? ¿Y sobre los sesos masculinos? —Dio una palmada en su rodilla
apreciativamente y dijo—: ¡Sangre de Dios! Juro que sería una compañera excelente para
vos si las cosas fueran diferentes.
—Es fácil divertiros con mi incomodidad —se quejó Thork—. ¿Sabéis?, ella preguntó
si la mataría —Thork echó la cabeza atrás y bebió su copa de un trago largo.
—¿Y qué le dijisteis?
—Dije que no lo sabía, pero, en verdad, dudo mucho que pudiera… a menos que la
viera con mis propios ojos levantar el cuchillo contra mis hijos.

* *

Durante dos días, Ruby solo rumió sobre la humedad de su habitación en la torre, un
austero cubículo con un catre y una mesa, pero ninguna silla. Las dos pequeñas aberturas
que hacían de ventanas estaban demasiadas altas para que viera por ellas.
La única persona a la que había visto desde su interrogatorio fue al guardia que le
entregaba comida, agua potable y un orinal limpio cada mañana.
Aparte de sentirse sucia y asustada por su futuro, Ruby se aburría. ¡Lo que daría por
un buen libro!
Cuando su guardián, Vigi, abrió la puerta esa mañana, Ruby sintió algo diferente en
los indecisos ojos masculinos, pero sabía por experiencia que él no contestaría a sus
preguntas.
Ella yacía soñando despierta en su tarima varias horas más tarde, oliendo la limpia
frescura del aire que atravesaba las pequeñas ventanas. El otoño llegaría pronto. Se
preguntó tristemente si estaría en casa para Navidad.
El otoño era el tiempo del año favorito de Ruby. Le recordaba una época especial de su
vida con Jack. Cerró los ojos fuertemente para apartar el dolor de esos recuerdos.
¡Veinte años! ¿Cómo había pasado el tiempo tan rápidamente?

* *

Jack y ella salían juntos durante todo su último año en la escuela secundaria,
locamente enamorados. Pero a pesar de amarlo tanto, Ruby había contenido sus avances
acalorados, deseando estar segura, incluso esperanzada, quizás irrealmente, de poder
esperar hasta el matrimonio. Cuando se lo contó a sus amigas de hoy en día se rieron de
ella con incredulidad, no entendían los tiempos diferentes y las costumbres de hace veinte
años cuando una virgen de dieciocho años no había sido una aberración.
Cada noche, sin embargo, ellos tentaban al destino, como la juventud siempre hace,
encontrando más y más difícil detener las caricias que habían llegado hasta un grado de
calentura que se acercaba al punto de no retorno.
Después de la graduación, Jack consiguió una beca de fútbol en una universidad a más
de dos mil kilómetros de distancia, mientras ella se había matriculado en un instituto
público local. Hacia el final de septiembre, Ruby había perdido peso y la cuenta telefónica
de Jack había aumentado astronómicamente. Los dos meses hasta las vacaciones de
Acción de Gracias de Jack se extendían eternamente para ellos. Ninguno podía permitirse
visitas.
Así que un día de otoño, Ruby se sorprendió al abrir su puerta en la residencia de
estudiantes y encontrar a Jack de pie allí solemnemente en sus apretados vaqueros y
chaqueta de Universidad. El olor de la especiada colonia que ella le había comprado la
última Navidad colgaba atractivamente en el aire.
Los ojos azules de Jack se habían encontrado con los de ella en una caricia suplicante.
Él trazó ligeramente el agudo plano de su pómulo con un dedo, pero no se agachó con su
habitual beso de saludo.
—Vamos a dar un paseo, Rube —dijo él con voz ronca de una manera rara,
arrastrándola hacia su viejo MG.
Se había sentido asustada, preguntándose si había venido a romper con ella. Quizás
había conocido a alguien más. Jack decía poco, a pesar de sus nerviosas preguntas,
mientras conducía en coche a las afueras del pueblo. Extrañamente distraído, había
aparcado en un pequeño camino alejado que conducía a un área aislada por los árboles.
—¿Cómo va el fútbol?
—Bien.
—¿Saben tus padres que estás en Pensilvania?
—No.
—¿Pasa algo? ¿Estás enfermo? ¿Has suspendido?
—No. No. No.
Jack había doblado los brazos sobre el volante y presionaba su frente en ellos. En
verdad preocupada ahora, Ruby se había acercado, pero la palanca de cambios se lo
impedía. Puso su mano izquierda sobre el amplio hombro y sintió los tensos músculos
flexionarse.
—¿Jack? ¿Jack, cariño, qué está mal?
—Rube, te amo. Te amo tanto —gimió Jack, atrayéndola en sus brazos.
Ruby había sonreído ampliamente entonces, por el alivio y en reacción a sus palabras
de cariño. Él no había planeado una ruptura, después de todo. Ella lo besó rápidamente en
los labios.
—También te amo, Jack. Estaba tan asustada…
Jack nunca dejó que terminara. Había puesto las manos a ambos lados de su rostro y la
había tirado hacia él en un beso hambriento que le comunicó toda la soledad y el deseo
insatisfecho del último mes.
—…te amo… —repetía roncamente, y entre cada palabra, su aliento acariciaba los
labios separados de ella. Su lengua saqueó todos los secretos y familiares escondrijos de
su boca, urgiéndola a abrir todos sus sitios íntimos a él.
Como un hombre hambriento, había restregado las manos frenética y avariciosamente
sobre su cuerpo, en caricias que nunca parecían ser suficientes. En su urgente necesidad, le
desabotonó bruscamente el abrigo y levantó el dobladillo de su suéter. Cuándo las yemas
de sus dedos encontraron las puntas de sus senos cubiertas de encaje, ella jadeó:
—¡Ah, Jack! ¡A-a-h! —Al instante, él había llevado a las duras puntas a una fruición
dolorosa con un mero roce del dorso de sus nudillos. Entonces Jack gimió guturalmente su
propio placer intenso.
Eso fue demasiado rápido para Ruby. En el pasado, habían necesitado horas para
alcanzar ese punto de frenesí sexual. Empezaba a sentirse asustada, y excitada, al mismo
tiempo. Jack había intentado tirarla sobre su regazo delante del volante, pero Ruby había
lanzado un grito de dolor. El estúpido cambio de marchas le raspaba el muslo.
Ambos habían empezado a reírse.
—Ven. Vamos a caminar —había sugerido Jack con una ronca y gutural voz. Los
labios de Jack estaban hinchados por los besos y sus ojos estaban vidriosos por la pasión
mientras guiaba a Ruby sobre la alfombra multicolor de hojas otoñales que crujían bajo
sus pies. Avanzaron tomados del brazo, bajo el denso dosel del bosque mientras las
laboriosas ardillas se apartaban presurosas de su camino, chillando su ultraje al ser
interrumpidas.
Jack se había parado repentinamente y la hizo girar una y otra vez dentro de sus
brazos, felizmente. Como jóvenes y despreocupados chiquillos, cayeron riéndose sobre la
exuberante cama de hojas. Él se había inclinado y le había quitado algunas hojas errantes
de su cabello, para luego mirarla a los ojos seriamente.
—Casémonos, Rube.
Las abruptas e inesperadas palabras asustaron a Ruby.
—¿Qué has dicho? —Para luego susurrar—: Dilo otra vez.
—Casémonos.
—¿Es eso una oferta, Jack? —jadeó ella, lágrimas de felicidad llenaban sus ojos.
—Sí —El aliento de Jack había revoloteado contra sus labios separados, suave como
el beso de una mariposa—. ¡Oh, sí! —Entonces Jack sonrió por primera vez ese día y
comenzó un dulce asalto de besos. Sus labios se volvieron candentes cuando realizaron un
sendero desde los labios a la garganta y de regreso a los labios de Ruby para buscar
profundos y narcóticos besos que la habían vuelto ciega e incoherente en sus gritos. Una y
otra vez, él la marcó con su acechante boca.
Impaciente, Jack se había arrancado la chaqueta, así como la de Ruby. Su suéter y su
camiseta los siguieron rápidamente después. Durante un momento, Jack se apartó para
mirar su cuerpo expuesto con apreciación.
—¡Oh, Rube! —había exclamado él antes de agacharse—. ¡Oh, cariño, cariño, Rube!
—Cuando los labios de Jack tocaron las puntas de sus senos, Ruby se arqueó para
encontrarlo, anhelando, ansiando ser amamantada. Él usaba su lengua para rodear y lamer,
sus dientes rasparon suavemente, sus labios se curvaron para hacerla entrar rítmicamente
en su boca.
Ruby se había sentido febril por el deseo mientras Jack empezaba a quitarle el resto de
la ropa. No podría haberlo detenido más de lo que hubiera parado los furiosos latidos de su
corazón. Todas sus caricias en el pasado habían ocurrido en su coche o en el sofá de la sala
de estar, con sus padres cerca. Esta era la primera vez que veía a Jack desnudo. Como un
antiguo vikingo, había permanecido orgulloso, su alto y musculoso cuerpo perfectamente
en sintonía con el fondo otoñal, el cabello rubio revoloteando al aire. Su pene erecto había
crecido hasta ser una dura y enorme roca bajo su halagador escrutinio. La escarpada
masculinidad de Jack le quitó el aliento.
Cuando Ruby estuvo desnuda, ambos jadeaban. Sus dedos largos se movieron
expertamente al vértice entre los muslos para aumentar su humedad. El capullo femenino
entonces floreció bajo los aleteantes dedos. Cuando finalmente se había suspendido entre
sus piernas, él repitió su pregunta anterior:
—¿Te casarás conmigo, Rube?
Y en ese momento ella había susurrado:
—Sí.
Él se sepultó en su vagina con un suave golpe. Hubo un ligero dolor, pero sobre todo
un sobrecogedor y maravilloso sentimiento de ser llenada por el hombre que amaba.
Después de eso, fue incapaz de pensar en absoluto cuando él la condujo al borde de la
eternidad y la catapultó a las olas del placer.
Cuando estaban en brazos del otro poco después, Jack le había acariciado el cuello con
la nariz.
—¡Casémonos… ahora mismo! Podemos dejar el estado en coche, casarnos con un
juez de paz y estar de vuelta en mi piso antes de la noche del domingo. Tengo trescientos
dólares en mi cuenta corriente.
—¿Ahora? ¿Hoy? —El cerebro de Ruby aún se sentía confuso por su acto de amor.
Jack no podía hablar en serio, pensó ella.
—Sí. Quiero que vuelvas a la universidad conmigo. No quiero estar allí si tú no estás
conmigo. Por favor, Rube, cásate conmigo.
—Sólo es la lujuria quien habla, Jack —había comentado Ruby, con risa nerviosa.
—¡Sí! ¿No es genial? —respondió con la letal sonrisa que ella siempre había
encontrado irresistible, y Ruby sintió que una profunda pulsación se iniciaba en su centro
otra vez. Así que él había comenzado un nuevo asalto a sus sentidos ya debilitados.
—Te amo, Rube. Nunca amaré a ninguna otra mujer —había susurrado Jack cuando se
hundieron en la suave cama otoñal—. Podemos hacer que funcione. Podemos…
Las palabras no fueron necesarias después que hicieran dulcemente el amor por
segunda vez en el más magnífico escenario que cualquier novia pudiera desear jamás.
No se habían fugado ese fin de semana, pero convencieron a sus padres de su seriedad.
La boda formal se celebró durante las vacaciones de Navidad, y Jack regresó a la
universidad de con Ruby. Gracias a la ayuda financiera de ambos padres, trabajos a medio
tiempo, la beca de Jack y algunas estrecheces sumamente frugales en su vida, incluyendo
un apartamento del tamaño de una estampilla postal, ambos lograron graduarse de la
universidad cuatro años después.

* *

Cuando la bruma de recuerdos empezó a desvanecerse, Ruby se dio cuenta que aún
yacía sobre el jergón vikingo con los ojos fuertemente cerrados, su cuerpo se estremecía
con sollozos silenciosos que no deseaba que su horrible guardián oyera por casualidad.
Las palabras de Jack perduraron en su mente:
«Podemos hacer que funcione.»
¡Qué tonta había sido!
—¿Lloráis de tu ansia de mí o por vuestro lamentable destino?
¿¡Eh!? Jack no había dicho eso.
Los ojos de Ruby se abrieron bruscamente para ver a Jack… no, a Thork, apoyándose
contra la entrada abierta de su habitación de la torre, con los brazos y piernas cruzadas. Ni
siquiera había oído abrirse la puerta.
Levantándose, le preguntó malhumorada.
—¿Cuánto tiempo has estado allí comiéndome con los ojos? ¿Por qué no vas a bailarle
el agua a la tarántula?
—¿Bailarle el agua? —cuestionó Thork con una risa—. ¿Puedo suponer que la
“tarántula” es una araña?
—¡Lo entendiste!
—Vuestra manera de hablar… en algunas ocasiones es un enigma —Thork sacudió la
cabeza socarronamente.
—Crees que mi forma de hablar es extraña. He oído bastantes vuestros, -os, -éis y
haced para toda una vida.
Thork se rió abiertamente.
Ruby estrechó los ojos. ¿Qué pasaba ahora? Poco antes el bruto la sacudía y casi la
abofeteó. Ahora estaba allí riéndose como si nada estuviera mal. Él era igual a Jack en ese
aspecto. Mecha corta, rápido arrebato y luego una recuperación igualmente rápida.
—¿Así que la tortura empezará en este momento? ¿Lo harás aquí, o debemos salir a la
muralla exterior para que así todos puedan mirar? Si tuviéramos más tiempo, podríamos
servir palomitas de maíz y dulces. ¿Oye, por qué no das la fusta a tu amiga araña? Apuesto
a que ella podría hacer un magnífico trabajo desollándome viva.
Thork pareció horrorizado con sus palabras.
—Detened vuestra viperina lengua, mujer. Linette no es como pensáis.
—¡Ja!
Thork aún no se había movido de su postura despreocupada cerca de la puerta. La
miró atentamente, pareciendo buscar respuestas a un gran misterio.
—¿Por qué me miras tan extrañamente? ¿De qué me acusan ahora?
Thork se encogió de hombros incómodamente.
—No os acuso de nada —comenzó él a explicar, luego pareció cambiar de postura—,
pero me pregunto lo que estabais soñando cuando comenzasteis a llorar. ¿Hacías el amor
en vuestros sueños, no es así? ¿Era con vuestro esposo, Jack?
Ruby sintió enrojecer su rostro y presionó los dedos contra su mejilla, preguntándose
si las huellas de los dedos de la bofetada de Dar aún estaban allí.
—Las puntas de vuestros senos se hincharon con pasión mientras dormías —siguió
Thork despiadadamente—. Arqueasteis vuestra feminidad y abristeis vuestros muslos
disolutamente. Inclusive gemisteis.
Involuntariamente, Ruby agachó la mirada, luego cruzó los brazos a través de sus
senos por la vergüenza. Las puntas de sus pechos estaban, en efecto, claramente erguidos
bajo su delgada camiseta.
—¡Por fe mía! Seguramente no os volveréis tímida ahora… después de todas las cosas
escandalosas que habéis dicho y hecho.
Una insoportable sonrisa se extendió a través de los labios de Thork.
—Está bien, ¿qué haces aquí? —exigió saber Ruby—. Algo ha pasado
definitivamente. Primero ardes, luego te enfrías. Un día, enojado. Al siguiente, bromista.
Dime. ¿Muero o seré liberada?
Thork la estudió, como si sopesara sus palabras con cuidado.
—Ninguno. Hemos descubierto al traidor entre nosotros. Uno de los hesirs que viajó
con nosotros desde Jorvik, era un hombre de Ivar. Parece que él, y no vos, fue quien le
tendió la trampa a Dar.
Se necesitaron varios momentos para que las palabras de Thork se asentaran.
Entonces, chillando en voz alta, Ruby saltó sobre él, aporreando su pecho, tratando de
arañarle la cara con las uñas, mordiéndole el hombro mientras él la alzaba del suelo por el
antebrazo. Cuando ella le golpeó la ingle con las piernas pataleantes, Thork enroscó el
cuerpo y perdió el equilibrio. Ambos cayeron sobre el catre, que se rompió con un sonoro
crujido por el impacto de su peso y la fuerza de sus caídas combinadas.
—¡Bastardo! ¡Hijo de puta! ¡Saco de babas! Déjame. Voy a sacarte tu apestoso
corazón. ¡Ouch!
—Parad con esto, moza. Vuestra voz… chilla como una gaviota. ¡Ah! Vuestras uñas
son afiladas.
Thork la sujetó bajo su duro cuerpo, haciendo que los brazos de ella estuvieran sobre
la cabeza, y que sus piernas se enredaran con los muslos de él. Yacían en medio de la
cama rota en el suelo, la paja flotaba en el aire sobre ellos desde la cubierta de colchón
rasgado. Ruby trató de apartarlo y fue consciente de su error inmediatamente.
—¡Oh! —exclamó ella en un susurro cuando la unión de sus muslos presionaron
contra la virilidad de Thork, despertándolo al instante. Intentó enmendar su error
echándose atrás y apartando el rostro a un lado.
Él no lo permitiría.
Lobunamente sus labios acecharon los de ella, forzando una respuesta que Ruby no
deseaba dar. Cuando luchó contra él, Thork pellizcó su labio inferior suavemente con los
dientes. Ruby separó sus labios para gritar, y él introdujo la lengua en su boca, llenándola
con un placer que no podía negar.
Pudo sentir la sonrisa en los ufanos labios de Thork. ¡El bárbaro!
Palma a palma, él le sostuvo las manos presionadas contra la cama sobre su cabeza,
luego se impulsó a sí mismo ligeramente. Movió su cuerpo de un lado al otro sobre ella,
de acá para allá, la lana gruesa que cubría la pechera de su túnica le rozaba los senos
cubiertos por la camiseta, la dureza de su virilidad le acariciaba la entrepierna
sensibilizada por su sueño. Ruby se arqueó involuntariamente, y Thork habló con voz
entrecortada:
—¡Oh, sí, mieldebrezo! Os sentís tan bien.
Hábilmente él maniobró sus muslos entre los de ella, luego cambió de forma que se
ubicara firmemente contra el centro de sus vaqueros. En una antigua danza de alzarse,
tocar, alzar, para luego tocar, Thork se onduló contra ella despiadadamente. Mientras
tanto, su lengua se apareó contra su boca. Ella intentó gemir su protesta, pero sólo logró
abrir más la boca para su avasallador beso.
Incapaz de pronunciar sus protestas en voz alta, Ruby pronto se rindió, una pasión
altísima la sobrecogió. Perdida entre dos mundos, Ruby no estaba segura si el ruido que
crujía bajo ella era paja u hojas otoñales. O si era Jack o Thork. Quizás ambos eran uno.
Ella no podía pensar más. No deseaba pensar.
Perdida en un túnel de tiempo, Ruby tradujo su angustia y deseo febril al abrir la boca
con un:
—¡Oh, Jack! ¡Te amo tanto!
Thork se retiró repentinamente y la contempló con incredulidad… herido, una
interrogativa expresión ensombrecida por los ojos vidriosos debido a la pasión. Entonces
murmuró una obscenidad. Ruby no podía dejar de mirar sus labios, que ella había
magullado deliciosamente con sus besos.
¡Ah, mi Dios! ¡Ella lo deseaba tanto! Thork, Jack, quienquiera que fuera… eso no
importaba.
—¡Jack! Me llamasteis Jack —acusó Thork, apuñalándola mortalmente con sus ojos
azules aún nublados por el deseo—. ¿Pensáis en otro hombre cuándo os entregáis a mí?
Ruby se lamió los labios nerviosamente, intentando pensar una forma de explicar otra
vez que él y Jack eran el mismo hombre para ella. Nunca consiguió una oportunidad de
responder cuando Dar se precipitó jadeante en la habitación.
—¿Qué pasa aquí? —Sonó como si el puñetero torreón estuviera derrumbándose.
Siguiéndolo estaba Aud, Olaf, Gyda, las muchachas y una docena de otros, incluida
Linette.
Avergonzada, Ruby intentó moverse bajo Thork, pero el vikingo obstinado se negó.
Sin embargo, Ruby sonrió involuntariamente, en una pura y auténtica victoria ante la vista
de la viuda negra que la fulminaba con los ojos por estar en los brazos de Thork.
Thork rodó a un lado, aún sosteniéndola en sus brazos, mientras que su excitación
presionaba desconcertantemente en su muslo.
—¿Qué pasó? ¿Ella os atacó? —preguntó una ultrajada Linette, abriéndose paso a
empujones entre el grupo.
—Nay, tropecé y caí en el catre —explicó Thork con sequedad, tirando discretamente
una sábana sobre su cintura.
—¿Encima de la moza? —se mofó Olaf.
—Callad, Olaf —susurró Gyda en voz alta, dándole un codazo para que se
comportara.
Dar reía disimuladamente mientras acarreaba a todos de regreso por las escaleras hasta
el salón donde los fuertes ruidos habían sido oídos. Él sacudió la cabeza, molesto al verlos
en la cama rota antes de extender una mano a Ruby, y luego a Thork.
—Pienso que el travieso Loki se está divirtiendo a vuestra costa —comentó Dar con
sequedad, mirando intencionadamente a la entrepierna de Thork—. Quizás vosotros dos os
merecéis el uno al otro, después de todo. —Se mordió el labio inferior pensativamente y
sus ojos se centraron con astucia en Ruby—. ¿Existe la posibilidad de que en verdad estéis
emparentada con Hrolf, o que quizás os otorgue una dote de viudez si contraéis
matrimonio?
—¡No! —Thork bramó—. ¡No lo penséis! ¡Nunca voy casarme, y peor aún con esta
moza lamentable! —Obviamente, había logrado vencer el ataque de pasión por ella.
—Detente allí —intervino Ruby. Dirigiéndose a Dar le dijo—: Sí, en verdad estoy
emparentada con Hrolf, y, no, no soy, ni jamás seré una heredera. Olvida cualquier plan
ambicioso que puedas estar tramando en esa dirección.
Dar fingió sentirse ofendido.
Para Thork, Ruby espetó arrogantemente:
—En cuanto a esta “moza lamentable”, no te desea más de lo que tú lo haces con ella.
Tú y la araña sexualmente obsesionada podéis vivir felizmente por siempre jamás, para lo
que me importa.
¿Entonces, por qué ese pensamiento la molestaba tanto? ¿Por qué sus ojos se
demoraron en los bien desarrollados músculos de sus antebrazos y muslos mientras él se
quitaba las briznas de paja que se le adherían?
¡Y su culo! Él tenía el trasero más mono que hubiera visto fuera de una página central
de revista, Ruby pensó irrelevantemente mientras lo veía salir presuroso del cuarto.
¡Chico, podía imaginarlo en un par de vaqueros apretados!
Ruby notó entonces que Dar la observaba estrechamente y parecía saber qué parte de
la anatomía de Thork se había estado comiendo con los ojos. Con una sonrisa conocedora,
él levantó una mano para detener sus siguientes palabras.
—No penséis en negar lo que acabo de atestiguar. Puedo ser un anciano, pero aún no
estoy senil para reconocer ciertas miradas en los ojos de una mujer. —Riéndose entre
dientes, la escoltó abajo, donde la criada Ella tenía el permiso de Thork para llevarla a una
charca cercana para un baño… bajo custodia, por supuesto. ¡Maravilloso! ¿Cómo supo
Thork que ella ansiaba un baño? Probablemente porque apestaba como un cerdo después
de tres días sin jabón y agua.
—Dar, ¿ya no estoy bajo sospecha ahora que el hesir admitió espiar para Ivar?
—Nay. Aún no confiamos en vos. Es posible que el espía trabajara con vos, aunque lo
dudo. Dejaré que sea el Althing quien decida.
—¿Cree que pueda ser espía?
—Una extraña en nuestras tierras que no puede explicar sus orígenes es bastante
sospechosa en tiempos en que el peligro está al acecho tras cada esquina. Thork no solo
debe preocuparse del peligro de su hermanastro Eric o de enemigos que secuestrarían a
aquellos que él aprecia por un rescate, sino también de los sajones que simplemente
esperan su oportunidad en el momento correcto para atacar.
»Luego empeoráis las cosas con esas tonterías sobre el control de la natalidad que
comentaste a las mujeres. ¡Por la sangre de Thor! Ese fue un movimiento estúpido por
vuestra parte si, en verdad, sois una espía.
—He intentado decir la verdad, pero nadie me cree.
—No volváis a hablar del futuro otra vez, muchacha. No os escucharé. No obstante
tened cuidado. Os digo la verdad, la única cosa que os salvará ante el Althing es la
protección de un poderoso guerrero vikingo. Ya que parece que ese punto es improbable,
mejor rezad a ese Dios cristiano vuestro que crea que sois pariente de Hrolf.
Las palabras de advertencia de Dar permanecieron con Ruby mientras se dirigía con
Ella a la charca junto al torreón principal, seguidas de Vigi, que miraba de derecha a
izquierda en busca de posibles intrusos.
—Por los santos, no creí volveros a ver viva después de que os enviaran a la torre —
exclamó Ella tan pronto como salieron el portón del señorío—. Una vez escuché que una
bruja puede lanzar un hechizo sobre la gente de tal forma que deban hacer su voluntad.
Eso es lo que creo. Vos sois una bruja. ¿Cómo más podríais haberos librado durante tanto
tiempo de ser encamada?
—Ah, ¡cielos!, Rhoda… Quiero decir, Ella, ni siquiera pienses en mencionar el
nombre de bruja en relación a mí, o ellos realmente me matarán, sobre todo ese Sigtrygg.

11
Capítulo

EL estanque alimentado por un manantial estaba situado en un retirado y pequeño oasis,


oculto de la torre del homenaje por una hilera de árboles. La mandona Ella había ordenado
que Vigi fuera hasta el borde del claro y se asegurase de mantener la espalda vuelta. Luego
se dejó caer sobre una roca plana, rechazando entrar en el agua con Ruby.
—¿Estáis loca? Había una vez una muchacha que tomó demasiados baños y su piel se
encogió tanto que nunca volvió a estar lisa. No es bueno ser tan limpio, envenena la
sangre, eso hace. Porque, incluso yo…
Ruby dejó a Ella divagar mientras se quedaba casi una hora en la relajante agua. Se
lavó el pelo y el cuerpo repetidas veces para quitar la mugre.
Los criados estaban disponiendo la cena cuando Ruby volvió al señorío. Aud le dijo
que el cuarto de la torre había sido limpiado para que continuase usándolo, pero que la
esperarían escaleras abajo en el salón para la cena.
—¿Dónde están Eirik y Tykir? —preguntó Ruby, comprendiendo de repente que no
los había visto desde su llegada hacía varios días, ni en el salón a la hora de comer.
—En los establos —contestó Aud—. Duermen allí y comen en la cocina con los
criados.
—¿Pero cómo puedes soportar el ver a tus propios nietos vivir semejante vida?
Por una fracción de segundo, la calma de Aud se debilitó, pero entonces se enderezó.
—No penséis en una pregunta que no os incumbe. —Se alejó con la espalda rígida
directa a la cocina, pidiendo a Ella que la siguiese.
Ruby decidió buscar a los muchachos antes de la cena. Vigi la siguió, pero no trató de
pararla. Ojos fríos y sospechosos seguían a Ruby dondequiera que fuese. Los hesirs,
vasallos, hombres libres e incluso esclavos, que trabajaban diligentemente en las tareas
asignadas, claramente la matarían al momento si les diesen la oportunidad. La confesión
del espía no había hecho nada para disminuir la culpa ante sus ojos.
Ruby entró en el establo, donde encontró finalmente a Tykir cepillando un poni gris.
—Hola, Tykir.
—¡Ruby! —Al principio, los ojos de Tykir se encendieron con bienvenida, pero luego
se oscurecieron de precaución.
Debían haberle dicho que desconfiase de la extraña mujer que podía ser el enemigo.
—¿Cuál es el nombre de tu caballo?
—No tiene ninguno —Tykir pareció sorprendido—. ¿Debería tenerlo?
—Bien, no todos ponen nombre a su caballo, pero creía que ya que este te parece tan
especial debería tener un nombre.
—¿Podríamos ponerle nombre? —preguntó tímidamente.
—Por supuesto. ¿Se te ocurre algún nombre que te guste?
Tykir meneó la cabeza tristemente, como si fallase en algo importante porque no se le
ocurriese ningún nombre.
—Bueno, mis muchachos nunca tuvieron un caballo…
—¿Nunca tuvieron un caballo? ¿Nunca? —Para Tykir eso parecía ser la mayor pérdida
del mundo.
—Nunca, pero tenían perros como mascotas. Déjame pensar. A lo largo de los años,
tuvimos a Rover, Morris, Nellie y Elvis.
—Elvis —susurró Tykir asombrado—. Es un nombre extraordinariamente hermoso.
¿No creéis?
¡Oh, no! Ese era el único lugar donde los fanáticos de Elvis nunca esperarían
encontrarlo, pensó Ruby, sofocando una risa. Las emociones de Tykir estaban tan abiertas
y vulnerables. El pequeño apestoso se olía como si no se hubiera bañado en días. Su pelo
rubio, igual que el de su padre, se apelmazaba en hebras grasientas mientras la miraba con
esperanza. Ruby sintió que su corazón se henchía y se llenaba de calor. ¿Cómo podían
Thork, Dar y Aud soportar el descuidar una pequeña alma tan adorable?
—Pienso que Elvis sería un maravilloso nombre —declaró y fue recompensada con
una sonrisa agradecida.
—¿Por qué vuestro pelo está mojado? —preguntó Tykir.
—Estuve nadando en el estanque. ¿Has estado allí?
Él asintió con la cabeza.
—Pero no puedo nadar. Padre… Quiero decir, Thork… va a enseñarme un día, pero
debe irse con los jomsviking pronto. —Levantó su barbilla desafiante, su voz temblaba
por las lágrimas contenidas—. Un día seré un jomsviking, también. Entonces podré estar
con mi… con Thork… tanto como quiera.
Otra cuenta más que tratar con Thork, pensó.
—¿Eirik también quiere ser un jomsviking?
—No, sueña con ser un fosterling[27] en el tribunal sajón, como el tío Haakon, que es
de su misma edad —dijo Tykir con repugnancia, arrugando la nariz—. Dice que nosotros
los vikingos debemos aprender la manera sajona de sobrevivir en sus tierras. —Tykir se
sonrojó y miró hacia abajo avergonzado, como si supiese que había dicho demasiado.
—¿Sabe su padre de este deseo?
—No, Eirik nunca podría decírselo.
Esa situación de separar a padre e hijos era ridícula, en opinión de Ruby. No, más que
eso, era destructiva y juró tomar cartas en el asunto. Ruby sabía que tendría que emplear el
tacto para persuadir a Thork de que actuara como un verdadero padre con sus hijos,
aunque eso significase faltar a su preciado juramento jomsviking y aunque eso significase
trasladarse a una nueva tierra. Incluso si significaba que Thork la llevase con él, si eso era
lo que debía pasar para salir de esa peligrosa pesadilla, juró Ruby.
Pero Ruby se empezó a preocupar cada vez más en los días siguientes, cuando el
Althing se iba acercando y Thork aceleraba sus actividades relacionadas con su salida para
Jomsborg. ¿Qué le pasaría en el tribunal vikingo? Si las miradas venenosas que ella
obtenía de los caballeros de Dar y de los trabajadores eran alguna indicación, su destino
parecía triste. Todos los varones libres en Northumbria, incluso esos mismos hombres,
podían votar en la asamblea al aire libre.
Bien, si nadie más iba a ayudarla, tendría que tomar el toro por los cuernos ella misma,
pero primero necesitaba un plan. No cualquier plan. Tenía que ser el mejor y máximo plan
maestro, la madre de todos los planes.
Thork tendrá que casarse conmigo.
Era el único camino. Si se casaba con ella, ningún vikingo se atrevería a dañarla y
podría construir un hogar para Eirik y Tykir. No tenía ninguna otra opción. De ese modo,
se decidió por una estrategia en tres fases: persuasión, seducción y, o, fuerza, en ese orden.
Esperaba que lo último no fuera necesario. Realmente, no había pensado más allá de eso.
Ruby decidió alistar a Ella en su complot.
—¡Estáis chiflada! Os lo dije el primer día que os vi en los muelles —exclamó Ella,
tratando de escabullirse—. Quizás tengáis gusanos en la cabeza. ¡Eso debe ser, apuesto!
La mayor parte la de gente tiene gusanos en sus tripas por comer la comida en mal estado,
pero los sueltan por sus partes bajas en el retrete. En los chiflados, como vos, los gusanos
avanzan lentamente por sus cabezas y les hacen volverse locos. Una vez incluso oí sobre
un hombre cuyos gusanos salían lentamente de sus oídos y…
—¡No, no, no! No estoy loca. ¿No puedes ver que el matrimonio con Thork me
protegería de estos salvajes vikingos que pronto tendrán mi cabeza en una pica?
Ella movió su cabeza dudando.
—Eirik y Tykir necesitan una familia. Tal vez podríamos irnos todos nosotros a otro
país donde no haya ningún peligro. Quizás podrías venir con nosotros.
Una chispa de interés asomó a los ojos de Ella.
—¿Dónde? ¿Qué país?
Ruby vaciló.
—Bueno, ¿Qué tal Islandia? He oído un poco de la conversación de los vikingos sobre
la emigración a esa nueva tierra.
—¡Islandia! —exclamó Ella, disponiéndose a irse enfadada—. ¡Estás chiflada! ¡A
congelar mi culo lejos en una tierra de rebeldes y proscritos! ¡Cuando las ranas críen pelo,
quizás!
Ruby se encogió de hombros sin esperanza.
—En verdad, esperaba que un movimiento tan drástico pudiese hacerme regresar al
futuro.
—¡Oh, eso es simplemente maravilloso! Nos lleváis a todos nosotros a aquel país
dejado de la mano de Dios y luego simplemente saltáis a vuestros propios placeres. ¿Qué
hago entonces? ¿Saco carámbanos de las narices de los muchachos por diversión? ¿O
juego al escondite con las ballenas y las focas?
—Ella, este no es un mal plan —afirmó Ruby, tratando con fuerza de no reírse.
—Me parece que aquí os olvidáis de algo importante —ofreció juiciosamente Ella—.
Thork os evita como al diablo estos últimos tres días, desde aquel día en que los dos
rodasteis sobre la paja en vuestro cuarto de la torre.
—No rodamos… ah, no vale la pena. ¿No puedes ver que tiene miedo de
comprometerse conmigo? Y tiene miedo…
—¡Ja! —interrumpió Ella con un resoplido—. No parece demasiado preocupado por
comprometerse con Linette. Está alrededor de él como las moscas a la miel y la esclava
Eda que limpia su cámara dijo que van al lío durante toda la noche. Linette gime y aúlla y
puede ser oída por el camino hasta el salón.
—De verdad, Ella ¿tienes que repetir siempre los chismes? No quiero oír éste. —No,
realmente no quería saber los detalles íntimos sobre Thork, pensó Ruby celosamente.
—Quizás es mejor que lo oigáis. Quizás es mejor que comprendáis que para llevar a
cabo vuestro plan tenéis que pasar por encima de Linette primero. —Ella observó a Ruby
críticamente, obviamente dudando de su capacidad de atraer a Thork lejos de la viuda
vikinga. Dándose la vuelta para marcharse, le ofreció una tentadora pregunta capciosa
sobre el hombro—. Sabéis algo de la enfermedad que tiene Linette, ¿verdad?
—¿Qué enfermedad? —Ruby nunca había visto a una mujer que pareciese más sana
en su vida.
—Ella no puede conseguir bastante de… ya sabéis.
—¿Qué?
—Ya sabéis, de las partes del hombre que tiene entre las piernas.
—¡Oh, Ella! ¿Cómo puedes decir tales cosas? —A pesar de sí misma, Ruby se rió
tontamente.
—Es verdad, lo juro. Todos en la casa lo saben, la mayoría por haber estado allí,
supongo. Últimamente el señor y la señora hablaban de ello muchas veces y de cómo sería
mejor que se apresuraran a casarla antes de que ningún vikingo respetable la quiera.
¡Una ninfómana! ¿Podía ser verdad? ¡De ninguna manera! Ruby movió la cabeza
dudando de camino a la torre mientras la alocada criada se pavoneaba delante de ella,
satisfecha con su última transmisión de rumores.
Ruby pronto encontró su plan maestro más fácil de planear que de realizar. El único
tiempo en que conseguía ver a Thork era en la cena, donde Linette se envolvía alrededor
de él como el algodón de azúcar. ¡Y como un asqueroso caramelo! Thork debía estar de
vuelta a su modo “evitar-a-Ruby”. ¿No había dicho antes que ella ponía obstáculos en sus
actividades jomsviking?
¡Oh! Espera, Thork, que tengo unos pocos más llegando a tu camino.
Sin embargo, a Ruby le dolía eso, pensar en que tendría que seducir deliberadamente a
Thork hasta el matrimonio, sobre todo cuando su arrogancia y sus asesinatos a sangre fría
la repugnaban. Rechazaba pensar en aquel otro lado de él que la atraía atractivamente, que
le recordaba a Jack y todas las cosas buenas que habían compartido. Lo peor de todo,
Ruby no estaba exactamente segura de cómo seducir a un hombre. Jack era el único
hombre con el que había estado alguna vez, en el sentido bíblico de la palabra, y siempre
era él el perseguidor.
Al final de la siguiente tarde, consiguió la ayuda de Ella.
—Busca alguna excusa para apartar a Vigi lejos de mí durante un ratito, así podré
deslizarme en el cuarto de Thork. ¿Crees que podrías hacer eso?
—No funcionará —se quejó Ella cuando se iba a hacer lo que Ruby le pedía—.
¡Demonios! Debo estar tan chiflada como ella. Probablemente consiga que me corten la
cabeza también.
Ruby furtivamente abrió la puerta de Thork, primero mirando a la derecha y a la
izquierda para asegurarse de que nadie la había visto. Por suerte, Thork se encontraba
solo.
Estaba con las rodillas dobladas para nivelar su cara con una hoja de metal situada en
la pared encima de una pequeña mesa. Con los pies descalzos, y desnudo de cintura para
arriba, se afeitaba la espuma de la cara con un cuchillo afilado. Ruby lanzó una mirada a
sus pantalones que llegaban hasta sus delgadas caderas y su boca de repente se secó.
—Thork, tengo que hablar contigo —graznó.
Pillado con la guardia baja, Thork brincó y el cuchillo cortó su cara. La sangre rezumó
inmediatamente contra la blanca espuma.
—¡Walhalla Santo! ¿Qué hacéis aquí, saltando desde las esquinas? —Sus ojos se
estrecharon—. ¿Y dónde demonios está Vigi?
—Ahora, Thork, no te enfades con Vigi. Tenía que hablar contigo y tú sigues
evitándome —Ruby torció sus manos nerviosamente, no segura de cómo lanzar su misión.
Thork le volvió la espalda para reanudar su afeitado.
—Marchaos, moza —gruñó a través de los labios apretados para facilitar su afeitado
—. No tenemos nada de qué hablar.
Ruby se movió a un lado, así podía verlo mejor. Extasiada, miró cuando hinchó su
mejilla y deslizó la navaja de afeitar en un surco liso por la espuma. ¡Señor! El impulso de
tocar su piel era irresistible.
—¿Quieres que haga eso por ti? —ofreció débilmente.
Thork arqueó sus cejas hacia ella, fingiendo horror.
—¿Vos con un cuchillo en mi garganta? ¡Ah! La imagen hace que me dé escalofríos.
—Lanzó una mirada divertida en su dirección y movió la cabeza desesperado—. ¿Parezco
idiota? —Entonces rápidamente, sin esperar respuesta dijo—: ¡No contestéis a eso!
No parecía un idiota en absoluto, pensó Ruby, hipnotizada por los movimientos de sus
largos dedos mientras limpiaba prolijos surcos a través de la espuma. Su postura de
rodillas dobladas perfilaba los ceñidos músculos de sus muslos y sus nalgas apretadas.
Ruby era intensamente consciente del vello dorado que salpicaba la superficie de su pecho
duro como una roca, formando un sendero bajando por las cumbres de su abdomen firme
como una tabla de lavar y desaparecían seductoramente debajo de su expuesto ombligo.
Sus ojos volvieron a subir desde aquel territorio prohibido para aterrizar en los planos
pezones marrones. Tuvo que contenerse para no extender la mano y tocarlos, sentir su
textura en las yemas de sus dedos, probar su sensibilidad.
Casi afeitado, Thork le guiñó un ojo maquiavélicamente, consciente de su escrutinio
demasiado obvio. Con una cálida sonrisa, dijo:
—Escúpelo. ¿Qué queríais decirme?
Ruby dejó caer sus ojos ante su perspicaz mirada y luego soltó el primer pensamiento
que entró en su cabeza:
—Tienes un pecho maravilloso.
La risa borboteó en la garganta de Thork con su espontáneo comentario. No podía
menos que ver el rubor de vergüenza en sus ardientes mejillas. ¿Cómo podía haber dicho
algo tan estúpido?
—El vuestro también es… maravilloso —ofreció gentilmente con un brillo en sus ojos
azules. Luego escudriñó su pecho con fingida seriedad—. De todos modos, creo que lo es.
Por supuesto, sólo he visto eso totalmente destapado una vez. ¿Podríais quitaros vuestra
túnica y enseñármelo?
—¡No! —replicó Ruby, irritada por su aparente humor a expensas de ella.
Pero entonces inmediatamente se cuestionó su respuesta demasiado rápida. ¿Por qué
había contestado negativamente cuando se suponía que su objetivo era persuadirlo para
que se casase con ella? ¡Menuda seductora estaba hecha!
—Oh, está bien —refunfuñó, con la cara ardiendo de vergüenza, mientras alcanzaba el
dobladillo de su suelta túnica y lo levantaba sobre su cabeza.
Thork acababa de terminar de limpiar su cara con un trozo de lino cuando comprendió
lo que ella estaba haciendo.
—¡Por los ojos de Odín! ¿Qué tramáis ahora? —escupió, luego pidió—: Poneos
vuestras prendas.
—Me dijiste que me las quitara. Dijiste que querías ver mi pecho —discutió Ruby,
luego finalmente cedió ante su modestia innata y se cubrió los pechos infantilmente con
sus manos.
—No lo decía en serio —se ahogó, incapaz de apartar sus ojos de la vista de su postura
en sujetador de encaje negro y bragas.
Los ardientes ojos tomaron nota de cada centímetro de su expuesto cuerpo.
Ruby cambió nerviosamente de un pie al otro, incómoda con su silencioso escrutinio,
pero antes de que tuviese una oportunidad para echarla, se obligó a llevar a cabo su plan
de persuasión. Llevando las manos hacia atrás, desabrochó su tenue sujetador, dejándolo
caer al suelo.
—¿Qué opinas? —chilló.
Bien, ¡eso seguramente arrancaba la sonrisa de su cara!
Thork dejó caer su toalla y la miró fijamente asombrado.
—No puedo estar seguro —dijo roncamente—. Venid más cerca.
El fuego en sus brillantes ojos despertó rescoldos que dormían profundamente dentro
de Ruby, que no había sido follada desde hacía mucho tiempo. Una parte de Ruby quería
rebelarse, correr como una loca del cuarto y de la humillación de su comportamiento
disoluto. La otra parte, la más fuerte, empujó sus pies, paso a paso reacio, más cerca de
Thork. El olor de su piel la intoxicaba: sol, jabón y hombre. ¡Oh, sí, hombre! Cuando se
paró a unos centímetros de distancia, él tomó ambos pechos en sus manos, pesándolos,
magreándolos. Rodeando la parte inferior, dirigió las yemas de sus pulgares sobre las
puntas ya erguidas y las rodillas de Ruby se hicieron gelatina. Temblando, levantó las
manos hasta sus hombros para equilibrarse.
Los ojos de Thork chocaron con los suyos, preguntando. Sus labios se separaron y se
pasó la lengua para humedecer su sequedad.
—Realmente, son una… maravilla —dijo ásperamente—, pero no puedo saberlo con
seguridad hasta que no los pruebe. —Levantándola del suelo hasta que sus pechos
quedaron al nivel de su cara, prolongó el momento agonizantemente mientras su aliento
revoloteaba cariñosamente primero sobre uno y luego sobre el otro de los firmes
montículos.
Finalmente tomó una buena parte de su pecho en su dilatada boca, tragándolo
profundamente, tirando lentamente hacia afuera hasta que sus labios se cerraron sobre el
pezón.
—Esto es dulce como la miel —susurró Thork contra su piel.
Ruby gimió y arqueó su espalda, pidiendo suavemente:
—¡Esto… se siente… tan… bien! Oh, por favor, no pares.
—¡Como si pudiese! —murmuró Thork con voz áspera, usando su lengua
expertamente para lavar la aureola, luego rodeando el pezón antes de pasar la punta en
rápidos movimientos vibrantes.
Ruby lanzó un quejido.
Thork se movió al otro pecho y repitió los mismos movimientos, gruñendo de
satisfacción cuando ella ronroneó suavemente
—Oh, sí, gatita, ronronead para mí justo así —alabó.
Cuando la bajó hasta que se puso de puntillas, acariciando sus pezones contra el
sedoso vello de su pecho en el proceso, la boca de Ruby se quedó al nivel de la suya y
pudo sentir su acerada erección presionando contra su estómago. Cuando sus labios se
acercaron a los de ella, Thork murmuró con voz pastosa, temblorosa:
—¿Es esto lo que vinisteis a decirme, pequeña bruja? ¿Habéis cambiado de opinión
sobre encamaros conmigo?
Sus labios ya estaban sellados contra los suyos, devorando, presionando, cuando la
confusa mente de Ruby registró sus palabras. No, no era eso de lo que quería hablar, se
recordó atontada. ¿Qué era? ¡Ah, sí! Ahora recordó borrosamente.
—Thork —susurró. Se arrancó de sus labios, pero él la siguió y la besó otra vez. Esta
vez ella habló más alto mientras rompía el beso con un ahogado grito—. Thork, esto no es
de lo que quería hablar —dijo y expulsó su aliento bruscamente cuando la lengua de él
asaltó los huecos sensibles de su oído—. Al menos, no exactamente.
Riéndose, la cogió en brazos y se sentó en la cama. La giró, así ella se sentaba en su
regazo. Ruby podía sentir la fuerza de su excitación bajo sus piernas.
—¿Qué es eso tan importante? —susurró distraídamente, obviamente tan afectado por
ese juego amoroso como lo estaba ella.
Él besó su nuca y dirigió los dedos ligeramente sobre el interior de sus muslos.
—¡Oh! —jadeó ella y algo maravilloso se enroscó profundamente dentro de su cuerpo.
—Oh, en efecto —se rió entre dientes Thork.
—Para, Thork. No puedo pensar cuando haces esto.
—Esa es la idea. —Entonces separó su mano bromeando y besuqueó su cuello otra vez
—. Os escucho.
—Thork, he decidido… —comenzó Ruby, encontrándolo duro de decir después de su
sensual ataque—… He decidido que deberíamos… nosotros deberíamos estar… casados.
—Tú has decidido —aulló Thork burlonamente, cayéndose hacia atrás a la cama y
moviéndose de manera que ella estaba a su lado en el recodo de su brazo.
Puso su boca en su pecho otra vez y ella pudo sentir su sonrisa. Cuando sus inflamados
labios y sus mordientes dientes la llevaron a un punto aturdido otra vez, él alzó la vista
con ojos vidriosos por la pasión y le dijo:
—Yo he decidido que deberíamos hacer el amor, sin matrimonio.
Obviamente, no pensaba que ella hablaba en serio.
—No —protestó Ruby, tratando de apartarse, pero él la sostenía firmemente en sus
brazos. Dejando de luchar, Ruby le imploró—. Tienes que casarte conmigo, Thork.
—¿Tengo? —preguntó de modo seductor, rodando sobre su espalda y levantándola
encima de él, pecho con pecho, estirando la virilidad contra la palpitante feminidad.
No hacía eso fácil, en absoluto.
—Mieldebrezo, cuántas veces tengo que decírtelo. No voy a casarme nunca. —
Entonces se rió y le dio un apretón—. De todos modos, en mi país la mujer espera a que el
hombre pregunte.
—Es más o menos lo mismo en mi país, incluso con el movimiento de liberación
femenina —admitió Ruby—, pero no tengo tiempo para esperar a que me hagas la
pregunta.
—Hablemos sobre esto más tarde —dijo suavemente, apartó sus rodillas y avanzó de
modo que ella se sentó a horcajadas sobre él.
Ambos jadearon simultáneamente ante el choque de placer que giraba velozmente,
casi demasiado intenso para ser soportado.
Tratando de hacer más lento el paso inclinativo de su juego sexual, Thork preguntó:
—¿Qué es esa necesidad urgente de hablar de matrimonio?
Inhalando profundamente para estabilizar sus aumentados sentidos, Ruby dijo,
apoyando sus brazos sobre su pecho:
—Ahora comprendo que necesito tu protección cuando vaya al Althing.
—Una sabia conclusión.
—Thork, deja de moverte. No puedo concentrarme.
—No —se rió—. Estáis justo donde os he querido durante mucho tiempo.
Ella puso su mano derecha suavemente en su mejilla.
—Thork, estoy muy preocupada por Eirik y Tykir. Necesitan una unidad familiar, una
madre y un padre viviendo juntos.
Solo el parpadeante músculo cerca de su boca delataba su reacción ante la mención de
sus hijos.
—¿Tratáis de enfriar mi ardor trayendo a colación lo que os prohibí hablar?
—¡Ah, Thork! Vine a tu cuarto para tratar de hacerte ver… ¡oh, no vale la pena! —
Apoyó la cara sobre su pecho durante un momento, luego miró hacia arriba, determinada a
intentarlo una vez más—. ¿Sabías que Tykir planea hacerse un jomsviking como tú para
poder pasar algún tiempo contigo? Y Eirik quiere ser criado en el tribunal del rey
Athelstan con su tío Haakon. La atmósfera allí no puede ser más fría que la que hay donde
vive ahora.
La sorpresa en la cara de Thork mostró a Ruby que no estaba enterado de los deseos de
sus hijos.
—Os he dicho ya por qué no puedo estar con ellos —dijo entre dientes.
—Lo sé. Lo sé. Esto me lleva a mi tercer punto —dijo, haciendo círculos
nerviosamente alrededor de sus planos pezones marrones, apenas notando su ahogado
grito de placer.
—Os ruego me iluminéis —se rió, probablemente esperando que le lanzara otra de sus
sorpresas.
—No tienes que ser sarcástico. Solo trato de ayudar.
—¡Odín me salve! —rezó, levantando sus ojos dramáticamente hacia arriba—. La
moza me salvaría haciéndome dejar los jomsviking para casarme con ella. —Sin embargo
envolvió sus brazos alrededor de ella fuertemente, divertido por sus argumentos.
—¿Quieres oír el resto?
—¿Tengo otra opción?
—No, pero me gustaría que tuvieses una mente abierta.
—Ah, estoy más que abierto —respondió Thork, separando los muslos ligeramente y
sentándola a horcajadas en el proceso, poniendo su sensibilizada hendidura más expuesta a
su dureza.
Ella gimió y cerró los ojos un momento. Cuando los abrió, continuó tenazmente:
—Creo… creo que podrías solucionar todos tus problemas casándote conmigo y luego
llevándonos a Eirik, Tykir y a mí a algún otro país donde estaríamos seguros y no
tendríamos que preocuparnos de ningún peligro. —Ruby exhaló después de su prolija
súplica y lo miró con esperanza.
—¿Como cuál? —preguntó Thork distraídamente mientras su ombligo llamaba la
atención de sus exploradores dedos.
—Bien, ¿qué tal Islandia?
—¿Estáis loca? —preguntó, luego se echó a reír, abrazándola cariñosamente mientras
la echaba de espaldas—. Oh, Ruby, me encanta el modo en que me hacéis reír —dijo con
una sonrisita de alegría mientras mordía juguetonamente su cuello.
Cuando finalmente Thork paró de reír, se inclinó sobre ella remontando la línea de su
mandíbula perezosamente con su pulgar, luego el contorno de sus labios. Una pulsación
latía salvajemente en la base de su garganta.
—Es hora de que seamos honestos entre nosotros, corazón. ¿Estáis lista para ser mi
amante o no?
¿Amante? Ruby vaciló, obstaculizada por un nudo en su garganta.
—Esperaba más.
—No puedo dar más —dijo, mirándola directamente a los ojos—. Os deseo, más de lo
que puedo acordarme haber deseado nunca a una mujer. —También parecía tener
problemas al tragar.
Ruby cerró los ojos durante un segundo para saborear sus delicadas palabras. Señor, se
estaba enamorando de ese hombre de nuevo. Esa embriagadora, irresistible y vertiginosa
euforia solo podría ser comparada con el modo en que se había sentido al principio con
Jack, cuando todo era nuevo y la esperanza lo hacía todo posible.
Pero Thork no era Jack, Ruby tuvo que recordarse enérgicamente, cuando él siguió:
—Solo puedo prometer mi protección hasta el Althing, Ruby. Tenéis que saberlo. Pero
quiero que sepáis que no me tomo esta poderosa atracción que compartimos a la ligera. En
otro tiempo, quizás podría haber habido más entre nosotros, pero de todos modos puedo
promeros el mejor cariño que habéis tenido en vuestra vida mientras que podamos estar
juntos. —Besó sus labios ligeramente para sellar sus palabras.
—¿Cuánto? —preguntó Ruby débilmente.
—Hasta que me vaya.
Ruby se estremeció. No le gustaba la oferta de Thork, tentadora como era la
perspectiva de dormir con él, pero sabía que no tenía otra opción. Y, por otra parte, una
vez que hubiese dormido con él, podría ser capaz de convencerlo.
—Bien. Estoy de acuerdo —dijo finalmente y puso las manos a ambos lados de la
cara, teniendo la intención de derribarlo con su beso.
Pero Thork sintió la vacilación de Ruby.
—No, debemos aclarar bien este arreglo. ¿Estaréis satisfecha siendo mi amante? ¿No
esperaréis más, tratando de cambiar de opinión? No es ninguna deshonra ser una amante,
pero sería deshonroso para mí encamaros si esperáis más.
—Thork, no puedo dejar de tener esperanza, pero eso no significa que tuvieras que
cambiar de opinión. Si quiero arriesgarme, ¿por qué no puedes tú?
Ruby vio pasar diferentes emociones por la cara de Thork mientras luchaba por tomar
una decisión racional. Entonces dijo pensativamente:
—Me pedís demasiado, Ruby, dejar mi juramento de jomsviking, quedarme en tierra
sajona, entrar en una institución cuyas vinculaciones detesto, pero ¿y vos? ¿Prometeríais
no abandonarme nunca? ¿No volver nunca a vuestro propio país?
¡Oh, Dios mío! ¿Cómo se podía haber olvidado de tener en cuenta eso? ¿Y si volvía al
futuro? No había ningún modo en que pudiese hacer una promesa tan obligatoria a Thork,
no sabiendo cuándo o si los viajes del tiempo podían ser invertidos.
Thork escudriñó su cara y leyó su respuesta. Antes de que ella pudiera decir algo se
soltó y se salió de la cama, respirando pesadamente.
—Thork, por favor déjame explicarte. No es lo que piensas. Podría no ser mi decisión
el hacerlo.
—¿Y quién podría tomar esa decisión por vos? ¿Ivar? ¿Athelstan? —dijo brusca y
glacialmente. Alzó las manos resignado—. ¡Thor santo! ¿Por qué estoy sorprendido
alguna vez por las mujeres y sus maquinaciones? Tratasteis de atraparme. Y tonto que soy,
casi caigo en vuestra estratagema.
Ruby lloró silenciosamente, incapaz de ofrecer a Thork una explicación que pudiese
aceptar.
Finalmente ordenó:
—Dejad mi cámara y no os atreváis a tentarme otra vez, o juro que os mataré con mis
propias manos. —Furiosas palabrotas salieron de la boca de Thork cuando le lanzó la
túnica y la sacó de la cama, empujándola hacia la puerta.
—¡Vigi! —gritó en la entrada abierta al pasillo—. Traed vuestro maldito culo aquí, u
os despellejaré vivo.
—Thork, cometes un error. Por favor. No entiendes. Por favor. No es lo que piensas.
Thork no la miró hasta que se puso la túnica, a pesar de sus súplicas.
Pronto un Vigi colorado como un tomate vino corriendo desde un cuarto bajo el salón,
luchando para amarrarse apresuradamente un par de pantalones. Se encogió bajo las
tempestuosas amenazas de Thork, que acabaron con una orden.
—¡Decidle a Linette que la quiero… ahora!
—¡Oh, no! Oh, Thork, no lo hagas. No destruyas la belleza de lo que hay entre
nosotros. ¿Cómo puedes estar con Linette y no conmigo? —preguntó con lágrimas que
ahogaban su voz.
—Porque no espera nada de mí —aplastó—, y porque es honesta y vos no lo sois.
—¿Linette, honesta? ¡Ja! Si no fueras tan ciego…
Thork la agarró del brazo y la sacó al vestíbulo.
—Me habéis tentado y atormentado por última vez, moza. Nunca dudéis que el fuego
que encendisteis en mi vientre pueda ser fácilmente apagado en otra vagina. —Miró
intencionadamente a Linette, que se apresuraba hacia él expectante con Vigi detrás.
Arrastró a Linette a sus brazos y la besó ávidamente, insensible a los dolorosos y
cautelosos ojos de Ruby. La puerta se cerró de golpe tras ellos, pero no antes de que Thork
pidiese a Vigi:
—Mantened a la moza fuera de mi vista o sufriréis las malditas consecuencias
Atontada, Ruby contempló la puerta cerrada, sabiendo lo que estaba a punto de ocurrir.
Aporreó la puerta cerrada y gritó:
—Éste no es el final, bastardo. Sólo espera y mira. Sólo espera y mira.
Comprendiendo la tontería de su posición, Ruby se paró. ¿Cómo podía? Lloró con
desasosiego. ¿Cómo podía? Se meció sobre los talones, dolorida por su crueldad, hasta
que Ella puso una consoladora mano sobre su hombro y la condujo de regreso a su cuarto
de la torre, bajo la guardia de Vigi. Se quedó con ella, sosteniendo su mano hasta que los
ásperos sollozos dejaron de atormentar su cuerpo.
—Vuestro plan no funcionó, ¿verdad? —preguntó Ella suavemente cuando finalmente
Ruby secó sus ojos y sonó su nariz en una tela de lino.
—Sí y no —Ruby se sorbió los mocos.
—¿Qué significa eso?
—Eso significa que traté de seducir Thork y terminé seducida.
—¿Eh?
Ruby sufrió miserablemente esa tarde cuando ni Thork ni Linette se mostraron en el
gran salón para la cena. A la mañana siguiente Ella la informó que Thork se había
marchado durante varios días a Jorvik donde prepararía su barco para navegar.
—Linette lo acompañó —añadió, haciendo girar sus ojos dramáticamente—. Y Gyda
estaba bufando como una loca porque Linette viaja con su marido, dijo que no confía en la
bruja cerca de su hombre. Aud y el amo discuten ferozmente todo el día y ella dice que no
le dirigirá la palabra hasta que le consiga un marido a la moza. Y el amo Dar dice que
todos los problemas comenzaron cuando vinisteis al señorío.
—¿Yo? —gritó Ruby después del largamente enrollado circunloquio de Ella—. ¿Qué
tengo que ver con la moralidad de gato callejero de Linette?
—Parece ser que Linette escondió mejor sus actividades hasta que llegasteis.
Ruby se dio cuenta cuando levantó la vista hacia la tarima esa tarde de que esa vez
Ella tenía razón. Aud deliberadamente evitaba la mirada de Dar mirando la comida y sólo
hablaba con los otros compañeros de mesa. La cara de Dar enrojeció mientras se tragaba
un cuerno de ale tras otro, rechazando la comida. Una vez que miró directamente a Ruby
la fulminó con la mirada. Al parecer Ruby tenía un voto más en contra en el Althing.
A la mañana siguiente, después de tomar su desayuno de pan y queso, Ruby buscó a
Aud. La encontró en la gran cocina que estaba separada de la casa en el exterior, donde
quitaba varias cestas de sus clavijas en las paredes.
—Voy a coger setas. Mañana las secaremos —dijo Aud al cocinero.
—¿Puedo ir contigo? —preguntó Ruby.
Aud brincó del susto, abrazando su pecho.
—¿Por qué?
—Solía escoger setas con mi abuela. Era bastante buena seleccionando las no
venenosas, pero podéis tener diferentes variedades aquí. Podrías enseñarme.
Aud pareció desconfiada y no demasiado excitada por su compañía, pero no se negó a
la petición de Ruby.
—¿Te opondrías si pidiese a Eirik y Tykir que vinieran con nosotros? Quizás
podríamos traer una cesta de viandas y tomar nuestro almuerzo al aire libre en el estanque.
Una breve mirada de algo parecido al dolor parpadeó en la cara de Aud antes de que
deliberadamente limpiase su cara de emociones.
—Eirik fue con Thork y Olaf a ayudar a cargar los barcos.
—¿Y Tykir?
Después de una larga pausa, Aud contestó:
—Si lo deseáis.
Cuando sus cestas se desbordaban con los suculentos hongos, volvieron al estanque y
extendieron su comida sobre una roca plana. Tykir jugó alegremente en el borde del agua,
tratando de agarrar una rana que siguió eludiendo su escurridizo agarre. Ruby vio a Aud
mirarlo con ojos tristes, ansiosos.
Ahora que tenía a Aud sola, Ruby mencionó lo que más le molestaba.
—Aud, estoy preocupada por Eirik y Tykir, y más ahora que Thork se marchará
pronto.
Aud se levantó y comenzó a quitar las cosas de la comida, no queriendo entablar una
conversación sobre lo prohibido.
—Aud, no traería esto a colación si no me preocupase realmente por tus bisnietos. Si
Thork insiste en dejarlos al cuidado de alguien, ¿por qué no pueden quedarse contigo?
—Es decisión de Thork. Si estoy de acuerdo o no, no tiene importancia. Es por su
propia seguridad.
La mirada en la cara de Ruby debió parecer carente de entendimiento porque Aud
siguió:
—Nunca os habéis encontrado con Harald y su viciosa familia. Rezad a Dios que
nunca lo hagáis. —Las lágrimas empañaron los ojos de Aud y su voz se resquebrajó
cuando continuó—. Nuestra única niña, Enid, un alma hermosa y suave, fue a su
encuentro, a pesar de nuestros deseos. Es bastante habitual para un vikingo tener más de
una esposa, sobre todo los grandes reyes. Dos había en la casa de Harald antes de Enid. Le
amaba tanto que eso no importaba nada, pero cuando la dejó de lado a ella y a otras ocho
mujeres por su nueva esposa Ragnhild, además de numerosas amantes, la vergüenza la
mató. Dicen que ella tomó su propia vida, pero, a mi parecer, fue el maldito Harald quien
la mató.
Aud limpió sus ojos furiosamente.
—Tratamos de conseguir a Thork después de la muerte de Enid, hacer que él viviese
aquí con nosotros, pero Harald no lo permitió. No importaba que hubiese criado a veinte
hijos o más, aunque no tantos llegaron a la madurez. Los hermanos se mataban los unos a
los otros por su ambición de suceder a su padre como Gran rey.
—Por eso Thork decidió hacerse un jomsviking, ¿verdad?
—Sí. Cómo llegó a la edad de catorce años en aquella sangrienta casa, nunca lo voy a
saber. No hablará de ello. Conozco muy bien a su hermanastro Eric… Eric Bloodaxe, le
llaman… juró hace mucho ver muertos a Thork y a todos los que él amase.
—¡Oh, Dios mío!
—Sí, y por eso deberíais rezar por él. Eric teme a Thork poderosamente, aunque él
renunciara a los derechos de sucesión. La gente odia a Eric y él bien lo sabe. A la menor
sospecha de que Thork lucharía por la monarquía a la muerte de su padre los vikingos
pedirían a gritos su nombramiento.
Ruby asintió con la cabeza.
—Puedo entender ahora por qué Thork siente que debe fingir no tener ningún hijo,
incluso por qué piensa que el matrimonio sería imposible. De todas maneras, tengo que
creer que hay una solución mejor. —Pensó en todo lo que Aud le había dicho, luego
preguntó, con una sonrisa—. ¿Te dijo Thork lo que le propuse?
—¿Propusiste?
—Le pedí casarse conmigo.
—No-o-o —contestó Aud asombrada y luego se rió tontamente.
—Declinó, pero voy a preguntarle otra vez. Tengo que hacerlo. Probablemente esto es
por lo que se larga a Jorvik. —Por dentro, Ruby tembló ante la perspectiva de acercarse a
Thork otra vez, pero sabía que no tenía ninguna opción y no solo debido a su seguridad.
No podía dejar a ese hombre, que empezaba a amar, creer que le había mentido.
—Creo que no vais a tener éxito —dijo Aud suavemente, colocando una consoladora
mano en el hombro de Ruby—. De todas formas, es una pena. Lo necesitamos aquí para
ayudar a rechazar a los sajones cuando finalmente vengan. Hemos montado una muralla,
adoptando sus costumbres sajonas, tratando de ser pacíficos vecinos, pero es de tontos
pensar que permitirán que mantengamos una tierra tan valiosa sin luchar.
—¿Entonces por qué no se queda Thork?
Aud se encogió de hombros.
—Es el jomsviking. Un hombre honorable no rompe el juramento a la ligera.
Desalentada, Ruby suspiró.
—Me he propuesto una tarea imposible, ¿verdad?
—Niña, incluso si Thork consintiera en dejar jomsviking y permanecer aquí, no podría
casarse contigo. Necesitaría una esposa con tierras y las manos fuertes de la familia,
padres y hermanos, para aliarlos con nosotros.
Ruby preguntó vacilante.
—¿Podría traer el parentesco con Hrolf una alianza suficientemente fuerte?
¿Qué estaba diciendo? ¿Cómo coño podría encontrarse con ese antiguo antepasado
suyo, convencerlo de que realmente era cincuenta veces su nieta y luego convencerlo de
que enviase ejércitos desde Normandía? Tal vez estaba tan chiflada como pensaban todos.
—¿Me decís la verdad? ¿Sois pariente de Hrolf? —La cara de Aud se iluminó y
abrazó las manos de Ruby con esperanza.
Ruby puso su mano derecha sobre su corazón.
—Te lo juro, Aud, por el cuerpo de Cristo que ambas amamos, que soy pariente de
Hrolf. —Cruzó los dedos de la mano izquierda tras la espalda por su verdad a medias.
—Quizás haya una salida a esto, después de todo —declaró Aud.
Ruby se preguntó si no habría metido la pata otra vez.

12
Capítulo

—SI os parece bien mi querida dama hablaré con vos en mi cámara privada —dijo Dar
con exagerada cortesía varios días después.
Ruby miró hacia atrás para asegurarse de que estaba dirigiéndose a ella.
—Sí, me refiero a vos, moza, y apresuraos.
Él, Thork y Olaf habían regresado el día anterior, pero Thork eludió sus tentativas de
hablar con él como un maldito gladiador, mientras que Linette prácticamente ronroneaba,
ignorando las habladurías que suscitaba al irse con los hombres.
Ruby siguió a Dar a una pequeña habitación separada del salón principal, donde
atendía los asuntos de la propiedad. Haciéndola sentarse junto al hogar en una silla al lado
de la de él, Dar habló claramente.
—Aud me ha convencido de que, en verdad, sois pariente de Hrolf.
Se reclinó en la enorme silla tallada, estirando las piernas despreocupadamente, pero
movía nerviosamente sus ojos parcialmente velados, observando cada uno de sus
movimientos especulativamente.
—Hrolf es familiar cercano mío.
—¿Lo juráis sobre el libro sagrado de vuestra iglesia?
—Juro por la Santa Biblia que soy pariente de Hrolf.
Dar asintió, pareciendo aceptar su palabra y sopesar sus implicaciones.
—¿Alguna vez habéis conocido al Caminante? ¿Podría reconoceros?
Ruby encogió los hombros y sacudió la cabeza.
Dar hizo un breve gesto despectivo con los dedos de la mano derecha, con la que hasta
ese momento había estado sosteniendo su barbilla en actitud pensativa.
—Acaso no sea tan importante. Ciertamente, el rey Harald tiene más de cincuenta
nietos y no conoce ni a la mitad, aunque solo Odín sabe cuántos siguen con vida aún. No
es raro que no hayáis conocido a Hrolf.
—¿Por qué me preguntas todo esto?
—Quizás estaría dispuesto a interceder por vos ante el Althing si eso contribuyera a
que mi nieto permaneciera aquí en Northumbria.
—¿Me ayudarás a lograr que Thork se case conmigo? —Ruby sonrió ávidamente al
hosco anciano.
—Nah, no lo haré —bufó Dar—. Thork debe casarse para obtener tierras y poderío
militar que contribuyan a nuestras defensas contra los sajones. Tengo en mente una
doncella bien nacida, Elise, es medio vikinga y medio sajona, con tierras y hermanos
guerreros para que le den una dote y protejan su matrimonio.
El corazón de Ruby dio un vuelco ante las pragmáticas palabras de Dar.
—¿Entonces, por qué querrías ayudarme?
—Pienso que seríais una buena compañera de cama para mi nieto. Veo la atracción que
ejercéis sobre él, aunque no pueda comprenderla. ¿Acaso podríais seducirlo para que se
quede?
—¿Yo? Me das demasiado crédito —exclamó Ruby—. ¿Has visto cómo me evita y
permite que Linette lo atrape en sus redes?
Dar rió.
—Sí, os evita con peculiar satisfacción y en público hace mucho alboroto acerca de
Linette. De todas formas, estos viejos ojos ven más que eso. Pensé que teníais la
inteligencia suficiente como para percibirlo también. —Sus ojos la recorrieron
insolentemente, como si estuviera teniendo dudas acerca de su utilidad en cualquiera que
fuera el plan que estaba ideando—. Tal vez efectivamente os doy más crédito del que os
corresponde.
—Sé que Thork me quiere en su cama, al menos por ahora, pero necesito más que eso,
y ciertamente no lo compartiré con esa araña. Debe ser matrimonio o nada, Dar.
—Para ser sierva, tenéis exigencias muy por encima de vos —dijo Dar a punto de
estallar, estampando la copa de vino sobre la pequeña mesa que había junto a su silla—.
Quizás deberíais pensar qué es más importante, ¿vuestra cabeza o la afrenta a vuestra
virtud?
Ruby alzó la barbilla en silencioso desafío.
—Debo decirte algo. No puedo tener la seguridad de que no deba regresar… a mi país
algún día.
Dar se enfurruñó.
—Mantened a mi nieto en Northumbria, y no me importará que os vayáis a la luna. —
Luego pareció disgustado consigo mismo—. ¡Iros! Fue estúpido pensar que podía razonar
con una simple moza.
Más tarde, Ruby intentó dilucidar la conversación con Aud.
—Tal vez deberíais considerar dar un paso a la vez —aconsejó Aud—. Muchas
amantes se han convertido en la segunda o tercera esposa, a menudo son las más
favorecidas y todo por su paciencia.
—¡Aud! ¿Cómo puedes decir eso? Pensé que eras cristiana. ¿Cómo es posible que
apruebes que un hombre tenga más de una esposa?
—Sí, soy cristiana, pero también vikinga. Nos obligan a establecernos en tierras
extrañas; y no obstante somos nosotros los que debemos renunciar a nuestra religión y
nuestra cultura —dijo amargamente—. Para mantener la paz poco a poco nos
transformamos en más sajones que vikingos, y eso entristece poderosamente mi corazón.
Aun así, es difícil dejar de lado las antiguas costumbres totalmente.
—Pero ¡más de una esposa! ¡Es ultrajante! ¿A las mujeres se les permite tener más de
un marido?
Aud sonrió ante la vehemencia de Ruby.
—Por supuesto que no. Sería tonto. Sin embargo en una época, el que los hombres
tuvieran más de una mujer era una costumbre prudente. A esa costumbre se la llamaba
More danico. Cuando los hombres viajaban para vikinguear o comerciar, era frecuente que
se ausentaran durante años y se necesitaban bebés que reemplazaran las muchas pérdidas
en batalla y en la lucha por sobrevivir.
—¡Tonterías! Creo que es una estratagema ideada por los hombres para su placer —se
burló Ruby—, y los hombres se salieron con la suya durante todo este tiempo porque las
mujeres están tan oprimidas que se contentan solo con que los gilipollas les dediquen una
mirada.
Aud crispó los labios antes las fieras palabras de Ruby.
—Creo que me gusta el sonido de esa palabra, «gilipollas» —comentó Aud,
cambiando deliberadamente de tema—. ¿Significa algo así como hombre estúpido,
insensible, descortés?
—¡Exactamente! —asintió Ruby, sonriendo.
—¡Bien! Practicaré el uso de esa palabra —Aud se giró y ordenó—. Ella, dile a ese
gilipollas de Vigi que traiga más leña para el fuego de la cocina.
Antes de salir de la cocina, Ruby le preguntó:
—¿Aud, habrías aceptado a otra esposa?
Los ojos de Aud centellearon al mirar a Ruby directamente.
—¡Nunca! Antes de permitir que Dar tomara a otra esposa le hubiera cortado su
miembro masculino.
Ruby sofocó una risita ante la descarada declaración de Aud. Luego ambas estallaron
en carcajadas por la inconsistencia de su lógica.
—Ruby, las diferencias entre nosotras son enormes —dijo Aud en un tono más serio
—. Irrumpís y provocáis enormes olas, agitando a la gente con vuestras demandas y
afirmaciones. Es mejor esperar el momento adecuado. La paciencia ciertamente puede ser
una virtud. Prestad atención a mis palabras.
Pero Ruby no tenía tiempo para la paciencia. En poco más de una semana, se reuniría
la Althing y Thork se iría de Jorvik.
Al salir de la cocina, Ruby se encaminó decididamente hacia los campos que estaban
fuera de los muros del castillo, donde había al menos cien vikingos de variadas edades,
pero iguales en cuanto a su suprema forma física, ocupados en serias maniobras militares.
—¿De dónde vinieron todos ellos? —le preguntó Ruby a Vigi, su siempre presente
guardián.
—Algunos son de los hirds de Dar y Thork, sus tropas permanentes. Otros son
hombres libres que trabajan en las tierras de Dar, y otros fueron contratados para proteger
el feudo cuando Thork se vaya.
—¿Mercenarios? —Ruby comenzó a darse cuenta de la extensión del peligro que
acechaba en el horizonte.
Cuando finalmente Thork la vio, sus narinas se ensancharon de furia. Pisoteó el césped
encolerizado, lanzándole feroces juramentos.
—¿Por qué me enloquecéis? ¿No os advertí que no os acercarais a mí otra vez? Entrad
a la maldita fortaleza y encontrad algún trabajo de mujer que hacer, de lo contrario juro
por la cabeza de Odín que haré que os aten y os encierren en vuestra habitación.
Ruby solo podía quedarse mirándolo boquiabierta como una tonta, habiendo perdido la
palabra y el objetivo, al ver el maravilloso espectáculo que se plantaba ante ella.
Sosteniendo el yelmo con la mano derecha, Thork se limpió impaciente el sudor de la
frente con un golpe espasmódico de su antebrazo izquierdo. Respiraba trabajosamente por
el duro trabajo físico, y su pecho se elevaba y caía, delineando agudamente los elaborados
músculos debajo de la ajustada camisa de cota de malla que llevaba puesta. Los cordones
de músculo ondeaban en sus muslos al trasladar su peso de un pie al otro inquietamente,
deseando que ella se fuera. Su cabello húmedo y trenzado le enmarcaba los pómulos
agudos, llamando la atención sobre los ojos muy azules que la atravesaban con furia.
—Yo sólo… sólo necesitaba hablar contigo acerca de algo —tartamudeó Ruby,
percatándose de que estaba siendo examinada atentamente por muchos otros hombres,
incluyendo a Eirik.
¡Eirik! ¡Por el amor de Dios! Tenía sólo diez años de edad y usaba una armadura en
miniatura similar a la de su padre. ¡Portaba una espada en una mano y un escudo en la
otra! Ruby se lanzó sobre eso como tema de precalentamiento antes de golpear a Thork
con sus otras ideas.
—Se trata de Eirik —dijo indignada—. Debes hacer algo…
Ruby oyó a Eirik protestar en voz alta, e insultarla. Thork se quedó boquiabierto ante
su descaro y la levantó, tirándola encima de su hombro tan rápido que lo único que podía
hacer era gruñir en reacción. Cuando llegaron al torreón, Thork la agarró por la cintura
provocándole dolor y la bajó al suelo, sujetándola contra la puerta cerrada con las palmas
de las manos contra sus hombros.
—Poned mucha atención, moza. Alejaros de mi camino. De hecho, alejaros de mi
vida.
Regañó a Vigi.
—Es mi última advertencia, imbécil. Mantenedla apartada de mi vista, o estaréis a
bordo del próximo barco de esclavos que atraque en Jorvik.
Cuando entró malhumorada en el torreón, Ruby vio a Dar de pie junto a una ventana
abierta al lado de la puerta de entrada. Había sido testigo de toda la escena. En vez de
fustigarla enfadado, como Thork y Eirik, sonrió socarronamente, como si compartiera un
secreto con ella.
La expresión casi feroz del rostro de Thork en la cena detuvo cualquier idea que Ruby
pudiera haber tenido acerca de abordarlo nuevamente tan pronto. Obstinadamente evitaba
mirar en su dirección, pero por otra parte también desdeñaba a la hermosa Linette, lo cual
satisfacía sumamente a Ruby. Thork comía poco, pero bebía copa tras copa de cerveza.
En cierto momento los ojos color zafiro de Thork chocaron con los de ella durante
apenas un segundo y Ruby se sintió chamuscada por su ardor. ¿Era ira o pasión?
Ruby sabía que Thork se sentía tan atraído por ella como ella por él, pero hacía un
excelente trabajo en su lucha contra ello. Y tenía buenas razones para hacerlo, admitió.
Después de todo, no podía prometerle que no se iría de Northumbria. Aun así, necesitaba
convencerlo de que provenía del futuro y que estaban destinados a estar juntos mientras
durara su estancia en esa tierra y esa época, quizás inclusive hasta la muerte.
Cuando finalmente Linette se hartó de la indiferencia de Thork, se inclinó sobre él
colgándose de su brazo seductoramente y le susurró algo al oído. Probablemente algo
catalogado triple equis. Ruby no podía oír las duras palabras que le gruñó Thork en
respuesta, mientras se desembarazaba de sus manos con aversión, pero podía ver el
asombro y el dolor que se reflejaron en el rostro enrojecido de Linette antes de que
rompiera en llanto y huyera de la habitación. Ruby casi sintió lástima por Linette.
—¿Oísteis las noticias acerca de la perra de Linette? —le preguntó Ella, acercándose
furtivamente a Ruby.
—Ella, no deberías usar ese lenguaje, especialmente cuando pueden alcanzar a oírte.
¿Qué noticias?
Ella inspiró dramáticamente, prolongando el suspense como solo una verdadera
chismosa, como su gemela Rhoda podría haberlo hecho, luego reveló:
—Linette se va a casar.
A Ruby le dio un vuelco el corazón y las lágrimas le escocieron en los ojos.
—¡Tsk! ¡Tsk! Así de tonta sois, muchacha. Thork no será para ella. A instancias de la
señora Aud, Dar ha arreglado un matrimonio para ella con un hesir vikingo de
Dinamarca… de nombre, Askold. De seguro no debe haber oído de sus muchos amantes,
de otro modo podría ponerse desagradable como el trasero de un jabalí. Será una buena
unión ¿no os parece?
Ruby podría haberle torcido el cuello a Ella por asustarla, pero se sentía tan agradecida
de que su temor inicial fuera infundado que le dio a la criada un rápido abrazo.
Ella se apartó de sus brazos incómoda, mirando a su alrededor para ver si alguien más
había sido testigo de tan impropio gesto de Ruby hacia una humilde sierva. Cuando vio
que nadie lo había notado, le sonrió.
—Askold concurrirá al Althing donde se casarán para luego regresar a su granja en
Dinamarca —Ella se palmeó la rodilla con alegría—. ¿Podéis imaginaros a Linette
ordeñando una vaca?
Aud se acercó a ellas y le preguntó fríamente a Ella:
—¿No tenéis nada mejor que hacer que andar divulgando historias?
—Sí… quiero decir no, señora —respondió tímidamente Ella, y se escabulló hacia la
cocina.
Aud dirigió su atención a Ruby.
—Ruby, esta noche nos entretendréis con algunas de vuestras canciones. He oído
hablar mucho de vuestras leyendas y vuestra música.
Tal vez debido a que había sido exiliada a la parte baja del salón, pensó Ruby. Y
porque estaba a dos pasos de distancia del hacha del verdugo o del cuchillo que le
practicara un Águila-Sangrienta.
—Oh, esta noche no, Aud.
—Lo ha solicitado Dar —le informó Aud en un tono que no admitía réplica—.
Mañana llegaran los skalds con nuestros primeros invitados. Vienen de lejos para viajar
con nosotros al Althing la próxima semana. Puede que nunca tengamos otra oportunidad
de oír vuestras maravillosas historias.
—¿Invitados? —preguntó Ruby débilmente.
Así que la arena finalmente se había filtrado en su reloj de arena y tenía a la Althing
prácticamente encima. El pesimismo de Aud acerca de no tener otra oportunidad después
de esa semana no armonizaba bien con el resultado de su “prueba”.
El grupo familiar se había trasladado desde la tarima hasta el área del hogar. Dar
estaba sentado tomando su cerveza y evitó concienzudamente mirar a Ruby a los ojos
mientras ésta se acercaba.
¿Qué tramaba el viejo chivo ahora?
Hablaba ocasionalmente con Thork, que parecía responder sólo con monosílabos.
Thork continuaba tomando cerveza en cantidades alarmantes. Cuando la vio, Ruby pensó
que se levantaría y se iría. En cambio, la miró ceñudo y con rencor, con el labio superior
curvado como si fuera un sapo odioso.
Cuando le entregaron el laúd, Ruby entonó las mismas canciones que había cantado en
el castillo de Sigtrygg… “Ruby”, “Lucille”, “Friends in Low Places”, “Lord, It’s Hard to
Be Humble” y “All My Rowdy Friends Are Coming Over Tonight”. Cuanto más cantaba,
más fruncía el ceño Thork. También se veía cansado. Los tenues círculos bajo los ojos y
los rasgos tensos alrededor de la boca inflexible hablaban de noches de insomnio. ¿Era
simplemente debido a que hacía el amor toda la noche con la insaciable Linette? ¿O podía
ser que la creciente presión entre Ruby y su “esposo” vikingo lo perturbara durante noches
interminables como a ella?
Cuando acertó a dar una nota estridente, Thork se burló en voz alta, y Aud lo
reprendió:
—Thork no seáis gilipollas.
Todos los ojos se agrandaron y se volvieron hacia Aud, quien se encogió de hombros:
—Bueno, estaba actuando como un gilipollas.
Entonces Dar y Thork fijaron sus ojos acusadores en Ruby, quien sonrió
inocentemente.
Al notar a Tykir y Tyra en los límites de la reunión familiar, Ruby cantó “Jingle Bells”,
deleitándolos con el ronco villancico, así como también con la explicación de cómo era la
Navidad en su país. En el viaje hacia el hogar de Dar no había sido capaz de pensar en
ninguna canción infantil, pero ahora recordó la letra de una canción popular que pensó que
les podía gustar, “Puff, el Dragón Mágico”. ¿Los vikingos tenían leyendas en donde
lidiaban con dragones?, se preguntó Ruby. De cierta forma la imagen encajaba.
Thork continuaba ceñudo como un oso viejo.
Por lo que Ruby contó la historia de “Los tres osos”. Luego, probablemente debido a
algún deseo suicida innato, no pudo evitar contar “Thork y las habichuelas mágicas”, para
consternación de Thork. Seguramente tuvo que refrenarse a sí mismo para no actuar con
violencia delante de las dos docenas de familiares cautivados y hesirs reunidos alrededor
de Ruby. Incluso Linette, inusitadamente sojuzgada, se había acercado para ponerse detrás
de la silla de Thork, incapaz de resistirse al encanto de las historias y las canciones de
Ruby.
Cuando Eddie y David eran pequeños, ella y Jack se sentaban con ellos frente al hogar
de la misma forma, contando historias y entonando canciones. Había olvidado la alegría
de esas sencillas noches familiares, en que estaban todos juntos, mucho antes de que Jack
comenzara a quedarse en la oficina cada vez hasta más tarde, muchísimo antes de que ella
comenzara a llevarse trabajo a casa por la noche. En aquel entonces no tenían mucho —
económicamente, hablando— pero, ¡ah, cuánto más ricas habían sido sus vidas!
Lágrimas por el dulce recuerdo —y la añoranza— llenaron los ojos de Ruby y con voz
ronca le dijo a su absorta audiencia:
—Ésta era la canción favorita de mi esposo Jack.
Rasgueando suavemente las cuerdas del laúd que tenía en las manos, Ruby comenzó a
cantar “Help Me Make It Through the Night”. Cuando llegó a la estrofa donde el hombre
le pide a la mujer que recueste su cabeza junto a la de él, Thork se puso de pie
bruscamente y se fue. Linette corrió tras él.
Todo el mundo miró a Thork asombrado, pero Ruby continuó con su canción a pesar
de que las lágrimas enronquecían su voz. Al final miró a Dar casualmente. Brillaba como
la maldita luna.

* *

A la mañana siguiente, los invitados comenzaron a llegar temprano. Los bancos
construidos contra las paredes laterales del salón principal le servirían a la mayoría de los
hombres como jergones. A los criados los ubicaban en el suelo, en los establos o en las
dependencias accesorias.
Todo el mundo se apretaba para hacer lugar a la gente que se añadía. Incluso las hijas
de Olaf y Gyda tuvieron que mudarse con ellos, y la habitación de las niñas fue dada a un
Jarl de fuera de Northumbria que venía de visita con su esposa. Por suerte la pequeña
habitación de la torre de Ruby era demasiado pequeña para hospedar a alguien más.
Debido al ajetreo que se apoderó del torreón ese día, todo el mundo ignoró a Ruby,
incluso en la comida de la noche, durante la cual se sentó en un sitio tan alejado en el
extremo de la mesa que estaba prácticamente fuera del salón. No era que le importara. Su
seguridad residía en pasar desapercibida.
Esa noche Aud sirvió una comida sencilla a los huéspedes cansados. Después, un skald
contó conmovedoras leyendas acerca de nobles hazañas vikingas. Ruby sabía que esas
tradiciones orales serían los vehículos que transmitirían la historia de esas fantásticas
personas a la época moderna y que algunos se perderían para siempre, al no haber sido
nunca almacenados en papel. Se prometió que al otro día iría en busca del skald para que
le repitiera uno de sus poemas épicos que encontró particularmente conmovedor. Trataba
de dos medio-hermanos hostiles, Hloth y Angantyr, que reclamaban ambos el reino de su
padre muerto. Al final, Angantyr examina el campo de batalla en busca de su hermano
muerto diciendo:
«… incontables anillos de brazo, te ofrecí a ti, hermano, una fortuna en oro y aquello
que más deseabas.
Como galardón esta contienda, no nos ha aportado a ninguno, ni tierras, ni vasallos
ni brillantes anillos.
Un funesto destino ha forjado, hermano, que yo te maté a ti. Sí, eso será narrado…»
Al escuchar el poema, a Ruby le maravilló que esa gente primitiva pudiera expresarse
con tanta sensibilidad. Y pensó en Thork y en su hermano Eric, comprendiendo que al
igual que Hloth y Angantyr, nunca tendrían la cálida relación de fraternidad que dos
hermanos deberían tener.
A la mañana siguiente Aud se hallaba en su elemento, dirigiendo la bulliciosa
actividad de la cocina. Gyda trabajaba diligentemente a su lado, preparando las comidas
del día, incluyendo un suntuoso banquete para la noche.
Un continuo flujo de sirvientes, incluyendo a la quejosa Ella, marchaba hacia los
varios aposentos con toallas y jofainas de agua fresca para los invitados. Los hombres
habían salido antes del amanecer en una corta expedición de caza para matar nuevas
presas que complementaran el habitual menú de pescado y pollo. Algunos de los criados
ya habían regresado con las primeras presas de caza… unos cuantos conejos, dos venados
y varios gansos salvajes.
—¿Ruby, podríais ir con Vigi a recoger algunos hongos frescos para la cena? —
preguntó Aud.
—Por supuesto. —A Ruby le alegraba ser de ayuda y mantenerse ocupada—.
¿Recogemos algunos arándanos también? Quedarían ricos con crema fresca o en pasteles
horneados. —A Aud le brillaron los ojos ante la sugerencia, e intercambiaron ideas acerca
de la mejor manera de preparar la masa de hojaldre para el postre.
Antes de salir, Ruby invitó a Tykir y a Tyra para que se le unieran y llevó toallas y
jabón, pensando que bien podrían combinar su recado con un baño. Ruby vio a varios de
los distinguidos invitados de Dar y Aud observar su camiseta y sus jeans con fría
curiosidad.
Cuando Tykir y Tyra tuvieron las canastas llenas caminaron alegremente en el agua
cerca de la orilla del estanque. Más tarde Ruby les dijo a los niños que se fueran a jugar al
límite del claro junto con Vigi para poder bañarse en privado. Antes de que se fueran, le
preguntó a Vigi si le prestaba el cuchillo de comer que siempre llevaba en la cintura.
—¿Para qué? —preguntó receloso.
—¡Oh, vamos! No es como si pudiera desarmarte. Aún tienes tu espada. ¡Sólo quiero
afeitarme las piernas, por el amor de Dios! Estoy comenzando a sentirme como un
puercoespín.
Vigi abrió grandes los ojos, sorprendido. Ruby sabía que ya la consideraba medio loca.
Sin embargo, le entregó el cuchillo, exhortándola a que se lo devolviera enseguida.
Probablemente ya estuviera ensayando mentalmente lo que les diría a sus amigos para
divertirse acerca de las últimas payasadas de la extraña forastera.
Tykir y Tyra pensaron que el hecho de que Ruby tuviera barba en las piernas como sus
padres tenían en el rostro era una gran broma. Le pidieron que se levantara la pierna del
pantalón para poder tocarla.
—Son como las cerdas de la piel de los cochinos antes de ser sacrificados — declaró
Tykir divertido.
Tyra sucumbió a un exagerado regocijo ante sus palabras.
Cuando terminó de bañarse y afeitarse las piernas con espuma de jabón, habiéndose
cortado sólo unas pocas veces con la hoja afilada del cuchillo de Vigi, los niños le
preguntaron si podían tocarle las piernas otra vez. Sus bocas formaron pequeñas «oes» de
sorpresa ante su suavidad.
Después de ayudar a Aud y Gyda a preparar los pasteles de arándanos, Ruby fue a su
habitación donde Ella estaba tendiendo un hermoso vestido.
—Es un regalo del señor y la señora por las historias que narró ayer por la noche —
explicó Ella.
Pesados galones dorados bordeaban el dobladillo, las muñecas y el cuello del sencillo
vestido de seda color borgoña, cuya suave tela moldeaba sus senos y perfilaba su estrecha
cintura, sujeta ajustadamente por un cinturón dorado trenzado. Cuando caminaba, el
vestido seguía las líneas de sus delgadas caderas y largas piernas. En vez de su ropa
interior, Ruby se puso solamente una delgada camisilla, adorando la sensación sensual de
la tela contra su piel.
Pero Ruby pasó desapercibida, o así lo creyó, entre el ruido y el bullicio del salón de
banquetes. Aún exiliada al final de la habitación, a Ruby le complació ver que Linette
había sido desplazada de la tarima por los muchos invitados vikingos de clase alta.
Muchos irían a Jorvik y al castillo de Sigtrygg al otro día, mientras que otros esperarían
hasta la próxima semana para viajar con Dar y su familia al Althing. En todos lados la
multitud murmuraba noticias acerca de la próxima boda de Sigtrygg.
Sin embargo el corazón de Ruby dio un tumbo cuando vio a la joven que estaba
sentada junto a Thork en la mesa de cabecera. Su largo cabello castaño le caía por debajo
de los hombros y era sostenido en su lugar por una diadema de oro alrededor de la frente.
No tenía más de quince años, y parecía responder a las preguntas de Thork tímidamente,
apartando los ojos de su mirada directa para luego lanzarle miradas interesadas cuando
pensaba que no la estaba mirando.
Debía ser Elise, la doncella sajona-vikinga que Dar quería para Thork. El padre de
Elise, cuyas tierras limitaban con las de Dar, estaba sentado a un lado de Dar y su esposa
al otro.
Disgustada, Ruby tomó un gran trago de la embriagante cerveza vikinga y se
atragantó. Era repugnante.
—Sabe como pis de caballo, ¿verdad? —se quejó un joven hesir con el rostro lleno de
granos junto a ella—. El mejor vino y el mejor licor de aguamiel van a las mesas
superiores.
Ruby apoyó el codo sobre la mesa, descansó la barbilla en él y se preguntó qué más
podía salir mal. Primero Linette, ahora esa hermosa joven. Ruby observó apenada cómo
Thork cortaba un trozo de la mejor carne de su plato y lo compartía con la muchacha,
entregándoselo cordialmente. Ella le sonrió dulcemente como agradecimiento.
Ruby creyó que iba a vomitar.
Ella pasó junto a ella con una bandeja de bannock y Ruby la detuvo.
—¿Te parece que podrías traerme un poco de vino?
—Necesitáis ahogar las penas, ¿verdad? —le dijo, ladeando la cabeza en dirección a la
tarima, pero regresó enseguida con una pequeña jarra escondida entre las faldas.
—No dejéis que nadie vea esto —dijo, deslizándola bajo el banco a los pies de Ruby
—. Es Frisio, de la provisión privada de Dar.
Ruby se metió sigilosamente debajo de la mesa, tiró la cerveza en los juncos y llenó su
copa con vino tinto. Su compañero hesir la miró de manera rara, preguntándose en voz alta
qué hacía en los juncos, pero la mirada furiosa de ella lo hizo callar.
La primera copa se le fue directa a la cabeza, de allí a la punta de los dedos de la mano
y luego a la punta de los pies. Tomó la segunda copa mucho más despacio, tomando tragos
largos solo cuando veía a Thork haciendo algo particularmente desagradable, como tocar
gentilmente la manga de la joven cuando le hacía preguntas o susurrarle al oído cuando el
nivel de ruido de la habitación se hacía demasiado atronador. Ignoraba completamente a
Ruby.
Intentar que Thork se casara con ella era una batalla inútil, se dijo Ruby a sí misma
autocompadeciéndose, mientras terminaba su segunda copa y se tocaba los labios
asombrada. ¿Cómo se le habían entumecido los labios? Y sentía las pestañas como si
pesaran cuatro kilos cada una. Pero, Señor, no podía recordar la última vez que se había
sentido tan bien.
Cuando las mesas fueron desmanteladas y la gente comenzó a pasearse en grupos,
esperando el entretenimiento, se sirvió la tercera copa sintiendo una alcoholizada afluencia
de confianza en sí misma. Quizás no debía perder la esperanza después de todo. Quizás
debía subir directamente allí arriba y demandar que Thork se casara con ella. Mejor aún,
quizás debería conseguir una espada y raptar a Thork. Si lo encerraba en su habitación con
ella durante una semana tendría una declaración garantizada o moriría por agotamiento
sexual. Rió ante el pensamiento, llamando la atención de su joven hesir, que también
estaba solo.
—¿Cómo? ¡Habéis tenido vino todo el tiempo! —se quejó, al notar la jarra que tenía a
los pies—. ¡Qué cerda conservándolo sólo para vos!
—No, cerda no. Una cochina. Mis piernas son como la piel de los cochinos, ¿no lo
sabías? Antes de que los sacrifiquen. —Volvió a reír, luego hipó.
Después de entregarle al joven el recipiente casi vacío, zigzagueó todo el camino entre
la multitud hacia el frente del salón, sosteniendo la copa casi medio vacía de vino
temblorosamente frente a ella.
Dar y sus nobles invitados se habían bajado de la tarima y estaban sentados o de pie,
escuchando a dos jóvenes mujeres que cantaban una suave melodía tocando el arpa y el
laúd. Ruby tuvo el primer vistazo de cerca de Thork y ahogó una risa. Usaba una túnica de
terciopelo color borgoña con galones dorados, casi idéntica a su vestido… supuso que esa
era la idea que Dar tenía de una broma. Anchos brazaletes de oro brillaban en sus
bronceados antebrazos y contra su pecho yacía un medallón de oro suspendido de una
pesada cadena. En uno de los lados de la cabeza le habían hecho trenzas en el cabello, que
colgaban bajando hacia su espalda, poniendo de relieve el pendiente en forma de rayo.
Ruby pensó que parecía un maldito dios escandinavo y tragó con fuerza.
Thork parpadeó sorprendido ante su vestimenta a juego, luego torció los labios
disgustado. Le lanzó una mirada acusadora a su abuelo que fingió inocencia con un
encogimiento de hombros. Luego Thork miró intencionadamente el vino que Ruby aún
sorbía mientras se recostaba achispada contra el respaldo de la silla de alguien. Cuando
levantó la mirada desafiante hacia él, vio la furia relampaguear en sus ojos. Thork se puso
de pie y comenzó a caminar decididamente hacia ella, pero Ruby se deslizó entre la
multitud y se trasladó al otro lado de la habitación.
Cuando uno de los jarl visitantes se levantó de su silla para ir al baño, Ruby se hundió
pesadamente en ella, sosteniéndose la barbilla con la mano. Dar le lanzó una mirada
desaprobatoria, pero Ruby ignoró su tácito mensaje de que no estaba lo suficientemente
alto en su estúpido sistema de clases para estar sentada donde estaba.
Thork se ubicó directamente al otro lado del círculo de personas, para mirarla
penetrantemente. Habiéndose hartado de su furia, sus desaires y sus órdenes, Ruby le sacó
la lengua y pensó que se le iban a salir los ojos de las órbitas. Se sintió tan bien que lo
volvió a hacer intentando mirarlo con los ojos bizcos, pero por alguna razón su
coordinación estaba empantanada, y sus ojos solo dieron una especie de giro. Pero había
tenido éxito en conseguir que a esa altura el rostro de Thork estuviera prácticamente
púrpura. Si el skald no hubiera comenzado un largo poema lírico, hubiera saltado por
encima del círculo de invitados.
En circunstancias normales, a Ruby le hubiera parecido interesante, pero en ese
momento sentía como si estuviera flotando… ¡un sentimiento glorioso! Dejó que la copa
de vino vacía se deslizara entre sus dedos hasta los juncos.
El poema skaldic terminó con una historia acerca de cierto vikingo y su precioso
cuchillo llamado Fidelidad y de cómo lo había salvado en cierta batalla.
—¡Buen Dios! Solo un vikingo nombraría a un cuchillo, como si fuera una mascota —
masculló Ruby, y el vikingo sentado junto a ella le dedicó un ceño fruncido de fastidio.
Cuando el skald hubo terminado, todo el mundo lo felicitó y comenzó a hacerle
preguntas. En el breve momento de calma que siguió, una de las invitadas se dirigió
maliciosamente a Aud en un tono de voz lo suficientemente alto como para que muchos de
los que la rodeaban pudieran oírla.
—Tengo entendido que vuestra invitada de Ivar, la que lleva ropas varoniles, tiene una
forma muy inusual de usar un cuchillo.
Todo el mundo miró a Ruby. Aud y Dar alzaron sus ojos interrogantes hacia ella. A
Thork parecía que le iba a dar un ataque de apoplejía. Bueno, al menos al final había
picado su interés.
Ruby parpadeó y luego hipó ruidosamente. Oyó a Dar reír a carcajadas.
La mujer prosiguió entusiasmada:
—Hoy se afeitó las piernas con un cuchillo.
Nuevamente, todo el mundo miró a Ruby asombrado.
—¿Eso es verdad, Ruby? —jadeó Aud
—¿Dónde consiguió un cuchillo la moza? —quiso saber Dar.
—Os mataré —articuló Thork en silencio.
Con toda la dignidad que pudo reunir en su estado de embriaguez, Ruby explicó:
—No es gran cosa. Realmente. En mi país, las mujeres se afeitan las piernas todo el
tiempo. Y las axilas. El no hacerlo se considera poco femenino.
Todos se quedaron boquiabiertos, mirándola incrédulos. Varias matronas mayores
parecieron a punto de sufrir un paro cardíaco por la escandalosa conversación.
¡Ah, infiernos! Ya estaba metida en serios problemas. Bien podía divertirse un poco.
Además, aún deseaba vengarse de Thork por abandonarla la otra noche para estar con
Linette.
—Thork —dijo dulcemente, mirándolo directo a los ojos.
Él se rehusó a responder, exasperado otra vez por el espectáculo que había causado.
—Thork —lo llamó, más fuerte ahora—. ¿Recuerdas la vez que me afeitaste las
piernas?
Thork se quedó boquiabierto.
Reinó un silencio mortal.
—Era nuestro décimo aniversario de boda, y estábamos exaltados por el vino blanco
y… el amor. Lo recuerdas, ¿no? Fue idea tuya, así que no me mires de esa forma. Me
hiciste permanecer perfectamente quieta, así.
Ruby se paró con las piernas ligeramente abiertas y casi se cae. Se enderezó
apoyándose en el respaldo de la silla.
Ante la ultrajante conducta de Ruby, Aud se llevó una mano a la boca. Gyda parecía
estar rezando. Olaf sonreía apreciando su audacia. Y Dar sonreía de oreja a oreja con
autocomplacencia como si hubiera planeado todo el maldito evento. La joven, Elise, no
estaba a la vista. Probablemente ya hubiera pasado su hora de acostarse.
—Enjabonaste mis dos piernas con crema y luego las afeitaste, muy despacio —
continuó Ruby con placer—, todo el camino hasta aquí arriba. —Dibujó una línea con las
manos en lo alto de ambos muslos.
Ruby se sentía confusa y desorientada y al notar el tenso silencio que la rodeaba
comenzó a comprender cuán escandaloso era su comportamiento. Inició la retirada al ver a
Thork comenzar a aproximarse a ella rodeando el círculo de personas, atravesándola con
la mirada y con los labios estirados, una pálida línea de furia..
La continua furia de Thork realmente comenzaba a fastidiar a Ruby. ¡Demonios!
Decidió que en todo caso ya bien podía ponerle la guinda a la torta. Entrecerró los ojos y
le sostuvo la mirada, desafiándolo tácitamente.
—Ah, y Thork, ¿ya lo mencioné? —dijo muy dulcemente—. Ambos estábamos
completamente desnudos.
Thork balbució las palabras que se negaban a salir de su boca mientras todos los ojos
se volvían hacia él, pero eso no duró mucho.
—¡Maldita seáis! —bramó y pasó dando tumbos entre el resto de la gente que los
separaba—. Os lo advertí, moza. Una y otra vez se os dijo lo que ocurriría si me
presionabais.
Sin decir otra palabra, saltó sobre una silla, levantó a Ruby, se la llevó del salón y
comenzó a subir las escaleras.
Ruby no fue consciente de las alegres risas y las ruidosas especulaciones acerca de su
destino que los siguieron cuando abandonaban el salón. Se acomodó en los brazos de
Thork y hundió el rostro en su cuello, que olía dulcemente a su propio Jack y sin embargo,
de cierta forma, maravillosamente diferente. Ruby se preocuparía mañana por su destino.
Esa noche volvía a estar en los brazos de Jack, no, de Thork, a donde pertenecía, y eso era
todo lo que importaba.
—Jack, cariño —susurró Ruby y sintió que los musculosos brazos que la sostenían se
tensaban—. Cuánto te he extrañado. —Luego hipó suavemente en el oído de Thork.

13
Capítulo

—¡VUESTRA lengua supera vuestro buen juicio, mujer! —rabió Thork, caminando
de acá para allá a través de la habitación. Agitado, se pasó los dedos por el pelo mientras
le lanzaba heladas miradas.
Ruby lo miró, mareada, apoyada sobre los codos en la mullida suavidad de su enorme
cama donde la había lanzado, disgustado, después de dejar el gran salón. Ella deseaba que
se estuviera quieto. Su lengua pastosa se interpuso cuando trató de hablar en su propia
defensa. Empujó la punta de su lengua entre los labios para probar su entumecimiento,
luego se rió tontamente.
—¿Encontráis divertida esta situación?
—No… Sí. —Ruby trató de sentarse, pero la cama se inclinaba locamente de un lado a
otro. Finalmente, sintiéndose más estable, se sentó—. Quiero decir… que es gracioso
porque siento como si acabase de ir al dentista. Mis labios y mi lengua están entumecidos
y…
—¡No! No digáis ninguna misteriosa palabra más, ni alusiones a una futura vida que
nunca existió. Tengo más que suficiente con vuestras insinuaciones de la vida que
compartimos juntos. Eso nunca sucedió.
Thork agarró a Ruby por los antebrazos, la levantó de la cama y la sacudió, tratando de
convencerla de su seriedad.
Ruby se despejó un poco.
—Bien. Hablemos de ello —dijo retrocediendo unos pasos—. Estás disgustado porque
dije que afeitaste mis piernas.
—¡Arghh! —Thork alzó sus brazos al cielo—. Lo estáis haciendo de nuevo ¿Por qué
no podéis ser obediente como las otras mujeres?
—¿Como la pequeña y dulce muchacha vikingo-sajona con ojos de vaca? ¿No es
Linette suficiente para ti? ¿Asaltas cunas ahora?
Thork parpadeó por el rápido cambio de conversación de Ruby, pero antes de que
pudiese responder, Ruby siguió:
—No debería haber dicho lo que dije, delante de todos tus invitados. Pido perdón por
eso. No estoy acostumbrada a beber tanto vino.
Thork puso los ojos en blanco como si eso fuera quedarse más que corto.
—Pero no mentí. Nunca miento. Afeitaste realmente mis piernas en nuestro décimo
aniversario de boda. Mira —dijo subiendo su vestido hasta el borde de sus bragas,
mostrando la plena longitud de sus suaves piernas—. Las afeitaste, por lo que se veían así.
Thork contempló los expuestos miembros de Ruby, luego aspiró bruscamente su
aliento. Pareció incapaz de hablar durante un largo rato.
Sintiéndose en ventaja, Ruby apoyó la mano izquierda en la pared y levantó
descaradamente su pierna derecha de manera que la punta de su zapato de cuero,
descansaba sobre la hebilla de su cinturón.
—Toca la piel —invitó de manera escandalosa—. Comprueba por ti mismo lo que
quiero decir.
Ruby vio la renuencia de Thork y sabía que él temía que si daba ese paso podría dar
más. Pero le tocó la pierna ligeramente con las yemas de los dedos de su mano izquierda,
luego dirigió la callosa palma desde su tobillo a la satinada suavidad de su muslo y atrás
otra vez.
Él sonrió ampliamente.
—Ya veo por qué a las mujeres y a los hombres de vuestro país les gusta esta práctica.
La suavidad crea imágenes en la mente de un hombre de otras… prácticas —alzó la vista
de manera inquisitiva—. Este rapamiento… He oído que también se hace en los países del
este. —Una astuta luz brilló en los pálidos ojos de Thork.
¡Jesús! Primero Ivar, luego Athelstan, ahora el Oriente. Pero antes de que Ruby se
pudiera quejar, Thork tiró hacia arriba de su tambaleante pierna izquierda con la rapidez
del relámpago y la tomó de la cintura con la otra mano. Rápidamente ella se agarró a sus
hombros para estabilizarse. En esa fracción de segundo, de algún modo Thork la maniobró
de manera que la sostuvo con las piernas envueltas alrededor de su cintura y las manos
ancladas a su cuello. Entonces la apoyó contra la pared.
Aturdida con la rapidez de los movimientos de Thork y la posición carnal en la que se
encontraba, Ruby solo podía pestañear hacia Thork interrogativamente. Thork ya no
estaba enojado con ella y tenía en sus ojos una brillante y prometedora mirada, más íntima
que una caricia. Ella no podía apartar la vista.
—Durante más de un mes me habéis incitado y os habéis burlado de mí con promesas
de placeres que hemos compartido en el pasado. ¿Qué decís ahora? —preguntó con voz
baja y fuertemente controlada.
Sosteniendo su mirada, Thork comenzó a deshacer los broches de los hombros de su
sobrevestido. Ruby quiso preguntar si se casaría con ella otra vez o si había aceptado el
hecho de que ella debería marcharse, pero decidió seguir el consejo de Aud de tener
paciencia.
Ruby lamió sus labios nerviosamente. Había hecho el amor con este hombre mil veces
en los últimos veinte años, pero ahora todo parecía nuevo. Él era su marido y aun así, al
mismo tiempo, un extraño.
—¿Todavía insistís en que compartimos un pasado? —preguntó con voz ronca.
Ruby examinó a Thork estrechamente, tratando de ver las diferencias, no las
semejanzas, entre él y Jack. Era difícil.
—Creo que tú y yo podríamos crear nuestra propia historia esta noche —eludió.
Thork escudriñó su mandíbula con un índice.
—¿Qué hay en vos, mieldebrezo, que me atrae así? Realmente, en otro tiempo
podríamos haber sido compañeros del alma.
El corazón de Ruby se derritió con sus palabras de amor, dichas suavemente. Sí, de
amor, porque eso era probablemente lo más cercano a una declaración de amor que podía
esperar de ese hombre.
—Thork, te amo —susurró Ruby.
—¡Chitón! —dijo, poniéndole los dedos sobre la boca—. Sin mentiras. Sin promesas
entre nosotros. Simplemente permitidnos disfrutar de lo que podemos darnos el uno al otro
ahora, y dejad que sea suficiente.
Manteniendo todavía las piernas de Ruby alrededor de su cintura, Thork deshizo los
broches del vestido de Ruby y tiró de la túnica y de la camisola sobre los hombros y
brazos hasta que se amontonaron sobre su cintura.
Thork estudió su tenue sujetador negro y sonrió apreciativamente. Inclinándose hacia
abajo, dio un golpecito con la punta de su lengua a través de los escasamente cubiertos
picos de cada pecho, creando las puntas endurecidas que quería. Entonces tomó un pico de
encaje en su boca y se amamantó.
Una rápida y caliente corriente de sangre se alojó en el centro de su feminidad. Gimió
y oyó la sonrisa satisfecha de Thork mientras continuaba con su dulce tortura.
—Oh, Ruby, esto es tan dulce como recordaba. Vuestro sabor ha estado en mi boca
durante días. Realmente me hechizáis.
Ruby no podía hablar mientras Thork se recostaba sin esperar respuesta y mirando el
pecho en el que había estado trabajando, admirándolo a través de la transparencia mojada
de la tela, visible incluso en la luz vacilante de la vela. Entonces se movió al otro pecho.
Con el primer agudo tirón de sus labios, Ruby se estremeció y tembló contra él.
—Thork, espera. Bájame —pidió Ruby. No le gustaba la vulnerabilidad de su
posición. Quería participar, no ser complacida de esta manera.
—No. Aún no —dijo en tono áspero, tratando de entender cómo desenganchar el
broche trasero de su sujetador. Sin sus manos sujetándola erguida, Ruby fue obligada a
apretarse más a él con los músculos de sus muslos y brazos. Finalmente la débil ropa
interior se soltó en su mano y se la sacó de los brazos.
—Bájame —suplicó Ruby otra vez, mirando mientras él examinaba sus sensibilizados
pechos con los ojos y las yemas de los dedos. Sus hermosos ojos se pusieron vidriosos de
pasión y Ruby ansió mostrar su amor por este hombre, quienquiera que él fuese.
—No, no os liberaré. Esta noche tengo un plan. No, un plan maestro —sonrió
maquiavélicamente.
¿Plan maestro? Ruby mataría a Ella. La adicta a los chismes debía haberle hablado a
alguien sobre su plan de atrapar a Thork.
—¿Os gustaría oír mi plan maestro? —Él alzó sus cejas provocativamente.
Ruby asintió con la cabeza vacilante, encantada con este lado juguetón de Thork.
—Esta noche tendréis muchos… muchos… de esos orgasmos de los que tan
elocuentemente hablasteis a Brynhil y a sus mujeres.
Ruby tragó.
—El primero vendrá aquí en mis brazos. No os dejaré bajar hasta que pase —prometió
de modo seductor.
Los muslos de Ruby se contrajeron con sus palabras y sintió un chorro de humedad en
el vértice de sus piernas. Los labios de Thork se elevaron en las esquinas y miró hacia
abajo como si sintiese lo que había pasado, seguramente habiendo percibido los temblores
de sus piernas en la cintura.
Todavía manteniéndola con las piernas ceñidas alrededor de su cintura, Thork ajustó
sus cuerpos de modo que pudiera desabrochar su cinturón. Llevando las manos hasta sus
tobillos, levantó primero su vestido, luego la camisola sobre su cabeza. Ahora llevaba
puesta solo la esmeralda de Brynhil, sus bragas y un par de suaves zapatos de cuero.
Inclinándose hacia atrás, Thork la colocó de modo que sus hombros se apoyasen contra la
pared y sus brazos se extendieran sobre los hombros. Con su gran mano izquierda
sosteniéndole las nalgas para equilibrar, puso el dorso del dedo corazón de su mano
derecha contra la humedad de sus bragas de seda, luego miró con satisfecho asombro.
—¿Por mí, mieldebrezo? —preguntó con voz salvaje, baja.
Algo se movió en Ruby y sintió enrojecer su cara. Solo podía asentir silenciosamente
con la cabeza.
Thork sonrió, muy satisfecho con su respuesta, y pasó el dorso de su dedo a lo largo de
su hendidura. Arriba y abajo, masajeó el surco que había creado.
—Mirad hacia abajo —le urgió roncamente—. Mirad cómo os hincháis por mí, al
igual que mi virilidad crece por vos.
Ruby miró hacia abajo. Él tenía razón. Incluso a través de la tela, podía ver que sus
labios inferiores se habían engrosado y que el especial brote de sensibilidad se había
elevado ligeramente a la espera de su eventual toque. Cerró los ojos en deliciosa
anticipación por el placer que venía.
—No, miradme. Quiero ver vuestra cara cuando pase —susurró cuando su índice
rodeó el montículo, probando su forma y buena disposición. Acarició con la punta del
dedo de arriba abajo rápidamente, fascinado por la manera en que convulsionaba contra él.
Entonces, concienzudamente, lo acarició de un lado a otro con creciente rapidez hasta que
ella gimió y arqueó su espalda hacia él.
Los espasmos comenzaron siendo pequeños y de corta duración. Cuanto más rápido la
acariciaba, moviendo el clítoris de un lado a otro, más grandes y más largos se ponían.
—Miradme —exigió suavemente.
Cuando ella lo hizo, Thork presionó la hendidura contra su rígida virilidad. Se movió
contra ella y los espasmos de Ruby se convirtieron en convulsiones de placer que
ascendieron a explosiones diminutas, sacudiéndola tan intensamente que gritó su nombre.
A través de la vidriosa mirada de su pasión, Ruby miró hacia la cara de Thork mientras
éste seguía empujando contra ella. Finalmente la sostuvo fuertemente contra él, con una
mano en cada una de sus nalgas, arqueó su cabeza hacia atrás, sobre los agarrotados
músculos de su cuello y se corrió contra ella con un gemido que salió profundamente de
su garganta.
Débilmente, Ruby apoyó la cabeza contra su pecho, tratando de recuperar su
respiración. Estaba demasiado avergonzada para elevar la mirada y ver si su violenta
reacción le había divertido, pero finalmente Thork puso un dedo bajo su barbilla y levantó
su cara. No tenía por qué haber sido tímida. La cara emocionada de Thork y los ojos
nublados de pasión demostraron que él estaba también fuera de control.
—¿Y decís que hemos hecho esto antes, mieldebrezo? No, no creo que olvidase
semejante cosa nunca. Ni en otra vida —habló mientras mordisqueaba en su oído.
—Quizás no completamente del mismo modo, pero sí, hicimos el amor tantas veces
que no podría contarlas. —Le gustó la sensación de sus calientes y susurrantes besos en el
cuello—. ¿Puedo bajar ahora?
—Sí, yo diría que os habéis ganado esa merced y más.
Él sonrió tiernamente. Cuando le bajó las inestables piernas al suelo cubierto de
juncos, Ruby levantó coquetamente los ojos hacia él.
—Tal vez antes de la mañana hayamos despertado algunos de esos recuerdos —Ruby
miró a Thork cariñosamente, sabiendo sin ninguna duda que lo amaba, tan completamente
como había amado alguna vez a Jack. El reconocimiento la llenó, no con culpa, sino con
un aplastante e increíble sentimiento de que era lo correcto. Aquí era donde tenía que
estar.
Thork se rió cariñosamente de sus últimas palabras.
—Es más probable que hayamos creado nuevos recuerdos para mantenerme despierto
durante las largas noches de invierno en Jomsborg.
El corazón de Ruby se hundió con sus palabras. Él todavía tenía la intención de
dejarla, incluso después de que hubiesen hecho el amor. Bien, casi hecho el amor. Por lo
visto tenía mucho más trabajo que hacer para convencerlo de que la llevara con él. Ruby
sonrió con anticipación ante aquella agradable tarea.
Thork se desnudó entonces, mientras Ruby miraba. Algo se encogió dentro de ella ante
la vista de su cuerpo desnudo. Los amplios hombros, la cintura delgada, las caderas y un
estómago duro como el mármol, daban forma al cuerpo de un metro noventa de su
guerrero. Su sonrisa era totalmente la de Jack hasta en el incisivo ligeramente torcido,
pero las innumerables cicatrices y las contusiones cubrían la mayor parte de su finamente
trabajada piel. Y la estructura de su cuerpo era diferente al de Jack. Conseguir esa clase de
desarrollo muscular en el siglo veinte requeriría esteroides u horas de intenso y continuado
trabajo diario.
Thork le guiñó un ojo, contento con su lectura.
—¿Os gusta lo que veis?
—Amor, estás de muerte.
—¿Estoy de muerte? ¿Qué tipo de elogio es ese? —preguntó con fingida indignación.
—Créeme, cariño, estar de muerte es algo bueno.
Él se rió entre dientes y mantuvo su mano de manera seductora. Ruby caminó hacia
sus brazos y envolvió los suyos flojamente alrededor de su cuello, arqueando el suyo
ligeramente para acomodar la diferencia de altura.
—¿Cómo explicarás el paso dos de tu plan maestro? —preguntó dulcemente,
acariciando con la nariz la caliente piel de su clavícula.
—No, en cambio, os lo mostraré —se rió él—. ¿Divulgareis también el siguiente paso
de vuestro plan maestro?
—Nunca. La ventaja está en sorprender con mi siguiente movimiento —Ruby alzó las
cejas provocativamente.
—¡Ja! Me habéis sorprendido a cada paso desde el primer momento en el que nos
encontramos. ¿Y qué recogéis de ello? Exilio por parte de Sigtrygg, bofetadas de Dar,
amenaza de ejecución. En verdad, habéis ido malamente en nuestra sociedad, mieldebrezo.
—A pesar de todas esas cosas, estoy donde quiero estar en este momento, aunque
debería confesar que no llegué aquí gracias a mi plan maestro. Mi revelación en el salón
acerca de ti afeitando mis piernas fue totalmente inesperada.
Una pensativa sonrisa jugó en los bordes de su boca.
—¿Vuestro marido realmente os afeitó las piernas?
Ruby asintió con la cabeza, todavía teniendo el problema de reconciliar el hecho de
que Thork y Jack podían no ser la misma persona. No podía hacer estas cosas con Thork si
no pensase que él era, de algún modo, su marido.
—Lo que no dije fue que cuando acabó yo tenía un montón de cortes en la parte
superior de los muslos por culpa de sus inestables manos.
Thork aulló de risa y la balanceó alrededor en sus brazos.
—Ya que habéis sido tan sincera conmigo, os daré algo a cambio. El siguiente paso de
mi plan maestro es hacer de Kevin Costner para ti, besaros hasta volveros loca de deseo
por mí, hasta que se os encojan los dedos de los pies, hasta que me gimáis que pare, hasta
que goteéis vuestra esencia, hasta…
Y él hizo todas aquellas cosas y más.
Más tarde, durante un breve respiro, Ruby estaba en sus brazos en la cama, la erección
presionaba contra su pierna. Ruby tocó tiernamente sus labios aumentados por el beso con
las yemas de los dedos. Él acarició su cuerpo suavemente con las manos callosas,
esperando a que ella se recuperara antes de su siguiente asalto. Su pesada respiración le
dijo que no sería por mucho tiempo.
—¿Estamos al día con tu plan maestro? —bromeó ella, frotando sus pechos contra el
suave vello rubio que cubría el pecho de Thork, luego haciendo lo mismo con una pierna
echada sobre los rizados pelos rubios de sus muslos.
—¡Sí, mujer descarada, lo estamos! Por mis cuentas, os habéis corrido tres veces
contra una mía hasta ahora y realmente aún no hemos comenzado.
—¡Ja, ja! Ahora llevas la cuenta. ¿Cuál es tu objetivo?
—Sabéis muy bien cuál es mi objetivo final —susurró Thork mientras exploraba los
canales interiores de su oído con la punta de la lengua y colocaba una caliente mano entre
sus piernas.
Entonces ya no hubo ninguna conversación más, excepto los sensuales susurros de
Thork de lo que le gustaba, contestados por los suaves gemidos de Ruby y el
arqueamiento de su cuerpo.
—¡Suficiente! —pidió ella finalmente—. Por favor… ahora.
Thork insertó despacio un dedo dentro de ella para confirmar que estaba lista y gimió.
—¡Por el amor de Freya! Estáis más apretada que una virgen no probada.
—Sí, seguro. —Pero Ruby se alegró de complacerlo, y no podía esperar más. Abrió
aún más sus piernas y tiró de Thork hasta situarlo sobre su cuerpo.
—Ahora —exigió, incapaz de mantener el delicioso asalto mucho más tiempo.
Él dobló sus rodillas y se colocó en su entrada. Entonces se levantó apoyándose sobre
los codos y arqueó la espalda, el sudor goteaba de su frente y de la parte de encima de sus
labios debido al control que ejercía para contenerse. Con ojos cerrados contra los suyos,
Thork lentamente empezó su dulce entrada. Ruby se sintió relajar y extenderse para
acomodar su tamaño. Entonces él se paró.
Se paró.
Los ojos de Thork se abrieron como platos, luego parpadearon con incredulidad, antes
de retirase y rodar lejos de ella, maldiciéndola con palabras groseras.
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿He hecho algo incorrecto? —preguntó ella, poniendo la mano
sobre su hombro.
—¡No me toquéis! —gruñó Thork y se apartó de ella moviendo bruscamente los
hombros, sentándose en el borde de la cama. Sus hombros temblaron cuando intentó
someter su excitado cuerpo bajo control. Finalmente caminó fríamente hacia la jarra de
agua y vertió todo su contenido sobre su aumentado pene. Se puso furiosamente sus
pantalones antes de caminar hasta el borde de la cama.
Ruby se sentó en la cama, aturdida. Thork agarró sus antebrazos con dedos como
grilletes y tiró rudamente de ella hacia sí. La sacudió tan fuerte que cayó de vuelta encima
de la cama.
—¡Vos mentirosa y apestosa perra!
—¿Qué? ¿Qué hice ahora?
—Sois virgen —escupió con reproche—. Todas aquellas historias que contasteis de un
marido e hijos eran mentiras. ¡Todas mentiras! ¿Quién sois y qué hacéis aquí? ¿Quién os
ha enviado?
—¡Virgen! ¿Estás loco? He hecho el amor cientos de veces.
Thork se inclinó sobre ella amenazante, inmovilizándole los hombros contra la cama
con las palmas de sus manos.
—Sé reconocer una virginidad, señora, y vos tenéis una. Las mentiras se acaban aquí.
Las lágrimas caían por la cara de Ruby, enturbiando su visión. No había nada, nada de
nada, que pudiese decirle que lo convenciera de la verdad.
¡Dulce Señor! ¡Una virgen!, pensó Ruby. ¿Quién lo habría pensado?
—Sabéis que vuestras tretas funcionan conmigo. Sabéis cuánto quiero encamarme con
vos, pero también sé esto: Ya no va a suceder. ¡Nunca! Y si mentís sobre vuestra
virginidad, ¿qué otros engaños practicaréis? Prefiero acostarme con una serpiente que con
una mujer embustera.
Ruby sollozó en voz alta, pero Thork parecía inmune a su dolor. En verdad, Ruby
sabía que él mismo estaba sintiendo mucho dolor.
—Alejaos de mí si valoráis vuestra vida. No disfruto de mi fuerza sobre el sexo débil,
pero me empujáis demasiado. No puedo prometer que no os haré daño si os acercáis a mí
otra vez. —Entonces se levantó y salió del cuarto, descalzo y desnudo de cintura para
arriba. La puerta se cerró de golpe tras él, sacudiendo el marco de madera de la puerta.
Ruby lloró y sollozó durante horas, luego atormentó su cerebro en busca de respuestas
al dilema en el que estaba. Cuando la luz del alba asomó por la ventana, Ruby todavía no
había dormido, y sabía que necesitaba ayuda. ¿Podrían ayudarla Dar o Aud? Decidió
intentarlo primero con Aud.
Ruby abrió la puerta y vio a Vigi durmiendo en la entrada, tapándole la salida.
—Me gustaría ir al estanque a bañarme. ¿Me acompañarás?
—¡Por la sangre de Thor, mujer! Apenas es de día. Además, os bañasteis ayer por la
mañana. —Se levantó soñoliento y se frotó los ojos, luego la fulminó con la mirada.
—Tengo que bañarme —afirmó ella—. ¿Tenemos que despertar a tu amo Dar para
conseguir su permiso?
—No —murmuró de mal humor—. Ya estoy despierto.
Ruby fue primero al cuarto de la torre para conseguir una muda de ropa y notó el
regalo que había traído para Aud y había olvidado darle. Lo puso sobre el montón de ropa,
las toallas de lino y el jabón que llevaría con ella. Despertó a Ella para que fuera con ella
para protegerse contra los errantes ojos de Vigi mientras se bañaba.
—¿Esas son señales de contusión en vuestros brazos?
—Sí.
—¿Por qué contasteis esa chiflada historia en el salón ayer por la noche sobre afeitar
piernas?
—No. —Ruby no quiso contarle la historia entera. Además, tenía que ajustarle las
cuentas a Ella—. ¿Le hablasteis a alguien de mi plan maestro de conseguir que Thork se
casase conmigo?
—¿Quién “diz” que lo hice? —la voz quejumbrosa de Ella se elevó indignadamente.
—Thork lo sabía.
—Bien, quizá se lo he mencionado a Vigi.
—¡Vigi! Él es tan chismoso como tú.
—¡Pero si yo no soy chismosa!
—No pienso discutir contigo —suspiró Ruby—. Sólo tengo que tener cuidado contigo,
Ella, si vas a repetir todo que digo.
—Bueno, nunca me dijisteis que no hablase de nada.
—Vamos a considerar esto una regla general en el futuro. De aquí en adelante, no
quiero que hables con nadie nada de lo que digo. ¿Está claro?
—Sí, que así sea. —Caminó arrastrando los pies al lado de ella, habiendo sido
correctamente castigada, pero no pasó mucho antes de que preguntara—: De modo que,
¿por qué os magulló?
Ruby no pudo menos de reírse del descaro de Ella.
—Porque descubrió que soy virgen.
Ella se quedó boquiabierta y Ruby pudo ver una buena parte de sus amarillentos,
dientes.
—¡No, no puede ser! —exclamó incrédulamente.
—Eso es lo que pensé —dijo Ruby con una risa—. Pero por lo visto, puede.
Ella se rió entre dientes, luego irrumpió en una auténtica carcajada.
—Una virgen… una virgen… ah, es demasiado… y puedo imaginarme cómo fue
cuando el joven amo lo averiguó. ¿Fue antes o después de que clavase su pala en la tierra?
—¡Ella!
—Ese alborotador de Loki debe amaros. Os convirtió en una espina clavada en el
costado de Thork a propósito, apuesto que para castigarle por menospreciarlo.
Probablemente porque ha cortado demasiadas cabezas. O roto demasiadas virginidades —
saltó Ella con una sonora carcajada. Al principio Ruby la miró enfurecida. Luego, también
vio el humor de la situación. Cuando llegaron al estanque, lágrimas de risa bajaban por sus
caras.
—Por cierto —confió Ella más tarde, con un movimiento de cejas—, hay rumores de
una extraña práctica realizada la pasada noche en muchas de las cámaras de dormir. Parece
ser que criadas y matronas por igual pidieron que sus amantes encargasen palanganas de
agua, jabón suave y cuchillos bien afilados.
—¡Ella! Te lo estás inventando —dijo Ruby con una incrédula sonrisa.
—Os juro por mis ojos que es verdad. Apuesto a que hoy hay un montón de piernas
con cortes bajo las elegantes camisolas.
—Y serás una de las que extienda chismes sobre ellas.
Sin ofenderse, ya que no lo había pillado, Ella concluyó:
—Os voy a decir algo que es verdad, muchacha, no me he reído tanto en toda mi vida
como lo he hecho desde que os conozco. Espero que no os corten la cabeza.
Sí, yo también.
Cuando caminaban por la muralla exterior, de vuelta al castillo después de su baño,
Ruby vio a Aud entrar en el cobertizo de la lana. Le dijo a Ella que continuase hacia el
señorío, que ella tenía que dirigirse a su ama.
Aud alzó la vista desde donde clasificaba rollos de tela y asimiló el aspecto de Ruby
con un vistazo, haciendo hincapié momentáneamente en las oscuras señales de dedos en
sus brazos y sus insomnes ojos llenos de lágrimas.
—Deduzco que no fue demasiado bien.
Ruby asintió con la cabeza.
Aud tocó suavemente la amoratada contusión de un brazo.
—Nunca he sabido que Thork hiciese daño deliberadamente a una mujer antes. Debía
estar enormemente enfadado con las palabras que dijisteis ayer noche ante nuestros
invitados.
—No, pasó algo más.
—No me digáis —dijo Aud con fingida severidad—. Aunque me muero por saber. Os
he tomado cariño y es mejor que no me implique ni sea obligada a tomar partido.
—Eres una mujer muy sabia y también me gustas. Toma —dijo Ruby, dándole un
paquete envuelto en lino.
Aud lo tomó y levantó los ojos inquisitivamente hacia Ruby.
—Es un regalo para ti. No he tenido posibilidad de dártelo hasta ahora.
Cuando abrió el paquete, Aud jadeó, luego se puso la mano sobre la boca para
amortiguar una risa tonta. Era un juego de lencería de seda azul y encaje blanco.
—He oído mucho sobre vuestras ropas interiores —dijo Aud, pasando los dedos sobre
el material admirativamente y examinando la fina costura con ojo crítico—. ¿Creéis que
me atreveré a ponerme esto a mi edad?
—Por supuesto. Mi abuela llevaba puesta lencería similar y era mucho mayor que tú.
Además, Dar me dijo que te trajese un juego.
—¿Lo hizo? —Las cejas de Aud se arquearon sorprendidas. Aceptó graciosamente el
regalo al ver el asentimiento de Ruby—. Entonces, vale, muchas gracias. —Sostuvo las
bragas contra ella tímidamente—. ¿Y decís que mi marido pidió semejante indumentaria
frívola? Hmmm. Decidme, ¿también se afeitaba vuestra abuela las piernas?
—Sí, lo hacía —Ruby se rió de la tímida curiosidad de la mujer vikinga—. Pero
escucha, Aud, tengo que pedirte un favor.
Aud la miró con desconfianza, preguntándose si se habría precipitado aceptando el
regalo.
—No es nada malo —Ruby se quitó la cadena de oro y el colgante de esmeralda por la
cabeza y se lo dio a Aud—. No tengo dinero pero creo que esto es valioso. ¿Podría
comprar algunas de tus cosas con esto?
Aud examinó el collar apreciativamente, luego preguntó con recelo.
—¿Qué queréis comprar?
—Telas… un poco de seda, encaje, barba de ballena si tienes, una aguja, hilo, y algún
otro artículo. Ah, también quiero preparar alguna comida en la cocina.
—¡Tsk-tsk! No os habéis rendido aún, ¿verdad niña? —la reprendió con voz suave.
—¿Cómo voy a hacerlo? Tengo mucho que ganar y nada que perder —Ruby se
encogió de hombros.
—Podéis tener cualquier tela que necesitéis, pero esta gema vale mucho más que las
pocas bagatelas que mencionasteis. —Se lo devolvió a Ruby—. Haced otro juego de
vuestra lencería para mí. Será pago suficiente.
Ruby estuvo de acuerdo, agradecida por la generosidad de Aud.
—¿Qué queréis preparar en mi cocina?
Ruby sonrió traviesamente.
—Voy a hacerle a Thork una hamburguesa con queso para comer con baklava de
postre.
—¿Después de que os trató así, vais a cocinar para él? —Aud reprendió a Ruby,
indicando las señales de sus brazos.
—Tengo la intención de desgastarlo con todas sus cosas favoritas. Lo conquistaré con
bondad —Ruby apretó los labios con determinación.
—Temo preguntar por qué necesitáis las telas.
—Voy a tratar de duplicar un regalo que mi marido me hizo una vez. Lo compró en
Frederick’s en Hollywood antes de que comenzase mi propia compañía de lencería —
Ruby movió las cejas significativamente—. La prenda era un ajustado body de seda negra
y encaje con un bustier push-up sin tirantes y con los lados cortados prácticamente a la
altura de la cadera.
Aud la miró boquiabierta cuando empezó a entender exactamente lo que Ruby
planeaba.

14
Capítulo

EL almacén de Dar era un tesoro escondido de telas exquisitas, joyas, tapices, alfombras
y objetos de oro y plata. Ruby controló sus impulsos y seleccionó sólo aquellos artículos
que realmente necesitaba.
Primero eligió seda negra y encaje para su propio body, junto con hilo y una preciosa
aguja. Luego cortó largos de seda azul, amarilla, roja y blanca para convertirlos en
lencería para Aud y para el cambio requerido en los siguientes pasos de su plan.
Encontró una flexible barba de ballena sepultada al fondo del cuarto, bajo dos
colmillos de marfil, probablemente adquirida para un artesano. Necesitaba la barba de
ballena para el apoyo bajo las copas de su bustier y para embutir y acentuar su cintura.
Antes de que abandonasen el cuarto, Ruby notó una pieza de la más fina lana azul
medianoche que jamás había visto. La tocó tiernamente, sabiendo que haría juego
perfectamente con los ojos de Thork. Se imaginó en su mente una capa de cuerpo entero
bordada a lo largo de los bordes, quizás con un diseño de rayos como su pendiente.
Dejó caer la suave tela con pesar. Sus brazos ya estaban cargados con los artículos que
había seleccionado. Sería pedir demasiado a la generosidad de Aud.
Aud sonrió a sabiendas.
—¿Para Thork?
Ruby saludó con la cabeza.
—¿Por qué parar ahora? —Aud le tendió la tela, con una ceja levantada con ironía.
Ruby le dio un rápido abrazo cuando dejaron el cuarto. No tuvo la oportunidad de
hacer la comida esa tarde como había planeado ya que pasó mucho tiempo en el pueblo
haciendo trueques con un ebanista y un trabajador de cuero, porque necesitaba que le
hiciesen algunos artículos. Ambos tenían mujeres jóvenes que prácticamente babearon
sobre el juego de lencería de muestra que llevaba, impulsando a sus reacios maridos a
hacer el trabajo requerido en un corto tiempo casi imposible, así podrían tener su propia
ropa interior hecha de encargo. La tarea de Ruby se complicaba porque no tenía ningún
papel para explicar sus ideas y tuvo que dibujar con un palo en el suelo.
En el camino de vuelta, hizo detenerse a Vigi con ella en un pequeño huerto donde vio
melocotones maduros colgando de varios árboles. Escogió una docena de los más grandes,
los más suculentos. Cuando regresó al castillo, los lavó en el pozo, encontró una cesta
redonda en la cocina y le pidió a Ella que llevase el regalo hasta la alcoba de Thork y lo
pusiera sobre la mesa cerca de su cama.
Ella se quejó de su tarea.
—Me parece que tendría más sentido si le enviaseis una cesta de cerezas. ¡Ácidas, sin
duda!
Ruby preguntó a Aud si podía usar la mesa de su cobertizo de telares para cortar los
modelos ya que su propio cuarto de la torre era pequeñísimo y mal iluminado. Trabajó
durante horas hasta que la luz disminuyó, luego entró en el castillo para prepararse para la
cena. Vigi estaba lívido por tener que seguirla mientras hacía las tareas femeninas.
Ella no había visto a Thork en todo el día y estaba poco dispuesta a ir corriendo hacia
él ahora. Su cólera cuando la había abandonado la noche anterior no era buen agüero para
cómo la trataría hoy.

* *

Thork estaba más furioso que el infierno y todos a su alrededor ese día lo sabían. Casi
le arranca la cabeza a su abuelo cuando simplemente le preguntó cómo habían ido las
cosas con Ruby la noche anterior. Cortó el antebrazo de Selik con su espada durante la
instrucción. Su lanza se rompió durante la práctica con diana porque la había clavado con
demasiada fuerza. Notó irónicamente que nadie había vuelto al castillo con él antes de la
cena esa tarde. Cuando llegó a la muralla exterior, llamó a Tykir para que consiguiera algo
de jabón y linos y se encontrase con él en la charca.
—Encarguémonos de esa lección de natación que os prometí.
La cara de Tykir se iluminó como una vela. Si hubiese sido un perro, probablemente
habría meneado la cola, pensó Thork con aire de culpabilidad. Y todo porque le había
mostrado una mota diminuta de atención. ¡La sangre de Thor! No me puedo permitir
comenzar a sentirme culpable por mis hijos, o nunca seré capaz de dejarlos.
Antes de abandonar el patio, llamó a Eirik. El muchacho casi no cabía en sí, al tener a
su padre dirigiéndose a él delante de su hesirs.
—Eirik, creo que andáis jactándoos de vuestras capacidades nadadoras. Venid con
nosotros. Veremos qué clase de pez sois.
Eirik sonrió de oreja a oreja como un imbécil.
El corazón de Thork dio un salto. Mejor me largo de aquí y regreso a Jomsborg
mientras todavía pueda. Pero estaba tan condenadamente cansado de fingir. Dejaría a la
gente pensar lo que quisiera acerca de que llevara a dos muchachos huérfanos a nadar.
Thork pasó una agradable hora con sus hijos en la charca, por lo que estaba seguro que
luego lo lamentaría. Dar tenía muchos caballeros extraños en su castillo esos días,
cualquiera de ellos podría presentar un informe a su hermanastro, a Ivar o a los sajones.
Volvió la espalda a los muchachos antes de entrar en el agua para esconder sus partes
masculinas. Había estado en una condición cercana a la erección el día entero, gracias a la
atractiva moza que ocupaba su mente constantemente.
¡Una virgen! Por el amor de Freya, ¿quién se lo habría imaginado? ¡Desde luego que
él no! Tenía la boca de una experta puta y el encanto sexual de una mujer con experiencia
en asuntos de cama. Y todas aquellas historias de un marido y dos hijos habían sido solo
mentiras. Se tensó furiosamente al pensar que había sido tan engañado por su astucia, que
había pensado que ella podía ser diferente de todas las otras engañosas mujeres que había
conocido. Bien, esto no iba a importar mucho más. Pronto se iría de Northumbria.
—¿Es verdad que queréis ser acogido en el tribunal sajón? —preguntó Thork a Eirik
cuando regresaban.
La cara de su hijo enrojeció.
—Ella no tenía ningún derecho a decíroslo.
—¿Es verdad?
Eirik vaciló, luego admitió:
—Sí, lo es. Llegan malos tiempos para los vikingos de Northumbria. Es lógico que
debamos aprender sus costumbres a fin de derrotarlos o vivir con ellos, sea lo que sea que
suceda.
Thork estaba asombrado y orgulloso de que su hijo de diez años pudiese expresarse
tan bien. Antes de que pudiera decirle eso, Tykir interrumpió:
—No, sería mejor luchar contra todos ellos hasta el puñetero final. Debemos hacernos
mejores guerreros. —Se sonrojó de vergüenza cuando su padre y su hermano se giraron
hacia él sorprendidos.
—De modo que Ruby tenía razón. Elegiréis ser un jomsviking.
El diablillo levantó su barbilla de modo provocativo.
—Sí, y también lo seré.
Luego llegó a su cámara. Thork todavía estaba secándose el pelo con la toalla cuando
notó la cesta de melocotones frescos en la mesa. Comió uno mientras dejaba caer su túnica
y su bragueta en el suelo. Comió otro mientras se vestía y peinaba.
Se afeitó delante de un pulido cuadrado de metal. Había demasiados días a bordo de
un barco y en la marcha hacia la batalla, en los que la suciedad y las pulgas se reproducían
en la barba de un hombre. Le gustaba ir bien afeitado cuando estaba en tierra.
Tomaba un tercer melocotón, recordándose agradecerle a su abuela el atento gesto,
cuando notó un melocotón en el fondo de la cesta que se destacaba por su decoloración y
raros machacones. ¿Podría estar envenenado? Miró más cerca. Había sido
deliberadamente marcado para llamar su atención. Entonces vio una punta de pergamino
bajo el. El mensaje decía: Lo siento. Ruby.
Al principio Thork tomó la cesta, teniendo la intención de lanzar los melocotones
restantes al orinal, pero luego se lo pensó mejor. Movió la cabeza de un lado a otro. No era
algo tan horrible lo que había hecho, dejando la fruta, pero si pensaba compensar todas sus
mentiras con una cesta de fruta, sería dolorosamente decepcionada.
Estaba mordiendo su tercer melocotón cuando entró en el gran salón un poco más
tarde y pilló a Ruby mirándolo. Ella sonrió tentativa hacia él. Él se apartó groseramente
para no darle ningún ánimo.
Sin embargo, durante toda la comida no pudo evitar echar un vistazo en su dirección
hacia abajo, a través de la larga longitud de las mesas que los separaban. Llevaba el
vestido de Borgoña otra vez, el que había llevado la noche anterior.
La moza se había vuelto de alguna manera casi maravillosa a sus ojos, incluso con
aquel tonto pelo corto. ¿Cómo le había llamado ella? Estar de muerte. Sí, así estaba ella.
Le gustaba la expresión y la saboreó silenciosamente en su lengua. Sabía que sus hesirs no
compartían su apreciación por la belleza de Ruby, que la encontraban demasiado delgada,
demasiado masculina, demasiado malhablada. A él le parecía que estaba condenadamente
cerca de ser perfecta.
Sintió que su semi-erección se endurecía completamente y juró en voz alta, luego
pidió perdón a la doncella con ojos de vaca que jadeó a su lado por su vulgaridad. ¡Por la
sangre de Thor! Elise era hermosa. ¿Por qué había pensado en ella como con ojos de vaca?
Porque Ruby se había referido a ella así, por eso. Thork hizo una mueca. No podía sacar a
la condenada moza de sus pensamientos.
Thork consideró tomar a Linette de vuelta a su cama para apaciguar su furiosa lujuria,
pero decidió que sería injusto para Linette. Merecía el matrimonio que su abuelo había
arreglado y no haría nada que pusiera en peligro su futuro. Quizás iría a la charca otra vez
después de la cena para refrescar su sangre caliente.
Thork, pensativo, bebió a sorbos su vino durante la comida y el interminable
entretenimiento que siguió, mientras su mente iba a la deriva, preocupada por todo lo que
tenía que hacer en los pocos días siguientes antes del Althing. Fue ásperamente devuelto al
presente cuando oyó que Dar pedía a Ruby que cantara una canción para ellos.
—Oh, no, por favor, esta noche no —intentó escabullirse Ruby.
—Insisto —dijo su abuelo, sin mala intención.
Ruby se mostró reacia y Dar la miró severamente.
—Solo una canción entonces —concedió.
Rozó el laúd, abstraída, por lo visto tratando de escoger una canción apropiada para la
gente, que todavía era algo hostil después del escandaloso espectáculo que había dado la
noche antes.
Mantuvo los ojos apartados de los suyos, probablemente pensando que él la insultaría
delante de los invitados. Quizás lo haría. Primero esperaría y vería si ella lanzaba uno de
sus trucos habituales.
—Ya les canté esta canción antes y les dije que era la favorita de mi marido…
Thork detuvo su copa en el aire mientras la levantaba a sus labios. Ella lo miró
directamente, luego apartó la vista con rapidez.
—… pero esta noche la dedico a otro hombre que, cuando las noches de invierno
parezcan largas y solitarias, será capaz de pensar en esta canción y en algunos… recuerdos
especiales que pueda haber creado con una mujer que podría haber amado… y perdido. —
Su voz vaciló al final.
Cantó “Help me make it through the night” con una voz ronca que no desafinó ni una
sola vez, como por lo general hacía. La gente cautivada se apoyó hacia adelante
intentando oír todas las susurrantes palabras. Cuando terminó, Ruby dobló su cabeza
ligeramente en respuesta a las felicitaciones que la gente desplegaba sobre ella, rehusó
cantar otra y caminó rígidamente por el salón hasta su cuarto de la torre, sin mirar ni una
sola vez a Thork.
El corazón de Thork se sentía como el ancla de plomo de su barco. Cerró sus ojos
cansadamente mientras el entretenimiento continuaba a su alrededor. ¿Cómo haría para
pasar la noche sin ella, sin mencionar la próxima semana? ¿Podría resistirse al aplastante
impulso de hacer el amor con Ruby? ¿Y si realmente la tomaba en su cama, lo curaría de
esa fiebre furiosa de su sangre? De alguna manera, lo dudaba.
Cuando abrió los ojos, vio que Dar le estudiaba reflexivo. Entonces asintió con la
cabeza como si hubiese tomado alguna decisión. Thork no confiaba ni una pizca en su
abuelo y se preguntaba lo que tramaba ahora en su cabeza desvariada.

* *

Al día siguiente Ruby se levantó al amanecer, deseosa de comenzar sus tareas de
costura. Trabajó el día entero y completó la atractiva ropa a media tarde, habiendo tomado
solo un descanso para ir al excusado y para pillar algo de comer.
Llamó a Aud hasta su cuarto para enseñarle su nuevo diseño.
—¿Qué opinas?
—¡Ay Dios!
—¿Está bien?
—No tendrá ni una sola oportunidad. ¡Pobre nieto mío!
—Sinceramente espero que tengas razón.
Entonces bajó a la cocina y pidió a la cocinera un solomillo para asar y algunas
provisiones para cocinar. La criada se quejó, pero hizo lo que le habían pedido cuando vio
a Aud entrar en la habitación tras Ruby. Esta casi se ahogó cuando la corpulenta cocinera
se inclinó, revelando numerosas mellas en sus piernas depiladas.
Ruby necesitó casi una hora para cortar y aporrear la carne cruda de vaca hasta darle la
consistencia de una hamburguesa de nuestros días. No estaba tan finamente texturizada
como debiera, pero Ruby fue capaz de darle forma de pelotas chatas y redondas.
Dejándolas a un lado con rebanadas de queso duro, Ruby cortó círculos de diez
centímetros como un sustituto de los panecillos de hamburguesa. Sonrió, sumamente
contenta con sus improvisados esfuerzos hasta ahora.
Entonces hizo el baklava, el megadulce postre de miel favorito de Jack. Todos los
ingredientes estaban disponibles: nueces, mantequilla y miel, excepto la harina blanca.
Ruby improvisó con harina de cebada. Tuvo dificultades para hacerla rodar hasta la
delgadez del papel requerida debido a su textura arenosa, pero trabajó en ello
diligentemente hasta que alcanzó un parecido razonable.
Mientras el baklava se horneaba en el horno de leña que Ruby vigilaba de cerca,
comenzó a freír las hamburguesas, haciendo varias extra para que Aud y Dar las probasen.
Hizo las de Thork poco hechas.
El baklava se convirtió en un perfecto marrón dorado, que Ruby cortó en forma de
diamantes mientras todavía estaba caliente. Arregló un plato para Thork con tres
hamburguesas con queso y media docena de trozos de baklava, luego hizo lo mismo para
Dar y Aud. Poniendo ambos platos en un horno caliente, indicó a Ella que colocase el
primero a Thork después de que todos estuviesen sentados.
—Y asegúrate de que no lo pones delante de la joven novilla sentada a su lado.
—¿Novilla?
—Ya sabes, la muchacha con ojos de vaca.
Ella gorjeó, afectando a su cabeza.
—¿Qué os hace pensar que podéis ganar al hombre por su estómago?
Ruby se encogió de hombros.
—Se dice que se puede atrapar más moscas con miel que con vinagre.
—¿Eh?
Ruby corrió de regreso a su cuarto de la torre y se vistió apresuradamente para la
comida. Fue de las primeras en sentarse en el gran salón una vez que las mesas fueron
puestas. Gigantescas mariposas bailaban el vals en su estómago cuando vio a Thork
sentarse al lado de ojos de vaca. No miró hacia Ruby.
¡Gilipollas!
El primer plato de la cena estaba siendo servido ya y Ella no aparecía. Ruby movió la
comida por su plato nerviosamente.
—Qué, ¿robando más vino? —dijo en voz baja su hesir con cara llena de granos.
—Que te den.
El hombre joven se sonrojó y se apartó de ella.
Finalmente Ella caminó hasta la tarima, llevando dos platos. Colocó el primero delante
de Aud y otro delante de Thork.
Al principio, Thork sólo contempló los raros artículos en su tajadero, como si pudiesen
saltar hacia él. Recogió cautelosamente una hamburguesa con queso entre dos dedos, lo
examinó con cuidado, luego tomó un dudoso mordisco. Ruby lo miró masticar despacio,
esbozó una sonrisa de apreciación y luego devoró ávidamente las tres hamburguesas con
queso.
No tuvo tantas dudas para probar el baklava. Un mordisco y cerró los ojos extasiado
por el sublime dulce. Era justo lo que Jack hacía cuando ella horneaba este postre para él,
aunque, debería confesar, no lo había hecho durante años. Ruby frunció el ceño al
pensarlo.
Thork comía su cuarta pieza de baklava cuando echó un vistazo alrededor y notó que
sus compañeros de cena no compartían la misma fina comida. Masticó la pieza
pensativamente. Ruby supo el momento exacto en el que comprendió que ella había hecho
esos alimentos favoritos para él. La miró de repente, atrapándola con su mirada.
Estudiándola sobre el borde de su cuerno de ale, parecía que trataba de entender su juego.
Habiendo llevado a cabo su objetivo, Ruby lo saludó con la cabeza, como hacía un
jugador de ajedrez cuando había dado mate a un enemigo. Ella se levantó de su asiento y
se fue a su cuarto, agotada por su día de trabajo, pero sumamente satisfecha. Cayó en un
sueño profundo, sabiendo que mañana tendría por delante un largo día.
Desde el minuto en que despertó, Ruby comenzó a hacer rodar la cuerda en una pelota
apretada y no paró hasta que tuvo una pelota de ocho centímetros. Después la cubrió con
el suave cuero que había intercambiado con el zapatero, usando puntadas finas para
mantener las costuras unidas.
Era la pelota de béisbol de aspecto más lamentable que había visto nunca.
Después de desayunar en el salón vacío y usar el excusado, se fue a la charca con Ella
y Vigi para bañarse. Luego caminaron hasta el pueblo, donde primero se pararon en la
casa del ebanista.
Ruby examinó la suavidad del bate que el artesano había hecho para ella de una pieza
de sólido nogal. Le parecía perfecto, pero realmente sabía poco sobre las dimensiones
correctas de un bate.
Después pidió la cuerda de saltar. El ebanista había esculpido mangos de madera y los
había atado en los extremos de la cuerda. Ruby llevó todos los artículos fuera.
Primero probó la cuerda de saltar sobre el suelo duramente prensado. Era perfecta. Se
imaginó que Vigi y Ella se morirían de risa.
Entonces ordenó a Vigi que se pusiese aproximadamente a seis metros de ella y le
lanzara la pelota de béisbol a ella. Al principio él se negó.
—No, no lanzaré un duro objeto a una mujer.
—Oh, no seas tonto. Voy a golpearla con este bate.
—¡No, nunca lo harás! —exclamó Ella.
Ruby lo hizo, para su placer.
Para entonces ya habían conseguido una verdadera muchedumbre de aldeanos
escandalizados. Ruby decidió que era hora de ir al zapatero. Le dio al zapatero los altos
tacones de madera que el ebanista acababa de hacer para ella, instruyéndolo en cómo
cabrían en la suela de cuero de las zapatillas de tacón alto.
—Es de idiotas lo que queréis hacer —le dijo él.
—Probablemente. Estaré de vuelta mañana para recogerlos.
Cuando regresaron al castillo, Ruby buscó a Eirik y a Tykir para darles sus regalos.
Consiguió una sonrisa de ambos cuando les mostró la cuerda de saltar.
Tykir la abrazó espontáneamente agradecido.
—¿Por qué me dais un regalo?
—Quería que tuvieras algo para recordarme por si tengo que dejar Jorvik después del
Althing —no quiso asustarlo mencionando el hecho de que podría estar muerta. De todos
modos probablemente ya lo sabría.
Después mostró a Eirik cómo usar el bate y la pelota, dibujando un diamante de
béisbol en el suelo con su dedo. Le lanzó unos tiros de práctica y fue sorprendentemente
bueno desde el principio.
No hubo abrazo de Eirik, aunque en verdad le dio las gracias a regañadientes. Se dijo
que no estaba decepcionada, que el placer en su cara debería ser gracias suficientes. Antes
de que Ruby los abandonara para entrar en el señorío, Eirik la llamó a su espalda:
—Es un regalo magnífico. —Ruby se dio la vuelta y lo vio sonrojarse de vuelta a su
innata hostilidad.
¡Oh, demonios! ¿Qué tengo que perder? Ruby caminó de vuelta y abrazó al muchacho
con fuerza. A pesar de la rigidez de su cuerpo, no se apartó de su abrazo, y Ruby sintió
que había llevado a cabo finalmente algo en su viaje a través del tiempo.

* *

Thork regresó a la fortaleza al mediodía, buscando a una docena de jóvenes hesirs que
faltaban en el campo de práctica, sin contar a Eirik. Se paró repentinamente cuando llegó
al campo tras la muralla.
Una forma de diamante había sido marcada en la hierba con lo que parecía ser harina
de cebada y pequeños sacos habían sido puestos en cada uno de los puntos. Selik lanzaba
un objeto de cuero redondo a Eirik, quién intentó golpearlo con un palo de madera.
Cuando la madera finalmente se unió con la pelota, Eirik chilló por la risa y corrió hacia
uno de los sacos mientras los muchachos y los hombres jóvenes del campo treparon para
agarrar la pelota.
Era la primera vez en mucho, mucho tiempo que Thork había oído la risa del
muchacho. ¿Cómo podía ser eso? Sólo tenía diez años. Frunció el ceño reflexionando.
¿Por qué no había comprendido antes que Eirik era un niño tan serio?
La atención de Thork fue desviada a la muralla donde Tykir daba brincos sobre una
cuerda que balanceaba sobre su cabeza, contando todo el tiempo. Cada vez que fallaba,
comenzaba otra vez, riéndose alegremente de un modo que Thork nunca había oído.
¡Por la sangre de Thor! ¡No, Tykir también!
Sus ojos se entrecerraron. Era cosa de Ruby, estaba seguro. Ponía patas arriba su
familia y su vida.
—Selik, regresad al puñetero campo de prácticas y llevaos al resto de estos mariquitas
con vos —gritó Thork.
Selik brincó con aire de culpabilidad.
Entonces, cuando pasó antes de ir al pozo para beber agua, Thork sonrió y felicitó a
Tykir:
—Muy bien.
Thork sofocó el impulso de buscar a Ruby y exigir saber qué tramaba, pero
probablemente eso era lo que ella quería. De hecho, probablemente ahora estaba de pie en
una de las ventanas mirándolo. Sacó su lengua hacia la ventana más cercana, por si acaso,
entonces bajó la cabeza avergonzado cuando reconoció el pelo gris de su abuelo.
—¿Probando la lluvia? —preguntó Dar, sacando la cabeza por la ventana.
Thork movió la cabeza de un lado a otro. La astuta moza lo convertiría en un cabeza
de chorlito como ella antes de que él se fuese. Y, Señor, empezaba a entender cuánto iba a
echarla de menos. No podía acordarse de un momento en el que no la hubiese conocido.
Lamentó pensar qué vacía sería su vida sin ella. Cuando finalmente regresó al campo de
práctica, rugió a sus hombres:
—Hombres, os habéis hecho condenados débiles. Quizá no he trabajado con vosotros
con suficiente dureza. Hoy, juro, trabajaremos todas las rondas o moriremos en el intento.
—Ignoró las quejas y a aquellos hombres que oyó quejarse—. Esto es culpa de la
condenada moza.

* *

Ruby no había visto a Thork. Estaba en su cuarto, trabajando frenéticamente para
completar su capa. En dos días, se irían todos a Jorvik y al Althing.
Siempre había sido una excelente costurera y disfrutaba de trabajar con sus manos,
sobre todo cuando el material era tan fino como esta lana. Ruby había hecho su carrera
basada en el talento para coser, por lo que hacer una capa para Thork era una tarea fácil.
Cortó y cosió la voluminosa ropa en medio día, incluso el dobladillo sutilmente cosido. El
bordado tomó mucho más tiempo. Ruby decidió alternar los rayos trabajados en hilo de
plata con el martillo de oro de Thor llamado Mjolnir, o relámpago. La capa sería
sensacional. Ruby esperaba completarla mañana por la noche.
Durante la comida esa tarde, Thork no disimuló su interés por Ruby y su desinterés
por la tímida doncella a su lado. Ruby se retorció incómodamente bajo su constante
mirada desde la mesa principal, pero rechazó doblegarse a los mensajes de advertencia
que él envió. Sabía que el béisbol y la cuerda de saltar habían tenido éxito inmediato entre
jóvenes y viejos por igual.
Thork probablemente interpretaba sus regalos como más dardos lanzados contra él. No
era verdad. Estaba pensando en otras cosas para el arrogante vikingo.
Thork la sorprendió acercándose a ella al final del pasillo, después de la comida.
—¿No más bromas esta noche de vuestro bolso de hechicería? ¿Ningún melocotón o
juguete? ¿Ninguna comida especial para tentar la boca?
—Decidí darte un descanso por esta noche —contestó Ruby enigmáticamente.
—¿No os advertí que dejarais de provocarme?
—No tengo miedo de ti. Al Althing, a Sigtrygg y a alguno de esos otros viciosos
vikingos sí los temo, pero no a ti.
Thork rechinó los dientes y su cara se puso tempestuosa.
—¿Ponéis mi virilidad en duda?
—¿Estás de broma? Eso es la última cosa que yo pondría en duda, pero creo que
sientes cariño por mí, más de lo que comprendes. No me harías daño.
—Moza, estáis loca. Si pensase durante un momento que espiáis para Ivar o que sois
una amenaza para mi familia, os mataría en un santiamén.
—Ahí está. No soy ninguna de esas cosas.
—Pero una mentirosa sí que sois. Fue probado cuando descubrí vuestra virginidad.
—¡Oh, Thork! —suspiró apenada—. ¿Por qué no te das por vencido y te casas
conmigo?
Thork se rió de su persistencia.
—No.
—¿Me defenderás en el Althing?
—¿Por qué debería?
—Para salvarme de ser ejecutada.
—No malgastéis aliento, moza. No engañaré a mis compañeros vikingos para salvar
vuestro pellejo. Y pensad otra vez si os consideráis algo más que una excitante pieza de
carne para mí. Nunca vais a ganar esta batalla.
—Nunca digas nunca, amor —desafió Ruby enigmática y se alejó de él con
arrogancia, moviendo sus caderas exageradamente. Oyó varias risas de hesirs tras ella,
pero comprendió demasiado tarde lo que Thork planeaba. Él extendió la mano y la
pellizcó por detrás, asegurándose de que conseguía la última risa de los hilarantes hesirs.
Ruby se giró indignada.
—Eres un hombre vulgar, vulgar.
—No, moza, vos pedisteis esto, moviendo vuestro culo como una fulana de puerto —
se defendió Thork con una risa.
—No lo hice —declaró Ruby sin convicción y dejó el salón, con su orgullosa barbilla
aún en alto.
Ruby terminó la capa al día siguiente, luego fue al pueblo para recoger sus sandalias
de cuero, de tacón alto. No eran completamente lo que ella había planeado. El ebanista
había hecho de alguna manera uno de los tacones ligeramente más corto que el otro,
haciéndola cojear cuando caminaba. No había tiempo para arreglarlos ya que se iban a
Jorvik al día siguiente.
—¿Tratáis de conseguir la compasión de Thork haciéndole pensar que estáis lisiada?
—preguntó Ella.
—No, a los hombres de mi país les gusta ver a las mujeres con tacones altos. Piensan
que esto hace que las piernas de una mujer parezcan atractivas.
Ella la observó con escepticismo.
—¿Incluso cuando andan como una bruja?
—No —se rió Ruby—. Las mujeres pueden andar perfectamente con ellos. De hecho,
hacen que ellas se balanceen cuando caminan de una manera sexy.
Ella rodó sus ojos.
—Quizás solo posaré con ellos. Ahora que lo pienso, probablemente moverse en estos
primitivos tacones altos no es una buena idea.
—Acaso habéis perdido el juicio completamente.

* *

La noche siguiente Thork decidió retirarse inmediatamente después de la cena. No
tenía ninguna intención de volver a la finca de su abuelo tras el Althing, por lo que había
pasado un día agotador cargando carros con la última de las mercancías para sus barcos.
Notó la ausencia de Ruby en la cena.
—Quizás su estómago se aflige y ella no puede cenar —dijo la esclava Ella, moviendo
sus ojos con astucia cuando él preguntó sobre su paradero.
—Está nerviosa por el Althing y quiere descansar —ofreció su abuela y también
apartó la vista de la mirada directa de Thork.
—¿Cómo podría yo saberlo? —escupió su abuelo—. ¿Creéis que conozco cada uno de
sus movimientos?
—Probablemente encontraré una serpiente en mi cama —se quejó Thork mientras se
alejaba, disculpando la manera abrupta de Dar con la pena sobre su inminente partida.
Thork bostezó ampliamente cuando abrió la puerta de su oscura cámara. Puso su
espada y su cuchillo sobre un cofre, encendió dos lámparas de esteatita y luego bostezó
otra vez. Mañana sería un largo día con todos los carros e invitados que viajarían con ellos
a Jorvik. Esperaba empezar temprano. Entonces se dio la vuelta y brincó.
—Por la sangre de Thor, mujer, ¿qué hacéis aquí? ¿Queréis darme un susto de muerte
para llevar a cabo vuestros objetivos?
Ruby estaba de pie al fondo del cuarto en una oscura esquina llevando una magnífica
capa azul brillante con un fino bordado en los bordes. Era raro, sin embargo, porque la
empequeñecía con sus grandes pliegues y su dobladillo abrazaba el suelo.
Thork estrechó sus ojos con recelo y emprendió el viaje de regreso hacia la puerta, no
queriendo tentar al destino estando en el mismo cuarto con la disoluta moza, aunque
pudiera ser virgen. ¿Y dónde estaba el condenado Vigi? Se suponía que cuidaba a Ruby
siempre, manteniéndola lejos de él.
—No, no te vayas —dijo Ruby y se tambaleó hacia él, probablemente obstaculizada
por la ropa de gran tamaño, pensó Thork—. Solo quiero darte un regalo de despedida. Esta
capa. La hice para ti y realicé todo el trabajo a mano yo misma. ¿Te gusta? —Su voz
vaciló nerviosa.
—Es una magnífica capa, pero ¿por qué me haríais un regalo? —A decir verdad, la
prenda era una obra de arte, tan magnífica como cualquiera de las que había visto en sus
viajes. Thork la miró con recelo—. ¿Me estáis sobornando?
—No. Este regalo no tiene condiciones. Es solo un recuerdo de nuestro tiempo juntos.
Lo ofrezco como una clase de disculpas por todos los problemas que te he causado.
Como todos los vikingos, Thork apreciaba dar y recibir regalos. Sería grosero negar su
ofrecimiento. Thork asintió con la cabeza aceptando. Además, era verdad que ella le había
causado muchos problemas.
—Gira así puedo ponerla sobre tus hombros y ver si te queda bien.
Thork se apartó de ella y la sintió levantar y colocar la capa en sus hombros.
Realmente, le alegraba que ella tomara su despedida tan bien. Era mejor separarse de una
mujer cordialmente, sin malos sentimientos que dejar fermentar. Era un hombre lento en
perdonar a sus enemigos, pero Thork estaba de un humor magnánimo en vísperas de su
salida para Jorvik y, después de todo, la moza realmente no había hecho nada tan malo. La
verdad es que había mentido sobre su virginidad y demás, pero no era diferente de
cualquier otra mujer egoísta que él hubiese encontrado. Era la naturaleza de la especie. Se
dio la vuelta para decírselo y jadeó de asombro.
—¡Sangre Santa!
Ruby se había alejado de él y estaba de pie al lado de la cama, agarrándose al poste de
la cama como para apoyarse. Ella llevaba esa… esa cosa que levantaba y exhibía sus
pechos y exponía sus piernas desde el hueso de la cadera hasta abajo del todo… ¡Oh, Dios
mío!
—¿Qué demonios son esas cosas en vuestros pies? —La moza se inclinaba
precariamente sobre las piernas tambaleantes. ¡No era de extrañar! Sus pies estaban
revestidos de zapatillas de cuero con zancos de madera.
—Tacones altos. ¿Te gustan?
—¿A qué propósito sirven? ¿Podéis andar?
—Sí… no. Bueno, normalmente podría, pero el ebanista de tu pueblo hizo un tacón
más corto que el otro. Los hombres de mi país creen que hacen parecer las piernas de una
mujer atractivas. ¿Y tú?
—No estoy seguro. Acercaos para que pueda ver —Thork tenía un problema
intentando controlar el tic de sus labios.
Ruby se acercó, usando las puntillas de sus pies en un movimiento para no cojear. Eso
le dio una mejor vista de la ropa que llevaba. ¡Por el amor de Freya! La seda negra y el
encaje apenas la cubrían desde las puntas de los pechos hasta la uve entre sus piernas,
empujando dentro y fuera en puntos estratégicos. Podía ver la sombra de sus pezones y el
oscuro vello rizado que cubría su feminidad a través del delgado encaje. Nunca en todos
sus años de viajes había visto semejante maravilla, ni siquiera en los harenes del Este.
Thork tragó y miró otra vez. Parecía como si se hubiese afeitado aquella parte de ella
allí para acomodar las reveladoras líneas de su ropa. Ya no estaba de humor para risas.
—Volveos —ordenó de repente con la garganta seca.
El pensar que Ruby se tomaría tantas molestias para atraerle tocó a Thork con la fuerza
de un canto rodado. El corazón se apretujó en su pecho de una manera rara. Nadie había
mostrado nunca tanto cariño por él.
Cuando ella se dio la vuelta, Thork sintió que la sangre subía a su cara por la visión de
sus nalgas medio expuestas por la inclinación del borde inferior del conjunto. Una
creciente excitación que brotaba bruscamente en su ingle.
—¿Te gusta? —preguntó insegura cuando lo miró de nuevo.
—Me gusta mucho. —¡Thor santo! ¿Era ciega la moza? ¿No veía cuánto le gustaba?
—¿Solo mucho? —Sus labios bajados por la desilusión.
—¿Qué queréis de mí, moza? —dijo Thork entre dientes. No estaba seguro de cuánto
más de esto podría aguantar o si quería resistir más.
—Pienso que lo sabes. —Alzó la vista hacia él con esperanza a través de las sombras
de sus párpados medio bajados.
—No puedo —gimió.
—¿Por qué? —preguntó suavemente con las lágrimas asomando en sus ojos.
—Queréis más de lo que puedo dar.
Ruby asintió con la cabeza.
—Por esta noche pido una tregua. No pediré más de lo que quieras dar.
¡La sangre de Thor! La mujer era una provocativa negociadora.
—¿Y mañana?
Ella sonrió y se encogió de hombros.
—No puedo hacer promesas sobre lo que podría hacer después de hoy.
—Es una broma.
—No, solo un hombre y una mujer… fabricando recuerdos.
El corazón de Thork se sacudió ante sus palabras. Gimió densamente en rendición y
comenzó a moverse hacia ella. Se paró en seco por una llamada fuerte en la puerta.
—¡Thork! Venid rápidamente —gritó Olaf.
—Marchaos —gritó Thork amenazador.
—No. Es importante. Alguien prendió fuego a uno de los carros de mercancías. Han
sido vistos hombres montando a caballo tras la muralla.
Thork blasfemó y abrió la puerta ligeramente para que Olaf no pudiera ver a Ruby con
su escaso atuendo.
—¿Dónde estaban los guardias cuando el fuego comenzó?
—Todo pasó rápidamente. Hay pocos daños, pero los atacantes hace mucho tiempo
que se han ido, probablemente de vuelta a Ivar. Solo él intentaría esta cobarde táctica de
golpea y huye.
—Ahora bajo. No os molestéis en enviar a hombres a buscar esta noche, pero poned
doble guardia alrededor de la fortaleza.
Cuando Thork cerró la puerta y se giró hacia Ruby, la vio sentarse en una silla junto a
la chimenea fría, llorando silenciosamente. La vista desgarró sus tripas como una flecha de
púas.
—¿Por qué lloráis, mieldebrezo? —preguntó, arrodillándose delante de ella.
Ahora sollozaba en voz alta. Entre lloros ahogados, ella le dijo:
—Quería que estuviésemos juntos antes del Althing. Esta noche era nuestra última
oportunidad.
Las lágrimas de Ruby le tocaron aún más profundo que su intenso magnetismo sexual.
—Quizás pueda volver a mi cámara más tarde… si esperarais.
—No —se sorbió los mocos tristemente—. Una vez que dejes este cuarto tendrás
segundos pensamientos y te convencerás de que es lo mejor. Probablemente decidas que
tuve algo que ver con el ataque contra tus carros. —Se secó las lágrimas en el borde de la
nueva capa.
Thork asintió infeliz con la cabeza, reconociendo que tenía razón. De todos modos, él
apartó a besos las lágrimas, arrodillándose a sus pies. Quiso prolongar este agridulce
momento con ella lo más posible, sin parar, sintiendo que nunca habría otro. Finalmente se
apartó, pero la imagen de ella en escasa ropa se quedó con él durante la noche mientras
montaba guardia, preso de sus contradictorias emociones. Cuando regresó cerca del alba,
vio la capa azul doblada con esmero en su arcón.
Ruby se había ido.

15
Capítulo

A varios kilómetros a las afueras de Jorvik, llegaron a la amplia llanura donde el tribunal
nacional al aire libre se reuniría. Aud había explicado a Ruby durante el viaje de un día de
regreso a Jorvik, que los Things regionales, o tribunales, eran llevados a cabo varias veces
al año, aunque no tan a menudo como en los viejos tiempos, mientras que los más grandes
Althings sólo tenían lugar una vez al año.
Cientos de brillantes tiendas de campaña, a rayas, a cuadros, de un solo color, de todos
los colores del arco iris, relucían por todas partes en los amplios campos, a la manera de
un gigantesco parque de atracciones. En vez de animales salvajes y espectáculos
ambulantes, estas tiendas de campaña alojaban a los feroces vikingos y amantes de la ley
que venían de muchos kilómetros alrededor para relacionarse y participar en el primitivo
sistema de justicia.
Cuando la casa de Dar comenzó a erigir sus propias tiendas, Olaf y Gyda se
despidieron de Ruby. Se quedarían en su casa de Jorvik.
—Fue un placer conoceros —dijo Gyda, abrazando a Ruby cariñosamente—. No
pudimos pasar mucho tiempo juntas en el castillo de Dar, pero os deseo la mejor de las
suertes en el Thing. Quiero que sepáis que no os deseo nada malo.
—Gracias. Has sido muy amable conmigo. Nunca podré devolverte… —La voz de
Ruby se ahogó con las últimas palabras.
—No penséis en eso. De todos modos, ya me habéis más que recompensado con la
ropa interior amarilla —Gyda giró los ojos en dirección a Olaf—. Ha tenido un enorme
éxito. Quizás causen otro hijo para la primavera.
Cuando las palabras de Gyda penetraron en su mente, Ruby agarró a la mujer vikinga
y le dio un rápido abrazo
—¡Felicidades! ¡Otro bebé! ¡Cómo os envidio!
Olaf se paró cerca y se movió incómodo.
—Estaré de pie detrás de vos en el Thing —le informó impetuosamente—.
Seguramente sois una moza extraña, pero no una espía a mi modo de pensar. Si sois
declarada esclava, me ofreceré para compraros.
Ruby aceptó su indirecto apoyo con un movimiento de cabeza, luego se giró hacia las
muchachas. Abrazó a cada una de ellas por turno, incluso a Tyra que no podía esperar a
llegar a casa y ver a sus patos y gatitos.
Más tarde, después de que tomaron su comida preparada rápidamente fuera de las
tiendas de campaña, Ruby caminó con Thork, Eirik y Tykir alrededor del camping,
parándose a menudo para hablar con sus viejos amigos. Desde la pasada noche en
Ravenshire en que casi habían hecho el amor, Thork se había ablandado con ella.
Casi parecían una familia.
Eirik había traído su bate y su pelota de béisbol y pronto tuvo un juego en marcha. Ya
que todavía era verano, los cielos no se oscurecerían hasta otra hora o dos más. Ruby se
sentó en la hierba observando a Eirik explicar las reglas a cada uno de los recién llegados
que se acercaban.
La tranquila postura de Thork cuando miraba a sus hijos enfatizaba las líneas de su
cuerpo musculoso bajo una túnica negra como el tizón. A través de las pestañas
entrecerradas, Ruby admiró sus largas y vigorosas piernas, como de mármol bronceado,
bajo la ropa hasta medio muslo. Anhelaba tocar los sedosos pelos rubios que apenas
asomaban entre los cordones abiertos de su escote.
—Siempre fuiste un buen jugador de béisbol —recordó Ruby, levantando su cara hacia
la de él mientras estaba recostada sobre la ladera cubierta de hierba y calentada por el sol
—. ¿Por qué no juegas?
La atractiva cara de Thork se dividió en una sonrisa rápida y abierta debido a sus
palabras.
—¿Yo? ¿Jugando a juegos de niños? ¡Jamás! —Se tiró ágilmente al suelo y se acostó a
su lado mirándola, apoyado en un codo. El brillo de su sonrisa perezosa encendió un fuego
en ella.
—Seguramente jugabas de niño —comentó ella, cada vez más distraída cuando los
dedos largos y hábiles de Thork remontaron su brazo en círculos invisibles y sensuales,
comenzando en la muñeca y moviéndose lentamente hacia arriba.
—¡Oh! Los únicos juegos que recuerdo eran esconderme de mi hermano Eric y era
más una búsqueda mortal. —Su lenta mano andarina alcanzó su clavícula, que él
tiernamente acarició con toques parecidos a una pluma.
Ruby tragó con fuerza y trató de cambiar de tema.
—Los hombres juegan al béisbol en mi país, así como los niños. De hecho, a los
realmente buenos les pagan una fortuna por ello.
—Vos os inventáis esos cuentos sobre la marcha, creo —sonrió travieso mientras las
yemas de sus dedos se arrastraban bajo el cuello suelto de su vestido y comenzaban a
hacer pequeños círculos moviéndose en espiral sobre la piel ultrasensible. Las ligeras
caricias encendían un hormigueo delicioso dondequiera que tocaban.
—¡Para! —jadeó Ruby apartándole la mano—. No puedo pensar cuando haces esto.
—¿Qué? —preguntó Thork, abriendo sus ojos azules con fingida inocencia.
Ruby se rió de ese lado juguetón de Thork.
—Sabes exactamente lo que quiero decir, estás provocándome. ¿De todos modos, en
vez de tratar de seducirme, por qué no te deshaces de un poco de tu exceso de energía allí
abajo en el campo de juego? —Como él parecía poco dispuesto a moverse y a apartar sus
dedos como plumas, Ruby le desafió—. Vamos, tipo grande. Apuesto a que no puedes ni
golpear la pelota.
—¡Exceso de energía! —Thork se rió—. ¿Es así como lo llaman en vuestro país? —Él
se inclinó más cerca, su aliento caliente atormentaba sus labios separados. Con una sonrisa
satisfecha, Thork susurró—. ¿Y qué consigo si gano la apuesta? —Descendiendo la
cabeza, bajó su boca y rozó sus labios ligeramente como pidiendo permiso. Cuando se
apartó, los labios de Ruby siguieron los suyos por instinto. Él se rió alegremente por su
abierta respuesta.
—No tengo nada de valor que tú quisieras —dijo Ruby con suavidad y se sentó,
abrazando sus rodillas. Thork siguió el ejemplo y entrelazó su mirada con la de ella sin
apartar la vista.
—No, no lo creo.
Ruby arqueó sus ojos en duda.
—Te ofrecí más a ti de lo que cualquier otra mujer podría y lo rechazaste cada vez.
—¡Oh! No porque no os deseara, dulce bruja. ¡No, nunca por eso!
Ruby sonrió ampliamente por el elogio que le había dado.
Thork la empujó en las costillas con un índice juguetonamente y advirtió:
—No penséis que habéis ganado ninguna gran batalla con una concesión tan pobre por
mi parte.
—Oh, no, yo nunca pensaría eso, pero una pequeñita escaramuza… ¿no puedo
reclamar eso? —bromeó. Realmente, Ruby sentía como si hubiese ganado el puñetero
mundo entero con su admisión. ¿Era eso un primer paso hacia algo más?
—Ah, mieldebrezo, no me miréis así.
—¿Cómo?
—Vuestra sonrisa está ribeteada con tristeza, pero vuestros ojos todavía relucen con
esperanza. ¿No podríais aceptar el hecho de que no habrá ningún futuro entre nosotros,
Ruby? —Movió su cabeza para dar énfasis, luego añadió suavemente—. Incluso aunque
es agradable pensar cómo podría haber sido.
Se puso de pie entonces repentinamente, obviamente incómodo con la dirección de su
discusión. Mirándola fijamente, preguntó con autoritaria confianza:
—Entonces, ¿creéis que no podría golpear una pelota de tamaño insignificante con un
trozo de madera? Veremos. —Bajó a zancadas la cuesta del prado donde los muchachos
jugaban a la pelota. Por encima del hombro, la informó con un movimiento juguetón de
cejas—. Decidiré mi premio más tarde.
Thork habló con Eirik durante unos momentos antes de recoger el bate. Como un
verdadero atleta, lo sostuvo en varias posiciones para sentir su peso, escudriñó el ángulo
de la posición del pitcher, pareció oler el viento, luego tomó la posición del bateador.
¡GOLPE!
Ruby no se sorprendió cuando la pelota silbó sobre las cabezas sorprendidas de Eirik y
de los otros jugadores y siguió en un arco volador de camino hacia la parte más alejada del
campo. Eirik brilló con orgullo por la maestría de su padre. Thork rehusó correr a las
bases, solo queriendo demostrarle algo a ella y le dio el bate al siguiente jugador. Dirigió a
Ruby una enorme sonrisa satisfecha mientras se daba la vuelta y caminaba hacia ella con
arrogancia.
¡Dios mío! ¡Un vikingo atleta!
—¿Negociamos mi premio, moza? —preguntó Thork suavemente mientras extendía
una mano y la ponía de pie. El corazón de Ruby dio un latido cuando él entrelazó sus
dedos con los suyos. Como una cuerda de salvamento, sintió el latido del pulso contra el
suyo en sus palmas unidas mientras caminaban de vuelta a las tiendas de campaña—. Ayer
noche no me esperasteis —se quejó Thork suavemente.
—No pensaba que me quisieras allí —Ruby le echó una mirada de reojo sorprendida
por su abrupto cambio de tema. ¿Se había decepcionado al ver que se había ido?—.
Pensaba que el momento había pasado, que tu habitual juicio frío habría enfriado tu sangre
caliente para cuando volvieses al cuarto.
—Sangre caliente, ¿eh? —Sonrió Thork—. ¿Creéis que solo os deseaba porque habías
alimentado mi lujuria con aquel… —Thork se paró en busca de las palabras y sonrió con
un movimiento de cabeza—… con aquel diminuto suspiro de prenda diseñado, sin duda,
para que la lengua de un hombre babease. Por no mencionar otras partes del cuerpo. Por
cierto, lo encontré bajo mi cama esta mañana.
El corazón de Ruby se elevó con esperanza. ¿Qué quería decir él exactamente?
Estudió su cara inescrutable, viendo solo la intensidad de su expresión. Parecía que Thork
deliberaba durante varios segundos la sabiduría de revelar sus íntimos pensamientos. Con
el nudillo de su mano derecha, él le acarició la mandíbula desde el oído a la barbilla y
vuelta atrás.
Triste, finalmente susurró:
—Mieldebrezo, os deseo por la mañana cuando me despierto y recuerdo mis sueños
con vos seduciéndome con descaro. —Sus ojos azules se trabaron con los de ella para
sellar un mensaje que le salía del alma y Ruby sintió que el mundo se tambaleaba—. Os
deseo cuando os veo acariciar a mis hijos con ternura. Os deseo cuando os oigo cantar
sobre hacerlo por la noche. Os deseo cuando habláis de besos que duran tres días. Por la
sangre de Dios, os deseo cuando me hacéis reír. Sí, lo hago. Pero hay una cosa que nunca
debéis dudar, mieldebrezo: Os adoro.
Ruby tenía problemas para hablar a través del nudo de su garganta.
—Pero te resistes a mí, Thork. A pesar de todo lo que dices, no me dejarás acercarme.
Creas o no lo que digo sobre el futuro, obviamente reconoces esta unión entre nosotros. —
Ella le puso la mano en su cara y lo acarició tiernamente—. No sé si eres Jack o solo un
reflejo en el tiempo de él, pero te amo. Lo sé ahora y, caray, no sé qué más hacer sobre
eso. —Ella levantó los ojos llenos de lágrimas hacia los suyos, buscando respuestas—. He
intentado cada estúpido truco del manual para seducirte y…
—Callad —susurró Thork, arrastrándola a sus brazos, los labios en su pelo—. Este no
es nuestro tiempo, Rube. En realidad, nunca lo será. Quizás es por lo que vuestro Dios me
dio otra posibilidad en otra vida, si vuestros cuentos del futuro son verdad —su profunda
voz estaba enmarcada por la pena de sus sentidas palabras.
¡Rube! Él la había llamado Rube.
—¿Por qué me llamaste así?
—¿Qué?
—Rube. Me llamaste Rube.
Thork se encogió de hombros, perplejo por la importancia que le daba a una simple
palabra.
—Simplemente salió así. ¿Vuestra gente nunca acorta los nombres?
El pelo se puso de punta en los brazos de Ruby.
—¡Oh, Thork! Rube era el nombre cariñoso que Jack me daba. ¿No puedes ver que el
que lo uses parece un presagio, como si Dios, o algo más alto, me estuviese diciendo que
todo irá bien?
—No hablemos más de ello, mieldebrezo. Eso solo puede causarnos a ambos una
inútil angustia.
Atascada por la emoción, Ruby preguntó con una sonrisa llorosa, tratando de
aguijonear el humor de Thork
—¿Qué hiciste con mi picardías? ¿Lo pondrás bajo la almohada durante las largas
noches de invierno en Jomsborg para recordarte lo que podrías haber tenido?
—¿Llamáis a ese tienta-hombres de encaje un picardías? ¡Qué raro! —Las esquinas de
sus labios se levantaron atractivamente, aunque sus ojos permanecieron sin brillo con una
tristeza resignada.
Ruby limpió la humedad que bordeaba sus ojos con el dorso de la mano, riendo a pesar
de su desolación.
—Bueno, es un diseño especial mío, una mezcla de bustier y combinación. —Sus ojos
se entrecerraron y preguntó de modo amenazador—. ¿No pensarás dárselo a otra mujer?
Si lo haces, te juro que pondré una maldición sobre ti, desde dondequiera que esté.
Thork se rió y giró con ella entre sus brazos de pura alegría. Cuando sus pies tocaron
el suelo otra vez, le contestó:
—No, sois la única mujer a la que le vendría bien. De todos modos, ya decidí mi
premio por nuestra apuesta de béisbol. Debéis lucir el picardías para mí otra vez. Una
última vez.
—Mejor lo haces pronto… antes del Thing —declaró Ruby en tono grave—. El
conjunto queda mejor con una cabeza y nunca serías capaz de quitar las manchas de
sangre de la seda.
—Encuentro vuestro humor inoportuno e inadecuado —su mandíbula se apretó por la
broma de mal gusto. Entonces se dio la vuelta y se alejó de ella rígidamente.
Ruby decidió que Thork debía sentir cariño por ella, más de lo que se reconocería a sí
mismo y la perspectiva de su muerte lo asustaba. Eso no hablaba bien del optimismo de
Thork sobre su destino en el Althing. Ruby tembló con aprensión.
Justo antes de que entrara en la tienda, Ruby vio acercarse a Selik con los hombros
caídos.
—¿Qué pasa? —provocó—. ¿No diste una esta noche?
El hombre extraordinariamente guapo tenía una reputación célebre de atraer a mujeres.
Ruby se compadeció de Astrid si esperaba mantener a este donjuán atado al fuego del
hogar.
—¿No dar una? No jugué al béisbol esta noche —Selik arqueó sus cejas oscuras, un
agudo contraste con su pelo casi blanco. Inclinó su cabeza socarronamente cuando revisó
a Ruby de pies a cabeza, probablemente tasando si ella merecería los problemas que
acarrearían sus avances amorosos.
—Yo no me refería al béisbol —dijo Ruby, divertida con su transparencia—. Quería
decir que parecías un varón cachondo que no había sido afortunado esta noche.
—¿Afortunado? ¿Qué lengua habláis?
—¡Oh, Selik! Es sólo una expresión. Ya sabes, si encuentras a una mujer para
compartir tu tienda de campaña, podrías decir que has sido afortunado esta noche.
Su cara se encendió al entender.
—¿Entonces ser desafortunado es no dar una?
—¡Correcto!
—Me gusta así —dijo él con un movimiento de cabeza— aunque por lo general solo
golpeo jonrones.
Cuando ella chasqueó la lengua con disgusto por su vanidad, él sonrió ampliamente,
exponiendo los dientes más blancos y más parejos que jamás había visto Ruby fuera de la
consulta de un ortodoncista. A pesar de su devastadora buena presencia, no sintió ninguna
atracción hacia él. Deliberaba sobre aquella repentina perspicacia cuando Selik preguntó
en voz baja, sedosa:
—¿Realmente os afeitó vuestro marido las piernas?
—Sí, lo hizo —contestó Ruby, riéndose de su franqueza.
—Acaso yo disfrutaría al hacer eso para vos… viendo que no tenéis ningún marido
que…
—Acaso os gustaría que os cortasen las pelotas.
Ruby y Selik saltaron al oír la voz tras ellos. Era Thork.
—Apenas —contestó Selik con sequedad, cruzando sus piernas de manera cómica
para cubrirse los genitales con fingido horror.
—Entonces largaos ya mismo a vuestra propia tienda a donde pertenecéis.
Ruby y Selik se quedaron boquiabiertos con Thork, encontrando difícil de entender la
cólera de Thork por una conversación casual.
—¿Quizás el hombre está irritable porque fue desafortunado esta noche? —bromeó
Selik, echando un vistazo con intención a Ruby, luego preguntó dulcemente—. Por
ventura, ¿le habéis hecho no dar ni una?
Ruby se mordió el labio para sofocar una risa tonta.
—No me empujéis, Selik. No os gustarán los resultados.
—Tal vez seáis como el perro del hortelano —dijo Selik con una sonrisa, por lo visto
impávido ante las extremas advertencias de Thork—. Si no queréis a la moza, Thork, hay
otros que sí. —Selik guiñó un ojo con astucia hacia Ruby.
—Ruby es mi responsabilidad, muchacho. Id a buscar a alguna tonta fulana que no
sepa la diferencia entre un hombre y un muchacho.
En vez de sentirse ofendido por el insulto, Selik ululó con regocijo por la expresión en
la cara de Thork.
—¡Enamorado! ¡Por la sangre de Thor! ¡Nunca pensé ver este día! La moza os tiene
enganchado a base de bien.
Después de que Selik se fuera, Ruby y Thork siguieron oyendo su risa perdiendo
intensidad.
—Así que ahora ponéis en práctica vuestras artimañas con muchachos.
—No lo he hecho.
—Mejor rezad en vez de coquetear, moza —atacó, recordándole sus circunstancias
extremas.
Antes de dormirse esa noche, Ruby decidió que le gustaba la manera dominante de
Thork. Eso hablaba de sentimientos más profundos de lo que él admitiría.
Cuando se despertó temprano al día siguiente, comió una comida fría y se lavó las
manos en un arroyo, luego fue a las ceremonias de apertura del Althing con Aud. Las
mujeres no participaban, excepto como testigos ocasionales, pero les permitían mirar. Una
enorme tienda abierta por los lados protegía del sol del verano una plataforma baja.
Sigtrygg se sentaba en el lugar de honor, junto con veinte jarls bien vestidos, incluyendo a
Dar. Al menos quinientos hombres libres de Northumbria, que tenían el derecho de votar,
los rodeaban en el suelo.
—Con la ley el reino progresa y con la anarquía se consume —clamó una voz
atronadora, oficialmente declarando la apertura del Althing.
—Es el portavoz de la ley, Assen —Aud señaló una imponente figura que se había
movido a la cabeza de los jarls—. Él leerá un tercio de todas las leyes contenidas en los
códigos legales vikingos de memoria, luego un tercio el próximo año y un tercio el año
siguiente. Escuchad, él explica la ley vikinga y los crímenes y castigos específicos.
Mientras que algunos castigos eran completamente bárbaros, como cortar una mano
por robar o apedrear a una bruja o la decapitación de un traidor, la mayor parte de las leyes
estaban basadas en una premisa simple: un hombre inocente no debería ser injustamente
acusado y el culpable no debería ser protegido.
—Vuestro caso no llegará hoy al Thing —dijo Thork, subiendo hasta donde Ruby
estaba sentada, en una leve colina al lado de la plataforma. Ella y Aud tenían una vista
perfecta de los procesos, bajo la guardia diligente de Vigi.
Ruby exhaló un suspiro de alivio con las palabras de Thork.
—Hay tantas disputas para oír que pueden pasar dos días antes de que os llamen.
—¿Eso es bueno o malo para mí?
—Podría ser cualquiera de los dos —se encogió de hombros—. Depende del humor de
los jarls o de Sigtrygg. ¿Necesito advertiros de que os comportéis hasta entonces?
Ruby asintió con la cabeza. Thork parecía como si quisiera decir más, luego
pensárselo mejor antes de darse la vuelta y alejarse para unirse a sus amigos.
Primero la asamblea habló de la oferta del rey Athelstan de que el rey Sigtrygg se
casara con su hermana. Sigtrygg permaneció de pie, una vista impresionante, vestido con
una túnica morada tachonada de joyas y un aro de oro alrededor de su frente que denotaba
su rango.
—Buenas gentes, anunciaré mis esponsales con la hermana sajona del rey Athelstan.
Un murmullo de protesta se levantó entre la muchedumbre.
—No, no penséis que deseo esta unión, pero he sido convencido de que sería en interés
de todos los vikingos de Northumbria —Sigtrygg miró intencionadamente a Thork en la
fila delantera. Continuó hablando de todas las ventajas que Thork había mencionado en el
castillo la primera noche que Ruby había llegado a Jorvik.
La asamblea decidió que un representante del rey debería asistir a la ceremonia de
coronación de Athelstan el cuatro de septiembre en Kingston, donde sería establecida una
fecha con Athelstan para una reunión en otoño entre los dos reyes y una boda en enero en
Tamworth.
Entonces el Thing pasó al asunto rutinario de resolver disputas legales, todo desde
desacuerdos sobre líneas de propiedad hasta asesinatos. Ruby se sentó fascinada durante
horas, incluso después de que Aud volvió a la tienda para descansar.
Cada vez que un nuevo caso surgía, el portavoz de la ley resumía bastante fuerte los
cargos o la disputa al tribunal en la plataforma, de modo que todos pudieran oír. Cada
parte traía a sus partidarios o testigos con ellos. Estaban uno enfrente del otro, con el
portavoz de la ley actuando como árbitro, haciendo preguntas del rey y de los jarls, así
como de los hombres libres de la asamblea. Los asuntos eran resueltos con un voto final,
pero no por voto o votación oral, sino por vapnatak, o traqueteo de armas.
La mayor parte de las multas eran pagadas por un complicado sistema de wergild, el
valor de una persona medido en plata, lana o vacas. Si un esclavo había sido asesinado, el
wergild a ser pagado sería menor que para un hesir. Por allanar las tierras de un vecino, un
vikingo podía ser proscrito, lo que significaba el exilio del territorio y la pérdida de tierras
y pertenencias. Cualquiera podría matar impunemente a aquel hombre si se quedase.
—¿Disfrutáis de nuestro Thing? —preguntó Byrnhil, deslizándose hacia abajo en la
hierba al lado de Ruby.
—¡Byrnhil! ¡Qué maravilloso verte otra vez!
La amante del rey llevaba una espectacular túnica de cuerpo entero de seda roja, un
atuendo más apropiado para un palacio que un acontecimiento al aire libre. Las pulseras
de oro y los broches tachonados de rubíes y esmeraldas reflejaban la luz del sol y tenía un
estrecho aro de oro en su frente, como una reina.
—Esto es fascinante —dijo Ruby—. No puedo creer que los vikingos tengan un
sistema de justicia tan intrincado.
—Los vikingos siempre hemos tenido un gran respeto por las leyes. ¿Por qué
pensaríais otra cosa?
Ruby sonrió, no haciendo caso de su pregunta y puso su brazo alrededor de los
hombros de Byrnhil. No había comprendido lo mucho que había echado de menos a su
amiga.
—¿Has estado haciendo footing últimamente?
—Sí, y ahora hago cada mañana el triple de lo que hacíamos antes.
—¿Seis kilómetros? ¡No está mal!
—Es extraño. Consigo ese maravilloso sentimiento cuando corro, casi como la
intoxicación del buen vino. No puedo entender por qué no hacen más personas este
ejercicio.
—Endorfinas —la informó Ruby con risa tonta—. Eso se llama el subidón del
corredor.
Byrnhil se rió de las extrañas palabras de Ruby y le pidió que se uniera a ella para la
comida de mediodía. Vigi, por supuesto, las siguió. Mientras caminaban, Ruby se recreaba
con las vistas. Los criados asaban cerdos enteros y ciervos sobre fuegos abiertos. En un
enorme hoyo, revestido de madera, los esclavos dejaban caer trozos de carne, bayas de
enebro, semillas de mostaza, ajo y otras hierbas en agua hirviendo con piedras calientes,
una manera primitiva de cocina lenta. Hombres acordonaban zonas para los concursos de
la tarde: levantamiento de pesos, lucha libre, peleas de sementales, carreras y juegos de
habilidad, como tiro al arco, lanzamiento de lanza y manejo de la espada.
Los artesanos y los comerciantes establecían mesas delante de sus tiendas para vender
sus artículos. Ella y Byrnhil se pararon repetidamente para mirar y tocar todo, desde
peines esculpidos de marfil a bufandas de seda de Oriente o cuentas de ámbar muy
valoradas.
—¿Qué crees que me pasará en el Thing? —preguntó finalmente Ruby. Ella y Byrnhil
se sentaron en sillas detalladamente esculpidas dentro de una gran tienda establecida para
Sigtrygg cerca del borde del claro.
—Dudo que la asamblea pida vuestra muerte a menos que alguien haya aparecido con
pruebas que demuestren que realmente espiáis. —Escudriñó la cara de Ruby buscando
respuestas escondidas—. Ser declarado espía es la ofensa más grave. Nadie podría
salvaros.
Más tarde, cuando Ruby y Vigi volvían a la zona de su tienda, vieron que los hombres
habían vuelto ya del Thing. Thork, Dar, Selik, los dos muchachos y una docena de hesirs
juntaban linos, jabón y mudas de ropa para llevarlos al arroyo donde se bañarían antes de
la cena y los entretenimientos.
Selik comenzó a andar hacia Ruby, pero Thork le agarró por el cuello y lo empujó
hacia los hombres.
—Por la saliva de Odín, vais a romperme el cuello —se quejó Selik.
—Mejor eso que otra parte de vuestro cuerpo.
Selik se giró y sobre sus hombros miró hacia Ruby y puso los ojos en blanco
dramáticamente.
—Actuad según vuestra edad —le ladró Thork.
Cuando se fueron, ella y Aud intercambiaron miradas.
—Parece que mi nieto tiene un erizo bajo su piel. Se comporta como un gilipollas.
Ruby se rió.
—Te gusta esa palabra, ¿verdad?
—Sí, casi tanto como “cerdo machista”. Sin embargo, Dar odia que utilice esas
palabras. Así que practico con los criados. —Sus ojos centellearon maliciosamente.
Esa tarde, la familia regresaba caminando a sus tiendas desde la sección Real del
campamento, donde habían pasado horas escuchando música e interpretaciones de sagas
de vikingos de los skalds. Ruby se detuvo para hablar con Thork.
—¿Qué? ¿Está ocupado Selik esta noche? —se mofó Thork.
—No seas gilipollas —castigó Ruby, aunque en secreto contenta con los celos de
Thork—. ¿Crees francamente que querría ser solo otra muesca en el cinturón mujeriego de
Selik?
Thork entendió lo que ella quería decir al instante y se rió, moviendo su cabeza de un
lado al otro.
—Tenéis un don, moza, para cambiar mi mal humor. Es vuestra manera de decir esas
palabras tontas. ¿Con qué saldréis después?
—Bueno, realmente pensaba en algo que pudiese salvarme en el Thing —ella alzó la
vista hacia él con esperanza.
—¿Y qué, os ruego me digáis, podría ser? Espero que eso no me implique de ninguna
manera —dijo Thork con una sonrisa cautelosa, sabiendo que ella tenía la destreza de
sorprenderle.
—No seas sarcástico. Solo era que se me ocurrió que ya que hay iglesias cristianas en
Jorvik, podría buscar la protección de la iglesia. He leído sobre eso en novelas históricas.
—Vais a entrar en un convento de monjas —ululó Thork y comenzó a reírse
ruidosamente. Dar y Aud miraron hacia atrás para ver lo que divertía a Thork, pero él
rechazó su interés con un movimiento de la mano. Todavía riéndose entre dientes, le dijo a
Ruby—: Ya os estoy viendo llevando el tradicional y serio traje religioso con ese
“picardías” debajo. Sería más que suficiente para que los santos se revolcasen en sus
tumbas.
Thork irrumpió con otro ataque de risa y llamó a Dar para compartir su regocijo.
Cuando empezaron a aullar ante la visión de Ruby en traje de monja, ella salió en
estampida.
Eso no era tan gracioso.
Ruby y Aud se miraron la una a la otra con disgusto y ambas dijeron al mismo tiempo:
—¡Gilipollas! —Entonces irrumpieron con sus propias carcajadas.
Acabaron pasando cuatro días antes de que el caso de Ruby fuera llamado. Para
entonces ella temblaba de nerviosismo y estallaba en lágrimas a la menor provocación,
sobre todo debido a los brutales castigos que había presenciado hasta ahora. Habían
cortado las manos derechas a unos ladrones ante la asamblea entera. Habían apedreado a
una adúltera. Un esclavo que había matado a su amo había sido decapitado, una visión que
Ruby rechazó mirar. Aunque Aud estaba de acuerdo en que los castigos eran espantosos
de ver, no podía entender la condena de Ruby del proceso ya que habían dado a las
víctimas juicios justos.
Finalmente era su turno. Vestida con su mejor ropa, el vestido de túnica color borgoña
que Dar le había dado, con el colgante de esmeralda de Byrnhil, Ruby permanecía de pie a
un lado mientras el portavoz de la ley relataba su delito.
—Ruby Jordan, está acusada de ser una espía para Ivar. ¿Qué decís?
—No soy culpable.
—¿Son esos que están detrás de vos vuestros partidarios?
—¿Eh? —Ruby se giró sorprendida.
Alineados detrás de ella estaban Dar, Aud, Olaf, Gyda, Selik, Byrnhil, y… el corazón
de Ruby retumbó… Thork. Sus ojos solemnes se conectaron con los suyos durante un
momento antes de que él asintiese ligeramente con la cabeza y ella se volvió hacia sus
acusadores.
—Sí —contestó Ruby dócilmente, con los ojos arrasados de lágrimas. No estaba muy
segura de lo que su apoyo significaba, pero daba gracias a Dios.
El portavoz de la ley leyó la larga lista de quejas contra Ruby: que hubiera aparecido
en Jorvik misteriosamente, no tenía ninguna explicación lógica de sus orígenes, llevaba
una camisa que parecía ser un mensaje de Ivar, predicar el control de la natalidad a sus
mujeres y, en esencia, podría ser un espía para uno de sus enemigos. Cuando mantuvo la
camiseta para la inspección de la asamblea, un estruendo de ultraje rodó por la
muchedumbre ante las palabras Bolas de bronce.
—¿Qué decís en vuestra defensa?
—Vengo de América, una tierra más allá del Océano Atlántico —explicó Ruby,
tratando de evitar la mención del futuro, ni siquiera estaba segura de que ellos lo llamasen
el Océano Atlántico—. Estoy perdida pero desde luego que no soy una espía de nadie.
Además de la camisa, que no tiene ningún sentido excepto el del humor infantil, no creo
que haya ninguna prueba que demuestre que soy una espía.
—¿Qué decís de la acusación de que queréis matar a nuestros niños?
—¡Eso es ridículo! —gritó Ruby, luego apretó sus puños para calmarse a ella y a la
estridencia creciente de su voz—. No estoy a favor de matar bebés, ni siquiera en la
matriz. La única razón por la que mencioné el control de la natalidad fue que las mujeres
en Jorvik hablaban de una mujer joven que tenía diez hijos y que estaba en peligro de
morir en el parto. Pensé que esa mujer podría beneficiarse de la información del control de
la natalidad. Y todavía lo hago.
—Y la única razón por la que ella les habló a las mujeres del palacio sobre el control
de natalidad fue porque yo se lo pedí —insertó Byrnhil de modo provocativo—. A algunas
mujeres les gustaría aprender a prevenir la concepción.
Sigtrygg se echó impetuosamente hacia adelante encolerizado por el desafío de
Byrnhil y murmullos hostiles corrieron por la muchedumbre.
—Iros de aquí, mujer —pidió Sigtrygg severamente.
Brynhil podía ver que no ayudaba en nada a Ruby y caminó silenciosamente hacia la
parte posterior de la tienda.
Dar caminó hasta el frente e intervino, esperando cambiar a la muchedumbre a una
atmósfera más comprensiva.
—La moza afirma ser la nieta de Hrolf, El Caminante. ¿Podemos castigarla con
pruebas tan pequeñas sin comprobar antes su reivindicación?
Olaf, Aud y Gyda hablaron entonces, narrando su relación con Ruby y declararon su
convicción de que ella solo estaba equivocada en sus palabras y acciones, que no era un
verdadero peligro.
—Yo le confío a mis hijas y no lo haría así si ella fuese una espía —declaró Gyda con
feroz lealtad.
Dios bendiga su alma vikinga, rezó Ruby.
Finalmente, Thork se aclaró la voz para hablar. Mientras caminaba hacia el centro de
la tienda, el silencio de la muchedumbre atestiguaba el respeto que él recibía. Su orgullosa
postura era la de una figura autoritaria acostumbrada a que sus opiniones fuesen tenidas en
cuenta.
—La moza ha sido mi responsabilidad, gracias a vuestras órdenes, Sigtrygg —explicó
Thork con voz clara y articulada dirigida al rey—, y de hecho, una muy problemática —
sonrió tristemente hacia Ruby recordando lo escandalosas que habían sido algunas de sus
acciones, luego continuó—. Mientras su origen todavía es un misterio para mí, creo que
ella simplemente sufre una fiebre de la mente.
¡Una fiebre de la mente! ¡No me jodas!
Otra vez, Ruby tuvo que apretar sus puños y presionar las uñas dolorosamente en sus
palmas para contener su temperamento, pero sus ojos le dijeron a Thork lo que ella
pensaba de su fiebre de la mente.
—Dudo que ella espíe. Se probó cuando capturamos y matamos a los dos verdaderos
espías de Ivar —siguió Thork, dirigiendo sus comentarios al noble jurado vikingo en un
tono verdaderamente jurídico. Respiró profundamente y concluyó—: Pido que la asamblea
absuelva a Ruby de todos los cargos.
—¿Y qué hacemos con ella? —preguntó Sigtrygg indignado—. No la quiero en Jorvik,
extendiendo sus cuentos, instigando a las mujeres y metiéndolas en problemas —lanzó sus
últimas palabras a Byrnhil que permanecía de pie tercamente en el fondo.
La cara de Thork enrojeció con la pregunta. Obviamente, no había pensado en su
futuro, más allá de ese proceso, era su responsabilidad por un periodo de tiempo
determinado, comprendió Ruby dolorosamente. Parecía que él deliberaba sus siguientes
palabras con cuidado antes de hablar.
—Quizás, si ella fuese liberada, podría regresar a su propio país o a Hrolf en
Normandía en una nave comercial. Yo pagaré su pasaje.
Había muchas preguntas y discusiones de acá para allá entre los jarls de la plataforma.
Los hombres libres en la hierba también clamaban para ofrecer sus opiniones. Finalmente,
el portavoz de la ley levantó ambos brazos en el aire en busca de silencio.
—Éstas son las cuestiones a decidir hoy aquí: ¿Es culpable Ruby Jordan de espiar para
nuestros enemigos? ¿Es difundir información sobre el control de natalidad un delito bajo
nuestros códigos legales? ¿Debería ser el presunto parentesco de la acusada con Hrolf un
tema a discutir aquí? —Assen inhaló profundamente y dijo en voz alta con voz típica de
pregonero de tribunal—. Oigan ustedes, buenos escandinavos todos, ¿cuál es su veredicto?
—Que le corten la cabeza —gritó un hombre desde la muchedumbre.
Ruby se encogió. Así de rápido, volvían de nuevo al tema de la decapitación.
—Que le corten la lengua —aconsejó otro.
—Que la torturen hasta que confiese. —Las viles sugerencias venían sin cesar, para
consternación de Ruby.
Cuando todos acabaron de expresar su opinión, el portavoz pidió los votos. Al primer
cargo de espiar para Ivar, la asamblea no podía llegar a una opinión mayoritaria.
Estuvieron de acuerdo en volver a ese punto después de hablar de los demás.
Al segundo cargo, si sus charlas sobre el control de natalidad constituían un delito,
Ruby fue declarada inocente, aunque le fue impuesta una multa por mal criterio y para
desalentarla de repetir el mismo error.
—No tengo nada de dinero para pagar la multa —dijo Ruby—. Todo lo que tengo es
esto —le dio al portavoz de la ley su colgante.
—Será suficiente —concluyó después de examinarlo con cuidado para tasarlo. Se lo
dio a Sigtrygg, quién se volvió rojo de rabia.
—Esto me pertenece a mí —le gritó Sigtrygg a Ruby.
—¡No! Vos me lo disteis a mí y yo se lo di a Ruby —le contradijo Byrnhil, avanzando
otra vez.
Sigtrygg parecía como si quisiese estrangular a Byrnhil.
—Cerrad vuestra boca, mujer, no sea que os traiga ante esta asamblea por robo y
ayuda de un espía. Os estáis sobrepasando extremadamente. —Sigtrygg se recostó,
hirviendo de rabia mientras fulminaba con la mirada alternativamente a su amante y a
Ruby.
¡Oh oh! Las cosas no parecían ir bien.
Al siguiente cargo, de la relación de Ruby con Hrolf, los argumentos de sus partidarios
convencieron a la asamblea de que los posibles lazos de sangre valían la pena ser
investigados.
Brynhil se acercó furtivamente al rey y le susurró algo en su oído. Thork miró a Ruby
con recelo, como si ella y Brynhil confabulasen juntas. Finalmente, pareciendo estar harto
de los procedimientos, Sigtrygg se apartó de su amante y anunció dogmáticamente:
—Sugiero que la mujer Ruby Jordan sea llevada bajo vigilancia al tribunal de Hrolf en
Normandía. Si se demuestra que ha mentido, será tomado como prueba de que ella tenía
malas intenciones aquí en Jorvik, para Ivar o para los sajones o para algún otro enemigo, y
deberá ser degollada en el acto. Ella no debe volver aquí para un proceso adicional.
—¿Qué decís a la sugerencia del rey Sigtrygg? —preguntó el portavoz de la ley a la
asamblea entera, ahora agitada después de un largo día de audiencias y deseoso de
comenzar el entretenimiento de la tarde.
Ruby tocó madera y lanzó un rezo silencioso de esperanza.
La asamblea estuvo de acuerdo de manera aplastante, a juzgar por las voces y el fuerte
resonar de los escudos de batalla, con la solución del rey, luego se levantó para irse del
área del Thing. Resultó tan rápido que Ruby necesitó unos momentos para comprender
que los vikingos la habían encontrado esencialmente inocente, al menos por el momento.
Una sonrisa agradecida comenzó a surgir en su cara y se dio la vuelta para compartir su
felicidad con Thork.
Pero Thork no parecía feliz en absoluto. Un ceño fruncido plegaba su frente y su
perpleja mirada iba de Ruby a Brynhil, al rey y atrás otra vez.
—¡Esperad! —Thork levantó su voz, llamando de vuelta a Sigtrygg—. No entiendo
vuestra resolución. ¿Qué pasa exactamente ahora con la moza?
El rey Sigtrygg estiró su enorme cuerpo y bostezó ampliamente antes de volverse
hacia Thork y sonreír astutamente.
—¿Por qué? Es simple. Vos la llevareis a Normandía y vos la degollareis si ella no es
la nieta del Caminante.

16
Capítulo

—NO, no puedo hacer semejante cosa —gritó Thork, sin preocuparse de estar
hablando con su rey—. Voy a Jomsborg. —Sus ojos ardían furiosamente.
—Podéis llevar a la moza de camino a Jomsborg —aconsejó Sigtrygg melosamente
con la cara rígida porque Thork cuestionaba sus órdenes.
—Por el camino… por el camino… —escupió Thork—. Normandía no está cerca de
ninguna ruta a Jomsborg.
—Confío en vos, Thork, más que en ningún otro para emprender esta tarea para mí —
lisonjeó el rey.
—¿Qué os hace pensar que degollaría a la moza? —preguntó Thork, pasándose los
dedos por el pelo—. Ya he dicho que no creo que sea una espía. —Le dirigió una mirada
rápida a Ruby que decía que tendría mucho que explicar cuando terminase con el rey.
—Sí, pero eso no significa nada. Apreciáis el honor más que a nada. Si Hrolf la niega,
la mataríais si me hubieseis dado vuestra promesa. De eso estoy seguro.
Thork resopló groseramente ante el descarado engaño de las palabras empalagosas de
Sigtrygg.
—Ah, y ya que lo menciono —añadió Sigtrygg, con tranquilidad examinando sus uñas
—, vos me representareis en la coronación de Athelstan.
Thork enrojeció furioso mientras blasfemaba como un loco.
—Ni penséis en negaros a esto —dijo Sigtrygg con voz acerada que atestiguaba su
rígida determinación—. Sabéis muy bien que sois el único vikingo que sabe manejarse en
el tribunal sajón bastante bien como para evitar un cuchillo en la espalda.
Los ojos de Thork lanzaban dagas de rebeldía hacia su rey, pero Sigtrygg lo encaró
tercamente, con los brazos doblados implacablemente sobre su gigantesco pecho. El jefe
de los guardaespaldas reales se adelantó en una línea tras Sigtrygg, retando a Thork a
desafiar las órdenes.
—Encontraré a alguien que haga esos deberes para vos —ofreció Thork—. Quizás
Olaf podría…
—¡No! No puedo —afirmó Olaf en voz alta, ofendido porque Thork le hubiese lanzado
esa inoportuna tarea—. Mi esposa y mi familia me necesitan aquí en Jorvik.
—Y yo tengo un juramento jomsviking el cual he ignorado durante dos años.
—¿Rechazáis mi petición? —Sigtrygg preguntó a Thork sin rodeos.
—¿Podemos hablar de ello más adelante? —evadió Thork.
—¿No fuisteis vos el hombre que me convenció de la importancia de una alianza
matrimonial con Athelstan?
—Sí, pero…
—¿Podéis nombrar a un hombre que pueda llevar a cabo mis órdenes tan bien como
vos?
Thork pensó durante un momento. Entonces sus ojos se estrecharon cuando se dio la
vuelta con calma.
—Sí, mi intrigante abuelo podría hacer el trabajo muy bien. Se ha encontrado, tanto
con el rey Athelstan, como con Hrolf antes.
Aud jadeó y se dio la vuelta ultrajada hacia su nieto.
—¡Qué vergüenza, Thork! Nunca hubiese pensado que nos haríais semejante cosa a
nosotros.
—Sabéis que seré necesario para proteger mis tierras una vez que los sajones ataquen
—dijo Dar glacialmente.
—Tenéis razón —dijo Thork avergonzado—. Pido perdón. En mi cólera, no pensé.
Dar y Aud asintieron con la cabeza, aceptando su disculpa.
—¿Y bien? ¿Qué decís? —preguntó Sigtrygg a Thork otra vez—. Ya nos ha hecho
perder bastante tiempo esta moza y yo odio su grosera actitud. ¡Por la sangre de Thor!
Seguramente un mes más no significará nada en vuestro regreso a Jomsborg.
—Así sea entonces —concedió Thork descortés. Comenzó a irse echando chispas,
luego se paró repentinamente delante de Ruby. Perforándola con helados ojos azules,
señaló con un dedo su pecho de modo amenazador y se inclinó intimidante mientras ella
retrocedía ante él—. Es culpa vuestra. Vais a lamentar el día en que me conocisteis, moza.
Las cosas no iban como Ruby había esperado. Debería estar delirantemente feliz.
Tenía al menos otro mes con Thork. ¿Por qué no podía él compartir su fortuna? Trató de
pedir perdón.
—Lo siento, Thork. Nunca pensé ser tanto problema para ti.
Él dijo una palabra muy, muy sucia.
—Thork, yo…
—No, no digáis mentiras —siguió Thork—. Esto es lo que vos y Brynhil planeasteis
estos cuatro días pasados mientras susurrabais y gorjeabais como aves ocupadas. Vos
ganáis, moza, pero agarraos bien a vuestro atractivo trasero porque pagareis bien caro
todos y cada uno de los días que habéis retrasado mi salida. —Para poner más énfasis, le
golpeó bruscamente en el trasero, riéndose tristemente, luego hizo señas a Dar para que se
uniese a él.
Mientras esperaba, Thork burlonamente imitó sus disculpas en voz alta y falsamente
femenina:
—Nunca pensé ser tanto problema para ti.
Ruby no podía creer que hubiera evitado otra vez el sangriento carácter de Sigtrygg,
solo para tener la alegría por el indulto de su muerte interrumpida por el resentimiento de
Thork.
Thork pronto le dio a Ruby otra razón para sentirse menos que jubilosa. Cuando ella y
Aud caminaban detrás de los hombres de vuelta a sus tiendas, Thork dijo a su abuelo con
cansada pero resuelta resignación:
—Si creéis que una alianza matrimonial con Elise protegería vuestras posesiones
mientras estoy fuera, comenzad las negociaciones de los esponsales. —Ignoró el ahogado
grito de herida sorpresa de Ruby.
—¿Qué? —exclamó Dar—. No entiendo nada vuestro cambio de opinión, muchacho.
¿Por qué consentiríais de repente casaros cuando antes os habéis opuesto fuertemente?
—Estos cuatro días pasados, mientras hemos hablado con nuestros amigos que viven
más cerca de la frontera con Wessex, nos han dado a vos y a mí pruebas más que
suficientes de que Athelstan juega un juego mortal. Atacará a la primera señal de
debilidad. Debemos hacer todo lo que podamos para protegernos a nosotros mismos.
—¿Incluso si eso significa vuestro casamiento?
—Incluso eso —dijo él, mientras su labio se torcía de disgusto.
—Bueno, el padre de la dama realmente prometió armas y hombres para ayudarnos si
hubiese un pacto de matrimonio. Quizás un contrato de esponsales bastaría por el
momento. ¿Podríamos tener la firma antes de que os marchéis?
Thork asintió con la cabeza en tono grave.
—Sus hermanos están en el campo. Podemos avisar a su padre hoy y acaso tener la
firma para mañana —Thork tiró de su labio inferior pensativamente—. No dejaré a los
jomsviking. ¿Creéis que la muchacha aceptaría eso?
—¡Oh! ¡Poco tiene que decir ella en el asunto!
—Incluso si ellos están de acuerdo con unos esponsales, pueden pasar dos años antes
de que pueda volver para la boda, pero no debería ser ningún obstáculo. Elise es sólo una
niña de quince años.
—Siempre habéis dicho que no queríais ni niños ni familia que tentase la espada de
vuestro hermano Eric.
—Y todavía lo hago. Tengo fe absoluta en la espada de Thor, de que no habrá ningún
otro hijo de mis entrañas nacido en este mundo —exclamó Thork vehementemente—.
Pero no les digáis nada de esto por el momento. En cuanto a Elise, ella tiene cinco
hermanos y un padre poderoso para protegerla de Eric. Mi hermano no es ningún tonto. Él
elige bien a sus víctimas. De todos modos, sabrá por mis largas ausencias el poco afecto
que le tengo a mi esposa. Ella estará segura, lo garantizo.
—Os habéis convertido en un hombre cruel, Thork.
—El mundo en el que vivo es cruel, abuelo.
Más cruel de lo que vosotros dos podéis imaginar, pensó Ruby, mientras las lágrimas
se derramaban bajando por su cara al oír por casualidad sus glaciales palabras. Si Thork se
casaba con otra mujer, no podría haber ningún futuro con ella. No importaba si él amaba a
Elise o no. No podía tener ninguna relación con Thork, de ninguna clase, mientras él
estuviese atado a otra mujer.
¡Oh, Señor! Ruby gritó interiormente mientras parecía que su corazón se rompía en un
millón de pedazos. Thork estaba realmente perdido ahora para ella.
Ruby trató de acercarse a Thork varias veces esa tarde, pero él rechazó rotundamente
escuchar. Brynhil había hablado ya con él después del Thing y probablemente ahora
echaba la culpa de sus misiones de Kingston y Normandía al rey, no a una conspiración
entre ella y Brynhil. Pero todavía rabiaba por la interferencia de Ruby en su vida y por
causarle demoras innecesarias. Sus últimas palabras para ella fueron:
—Pagaréis muy caro por cada insignificante molestia que habéis causado en mi vida,
moza. Tendré un mes para elegir mi venganza y planeo usar cada condenado minuto de
ello.
Ruby no preguntó qué tipo de castigo tenía en mente. Ahora mismo no necesitaba nada
más de lo que preocuparse.
Aquella misma noche, más tarde, después de envalentonarse con una taza de vino
tinto, Ruby se arrastró a la tienda de Thork, necesitando hablar de la cosa más importante
que la preocupaba: sus esponsales con Elise.
—¿Qué? —Thork saltó de un profundo sueño cuando Ruby se subió sigilosamente a
sus pieles de dormir. Apartándola, Thork se puso en pie y encendió una vela—. ¡Largaos
ahora mismo de mi tienda! —dijo furioso—. Juro que venderé a Vigi por la mañana por
fallar continuamente en custodiaros.
—Thork, dame solo un minuto. Luego prometo que me marcharé tranquilamente.
Él se dio la vuelta y Ruby inhaló bruscamente. La inestable luz componía juegos de
sombras sobre su casi desnudo y magnífico cuerpo mientras la encaraba, vestido con solo
una especie de taparrabos.
—Escupidlo, Ruby —refunfuñó—. Elise y su familia estarán aquí por la mañana para
firmar el contrato de esponsales. ¿Queréis que ella pueda poner algún impedimento antes
de que el hecho tenga lugar, por el escándalo que podríais causar si os pillan en las pieles
de mi cama?
Ruby comprendió que él pensaba que había venido otra vez para seducirlo. Sintió
cómo enrojecía su cara, luego, rápidamente, intentó sacarlo de su error.
—Thork, he venido porque no podéis casaros con Elise, no después de…
Con dos largas zancadas, Thork se plantó ante ella, jadeando de cólera frustrada. Ruby
cerró los ojos durante un segundo por la intoxicación embriagadora del calor de su cuerpo
y el olor del saludable sueño en su piel.
—Sí, mejor cerráis los ojos y rezáis, moza —rechinó Thork mientras la tomaba de la
parte superior de los brazos y la elevaba hasta que su cara estuvo al nivel de la suya—.
Grabaos bien mis palabras, los esponsales ocurrirán en la mañana. Nada de lo que digáis
podrá cambiar eso.
—Pero, Thork, yo te amo —gimió ella, con los pies colgando por encima del suelo—.
Sé que tú… también sientes cariño por mí. ¿Cómo puedes casarte con alguien más?
—Mujer, os estáis extralimitando —contestó glacialmente—. ¿Cuándo os he
prometido matrimonio? ¡Nunca! De hecho, os he dicho repetidas veces que eso nunca
pasaría. ¿Y amor? ¡Ja! Esa es la menor parte de mis preocupaciones.
—Lo que tú dijiste, Thork, era que nunca te casarías con nadie… y yo…
—¡Argh! —exclamó, poniendo los ojos en blanco—. Estoy maldito. Primero, mi
abuelo. Ahora, esta mujer regañona. —Apartó repentinamente las manos de sus brazos y
ella descendió al suelo, tropezó y luego se cayó de rodillas. No se molestó ni en ayudarla a
ponerse de pie. En cambio, la fulminó con la mirada en el silencio sepulcral.
—¿Cómo puedes prometer casarte con Elise? —preguntó Ruby llorosa—. ¿Cómo
puedes hacerme esto a mí… a nosotros?
—¿Y por qué no podría? —alzó las manos desesperado. Ella podía ver los músculos
tensos en su mandíbula apretada.
—Porque estás casado conmigo.
—No, que no lo estoy… ni nunca lo estaré —contestó él cansadamente, como si
estuviese agotado de repetir su negación.
—Entonces realmente se ha terminado —dijo Ruby suavemente, con entumecida
resignación.
Thork movió su cabeza tenazmente.
—No, esto aún no ha comenzado, bruja.
Ruby lo contempló incrédula.
—No puede haber nada entre nosotros ahora. Nada.
—Eso no es algo que tú puedas decidir.
—¿Qué estás sugiriendo?
Thork apoyó su cara cerca de la suya, casi nariz con nariz y sonrió, pero el calor nunca
alcanzó sus ojos azul claro.
—Lo que quiero decir está de sobra claro. Me habéis dado más que problemas y me
habéis retrasado. Por eso, quiero el pago justo… en su totalidad… y sabéis perfectamente
cómo.
—¡No!
—¡Oh, sí! Nunca dudes de ello.
El faldón de la tienda se abrió de repente y Vigi asomó la cabeza, asustado.
—Amo Thork, falta la moza.
—Oh, ¿de verdad? —dijo, poniéndose a un lado de modo que Vigi pudiera ver a Ruby
todavía arrodillada en el suelo compacto. Los ojos de Vigi casi se salieron de las órbitas
cuando se puso de pie.
Las lágrimas humedecieron y desbordaron los ojos de Ruby cuando Thork se dirigió a
Vigi.
—Devolvedla a su tienda de campaña y guardadla bien esta vez. No debe abandonar la
tienda en todo el día. Si la veo alrededor de la ceremonia de esponsales en la tienda de la
asamblea, no sólo conseguiréis que os venda a un comerciante de esclavos, sino que
encima os cortaré vuestro miembro.
Ruby miró hacia atrás a Thork sobre su hombro cuando Vigi la condujo. Su semblante
acerado excluyó algunas otras exhortaciones de su parte.
—No deseo volver a hablaros, moza, hasta que estéis en mi barco dentro de dos días y
luego entenderéis muy bien cómo pagareis.
Al día siguiente, Ruby fue, en efecto, encarcelada en su tienda de campaña. Podía oír
el ajetreo de la actividad festiva afuera, probablemente el banquete de esponsales. Vigi
trajo su comida por la mañana y al mediodía y quitó su orinal, pero no contestó a sus
múltiples preguntas. Finalmente, cuando estaba casi oscuro, Aud vino a ella. Echó un
vistazo a los ojos insomnes de Ruby y a la cara devastada por las lágrimas y abrió sus
brazos para reconfortarla.
—¡Oh, niña! ¿por qué os torturáis así? —canturreó ella mientras sostenía a Ruby
amablemente. Cuando se retiró finalmente y limpió su cara con un trozo de lino, Aud
preguntó:
—¿Significa tanto mi nieto para vos?
Ruby asintió con la cabeza con un sollozo.
—Pero son solo unos esponsales y no le tiene ningún cariño a la muchacha.
—Oh, Aud. ¿No puedes verlo? Eso significa que no podremos estar nunca juntos.
Pensaba… Pensaba que, como se parecía a Jack, Thork también me amaría. Quería que
ésta fuese mi segunda oportunidad de hacer las cosas bien con mi marido.
—Si os sirve de consuelo, Thork se veía tan miserable durante todo el día, como lo
hacéis vos ahora. Grita a cualquiera que se acerque.
—¿Incluso a Elise? —susurró Ruby.
—Sobre todo a Elise —contestó Aud con una triste sonrisa—. La muchacha
probablemente esté llorando mientras hablamos.
—¿Queréis decir que… que Thork no está con ella? —ella se ahogó esperanzada.
Aud se rió de la transparencia de Ruby.
—Muchacha, ¿es eso lo que has estado pensando, que el matrimonio debe ser
consumado esta noche? No, algunas parejas lo hacen, pero no en este caso, sobre todo
debido a la edad de Elise.
Ruby sintió un raro consuelo al saber que Thork no haría el amor con su futura novia.
¿Y quién sabe dónde estaría ella dentro de dos años cuando Thork y Elise finalmente se
casasen?
—Tened cuidado, Ruby, mi nieto afirma tener asuntos inconclusos con vos. Deberíais
pensar muy bien las cosas entre vosotros. Él no lo hace.

* *

Al día siguiente, Ruby observó tristemente cómo Thork se despedía de Elise y de su
familia. No lo volvió a ver hasta el día siguiente mientras estaba en la barandilla de uno de
sus seis drakars, agitando llorosa las manos a Aud, Dar, Gyda, Olaf y Tykir, quienes
miraban estoicamente desde la orilla mientras los barcos se disponían a zarpar.
—Que Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, os bendigan y guarden en este viaje —
entonó el arzobispo Hrothweard, el cabeza de la diócesis de Eoforwic, con una voz que
llegó claramente al barco—. Que acoja en sus puertas divinas a todos aquellos que no
volverán de su viaje. Que os guíe en el sagrado camino del recto poder militar, solo
comerciando y con negociaciones acertadas.
El líder de la alta iglesia[28] permaneció de pie en el muelle, bendiciendo los cinco
barcos de Thork y a los marineros que se arrodillaban, sacudiendo el agua bendita por el
aire con un cetro de oro que bañaba repetidamente en un cubo con gemas incrustadas.
Apenas el sacerdote volvió la espalda, los marineros también exhortaron a su propio
Dios vikingo, Thor, el patrón de los mares, a dirigirlos mientras navegasen por las aguas
de su dominio. Un gran rugido se repitió por el aire cuando los trescientos marineros
levantaron sus armas al cielo y gritaron eufóricamente:
—¡Vikingo! ¡Vikingo! ¡Vikingo!
¡Cielo santo! No estarían yendo a vikinguear ahora, pensó Ruby. Tal vez era alguna
clase de grito rebelde.
Para alivio de Ruby, Aud había convencido a Thork de dejar a Tykir con ella y con Dar
por el momento, prometiendo que ellos lo cuidarían a cada minuto. Los acalorados
argumentos habían volado de acá para allá durante dos días enteros, pero finalmente Aud
había ganado, ayudada por las llorosas súplicas de Tykir. Eirik viajaba con ellos a la Corte
de Athelstan donde Thork de mala gana había consentido en colocarlo para que se criara
con su joven tío Haakon, pero solo a condición de que dos de sus criados permanecieran
con él como guardaespaldas.
Las decisiones de Thork relativas a los dos muchachos, representaban una concesión
con su antigua respuesta negativa de presentar a los muchachos abiertamente como sus
hijos. Tanto como ella había animado a Thork a hacerlo, Ruby esperaba que su seguridad
no fuese puesta en peligro.
Selik la saludó con la mano desde uno de los otros barcos de Thork cuando salían del
puerto. Se dirigirían hacia el sur bajando por el Ouse al Humber, después hacia el este
hasta el Mar del Norte y al sur en su primera parada, Kingston, hacia el sudoeste de
Londres.
Cuando la tripulación levantó los pesados mástiles que debían pesar más de doscientos
kilos e izó las vistosas velas a rayas rojas y negras, Ruby miró a Thork fascinada.
Expertamente, dirigía a los gigantescos hombres que se movían como ligeras bailarinas
mientras maniobraban las maromas atadas a las vergas y a las velas cuadradas, esperando
agarrar los vientos de finales de agosto.
Los serpenteantes barcos, con sus proas de madera lujosamente esculpidas, cortaban
elegantemente el agua como los dragones feroces que representaban. En aguas poco
profundas, los hombres levantaban los ligeros barcos del agua y los llevaban sobre los
hombros mientras Ruby caminaba por la ribera.
Ruby no había tenido muchas oportunidades de hablar con Thork desde que izaron las
velas, aunque él había sonreído enigmáticamente hacia ella siempre que sus ojos se
encontraban. Su expresión lo decía todo sobre asuntos inconclusos entre ellos. Pero no
parecía enojado con ella, solo determinado a obtener un poco de venganza.
En otro tiempo, Ruby podría haber estado encantada pensando cuál podría ser. Había
logrado una victoria, si se le podía llamar así, en el Althing, pero fue a expensas de Thork.
No había ninguna duda de que finalmente llegaría la hora de ajustar cuentas. Pero todo en
lo que podía pensar era en la decisión de Thork de casarse con Elise. Le echó un vistazo
triste ahora y vio el destello brillante del sol en el pesado anillo de esponsales mientras
trabajaba en las velas.
Una pesadez de espíritu la sobrecargó con lo que ella consideraba su traición. Ruby
sabía todos los motivos por los que Thork sentía que era necesario asegurar una alianza
con la familia de Elise. Se dijo que era irracional y egoísta. Después de todo, ella podría
volver al futuro en cualquier momento.
La mente de Ruby aceptó la lógica. Su corazón era una historia diferente. A pesar de
todo, quería a Thork para ella.
Ruby movió la cabeza para alejar los pensamientos tristes y se giró hacia la actividad
que la rodeaba. Thork hacía de timonel para su equipo, moviendo el timón para cambiar la
dirección, dirigiéndolos entre las rocas traidoras. Los dieciséis marineros en cada lado del
barco se sentaban en grandes arcones de madera que contenían todos sus bienes
personales, mientras tiraban poderosamente, remando con los largos remos de madera.
Otros treinta y dos hombres estaban preparados para relevarlos o ayudarlos, dos hombres
por cada remo, durante periodos de peligro. Los pesados escudos de batalla brillaban con
la luz del sol desde donde colgaban apretados a lo largo del exterior de los barcos.
Thork amaba esta vida en el mar. Ruby podía verlo cuando alzaba su cabeza a
menudo, inhalando profundamente el penetrante aire, y sonreía. ¿Cómo podían mujeres o
hijos competir con el júbilo que este estilo de vida daba a los vikingos?, se preguntó Ruby.
—Deberíais quedaros bajo el dosel —aconsejó Thork, acercándose por detrás a ella.
Le señaló un refugio de lona que había sido erigido para ella en el centro del barco, cerca
del palo del mástil—. Al mediodía el sol achicharrará vuestra bella piel.
—Estoy demasiado excitada como para sentarme ahora mismo, pero prometo que no
me meteré en el camino de nadie —dijo Ruby rígidamente, sabiendo que tenía que evitar
el contacto con Thork tanto como fuera posible.
—Mejor no lo hagáis —aconsejó Thork bruscamente—. Es fácil caerse por la borda,
sobre todo cuando entremos a mar abierto.
—¿Cuándo será eso?
Thork se encogió de hombros.
—Acamparemos esta noche a lo largo del Humber. Al día siguiente, si los vientos son
favorables, alcanzaremos el Mar del Norte y acamparemos en su costa.
Thork se mantenía de pie con los pies separados para contrarrestar el movimiento
balanceante del barco. Su pelo aclarado por el sol, como el de sus marineros, había sido
trenzado para mantenerlo apartado de la cara cuando el viento lo alborotara.
Una sonrisa reacia apareció en la comisura de la boca de Ruby.
—¿Os divierte de algún modo mi aspecto?
—No, simplemente me asombra que pueda sentirme atraída por un hombre con
trenzas.
—¿Os sentís atraída por mí? —preguntó Thork en voz baja, inclinándose más cerca de
ella mientras apoyaba los brazos en la barandilla.
Ruby lo miró de reojo con ojos entrecerrados. Así que ahora se decidía a acercarse
para hablar con ella, cuando era demasiado tarde.
—¿Qué crees que he estado tratando de decirte desde el primer momento en que nos
vimos? —contestó cansadamente—. Tanto como odio el lado oscuro de tu naturaleza, uno
que quizás podría hacerle el águila sangrienta a un hombre, tanto como desapruebo tu
estilo de vida combativo, reconozco que eres mi otra mitad.
Thork inhaló bruscamente.
Ruby quería que Thork entendiera por qué estaba tan herida y por qué sus acciones
habían sellado su futuro, un futuro sin él.
—Somos almas gemelas, Thork. Tanto si aceptas que nos conocimos en otra vida,
como si no, creo que se supone que tú y yo tenemos que estar juntos tanto hoy como
cuando estábamos en el futuro. Al menos, eso pensaba antes de que anunciaras tus planes
de boda.
Thork ignoró la referencia a Elise:
—Para ser un alma gemela, dejasteis a vuestro marido marchar. No, le ahuyentasteis.
—Su frente se arrugó con perplejidad.
Ruby sintió cómo su cara enrojecía. Apartó un mechón de pelo distraída.
—No comprendí mis errores entonces. Cambiaría las cosas si pudiese volver.
—Y aunque proclamáis que soy una parte vital de vuestra vida, anheláis a vuestro
marido. —Los ojos de Thork buscaron su cara intensamente.
—No lo entiendes. Para mí, tú y Jack sois el mismo hombre.
Él movió su cabeza desesperado por su negativa a enfrentarse a los hechos.
—¡Oh! Lo que entiendo, y vos no, es que nunca hubo un marido. Ruby, habéis sido
pillada mentira sobre mentira. Sois virgen, soltera y no encamada. Pero tenéis que saber,
mieldebrezo, que eso será remediado pronto en el primer momento privado que tengamos.
—No, eso no va a pasar. Tu compromiso con Elise lo cambia todo.
—No estoy casado aún —respondió, acercándose.
—Pero lo estarás —indicó Ruby y puso más distancia entre ellos.
—¿Qué diferencia marcan los esponsales para vos?
—¡Mucho! Oh, Thork, ¿cómo puedes hacer semejante pregunta? No puedo… No seré
una chica de una sola noche para ti.
—¡Oh! ¡Más bien chica para un mes! Además, ¿por qué todos esos escrúpulos cuando
hace una semana vinisteis a mi cámara más que complaciente?
—Era diferente.
Thork arqueó una ceja.
—¿Cómo es eso?
Ruby se giró para afrontarlo directamente, sus ojos le suplicaban que entendiese.
—Una mujer necesita creer que un hombre hace el amor con ella porque siente cariño
por ella, que hay al menos la posibilidad de compromiso. Cuando el hombre se promete
con otra mujer, no hacen el amor. Eso es lujuria.
Thork se rió.
—Lujuria suena bastante bien para mí. Sí, quizás me conforme con eso.
—Yo no.
—Eso está fuera de vuestras manos ahora, alma gemela —declaró Thork con una risa
baja, girando para volver con sus compañeros de tripulación—. Mejor aceptáis eso aquí y
ahora. El curso ha sido fijado y no puede ser cambiado.
Ruby de repente comprendió que tenía un auditorio absorto. Los hombres rieron
disimuladamente y miraban a Thork para ver su reacción a su comportamiento
malhumorado. Claramente, muchos de ellos no podían entender la atracción de Thork por
ella, sobre todo cuando se comportaba de un modo tan poco femenino.
—Thork, si no podéis manejar a una simple moza, me encantaría llevarla en este barco
—llamó Selik sonriendo abiertamente desde la baranda de su barco, que surcaba el amplio
río al lado suyo. Aguijoneó a Thork con insultos adicionales, azuzado por las
aclamaciones de sus compañeros de tripulación.
Al principio Thork frunció el ceño, pero entonces se rió y le dijo a su amigo que
hiciese algo muy vulgar consigo mismo.
Entonces le preguntó a Selik:
—¿Por qué no cogéis un remo y trabajáis un poco de esa alegría extraviada?
—Es mucho más divertido ver cómo os ridiculiza una simple moza.
—¡Sois vos bueno para hablar de ponerse en ridículo por una mujer! Las mozas os
controlan por la cola entre vuestras piernas.
Los marineros se rieron lozanamente del grosero intercambio.
—¡Ajá! Ahora veo la verdad —ululó Selik—. Tenéis envidia de mi masculina
habilidad.
—¡Cachorro estúpido! Veremos quién tiene qué cuando los barcos sean llevados a
tierra esta noche.
Al anochecer, cuando entraron en la boca del Río Humber y los cinco barcos fueron
llevados hacia la orilla para la acampada de la tarde, Thork saltó hábilmente de la borda de
su barco al de Selik. En un parpadeo, teniendo la ventaja de la sorpresa, cogió a Selik, que
le igualaba en tamaño y lo arrojó en el agua de la playa. Los hombres de los cinco barcos
se rieron del espectáculo de Selik emergiendo del agua escupiendo y sacudiendo su pelo
como un perro lanudo.
Thork brincó de vuelta a su propio barco y se jactó en voz alta hacia Selik:
—Necesitáis una cabeza fría para competir en ingenio con un hombre, muchacho.
Entonces se dio la vuelta y dirigió una sonrisa deslumbrante hacia Ruby y bromeó:
—También sería un placer alimentar a los peces con vos, si no podéis contener vuestra
lengua punzante.
—¡Tú y otros veinte hombres más! —desafió Ruby, indignada con su comportamiento
infantil y toda esta experiencia de viaje en el tiempo. Caminó de vuelta al área del toldo
para llevar sus bienes personales a tierra.
De un salto, Thork la recogió en sus brazos y saltó para ponerse encima de la borda,
balanceándose precariamente de acá para allá. Sonriendo de oreja a oreja y disfrutando del
espectáculo que él hacía de ella, Thork preguntó en voz alta a sus compañeros:
—¿Qué decís, hombres? ¿No haría ella un buen cebo para pescado?
—¡Déjame! Deja de ser tan inmaduro —exigió Ruby. No tenía miedo del agua, pero
las alturas siempre la habían asustado. Cuando él rechazó liberarla y siguió meciéndose
adelante y hacia atrás sobre la barandilla, Ruby hizo la única cosa que una mujer en
peligro podía hacer. Manteniendo su brazo izquierdo agarrado fuertemente alrededor del
cuello de Thork, ella alargó la mano derecha hacia abajo entre sus cuerpos y pellizcó la
zona de su ingle con tanta fuerza como pudo, esperando que él la devolviera a la cubierta.
—¡Arghh! ¡Por el amor de Freya! —gritó Thork de dolor. Perdió el equilibrio sobre la
baranda y ambos cayeron por la borda al río, teniendo la fortuna de aterrizar de pie.
El agua era lo suficiente poco profunda como para caminar por el agua que les llegaba
por los muslos hasta la orilla. Obstaculizada por sus ropas mojadas, ella todavía era capaz
de andar orgullosamente por el agua, echando los hombros hacia atrás. Cuando Thork
salió del agua con un silbido, fulminó con la mirada la espalda de Ruby. Los hombres
riéndose a carcajadas pararon toda actividad para mirar el divertidísimo espectáculo.
Indignada, Ruby dijo una palabra muy vulgar, una que nunca había usado en toda su
vida.
Thork se reía cuando finalmente surgió del agua y ordenó a sus sonrientes hombres
que volviesen a trabajar. No podía creer que Ruby realmente hubiera dicho esa palabra
obscena. ¡Moza impúdica!
—Me merecía el remojo por mofarme así —confesó, acercándose a ella—. ¿Pero
tuvisteis que tratar de emascularme en el proceso?
Ruby se giró para enfrentarse a él furiosamente y Thork consiguió su primer vistazo de
la ropa empapada que perfilaba su cuerpo. Él tragó con fuerza antes de agarrar su brazo y
empujarla hacia los árboles.
—¿No tenéis ninguna vergüenza, mujer? Parecéis una cualquiera, exhibiéndoos
delante de trescientos hombres.
Realmente, parecía condenadamente cerca de ser irresistible para Thork con su túnica
aplastada contra su figura delgada. Sus pezones, erectos por el agua fría, se destacaban
como centinelas, pidiendo su toque. Incluso su pelo corto y mojado abrazaba su cara de
una manera atractiva, acentuando las líneas definidas de sus pómulos, el matiz verdoso de
sus ojos, la cremosidad de su cutis.
Thork gimió, esperando que sus hombres no notaran su semi-excitación. Señor, la
mujer aún sería su muerte.
Había visto el dolor en sus ojos los pocos días pasados. Sabía que su decisión de
casarse con Elise la había ofendido, pero estaba más allá de su comprensión por qué
debería ser así. ¡Maldito infierno!
—¿Qué sugerirías que llevase? —preguntó ella, con las manos en las caderas en una
pose exasperada—. Toda mi ropa seca está en el barco.
—Quedaos aquí —ordenó y se marchó para conseguir sus ropas. Vio a Selik
observarlo con curiosidad, mirar abajo y luego balar de risa como una condenada oveja.
Cuando ella se hubo cambiado, Thork le dijo que se mantuviera apartada del camino
de los hombres mientras ellos establecían el campamento. El barco que contenía sus
caballos fue traído tan cerca de la orilla como fue posible. Luego todos los hombres se
colocaron a un lado, así el barco volcó sobre su lado en el agua poco profunda y los
animales salieron.
Los fuegos ya ardían con calderos de carne y verduras en el agua hirviente. Las tiendas
fueron erigidas, con lámparas de aceite en postes de metal delante de algunas de ellas.
Tinajas de queso y mantequilla fueron abiertas para ser comidas con el pan horneado
temprano, aquella mañana en Jorvik.
—¿Creéis que nuestros compañeros jomsviking volverán a Northumbria con nosotros
el próximo año para prepararse para el ataque sajón? —preguntó Selik preocupado
mientras establecían el campamento.
—No sé. Por eso no le dije a mi abuelo nada de nuestras esperanzas. No quise darle
falsas esperanzas al anciano. Como bien sabéis, los jomsvikings pueden estar dedicados ya
a otras obligaciones.
Selik asintió con la cabeza.
—Los hesirs que contratasteis ayudarán.
—Sí, pero temo que no sean suficientes. Por eso al final acepté ese odiado matrimonio.
—De la frustración golpeó su puño contra un árbol.
Ruby levantó las cejas con incertidumbre desde donde estaba sentada, a una pequeña
distancia delante de su tienda, peinando su pelo corto.
—¿Sabéis ya, amigo mío, que ella nunca estará con vos ahora que estáis ligado por
honor a otra? —comentó Selik, inclinando su cabeza en dirección de Ruby.
—Ella estará conmigo. No tengáis ninguna duda de eso. Y mejor que sea pronto.
Selik se rió disimuladamente, entendiendo bien el sentido de Thork.
—Y después de que la toméis, ¿qué? ¿La abandonareis en Normandía, con Hrolf?
—Quizás… si él la acepta. Si no, previendo que ella me complacerá tanto como
espero, puedo ofrecer establecerla durante un tiempo en Jomsborg como mi amante,
aunque yo tuviese que vivir en la fortaleza.
Selik pareció incrédulo, luego se rió ruidosamente. Doblándose por la cintura, dando
palmadas con una mano en su rodilla, exclamó:
—Amigo mío, me encantaría ser una mosca en la pared cuando le hagáis esa
proposición a la encantadora moza. Apuesto a que va a arrancaros los ojos. No, todavía
mejor, os va a cortar las pelotas y modelarlas en bronce como la imagen en aquella
atractiva camisa que lleva.
—¿Por qué pensáis semejante cosa? —Thork frunció el ceño—. No es ninguna
deshonra ser la compañera de cama de un hombre. Trato a mis mujeres generosamente.
Ninguna se ha quejado antes.
—No puedo creer que penséis que esta mujer es del mismo molde que cualquier otra.
Nunca, nunca, va a consentir ser algo que no sea ser vuestra esposa.
En su interior, Thork secretamente se preguntó si Selik no podría estar en lo correcto.
Después de todo, ya había tomado esa ruta con Ruby antes. Seducción, búsqueda, retirada.
Primero ella quería. Luego no. Por supuesto, él también había cambiado de opinión unas
cuantas veces, se recordó con arrepentimiento.
Ruby miró a los dos hombres con ojos entrecerrados, sintiendo que andaban tramando
alguna travesura, probablemente implicándola ya que seguían observándola con disimulo.
Eran hombres escandalosamente guapos con sus túnicas hasta la rodilla, ceñidas en la
cintura cubriendo los pantalones estrechos. Selik era ligeramente más alto con pelo color
platino, que contrastaba bruscamente con su piel bronceada, calentada por el sol, pero,
para Ruby, Thork era mucho más atractivo. Su cuerpo tonificado de modo impresionante y
sus rasgos faciales finamente esculpidos eran su mayor atractivo, sin contar su magnífica
sonrisa para morirse, pero lo que más fascinaba a Ruby de este pícaro clon de su marido
Jack, era el amor desinteresado por sus hijos y su familia. Además, su rápido ingenio
siempre la pillaba con la guardia baja, y el daño que había sufrido de niño, que a veces
fallaba en tratar de ocultar bajando los ojos, atraía a Ruby fuertemente. Quería ayudar a
borrar los años de abusos en la infancia, colmarlo con tanto amor que él olvidara que
nunca le habían dado mucho de esa preciosa emoción.
Eso era antes de sus esponsales con Elise. Ruby sabía que ahora tendría momentos
duros resistiéndose a Thork. Después de todas esas semanas intentando atraerlo a su cama,
podía entender la confusión de él sobre su cambio de opinión, pero era la única opción.
Ruby amaba a Thork y quería lo que fuese lo mejor para su futuro, aun si no fuese ella.
Obviamente, no podía ser ella. Si ella y Thork hicieran el amor, Ruby sabía por la
experiencia pasada, que una auténtica pasión se desarrollaría entre ellos. Eso no se
terminaría en unos días ni en un mes, como Thork predijo.
Y estaría mal. Thork pertenecía a otra mujer. Ella pertenecía a otro hombre.
¡Oh, Señor!
Entonces estaba el hecho de que, ya que ella había sido probablemente devuelta en el
tiempo con un objetivo, daba la impresión de que ya había llevado a cabo esos objetivos.
Tykir estaba en las manos cariñosas de sus abuelos. Eirik estaría en el tribunal sajón donde
él quería estar, al menos a salvo, si no amado. Y Thork, pues él se casaría y posiblemente
se enamoraría de su dulce esposa si Ruby no se metía en su cama y lo ataba con los lazos
invisibles del amor.
Sabiendo que todos estos acontecimientos habían sido puestos en marcha, Ruby casi
temía que pudiese volver en cualquier momento al futuro, abandonando a Thork en el
pasado. Y así era exactamente como él se sentiría si le dejaba enamorarse de ella. ¿Podría
ella hacerle ese daño? ¡No! Ése era el único camino.
Pero eso dolía tanto.
Y el dolor se puso peor y peor durante el viaje a Kingston mientras bromeaba con ella
y la atormentaba con sonrisas dulces, caricias breves, prometedoras miradas y
susurrándole palabras de sensuales fantasías con ella que él imaginaba cada noche en su
solitaria tienda.
—Pronto —siguió diciéndole—, pronto estaremos juntos.
—No, no lo estaremos. No podemos —respondía ella continuamente, pero él ignoraba
sus protestas con una sonrisa confiada y seductora mientras se acercaban más y más al
tribunal sajón.

17
Capítulo

AL amanecer del día de la coronación del rey Athelstan llegaron por fin a Kingston.
Thork, Selik, Eirik y ella se dirigieron directamente a la catedral, dejando a los hombres
de Thork acampados junto al río, custodiando los cinco barcos.
La ceremonia de coronación de Athelstan resultó ser todo lo que Ruby había
imaginado y más. El gentil príncipe sajón —el dragón dorado de Wessex— fue coronado
en un acto que parecía salido directamente de la época de la corte del rey Arturo y
Camelot.
Ruby llevaba el vestido color burdeos que le había regalado Dar junto con los broches
en forma de dragón de Thork, quien a su vez la emocionó al ponerse la capa azul que ella
le había hecho sobre una magnífica túnica negra y unos calzones a juego; el atavío se
remataba con los ya familiares pendientes en forma de rayo y brazaletes, broche, colgante,
cinturón y espada incrustados de piedras preciosas, como correspondía al representante de
un importante rey vikingo.
Selik, con una túnica de manga corta de color turquesa que realzaba el destello
malicioso de sus ojos grises así como los músculos del torso y de los brazos perfilados con
gruesos brazaletes y cadenas de plata, hacía que todas las mujeres volvieran la cabeza para
mirarlo. Cuando se sentaron en la iglesia, Selik, dándose cuenta de su admiración, les
guiñó un ojo, ignorando descaradamente el ceño de desaprobación de Thork.
Ambos hombres tenían el aspecto de unos salvajes príncipes vikingos y, de acuerdo
con esa apariencia, desprendían una arrogante seguridad en sí mismos.
Cuando Ruby le sonrió a Selik, Thork metió con disimulo la mano entre los pliegues
de su vestido y la pellizcó.
—Comportaos, muchacha, u os saco de aquí ahora mismo —susurró—. De todos
modos estoy harto de esta espera para disponer de un lugar privado para llevaros a la
cama.
Ruby tuvo intención de repetirle que no pensaba hacer el amor con él, pero Thork le
puso un dedo en los labios, y dijo en voz baja y sedosa:
—No protestéis tanto, mieldebrezo. Sucederá y será pronto. No os opongáis al destino
que Odín, o quizá vuestro Dios, han trazado. En realidad a veces me pregunto si no serán
el mismo…
—¡Silencio! Esto es una iglesia, no un mercado —les regañó la mujer del banco de
atrás.
Thork y Ruby, avergonzados, volvieron a prestar atención a la ceremonia de
coronación que se desarrollaba en el altar, sin darse cuenta de que habían estado hablando
tan alto. Athelstan permanecía en pie como un dios, esperando a que los más importantes
arzobispos de la iglesia lo consagraran. Los sacerdotes le entregaron los atributos reales:
anillos, corona y cetro.
—Nosotros os ungimos a vos, Athelstan, hijo de Edward, nieto de Alfred, como rey de
los Anglos y soberano de toda Inglaterra. Que podáis gobernar en paz con ayuda de la
santa sabiduría de Dios…
El hombre delgado, muy rubio, de estatura media y de apenas treinta años, permanecía
parado solemnemente mientras el obispo lo bendecía. Thork le había explicado antes que
la aprobación de la iglesia era esencial, en el terreno político, para que Athelstan fuera
aceptado como gobernante de todos los reinos que pensaba unir. El rey Athelstan lanzaba
ocasionales miradas a los centenares de consejeros, caballeros y emisarios reales de
diversas nacionalidades, venidos a jurarle lealtad al principio de su reinado. Al final de la
ceremonia el carismático noble llevaría a cabo una serie de actos simbólicos.
—En nombre de San Cuthbert, antepasado mío y mi santo preferido, devuelvo a la
Catedral de Canterbury una propiedad en Thanet por la ayuda que me prestó para
conquistar el trono inglés. —Antes de abandonar el altar mayor, el nuevo rey liberó
además a un esclavo llamado Eadhelm y a sus hijos, acto cuyo fin era demostrar su
generosidad y su humildad.
Luego se dirigió a la capilla del segundo piso desde cuyo balcón dominaba un amplio
conjunto formado por palacios reales y episcopales y sus correspondientes edificios.
—A mi pueblo le prometo tres cosas —dijo el joven rey a las miles de personas
reunidas allí—: En primer lugar os mantendré a vosotros y a vuestros seres queridos en
paz.
Un rugido de aprobación salió de la muchedumbre, gran parte de la cual estaba harta
de la guerra y del precio que se había cobrado en ellos y en sus familias.
—En segundo lugar, quedan prohibidos el robo y las fechorías para todo el mundo, sea
cual sea el lugar que ocupe en la sociedad. Todos los hombres serán tratados de la misma
forma de acuerdo con la ley.
Al principio la gente intercambió miradas de asombro ante aquella novedosa idea de
justicia, preguntándose si el rey hablaba en serio. Después, conforme los más humildes
fueron dándose cuenta de la importancia de aquellas palabras, empezó a elevarse una
aclamación que fue incrementándose hasta llegar a ser ensordecedora.
También Ruby empezó a ver al rey sajón bajo una nueva luz. Eran unas ideas muy
democráticas para una sociedad tan primitiva. ¿Por qué nunca había oído hablar de ese
clarividente visionario?
—Por último, prometo un reino donde la ley será justa y misericordiosa y quedará
escrita con todo detalle en códigos legales para que todos la entiendan y obedezcan. Y por
encima de todo, con vuestra ayuda, uniremos este reino, convirtiéndolo en el lugar más
pacífico y honrado del mundo.
El rey había dicho exactamente lo que la gente deseaba escuchar, de modo que cuando
se dirigió junto con su guardia y sus invitados al palacio donde iba a tener lugar la
verdadera celebración, lo aclamaron a todo pulmón. El gran salón del rey Athelstan era lo
más elegante y lujoso que Ruby había visto hasta ese momento en aquella época primitiva;
estaba repleto de dignatarios de todo el mundo, todos intentando acercarse más al rey y
obtener su favor. La estancia estaba tan llena de gente que Ruby apenas si podía ver las
paredes decoradas con tapices y obras de arte de precio incalculable.
Al menos quinientos hombres y mujeres, ataviados con sus mejores galas y joyas,
intentaban encontrar su sitio en las mesas, discutiendo con los criados porque no estaban
situados más cerca del estrado donde se sentaba el rey junto con sus nobles más
importantes y los jefes de otros países.
Ruby sujetó con fuerza los brazos de Thork y Selik para no perderse entre el gentío. A
Eirik lo habían enviado, junto con dos criados, a buscar a su joven tío Haakon.
En ese banquete no había tajaderos de madera; en su lugar unos juegos de cuchara y
cuchillo de oro y plata con mango de marfil flanqueaban los platos de plata repujados que
compartía cada pareja.
Enormes subleties, torres de pasteles con forma de castillos, con sus almenas y sus
saeteras, guarnecidos con nueces, pasta de almendras y caballeros de azúcar, fueron
colocados en la mesa más alta y en varias de las inferiores. ¿Quién podría atreverse a
comérselos y destrozar tan magníficas obras de arte culinarias? Como si le hubiera leído la
mente, Thork extendió la mano y se metió en la boca uno de los caballeros y luego le
guiñó un ojo.
Ruby sacudió la cabeza con desagrado y se volvió hacia Selik, quien estaba sentado a
su otro lado, pero él estaba absorto con la hija de un caballero sajón que se encontraba
junto a él.
—Creo que esta noche es posible que sea afortunado —le susurró a Ruby cuando por
fin se volvió hacia ella, levantando la copa de vino en un gesto de brindis—. ¿A vos qué
os parece? —Movió varias veces las cejas para dar más énfasis.
Ruby se echó a reír y paseó la mirada por el enorme salón lleno de mujeres hermosas,
muchas de las cuales ya se habían fijado en el atractivo vikingo de ojos danzarines.
—Las probabilidades están a tu favor —contestó.
Entonces Selik se inclinó más para dirigirse a Thork.
—¿Y vos, amigo? ¿Creéis que esta noche vais a tener suerte?
—Creo que el que va a tener suerte vais a ser vos si no os corto esa lengua tan larga —
respondió Thork bebiendo un poco de vino.
—¡Ah! —insistió Selik—. Se niega a contestar a mi pregunta. Me parece que no va a
tener suerte.
Thork se rió con buen humor de la broma de su amigo.
—Me da la sensación de que no es cuestión de suerte sino de habilidad, cosa de la que
vos debéis de carecer, porque de lo contrario no le daríais tanta importancia.
Selik fingió sentirse ofendido.
—Vuestras palabras me hieren. —Entonces se volvió de nuevo a la doncella que tenía
al otro lado.
Thork y Ruby se rieron de la broma de Selik. Luego Ruby dio un salto cuando Thork
le dio un apretón en el muslo, por debajo de la mesa.
—Estate quieto.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo.
—¡Ah! Si ese es vuestro deseo… —dijo demasiado rápido, para después entrelazar los
dedos de su mano izquierda con los de la derecha de ella y empezar a torturarla trazando
lentos y sensuales círculos en la palma de su mano con el pulgar, sin apartar la mirada del
estrado, como si no supiera condenadamente bien el efecto que tenía sobre ella.
Ruby intentó apartar la mano, pero Thork se la sujetó con firmeza.
—No —le susurró al oído—. No la retiréis u os juro que empezaré a trazar círculos en
una parte de vuestro cuerpo que arrancará exclamaciones sofocadas a las mujeres de
alrededor y aplausos de ánimo a todos los hombres, incluido el rey virgen.
Ruby se ruborizó ante su atrevido comentario y le apartó la mano de un manotazo.
—¿El rey es virgen?
—Se rumorea que Athelstan ha hecho voto de castidad y que va a preparar a sus
jóvenes hermanastros, los príncipes, para el trono. Como él es ilegítimo y ellos nacieron
dentro del matrimonio, su deseo es conservar la línea de sangre real.
—¿Y tú te lo crees? —Ruby dudaba mucho que un hombre tan apuesto y viril
permaneciera célibe.
—¿Quién sabe? —Thork se encogió de hombros y luego esbozó una amplia sonrisa—.
Puede que le interesara saber algo de eso que decís sobre el control de natalidad. Podría
alcanzar su objetivo sin castrar al caballo, por así decirlo.
Ruby y Thork compartieron el mismo plato y la misma copa de vino durante todo el
suntuoso banquete, mucho más espléndido que cualquier festín vikingo. Tanto la comida
como la bebida fluían sin cesar.
—Veamos, ¿cuántos orgasmos múltiples tuvisteis en una noche con ese marido vuestro
de fantasía? —preguntó Thork de repente en uno de los silencios de la conversación,
indicando con ello a Ruby en dónde tenía la cabeza. Se atragantó con el vino y él le dio
unos golpes en la espalda con desenfado.
—¿Tantos?
—¿Cómo es posible que preguntes tal cosa? —susurró ella, muy avergonzada por si
alguien lo había oído sin querer.
—¿Qué? Fuisteis vos quien presumió…
—No presumí jamás. Sólo le dije a Byrnhil…
Ruby no consiguió terminar la frase ya que el rey y todo su séquito presente en la
tribuna se pusieron en pie para anunciar que ya estaba listo para recibir los regalos y
mensajes de todos los emisarios reales presentes, tras lo cual darían comienzo las
diversiones.
Varios príncipes reales le enviaron delicados presentes, con la esperanza de obtener la
mano de una de las hermanas de Athelstan. Su primo Adelolf, conde de Boloña,
representante de Hugh, un duque franco jefe de los Capetos, deseaba a su hermana
Eadhild. Enrique I El Pajarero, rey sajón de los Germanos, quería a Edith para su hijo
Otto. Conrado I El Pacífico, rey de Borgoña, estaba dispuesto a aceptar a cualquiera de
ellas. Eadgifu, otra de las hermanas de Athelstan ya se había casado seis años antes con
Carlos III El Simple, rey de los Francos.
Entre los valiosos regalos se encontraba la Lanza Sagrada de Carlomagno,
supuestamente la misma que el centurión romano había clavado en el costado de Cristo.
Otros objetos eran la espada de Costantino el Grande, con una astilla de la Verdadera Cruz
en la empuñadura, una corona de espinas hecha de cristal, piedras preciosas del tamaño de
huevos de gallina, magníficos caballos y exóticos perfumes.
—Con tantos hombres importantes solicitando establecer lazos familiares con
Athelstan, Sigtrygg debería sentirse honrado por su ofrecimiento de casarse con su
hermana —le susurró Ruby a Thork.
—Aquí el honor no tiene nada que ver. El rey hará lo que mejor le convenga, como
cualquier persona.
Era el turno de Thork para acercarse en nombre del rey Sigtrygg.
—¡Thork! ¡Qué pronto habéis vuelto! —exclamó el rey, abrazándolo como a un viejo
amigo—. ¿Habéis visto a vuestro hermano Haakon? Creía que no os gustaba la vida de la
corte.
—Vengo de parte del rey Sigtrygg de Northumbria a presentaros sus respetos como
gobernante de los Anglos y a transmitiros su aceptación formal al contrato matrimonial
con vuestra hermana. —Depositó en la mano del rey una magnífica espada vikinga con
una hoja de metal retorcida y una empuñadura de oro macizo incrustada de rubíes.
Detrás de ellos se elevó un rumor por parte de algunos nobles que protestaban por el
hecho de que Athelstan entregara a su hermana a quien ellos consideraban un bárbaro
pagano mientras ellos aguardaban en la fila como humildes mendigos. Athelstan los
detuvo con una mirada fría.
—¿Cuándo se casará con mi hermana?
—¿Os viene bien el treinta de enero?
—Sí. ¿Podéis venir a mi salón privado mañana por la tarde para discutir los detalles?
—Una vez que Thork asintió, el rey le preguntó quienes lo acompañaban y Thork le
presentó a Ruby y a Selik.
—¡Ah, el piadosamente atractivo noruego que rompe los corazones de las dulces
doncellas de aquí a Tierra Santa y más allá!
Selik inclinó la cabeza, reconociendo con arrogancia su dudosa reputación y saludó al
rey con una reverencia.
Entonces el rey se volvió hacia Ruby.
—¿No será esta la mujer que afirma venir del futuro? —le preguntó a Thork, quien
asintió y frunció el ceño, probablemente preguntándose qué red de espías informaba tan
bien a los sajones de lo que sucedía en Jorvik.
—¡Maravilloso! Traedla mañana cuando vengáis a verme —exigió después de
aplaudir—. Quiero escuchar todas sus historias. Creo que podría aprender mucho de ella.
Estaban a punto de ser despedidos para que avanzara la larga fila de personas que
esperaban a ser presentados al rey cuando Athelstan preguntó:
—¿Dónde os alojáis?
Thork se encogió de hombros, sin saber qué responder.
—Hemos llegado esta mañana. Con la cantidad de gente que hay en Kingston
seguramente volveremos junto a mis hombres que están acampados cerca de mis barcos.
—No, nada de eso. —El rey ordenó a un criado que buscara alojamiento para Thork y
«su mujer».
¡Su mujer! Ruby se preguntó de dónde habría sacado el rey tal idea, al tiempo que
enrojecía intensamente.
—Y también para Selik. Seguro que encuentra una mujer para sí mismo antes de que
termine la noche.
Thork sonreía con tanto aire de suficiencia mientras se alejaban del estrado que Ruby
se vio obligada a darle un codazo en las costillas.
—¡Por fin una habitación privada! —susurró Thork, rodeándole los hombros con el
brazo y sin preocuparse por la gente que los miraba—. Ha llegado vuestra dulce hora de la
verdad, mieldebrezo.
—No voy a dormir contigo —susurró Ruby mientras subían por la escalera de piedra
hasta el segundo y luego hasta el tercer piso del enorme palacio, siguiendo a un criado
gruñón que no dejaba de quejarse por las órdenes de un rey que pensaba que había un
número infinito de habitaciones.
A Selik le enseñaron una alcoba del tamaño de un armario para escobas, situado al
final de las escaleras del tercer piso. Cuando Ruby intentó obtener su ayuda para evitar los
inevitables avances amorosos de Thork, éste le tapó la boca con la mano.
—Está emocionada por lo que la noche que le espera —le aseguró a su amigo con una
carcajada.
Intentó morderle, pero la apretaba demasiado fuerte. El atareado criado se limitó a
mirarlos con aburrimiento, como si la gente se comportara así constantemente.
El reducido espacio de la torre que les mostró era espartano, pero limpio. Thork señaló
con una sonrisa de satisfacción que su principal atractivo era la cama de tamaño gigante en
vez del previsible camastro.
A Ruby le pareció que al criado le iba a dar un infarto cuando Thork le preguntó qué
posibilidades había de darse un baño.
—¿En el tercer piso? —barbotó el anciano, que sin embargo superó rápidamente su
agotamiento cuando Thork le ofreció una moneda que vendría acompañada de otra si
subía la bañera y el agua en un tiempo récord.
—Lo tendréis todo aquí antes de que hayáis terminado de quitaros la ropa, señor —
prometió, añadiendo con actitud solícita—: ¿Queréis también jabón perfumado para
vuestra dama? —Le dirigió a Thork una desdentada sonrisa lasciva.
¡Genial! Una conspiración de mentes parecidas.
—Ahora que ese criado se ha ido, tenemos que hablar —se apresuró a afirmar Ruby,
mientras Thork revolvía el interior de la enorme bolsa de cuero en la que se encontraban
sus pertenencias, buscando algo con tanto ahínco e ignorándola de tal modo que al final
ella preguntó—: ¿Qué estás buscando?
—¡Esto! —Thork sostuvo en alto el picardías de fabricación casera de Ruby y sonrió
de oreja a oreja—. Quiero que después de bañaros os pongáis esto. Llevo días soñando
con esa imagen —explicó con voz ronca.
—¡No! —exclamó Ruby, a pesar de los salvajes latidos de su corazón.
—¿No? Me parece que sí. —Sus ojos azules, llenos de promesas, se clavaron en los de
ella.
—Quiero hablar —masculló Ruby.
—Yo quiero hacer el amor —replicó Thork.
Sus palabras conmovieron a Ruby a pesar de todas sus buenas intenciones. Sus ojos
vidriosos a causa de la pasión la impulsaban a rendirse, pero de todos modos se dio media
vuelta, intentando resistirse con desesperación.
—¿Por qué estás haciendo esto? —gimió.
—¿Lo preguntáis en serio? —Se miró con intención su creciente excitación.
Ruby cerró los ojos un instante, con la esperanza de recuperar algo de control.
—No seas grosero —le regañó—. Quería decir que por qué ahora. Cuando intenté
seducirte pensaste que hacer el amor conmigo sería una mala idea. Y lo es. Ahora me doy
cuenta. Piénsalo.
Una ligera sonrisa curvó los labios de Thork al escuchar, lleno de incredulidad, sus
palabras.
—Mieldebrezo, es en lo único que soy capaz de pensar. —Depositó el corsé encima de
la colcha bordada y se quitó la espada, el cinturón y la túnica, y se sentó en la cama para
quitarse sus suaves zapatos de cuero.
Ruby comprendió llena de pánico que no disponía de mucho tiempo para convencerlo.
—Thork —dijo con voz inestable— déjame decirte por qué no vamos a hacer el amor.
Los labios de Thork se curvaron de manera irritante.
—Os escucho.
¡Ja! Estaba tan abierto a sus razones como un adolescente con un ataque agudo de
hormonas revolucionadas. Y ella no estaba mucho mejor.
En cualquier caso, tenía que intentarlo, pero antes de que pudiera abrir la boca él se
acercó despacio hasta el lugar donde ella se encontraba inmóvil junto a la puerta y le dio
un beso rápido en los labios.
—Sois hermosa —dijo con voz ronca.
—No lo soy. Tú eres hermoso, yo soy atractiva como mucho.
—¿Os parece que soy guapo? —Parecía estar muy contento ante esa idea—. ¿Os
imagináis los hijos tan preciosos que podríamos haber hecho entre los dos? —preguntó
con melancolía y sacudiendo después la cabeza como si fuera un pensamiento inútil—. No
es que yo quiera más hijos o que tenga intención de tenerlos en el futuro, pero es una idea
seductora, ¿verdad?
—¡Ay Thork! Hasta tus palabras indican por qué esto no puede funcionar.
—¿Cómo? —preguntó él, ladeando la cabeza burlonamente. Al mismo tiempo se quitó
las ajustadas calzas negras y se quedó descaradamente ante ella cubierto solo con un trozo
de tela similar a los protectores genitales modernos.
Ruby gimió.
La luz de la vela parpadeaba sobre sus facciones y las cicatrices de batalla de su
bronceada piel, destacando las hebras doradas de su pelo y haciendo que el azul de sus
ojos pareciera un tono más oscuro. Cuando se agachó a recoger su ropa y sus joyas para
colocarlos en un pulcro montón en el rincón, la cadena de músculos de su espalda y las
nalgas se tensaron acompañando sus gráciles movimientos.
¡Por el amor de Dios, parece un condenado dios dorado!
El criado trajo la bañera, y detrás de él entraron otros cuatro hombres cada uno con dos
cubos de agua caliente. Se fue con otra moneda en el bolsillo y una gran sonrisa en la cara,
diciéndole a Thork que sacara la bañera al pasillo cuando terminara.
—¿Queréis usarla vos primero? —preguntó Thork después de llenar el recipiente
ovalado, de tamaño similar a una bañera de cobre de la época de las Colonias.
Cuando Ruby negó con la cabeza él se libró del resto de la ropa y se metió en el agua
humeante con un estremecimiento y un suspiro. La bañera apenas podía contener su
cuerpo. Thork tuvo que doblar las rodillas para caber.
Ruby tragó saliva e intentó continuar explicando por qué no podían hacer algo que
deseaba tanto hacer que le dolía. Empezó a hablar con nerviosismo mientras Thork se
enjabonaba el cuerpo y se lavaba el pelo.
—Al principio existían dos motivos por los que te perseguía, Thork. Estaba muy
preocupada por mi seguridad en una tierra extraña y quería que estuviéramos juntos para
proporcionarles a Eirik y a Tykir un hogar.
—¿Y?
—Bueno, de momento estoy a salvo, al menos hasta que vayamos a Normandía.
—¿Y los muchachos?
—Tykir ahora vive con su familia y no estará tan solo como cuando estaba en Jorvik;
en cuanto a Eirik, bueno, la adopción no es la situación ideal, pero está donde quiere estar.
Estoy segura de que Haakon y él se llevarán bien. Lo que digo es que si yo me… marchara
de repente, no estaría preocupada por ellos. O al menos no demasiado.
—¿Marcharos? —ladró Thork—. ¿Seguís pensando en escapar? —Se levantó
bruscamente de la bañera, salpicando agua por todas partes. Alcanzó una toalla y se secó
con brío, mirándola furioso, esperando una respuesta.
Ruby escogió sus palabras con cuidado.
—No es algo que esté planeando, pero es posible que sea devuelta a mi casa sin previo
aviso. No tendría elección. Por eso es por lo que no quería dejar cabos sueltos con los
niños, que es como si fueran mis propios hijos…
—No, no empecéis otra vez con esa tontería del futuro. Sois una virgen sin
compromiso. No tenéis marido y desde luego nunca habéis estado embarazada.
Ruby continuó hablando, intentando no mirar el cuerpo desnudo de Thork.
—Aun así… otra de las razones por las que hacer el amor contigo sería un error es por
si de repente, de forma misteriosa, tengo que marcharme. Tienes que saber que te amo.
Que llevo veinte años amándote. Tú también me amas. Todavía no lo sabes, pero…
—¿Me amáis? —preguntó Thork, fijándose solo en esas palabras. Se acercó a ella con
los brazos abiertos y una enorme sonrisa.
Ella esquivó sus brazos y se trasladó al otro extremo de la habitación.
—También sé lo mucho que dolió cuando tú… cuando Jack se fue y no puedo permitir
que sufras ese dolor, Thork.
Thork tiró la toalla mojada y la miró con creciente impaciencia.
—De todos modos al final nos separaremos, tanto si es en Normandía como si es en
Jomsborg si decido llevaros hasta allí, de modo que ¿qué más da si hacemos el amor?
—¿Jomsborg? —Ruby arrugó el entrecejo. ¿De qué estaba hablando?
Thork titubeó, reacio a entrar en esa discusión en especial en ese momento.
—No importa. Es solo algo que se me ha ocurrido. —Cogió un peine de marfil y se lo
pasó por el pelo distraídamente—. Si decidís no quedaros en Normandía y si me
complacéis en la cama, consideraría llevaros a Jomsborg conmigo.
¡Complacerle en la cama! Unas pequeñas campanillas de alarma resonaron en la
cabeza de Ruby, que lo miró con desconfianza.
—¿En calidad de esposa?
—¡No! —exclamó Thork. Luego intentó suavizar el tono—. ¿Por qué insistís en
hablar de boda?
—¿Entonces cómo? —Un escalofrío le recorrió la espalda.
—Selik me advirtió de que reaccionaríais así —masculló Thork, disgustado.
—¡Selik! ¿Has hablado de esto con Selik? ¿De qué estamos hablando exactamente?
—De ser compañeros de cama y nada más —soltó Thork—. No tiene nada de malo,
Ruby —se apresuró a añadir al ver por su expresión que se sentía insultada—. Os trataría
bien, os compraría una casa, ropa elegante, joyas, y seríais libre de iros cuando…
cuando… —Dejó de hablar.
—¿Cuando qué? —preguntó ella, con los dientes apretados por la ira—. ¿Cuando te
canses de mí?
La expresión evasiva de su cara lo dijo todo.
—¡Escoria! —gritó Ruby—. ¡Egoísta, egocéntrico, cerdo machista! —Las lágrimas
que le inundaban los ojos cayeron por sus mejillas. Se dio media vuelta y abrió la puerta,
deseando librarse de la presencia de Thork.
La siguió hasta el pasillo, completamente desnudo ya que la toalla que le rodeaba la
cintura se había aflojado.
—¿Necesitáis ayuda joven? —preguntó un guardia borracho—. Si la muchacha es
demasiado para vos, tengo una fusta en mi habitación.
Thork le ignoró y arrastró a Ruby de vuelta a la habitación.
—Quitaos la ropa y meteos en la bañera —ordenó furioso—. Ya me he hartado de
hablar. Me he pasado semanas mimándoos y haciendo más payasadas de las que debería
hacer cualquier hombre. ¡Se acabó! Habéis hecho montones de promesas y ha llegado de
sobras el momento de ajustar cuentas.
—¡No! —Ella se liberó de su agarre.
—Entonces lo haré yo por vos.
Ruby escapó y él la persiguió alrededor de la bañera hasta el otro extremo del cuarto.
La cama se interpuso entre ellos, pero por poco tiempo. Thork saltó por encima y la
inmovilizó contra la pared, levantándole los brazos por encima de la cabeza y apoyando
las caderas contra su estómago.
—Quitaos el vestido u os lo arranco a trozos —la avisó, riendo y divirtiéndose con la
persecución.
Al ver que se negaba a hacerlo, le sujetó ambas muñecas con la mano derecha y colocó
la izquierda en el escote del vestido de seda. Con un rápido movimiento lo desgarró desde
el cuello hasta el dobladillo. Luego hizo lo mismo con la camisola.
Separó los extremos de ambas prendas y devoró con los ojos los pequeños y firmes
pechos que tensaban la fina tela del sujetador de encaje negro y el triángulo de su
feminidad que se ocultaba tras las bragas negras de seda. Le bajó los tirantes por los
hombros mientras ella se debatía, la levantó en brazos y la lanzó boca abajo sobre la cama,
casi ahogándola con el grueso cobertor. Lanzó un juramento mientras intentaba
desabrocharle el sujetador sin romperlo, hasta que por fin lo consiguió, Luego le hizo
darse la vuelta bruscamente y le quitó las bragas y los zapatos.
—¿Ahora vais a bañaros u os lavo yo cada centímetro de vuestro cuerpo? —preguntó
él con suavidad, sentándose sobre su cintura y manteniendo sus manos sujetas por encima
de su cabeza.
Las lágrimas que caían por las mejillas de ella no lo conmovieron ni un ápice. Ruby
asintió.
Thork tiró por la ventana desprovista de cristales cuatro cubos de agua de su baño, sin
preocuparse de quién pudiera haber debajo y puso en la bañera otros cuatro de agua
limpia. Cuando ella se dirigió malhumorada al baño y se metió en el agua hasta el cuello,
Thork la devoró con la mirada, sin ninguna consideración por su pudor.
—Daos prisa. No voy a esperar toda la noche —le advirtió en voz baja y tono
primitivo.
Ruby apretó los labios enfadada, pero obedeció.
Thork acercó una silla a la bañera, se sentó y se quedó mirándola con los ojos
entrecerrados, como un enorme gato esperando una deliciosa comida. Su cuerpo desnudo
se irguió impúdicamente.
—Os está creciendo el pelo —comentó—. ¿Cuánto tardará en llegaros más abajo de
los hombros?
Ruby se encogió de hombros.
—Un año —contestó—. ¿Crees que para entonces ya te habrás cansado de mí? —
preguntó con sarcasmo.
Thork sonrió, negándose a morder el anzuelo.
—Puede.
Cuando Ruby terminó de bañarse pidió una toalla. Thork le trajo una, pero antes de
dársela la hizo ponerse en pie y enjabonó una manopla que estaba en el borde de la bañera.
El agua solo le llegaba a las rodillas.
Ruby lo miró inquisitivamente, con la cara ardiendo de vergüenza por estar de pie
desnuda ante él.
—No os habéis lavado ahí —dijo él con voz ronca, señalando el punto de unión de sus
muslos—. Separad las piernas y hacedlo mientras yo os miro. Despacio.
—No —exclamó Ruby sin aliento, intentando salir de la bañera.
—Sí —ordenó él con suavidad, obligándola a quedarse donde estaba. Le separó los
muslos varios centímetros y le entregó la manopla con expresión implacable—. Hacedlo
mieldebrezo.
Ella lo hizo. Y habría muerto de humillación de no ser porque de pronto se dio cuenta
de que sus movimientos habían resquebrajado la calma de Thork. Un latido en su cuello le
indicó lo mucho que le estaba costando parecer impasible. Su miembro, duro como una
piedra, daba testimonio de su excitación.
—¿Puedo secarme ya? —preguntó por fin con voz ronca.
—No. Quedaos donde estáis.
Thork cogió un cubo y fue vaciando la bañera y tirando el agua por la ventana, hasta
que el agua en la tina apenas cubría los tobillos de Ruby. ¿Qué estaba tramando ahora?
No tardó en saberlo. Thork se arrodilló delante de la bañera, le cogió los tobillos con
ambas manos y le separó los pies. Luego le enjabonó las piernas de arriba a abajo, le
dirigió una maliciosa sonrisa, cogió un afilado cuchillo y empezó a afeitarle las piernas.
—No me miréis así, mieldebrezo. La idea ha sido vuestra, no mía —masculló—, pero
debo admitir que llevo semanas soñando con esto de la depilación. —Al ver que ella no
decía nada, se rió por lo bajo y continuó hablando—. Unas veces soñaba que os afeitaba
mientras yacíais con los brazos y las piernas extendidos en esa roca plana de la laguna de
Dar. Más tarde os imaginé tumbada en el mascarón de proa de mi barco con un muslo
enjabonado a cada lado. Sin embargo mi sueño favorito es uno en el que ambos estamos
desnudos, yo sentado y vos a horcajadas en los brazos del sillón, con mi miembro
endurecido rozando apenas el rocío de la entrada de vuestra feminidad y enjabonándoos…
Ruby se quedó sin palabras por la impresión que le produjeron esas fantasías y la
suavidad con que las dijo. Sintió que se le espesaba la sangre y le pareció que se le
expandía toda la piel.
Thork continuó divagando seductoramente sobre sus imágenes sensuales mientras
lenta y metódicamente le iba afeitando las piernas con la concentración de un experto
barbero. Ruby no estaba segura de sí, de vez en cuando, al ladear la cabeza, Thork le
rozaba a propósito los pezones o el vello del pubis con el pelo. Lo único que sabía era que
sus acciones habían encendido un fuego que le quemaba la piel y se centraba en un
diminuto punto de placer de su cuerpo que parecía hincharse y ansiar que lo tocaran. Se
mordió el labio para evitar que se le escapara un gemido.
—¿Por qué tembláis, mieldebrezo? —le preguntó Thork complacido, mientras le
pasaba la afilada navaja por la cara interna de la parte superior del muslo—. ¿No os fiais
de mí?
Ruby no dijo nada, incapaz de pronunciar una palabra. De repente los dedos de la
mano que le habían estado sujetando el muslo para que no se moviera, entraron en
contacto con los labios de su sexo.
Ruby emitió un grito ahogado.
Los ojos de Thork, hambrientos de pasión, la miraron con sorpresa y luego la
escrutaron buscando confirmación. Emitió un gruñido sordo y dejó caer la navaja al suelo.
—Estáis mojada —declaró con un gemido.
—Es por el baño —jadeó ella.
Thork se rió.
—¡Nada de eso! Es por mí, mieldebrezo. ¡Por mí!
Él dio media vuelta y cogió el corsé.
—Ponéoslo para mí —dijo con voz ronca, con la cara enrojecida y los labios
ligeramente separados a causa de la excitación. Ruby no necesitaba bajar la mirada para
saber lo mucho que la deseaba.
—No —se negó temerariamente, intentando con todas sus fuerzas que se desvaneciera
rápidamente el fuego que ardía entre sus piernas.
—No voy a obligaros, pero vais a ponéroslo… de una manera u otra —aseguró Thork
con voz tensa.
Al ver que Ruby seguía negándose, Thork la cogió en brazos y la llevó hasta la cama.
La tumbó de espaldas y se tumbó sobre ella rápidamente para evitar que escapara.
Superados los límites de su control, ya no era el gentil amante que toda virgen desearía
para su primera vez. Claro que Ruby no parecía una virgen.
La besó posesiva y ávidamente, introduciéndole la lengua profundamente en la boca,
al tiempo que sostenía ambos pechos en sus manos y excitaba los pezones con los pulgares
para luego frotar con el vello de sus piernas las piernas depiladas de ella y disfrutando la
sensación. Sus manos estaban en todas partes a la vez, descubriendo sus más íntimos
secretos y descubriendo los puntos más sensibles del cuerpo de ella. Cada vez que Ruby
intentaba apartar una mano o una pierna de un sitio, él encontraba otro que atormentar de
igual manera, torturándola con el dulce placer.
Cuando la cálida boca de Thork se cerró sobre el pecho de Ruby, ella no pudo evitar
arquearse de placer.
—Más —gimió entonces—. Por favor no pares.
—¿Así? —susurró Thork contra el húmedo pezón, rodeándolo con la punta de la
lengua.
—¡O-o-h!
—¿Y así? —preguntó con voz tensa de pasión, mientras succionaba con fuerza.
Ruby era incapaz de hablar. Cada rítmico movimiento de succión de la boca de Thork
fue prendiendo pequeñas chispas de placer que encendieron todos los puntos eróticos de
su cuerpo. Cuando por fin golpeó ligera y rápidamente, el fuego ardió en toda su
intensidad. Ruby se arqueó y presionó las caderas contra la pelvis de Thork mientras las
primeras llamas la conducían al clímax.
A Thork le costaba respirar. El sudor perlaba su frente.
—¿Vais a ponéroslo ahora? —jadeó, alzándose sobre los brazos extendidos, encima de
ella, mirándola. Su dura erección la inmovilizaba en la cama.
Ruby deseaba hacerlo, pero un pequeño rastro de raciocinio que quedaba en aquella
parte perversa de su cerebro que todavía no se había deshecho, hizo su aparición y sacudió
la cabeza.
Thork la miró con incredulidad durante un segundo antes de echarse a reír. Su
expresión se tornó resuelta. Manteniendo los brazos de ella separados con firmeza a
ambos lados de su cuerpo, se arrodilló entre sus rodillas y le separó los muslos. Luego
continuó bajando y empezó un ataque con la lengua que hizo que Ruby elevara las caderas
y gritara… gritara… y volviera a gritar de puro, saciado y devastador placer.
Thork jadeaba con fuerza.
—¿Os rendís? —preguntó esperanzado, volviendo a apoyarse sobre las rodillas.
Ruby asintió y fue incapaz de moverse cuando él se movió para que se incorporara y
se pusiera la ropa interior que le entregaba. Salió de la cama e intentó ponerse de pie. Las
rodillas se le doblaron de forma humillante y Thork la sostuvo, riéndose complacido al ver
los estragos que le había causado.
La ayudó a ponerse la prenda con una gran sonrisa, una acción sin sentido teniendo en
cuenta que ambos se encontraban en una vorágine de frenesí sexual. Las venas destacaban
sobre la gruesa erección de Thork, amenazando con hacer estallar los sensibilizados
nervios de ambos. Ruby sabía que solo con tocarlo lo llevaría al borde del orgasmo.
Cuando por fin consiguió ponerle el corsé con torpeza, se recostó sobre las almohadas
con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Le pidió que caminara por la habitación. Ella
obedeció.
—Ahora quitáoslo —susurró él.
Ruby se quitó el corsé lenta y eróticamente, de la forma que más le gustaba a Jack,
mirándolo por encima del hombro y acariciándose «como por casualidad» los pechos con
los dedos al bajarse la prenda. De pie, con las piernas ligeramente separadas, se llevó las
dos manos a la cintura y lo bajó más, luego se agachó y sacó una pierna y luego la otra.
—¡Por el amor de Freya! —exclamó Thork al fin, incapaz de seguir de pie.
La arrastró a la cama con él. La sostuvo con fuerza, luchando por respirar, intentando
recuperar algo de control. Por fin la tumbó con cuidado sobre las almohadas y le apartó los
rizos húmedos de la cara.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó con voz ronca y una sonrisa irónica—. No
tengo más remedio que confesar que me habéis hecho superar con creces lo que creía
poder experimentar con una mujer y todavía no hemos llegado a la consumación.
Ruby ya no podía seguir combatiendo la atracción que sentía por ese hombre
devastador. Se rindió con una sonrisa, le puso las manos a ambos lados de la cara y lo
acercó más hacia sí. El tiempo para resistirse ya había terminado.

18
Capítulo

—TE quiero dentro de mí —admitió Ruby con voz ronca—. Más que nada en el
mundo, deseo… oh…
—¿Aquí?
—Por favor.
—¿Así?
—Oh, ¡Dios mío!
Susurrando en voz baja, Thork se movió sobre ella, le abrió los muslos y le dobló las
rodillas. Con una ternura exquisita se colocó en la puerta de su feminidad y lentamente
trató de traspasar la barrera que no debería estar allí. Un chorro de humedad se derramó de
Ruby y Thork gimió, metiendo poco a poco la punta de su dureza. El cuerpo de Ruby se
estremeció y le dio la bienvenida en un agarre orgásmico. Ella giró la cara de vergüenza
por la prematura reacción ardiente de su cuerpo por tan pequeño contacto.
Thork le cogió la barbilla con la mano y la obligó a mirarlo. La miró maravillado
mientras las pequeñas secuelas dentro de su cuerpo aún lo tenían firmemente agarrado.
Entonces, mientras todavía tenía los ojos trabados con los de ella, se movió ligeramente.
El cuerpo se estiró para acomodarlo hasta que al final dio una última embestida,
provocando sólo una pizca de dolor.
—¡Dulce Freya! —jadeó él y cerró los ojos momentáneamente para saborear el
intenso placer.
El interior del cuerpo de Ruby lo agarraba en una caricia de bienvenida mientras su
grosor aterciopelado aumentaba y la llenaba tan ceñidamente que ella no recordaba una
sensación tan exquisita.
—¡Ni… os… atreváis… a… moveros! —le advirtió Thork. Con los ojos fuertemente
cerrados y la boca formando una delgada línea blanca de tensión. Todavía alojado en ella,
al final Thork abrió los ojos y le mantuvo la mirada con intensidad, esperando a que
estuviera preparada para aceptar sus empujes. Le posó besos ligeros en los ojos, orejas y
en la comisura de la boca.
Ruby sintió que su centro de placer empezaba a hincharse y latir. Le cogió el dedo y lo
colocó allí, aún cuando estaban todavía unidos. Asintiendo al entenderlo, la acarició en el
lugar, luego le abrió los pliegues y así su hinchado brote rozaría con su vello encrespado
mientras se mecía de lado a lado.
Susurrando en voz ronca, Thork le dijo con frases entrecortadas que le salían del alma,
que lo que hacía le complacía. Le preguntó seductoramente si este o aquel toque íntimo
era de su gusto hasta que ella no pudo hablar, solo gemir. Sin darle tregua siguió con sus
quehaceres hasta que el nudo creció y dolía, hasta que los músculos internos del cuerpo de
Ruby se contrajeron salvajemente alrededor de su miembro en un violento estallido,
explotando en pequeños orgasmos.
Sólo entonces Thork arqueó su cuerpo sobre ella con los brazos rectos y la cabeza
echada hacia atrás. Empezó con largos y lentos embates que provocaron que sus nalgas se
levantaran de la cama. Se revolvió de lado a lado en dulce tormento.
—Nay, bomboncito, estaos quieta. Dejadme marcar el ritmo.
Ruby envolvió sus piernas alrededor de la cintura de él, y Thork la montó lentamente,
al principio torturándola con embates extremadamente largos, saliendo casi del cuerpo de
ella. Para cuando la penetró duro y rápido, la había empujado al otro lado de la cama y
casi sobre el borde.
Cuando casi alcanzó su cima, Thork le abrió las piernas aún más, así cada vez que la
penetraba le daba en el nudo de placer. Ruby era un vivo y convulsionante espasmo de
terminaciones nerviosas antes de que él por fin se arqueara con fuerza, luego salió de
golpe de su cuerpo y se corrió de un tirón sobre su estómago mientras oleada tras oleada
de placer lo sacudían.
Estuvieron acostados de esa manera durante mucho rato, jadeando entrecortadamente
mientras sus cuerpos lentamente volvían a la normalidad. Luego Thork salió de encima de
ella y la levantó hacia las almohadas, donde él yació de espaldas con Ruby en la curva de
sus brazos. Delicadamente le limpió su semilla de la piel con el borde de la sábana.
Besándola en la coronilla le susurró con ternura:
—Formamos una buena pareja, corazón. ¿No estáis de acuerdo?
—Corazón. Me gusta.
Se frotó la mejilla como un gato contra el torso de él y se durmió rápidamente. Pero
Thork no la dejó dormir mucho esa noche. Despertó su cálido cuerpo soñoliento poco
después, susurrando las ideas que tenía para demostrarle lo bien que encajaban. En un
momento dado, bromeó:
—Es bueno que mantengáis vuestro cuerpo en forma con ese ejercicio vuestro del
footing para que seáis capaz de mantener mi ritmo.
—No. Estás completamente equivocado —le respondió Ruby con una carcajada—. Es
bueno que te dediques a todos esos ejercicios militares así eres capaz de seguir mi ritmo.
Esa vez Thork se durmió y fue Ruby quien lo despertó después con una sacudida
sorpresiva. Ella se sentó a horcajadas sobre su erección semi-erecta.
—Thork eres un triste espécimen de hombre, que necesitas una mujer para aguijonear
tu… interés.
Él diestramente le dio la vuelta, riendo agradecido y mostrándole qué clase de
espécimen era en realidad. Al final, la penetró implacablemente hasta que ella admitió sus
talentos superiores.
Con la luz de las horas previas al amanecer, Ruby se despertó, no por hacer el amor de
Thork si no por un ligero zumbido. Thork estaba apoyado en un codo, observándola
dormir, con una leve sonrisa curvándole las comisuras de su boca relajada. Él cantaba en
voz bajita.
—¿Qué? —preguntó Ruby, desconcertada—. ¿Por qué me miras? ¿Y qué estás
cantando? —Ruby nunca lo había oído cantar, incluso cuando todos los demás vikingos en
el salón de Sigtrygg se ponían a cantar.
—Tengo amigos en las partes baaaaajas —empezó con una preciosa voz ronca de
barítono y le mostró con las manos y un meneo de cejas qué partes bajas tenía en mente.
Garth Brook nunca lo hizo tan bien. Cantó toda la canción ante la sorpresa y el deleite de
Ruby. Nunca se había dado cuenta de que él escuchaba sus canciones.
—Ahora que sé que puedes cantar tan bien, tendremos que hacer un dúo la próxima
vez que me pidan entretener en uno de los grandes salones.
—El único dúo que planeo con vos es justo aquí bajo las sábanas. —Thork gruñó y la
canción que hicieron entonces fue, en efecto, dulce.
Durmieron hasta tarde a la mañana siguiente, y no se despertaron hasta que un
avergonzado Eirik entró en su habitación a mediodía para informarles que el rey Athelstan
había preguntado por ellos. Thork había olvidado la petición del soberano para encontrarse
con él en su salón privado.
—Mirad a ver si podéis encontrar a un sirviente con poco pelo y un gran lunar en la
mejilla —le dijo Thork a Eirik—. Decidle que envíe otra bañera con agua aquí arriba.
—¡Un baño! ¿En la tercera planta? —se mostró reacio Eirik.
—Id u os haré llevarla a vos.
Eirik les lanzó una mirada asqueada a ambos y salió gruñendo del enfado.
Thork se giró hacia Ruby, que tenía el cubrecama hasta la barbilla.
—¿No creéis que le hemos impresionado?
—Más bien asqueado —dijo Ruby irónicamente, mientras salía de la cama para buscar
entre las bolsas de piel de Thork algo de ropa decente ahora que él había estropeado su
vestido color burdeos—. Sabes, no soy su persona favorita.
Cuando dejó caer el cubrecama, Thork inhaló bruscamente.
—¿Yo os hice esto?
—¿El qué?
—Tenéis moretones y marcas de dedos por todo el cuerpo. No me di cuenta que fuera
tan rudo. —Se acercó detrás de ella y le besó suavemente las marcas de dedos en sus
brazos, las quemazones de roces en su garganta—. Dulce, dulce Ruby —murmuró.
—Tampoco es que tú tengas un aspecto fantástico —señaló Ruby mientras se giraba
en sus brazos y unía los de ella alrededor de su cuello. Los labios de él estaban hinchados
por los besos de ella, y, por Dios, ¿en serio eso era una marca de mordisco en el hombro?
Thork le sonrió cálidamente y el corazón de Ruby se sacudió por la intensidad de sus
sentimientos.
—Te quiero —susurró contra los labios abiertos de él—. No, no digas nada —añadió,
poniendo un dedo sobre su boca—. Pase lo que pase con nosotros, quiero que sepas que
todo lo que hice anoche contigo fue hecho por amor, no porque me obligaras, me
sedujeras o por cualquier beneficio que yo quisiera.
Thork tragó con fuerza, manteniéndole la mirada, pero cualquier palabra que pudiera
decir fue impedida por la llegada del codicioso sirviente.
Alegremente el taimado hombre trajo la bañera, mientras Ruby saltaba de nuevo bajo
las sábanas de la cama. Una tropa de jóvenes pajes le siguió con cubos de agua, toallas,
jabón e incluso una bandeja de comida.
—Pensé que tal vez querría romper su ayuno con la joven dama después de una noche
de duro esfuerzo —dijo el halagador sirviente.
Thork lo recompensó con dos monedas.
—Gracias, señor —dijo mientras volvía abajo silbando una alegre melodía.
Cuando por fin entraron en el salón privado del rey, con los dedos entrelazados, Selik
ya les estaba esperando.
—No preguntaré si los dos fuisteis afortunados anoche —comentó con sarcasmo—.
¡Por la teta de Freya! Tenéis el aspecto de haberos frotado el uno al otro salvajemente. Si
no detenéis esa sonrisa, el rey Athelstan pensará que sois un bobalicón.
Thork lo fulminó con la mirada pero Ruby simplemente sonrió.
Al principio Ruby y Selik permanecieron en segundo término, mientras Thork discutía
los detalles del matrimonio de Sigtrygg con la hermana de Athelstan. Ruby se moría por
ver el aspecto de la hermana, pero no estaba a la vista.
Mientras hablaban, Ruby examinó la opulenta sala llena de invalorables libros que el
joven rey coleccionaba. Tenía sus escribas y clérigos copiando manuscritos de todas partes
del mundo. Alfombras persas de primera calidad abrigaban los suelos de piedra,
combinando con los tapices de colores brillantes y unos cuantos cuadros en las paredes.
De hecho, un artista permanecía en una esquina pintando un retrato del rey, incluso
mientras éste llevaba a cabo sus asuntos reales.
Ruby se acercó y miró. La pintura mostraba a un rey Athelstan obsequiando con un
libro a su San Cuthbert favorito. El joven pintor alzó la mirada y le dijo a Ruby:
—Será el primer cuadro de un monarca inglés jamás hecho. Es importante para el rey
Athelstan que lo vean como el nuevo Carlomagno.
Regresó a su trabajo y Ruby volvió al lado de Selik justo cuando Thork le decía al rey:
—Mi hijo Eirik desea ser acogido aquí en su corte junto con su tío Haakon. ¿Permitiría
tal cosa?
—¡Por supuesto! Tan altamente respetado como sois, Thork, como un guerrero, al
igual que como comerciante. Os considero un amigo. Bueno, tan amigo como lo pueden
ser un sajón y un vikingo —dijo el rey con una sonrisa irónica que iluminó su atractivo
rostro.
Ruby sabía que Thork no confiaba en el rey sajón y que los guardias de Thork tenían
órdenes de sacar a Eirik al primer indicio de abuso. Era difícil de imaginar la crueldad en
un hombre tan aparentemente gentil como Athelstan. Además, Ruby se preguntaba si sería
verdad que este hombre atractivo era célibe.
—No sabía que tuvieras hijos —siguió Athelstan—. ¿Por qué no me lo dijisteis antes?
¿Hay más? ¿Y una mujer?
—Tengo dos hijos pero durante años negué que fueran mis hijos por el…
—Peligro —terminó el rey por él—. Qué bien entiendo el peligro que representan los
hombres avariciosos, especialmente los hermanos.
Thork y Athelstan intercambiaron miradas conocedoras antes de que Thork continuara.
—Éste es Eiriz, que querría ser su escudero. Tiene diez inviernos. Y nay, no hay
mujer… todavía, aunque acabo de comprometerme. —Pasó a describir la familia de Elise
y la razón para la alianza.
A Ruby se le hundió el corazón ante las frías palabras sobre el niño y el recordatorio
de su inminente matrimonio. Con todo lo que había compartido con Thork la noche
anterior, se había olvidado que estaba prometido a otra.
El rey asintió.
—Será un buen partido. Conozco bien a la familia y la localización de sus tierras.
Los ojos de Thork conectaron con los de Ruby en una tierna disculpa. Parecía saber
que esas palabras sobre su matrimonio la herían.
Entonces el rey se giró hacia Ruby, haciéndole muchas preguntas sobre sus
reivindicaciones de venir del futuro. Se burló de sus palabras del viaje en el tiempo pero
dijo que sospechaba que podría ser una de esas videntes con talento que podían ver el
futuro. Sorprendentemente no estaba tan interesado en su destino personal como en lo que
pasaría en el futuro con el arte, la literatura y la educación.
—¿Todo niño tiene derecho a la educación gratuita en la escuela durante doce años?
—exclamó el rey después de escuchar a Ruby durante un corto periodo—. ¡Qué
extraordinario! ¿Pero cómo puede ser eso? ¿No los necesitan como guerreros en tiempos
de guerra o granjeros en tiempos de paz? ¿Y cómo es posible ser enseñado durante doce
años enteros?
Ruby sonrió ante su entusiasmo. Miró a Thork y a Selik que estaban sentados en unas
grandes sillas talladas con las piernas estiradas, sacudiendo las cabezas con asombro por
las cosas que ella se sacaba de la manga.
—En mi país ya no hay el llamamiento a filas. El ejército se consigue de las fuerzas
voluntarias. La agricultura es una pequeña parte de la economía. Y el programa escolar —
dijo intentando utilizar palabras que él comprendiera—, bueno, está incluida la historia, el
trabajar con números, estudiar las plantas y los animales, la música, el arte, el ejercicio, la
lectura, la escritura…
—¿Se le enseña a todo el mundo a leer y a escribir? —preguntó el rey sorprendido.
—Sí, por supuesto.
Ruby veía que esto era más de que lo que los tres hombres podían comprender.
—Le contaré una cosa del futuro que podría interesarle, ya que parece que le gustan
tanto los libros. Inventarán un producto llamado papel. Es como el papiro pero mucho más
delgado y más barato de fabricar. En mi tierra, todo el mundo tiene libros en sus casas, no
solo los ricos.
—Creo que me gustaría visitar su tierra algún día —dijo el rey con un suspiro, luego
preguntó si le contaría alguna de las historias por las que había obtenido tanta fama, al
igual que cantar sus famosas canciones.
Ruby relató su repertorio completo de historias infantiles y el rey lamentó el hecho de
que su mejor escriba estuviera enfermo y no fuera capaz de transcribirlas para él. Le
sugirió que visitara su scriptorium al día siguiente.
Entonces cantó “Ruby” y “Lucille” para él y agregó el título de la canción del show
de Broadway Camelot, el cual pensaba que atraería especialmente al rey Athelstan ya que
su corte parecía que encarnaba muchos de los mismos ideales. Él estaba encantado con
todos ellos, aunque al rey galés Arthur se le conociera por su valor en la lucha contra los
sajones muchos años antes. Le preguntó si entretendría a sus huéspedes esa noche.
—Debo declinarlo en nombre de Ruby —interrumpió Thork—. Partimos muy pronto
en la mañana a Normandía.
—¡Normandía! ¿Por qué? —preguntó entrecerrando los ojos.
Ruby sospechaba que al rey no le gustaba Hrolf, su poderoso ancestro vikingo.
Ciertamente, se dio cuenta de pronto, no sería un buen presagio para la Inglaterra sajona si
se formase una coalición entre Northumbria y Normandía.
—Ruby reclama parentesco con Hrolf —dijo Thork—. El rey Sigtrygg me ha
ordenado que la lleve ante él.
Dios bendiga a Thork por no revelar ningún detalle más al rey, rogó Ruby
silenciosamente. Ella parecía agradecida, pero él la ignoró, dando su completa atención a
Athelstan, quien todavía les escrutaba con sospecha.
—Qué interesante —dijo el rey mirando a Ruby con nuevos ojos. Luego se giró de
vuelta hacia Thork—. Ya que no tenéis que partir hasta la mañana, ¿por qué no ir ahora a
vuestros barcos a realizar los arreglos finales y volvéis para las festividades de la noche?
—sugirió Athelstan—. Dejad a Ruby aquí para hablar conmigo.
A Thork no parecía gustarle para nada esa idea, pero no dijo nada, juntando los labios
en una delgada línea. Selik estaba claramente divertido por los celos y la irritación de
Thork.
En cuanto ellos se fueron, Athelstan arrastró su silla más cerca de Ruby y dijo a los
nobles y criados que estaban de pie tras él que se retiraran.
—Cuando era niño, mi abuelo Alfred puso una toga escarlata sobre mis hombros y
abrochó una maravillosa espada envainada en oro a mi costado —le confió a ella tan
pronto como estuvieron solos—. Algunas personas pensaron que eso significaba que
pretendía hacerme rey ya que “nací para el púrpura”, pero no era para tanto. Mi madre era
una hermosa mujer, pero sólo una pastora y mi padre Edward nunca se casó con ella.
—No entiendo. ¿Por qué me estás contando esto?
El rey levantó la mano como si estuviera llegando a ello.
—Mi padre se casó dos veces y reconoció a ambas mujeres como reinas. Yo soy un
mero rey regente. Por ello es por lo que es importante para mí preservar la sucesión
Alfrediana para los jóvenes príncipes athelings[29], mis hermanastros. Para hacer eso,
debo permanecer…
—…célibe —terminó Ruby por él, finalmente percatándose del sentido de la discusión
de Athelstan.
—Había escuchado que vos…
—…abrí mi gran bocaza en Jorvik y hablé a las mujeres sobre control de natalidad.
El joven y carismático rey sonrió, complacido de que ella le entendiera tan bien.
—Este celibato no es una virtud fácil —dijo con un brillo pícaro en el ojo.
Ruby se inclinó hacia delante y le dijo todo lo que sabía, lo cual no era demasiado,
pero él estaba extremadamente interesado en todo ello.

* *

Esa noche Ruby ya estaba en el gran salón, llevando la túnica de seda verde, que
Astrid le había dado, con los prendedores de dragón y el cinturón de Thork, cuando Thork
y Selik por fin regresaron. Se sentó en la mesa principal ante la invitación del rey
Athelstan, mientras Thork y Selik se situaban varias mesas más abajo “por debajo de la
sal”.
Intentó escuchar atentamente todo lo que el rey le decía, pero su vista no paraba de
girarse hacia Thork, quien la atravesaba con una mirada enojada mientras bebía una copa
de vino tras otra. Selik sonrió, disfrutando inmensamente de la incomodidad de Thork,
palmeándolo en el hombro con compañerismo, a lo cual Thork hizo caso omiso con
disgusto.
Como hombre observador, el rey Atheltan al final le susurró:
—Thork se está volviendo verde de envidia, cielo. Debe de quereros mucho.
Realmente, la cara de Thork estaba roja de furia ante los susurros del rey tan íntimos
en su oído, y Ruby temió que pudiera hacer algo que provocase una lucha.
—Debo irme ahora —dijo a Athelstan.
—Oh, no antes de que cantéis para nosotros —solicitó y alzó la mano para finalizar la
comida y que se desmantelaran las mesas.
Ruby cantó otra vez todas sus canciones, incluida “Help me make it through the
night” y miró directamente a Thork con la esperanza que supiera que cantaba para él. Al
minuto en que Ruby dijo al rey que no podía cantar más, Thork estuvo a su lado,
empujándola furiosamente desde el salón.
—Nunca, nunca volváis a hacerme eso —dijo a través de dientes apretados.
—¿Qué?
—Exhibiros en invitación ante el rey. ¿Ha renunciado ya a su voto de celibato?
Ruby se habría reído si Thork no hubiera parecido mortalmente serio y si no se hubiera
sentido herida ante las furiosas palabras. Pensó en decirle a Thork sobre su discusión de
control de natalidad con el rey, pero decidió que no estaba de humor para apreciar la
gracia de ello en ese momento. Quizás más tarde.
—No coqueteaba ni provocaba al rey —le dijo pacientemente—. Simplemente hablaba
con él.
—¡Por la sangre de Thor! Os adulaba de todas las maneras posibles.
Estaban en el tercer piso, casi en su habitación de la torre, cuando Ruby mencionó el
asunto que la había estado molestando todo el día.
—Thork, tenemos que hablar sobre lo que sucedió entre nosotros anoche. Fue
maravilloso, pero fue un error. Me acordé de ello cuando le hablaste al rey de Elise.
Tenemos que ser fuertes. No podemos permitir que suceda de nuevo.
Thork abrió la puerta y la empujó al interior, luego la inmovilizó contra la pared con
su cuerpo y la besó hambrientamente. No satisfecho con eso, la levantó del suelo por la
cintura, con lo que sus pies colgaron libres y la uve de sus piernas encontró su furiosa
excitación.
Él gimió y dijo con tono áspero:
—Dios, Rube, os he echado mucho de menos hoy. ¿Pensasteis vos siquiera en mí? —
La izó aún más alto, envolviendo las piernas de ella alrededor de su cintura e hizo unos
pocos y diestros ajustes en sus ropas. En segundos, estaba conduciéndose en su interior
con la espalda de ella contra la pared de piedra.
Ruby se olvidó de ser fuerte. Olvidó que esto se suponía que no debería de estar
pasando de nuevo. Olvidó todo excepto ese momento, ese hombre y el amor que sentía por
él.
Algunos minutos más tarde Selik llamó a la puerta, diciendo que necesitaba hablar con
Thork de algo sobre su partida en la mañana.
—Iros —refunfuñó Thork, pero cuando la llamada persistió finalmente abrió la puerta
con una fuerte maldición.
Selik se quedó con la boca abierta. Embobado ante sus ropas arrugadas y respiración
fatigada.
—Buen lord, Thork, si osáis alguna vez criticarme de nuevo, os recordaré esta noche.
¡Caramba! Solo habéis estado fuera del salón unos pocos minutos, Thork. ¿No tenéis
mejor control sobre vos mismo que esto? ¡Tsk, tsk!
Thork estrelló la puerta en su cara sonriente.

* *

La siguiente mañana se levantaron de madrugada, y después de recoger sus
pertenencias en la bolsa de Thork fueron a buscar a Eirik. Lo encontraron en la gran sala,
donde dormía en un camastro cerca de su tío Haakon. Eirik frotó sus ojos un poco aturdido
aún, luego buscó con tristeza a su padre.
—¿Os vais ahora? ¿Tan pronto?
—Sí, debemos alcanzar la corriente para el mediodía. ¿Estáis seguro de que queréis
quedaros, hijo? Aún podéis cambiar de opinión.
—Sí —replicó Eirik asintiendo de forma vacilante.
—Entonces, que así sea. Os he dejado suficientes monedas para cubrir vuestros gastos
para dos años si no soy capaz de regresar antes de eso. Si hay alguna cosa más que
necesitéis, o si sospecháis de algún peligro por parte del rey, o si escogéis no acogeros
aquí por más tiempo, podéis enviar un mensaje a vuestro bisabuelo. Dádselo a través de
Vigi o de uno de los guardias que se quedan con vos. ¿Entendido?
Una vez más, Eirik asintió, pero lágrimas manaron de sus ojos ante la inminencia de la
partida de su padre impactándole finalmente.
Thork inspeccionó rápidamente la sala para ver si alguien los observaba. Sintiéndose a
salvo, tiró bruscamente a Eirik entre sus brazos y se abrazaron uno a otro con fuerza
durante largo tiempo.
Era la primera vez que Ruby había visto a padre e hijo mostrar afecto físico el uno por
el otro. Ruby cerró los ojos brevemente con tristeza ante la absoluta intensidad del
momento. ¿Cuántos momentos como estos habrían sucedido allí en el pasado?
Su turno era el próximo.
—Eirik, cuídate. Ten siempre presente que hay personas en este mundo que te quieren
mucho… yo incluida —Ruby se atragantó—. Pienso que puedes aprender mucho de este
rey sajón sobre lo que es importante en la vida, además del poderío militar. Saca provecho
de todo lo que pueda enseñarte. —Luego, sin cuidar si se opondría a ello o no, Ruby lo
abrazó de forma cálida y le besó la mejilla repetidamente, humedeciéndole la cara con sus
lágrimas.
Ruby se desahogó silenciosamente mientras ella, Thork y Selik caminaban a través del
bailey en un silencio sepulcral hacia los establos y los caballos que les llevarían al río
Támesis y a los barcos de Thork. Sólo una vez habló:
—Thork, ¿cómo puedes soportar dejar a un niño de diez años de esta forma?
Los duros y desolados ojos que posó sobre ella casi rompieron el corazón de Ruby.
Ella se achicó ante el silencio condenatorio de Thork por sus apresuradas palabras.
Entonces él dio una zancada al frente, dejándola atrás con Selik.
Ni siquiera Selik estaba con sus bromas habituales.
—Mejor déjalo solo un rato. Siempre actúa así cuando debe dejar a sus hijos.

* *

Con todo el tráfico por la coronación del rey Athelstan, los cinco barcos de Thork
tardaron todo el día en maniobrar por el Támesis para llegar a mar abierto. Los olores, la
congestión y los frustrantes retrasos consiguieron trasformar el mal humor en algo incluso
peor para cuando acamparon al anochecer.
Esa noche en su tienda, plantada en la periferia del campamento, Ruby tomó la
iniciativa a la hora de hacer el amor, intentando ganarse el favor de Thork con caricias
suaves y palabras dulces ante la pérdida que sabía que él debía de estar sintiendo por dejar
a su hijo. Cómo lo había hecho todos esos años estaba más allá de su comprensión.
La primera vez que se encontró con Thork, Ruby había pensado que era cruel y que
carecía de amor por abandonar a sus dos hijos. Ahora se preguntaba si no era, de hecho,
un hombre valeroso que se estaba desangrando por dentro de soledad.
Una y otra vez durante la noche, Ruby susurró “te quiero”. Él nunca le devolvió las
palabras y eso desgarraba su corazón, pero Ruby las dijo de todos modos porque estaba
cada vez más convencida que nadie, ni padre, ni madre, ni hijo, ni siquiera alguien
amado… nadie… le había dicho esas palabras antes. ¿Cómo podía una persona… hombre
o mujer, niño o adulto, vivir alguna vez sin sentirse amado? Era un pensamiento
escalofriante.
No partieron para Normandía el día siguiente. En vez de ello, todas las mercancías de
los cinco barcos se descargaron y se trasladaron alrededor del campamento.
Aparentemente, mientras se relajaban en la coronación de Athelstan, los hombres de
Thork habían estado ocupados comerciando en Londres y vendiendo la cantidad de dos
cargamentos de mercancías.
Thork decidió que dos barcos vacíos retornarían a Jorvik, donde Olaf los reabastecería
con productos para el comercio y que luego se encontrarían con Thork y Selik en Hedeby,
un pueblo comercial del sur en la punta de la península de Jutland. Después de que Thork
finalizara sus negocios en Normandía, él y Selik irían a Hedeby, luego a Jomsborg, donde
los barcos se trasformarían en navíos militares.
Durante el día los hombres se rieron por lo bajo ante las suaves miradas que Thork y
Ruby intercambiaban constantemente. Por la noche, a través de palabras susurradas y
caricias suaves como plumas, Ruby y Thork tejían redes de amor, sin hablar por parte de
él, lo que les acercó y acercó aún más. Coartados por la proximidad de los oficiales de
cubierta de los barcos de Thork en las tiendas cercanas, su forma de hacer el amor era más
suave y tranquila que la salvaje y desenfrenada con que se unieron en el palacio de
Athelstan, pero igualmente satisfactoria.
Ruby no combatió por más tiempo su “hacer el amor” como una decisión poco
prudente. En vez de ello, lo trató como el destino; una inevitable progresión en su extraño
viaje a través del tiempo, algo que estaba predestinado por alguna razón que aún tenía que
entender.
Thork todavía tenía la intención de casarse con Elise. Ruby aceptaba eso
fatalistamente, aun cuando nunca hablaban de ello o de su propio futuro juntos. Thork
probablemente esperaba que ella fuera con él a Jomsborg como su amante, al menos por
un tiempo. Las emociones de Ruby eran frágiles como el cristal en ese momento, y evitaba
una confrontación con Thork sobre el asunto. Lo cierto es que temía que pudiera romperse
en un millón de piezas si presionaba buscando un compromiso y Thork le decía que eso
era todo lo que significaba para él, una compañera de cama.
Por ello hacían el amor y fingían que todo estaba bien, evitando cada uno discutir la
purulenta llaga entre ellos. Un día cada vez, era todo con lo que Ruby podía tratar ahora
mismo. Pero rezaba mucho.

* *

Finalmente los tres barcos cruzaron el Canal de la Mancha hacia Normandía, mientras
los otros dos volvían al norte hacia Jorvik. Tan pronto tuvieron los barcos anclados en
Normandía, un contingente de hombres armados se alineó en la orilla. Habiendo
reconocido los colores de los barcos, los vikingos normandos los escoltaron a la torre del
homenaje de Hrolf. Trataron a Thork con desconfianza ya que era, después de todo, hijo
de Harald, alto rey de Noruega, un enemigo odiado de Hrolf.
Rodeado por guardias que los amenazaban con armas, entraron en la gran sala del
palacio fortificado de Hrolf en Rouen. Un hombre enorme, al menos de uno noventa y seis
y fornido como un árbol, estaba de pie para darles la bienvenida. Ruby podía ver cómo
había ganado el sobrenombre de “El Caminante”. Ciertamente, no muchos caballos podían
sostener a un hombre de su talla.
—Os doy la bienvenida a Normandía, Thork —dijo Hrolf con voz educada pero fría
—. Avanzad y compartid una jarra de ale conmigo. —Mientras tanto, sus ojos lo
atravesaban con helada desconfianza.
Hrolf los atrajo hacia un fuego crepitante, el cual contrarrestaba el frío del brumoso
día. Varios hombres y mujeres bien vestidos estaban sentados allí, incluyendo a una señora
que él presentó afectuosamente con un golpecito en el brazo como Poppa. Ruby no estaba
segura de si era su mujer o su amante.
Thork cambió de posición inquieto y fue directo al grano.
—Vengo de parte del rey Sigtrygg y después de aquí voy a Hedeby, luego a Jomsborg
donde reanudaré mis obligaciones de jomsviking.
Los inteligentes ojos de Hrolf examinaron a Thork de modo penetrante.
—¿Qué quiere de mí ahora ese viejo oso astuto?
Thork lanzó una mirada inescrutable a Ruby, pareciendo sopesar sus pensamientos
cuidadosamente antes de hacerle dar a ella un paso hacia delante con una mano en su
codo.
—Me envió aquí con esta mujer… Ruby Jordan. Alega ser pariente vuestra.
—¿Mía? ¿Cómo podría ser eso? —exigió Hrolf consternado, echando una mirada de
disculpas hacia Poppa—. ¿Un recuerdo de una muchacha de la aldea? ¿Qué reclamáis,
chica?
Todos los ojos se giraron hacia Ruby, con una exclamación colectiva cuando el grupo
entonces giró la vista hacia la mujer de mediana edad situada en el extremo del círculo
sentado. Ruby tenía exactamente el mismo aspecto que la mujer debió tener en su
juventud. Ruby pronto se enteró que Eddha era la hermana mayor de Hrolf. Thork y Selik
miraron fijamente e incrédulos a Ruby, dándose cuenta que ella había dicho siempre la
verdad. El alivio suavizó los tensos rasgos de Thork cuando las implicaciones del parecido
se aclararon.
—Ahora no tendréis que cortarme la cabeza —susurró Ruby con morbo, golpeándole
las costillas con el codo mientras Hrolf y su familia discutían nerviosos la situación entre
ellos.
—Nay, pero podría zurraros el trasero —respondió Thork con humor mordaz—. ¿Qué
más me habéis ocultado?
Ruby estaba a punto de recordarle que siempre le había estado contando la verdad
cuando Hrolf la llamó para que se acercara y le pidió que se sentara en la silla a su lado, la
cual despejó ahuyentando a un joven hesir. Thork y Selik se dejaron caer en pesados
sillones traídos por sirvientes apresurados y dieron sorbos a las copas de vinos colocadas
en sus manos.
—Ahora contadme la verdad. ¿Quién sois? —exigió Hrolf.
Ruby miró a Thork, preguntándose si ella se atrevería a contarle la verdadera historia.
Alzó los ojos al cielo, lo cual no ayudó en absoluto. Decidió hacer un intento.
—Vengo del futuro, del año 1994 —empezó lentamente e inmediatamente vio que
todo el grupo la miraba fijamente con atónita incredulidad, preguntándose si era una
broma o estaba loca.
Hrolf miró enojado a Thork, que se encogió de hombros con desesperación fingida,
riéndose.
—Podéis ver él porqué Sigtrygg la envió aquí. ¡Está convencido que espía para Ivar y
quiere decapitarla!
—¿Ese hijo de puta ejecutaría a alguien que afirma ser pariente mío? —interrumpió
Hrolf con los ojos entrecerrados.
—Nay. Por esto me envió aquí, para que me asegure de los lazos de sangre. No quiere
ofenderos.
—¿Y si reniego de ella? —Hrolf apretó los labios pensativamente, calculando el juego
de Sigtrygg.
Thork tensó la mandíbula y sus labios se estrecharon en una rígida línea. Le llevó
mucho rato antes de responder, un nervio traicionero se movió cerca de sus labios severos.
—Me ordenó decapitarla.
Hrolf miró a los dos alternativamente, luego estalló en carcajadas tan fuertes que las
vigas parecieron temblar.
—Por la sangre de Odín, ese granuja rey vuestro disfruta poniéndoos en apuros, ¿no,
Thork?
Thork no respondió, claramente molesto porque Hrolf se burlara de él.
Hrolf se giró otra vez hacia Ruby, exigiendo con una sonrisita que indicaba su
incredulidad sobre su viaje en el tiempo.
—Cuéntame más de ti.
Ruby se puso tensa ante su tono burlón pero inhaló profundamente para controlar su
genio.
—Bien, hice un árbol genealógico hace tres años, rastreando la historia del lado de mi
padre, que se remonta a más de mil años. Fui capaz de hacerla con facilidad porque hubo
un buen número de gente famosa en el trayecto, como James, el Duque de Ormond —
Ruby dudó, notando el coro de carcajadas entre la gente cuchicheando. ¡Caray! Pensó. No
se andaría con rodeos—. Supongo que usted es mi abuelo eliminando unas cincuenta
generaciones.
Hrolf la miró inexpresivo y el silencio absoluto cubrió el salón, a excepción del
chisporroteo del fuego.
—No me acuerdo de todo —siguió Ruby obstinadamente—, pero sé que su tátara-
tátara-nieto será Guillermo el Conquistador.
—¿Guillermo qué?
—Guillermo el Conquistador, uno de los mayores líderes militares de todos los
tiempos. El conquistador normando que se convertirá en el rey de toda Inglaterra.
—¿Decís que uno de mis descendientes derrotará a toda Inglaterra y se convertirá en
su rey? —preguntó excitado Hrolf. Fascinado e ignorando los resoplidos de incredulidad a
su alrededor.
Ruby asintió y una sonrisa satisfecha dividió el rostro curtido de Hrolf.
—Además, aunque ahora no lo llaman duque, los libros de historia se refieren a usted
como el primer Duque de Normandía.
—¿Le hicisteis cumplidos similares a Sigtrygg, esperando ponéroslo en el bolsillo? —
se burló Hrolf con recelo, seguramente pensando que se inventaba esas profecías falsas
para levantar su ego.
—¡Ja! Pienso que Sigtrygg es un cerdo que siente fascinación por la decapitación —
exclamó Ruby impulsivamente, luego se puso la mano en la boca, dándose cuenta de lo
inapropiado que su comentario debió sonar. Pero los hombres se rieron con ganas y las
mujeres se rieron tontamente apreciando su vehemencia contra un hombre que ellos no
admiraban.
—Contadme más predicciones de mi familia —exigió Hrolf, mientras un sirviente
tendía a Ruby una copa de vino dulce. Ruby se percató que Hrolf, igual que el rey
Athelstan, pensaba que ella era una vidente, una persona con talento para prever el futuro.
—No me acuerdo mucho de todos los hijos y nietos —aventuró cuidadosamente,
decidiendo no forzar el tema del viaje en el tiempo—, pero conozco la línea de sucesión.
Tiene un hijo, Guillermo Larga-Espada, que extenderá muchísimo su ducado al añadir
Cotentin, o Cherbourg…
Todo el mundo giró la mirada hacia el joven que permanecía de pie detrás de la silla de
Poppa, luego de vuelta a Ruby. Los ojos del adolescente se hicieron más grandes al
mencionar ella su nombre.
—… y Guillermo tendrá un hijo, Ricardo I, llamado El Sin Miedo, que tendrá un hijo,
Ricardo II, llamado El Bueno, y éste tendrá un hijo, Robert, llamado de forma alterna El
Magnífico o el Diablo. El único hijo de Robert será Guillermo el Conquistador.
El emotivo silencio que siguió a sus palabras no le dijo nada a Ruby. No sabía si había
dicho algo bueno o malo, si había ido demasiado lejos o no.
Por fin Hrolf exhaló ruidosamente.
—¡Bueno, bueno, bueno! Menudo lío tenemos aquí. A todas luces, chica, no venís del
futuro. Es imposible, pero está igualmente claro que sois de mi sangre. El parecido con mi
hermana no puede ser un error, a pesar de ese pelo corto. —Le examinó el pelo de cerca
—. ¿Por ventura estáis enferma? ¿Es por eso que os lo habéis cortado tanto?
Thork se ahogó con el vino y Selik se mordió el labio para ocultar una sonrisa.
—No, es la moda en mi país —dijo Ruby, levantando la barbilla con orgullo.
—¿Y eso? No, no me lo digas —se rió Hrolf, alzando la mano para detener la
respuesta—. Hoy ya no estoy de humor para más fantasías del futuro.
—¿Qué relación compartís con mi nieta? —le preguntó con fría formalidad a Thork
volviéndose contra él. Su énfasis en la palabra de parentesco parecía darle un sello oficial
a la aceptación de Ruby en su corte, si las penetrantes miradas intercambiadas por su
familia eran una indicación.
Durante mucho rato, los ojos de Thork sostuvieron los de ella como si intentara
conseguir respuestas que todavía no había resuelto. Luego miró a Hrolf directamente a los
ojos.
—Es mi mujer.
El corazón de Ruby dio un brinco de regocijo y esperanza.
—¿Estáis casados? —persistió Hrolf.
—Nay. Me prometí a otra antes de abandonar Northumbria —admitió Thork y luego
explicó las circunstancias precedentes a su renuencia al compromiso.
Hrolf asintió.
—¿Y también queréis casaros con Ruby?
Thork miró a Ruby de nuevo, evidentemente no queriendo hablar públicamente de
asuntos privados, pero al final reconoció:
—Nay, he asumido demasiados modales cristianos para tener más de una mujer. En
verdad, preferiría no tener ninguna. No renunciaré a los jomsviking.
Ruby pudo sentir que el color se le iba del rostro ante las familiares palabras que él
dijo, crueles palabras cortantes, a pesar de haberlas escuchado antes.
—¿Y qué hay de Ruby? ¿No sentís nada por ella? ¿La queréis? —habló Poppa por
primera vez, viendo el dolor en el rostro de Ruby.
La mandíbula de Thork se apretó con fuerza. Claramente no quería responder las
preguntas de Poppa, pero sabía que su silencio sería considerado grosero por parte de
Hrolf.
—¿Qué tiene que ver el amor con esto? —eludió.
Sorprendida, Poppa continuó con el tema.
—Es obvio para mí que os preocupáis por la chica. ¿La abandonareis aquí cuando
vayáis a Jomsborg?
Una vez más, la mandíbula de Thork se tensó ante las preguntas personales. Sus ojos
preocupados se trabaron con los de Ruby, intentando comunicar su disculpa por esta
ventilación pública de sus problemas. Ella vio cómo flexionaba los dedos antes de
responder.
—Preferiría llevarla conmigo a Jomsborg cuando me vaya, pero será elección suya si
viene conmigo o se queda aquí… si es bienvenida.
Ruby notó lo difíciles de decir que esas palabras fueron para Thork y lo amó por su
honestidad.
Pero Poppa echó a perder el momento al presionarlo enfadada.
—¿Como compañera de cama? ¿Le pediríais que os acompañara con una categoría
levemente superior a la de una esclava?
Thork miró a Ruby sombríamente antes de afirmar desafiante.
—Eso es una discusión entre Ruby y yo, en privado. Es asunto nuestro y de nadie más.
Hrolf se ofendió con las palabras de Thork.
—Nay, en esto os equivocáis. Cuando la trajisteis a mi corte para que la aceptara en mi
familia, se convirtió en asunto mío. Le concertaré un buen matrimonio, no un arreglo sin
amor con un hombre que la abandonaría en un tris, si él así lo eligiera.
Viendo la sublevación de ira en los ojos de Thork y en los puños apretados mientras se
levantaba de la silla, Hrolf anunció claramente.
—Por hoy nada más, amigo mío. Lo discutiremos de nuevo más tarde.
Ruby se levantó con un silencio espeluznado, escuchando mientras discutían de ella
como si fuera una pieza de carne sin derechos para decidir su propio destino. ¿Quiso decir
Hrolf que ella no tendría elección en la decisión de ir con Thork o quedarse? ¿Había
saltado de una sartén a otra?
—Llevad a Ruby a una habitación cerca de la nuestra, Poppa, así podrá descansar y
prepararse para la cena —ordenó Hrolf, luego le dijo a Thork en un tono de voz que no
admitía discusión—. Vos y Selik compartiréis una habitación en el ala donde duermen mis
hesirs.
Ruby miró impotente a Thork, cuyos ojos acusadores sostuvieron los de ella durante
un largo instante. ¿Pensaba que ella había planeado esto? Después de todo estaban juntos
desde la salida de Jorvik, ¿cómo podía dudar de su amor o de que quería estar con él? A
pesar de sus ojos llenos de lágrimas, él se giró de espaldas a ella con helado desdén.
Una sensación inexplicable de vacío abrumó a Ruby, seguido por un presagio de que
su futuro con Thork estaba en verdadero peligro.

19
Capítulo

DURANTE la siguiente semana, a Ruby la trataron como a un cachorrillo recién


adoptado: la llevaron en especiales visitas al castillo y a la recientemente construida
catedral, vestida con las más lujosas ropas y adornada con joyas, aceptada como un ser
querido que vuelve a casa tras largo tiempo de ausencia. Por la noche se sentaba a la mesa
de honor junto a la familia y los invitados favoritos de Hrolf. Más tarde la forzaban
mediante halagos a contar historias y cantar, hasta que, exhausta, rogaba permiso para
parar. Después, no podía dormir ansiando a Thork.
Se sentía desgraciada.
Hrolf y su corte conspiraban para mantenerla separada de Thork. No les daban
oportunidad para hablar en privado, ni, por descontado, tocarse, besarse o compartir una
cama. Ruby se desesperaba por él a través de la distancia del salón, incapaz de soportar las
acusadoras y heridas miradas que él le lanzaba. Parecía pensar que su separación la
complacía, que lo había utilizado para conseguir su objetivo último: la seguridad de estar
bajo la protección de Hrolf.
Tres noches antes, Thork se había abierto camino entre los vasallos que rodeaban al
dirigente normando y exigido:
—Con vuestro permiso, Hrolf, querría hablar con Ruby en privado.
Ruby sabía lo que las corteses palabras escocían a Thork, quien lo que de verdad
deseaba era rugir a Hrolf por sus taimadas tácticas.
—Más tarde. Más tarde. —Hrolf evitó tranquilamente dar una respuesta preguntando
—. ¿Qué opináis de que el rey Athelstan esté construyendo burhs fortificados?
Luego, la noche siguiente, Thork lo intentó de nuevo, pero Hrolf le desvió urgiendo:
—Vamos, contadme qué mercancías transportáis en vuestros barcos. Puede que tengáis
algunas cosas que necesito para mis tropas o alguna chuchería que haga feliz a Poppa.
Por último, esta noche, Thork ni siquiera lo había intentado. Bebió abundantemente,
observando a Ruby con ojos de halcón, con toda seguridad percibiendo que había perdido
peso y tenía oscuras ojeras debido a la falta de sueño. Ruby ansiaba ir a donde Thork para
asegurarle su amor, pero los dos guardias apostados junto a ella en todo momento
coartaban cualquier esfuerzo.
Observando el excesivo consumo de alcohol de Thork, así como las insolentes miradas
que lanzaba en su dirección, Hrolf, su anfitrión, dejó bruscamente su cáliz sobre la mesa y
ordenó fríamente a un sirviente:
—Decidle a ese cachorro lleno de pulgas de Harald que deseo hablarle… si no está
demasiado borracho con mi cerveza.
A pesar de la gran cantidad de alcohol que debía haber consumido, Thork se las
arregló para acercarse al estrado con rígida dignidad, ignorando manifiestamente a Ruby,
que permanecía sentada cerca de allí. Sus ojos inyectados en sangre hablaban de noches
sin dormir y mudo dolor. Ruby se puso en pie para acercarse a él, pero uno de los guardias
le puso una firme y prohibitiva mano en el hombro, obligándola a sentarse de nuevo. El
rostro impasible de Thork no mostró ninguna emoción, pero Ruby pudo ver cómo
apretaba y aflojaba los puños, que mantenía a la espalda, en una actitud aparentemente
casual. El movimiento enviaba ondas a través de los fibrosos músculos de sus brazos
desnudos.
—¿Desea el cachorro bastardo de Rongwald dirigirse al cachorro bastardo de Harald?
—espetó Thork a Hrolf, devolviendo el insulto recibido a través del mensaje del
mandatario normando.
La actitud arrogante de Thork, así como sus insultantes palabras, enfurecieron a Hrolf.
Se puso en pie enfadado, haciendo que todos los de su alrededor parecieran enanos debido
a su tamaño y su temperamento. Solo la mano de Poppa en su brazo evitó que se lanzara
sobre Thork con las manos desnudas. En su lugar, volvió a tomar asiento y escrutó a
Thork con ojos brillantes.
—¿Cuándo debéis partir hacia Jomsborg, Thork? —inquirió Hrolf a través de labios
blancos de tensión, haciendo rudamente patente que Thork había agotado su tiempo de
hospitalidad—. Con seguridad ya no os preocupa la seguridad de Ruby. —Curvó los
labios con desprecio y añadió—. Creía que los vikingos de Jom no tenían permiso para
abandonar sus palacios fortificados durante más de tres días seguidos.
Thork también curvó los labios, imitando a Hrolf y respondió en tono malhumorado.
—Conseguí el permiso para gestionar el negocio de mi abuelo y manejar mis propios
intereses comerciales, pero, sí, me marcharé pronto. Pero antes hablaré con Ruby.
—¿Para pedirle que os acompañe a Jomsborg?
—Sí.
—No lo permitiré.
—¿Tú no lo permitirás? —exclamó Ruby con voz alta—. ¿Desde cuándo te he
entregado el control de mi vida?
—Sujetad esa lengua, muchacha, o abandonad la sala —le dijo Hrolf.
—Tiene voz en esto —discutió Thork. La cálida mirada que le dirigió mostró su obvio
placer por el hecho de que ella se hubiera levantado en contra de su formidable pariente.
—No, no la tiene. Como mi nieta, me gustaría verla casarse y segura en los lazos del
matrimonio.
—Estáis usando un doble rasero, Hrolf. Poppa estuvo sentada a vuestro lado muchos
años sin tener lazos matrimoniales.
Hrolf se irguió en toda su altura, lívido de ira, y sus vasallos desenfundaron sus armas.
—Nadie habla en términos despreciativos acerca de Poppa. Para honrar los ritos
cristianos que tomé por el Tratado de St.Clair-sur-Epte, Gisela, la hija del rey, se convirtió
en mi esposa. Incluso entonces consideraba a Poppa mi verdadera mujer y me casé con
ella tan pronto como Gisela murió.
El rostro de Thork mostró inmediatamente un sincero arrepentimiento y se apresuró en
asegurar a Hrolf:
—Pido disculpas por mis ineptas palabras, Hrolf. Hay muchos motivos por los cuales
os insultaría de corazón, pero jamás difamaría a Poppa. Simplemente quería decir que
tanto el more danico como tomar concubinas es práctica habitual tuya y de otros sin que
exista castigo.
Hrolf asintió a regañadientes ante la retorcida disculpa de Thork. Se echó hacia atrás
en el asiento y pensativamente tecleó con los dedos sobre la mesa.
—Podréis tener a mi nieta únicamente en el lecho conyugal —dijo finalmente—. Y es
mi última palabra. Un último consejo: os sugiero que os marchéis por la mañana, antes de
que las malas acciones, así como las palabras, se interpongan entre nosotros.
Thork interrogó a Ruby con la mirada. Ella estaba aturdida por la firmeza de la orden
de Hrolf y hundió los hombros vencida. Antes de que ella pudiera decir nada, Thork se
volvió y abandonó bruscamente la sala, con Selik siguiendo sus pasos.
—Por favor, permítame hablar con él —rogó Ruby a Hrolf—. Solo hablar. Eso es
todo.
—¡No! —rugió Hrolf, todavía enfadado por las palabras de Thork—. Es mejor dejarlo
así.
Ruby huyó del salón entre lágrimas. ¿Y si Thork abandonaba Normandía sin verla de
nuevo? Tenía tantas cosas que decirle. ¿Se iría con él si pudiera? Probablemente. No, de
hecho, Ruby no estaba segura. Primero necesitaba conocer cuáles eran los sentimientos de
Thork y cómo sería su relación si iba a Jomsborg con él.
Ruby jamás habría podido aceptar el papel de “la otra” en su vida futura con Jack.
¿Podría hacerlo ahora?
—¡Ay, Dios Mío! —exclamó Ruby para sí, mientras las preguntas bombardeaban su
mente.
Poppa siguió a Ruby a su dormitorio y la consoló.
—Es para bien, mi niña. Creedme. Conozco bien el dolor de vivir con un hombre al
que amáis sin la bendición de la Iglesia.
—¿Hubierais preferido vivir sin él?
Poppa sonrió.
—Al principio no amaba a Hrolf. Asesinó a mi padre, el conde Berengar de Bayeau, y
me secuestró. Fue después cuando aprendí a quererlo.
—¿Cómo pudisteis? —preguntó Ruby, pero, a la vez, le vino a la memoria la crueldad
de Thork al mantenerla prisionera en el granero de Olaf durante cinco días. Y aun así le
quería.
—Hrolf es un hombre duro. Jamás lo dudéis —explicó Poppa pacientemente—. Pero
también es justo y un líder sobresaliente. Cuando llegó a Normandía, inculcó las antiguas
leyes nórdicas, particularmente las relacionadas con el respeto por la propiedad ajena.
Deseaba tanto una tierra en paz que ordenó a su gente que dejara sus valiosas herramientas
de granja fuera por la noche, tentando al robo. Dijo que él se haría responsable si algo era
robado.
—Pero, Poppa, ¿qué tiene eso que ver con Thork y conmigo?
Poppa sonrió indulgentemente y continuó hablando.
—Había una mujer de un granjero de Lonpaon que escondió el arado de su marido y
después pidió que se lo compensaran por robo. Cuando Hrolf averiguó la verdad, la colgó,
pero lo que es más importante, mató a su marido también, por ser incapaz de controlar
mejor a su compañera.
—¿Me estás advirtiendo de que Hrolf dice en serio lo que ha dicho sobre Thork y yo?
—Sí. Pero también quiero que recordéis que hace lo que considera justo. —Poppa se
encogió de hombros y sonrió enigmáticamente—. Quizá todo salga bien.
Ruby no lo veía posible. Durante horas estuvo luchando con todas las preguntas que
giraban en su mente, incapaz de encontrarles respuestas que satisficieran tanto a su
corazón como a su moral. Finalmente lloró hasta caer dormida, pero no dejó de dar vueltas
sin descanso, sin saber si Thork se habría marchado cuando se despertara por la mañana.
En mitad de la noche, soñó con él.
Sus caricias, suaves como plumas, barrían su piel desde el cuello hasta los dedos de los
pies. Los pechos se le hincharon y pusieron doloridos bajo las suaves caricias circulares de
las callosas palmas. La húmeda punta de su lengua buscaba y se hundía en las cavidades
de su oreja, para repetir el sensual camino una y otra vez. Los suaves y húmedos labios
succionaban sus pechos y los dedos provocaban sus pliegues internos hasta que se
abrieron e inflamaron por él.
El sueño era tan parecido a la vida real que Ruby podía incluso oler el aroma
masculino de su cálida piel y sus labios sabían a furiosa pasión y virilidad. ¿Era Jack o
Thork? ¡Qué más daba! Para Ruby, se trataba del consumado amante de sus sueños.
Cuando los firmes labios tocaron su dulce música en los de Ruby, suplicándole que se
abriera a un asalto más sensual, ella intentó gemir, pero unos besos hambrientos la
silenciaron, a veces suavemente persuasivos, a veces profundos y devastadores dardos.
—Os quiero, corazón.
Las preciosas palabras, dulcemente murmuradas, flotaron en el aire y penetraron en los
sueños de Ruby. Se despertó inmediatamente.
Ruby se encontró a Thork yaciendo sobre ella, desnudo. Se inclinó hacia sus largos
dedos, que le retiraban suavemente mechones de cabello de la frente. Aunque su primera
reacción fue de temor por su seguridad.
—Thork, ¿estás loco? Hrolf te matará si te encuentra aquí.
—¿Dónde? —Él sonrió y se enterró de un golpe en la vagina de Ruby, preparada por
el sueño—. ¿Aquí?
Ruby jadeó. El exquisito placer de la caliente unión entre sus cuerpos le provocó
estremecimientos que recorrieron su piel, como el aleteo de un millón de pájaros.
Ronroneando, atrajo a Thork hacia ella, rodeando su cintura con los muslos.
Apoyado sobre los codos, con la cabeza inclinada hacia atrás sobre los tensos
músculos del cuello, Thork se mantuvo quieto dentro de la estrecha envoltura, incapaz de
moverse. A través de los dientes apretados, finalmente preguntó con una risa diabólica.
—¿Queréis que me marche?
—¡No… te… atrevas! —amenazó Ruby con voz quebrada y arqueando las caderas,
dándole la bienvenida con todo el amor y el ansia insatisfecha que había acumulado
durante la última semana de separación. Introduciendo los dedos entre sus largos cabellos,
atrajo su cara a la de ella y movió los labios hacia delante y hacia atrás hasta que dibujó su
boca para su suave beso.
—Te quiero, Thork. Siempre. Te he echado tanto de menos.
Sus suaves palabras hicieron que Thork perdiera el control y cayera en picado sobre
ella con sus mudas emociones profundamente sentidas.
—Ruby… oh, cariño… ay, Dios, ay, Dios… déjame… por favor… ¡aaaaaah! —
balbuceó de forma inconexa hasta que alcanzó el demoledor clímax y se lanzó con Ruby
por el precipicio de la eternidad en un vuelo de pura felicidad.
Mientras yacían exhaustos y jadeantes cada uno en brazos del otro, Ruby recorrió el
sedoso vello del pecho de Thork con el dedo índice y susurró contra sus labios.
—Creía que estaba soñando contigo, Thork. Pensé que habías dicho que me amabas y
fue la sensación más maravillosa del mundo. Eso fue lo que me despertó.
Alzó una mirada interrogante hacia su rostro, ahora relajado y ruborizado por su dulce
acto de amor. Ella vio emociones en conflicto en los tensos músculos de su rostro, incluso
mientras la atraía más cerca de él en la curva de su brazo.
Thork no dijo nada durante un buen rato. Ruby podía percibir que tenía un errático
latido en el cuello. Su corazón martilleaba bajo la mano de Ruby, todavía muy
rápidamente debido a la excitación del sexo.
Él inhaló profundamente y comenzó a hablar, acariciando con la palma de la mano el
hombro de ella mientras hablaba.
—No estoy seguro de creer en el amor, ni de ser capaz de volver a sentir una emoción
así.
Paró y giró la cara de ella para poder verle los ojos. Continuó con voz espesa.
—Sí, lo he dicho, pero se me han escapado las palabras. Ni siquiera sé si lo decía en
serio —admitió mientras sonreía avergonzado—. De todas maneras me he sentido bien
diciéndolo.
Los ojos de Ruby se inundaron con lágrimas de felicidad que nublaban su vista.
—Oh, Thork. Yo también te quiero.
Entonces rodó sobre él, sujetándose con los brazos a ambos lados de su cara para
poder verla más claramente. Con un rápido beso, pidió:
—¿Puedes decirlo otra vez? Por favor, cielo, necesito oírte decirlo.
Manteniendo su mirada, Thork la elevó por encima de él para hacerla descender sobre
su masculinidad, que se había endurecido de nuevo gracias a las suaves caricias y palabras
de ella. Cuando le montó, fundiendo sus cuerpos en uno con su calor, Thork farfulló:
—Os amo, mieldebrezo.
—Otra vez —jadeó ella mientras Thork la asía por las caderas y establecía su propio
ritmo.
—Os… amo… ¡Ay!… no, no paréis… sí… ahí… os…am… —barbotó él.
Al son de esas y otras palabras susurradas, dichas entre ellos una y otra vez, Ruby y
Thork se prometieron mutuamente un amor que se juraron que nunca terminaría.
—Os amaré hasta que muera —juró Thork con una lenta e interminable embestida que
terminó con el entusiasta gemido de ella y el bajo y prolongado gruñido que él arrancó a
su garganta.
—Thork, espera un momento. Necesito… yo… oooohhh… no puedo soportarlo
más… por favor —consiguió vocalizar ella a duras penas mientras cada una de las
profundas embestidas la llevaban a un nuevo plano de tensión creciente.
—¡Rube! —exclamó Thork suavemente al alcanzar estremecido su cumbre—.
¡Podemos hacer que funcione!
¡Es lo que decía Jack! Ruby parpadeó aturdida, sin saber si había sido Jack o Thork
quien había pronunciado las familiares palabras. En realidad, ya ni lo sabía ni le
importaba. El destino la había situado en este tiempo y en este lugar. Con toda seguridad,
este hombre era su destino. Con ese difuso pensamiento, Ruby se acurrucó entre los
brazos de Thork y cayó en un profundo sueño.
Se despertaron al alba por un fuerte golpeteo, seguido de un duro sonido de madera
astillándose cuando la enorme figura de Hrolf atravesó la puerta cerrada. Tres criados
armados y Poppa le siguieron a la habitación.
Sus cuerpos desnudos le contaron una historia que soliviantó a Hrolf. Soltó una ristra
de improperios, luego gruñó:
—¡Vos, jodido bastardo! Sois el hijo de Harald de cabo a rabo. Levantaos para que
pueda atravesar con un cuchillo vuestro traicionero corazón.
—¡No! —gritó Ruby, y se levantó con una piel rodeando su desnudez—. No le hagáis
daño. Vino porque yo lo quise aquí.
—¿Ahora os escondéis cobardemente tras doncellas? —se burló Hrolf de Thork.
—¡Nay, no lo hago!
Thork se levantó, sin importarle su desnudez. Los tres guardias agarraron sus armas y
sujetaron su cuerpo en lucha, con los brazos apretados detrás de su espalda. Hrolf sacó un
cuchillo de hoja larga.
Poppa tiró de un brazo de Hrolf, intentando interceder.
—Se aman el uno al otro. No hagáis esto. Por mí, si no lo hacéis por nuestra nueva
nieta, perdonadle la vida.
Los músculos en la cara de Hrolf estaban rígidos por el auto control que apenas poseía.
Ruby sabía que mataría a Thork sin más, pero que por deferencia a Poppa él ofreció a
regañadientes:
—¿Os casarías con mi nieta si trajésemos a un sacerdote ahora?
Los ojos de Thork se volvieron lóbregos.
—No puedo. Por honor estoy atado a Elise —miró a Ruby tristemente e imploró—:
Por favor, entendedlo. Lo haría si pudiera.
Poppa imploró de nuevo a Hrolf.
—No dejéis que os domine el genio. Esperad hasta que las ansias de sangre se
asienten.
Los enfadados ojos de Hrolf atravesaron a Thork, pero finalmente se volvió hacia
Poppa.
—Por vos, postergaré mi furia. —Le dijo a sus criados—: Encerradle en el cuarto de la
guardia y aseguradlo bien hasta que decida su destino. Y que alguien encuentre a ese hijo
de puta de Selik y lo lleve a mi cámara. El lujurioso granuja estará follándose a una de mis
hijas.
Ruby lloró y suplicó que liberaran a Thork después de que se lo llevaran, pero Hrolf se
la quitó de encima fríamente.
—Me habéis avergonzado, muchacha. Prestadme mucha atención, si ya hay un crío
creciendo en vos, tendréis un marido, sea Thork o un mozo de cuadra.
Ruby no tenía ni idea de lo que Hrolf le dijo a Selik en su cámara, pero los enfadados
gritos se oían a lo lejos. Selik salió del castillo poco después bajo guardia armada y nadie
le dijo a Ruby dónde habían ido. Hrolf se negó a hablar con Ruby y la envió a sus
habitaciones, bajo doble guardia. Él sospechaba, bastante acertadamente, que ella
intentaría liberar a Thork. Ruby no sabía si lo torturaban o si aún estaba vivo. Temía que
Hrolf viera a Thork como un medio de vengarse, finalmente, del rey Harald.
Por fortuna Thork escapó dos días más tarde, cortando las gargantas de sus captores y
deslizándose en la oscuridad con uno de sus barcos, el cual Hrolf había requisado y que
todavía estaba en el puerto. Durante días Hrolf y sus criados siguieron a Thork con sus
propios barcos, pero en vano. Regresaron al castillo enfurecidos.
—El bastardo regresa a Northumbria, no a Jomsborg —anunció Hrolf aquella noche.
Miró a Ruby fríamente a los ojos y dijo—: Esto asegura que va para casarse con la moza
sajona Elise. ¿Si no, por qué regresaría allí?
—Tal vez regresó para ir a por tropas y volver aquí para luchar contigo —contestó
Ruby desafiante, intentando mantener los ojos completamente abiertos para que las
lágrimas no cayeran y no la avergonzaran.
—¡Por las uñas de Thor, chica! ¿Estáis tan encandilada que no podéis ver lo que está
delante de vuestras narices? Jomsborg está más cerca que Northumbria. Si Thork tenía la
intención de pelear conmigo, habría ido a por sus camaradas jomsvikings.
Viendo Poppa lo angustiada que estaba Ruby, intercedió por ella.
—Déjalo ya, Hrolf. ¿No ves el dolor que causan vuestras palabras?
—¡Por la sangre de Thor! ¿Querríais que le mintiera? El hombre se negó a desposarla.
Es un hecho. Cuanto antes lo acepte ella, mejor.
Ruby inclinó la cabeza y dejó que se derramaran las lágrimas silenciosamente por su
cara.
Ablandándose, Hrolf dijo bruscamente:
—Si no lleváis el niño del bribón, encontraré un buen esposo para vos.
—No estoy embarazada —espetó Ruby, apartándose de la consoladora mano que él
había puesto sobre su hombro—, y no quiero que me encuentres esposo.
—Oh, os encontraré un compañero, de eso podéis estar segura —le advirtió con una
nota dura, disgustado con su demostración de mal genio— y no será una tarea fácil, no
poseyendo vuestra doncellez.
Ruby movió las manos con gesto de disgusto.
—Hace veinte años que perdí mi doncellez.
Los ojos de Hrolf se endurecieron ante las vulgares e ilógicas palabras.
—Mejor será que os lavéis la lengua antes de que os presente a ningún hombre, o tal
vez os la corte.
Los dos se miraron mutuamente, negándose ambos a echase para atrás. Finalmente
Poppa le pidió al juglar que les contara a todos una buena y larga saga.

* *

A pesar del tumulto por la huida de Thork, el castillo volvió a las actividades
normales. La matanza del ganado, los cerdos y otra caza tuvo lugar el día de San Miguel
Arcángel a finales de septiembre. Todos en el castillo y la región de alrededor estaban
ocupados cortando, salando y dividiendo las provisiones para el invierno. Las mujeres
lavaron los intestinos para hacer salchichas, haciendo que Ruby recordara con sonrisa
triste la controversia del condón en Jorvik, pero estaba demasiado deprimida para
bromear, incluso sobre eso, con Poppa.
Infeliz como estaba, Ruby no podía lamentar que Thork hubiera escapado de la ira de
Hrolf. Lo prefería casado con Elise antes que torturado o muerto en Normandía,
especialmente desde que había oído a los sirvientes hablando a escondidas del duro
tratamiento que Hrolf otorgaba a sus enemigos. Para Hrolf, Thork ahora se merecía el peor
de los castigos, no sólo por su trato hacia Ruby, sino por matar a los guardias en su huida.
Poppa y sus mujeres observaron de cerca a Ruby durante bastantes semanas,
esperando a que llegara su menstruación, que vino, por supuesto, como Ruby sabía que
vendría, gracias a la persistente cautela de él. Curiosamente, se sintió triste cuando
apareció la sangre. Un hijo con Thork hubiera sido como el que Jack y ella habían
planeado y nunca tuvieron.
Hrolf trató a Ruby con fría educación, sintiendo que ella le había traicionado con sus
acciones y falta de remordimientos. Ruby caminó por las salas de la gran mansión durante
el siguiente mes como una zombi. Comía, dormía, ayudaba a Poppa con las tareas de la
casa e iba a la capilla cada día para la misa y la oración, pero jamás rió, y se negaba a
cantar o a contar sus historias. Sabía que Poppa estaba preocupada por ella, pero se sentía
impotente, ahogada por el oscuro humor que había caído sobre ella como una pesada
nube.
¿Así era como viviría el resto de su vida, en un limbo viviente, sin volver al futuro y
sin encontrar jamás el amor en el pasado? Ruby comprendió que en cierto modo había
dado subconscientemente con una razón para su viaje en el tiempo. Racionalizó para sí
que si a Thork le hubiera traído amor y hubiera mejorado su vida, habría compensado lo
que había hecho mal con Jack. Ahora parecía como si lo hubiera jodido todo de nuevo.
—¿No tenéis hambre? —le preguntó Poppa amablemente, devolviendo los
pensamientos de Ruby al presente y a la comida que estaba empujando de un lado a otro
en su plato con un pequeño cuchillo.
—No.
Ruby intentaba no ser maleducada con Poppa. La querida señora se esforzaba por estar
entre ella y Hrolf. Le recordaba mucho a Aud.
¡Aud! No había pensado en ella o en Dar en siglos. Ruby se preguntó cómo se estaría
habituando Tykir en la casa de Aud. ¿Y Eirik? ¿Thork y Elise visitarían a Eirik en el
palacio de Athelstan? ¿En su luna de miel? ¿Tendrían un hijo juntos, a pesar de las
intenciones de Thork de lo contrario? ¿Estaban haciendo el amor en ese mismo momento?
¡Ay, Dios! Ruby cerró los ojos en un silencioso gemido de angustia.
—Ruby, ¿por qué lloráis? Debéis dejar a Thork atrás. Es tiempo de…
Las palabras de Poppa se interrumpieron cuando un joven hesir irrumpió en la sala y
se dirigió a la alta mesa, jadeando al respirar. Sin esperar permiso para hablar, soltó:
—Cientos de hombres armados vienen en barco portando los colores de Thork y de su
abuelo Dar.
Se desató un pandemonio.
Hrolf y todos los hombres en el gran salón dieron un salto, agarraron las armas que
estaban a mano y salieron para unirse a sus propias tropas. Hrolf dirigió algunos hombres
a los muros, otros lo siguieron a las puertas.
Perturbada, Ruby corrió a la torre con Poppa y sus damas para observar. En un campo
fuera de la torre del homenaje, Thork y Hrolf estaban discutiendo, gesticulando con los
brazos. Dar controlaba por lo menos a cuatrocientos hombres, y un número igual de
guerreros estaban alineados detrás de Hrolf.
Finalmente Thork, Selik, Dar y un puñado de otros líderes se dirigieron hacia la
mansión con Hrolf, mientras las tropas montaban un campamento en la distancia.
—¿Qué está pasando?
—No tengo ni idea, pero por lo menos no pelean. Es una buena señal.
Hrolf mandó un mensaje ordenando, a Ruby y Poppa, permanecer fuera de la vista,
pero antes de que regresaran al salón, Ruby logró ver el tormentoso rostro de Thork.
Probablemente estaba furioso por el maltrato de Hrolf y había vuelto para vengarse. No
obstante, era maravilloso volver a verlo.
Durante horas Ruby y Poppa estuvieron inquietas y nerviosas, tratando inútilmente de
trabajar en un tapete. Finalmente Poppa envió una sirvienta para ver si podía oír algo del
salón.
—Están negociando un contrato de matrimonio para ella —informó la esclava con los
ojos abiertos de par en par, cuando regresó, señalando a Ruby con el dedo.
—¿Para mí? ¿Con quién? —jadeó Ruby. Se volvió hacia Poppa—. Hrolf me amenazó
con encontrarme un esposo, pero ¿por qué estaría discutiendo eso con Dar y Thork?
—Nay, me ha malinterpretado. Este maese Thork es para usted —interrumpió la
doncella.
Ruby y Poppa respiraron agitadamente y se miraron la una a la otra con mutua
incredulidad. Poppa urgió a la doncella a que continuara.
—Parece ser que la doncella sajona Elise se echó atrás cuando se enteró de que su
prometido había viajado aquí a Normandía con Ruby. Elise obligó a su padre a que hiciera
otros arreglos matrimoniales para ella. Enojadísima, dijo Dar que estaba. Thork debería
haber desposado a la doncella antes de navegar, dijo el padre de la chica.
Ruby sonrió abiertamente y se abrazó a Poppa.
—¿Y ahora Thork quiere desposarme?
—Bueno, no exactamente —dijo la sirvienta—. Es más, quiere que el amo Hrolf
mande hombres para proteger las tierras de su abuelo en pago por encerrarlo. Y te acusa a
ti por haber perdido a la doncella sajona y la protección de los vecinos de Dar.
—¿Qué?
—Ahora, Ruby, hace unas horas hubierais dado todo por tener a Thork de vuelta —le
reprendió Poppa—. No seáis tan mordaz con los detalles. Y más vale que roguéis porque
Hrolf acepte. Cabreado está por haber sido vencido por Thork.
Pero Hrolf estuvo de acuerdo, para la inmensa satisfacción de Ruby, aunque nadie
parecía contento con el acuerdo matrimonial. Hrolf concedió de mala gana los luchadores
que tendría que apalabrar a Dar y al hijo de su odiado enemigo, Harald. Thork se mostró
reacio a un forzado matrimonio y al enorme número de regalos que Hrolf exigía como
dote de Ruby. Y Ruby no estaba demasiado feliz con todos estos planes haciéndose sin
estar ella presente.
A pesar de todo, Thork fue una gloriosa visión para Ruby cuando entró, dudosa, al
salón. Llevando la capa azul que había hecho para él, Thork estaba sentado hablando con
aspecto relajado con Hrolf, Selik y su abuelo. Él se levantó de inmediato cuando la vio
aproximarse y alargó su mano izquierda. Ella la tomó encantada y entrecerró íntimamente
sus dedos a los suyos, luego miró tímidamente hacia arriba buscando algún mensaje en su
severo rostro.
Sin hablar, él tiró de ella hacia un lado en el que pudieran hablar en privado, pero no
tan lejos que no pudiera ver la mirada huraña de Hrolf y el guiño de autosatisfacción de
Dar. Thork apoyó un hombro contra el muro de piedra, pero todavía sostenía su mano
firmemente, acariciando ausentemente el interior de su muñeca con su pulgar. Sus ojos
miraron los de ella durante un largo rato, su insondable azul resaltado por el profundo
color de la capa.
—¿Sabéis por qué estoy aquí?
—Sí, eso creo.
El corazón de Ruby latió salvajemente de temor por el rostro distante de Thork.
Probablemente él podía sentirlo por el rápido pulso de su muñeca.
—Nos casaremos en el día de mañana —declaró.
No preguntó. Sólo una simple constatación de un hecho.
Ruby realmente empezó a preocuparse. Esta no era la manera en que se había
imaginado que sería su reunión. Ella asintió, incapaz de hablar por el nudo en su garganta.
Señor, ojalá Thork sonriera o dijera algo que revelara sus sentimientos por el evento.
—Nunca quise desposarme.
El corazón de Ruby se desplomó y ella bajó los ojos para ocultar el dolor.
—Lo sé —dijo suavemente—. Me lo dijiste bastante a menudo.
Un sentimiento de aprensión recubrió a Ruby.
—El matrimonio es una trampa que atrapa a un hombre en emociones mortales.
—No tiene por qué serlo —dijo Ruby temblorosa, elevando sus ojos llenos de
lágrimas.
Thork elevó una ceja y apartó una lágrima errante que colgaba del borde de su ojo con
la yema de su pulgar.
—El matrimonio podría ser la unión de dos personas para estar juntas. Podría ser un
compartir, una sociedad de un hombre y una mujer con una meta en común. Podría ser
tocar el paraíso en la tierra.
Ruby no podía creerse que estuviera soltando semejantes florituras, o que en verdad
las pensara. Cerró los ojos desoladamente.
—¿Esa es vuestra visión de nuestro matrimonio?
Los ojos de Ruby se abrieron de golpe. Por primera vez Ruby notó la aspereza en la
voz de Thork, el extraño brillo en sus ojos.
—Sí —susurró esperanzada y aguantándose para no alargar la mano y apartarle un
mechón de cabello que caía por su frente.
—Incluso si yo deseara ese tipo de matrimonio, ¿qué creéis que haría mi hermano
Eric? —dijo Thork roncamente—. ¿Acaso creéis que me dejaría plantar el pie en un lugar
durante mucho tiempo? ¿Que no dañaría aquellos a los que aprecio?
¡Apreciar! Las esperanzas de Ruby se elevaron. Dudando durante varios momentos
para escoger las palabras adecuadas, finalmente Ruby dijo:
—La vida es tan corta. Me parece una pérdida de tiempo pasar esos preciosos días
mirando por encima de tu hombro, preocupado por lo que podría pasar. Tenemos que vivir
el momento. —Respiró profundamente y escrutó su rostro para ver si entendía lo que
estaba intentando decir—. ¡Ay Thork! ¿No preferirías tener un día de felicidad que una
vida entera de “lo que podría haber pasado”?
Una dulce sonrisa elevó las esquinas de los labios de Thork.
—Es curioso que digáis eso.
—¿Por qué?
—Porque es la misma razón por la que volví a por vos.
Ruby examinó su atractivo rostro, el cual ahora parecía relajado de alguna tensión
rígida que lo había mantenido en sus garras. Ella frunció el ceño perpleja, sin estar segura
de lo que él quería decir.
—Cuando Hrolf y sus hombres me ataron y me pasé dos días en la celda sin comer ni
beber, tuve que enfrentarme a la perspectiva de la muerte. Oh, no fue una nueva amenaza.
Alardeo ante la muerte a cada paso como un jomsviking. Pero la idea de morir y no veros
de nuevo… eso, descubrí que no podía soportarlo.
—Thork, ¿qué estás diciendo?
—Nay, dejadme seguir. Me hice esta pregunta mientras yacía contemplando la muerte:
¿Qué haríais hoy si supierais que no habría un mañana? La respuesta fue simple: me
casaría con Ruby y valoraría cada instante, sin importar que fueran pocos.
Ruby dudó por un segundo, luego se arrojó a sus brazos a pesar de la docena de
personas que los observaban desde el otro lado del salón. Él la atrapó y la levantó de
manera que los dedos de sus pies apenas tocaban el suelo. Ruby enterró el rostro en su
cuello, sollozando por las semanas de desolación que había sufrido en su ausencia.
—Callad, mieldebrezo. Ya se ha acabado.
—Bruto —lo acusó ella con lágrimas en los ojos—, aquí de pie como una estatua,
dejándome pensar que no te importaba.
—Os merecéis un poco de tortura por todo lo que me habéis hecho pasar —la provocó
Thork mientras le acariciaba el cuello con la nariz. Cuando se apartó ligeramente y miró
hacia abajo, exclamó con fingido horror—. Por el amor de Dios, mujer, me habéis
empapado toda la capa con vuestras lágrimas. —Bajándola hacia el suelo pero
manteniendo un brazo alrededor del hombro, él dijo en un aparte a Hrolf y a Dar, que se
habían acercado—: ¿Es esto lo que tendré que aguantar durante el resto de mi vida… una
mujer babeante y llorona?
Hrolf le ofreció sus felicitaciones a regañadientes y Dar le dio a ella un abrazo de oso,
diciendo con brusquedad:
—Tal y como lo planeé.
Poppa se les unió y hablaron de que la ceremonia se celebraría al día siguiente.
Thork le hizo un guiño picarón a Ruby y ordenó con severidad fingida.
—Me gustaría tener hamburguesas con queso y baklava para el banquete de bodas de
mañana, mujer. ¿Creéis que lo podríais conseguir entre vuestros ataques de lloriqueos? —
Luego siguió con su ahora habitual y molesta pauta de pellizcarla detrás.
A Ruby no le importó. Él había dicho durante el resto de mi vida. Eso era una promesa
que le gustaba.

* *

Al día siguiente, la apresurada organización de la boda en la catedral de Rouen salió
sorprendentemente bien, considerando el poco tiempo que habían tenido para planearla.
De hecho Ruby supervisó la elaboración de las hamburguesas con queso y el baklava
para complementar todas las suntuosas comidas que Poppa ordenó para el banquete
nupcial. Resultó ser una tarea monumental. Los vikingos, conocidos por sus apetitos
voraces, consumieron doscientas hamburguesas con queso y catorce fuentes de baklava.
—¿Puedes moverte? —bromeó Ruby, palmeando el estómago plano aunque lleno de
Thork.
—Sí puedo, y os demostraré lo bien que puedo en breve. Nunca lo dudéis. —La pasión
en sus ojos le mostró lo mucho que deseaba hacer justamente eso. Hrolf se habría negado
de manera tajante a permitirles dormir juntos la víspera de su boda.
—Bueno, no lo sé. Ahora eres un hombre maduro y casado, y…
Thork le dio un rápido beso en la boca para detener su travesura. Eso provocó que los
invitados golpearan sus copas en las mesas, exigiendo algo más de esfuerzo. Él se rió,
atrayendo a Ruby a su regazo y besándola a conciencia.
Más tarde, mientras él hablaba con su abuelo en el otro extremo, Ruby se maravilló del
contraste entre esta boda y la anterior, y las similitudes. En su mente todavía no podía
separar a los dos hombres. De algún modo, se sentía como si se hubiera casado otra vez
con Jack, una versión anterior y más primitiva, pero el mismo marido.
Y la mayor constante de ambas era toda esa felicidad devoradora. Jack había sido su
primer amor perfecto. Le había traído todo lo nuevo y esperanzador del mundo, y juntos
forjaron una vida basada en la creencia juvenil de que todo es posible en el regalo de la
vida si el paquete está atado con las cintas del amor. Thork era la otra cara de la misma
moneda. No tan joven. Ciertamente hastiado, aparentemente sin esperanza. En definitiva
imperfecto. Pero la amaba, y eso era cierto, el amor maduro lo era todo, se dio cuenta
Ruby. Cuando un hombre y una mujer se amaban el uno al otro a pesar de sus defectos, a
pesar de los obstáculos de la vida arrojados en su camino, era amor verdadero.
—¿Por qué tan pensativa, mieldebrezo? —preguntó Thork, pasando una áspera mano
con caricias arriba y abajo de la manga de su vestido de seda.
—Simplemente estaba pensando en lo feliz que soy —le respondió, encantada de ver
el salto de júbilo en sus ojos ante sus palabras—. Sabes, tenía un profesor en la
universidad con el que discutimos del poeta John Milton y su principio de “virtud
enclaustrada”. Milton sostenía que la virtud verdadera no es la que se oculta del mundo al
estilo monacal, si no la que vive entre la mugre de la vida y todavía logra ser moral…
—Oh, Ruby —dijo Thork con una carcajada, atrayéndola a su regazo otra vez—. Me
ofuscáis la mente con todas esas palabras confusas. ¿Qué tienen que ver los monjes con el
amor?
Ruby le pegó en el brazo juguetonamente.
—Déjame acabar, granuja. Sólo quería decir que la filosofía de Milton se podría
extender para incluir “el amor enclaustrado”. ¿No crees que el amor más fuerte es el que
ha sido probado y forjado por la adversidad, más que el que ha sido protegido y basado
sobre expectativas poco realistas?
—¿Qué os hace pensar, cariño, que no tengo las máximas expectativas para nuestro
amor? —dijo Thork en tono suave y serio—. Pero, sí, estoy de acuerdo que nuestro amor
será más fuerte por haber superado algunos… obstáculos. —Entonces sonrió y le sopló
burlonamente al oído—. Hay algunos obstáculos, que espero que superéis para mí… y
pronto. Os he echado muchísimo de menos, mieldebrezo.
Ruby suspiró y se obligó a regresar al banquete. Moviéndose inquieta en el regazo de
Thork, intentó asimilar todos los eventos, malabaristas a un lado, juglares en el otro y un
grupo musical compuesto por un laúd, dos arpas y un cantante.

* *

Thork acunó a Ruby en sus brazos mientras ella se giraba constantemente para ver
todas las actividades del salón de Hrolf. Realmente el abuelo de Ruby había sido cortés en
proveer tal espléndido banquete de bodas, especialmente mientras albergaba tal rencor
hacia él. Pero, maldita juerga. Él deseaba estar a solas con Ruby. Habían pasado más de
seis semanas desde que tuvo que abandonar su cama. ¡Seis largas y célibes semanas!
—¿Sois verdaderamente feliz, mieldebrezo? —susurró Thork, recordando con una
sonrisa sus palabras de, ¿qué era?, “el amor enclaustrado”. ¡Por Thor! La mujer era una
fuente de extrañas palabras rimbombantes.
Ruby le sonrió y el corazón de Thork golpeó contra su pecho. Cerró los ojos durante
un instante por el intenso sentimiento casi doloroso que la dulce bruja despertaba en él.
Los estanques de un verde intenso de sus ojos estaban tan abiertos por su amor. Incluso si
intentara ocultarlo con la exuberante longitud de sus pestañas caobas, como hacía ahora, él
todavía podía ver lo mucho que le importaba. Nunca nadie lo había querido antes de
manera tan incondicional. Francamente, no se lo merecía.
—Más feliz de lo que nunca sabrás —le respondió Ruby, girando hacia él los ojos
llorosos que brillaban con lágrimas de dicha. El vestido de seda verde pálido que Poppa le
había entregado como regalo de boda susurraba tentadoramente mientras ella cambiaba de
posición en sus brazos de nuevo. De repente sus movimientos golpearon a Thork como un
extraño dolor persistente.
Thork le puso la mano suavemente en el brazo y preguntó:
—¿Qué os ocurre, esposa? Estáis tan nerviosa como un gato sobre las brasas. —
¡Esposa! Señor, esa palabra tenía un sonido que le gustaba. La rodó en silencio por la
lengua. Tocó el cabello de Ruby con dulzura, ya no le repelía el estilo corto, y pasó su
mano suavemente bajando por su espalda, luego se detuvo bajo sus omoplatos donde un
objeto áspero sobresalía ligeramente—. En el nombre de Freya ¿qué es esto?
—Un corsé.
—¡Un corsé! Nunca dejáis de sorprenderme. ¿Lleváis un talismán o algo así?
—Puedes llamarlo así —Ruby le sonrió enigmáticamente a través de las pestañas
medio veladas.
En un instante, Thork entendió y estalló en carcajadas, abrazándola a él. Dar y Hrolf se
giraron para ver qué los divertía tanto.
—Oh, mieldebrezo, ¿habéis estado llevando ese picardías todo el día? ¿Para mí?
—Sí y mejor que lo apreciéis, bruto. Apenas puedo respirar.
—Tal vez sería mejor que fuéramos a nuestra habitación para quitarlo de una vez antes
de que muráis de asfixia —le dijo con una sonrisa diabólica.
—Exactamente lo que pensaba.
Pero Hrolf y sus invitados no les permitieron marcharse tan deprisa, exigiendo que
Ruby cantara al menos una canción para ellos. Ruby se mostró reacia, pero Hrolf insistió
que era lo mínimo que podía hacer después de endilgarle al hijo de Harald como nieto
político. Thork la pellizcó para que accediera.
La zorra ladina le desafió inquietante.
—Ya te enseñaré. —Lanzó una significativa mirada a Thork mientras se levantaba y
cogía un laúd—. Ya que esta es mi noche de bodas, creo que sería apropiado si cantara una
canción para mi nuevo marido, por si acaso no sabe muy bien qué hacer —dijo Ruby con
dulzura fingida mientras presentaba su balada.
Los hombres del salón se rieron a carcajadas ante su broma y gritaron comentarios
procaces a Thork sobre que una mujer tuviera que enseñarle tales menesteres. Pero luego
Ruby pinchó también la diversión de todos los demás hombres al decir:
—De hecho, por lo que he oído de las mujeres vikingas, muchos de vosotros podríais
aprovechar la lección de esta canción. Así que escuchad bien. Tú también Selik —gritó y
en verdad provocó que el granuja se ruborizara.
Anunció una canción de las Pointer Sisters, luego miró directamente a Thork mientras
empezaba en voz baja y ronca a contarle su necesidad de un amante con una mano lenta.
Varias estrofas después, él empezó a entender el mensaje gráfico de la canción.
¡Mano lenta! ¡Un toque suave! ¡Una ráfaga apasionada!
El salón entero parloteaba, luego estallaron en una carcajada descomunal a la vez que
ella acababa la canción. Unas cuantas de las mujeres se pusieron rojas de vergüenza, pero
la mayoría de ellas asintieron con la cabeza de acuerdo con sus opiniones.
Ruby le sonrió con picardía.
—¿Por casualidad, esas Pointer Sisters conocen a ese tal Kevin Costner? —preguntó
Thork con sequedad.
Ruby se rió.
—Lo dudo.
—¿Así que, no os dejo satisfecha en la cama? —Thork tenía problemas en contener el
tic de diversión en sus labios.
—Yo no he dicho eso.
—¡Ajá! Ahora os echáis atrás. Esta es la mano lenta que habéis pedido y eso es
precisamente lo que obtendréis —la advirtió seductoramente.
La moza impertinente lo sorprendió al guiñarle el ojo y responder descaradamente:
—Te haré mantener esa promesa.
¡Mano lenta! Por la fe, ¿de dónde sacaba la mujer esas ideas? Ese día ya había
escuchado por casualidad a Poppa y a su mujer hablando de lencería y piernas rasuradas.
Hrolf le dijo muy claramente que iba a tener que asegurarse de que su mujer no hablara
del control de natalidad en Normandía. ¡Como si él pudiera mandar en sus acciones!
Entonces Ruby exigió que Thork le correspondiera cantando una balada para ella.
—¡No en este lado del Walhalla! —se negó, pero al final aceptó recitar unas cuantas
líneas de un poema bardo que recordaba: “Rigspula” o “La canción de Rig”. Aunque
parezca mentira el poema resultó gracioso, desde luego sin romanticismo, iba del orden
social de los vikingos, unas cuantas de las líneas le recordaron a Ruby y a él:
—…Sus cejas brillaban, su pecho deslumbraba. Más blanco su cuello que la nieve
recién caída… Rubio era su pelo, y brillantes sus mejillas. Lúgubres como los de una
serpiente eran sus ojos encendidos…
Las lágrimas que chispeaban en los ojos de su esposa cuando acabó fueron
compensación suficiente para cualquier malestar que hubiera sentido al recitar la poesía
delante de sus soldados. Cuando al final escaparon del gran salón y estuvieron solos en sus
aposentos, Thork rápidamente se quitó las ropas y se acostó desnudo en la cama con los
brazos doblados detrás de la cabeza, inquirió:
—¿Me entretendréis ahora, esposa, al posar con vuestra ropa interior para mí? —
Bostezó en voz alta y se estiró lánguidamente, añadiendo—. ¿O creéis que será una
estupidez para nosotros hacer el amor ahora que estamos casados?
Los ojos de Ruby se encendieron ante el desafío.
—¡Ja! No si puedo evitarlo.
—Y este asunto de la mano lenta… ¿funciona en ambos sentidos? ¿O en vuestro país
solo les está permitido a las mujeres buscar tales amantes?
—No, funciona en ambos sentidos —sonrió Ruby—. ¿Qué te parece si te lo
demuestro?
Y lo hizo. ¡Oh, Dios, si lo hizo!

20
Capítulo

RUBY se quitó la ropa despacio, tentadoramente, alargando el proceso durante mucho


tiempo. Cuando se quedó en picardías, realizó poses y se demoró quitándose la tenue ropa
centímetro a centímetro hasta que Thork lamentó haber expresado alguna vez lo mucho
que le gustaba el ridículo artículo.
—Venid a acostaros ahora, Ruby —urgió Thork roncamente cuando se quedó desnuda.
Pero no, a la damisela le gustaba llevar la contraria y tenía otros planes. Apretó los dientes
y esperó, rechazando arrastrarse por sus favores, sobre todo durante su noche de bodas.
—Todavía no —evadió Ruby con una melodía burlona en su voz—. Primero quiero
preguntarte algo —dijo ella, acercándose a la cama, pero no tanto como para que él
pudiese agarrarla, cosa que Thork estaba profundamente tentado a hacer cuando Ruby se
inclinó hacia delante provocativamente. Sus firmes y elevados pechos se balancearon
ligeramente, tentándolo a hacer cualquier cosa menos entablar conversación.
¡Y sus caderas! ¡Santa Freya! La cintura estrecha de la moza se ensanchaba
cuidadosamente hasta el juego de la cadera —que él había esperado, ya estaría bajo las
suyas— y después hasta el cubierto delta inferior que planeaba explorar sin parar esa
noche.
¡Si ella entraba alguna vez en la cama!
—Thork, no me estás escuchando.
—¿Eh?
Ruby sonrió comprendiendo, e hizo una pregunta totalmente irrelevante, para
frustración de Thork.
—¿Recuerdas el primer día cuando llegué a Jorvik?
Thork asintió con la cabeza con recelo. ¿Qué estaba tramando ahora? Señor, tendría
que ser ciega para no ver su ardiente necesidad. ¡Oh! Si tan solo viniese un poco más
cerca, él le enseñaría unos pocos juegos de memoria. Se obligó a permanecer tranquilo, a
esperar el momento justo para saltar.
—¿Recuerdas cuando caminábamos hacia la casa de Olaf y dijiste que nunca podrías
sentirte atraído por una mujer como yo, que a los vikingos les gustaban las mujeres que
fueran más suaves y menos huesudas?
—Lo recuerdo bien. ¡No irás a esgrimir siempre eso en mi contra! Ven a acostarte,
mieldebrezo.
—En un minuto. —La maliciosa moza se dio la vuelta ligeramente, dándole una
tentadora vista de sus nalgas redondeadas. Thork sintió su excitación crecer prácticamente
hasta el punto de reventar. Apretó los dientes cuando ella lo miró sobre su hombro y
preguntó con voz baja y seductora:
—Solo me preguntaba… ¿No crees en absoluto que yo sea dulce?
—¡Dulce! Esa es la última palabra que usaría para describiros. Exasperante y
seductora, sí. Dulce, ¡nunca!
Los labios de Ruby se movieron nerviosamente.
—Eso es justo lo que pensaba que dirías. —Se giró y recogió una pequeña vasija con
una cuchara dentro, de una mesa cerca de la cama.
Thork se sentó y la contempló. Era un pote de miel. ¿Tenía la intención de
alimentarlo? ¿Ahora? ¡Thor santo! No era esa el hambre furiosa que tenía que apaciguar,
pero no quiso herir sus sentimientos.
—No quisiera que estuvieses casado con una mujer que no es dulce —dijo
tímidamente, y bañó la yema del dedo en el espeso jarabe y cubrió sus labios con él.
Entonces tomó la cuchara y… ¡Oh, Dios mío!… Dejó caer una lluvia de miel sobre sus
pechos, su estómago, bajo el interior de sus muslos, luego… ¡Por el amor de Freya!…
entre sus piernas.
Thork se tambaleó desde la cama y trató de arrastrarla de vuelta con él, pero ella lo
eludió agachándose bajo su brazo con una risa baja y sensual.
—No seas ansioso, marido. Quiero que este sea un regalo de bodas que nunca olvides.
¡Un regalo de bodas! Me va a llevar a la tumba.
Con la palma de la mano presionada contra el pecho de Thork, Ruby lo empujó de
vuelta a la cama, bromeando:
—Pensaba que ibas a ir despacio.
—¡Despacio! ¡Ja! No me dejáis ni tocaros.
—Acuéstate, amor —pidió suavemente.
—¿Por qué? —preguntó él con recelo—. Venid conmigo.
—Ya voy. Solo relájate.
¿Relájate? ¿Estaba completamente mal de la cabeza?
Cuando Thork se tendió de espaldas otra vez, Ruby permaneció de pie en el borde de
la cama y derramó una buena cantidad de miel en un flujo continuo desde su cuello a su
creciente virilidad. Casi saltó fuera de la cama por la intensidad del placer causado por el
jarabe caliente filtrándose alrededor de su pene duro como una roca. Con una sonrisa, ella
posó la vasija y avanzó lentamente hacia la cama.
—Es tan importante que los hombres sean dulces, como que lo sean las mujeres.
—Mujer, esta cama va a estar pegajosa como una colmena antes del alba —gruñó
Thork apreciativamente, arrastrándola hacia sus brazos.
—Oh, realmente, no lo creo. Siempre rebaño bien mi plato. ¿Y tú?
Thork casi perdió el control entonces. Casi.
Ruby se movió sobre él, frotando sus pechos resbaladizos por la miel a través del vello
de su pecho. Al principio solo se rieron del lío que habían montado, pero su risa pronto
murió y se convirtió en jadeos sin aliento cuando el efecto resbaladizo de la fricción de su
piel creó un hormigueo de sensación dolorosa dondequiera que ellos rozaban.
—Thork, ¿crees que soy tonta por hacer todas estas cosas escandalosas para
complacerte en la cama? —preguntó Ruby tímidamente en un susurro ronco y excitante
bajando los ojos.
Thork puso el índice bajo su barbilla y levantó su cara. Su ansia por complacerlo tocó
a Thork profundamente, casi tanto como su desinhibida capacidad de compartir la
satisfacción sexual.
—Ah, Rube, os amo así. ¿No sabéis que todo lo que hacéis me complace?
Las lágrimas acudieron a sus ojos y parecía que tenía problemas para hablar.
—Yo también te amo, esposo. —Ella levantó la mano hasta su cara y le acarició
suavemente—. Vamos a prometernos el uno al otro, Thork, que esta noche, nuestra noche
de bodas, será la primera de una eternidad de noches para nosotros.
Thork asintió con la cabeza, luego bromeó.
—¿Todas ellas llenas de amor?
—¡Por supuesto! —dijo con una risa débil.
—¿No creéis que deberíamos empezar entonces, moza? —dijo con un gruñido bajo,
haciéndola rodar sobre la espalda—. Tenemos una buena cantidad de miel para consumir.
—Él puso las manos a ambos lados de su cara, sosteniéndola en el lugar para besarla
hambriento. Primero lamió la miel de la comisura de sus labios con la punta de la lengua,
luego los perfiló. Cuando ella separó los labios en un suspiro, Thork sonrió con
satisfacción y acarició su boca entera con amplios barridos de la lengua.
—¡Mmmm! Sabes tan bien —murmuró él.
—Déjame probar —ordenó ella suavemente contra sus labios.
Él solo insertó la punta de su lengua. Ella lo rodeó con la suya, luego se sumergió
profundamente en la humedad dulzona.
—Tan dulce —susurró ella apreciativamente—. Dame más.
Sonriendo contra sus labios, Thork envainó la lengua en la caverna caliente de su
boca, luego la deslizó dentro y fuera despacio. Ruby no iba a permanecer quieta con eso.
Lo agarró, luego lo succionó. Thork sintió un espasmo de placer surgir en su lengua y
viajar por una línea invisible directamente al órgano masculino que se sacudió contra su
vientre.
Se separó un poco, jadeando, y Ruby se estiró hacia arriba, siguiendo sus labios,
queriendo continuar con los besos profundos.
—No —dijo él firmemente, poniendo ambas manos sobre sus hombros y
presionándola hacia abajo—. Desde ahora, asumo el control de estas maniobras de la
noche de bodas —proclamó él con voz tan ruda y baja que casi no se reconocía.
Se deslizó hacia abajo sobre su cuerpo, literalmente, hasta que su boca quedó al nivel
de sus pechos. Con un índice, rodeó la aureola del primero, después la del otro, luego puso
el dedo en su boca para probar.
—Buenísimo —murmuró él. Ruby solo lo miró, hipnotizada, con los labios separados.
Él repitió sus acciones, pero esta vez le ofreció el dedo a ella. Ruby se inclinó y lamió la
punta con su lengua rosada, luego los lados resbaladizos con amplios barridos. Finalmente
tomó el dedo entero en su boca, chupándolo fuertemente, después, usando ambas manos,
lo movió dentro y fuera de su boca con golpes largos, simulando el acto sexual. ¡Santa
Freya! Como se sentiría eso si lo hiciese con…
Sacó el dedo repentinamente, temiendo avergonzarse terminando este juego
prematuramente. Retrocedió hacia sus pechos y consumió cada gota de miel con la lengua.
Cuando se separó para inspeccionar su trabajo, Ruby gimió, arqueando los pechos
levantándose de la cama.
—Por favor, no pares —pidió.
—Mostradme —dijo con voz ahogada.
Ella puso una mano sobre un pecho y otra alrededor de su nuca, empujándolo hacia
abajo, pero él rechazó llevar su boca al pezón hasta que ella le dijera exactamente lo que
quería. Finalmente lo obligó con ronca explicitud.
Thork gimió contra el pico duro y lo acarició una y otra vez, alternando tirones
profundos con movimientos rápidos de su lengua, hasta que ella estaba plañía en voz alta
con urgencia, moviendo las caderas contra las suyas por la furiosa necesidad. Entonces él
se movió al otro pecho, dándole igual tratamiento torturador.
Cuando Ruby se agitó de un lado a otro y trató de frotarse contra su miembro, Thork
rodó sobre su espalda y no le permitió que lo siguiese. Cuando tuvo su respiración bajo
control, se volvió, inclinándose sobre ella.
—Quedaos quieta —pidió con voz ronca, sujetándole los hombros con la palma de una
mano y moviendo la otra hasta la uve melada de entre sus piernas. Gimiendo a causa de la
abundante humedad, la mayor parte de ella hecha por su propia colmena, él extendió sus
piernas y se arrodilló entre ellas. Con dedos húmedos examinó todas sus cavidades
íntimas, prestando particular atención al clítoris que se hinchó y creció para él. Abriendo
más sus piernas, le dobló las rodillas para poder ver mejor. Bañando sus dedos en el pote
de miel de la mesa cercana, cubrió el clítoris enmarcado por los engrosados labios
rosados. Lo rodeó y acarició hasta que lo vio temblar. Ruby levantó las caderas de la cama
y se puso rígida con un gemido largo:
—¡Ah… ah… ooooh!
Pero aun así, no había acabado con ella. Cuando Ruby jadeó sin aliento y trató de
cerrar sus piernas para esconder el clítoris hipersensibilizado, Thork insertó un dedo largo
y calloso dentro de su cuerpo, luego dos. Sus ojos se ensancharon con el shock de su
entrada, tan rápido después del otro orgasmo. No le dio tiempo para protestar. Cuando sus
dedos abrasivos empujaron en ella tres veces, pudo ver por sus ojos vidriosos y sus
alientos jadeantes, que ella comenzaba otro viaje erótico. Sostuvo los dedos en el sitio,
dejándola montarlo, imponiendo su propio paso, mientras que usaba su otra mano para
mover el dedo sobre su brote otra vez. Ella se sacudió. Lloró. Rogó por su orgasmo hasta
que el interior de su cuerpo convulsionó repetidas veces alrededor de esos dedos que la
penetraban a fondo.
Estaba acostada atravesada en la cama con los brazos y las piernas extendidos,
totalmente saciada.
—Oh, Thork —fue todo lo que dijo con una voz suavemente maravillosa.
La respuesta desinhibida de Ruby a su toque encendió a Thork hasta el límite.
—Oh, no, aún no vais a descansar —advirtió él suavemente, tirando de ella de nuevo
con una sonrisa. Es tu turno, gatita, de rebañar mi plato.
Para cuando hizo justamente eso, con ávido entusiasmo, Thork era el que suplicaba
por la liberación, sobre todo cuando ella terminó con su rígida virilidad cubierta de miel.
Cuando no pudo sostenerse más de pie, la puso debajo de él. Con un largo y duro golpe
entró en ella, llenándola con su carne. Sus resbaladizos pliegues lo agarraron entre
contracciones. Él cerró los ojos por la pura perfección del momento. Señor, su calor
femenino lo envolvía como un guante caliente.
Se inclinó hacia atrás y miró fijamente a su esposa. ¡Esposa! Thork se sorprendió del
extraño y maravilloso sonido de la palabra. La cara de Ruby se veía aturdida por la ciega
pasión. Desenfocados, sus ojos le rogaban por la liberación de esa monumental
concentración abrasadora de excitación sexual que los tenía a ambos en sus garras. Nunca
había experimentado nada parecido a esta fiebre de creciente tensión.
—Ruby —suplicó en un susurro salvaje.
—Ahora —contestó ella de modo inestable, tratando de mover las caderas contra las
suyas, pero él permanecía sepultado profundamente, inmóvil sobre ella.
—Córrete ahora conmigo, mieldebrezo. Juntos —compelió.
Ella asintió con la cabeza. El tiempo para el suave cariño había pasado y Thork la
aporreó con largos y duros golpes que ocasionaron explosiones de luces rojas detrás de sus
ojos. ¿Era Ruby quien gemía en voz alta, o era él? Sin cesar, empujó en ella hasta que las
erupciones salvajes de exquisito placer lo mecieron, penetrando en el cuerpo de Ruby,
luego rebotando atrás por su virilidad.
Permanecieron jadeando uno al lado del otro durante mucho tiempo después. Thork
sintió como si hubiera muerto y vuelto a la vida. La abrazó, incapaz de hablar, no muy
seguro de poder explicar lo que acababa de pasar si lo intentaba. Cuando finalmente sintió
que podría pronunciar una palabra sin sonar como un eunuco, Thork acarició el hombro de
Ruby con la curva de su brazo y se rió suavemente entre dientes.
—¿Sabéis qué es lo que más amo de vos, esposa?
—¿Qué? —susurró ella mordisqueándole el cuello.
—Que me hacéis reír.
Ruby le pinchó en el estómago.
—Eso no es un halago.
—Sí lo es, mieldebrezo —dijo Thork, sosteniendo su estómago y fingiendo tener una
herida—. Es un regalo que me dais cada vez que me hacéis sonreír.
Para cuando la mañana llegase, Thork se juró, también la habría hecho sonreír una vez
o dos. Y lo hizo.
Las sirvientas que trajeron una tina y agua limpia a la mañana siguiente se
horrorizaron cuando vieron las ropas de cama.
—Derramé un pote de miel sobre la cama —explicó Ruby con cara ruborizada.
Una esclava mayor lanzó un vistazo sardónico hacia ella.
—¿Ah, sí? ¿Y qué abeja lo derramó sobre su pelo y en las uñas de los pies?
Thork se rió con ganas desde la silla de la esquina donde se sentaba con las piernas
abiertas, llevando sólo un par de braies, esperando por su baño.
La mujer le lanzó una mirada indignada.
—Y usted, joven amo, supongo que esas señales rojas por todo su cuerpo son
picaduras de abeja.
Fue el momento de Ruby de reírse.
Cuando ambos estuvieron vestidos, mucho más tarde, Thork le dio a Ruby sus dos
broches de dragón.
—No tuve tiempo para compraros un morgen-gifu. ¿Aceptareis estos como vuestro
regalo de la mañana?
Ruby arqueó una ceja preguntando.
—Es costumbre que un marido regale a su novia algo especial la mañana siguiente a la
primera noche juntos, para mostrar su placer. De hecho, el matrimonio no se considera
válido en algunos sitios hasta que se dan el morgen-gifu.
—¿De verdad? —preguntó Ruby, colocando los brazos alrededor de su cuello y
dándole un beso rápido de agradecimiento—. ¿Y estás complacido?
—¿Cómo podéis dudarlo? —gruñó en su oído.
Cuando llegaron abajo al salón, la parlanchina criada ya había extendido la historia.
Hrolf y Dar se rieron groseramente en sus caras y todo el día, él y Ruby, fueron sujeto de
amplia especulación sobre qué habían hecho exactamente con la miel. Unos dijeron que
estaba incluso en el suelo y las paredes, lo que era, por supuesto, ridículo.
Durante dos días se deleitaron con su amor recién descubierto, pasando largas horas en
la cama, paseando o montando a caballo por las tierras de Hrolf, planeando su futuro
juntos.
Durante la tarde del segundo día, Thork le dijo:
—Debo volver a Jomsborg un tiempo. Tengo un compromiso que realizar —Ruby
volvió sus ojos tristes hacia él y por primera vez Thork deseó no estar comprometido con
los jomsvikings.
—¿Entonces vas a dejarlos? —preguntó con esperanza.
—Sí, pero no antes de cumplir con mi deber.
—¿Cuánto?
Él se encogió de hombros inciertamente.
—No lo sé. Prometo que será cuanto antes.
—¿Entonces dónde viviremos? ¿A qué te dedicarás?
—Comerciar es lo que mejor hago —dijo tentativo—, pero la seguridad determinará
dónde nos estableceremos. —La primera opción de Thork debería ser quedarse en las
tierras de su abuelo, pero cabía la posibilidad de que Eric lo persiguiese hasta allí. En
verdad, no le importaba dónde vivía, mientras Ruby y los muchachos estuviesen con él.
Thork abrazó a Ruby estrechamente mientras se sentaban bajo un árbol en una
alfombra de hojas recién caídas y Ruby le habló de la primera vez que ella y Jack habían
hecho el amor en una cama tan crujiente. Thork le acarició con la nariz su cuello, tratando
de parar sus palabras, no queriendo oír de su amor con otro hombre, aun si solo existía en
su mente.
—Entonces haremos el amor aquí, mieldebrezo. Borraré los viejos recuerdos para vos.
Ruby no dijo nada, pero él podía ver el dolor en sus ojos. Nunca olvidaría a Jack, el
marido imaginario. Antes de rendirse a sus manos suplicantes, Ruby preguntó dulcemente:
—¿Crees que podría poner en marcha un pequeño negocio de lencería? Podrías vender
los conjuntos en tus viajes comerciales.
Señor, la bruja tenía el hábito de hacer preguntas irrelevantes, la mayor parte de las
veces inoportunas. El pecho de Thork tembló con la risa contenida.
—¿Qué? ¿Por qué te ríes de mí? —preguntó Ruby, empujándole el pecho.
—No puedo creer que queráis que me convierta en un comerciante de ropas interiores
femeninas. Después serán condones.
Ofendida, Ruby preguntó:
—¿No crees que habría un mercado para la lencería? Y no, no vendería condones.
—¿Habláis en serio?
—Coser y fabricar lencería es lo que mejor hago —explicó Ruby—. Ya has dicho que
no quieres más hijos. ¿Qué haría yo todo el día? Además, si estás demasiado avergonzado
para vender ropa interior femenina, yo podría ir contigo y comerciar.
Ahí había un pensamiento para echarse a temblar. ¡Ruby en sus viajes comerciales!
¡Las pelotas de Thor! No llevaría a cabo nada, solo hacer el amor hasta que su polla se
desgastase por uso excesivo. Sonrió a su atractiva esposa. La túnica de Ruby y la camisa
colgaban de un hombro por sus persistentes esfuerzos. Él extendió una mano y tocó la
cremosa piel.
—¿Y bien? —persistió Ruby.
Roncamente, él estuvo de acuerdo:
—Si eso es lo que queréis, moza, os dejaré poner alguna lencería femenina entre mis
mercancías. —Señor, probablemente estaría de acuerdo en ponerse a sus pies en aquel
punto.
Entonces el crujido de las hojas de otoño bajo sus cuerpos desnudos y los susurros de
palabras de amor borraron todos los pensamientos sobre negocios.
Más tarde, de vuelta en su cámara donde se rieron recogiendo trocitos de hojas de
algunos sitios muy íntimos de los cuerpos de ambos, Thork comenzó a tener segundos
pensamientos. Ruby hablaba con excitación de proyectos para su negocio de lencería. Y
ella no hablaba de juegos de ropa interior cosidos en su tiempo libre. Hablaba de un
edificio separado para cortar y producir la lencería, de contratar a media docena de
mujeres para ayudarla, luego de expandirse. ¡La sangre de Thor! Iba a llenar un barco solo
con su lencería.
—Ruby, esto no es lo que tenía en mente cuando consentí en comerciar con algunos de
vuestros productos de lencería —dijo Thork.
—¿Qué quieres decir?
—Bien, disfruto de estar casado con vos. Me complace enormemente imaginaros
esperándome en nuestra propia casa cada noche cuando vuelva de mis tratos comerciales o
cuando llegue a casa después de un viaje. Imagino a Eirik y a Tykir a vuestro lado. Mi
corazón se llena al pensarlo. ¿Cómo tendríais tiempo para todas esas cosas si estuvierais
ocupada dirigiendo vuestros propios asuntos comerciales?
Thork esperaba que Ruby estuviese complacida con las suaves palabras que él se había
molestado en usar ¡En cambio, atacó!:
—¡Tú, asqueroso machista chauvinista! ¡No puedo creerlo! ¡Eres Jack de nuevo!
—¡Jack, Jack, Jack! Estoy enfermo de oíros nombrar a ese hombre.
Ruby lo fulminó con la mirada y salió del cuarto.
Thork no lo entendía. La mayor parte de las mujeres estarían contentas con que un
hombre las apreciara tanto que no tuviesen que trabajar duramente. Decidió buscar el
consejo de su abuelo, pero no era necesario. Dar se precipitó hacia él, diciéndole:
—Venid rápido. —Tiró de Thork hacia una cámara privada.
Dar estaba sumamente agitado y agarraba fuertemente un pequeño paquete en su
mano. Sus dedos temblaron.
—¿Qué sucede? —preguntó Thork, preocupado por la intensidad del miedo de su
abuelo.
—¡Es Ivar! —se ahogó—. Secuestró a Eirik y pide rescate —le dio a Thork el paquete
envuelto en lino—. Oh, Thork, os ahorraría este dolor si pudiese.
El corazón de Thork tronó fuertemente mientras desenrollaba la tela. Un pequeño dedo
se cayó. Mil explosiones atravesaron su cabeza y tuvo que agarrarse a una silla para
apoyarse. Cerrando sus ojos con fuerza por el dolor, susurró:
—No se lo digáis a Ruby. Esto la mataría. Haced lo que sea pero ella no debe saberlo.

* *

Ruby estaba completamente enrabietada. No era por el negocio de lencería. Incluso
aunque se hubiese alejado de Thork, estaba segura de que podrían manejarlo de alguna
manera, pero Thork había venido a su cámara y le había dicho con frialdad que se iba a
Jomsborg inmediatamente, que había sido convocado para alguna misión. Lo peor de todo
era que no iba a llevarla con él. Ella debía volver a Northumbria con Dar.
—¡No! Quiero ir contigo —gritó ella, mientras Thork lanzaba apurado su ropa y
bienes personales en su bolso de cuero—. Por favor —pidió, viendo la mirada inflexible
de la cara de Thork—. Siento haber discutido por el proyecto de lencería. No me
abandones, no ahora. No podré resistirlo otra vez.
Thork se dio la vuelta y la tomó por ambos hombros, obligándola a mirarlo a los ojos.
Eran de un frío y solitario azul que asustó a Ruby.
—Os amo, mieldebrezo. Recordad esto. Siempre.
La besó con una extraña desesperación y la sostuvo fuertemente durante un largo
momento. Cuando se retiró, escudriñó su cara como memorizando sus rasgos. Y Ruby
podía jurar que vio lágrimas en sus duros ojos de guerrero. ¿Qué ocurría? ¿Y por qué tan
repentinamente?
—Volved con Dar a Northumbria —le dijo implacablemente—. Esperadme allí con
Tykir —se ahogó con las últimas palabras.
Entonces realmente la asustó cuando añadió:
—Y, Ruby, algo más. Rezad por… mí.
Con aquellas siniestras palabras, la dejó con la boca abierta en su cámara. Una vez que
comprendió que él realmente se iba, Ruby lo persiguió, bajando las escaleras hacia el
patio. Él y varias docenas de hombres a caballo hablaban con Hrolf mientras la mitad de
los hombres armados que habían traído con ellos se dirigía hacia los barcos.
—Enviaré a doscientos hombres tan pronto como nos informéis de su paradero —
prometió Hrolf—. Que Dios y Odín os acompañen.
Thork se giró hacia a Dar.
—¿Volveréis a Northumbria inmediatamente? —Al asentir éste con la cabeza, Thork
continuó—. Es imprudente dejar vuestras tierras sin protección. Enviaré noticias cuanto
antes. Id con Dios, abuelo.
Thork la vio entonces de pie al fondo, con lágrimas bajando por su cara,
tambaleándose impactada por la incredulidad de que él la abandonaba. Un músculo tembló
al lado de la línea delgada de sus labios apretados cuando dirigió su caballo a través de la
gente hacia ella. Se inclinó hacia abajo y ágilmente la levantó, poniéndola delante de él en
la silla.
—Nos veremos de nuevo, mieldebrezo. Os amo.
También te amo, Thork, pensó Ruby, pero las palabras se obstruyeron en su garganta
cuando la besó brevemente, luego la dejó y se alejó a caballo.

* *

Hrolf y Poppa la miraron con compasión, pero no revelaron nada cuando los abrazó
fuertemente antes de tomar uno de los tres barcos de Dar al día siguiente. Le dijeron que
siempre sería bienvenida en Normandía.
El viaje de dos semanas de vuelta a Jorvik fue horrible. Ruby permaneció acostada
boca arriba la mayor parte del tiempo, atormentada por el mareo en las aguas agitadas. A
pesar de sus protestas y de su llanto salvaje, la implacable cara de Dar se apartó de ella
cuando le exigió explicaciones por las acciones precipitadas de Thork. De vuelta a
Northumbria finalmente, cayó en los brazos de bienvenida de Aud con un sollozo y besó a
Tykir hasta que él se apartó lleno de vergüenza infantil.
Durante semanas, Ruby oscilaba entre compadecerse de ella y rabiar contra Thork por
sus acciones, mientras esperaba desconsoladamente noticias de él. Cuando finalmente
llegaron, el mensaje era para Dar, no para ella. Dar se encerró en una cámara con Olaf, que
había entregado la misiva. Cuando Olaf se marchó, llevó a cien hombres con él, dejando a
Dar con solo cien para guardar su fortaleza. Y Dar seguía sin contestar sus preguntas sobre
el paradero de Thork.
—Él os avisará cuando sea la hora.
Finalmente Ruby se sepultó en el trabajo. Habló con Dar para que le diese uno de los
cobertizos de lana para su negocio de lencería. Reclutando la ayuda de seis mujeres del
pueblo, Ruby fue ayudada por Ella, que resultó ser una administradora nata, mangoneando
a las mujeres con el trabajo extra, haciéndolas reír mientras lo hacían. Cortaban los rollos
de seda y encaje traídos por Aud, que insistió en ser una socia en la empresa.
Al cabo de unas semanas el negocio era un éxito resonante. Haciendo lencería de todos
los tamaños, Ruby envió sus cincuenta primeros juegos a Jorvik un día con Dar. Los
entregó a un comerciante que consintió en venderlos en depósito[30]. Se vendieron en dos
días, lanzando así la compañía de lencería de Ruby.
Ruby compró más materiales con las ganancias, contrató a seis mujeres más y
construyó una enorme chimenea, así podrían trabajar durante los meses de invierno.
Se convirtió en una empresaria floreciente, planeando cuánto dinero podría ahorrar en
ese período de tiempo, cómo podría comprar su libertad y quizás conseguir una cabaña en
el pueblo. Sus sueños la transformaron en una nueva persona.
—¡Es asombroso! —dijo Aud cuando se sentaron a cenar una noche—. Al principio,
solo os di las telas y animé vuestro trabajo para sacar a Thork de vuestra mente. Ahora
parece que seré una rica comerciante. ¿Qué pensáis de esto, Dar?
—¿¡Eh!? Ah, sí —contestó él distraído. No había habido noticias de Thork desde
aquel primer mensaje y estaba preocupado constantemente.
Ruby se debatía entre la cólera hacia Dar y Aud apartándola de su gran misterio y la
preocupación por lo que los inquietaba. Pensó que tenía un modo de hacerles sentirse
mejor.
—Dar, Aud, tengo una noticia que debería haceros felices.
Ambos la miraron como si nada pudiera animarlos y Ruby se preguntó otra vez lo que
le escondían.
Les sonrió a ambos y reveló suavemente:
—¡Estoy embarazada!
Un atontado silencio acogió sus palabras.
Su falta de respuesta hirió a Ruby.
—¿Qué pasa? ¿No estáis contentos de tener un nuevo bebé por aquí?
—¡Oh, no, no es eso! —declaró Aud y saltó tardíamente. Abrazó a Ruby
cariñosamente.
—Sí, será maravilloso tener… otro bisnieto. —Dar se atascó y dejó el salón
repentinamente.
Perpleja, Ruby se giró hacia Aud.
—No hagáis caso de él. Tiene mucho en que pensar durante estos días. ¿Pero y Thork?
Creía que no quería más niños.
—Y no los quiere. No estoy segura de cómo pasó esto. Siempre fue muy cuidadoso —
dijo Ruby, tratando de pensar cuándo pudo haberse descuidado. ¿Fue en su noche de
bodas, con la miel, o fue aquel día sobre las hojas de otoño? Esperaba que fuera este
último. Así casi parecería como si fuese también el hijo de Jack.
—Estoy segura de que Thork se pondrá contento una vez que se acostumbre a la idea
—continuó Ruby—. Espero que sea una muchacha, con el pelo rubio y los ojos azules.
A pesar de la felicidad de Ruby sobre su embarazo, estaba preocupada por Dar, quién
se ponía cada vez más malhumorado. Varios días más tarde Ruby fue a buscarlo para
obligarle a darle una explicación. No estaba en la cámara donde trabajaba en los asuntos
del señorío. Estaba a punto de marcharse y mirar en las cuadras cuando notó un paquete
pequeño, envuelto en lino, que estaba sobre una pieza de pergamino.
Ruby había visto a Thork coger ese paquete el día que la abandonó en Normandía. Los
oídos de Ruby comenzaron a pitar y su pulso se aceleró como un loco mientras caminaba
rígidamente hacia él, sintiendo de alguna manera que todas sus preguntas estaban a punto
de ser contestadas. Despacio, desenvolvió las capas.
Con náuseas, Ruby contempló el pequeño dedo, su piel seca y empezando a
descomponerse. Se meció de un lado a otro por el shock, un gemido de dolor comenzó a
formarse en su garganta.
¿Por qué guardaría alguien una cosa tan morbosa? ¿Podía ser el dedo de Thork que su
hermano Eric había cortado hacía años? No, ya sería un hueso desnudo. Esto era más
reciente.
El lamento de Ruby creció y el sonido en sus oídos alcanzó proporciones
ensordecedoras mientras seguía meciéndose de acá para allá. Alcanzó de modo inestable
el tieso pergamino y leyó las horribles palabras:

Abuelo,
Ivar todavía tiene a Eirik. No lo liberará hasta conseguir el rescate exigido, ni
siquiera a cambio de mí. ¡Condenada su malvada alma! Quiere la cabeza de Sigtrygg.
Vamos a luchar mañana. Reza por nosotros.
Thork

Ruby gritó repetidas veces y luego se cayó inconsciente al suelo. Despertó unas horas
más tarde en su cama, rodeada por Dar, Aud y Ella.
—¿Por qué no me lo dijisteis? —le preguntó a Dar acusadoramente.
—Thork no quiso que lo supierais. Dijo que os culparíais.
—Es culpa mía. Me advirtió varias veces del peligro de su familia, pero yo no dejé
estar las cosas. Insistí en que dejase a Tykir contigo y a Eirik en el tribunal de Athelstan.
Es todo culpa mía.
—Entonces nosotros somos tan culpables como vos por querer a Tykir aquí con
nosotros —afirmó Aud—. No, era la decisión correcta. Thork no podía vivir toda su vida
vigilando sus espaldas. Estos son tiempos peligrosos. Todos los vikingos viven con la
posibilidad de morir cada día. No podemos dejar de vivir porque tememos morir.
—¿No has tenido ninguna noticia de Thork desde esa nota? —Ruby puso en duda
tímidamente.
Dar parpadeó y Aud exclamó:
—¡Dar! ¿Habéis oído algo y no me lo habéis dicho?
Él se encogió de hombros con tristeza.
—No quise preocuparos. Hace dos días, se supo en Jorvik de una batalla feroz que
ocurrió hace unas semanas —inhaló bruscamente antes de seguir—. Se dijo que Ivar ganó
y muchos jomsvikings murieron, junto con cientos de otros combatientes. Cincuenta
jomsvikings fueron capturados y deben ser ejecutados.
¡Oh Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío! Ruby se llevó una mano a la boca
horrorizada, no queriendo oír más, aun teniendo que saber la verdad.
—No sé nada de Thork o de Eirik. Ni de Selik ni de Olaf —se ahogó Dar.
—¡Dulce Jesús! —Aud lloró y se lanzó a los brazos de Dar.
Ruby miró en silencio impactada, las lágrimas se derramaban por su cara, con ambas
manos sobre su estómago como protegiendo a su bebé del shock de estos últimos
acontecimientos.

21
Capítulo

LA batalla había sido una pesadilla sangrienta y una derrota rotunda para los jomsviking,
gracias a las tácticas taimadas de Ivar. Los atrajo a una posición vulnerable con promesas
de intercambiar a Eirik por la fortuna en oro de un rey. Thork había estado dispuesto a
pagarla.
La cabeza de Thork se desplomó con el recuerdo cansino de la carnicería. ¡Tantos
hombres muertos! Tantos amigos yendo hacia el Walhalla o al Paraíso. En verdad, no
sabía si creer en la existencia de ninguno de los dos después de lo que había presenciado
las últimas semanas.
Lo peor de todo, Olaf estaba muerto, asesinado por la espada de Ivar. ¡Maldita fuera su
alma malvada! Thork habría intercambiado gustosamente su vida por la de su mejor
amigo. De todas formas seguramente moriría. El agujero en su pecho, justo debajo del
corazón, supuraba y seguía sangrando. E Ivar, el sanguinario cabrón, negaba la cura a
cualquiera de los prisioneros, especialmente a los jomsviking.
Hoy, prometió Ivar, empezaría la tortura de verdad. ¡Ja! Como si ya no los hubieran
torturado bastante. Thork bajó la mirada hacia los tres dedos faltantes que le habían sido
cercenados de su mano izquierda e hizo una mueca. Su solitario y grueso pulgar destacaba
de forma grotesca.
—Que bien que todavía podáis blandir una espada con vuestra mano derecha —dijo
Selik con sequedad, desde su posición a su lado en el suelo. Todos los cincuenta
jomsviking estaban atados juntos con una larga soga—. ¿Creéis que todavía podéis dar
placer a vuestra mujer con todos esos dedos de menos? —se burló Selik con morbo.
Thork cerró los ojos por el doloroso pensamiento de Ruby y el hecho que nunca la
vería de nuevo. Cuando tuvo las emociones bajo control, Thork intentó sonreír a Selik por
encima del intenso dolor en su pecho.
—¿Es en todo lo que podéis pensar? ¡Ivar empieza hoy las ejecuciones y vos tenéis las
partes de una mujer en mente! ¡Por las pelotas de Thor! ¿Ahora qué mujer os mirará con
esa fea cicatriz en el rostro?
—¿Pensáis que es fea? —respondió Selik con arrogancia—. Yo creo que esto me da
aspecto de granuja. Yo creo que las mujeres me querrán más.
—Tal vez tengáis razón —le concedió Thork, examinando la cicatriz sin sanar que iba
desde el ojo derecho de Selik hasta la barbilla.
—Bueno, por lo menos Eirik está bien. Ivar ya no parece planear hacerle más daño.
—Sí. Reza que no lo haga —suspiró Thork. Señor, era por lo que ahora vivía, para ver
a Eirik a salvo. Ya no esperaba salvar su propia piel—. Selik, por si no sobrevivimos a este
día, que sepáis que habéis sido un buen y auténtico amigo. —Tuvo problemas para tragar
por el nudo en su garganta antes de seguir—, tal vez nos encontraremos en el cielo, o en el
Walhalla, sea cual sea.
Selik pareció quedarse sin habla pero luego recuperó sus agudezas habituales.
—¿Estáis seguro que vamos en esa dirección? Tal vez habéis sido más santo que yo.
A pesar del terrible dolor, Thork sonrió, pero sabía que quizás no tendrían otra
oportunidad para hablar y todavía le quedaba mucho por decir.
—Selik, si sobrevivierais, prometedme que cuidareis de mis hijos… y de Ruby.
¡Dios! ¡Ruby! Tuvimos tan poco tiempo juntos. ¡Tan poco tiempo!
Los soldados de Ivar vinieron y se llevaron a los jomsviking, atados juntos en una
larga fila, como las cuentas en una sarta, hacia el patio exterior de la fortaleza. Cientos de
sus seguidores se reunieron para presenciar la caída de los famosos jomsviking, esperando
ver cómo su célebre valor resistiría la muerte.
Thork vio a Eirik a un lado, con otro grupo de prisioneros. Levantó la barbilla de un
tirón a propósito para señalar a su hijo que fuera valiente. Eirik, que Dios bendiga su alma,
alzó la cabeza con orgullo, sus ojos sin lágrimas se encontraron con los de su padre con
valentía juvenil. ¡Por Thor! Era demasiado joven para tener que manifestar tal valor.
Los hombres de Ivar liberaron a los tres primeros jomsviking de sus ataduras y los
llevaron hacia el verdugo, que les enroscó un palo en el largo cabello desnudando sus
cuellos para su hoja afilada.
Ivar dio un paso al frente, congratulándose ante la muchedumbre. ¡Si solo supiera que
era una réplica de mierda de su odiado enemigo Sigtrygg! Del mismo tamaño descomunal,
ambos portaban las cicatrices de numerosas batallas. Ambos se comportaban con
arrogancia y tenían un semblante cruel. Ambos eran feos como el pecado.
—Durante años he estado contando lo valientes que sois los jomsviking —dijo Ivar en
voz alta al grupo allí reunido—. Será interesante ver si los jomsviking mueren de distinto
modo a los demás mortales —se burló, luego se giró hacia el primer jomsviking llevado al
frente—. ¿Qué te parece morir ahora?
Ingolf, un jomsviking veterano de como mínimo veinte años, arqueó el labio
despectivamente a Ivar.
—Los jomsvikings no temen a la muerte, solamente a la cobardía. —Bajó la cabeza
hacia el tajo y le fue cortada limpiamente de un golpe.
El siguiente jomsviking, Gaut, escupió a los pies de Ivar y gruñó:
—Muero con una buena reputación. Vos, Ivar, viviréis con vergüenza. —También
Gaut fue decapitado.
—¡Ram! —gritó Hedin, el tercer jomsviking, luego—. B-e-e, b-e-e, b-e-e. —Ivar
detuvo la mano levantada del verdugo, un ceño confundido le hacía el rostro todavía más
feo.
—¿Qué significa eso? —Le gritó.
Hedin alzó la barbilla una fracción del tajo y miró fijamente las tropas de Ivar.
—¿No son esas las ovejas que os siguen?
—¡Bastardo! —gritó Ivar, la baba formando espuma en la comisura de su boca y
haciendo gestos para que el verdugo continuara.
Cuando Ulf, un compañero de tragos de Selik, fue llevado hacia delante, hizo un
comentario valiente:
—Estoy muy contento de morir como todos mis camaradas. Pero no me dejaré
sacrificar como una vaca. Preferiría recibir el golpe de cara.
El verdugo le dio en toda la cara con su espada ensangrentada.
Para cuando diez de los jomsviking pasaron por el verdugo, Ivar estaba a todas luces
inquieto porque las ejecuciones no estaban yendo como había planeado. Sin duda, quería
ver a la élite vikinga arrastrándose a sus pies pidiendo clemencia, gritando por salvarse. La
muchedumbre se estaba volviendo en contra, murmurando con admiración por los
valerosos guerreros. Incluso sus soldados ya no vitoreaban las muertes.
Pero Ivar obstinadamente repitió la pregunta al siguiente hombre, Jogeir.
—¿Qué os parece morir?
—Primero me gustaría mear.
Thork sacudió la cabeza ante la insolente vulgaridad de Jogeir. El rostro de Ivar se
volvió casi púrpura de incrédula indignación pero asintió su permiso a hacerlo. Cuando
Jogeir acabó, aliviándose atrevidamente delante de la masa, comentó con indiferencia:
—Desde luego que la vida tiene giros inesperados. Había pensado en empalar a
vuestra mujer antes de volver a Jomsborg. —En aquel momento, sacudió su miembro ante
las carcajadas de la multitud, luego se subió sus calzones. Le desapareció la cabeza antes
de tener los pantalones atados.
Thork cerró los ojos dolorosamente cuando le tocó el turno a Selik. Unas pocas
mujeres de la multitud suspiraron ante su belleza. Por lo visto, Selik, tenía razón. La
cicatriz no estropeaba su atractivo, después de todo.
—He tenido una buena vida —alardeó Selik, actuando ante la multitud con habilidad,
echándose el pelo atrás por encima de los hombros—. No deseo vivir más tiempo que esos
valerosos camaradas que han caído antes que yo, pero por favor otorgadme la dignidad de
ser dirigido a mi muerte por un guerrero, no por un mero esclavo. —Con desdén examinó
al verdugo, que parecía como si quisiera decapitar a Selik con sus propias manos—.
Además, ahorradme ese infame palo sobre mi hermoso cabello. —Se pasó los dedos por
las hebras plateadas y Thork vio a varias mujeres de la multitud mirarlo fijamente
boquiabiertas—. En su lugar, sujetadme el pelo apartado de la cabeza y tirad de ella
bruscamente así mi pelo no se manchará de sangre. Quiero entrar en el Walhalla con toda
mi belleza.
La muchedumbre suspiró con admiración ante su apostura belleza y bravuconería.
¡Estúpido bobalicón! Bromeaba incluso camino a la muerte. Thork alejó las lágrimas de
sus ojos.
Las atrevidas palabras de Selik y el aspecto divino gustaron tanto al gentío que lo
aclamaron a voz en grito y golpearon sus escudos, instando a Ivar a conceder el deseo.
Accedió a regañadientes, llamando a un cercano hesir para que lo ayudara. En una
posición de rodillas, Selik inclinó el cuello de tal forma así que la frente tocaba el tajo. El
soldado le agarró las gruesas hebras de pelo y las retorció en una cola, tirando
dolorosamente hacia arriba sobre la cabeza. El verdugo levantó la hoja, pero en el último
instante, Selik deliberadamente dio un tirón y el brazo del hesir fue cortado por el codo.
El hombre herido gritó mientras se agarraba el muñón sangrante. Enfurecido, Ivar
agarró la espada del verdugo y estuvo a punto de decapitar a Selik él mismo. Pero el
populacho adoró la audacia de Selik y avanzó en un movimiento de apoyo.
—¿Cuál es vuestro nombre? —preguntó Ivar con los dientes apretados, prudentemente
manteniendo un ojo en la amotinada turba.
—Selik.
—¿Cuántos años tenéis?
—Dieciocho.
—¿Os gustaría uniros a las filas de mis tropas? —Los ojos de Ivar se movieron
intranquilos hacia la turba que rápidamente se volvía contra él.
—Nay, no podría, pero… —Selik dudó, pareciendo evaluar el humor de la
muchedumbre antes de seguir con más descaro—, pero si me libera a mí y a mis
camaradas jomsviking, junto al chico, Eirik, le prestaré juramento de que abandonaremos
sus tierras y nunca volveremos.
Ivar juiciosamente se giró hacia la gente enfadada, preguntando:
—¿Debería ser perdonado el jomsviking Selik? —Con ovaciones a gritos y estruendo
de escudos, votaron suspender la ejecución.
Thork parpadeó incrédulo. Selik no moriría. La verdad es que todos los que estaban
todavía en el suelo esperando la ejecución fueron perdonados. Empezó a sonreír pero
entonces vio a Ivar aproximándose. El odio en su rostro le retorcía los rasgos en una fea y
monstruosa masa de carne hinchada. Caminó directamente hacia Thork y gruñó:
—Dadle este mensaje a Sigtrygg: lo veré muerto. —Para dar más énfasis, le dio una
patada en el pecho a Thork con la pesada bota.
La herida de Thork se abrió de nuevo, y cayó en una inconsciencia bendita.

* *

Durante semanas, Ruby y Aud solo cumplieron los trámites con su negocio de
lencería. Los encargos siguieron llegando y ellas los satisficieron, gracias a la
sorprendente transformación de Ella en una mujer de negocios.
Cuando volvieron a pagar a Ruby con una bolsa de monedas por la venta de su
lencería, le preguntó a Dar si podía comprar la libertad de Ella. Ahuyentó sus ofertas de
dinero y le dijo que Ella era un regalo necesario ya que lo deseaba.
—No puedo creer que hicierais esto por mí —balbuceó Ella cuando Ruby le dijo que
ya no era una esclava—. No hay nada en el mundo que yo no haría por vos.
—Hay algo, Ella. Si le pasara algo a Thork… —Ruby se ahogó—, y si yo
desapareciera de repente, prométeme que siempre estarás aquí para ayudar a Tykir… y a
Eirik. Dar y Aud son mayores. Tal vez necesiten tu ayuda.
De hecho, fue Ruby quien necesitó la ayuda de Aud para asistirla en su habitación dos
días después, cuando llegó el mensaje:

Thork sufrió una herida muy grave en el pecho. Eirik y yo nos damos prisa en traerlo
a casa. Tened las pociones sanadoras a punto. No tiene buen aspecto. Olaf está muerto.
Selik.

Viajaron al día siguiente a Jorvik para estar de duelo con Gyda y su familia y esperar
el barco de Thork. Una Gyda con los ojos enrojecidos le dijo a Ruby esa noche después de
arropar a las chicas asustadas en la cama:
—Parece que esa conversación que tuvimos hace tanto tiempo está a punto de hacerse
realidad para mí.
—¿Qué quieres decir?
—¿Recordáis cuando preguntasteis si ansiaba la igualdad, ser socios con Olaf en
dirigir nuestra familia? Os dije que era muy capaz de llevar todos nuestros asuntos si era
necesario, pero que prefería relegarlo a mi marido.
—Sí, ahora lo recuerdo. Estábamos hablando de la igualdad de la mujer.
—Sí, eso es —Gyda se pasó los dedos distraídamente por el pelo despeinado que se
había soltado de su trenza habitual—. Ahora no tengo elección en definirme. Soy Gyda.
Ya no soy la mujer de Olaf.
Gyda lloró, soltando toda la pena acumulada que había sido incapaz de liberar delante
de los niños. Por más que intentó consolar a Gyda, Ruby se preguntó si no estaría en la
misma posición al regreso de Thork. Hasta que eso ocurriera, Ruby intentaría ayudar a
Tykir tanto como pudiera.
—Desearía ser mayor —exclamó el fiero y asustado chiquillo, esforzándose por no
llorar—. Me gustaría ser un jomsviking e ir a salvar a mi padre. Le cortaría la cabeza a
Ivar así. —Hizo un corte con el brazo para demostrarlo.
Entonces entró Aud y ambas consolaron al niño.
—Pase lo que pase, Tykir y Ruby, tendréis una casa con nosotros en Northumbria.
Somos familia, y debemos permanecer juntos. La familia lo es todo.
Un consternado Dar trajo las primeras noticias una semana después.
—El barco de Thork entró en Humber al amanecer y no se detendrán allí a acampar.
Estarán aquí al anochecer, si Dios quiere.
Ruby y Aud fueron a la iglesia de Santa María y se arrodillaron en una oración
esperanzada durante horas. La familia entera caminó solemnemente hasta el puerto cuando
se acercó la noche. De hecho, poco a poco, cientos de personas llegaron, permaneciendo
en silencio, yendo a rendir tributo a los guerreros caídos. Incluso Sigtrygg y Byrnhil
permanecían respetuosamente al frente con los criados de la familia real, esperando el
barco.
El silencio sepulcral recibió al drakar cuando se deslizó en el interior del muelle. El
agudo gemido de Gyda se hizo cada vez más fuerte al ver sacar del barco en una litera, el
primer cuerpo envuelto en un manto. Con la fiel espada de Olaf encima. Gyda y sus hijas
llorosas siguieron el cuerpo hasta el carromato que esperaba.
Ruby sujetó con fuerza la mano de Tykir cuando docenas de hombres siguieron,
algunos con miembros amputados, todos heridos de alguna manera horrible. Sus ojos
sombríos mirando fijamente al frente.
Por fin apareció Thork, sostenido por Eirik y Selik. Apenas estaba consciente y la
sangre traspasaba la venda blanca de lino que le rodeaba el pecho. Su largo y rubio pelo
estaba sucio y apelmazado por la sangre… el mismo pelo hermoso que Ruby había
admirado, especialmente cuando se hacía una trenza a un lado, resaltada por los
escandalosos pendientes.
Los ojos aturdidos de Thork escrutaron la multitud con ansia. Cuando encontró a
Ruby, sonrió. Por lo menos intentó sonreír. Hasta eso parecía dolerle.
Ruby sangró por dentro ante el dolor en los ojos apagados de Thork, por las heridas sin
sanar en su frente, barbilla, brazos y la herida sangrante en el pecho. Luego vio la mano
con los dedos amputados, con solo el pulgar izquierdo. Jadeó y cerró los ojos brevemente
para reunir fuerzas.
Por favor, Dios, déjale vivir. Es todo lo que pido. Déjale vivir.
Tykir corrió hacia su padre y le rodeó la cintura con los brazos, sollozando
lastimosamente. Thork le dio golpecitos en el hombro con doloroso esfuerzo.
Ruby se acercó entonces y puso ambas manos a cada costado de la cabeza de Thork.
Le besó los labios agrietados con suavidad, llorando a lágrima viva. Con ternura le
acarició los cortes de la cara.
—Me da la sensación que cada vez que os veo estáis sollozando, moza —bromeó
Thork con voz temblorosa. También con lágrimas en los ojos—. Os dije que volvería.
¿Dudabais de mí? —Luego tiró de ella a sus brazos con brusquedad, enterrando el rostro
en su cuello.
El cuerpo de ella se sacudió en sollozos. No podía hablar.
Thork la apartó y le examinó el rostro, alarmado por el aspecto demacrado que tenía.
Sus ojos brillaron con tristeza cuando intentó bromear.
—Mujer, estáis horrorosa. Tal vez no habéis tenido a nadie que os pellizque vuestro
dulce culo mientras estuve fuera y eso os ha convertido en una llorona.
—¡Oh, Thork! —Ruby sonrió débilmente—. Ven conmigo. Déjame llevarte a casa.
Varios hombres, incluido Selik que ahora tenía una cicatriz horrible en un lado de la
cara, ayudaron a Thork hasta la carreta llena de paja que lo llevaría hasta el palacio de
Sigtrygg, no había espacio para el cuidado de enfermos en la casa de Gyda. Y las heridas
de Thork nunca soportarían el viaje a casa de Dar.
Para cuando llegaron al palacio, la fiebre atormentaba el cuerpo de Thork. En los días
que siguieron, alternaba entre la fiebre delirante y la débil consciencia. Cuando estaba
lúcido insistía en hablar con Ruby, que permanecía a su lado.
—Thork, vamos a tener un bebé —le dijo a la primera oportunidad—. Sé que no
querías más hijos, pero…
—Oh, Rube —le dijo con incredulidad, entrelazando los dedos de ella en su mano
buena—, hicimos un bebé juntos.
—¿No estás enfadado?
—Nay, bomboncito —dijo con una dulce sonrisa inclinando sus labios hacia arriba—.
Era inevitable que algo de mi semilla se deslizara en vuestra matriz. La visitaba muy a
menudo. —Le apretó la mano para mostrarle que bromeaba—. En serio, es maravilloso
que vos y yo hiciéramos un niño juntos. El bebé será magnífico, qué os apostáis.
Incluso esas pocas palabras pusieron a prueba su fuerza y cayó de espaldas en la cama,
cerrando los ojos. Pero una ligera sonrisa relajó sus labios mientras dormía. Ruby esperaba
que fueran los sueños de su niño lo que le alegrara tanto.
Al día siguiente le dijo:
—Si muero, mi hermano Eric debería ceder. No, Ruby, debéis escuchar. Eric no
tendría ninguna razón para perseguir a mis hijos si me voy.
La siguiente vez que despertó, exclamó febrilmente:
—Os quiero, mieldebrezo. No me di cuenta de cuánto hasta que os dejé. Si tuviera que
hacerlo de nuevo, seguiría vuestro consejo y disfrutaría el momento. Tuvimos tan poco
tiempo juntos, Ruby. Tan poco tiempo. Debería haber sido más.
El rey Athelstan llegó al tercer día sin que nadie lo esperara. Él y su resplandeciente
guardia armada atravesaron a zancadas el palacio con Sigtrygg hacia la habitación de
Thork. Afortunadamente era uno de los periodos de lucidez de Thork.
Athelstan se sentó en una silla al lado de la cama, saludando primero a Ruby y luego
cogiendo la mano sin dedos de Thork en la suya.
—Amigo mío, lo lamento tanto. Esto es culpa mía, atraparon al chico mientras estaba
a mi cuidado. Viváis o muráis, y si Dios quiere, será lo primero, Eirik es bienvenido a mi
corte, y lo prometo, lo protegeré con mi propia vida esta vez.
—Eso es decisión del chico. —Las palabras de Thork se fueron apagando y se deslizó
de nuevo en la fiebre.
Eirik había sido un reservado y solitario chico antes de dejarlo en la corte de
Athelstan. Ahora permanecía en vigilia silenciosa al lado de la cama de su padre, un chico
de diez años pero ya no un niño. Dios sabía por lo que había pasado mientras estuvo
cautivo por Ivar.
—Rezaré a San Cuthbert por su mediación a favor de Thork. —Athelstan le dijo a
Ruby con compasión antes de marcharse con Eirik y Sigtrygg. Volvió varias veces durante
los dos días siguientes para hablar con Thork, pero no había nada que pudiera hacer por
Thork y al final se fue.
A pesar de las plegarias de Ruby y de las potentes hierbas sanadoras que le daban,
Thork se debilitaba más y más cada día. Dar y Aud estaban prácticamente catatónicos de
pena. Mantuvieron a distancia a Tykir de la habitación de su padre porque sus arrebatos de
miedo alteraban a Thork y a todo el mundo. Eirik era estoico en ocultar la agitación que
debería haber convulsionado su alma. Ruby vivía el momento, intentando sobrevivir,
esperando lo mejor.
Una semana después de la vuelta de Thork a Jorvik, un enorme alboroto tuvo lugar en
el exterior del palacio. Ruby estaba demasiado desanimada para realizar el esfuerzo de ir
hasta la ventana y ver lo que pasaba. Pronto las voces a gritos entraron en el palacio,
acompañadas por una voz retumbante y mucho ajetreo.
—¿Dónde está mi hijo? —bramó alguien imperiosamente.
Ruby levantó la mirada para ver la enorme barba de un hombre llenando la entrada,
bloqueando afuera a toda la gente tras él.
Ofendida, Ruby siseó.
—¡Fuera de aquí! ¿No puede ver que aquí hay un hombre enfermo?
El gigante ni se movió.
—¿Quién sois, moza? —le exigió con arrogancia suprema.
—Soy la mujer de Thork. ¿Quién narices es usted?
—Soy el padre de Thork. —La miró con el ceño fruncido mientras la inspeccionaba
con los pálidos ojos azules… ojos que eran un reflejo de los Thork.
Aturdida, Ruby examinó al hombre mayor más a fondo. Vestido con una capa de
terciopelo negro, bordada con hilos dorados y con piedras preciosas incrustadas, destacaba
sobre ella, aproximadamente del mismo peso que Thork pero más corpulento. El pelo
completamente blanco le colgaba extremadamente bien arreglado hasta los omóplatos,
sujeto por un círculo de oro que le rodeaba la frente.
Ruby vio a través de la puerta abierta que varios nobles vikingos espléndidamente
vestidos llenaban el pasillo, seguramente compañeros o familia de este rey Harald de
Noruega. Incluso Sigtrygg permanecía en un segundo plano en deferencia al poderoso
soberano. Pero Ruby no estaba impresionada. Éste era el mismo padre que desatendió a su
hijo durante años, que falló en protegerlo de su despiadado hermano, que nunca le
demostró ni una pizca de afecto.
Sin ser invitado, Harald caminó regiamente hacia la cama y se sentó en una silla.
Cualquiera pensaría que era un maldito trono. Poniendo una mano en el pecho de Thork,
dijo con una voz sorprendentemente suave:
—Thork, tu padre ha venido a verte.
Thork abrió los ojos lentamente y parpadeó asombrado.
—¡Padre! ¿Qué os ha traído aquí? ¿Ya he muerto y he ido al infierno?
Harald sonrió lánguidamente.
—Nay, estáis vivo y si puedo evitarlo, permaneceréis así. He traído a mi propio
sanador conmigo. Vine tan pronto como lo supe.
Thork arqueó las cejas con incredulidad ante su padre.
—¿Vuestro hermano Eric tuvo algo que ver con esto? —La boca de Harald formó una
línea delgada de desagrado y sus ojos se entrecerraron peligrosamente.
—Nay, esta vez no —contestó Thork con una breve carcajada ante la preocupación
tardía por los juegos mortales de Eric—. Fue Ivar.
—Os lo prometo, hijo, Ivar morirá en un mes, con un águila sangrienta en la espalda y
vuestro nombre grabado en su pecho.
Thork intentó negar con la cabeza mientras se quedaba otra vez sin fuerzas.
—Esto ya no es importante… el asesinato. Es una pérdida de tiempo.
—Ningún hombre hace daño a mi hijo y vive para jactarse —declaró el rey noruego
con voz acerada.
—Todo gira en torno a vos, como siempre, ¿no, padre? —le acusó Thork con
cansancio—. Entonces, ¿por qué dejasteis que mi hermano me persiguiera?
El rostro del rey Harald se endureció y sus labios temblaron con indignación ante las
duras palabras de su hijo. Al final dijo:
—Le di libertad sobre vos para haceros más fuerte y fue un éxito. Sois el más fuerte de
mis hijos… el mejor de la camada.
—¡La camada! —Thork se ahogó con la exclamación. Ruby miró furiosa a Harald,
intentando decirle en silencio que no estaba ayudando a su hijo. Thork murmuró
débilmente—. Eso es todo lo que siempre fui… uno de vuestros vastos logros, no más
importante que un perro.
Harald inhaló bruscamente ante el insulto de Thork, luego dijo en voz baja, casi
excusándose.
—Esto no es cierto, Thork. Me preocupaba, y os lo prometo, si murieseis, Eric nunca
lastimará a vuestros hijos.
Thork se puso más inquieto luego intentó incorporarse.
—No penséis en llevaros a ninguno de mis hijos con vos. Permaneced fuera de sus
vidas. No permitiré que destruyáis sus vidas como hicisteis con la mía.
Harald se puso en pie, inclinándose furiosamente sobre su hijo, y parecía a punto de
discutir con él, cuando se detuvo de repente.
—Que así sea. Tenéis mi palabra. Y también haré saber en todo el mundo vikingo que
si alguien hace daño a los chicos responderá ante mí y mis ejércitos.
Los ojos de Thork se giraron hacia Ruby mientras se hundía de nuevo en la cama. Le
tendió la mano. Ruby se sentó en el colchón a su lado y le acarició el dorso de la mano.
—Ahora los niños estarán a salvo, mieldebrezo. Ya puedo descansar. Sobre cualquier
cosa, mi padre honra su palabra.

* *

Por desgracia, el sanador personal del rey Harald fue incapaz de ayudar a Thork.
Ahora la mayor parte del tiempo permanecía con fiebre delirante, los labios agrietados y
ensangrentados, los ojos cerrados. Al anochecer del vigésimo día Ruby estaba de pie cerca
de la ventana, mirando al frente sin ver. Miró hacia abajo, al broche de dragón que
sujetaba en la mano, acariciando el prendedor con cariño. Distraídamente se lo metió en el
bolsillo de los tejanos, que se había vuelto a poner otra vez mientras el rey Harald
estuviera en la residencia, simplemente para enfurecerlo.
De repente Thork se incorporó en la cama con un grito y abrió los ojos de par en par,
mirando directamente a Ruby.
—Nos vi, Rube. Lo vi todo —exclamó—. Había un largo túnel y al final nada excepto
un resplandor precioso. Entonces os vi a vos… y a mí. Al menos parecía yo… pero de
algún modo distinto.
La transpiración perló su frente fruncida y Ruby intentó que se acostara. Él se negó,
habiendo recuperado de alguna manera su fuerza.
—Thork, acuéstate. Fue solo un sueño —lo tranquilizó Ruby, intentando empujarlo
suavemente hacia atrás.
—Nay, escúchame, Rube. Esto es importante —dijo con voz ronca, como si le doliera
hablar. Le aferró la mano con un agarre de acero—. Las imágenes que vi al final del
pasaje… vos y ese otro yo… juntos. Fue tan precioso. Hizo que mi corazón se hinchara de
felicidad. No lo perdáis, Rube. Hagáis lo que hagáis, no… lo… perdáis.
Entonces cayó hacia atrás, pesadamente, con la mano todavía aferrada a la suya con
fuerza. Ruby no tuvo que tocarle el pecho para saber la verdad.
Thork estaba muerto.
Ruby gritó y se lanzó sobre Thork, sacudiéndolo, intentando desesperadamente lograr
que se despertara. Luego, como si saliera de su cuerpo, Ruby vio a Aud, Dar, Tykir y a
Eirik mirándolos a Thork y a ella desde el otro lado de la cama —con lástima— llorando a
lágrima viva.
Ruby oyó un agudo gemido en algún lugar. Se hizo más y más alto, más y más cerca,
parecía moverse dentro de su cabeza, girando y girando velozmente. Luego explotó.
Un completo y eterno silencio se infló sobre ella como una nube ligera y reconfortante.

22
Capítulo

—¡CLIK! ¡Clik! ¡Clik!


Ruby abrió los ojos lentamente, sin ganas, y miró hacia abajo. Parpadeó incrédula.
Un reproductor de casetes en su regazo, cliqueando. La cinta de autoayuda había
llegado a su fin. Ruby apretó el botón de apagado con un débil movimiento mecánico.
Sin estar segura de si estaba soñando o si estaba despierta, Ruby se puso una palma
sobre el pecho como para calmar el enloquecido latido de su corazón. Escalofríos
barrieron su piel como dominós cayendo cuando le fue llegando la conciencia milímetro a
milímetro.
Había regresado al siglo veinte.
¿O es que no se había ido jamás?
Ruby ya no podía separar el sueño de la realidad. Sentándose derecha, apartó el
reproductor a un lado y se llevó una mano hasta la frente, tratando desesperadamente de
entender lo que le había pasado.
Jack la había abandonado, Ruby lo recordó con un gemido de desesperación. Ella
había ido a su biblioteca y había puesto una de sus cintas de autoayuda en la máquina,
esperando patéticamente encontrar algunas respuestas para el lío de su vida. El orador de
la cinta había prometido que cualquier cosa en la vida era posible si una persona lo
deseaba lo suficientemente fuerte, y Ruby había deseado tontamente ser veinte años más
joven y vivir su vida con el conocimiento que ahora tenía.
¡Ay Dios!
¿De verdad había viajado atrás en el tiempo? No, no era posible.
Buscando en su cerebro otras alternativas, se preguntó si podía estar teniendo una
crisis nerviosa. Era, definitivamente, una posibilidad, pero la gente que tenía una crisis
nerviosa perdía totalmente la cabeza, ¿verdad? Oh, bueno, si existía algo como la
“neumonía errante” tal vez ella estaba teniendo una “crisis nerviosa errante”.
Desorientada, Ruby registró frenéticamente en el estudio de Jack buscando pistas.
Todo estaba igual, como siempre estaba. El reloj de la estantería encima del escritorio hizo
tic-tac. Las cinco en punto. ¡Ay Dios mío! Habían pasado solo dos horas desde que Jack se
había ido. ¿Cómo era posible?
De repente, los recuerdos cayeron sobre Ruby como un tsunami y gritó en voz alta de
dolor.
—¡Thork! Ay, por favor, Dios, no dejes que Thork muera. —Frunció el ceño. ¿Pero
qué estaba diciendo? Thork no existía. Pero Jack sí.
Ruby se repeinó los cabellos con los dedos de ambas manos y los mantuvo allí.
Meciéndose adelante y atrás, gimió desesperada por la muerte de su esposo vikingo. Una
voz interior y persistente veía su dolor como algo irracional, e incluso así, a la vez, Ruby
no podía detenerse.
Su cabeza empezaba a palpitar con el inicio de una migraña asesina, se puso de pie y
bajó sin vida por las escaleras hasta el baño buscando una aspirina. Mientras se llenaba el
vaso con agua, a punto de llenarse la boca con la píldora, Ruby se miró en el espejo
encima del lavamanos. El vaso y la aspirina cayeron de sus manos temblorosas.
Un rostro de treinta y ocho años, con marcas de lágrimas, le devolvía la mirada con su
corte de pelo chic de Vidal Sassoon. Era un rostro atractivo, pero con las primeras marcas
de esas odiosas pequeñas líneas de la risa rodeando sus ojos y boca.
¡Treinta y ocho! ¡Infiernos!
Ruby miró hacia abajo, a la camiseta de su hijo de Brass Balls y sus tejanos. Dudó,
sintiendo lo que encontraría, luego desabrochó la cinturilla de sus tejanos y miró abajo.
¡Seh! ¡Estrías!
—¡Mierda! —dijo Ruby en voz alta.
Casi podía asegurar que si se bajaba más los pantalones encontraría el principio de
celulitis en sus muslos. ¡Bueno, solo un poquito!, se dijo Ruby con una irrelevancia casi
histérica. Un atisbo de sonrisa le apareció por la comisura de su boca. ¡Caray! Estaba
teniendo una crisis nerviosa y haciéndose bromas.
Sonó el teléfono de la entrada, descolocando los sentidos de Ruby. Lo cogió al
segundo timbrazo. Tal vez fuera Jack.
No lo era.
—Mamá, ¿puedo ir a casa de Greg después del entrenamiento de fútbol? Su madre ha
dicho que podría quedarme a dormir. Vamos a alquilar unos vídeos.
—Imagino que sí, Eddie, si sus padres también van a estar allí —dijo Ruby, la
normalidad de su voz pareciéndole rara. De hecho, estaba agradecida de posponer la
dolorosa conversación con sus hijos sobre la partida de su padre—. Asegúrate de portarte
bien, y no olvides darle las gracias a la señora Summers por dejar que te quedes.
Ruby entonces se dio cuenta, con una risita triste, que los instintos maternales salían
en automático. No era necesario estar cuerda para nada.
—Claro que me comportaré bien —prometió Eddie con su enfermo sentido del humor
adolescente—. Prometo no vomitar en su moqueta en la fiesta de la cerveza.
—Eddie, eso no es divertido.
—Tranqui, mamá. Era solo una broma.
Ruby se imaginó entonces que David debería haber llegado a casa de la escuela.
—¿Tienes idea de dónde está tu hermano?
—¿Se te está yendo la pinza, mamá? Le dijiste esta mañana que la abuela lo recogería
después de la escuela y que pasaría el fin de semana con ella.
—Es verdad. Ya me acuerdo.
—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Eddie preocupado.
No, definitivamente no estoy bien, pensó Ruby, pero lo que le dijo a su hijo fue:
—Claro, cari, me acabo de despertar de una siesta y estoy un poco grogui.
—Te veo mañana por la tarde, entonces.
—Adiós, cari.
Ruby entró en la cocina y se hizo una taza de café instantáneo. Sentándose en la mesa
de la cocina, tamborileó sus dedos distraídamente. Los pensamientos daban vueltas
inconexamente en su cabeza.
De acuerdo, estos eran los hechos. Algo le había sucedido hoy, Ruby estaba
convencida de eso. No importaba que hubieran pasado solo dos horas. Jamás podría haber
soñado todos esos personajes y sucesos: Jorvik, Gyda, Olaf, todas sus hijas, incluyendo a
la adorable Tyra, Dar y Aud, Eirik y Tyrkir, la cotilla Ella. Ruby sonrió por la última idea.
¡Imaginarse soñar con la versión vikinga de su señora de la limpieza! Por no mencionar a
todos esos otros personajes: Sigtrygg, Byrnhil, Selik, el rey Athelstan, el rey Harald.
¡Y Thork! Sobre todo, ¡Thork!
A Ruby le dolía el corazón por su marido nórdico que era Jack pero que no era en
realidad Jack. Su dulce y feroz vikingo, quien había sufrido y luego había muerto. Habían
estado juntos tan poco tiempo.
Todo era tan confuso.
De repente, en una inspiración, Ruby volvió a la biblioteca de Jack de donde había
sacado varias enciclopedias de los estantes. Con cada párrafo esclarecedor que leía, el
corazón de Ruby latía más rápido y la cabeza le daba vueltas. ¡Buen Dios! York,
Inglaterra, en verdad se había llamado Jorvik durante el período vikingo. Un rey
escandinavo, Sigtrygg Un ojo, se había casado con la hermana del rey sajón Athelstan, y
el vanidoso Harald, supremo rey de Noruega, había tenido muchas esposas e hijos que
lucharon sangrientamente entre ellos por su corona.
—¿Cómo habría podido saber yo estas cosas?
Leyendo más, encontró al final que Eric Bloodaxe, el medio hermano de Thork, se
convirtió en rey de Jorvik y, de hecho, fue el último de los reyes nórdicos en reinar en
Northumbria. El joven Haakon, el otro medio hermano de Thork, más tarde llamado
Haakon el Bueno, gobernó Noruega. Tal vez la erudita corte de Athelstan había influido en
Haakon hacia la dirección correcta.
La reveladora información maravilló a Ruby. Incapaz de absorber más por ahora, dejó
los libros.
—Señora Jordan, ya me voy.
Ruby saltó asustada cuando la voz le llegó desde el salón.
—Rhoda, ¿qué estás haciendo aquí tan tarde?
—Taba zolamente acabando la planxa. ¿Quié que venga doz díaz la zemana que viene
pa que puea empezá con laz ventanaz?
Ruby asintió, luego sonrió, viendo el National Enquirer enrollado bajo el brazo de
Rhoda.
—¿Ta uzté bien? Ze la ve ezpantozamente eztraña. —Rhoda la examinó miopemente a
través de sus bifocales.
¡Oh, sí! Jodidamente maravillosa. ¿No habrás visto por casualidad un barco vikingo
en mi patio trasero?, bromeó Ruby en silencio, pero se guardó sus pensamientos para sí.
No necesitaba a la descerebrada de Rhoda involucrándose en esta pesadilla.
Calmadamente respondió:
—Estoy bien. Solo cansada.
—Recuerde lo que le dihe zobre tó ezo que paza por ahí. Lo leí en miz periódicoz. Tó
viene de la Xina. Lo único que lo pué curá zon laz paztillaz de aho.
Ruby le pagó, con una sonrisa, y la acompañó hasta la puerta antes de que Rhoda
empezara a contar una de sus historias de los tabloides. Probablemente le explicaría a
Ruby que toda la experiencia de ir atrás en el tiempo era algo relacionado con alienígenas
del espacio exterior.
¿Y ahora, qué?, se preguntó Ruby mientras sus nervios se desenredaban uno a uno. Tal
vez una ducha ayudaría. Después de eso, intentaría resolver el lío que había formado con
su vida, intentaría entender lo que le estaba sucediendo.
De pie en el baño, casi a punto de quitarse la ropa, Ruby le echó un ojo al espejo de
cuerpo entero de la puerta y vio algo enganchado del bolsillo de sus vaqueros.
Dio un grito ahogado al reconocerlo, luego se dejó caer al suelo. Toda la tensión que
había aguantado en su interior explotó con altos y temblorosos sollozos que le sacudieron
el cuerpo.
Ruby lloró por Thork y su muerte. Lloró por el poco tiempo que habían estado juntos y
por el amor que tan brevemente habían compartido. Lloró por los dos “hijos” que había
dejado atrás y por el estilo de vida primitivo y por la valiente y feroz gente que había
llegado a amar y a la que añoraría de corazón. Y lloró por el lío que había creado en su
vida con Jack.
Y todo el tiempo agarró fuertemente en su mano uno de los inestimables broches de
dragón que Thork le había dado. En verdad había viajado atrás en el tiempo, si fue en un
sueño o en la realidad, no lo sabía. No importaba. Todo lo que Ruby sabía era que de
algún modo había estado allí. La experiencia había sido real, no imaginada. Lo que ahora
tenía que aclarar era el porqué.
Cuando se le secaron las lágrimas y ya no pudo llorar más, se metió en la ducha y dejó
que el agua caliente la relajara. Después, como un cachorrillo siendo sostenido por las
correas de otra persona, hurgó en su vestidor hasta que encontró justamente lo que quería:
un body negro que Jack le había regalado hacía años, antes de que ella creara su propia
compañía. Siempre lo llevaba en ocasiones especiales. Después de vestirse, bajó a la
cocina y se hizo otra taza de café. Eran solo las siete de la tarde. Se sentía encerrada en
una repetición temporal.
Ruby abrió la puerta del congelador y buscó la caja de pasta filo, apilada al fondo,
esperando que no se hubiera echado a perder después de todo este tiempo. Sacó la pasta
fina como el papel, junto con otros ingredientes, y empezó a preparar una bandeja de
baklava.
—Estás fatal, chica —se dijo más tarde con una risa aguda mientras sacaba la bandeja
del horno—. ¿De verdad piensas que puedes engatusar a tu marido para que vuelva, con
un plato de pastel?
Ruby se detuvo de golpe cuando estaba cortando la masa en rombos. ¿Era eso lo que
quería? ¿Que Jack volviera?
¡Sí!
Ruby se rodeó con sus brazos y cerró los ojos ante una cálida ola de alivio. Finalmente
estaba empezando a ver la luz en este revoltijo de preguntas. Por algún motivo, solo Dios
lo sabía, se le había ofrecido esta experiencia de viaje en el tiempo para aprender algo.
Ruby había sentido en su “sueño” que se le había dado la oportunidad de entender sus
problemas con Jack al estar con Thork, su equivalente en tiempos vikingos.
¿Podría ser que Dios, o quién fuera, hubiera jugado esta broma bestial con ella y que le
estuviera ofreciendo de verdad una segunda oportunidad con su marido, si había aprendido
la lección del pasado?
Ruby sonrió de oreja a oreja y se preparó para la dura prueba que tendría ante sí.
Ahora que conocía su misión, Ruby se dio prisa en ponerle plástico protector al plato de
baklava, agarró su bolso y cerró la puerta. En unos minutos estaba en la autopista que
llevaba a la casa del lago. Durante el viaje de una hora meditó sobre su extraña aventura
en el tiempo e intentó recordar las lecciones aprendidas.
Cuando las luces brillantes de un pequeño centro comercial llamaron su atención,
Ruby pisó el pedal de freno, al tener un flash de inspiración. Hizo unas pocas compras y
salió de la tienda con una sonrisa traviesa en su rostro.
Si su plan no funcionaba, al menos haría que Jack se riera bastante. Ruby sonrió al
pensarlo.
Una nube oscura cubría el cielo cuando llegó a la moderna cabaña con techos
inclinados que ella y Jack habían comprado hacía diez años junto al lago. Jack había
aparcado su BMW en uno de los lados.
Ella tembló cuando salió del coche con su bolsa de la compra y su baklava. No había
pensado en lo fresco del tiempo cuando salió de casa sin abrigo. O tal vez eran los nervios.
Llamó suavemente a la puerta y luego entró sin esperar a que Jack respondiera. Si él
estaba con “compañía”, pues que así fuera.
Jack estaba tendido en el sofá delante del hogar con una copa de whisky en una mano,
todavía vestido con sus pantalones del traje y una camisa blanca. Se había quitado la
americana y abierto los primeros dos botones de la camisa, pero aparte de eso, tenía casi el
mismo aspecto que un poco más temprano. La pantalla de la televisión estaba a oscuras,
pero sonaba algo de música en el estéreo.
Jack se levantó cuando oyó cerrarse la puerta y se enfrentó a ella con un gesto
interrogativo de cabeza. Chispas de una fuerte e indescifrable emoción brillaron
brevemente en sus pálidos ojos azules, un fuerte contraste con lo que le quedaba del
bronceado del verano. En su mejilla un tenso músculo dio un tirón.
Después de toda la agitación que había sufrido ese día, Ruby ansiaba echarse al abrigo
de los brazos de Jack, pero sabía que primero tenían demasiados temas que solucionar. En
vez de eso se regodeó los ojos mirándolo, como si lo viera por primera vez. Se fijó en sus
amplios hombros ceñidos con el algodón de la camisa, que iban en disminución hacia su
atlética y esbelta cintura y caderas, y un estómago plano y bien construido. Él se metió
ambas manos en los bolsillos de los pantalones con gesto deliberadamente casual,
tensando de esa manera la tela alrededor de sus fuertes muslos y sus duras nalgas.
A Ruby se le secó la garganta y se obligó a mirarlo a la cara. Se fijó de manera
irrelevante en que necesitaba un corte de pelo. El cabello rubio oscuro le llegaba hasta el
cuello de la camisa. Se lo intentó imaginar más largo, trenzado hacia un lado, y colgando
de su oreja un pendiente en forma de rayo. No pudo evitar sonreír al imaginárselo. Jack
frunció el ceño, probablemente pensando que se estaba divirtiendo a su costa.
¡Buen Dios! Jack era igualito a Thork cuando la miraba así. Un poco más mayor,
algunas canas, un poco menos de músculo, pero ¡qué parecido más asombroso!
—¿Qué diantre estás haciendo aquí, Ruby?
La observó con una concentración ardiente, pero no había ninguna cálida bienvenida
en su voz. El corazón de Ruby dio un vuelco. Esto iba a ser mucho más duro de lo que
había pensado.
—¿Y ella dónde está? —preguntó débilmente, jadeando las primeras palabras que le
pasaron por la cabeza.
—¿Quién?
—Dolly Parton. Pensaba que ya la habrías encontrado. —La voz de Ruby temblaba de
nervios.
Jack la miró interrogativamente, cambiando de posición, impaciente, de un pie a otro.
De repente recordó y una sonrisa curvó sus labios imperceptiblemente, pero no le llegó
hasta los ojos. Negó con la cabeza, incrédulamente.
—No me iban las Dolly Parton esta noche. Jack Daniels me apetece más.
Sus discernidores ojos la miraron fijamente, no cediendo ni un ápice.
—¿Y yo te apetezco? —preguntó Ruby trémulamente, odiando la vulnerabilidad de su
pregunta.
Un gesto de incredulidad cruzó por las facciones de Jack antes de obligarse a estar
impasible de nuevo.
—Vete a casa, Rube —le ordenó parcamente—. Ya me has llevado al límite. No puedo
garantizar lo que haré…
—Jack, lo siento. Por favor, hablemos de…
—¡No! —declaró fríamente, agarrándola de un brazo y obligándola a ir hacia la puerta
—. Ya te dije esta tarde que el tiempo de hablar se había acabado. Maldición, ¿es que no te
das cuenta que ya no puedo más?
A Ruby le dolía el corazón al ver la desesperación en los ojos de Jack. Señor, debía de
haber estado ciega para no haber visto lo mucho que le había hecho daño en estos últimos
meses. Tenía que convencerlo de que su matrimonio todavía se podía salvar.
—Jack, por favor, escúchame. Cuando te fuiste me sucedió algo importante —le
interrumpió Ruby rápidamente a la vez que se desasía de su agarre y le daba la vuelta
dirigiéndose hacia el salón—. Necesito contártelo.
—¿Qué?
—Bueno, pues tuve una experiencia realmente rara —empezó a explicar Ruby,
lamiéndose los secos labios—. Esta cosa que ha sucedido… bueno, me hizo reflexionar
mucho y sin saber cómo, hice algo de baklava para ti, y me preguntaba si podía hacer algo
de café para acompañarlo y tal vez hablar. —Ruby sabía que estaba parloteando sin
sentido, pero ¿cómo podría explicarle su viaje en el tiempo a Jack con él cerniéndose
sobre ella, tan reacio, prácticamente empujándola a salir por la puerta?
—¿Qué coño te pasa? —se le estrecharon los ojos, sospechando, mientras la miraba de
cabo a rabo—. Pareces diferente.
—Soy diferente. Eso es lo que he estado intentando explicarte —aguantándose las
lágrimas, se giró hacia la cocina, necesitando un minuto para volver a tener sus emociones
bajo control. Siguió tragando a duras penas para evitar ponerse a llorar. La pena no era
parte de su plan.
¡Plan! Ruby recordó otro plan, en otro tiempo, y cómo había resultado. Cerró los ojos
ante ese pensamiento tan doloroso.
—¿Estás llorando? —preguntó Jack, inspirando duramente con exasperación mientras
la seguía a la cocina.
—No —mintió ella con un sollozo roto.
—Por favor, Ruby, sabes que no soporto cuando te pones a llorar —él le colocó una
mano sobre el hombro y la giró, sólo para exclamar—: ¿De dónde has sacado ese broche?
—¿Eh? —Ruby miró hacia abajo y vio el broche de dragón en la solapa de su blusa.
Sonrió y lo tocó dulcemente—. De ti —contestó sin pensar.
—Corta el rollo, Ruby. Yo nunca te he dado ese broche, y cualquiera que lo hiciera
debe de haberse gastado una fortuna. Parece muy costoso. —Sus claros ojos la acusaban,
airados, antes de que se diera media vuelta.
Estaba celoso. Extrañamente contenta, Ruby colocó una mano sobre el brazo de Jack,
acariciando tiernamente con sus dedos la almidonada tela antes de poder detenerse, y le
dijo suavemente:
—Jack, no me lo ha dado ningún otro hombre. Y no he estado con nadie más excepto
contigo. —Bueno, eso era más o menos la verdad, razonó Ruby.
Él la apartó de su brazo con un gesto, pero cuando se dio la vuelta, Ruby vio que la ira
y los celos habían desaparecido, reemplazados por una cansada desolación. El adulterio no
era un problema entre ellos, y nunca lo había sido.
—¿Dónde están los chicos?
Ruby se lo dijo, y pareció satisfecho. Estaba contenta de que no le preguntara si les
había explicado algo sobre su marcha. Mientras preparaba café, él acabó su bebida y
observó cada uno de sus movimientos con una sospecha precavida.
—¿Me sirves un brandy mientras se prepara el café? —le preguntó.
Mientras sorbía el fuerte licor, esperando que le diera valor, preparó una bandeja para
llevarla al salón. Al final colocó la bandeja en la mesa cerca del sofá mientras Jack ponía
más madera en el fuego.
—Esta habitación y este hogar me traen muchos recuerdos de momentos felices —dijo
ella con añoranza.
—Dame un respiro, Ruby. Hace más de un año que no has estado por aquí —le
recordó Jack—. Los chicos y yo somos los únicos que venimos, para pescar.
Jack se acabó su bebida con un largo trago, luego se sentó y comió una de sus pastas,
dando sorbos a su café solo. Entonces se comió otra, y otra. Ruby se dio cuenta que
probablemente no había comido en todo el día. La cocina no mostraba signos de uso.
Ruby lo miró abatida mientras él estaba sentado, comiendo en frío silencio. ¿Cómo
podría atravesar el escudo que se había erigido a su alrededor?
—Recuerdo cuando compraste este sitio —murmuró Ruby, dando vueltas con su dedo
de manera ausente al borde de su taza de café vacía—. Fue en nuestro décimo aniversario
de boda. Tu negocio estaba creciendo y querías celebrarlo a lo grande.
Jack se miró sus propias manos, escuchando pero sin decir nada. De repente Ruby
recordó algo más.
—¿Te acuerdas de cómo bautizamos la casa? ¿Justo aquí delante del fuego?
Jack se levantó del sofá de un salto y se quedó de pie encima de ella.
—Déjalo ya, Ruby. Déjalo. —Agarró la chaqueta del traje y salió—. Si tú no te vas,
me voy yo.
A Ruby la dominó la desesperación. Tenía que detenerlo.
—¿Jack, qué harías hoy si supieras que no hay un mañana? —la tonta y desesperada
pregunta fue dirigida a su espalda mientras se iba.
Jack se dio la media vuelta y sus ojos mostraron sorpresa. Sus labios se curvaron con
desagrado.
—Rube, no estoy para juegos tontos. Dame un respiro y…
Ruby detuvo sus palabras levantando la mano.
—No, lo digo en serio. Es una pregunta importante. Por favor, Jack, compláceme.
Jack la miró fijamente durante un largo momento, luego dejó caer la chaqueta sobre
una silla y se volvió a sentar, mirando sin ver el fuego. Finalmente sus ojos se elevaron y
se clavaron en los de ella, exigentes.
—Dímelo tú, Rube.
—Bueno, en realidad yo me he hecho esa pregunta hoy después de la extraña
experiencia de la que te hablaba antes —empezó a decir Ruby, dudosa—. No lo tuve que
pensar ni dos veces. Me di cuenta de que te suplicaría que volvieras a casa y que me dieras
una segunda oportunidad. Este amor que teníamos, que tenemos… es demasiado precioso
para que se pierda.
¡Precioso! Esa era la palabra que había usado Thork justo antes de que muriera.
Un músculo hizo tic junto a los labios de Jack.
—Te amo, Ruby. Probablemente lo haré siempre, pero el amor ya no es suficiente para
mí.
—¿Qué quieres que haga? Haré lo que sea si tú…
—No supliques, y no hagas promesas que no puedes mantener —dijo Jack.
Ruby parpadeó rápidamente para evitar que le cayeran las lágrimas que inundaban sus
ojos. Tragando el nudo de su garganta, continuó exponiendo su caso.
—Tú probablemente no recuerdas esto, pero hoy estaba pensando en cuando teníamos
dieciocho y me pediste que me casara contigo. Dijiste: «Podemos hacer que funcione. Te
amaré para siempre». Y entonces…
—Lo recuerdo —Jack la interrumpió fríamente—. Lo recuerdo todo, pero de eso hace
mucho tiempo.
—… y entonces yo pensé en todos los buenos momentos que hemos vivido —insistió
Ruby—. No puedo dejar que pase sin luchar.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Y por qué ahora? —gimió él y se puso las manos
sobre los ojos. Levantando la cabeza, su mirada volvió a encontrarse con la suya, llena de
dolor—. Nada, absolutamente nada, ha cambiado. Ya te dije esta tarde que el momento de
las palabras había pasado. Quiero que se acabe. Te echaré de menos muchísimo, Ruby —y
su voz se rompió antes de que continuara—, pero estoy harto de las discusiones y del
dolor. Nuestro matrimonio apesta.
—Eso no es verdad —dijo ella con la voz entrecortada.
—Ruby, déjalo ya. Me estás rompiendo el corazón. Nos hemos roto el corazón el uno
al otro.
—Tal vez teníamos que hacerlo para poder empezar a sanar. Acaso podamos
recomponer nuestros corazones de nuevo, y hacer que sean incluso más fuertes.
—¿Acaso? —preguntó Jack con la ceja levantada.
Ruby sonrió por haber usado una forma de hablar vikinga y continuó su ruego:
—Ahora las cosas son diferentes. Te lo demostraré. Te lo compensaré. Solo déjame
intentarlo.
—¿Cómo? —preguntó Jack mientras se levantaba con las manos apoyadas en las
caderas—. ¿Vas a dejar tu negocio? ¿De repente te vas a convertir en Supermamá? ¿Me
harás el desayuno por la mañana y me estarás esperando en la puerta por la noche?
Ruby tragó fuertemente ante sus duras palabras.
—¿Es eso lo que deseas?
Jack se pasó los dedos por el pelo, nervioso.
—¡Joder, no! Quiero una mujer para amarla, que me ame a su vez. Quiero ser lo más
importante en su vida, no un complemento.
—Lo eres.
—No lo soy y no lo he sido desde hace mucho tiempo.
—¡Lo eres! Me imagino que no te lo he dicho o demostrado lo suficiente.
—Maldita sea si no es cierto que no lo has hecho. ¿Cuándo fue la última vez que
hicimos el amor, Rube?
—Yo… no lo sé —admitió Ruby débilmente, intentando hacer memoria. ¿Cómo podía
haberse olvidado de algo tan importante?
—Bueno, pues yo sí. Hace seis semanas, y tú estabas tan cansada que igual podría
haber estado follándome a una bombilla.
Ruby jadeó ante sus palabras de condenación hacia su forma de hacer el amor. Su
estómago se retorció ante el deterioro que veía de sus planes para la noche y para su
futuro. De repente la implacable expresión del rostro de él la caló por dentro.
Su matrimonio estaba acabado.
—Me encuentro mal, tengo que ir al baño.
Jack parecía no creerse que ella interrumpiera su conversación de forma tan abrupta, y
luego hizo un gesto de rechazo con las manos.
—¡Y para qué! Yo también me siento con ganas de echar hasta mi primera papilla.
Ruby vio su bolsa de la compra mientras corría al baño y la agarró. Lo último que
quería era que Jack mirara dentro y descubriera el alcance de su idiotez.
Cerrando con pestillo la puerta del baño, se dejó caer al suelo y se mordió el puño para
evitar que Jack escuchara los sollozos que le atravesaban el cuerpo.
Era demasiado tarde para ellos. Jack lo había dejado claro. Ella había esperado
demasiado tiempo.
Parecía que todas las lecciones que había aprendido eran para nada: las palabras de
Gyda sobre la familia y sobre hacer sentir importante al hombre, la cabeza de la familia; lo
que le dijo Thork sobre apreciar el momento y deleitarse en el don del amor; el darse
cuenta cuando la muerte de él pareció inminente de que la familia y el amor de un buen
hombre constituían las cosas más importantes del mundo y no el éxito empresarial.
Recordó también, con una triste sonrisa, cómo Thork le había dicho en su noche de
bodas que sobre todo la amaba porque lo hacía sonreír. Bueno, maldición, eso era algo que
todavía podría hacer por Jack: hacerle sonreír. Al menos, este matrimonio no acabaría con
lloriqueos. Se acabaría a su manera: con un ataque de risa.
Ruby se quitó la ropa con airada determinación, todo menos el estúpido body negro de
seda que se había puesto antes para agradar a Jack.
—¿Estás bien ahí dentro? —preguntó Jack a través de la puerta cerrada.
¡Ahora se preocupaba!
—¡Lárgate!
—Déjame entrar.
—Déjame en paz. Saldré en un minuto.
Ruby se restregó los ojos y sacó las compras de la bolsa. Sonrió con malicioso deleite.
Ya le enseñaría ella a su tozudo marido. Vería lo que se estaría perdiendo. Y entonces lo
lamentaría.
Al menos, esperaba que así fuera como acabara la cosa. Suspiró dándose ánimos,
luego levantó el mentón con resolución.
Primero se retorció y contorsionó el cuerpo para caber en el ceñido vestido rojo de
lycra tipo sirena y luego deslizó los pies dentro de un par de zapatos de tacón a juego. A
continuación sacó una larga peluca rubia de la bolsa y se la colocó. Se miró en el pequeño
espejo sobre el lavamanos y casi se desmaya.
Le venían unas ganas tremendas de soltar risitas. ¡Dios de los cielos! Intentando
parecerse a la rubia barata vestida de lycra de la que le había hablado antes a Jack, la que
probablemente se buscaría cuando la dejara, se había acabado convirtiendo en una
Madonna de una cierta edad. Bueno, si lo suyo con Jack no tenía arreglo, se dijo a sí
misma en broma tristemente, siempre podría pararse en un bar de moteros de vuelta a
casa.
Pero incluso aunque hiciera bromas mentales consigo misma, Ruby lloraba por dentro
al pensar en perder a Jack para siempre.
Jack tenía la cabeza sobre uno de sus antebrazos, apoyado en la chimenea, cuando
volvió Ruby. Su otra mano sostenía un segundo vaso de whisky.
Ruby titubeó al ver la abyecta desolación de su rostro. Lo había hecho caer tan bajo.
Pero bueno, se imaginaba que ya no tenía nada más que perder, y él tampoco.
Ruby posó provocativamente contra el quicio de la puerta, temiendo parecer más tonta
que sexy.
—Hey, tiarrón, ¿le darías una vuelta a una chica en tu nuevo Corvette?
Jack se giró y al hacerlo se le cayó el vaso al suelo, chocando y derramando el licor
por la alfombra.
—¡Por Dios santo! —tragó duramente y la miró de arriba abajo, y luego explotó en
risas. No una risa pequeña. Fue un ataque de esos que te vienen desde el fondo del
estómago.
Ruby frunció el ceño irritada, pero continuó débilmente.
—Ya te dije antes que probablemente querrías buscarte una joven barata vestida de
lycra. —Ruby se desanimó, empezando a sentirse extremadamente tonta mientras Jack ser
reía hasta quedarse sin aliento—. Pensé que tal vez… tal vez yo podría ser esa chica barata
—balbuceó.
—¿Una chica barata? ¿Barata? ¡Ay Dios mío! ¿Te has vuelto loca? —dijo Jack
entrecortadamente, agarrándose de un costado como si le doliera—. Pues vaya una chica
barata que haces con la pintura cayéndote por las mejillas —y empezó a reírse de nuevo.
Ruby se las tocó. Se le pusieron los dedos negros.
Cuando la risa de Jack se fue acabando y se restregó sus ojos todavía brillantes, le
preguntó sorprendido:
—En cualquier caso, ¿por qué lloras?
—Yo no estoy llorando —negó Ruby incluso mientras las lágrimas se derramaban por
sus mejillas. Se giró a ciegas para regresar al baño, mortificada por haberse puesto en
ridículo.
Jack la alcanzó en el vestíbulo y la devolvió al salón, tirando de ella todo el tiempo. Al
final la agarró y la sostuvo en sus brazos de acero para evitar que escapara. Ella le dio
patadas con sus tacones, y él soltó un insulto, pero no la dejó ir. Ambos cayeron, mitad
dentro y mitad fuera del sofá.
Ella continuó luchando, y Jack forzó sus dos brazos por encima de su cabeza y los
sostuvo con sus manos. Él empujó la parte baja de su cuerpo hacia el final del sofá con sus
caderas, su rostro enterrado en su cuello. Ruby olió su colonia y la dulce esencia de miel
del baklava. Cerró los ojos y dejó de luchar por un momento, queriendo rendirse al
glorioso abrazo de Jack.
Pero no era en verdad un abrazo, eso Ruby lo entendió enseguida, en cuanto Jack
sonrió en su cuello, susurrando:
—Ay Rube, no habías hecho nada tan atroz desde que me pediste que te afeitara las
piernas.
—¿Qué? Yo no hice semejante cosa —afirmó Ruby indignada, intentando sin éxito
apartarlo—. Tú fuiste el que me convenció con esa idea.
Ella sintió el corazón de él latir fuertemente contra sus senos, y se sentía muy bien.
No, maldito fuera, no era su corazón. Su pecho volvía a temblar de risa.
—Déjame ir —exigió con un sollozo.
Jack se apartó, solo un poco. Su mirada conocedora y brillantes ojos le dijeron que le
había estado tomando el pelo. Sabía perfectamente quién había seducido a quién,
probablemente podía recordar cada maldita y excitante palabra que le había dicho durante
aquella larga noche llena de pasión. Una sonrisa resplandeciente surgió en su rostro
mientras la miraba con diversión y… ¿qué? Ruby no podía imaginarlo.
—Tu peluca está totalmente desmontada —observó Jack con una sonrisa inclinada,
meneando la cabeza de asombro por lo ridícula que debía verla.
Ruby se quitó la peluca de la cabeza y la tiró hacia el fuego con enfado. Jack la agarró
al vuelo con una mano.
—Creo que me la quedaré. Para que me recuerde esta noche —dijo secamente.
—Quédatela. No creo que yo quiera recordar nada de este día o de esta noche.
De pronto se sintió tan cansada, agotada del todo. Señor, tan solo quería irse de esta
casa, lejos de Jack y su bochorno y dolor, para poderse lamer las heridas en privado.
Jack le puso las manos en las caderas y con maestría la movió hasta que finalmente
estuvo acostada sobre el sofá, y la siguió rápidamente, no permitiendo que se escapara. Le
inmovilizó el cuerpo con el suyo propio, luego le sostuvo las muñecas por encima de su
cabeza con su mano izquierda mientras alcanzaba una servilletita de cóctel con la otra.
Con dulzura, casi amorosamente, le retiró el maquillaje corrido del rostro con la
servilleta, una batalla pedida porque ella empezó a llorar con ganas.
Jack le soltó las manos y rodó hasta ponerse de lado, llevándola a ella con él. Puso una
mano en su nuca y le mantuvo el rostro en el hueco de su cuello. Su otra mano le
acariciaba la espalda en círculos abiertos.
—Tranquila, Rube, no llores. Lo siento. Por favor, cariño, no llores —él se calló y la
meció suavemente durante unos instantes, luego dijo, tentativamente—: Tal vez podemos
hacer que funcione. Por favor, cariño, no llores. Lo siguiente será que me harás llorar a mí
también.
—Tú nunca lloras —sollozó ella.
—No cuentes con ello.
Pero cuanto más hablaba él, más sollozaba ella. Le habían pasado muchas cosas ese
día: Jack la dejó, el sueño, Thork y su muerte, venir a la casa del lago y ser rechazada por
Jack. Es que ya no podía más.
Al final Jack intentó silenciar sus sollozos con un beso. Al principio rozaba sus labios
contra los de ella, luego sus ojos, luego su frente, luego sus mejillas, luego sus labios otra
vez, todo el tiempo susurrando palabras sin sentido:
—Rube… cariño… por favor… no llores… lo siento tanto…
Entonces pareció perderse a sí mismo en el proceso y le agarró la cabeza con ambas
manos, agarrándola firmemente mientras la colocaba para que sus labios mojados por las
lágrimas coincidieran con los suyos. Cuando su lengua le rogó que separara los labios,
Ruby lloriqueó y accedió con un sollozo. Con un gemido como respuesta, Jack le llenó la
boca, y su beso amable cambió de forma dramática de dulce y consolador, a ardiente y
exigente.
Con su boca y sus roncas palabras de amor, se llevó toda el hambre acumulada durante
las últimas semanas solitarias. Con la boca abierta y húmeda, sus labios se agarraron a los
de ella, moviéndose ferozmente, profundizando. Ruby se olvidó de su pena por el
momento y respondió a sus besos con todo el amor y la pasión que sentía por el que había
sido su marido durante veinte años.
Entre besos abrasadores y roncos susurros, Jack le quitó la lycra, riéndose suavemente
cuando vio que no iba a ser algo fácil. Sonrió y la miró íntimamente a los ojos cuando vio
el body negro, reconociéndolo inmediatamente.
—Juegas sucio —gruñó.
Cuando ella yació desnuda, Jack se arrodilló en el suelo junto al sofá y examinó su
cuerpo reclinado con ojos llenos de pasión y con tiernas caricias de sus dedos.
—Eres tan hermosa —dijo con voz ronca, tocando los picos de sus pechos con la
punta de sus dedos, luego los dirigió hacia su plano estómago, dejando una palma
posesivamente sobre su medio tapada vagina.
—No, no lo soy —protestó Ruby—. Tengo treinta y ocho años, y tengo estrías y
arrugas y…
Él le colocó una mano amorosa de forma suave sobre la boca para detener sus
palabras, mirándola cálidamente a los ojos.
—Sí, eres hermosa, amor. Nuestros hijos pusieron esas estrías ahí. Las adoro. Y las
arrugas —dijo, sus labios torciéndose en una sonrisa— en verdad no las veo, pero si las
hubiera, me gustaría pensar que las causé yo haciéndote feliz una o dos veces.
Entonces se levantó y por un segundo a Ruby le entró el pánico, pensando que se iba a
ir. Pero añadió otro leño al fuego y empezó a quitarse la ropa, lentamente, sus ojos fijos en
los de ella todo el tiempo con una mirada provocativa y llena de arrepentimiento, pasión y
promesas.
El fuego creaba un juego de sombras sobre sus musculosos hombros y por las líneas de
su abdomen. Se desabrochó la hebilla del cinturón y empezó a bajarse la cremallera de los
pantalones, dándole a Ruby un seductor vistazo de los suaves vellos rubios que bajaban
por las duras planicies de su estómago y más allá.
Cuando se salió de los pantalones y luego de los calzoncillos, se quedó de pie
orgulloso en su salvaje desnudez, como un dios vikingo. Su dura erección proclamaba su
deseo físico por ella, sus suplicantes ojos le hablaban de su necesidad emocional.
—Ay Jack, llevamos casados veinte años y todavía me dejas sin aliento.
—¡Ruby! ¡Pero qué cosas dices! —exclamó él suavemente.
—Es la verdad. —Y empezó a llorar de nuevo.
—Ven aquí —le pidió Jack con una voz dura por la pasión desde donde todavía estaba
de pie delante del fuego. Estiraba la mano como suplicando.
Ruby cerró los ojos solo un segundo, preguntándose si estaban haciendo lo correcto,
hacer el amor antes de que tuvieran la posibilidad de arreglar sus problemas. Con un
último intento débil dijo:
—Hoy me dijiste que podíamos subir y follar como locos y que eso no resolvería
nuestros problemas.
Jack rió con un tono de voz bajo y seductor.
—He cambiado de opinión. Vamos a follar como locos y ya veremos lo que sucede
después.
—Yo preferiría que hiciéramos el amor.
Él se encogió de hombros y sonrió con malicia.
—Hagamos ambas cosas —su voz raspaba con la intensidad de su deseo.
Ruby se levantó y caminó hasta su abrazo. Al principio tan solo se sostuvieron en
brazos el uno al otro, disfrutando de sentir la familiar piel y la esencia del cuerpo.
—Ay Rube —fue todo lo que Jack dijo mientras gemía y tiraba de ella hacia la
alfombra con él. Ella intentó poner sus brazos alrededor del cuello de él, pero Jack le dijo
con suaves palabras y roncos susurros que se tumbara de espaldas, que quería disfrutarla
antes.
Con su boca, lengua, dientes e inventivos dedos Jack rindió homenaje a su cuerpo,
rozando aquellos puntos que sabía que eran especialmente sensibles, descubriendo nuevas
zonas eróticas para ser examinadas, probadas y ensalzadas hasta el punto de placer en
espiral e intensificado. La besó largo rato hasta que se le hincharon los labios y se hizo
todavía más resbaladiza en su humedad
Pasó momentos inacabables adorando sus pechos, atormentando sus puntas con aleteos
de su húmeda lengua, tirando suavemente de los endurecidos picos entre sus dientes y solo
chupándolos profundamente cuando ella suplicó y se sacudió con gemidos en voz alta.
Cuando sus dedos bajaron a su abertura, los ojos de Jack se dispararon a los de ella
sorprendidos por su humedad.
—Ay Rube —gimió—. ¿Tanto me deseas?
Ella asintió, incapaz de hablar.
Moviéndose entre sus piernas, él la agarró de los tobillos, luego empujó hacia arriba y
afuera. Observó su expuesto cuerpo por un buen rato con ojos vidriosos y labios flojos por
la pasión murmurando suaves palabras de amor. Entonces se bajó y usó su lengua con
golpes rítmicos contra el floreciente capullo hasta que ella tembló con deseo inconsciente
antes de explotar en un clímax que hizo mecer la tierra. Él se ajustó y estaba a punto de
entrar en ella cuando Ruby protestó:
—No, espera.
Se levantó y roncamente instruyó a Jack para que se pusiera de rodillas y estuvieran
cara a cara. Entonces Ruby usó todo el amor y las habilidades desinhibidas que poseía
para rendir homenaje a su magnífico cuerpo, desde sus adictivos labios, su musculoso
pecho, a su deliciosamente plano estómago y más abajo a la marmórea dureza de su
masculinidad. El amor, puesto a prueba y verdadero, guió a Ruby a todos esos lugares
conocidos del cuerpo de su marido.
Finalmente Jack se apartó de ella y jadeante dijo:
—¡No más!
La recolocó en el suelo y posicionó el cuerpo de Ruby para entrar en ella. Con un largo
empuje la llenó y ella lo sostuvo prietamente, deseando saborear lo maravilloso y correcto
de estar unida con el hombre que adoraba.
Antes de que empezara a moverse, Ruby lo agarró de la cabeza con sus dos manos y
susurró:
—Te amo, Jack.
—Yo también te quiero, nena. Nunca he dejado de hacerlo.
Entonces se acabó el tiempo de hablar cuando él empezó el dulce ritmo que los dos
conocían tan bien. Con cada golpe, Ruby gritaba más y más alto.
No podía estar segura por la titilante luz de la hoguera si el cabello rubio de Jack le
llegaba a la nuca o si le llegaba hasta los hombros, si ese brillo junto a su oreja era un
reflejo del fuego o un pendiente. Ambos hombres, Thork y Jack, se unieron en uno. Tal
vez por toda la eternidad.
Ruby y Jack gimieron y hablaron suavemente de las intensamente placenteras
sensaciones emergiendo de sus cuerpos.
—Más despacio —pidió ella.
—¿Así?
—Sí… ¡oh, sí!
El sudor caía en gotas de la frente de Jack mientras intentaba ralentizar su ritmo para
cumplir sus necesidades.
—Ahora más duro —pidió ella.
—No… quédate quieta… no te atrevas a moverte… maldición, me estás matando.
—No, tú me estás matando —gimió Ruby, acompañado de un pequeño maullido de
placer. Abrió más sus piernas y las usó para rodear la cintura de Jack.
Entonces ninguno pudo hablar cuando el frenesí de la pasión tomó el control y Jack se
metió en ella duramente, pareciendo como si quisiera empujar la rabia y la soledad, la
frustración y el arrepentimiento que habían guiado tanto su vida últimamente, pero
principalmente la asaltó con amor y necesidad pura y dura. Cuando su cuerpo se tensó en
un cataclismo de espasmos progresivos y en aumento, acabando en un estallido destructor
de todas sus terminaciones nerviosas, Jack la siguió y gritó:
—¡Aaaaah, Rube… Rube! —entonces se introdujo en ella profundamente, explotando
en un orgasmo.

* *

Mucho más tarde, ambos yacían agotados en brazos del otro, murmurando
suavemente, tocándose el uno al otro con dulzura.
—Te amo tanto, Jack. Siento mucho haberte hecho daño.
—Shhhh, yo también te amo —entonces se rió—. Rube, hace años que no hacíamos el
amor así —dijo Jack maravillado—. Me siento como si tuviera otra vez dieciocho.
Ruby sonrió contra su pecho, no queriendo explicarle todavía su experiencia de viaje
en el tiempo, pero decidiendo revelarle un poquito.
—Tuve este sueño esta tarde, este tan raro, y en él hacíamos el amor cinco veces en
una noche.
—¡Cinco veces! —exclamó Jack riéndose—. ¿Y tú qué hacías para que eso fuera
posible?
Ruby lo tentó con unas pocas descripciones de algunas de las prácticas sexuales que
había intentado con su esposo vikingo.
—¿Cariño? Eso es una interesante posibilidad —dijo con una carcajada.
Cuando finalmente dejó de sonreír ante sus recuerdos del sueño, Ruby se puso seria.
—Jack, quiero que sepas que voy a reducir las horas en Sweet Nothings por lo menos
en media jornada empezando desde ya.
Sintió que Jack se endurecía a su lado.
—Creo que lo mejor sería si trabajo tres días enteros y estoy libre el resto de la semana
más que estar a media jornada cinco o seis días. ¿Qué opinas?
—Rube, no tienes por qué hacer eso.
—Sí, sí que tengo.
—Bueno, si vas en serio —dijo él, tirando de ella para acercársela más—, estaba
pensando en que tal vez podríamos unir ambas compañías. La inmobiliaria está yendo
mejor, y mis beneficios han aumentado desde que me expandí al desarrollo comercial. Sé
que nuestros negocios son completamente diferentes, pero igualmente pienso que
podríamos asociarnos. Así ambos podríamos empezar a delegar más responsabilidad y
pasar más tiempo en casa. ¿Qué opinas?
Ruby pensó que seguiría el consejo de Gyda.
—Lo que digas. Tú decides.
—Tal vez podríamos incluso comprar un barco grande y viajar con los chicos en
próximo verano.
—¿Un barco? —preguntó Ruby incrédula y miró fijamente a Jack—. ¿Un barco?
—¿Qué? ¿No crees que un barco sea una buena idea? —los ojos sorprendidos de Jack
buscaron los suyos.
Ruby rió ante la ironía.
—Un barco es una gran idea.
Ella rodó hasta quedar de cara al fuego, y Jack tiró de ella acercándola a él, como
haciendo cuchara, un brazo bajo su cabeza y la otra en su estómago.
—¿Qué ha sido eso? ¿Tienes hambre?
—¿Qué?
—Tu estómago ha dado una sacudida.
Ruby se puso la mano sobre el estómago. Vaya que sí, había sido un movimiento
rápido.
¡Ay Dios mío!
No se lo podía creer. Ruby se dio cuenta con súbita maravilla que todavía estaba
embarazada. Se giró para ponerse de cara a Jack, lágrimas inundando sus ojos, y susurró.
—¿Cómo te sentirías si hiciéramos algo diferente el próximo verano?
—¿Como qué? —preguntó él sospechoso, en guardia ante la emoción en su voz.
—Como tener un hijo.
Ella le colocó la palma de su mano sobre el estómago mientras le hablaba y vio el
momento en el que sintió moverse al bebé otra vez. Cuando finalmente entendió, Jack se
giró solemne y se puso de pie de golpe. Sorprendida, Ruby se levantó también.
—¿Por eso has vuelto? —le acusó él—. ¿Por esto toda esta escena de amor?
—No, claro que no. No sabía que estaba embarazada hasta justo ahora. —Ella empezó
a explicarle que en verdad lo había sabido antes, en otro tiempo, pero decidió ahorrarse la
explicación para más tarde.
Jack sonrió entonces y la estrechó entre sus brazos.
—¿Un bebé? ¡Después de todos estos años! Yo siempre quise tener otro hijo —le
confesó con voz temblorosa por la emoción.
—Lo sé —dijo Ruby, acariciándole el rostro amorosamente—. Lo sé.
—¡Un bebé! —repitió Jack maravillado—. ¿Estás feliz por esto?
—¡Encantada!
Jack la abrazó fuertemente a su pecho.
—Podemos hacer que esto funcione, Rube.
—Lo sé.
Entonces Ruby dio un salto y un grito.
—¡Ja-a-ack! ¿Por qué has hecho eso?
—¿El qué?
—Pellizcarme el trasero.
—Yo no he hecho tal cosa. Pero si quieres que lo haga… —se ofreció guiñándole el
ojo.
Ruby sonrió. Entonces Jack le preguntó con aparente despreocupación:
—¿Tenemos miel en casa?



Fin
NOTAS
[1] Es real. Fundada en 1972.
[2] También real.
[3] El thing era la asamblea de los hombres libres de un país.
[4] Durante mucho tiempo se creyó que las sagas carecían de valor histórico. Las
investigaciones han matizado convenientemente este punto. El número de sagas es
inmenso (prácticamente, cada estirpe tiene su saga) pero quizás las más conocidas sean las
de Erik «el Rojo» y la de su hijo Leif Ericksson.
[5] Dolly Parton: Actriz rubia (no sé si natural o de conejo negrote) de dudosa calidad
artística pero con un físico espectacular.
[6] Bárbara Walters: Periodista muy inteligente que fue la primera mujer en presentar
un informativo en la ABC en 1976.
[7] Joan Rivers: comediante famosa por realizar agudos monólogos cómicos en los
que se burla de sí misma y de otros personajes famosos.
[8] Brass Balls Saloon: Traducido literalmente es Salón de las pelotas de cobre, el
nombre de un famoso restaurante de EEUU.
[9] Juego de palabras entre oaf (palurdo) y su nombre Olaf.
[10] Otra vez el juego de palabras con su nombre.
[11] Peluquero famoso por sus cortes masculinos.
[12] Como tal “vikinguear “ no existe, pero vendría a significar algo así como “hacer
el vikingo”, realizar incursiones rápidas con el fin de obtener riquezas, esclavos, mujeres
bonitas… En fin todo aquello que se les antojase en el momento.
[13] Reunión del más alto tribunal vikingo.
[14] Feroces guerreros vikingos que en batalla entraban como en trance y se llevaban
todo y a todos por delante.
[15] Antigua calzada romana.
[16] Los cinco condados fundados por los daneses.
[17] Hacha sangrienta.
[18] En los reinos medievales y del Renacimiento europeos los saleros eran puestos en
la mesa al alcance de los considerados dignos. En cualquier mesa de la nobleza, estar
sentado “más abajo de la sal” era considerado como no ser digno de tener acceso a tan
lujoso condimento.
[19] Hordaland: Condado del SO de Noruega; 15. 634 km2 y 411. 047 h. Cap.,
Bergen.
[20] Tengo amigos en lugares bajos, o en los tugurios más sórdidos.
[21] Todos mis ruidosos amigos vendrán esta noche.
[22] Es duro ser humilde. (Canción muy humorística)
[23] Tipo de pan plano, redondo y pesado, tradicionalmente hecho con cebada y avena.
[24] Codpieces: solapa o bolsa protectora que se colocaba al frente de la entrepierna de
los pantalones para hombres y usualmente acentuaba el área genital.
[25] Prenda medieval parecida a unos leotardos o pantalones.
[26] El Wergild es el valor monetario atribuido a cada ser humano u objeto señalado en
el Código Sálico. Si la propiedad era robada, o alguien resultaba herido o muerto, el
culpable tendría que pagar un wergild a la familia de la víctima o al dueño de la propiedad.
[27] En épocas antiguas era frecuente que los hijos de los nobles se educaran en casa
de otros nobles en calidad de fosterlings, más o menos como acogidos, o adoptados, y en
la madurez regresaban a sus casas.
[28] Sector de la Iglesia Anglicana más cercano a la liturgia y ritos católicos.
[29] Príncipes herederos.
[30] Se deja en la tienda y si se vende, cobras. Si no, al cabo de un tiempo, recoges la
mercancía.

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