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EL

VIKINGO AZUL
Serie vikingos 1 Nº4

Para Rurik el Vikingo, la vida no merecía la pena vivirse desde que había
dejado a Maire de los páramos. Oh, no es que añorase sus salvajes trenzas
rojizas o sus apetitosos labios. Nah, era por el embarazoso zig-zag azul que
ella le había puesto en el rostro tras su única noche de salvaje pasión. Para un
fiero guerrero que se enorgullece de su inmensa altura, su experiencia en la
cama y sus bien formados músculos, esa mancha azul era el colmo. Al final
lograría su objetivo obligando a la bruja a arrodillarse o moriría en el intento.
Tal vez incluso la pediría en matrimonio… siempre que ella le prometiese que
él no continuaría siendo… el Vikingo Azul.




Título Original: The blue viking
Autor: Hill, Sandra
©2011, Avon books
ISBN: 9780062019011
Generado con: QualityEbook v0.72
THE BLUE VIKING
Sandra Hill

ESTE libro está dedicado a mi suegra, Ann Harper, que nació en Escocia y cuyo apellido
de soltera era Campbell. Ella es tan generosa, orgullosa y llena de ingenio como el clan
Campbell representado en este libro. Para ella, la familia es tan importante… como para
mi Maire Campbell.



¡Por Thor!
¿Cómo puede ser azul un vikingo?
¿Comerá unos Haggis especiales?
¿Qué habrá hecho para enfurecer tanto a una bruja para que maldiga así su cara… y
las partes más importantes?
Para Rurik el Vikingo, su vida ha sido un desastre desde que abandonó los páramos.
Ah no, no es que él piense en unos ardientes labios, en unas trenzas llameantes, ni en sus
besos, no. Es el vergonzoso tono azul que adquirió su cara después de una salvaje noche
de amor. Para un guerrero violento como él, con su inmensa altura, su pericia para
guerrear y sus enormes músculos, esto es lo último.
En fin, tratará de encontrarla, o morirá en el intento. A lo mejor será capaz de
mendigarle que se case con él… siempre que ella le prometa quitarle esa maldición.
Prólogo

KAUPANG, NORTHLAND, 935 A.C



—¡Cerdito! ¡Cerdito! ¡Chiquillo de la basura!
La cabeza de Rurik se sacudió con alarma al reconocer la banda de jóvenes que le
gritaban insultos en la plaza del mercado.
—¡Por las uñas del pie de Thor! —refunfuñó, y comenzó a correr por su vida… tan
rápido como podían sus piernas flacas, de ocho años.
Normalmente, Rurik habría saboreado los sonidos y aromas de la ciudad ocupada por
el comercio. Carne de cordero asada que hacía salivar. Pasteles de avena que goteaban con
miel. Ale calentada con especias que chisporrotea alrededor de un atizador caliente. Los
clang, clang, clang del yunque del fabricante de espadas. Los rebuznos, balidos, relinchos,
mugidos, cacareos y graznidos de varios animales. Las súplicas inoportunas de los
vendedores, lisonjeando a los transeúntes para que probasen sus artículos.
Los rufianes lo persiguieron, como sabía que lo harían, soltando insultos como trozos
agudos del viento del norte. Algunos lo golpearon… si no a su piel, a su alma sensible.
—Regresa, maldito desgraciado.
—Lo que necesita es un buen remojón en un fiordo helado para quitarse aquel
apestoso olor a cerdo.
—¿Creen que de hambre se amamanta del pezón de la cerda? Alomejor por eso es tan
feo. ¡Oh, oh, oh!
—¡Oink, oink, oink!
Incluso mientras resoplaba, sus brazos bombeaban como locos para emparejar sus
grandes zancadas, con los ojos llenos de lágrimas por sus crueles palabras.
¿Por qué me odian tanto?
No importaba que fuesen Nórdicos, como él.
No importaba que sólo tuviese ocho inviernos, y ellos más de once.
No importaba que fuese de constitución pequeña y frágil, mientras ellos eran jóvenes
robustos.
Oh, era verdad que olía, por falta de baño y de vivir entre los cerdos, pero sus
perseguidores no eran tan fragantes. A ciencia cierta, ninguno de ellos, él mismo incluido,
se había bañado desde la primavera pasada.
¿Pero qué les había hecho alguna vez que justificara tal maldad? Ellos eran tan pobres,
mal vestidos y maltratados como él.
¿Podría ser que algunas personas gozaran siendo malvados por motivos propios?
Podría ser.
El primero en alcanzarlo fue Ivar, el hijo del herrero… el más malo de todos. Rurik
estaba sólo más allá del puesto de Gudrod el Curtidor. ¡Uf! ¡Hablando de malos olores!
Ahora mismo, el curtidor extendía estiércol de pollo en una estirada piel de animal —un
método antiguo para curar los cueros—. Ivar embistió, tirándolo a tierra.
—¡Hey, ya! —Gritó Gudrod—. Salgan de aquí, despreciables cachorros. Me
arruinarán el negocio.
Sin echar un vistazo al comerciante, Ivar se levantó y arrastró a Rurik por la parte
posterior de su asquerosa túnica hacia una cercana área arbolada. Allí, en la nieve
encostrada de hielo, comenzó a golpearlo en serio, marcando cada uno de sus golpes con
comentarios como, «esto te enseñará a huir mejor». Ay, Rurik era mucho más pequeño, y
todo lo que podía hacer era poner sus manos sobre su cara para protegerla.
Los otros amigos de Ivar pronto lo alcanzaron y añadieron sus insultos y puñetazos
hasta derribarlo. Rodando en la tierra nevosa, se pusieron a golpearlo despiadadamente.
De repente, se oyó otra voz.
—Pensé que les dije malditos bastardos que dejaran al chico en paz. Alguna gente es
tan idiota que no cree cuando les dicen que sus culos van a ser pateados desde aquí a
Hedeby, de ida y vuelta.
Un silencio siniestro siguió cuando los atacantes de Rurik se dieron cuenta que Stigand
había llegado. Su «protector». La banda de rufianes se levantó como uno y comenzaron a
retroceder, pero no antes de que Stigand agarrara a Ivar, su líder. Stigand sólo tenía diez
años, pero era… muy grande… grande para su edad. E insensible. Incluso más que Ivar y
sus rencorosos amigos. Con su mano izquierda, Stigand levantó a Ivar del suelo
agarrándolo del cuello. Luego balanceó su puño derecho en un amplio arco hacia la
temblorosa cara de Ivar. Incluso antes de que la sangre comenzara a chorrear, había
sonado el hueso cuando crujió. La nariz de Ivar estaba seguramente rota… acaso su
mandíbula, también. Stigand lo golpeó más veces, antes de liberar al ahora sollozante Ivar
para correr detrás de sus cobardes compañeros. Stigand tendió una mano para ayudar a
Rurik a levantarse. Sacudiendo su cabeza con consternación hacia Rurik, comentó:
—Te ves horrible.
—Lo sé —dijo Rurik, limpiando su andrajoso braies que ahora tenían unos rasgones
de más. Pero sonrió agradeciéndole a su único amigo en el mundo.
Poco tiempo después, Stigand y él se sentaron con sus espaldas apoyadas contra la
pared de la pocilga. Stigand jugaba con un pequeño cerdo, que había llamado Pulgar-
Mordedor. Era el único momento que Rurik veía alguna dulzura en su cara… cuando
abrazaba y acariciaba al pequeño cerdito que había sido rechazado por su madre. Un
verdadero pequeño de la basura cuando había nacido, prosperaba ahora bajo el especial
cuidado de Stigand.
El estómago de Rurik gruñó de hambre.
Stigand le echó un vistazo y sonrió abiertamente.
—Mejor agarra un trozo de pan blanco antes de que la vieja bruja llegue a casa.
Rurik negó con la cabeza
—Estoy a punto de ser golpeado, segurísimo, una vez que vea que estuve luchando
otra vez.
—Yo apenas diría que lo que haces es luchar —observó Stigand divertido.
—Sólo permanezco vivo. Sólo permanezco vivo —contestó Rurik con un suspiro—.
Esa es mi clase de lucha… por ahora, de todos modos.
—Bien, no estarás vivo por mucho tiempo si aquella ramera de Hervor te agarra.
Maldito muchachito huérfano desagradecido. —Era difícil imitar la frase que a la vieja
bruja le gustaba usar con ellos antes de sus palizas con una varilla de abedul.
Ambos muchachos sonrieron abiertamente.
Rurik y Stigand estaban entre la docena «de huérfanos» que habían sido rescatados…
si pudiese ser llamado así… por Ottar el criador de cerdos. Ottar no era tan malo, y sus
intenciones eran buenas. Lamentablemente, su esposa, Hervor, no era de tan buen corazón.
También, lamentablemente, Ottar estaba fuera de casa la mayor parte del tiempo. Mientras
estaba lejos, todos los muchachos huérfanos trabajaban hasta caer rendidos y eran
azotados por la menor infracción.
Stigand había sido «rescatado» después de escapar hacia varios años de su casa de
nacimiento donde había sufrido abusos horribles de su padre y hermanos mayores.
Difícilmente creía que algo pudiese ser peor que los golpes que Hervor imponía, pero
incluso a la temprana edad de Rurik, podía ver que así era. La vacuidad que entraba en los
ojos de Stigand de vez en cuando atestiguaba algún dolor indecible.
La historia de Rurik era completamente diferente. En algunos duros lugares
septentrionales, todavía había gente Vikinga que abandonaba a bebes recién nacidos
juzgados demasiado frágiles para sobrevivir… como el padre de Rurik, noble señor
nórdico quién exigía la perfección en su progenitura.
Los Vikingos no eran los únicos en practicar tal crueldad con los niños. En las tierras
sajonas, y muchos otros reinos cristianos, el método más socialmente aceptado para
deshacerse de niños no deseados, si eran ilegítimos o imperfectos, era donarlos a un
monasterio local, donde la vida a menudo se hacía un infierno para el huérfano. En la
superficie parecía como si esos actos fuesen grandes sacrificios hechos por amantes padres
a Dios, pero, de hecho, era un método respetable de cortar los miembros más débiles de un
árbol genealógico.
Rurik había nacido antes de tiempo, pequeño de tamaño y enfermizo. Después de
mirarlo, su padre había obligado a las comadronas a dejar su cuerpo desnudo en la helada
nieve. Estando allí, Ottar lo había encontrado. Su madre había muerto poco después del
alumbramiento por la fiebre de sobreparto.
Algunas veces Rurik vio a su padre en el mercado, montando su fino caballo, riéndose
con sus compañeros. Nunca quiso saber que había sido de Rurik, aunque seguramente
estaba enterado de su existencia. Una vez, cuando Rurik tenía cinco años y había sabido
de su nacimiento, hizo el dificultoso viaje hacia las colinas al magnífico emplazamiento de
su padre. ¡Qué visión debe haber sido! Medio congelado, moqueando, llevando sus
miserables prendas de vestir. Había sido alejado groseramente en la puerta por nadie más
que su propio padre, que le dijo que no volviera nunca.
—Ningún sucio animalito como tú lleva mi sangre —había añadido.
Por lo que a su padre concernía, estaba muerto.
—Un día, voy a ser tan grande y fuerte que nadie será capaz de golpearme —prometió
Rurik en voz alta, secándose las lágrimas que manaban de sus ojos.
—Podría ser posible —Stigand todavía acariciaba a su cerdito, que siguió pellizcando
su gran pulgar, buscando alimento—. Algunos chavales no consiguen crecer
completamente antes de tener doce años y más. Además, puedes construir músculos
trabajando duramente, lo sé con seguridad.
—¿Qué? ¿No trabajo lo bastante aquí en la pocilga? ¿Desde el amanecer al anochecer?
Stigand dio un codazo a Rurik juguetonamente, lo que hizo a Rurik estremecerse.
—Ivar debe haberte magullado una costilla o dos. Es otra clase de trabajo del que
hablo el que construye músculos —explicó Stigand. Ante el ceño perplejo de Rurik,
añadió—: es la clase de ejercicio que practican los guerreros. No temas. Te puedo enseñar.
Rurik parpadeó hacia su amigo, agradecido por aquel pequeño rayo de esperanza…
que le dio el coraje de esperar más.
—No es sólo mi tamaño —continuó él—. Cuando sea un adulto, nadie será capaz de
burlarse de mi aspecto, tampoco, ya que tengo la intención de ser tan atractivo que todas
las criadas se desmayarán.
—¿Alto, fuerte y bello? —Stigand comenzó a reírse ruidosamente, él y Pulgar-
Mordedor rodaron en la tierra con regocijo. Por lo visto, algunos sueños estaban basados
en la realidad, y algunos sueños eran sólo… bien, sueños.
Pero los sueños eran todo lo que Rurik tenía.
1

ESCOCIA, 955 A.C.



—¿Se enamoran las brujas?
—¡Aaarrgh! —gimió Rurik ante la tonta pregunta que acababa de serle dirigida.
Habría puesto su cara en sus manos si no estuvieran tan asquerosas por haberse caído
ignominiosamente en una ciénaga de turba atascándose hacía poco rato. Los desagradables
pedazos de mohoso musgo se pegaban a su mojada manga, fulminó con la mirada a
Jostein, quién había hecho la disparatada pregunta, luego gruñó—: ¿Cómo maldito
infierno sabría si las brujas se enamoran? Soy un Vikingo, no un experto en las artes
oscuras.
—Sí, pero has tenido relaciones con una bruja. Uno pensaría que tienes el
conocimiento de primera mano sobre tales cosas —declaró Bolthor el Gigante.
¡Bolthor era el [1]skald de Rurik, por el amor de Odin! Había sido animado a
emprender este viaje de tres años al infierno… Escocia, eso es… por su buen amigo, Tykir
Thorksson… bien, quizás no un amigo tan bueno, si lo engañó para que tomara al peor
poeta del mundo.
Rurik habría fulminado con la mirada a Bolthor, también, si no fuera del tamaño de un
guerrero. Bolthor —un luchador feroz— no tomaba amablemente las miradas fulminantes.
Era demasiado susceptible.
Jostein, por otra parte, giró con la cara, cuello y orejas rojos por haberse ganado la
desaprobación de Rurik, e inmediatamente lamentó sus precipitadas palabras. No era culpa
de Jostein que se encontrase de tan mal genio. Estaba bien consciente lo que el muchacho,
que había visto sólo quince inviernos, pensaba mientras andaba por el agua. ¡Jovencito
tonto!
—Bien, yo sólo pensaba —tartamudeó Jostein—, quizás tu problema es por que la
bruja está enamorada de ti.
El problema del que Jostein hablaba era la marca azul dentada que se encontraba al
centro de la cara de Rurik… la mismísima marca que estaba en el corazón de su búsqueda
de tres años para encontrar a la maldita bruja que la había puesto allí… Realmente cinco
años si uno contaba aquellos dos primeros años cuando sólo había buscado con poco
entusiasmo y había pasado los inviernos en Noruega e Islandia.
En ese momento notó las manchas castañas rojizas en sus manos y ropa. Eran costras
de la ciénaga. ¡Santo Thor! Si no tenía cuidado, no sólo llevaría la marca azul, sino rojas,
también. ¿Podría su vida empeorar más? Frotando sus manos enérgicamente en las piernas
de su braies, se quejó en voz alta.
—¿Desde cuándo muestran las muchachas su amor marcando a un hombre de por
vida?
—¿Podría ser que dañaras los sentimientos de la bruja? —dijo Bolthor. Pensó que
sabía mucho sobre sentimientos… era un poeta y bueno—. Creo que quizás Jostein no es
tan estúpido. Alomejor la bruja estaba enamorada de ti, dañaste sus sentimientos, y ella te
puso la señal por venganza. ¿Qué piensas de esta idea?
—El cerrojo del tonto, es disparado pronto —masculló Rurik.
—¿Qué se supone que significa eso? —quiso saber Bolthor.
—No es nada —contestó Rurik con un suspiro—. Sólo pensaba en los Escoceses —
mintió. Pero tradujo para sí, la gente estúpida no se opone a compartir sus opiniones—.
Además, creo que no importa por qué Maire la Bruja me puso la marca. Sólo quiero
quitarla para poder reasumir una vida normal.
—Pero… —comenzó Bolthor.
Rurik levantó la mano para detener más palabras sobre el tema, pero Stigand el Loco,
otro de sus criados, ya se unía.
—La bruja hizo un hazmerreír de ti. En todas partes que vas, la gente sonríe burlona
por detrás y hace bromas a tu costa.
Rurik frunció el ceño. No necesitaba oír eso.
Y, realmente, ¿qué podría Stigand estar pensando… para arriesgarse a provocarlo así?
Su confiado amigo empujó todos los límites recordándole que la gente hacía bromas a su
costa; él sabía mejor que nadie el dolor que siempre llevaba por ese motivo.
—Deberías dejarme cortarle la cabeza —sugirió Stigand alegremente. Y hablaba en
serio.
¿No era así Stigand… siempre protector? Rurik no podía menos que sentirse
conmovido por la tentativa del feroz soldado de protegerlo del dolor. Pero Rurik fue
rápido para declarar.
—No cortarás más cabezas. —La sed de sangre era siempre grande en Stigand y tenía
que ser contenida constantemente. Tenía el hábito de decapitar a sus enemigos con un solo
golpe de su fiel hacha, llamada apropiadamente Amante de Sangre. Durante los tres años
de búsqueda, habían tenido que refrenar constantemente a Stigand, no fuese que un pastor
o un caminante imprudente se le cruzara en su camino cuando estaba de mal humor. Tan
intensa era su rabia enloquecida que una vez Stigand realmente gruñó como un animal y
mordió su propio escudo. De hecho, sólo una semana atrás, casi había decapitado a un
noble escocés quién le había guiñado repetidamente. Resultó que el noble joven no era un
sodomita, sino que sufría de un tic nervioso desde el nacimiento—. De todos modos, no
pienses en cortar la cabeza de Maire antes de que me haya quitado la marca.
—Yo sé, yo sé… —Los gemelos, Vagn y Toste, dijeron como uno. Era misteriosa la
manera como dos hombres crecidos, idénticos de aspecto, hasta en las hendiduras en sus
barbillas, salían con el mismo pensamiento.
Vagn habló primero.
—Tengo una idea. Ahora, no te ofendas cuando te la diga, Rurik…
Toste rió disimuladamente como si supiera lo que su hermano estaba a punto de decir.
Rurik estaba seguro que se iba a ofender.
—Siempre has tenido una cierta fama de tener suerte con las mujeres, pero acaso has
perdido la destreza —se explicó Vagn—, y eso hizo que la bruja te marcara. Frustración,
pura y simple.
—¿Destreza?—preguntó Rurik, contra su mejor juicio.
—Sí, la capacidad de dar placer a una mujer.
Vagn explicó:
—Las muchachas quieren disfrutar en la cama, también, lo sabes. Ciertamente tengo
esa destreza. —Vagn hinchó su pecho.
—Yo también —intervino Toste, Bolthor, Stigand… hasta Jostein con su chirriante
voz «no completamente adulta».
Rurik sospechó que los gemelos usaban su misión como una excusa para probar a
todas las mujeres a través de Escocia. Era el nuevo territorio carnal para explorar.
¿Cómo diablos reuní semejante séquito tan extraño? Pensó. ¿Qué Dios insulté para
provocar tal desgracia? Pero lo que dijo fue:
—La única cosa que sé a ciencia cierta es que cazar a la bruja llega a ser un inmenso
dolor en el culo.
No exageraba cuando dijo eso. Realmente, un Vikingo debería estar en alta mar
navegando en un barco vikingo, no echando su grupa al dorso de un caballo día tras día.
Los corpulentos sajones, o los hoscos Escoceses, no tenían inconvenientes por los
constantes empujones, pero los Vikingos, siendo físicamente más aptos que el hombre
medio y teniendo menos gordas aquellas partes inferiores, estaban más satisfechos con
otros modos de transporte, en opinión de Rurik. Tuvo que sonreír abiertamente ante el
egotismo de aquella observación.
Quizás, debería sugerir que Bolthor creara una saga sobre ello.
Por otra parte, quizás no.
Basado en experiencias previas, tendría un título como «Vikingos con Culos Duros» o
alguna tontería así.
Cinco hombres fijaron sus miradas en él, y comprendió que había estado riéndose
estúpidamente entre dientes.
Con un suspiro de desesperación por la desintegración de su propio cerebro, se sentó
en una piedra. Tomando un pequeño cuchillo, comenzó a raspar el musgo de turba y otras
sustancias fangosas —como barro mezclado con ramitas y hierbas— de sus botas de
cuero, que habían sido hechas en Córdoba con las pieles más suaves y costaron tres
monedas de oro.
—Este asunto de cazar a la bruja se hace malditamente fastidioso —siguió Rurik
quejándose en voz baja, pero no antes de escupir otro montón de lo que le supo a carbón
mojado.
Todos afirmaron con la cabeza enérgicamente en acuerdo.
Bolthor se movió pesadamente y surgió sobre él, ajustándose el parche negro sobre la
cuenca del ojo que había perdido en la Batalla de Brunanburh muchos años atrás, cuando
apenas era mayor que Jostein. Bizqueó hacia él con su ojo bueno, luego puso una palma
sobre su boca para esconder su sonrisa, como si fuera gracioso que un hombre adulto se
cayera en una ciénaga de turba.
—Sabes, Rurik, los poetas Escoceses tienen la práctica de escribir odas, a diferencia
de nosotros los Nórdicos, que preferimos una buena saga. ¿Crees que podría reunir una
oda o dos sólo para practicar? ¿Qué tal «Oda a una Ciénaga de Turba»?
Todos se rieron a carcajadas, excepto Rurik.
—¿Qué tal «Oda al Tuerto Poeta Muerto»? —preguntó Rurik.
—Eso no tiene el mismo sonido —dijo Bolthor.
Me gustaría darte un sonido, tonto estúpido. Pero un buen sonido en tus oídos
apartándote la cabeza con un sable.
Entonces Bolthor añadió, más sobriamente.
—A mí parecer ya es tiempo de acabar con esta inútil empresa y admitir el fracaso.
—Un Vikingo nunca admite el fracaso —le recordó Rurik.
Bolthor sacudió su cabeza en desacuerdo.
—Los vikingos nunca confiesan que admiten el fracaso.
Era la clase de lógica tonta que manifestaba todo el tiempo.
—Digo que degollemos a cada escocés y escocesa que encontremos, —exclamó
Stigand—. Eso sacará a la bruja de su refugio, lo presiento.
Todos miraron a Stigand con horror. Una cosa era empuñar la fría espada en medio de
una batalla, pero matar a gente inocente… ¿aunque fueran despreciables Escoceses? Era
impensable.
Los vikingos tenían su ética, a pesar de los historiadores monjes ingleses en sus
monasterios, que les gustaba imaginar a los Nórdicos como criminales y saqueadores.
¡Hah! Cada buen Vikingo sabía que la Iglesia acumulaba el oro y la plata en sus cálices y
ornamentos sólo para tentar a los Nórdicos. Además, era un hecho conocido que los
Vikingos vigorizaron las razas de todos aquellos países cristianos que conquistaron. ¿Y no
abrazaron ellos mismos el cristianismo… aunque sólo fuera un abrazo simbólico?
Pero, entendió a Stigand. Rurik sabía sobre los horrores que Stigand había sufrido en
su juventud… los horrores que habían hecho que su mente se dividiera. Pero ¿qué le había
sucedido con el paso de los años para hacerlo un adulto tan insensible?
Por suerte, Rurik no tuvo que responder a la sugerencia de Stigand porque uno de los
gemelos, Toste, dijo:
—Me he acostumbrado a la marca azul de tu cara, Rurik. Realmente, no está tan mal.
Si es la única razón para seguir esta búsqueda… bueno, alomejor deberías reconsiderarlo.
—Las muchachas parecen no tener ningún problema con ella, tampoco —añadió Vagn
—. La tarde de ayer la hija de un granjero te escogió para copular sobre todos nosotros, y
te digo que soy renombrado por mi buen parecer. San Guapo es como me describen las
muchachas.
—No copulé… —Rurik comenzó a objetar, luego se rindió, levantando sus manos al
aire con repugnancia. Pero luego añadió alegremente—, pensé que era por tu destreza que
las mujeres te deseaban fervientemente.
—Eso, también —dijo Vagn con una sonrisa.
—Soy más guapo que tú —desafió Toste a su hermano.
—No, soy más guapo que todos ustedes —proclamó Bolthor, lo que era tan ridículo
que no aguantó ni siquiera un comentario.
—Pienso que Rurik es el más guapo —gritó Jostein. Sufría un caso severo de
adoración y así había sido desde que Rurik lo rescató cuando tenía diez años de un
comerciante de esclavos Sarraceno con una propensión por los niños masculinos.
—Bastardos todos ustedes —dijo Stigand con un suave rugido—. Soy el más guapo y
si alguien discrepa puede probar el sabor de mi hoja. —Frotó un índice calloso a lo largo
del borde agudo de la Amante de sangre para dar énfasis.
Nadie discrepó con Stigand, aunque se pareciera a un jabalí. Quizás lo era, pero ¿quién
podría decir si era un hombre guapo si realmente no sabían como se veía bajo su
ingobernable barba y bigote? No se había afeitado en los últimos años.
—Me quedan tres meses —Rurik les dijo con un suspiro fatigado—. Theta me dio dos
años para hacerme quitar la marca azul antes de casarse conmigo. Y ese tiempo no termina
hasta el otoño… tres meses desde ahora. No pienso renunciar hasta entonces.
—¡Tres meses! ¡Más de doce semanas! —se quejó Vagn—. Puede también ser un año.
Recuerda una cosa, Rurik. Los amigos son como las cuerdas del laúd; no deben ser atadas
demasiado apretadas, y en tu grupo todos estamos demasiado tensos, créeme.
—¿Cuerdas de laúd? ¿Cuerdas de laúd? —balbuceó Rurik.
—Exactamente —dijo Vagn—. Estoy harto de páramos, Tierras altas, Tierras bajas …
y Escoceses pendencieros.
Stigand inclinó la cabeza, como si pensara concentradamente.
—A mí me gustan los Escoceses pendencieros. Me dan una excusa para afilar mis
habilidades luchadoras. —Movió su cabeza tímidamente y añadió—: ellos me recuerdan
un poco a nosotros los Vikingos.
Todos le miraron boquiabiertos como si fuese un insensato… lo que probablemente
era, desde mucho tiempo atrás… después de sus primeras cien y tantas matanzas. Quizás
incluso mucho antes de eso.
—Es verdad —insistió Stigand—. Son luchadores orgullosos, independientes, y
buenos. Y odian a los sajones lo mismo que nosotros. Así que, tenemos algo en común.
—Odian a los Vikingos, también —indicó Rurik.
Aquella contradicción hizo levantar la cabeza de Stigand. Viendo que no estaban de
acuerdo con él, siguió:
—Incluso su constante práctica del pillaje —robando desvergonzadamente a sus
vecinos— no se diferencian a nosotros los Hombres del Norte que nos divertimos con un
Vikingo de vez en cuando.
Todos sacudieron sus cabezas ante el pensamiento de Stigand, aunque tuviera alguna
validez.
—Lo que más odio de Escocia es el haggis —dijo Jostein, sintiendo náuseas mientras
hablaba—. Lo juro, es un menjunje que los Escoceses idearon para envenenar a los
Nórdicos. Es peor que el gammelost, y ese queso maloliente es muy malo.
Rurik movió la cabeza en acuerdo. Una vez había estado en un viaje por mar en el cual
los alimentos almacenados habían quedado reducidos a gammelost. Cuando su barco
había finalmente regresado a Noruega, los alientos de todos los marineros apestaban como
el culo de una cabra.
—Bien, por mi parte pienso que Theta fue injusta al darte tal ultimátum. Creo que
deberías haberla tirado en las pieles de tu cama en ese mismo momento —opinó Toste. Se
llevaba una piel con aguamiel a su boca entre cada expresión, lo que probablemente le dio
el valor para hablar tanto con su líder—. Sin su virginidad, su padre no habría tenido
ninguna otra opción, sólo obligar a Theta a cambiar los votos contigo. —Eructó en voz
alta al final de su discurso.
—Su padre es Anlaf de Cargan, el jefe Nórdico más poderoso —dijo Rurik a Toste,
como si él no lo supiera ya—. Y Theta, aún siendo la quinta hija, es una muchacha muy
voluntariosa. No vendría a las pieles de mi cama sin los votos, y no tenía ninguna
intención de pasar largas horas seduciéndola para que cambiase de opinión.
Sinceramente, había estado pensando mucho en ese asunto. A veces, se preguntaba si
realmente había querido casarse con la mujer que le había hecho tales demandas. A ciencia
cierta, no estaba enamorado de ella… tampoco lo había estado alguna vez de otra mujer.
Con el tiempo, le había parecido que hacía lo correcto. Sus buenos amigos Eirik y Tykir
Thorksson se habían asentado felizmente en sus matrimonios. De ese modo, había
comprado una granja inmensa en una habitada isla Nórdica, en los Orkneys. Rurik nunca
había tenido un hogar verdaderamente suyo. Tenía veintiocho años… bien por delante de
la edad para asentarse y levantar una familia. Todo se reducía a que había tomado la
decisión de casarse simplemente porque le había parecido que hacía lo correcto.
Después de los largos e irregulares años de recorrer el campo escocés por una bruja
evasiva, Rurik había cambiado. En primer lugar, se había hecho un hombre malhumorado,
meditabundo. Su sentido del humor casi había desaparecido. Había perdido sus sueños.
Maldición, ni siquiera podía recordar cuales habían sido. Demasiado tiempo para pensar y
reflexionar hacía que dudara de todo lo que había pensado que deseaba. De todos modos,
sentía la necesidad de terminar lo que había comenzado… ya fuese capturar a una bruja
escocesa, o el matrimonio con una princesa Nórdica.
—Realmente, es bastante común que mujeres nobles hagan tales demandas —Bolthor
había estado hablando mientras la mente de Rurik vagaba—. Recuerda a Gyda, la hija del
Rey Eric de Hordaland. Se negó a casarse con Harald antes de que él derrotara a sus
enemigos y uniera toda Noruega. Y Harald lo hizo, también, pero no antes de hacer un
voto de no bañarse nunca o cortarse el pelo hasta que completara su misión. A partir de
entonces, fue conocido como Harald Fairhair.
Todos sabían la historia del Rey Harald, y cada uno se sentó o levantó para reflexionar
sobre las palabras de Bolthor. Momentos más tarde, uno tras otro, se dieron la vuelta para
quedarse boquiabiertos mirando a Rurik, como preguntándose por qué no había hecho tal
voto. Pero luego, cayeron en la cuenta que Rurik era cuidadoso de su apariencia personal,
y era conocido por llevar puestas sólo las mejores telas hechas a mano para sus túnicas y
sobrecapas, embellecidas por bordados y preciosos broches de oro o plata. Las cuentas
coloreadas a menudo eran entrelazadas en trenzas de guerra en los lados de su pelo largo.
Nunca había estado un período prolongado sin lavar los negros mechones sedosos. No lo
llamaban Rurik el Vano por nada… un título que desdeñaba, pero que se lo había ganado.
—Creo que es tiempo para una saga —anunció Bolthor.
Todos gimieron… suavemente, para no ofender al apacible gigante.
—¿Qué pasó con tu idea de intentar odas? —Rurik cometió el error de preguntar.
Todos excepto Bolthor fruncieron el ceño ante su falta de sensatez, como si ellos al
menos supieran que no había que animar los esfuerzos-menos-que-artísticos del hombre.
—Sagas, odas, poemas, [2]eddas, baladas… quiero intentarlas todas, —contestó
Bolthor optimistamente.
¡Oh, Dios!
—Esta es la saga de Rurik el Grande —comenzó Bolthor.
—Pensé que Tykir era el que llamabas «grande» en tus sagas —dijo Rurik—. Siempre
decías, «Esta es la saga de Tykir el Grande».
Bolthor agitó una mano de manera confiada.
—Puede haber más de un gran Vikingo.
Rurik entonces gimió realmente en voz alta.
—Bien, si insistes —Bolthor por lo visto decidió cambiar su apertura—. Esta es la
saga de Rurik el Mayor.
—¿Mayor que qué?—alguien masculló sarcásticamente.
Rurik estuvo a punto de lanzar un taco de musgo de turba a quienquiera que hubiese
hablado, pero todos lo contemplaron con mirada inocente.
Bolthor tenía aquella mirada soñadora en su cara que siempre ponía cuando se
inspiraba para crear un nuevo poema. Entonces comenzó:



Rurik era un Vikingo atractivo,
Muchas criadas darán testimonio.
Con largo pelo negro
Y dientes centellantes,
Todas las muchachas se obsesionaron.
En muchas tierras
Y entre muchos muslos,
Rurik el Vano esgrimió
Su seductor movimiento tan activo.
Pero, detente y contempla,
Vino una bruja escocesa,
Su nombre era Maire the [3]Fair
A causa de su rica belleza,
Pero también debido a
Causa de su imparcialidad.
Ningún mero Vikingo la usaría así,
Jactándose de su conquista,
Después de alejarse, sin daño que mostrar.
Así aconteció la maldición de la siniestra bruja
Y la marca pintada en la cara.
Ahora el tonto y feroz nórdico
Ya no es más el Vano.
Lo conocen como Rurik el Azul.
O a veces Rurik el Mayor…
Esto es verdad.



Disgustado, Rurik tiró su cuchillo al suelo, desistiendo de quitar el lodo de turba de sus
botas y sus braies de lana. En cambio, se levantó y se alejó pisando fuerte a un lago
cercano… o lo que los Escoceses llamaban lago. Era una tierra extraña, Escocia. A veces,
su paisaje árido, montañoso podía parecer desgarradoramente desolado, y otras, hermosos,
casi en un sentido espiritual. No distinta de su áspera Noruega.
El tiempo era a menudo triste y deprimente. Una niebla, a la cual el Nórdico se refería
como haar, venía del Mar del Norte, incluso en días tibios y despejados, como hoy.
Oyendo un fuerte chillido, Rurik levantó la mirada para ver una gran águila real
elevarse perezosamente sobre los páramos, con un joven ciervo rojo en sus poderosas
garras. Sin duda sería una comida sabrosa para el aguilucho dejado en alguna alta aguilera.
En ese momento, pensó en su perro, Bestia, un perro lobo que había dejado en Ravenshire,
Northumbria para reproducirse con una de las hembras de su amigo Eirik.
Sí, había cierta clase de belleza en esa dura tierra a la que había llegado a odiar tanto.



Rurik caminó, con ropa y todo, en el agua helada. Luego, exclamó con un castañear de
dientes:
—¡Brrrrr! —y temblando, se zambulló bajo el agua y nadó hasta que el agua lo limpió.
Cuándo finalmente subió del agua, oyó que Bolthor le llamaba.
—¿Crees que es sensato entrar en el lago sin un arma? Las leyendas escocesas hablan
de monstruos enormes que residen en las profundidades de sus lagos… monstruos que se
parecen a una mezcla de pescado y dragón. Hmmm. Recuerdo una de sus epopeyas que
relaciona la historia de Each uisage, lo que significa algo como el caballo de agua, y…
Rurik no esperó más. Se zambulló bajo el agua otra vez. Prefería arriesgarse a feroces
dragones de agua, o congelar una cierta parte preciosa de su cuerpo, a oír otra de las
horribles sagas de Bolthor.
Pero Rurik se preguntó mientras nadaba.
¿Se terminaría alguna vez su búsqueda?
¿Estaba condenado a llevar la marca azul en su cara por toda la vida?
¿Por qué lo había maldecido así la bruja?
¿Y dónde estaba escondida Maire?
¡Hah! Sin duda vivía apaciblemente en alguna cámara de un castillo en las Highland,
insensible a todo el caos que causó. Y estaba completamente consciente de su infructuosa
búsqueda para dar con ella, lo aseguraría, y se rió alegremente por la estupidez de eso.



Ese mismo día, cerca a Beinne Breagha

Maire vivía en una jaula de madera… ¡una jaula, por el amor de San Colomba! Y era
tan miserable que tuvo ganas de llorar.
—¡Pobre muchacha! El viejo laird está rondando su tumba como una rata, ante tu
lamentable condición. [4]Tsk-tsk —le dijo Nessa, su criada y compañera.
Lamentable no comenzaba a describir el apuro de Maire. Fue encerrada con llave
dentro de una jaula de madera que colgaba suspendida a gran altura de un largo tablón
fijado al parapeto encima del patio. Muy por debajo suyo, habían cavado un hoyo grande y
llenado con serpientes, la parte superior la habían cubierto con una enorme estera tejida. Si
empujase demasiado su jaula, o alguien tratase de rescatarla, siempre había el peligro de
caerse en el hoyo, con jaula y todo.
Hasta ahora, había estado en la jaula durante cinco días, y permanecería allí hasta que
consintiera en traicionar todo lo que era precioso al clan Campbell… algo que nunca haría.
Toda su gente —arrendatarios y guerreros por igual— habían huido a los bosques, bajo
sus órdenes, llevando a su hijo con ellos. Además de los guardias de MacNab que la
vigilaban, los únicos que se quedaron fueron unos pocos criados y aquellos demasiado
viejos o frágiles para dejar sus casas. Duncan MacNab aparecía periódicamente para
gritarle y amenazarla.
Maire no alzó la mirada de donde estaba sentada, su espalda presionaba contra las
barras de madera de su «prisión», cuando Nessa habló y murmuró con impaciencia
mientras se asomaba sobre el parapeto, pasándole un plato que contenía su menú del día,
nabos hervidos y pan desabrido. Por su tono triste, se pensaría que Nessa era una vieja
criada y no una viuda joven unos años mayor que los veinticinco de Maire.
—Bien, mi padre ha rondado más de vez por mis problemas desde que se ha ido.
—No le faltes el respeto. Tu padre era un buen hombre, a pesar de los problemas que
parecían cruzarse en su camino —la reprendió Nessa, la ternura comprensiva en su cara
desmentía su reprimenda.
Maire no estaba de humor para discutir. De hecho, no estaba de humor para nada
excepto un baño caliente y una cama suave. Pero tenía trabajo que hacer… Magia, si… si
pudiera invertir la mala suerte que le había sobrevenido a su gente.
—¿Qué? ¿Qué pasa, Maire?—preguntó Nessa con curiosidad.



Maire ahora estaba de pie en su jaula, afrontando el este, y se disponía a centrarse con sus
piernas separadas y las dos manos alrededor de una de las barras de madera. Lamentaba
no tener su bastón con ella, pero la barra de madera tendría que servir.
—¡Ooooh! Dime. Vas a intentar los ritos de brujería otra vez, lo apuesto. Una cosa es
cierta… si intentas esas tonterías de girar bailando, caerás a tierra en el hoyo con
serpientes. Lo prometo, mi corazón podría latir mucho más… Señor Bendito, ¿por qué
estás bizca? ¿El mal de ojo ha caído sobre ti?
—¡Shhh! Tengo que concentrarme si quiero doblar mis barras para poder escapar.
—La última vez que te concentraste —dos días atrás— estaban los guardias de
MacNab abajo. Dijiste que tu hechizo haría que escapasen. En cambio, les diste una
enfermedad en las entrañas que los hizo correr. No que algunos de nosotros no
encontráramos divertido aquel error. Y luego hubo otro hechizo que iba a hacer que el
MacNabs huyera, directamente de las tierras de los Campbell. ¡Benditos Santos! Teníamos
a dos docenas de gallos y gallinas cacareando y agitando sus alas. Ninguna de las gallinas
pondrán hoy, por cierto.
Maire resopló.
—A veces, no me concentro con bastante fuerza, y consigo los resultados un poco
mezclados.
—¡Un poco mezclado, bien! Muchacha, cuando intentaste ese asunto de cabalgar en el
viento el primer día que el MacNabs te tomó cautiva, prometiste que terminarías al otro
lado de la cañada cuando amaneciera. Lo único que cabalgó en el viento fue Grizelle, y
juro que no te va a perdonar en mucho tiempo… cayó del parapeto como un águila
dándose a la fuga, con su vestido soplando al viento, exponiendo su trasero desnudo. Cosa
buena que el joven muchacho MacNab la agarró, aunque se reía con tanta fuerza que
ambos cayeron al suelo.
Era verdad. Maire no era una bruja muy competente. Sinceramente, probablemente no
era una bruja en absoluto, a pesar de haber estudiado con la vieja bruja Cailleach, cuando
era una muchachita. Pero Cailleach se había ido hace mucho tiempo. ¿Qué opción tenía?
No había nadie más en quién confiar. Tenía que intentarlo.
—Quédate de todos modos, o márchate, de modo que pueda concentrarme. No me
ayudas en absoluto. Al menos lo intento. ¿Qué más quieres que haga?
—Reza —dijo Nessa con humor seco. Se acomodó, no marchándose todavía.
—Bien, ¿qué más quisiste decir? Puedo decir que tienes algo en mente.
—Sí, lo tengo. Lamento cargarte con más problemas cuando estás hasta las axilas de
problemas, pero hay oscuridad en el horizonte… otra vez. El Vikingo está de vuelta.
—Déjalo venir —dijo Maire con un suspiro de rendición. Sabía, sin preguntar, a cual
Vikingo se refería. Aquel sinvergüenza, Rurik, había estado recorriendo toda Escocia
durante los últimos años. Poco sabía que los clanes, que luchaban el uno contra el otro por
cualquier pequeña disputa, se unieron cuando un odiado Escandinavo estuvo implicado.
Ellos habían estado más que complacidos al esconder la posición del clan Campbell,
Beinne Breagha, o Montaña Hermosa, que estaba localizada en las colinas altas. Los
clanes vecinos disfrutaron conduciendo a los Vikingos a una alegre persecución, en
completo círculo a veces. Hasta hace poco.
Cuando se expuso a la ira de Duncan MacNab, —su hermano por matrimonio y el
hombre más malvado que había caminado por las Highlands— Maire y su clan habían
contraído un montón de problemas. No había tiempo para preocuparse por Vikingos
furiosos. El futuro de Beinne Breagha estaba en juego ahora.
—¿Dejarle venir? ¿Dejarle venir? —Nessa prácticamente chilló—. ¿Después de todos
estos años, deberíamos invitarlo a venir como a un huésped bienvenido?
Maire se encogió, luego agitó una mano a su alrededor.
—¿Te preguntas por qué ya no me resisto a reunirme con el Vikingo? ¿Qué puede
hacerme ahora?
Inmediatamente, el semblante de Nessa se ablandó.
—Och, lamento haberte levantado voz. Eres una buena muchacha, a pesar de todo,
metiéndote en las artes de la brujería. No quiero pensar que daño tus sentimientos, Maire,
pero eres la bruja más lamentable que vieron alguna vez las Highlands. No eres ninguna
Cailleach. Quizás realmente deberías rezar. ¿Has considerado entrar a un convento?
Maire levantó la barbilla ante el insulto.
—Oh, muchacha, no agites tus plumas por bromear acerca de no poder acertar con
ningún hechizo. Si quieres disgustarte, disgústate por el momento triste que estamos
pasando… el peor de todos los malos tiempos de los Campbell. No deberías ser la que más
sufra. Aquel Duncan MacNab es el hermano de Lucifer, te lo aseguro. —Miraba fija y
apenadamente la horrible jaula mientras hablaba—. ¿Quién si no el diablo mismo le haría
algo tan malvado a una mujer?
—¿Quién en efecto? —Pero espera. Aquí estaban parloteando cuando una
preocupación más importante asaltó a Maire—. ¿Cómo está el pequeño Jamie? —
preguntó ansiosamente. El bienestar de su hijo de cuatro años era su preocupación más
importante. Y no sólo debido a su amor maternal. Si el MacNab conseguía poner sus
manos en su muchacho, estaría obligada a darle todo lo que exigía. Y eso marcaría el
destino para lo que quedaba de su clan.
La ceja preocupada de Nessa se relajó.
—El muchacho está bien. El Viejo John y los demás lo han escondido bien en una
cueva en los bosques. El MacNab no va a poner sus asquerosas patas en Jamie, incluso si
queda sólo un Campbell para protegerlo.
Maire afirmó.
—Sé que tienes otros problemas, querida, pero ten mucho cuidado. Y no descartes el
peligro planteado por el Vikingo. Está más cerca de lo que ha estado antes,—indicó Nessa
—. Él no va a renunciar hasta que te encuentre.
Maire se encogió de hombros, aunque por dentro no estaba tan calmada como
pretendía. No era por que no se sentía justificada en poner la marca azul en la cara de
Rurik. Él había tomado su virginidad, luego le dijo alegremente que se marcharía al día
siguiente a su patria, como si no acabase de darle la posesión más preciada de una mujer.
Pero no fue esa la razón principal para tomar esa medida tan drástica. Le había pedido que
la llevara con él, había sido una muchacha estúpida. Entonces había tenido una buena
razón para querer ausentarse de su patria… un tiempo, al menos. ¿Pero qué hizo el bruto
cuándo había preguntado? Se había reído de ella.
Bien, había conseguido reír al último.
Pero no se reía ahora.
—Quizás es tiempo de afrontar al Vikingo. Alomejor marcarlo fue el principio de
todos nuestros problemas. Quizás tengo que quitarle la marca para invertir la maldición
que parece habernos golpeado a los Campbells.
—Hmmm —reflexionó Nessa—. ¿Pero y si él… el Vikingo… te hace daño? —
preguntó Nessa.
—No va a hacerlo —contestó Maire. Por alguna razón, no pensó que la dañaría
físicamente.
Nessa arqueó sus cejas escépticamente.
—Es un Vikingo.
—Sí.
—Los Vikingos tienen una parte sanguinaria.
—Conozco a unos Escoceses que son sanguinarios, también. Como Duncan MacNab,
por ejemplo.
—Duncan se resiente por que Kenneth no ganara los derechos de la tierra por el
matrimonio. Duncan piensa tenerte, Maire. Y el Rey Indulf ha dado su permiso. El tiempo
ya no está más a tu favor.
—Lo sé —dijo Maire con un suspiro—. No es a mí a quien quiere, sin embargo.
Siempre vuelve a la tierra. No importa que sea lo bastante viejo para ser mi padre. No
importa que haya rechazado sus ofertas más veces de las que puedo contar. No importa
que sus hombres monten guardia abajo en mi patio mientras hablamos y no se irán hasta
que coopere. No importa que el MacNab me golpeara poderosamente una vez que tenga
los derechos de matrimonio. —Maire frotó su mejilla donde Duncan la había abofeteado
fuertemente el día anterior por rechazar acceder a sus deseos—. Sinceramente, predigo mi
muerte por accidente unos días después de mi boda, si fuese alguna vez tan estúpida como
para casarme con ese bastardo. Y sólo Dios sabe lo que le pasaría al pequeño Jamie bajo la
tutela de Duncan.
—Pero ¿cuánto tiempo más podemos resistir? —lloriqueó Nessa, frotando sus manos
ansiosamente.
—No sé. Estoy tan cansada de luchar sola esta batalla. Si sólo mi padre estuviera
todavía vivo, o Donald, o Angus. —Su padre, Malcolm Campbell, había muerto en
Brunanburh dieciocho años atrás, junto con el hijo de Constantine, rey de los Escoceses.
Sus hermanos habían muerto en otras batallas desde entonces. Su marido por cinco años,
Kenneth MacNab, el hermano mucho menor de Duncan, había muerto hacía pocos meses,
pero mientras vivió había estado poco sano. Era quién había desterrado a Cailleach de sus
tierras. Sólo un grupo de dispersos Campbells quedaba de su clan y sólo ella para
mantenerlos unidos contra el impacto de las fuerzas exteriores. Era una carga pesada para
una mujer de sólo veinticinco años. Lamentablemente, no había nadie más… por el
momento.
—Lo que necesitas, mi muchacha bonita, es un valiente caballero de brillante
armadura para defender tu causa.
—¡Hah! —se burló Maire—.Toda mi vida he dependido sólo de mí misma, y así será
siempre.
—Muchas mujeres dicen lo mismo…, pero sólo antes de que su verdadero amor
llegué. Sí, lo que necesitas es un verdadero amor.
—¿Un verdadero amor? —Maire se echó a reír—. Pensé que dijiste que necesitaba a
un caballero de brillante armadura.
—¿Y quién dice que no puedes tener a ambos? —Nessa la cortó con un centelleó de
condenación. Luego, puso la punta de sus dedos en su barbilla, reflexionando—. ¿No
piensas que de algún modo podrías conseguir que el Vikingo te ayude en esta lucha? —
preguntó provisionalmente.
—¡No! —exclamó vehementemente. ¡Señor Bendito! La mujer no podía estar
poniendo posiblemente a Rurik en la categoría de un valiente caballero. Si —los santos
podían levantarse de sus tumbas— fuese su verdadero amor—. No quiero ninguna ayuda
de ese hombre. Y una cosa es segura. Nunca debe saber, alguna vez que… —Sus palabras
se detuvieron cuando se mordió su labio inferior— ….Mi secreto.
—Ahora, ahora, muchacha, no debes temer. Viejo John ha propuesto un plan.
—¿Un plan? —chilló. Viejo John era el jefe de sus guardias, un ejemplo de como
estaban actualmente. Incluso Viejo John, que una vez fue un fuerte guerrero, ahora tenía
sólo un brazo y estaba casi lisiado por el dolor de todas sus heridas de batalla—. ¿Por qué
es la primera vez que oigo de un plan? Él debería discutir sus planes conmigo. —La
estridencia de su voz se elevó, y varios de los centinelas MacNab echaron un vistazo hacia
arriba.
Nessa le lanzó una mirada pesarosa.
—Al viejo John le cuesta venir aquí para hablar contigo. Hay muchos MacNabs
vigilando. —Retirándose del parapeto, Nessa se dispuso a marcharse—. No te preocupes.
Estás en las manos de Dios ahora… y del Viejo John.
Ahora Maire realmente se preocupó.
2

—VIKINGOS, váyanse a casa. No son queridos aquí en las Highlands.


Rurik y sus hombres estaban a caballo, mirando fijamente a través de un amplio
barranco a una docena de Escoceses, también a caballo, todos pelirrojos y vistosos. Las
armas no fueron sacadas, pero todos tenían sus manos en la empuñadura de sus espadas,
listos para luchar si la necesidad se diera. Incluso con seis contra doce, Rurik no dudó que
su grupo ganaría en una lucha honesta, pero un buen soldado no luchaba batallas
innecesarias; por lo tanto, mantuvo el control.
Como muchos Escoceses, llevaban puesto un léine y el brat tradicional… el léine es un
shert largo, hasta más abajo de las rodillas, pareciéndose a un bajo túnica, a menudo de un
color amarillo azafrán, y el brat, un prenda de vestir tosca, sujeta en el hombro con un
broche, como un manto, serpenteando bajo el brazo de la espada y asegurada en la cintura
con un cinturón de cuero. Sus piernas quedaban expuestas a veces, sobre todo montando a
caballo. De hecho, muchos Montañeses dejaban caer sus plaid en la batalla, luchando…
desnudos, lo que no era tan extraño; los [5]berserkers Vikingos hacían lo mismo. La
primera vez que Rurik había visto a Stigand en su estado natural, sus ojos casi se le habían
salido los ojos. ¡Qué vista había sido!
Estos hombres eran un grupo de desgraciados, con ojos astutos, aunque montaran
corceles finos, y sus claymores y puñales eran de la mejor calidad. El hombre que había
hablado, el líder, parecía el más siniestro de todos. Había visto más de cincuenta inviernos,
con el pelo rojo entrecano, que colgaba bajo sus hombros. Su melena parecía como si no
hubiese sido lavada o peinada en una semana. Una barba roja llena rodeaba su barbilla. Lo
más visible en él era sus cejas… o, mejor dicho, su ceja… porque tenía sólo una ceja
parecida a un arbusto que se extendía de un lado a otro, sin la ruptura en medio en el
puente de la nariz. Con esa sola ceja el hombre pareció fruncir el ceño despiadadamente.
Rurik no confió en él ni un poco.
—¿Y quién podría ser usted? —preguntó.
—Yo soy Duncan MacNab —contestó el líder con un profundo acento escocés que
sonó como, «Dooon-kin». Estaba claramente enojado porque Rurik no reconoció quién era
—. Éstos son mis hombres… MacNabs, todos. —Agitó una mano hacia los hombres que
cabalgaban sobre nerviosas monturas a ambos lados de él.



—No le quiero crear ningún problema —explicó Rurik en un tono aplacado—. Busco a la
mujer llamada Maire de los Páramos. Es del clan de Campbell, creo.
El Escocés se rió, un bramido profundo, y sus hombres rieron disimuladamente.
—Todos en las Tierras altas, y las Tierras bajas, son conscientes de su búsqueda de
Maire la Bruja. —El líder puso un énfasis particular en la última palabra e intercambió
miradas burlonas con sus hombres, como si supieran algo que él no.
Por experiencia Rurik sabía que los Escoceses eran buenos para las sonrisas
satisfechas… cuando no fruncían el ceño, eso sí.
—¿Sabe dónde podría encontrar a la bruja? —preguntó Rurik entre dientes. No
queriendo ser el hazmerreír de toda escocia, si se reían de él o alguna broma secreta.
—Sí, lo sé.
—¿Y sabe por qué la busco?
Duncan se rió otra vez, con un sonido ágil, como los gruñidos de un oso.
—Creo que se quiere hacerse quitar aquel «tatuaje» de su bonita cara, Vikingo. —Puso
el énfasis en la palabra Vikingo, como si fuera algo asqueroso.
Rurik afirmó con la cabeza, apretando sus dientes ante las carcajadas del bandido y las
sonrisas de sus hombres. No encontraba nada gracioso en la marca de su cara. ¿Podría ser
que todavía abrigaba dudas de sí mismo, que venían de su infancia? Había crecido, y no
crecido, después de todo, supuso.
Salió de su reflexión con un resoplido de auto repugnancia y chasqueó hacia MacNab.
—¿Por qué le preocuparía si me quito la marca, o no, escocés? —Imitando al otro
hombre, puso un desagradable énfasis en la palabra escocés.
—No me preocupa ni una pizca si es azul, o rojo, o púrpura —replicó Duncan—. Sólo
le doy un pequeño consejo. Deje esta tierra, o tendrá más que una marca azul de qué
preocuparse.
—Ah, y ¿cuál podría ser aquella preocupación adicional? —preguntó Rurik con
tranquilidad, al mismo tiempo dando a sus hombres a una señal subrepticia con la mano
para que se preparasen a luchar.
—La pérdida de sangre… huesos rotos… muerte —contestó el MacNab fríamente—.
No hay nada que goce más un Escocés que matar a un Vikingo.
—¿Es una amenaza? —preguntó fríamente.
—Sí, es una amenaza. De hecho, es una promesa, bárbaro sangriento —contestó
Duncan con igual frialdad. Entonces, sin advertencia, soltó el conocido grito de guerra de
las Highland—. ¡Stuagh ghairm!
En un parpadear, dieciocho hombres sacaron sus armas. Pronto el barranco, de la
anchura de varios barcos vikingos, retumbó con el sonido de metal contra metal, la
bofetada de cuero al contacto del cuerpo a cuerpo, el relincho de los asustados caballos, el
silbido de las flechas, y el sonido siniestro hecho por un hacha de mano que partía carne y
huesos. Ante aquel ruido, todos los ojos se giraron hacia Stigand, quién limpiaba su sable
en un grupo de brezos, al tiempo que buscaba en la arena a su siguiente víctima. Su sable
fue adecuadamente llamado Partidor de hueso… compañero inseparable de batalla con
Amante de sangre, su hacha, que estaba en su otra mano. A sus pies estaba uno de los
MacNabs, su cráneo partido por la mitad desde la coronilla a la nuca.
Varios de los hombres MacNab borbotearon, luego saltaron en sus caballos y se
dispusieron a dejar la escena. Rurik lamentó que Bestia no estuviese con él ahora. El perro
lobo era una gran ventaja después de una batalla, sobre todo talentoso en acorralar a los
rezagados soldados enemigos, como al ganado. Rápidamente explorando el campo de
batalla en miniatura, notó que Jostein parecía tener un brazo roto y Bolthor tenía una
flecha que sobresalía en su muslo. Él, personalmente, había sido cortado desde el codo a la
muñeca por un agudo puñal; era una cuchillada superficial que podría coserse en mejores
circunstancias. Los otros en su grupo presentaban contusiones, narices sangrantes y cortes,
pero eso era todo. Por el lado de los MacNab, sin embargo, cinco habían muerto, y dos
hombres parecían profundamente heridos y tuvieron que ser subidos en sus caballos antes
de alejarse galopando.
Entre los sobrevivientes estaba el MacNab mismo, quién no mostraba heridas visibles.
Cuándo su caballo alcanzó la cumbre de una pequeña subida a poca distancia, gritó a
Rurik:
—¡Fuera de Aquí, Vikingo! Deja Escocia inmediatamente, bastardo pagano chupador
de bacalao, no sea que nos encontremos otra vez. Y los resultados serán muy diferentes
entonces, lo prometo.
—Sus promesas no significan nada —contestó Rurik en voz alta con una risa
jactanciosa, señalando a los MacNabs muertos, dispersos a su alrededor. Él elegía sus
batallas sabiamente y decidió no reaccionar a los insultos personales de Duncan… todavía.
—No te atrevas a tocar a la bruja —añadió Duncan, teniendo todavía la audacia de
darle órdenes en público.
Rurik arqueó las cejas ante aquella orden en particular.
—¿Por qué?
—Quiero a la bruja.
—Bien, ¿no es una coincidencia? También yo.
El Escocés sacudió su cabeza.
—No, usted sólo quiere que le quite la maldita marca, mientras que yo…
Rurik apenas mantuvo su carácter en control cuando el vil hombre dejó sus palabras
suspendidas en el aire durante un largo momento. Finalmente, desafió:
—¿Mientras qué usted quiere qué?
—…mientras que yo quiero a la ramera como novia.
Apenas Rurik y sus hombres atendieron sus heridas vieron a otro grupo de Escoceses
montando a caballo. Y este era el grupo más lamentable de combatientes que Rurik había
visto alguna vez.
Al menos veinte hombres venían hacia ellos por la colina. Todos llevaba plaids
ceñidos con cinturones, pero las amplias telas que usaban estaban gastadas y descoloridas,
a diferencia de aquellos MacNabs más prósperos.
El hombre más viejo, de al menos cuarenta años parecía ser el jefe, o el líder. Le
faltaba un brazo. Un hombre algo más joven de aproximadamente treinta era obviamente
tuerto, ya que miraba fija y ciegamente hacia delante.
Un jinete tenía su nariz quebrada, sin oreja, y parecía no tener dientes delanteros. ¿El
guerrero más feo del mundo? Rurik se preguntó irónicamente. Bueno, realmente, conocía
a unos guerreros Nórdicos que podrían concursar en aquella competición.
Incluso otro tenía una contracción nerviosa que hacía que su cabeza se sacudiera sin
cesar. Sin duda había sido golpeado en la coronilla en alguna batalla u otra. Rurik había
visto una condición similar en un viejo camarada de lucha, Asolf el Débil, cuya cabeza se
sacudía tanto que miraba como si hiciera señas a alguien hacia la derecha todo el tiempo.
No era un buen rasgo para tener en medio de una batalla.
Otro hombre murmuraba entre sí, pero nadie le prestaba atención. Rurik calculó que la
enfermedad era debido a un golpe en el cerebro, también.
El golpe agudo de un sable contra el cráneo podría haber causado tal daño.
Los únicos sanos como una manzana en el grupo eran los muchachos, que podrían ser
buenos luchadores con la instrucción apropiada. Varios de los muchachos parecían tener
alrededor de la edad de Jostein, pero si lucharan como montaban, Jostein podría golpearlos
en un santiamén, y él no era todavía un consumado soldado.
Otra vez, recordó, de mala gana, su pasado. Esta vez, era una imagen mental de un
muchachito flaco, subdesarrollado. Agradecía a los dioses haber sido lo bastante
afortunado de tener a un amigo que pudo enseñarle aquellas habilidades de supervivencia.
¿Quién instruiría a esos muchachos? ¿El guerrero manco? ¿O el medio ciego?
¿Quiénes eran ese grupo tan raro de guerreros? ¿Qué querían de él?
Oh, bien, eso no me concierne. Sacudió su cabeza para librarse de inoportunos
pensamientos.
—¿Eres Rurik el Vikingo?
Rurik se levantó y sacó la espada de su vaina, por si acaso.
—Sí. ¿Quién pregunta?
—Yo soy John. Viejo John —dijo el líder—. Y este es Joven John. —Hizo señas con
su cabeza hacia el hombre medio ciego al lado de él—. Y Murdoc —añadió, señalando al
feúcho—, Callum —al sacudidor—; y Robe, —al refunfuñador.
¡Oh, Buen Dios!
—Somos del clan Campbell —dijo Viejo John, concluyendo su introducción.
—¿Campbells? —escupió Rurik.
—Sí, Lady Maire es nuestra señora.
De repente estaba alerta, interesado.
—¿Es la misma persona conocida como Maire la Bruja?
Los ojos de viejo John se abrieron de par en par; luego cambió miradas divertidas con
sus compañeros. Su reacción al nombrar a Maire como una bruja fue la misma que el
MacNab. Hmmm. Pero Rurik no tenía tiempo para pensar más en el asunto, ya que Viejo
John hablaba otra vez.
Sonriendo torcidamente, Viejo John preguntó:
—¿Saben como localizar el refugio de la bruja?
Ahora esa era la pregunta soñada… después de soportar cinco años la marca de la
bruja, tres años malgastados buscándola. Puso un puño sobre una cadera, tratando de
parecer casual.
—¿Y si lo hago?
—Quizás podemos ayudarles.
—¿Por qué nos ayudarías? Tenemos el conocimiento de primera mano de cuánto
ustedes los Escoceses nos aman a los Vikingos. —Rurik miró intencionadamente los
cuerpos que todavía estaban esparcidos sobre el barranco.
—¿Podrían aquellos ser MacNabs? —preguntó Viejo John con esperanza cuando se
inclinó para conseguir una vista mejor. Joven John bizqueó con su ojo bueno para ver
mejor, también. Murdoc rasguñó su oído ausente cuando escuchó la pregunta. Callum
siguió sacudiendo su cabeza hacia los soldados muertos. Y Robe murmuraba repetidas
veces, algo sobre «MacNabs muertos como estiércol».
—¿Rugen los dragones y los sajones apestan? —contestó Rurik.
Viejo John sonrió extensamente entonces. Si hubiera una cosa que los Escoceses y los
Vikingos tenían en común, era la aversión a los sajones.
—¡Alabado sea Dios! Ustedes son las respuestas a nuestras oraciones.
—¿Yo? ¿Yo? ¿La respuesta de las oraciones de alguien? —Rurik no se divirtió—.
Creo que no.
—Oh, pero quizás cambiarás de opinión. Venimos para ofrecerte una proposición,
Vikingo.
—¿Una proposición? ¿De un Montañés? ¡Hah! Debo informarte que desconfío
poderosamente de los Escoceses.
—Entonces estamos iguales, porque también desconfío de los Escandinavos.
Rurik echó su cabeza hacia el lado confundido.
—Entonces ¿por qué me ofrecerías una… cómo lo llamaste… proposición?
Viejo John se encogió de hombros.
—La desesperación.
Rurik tuvo que darle crédito al hombre por su honestidad.
—Conduzca nuestro clan a la victoria, Vikingo. Es todo que queremos. Líbranos de la
pestilencia que ha alcanzado nuestras tierras Campbell. Si nos prometen eso, les
entregaremos inmediatamente a nuestra señora, Maire de los Pantanos.
Rurik arqueó una ceja ante aquella oferta inesperada.
—¿Y podría aquella pestilencia llevar el nombre MacNab?
—Podría —confesó Viejo John.
Rurik frunció el ceño con confusión cuando recordó las últimas palabras de
MacNab… algo sobre el deseo de casarse con Maire. Por lo que él sabía, Maire había
estado casada los últimos cinco años.
—¿Por qué el marido de Maire no protege a su clan?
—Kenneth MacNab murió hace tres meses.
—¿MacNab? ¿Maire estuvo casado con un MacNab?
Viejo John afirmó con la cabeza, su cara enrojecida por la cólera.
—Sí, y era un miserable perro callejero, también. El hermano menor de Duncan…
unos quince años, calcularía.
Rurik tenía otras preguntas que le gustaría hacer, pero podría hacerlas más tarde. Por el
momento, había una en su mente.
—¿Quién es su laird, entonces? No, ¿no me diga que es su señora, Maire la Bruja? —
Se negó a darle el título más suave, Maire de los Pantanos.
Todos los hombres Campbell se echaron a reír.
—Las mujeres no pueden ser jefes de nuestro particular clan —explicó Viejo John—,
aunque Lady Maire ha hecho un buen trabajo al mantenernos a todos unidos antes de que
el laird pueda asumir.
Rurik estaba cansado de toda esa conversación vaga e insinuante. Con impaciencia,
exigió:
—Entonces ¿quién es el maldito laird?
Los jinetes Campbell se apartaron, de derecha a izquierda, dejando un camino por
entre su grupo. Cabalgando en una yegua gris moteada estaba un monje gordo con la
cabeza calva y un vientre enorme. Sentado delante de él en el caballo, un sucio,
desgarbado muchachito descalzo de poco más de cuatro inviernos. Era de pelo negro, ojos
verdes y pronto demostró que tenía la lengua de un marinero curtido.
Con un alarde irresistible en alguien tan joven, el niño proclamó con voz chillona:
—Yo soy el maldito laird.



—Bhroinn, rachadh, gleede, chunnaic. No, no era así. Rachadh, gleede, bhroinn, bhroinn.
—Maire suspiró fuertemente por la frustración—. ¿Por qué, oh, por qué no puedo recordar
las palabras del hechizo? ¡Si sólo Cailleach estuvieran todavía aquí! Habría estado fuera
de esta jaula el primer día.
Durante las dos últimas horas, desde que Nessa se había marchado, había estado
intentando un hechizo tras otro…, maldiciones, centrar, rodeo, cabalgar en el viento,
visualización, poniendo a tierra, hasta levantamiento del cuerpo. Ninguno había
resultado… ni siquiera del modo incorrecto como solían resultar a veces cuando decía los
hechizos equivocados.
Ahora la dejaron con su alternativa final. Juntando sus palmas, miró fuera hacia el
cielo gris.
—Dios querido, por favor ayúdame en mi horrible necesidad.
Precisamente entonces Maire vio a los seis Vikingos. Daban vuelta la curva en el
fondo de la pequeña montaña que ella llamaba hogar, Beinne Breagha. Lo más alarmante
era el hecho de que los propios miembros de su clan les mostraban el camino.
¿Podría posiblemente ser ésta la respuesta a su plegaria? De ser así, iba a dejar sus
tentativas de magia y pasar más tiempo de rodillas.
Pensó en algo más. Así que ese era el plan de Viejo John… al que Nessa se había
referido. Apretó la boca con disgusto. Bien, no podía enojarse con su leal criado. Los
tiempos desesperados pedían medidas desesperadas, y Viejo John debía haber creído que
había esperanza con los Vikingos. Tenía que confiar en Viejo John. ¿Qué más podía hacer?
Una exploración rápida del grupo próximo mostró que su hijo no estaba con ellos…, ni
su vigilante, el monje. Respiró aliviada. Agradecía al cielo que Viejo John hubiese tenido
el sentido común de mantener al joven Jamie escondido en los bosques, del peligro, y la
presencia del Vikingo.
Incluso cuando advirtió a los Vikingos en la distancia, vio las acometidas inútiles y al
maldito mensajero, también a la docena y tanto de hombres que MacNab había dejado
para vigilarla. Casi inmediatamente, los hombres juntaron sus armas, otras pertenencias,
maldiciendo en voz alta y sacudiendo sus puños hacia ella, dispersándose hacia las tierras
MacNab, como una hoja al viento. Duncan MacNab era un hombre valiente cuando sus
oponentes eran más débiles que él. Ante la perspectiva de un adversario igual, sin
embargo, se escabulliría alejándose, esperando la posibilidad de saltar por la espalda o
poder practicar alguna argucia.
No se engañó por su precipitada retirada, sin embargo. Volverían… en mayor número.
Pero, oh, dañó profundamente su orgullo que fuera ese hombre, sobre todo los otros —
Rurik— el que vino a rescatarla del MacNabs… aunque fuese sólo temporalmente. El
bruto insensible había destruido su orgullo una vez antes. No le dejaría hacerlo otra vez…
a pesar de su ignominiosa posición.
Suspiró profundamente, preguntándose si su suerte sería un poco mejor con los
Vikingos que con el MacNabs. Se levantó y se aferró a las barras de la jaula, mirando
fijamente la tierra de los Campbell que tanto amaba. Trató de imaginar ver su hogar a
través de los ojos de los viajados Vikingos.
Había Campbells en Escocia que eran ricos y poderosos. La familia de Maire era de la
rama más pobre. Construido sin embargo a base de piedra, que conservaba, que se
refirieran a él como a un castillo, casi era absurdo, era una fortaleza de madera
encaramada encima de un banco de tierra aplastada. Dos anillos concéntricos de paredes y
zanjas rodeaban la fortaleza, perforada por una sola entrada. Más allá de las paredes del
«castillo» estaba el pueblo, unas cien chozas de madera entrelazada y cubiertas con techos
cónicos de paja. La mayor parte de ellas estaban deshabitadas y en estado de decaimiento,
pero atestiguaban un tiempo más próspero.
La tarde se había ido y el ocaso todavía no estaba sobre ellos… un tiempo denominado
como crepúsculo, cuando un aura mística caía sobre la tierra, destacando la tierra rugosa,
dura, con su lujosa manta de brezo coloreado de lavanda. Los invitados a las Highlands
escocesas solían comentar sobre lo que percibían como su dureza, pero estaban ciegos.
Había tanta belleza en esta tierra dura, que las lágrimas casi brotaron de sus ojos.
Eso no venía al caso. Debía concentrarse en el Vikingo, y en como manejar este nuevo
problema.
Incluso en su percha alta en la jaula, tuvo que confesar que estos Vikingos, que
dirigían expertamente a sus finos caballos por el torcido sendero, eran un grupo
impresionante. Aunque varios parecían heridos por alguna lucha reciente —quizás con el
MacNabs— todos se veían altos y orgullosos, nunca mirando hacia el lado con temor,
donde el resto de sus seguidores Campbell salían de su escondite, dispuestos a defender su
honor y el del clan.
¿Pero por qué deberían los Vikingos tener miedo? Estos hombres eran en primer
lugar… guerreros feroces. Mientras que todo que había quedado de su clan eran los viejos
y los jóvenes, gracias a una guerra detrás de otra los últimos veinte años. Los Escoceses
eran tan malos como los Vikingos. Amaban una buena lucha, y no les importaba si el
enemigo era sajón, Vikingo, [6]Frank, o Escocés mismo.
Si a más mujeres se les permitiera ser jefas de los clanes, eso no pasaría, en su opinión.
Algunos clanes realmente lo permitían, pero su rama particular pidió que el mando pasara
a los hombres de la familia. Entonces todo lo que podía hacer era intentar mantener el clan
unido antes de que su hijo pudiese heredar.
¿Qué debían estos Vikingos —de algo que sabía era feudal— pensar, de su arruinada
fortaleza-de-madera-y-piedra? ¿O de sus pobres guardias? Bien, Maire rechazó bajar su
cabeza en vergüenza. Si su hogar no era tan magnífico como una vez lo había sido, no era
su culpa. En cuanto a sus seguidores… oh, estaba orgullosa de ellos, todos ellos.
Viejo John perdió un brazo, gracias a un ataque sorpresa sajón hace diez años. Su
padre, Malcolm, había muerto ya para entonces, pero sus hermanos Donald y Angus
habían dejado a John responsable mientras se marchaban a luchar en Northumbria. Angus
nunca vino a casa en aquel tiempo y fue sepultado en la fría tierra de Inglaterra del Norte.
Donald había causado toda clase de problemas desde la muerte de su padre… el más
importante, prometiéndola en matrimonio al más joven del vecino clan MacNab, Kenneth
MacNab. Donald Campbell había muerto el año pasado, y su marido, Kenneth, hacia
apenas unos meses. No podía lamentar ninguna de esas muertes, aunque hubiera pensado
que amó a Kenneth por un tiempo. Ninguno de sus hermanos había dejado un heredero.
Viejo John conducía al séquito, en una sola fila, por el camino hacia su fortaleza. Su
brazo bueno sostenía un claymore listo mientras fulminaba con la mirada el campo que
pasaba, alerta por algún rezagado MacNab.
A una distancia corta detrás de él montaba Joven John, que también contemplaba el
paisaje peñascoso. Joven John tenía sólo treinta años, pero era ciego de un ojo. Y tenía un
problema de vértigo. A menudo se desplomaba sin ninguna advertencia.
Una docena y más seguían detrás de ellos. Otra docena de sus «guardias» y
arrendatarios aparecieron desde varios destinos a lo largo del camino. Tenían la función de
centinelas a lo largo del camino, como si pudiesen detener a los Vikingos si quisieran
hacerlo.
Sus ojos se posaron sobre los Escandinavos cuando estuvieron más cerca, su clip-clop
de los caballos sobre el puente levadizo de madera cuando pasaron por la entrada. Se
había encontrado con algunos de ellos antes, cuando había conocido a
Rurik en una visita a sus primos en Glennfinnan.



Los gemelos, Toste y Vagn, debían tener ahora veintidós años. Habían sido un par de
pícaros de diecisiete cuando los había visto por última vez en el puerto de la ciudad. Con
pelo rubio largo, ojos azules claros y hendiduras en sus barbillas, no habían tenido ningún
problema en atraer mujeres, hasta entonces. Ahora, sus cuerpos habían ganado una
musculatura madura. Se preguntó si todavía engañaban a la gente pretendiendo ser el uno
al otro.
Había un guerrero malencarado, Stigand el Loco, con su barba salvaje y descuidada
melena rubia rojiza. Difícilmente se podía decir como realmente era bajo todo ese pelo,
pero tenía una presencia arrogante que mejor dicho silenciaba. Sus ojos eran
profundamente marrones, como una corriente fangosa, e indicaban un gran dolor. Tenía
reputación de ser un despiadado asesino.
Maire no reconoció al hombre joven, que no podía tener más de quince inviernos, pero
tenía la misma arrogancia que todos los demás. Su buen parecer rubio probablemente le
ganaba mucho el respeto femenino, incluso a su joven edad.
El gigante enorme con el parche negro en el ojo era sin duda Bolthor el Poeta… un
poco mayor que Stigand. Nunca lo había conocido, pero había oído la mayor parte de sus
torpes sagas. Raramente tenían invitados actualmente en Beinne Breagha; por eso que
hasta las palabras de un mal poeta serían una diversión bienvenida si las circunstancias
fuesen diferentes.
Al final venía el líder de ese séquito Vikingo… al quien Maire más tenía que temer.
Rurik.
Por los santos, ¿viste esa marca? ¿Realmente hice eso? Seguramente es… azul.
Oh, era extraordinariamente guapo, todavía. La marca azul dentada en el centro de su
cara no restaba mérito a su aspecto en absoluto, en su opinión. Sinceramente, se parecía a
los salvajes guerreros celtas de las antiguas pinturas.
Cinco años habían pasado desde que lo había visto por última vez. De modo qué, debía
tener ya veintiocho. Los años habían sido amables con ese bribón.
Aunque muchos de los Escandinavos tenían el pelo claro, Rurik tenía la melena negra
y colgaba bajo sus hombros. Los mechones estaban alejados de su cara, a los lados, por
delgadas trenzas que habían sido entrelazadas con hilo de oro y cuentas de ámbar. Todos
los hombres llevaban puestos pantalones de tartán delgados y botas de cuero, rematados
por túnicas de lana, ceñidas en la cintura, y capas cortas sobre sus amplios hombros, la
capa de Rurik era de zorro plateado, sostenida en el lugar por un gran broche de oro en
forma de algún animal que se enroscaba, quizás un dragón. La túnica teñida que envolvía
su cuerpo tenía aplicaciones a lo largo del escote, mangas cortas, y dobladillo, embellecida
por un bordado vivamente colorido. Su cara estaba afeitada y bien esculpida, excepto unas
pequeñas cicatrices… y la marca azul, por supuesto.
Decir que era increíblemente varonil sería una enorme subestimación.
Los Vikingos detuvieron sus caballos en el patio interior. Sólo entonces le echaron un
vistazo, todavía estaba de pie en su jaula colgante. De hecho, la contemplaron con horror.
¿Era por como se encontraba prisionera, o por que ella misma despertaba tal repugnancia?
Mientras Rurik estaba vestido con galas adecuadas para un príncipe sajón, llevaba puesto
un sencillo y descolorido arisaid de lana, el plaid femenino, que era poco más que una
capa grande envuelta ingeniosamente sobre el cuerpo, sujeta en el centro del pecho con un
broche y en la cintura con un cinturón. No se había bañado en días, ni se había peinado.
Francamente, apestaba, aunque no creía que el olor de su cuerpo llegara abajo al patio.
Los ojos levantados de Rurik se encontraron con los suyos. Ojos azules, azules… fríos
como el agua helada de los lagos en invierno. Su expresión era una máscara de piedra,
ilegible, excepto que parecía estar visiblemente sacudido y muy, muy enojado. Su poder
firmemente controlado resonó en el aire, aunque no se movió.
Una frialdad repentina colgó en el aire, y hubo un silencio misterioso alrededor.
Incluso las aves se habían calmado.



Rurik estaba aturdido por la depravación de esa tierra salvaje… o mejor dicho la
depravación de un hombre que podía hacer tal cosa a una mujer… ponerla en una jaula,
como un animal. Era inconcebible.
Estaba tan furioso que durante un largo momento, fue incapaz de hablar. Apretando
sus dedos con fuerza, lentamente controló su genio.
Finalmente, encontró los ojos verdes de la bruja, que lo contemplaba fijamente sin
inquietud, aunque la favoreció con su ceño más feroz. Sin duda pensaba que su cólera iba
dirigida a ella. Bien, así era… en parte. Y debería temerle, si tuviera un poco de sentido
común en su cuerpo.
Había cambiado estos últimos cinco años; podía ver eso. Su labio superior se curvó al
contemplar su pelo rojo desordenado. Rurik tenía una aversión personal al pelo rojo en
una mujer. Las mujeres pelirrojas tendían a ser temperamentales y fogosas, en su
experiencia. No valían los problemas. Como la esposa de su amigo Tykir, Alinor.
Problemas, problemas, problemas. Tuvo que conceder, sin embargo, que a pesar del traje
arrugado, parecido a una manta que Maire usaba, su belleza era evidente… una belleza
más madura de la había exhibido cuando tenía unos meros veinte.
Pero se negó a sentirse atraído por la bruja. ¡Nunca jamás!
—Maire la Bruja —gritó Rurik de repente.
Maire guiñó.
—¡Las lágrimas de Magdalena! ¿Me hablas?
Un rugido subió del pecho de Rurik ante su impertinencia.
—No, hablo con ese flaco gallo de ahí.
—No tienes que ser irritable conmigo, Vikingo —se quejó ella.
¿Irritable? Ya verá lo irritable que estoy.
—Maire, trae tu culo aquí abajo —rugió él.
3

ESTÚPIDO, estúpido, estúpido… el hombre era más estúpido que una lanuda oveja de
las Highland.
—¿Cómo sugerirías que haga eso, Vikingo? —preguntó con aparente cortesía.
—Eres una bruja. ¿No vuelas?
Se rió. No podría ayudarse. El hombre realmente era un tonto.
—No últimamente.
Él frunció el ceño ante su alegría, y recordó, de repente, como de espinoso había sido
su orgullo antes. Por lo visto todavía lo era. ¡Hombres y sus estúpidas vanidades! No se
iba a incomodar.
—No puedes ser una bruja muy buena, si te metiste en este… este —sus ojos
fulguraron con alguna furia interior cuando contempló su jaula— este dilema. Una bruja
debería ser capaz de escapar.
Bien, estaba en lo cierto.
—¿Vas a dejarme colgando aquí Vikingo, o vas a liberarme?
Descansó ambas palmas en el cuerno de su silla y sonrió salvajemente hacia ella. Sus
párpados estaban velados, como un halcón.
—Hmmm. Creo que podría sentir un gran placer en mantenerte enjaulada…, pero no
la suficiente satisfacción por el daño que me has causado estos últimos años.
—¿Yo? —preguntó, poniendo ambas manos en su pecho con fingido asombro.
Continuó con un acento escocés exagerado, denso con el balanceo de las erres—. ¿Qué
podría hacer una pobre chica de las Highland como yo para dañar a un valiente
Escandinavo grande como tú? —Se estaba metiendo en aguas peligrosas pellizcando la
cola de ese lobo Vikingo; lo sabía, pero parecía que no podía refrenar el impulso.
Rurik sacudió su cabeza ante su temerario alarde. Entonces le lanzó otra burla, desde
otro ángulo. Oliendo de una manera exagerada, comentó:
—¿Qué es ese olor, Maire? ¿Podría ser que estás menos perfumada que la última vez
que nos encontramos? Recuerdo que olías a flores… en ciertas partes de tu cuerpo.
Ooooh, ¡cómo se atrevía a recordar su embarazosa rendición a sus encantos! Podía
sentir su cara sonrojándose por la humillación. Como si no tuviese un recordatorio diario
de su debilidad de mujer en la forma de un pequeño muchacho robusto con el pelo negro
como el cuervo.
En ese momento, notó trozos de musgo de turba adheridos a su ropa. Para un hombre
que era por lo general tan quisquilloso sobre su aspecto, eso daba una nota rara. Sonrió de
una manera deliberadamente maligna.
—Oh, ¿te has bañado en una de nuestras encantadoras ciénagas, Vikingo?
Él gruñó alguna palabra extranjera por lo bajo. Una obscenidad escandinava, sin duda.
Se recuperó rápidamente, sin embargo, y sonrió hacia ella.
—¿Es lo último en la moda escocesa, Maire? —Contemplaba su pobre atuendo con
desdén.
Ahora fue su turno para gruñir.
Él le sonrió burlonamente, satisfecho por haberle provocado una reacción.
La desesperante arrogancia del Vikingo la enfureció. Le habría gustado borrar aquella
sonrisa satisfecha de su cara con un cubo de agua fría. En cambio, se burló:
—¿Qué es esa marca tan rara en tu cara, Rurik? ¿Podrás estar menos guapo que la
última vez que nos encontramos? —Al instante, se avergonzó por la crueldad de su
comentario.
Él parecía a punto de lanzarle alguna réplica desagradable, pero fueron interrumpidos.
Lejos en un montículo cercano, oyó que Murdoc recogía su gaita y comenzaba una
melodía quejumbrosa. Gracias a todas sus heridas de batalla, Murdoc era un hombre poco
atractivo físicamente, pero, oh, la música que tocaba era entusiasta. Los ojos se le llenaron
de lágrimas, como siempre sucedía cuando oía los tubos.
Bolthor exclamó a Rurik:
—¿No es el sonido más maravilloso que hayas oído alguna vez?
—¿¡Eh!? —dijo Rurik.
¡El imbécil!
Bolthor se giró hacia Viejo John.
—¿Piensas que podría aprender a tocar los tubos así?
—¡Ah, no! ¡No, no, no! —exclamó Rurik rápidamente.
Pero Viejo John no hizo caso de Rurik y acarició a Bolthor en su manga con su mano
buena.
—No veo por qué no.
Rurik y el resto de su grupo gimieron. Obviamente, eran hombres ignorantes que no
podían apreciar la buena música.
Bolthor dijo a Rurik:
—¿No puedes ver las posibilidades, Rurik? Quizás podría enseñarle a Stigand a decir
las palabras de mis sagas mientras lo acompaño con las gaitas.
—¿Yo? ¿Por qué yo? —farfulló Stigand—. Maldito si seré agarrado soltando alguna
maldita poesía.
—No sólo seré un poeta, sino que un bardo, también —dijo Bolthor con un suspiro
eufórico.
—O quizás podría decirse, un bardo poeta —ofreció Toste con una risita ahogada.
—O poeta bardo —añadió Vagn, riéndose entre dientes también.
—¿Y un calvo? —Stigand dijo con humor seco. Él no se reía entre dientes.
—Ahora, Bolthor, ve más despacio y piensa en esto —aconsejó Rurik—. ¿Cuándo has
oído alguna vez de un Escandinavo que toque una gaita?
Bolthor levantó su barbilla y sonrió ampliamente.
—Es la mejor parte. Seré el primero.
—Todo esto es tu culpa —le gritó Rurik, la sorprendió tanto que ella saltó, haciendo a
su jaula balancearse. Inmediatamente, añadió—: ¿por qué parece que te estás poniendo
bizca?
—Sin duda se concentra —respondió John Joven por ella, como si eso lo explicara
todo.
—Alomejor sus barras se separarán ahora por su propia voluntad. —Él pareció incapaz
de reírse disimuladamente—. Por otra parte, quizás no.
Rurik echó un vistazo alrededor y comprendió que, por la razón que fuese, tenía a un
auditorio divertido. Se giró hacia Stigand.
—Sube a las murallas y usa tu hacha para cortar aquel tablón que sostiene la jaula.
Stigand frunció el ceño.
—Pero la jaula caerá a tierra.
—Sí —Rurik estuvo de acuerdo con una sonrisa astuta—. Ese es el punto. La bruja
merece una buena sacudida y la jaula no es tan alta para que se haga daño.
—¡Nooo! —gritó Maire.
La cabeza de todo el mundo se volvió hacia arriba, y todos se quedaron boquiabiertos
como si ella hubiese perdido la razón.
—¿Mirarías lo qué está en aquel hoyo allí abajo, Vikingo estúpido, idiota, pomposo,
imbécil?
—¡Tsk-tsk! Llamarme con aquellos nombres viles no es modo de hacerse querer por tu
salvador, Maire —Rurik bajó de su caballo y la fulminó con la mirada, las manos en las
caderas—. ¿Qué hoyo?
—¡Aaarrgh! —chilló, señalando la tierra debajo de ella—. Mira, maldito. ¡Mira!
—Tienes una lengua ácida, Maire. Mejor aprendes a contenerla en mi presencia, o
sentirás mi ira. Y no será con un azotamiento de lengua, te lo aseguro. —Paseó por el área
bajo su jaula, y pareció notar por primera vez la grande estera tejida, circular. Sus hombres
lo siguieron.
Levantó el borde de la estera con la punta de su bota, echó una ojeada, y retrocedió
con los ojos muy abiertos, conmocionados.
—¡Jesús, María, y José! —maldijo en voz alta. Como muchos Vikingos, Rurik había
sido probablemente bautizado en los ritos cristianos, mientras que todavía se practicaba la
vieja religión Nórdica. En algunas ocasiones, sin embargo… como ahora… nada bastaba,
sino una buena maldición cristiana.
—¡Serpientes! —sus compañeros Nórdicos chillaron como uno, corriendo hacia sus
caballos y la seguridad. Nunca se imaginarían que eran endurecidos guerreros.
—Alguien va a pagar por esta atrocidad —juró Rurik, sus ojos azules helados
contemplaban la jaula y el hoyo con serpientes con una mirada arrolladora.
El corazón de Maire saltó ante su feroz promesa. ¿Realmente se sintió ultrajado por
ella? A pesar de todas sus advertencias interiores de lo contrario, no podía dejar de
recordar las palabras de Nessa: Lo que necesitas, muchacha bonita, es un valiente
caballero de brillante armadura para defender tu causa.
¿Podría posiblemente Rurik ser aquel caballero?
—¿Un caballero de brillante armadura? ¿Yo? —Rurik se rió ruidosamente de Maire,
que estaba sentaba en la mesa de caballete a su lado, mientras le cosía el corte en su
antebrazo.
Al fondo del Gran Salón, la criada Nessa envolvía tiras apretadas de lino sobre el
antebrazo de Jostein, que estaba torcido, no roto. Bolthor había rehusado cualquier
tratamiento, aparte de lavar su herida, ya que Stigand había sacado la flecha de su muslo.
Una pequeña cojera no era nada para un poeta gigantesco.
—No dije exactamente que deseaba que fueras mi caballero de brillante armadura —
dijo defensivamente, mientras un rubor subía por sus mejillas y cuello.
¿Así que todavía puedes sonrojarte, muchacha? Hmmm. Es una sorpresa, aunque
ahora que pienso en ello, te sonrojabas con gracia entonces, también… la primera vez que
expuse tus pechos… o toque tu muslo. No, no debería recordar cosas agradables sobre ti.
Es mejor recordar que eres mi odiada enemiga.
—Cuando llevo puesta la armadura, a veces es metálica, pero a menudo, de cuero. Y
nunca me llamaría un caballero. Es una palabra sajona. Prefiero ser llamado guerrero, y…
—Mi caballero de cuero brillante, entonces —sugirió Maire con una tentativa triste de
humor—. O, mi guerrero de cuero. —Fingió desmayarse.
Pero Rurik la tomó en serio.
—No seré tu caballero de armadura, cuero, plaid, ni en cualquier otra forma.
—¿Entiendes deliberadamente mal mis palabras? Simplemente dije que necesito un…
ah, no importa. No entenderías. —Ella tomó otra puntada para distraerlo.
Él chilló con dolor.
—¡Oooww! ¿Hiciste eso a propósito?
—No, mi aguja resbaló.
Mientes, muchacha. Y lo haces con facilidad. ¿Qué otras mentiras dices? ¿Qué
secretos escondes aquí en tu sucia fortaleza? Tendría que ser estúpido para no notar el
modo que los miembros del clan intercambian miradas cuando me acerco… y tú,
especialmente. Cualquier hombre… o mujer… que no mira a una persona directamente a
los ojos esconde algo. ¿Qué podría ser?
—Te dije que encontraras a alguien más para que curara tus heridas, Vikingo.
—Sí, pero tú me debes más que cualquier otro. Tengo la intención de exigir mis pagos
de uno en uno. Por ejemplo, ¿cuándo puedes quitarme esta marca?
—¿Cuándo puedes librar mis tierras de los MacNabs?
La cogió de las muñecas y la arrastró hasta quedar nariz con nariz. La aguja y el hilo
pendieron de la piel de su brazo, pero no se preocupó.
—No jugarás a tus juegos conmigo, muchacha.
De repente, fue atacado por el olor nada desagradable del jabón que había usado para
bañarse y lavarse el cabello… su abundante cabello color rojo oscuro como una otoñal
puesta de sol. Los ojos verdes destellaron ante sus gruesos mechones. Su piel parecía
como una seda marfil que había visto en una parada para negociar en Birka, y su cara tenía
una forma de corazón perfectamente esculpida. Estaba limpia, pero lamentable, su manto
con su cinturón trenzado, escondía su figura, pero sabía… oh, Señor, sabía… exactamente
los tesoros que había debajo. Sus recuerdos eran perfectos en aquel aspecto.
Y se veía aún mejor actualmente.
—¿Me amenazas ahora, Rurik? —preguntó temblorosa, y comprendió que le sujetaba
sus muñecas innecesariamente fuerte. La liberó y vio que sus dedos dejarían contusiones
en su delicada piel. Oh, sólo sería por poco. Su marca a cambio de la marca en él.
—¿Las amenazas son necesarias, Maire? —Se había calmado algo, y su voz no
traicionó su confusión interior—. No me tientes, ya que tengo muchos medios a mi
disposición para doblegarte a mi voluntad.
¿Hubo una insinuación sexual en sus palabras? No lo había querido decir así. ¿O sí?
Por el amor de Odin, la mujer realmente debía ser una bruja. Lo estaba hechizando.
El fuego encendió sus ojos verdes, pero sólo un momento. Con un largo suspiro, ella
ató un nudo en las puntadas y con cuidado aplazó la aguja de plata en un saquito que
colgaba del llavero en su cintura.
—Las amenazas no son necesarias. Haré todo que pueda para quitarte la marca.
Sinceramente, nuestra situación es tan desesperada que dormiría con el diablo si eso
salvara a mi gente.
Pudo ver por su rubor que se hacía más profundo que inmediatamente lamentó sus
palabras mal elegidas.
—Dormir con el diablo, ¿eh? —Él le sonrió perezosamente—. Ahora hay una idea que
no había considerado antes. —Sólo la estaba molestando, por supuesto… hasta que oyó su
respuesta apenas murmurada.
¡Pensar que esperé a un caballero de brillante armadura! Y conseguí… un diablo con
un tatuaje azul. ¡Cómo si te deseara en mi cama otra vez!
—Maire, Maire, Maire —la reprendió—. ¿Nunca has oído que es una locura plantearle
un desafío a un Escandinavo?



Rurik no era generalmente un hombre que pensara profundamente; era más un hombre de
acción. Pero pensaba ahora. Pensaba, pensaba, pensaba. Y las respuestas a todas las
preguntas desconcertantes que rondaban su cerebro eran lentas en llegar.
Se preguntó ociosamente por qué no había visto al muchacho… el hijo de Maire…
desde su vuelta al castillo. ¿Estaba haciendo cosas de niño… las clases de cosas que nunca
había experimentado como un niño? ¿Y no era extraño, reflexionó ahora, que Maire
confiará el bienestar de su hijo a un desordenado grupo de guardias que no podían lograr
mantener sus propias partes del cuerpo intactas, sin mencionar a una pequeña persona?
Para cuando todos estuvieron instalados y comido una comida fría de [7]bannock y
carne de cordero en trozos, era bien pasado el anochecer. La medianoche se acercaba y
Rurik todavía estaba sentado solo en el Gran Salón, pensando, mientras los otros alrededor
de él, hombres y mujeres por igual, dormían profundamente en bancos que bajaron de la
pared para formar plataformas para dormir. Los ronquidos suaves y fuertes, el resoplido
del sueño, y el crujido ocasional de la ropa, consolaban de alguna forma a Rurik.
Todo estaba pacífico. Por el momento. Era una buena sensación.
¡Qué raro que pensara de esa manera! Durante años había ansiado la excitación.
Luchar las batallas de un rey codicioso después de otro. Visitar remotas tierras a veces
exóticas. Era un vikingo. Negociaba. Cazaba tesoros como el ámbar en el Báltico.
Hacía nuevas conquistas en las pieles de su cama.
Y ahora… ¿qué? ¿Desarrollaba un deseo por la paz, ante todas las cosas? ¿Añoraba la
vida más dócil del hogar y la familia?
Eso realmente lo dejó perplejo, que tales emociones extrañas lo asaltaran. Se sintió
rabioso, frustrado e insatisfecho, y al mismo tiempo su corazón… todo su ser… pareció
hincharse y doler por alguna cosa desconocida.
Sin duda, el uisge-beatha le afectó. Había estado bebiendo a sorbos durante más de
una hora de la potente bebida en un vaso, amber-hued los escoceses lo llamaban «el agua
de la vida». Aunque Rurik prefería el aguamiel o el ale, decidió que podría cultivar un
gusto por esta bebida.
Se levantó de repente y luchó contra el mareo cuando se estiró y bostezó
extensamente. Todo el castillo Campbell estaba en la cama. Era adónde debería dirigirse
ahora.
Los guardias de clan de Maire y el séquito de Rurik habían sido apostados en las
tierras, asegurando la seguridad de Beinne Breagha, al menos por el momento.
Beinne Breagha. Montaña Hermosa en gaélico. Ahora ¿no era un bello nombre para
una fortaleza tan lamentable? Las paredes de la muralla se derrumbaban en algunos sitios
por falta de mantenimiento. La mugre cubría los suelos del castillo. Las chimeneas no
habían sido limpiadas durante años y el humo negro era llevado por el aire hacia varias
cámaras. El techo seguramente se salía ante un fuerte aguacero; aquí y allí, podía ver el
cielo nocturno. La única cosa que podría ser dicha en defensa de Beinne Breagha consistía
en que estaba, de hecho, rodeado por un manto de hermosas plantas florecidas.
Cansadamente, recogió una vela de un sostenedor de esteatita, usando la mano de su
brazo derecho sano, y subió los escalones de piedra al primer piso, donde había una cama
y recuerdos… recuerdos de muchos habitantes que habían vivido una vida mejor que éstos
actuales Campbells. Estremeciéndose, probó su brazo débil mientras caminaba,
estirándolo, luego doblándolo hacia el codo, repetidas veces. Le dolió muchísimo ejercitar
así el brazo, especialmente por que las puntadas estaban todavía apretadas y la herida sin
sanar, pero odiaba con pasión cualquier debilidad de su cuerpo.
En el pasillo fuera de la cámara de Maire, se encontró con Toste, quién había sido
asignado para proteger a la bruja.
—Te relevaré ahora —dijo a Toste.
Toste afirmó con la cabeza.
—Me voy a acostar entonces —dijo y se dirigió a la escalera, hacia una plataforma
que lo esperaba en el Gran Salón.
Con un fuerte bostezo, Rurik abrió la pesada puerta de roble a la izquierda. La cámara
del jefe era austera, lo que convenía a la severa personalidad Escocesa. Los juncos estaban
densamente sobre el suelo… más dulces que bajo la escalera notó… y las clavijas
punteaban las paredes con ropa colgada en ellas. En un rincón había un tapiz grande,
inacabado en un marco de madera. Había varios cofres para ropas de cama y un cofre más
alto en el cual descansaba un cántaro, un jarrón y un sostenedor de metal pulido y marfil
para contemplarse el rostro.
Dejó la vela y recogió el dispositivo de vanidad por su mango de marfil.
Examinándose de cerca, vio a un hombre de maduros veintiocho años, con la barba de un
día y rasgos severos. ¿Cuándo había tenido su cara un aspecto tan desolado? Pronto sería
tan hosco como cualquier Escocés.
Y vio la marca azul, por supuesto. Siempre la marca azul.
Era inútil que se preocupara tanto por la marca, supuso. Pero de alguna manera había
llegado a representar todo lo que había odiado sobre su juventud. A pesar de todo lo que
había logrado en su vida, la marca se había hecho un símbolo humillante de cuan poco
realmente era.
Echó un vistazo al armazón de cama grande, levantado y situado en el centro del
cuarto, el marco principal alto fijado contra una pared. El cuarto era oscuro, excepto por la
vela que parpadeaba y la pequeña luz de la luna que entraba en el cuarto por las dos
ventanas de abertura de flecha.
Con la claridad de la luz, contempló a la mujer que ocupaba la cama. ¿Debería sacudir
a la bruja hasta despertarla y exigirle que echara su hechizo para quitarle la marca ahora?
¿O debería esperar hasta la luz del día?
Decidió con un suspiro de agotamiento esperar. Dejando el metal para contemplar,
comenzó a quitarse sus ropas. Con suerte, al día siguiente, su cara estaría libre de la
marca, pensó, cuando desprendió su broche de la capa y lo dejó con cuidado. Había sido
un regalo de esponsales de Theta.
Sentándose en el borde del colchón de paja, se quitó sus botas, luego se levantó, dejó
caer su braies y ropas pequeñas al suelo. Girando, contempló a la muchacha. Ya que
estaban al final del verano, las pieles de la cama eran innecesarias. Maire estaba en su lado
con una chemise delgada, abrazando una almohada a su pecho, como a un amante.
Sintió una sacudida de lujuria en sus muslos, que le hizo fruncir el ceño aún más. No
quería desear a esa bruja traidora.
Andando al otro lado de la cama, se acostó en el colchón. Durante unos momentos
sólo estuvo acostado boca arriba, sus manos detrás de su espalda. Entonces, con una
murmurada maldición, —Oh, maldición, ¿por qué no?— rodó a la derecha contra el
trasero de la bruja. Con cuidado, acomodó su brazo herido en el colchón encima de su
cabeza, pero su brazo derecho lo envolvió alrededor de su cintura de modo que su palma
descansara en su estómago plano.
Cuando el sueño pronto comenzó a vencerlo, sonrió abiertamente. Habría sueños
dulces esta noche. Y húmedos, lo aseguraría.
No podía esperar.



El cuerpo de Maire estaba acostumbrado a despertar cada mañana antes del alba, y este día
era no diferente.
Había una diferencia, sin embargo.
En su estado medio dormido nebuloso, con sus ojos todavía cerrados y sus sentidos no
completamente alertas, reflexionó sobre los acontecimientos que habían sucedido el día
anterior y lo que sería este nuevo día. Estaba libre de la jaula y el MacNab… por el
momento…, pero había planes que hacer para asegurar que su seguridad continuara en
Beinne Breagha. Primero, quería buscar al pequeño Jamie y pasar algún tiempo en
actividades simples de madre-hijo pero importantes…, como peinar su pelo negro sedoso,
o jugar a «corre corre cogido» en el brezo, o tirar piedras en una corriente favorita de
truchas. Jamie era su vida, y lo echaba de menos desesperadamente.
Se movió, bostezó y comenzó a estirarse.
Fue cuando notó otra diferencia esa mañana… la diferencia más significativa. Había
un hombre compartiendo su cama… un hombre desnudo, comprendió con un chillido
asustado. Y ella no estaba mucho mejor, con su delgada chemise subida prácticamente
hasta… bien, caderas, y un tirante que había resbalado dejando un pecho desnudo.
Era aquel Vikingo horroroso… Rurik.
Incluso peor, estaba completamente despierto y la contemplaba… con pasión. Bien, no
era exactamente correcto. Contemplaba su pecho expuesto como si estuviera considerarlo
si lamerlo o no.
¿Lamerlo? ¿Lamerlo? ¿De dónde saco esa idea?
A pesar de todos los motivos que tenía para odiar a Rurik, sintió que un dolor intenso
crecía en sus pechos, que causó que sus traidores pezones se irguieran ante su apreciativo
escrutinio.
—Maire —gimió, como si lo torturase deliberadamente.
¡Hah! Él no era el torturado. Ella lo era.
Él dirigió la punta de su lengua sobre sus labios, como si estuvieran secos.
No le parecieron secos. Sinceramente, sus labios generosos parecían hábiles, calientes
e invitadores. Oh, bendito San Blathmac… sus labios no son invitadores. No lo son, no,
no, insistió. Perdía la mente. De hecho, tuvo que refrenarse de arquear su pecho hacia
arriba hacia sus dichosos labios, lo que sería definitivamente una cosa estúpida.
Y si el día de Maire no comenzaba bastante mal, observó otra cosa todavía peor.
Comprendió tardíamente que no sólo tenía a un Vikingo desnudo en su cama, mientras
estaba de espaldas a su lado, su brazo izquierdo descansaba en la almohada encima de su
cabeza, una pierna peluda descansando sobre sus muslos, una mano descansando
posesivamente en su estómago, y algo con fuerza no descansando en absoluto, pero
apretando insistentemente contra su cadera.
Oh, Maire sabía todo sobre hombres y sus erecciones matutinas. Ciertamente, era el
único momento en que su marido había sido capaz de aguantar hacer el amor con ella.
Entonces, y cuando se caía bebido por beber demasiado uisge-beatha.
Trató de girarse y empujar y alejar al bruto grande, pero era… inamovible como una
pared de piedra. Además de eso, su pelo estaba agarrado bajo su brazo, y sus piernas
atrapadas bajo su muslo.
Con un gruñido de repugnancia, tiró su chemise hasta tapar su pecho.
Él se rió entre dientes.
—¿Qué… estás… que haces… en… mi cama…? —rechinó.
—Mejor deja de menearte, Maire, o la Lanza empalará su dulce objetivo.
Se inmovilizó durante un segundo y sintió el apéndice masculino presionando su
cadera, moviéndose. Realmente se movía. ¿Se ponía más grande? No se atrevió a mirar.
—¿Lanza?
—Mi miembro.
—¿Le pusiste nombre a tu miembro?
—No —contestó y sonrió abierta y descaradamente—, aunque muchos hombres lo
hacen.
—Muchos hombres son estúpidos.
Él se encogió de hombros.
—Quizás. En lo que a las mujeres se refiere, puedes tener razón. Verdaderamente, la
lanza de un hombre a menudo tiene una mente propia. Por eso, realmente, las mujeres no
deberían culpar a los hombres por su estupidez en ese aspecto.
—Ahora esa es la lógica masculina más retorcida que he oído.
—Silencio, Maire. Ofendes la Lanza, y es un compañero muy sensible.
—Bien, la Lanza mejor se escapa de mí, o se arriesga a romperse por un rápido golpe
de mi puño.
Rurik se estremeció, pero todavía sonreía abiertamente hacia ella.
—No tengo inconveniente que pongas tu puño en mí. No fuerte, por supuesto. Más
bien, suavemente…
—¡Aaarrgh! ¿Cómo te atreves a hablarme así?
—Me atrevo mucho, milady, y espero atreverme a mucho, mucho más antes de que
abandone tu compañía.
—Repito, ¿por qué estás en mi cama?
—¿Dónde más estaría? No te alejaras de mi vista hasta que me quites la marca azul.
Si sólo supiera… la marca azul no quitaba mérito a su buen parecer en absoluto. De
hecho, resaltaba el azul profundo de sus ojos, y hacia su cara parecer feroz, como un
antiguo guerrero celta.
—Sí, puedo ver por qué querrías hacerla quitar. Debe interferir con todas las mujeres
que te gustaría meter en tus pieles de cama, y luego abandonarlas.
—Oh, no tengo ningún problema en atraer mujeres, incluso con esta marca —se jactó
—. Realmente, algunas mujeres por el camino…—De pronto se detuvo y la contempló—.
¿Abandonar? ¿Implicas que abandono a las mujeres… que te abandoné?
—¿Cómo lo llamarías? —gruñó. Inmediatamente levantó su barbilla con indiferencia
—. No que me preocupara.
Entrecerró sus ojos.
—¿Cómo te abandoné? Estabas prometida en matrimonio, ¿o no? Un matrimonio por
amor, creo que lo llamaste entonces.
—¡Hah! Eso no te detuvo de seducirme. Eras implacable, Rurik. No me dejaste en paz
hasta que finalmente sucumbí.
—No me eches toda la culpa a mí, Maire. Tú lo quisiste, al final.
—Al final —enfatizó ella.
Puso su cabeza al lado.
—¿Estabas enamorada de mí, Maire?
—¡No! —prácticamente gritó.
—¿Entonces por qué?
—No quiero hablar más de eso. Déjame. O realmente le daré un golpe mortal a tu
Lanza.
Él no sonrió, nada intimidado por sus amenazas.
—Te liberaré por el momento, bruja, pero terminaremos esta conversación antes de
que deje esta maldita tierra.
Se levantó de la cama, y al momento él levantó su brazo y su pierna. Sospechando que
veía detenidamente su forma en su chemise, no se dio la vuelta, sino que rápidamente se
puso un arisaid limpio pero gastado, apretándolo con un cinturón en la cintura. Todavía no
se giró, por miedo a ver más de la «Lanza» de lo que preferiría, se escabulló hacia la
entrada y a las tareas que la esperaban ese día.
Pero Rurik hizo una pregunta, cuando puso su mano en el pestillo de puerta, que hizo
que se detuviera y la sangre se le helara en sus venas.
—¿Dónde está tu hijo, Maire?
4

—¿MI … mi hijo? —tartamudeó, dejando caer su mano del pestillo de la puerta


cuando se volvió hacia la cámara—. ¿Cuál hijo?
—¿Tienes más de un hijo? —Estaba reclinado contra la cabecera, las ropas de cama
levantadas hasta su cintura, sus brazos doblados sobre la piel desnuda de su pecho
ligeramente cubierto de vellos. Su pregunta fue hecha con aparente informalidad, pero
Maire sabía que no había nada casual en su postura o la pregunta.
—No, tengo sólo uno — dijo, acercándose a la cama.
—Y sería James, supongo. ¿El maldito futuro laird del Clan Campbell?
Afirmó con la cabeza, aunque su expresión era bastante curiosa… ofensiva, realmente.
—Es verdad, pequeño Jamie será un día nuestro jefe de clan… si sobrevivimos a la
amenaza del MacNab, por supuesto.
Le tocó a él confirmar que entendía.
—¿Cómo sabes de Jamie? —Las palabras sonaron tranquilas, pero por dentro estaba
tensa y cautelosa. Su corazón palpitaba contra su pecho.
—Lo encontré ayer cuando Viejo John vino con su proposición. Y con el pequeño
desgraciado más malhablado que he encontrado.
Jadeó. Entonces, notando su sorpresa en su grito ahogado, respiró profundamente, para
calmarse.
—Yo no sabía que Jamie estaba con Viejo John cuando se encontró contigo… quiero
decir, sabía que estaba con Viejo John, pero pensé que estaban separados en los bosques,
escondidos. El MacNab usaría a Jamie contra mí, sabes, si pudiera cogerlo. He tenido
ahora que mantenerlo fuera de la vista durante semanas. En cuanto a su boca asquerosa…
—Ella se encogió de hombros—. Supongo que el muchachito ha tomado malos hábitos de
mis hombres, ya que no he estado cerca para corregirlo. Y además de eso…—Dejó de
hablar cuando comprendió que paseaba nerviosa y Rurik la miraba atentamente.
—¿Qué tipo de madre eres que confías el bienestar de tu hijo a aquella chusma de
guardia? ¡Por los truenos, mujer! Ellos tienen bastantes problemas sin sus propios
apéndices corporales, sin mencionar los que corre un niño.
—Soy una buena madre —declaró con pasión—, y no te atrevas a decir otra cosa. No
sabes nada sobre mí, mi hijo, o mi clan. ¿Quién eres tú para ser mi juez, Vikingo? ¿Eres
un experto en paternidad ahora, así como en violación y pillaje?
Su única respuesta fue una ceja levantada.
Ella decidió alejar la conversación del peligroso tema de su hijo.
—Exactamente, ¿cuál era la naturaleza de la proposición que Viejo John te ofreció?
—¿No sabes? ¿La oferta no vino de ti?
—Viejo John tiene el derecho de hablar por mí, de vez en cuando. Y no estaba
disponible para hablar por mí misma, como bien sabes. —Tembló interiormente al
recordar la jaula de madera, que planeaba quemar ese amanecer en una alegre hoguera de
celebración.
Él agitó una mano como si los detalles de la proposición fueran de poca importancia.
—Le ayudo a aumentar su defensa contra el MacNabs. Tú quitas mi marca azul. Esos
son los detalles esenciales… todo lo que necesitas saber por el momento.
Ella entrecerró sus ojos.
—¿Qué más podrías pedir?
—Oh, señora, me debes mucho por lo que he sufrido los últimos cinco años. Mi
tiempo aquí es corto, y mi lista de agravios es larga.
—Puedes ver lo pobre que es mi clan en posición. No tenemos monedas o tesoros para
ofrecerte en recompensa.
Rurik acarició su labio superior mientras lo consideraba, luego sonrió, una sonrisa
lenta, perezosa que no alcanzó a sus fríos ojos azules.
—Oh, entonces, tendré que tomar mi pago de alguna otra forma.
Era eso lo que Maire temía.



Poco más tarde, Rurik estaba de pie desnudo, salpicando agua en su cara y pecho con un
jarrón de cerámica, después de haberse afeitado, cuando Maire irrumpió en la cámara sin
golpear. La fuerza de su entrada fue tal que la pesada puerta de roble se balanceó en sus
goznes y golpeó la pared de madera con un ruido atronador. Un escudo de batalla, que sin
duda había pertenecido a su padre, cayó al suelo de sus ganchos de la pared. El tapiz en el
rincón tembló en su marco.
—¿Regresas ya? Estás ansiosa por comenzar tu castigo, ¿verdad?
Ella lo fulminó con la mirada.
—¿Ordenaste que debía estar confinada dentro de mi propia fortaleza? —exigió—.
Aquel enorme guerrero de tu guardia… uno con una hacha del tamaño de un puente
levadizo… realmente puso sus manos en mí cuando intenté salir por mis propias puertas.
—Puso sus manos… ¿Quién, Stigand?
—Sí, él. Tuvo el coraje de levantarme del cuello —con una mano, por no hacerte caso
— y sacudirme de regreso como un… como un perro apestoso.
Rurik se rió de esa imagen. Poco sabía que era afortunada por tener todavía la cabeza
en su lugar.
—Yo… necesito… ver… a… mi hijo —dijo, espaciado sus palabras regularmente.
—Tráelo… aquí —contestó Rurik de la misma manera.
—No —chasqueó, sin explicarse en absoluto. Luego sus ojos se posaron más abajo y
notaron su desnudez. En un instante, una extensión de atractivo rubor inundó su cara, su
cuello, y más allá. Él podría decir que ella quiso escapar, pero se quedó de pie congelada
en el lugar—. ¿No tienes ninguna vergüenza? Tsk-tsk. Ponte algunas ropas,
inmediatamente. —Se volvió alejándose como si esperase que obedeciera inmediatamente.
¡Hah! Será un doloroso día en el Valhala cuando me doblegue a las órdenes de una
mujer, y seguramente no una mujer que resulta ser una bruja. Sólo para enojarla, se tomó
su tiempo secando su cara con una tela de lino, se pasó un peine de hueso esculpido por su
pelo largo, bostezó en voz alta, y se estiró extensamente. Sólo entonces se puso los braies.
—Estoy decente ahora —anunció finalmente.
Sus ojos contemplaron como sus brais abrazaban sus caderas, que exponían su
abdomen plano rígido y el principio de su ombligo. Tenía un cuerpo magnífico, y no sintió
ninguna vergüenza por estudiarlo de cerca.
—Nunca eres decente —afirmó ella.
Tomó eso como un elogio e inclinó su cabeza agradeciéndole.
Hizo un sonido bajo, un gruñido, que tenía la intención de demostrar su disgusto, pero
que él lo encontró extrañamente estimulante. Cuando notó el efecto en él, repitió el
gruñido de una manera prolongada, tirándose con ambas manos su pelo brillante.
Conjeturó que se sentía frustrada.
Era siempre un buen signo cuando las mujeres estaban frustradas, en opinión de Rurik.
—¿Te entrometiste en mi cámara por alguna razón en particular? —preguntó
dulcemente.
—¿Tu cámara? —balbuceó.
También era un buen signo cuando las mujeres farfullaban por las acciones superiores
masculinas, decidió Rurik.
—Entré en mi cámara para informarte que no seré una cautiva en mi propia fortaleza.
Tuve bastante de eso con el MacNabs. No soportaré un tratamiento similar de unos
Vikingos… a quienes di una amable bienvenida a mi hogar, podría recordarte, estúpido.
—Yo no describiría exactamente así la bienvenida —indicó cuando se ató sus braies,
luego se puso una túnica marrón sobre su cabeza y la ató a la cintura con un amplio
cinturón de cuero. La túnica era antigua, pero de la lana más fina hecha por Alinor, la
esposa de su amigo Tykir. El diseño de cardo bordado a lo largo de los bordes en verde y
amarillo era todavía visible—. Entiende esto, milady bruja, he dado a mis guardias
órdenes precisas de seguirte como pulgas en la cola, adonde vayas, incluso al
[8]garderobe. Y esa orden seguirá hasta que la marca azul desaparezca de mi cara… y
quizás hasta después de eso, porque todavía tengo que castigarte por ser tratado así.
Ella resopló con repugnancia y murmuró para si misma algo que sonó como «veremos
acerca de eso».
—Estoy listo si tú lo estás —dijo entonces, habiéndose puesto un par de botas y atando
su espada a su cinturón.
—¿Listo para qué?—se ahogó.
—Para que me quites la marca azul. ¿Qué más?
—Pensé que alomejor querías desayunar primero. —Sus ojos miraban a todos lados
mientras hablaba.
Rurik inmediatamente se tensó con sospecha.
—¿Tiene realmente el antídoto para quitar la marca azul… sí o no?
—Bien, no exactamente. —Ella miraba a todas partes, menos a él.
—¿Qué quieres decir exactamente? ¿Cómo me quitarás la marca?
—No sé.
¡Aaarrgh! No sabe. ¿La mujer está loca? ¿Qué tipo de bruja es de todos modos? Tres
largos años buscándola y me dice que no sabe. Con los dientes apretados, preguntó:
—¿Cómo pusiste la marca allí?
—No sé.
Juro que voy a matarla… y gozar haciéndolo. ¿Sabía ella cuán cerca estaba de la
muerte?
—¿Cómo planeas realizar tu parte de nuestro trato?
—No sé.
Rurik contó hasta diez al interior de su cabeza, Einn, tveir, rr, fjrir, fimm, sexo, sj, tta,
nu, tu. Sólo cuando había recobrado su calma habló.
—Bien, sé algo, muchacha. Mejor te explicas, y rápidamente, o voy a hacer la quema
de bruja más grande del mundo. ¿Y adivina quién será atada a la estaca?

Maire se agachó, pero a su favor, no gritó o pidió piedad, como la mayor parte de las
mujeres.
—Los fuegos aventados y el amor forzado no hacen bien —dijo, en cambio.
—¿Qué maldito infierno significa eso?
—No puedes forzar las cosas que vienen naturalmente. —Debe haber sentido que su
genio iba en aumento, ya que rápidamente explicó—: La respuesta me vendrá como
viene… naturalmente.
—¿Estás loca? —Rurik tuvo ganas de tirarse el pelo, un poco enloquecido él mismo.
—Parece que… — comenzó.
Gimió interiormente. Cada vez que una hembra comenzaba con, «parece que…» era
seguro que su hombre no quería escuchar lo que estaba a punto de decir. No, que fuese el
hombre de Maire. No, no, no. No soy definitivamente su hombre.
—… estaba enojada contigo aquel tiempo que… que nosotros… uh…
—¿Hicimos el amor?
—Nos relacionamos —dijo ruborizándose.
Él sonrió abiertamente ante su incomodidad, a pesar de lo serio de su conversación.
Tanto de su vida dependía de la eliminación de esa maldita marca… su matrimonio, su
reputación, todo.
—En mi cólera, quise arremeter contra ti, pero también necesitaba marcharme contigo,
lejos de las Highland, durante un tiempo, por lo menos. Pero como recordarás, rehusaste
mi petición… de la forma más grosera, a propósito.
—¿Forma grosera?
—Te reíste de mí.
—¿Eso hice? ¿Y por eso me marcaste para toda la vida?
—No, no entiendes. Mi necesidad de huir era más importante que mi orgullo dañado.
De manera qué, mientras dormías, tomé un frasco del bolso de cuero que Cailleach me
dio…
—¿Cailleach?
Frunció el ceño molesta por su interrupción.
—Cailleach era la vieja bruja que me enseñó brujería durante un tiempo.
A Rurik se le estaba formando un inmenso dolor en cabeza por la explicación tortuosa
de Maire, que no tenía sentido en absoluto.
—Retrocede un poco, Maire. Tomaste un frasco del bolso de la bruja. ¿Qué tenías la
intención de hacer con él?
—Yo iba a echar un poco por tus labios mientras dormías, pero tropecé y el líquido del
frasco se derramó en tu cara.
Rurik todavía no entendía.
—¿Qué tipo de poción había en el frasco?
—Bien, pensé que era… —Sus palabras terminaron en un murmullo indescifrable al
final, y terminó con—, pero obviamente era algo más.
—¿Qué dijiste? No pude oírte. ¿Qué tipo de poción tenías la intención de darme?
—Una poción de amor —prácticamente gritó—. ¡Ya está! ¿Estás feliz ahora que lo
sabes?
—¿Una poción de amor? ¿Una poción de amor? Señora, el deseo de copular que tienes
ha sido la causa del problema. —No pudo parar la sonrisa que se arrastró sobre sus labios.
—¡Ooooh! No te atrevas a reírte de mí otra vez, Vikingo.
—¿Qué harás? ¿Ponerme otra marca? ¿Darme una poción de amor? ¿Convertirme en
un sapo?
—Eres un sapo —declaró y tuvo el coraje de verter el cántaro de cerámica con agua
sucia sobre su cabeza antes de alejarse, fuera del cuarto.
No podía preocuparse. Se reía con demasiada fuerza.
Y no creyó una sola palabra de lo que la bruja había dicho. Sabía demasiado bien las
conspiraciones que los enemigos tejían en el curso de una batalla, y no cabía duda en su
mente que Maire y él estaban en guerra… de ingenios, aunque fuese. La única presión que
tenía sobre él era la marca azul, y no querría quitarla antes de que hubiera conseguido todo
lo que podía de él.
Bien poco le serviría a la bruja cuando se diera cuenta de que era un guerrero
experimentado, y cuánto saboreaba una buena batalla. Nunca, jamás ganaría, cruzando
espadas, o voluntades, con él.
Estaba furiosamente dolido por la bruja, y lo había estado durante cinco largos años.
De todos modos, por el momento, no podía menos que deleitarse con la risa producida
ante sus débiles maquinaciones.
¿Una poción de amor? ¡En efecto!



Era el fin de la tarde, y el clan Campbell celebraba su liberación ante una enorme hoguera
compuesta por la jaula de madera que había sostenido a su líder durante casi una semana.
El número de miembros del clan parecía crecer por momentos ya que cada vez más de
ellos salían de su escondite, la mayor parte heridos o impedidos de algún modo por la
guerra o sus duras vidas. Rurik había tratado de decirles que era demasiado pronto para
celebrar, y que la liberación podría ser cosa momentánea, pero no le escucharon. En
cambio, lo miraron fijamente como si fuera un salvador enviado por los dioses… o, peor
aún, un caballero de brillante armadura atraído por una bruja tonta.
El único ausente era el hijo de Maire, y comenzaba a sentirse profundamente enojado
por aquel hecho. Sospechó que Maire temía que lo contaminara… como si pudiera
convertir al pequeño laird en un Vikingo, fuese lo más horrible.
—¿Qué piensan? —preguntó a Stigand y Bolthor, quiénes habían estado trabajando
con los hombres todo el día, intentando infundir alguna disciplina y rigor en sus ejercicios
de lucha.
—Ellos tienen corazón —le informó Stigand—. Incluso los cojos y débiles tienen la
voluntad para luchar. Eso puede no parecer mucho, pero podría hacer la diferencia.
—Y están los que fueron guerreros feroces y pueden serlo otra vez, a pesar de sus
debilidades —añadió Bolthor—. Como John Joven con un ojo. Incluso con sólo unas
pocas lecciones esta mañana, fui capaz de mostrarle como manejarse mejor. Sinceramente,
su media ceguera no está tan mal como la mía. Todavía puede ver formas borrosas con su
ojo malo. Es cosa de equilibrio, y es un principiante entusiasta.
Rurik afirmó con la cabeza.
—Toste y Vagn han estado valorando las defensas físicas. —Miró detenidamente en la
distancia donde ayudaban a algunos Campbells más jóvenes, derribando las paredes de
madera podridas con sus bases de piedra que se derrumbaban, con un ojo hacia la
reconstrucción y remodelación de ella durante los próximos días. Por supuesto, había
varias muchachas Campbell cerca admirando su trabajo… ¿o podría ser su buen parecer?
Realmente, los gemelos recogían admiradoras no importa en que país estuvieran—.
Tenemos mucho que hacer para reparar las paredes —continuó Rurik—, pero este clan
está bien situado para rechazar los ataques cuando los guardias estén ubicados
estratégicamente.
—Es todo una cuestión de tiempo y número de guerreros —concluyó Bolthor.
—Y habilidad —añadió Stigand—. Que seis de nosotros tenemos en abundancia, y los
demás pueden ser enseñados. Con tiempo.
—Jostein —Rurik gritó al joven, que trabajaba con sus homólogos Campbell en la
pared. Deprisa, Jostein se precipitó para cumplir la orden—. ¿Crees que podrías hacer el
camino de regreso a Gran Bretaña por tus propios medios?
Jostein afirmó con impaciencia, jadeando por su vigorosa actividad.
—Esta es una misión importante, Jostein. Me gustaría que te fueras mañana. Ve a
Ravenshire en Northumbria, el estado de Lord Eirik y Lady Eadyth. Explícale la situación
aquí, y pregúntale si tiene tropas de reserva que pudiese enviar en nuestra ayuda.
Jostein afirmó como un rayo por la tarea que le estaba siendo adjudicada.
—Podría marcharme ahora mismo —dijo, demasiado ansioso por realizar los deseos
de Rurik—. Deben ser sólo tres días de viaje. Podría estar de vuelta dentro de una semana.
Rurik lo acarició en el hombro.
—Mañana estará bien.
Maire se acercó a ellos. Todavía estaba enojada por estar confinada en la fortaleza, y
Bolthor no estaba demasiado feliz tampoco. Hacía poco tiempo, se había quejado que
nunca había sabido que una mujer visitara el retrete tan a menudo como lo hacía Maire.
Consideraba incluso crear una saga especial sobre ello, «El Misterio de qué Hacen las
Mujeres Tanto Tiempo en un Retrete». Había invalidado inmediatamente aquella idea
cuando Maire lo había oído por casualidad y lo golpeó en la cabeza con un hipogloso que
el cocinero acababa de darle a examinar para la cena.
Pero ahora, parecía que la muchacha molesta tenía otra cosa en mente.
Lamentablemente, ahora él era el objetivo de sus ceños. Por suerte, no tenía ningún
pescado en la mano, aunque llevaba un palo largo, que sospechó era un bastón de bruja.
Sin duda, podría convertir un rastrillo en un pescado con un susurro de aquella larga
varita. Mejor mantenía una distancia segura de ella.
—Bien, ahora que nos hemos deshecho de la jaula, hay sólo una cosa que falta por
hacer. ¿Por qué te alejas así, poco a poco de mí?
Inclinó su cabeza ante la pregunta de su primer comentario, pero rechazó contestar el
segundo. No tenía medio cerebro. Por lo menos, no generalmente.
—Las serpientes.
—¿¡Eh!? —Echó un vistazo a través de la muralla exterior hacia el área donde su jaula
había colgado. Luego tragó aire. Las serpientes. Lo había olvidado. En el espacio de ese
trago, todos sus compañeros desaparecieron de repente, alejándose hacia la pared en
proceso de reconstrucción. Rurik tenía una fuerte aversión por las criaturas fangosas,
probablemente debido a sus primeros días en la granja donde las enormes serpientes
negras reposaban en las pocilgas, buscando el calor de los cuerpos de los cerdos, supuso.
Por lo visto, sus hombres tenían aversión a las serpientes, también.
Con resolución, caminó hacia la estera tejida y la levantó con la punta de una bota,
tirándola al lado. Tenían que haber al menos cinco docenas de serpientes en el hoyo,
muchas de enorme tamaño. No tenía ni idea si eran venenosas o no. Sinceramente, apenas
importaba. La bilis subió por su garganta.
—¿Voy a buscar el [9]cayado de un pastor para que saques las bestias? —preguntó
Maire.
Saltó, no se dio cuenta que lo había seguido y echaba un vistazo por su hombro.
—No, no quiero el cayado de un pastor —dijo, imitando su voz. Si pensaba que iba a
levantar cada una de aquellas asquerosas «bestias» una por una, estaba más loca de lo que
pensaba—. ¿No tienes alguna maldición de bruja a mano que las golpee hasta matarlas, o
mejor todavía, hacerlas desaparecer?
Lo consideró un momento.
—No a mano.
Enseñó los dientes con asco. Era un guerrero… un estratega. ¿Qué haría si estuviera en
medio de la batalla?
—Creo que podría ir a la cocina y conseguir del cocinero un caldero grande de aceite.
Maire preguntó, sarcásticamente:
—¿Tienes la intención de ahogarlos en aceite?
Era exactamente lo que había estado pensando. Le echó una mirada fulminante, que
debería haberla hecho encogerse. En cambio, sonrió abiertamente.
—Ten cuidado, muchacha, no sea que te tire también en el hoyo con aceite para
hacerle compañía a los reptiles.
—¡Hah! —dijo, pero luego añadió—, no te preocupes por eso. Me ocuparé de las
serpientes yo misma.
Había algunas veces en la vida era sabio para un guerrero cometer un error, aun
cuando sabía las consecuencias. Otras veces, era mejor retirarse. Rurik eligió lo último.
—Si insistes —concedió.
Ella lo favoreció con una mirada que no era nada halagadora.
Después de que varios de los hombres Campbell quitaron las serpientes con cayados
de mango largo y palos pinchados, y se las llevaron en cestas tejidas cubiertas, Rurik
suspiró aliviado. Y no se sintió ni siquiera culpable de que en esta ocasión, hubiera dejado
de impresionar a Maire con sus talentos de «caballero de brillante armadura». Se recordó
que no tenía un hueso cortés en su cuerpo. Y definitivamente no era un caballero.
De todos modos, no carecía totalmente de sentimientos nobles.
Decidió que quizás la impresionaría la próxima vez.
Pero no sería con serpientes.



—¿Parece esto familiar? —le preguntó Rurik. Señalaba a un grupo de madreselvas.
—Umm. No lo creo.
Agarrando una rama baja que colgaba de un roble, se balanceó de acá para allá, con
sus dos pies a pulgadas del suelo.
—¿Qué tal esto?
—No —dijo. Pero lo que pensó fue, Mira aquellos músculos en sus antebrazos.
¡Santos Benditos! Siento que entro en calor con sólo mirarlo. Y quién sabía que un
hombre podía tener amplios hombros y luego una cintura tan estrecha. ¿Era una
característica de todos los Vikingos, o sólo de él?
—¿Y esto? —Había caído a tierra y recogido varias bellotas. Luego algunas piñas
cercanas, seguidas de bayas no maduras de un arbusto de mora.
—No. No. No.
Después de pasar la mañana y mitad de la tarde supervisando la reconstrucción de las
paredes del castillo y ejercitar a los hombres en esgrima y combate cuerpo a cuerpo, Rurik
la había arrastrado fuera de la fortaleza hacia las colinas, exigiendo que encontrara el
antídoto para su marca azul. De alguna manera había pensado que todo lo que ella tendría
que hacer era examinar detenidamente varias plantas que crecían en la naturaleza y
milagrosamente recordaría la receta de la poción del frasco que había derramado sobre él.
No era fácil.
—¿Y éste? —Se agachó para examinar algún musgo que crecía sobre las raíces de un
serbal, pero todo lo que Maire podía ver era la manera que sus trews se apretaban contra
los músculos de sus muslos y nalgas. Él echó un vistazo de repente sobre su hombro e
hizo un sonido de tsk-tsk de disgusto al notar la dirección de su mirada—. Presta atención,
Maire. Esto es serio. Si no puedes recordar los ingredientes de aquel frasco, nunca serás
capaz de quitarme la marca azul. En ese caso, tendré que matarte. O algo.
Sus amenazas no la alarmaron… de todos modos, no demasiado. Ese algo hizo que sus
vellos se erizaran en su cuerpo. Dejando de lado esas preocupaciones, consideró que Rurik
no se había sorprendido por su apreciativo examen. Era un hombre que sabía que era
atractivo. Era obvio por el modo que se cepillaba y se vestía. Su cara estaba bien afeitada,
sus uñas recortadas, sus dientes brillaban blancamente por restregárselos con la punta
destrozada de una ramita, y hasta su aliento olía dulcemente a las hojas de menta que
había estado masticando. Aunque las ropas que llevaba puestas hoy no eran nuevas, como
evidenciaba la decoloración en la tela de lana marrón y su fino bordado, todavía eran
bellas y estaban bien cuidadas. Con su negro pelo largo, a los lados, había tejido trenzas
delgadas, entremezcladas con cuencas de ámbar.
Alguien debería recortarle las plumas al pavo real.
Sí, la vanidad se revelaba fácilmente en él. En verdad, había oído que se referían a él
como Rurik el Vano. Para un hombre que daba tanto valor a la apariencia física, era
comprensible, supuso, que encontrase la marca azul tan ofensiva.
A su lado, Maire se sintió desaliñada. Tiempo atrás, le habían dicho que era hermosa…
o tenía la promesa de belleza. De hecho, Rurik mismo le había dicho aquellas palabras
atrayéndola a las pieles de su cama. Pero aquellos días fueron hace mucho tiempo… cinco
años, cuando había tenido veinte. No podía recordar un momento, alguna vez, que hubiese
sido despreocupada, pero entonces había otros para ayudar a llevar en sus hombros las
cargas. Ahora sus manos estaban agrietadas y sus uñas rotas por el difícil trabajo de tratar
de mantener su castillo. No tenía tiempo para jabones perfumados o cepillar su pelo.
Incluso el arisaid rojo que llevaba puesto había sido lavado tantas veces, que ahora ya
estaba de color rosado. Sus pies llevaban zapatos gruesos, convenientes para trepar colinas
y valles, pero lejos de los zapatos femeninos de seda y brocado que Rurik probablemente
estaba acostumbrado a ver en las mujeres.
Sacudió su cabeza para aclararse, así como para indicar su opinión del musgo que
Rurik todavía tenía. Ahora estaba de pie, con una mano en la cadera, y otra sosteniendo el
musgo, todo el rato golpeando impacientemente con su pie mientras ella soñaba despierta.
—Es sólo musgo… bueno sólo para relleno de colchón. También sirve para los
calambres de estómago —le informó.
—Tengo calambres de estómago con sólo andar de arriba abajo por estas colinas.
—Podría recomendarte unas hierbas…
—¡No! —dijo, demasiado rápido—. Si no tengo cuidado, puedes tener mi cabeza
girando en mi cuello con una de tus disparatadas pociones.
Ella levantó sus cejas.
—¿Puedes ser un poco más útil en tratar de localizar las hierbas que contenían aquel
frasco? —él disparó.
—Vamos a pensar en lo que realmente sabemos primero —sugirió ella, sentándose en
una roca grande, plana. Se inclinó inmediatamente hacia adelante, y saltó con pánico,
luego se inclinó para examinarla.
—¿Qué maldita cosa es esa? —preguntó Rurik, acercándose. Presionando el borde de
la piedra con su pie, hizo que se meciera de acá para allá, luego de lado a lado.
—Se llama piedra del juicio. Tenemos muchas de éstas en todas partes de Escocia.
Nadie sabe con seguridad si fueron talladas a mano para balancearse de esa manera, o si la
naturaleza las afiló así —explicó—. En cualquier caso, hace mucho los ancianos de un
clan, o quizás los druidas, utilizaban la piedra para determinar la culpa o la inocencia de
una persona acusada. Si la piedra se inclinaba al frente, era juzgado culpable… al otro
lado, inocente. —Hizo una pausa, poniendo el dedo índice en su barbilla pensando—. O
quizás era lo contrario.
—Ustedes los escoceses son una gente peculiar, creyendo en tales cosas raras —
comentó Rurik con una sacudida de su cabeza cuando volvió a apoyarse contra un árbol.
Recogió una brizna de hierba, que mordisqueó hasta el final mientras la estudiaba.
Temblando un poco bajo su frío escrutinio, se sentó en la roca, teniendo cuidado de
equilibrar su peso de modo que no vacilara.
—No más peculiar que los Ingleses, o la gente de otras tierras, que creía que la culpa
de una persona o la inocencia podían ser descubiertas ahogándose. Ya sabes, si un
culpable sobrevivía a estar bajo el agua durante un período larguísimo de tiempo, era
culpable. Si moría, era inocente. Y entonces, ¿qué inocencia era esa?
Rurik sonrió.
—Tienes un punto allí.
—En el líquido del frasco que te derramé… Debía haber glasto, por el color azul… y
recuerdo el olor de lavanda… tanto, que voy a asumir que era lavanda aplastada, también.
Ambos habrían sido mezclados en una base de aceite, para conservar la potencia de los
ingredientes. Pero sólo no logro pensar que elemento habría en la mezcla para dar la
permanencia al color. Seguramente el glasto que llevaban puesto los guerreros celtas que
casi nunca se lavaban. —Se encogió de hombros, perpleja en cuanto a que otro
componente podría haber sido.
—¿No tienen anales de brujería en algún sitio? ¿Documentos escritos que explican
todo su… bien, hechizos, maldiciones, rituales y semejantes? ¿Cómo los sacerdotes tienen
sus manuscritos iluminados?
Ella sacudió la cabeza.
—En su mayor parte el magick airts, como es llamado, son pasados por las
generaciones de boca en boca. Lamentablemente, no estudié suficientes años con la vieja
Cailleach antes de que mi marido la desterrara de nuestras tierras.
—¿Tu marido no favoreció a tu bruja mentora?
—Kenneth la aborreció.
—Hmmm. ¿Qué le hizo ella? ¿Lo puso azul, o —se rió entre dientes— lo convirtió en
una rana?
—Él ya era una rana.
—¿Cómo yo?
Peor. Mucho peor. Lamentablemente, no lo sabía antes de la boda. Cailleach sí, sin
embargo. Si sólo hubiera prestado atención a sus advertencias.
—Igualito.
Rurik ladeó su cabeza, y sus ojos traviesos se posaron sobre su cuerpo con una audacia
que hizo retorcerse a Maire incómodamente en su asiento ya inestable.
—Bolthor afirma que las brujas bailan en el bosque, desnudas. Quizás deberías
intentar eso, a ver si algunos de tus poderes empiezan a destacar.
El libertino la miraba como si fuese a apreciar aquel espectáculo enormemente. Le
lanzó una mirada condescendiente.
—No en esta vida, y ciertamente no delante de ti.
Él se encogió de hombros, sonriendo impenitentemente.
—¿Por qué no puedes consultar a otras brujas en tu… uh, aquelarre?
Le echó un vistazo donde todavía estaba parado, recostado contra el tronco del árbol,
los brazos dobladas sobre su pecho, la brizna de hierba se balanceada de sus labios.
Entonces se rió.
—No soy esa clase de bruja.
—¿Qué tipo de bruja eres?
—Una solitaria.
—Maire, Maire, Maire. Mientes hasta las narices.
Ella se erizó.
—Creo que sabes exactamente como quitar la marca azul de mi cara, pero me desafías
voluntariosamente.
—¿Con qué objetivo?
—Para ganar la ventaja de utilizar a mis hombres y a mí contra tus enemigos.
—Quiero realmente tus servicios… tus servicios para combatir —añadió rápidamente
cuando vio un tirón de sonrisa en sus labios—, pero no miento cuando digo que no sé
exactamente como quitar la marca. Para decirte la verdad, soy una bruja, pero no una muy
buena.
Él todavía parecía escéptico.
—Por ejemplo, si me concentro con bastante fuerza en aquel árbol en el cual te
inclinas, podría ser muy capaz de partirlo en dos, directo en el centro. Por otra parte, es
probable que pusiera una parte permanente en medio de tu pelo.
Ella vio el momento que la aclaración cruzó su hermosa cara. No fue sorprendente que
se alejara del árbol entonces, por si acaso.
—¡Ah! Por eso todos ríen disimuladamente cuando menciono tus artes de brujería… el
MacNabs, los miembros de tu clan, incluso las mujeres que te sirven, y los niños de por
aquí —dijo él.
Afirmó con la cabeza.
—Oh, puedo practicar remedios herbarios, y a veces hasta consigo un hechizo
correcto, por suerte para todos, pero tengo que confesar que hubo algunos desastres, —le
dijo apenadamente—. He fallado a mi gente.
—¿Quién dice que tienes que ser una bruja?
—No hay nadie más.
Pareció que iba a discutirle sobre aquel punto de vista, pero cambió de opinión. En
cambio, escupió el pedazo de hierba, se enderezó, y caminó hacia ella. Su andar era
perezosamente seductor, pero la expresión de su cara era de repente dura y resuelta…
amenazadora, realmente.
Cuando estuvo directamente enfrente, dio a la piedra un empujón abrupto con su bota,
que hizo que se meciera hacia atrás, y con ella. En la parte delantera de la roca, estaba
todavía apoyada en sus codos, tratando de sentarse, cuando él dio otro empujón.
—¿Qué tratas de hacer? —exigió.
Pero él se inclinaba ahora, los brazos reforzando la piedra plana, a ambos lados de sus
hombros… tan cerca que podía oler la menta en su aliento y el sudor masculino de un día
de arduos esfuerzos en su piel. Su rodilla izquierda estaba en la roca, mientras su pierna
derecha todavía tocaba tierra y dejó que la roca se moviera, adelante atrás, adelante atrás.
Su voz ya no era exigente, sino entrecortada. No era exactamente miedo. No, era algo
más, demasiado desconcertante incluso para nombrarlo.
—¿Rurik? ¿Qué pasa?
—Tú. Eso pasa.
—¿Yo? —apenas chilló.
—Sí. Te he puesto sobre la piedra del juicio, y te ha pronunciado culpable.
—Oh, oh, oh. Así no es como se hace. —Trató de levantarse, pero fue cercada por sus
brazos, y no podía equilibrarse con el movimiento constante de la piedra.
Él se encogió de hombros indiferentemente.
—Si una piedra te juzga culpable o no, no me importa ni un ápice. Lo importante es
que todavía tengo la marca azul. Esperas que ponga mi vida y la de mis hombres en
peligro, mientras no das nada a cambio. Bien, no más. Has puesto tu marca sobre mí.
Ahora tengo la intención de hacerte lo mismo.
—¿Qué… qué quieres decir?
—Quiero decir que tengo la intención de tenerte, bruja. Mi marca será puesta sobre
ti… dentro de ti… del modo que los hombres han estado marcando a las mujeres por años.
Cuando abandone las Highlands, vas a añorarme como un consumidor de opio su pipa.
Así es como te marcaré. En esencia, tu virtud es la multa de aquí en adelante.
—Es tan indignante que no merece discusión. Eres demasiado guapo para fijarte en
alguien como yo.
—Guapo, ¿eh? —Se rió, y no fue un sonido bonito.
Su alegría no fue un consuelo para Maire, sobre todo por que la contemplaba con ojos
que sólo podrían ser descritos como ardiendo en llamas. Los ojos de ningún hombre
habían ardido alguna vez antes por ella, y tuvo que sofocar el impulso de sentirse
complacida.
—No intentes decirme lo que me interesa cuando se trata de asuntos hombre-mujer.
Sinceramente, he estado mirándote moverte todo el día con aquel vestido de manto rosado
que llevas puesto…
—No es un manto. Es un arisaid.
—Cómo lo llames, su color rosáceo me recuerda una confitura que comí una vez en la
casa de un potentado Oriental. Era tan dulce, recuerdo lamer la cuchara después y las
yemas de mis dedos, también.
Maire estaba realmente alarmada, no sólo por sus palabras lascivas, sino por como la
hacían sentir.
—Mi vestido no es rosado, es rojo desteñido. Y no entiendo ese asunto de lamer.
Ahora déjame.
Por supuesto, no obedeció su orden, pero mantuvo la piedra meciéndose con una
sonrisa burlona. Sus ojos estaban entrecerrados, quemando intensamente.
—Déjame explicarte ese asunto de lamer, entonces. Nunca se debe decir que los
Vikingos no se explican. Estás bastante buena para lamer, Maire la Justa. Por todas partes.
Completamente desnuda. Comenzando con tus pezones, que ya se han endurecido con mis
palabras y están adoloridos por mis atenciones.
—Ellos no… Ellos no lo están. —Echó un vistazo hacia abajo, con aire de
culpabilidad, antes de poder evitarlo. Por supuesto, no había manera que pudiera ver a
través de la tela gruesa de su arisaid. Había estado adivinando. El bruto.
—Eres un hombre pervertido, Rurik.
—Sí —estuvo de acuerdo con media sonrisa—. Es una de las cosas buenas de mí. Las
mujeres lo adoran.
—Nunca dejaré de decir que eres un hombre excesivamente modesto. —Su labio
superior se encrespó con un gruñido—. Bien, no soy una de tus mujeres, y no lo seré.
—Lo fuiste una vez.
—Nunca otra vez.
Él levantó una mano, sus ojos centelleaban amorosamente por la lucha.
—Protesta todo lo que quieras, Maire. Esta es mi promesa. Cada día que lleve tu
marca, tú llevarás la mía. Durante el día, trabajaré con tus hombres y los míos para
aumentar la defensa de tu castillo contra el MacNabs, pero te dedicaré las largas noches a
ti y sólo a ti en tu cámara. En los días lluviosos, habrá más tiempo para dedicarme a tu
marca, y podemos pasar día y la noche en la cama. Tengo tanto que enseñarte… tantos
modos de marcarte.
Ella jadeó. No podía ayudarse.
—De alguna manera, después de unos días así, pienso que recordarás tus artes oscuras,
o encontrarás otra bruja que lo haga por ti. Seguramente, no eres la única bruja en todas
las Highlands.
—No me asustas, Vikingo.
—¿No lo hago? —La protuberancia de su barbilla y la determinación en su cara no
presagiaba nada bueno para ella. Luego, con insulto deliberado, permitió que su mirada
fija se deslizara de su cara a su pecho—. Hablar de tus pezones… y lamidos…
Nadie habla de pezones. Por favor no saques ese horrible tema otra vez. Puedo sentir
que esa parte de mi cuerpo reacciona ya.
—…hay otro lugar que me gustaría lamerte, cariño —dijo él. Antes de que supiera que
pasaba, meció la piedra más fuerte, causando que sus piernas se abrieran, y aterrizó con
deliberada intención entre ellas. Su sexo presionó íntimamente contra el suyo, y no
importó que hubiese varias capas de tela entre ellos. Sus labios bajaban hacia los suyos.
Para su vergüenza, oyó un jadeó, y provenía de ella.
Pero Rurik estaba igual de afectado. Podía verlo en sus burlones ojos sensuales, sus
párpados entrecerrados, y el modo que la contemplaba.
Maire supo entonces, sin ninguna duda, que Rurik la quería realmente de la manera
hombre-mujer. También supo que cuando lo hiciera con ella, la marcaría de verdad.
En ese momento, no se preocupó.
5

RÁPIDAMENTE, RURIK se acomodó encima de la asustada muchacha que estaba


como la víctima de un sacrificio, brazos y piernas dobladas, donde había aterrizado
cuando había mecido la piedra. Había tenido sólo la intención de asustar a la bruja, que no
revelaba el antídoto para quitarle la marca azul.
Era lo que había intentado.
Pero, oh, las consecuencias de las retorcidas intenciones de un hombre sensato.
Tan pronto como se había colocado entre sus muslos inadvertidamente separados, fue
como si un rayo lo golpeara. Todos los pensamientos de intimidación o venganza huyeron
de su cabeza. Debería haber sabido que una parte favorita de su cuerpo se expresaría con
voluntad propia. No era absolutamente positivo, pero la Lanza parecía palpitar realmente.
Mientras que su virilidad presionaba contra su feminidad, sus sentidos estaban incluso tan
nublados como el musgo que había estado mirando, y no podía recordar por qué había
odiado a esta mujer durante cinco largos años, por qué tenía que hacer que le temiera, por
qué era importante permanecer distante y no atraído por ella.
Lamentablemente, todo lo que masculino en él se movió, por propio acuerdo. ¡Lanza,
maldita estúpida!, estaba cerca de sonreír con anticipación.
Sólo quiero mostrarle que soy responsable. Voy a detenerme… en un momento, se
dijo. Y era en serio.
—No —susurró.
—Sí —él respondió, sus brazos ya extendiéndose para abrazarla.
Voy a detenerme… en un momento.
Realmente.
Se tensó cuando él le agarró su cabeza con las dos manos haciendo un túnel con sus
dedos en su pelo… tan fino que formaba una telaraña roja sobre su cara. El rubor floreció
en sus mejillas de una manera muy hermosa, haciéndola parecer más joven de lo que era,
como una doncella bañada por el sol, que sabía demasiado bien que no era. Dejó caer sus
ojos verdes bajo su mirada fija, pero no antes de admirar su brumosa luz. Como pálidas
esmeraldas, estaban sombreados por pestañas gruesas de un matiz más oscuro, en un tono
más marrón que rojizo.
—Ert mjg falleg —le dijo con una voz que apenas reconoció por su ronquera—. Eres
tan hermosa.
Su barbilla se alzó ante sus palabras, y sus ojos se encontraron con los suyos, abiertos
ampliamente por la sorpresa.
—No soy tal cosa —protestó con pasión, pero él podía ver que estaba contenta en su
elogio.
¡Mujeres! Son tan previsibles. Respiró profundo para controlarse, y se aferró a su
resolución. Voy a parar… en un momento. Juro ante todos los dioses que voy a… bien,
algunos dioses… Loki, acaso. Aquel bufón alegre de Dios se está riendo mucho de mí
ahora, lo apostaría.
Debe haber sido el período más largo de autoengaño en Rurik, —no podía recordar la
última vez que se había mentido por una mujer— pero Maire se le hacía irresistiblemente
atractiva. La mujer perfecta. Todo en ella era femenino y deseable. Le hizo querer su
cuerpo, pero era más que eso; le hizo querer… sentía unos anhelos misteriosos que no
podía explicar, que lo atormentaban y aterrorizaban al mismo tiempo.
Voy a detenerme… en un momento. Lo haré, lo haré, lo haré.
Sus labios bajaron hacia los suyos empezando el ritual de acoplamiento que venía por
instinto a todos los hombres y mujeres cuando el deseo se concentra en sus cuerpos y se
reúne en ciertos sitios. Sinceramente, era casi como si pudiera sentir que la sangre fluía,
tórrida e insistente, en la punta de sus dedos, de todos sus dedos, y algunos sitios
importantes en medio.
Voy a detenerme… en un momento, se repitió como una letanía, tratando no de hacer
caso de su corazón que protestaba.
Pero casi inmediatamente, bajo el asalto de un millón de impulsos lujuriosos, se
exclamó a sí mismo, ¡Al diablo con detenerme!
—Con tu permiso, mi señora bruja, estás prevenida. Voy a besarte insensatamente.
—No te doy permiso —dijo ella con un grito ahogado.
—¿Oh? —Consideró su protesta, pero no muy seriamente, luego contestó—. Ten más
compasión. —Con un suspiro se puso a hacer bien complacido lo que antes condenó, lo
que ella deseaba también. Eso lo decidió, colocó su boca sobre la suya. Queriendo ser
lento y suave, rogó y la persuadió en el juego amatorio moviendo sus labios contra los
suyos, de acá para allá, antes de que resbalaran y quedaran juntos perfectamente. Cuando
sus labios giraron flexibles, sus sentidos ardieron y deslizó la punta de su lengua a lo largo
del borde.
Ella amablemente se separó para él con un gemido.
Aquel gemido fue su perdición. Gruñó áspera y profundamente en su garganta y entró
en ella, su lengua tocando levemente el paladar de su boca.
Por instinto, ella lo chupó, y él casi saltó de la roca. Apartando su boca, miró fijamente
hacia abajo, aturdido por las pasiones turbulentas que se arremolinaban entre ellos, con
sólo un beso. Lo asaltó un hambre por ella, tan intenso que apenas podía respirar. Jadeó,
tratando de contener su creciente deseo.
Sus pestañas largas, arrolladoras velaron sus ojos verdes que se inundaron con un
destello maravilloso. Ella también debía estar experimentando las mismísimas emociones.
Debería levantarse de donde todavía estaba tumbado sobre ella. Había llevado a cabo su
objetivo. La había asustado. Pero sus labios estaban húmedos, y, ah, incluso invitadores.
No podía resistirse a su encanto.
¿Lo había encantado con un hechizo, o una de sus pociones de amor?
—Sabes como la menta —dijo ella en un susurro sin aliento.
Maldición, maldición, ¡caramba! ¿Tuvo que decir eso? No podía resistirse a ella ahora.
—Tú sabes como el cielo —respondió. Y lo hacía.
Entrelazando sus dedos con los suyos, levantó sus brazos. Al mismo tiempo, apretó
sus caderas contra su corazón, que estaba abierto entre sus muslos cubiertos por la tela.
—¡Oh… María… misericordiosa! —dijo con voz rasposa y se arqueó hacia él—. ¿Qué
me pasa, hombre malvado? Me estás haciendo girar en un infierno.
Su ingenua admisión de su excitación movió todo lo que era masculino en Rurik. Y, en
efecto, un rubor rojo coloreó su piel… piel que estaba deliciosamente tibia y tentadora
para tocar. Murmuró contra sus labios separados:
—Yo siempre he querido jugar con fuego, milady.
Cuando esa vez reclamó sus labios, no había nada suave o apacible en su
acercamiento. Rapaz y devorador, presionó sus labios y empujó su lengua. Rurik siempre
estaba orgulloso de él mismo por ser un amante inventivo que todo el tiempo seguía pasos
específicos, infalibles para llevar a sus mujeres al éxtasis. Ahora, apenas era capaz de
concentrarse a través de la neblina de su entusiasmo. Era un hombre fuera de control, y no
se preocupó. Maire —bendita su alma— se entregó libremente al fervor de sus besos.
Cuando forzó sus labios abiertos aún más, hizo sonidos suaves de placer en su boca…
gemidos que estimularon su invasión para ser aún más osado. No podía jurar que era así,
pero sospechó que antes podría haber gemido.
Rurik nunca supo que los besos podían ser tan íntimos o tan gloriosos, y se lo dijo…
en palabras que eran pecadoramente explícitas. Maire no pareció oponerse. Realmente, un
temblor erótico onduló sobre su cuerpo en respuesta. Incluso vio el despertar de la carne
de gallina en sus antebrazos expuestos. En su experiencia, la carne de gallina en la piel de
una mujer durante el acto sexual era una cosa buena. Algunos hombres desdeñaban todos
los ejercicios preliminares y gestos en el trato sexual, queriendo ir derecho al grano, pero
sin duda en opinión de Rurik ese beso que Maire y él habían compartido era del juego
amoroso de la clase más magnífica.
Pero, espera, las manos de Maire revoloteaban con consternación, y notó sus ojos que
miraban de un lado a otro. Comenzaba a pensar, lo apostaría, y una hembra pensadora no
era una cosa buena cuando el deseo masculino estaba exaltado.
Rápidamente, antes de que pudiera soltar todos los motivos de por qué esto no era una
buena idea, se puso a mordisquear una línea besos a lo largo de su mandíbula, hasta su
oído, que expuso alejando atrás su pelo. Al principio, sólo chasqueó su lengua contra su
oreja, mojando sus surcos y grietas. Cuando ella lanzó un chillido, supo —sólo supo—
que había dado con uno de los puntos más sensibles de Maire. Todas las mujeres los tenían
de todos modos, —por lo menos aquellos que al entrar en contacto había encontrado—
pero estaban en sitios diferentes… las orejas, detrás de las rodillas, los pezones, la carne
sensible entre los pliegues femeninos, el ombligo, incluso el arco de un pie. Ahora que
sabía que las orejas de Maire eran susceptibles a la excitación, se lanzó a un completo
asalto. Usando la punta de su lengua, rodeó su oreja, luego suavemente la sopló. Entró y
retiró, luego chupó el lóbulo. Todo eso acompañado por palabras susurradas de elogio y
estímulo.
Maire ardió.
—Estoy tan avergonzada —lanzó un grito en cierta ocasión—. Mira lo que me haces.
Otra vez.
—No, no digas eso. Tu pasión es mi placer, y no hay vergüenza en eso.
Ella sacudió su cabeza desmintiéndolo, justo cuando levantó su cuello con un ardor
persistente.
—Te odio, Rurik.
Rurik sabía eso. Maldición, se odió él mismo. De todos modos, las palabras dolían.
—¿Odias mis besos, también? —No pudo dejar de hacer esa pregunta. ¡Qué
lamentable soy!
Sus ojos estaban nublados por la excitación cuando ella encontró su mirada fija.
Durante un momento, pareció como si fuese a mentirle, pero luego se detuvo.
—Tus… besos… son una… dulce… agonía —confesó entre dientes.
—Oh, pues entonces estamos iguales, querida —le confió—, por que tú me haces
temblar. —Y era verdad. Por otra parte, quizás sus rodillas en la dura piedra podrían estar
débiles debido a sus caídas en esas coyunturas tan a menudo durante el combate; tendían a
crujir a menudo. Ella no necesitaba saber eso, sin embargo.
Cuando sus labios se encontraron otra vez, fue en efecto, dulce, una dulce agonía, para
ambos. Y no se sorprendió por el silbido que oyó. Tuvo ganas de silbar él mismo,
ronronear, y gritar con inmensa alegría.
Pero entonces comprendió que el silbido no vino de Maire. ¡Oh, Thor Santo! ¿Podrían
ser más serpientes? ¿Sería aquí el lugar dónde los hombres trasladaron a las serpientes del
hoyo? Sus ojos cerrados se abrieron de repente, y saltó derribando su cuerpo y la piedra,
inmediatamente agachado en una postura de batalla, preparándose para luchar contra esa
nueva amenaza, desconocida. Pero, no, no eran serpientes en las cercanías. Era un animal
frenético que ahora se lanzó a su espalda y comenzó a arañar sus hombros. Y otro animal
salvaje, encima de la cabeza de Maire en la roca, el que silbaba.
—No dañes a mí madre, maldito Vikingo, chupador de bacalao —la voz de un niño
chilló en su oído cuando los pequeños puños aporrearon sus hombros y agarraron su
cuello. Al mismo tiempo Rurik reconoció que era el hijo de Maire el que colgaba de su
espalda como un pequeño berserker, se fijó en el grande gato negro arriba en la piedra,
todavía silbando, con su espalda arqueada. Estaba a punto de lanzarse a la cara de Rurik,
podría asegurarlo.
—Rose, siéntate, ahora —dijo Maire, agarrando al felino cuando se estaba
equilibrando para atacar.
—¿Rose? ¿Llamaste a ese monstruo Rose? ¿Una bruja familiar llamada Rose? —Ya,
Rurik había soltado al pilluelo malhablado de su espalda y lo tenía agarrado firmemente a
su lado con un brazo envuelto alrededor de su cintura, como un saco de cebada. ¿Quién
sabía que una persona tan joven podría soltar tantas groserías? ¿O podía apestar tan mal?
—Rose no es ningún monstruo —gritó Pequeño Jamie.
—Y no es un familiar, tampoco —declaró Maire, bajándose de la roca para pararse al
frente de él con el gato todavía silboso en sus brazos—. Ella es sólo un dulce animal
doméstico, dado a Pequeño Jamie por un hojalatero que pasó el año pasado.
Rurik había visto a gatos favoritos de harén con la piel lisa, sedosa. El pelo sarnoso de
ese gato estaba todo en punta, y era calvo en algunas partes. No era una bonita vista.
Ahora mismo miraba hacia arriba a Maire con adoración e inocencia dócil. Pero Rose no
engañaba ni un poco a Rurik. Sabía que, si hubiese una posibilidad, el gato pondría rayas
en sus bolas.
Rurik lamentaba que su Bestia no estuviera aquí ahora. El perro lobo haría una comida
sabrosa de aquel gato.
—¡Tú desgraciado detestable! Allí estás, bribón —otra voz exclamó. Era el monje
corpulento, que salía precipitadamente de los árboles, su sotana levantada hasta sus
peludas pantorrillas; Rurik lo había visto el primer día que había encontrado al clan
Campbell. El hombre jadeando casi tropezó con una raíz y tuvo que agarrarse de la roca
para no caer… lo que hizo que la roca comenzara a mecerse otra vez… y que Rurik
recordara lo que había estado a punto de hacer en la roca mientras se mecía.
—¡Padre Baldwin! —chilló Maire con vergüenza.
—¿No te dijeron que te quedarás en el campo? —El padre Baldwin reprendió al
muchacho, alejando los pensamientos lujuriosos de Rurik al presente—. Todos te han
estado buscando, aquí y allá. ¿No sabes el problema que has causado? ¿No sabes en que
peligro podrías estar si uno de los MacNabs te agarrara?
—Nadie me ha agarrado —se jactó el muchacho, lo que era ridículo, considerando su
posición de encarcelamiento en el abrazo de Rurik.
En una retalía de palabras, el Padre Baldwin explicó como el muchacho se había
escabullido de su tutela y había prometido que no pasaría otra vez, aún si tenían que atar al
muchacho y a su gato a un árbol. En esto el niño lanzó una grosería tan obscena que todos
lo miraron boquiabiertos, y el gato se meó en la bota de Rurik. Sus botas de piel carísimas
hechas con cuero de reno curado.
Rurik quedó demasiado atontado por la audacia del gato para hacer algo más que abrir
la boca… y planear su venganza.
—Escúchame, hijo o no-hijo, te estás ganando una buena enjabonadura de boca,—
advirtió Maire, meneando un índice a su cachorro—, y no pienses que no lo haré,
tampoco.
Dios, adoraba cuando Maire era feroz y de mal genio. Le recordó a una Valquiria
Nórdica antes de entrar en batalla.
—¿Por qué no devuelves al muchacho al castillo ahora que los MacNabs han sido
desterrados de las tierras? ¿No estará más seguro allí bajo mi tutela?
La cara del monje, desde el frente hasta su calva en la cabeza, se puso púrpura y Maire
miró a Rurik como si hubiese sugerido que tiraran a su hijo en un hoyo ardiendo.
—¿Qué? ¿Qué hay de malo con mi sugerencia? —preguntó, completamente
confundido.
—Entiéndelo bien, Vikingo. No intentes decirme lo que es mejor para mi niño. Él es
mío, y sólo mío.
—¿¡Eh!? ¡Cómo si yo lo deseara!
Maire le lanzó una rara mirada, luego señaló al Padre Baldwin, que recogió al gato,
que Rurik juraría sonreía con satisfacción, y levantó su mano libre hacia el muchachito.
Rurik lo liberó, pero no antes de darle una palmada en el culo. Pequeño Jamie le miró
sobre su hombro tan malévolamente que habría hecho a Stigand sentirse orgulloso. Rurik
estaría preocupado de vigilar su espalda en el futuro, sin embargo. Estaba seguro que una
tentativa vendría de ese mugriento duendecillo en venganza por el justo castigo.
Era raro el modo que Maire actuaba acerca de su hijo, como si temiera por su
seguridad en su presencia o en la de los Vikingos que servía bajo su mano. Rurik se
encogió de hombros. Esa era su decisión. Además, no tenía ninguna inclinación particular
de tener a un niño desagradable debajo de los pies.
Pero entonces Maire hizo un sonido, mitad súplica, mitad sollozo.
—Jamie —fue todo lo que dijo.
El muchacho la oyó, sin embargo. Girando, tiró de su mano que cogía el monje y se
precipitó hacia sus brazos abiertos. Abrazándose ferozmente, los dos se daban el uno al
otro pequeños besos y hablaban de cuánto se extrañaban el uno al otro.
Rurik nunca había tenido a una madre, y su corazón se rompió al ver a estos dos
juntos. Con un lazo tan fuerte entre ellos, su buena disposición por estar separados durante
incluso un día lo desconcertó poderosamente.
En un momento, el muchacho y el monje se habían ido.
De repente, Rurik y Maire estaban solos otra vez, y todo estaba tranquilo en el claro.
Miró a Maire.
Maire lo miró.
Él puso sus manos sobre sus caderas.
Ella hizo lo mismo.
Uno nunca sabría que habían estado gimiendo en las bocas de cada uno hacía poco
tiempo por la expresión de desprecio en la cara de Maire… una cara que estaba,
casualmente, sonrosada por la abrasión de su barba de un día. Sus labios todavía estaban
hinchados por los besos, y había una marca de sangre en el lado de su cuello por chupar en
su piel como un adolescente hambriento de sexo. ¡Pero sus ojos —por el amor de
[10]Freyja —sus ojos lanzaban chispas verdes del fuego hacia él!
Si Rurik fuera un apostador, apostaría ahora que Maire no estaba de humor para
reanudar sus juegos amorosos.
Lo entendió perfectamente. Él mismo tenía algunas reservas sobre lo que casi había
sucedido entre ellos. Ah, no era contrario a hacer el amor con la bruja, pero tenía la
intención de hacerlo en sus propios términos, no mientras se tambaleaba vertiginosamente
por la falta de control. Mejor dejaba las cosas claras, sin embargo, antes de que se lanzara
sobre él con sus violentas palabras habituales.
—No aprecio mucho que me hayas hechizado, bruja —le informó arrogantemente—.
No lo hagas otra vez.
—¿Yo? ¿Yo? —balbuceó—. Tú pusiste un hechizo sobre mí. Igual como antes. No lo
hagas otra vez.
—No sé nada hechizos. Es tu línea de trabajo. Soy sólo un simple soldado.
—¡Hah! No hay nada simple en ti, Vikingo.
Él decidió tomar eso como un elogio. Pero antes de que pudiera contestar, Maire
pisaba fuerte alejándose, regresando hacia su castillo.

—¡Oye! ¿Dónde vas con tanta prisa? —preguntó, apresurándose para alcanzarla—.
¿No te dije que no debes ir a ninguna parte sin mí, o uno de mis guardias?
Ella susurró algo que pareció tan asqueroso como las inmundicias que salieron de la
boca de su hijo, y siguió andando. Pero luego le dijo:
—Voy a las cocinas.
—¿Desde cuándo trabajas como una criada de cocina, o ayudante del cocinero?
¿Podrás caminar más despacio? No puedo mantenerme a la par contigo en estas rocas
agudas. Espero que no sean piedras de hitos de entierro. Lamentaría pensar que piso tantas
personas muertas.
Maire no hizo caso de sus quejas y contestó su pregunta.
—Trabajo en todas partes en mi fortaleza. Con la escasez de hombres, incluso saqué el
estiércol de los establos el mes pasado. —Levantó su mano áspera por el trabajo para
demostrárselo—. En cualquier caso, es una comida especial que preparamos para esta
tarde. —Sus ojos bailaron traviesos.
—¿Por qué? —preguntó con recelo, luego juró cuando tropezó con su dedo del pie.
—Para celebrar la liberación de las serpientes, supongo. O nuestra liberación del
MacNabs. O la belleza de un día de verano.
—¿O quizás para mostrar hospitalidad a tus salvadores Vikingos? —preguntó, sólo
para burlarse. Había descubierto temprano que se molestaba fácilmente. Y los hombres
Vikingos eran muy buenos en burlarse de sus mujeres—. ¿O agradecer a un Vikingo en
particular por enseñarte tanto sobre el juego amoroso? —Meneó sus cejas hacia ella.
Su única respuesta fue un gruñido. Realmente, la muchacha no tenía sentido del humor
en absoluto.
Sabía que su situación era extrema. El MacNabs podría atacar en cualquier momento.
Maire no había hecho nada para quitar su marca azul. Si la situación no cambiaba pronto,
debería permitir que Stigand le cortara la cabeza. Y, mientras tanto, la muchacha giraba su
cabeza y otras partes de cuerpo, con una mera sacudida de sus caderas, o labios.
De todos modos, no había ningún daño en tratar de ser un compañero agradable. De
este modo, cuándo finalmente emparejó su paso al suyo, preguntó:
—¿Y qué podría ser esa comida especial?
Debería haberlo sabido. Realmente debería haberlo hecho.
—Haggis.



Horas más tarde, Rurik caminaba por el Gran Salón de Maire y contemplaba la ajetreada
actividad que continuaba transformando el castillo.
Mientras todos los hombres, muchachos y él habían trabajado en las paredes de piedra
y madera, muchas de las cuales estaban de vuelta ahora a su antigua condición, Maire
había entrado a terminar una limpieza muy necesaria. Por lo visto, en los meses recientes
no habían tenido tiempo para mantener el interior del castillo. Las demandas más
urgentes… tales como resistir al MacNabs… habían tenido prioridad. Pero, no, la
condición de abandono existente indicaba el descuido de muchos años, no sólo los pocos
meses pasados desde la muerte del marido de Maire. Hmmm.
Ahora los viejos juncos habían sido rastrillados hacia afuera, los suelos sucios
barridos, y colocados nuevos juncos fragantes. El armamento oxidado y los escudos
habían sido bajados de las paredes, y estaban en el patio, donde los jóvenes los afilaban y
pulían con piedra arenisca y telas suaves para un brillo lustroso. Las criadas fregaban las
mesas de caballete de madera que habían sido plegadas contra las paredes durante la
operación de limpieza. Y las tapicerías sutilmente tejidas estaban siendo lavadas y
planchadas en el patio al lado de la cocina. Se preguntó quién había hecho la tapicería de
la cámara de Maire y se recordó preguntarle más tarde. Incluso mientras miraba, una
anciana llevaba un yugo con dos cubos de agua limpia del huerto.
Vio a Maire dando órdenes como un jefe Nórdico. Parecía tan agotada como él se
sentía. Presionando los talones de sus palmas en la parte baja de su espalda, arqueó sus
hombros para quitarse las torceduras del esforzado trabajo. Había algo extraño, una
satisfacción inmediata en trabajar con sus manos, y sospechó que Maire se sentía del
mismo modo sobre el trabajo que había llevado a cabo este día. Supo que su suposición
era correcta cuando ella le echó un vistazo y le sonrió… antes de recordar que era su
enemigo, y cambiara su sonrisa por un ceño fruncido.
Pero había visto la sonrisa. Era suficiente. Guiñó para dejarle saber que lo sabía.
Para su asombro… y placer… la muchacha le hizo un gesto obsceno.
¡Por la Sangre de Odin! Iba a disfrutar domándola… aunque no demasiado. Un poco
de domesticación, era todo lo que quería.
—¿Por qué sonríes abiertamente? —preguntó Bolthor, subiendo a su lado.
—Un poco de domesticación —reveló Rurik.
Bolthor miró de él a Maire, luego otra vez a él.
—¿Quién domará a quién? — preguntó.
Rurik fulminó con la mirada a su skald.
—¿Viniste por alguna razón, o sólo a provocarme?
Bolthor sonrió de lado y se rascó la cabeza como si no estuviera seguro. ¡El imbécil!
Pero entonces reveló:
—Sí, tenía una razón. El MacNab espera en el patio exterior para hablar contigo. Está
desarmado y solo.
—Bien, ¿por qué no lo dijiste antes? —Rurik lo reprendió y se precipitó al aire libre,
pero no antes de que oyera a Bolthor inventar una nueva saga, que comenzó con el
habitual «Esta es la saga de Rurik el Mayor», una introducción que lo hacía encogerse
cada vez que la oía.



Rurik era un soldado feroz.
Muchos enemigos su espada perforó.
Así almacenó tanto auto-orgullo
Que ninguno se atrevió a burlarse.
Así armado, el hombre insensato se jactó
De costa, a costa, a costa
Que no sólo a sus enemigos puede domar
Sino, también, a una dama justa.
El problema era que la dama no era ninguna yegua,
Pero una doncella, ah, justa eso era.
Maire la Justa no sería domada…
Ni siquiera por un guerrero tan famoso.
En verdad, algunos aconsejaron a Rurik que se esmerara,
Para que él llevara las riendas.
Pero él no escucharía,
Aunque lágrimas de alegría en sus amigos brillaron
Así sucedió que Rurik el Vano
Se convirtió en… Rurik el Domesticado.



Rurik fulminó con la mirada a su skald.
Bolthor simplemente se encogió de hombros y dijo:
—Necesita un poco de trabajo.
—Necesita ser desechado —murmuró y salió hacia la luz del sol que ya bajaba. La
tarde se acercaría pronto, y sus hombres y él todavía no se habían bañado ni cenado.
Y allí estaba Duncan MacNab, creído como un gallo en domingo, examinando el
trabajo que habían hecho para reforzar las paredes que se derrumbaban del castillo
Campbell. Si se inclinara mucho más, y su plaid se levantaba mucho más alto en sus
piernas, Rurik iba a conseguir más de la vista del trasero del Escocés de lo que deseó
alguna vez.
Tal vez Maire había estado en lo correcto en mantener a su hijo escondido si su
enemigo podía entrar en la fortaleza con tanta facilidad.
—¿Cuenta con su aprobación? —preguntó con tranquilidad cuando caminó hacia el
hombre.
Duncan se enderezó, aproximadamente a la misma altura que Rurik, encontró su
mirada fija, ojo a ojo. Rurik hizo un gran esfuerzo para apartar la mirada de la única ceja
que se estiraba a través de la frente del otro hombre y se fijó, en cambio, en la limpia,
aunque rebelde melena de pelo rojo grisáceo que cubría la cabeza del MacNab. No había
sido un hombre poco atractivo en su juventud, pero con cincuenta y más años, era
demasiado para el diente de Maire, en su opinión. No, que Maire realmente considerara el
juego del MacNab. Lejos de ello.
De hecho, la vio de pie en la entrada abierta del Gran Salón, mirándolos fijamente a
los dos. Por una vez, tuvo el sentido común de refrenar su lengua y no interferir en la
conversación masculina.
—Sí, el trabajo en la pared cuenta con mi aprobación —concedió Duncan con poca
gracia—. ¿Pero por qué hacer un esfuerzo excesivo para aumentar la defensa de esta
fortaleza cuándo seré yo quien finalmente se beneficie de ello?
La única respuesta de Rurik fue arquear una ceja.
—Escuche, hombre —dijo Duncan en una manera más conciliadora, dándole la
espalda a Maire y al castillo—, puedo ver que se esfuerza mucho por aumentar la defensa
aquí. Y tendría que ser ciego para no advertir a todos los bichos Campbell que se han
arrastrado fuera del bosque y el valle para regresar a casa. Pero está lejos sobrepasado.
Usted lo sabe, y yo lo sé. Y no sólo en mano de obra… en contar con hombres enteros, no
tantos mutilados, ancianos medio ciegos.
Rurik se erizó, como hicieron algunos hombres Campbell que oyeron por casualidad el
insensible comentario, incluso Viejo John, Joven John, Murdoc, Callum, y Robar, cuyas
caras enrojecieron con la humillación. Era poco amable por parte de Duncan degradar su
virilidad así, incluso cuando no era conocido por su bondad.
—Su descaro pasa todos los límites, Duncan MacNab. No subestime el poder de
ningún hombre —dijo Rurik defensivamente—. Si usted es la mitad del guerrero que
reclama ser, seguramente sabe que eso no puede ser siempre medido en peso, altura o
integridad. A veces, la diferencia entre victoria y fracaso se mide en el corazón del
guerrero. Y puedo decirle esto… éstos hombres tienen corazón en abundancia.
Rurik vio que Viejo John y los demás lo miraban boquiabiertos por la sorpresa. No vio
inmediatamente a Bolthor, pero estaba seguro que oiría una saga esta víspera sobre este
mismo acontecimiento, haciéndolo parecer más heroico de lo que merecía. Lo que era más
importante, garantizaría que había ganado puntos con Maire, quién estaba igualmente
boquiabierta, aunque no era por qué había hablado.
Duncan soltó un gruñido de cólera, pero todo que salió de su boca fue un obscenidad
explícita.
—¿Qué le trae aquí hoy, Duncan? No creo que sea para hacer la paz.
—¡Hah! Apenas. —Duncan frotó su bigote con su índice, pensativamente—. Yo había
esperado que pudiéramos llegar a un acuerdo, de soldado a soldado.
—¿Cómo?
—Podría localizar a la vieja bruja para usted. —Un levantamiento astuto apareció en
el centro de su solitaria ceja.
Ahora, esa oferta sorprendió a Rurik.
—¿La vieja bruja? ¿Qué querría yo con alguna vieja bruja? ¿Me veo cómo si
necesitara una vieja para copular?
—Usted me está entendiendo mal, Vikingo. Me refiero a Cailleach… la vieja bruja que
era la consejera de Maire la Bruja.
—¿Usted me entregaría a otra bruja? Apenas puedo esperar. Dos brujas de mi
propiedad.
—No sólo cualquier bruja… una bruja poderosa… una que sabría seguramente quitar
su marca azul.
—¿Dice que Maire no puede?
—No digo que no pueda, pero noto que su marca todavía está allí.
Rurik no necesitó ningún recordatorio. Pero algo machacó en su memoria.
—¿No desterró Kenneth a la bruja de Escocia cuándo tomó a Maire por esposa?
Duncan tiró sus manos como si aquel hecho no viniera al caso.
Rurik frunció el ceño.
—Hable claramente. ¿Sabe dónde está la vieja bruja?
—Quizás sí, quizás no.
—¡Aaarrgh! ¡Me cansé de sus juegos! ¿Qué es lo que quiere de mí?
—Maire. Y las tierras Campbell. A cambio, le regreso su cara bonita y una
salvoconducto para salir de Escocia.
Rurik reflexionó por varios minutos. Era una oferta tentadora. Sinceramente lo era.
Especialmente ya que tenía a una futura esposa esperándolo ansiosamente en las Islas
Hébridas. Un hombre sensato saltaría ante esa oportunidad.
Pero Rurik no siempre hacía lo más sensato.
Y no le gustaba el MacNab… ni un poco.
Y no le gustaba saltar a la melodía de ningún hombre, y menos un despreciable
escocés.
Y el honor se ganaba con demasiado esfuerzo para que un hombre lo dejara
fácilmente.
Y la mirada en las caras masculinas de los Campbell cuando los había defendido había
tocado un lugar profundamente dentro de Rurik.
Y no había «castigado» todavía a Maire con largos combates de juegos de cama.
De todos modos, Rurik se sorprendió hasta él mismo cuando declinó con un conciso:
—No estoy interesado.
6

ERA ya tarde cuando la cena fue servida esa noche.


Maire y sus mujeres habían trabajado mucho para limpiar el Salón —por primera vez
en muchos, muchos meses, por lo visto— y había insistido que todos se bañaran antes de
entrar a comer. De ese modo, los hombres fueron a un lago y las mujeres a otro, donde se
bañaron rápidamente en las aguas heladas.
Aunque los Escoceses se quejaban un poco, Rurik y sus hombres no tuvieron ningún
inconveniente. Los escandinavos tendían a bañarse más a menudo que el hombre medio.
Algunos decían que por eso las mujeres de muchas tierras se sentían atraídas hacia ellos…
no a causa de su maravilloso atractivo, sino porque eran menos malolientes que sus
propios hombres. Rurik prefería pensar que era por ambos.
Ahora se inclinó hacia atrás en su silla sobre la tarima donde la mesa principal estaba
localizada, bebiendo a sorbos un vaso de uisge-beatha. El líquido ámbar coloreado bajó
suavemente, y su esófago se acostumbró a su mordedura, pero Rurik era cauteloso sobre
beber demasiado. Tenía planes para más tarde que no serían realizados si tenía la cabeza
nublada con cerveza. Mientras tanto, era bastante agradable, sólo sentarse en un Salón
limpio, con los músculos doloridos después de un día de intenso trabajo, sabiendo que
estaban seguros por un rato, y saborear los olores agradables que flotaban por el aire
alrededor de ellos, no sólo las hierbas perfumadas de los nuevos juncos, sino los ricos
aromas de carnes asadas, que pronto vendrían a la mesa.
Debo estar haciéndome viejo, para sentir satisfacción por aquellas pequeñas cosas.
Había otra actividad que le daba placer, y era mirar a Maire mientras se apresuraba por
el Salón, dando órdenes a las criadas y a sus servidores para repartir la comida. Se había
cambiado su arisaid después del baño, y esa ropa de una pieza, ceñida con un cinturón que
las escocesas arreglaban con tanta maña en plisados y montones, estaba tan descolorida
como el que había llevado esa tarde. ¿Era todo lo que tenía? Y era una señora noble,
también. ¿Por qué su marido —muerto sólo hacia tres meses— no le había proporcionado
algo mejor? Oh, sabía que la fortaleza estaba en mala forma, descuidada a causa de otro,
con preocupaciones más urgentes, pero su gente cuidaba a sus propias ovejas y tejían su
propia tela.
Hmmm. Había un rompecabezas aquí… uno que prometió que solucionaría más tarde.
Además, ella le parecía bien, incluso con la ropa suelta. Un cinturón trenzado llamaba
la atención de su cintura delgada, sus caderas redondeadas y sus pechos altos. Lo odiaría si
supiera como todos sus movimientos tiraban la tela suelta de esa manera y que, por sobre
todo se tensaba sobre sus partes femeninas, incluso la dulce, dulce curva de sus nalgas.
También si supiera que seguía tocándose, reflexivamente, la marca de amor que había
puesto en su cuello, y cada vez que lo hacía, sentía una sacudida en sus regiones
inferiores. Lanza —el ridículo nombre que daba ahora a su parte viril, gracias a Maire—
estaba a punto de estallar por la anticipación.
Su pelo estaba todavía húmedo por el baño y se rizaba sobre su cara ya que no había
tenido tiempo para secarlo correctamente. Recordó de repente como había sentido su
glorioso pelo en sus dedos esa tarde.
Y como sus labios se habían sentido bajo sus labios. ¡Oh, Santo Thor! Nunca olvidaría
eso. Ninguna otra mujer tenía una boca tan sensual. Debería decirle a Bolthor que hiciera
un poema de alabanza a sus labios «Oda a los Labios de una Mujer». Aquella idea hizo
que sus propios labios se curvaran en los bordes en una sonrisa leve. Sólo podría imaginar
su consternación.
Ella le echó un vistazo de repente, y sus ojos se encontraron. En ese momento, cuando
el tiempo se detuvo durante un mero segundo, vio comprensión en su fija mirada.
Apostaría el tesoro de un rey que ella recordaba, también.
Un estallido de risa en algún sitio del Salón hizo que ambos parpadearan y miraran
hacia otro lado, como si hubiesen cometido algún acto prohibido. Se obligó a respirar
profundamente y se concentró en otras actividades.
Al final del Salón, agarró una vislumbre breve de Pequeño Jamie, seguido de Rose, el
gato sarnoso, y por el jadeante monje, el Padre Baldwin, que agarró tanto al muchacho
como al felino por el cogote y los arrastró hacia fuera. El muchacho parecía estar todavía
mugriento y ser el único del clan entero que no se había bañado. Si Rurik no supiera
mejor, juraría que el sacerdote regaba al muchacho con palabras malas.
Maire notó al muchacho, también. Vio la mirada ansiosa en sus ojos tristes, pero no
hizo nada por llamarlo. Claramente, todavía quería al muchacho lejos de la fortaleza, para
su propia seguridad. Parecía injusto privar a un niño del banquete, pero era su decisión de
hacerlo, no la suya.
Viejo John estaba en la mesa alta con él, así como Bolthor, Stigand, Toste, y Vagn,
aunque los dos últimos se comían con los ojos a la hija del pastor que bajó de las colinas el
día de ayer. Todos bebían de a poco el potente brebaje, y, aunque no estaban bebidos, se
sentían reposados.
Los ojos de Rurik buscaron a Maire otra vez… una acción involuntaria que parecía no
podía detener.
Viejo John tosió cuando notó la dirección de la mirada fija de Rurik.
—Está loco por nuestra bondadosa Maire, ¿verdad?
—¿¡Eh!? ¿Quién? ¿Yo? —dijo Rurik estúpidamente.
Viejo John sólo sonrió y tocó su cuello, reflejando el gesto de Maire. Por la Santa
Cruz, ¿todos habían notado la marca en su cuello?
Sintiendo la incomodidad de Rurik, le dijo:
—Bueno, bueno, no es para tanto. Es una cosa natural cuando un hombre desea a una
mujer. Los toros en los campos, los carneros en las colinas, hasta los peces pequeñitos
cuando se excitan… todos están sujetos a los mismos impulsos que nosotros los hombres.
Algunos dicen que comenzó con Adán. Sí, creo que todo es parte del plan de Dios y usted
y Maire no son diferentes.
¡Por los ojos de Odin! ¡Ahora, estoy siendo instruido en el sexo por un viejo Escocés
manco! Rurik oyó un sonido raro que borboteaba y comprendió que emanó de él.
—Maire me odia —indicó.
—Ningún corazón débil ganará a una bondadosa señora —expuso Viejo John.
¡Oh, Dios!
—Además, Maire merece un poco de buen trato por parte de un hombre —divagó
Viejo John—. Ha tenido poco de ello en su vida hasta ahora.
Ahora, esa era una pequeña información que no había oído antes.
—¿Qué significa? ¿No la trataron el padre y los hermanos bien? ¿O su marido? La
lógica dice, que siendo la única muchacha en la familia del jefe, habría sido mimada como
un animal doméstico cuidado en exceso.
—¿Mimada? ¡Hah! Su padre murió cuando era un poco más que una niña. Era una
belleza para sus dos hermanos, pero no tenían tiempo para ella. Dos mujeres cada uno,
tuvieron Donald y Angus. Las cuatro murieron en el parto y no quedó ningún niño vivo
por parte de ellos. Donald y Angus no eran poco amables con Maire, exactamente…
negligentes sería una mejor palabra. Por eso pasó tanto tiempo con la vieja bruja,
Cailleach.
Rurik se encogió de hombros. La vida era difícil. Muchos hombres de muchas tierras
trataban a sus mujeres así, aunque los amigos de Rurik no lo hacían, y consideraba sus
hogares más agradables como resultado.
—¿Y su marido? ¿No la apreció él, como los novios recién casados suelen hacer?
—¡Humph! Kenneth trató a nuestro Maire a patadas. El hombre tenía una mala boca, y
la golpeó de vez en cuando, lo hizo.
Rurik se erizó con el ultraje.
—¿La golpeó? ¿Cómo de mal?
—No tan mal. Muchas contusiones, ojos ennegrecidos y labios partidos, por
supuesto…
¿Por supuesto? ¿Por supuesto? ¡No hay ningún curso natural en eso!
—…pero ningún hueso roto… bien, excepto aquel tiempo que su brazo se rompió,
pero afirmó que cayó rodando por la escalera. Estaba tratando sin duda de proteger a su
marido de los miembros enfurecidos del clan, pero tuvimos que aceptar su palabra.
Rurik apretó y aflojó sus puños varias veces para calmarse. Sabía que era bastante
común que un hombre golpeara a su esposa, sobre todo si era provocado, pero sintió una
furia salvaje en vista del maltrato de Maire.
—Pensé… bien, Maire habló de su próximo matrimonio como una unión por amor. De
todos modos, así es como lo recuerdo, aunque la última vez que nos encontramos fue hace
cinco años.
Viejo John sacudió su cabeza.
—Kenneth no era ciertamente un mal tipo antes de la boda… de la misma índole que
su diabólico hermano mayor. Pero cambió. No sólo en su actitud hacia Maire, sino hacia
las tierras Campbell y nuestro clan entero, cuyo nombre había jurado tomar antes de la
ceremonia. Algunas personas dijeron entonces que su amargura fue causada por… —Viejo
John dejó de hablar, como si hubiese dicho demasiado.
—¿Qué? —insistió Rurik, luego lo fulminó con la mirada con el mensaje silencioso
que mejor siguiera o afrontaría las consecuencias.
Viejo John tomó un trago largo de su vaso y luego reveló:
—Algunos dijeron que hubo otro antes de él, si me comprende, y que Kenneth lo
descubrió en la cama nupcial. El himen importa demasiado a los hombres, si me pregunta.
El rumor fue que por la falta de himen, Kenneth se amargó y la castigó a partir de
entonces, de un modo vil, cuando estaba de mal humor.
Rurik tragó en seco. ¿Habían abusado de Maire debido a su asunto con él? En su país,
las mujeres eran más libres. Oh, un himen era apreciado, cuando se estaba en otras tierras,
sobre todo en la negociación del precio de novia, pero su falta no era por lo general un
problema tan grande… excepto a veces en la unión de familias nobles. Ciertamente, eso
no justificaba las palizas.
Ahora, el adulterio era otro asunto. Había viajado a muchos países donde un marido
tenía el derecho a hacer rapar la cabeza de su esposa por tal ofensa. En un caso, el hombre
incluso había cortado la punta de la nariz de su esposa infiel. Pero daban por lo general a
mujeres solas, y libres más margen.
¡Por el amor de Freyja! ¿Por qué no había dicho nada?
Pero luego, inmediatamente se castigó cuando comprendió que, de un modo, lo hizo.
Por eso lo había instado a llevarla con él, incluso por poco tiempo. Ella sabía cuales serían
las repercusiones.
¿Y cómo le había ayudado? Se había reído.
Cerró sus ojos por un momento cuando la culpa lo abrumó. Toda su vida, desde que
había sido un pequeño muchacho, golpeado y regañado por aquellos más grandes y más
fuerte que él, se había esmerado para no comportarse de una manera parecida con los…
más débiles, y ciertamente las mujeres. Y ahora tendría que vivir con el hecho que había
causado que el mismo dolor fuera infligido a otra persona.
¿Cómo sería capaz de vivir con eso?
¿Cómo podría tener a Maire?
Se aclaró de repente cuando una idea le vino espontáneamente. Poseía un valioso
collar que había sido hecho especialmente por un joyero en la cuidad de Hedeby después
de una expedición de ámbar reciente al Báltico con su amigo, Tykir. Lo había querido
como un regalo de novia para Theta, pero siempre podría encontrar algo más. Sí,
reflexionó, sonriendo interiormente con satisfacción, podía imaginar la cadena de oro y el
pendiente oval de ámbar contra su piel cremosa. Debería esperar probablemente hasta que
estuviera desnuda antes de darle el regalo de agradecimiento. Definitivamente. Desnudo.
—No se preocupe por las viejas heridas. Maire sobrevivió bien a la broma —Viejo
John le dijo acariciándole el antebrazo. Por lo visto, Viejo John había entendido mal la
consternación de Rurik. Pensaba que estaba disgustado por el abuso de una mujer. No
sabía que era mucho más personal que eso—. Además, nosotros los Campbells nos
mantenemos unidos. Hicimos todo lo posible por protegerla de los arrebatos de Kenneth.
Es sorprendente cuántos escondrijos hay en esta pequeña fortaleza. —Sonrió abiertamente
hacia Rurik cuando habló.
De modo que, fue golpeada sólo cuando fue agarrada desprevenida, dedujo,
pareciéndose mucho a sí mismo. Pequeño consuelo, eso. Y había tenido su clan para
protegerla, cuando podían, como él había tenido a Stigand. No se había dado cuenta que
tenían tanto en común.
—Hay algo que quiero decirle—dijo Viejo John entonces. Su cara enrojeció bajo sus
mejillas arrugadas, y eso sorprendió a Rurik poderosamente.
Viejo John no parecía ser un hombre que se avergonzara fácilmente.
Rurik ladeó su cabeza con interés.
—Lo que usted dijo sobre nosotros los Campbells hoy… cuando estaba hablándole al
MacNab… bien, es una cosa buena y poderosa… y digo por todos nosotros cuando digo
que lo apreciamos, y no lo olvidaremos, jamás.
—No era nada, yo… —Comenzó a decir, pero Viejo John levantó la mano vacilante.
Ahora Rurik fue el que sintió que su cara enrojecía—. Quise decir lo que dije, y no quiero
la gratitud de nadie —dijo bruscamente—. Deje que sea el final de ello.
Viejo John sacudió su cabeza.
—Que no se diga otra vez, pero la gratitud es una carga pesada… por ambas partes.
Usted debe saber lo que eso significa, muchacho. —Viejo John lo miraba radiante—. Hay
sólo un modo que podemos reembolsarle por su bondad.
Los vellos se le erizaron. Sabía… acaba de saber… no quería lo que Viejo John estaba
a punto de decirle. De todos modos, su lengua tomó el mando.
—Uhm. ¿A qué exactamente se refiere?
Viejo John hinchó su pecho y sonrió extensamente hacia Rurik.
Rurik se preparó.
—Usted es uno de nosotros ahora, hijo.
—No —exclamó con alarma, aunque no estaba seguro del disparate que el hombre
había dicho—. No lo soy.
—Sí, ahora es un Campbell.
—¡No, no, no!
—¡Sí, sí, sí!
—Pero no me gustan los Escoceses ni siquiera un poco —declaró con un gruñido de
disgusto.
—¿Qué tiene eso que ver? Los Escoceses no somos amantes de los Vikingos, tampoco.
Le lanzó a Viejo John su mirada más feroz.
—Soy un Vikingo, puro y simple.
—Eso puede estar muy bien, pero ahora es un Campbell honorario, también. Votamos.
—¿Quién votó? —exigió.
—Todo los Campbells. Eso es quién. Debería estar orgullosos. Somos un clan antiguo
y respetado.
—No dudo del honor que me hace, pero… —Rurik se frotó los dedos de una mano a
través de la frente fruncida, tratando de encontrar una manera diplomática de safarse de
este último lío.
—¿Votó Maire, también?
Viejo John se rió entre dientes.
—No. Sólo los hombres del clan votan en tales asuntos… es nuestro clan, de todos
modos.
—Apuesto que eso la irritó.
—¿Qué dijo? —preguntó Viejo John, inclinándose más cerca para oír mejor. Era
difícil ser oído sobre el alboroto de los hambrientos Campbells.
—¿Aquél cachorro sucio malhablado suyo votó?
Viejo John afirmó, sin necesidad de preguntar a quien se refería.
—Pequeño Jamie votó contra usted, siento decirlo —informó a Rurik con una cara
triste, luego aclaró, añadiendo—, pero por suerte, ganó por votación.
—Afortunado de mí —refunfuñó Rurik. Esa ridícula noción de Campbells por
adopción había ido bastante lejos. Alomejor era una broma por parte de alguien. De todos
modos, no quiso ofender innecesariamente—. ¡Es un gran homenaje el que usted me hace,
pero debo declinar respetuosamente! Es una tradición Nórdica —mintió él con súbita
inspiración—. No podemos ser adoptados por ningún otro país.
Pero ya era demasiado tarde. Bolthor estaba de pie y aclaraba su garganta, un signo
seguro de que estaba a punto de hablar.
Rurik puso sus codos en la mesa y su cara en sus manos. Dios debía estarlo castigando
por alguna fechoría. Una grande.
—Esta es la saga de Rurik el Mayor —retumbó Bolthor.
—¡Mayor que qué? —preguntó Joven John hacia arriba a Murdoc en la mesa desde
debajo de la tarima.
—Condenado si lo sé —contestó Murdoc—. Los Hombres del Norte son un terreno
marchito, si me preguntan. Siempre piensan que son más que cualquier otro en la tierra de
Dios, cuando todos saben que los Escoceses son mejores.
Él y Joven John sonrieron abiertamente el uno al otro.
A Bolthor no le gustaba ser interrumpido cuando creaba; así que comenzó otra vez.
—Esta es la saga de Rurik el Mayor —repitió Bolthor, lanzándoles un ceño de
advertencia a Joven John y Murdoc—. A veces conocido como Rurik el Escocés Vikingo.



¡Infierno… y Valhala…!
Había una vez un Vikingo,
Qué llegó a ser un escocés,
Qué aprendió a adorar el haggis,
Y soplar las gaitas.
Ahora el Vikingo lleva puesto un plaid,
Y las muchachas quieren saber,
Cuando el viento sople,
Si el culo que va a mostrar,
Será escocés…
¿O Nórdico?



Rurik nunca conseguiría que se olvidara esta saga. Era peor que la aventura de la anguila
subiendo por el vestido de Alinor, peor que cuando la oveja de Alinor los siguió a él y sus
Vikingos a través de Northumbria, peor incluso que cuando fue agarrado en el harén de un
sultán, no con una ni dos sino con cinco de sus esposas. Esperaba incluso que sus amigos
Tykir y Eirik la oyeran, junto con sus respectivas mujeres, Alinor y Eadyth.
Esperaba incluso que sus compañeros en la Corte Nórdica la oyeran.
Esperaba incluso que su novia la oyera.
Esperaba incluso que su padre por matrimonio la oyera.
Pero lo peor estaba por venir todavía, estaba ya a punto, ya que cuándo Bolthor
terminó, el Salón repitió con un clamor resonante:
—¡Viva Rurik Campbell!



Maire finalmente se sentó al lado de Rurik en la mesa alta, ya que él se lo sugirió. Bien, no
sugerir exactamente… más bien tomarla del brazo y susurrarle en su oído:
—Ven conmigo, muchacha.
Lo primero que hizo fue tomar un sorbo largo de uisge-beatha y murmuró con
apreciación cuando miró fijamente su vaso:
—¡Aaah! Justo algo para el final de un largo día en las Highland.
Obviamente, su cuerpo estaba más acostumbrado a la poción ardiente que el suyo, ya
que no se estremeció al primer sorbo, como él solía hacer.
—¿Por qué tienes tu trenza enredada? —preguntó entonces—. Tienes una expresión
tan encendida en tu cara. Espero ver el humo a punto de salir de tus oídos.
—Oooh, tu lengua supera tu sentido común, milady. Te diré por qué mi trenza está
enredada. Soy un Vikingo. He sido un Vikingo toda mi vida. Me gusta ser un Vikingo.
Seré un Vikingo hasta el día que muera. Ser Vikingo es una cosa buena. Vikingo, Vikingo,
Vikingo. Eso es quién soy.
—¿Te gusta ser un Vikingo? —preguntó con sorpresa. Luego—, ¿cuál es tu punto?
Él hizo un ruido bajo, como un gruñido ante su pregunta.
—Mi punto —dijo, moviendo un dedo en su cara—, es que rechazo ser un maldito
Escocés, adoptado o de otro modo. Tu gente no tenía ningún derecho de darme el nombre
Campbell sin mi permiso. Esto me ha condenado a la humillación. Nunca conseguiré que
se olvide.
—Oh, eso. —Agitó una mano desdeñosamente.
Le gustaría agitar una mano desdeñosamente en ella, directamente en sus nalgas.
Quizás él… más tarde.
—¿Qué quieres que yo haga?
—Anúlalo.
—¿Yo? No puedo hacer eso. Además, es un honor… no uno que yo te concedería
necesariamente, pero…
—Realmente me haces enojar, Maire. Y, creo, que no quieres hacerme enojar…
especialmente cuando todavía no hemos comenzado tu «castigo».
Ella movió su mano en esa manera desdeñosa otra vez, como si dijera—, ¡ah, eso!—
Realmente, la mujer tentaba al diablo cuando se comportaba tan frívolamente. ¿No
reconocía que su tiempo de pagar se acercaba rápidamente? Pero entonces puso una mano
sobre su antebrazo, su cara se suavizó, y sus ojos se humedecieron.
Y su cólera se derritió, junto con sus huesos.
—Gracias, Rurik.
Él trató de volver a llamar su cólera, fue en vano.
—¿Por qué? —se quejó.
—Hablaste a favor de los miembros de mi clan. Les regresaste su orgullo. Eres mejor
hombre de lo que alguna vez pensé…
Arqueó una ceja ante su inacabado comentario.
—¿Que alguna vez pensaste que un Vikingo podría ser? ¿O sólo yo?
Ella se encogió de hombros.
—Sólo quiero que sepas esto… mañana, en una semana, o incluso en una hora,
volveré probablemente a pensar que eres un sapo Nórdico. Pero durante un momento,
cuando te resististe al MacNab en mi patio interior y elogiaste a los miembros de mi
clan… bien, eras el mejor hombre que he conocido alguna vez en mi vida.
—La humildad no te va, Maire.
—Aprécialo mientras dure, Vikingo —respondió con una sonrisa decidida.
Rurik aborreció y saboreó su elogio al mismo tiempo. ¡Por las Rodillas de Thor!
Apenas podía hablar por el nudo en la garganta. De este modo, todo que dijo fue:
—Gracias. —Pero después se relajó, le echó una mirada deliberadamente provocativa,
y preguntó—, ¿significa que me agradecerás de otras maneras más tarde?
Ella se rió alegremente, un sonido melodioso de alegría espontánea, que hizo que su
corazón se ampliara del modo más alarmante.
—Nunca te rindes, ¿verdad?
—Nunca —dijo—. Es la segunda mejor cosa de un Vikingo.
Ella se rió otra vez.
—¿Y la primera mejor cosa?
—Aaaah, esa la averiguarás más tarde esta noche.



Finalmente, finalmente, finalmente, el banquete estaba a punto de comenzar.
Maire no podía recordar la última vez que habían tenido un banquete en Beinne
Breagha. De modo qué, aunque personalmente no sintiera ninguna necesidad de tener uno
ahora, era difícil negarle a su gente este pequeño placer. Su vida había sido tan horrible
por tanto tiempo. Incluso un respiro temporal del peligro era un motivo para divertirse.
No podía culparlos por querer honrar al guapo sapo a su lado, tampoco. Nadie había
estado más sorprendido, o conmovido, que ella hoy cuando había traído de vuelta el
orgullo a los miembros de su clan, con unas pocas palabras de elogio.
Por supuesto, él exprimiría esa generosidad por todo lo que valía, como evidenciaban
sus insinuaciones acerca de la noche por venir. Sólo bromeaba, por supuesto.
Lo esperaba.
¿O no?
Por supuesto, lo esperaba.
¡Aaarrgh!
El hombre la seducía con sus pecadoras habilidades de seducción. Realmente, el
pícaro podría encantar a las plumas de un ganso si se le cruzara por su mente. Puso una
mano en la marca de amor en su cuello y recordó, detalladamente, como casi había
sucumbido a sus encantos esa tarde. Esa debilidad femenina tenía que parar… por el bien
de su hijo, así como por su propio bienestar. Con una sacudida enérgica de cabeza, regresó
sus pensamientos al presente.
Nessa condujo la procesión de criadas y criados de la cocina hacia el Salón, llevando
las fuentes y platos para la tardía comida. Tenía prioridad en el enorme tajadero de madera
que llevaba en sus brazos extendidos, la maravillosa delicadeza escocesa, haggis, que se
encontró con aplausos de apreciación por los miembros de su clan. Los extranjeros en
Escocia se sentían inclinados a burlarse del haggis, pero realmente era delicioso, aunque
era verdad que es un gusto adquirido. El corazón, el hígado, y los pulmones de una oveja
eran molidos y mezclado con grasa, cebolla, avena, y condimentos, luego metido en una
bolsa hecha del estómago de las ovejas, era hervido lentamente durante un día entero.
Sería cortado y porcionado para que todos pudieran degustar este apreciado plato de las
Highland.
Echó un vistazo de un lado a otro y vio que Rurik y sus compañeros Vikingos sentados
en la mesa alta miraban boquiabiertos el haggis, sus caras un poco verde y articulando por
su boca. Sus vientres, que habían estado emitiendo gruñidos audibles de hambre sólo unos
momentos antes, de repente dejaron de retumbar.
—He perdido el apetito —declaró Rurik, y todos sus amigos cabecearon en acuerdo.
—Es el haggis más grande que he visto alguna vez —dijo Bolthor, su ojo bueno
abierto de par en par de asombro. Murmuraba ya algo que indicaba que no podía encontrar
completamente el título correcto para su nueva saga; «Cómo Amar a un Haggis», «Por qué
los Dioses Hicieron Haggis, los Sajones, Mujeres Feas, y Otras Cosas Deplorables», o
«Cien Motivos de Odiar un Haggis».
—No comeré nada de eso —declaró Toste, su barbilla con hoyuelo se levantó alto, su
boca por lo general sonriente cambió de rumbo. Maire no tenía ni idea donde Vagn había
desaparecido a… probablemente nada bueno con Inghinn, la hija de Fergus el Pastor.
—Es sólo una salchicha… mezclada —dijo Maire bajo la mesa a Toste.
—¡Hah! —contestó Toste—. Una salchicha suficientemente grande para un gigante.
—Quizás la probaré —dijo Stigand, tratando de ser cortés.
Maire se rió del berserker grande.
—Quizás esta vez no vomite —añadió Stigand.
La sonrisa de Maire desapareció.
Por suerte para ellos, había otras comida para traer después, también. ¡[11]Eglefino
ahumado, o asado, arenque cubierto de avena, [12]sheepshead y morcillas, pierna de
cordero, un caldo escocés grueso hecho con trozos de carne de cordero, cebada, y
verduras, un gallo campechano hecho sopa, y nabos —¡ah, Señor, siempre había nabos!—
hervidos, asados, batidos, y escalfados. Desde su encarcelamiento en la jaula, Maire había
desarrollado una verdadera repugnancia por aquella prolífica verdura escocesa, el nabo.
Pero, esperen, aquí venía el final de la procesión. Cuatro jóvenes guardias del castillo
llevaban una bandeja provisional hecha de una pequeña puerta desechada. Encima se
sentaba lo que era una rareza en muchos hogares escoceses, cerdo de cría asado.
—¡Aaaaaaahhhhh! —fue el suspiro comunal de placer oído alrededor del Salón ante la
vista y el olor de este superior convite. Pero de repente hubo un fuerte rugido.
Todos giraron como uno para mirar fijamente a Stigand, quién contemplaba al cerdo
asado como si fuese uno de sus niños el que había sido puesto en el horno. Tiraba de su
pelo como un hombre salvaje, sus ojos giraban y un bramido de un oso enfurecido salía de
su boca abierta de par en par.
—No ponga su barba en una llama, mi amigo —advirtió Viejo John, con su frente
arrugada por la perplejidad.
Rurik acudió hacia su camarada y trató de calmarlo con palabras extrañas.
—Ya pasó, mi amigo. Ya pasó. No es Pulgar-Mordedor. Ya pasó.
Pero Stigand no fue aplacado. Con una última mirada de angustia hacia el cerdo asado,
huyó del Gran Salón hacia el patio exterior. En la distancia, podían oírse sus gritos como
un gemido largo, persistente.
—¿Lo seguimos? —preguntaron Bolthor y Toste a Rurik.
Él sacudió su cabeza.
—No. Necesita estar solo. Su rabia es efímera. Pronto volverá, solo.
—¿Qué fue eso?—Maire preguntó a Rurik finalmente, después de que todos se habían
sentado y había comenzado a comer.
Rurik comió vorazmente una buena cantidad de alimento… ninguno de ellos haggis…
antes de que le prestara su completa atención. Sonrió… un ejercicio lento, cargado de
sexualidad… y levantó una mano para acariciar las puntas de su pelo que se había secado
lamentablemente en una masa de rizos pasados de moda. Debería haberlo retirado en una
trenza o un nudo en su nuca mientras estaba todavía mojado.
—Es cómo la seda —murmuró él, tirando un hilo, luego sonriendo cuando se enrolló
directamente en su espalda.
Ella aplastó sus dedos pecadores alejándolos.
—¿No me oyes? ¿Te pregunté qué está mal con Stigand?
Su cara traviesa inmediatamente se tornó sombría, y le relató una historia condensado
de la infancia que Stigand y él habían compartido en alguna granja de credos en Noruega.
—Pensé que dijiste… o yo había oído… que eras noble de nacimiento.
Él se encogió de hombros, y contó una historia igualmente absurda de ser abandonado
al nacer porque había nacido débil y de tamaño insuficiente.
—¿Tú?
—Yo.
Un pequeño tic se formó en su tensa mandíbula.
—¡Aja! Me contaste toda esa historia para ganarte mi compasión. Bien, no me
engañan tan fácilmente.
—Me ofendo por tu difamación. ¿Piensas que quiero tu compasión? —El tic se hizo
incluso más rápido ahora, y sus fríos ojos azules resplandecieron hacia ella.
—Pienso que harías cualquier cosa para llevarme a tu cama, Vikingo.
Él sonrió abiertamente hacia ella.
—Que desconfiada.
—Y controla tus manos errantes, o puedes perder un dedo o dos con mi puñal.—Sacó
su palma de su muslo superior, donde se había arrastrado de alguna manera, y señaló al
pequeño cuchillo envainado en su cinturón.
—Oh, estarás en las pieles de mi cama, atraída o no. Es un hecho, milady. Tu orgullo
es grande, pero mi determinación es mayor.
—¿Son todos los Escandinavos tan frustrantes como tú?
—Sin duda. —Con esto, tiró del extremo de su cinturón y la acercó… tanto que ella
podía oler el jabón con el que se había bañado y la ramita de menta que había masticado
—. Esa es la tercera mejor cosa sobre nosotros los Vikingos. Nuestras ilusiones. —Movió
sus cejas hacia ella, como si las ilusiones fueran un maravilloso atributo.
El hombre estaba medio loco.
—¿No sabes lo qué tu hijo me hizo esta víspera?
—¿Qué? —La alarma cruzó la cara de Maire… una reacción demasiado extrema para
su simple comentario.
—Puso renacuajos muertos en mis botas. Los descubrí después de mi baño en el lago.
—¿Las mismas botas en las cuales el gato se orinó?
—No, otro par. Tiré las botas manchadas en el muladar.
—Desechaste un par absolutamente bueno de botas sólo porque…—Maire se sintió
atontada por el desecho, pero decidió guardarse sus pensamientos y cambió de tema—.
¿Renacuajos?, hmmm ¿Pequeño Jamie hizo eso? ¿Cómo sabes que fue él?
—Porque había pelo de gato por todos lados… pelos de gato negro sarnoso.
Dondequiera que tu hijo vaya, ese gato está cerca.
En vez de buscar excusas por su muchacho, o reclamar que podría haber sido alguien
más, Maire prometió:
—Me aseguraré que no haya otra repetición.
Él afirmó con la cabeza.
—Por cierto, ¿de dónde vino aquel cerdo de cría de todos modos? No vi ninguna
pocilga en tu fortaleza. Muchas ovejas, pero no cerdos.
—Oh, es un cerdo MacNab.
Asustado, se ahogó con un pedazo de pan blanco. Ella lo golpeó con fuerza en la
espalda. Finalmente, preguntó:
—¿Le robaste al MacNab? ¿Con toda la animosidad que ya existe entre sus clanes, lo
provocaste aún más robándole?
—No es un robo —dijo, como si él le hubiese lanzado un gran insulto—. Los
miembros del clan simplemente practicaron el pillaje, y los MacNabs tienen cuarenta y
ocho cerdos para ahorrar. Todos los Escoceses practican un poco de pillaje de vez en
cuando. Es una parte de nuestro estilo de vida. Lo esperamos el uno del otro.
—¿Cómo un Escandinavo que va por un Vikingo?
Ella apretó sus labios ante la desaprobación de su comparación.
—Adoro tus labios —dijo él de repente.
Ella había estado mordisqueando un pedazo de haggis y una rebanada de pastel de
avena cuando le lanzó aquel comentario seductor. Comenzó a ahogarse y tuvo que tomar
un trago de uisge-beatha para calmarse.
—¿Qué hay para adorar en los labios? Ellos simplemente sostienen los dientes en la
boca e impiden a la lengua repantigarse. —Maire se complació bastante con su descarada
réplica, pero no por mucho tiempo.
—Maire, Maire, Maire —dijo Rurik con una voz pecadoramente ronca—. La mejor
cosa sobre la boca de una mujer… sobre su boca… es el modo que cede y devuelve
buenos besos a un hombre, o el modo que se aprieta contra los oídos de su amante y
susurra estímulos eróticos… —Mencionó unos cuantos que la dejaron farfullando y
bebiendo otra vez, tan pervertidos que estuvo cerca de desmayarse—. O el modo que
rozan sobre el vello del pecho de un hombre hacia abajo por delante de su ombligo, o el
modo que toman en su boca… —Lo que dijo entonces estaba incluso más allá de la
experiencia de Maire y su imaginación, que sólo se quedó boquiabierta, muda y
boquiabierta.
Con una risa, puso un índice bajo su barbilla, y cerró su boca por ella, pero no antes de
presionar un beso rápido allí.
—Yo nunca haría eso.
Él arqueó una ceja hacia ella.
—Veremos.
—¡Nunca!
—Veremos —repitió él. Luego—, pero en cuanto a Stigand, te digo la verdad, fuimos
recogidos por un pastor de cerdos y su esposa, Hervor, la bruja más malvado de ese lado
del Hel. Stigand era mi único amigo, y Pulgar-Mordedor era su único amigo… hasta que
la malvada Hervor lo descubrió jugando con el cerdito una mañana. Al día siguiente, nos
sirvió a Pulgar-Mordedor para nuestra cena… la primera carne que habíamos tenido en
muchos meses. Después de terminar de vomitar el contenido entero de su estómago,
Stigand se escapó, y no lo volví a ver otra vez hasta hace tres años cuando se unió a mi
grupo.
El corazón de Maire se rompió por la imagen de dos muchachos huérfanos
inadaptados. Había mucho que reflexionar en lo que Rurik le había revelado, y en lo que
no había dicho también. Tendría que hablar con Stigand más tarde para recoger más de los
detalles ausentes. Su corazón se desbordó por el pequeño muchacho que Rurik había sido.
Antes de que pudiera decir algo, sin embargo, hubo un grito ahogado detrás de ella, y
comprendió que Nessa había estado escuchando a escondidas su conversación. Dejó caer
los tajaderos sucios que había estado juntando y gritó:
—Oh, que pobre hombre, pobre. De pequeñito ha sufrido tanto.
Maire creyó que se refería a Rurik y se preparó para su enojada reacción ante cualquier
signo de compasión. Pero pronto se hizo claro que no era Rurik, sino Stigand, quién había
conmovido a Nessa, por que ya avanzaba a través del Salón, cacareando y tsk-tsk, y hacia
el patio exterior para consolar al berserker.
Rurik la miró.
Ella lo miró.
Entonces ambos se echaron a reír.
—Dios ayude a la pobre Nessa si trata de acercarse a Stigand en una de sus rabietas.
Es capaz de cortarle la cabeza. ¿Debería ir a ayudarla?
Maire sacudió su cabeza. El Vikingo no conocía a Nessa cuando sus sensibilidades
interiores habían sido ultrajadas.
—Dios ayude al berserker.
7

—¿YA saben que el orgasmo de un cerdo dura media hora? —La pregunta de
Stigand fue seguida de un fuerte eructo cuando sonrió abiertamente hacia los que estaban
alrededor de él.
Maire se complació de que Nessa hubiese sido capaz de traer Stigand de regreso al
Gran Salón, pero su comentario ahora la hacía preguntarse como de sabia había sido la
decisión.
Todos en la mesa principal se echaron a reír con el berserker, quien, desde que había
vuelto al Salón, había bebido una cantidad enorme de ale, después de que Nessa había
cortado su suministro de uisge-beatha, y eso después de consumir bastante alimento para
llenar el estómago de un oso antes de la hibernación. Incitado por Nessa, que se cernió
sobre él como una mamá gallina —o una devota amante— había comido hasta algo de
haggis, y no vomitó siquiera.
—¡Blindfuller! —Rurik comentó con una mueca pesarosa hacia su amigo—.
¡Borracho como un señor!
Pero incluso Rurik no podía dejar de participar en la alegría que estallaba alrededor.
Todos se reían. Excepto Maire.
—¿Qué es un or-gas?
Como uno, cada hombre en la mesa se inclinó, girando desde derecha e izquierda, a
contemplar a Maire. Lentamente las sonrisas se arrastraron sobre todos los labios, y luego
sus ojos giraron hacia Rurik para proporcionar la respuesta.
—¿No le hiciste un or-gas a ella? —preguntó Stigand a Rurik incrédulamente—. Sí
siempre dabas la impresión de ser un gran amante.
Maire no tenía ni idea que era or-gas-mo, pero por lo visto todos los hombres de Rurik
sabían que se había liado con ella en el pasado.
—¿Or-gas? ¿Or-gas? ¿Qué tipo de palabra es esa? —tartamudeó Rurik.
—Es lo que los Vikingos talentosos hacen para llevar a sus mujeres al orgasmo,—
explicó Toste a Rurik como si él fuera un imbécil. Sus labios se movieron nerviosamente
con una sonrisa suprimida mientras hablaba.
Rurik avanzó a través de Bolthor y aplastó a Toste. El tonto sólo se rió. Entonces
Rurik se dio la vuelta.
—¿No tuviste un orgasmo? —Rurik le preguntó con voz de muchacho herido.
—¿Cómo lo sabría? No sé ni siquiera que es un or-gas.
Rurik no pareció oírla cuando se frotó la nuca pensativamente. Uno pensaría que lo
había acusado de algún gran mal.
—Quizás bebí demasiado aguamiel esa noche —sugirió él.
Stigand lanzó un resoplido de desacuerdo.
—Por otra parte, quizás había luna llena, o una frialdad en el aire.
—O un perro que ladraba para distraerlo —se rió Vagn.
—Sí, el perro de Rurik, Bestia, sin duda ladraba porque tenía que ir al aire libre a
orinar y Rurik perdió su concentración. En esencia, la vejiga del perro fue la culpable.
Toste se agachó riendo y apretándose el vientre.
—Alomejor sus braies estaban demasiado apretados. Esa es una excusa tan buena
como otra. Recuerdo un tiempo que Olf the [13]Fat afirmó que su mecha era débil debido
a un corte de pelo demasiado corto.
—¡No, no, no! Sé qué fue. El hechizo que marcó la cara de Rurik se movió un poco
más abajo, —ofreció Bolthor—. ¿Estás seguro que tu lirio no es azul, Rurik?
¿Lirio? ¿Qué lirio?
Todo el tiempo que los amigos de Rurik lo molestaron, el ceño fruncido en su frente se
hizo más profundo y más profundo.
—Por lo que parece, en algunas cosas, Rurik el Mayor no es tan grande —comentó
Bolthor con una sonrisita.
Rurik avanzó a través de Maire y ahora fue a Bolthor que aplastó, pero, como Toste, el
mentecato gigantesco sólo se rió. Ahora el profundo ceño fruncido de Rurik fue
acompañado por un continuo gruñido de irritación.
—¿Alguien por favor me dice que es un or-gas? —Maire prácticamente gritó sobre las
quejas de Rurik y la risa de sus amigos.
—¿Qué tipo de pregunta es esa? —farfulló Rurik, finalmente pareciendo oírla—.No es
algo para conversar en la cena, y ciertamente no para los oídos de una dama.
—Todo lo que pregunté fue… ¿qué es un or-gas?
—Uhm, uh, el orgasmo se refiere al período de éxtasis durante el acto sexual —afirmó
Rurik con la cabeza como si estuviese muy satisfecho por la respuesta que le había
proporcionado. Cuando contempló a sus compañeros, ellos afirmaron con la cabeza
también. Rurik limpió su ceja con un antebrazo y añadió:
—¡[14]Whew!
Bien, podría sentirse aliviado, pero ella todavía estaba aturdida.



—¿Éxtasis? ¿Qué éxtasis? ¿Así como el éxtasis religioso cuándo los fanáticos entran en
un ataque y sus ojos giran hacia arriba?
—Podría decirse así —dijo Toste—. A veces mis ojos tienden realmente a rodar.—Sus
labios se retorcieron con maldad mientras hablaba.
—Y mis miembros se ha sabido entran en temblores —añadió Vagn, sosteniendo su
vientre para aliviar el ataque de risa que tenía.
—Pero no hay nada religioso en lo que cualquiera de ustedes hacen —indicó Bolthor a
los gemelos. Él también se reía.
—El período de éxtasis —le explicó Rurik con una voz estrangulada—, es lo mismo
que cuando se alcanza el punto máximo.
—¿Alcanzar el punto máximo?—Ella frunció el ceño—. ¿Cómo un pico de un
montaña?
—No, no como un pico de una montaña. —Él sacudió su cabeza con incredulidad,
como si fuera una niña estúpida—. Bien, en cierto modo, como subir una montaña,
alcanzando la cima, luego caer deliciosamente hacia abajo, abajo, abajo, abajo.
Todos los amigos Vikingos de Rurik, y Viejo John, también, lo saludaron
elegantemente por su explicación probablemente brillante.
—¿Y, en tu mente, hay éxtasis cuando caes de una montaña? ¿Y los cerdos hacen eso
de caer durante media hora?—Ella dio vueltas a aquellas tonterías durante sólo medio
segundo antes de pronunciar—, me parece que todos los hombres deben estar locos si
siguen esa lógica.
El color brillante comenzó a inundar la cara de Rurik. Aunque se hubiera liado con
Rurik sólo una vez, debía estar avergonzado de que ella no hubiese experimentado este
asunto de caer de una montaña con él.
De repente, entendió.
—Oh, ¿quiere decir el momento cuándo un hombre se baja los pantalones, gruñe y
dice, «Dulce Jesús, hay viene, hay viene, hay viene»?
—Ese sería el momento —comentó Rurik con sequedad.
—Hay momentos en que doy gracias a Dios por no ser hombre.
—Las mujeres tienen orgasmos, también —dijo Rurik defensivamente, con voz baja.
—Ellas… nunca… lo hacen —replicó con pasión.
—Sí, lo hacen, Maire —le dijo, y la mirada que ardía en sus ojos mantenía una
promesa para el futuro. Maire estaba casi segura que le enviaba una promesa silenciosa —
¿o era una advertencia?— que ella, también, caería de una montaña. Y pronto. Se
esmeraría en esa tarea como un caballero en una búsqueda.
—Esta es la saga de Rurik el Mayor —comenzó Bolthor.
Un gemido comunal sonó de arriba abajo por la mesa alta.
—Su título es «Hombres Vikingos y Cerdos Patanes». —Emitió, y todos mostraron
interés. Excepto Rurik.
—No te atrevas a formar una saga que conecte mi nombre a cerdos y sexo —pidió
Rurik con un gruñido—. O puedes muy bien encontrarte golpeado como una pulpa de
gachas de cerdo.
Bolthor no se encogió, pero, a su favor, pareció contemplar la advertencia de Rurik.
Entonces comenzó su saga otra vez.
—Esta es la historia de Stigand el Loco…
Con un profundo rugido, Stigand se paró, cogió a Bolthor y lo levantó con sus grandes
manos fuertes por su pecho e ingle —no una pequeña hazaña, considerando que eran del
mismo tamaño gigantesco—, luego lo tiró a los juncos debajo de la tarima. Cuando
Bolthor estuvo de pie, riéndose e ileso, ajustó su parche del ojo y limpió la paja de sus
pantalones de tartán. Apenas hizo caso de Stigand, quién todavía embestía.
—No me unirás con el sexo de cerdo, tampoco, poeta imbécil. ¿Por qué no hablas de
guerras y tales empresas nobles, y dejas a los hombres buenos en paz?
Después de que todos dejaron de reírse, Maire trajo a colación el asunto que habían
estado hablando antes de que hubieran sido interrumpidos por los esfuerzos poéticos de
Bolthor.
—Volviendo a esa tontería de éxtasis, si me imaginas teniendo esos ataques para ti,
eres más chiflado de lo que pensé al principio.
Él se rió de ella.
—No sólo te causaré esos «ataques», incluso podrías tener múltiples «ataques».
Era una imagen que no la abandonaría el resto de la tarde.



Otra hora había pasado, y el clan Campbell todavía se divertía.
Maire bostezó extensamente y lamentaba no poder irse a la cama. Había sido un largo
día, excediéndose recientemente con una interpretación de laúd por Inghinn, la hija del
pastor, una canción indecente cantada por los gemelos, Vagn y Toste, un juego de gaitas
por Murdoc que trajo lágrimas a los ojos de muchos en el Salón, y dos sagas entregadas
por Bolthor, un sobre la Batalla de Brunanburh, donde el padre de Maire había muerto
años atrás, y una historia enormemente graciosa sobre Rurik y una bruja falsa que había
puesto una piel de anguila a su vestido para asustarlo al creer que tenía una cola.
¿Realmente había hecho Rurik una fortuna en un tiempo vendiendo cruces de madera y
agua bendita para rechazar a las brujas?
Golpeando la mesa con su vaso para atraer la atención, Maire anunció:
—Es tiempo de terminar el banquete. Sé que mañana es sábado, y su carga de trabajo
no es tan grande, pero algunos se caen dormimos a nuestros pies.
—¡No, no, no! —gritó la muchedumbre en desacuerdo—. Un entretenimiento más.
Maire cayó en su asiento rendida. Era superada en número por un clan que había
estado demasiado tiempo privado de la alegría. ¡Oh, bien! Que tengan una interpretación
más entonces.
La gente miraba aquí y allá para descubrir quién proporcionaría la siguiente
exposición de talento, pero nadie se ofreció. Alguien del fondo del Salón gritó:
—¿Y una de las hazañas de brujería de nuestra señora? ¿Una levitación, quizás?
Los hombros de Maire, que habían caído por el agotamiento, inmediatamente se
enderezaron.
—No, no seré parte de su entretenimiento. No es eso lo que las brujas hacen. —
Realmente, las levitaciones eran uno de los pocos rituales de brujería que era capaz de
realizar de vez en cuando.
—Usted hizo subir al toro de Lacklan al aire cuando trató de agarrar a la vaca de
Fenella, y estábamos todos mirando entonces —el mismo hombre dijo. Era Dougal, el
herrero.
—¡No! Encuentren a alguien más. Estoy demasiado cansada.
Rurik se levantó a su lado y puso un brazo sobre su hombro, como compañerismo,
pero no había nada sociable en los ojos azules centellantes del pícaro. Alejó su brazo,
luego escuchó con asombro mientras decía a la muchedumbre:
—Tengan compasión de su señora y dejen que vaya a acostarse. ¿No pueden ver que
está levantada desde el alba y necesita acostarse en las pieles de su cama?
Maire no poseía pieles de cama. Las únicas pieles de cama en su cama era Rurik. Y,
tardíamente, notó que él nunca había mencionado dormir cuando se refirió a irse a su
cámara. Le lanzó una mirada, y él tuvo el descaro de guiñarle un ojo.
Los miembros de su clan parecieron tenerle compasión entonces, e hicieron sonidos de
tsk-tsk de simpatía. Incluso Dougal tuvo la gracia de esquivar su cabeza con vergüenza.
Maire dijo una palabra grosera entre sí, una que casi nunca usaba a menos que fuera
inmensamente provocada. La provocaron inmensamente ahora. Con otra obscenidad, éste
dirigido al sapo que sonreía con satisfacción a su lado, pisó fuerte al final de la tarima y
bajó la corta escalera.
—Tráeme aquella cría de cerdo —pidió al cocinero, que estaba de pie en la entrada de
la cocina, lejos al lado del Gran Salón. Y dijo a Stigand—, no te atrevas a perder los
estribos otra vez. No es tu animal doméstico, por el amor del cielo.
Pronto el disco con el cerdo asado, que no había sido todavía cortado, gracias a la
reacción exageradamente salvaje de Stigand, fue puesto en una pequeña mesa delante de
ella. Los Vikingos habían bajado de la tarima y los miembros de su clan se reunieron
detrás de ella, todos formando un gran círculo.
Antes de comenzar, lanzó una mirada deslumbrante a Rurik.
Él le lanzó una sonrisa.
¡El patán!
Maire se paró frente al este, con sus piernas ligeramente apartadas, como Cailleach le
había enseñado. Cerrando sus ojos, inhaló profundamente y trató de sentirse como una con
la tierra y todas sus energías. Con sus ojos todavía cerrados, dejó que todos los colores de
la naturaleza la llenasen… en su cabeza, las yemas del dedo, abajo hacia sus dedos del pie.
Cuando sintió que su cuerpo estaba bastante concentrado, con sus pies firmemente
plantados en el suelo recién cubierto con juncos, abrió sus párpados pesados y levantó su
bastón por encima de su cabeza con ambos brazos extendidos. ¡Dirigiéndose a la cría de
cerdo, entonó todas las palabras rituales en su gaélico original, luego pidió:
—¡Subid! ¡Elévate ahora!
No pasó nada.
Esta vez, repitió el cántico gaélico, luego bajó su bastón, señaló al cerdo, y pidió:
—¡Subid!
Otra vez, no pasó nada.
Concentración. Tenía que concentrarse mejor. Después de concentrarse ella misma esta
vez, paseó tres veces, hacia la plataforma y en dirección del sol, o del este hacia el sur y
hacia el oeste, dentro del círculo de gente, sosteniendo el bastón en ambas manos sobre su
cabeza mientras caminaba. El cántico gaélico pareció áspero a sus oídos en el silencio del
Gran Salón. La energía fluía prácticamente de los poros del cuerpo de Maire cuándo gritó
al cerdo esta vez:
—¡Subid! ¡Maldición! ¡Elévate!
Otra vez, el cerdo sólo miró fijamente detrás de ella, inmóvil, a través de sus ojos
acuosos.
Completamente disgustada con ella misma, giró hacia la muchedumbre y dijo:
—Lo siento. No resultó.
Como uno, todos los hombres en el cuarto le dijeron:
—Sí, lo hizo.
—¿¡Eh!?
Maire, las criadas y las mujeres echaron un vistazo alrededor del círculo. El cocinero
colocaba un tajadero de madera estratégicamente delante de su ingle. Muchos de los
hombres habían entrecruzado sus manos sobre sí mismos. Otros estaban encorvados.
Algunos sonreían abiertamente; otros hacían una mueca. Todos estaban con la cara roja,
por entusiasmo o vergüenza, no podía decirlo.
Viejo John fue el que rompió el silencio.
—¡Benditos Santos Apóstoles! Yo no sabía que todavía podía hacer esto. —Él miró
fijamente con asombro una profusión parecida a una tienda de campaña en la unión de sus
pantalones de tartán.
—Yo supe de una hurí Oriental, que podía hacer a un hombre tener una erección a
veinte pasos, sólo chasqueando sus caderas —dijo Toste, con igual asombro—. Pero ella
estaba totalmente desnuda. Y nunca la vi excitar a cuatro docenas de hombres a la vez.
—¿Puedes enseñarle a mi esposa a hacer eso? —preguntó Dougal con esperanza, y
muchos otros hombres intervinieron con—, a la mía, también.
Parecía que el experimento de levitación de Maire había tenido un gran éxito, a fin de
cuentas. El único problema era que había causado que el «cerdo» equivocado subiera.



Maire se veía como si estuviese a punto de llorar.
Rurik había sonreído como todos ante su inepto experimento con un absurdo resultado,
pero ahora reconoció cuánto le afectó su fracaso. Ella obviamente no veía nada gracioso
en un Salón lleno de penes duros como una roca sin ningún sitio donde aliviarse.
Él lo hizo.
Bolthor seguramente también. La expresión soñadora en su cara atestiguaba que ya
pensaba en un verso humorístico.
Maldición, el maldito resto del mundo lo encontraría divertidísimo, también.
Pero no podía dejar de ayudarla, sufriendo tanto. A pesar de toda la humillación que le
había causado, sólo no podía. Sabía demasiado bien como se sentía ser el sujeto de burlas.
No había nada peor en el mundo que sentirse pequeño e inadecuado.
—Ven, Maire —dijo, tomándola suavemente de la mano y alejándola hacia un lado.
Con un movimiento de cabeza, señaló a Stigand que era tiempo de dispersar a la
muchedumbre.
Stigand en ese momento pareció notar la angustia de Maire. Su cara peñascosa fue
suavizada por la compasión, e inmediatamente comenzó a bramar órdenes de dispersarse.
Por lo visto Maire había persuadido al feroz berserker. ¡Hah! Pronto le arrojaría poemas de
alabanza, también.
Rurik dejó caer su mano y le pasó un brazo alrededor de sus hombros, acercándola a
su lado. Con la otra mano, tomó su bastón y lo puso en la mesa. Se dirigió hacia la
escalera donde tenía la intención de meterla en la cama, y acostarse después de ella.
—Soy la peor bruja del mundo —lloriqueó Maire—. Cailleach estaría tan avergonzada
de mí.
—No pienso que seas la peor bruja del mundo —le dijo dulcemente.
—¿A cuántas brujas has conocido? —Su voz se rompió en un sollozo sofocado.
—Unas cuantas —dijo, sus ojos miraban de un lado a otro, evitando el contacto
directo. Sinceramente, Maire era la única bruja que había conocido alguna vez, aparte de
Alinor, quién había resultado no ser una bruja, después de todo—. Hubo una bruja en
Bagdad. Y dos en Córdoba. No puedo contar a cuantas brujas conocí en Noruega; el lugar
está acribillado de viejas arpías… no que tú seas una arpía, sabes. Y una en Gran Bretaña,
por supuesto… una bruja sajona… era de la peor clase de todas.
Rurik podía ser suelto de lengua cuando la ocasión lo ameritaba. Este era uno de
aquellos momentos. No podía dejar de barbullar.
La gente que había estado saliendo del Salón, incluso sus propios Vikingos, se
detuvieron para oír que tonterías soltaba. Y con la mitad de cerebro que le quedaba, siguió
soltándolas.
—Sobre todo me gustó la bruja blanca que bailó desnuda en los bosques. Su aquelarre
entero participó y, Thor Santo, ¡qué vista era! Pechos y nalgas que giraban alrededor…
Maire se paró en seco y lo contempló por un largo momento.
—Mentiroso —exclamó—. Eres tan mentiroso.
Bolthor se llevó una mano a su boca y en un aparte dijo ruidosamente a Rurik:
—Creo que fuiste demasiado lejos con el asunto de los giros.
Stigand tenía una opinión diferente.
—No, fue el baile desnudo. A las brujas les gusta fingir que nadie sabe de esa práctica
lasciva.
Rurik dijo a Bolthor y Stigand que se hicieran algo vulgar a ellos mismos, luego se
giró hacia Maire, enganchando sus pulgares en su cinturón con deliberada informalidad.
—¿Me llamas mentiroso?
Maire miró de derecha a izquierda exageradamente, luego directamente a él.
—Si se parece a un sapo y tiene verrugas como un sapo…
Se apoyó las manos en la cadera. Maldición, sólo había estado tratando de hacerla
sentirse mejor. ¿Cómo había girado las tornas hacia él? Bien, al menos ya no lloraba.
—Supongo que es un rasgo cultural entre los Escandinavos ya que lo haces tan bien —
siguió Maire.
—¿Qué hago tan bien? —Ella lo había perdido en la cosa de cultura.
—Mentir.
Ahora, Bolthor, Stigand, Toste, y Vagn se pusieron rígidos por el insulto.
—Maire, tus palabras hieren profundamente. Mejor ten cuidado a quien insultas.
Stigand tiende a podar primero y pensar después.
Pero Maire no le prestaba atención.
—¿Sabes qué dicen de los Vikingos, verdad?—Realmente, la mujer empujó y empujó.
Si fuera un hombre, ya estaría muerta como un arenque.
Cinco pares de puños se apretaron en ese punto.
—Maire, ten cuidado —advirtió él.
—Cada vez que un Vikingo miente, su… uh, la parte masculina se le encoge.
Cinco mandíbulas masculinas quedaron boquiabiertas por la incredulidad.
Sinceramente, un Salón completo de mandíbulas abiertas. ¿Pero supo Maire detenerse
entonces? No. Sólo siguió parloteando.
—Sí, eso es lo que los viejos proverbios dicen. La parte que los hombres Vikingos
aprecian tanto se encoge y se encoge con cada mentira, hasta que finalmente se parece a
nada más que a una protuberancia pequeñita, y finalmente se cae completamente. —
Mientras ella pontificaba, levantó sus manos para hacer una demostración, las palmas se
acercaban cada vez más hasta que al final aplaudió con sus manos juntas.
Cada hombre se estremeció. Unos cuantos podrían haber gemido.
Ahora había ido demasiado lejos. No debería hacerle caso, pero ningún hombre con
amor propio, podía permitir que su insinuación no fuese comprobada.
—Déjeme ver si entiendo lo que dices. ¿Cada vez que un Vikingo miente, su pene se
cae? —exigió Rurik.
—Finalmente.
Era difícil para Rurik decir si sus ojos por brillaban por la travesura, o algunas
lágrimas residuales. En cualquier caso, esa era la declaración más ridícula que había oído
alguna vez que alguien hiciera.
—Esa es la declaración más ridícula que he oído alguna vez que alguien haya hecho,
—dijo entonces—. ¿Y por qué sólo los hombres Vikingo?
—Debe haber sido una maldición que puso una bruja a los Vikingos que mienten —
conjeturó Maire, agitando una mano alegremente. Y, sí, eso era un centelleo definido en
sus ojos.
—Los vikingos no mienten más que los Escoceses.
—Oh, no sé sobre eso —discrepó Maire—. Por ejemplo, Vagn…
Vagn brincó un pie del suelo al ser nombrado.
—…Cuándo Stigand levantó un brazo delante de ti esta tarde, después del baño, ¿no le
preguntó él si olía? ¿Y no dijiste, «no»?
La cara de Vagn enrojeció.
Stigand lo miró, vio su culpa, levantó su brazo y olió su axila, entonces lo golpeó con
la gran palma al dorso de su cabeza, haciendo a Vagn caerse en los juncos. Luego, aquel
tonto, Vagn, pudo ser visto comprobando dentro de su braies, discretamente, alguna
prueba de encogimiento.
—Y Toste… —Maire llamó al bribón, que trataba de irse sigilosamente del Salón por
la puerta de la cocina con la hija del pastor—. ¿No oí que ayer le decías a Inghinn que
estabas enamorado de ella?
Toste trató de seguir andando, pero Inghinn se detuvo.
—¿Bien? —ella exigió con voz temblorosa—. ¿Mentías?
—Yo… um… bien… no exactamente —dijo Toste—. Yo estaba enamorado de lo que
hacías con tus manos y…
Inghinn le dio una bofetada y se alejó, pero no antes de decir sobre su hombro:
—Ahora que lo mencionas, tu gusano era más pequeño que lo usual.
—No es así. Eso no es así —protestó Toste.
El padre de Inghinn, Fergus, miró a Toste con tal ceño fruncido que daba a entender
que este asunto de liarse con su hija no había terminado, pero por el momento se alejó
rápidamente para aplacar a la sollozante Inghinn.
—Ella sólo nos embroma —Rurik trató de decir a sus compañeros—. Es sólo una
broma.
—Oh, ¿realmente? —dijo Maire—. Bien, he oído que es como lo he dicho, y el único
modo de invertir el fallecimiento de la virilidad es corregir las mentiras. —Entonces se
dirigió a toda la muchedumbre—. Y, ahora que pienso en ello, no estoy tan segura que no
sea verdad en los Escoceses, también.
El pandemónium gobernó. Por todas partes del Gran Salón, los hombres comprobaban
su braies y soltaban negaciones a mentiras previamente dichas.
—Realmente, Mary, no derramé aquella ale. La bebí toda.
—Calma, Collum. Sustituiré la bolsa perdida de la cebada que te cobré.
—Daracha, realmente no me estás satisfaciendo como te dije.
—Siento decirte esto, amor, pero tus nalgas son demasiado grandes.
—Cuando comes haggis, tu aliento apesta hasta el cielo.
—Realmente, no me gusta que lo hagas al revés.
—El pelo en tus piernas es repugnante.
—No limpié el establo cuando dije que lo hice.
—La verdad sea dicha, ese sarpullido en mis partes masculinas realmente no fueron
causados por una caída en un arbusto espinoso.
—Para ser sincero, cuando te pones arriba de mí en el juego amoroso, no puedo
respirar.
—Tus pezones son demasiado grandes.
—Tus pezones son demasiado pequeños.
—No tienes pezones para hablar de ellos.
Rurik puso la cara entre sus manos, tratando de esconder su risa. Era la cosa más
escandalosa que había experimentado alguna vez en toda su vida. Maire podría no ser tan
buena bruja, pero cuando se desquitaba, era la mejor. Finalmente, se limpió las lágrimas
de alegría de sus ojos, y la tomó de la mano, separándola del caos que había creado.
Ella inclinó su cabeza en interrogación.
—Vamos a tu cámara ahora, querida —le informó—. Si tienes suerte, podría dejarle
comprobar si he estado diciendo alguna mentira últimamente.
8

RURIK tomó Maire a la mano y tiró, con fuerza. ¡Quería dejar el Gran Salón… ahora!
La verdad sea dicha, estaba más excitado que un macho cabrío barbudo en una manada
de cabras. Tan fuerte era el instinto de copular que temió terminar dando un salto volador
hacia Maire —¡como una cabra, por el amor de Freyja!— salvo que no tenía cascos
hendidos para romperse si en su caída fallaba en el blanco. Y por el modo que su vida
había estado yendo últimamente, perder su «blanco» era una posibilidad muy cierta.
Maire sin duda no discreparía por lo del casco hendido, sin embargo, ya que siempre
lo comparaba con un engendro del diablo.
¡Aaarrgh! ¿A quién le preocupa si soy una cabra o un diablo? Necesito plantar esta
dura roca que brota de mi ingle en un lugar que esté caliente, húmedo y le dé la
bienvenida, o moriré de deseo.
¿Pero Maire me dará la bienvenida?
¿O estará caliente?
¿O húmeda?
Movió una mano desdeñosamente ante sus propias preguntas internas.
No puedo dar testimonio a su recepción externa, pero estará caliente y mojada, se
prometió. Después de que aquel desafío público a mi masculinidad en cuanto a los
orgasmos, maldito si no me aseguro bien que se quema esta vez… y tan excitada que
podremos muy bien deslizarnos en las pieles de cama. Lo juro… un juramento de sangre a
mí mismo. Mi virilidad está en juego aquí. Realmente, se podría decir que la reputación de
todos los hombres Vikingos está siendo amenazada.
Un pensamiento constante en su cabeza sugirió que quizás estuviera reaccionando de
manera exagerada. Pero otro pensamiento constante le dijo que no pasaba nada en
reaccionar de manera exagerada cuando involucraba a un hombre y su parte del cuerpo
más preciosa.
Rurik intentó arrastrar a Maire del Gran Salón, y, sí, ella se empecinaba, encontrando
una excusa después de otra para detenerse y dirigirse a su gente… discutiendo cosas
importantes como a que hora comenzar la masa del pan al amanecer, cuánto había que
limpiar del banquete todavía esa noche, o quién debería mover con pala los muladares el
amanecer del lunes.
—Deje de tirarme. No soy una niña —se quejó Maire. Estaban en la mitad de la
escalera que conducía al piso superior y su cámara.
Se detuvo repentinamente, y ella chocó de golpe con su espalda. Casi se cayeron, pero
los estabilizó liberando su mano y girándola de modo que su espalda quedó apoyada
contra la pared… y él apoyado contra ella.
Un error, eso.
Un placer, eso.
Demasiado pronto, eso.
Tardíamente recordando sus últimas palabras, se frotó contra ella con un suspiro
atormentador y respiró contra sus labios.
—Una niña es la última cosa que te llamaría, Maire. —Incluso aquella leve fricción de
su excitación contra su vientre, separado por capas de tela, le proporcionó un dolor tan
delicioso… tan intenso que tuvo que cerrar sus ojos y aguantar su respiración, no sea que
se avergonzara… y ella, también.
—No lo hagas, Rurik —suplicó con un gemido, girando su cabeza al lado.
—¿Qué? —murmuró contra la curva suave de su cuello, el punto exacto donde un
pulso latía con ritmo sensual.
—Tu asunto del castigo.
—¿¡Eh!? —dijo. Entonces recordó—. Oh, Maire, prometo que disfrutarás de mi
asunto del castigo.
—¡Oh, cuánta bobería los hombres sueltan realmente! Como si yo pudiera disfrutar…
Rurik usó su índice para inclinar su cara hacia adelante y detuvo sus palabras con su
boca. De un lado a otro, movió sus labios sobre los suyos antes de que se separaran. Luego
gimió su furiosa necesidad en su boca abierta y profundizó el beso. Como un loco estaba,
devorándola con su hambre insaciable.
—Tu… sabor… es… tan… condenadamente… bueno.
Al principio, ella trató de apartarlo con las palmas presionadas contra su pecho. Y
luego, en mitad de sus besos suaves, y susurrantes, empujó con su lengua, y sucumbió a la
misma pasión que lo atacaba. Sus brazos rodearon sus hombros y su pubis presionó sus
caderas.
—Rurik.
Él lamió sus labios y la animó a hacerle lo mismo.
—Rurik.
Ella ensanchó su boca y le permitió el acceso más profundo.
—Rurik.
Él pellizcó su labio interior en castigo por pronunciar su nombre. Ahora no era tiempo
de conversar, a no ser protestas o estímulo.
—No soy yo —dijo con voz entrecortada Maire.
—Rurik.
Sólo entonces comprendió que alguien más decía su nombre, y era una voz masculina.
Inhalando y exhalando profundamente para controlar sus jadeos, presionó su frente
contra Maire.
—Rurik.
Girándose a la derecha, con Maire todavía en sus brazos, vio a Bolthor parado al fondo
de la escalera, cambiándose de pies, mientras le hacia señas.
—Es mejor que sea urgente —gruñó Rurik.
—Lo es —dijo Bolthor, moviendo su cabeza enérgicamente. Entonces inclinó su
cabeza hacia el lado y preguntó—: ¿Todavía no le has hecho un or-gas a la señora? He
oído decir que hay un modo seguro de provocar el éxtasis a una mujer que implica plumas
y…
Rurik gruñó otra vez.
Dándose cuenta que pisaba aguas precarias mencionando las habilidades de amor de
Rurik, o sus carencias, Bolthor se precipitó rápidamente al punto.
—Fergus, el pastor de ovejas, está golpeando a Vagn reduciéndolo a una pulpa en el
patio. Cree que Vagn es Toste, quién realmente fue el que se metió con su hija, Inghinn.
Stigand trata de decirle a Fergus que consiguió al gemelo incorrecto, pero Fergus es un
Escocés obstinado, y sabes como son… porfiados, cuando han decidido, a diferencia de
nosotros los Vikingos, que somos de mente abierta y todo eso. Tuve que golpear a Stigand
en la cabeza con una pala de madera para que no decapitara a Fergus. Rompió la pala, eso
hizo. Y Nessa amenaza con desentrañarme mientras duermo por golpear a su pobre
pequeñito Stigand. ¿Puedes imaginar eso? ¡Stigand, pobre pequeñito! Mientras tanto,
Toste está yaciendo como muerto en los establos —borracho, si me preguntas, junto a la
esposa de Ian, Coira— borracha, también. Si Ian averigua que su esposa ha estado
abriéndole sus muslos a Toste, va a haber una guerra, te lo digo. Y Coira piensa que está
yaciendo con Vagn, he dicho. —Bolthor respiró profundo antes de añadir una última
declaración—: Y cada hombre en la fortaleza anda buscando un hilo para medir su pene.
Rurik se alejó de Maire.
—¿Cómo puede haber sucedido tanto en el corto tiempo desde que dejé el Salón?
—Bien, no fue un rato tan corto —contestó Bolthor—. Quizás has estado copulando
aquí en la escalera más tiempo de lo que piensas.
—¿Copulando? —Maire se ahogó.
—¿Copulando? —Rurik se ahogó, también. Luego—, lleva a Maire hasta su cámara
—pidió a Bolthor—, y asegúrate de montar guardia fuera antes de que vuelva. Tendré
cuidado de Toste y Vagn. Stigand, también.
—No necesito ningún guardia —protestó Maire.
—Necesitas un guardia —le aseguró, inclinándose para darle un último beso, brusco
—. Esta noche, por sobre todas las otras, no permitiré que te escapes.
Maire levantó su barbilla de modo provocativo.
—Tratas de asustarme con todas esas amenazas del «castigo», pero no te tengo miedo.
—Más tonta eres tú —declaró él, ya bajando la escalera.
—No eres tan atemorizante como piensas que eres. Hay un viejo proverbio gaélico que
harías bien en memorizar: «Grandes voceadores no son calzadores».
Dios, la mujer está loca para desafiarme así. Y créeme, tengo la intención de morder su
justo cuerpo.
Sobre su hombro, oyó que Bolthor explicaba, como si una explicación fuera,
necesaria.
—Quizás él quiere darte un or-gas esta noche. Ya que no ha tenido éxito en el pasado
—contigo, eso sí— bueno, eso podría ser espantoso.
Rurik no estaba seguro si el sonido de un balbuceo vino de él o de Maire.



Maire estaba desesperada.
Apresuradamente, encendió todas velas en su cámara, disponiéndose a realizar un
ritual de brujería. Esa tarde, cuando Rurik había regresado después de hablar con Duncan
MacNab, había comprendido por primera vez que su vieja consejera, Cailleach, todavía
podría estar en Escocia. Y esa noche, cuándo había intentado una levitación —¡Mary
Bendita! ¿Cuándo he sido tan humillada alguna vez en toda mi vida?— Había recordado
algunas palabras nebulosas de un encanto para evocar a una bruja. Así que ahora quería
llamar a Cailleach, si era posible. Ella sabría quitar la marca azul de Rurik, si alguien
pudiese. Y si podía ser hecho, Rurik concentraría todos sus esfuerzos en librar al clan de
Campbell de la amenaza MacNab. Luego se alejaría para hacer cualquier cosa que los
Vikingos hacían… violación, el pillaje, un Vikingo aterrorizando a mujeres inocentes con
«castigos», arreglándose para ser más guapo que lo que ya era. No se preocuparía si nunca
viera a esa plaga de hombre otra vez.
Al menos, eso es lo que se dijo… aunque, para ser sincera, él realmente daba buenos
besos. Besos increíblemente buenos. Besos tan buenos, de hecho, que algunas muchachas
más débiles podrían ser tentadas a probar los «castigos» que repartía… o el or-gas mismo.
—Trobad, trobad, Cailleach —cantó en gaélico—. Ven aquí, ven aquí. —Sacudió
algunas hierbas en las docenas de velas que se quemaban en el cuarto, haciéndolas arder
más alto y más brillante. Repetidas veces, recitó varias palabras y frases gaélicas,
esperando que una fuera la combinación correcta. Las llamas de las velas comenzaron a
sonar y bailar de un modelo poco natural. ¿Estaba el espíritu de Cailleach en el cuarto?
Caminando hacia un pequeño tarro de cerámica, tomó un pellizco de una sustancia
polvorosa y colocó una parte en cada una de las cuatro esquinas del cuarto.
—El ojo de una ramita, el dedo del pie de una serpiente, te convoco, bruja, a hacer un
milagro.
Había una presencia en el cuarto. Maire podía sentirlo.
—¿Un bheil sibh gam chluinntinn?—preguntó suavemente—. ¿Me oyes? —Estaba un
poco asustada porque uno nunca sabía que fuerza oscura podía ser despertada
interesándose superficialmente por las artes oscuras.
Un trueno en la distancia fue su única respuesta. Ahora, eso podía ser una cercana
tormenta, ya que el aire estaba grueso y húmedo. O podía ser la promesa de Cailleach de
venir. Maire decidió creer lo último.
Con una sonrisa, bailó por su cámara, siempre alerta a los pasos próximos de Rurik,
recitando todos los viejos encantos para lisonjear a una bruja, para hacer un pedido.
Mientras bailaba, dispersando hierbas mientras giraba, de aquí para allá, comenzó a
quitarse la ropa, bajándose su chemise de lino, aunque todavía llevaba puesta sus medias y
zapatos de cuero pesados. El cuarto llegaba a ser escandalosamente caliente, y estaba tan
cansada.
Tenía la intención de apagar todas las velas y esconder las pruebas de su práctica de
brujería antes de Rurik hubiese vuelto. También tenía la intención de poner sobre el cuarto
un hechizo que matara la lujuria. Pero primero tenía que peinar su pelo. Sólo un momento.
O sentarse en el borde de la cama. Sólo un momento. O poner su cabeza sobre la
almohada. Sólo un momento. O cerrar sus ojos. Sólo un momento.
Lamentablemente, todas las mejores intenciones de Maire desaparecieron con el
ataque violento de una fatiga agobiante.
Cuando iba a la deriva para dormir, oyó que una voz en su cabeza decía—, ya voy, ya
voy, ya voy…—Pensó que podría ser Cailleach, salvo que parecía haber muchas voces
que le hablaban. ¿Cambiaba Cailleach su voz, deliberadamente, para engañar a algunas
hadas que estaban al acecho o gnomos vagos?
—¿Eres tú, Cailleach?—preguntó con un amplio bostezo.
La única respuesta fue un chillido.
Muchos chillidos.
Seguramente, era un buen signo.



—Mejor tienes cuidado, Rurik —le dijo Bolthor—. Hay un infierno de muchos chillidos
allí adentro.
¿Chillidos?
—¿¡Eh!? —Le había tomado a Rurik cerca durante una hora separar la lucha en el
patio, aplacar a Fergus, y arrastrar a Toste fuera del establo… para no mencionar despertar
a Stigand y obtener su promesa de que no cortaría ninguna cabeza durante la noche.
¿Ahora, Bolthor le hablaba del chillido de…?—. ¿Cómo pollos?
—No, cómo brujas.
Rurik ponen su cara en una mano y contó hasta diez por paciencia. Entonces preguntó:
—¿Entraste a comprobarlo?
Bolthor retrocedió y enderezó sus hombros indignado por la pregunta.
—¿Yo? ¿Implicarme con brujas? ¡Que…! ¡No… pienso…! He conseguido ya un
encogimiento de mi parte masculina por lo que preocuparme, y tengo sólo un ojo que
funciona. No soy lo bastante estúpido para arriesgarme a algún hechizo adicional que
podría poner en peligro otras partes de mi cuerpo. No, he cumplido mis deberes. Te
informé del chillido, y ese es el fin de mi participación. Tú investiga el chillido.
Con un gruñido de repugnancia, Rurik alejó a Bolthor hacia su banco para dormir en el
Gran Salón y esperó hasta que estuvo seguro que el imbécil se había ido. Unos momentos
después, desde abajo de la escalera del Salón, oyó que el poeta decía en un susurro fuerte:
—Stigand, despierta. Necesito una palabra que rime con cacarear.
Stigand con voz soñolienta murmuró una palabra anglosajona ordinaria para fornicar.
Incluso desde arriba, Rurik pudo oír la afrenta en la voz de Bolthor cuando contestó:
—Eso no rima, Stigand. ¡Tsk-tsk! Buena cosa, yo soy el poeta, y no tú.
Sacudió su cabeza y sonrió cuando abrió la pesada puerta de roble de la cámara de
Maire. Al instante, se tambaleó hacia atrás por el intenso calor que lo golpeó. Había tres
docenas de velas quemándose en el cuarto. ¡Y el olor! Por las uñas de Thor, el olor
empalagoso en el aire le recordó una iglesia en Jorvik donde quemaban incienso como
parte de los servicios.
¡Ahá! Maire debía haber hecho un ritual u otro. ¿Podría haber estado tratando otra vez
de quitarle su marca? ¿Podría acaso ya haberse ido?
Precipitándose hacia un lado, Rurik recogió su espejo de cobre pulido y comprobó su
cara. Inmediatamente, sus hombros cayeron con desilusión. La marca permanecía. Bien,
había fallado otra vez, o fue otro hechizo el que hizo. ¡Hah! Si ese era el caso, sin duda fue
un hechizo para hacerlo desaparecer.
Cuando se paseó por la cámara, apagando velas para disminuir el calor, echó un
vistazo hacia la cama donde Maire dormía profundamente. Aunque llevaba puesto sólo
una delgada chemise, podría decir que debía haberse dormido prácticamente de pie porque
todavía llevaba puesta sus medias y zapatos. De hecho, una pierna colgaba sobre el borde
del colchón, y había un cepillo en su mano. Roncaba suavemente. Sonriendo abiertamente,
tomó nota mental para recordarle que ese era el hábito menos femenino. Estaba seguro que
apreciaría saber que hacia sonidos durmiendo no diferentes a los de un cerdo sorbiéndose
los mocos.
No debería haber pensado que iba a evitarlo durmiéndose. Se propuso exigir
completamente su libra de carne esa noche. Puso una mano en su ingle como un
recordatorio de lo que debía venir. Continuaba estando duro para la muchacha, a pesar de
haberse ido de su presencia hacia una hora o más. Acaso era un efecto persistente de la
demostración de levitación.
Después de que terminar con las velas, se sentó en el borde de la cama en el mismo
lado que Maire, y comenzó a quitarle los zapatos y medias. No que fuese considerado con
su comodidad, se dijo. No, era sólo que quería la carne desnuda al lado de la suya cuando
la llevara al orgasmo… como siempre ciertamente hacía, o renunciaría para siempre a su
palabra y fama como amante. Cuando comenzó a bajar sus medias por sus piernas, que
eran muy largas y muy bien formadas, imaginó donde aquellas piernas podrían estar
cuando gritara su primer éxtasis. ¿Envueltas alrededor de su cintura? ¿O sobre sus
hombros? Todavía mejor, podría arrodillarse en dichas piernas, a gatas, y él podría tomarla
por detrás como un semental con una yegua. Esto debería extraer el secreto de la marca
azul de ella.
Sonrió malvadamente ante todas las posibilidades cuando siguió desnudándola.
No se conmovió, se dijo, por las numerosas señales de zurcido en sus medias, o las
ampollas detrás de sus talones por los pesados y útiles zapatos que usaba. De todos modos,
no muchísimo.
Bostezando, se quitó sus propias botas, luego se levantó para desabrochar su correa
con la espada. Cuando bostezó otra vez, caminó de un lado a otro de la cámara —todavía
calurosa— y dejó caer un artículo de ropa después de otro antes quedar desnudo como el
día que nació. Pero no tan débil y endeble como cuando era un bebé, se recordó, mirando
fijamente hacia abajo los músculos esculpidos con trabajo que moldeaban su abdomen,
estómago, brazos y muslos. Estaba en perfecto estado físico, y lo sabía.
Excepto por la marca azul.
Pensamientos molestos se arremolinaron dentro de Rurik cuando se acostó en el
colchón. ¿Había una enfermedad dentro de él que hacía el aspecto físico tan importante?
No juzgaba a sus amigos por como se veían. Lejos de ello. Y, aunque admiraba a una
mujer hermosa, no consideraba que una forma impecable o una cara perfecta fuese
necesaria en una compañera. Consideró a la esposa de Tykir, Alinor. Ella estaba cubierta
de pecas desde la cabeza a la punta de los pies, pero a los ojos de Tykir, era una diosa. Y
Rurik apenas notaba su sencillez, tampoco. No, sólo él era tan duro consigo mismo. Y
sabía por qué. Todo provenía de su infancia, las burlas y brutalidad infligidas porque no
era superior en atributos físicos. Reconoció que era irrazonable conservar todas esas viejas
inseguridades, pero de algún modo tenía una buena razón. No era un hombre con
apellido…ni hogar… aunque lo último debiera cambiar pronto con su matrimonio. Tenía
bastante riqueza, pero los tesoros podían ser tan fácilmente perdidos como ganados. No,
su identidad se basaba en su fuerza como guerrero y su apariencia física. En esencia, todo
lo que tenía era por quién era, físicamente.
Oh, tantos pensamientos profundos cuando estoy tan cansado. Se movió agitadamente
en la cama, tratando de aliviar sus adoloridos huesos. Había sido un día largo, largo, y esa
no era una cama muy grande. Tuvo que acomodarse contra Maire, quién se volvió
alejándose. Una verdadera privación. Sonrió con placer por el modo que encajaban juntos.
Su brazo izquierdo todavía adolorido descansó en la almohada, su mano derecha encima
de un pecho deliciosamente lleno, su erección descansando en el centro muerto del pliegue
de sus nalgas. Lo intentó, pero fue incapaz de sofocar otro bostezo. Iba a despertar a Maire
en un momento y sólo iba mostrarle como de bien encajaban juntos… de todas las
maneras. Por el momento, sentía una inmensa satisfacción sólo abrazándola y anticipando
lo que debía venir. Aquí en la oscuridad, en este momento congelado en el tiempo, no
importaba como se veía, o lo que tenía que demostrar. Era simplemente un hombre… con
su mujer. Y se sintió tan bien.
Justo antes de que flotara hacia el sueño, oyó el sonido más raro.
Chillidos.



—Oh, Maaiirre.
Maire despertó al instante con el sonido de la voz masculina que canturreaba palabras
calientes y entrecortadas contra su oído. En la semioscuridad, sintió que estaban
probablemente cerca del amanecer, pero sabía exactamente donde estaba y quién estado
apoyado contra su espalda. Con los dedos de una mano jugando con su pezón y su
«Lanza» que la empujaba por detrás, el sapo Noruego era claramente identificable.
—Oh, Maaiirre.
Quizás podría pretender que estaba dormida.
—Sé que no está dormida, brujita. Cuando duermes, roncas, y ahora no estás
roncando.
No ronco, quiso decirle al bruto, pero todavía se hacía la dormida, manteniéndose
inmóvil, lo que era realmente difícil de hacer cuando él hacía rodar su pezón entre su
pulgar e índice, provocando las sensaciones más peculiares ondulándose por su cuerpo. Y
apenas parecía posible, pero su grueso miembro masculino se ponía más grueso. Le
gustaría golpear con sus malvados dedos a su miembro. El fingir que estaba dormida se
hacía cada vez más difícil.
—¿Adivina qué, Maire?
¿Acertijos ahora? Sólo podría imaginar que tonta diversión él planeaba, sobre todo con
la maldad que sonaba en su voz.
—Llueve —anunció él.
No era en absoluto lo que habría esperado que dijera. Esperó que alguien abajo
hubiese tenido la previsión de colocar algunos cubos estratégicos sobre el Gran Salón
donde el techo se había salido.
—De hecho, esta tormenta demuestra venir con una gran entrada… la clase de lluvia
de verano incesante, fuerte, que podría continuar… ah, digamos, todo el día, y quizás
incluso hasta esta noche.
Los párpados de Maire se abrieron de repente.
Él se rió entre dientes.
—¿Recuerdas, o no?
Él no podía querer decir posiblemente…
—Prometí que cada día que siguiera llevando tu marca, tú llevarías la mía… excepto
que mi marca será la que un hombre le hace a una mujer en las pieles de cama. ¿No
recuerdas mis palabras ahora, amor?
Él lo hizo.
—Creo que lo haces. Puedo saberlo por la rigidez de tu columna. Aquí está un
recordatorio de todos modos, por si acaso estas un poco lerda de la cabeza como la mayor
parte de las mujeres suelen estar ante el superior intelecto masculino.
El hombre era un imbécil, sencilla y simplemente.
—Te dije que durante los días lluviosos, habría más tiempo para dedicarle a tu marca,
y sólo podríamos pasar el día y la noche en la cama porque tengo tanto que enseñarte…
tantos modos de marcarte.
Empujó la mano que acariciaba su pecho, se incorporó, luego saltó de la cama. Con las
manos en las caderas, lo fulminó con la mirada en la triste penumbra.
—He tenido más que suficiente de tu conversación de marcas sexuales, castigos, or-
gas, ataques y juegos de cama. Si tienes la intención de obligarme a aparearme contigo,
sólo hazlo y ya. No lo endulces con todas esas otras descripciones.
Él sólo la contempló, con ojos que ahora podía ver ardían sin llama, como el fuego
azul. Había cambiado de posición en la cama y estaba con sus brazos doblados detrás de
su cuello en la almohada, sus tobillos cruzados.
—Bien, contéstame —exigió ella, estampando su pie.
—Tus pezones son difíciles —observó él irrelevantemente.
Ella jadeó.
—No lo son.
Él arqueó una ceja.
—Uno de ellos lo es. Ven aquí, y déjame trabajar el otro para igualar el despertar.
—Des-per-tar —balbuceó y giró, así no podía ver sus pechos a través de la fina
chemise que llevaba.
—Puedo ver tus nalgas, Maire —le informó con una risa—. Muy agradable, en efecto.
Ella giró hacia atrás, para decirle lo que pensaba de sus observaciones pervertidas,
pero un relámpago rompió, iluminando totalmente la cámara, y consiguió su primera
buena mirada al Vikingo que estaba acostado desnudo en todo su esplendor. El hombre
realmente era la encarnación de la perfección masculina, con músculos perfectamente
proporcionados en los lugares correctos… hacia abajo esa… esa… la cosa que estaba
parada entre sus piernas. Ciertamente no había estado diciendo mentiras últimamente, por
lo que podría ver.
Se abrazó boquiabierta y chasqueó.
—¿No tienes vergüenza?
—No.
—Cúbrete.
—¿Por qué?
—Porque te ves ridículo, por eso.
—No —dijo él, pero había un poco de dolor en su voz. El patán insensato siempre era
sensible sobre su apariencia, Maire lo sabía, pero esto era llevar la vanidad demasiado
lejos. Notó que giró hacia un lado, como si se ocultase, debido a su crítica. No se encogió,
sin embargo, cuando algunos hombres pudiesen haberlo hecho.
Se dio la vuelta alejándose y trató de controlar sus emociones. No podía soportar al
pícaro arrogante, pero había una parte de él que la conmovía, también. Era la parte de la
que tenía que protegerse. Tenía que hacerlo.
—Maire —dijo Rurik—, ven aquí.
—¿Por qué? —¡Qué pregunta tan estúpida! Realmente, era discutible quién era el
idiota en ese cuarto… Rurik o ella.
Ella pensó entonces que le diría que iba a iniciar su castigo, poner su marca masculina
sobre ella, o hacer los juegos de cama. Pensó que podría sonreír con satisfacción, o hasta
reírse en voz alta de ella. Pero cuando se volvió hacia el hombre en su cama, su mirada
fija era fría, grave. Y le dijo la peor cosa posible, considerando su humor vulnerable.
—Porque —le dijo roncamente, atrayéndola con los dedos largos de una mano—,
quiero, con todo mi corazón, hacer el amor contigo.
9

MAIRE gimió.
Fue el más suave de los sonidos, acompañado por una exhalación inaudible, pero
Rurik lo oyó, y lo reconoció por lo que era… la excitación reacia de una mujer al borde de
la rendición. Interiormente, sonrió con satisfacción. Era un maestro de la seducción. Los
signos estaban claros. Apenas un pequeño empuje y ella sería suya.
Le hizo señas con la punta del dedo de la manera de un hombre hacía a una mujer por
los siglos. Y le lanzó su mirada más sensual como un incentivo añadido… la que
implicaba ojos velados y llamear por la nariz. Era una táctica favorita que nunca dejó de
tentar hasta a las criadas más apropiadas.
Lamentablemente, Maire no era por lo visto, ni apropiada, ni criada. En vez de acatar
su orden, la moza obstinada dio un paso atrás —¡hacia atrás!— lejos de la cama donde
todavía se reclinaba, y dijo:
—Rurik, no quiero hacer el amor contigo.
¿¡Eh!? ¿Había leído equivocadamente las señales de su cuerpo? ¿No estaba interesada
en compartir las pieles de cama con él? ¡Imposible! Saltó de la cama y se paró
directamente delante de ella antes de que tuviera posibilidad de parpadear… o correr hacia
la puerta.
Vio una sola contracción nerviosa de sus labios, aunque inmediatamente la enmascaró
presionándolos y levantando su barbilla con valentía. Obviamente su proximidad la
agitaba, lo que tenía que ser un buen presagio. Apostaría grandes probabilidades que, en
efecto, estaba interesada en el juego amoroso, a pesar de sus palabras al contrario.
Estaban tan cerca que podía jurar que olía el almizcle femenino de su excitación.
Sinceramente, era tan caprichosa como una yegua en celo… aunque no pensó que le
gustaría aquella comparación… de todos modos, no en esa etapa de su relación.
Puso una mano en su barbilla y acarició ligeramente su pulgar a través de sus labios
cerrados. La contracción no se repitió, pero podía sentir su tensión sólo tocándola.
—Explícate, milady. —Su voz salió fuerte y baja, traicionando su propia necesidad
masculina. Su pulgar seguía acariciando su boca sumamente deliciosa.
—No quiero hacer el amor contigo —repitió ella.
—¡Mentirosa!
Pareció impresionada por su acusación, al principio. Pero Maire era en el fondo una
mujer honesta, y entonces enmendó su declaración.
—Hacer el amor contigo es una mala idea.
¡Mala idea! Es la mejor idea que he tenido.
Simplemente arqueó una ceja en pregunta. Pero mientras esperaba su respuesta, movió
su mano desde su barbilla a su cuello y rizó sus dedos alrededor de la nuca, bajo su pesada
mata de pelo, y la atrajo más cerca. Cuando ella lo miró fijamente, sintió sus pechos bajo
la delgada tela de la chemise contra su pecho desnudo, y su vara presionando su estómago
plano. La conciencia sexual arremolinó entre ellos… y durante sólo un segundo un
abrumador mareo lo atacó. Seguramente, ella lo sintió, también.
Ella lamió sus labios, un gesto tan inocentemente carnal que su miembro dio tumbos
contra su vientre.
Un rubor manchó sus mejillas cuando percibió lo que había pasado, y lo que había
hecho para provocarlo.
Trató de explicar su desgana para juntarse con él.
—Rurik, he estado con sólo dos hombres en mi vida… tú y mi marido, Kenneth.
Ustedes dos me engañaron de una manera u otra. —Ella puso una mano vacilante en su
boca cuando él la quiso contradecir. Él pellizcó la punta de sus dedos, pero le permitió
continuar—. Tengo demasiadas responsabilidades ahora para arriesgarme a tal
comportamiento ilícito por mis propias necesidades egoístas. Necesito ser sensata, y…
¡Oh! ¿Comportamiento ilícito? ¿Necesidades egoístas? De modo que realmente me
desea.
—…arrastrarme en compasión cuando me dañen otra vez podría ser la perdición de mi
clan, que necesita mi completa atención.
—Maire, no creo que te hayas arrastrado nunca en tu vida. Y en cuanto a ser dañado…
¿cómo puedes sentir una gran pasión a menos que te arriesgues al dolor? —Aquella última
declaración sonó pomposa incluso en sus propios oídos.
—No es sólo eso. No quiero una gran pasión. Estoy contenta con mi vida de la manera
que es. Y además, ¿has considerado alguna vez qué pasaría si quedara embarazada?
—Hay maneras de prevenir que la semilla masculina se plante en la matriz femenina.
Maire pareció sorprendido por eso.
—¿Maneras? ¿Qué maneras?
—Eso no importa. Sólo tienes que saber que un estómago aumentado no tiene que ser
una de tus preocupaciones.
—¿Empleaste esas maneras la última vez que estuvimos juntos? —Hubo un tono rudo,
dudando de lo que decía, que no cuidó de ella.
—Probablemente no. Yo era joven entonces, y más descuidado.
Ella consideró su declaración durante un largo momento, luego intentó un enfoque
diferente.
—Rurik, me faltas el respeto al encapricharte conmigo. Piensa en lo que mi gente diría
de una amante que comparte una cama con cada viajero que pasa.
—No soy cada viajero —se quejó él. Dios, estaba cansado de la conversación. Era
tiempo de acción. Acción de cama—. Además, Viejo John prácticamente te me ofreció de
bienvenida, y supongo que es el representante de todos en tu clan.
—¡Él nunca lo hizo!
—Sí, lo hizo. Como recuerdo, me comparó a los toros en los campos, los carneros en
las colinas, hasta los peces pequeñitos cuando se excitan, y dijo que el impulso de
aparearse entre tú y yo era natural. De hecho, hasta implicó que todo eso es parte del plan
de Dios.
Maire chasqueó su lengua con repugnancia por las palabras que reconoció salidas de la
boca del Escocés.
—Él probablemente piensa que vas a casarte conmigo.
Rurik no había considerado aquella posibilidad. Pero entonces se encogió de hombros.
Le haría al viejo directamente esa pregunta cuando llegara el momento. Una boda con
Maire era la última cosa en su mente. Copular con Maire, por otra parte, era lo principal
en sus pensamientos.
—Y hay otros motivos, también, por qué no deberíamos hacer esto…
Conversación, conversación, conversación. Es lo que todas las mujeres hacen. Si las
mujeres tuvieran que ir a la guerra, tratarían probablemente de luchar contra sus enemigos
con palabras en vez de espadas o flechas.
—Maire, puedes citarme una docena de motivos, y no habrá ninguna diferencia.
—¿Por qué? —persistió.
Porque soy tan malditamente lujurioso, que podría estallar. Por eso. Porque si no beso
pronto esos maravillosos labios, húmedos tuyos, podría comenzar a babear. Por eso.
Porque mi pene está tan duro, que duele. Por eso.
—Deja de mirarme así.
—¿Cómo?
—Como si fuera un pasto nuevo en la hierba, y tú una oveja hambrienta.
Soy, con seguridad… un carnero. Mejor que venga aquí rápido antes de que comience
a balar… o, todavía mejor, a chocar con ella. Se rió entre dientes por su propia broma.
Ella lo fulminó con la mirada, no entendiendo la fuente de su alegría.
—Rurik, el acto sexual significa cosas diferentes para las mujeres que para los
hombres.
Aquí vamos. Primero, Viejo John me sermonea con el sexo. Ahora, Maire lo hace,
también. ¿Soy un adolescente que necesito tal educación?
—Los hombres no tienen asco en derramar su semilla en cualquier buque,
complaciente o no, cuando la lujuria lo golpea. Las mujeres por otra parte… de todos
modos, la mayor parte de las mujeres… se entregan a un hombre cuando hay sentimientos
implicados.
Rurik gimió interiormente. Podía adivinar lo que venía. Culpa. Como todas las
mujeres con sus artimañas femeninas, Maire iba a emplear la culpa con la esperanza de
conseguir su propio fin.
—Cuando me casé con Kenneth, lo amé… no quizás como una amante debería…
después de todo, nos conocíamos desde que siendo niños dábamos los primeros pasos
juntos por los páramos. Los Campbells y los MacNabs no se peleaban entonces. Pero
parece que no conocía a Kenneth en absoluto. —Suspiró profundamente e hizo una pausa
en sus recuerdos.
Rurik recordó las palabras de Viejo John sobre los golpes que Maire había soportado
de su cónyuge, y había sospechado que ahora evocaba aquellos oscuros recuerdos.
—¿Qué tiene todo eso que ver conmigo… con nosotros? —preguntó con un gruñido
de impaciencia.
—Mi amor fue obviamente malgastado en ti, también —dijo.
—¿En mí? ¿Me amaste? —Era una noticia desconcertante.
Afirmó con la cabeza. Realmente afirmó con la cabeza. ¡Ah, Dios, estaba en
problemas ahora!
—Debes pensar que era una ingenua por haberme enamorado de ti… un virtual
forastero. Comprendo ahora lo estúpida que fui por haber tomado las palabras seductoras
de un pícaro con experiencia como verdaderas.
—¿Pensaste que estaba enamorado de ti? —soltó, comprendiendo tardíamente como
de insultante su estupefacción debía sonar.
Pero ella sólo sonrió de un modo humilde. Obviamente, se culpaba, no a él.
—¿Me amas todavía? —preguntó, el horror sonaba en su voz. El amor no era la
emoción que quería ahora de la muchacha. La lujuria, sí. Amor, no.
Ella se rió.
—Te aborrezco.
Exhaló en voz alta con alivio antes de que pudiera refrenarse.
Ella se rió otra vez.
En el momento de silencio que siguió, Rurik consideró todo lo que le había dicho. Para
su vergüenza, apenas podía recordar detalles del momento en que habían hecho el amor
hacía cinco años. Había sido joven, quizás bajo la influencia de uisge-beatha, lleno de su
propia vanidad, y, la verdad, había habido tantas mujeres en sus pieles de cama con el paso
de los años. No era excusa, por supuesto. Otro pensamiento le vino espontáneamente.
—¿No pensaste que me casaría contigo porque tomé tu virginidad?
—No, no era estúpida —contestó ella.
¡Whew!
—Pero pensé realmente que querrías para más que una noche conmigo. Yo tenía mi
propio ego, Rurik. Pensé que sería más que una conquista para ti… pronto olvidada.
Pensé… bien, que me llevarías contigo.
Él afirmó con la cabeza entendiéndola.
—Y me reí cuando me lo pediste.
—Lo hiciste.
—Maire, yo estaba en el negocio del rey Nórdico entonces… negocio que podría
haber implicado las vidas de muchos hombres. No podría haberte llevado conmigo,
incluso si lo hubiera deseado.
Ella hizo una mueca con sus labios, que transmitió su escepticismo. Sabía así como él
que había sido sólo un capricho pasajero del momento.
—No te traté honorablemente —confesó él.
—Es verdad.
—Lo haré ahora. —Pensó en el collar de ámbar en su alforja y decidió que se lo daría
definitivamente después como un wergild. Incluso aunque el término anglosajón wergild
denotaba en conjunto el valor de la vida de un hombre muerto de acuerdo con su rango,
Rurik sintió que se aplicaba en esta situación, también. Sinceramente, había matado los
sueños de Maire. Merecía una justa compensación.
Su cara se aclaró.
—¿Lo harás ahora honrando mis deseos de no hacer el amor?
—No, no es la recompensa que te daré. Habrá otra recompensa. —Él hizo un ruido de
tsk-tsk con su lengua—. El dado ha sido echado, brujita. Haremos el amor. Pensé que
aceptaste eso. No tiene otra opción.
Él era más grande y más fuerte. Ella tenía que saber que no podía ganar esa batalla.
Pero no quería su pasividad… quería a una guerrera en las pieles de cama, una
participante entusiasta que lo emparejaría movimiento a movimiento. No era lo que
conseguiría, comprendió, notando sus hombros encogidos por el fracaso. Creyó que veía
lágrimas nublando sus hermosos ojos verdes.
Casi se rindió entonces.
Casi.
Pero no era un completo estúpido.
—¿Cómo quieres castigarme? —ella lo regañó.
¡Por el amor de Valhala, la mujer nunca se rinde! Sacudió su cabeza.
—Es más que eso. Tú pusiste tu marca sobre mí, Maire. Tú —una mujer— diste una
razón mundial para que se burlaran de mí. Y si eso no fue suficientemente malo, hiciste
una declaración pública esta tarde, en la escalera, que te fallé al darte placer en el juego
amoroso.
—¿Sólo porque no me hiciste un or-gas? ¡Hah! ¡Como si deseara un or-gas!
Rurik sacudió su cabeza de un lado a otro.
—No existe la palabra or-gas. Bolthor arregló eso. La palabra es orgasmo, y se refiere
a… oh, no importa. Lo sabrás bastante pronto.
Estampó su pie furiosamente.
—¿Me escuchas, patán idiota? No… necesito… saber… lo… que… es. —Expresó lo
que sentía despacio con palabras regularmente espaciadas, como si él fuera un… bien, un
patán idiota.
Él agitó una mano para indicarle que no venía al caso.
—Mi virilidad está en juego ahora. Necesito demostrar que soy el maestro en esta
relación hombre-mujer.
Su labio superior se rizó con desprecio.
—¿Y entonces todo esto es sobre… tu ego?
¡Suficiente! Mientras habían estado hablando y Maire se había distraído, había estado
cogiendo la tela de su chemise, puñado por puñado. Retrocedió ahora y tiró el dobladillo
de la ropa sobre su cabeza, luego lo tiró sobre su hombro. Ella estaba demasiado aturdida
al principio por su acción para intentar esconder su desnudez de él.
Él quedó aturdido, también. Por todos los Dioses escandinavos y todos los santos en el
cielo de un Dios, ella era gloriosa.
Su pelo rojo caía en ondas sobre sus hombros desnudos y bajo su espalda. Sus pechos
levantados eran más llenos y más pesados de lo que había esperado, considerando su
cuerpo delgado, surgiendo en la oscuridad, las aureolas ligeramente hinchadas y unos
pezones que deseaba explorar más detalladamente. Su cintura era pequeña, con caderas
anchas, que enmarcaban un estómago plano y un ombligo mellado. Su pelo de mujer era
más oscuro y rizado que en su cabeza, como si ocultara algún misterio. Todo esto
conducía a unas piernas sumamente largas y pies altos arqueados, con dedos que se
rizaban infantilmente en los juncos.
Él fue el que gimió entonces cuando la tomó en sus brazos y la llevó a la cama.
Sepultando su cara en la curva de su cuello, susurró con voz ronca:
—No, mi ego o tu castigo nada tienen que ver con este crujido en el aire entre
nosotros. —Él lamió mojándole el pulso que latía en su cuello y encantado cuando brincó
en respuesta—. Lo que hay aquí, milady, es un hombre y una mujer. Tú y yo. Y un fuego
que debe ser apagado… no sea que ambos muramos abrasados.
—La vida no es tan simple —murmuró ella en una última y desesperada súplica, por
piedad.
—Es exactamente así de simple.
En aquel momento, comprendió la verdad de su declaración. No podía predecir lo que
el futuro traería, pero su destino… en este momento… descansaba aquí mismo con esta
mujer. No había pensado decir sus pensamientos en voz alta, pero de alguna manera,
cuando la puso en la cama y bajó sobre ella, las palabras se escaparon en un susurro
atemorizado.
—Este es nuestro destino.
Este es nuestro destino.
Maire repitió de nuevo las poéticas palabras de Rurik otra vez en su mente, tratando de
ignorar su melancolía.
—¿Es lo qué le dices a todas tus muchachas antes de copular? —preguntó
sarcásticamente y con más aspereza de la que por lo general empleaba.
Si él se hubiera reído entre dientes o en voz alta, podría haberlo perdonado, pero en
cambio la miró fijamente con aquellos ojos azul cielo serios, como un miembro del clan
en el entierro de un laird, y muy suavemente dijo:
—No, sólo a ti.
Ella gimió entonces… otra vez. Ah, bien sabía que el bribón-demasiado-guapo, el
bribón-demasiado-seguro pensaba que gemía porque la venció con la lujuria hacia él. Él
tenía un ego del tamaño del Canal Inglés. No, gimió por su confesión en voz dulce de que
este acto de amor que estaban a punto de emprender era su destino cuando entendió que
eran meras palabras que dijo para sus propios objetivos malvados. El experto fornicador
veía el destino como un acontecimiento temporal, durando sólo hasta que abandonara su
tierra, o perdiera su erección.
Ella, por otra parte, añoraba un destino con un hombre que permanecería con ella para
siempre. Y aquel hombre no era y nunca sería ese Vikingo nacido-para- copular.
Era bueno en este asunto de la seducción, sin embargo. Después de años de práctica,
incluso sabía que palabras decirle a una mujer para derretirle el corazón. Lo bueno es que
Maire era insensible a su encanto.
Bien, algo insensible.
Bien, al menos era consciente de su naturaleza sinuosa y su lengua resbaladiza.
No podría ser capaz de rechazarlo físicamente, pero debía limitarse a no caer víctima
de su encanto.
Cuando se inclinó sobre ella en la cama, miró fija y descaradamente su cuerpo
desnudo. Apretó sus dientes e intentó contar las vigas del techo. Algo para apartar de su
mente de lo que el sinvergüenza estaba a punto de hacer… algo para no involucrarse. El
cuarto estaba lúgubre y pesado, con la lluvia que caía en el tejado. Y sabía… sólo sabía…
que iba a ser un día muy largo.
—Tienes la piel hermosa, Maire… es como la crema dulce. —Rurik no la tocó cuando
habló. En cambio, estaba a su lado, apoyado en un codo mientras seguía examinando su
cuerpo desnudo. Aquella parte dura, masculina que rechazó mirar empujaba su cadera.
—Tienes la piel hermosa.
Maire lo imitó con una voz deliberadamente seria.
—Ahórrate los falsos cumplidos, Vikingo. Sabes lo que quieres. Sé lo que quieres.
Estoy cansada de tratar de convencerte para que seas honorable, y es obvio que podrías
dominarme con un rápido movimiento de tu muñeca. Sólo terminemos con esto. —Agarró
su miembro e intentó tirarlo encima de ella.
Rurik soltó un aullido de angustia y alejó los apretados dedos de ella, maldiciendo
obscenidades escandinavas todo el tiempo. Se arrodilló luego, inspeccionándose con una
falta total de modestia. Cuándo estuvo satisfecho de que sobreviviría, Rurik se quejó:
—¿Estás loca, muchacha? Juro que me has dejado contusiones. ¿Nadie te ha dicho
alguna vez que hay que manejar la parte masculina con mucha suavidad?
—Realmente, no. —Debería haber experimentado al menos una punzada de culpa por
el obvio dolor que le había causado, pero no podía reunir ni un poco de remordimiento. El
bruto lascivo merecía todo que le había hecho y más.
Rurik entrecerró sus ojos mirándola, como si presintiera su regocijo.
—Vuélvete —pidió.
—¿Qué? ¿Por qué? —Ahora fue ella la que entrecerró sus ojos hacia él—. No vas a
golpearme, ¿verdad?
Sus ojos se ensancharon por la sorpresa, entonces tiró su cabeza hacia atrás y se rió
ruidosamente.
—No había pensado en eso, pero ahora que lo mencionas… Quizás más tarde, si me lo
preguntas amablemente.
—¿Preguntarte… preguntarte…? —farfulló.
Pero él ya la estaba empujando de modo que estuviera apoyada en su estómago, su
cara presionando la almohada.
—Por el momento, estoy pensando en otras cosas —le informó suavemente.
—¿Cómo qué? —exigió, levantándose con los brazos extendidos y tratando de mirar
detenidamente por sobre su hombro.
La empujó hacia abajo y puso una mano en medio de su espalda para sostenerla allí.
—Cariño, tengo la intención de explorar cada parte de tu cuerpo… atrás y adelante.
Cuando la noche caiga otra vez, sabré que todo lo que debo saber sobre ti, de la cabeza a
la punta de los pies, cada lugar y cavidad en medio.
¿Lugar? ¿Cavidad? Su corazón se detuvo un segundo, luego comenzó a latir otra vez
más rápido. El calor la inundó, y no sólo en su cara; sospechó que su piel estaba sonrojada
por todas partes del cuerpo.
—¿No tienes nada que decir sobre eso, bruja? ¿Te he dejado por una vez callada?
—¿Por qué? —fue todo lo que salió de su boca y en un susurro estrangulado.
—Porque quiero.
Ella no podía verlo con su mejilla presionada en sus manos dobladas en la almohada y
no podía notar por el tono de voz si hablaba en serio, o broma.
—¿Sonríes abiertamente? —preguntó, incapaz de controlar su curiosidad.
—Extensamente.
—Es sólo un juego que juegas conmigo… un juego de tortura. ¿No es así?
—Sí, es sólo eso. Tortura sexual. La mejor clase.
Maire debería haber sabido que le contestaría con una respuesta pervertida. Decidió
entonces no hacer más preguntas.
Él apartó su pelo de modo que su nuca quedó desnuda. Luego, durante un largo
momento, no la tocó o habló. Los únicos sonidos en el cuarto eran los de la lluvia y la
respiración pesada de Rurik. ¿O era la suya? Ella retuvo el aliento durante mucho tiempo,
por si acaso. Finalmente tuvo que liberarlo en un largo suspiro.
Pensó que él podría haberse reído entre dientes suavemente. De todos modos, sintió
que algo se movía contra sus omóplatos, como aire tibio. Esta espera la volvía media loca,
pero no… no podía… pedirle al bruto que siguiera con esas cosas. Indicaría un ansía que
no sentía.
Finalmente, sintió una ligera caricia… probablemente un dedo… marcando un camino
desde su cuello, la columna, sobre la grieta en sus nalgas, entre sus muslos y pantorrillas, a
través de la parte posterior de una rodilla, por un pie, luego el otro. La sensación era ligera
como una brisa de verano, pero tan intensamente erótica que Maire sintió como si él
hubiese encendido un rastro de fuego. Tuvo que apretar sus puños y morder su labio
inferior para no sacudirse o lanzar un grito.
Pero era sólo el principio.
Después, siguió el mismo camino, pero esta vez con su lengua, incluso sobre su
trasero, ¡hombre inmoral y malvado! Debía haber sentido su angustia por probar esa parte
de su anatomía porque pellizcó con sus dientes la carne suave, antes de mover su lengua
abajo hacia sus muslos. Cuando llegó a sus pies y lamió sus cosquillosos arcos, Maire
cerró sus ojos fuertemente para luchar contra el impulso de retorcerse… o peor aún, reír
tontamente.
Uno pensaría que para entonces lo habría hecho. Pero, no, apenas había comenzado.
Ahora formó nuevos caminos que inspeccionar con sus tentadores dedos, lengua hábil y
sus palmas, que había descubierto eran seductoramente callosas, sin duda por el manejo de
las armas. Sus axilas. La curva de su cuello. Los lados de sus costillas y caderas. La parte
baja de su espalda, que descubrió era pecadoramente susceptible a sus expertas caricias.
Cuando trató de separar sus muslos y acariciarla en medio, por detrás, Maire no pudo
aguantar más. Giró de espaldas y gimió.
—¡Suficiente!
Fue su error más grande hasta ahora. Podía decir incluso antes de que él hablara, del
destello en sus ojos traviesos y la despedida sensual de sus labios, que el pícaro la tenía
exactamente donde la quería.
—No, brujita, no es suficiente todavía. —Él acomodó sus brazos de repente laxos,
encima de su cabeza en una postura que sólo podía ser descrita como disoluta. Luego
concedió—. Es un buen principio, sin embargo.
Sus ojos se trabaron, y Marie quedó clavada en el lugar por el mensaje en sus
irresistibles ojos azules. No era muy experimentada en los juegos de cama, pero sabía, sin
ninguna duda que este hombre la deseaba… gravemente. ¿Por qué sólo no la tomaba
entonces? Era lo que Kenneth habría hecho. Nada de esta broma de anticipación. Por lo
general, se habría fortificado con una gran cantidad de uisge-beatha primero, como si no
hubiese podido tocarla a menos que estuviera borracho. No, que hubiera querido su trato
sexual… si pudiera ser llamado así… sobre todo después de que su verdadera naturaleza,
viciosa se hizo aparente.
Pero Maire no podía pensar en eso ahora. Tenía que concentrarse en el presente, por
temor a que el Vikingo la agarrase desprevenida… por temor a hacer algo que quizás
lamentaría después.
Rurik no se abalanzó encima, como había esperado. Nada la trababa aparte de sus
piernas y el pesado peso de su asta que presionaba sus partes tiernas separadas, listas para
dar un rápido un-dos-tres golpes antes de rodar y caer en un sueño pesado. No, Rurik
hacía las cosas a su propia manera, a su propio tiempo. Debería haberlo sabido.
Ahora que Maire exponía un nuevo territorio para la exploración de Rurik, comenzó
otra investigación lenta, sin prisa… primero con sus ojos calientes, luego sus manos y
boca. El hombre sabía cosas que Maire nunca había soñado.
—¿Son todos los Vikingos como tú? — soltó con un jadeó cuando le tocó sus
pechos… sólo las partes inferiores, con las yemas del dedo, cuando anhelaba algo más,
como que los succionara con sus labios.
Le echó un vistazo a través de sus pestañas gruesas, parpadeó… y guiñó. ¡El bribón
tenía el valor de guiñarle!
—No, sólo yo —dijo—.Y sólo contigo.
—Mentiroso.
Las cejas se levantaron, miró intencionadamente hacia abajo como para probar que
decía la verdad, luego renovó su «asalto» en ella.
—¿Esto es lo qué quieres, amor? —murmuró cuando comenzó a trabajar en
profundidad, primero un pecho, luego el otro.
¿Había hablado ella en voz alta? ¿Sabía lo qué había estado pensando?
—No —dijo con voz ahogada cuando su espalda se arqueó en respuesta a la deliciosa
agonía causada por su juego con las aureolas y los pezones. Trazando. Acariciando.
Revoloteando. Apretando.
—¿Quién es el mentiroso ahora? —preguntó, incluso cuando una mano ahuecó un
pecho y lo apretó hacia arriba, dándole muchísimo placer… cuando sus labios húmedos se
cerraron alrededor de un tenso pezón… cuando comenzó a succionarlo con un ritmo
salvaje.
Maire gritó… no podía ayudarse… y trató de empujarlo para alejarlo. Sin romper su
cadencia succionando, Rurik tomó ambas muñecas con una mano e hizo retroceder sus
brazos sobre su cabeza. Cada vez que él se acercaba, Maire sentía que el dolor en sus
pechos se intensificaba, y había una respuesta, construyéndose en un latido entre sus
piernas, que sostuvo fuertemente apretadas.
—Mírame —ordenó él.
Maire no se dio cuenta que mantenía sus ojos cerrados. Por alguna razón, no se negó,
como normalmente lo habría hecho. No, hizo lo que le había pedido.
Entonces le hizo lo mismo al otro pecho… cuando miró. Su pelo largo estaba sujeto
con una correa de cuero en una coleta detrás de su cuello, exponiendo así su cara para su
escrutinio. Cuando succionó su pecho, sus mejillas se movieron hacia adentro y afuera por
la fuerza de su esfuerzo. Maire pensó que no había una vista más erótica en todo el mundo
que un hombre increíblemente varonil, como Rurik, rindiéndole homenaje al pecho de una
mujer.
—¿Te gusta así? —preguntó suavemente cuando se ajustó para estar encima de su
cuerpo.
Ella sacudió su cabeza.
Lo cuál fue por lo visto su segundo error del día… ¿o el tercero? Estaba tan
confundida que en ese punto escasamente podía recordar su propio nombre.
—¿No? ¿No te gustó? ¡Tsk-tsk! Bien, adivino que tendré que esforzarme más.
Gimió consternada, pero Rurik atrapó su gemido con su boca, que se movía ya sobre la
suya. Una de sus manos todavía sostenía sus muñecas encima de su cabeza, pero la otra
sostenía su mandíbula.
Oh, él era un buen besador. Un besador exquisito. Tuvo que darle crédito al Vikingo
por eso. No quiso pensar en donde había aprendido todos esos trucos con sus labios,
dientes y lengua. Estaba más preocupada por como la hacía sentir. Si no tenía cuidado,
estaría teniendo uno de los famoso ataques de Rurik… por nada más que sus besos.
Él atacaba su oído ahora, alternando soplos de aliento con lameduras. De alguna
manera, sus manos se habían soltado, ya que sus brazos estaban envueltos alrededor de sus
amplios hombros, acariciando los gruesos tendones de su espalda, y sus manos estaban
bajo sus nalgas, levantándola contra su furiosa erección. Maire comprendió con asombro
que sus piernas se habían separado en algún sitio a lo largo del camino, y sus rodillas
sostenían sus caderas.
Quería a Rurik dentro de ella. Realmente lo hacía. Un entusiasmo interior extraño
ondeó por ella y se centró en aquel lugar donde él debería seguramente ya estar.
—Ahora —suplicó, y arqueó su centro hacia arriba del colchón estimulándolo.
La cabeza de Rurik se echó hacia atrás de repente y la contempló, jadeando, como si
tratara de salir de una neblina de confusión. Sabía como se sentía. Pero la sorprendió
declarando vehementemente:
—¡No!
—¿No? —Aquí estaba, tan abierta a ese hombre como cualquier mujer podría estar. Lo
único que faltaba era una bienvenida con trompetas.
—Todavía —explicó, dándole un beso rápido antes de ponerse de rodillas entre sus
muslos.
En un momento de vergüenza, Maire trató de cubrirse con sus manos, pero Rurik no la
dejó. Apartó sus manos. Entonces hizo lo impensable. Antes de que tuviera una
posibilidad de parpadear o decirle no, el bruto agarró la almohada y la colocó bajo sus
caderas, levantándola más alto y más abierta para su atento examen. Y la examinó
detenidamente. Sin mencionar otras cosas, que seguramente eran pecado.
Nadie jamás la había mirado allí.
Nadie jamás la había tocado allí.
Nadie jamás le había dicho como se veía allí.
Nadie jamás había elogiado su humedad allí.
Nadie jamás le había explicado con explícito detalle, lo que se proponía hacer allí.
Nadie jamás la había preparado para la sensación de la lengua de un hombre allí.
Todo en Maire se centró en él… en ese hombre que obviamente se deleitaba con el
cuerpo de una mujer… cada gesto y caricia suya era atenta y lenta.
Al momento que Rurik se inclinó, Maire gemía en el colchón, ante su primera
palpitación, una masa temblorosa de deseo femenino. Sintió como si estuviese… bien,
subiendo una montaña. ¡Si sólo pudiera alcanzar la cima! Sólo entonces ese horrible y
maravilloso dolor palpitante sería aliviado.
Y Rurik sabía de su angustia. Podía verlo en sus ojos admirativos. Y vio algo más,
también. Un deseo intenso, que derritió sus huesos. La deseaba tanto como ella. Y aún así
se contenía. ¿Por qué?
Antes de que pudiera preguntárselo, le dijo en un gruñido bajo, masculino:
—Presta atención, Maire. Esta es mi marca en ti.
Mientras observaba, su dedo medio largo chasqueó de acá para allá, rápidamente,
contra la superficie resbaladiza de una parte hipersensible de ella que no sabía que existía.
Lanzó un gemido y se resistió, pero él no se detuvo. Adentro y afuera, en ella comenzó un
espasmo con las sensaciones más increíbles. No placer… más bien el presagio de algún
gran acontecimiento. Pero luego vino el placer, también, como un rayo entre sus piernas,
su boca y su lengua estaban allí otra vez, implacables, lanzándola arriba y afuera sobre
algún gran abismo.
Éxtasis, eso es lo que era. Éxtasis completo.
¿Éxtasis? Los ojos de Maire se abrieron de par en par al recordar aquella palabra…
una palabra que Rurik había usado sólo esa tarde.
—¿Qué… fue… eso?
—Eso, querida, fue un orgasmo.
—Oh. ¿Uno de tus ataques de sexo?
—Sí … creo que sí. ¿Tuviste temblores?
No estaba segura, pero pensó que quizás estaba molestándola. Arriesgándose a sus
burlas, negó con la cabeza.
Ladeó su cabeza.
—Quizás lo hiciste, entonces. Estaba demasiado ocupado balanceando los ojos en mi
cabeza para notarlo.
¡Hah! El pícaro había advertido cada bendita cosa. Y la molestaba.
Su mirada fue inmediatamente hacia su ingle, donde una erección desenfrenada
todavía rabiaba hacia arriba, en un nido de rizos negros. Era más grande que antes, si era
posible. Maire sintió el poder fuertemente controlado que él mantenía.
—¿No has tenido un or-gas todavía? —preguntó tentativamente, no segura de si usaba
el término correcto, ni del modo correcto.
Él trató de sonreír pero un sonido estrangulado salió de su garganta. Al mismo tiempo,
su miembro masculino se sacudió. ¿Sólo porque ella miraba?
—Pensé que era doloroso para un hombre esperar demasiado tiempo.
—Es verdad. Es verdad. Estoy definitivamente adolorido. —Se estiró sobre ella
entonces, apoyándose en sus brazos extendidos. Ajustando sus caderas de un lado a otro,
maniobró su sexo en su mojado canal femenino—. ¿Me ayudarás a aliviar mi dolor,
querida? —preguntó entonces.
Maire no lo consideró ni siquiera por un momento antes de decidir que, en efecto, lo
haría… porque, sorprendentemente, desarrollaba un nuevo dolor en su interior.
10

MAIRE debía ser una verdadera bruja, ya que seguramente estaba bajo su hechizo. ¿Le
había dado de alguna manera una poción de amor, o sólo lo había rodeado de su aura
atractiva?
Mientras miraba fijamente con deseo a la muchacha tan seductora, estaba más que
preparado para unirse a ella de la misma manera que hombres y mujeres lo hicieron por
siglos, un regalo de placer de Dios a los hombres… y a las mujeres, también. Sabía con
seguridad, sin embargo, que esta vez sería diferente… cambiaría su vida. Y eso asustaba a
un hombre orgulloso de su independencia. ¿No se había dicho desde que era un muchacho
que no necesitaba a nadie?
Pero necesitaba a Maire ahora … desesperadamente.
¿Esa necesidad sería aplacada una vez que la lujuria pasase? Maldición, ¡esperaba que
sí! Nunca, en toda su maldita vida, deseó a una mujer de la manera que deseaba a Maire
ahora. Era un hombre que amaba a las mujeres y al sexo. Saboreaba tanto dar como tomar
de la alegría de la pasión entre las pieles de cama, y había sido sobre todo importante para
él, llevar a Maire al primer éxtasis, lo que había hecho… y bien. Pero nunca antes había
sido tan difícil retardar su propia satisfacción, y sinceramente temía ahora que no sentiría
satisfacción incluso cuando descargara su semilla.
Pero tenía que intentarlo.
Con sus brazos colocados rectos a ambos lados de la cabeza de Maire y sus caderas
acomodadas entre sus muslos, echó su cabeza hacia atrás, las venas se destacan
tensamente en su cuello y su aliento silbaba por sus dientes apretados. Sólo entonces
comenzó a entrar en su vaina apretada como seda caliente. Despacio, despacio, despacio,
entró un trozo diminuto de su vara a la vez, saboreando cada cierre que daba la bienvenida
en sus pliegues. Su cabeza giró por la intensidad de su excitación. Y estaba sólo a mitad de
camino.
Oyendo un sollozo suave, abrió sus ojos… y vio que Maire lloraba silenciosamente.
¡No! Se rebeló silenciosamente. ¡No, no, no! No me rechaces ahora. Es injusto. Creo
que voy a morir.
No murió. Tampoco se retiró. Sinceramente, no estaba seguro de poder retirarse, tan
enorme era su «Lanza». Pero preguntó:
—¿Qué pasa, amor? ¿Te hago daño?
Ella sacudió su cabeza, aunque sus hermosos ojos verdes siguieran llenos de lágrimas
parecidas a un cristal que se desbordaban y caían por sus mejillas.
—¿Qué te aflige entonces? Tú… ¿quieres que me detenga?
¡Thor santo! No podía creer que le había preguntado eso. De ninguna manera quería
darle una oportunidad para parar este exquisito deporte de cama.
Ella sacudió su cabeza otra vez.
¡Alabados sean los Dioses!
—¿Qué es entonces? —preguntó, inclinándose para besarle suavemente sus labios que
estaban húmedos y separados… por el llanto. Sin mencionar hinchados… por sus
recientes besos. Rurik todavía estaba encajado sólo a mitad de camino dentro de la
muchacha, y estaba asombrado de su calma al preguntarle por su angustia cuando lo que
quería hacer era copular antes de que sus sesos se derritieran.
—Tú —ella contestó.
—¿Yo?
Maldición. Maldición, ¡caramba! ¿Qué he hecho ahora? ¿La agité con alguna actitud
grosera? ¿O dije algo pervertido que la espantó? Yo, ah, espero que no haber mencionado
lo de copular y mis sesos
—Eres tan hermoso… —explicó ella.
¡Oh! De modo que no soy tan grosero como temí.
—… y lo que me haces… lo que siento cuando te apareas conmigo —ella se encogió
de hombros, incapaz de encontrar las palabras precisas que buscaba— no sabía que hacer
el amor podía hacerte sentir tan… tan glorioso.
¿Glorioso? Ahá, le gusto… le gusto… bien, de todos modos, le gusta como me veo…
y como la hago sentir.
Fue todo lo que Rurik necesitó oír. Con un rugido de exaltación masculina, se
sumergió hasta el fondo. Haciendo una pausa brevemente para ajustarse de un lado a otro,
lo que hizo que sus músculos interiores cambiaran para acomodarse y su erección se
alargara, susurró palabras carnales contra su oído, reconociendo que a algunas mujeres les
gustaban las malas palabras en el juego de cama.
—Tus pliegues de mujer se sienten como dedos calientes en mi sexo.
—Tu parte masculina parece mármol suave. Y palpita, rápidamente —contestó ella.
A algunos hombres les gustaban las malas palabras en el juego de cama, también, tuvo
que confesar. Él era uno de ellos. ¡Alegría, alegría, alegría!
—Has lo que quieras… no mi pene… quiero decir, el modo que se mueve… el maldito
bastardo…, no quería sonar tan ordinario —dijo Rurik con un gemido. Freyja bendito,
tartamudeaba como un torpe imbécil sin ninguna experiencia.
Ella sonrió suavemente.
—Sí, lo hago.
Rurik se sintió sacudido dentro de ella por aquella admisión… ella se odiaría quizás
más tarde; era exactamente lo que el ego masculino de Rurik quiso oír.
Luego comenzó con golpes largos, intentando mantenerlos más lentos, arrastrándose
contra su deliciosa fricción, pero no era fácil, sobre todo cuándo ella estaba con los ojos
muy abiertos maravillados y preguntó:
—¿Voy a tener otro ataque de sexo?
Él se rió, o lo intentó, pero salió como un gorjeo.
—Eso espero.
Ella afirmó con la cabeza, lo que era asombroso, realmente… podía mover la cabeza y
hacerle preguntas aparentemente ocasionales mientras su corazón rugía y su sangre estaba
a punto de ebullición.
—¿Tendrás un ataque de sexo, también?
¡Preguntas, preguntas, preguntas! Pensó. Pero lo que dijo fue:
—Definitivamente.
Él se quedó en silencio entonces, y ella también, cuando inició el ritmo serio,
palpitante que venía por instinto al cuerpo masculino. Pronto Maire agarró la idea y
levantó sus nalgas del colchón, ondulándose en el contrapunto de sus empujes. El
pensamiento lógico estaba más allá ahora. Con otras mujeres, podría haber reflexionado
cual era el mejor método para lograr eso o alguna meta. Pero no con Maire. ¡Rurik estaba
fuera de control, perdido en una excitación candente, Y —¡Gracias, Odin!— Maire
parecía estar igual.
Cuando Maire comenzó a embestir por el aumento de su estímulo, él gimió
entusiasmado. Pronto se contraía alrededor de él… una sensación tan agradable que se
acercaba al dolor… y se retiró, en el último momento, para derramar su semilla en su vello
púbico. Rurik anhelaba tanto acabar dentro de su cuerpo, pero le había prometido que no
habría embarazo. Incluso así, alcanzó el éxtasis, y cayó encima de su cuerpo.
Ambos estaban saciados, respirando pesadamente en el cuello del otro, tratando de
volver a la calma y la cordura… aunque Rurik no estaba seguro si podría lograrlo alguna
vez.
Ella lo tomó por ambas orejas entonces y levantó su cabeza para escudriñarlo
atentamente.
—¿Qué? ¿Qué miras?
Sus labios parecían retorcerse con cierto regocijo.
—Sólo verifico si tus ojos están rodando detrás de sus cuencas.
Él se rió y le dio un juguetón pellizco en su hombro antes de salir de encima y del
colchón para pararse al lado de la cama.
—Ellos lo están, a ciencia cierta —le informó—. Y apostaría que entré en temblores,
también—Luego pidió—: Quédate aquí.
Fue detrás de un biombo en el rincón donde se lavó. Mientras estaba allí, comprobó el
espejo para ver si su marca azul todavía estaba allí. Lo estaba. Sonrió, adivinando que
tendría que hacer el amor denuevo con Maire. Todavía sonriendo, tomó una jarra de agua
y una tela suave y regresó a la cama, donde se puso a lavar sus partes femeninas.
Él habría pensado que Maire iba a protestar por el acto íntimo, o que se cubriría por
modestia, como algunas mujeres hacían, ahora que habían terminado de hacer el amor,
pero, no, ella se reclinó en las almohadas, con las piernas ligeramente separadas, y
permitió que la cuidara. La muchacha continuamente lo sorprendía.
Pero quizás podría ser una buena idea si cambiara de tema para dar a su cuerpo una
oportunidad de renovarse. Echando un vistazo sobre el cuarto, notó otra vez el inacabado
tapiz en su marco de madera en el rincón. Incluso en el lúgubre crepúsculo causado por el
tiempo lluvioso, el cuadro era exquisito. Rurik nunca reclamaría ser un experto en arte,
pero sabía reconocer el talento cuando lo veía. No eran sólo los colores brillantes, sino las
texturas diferentes del hilo y los puntos de costura lo que daba un aspecto dimensional a la
escena, que incluía a un hombre y una mujer de la mano, vistos de espalda, mirando a un
muchachito que jugaba en las aguas bajas a la orilla de un lago. La figura del hombre
estaba incompleta, al igual que las nubes blancas que flotaban en el cielo azul, sus prendas
cubiertas con lavanda y brezo, un ciervo rojo mirando a escondidas desde el bosque en la
distancia.
Algo sobre la escena cautivó su corazón de un modo inexplicable. No sólo por su
belleza. No, era la imagen que retrataba a una familia… la clase de familia con la que
había soñado siendo un niño. Una fantasía, realmente. Eso es lo que era.
—¿Qué contemplas tan atentamente? —preguntó Maire, poniendo una mano sobre su
antebrazo.
Él sacudió su cabeza y se giró para mirarla. Ella todavía se reclinaba en la cama, pero
había arreglado la ropa de cama hacia arriba y sobre sus pechos con modestia.
—El tapiz —contestó—. ¿Quién lo hizo? ¿Tu madre? —Alguien le había dicho que
los grandes tapices polvorientos del Gran Salón, que habían sido bajados el día anterior
para ser limpiados, fueron hechos por su madre y abuela hace años. Eso explicaría por qué
ese tapiz estaba inacabado.
Maire se rió suavemente.
—No. Mi madre murió hace más de veinte años. Hice la costura… o mejor dicho la
comencé y nunca tuve tiempo para completar el diseño.
Rurik no estaba seguro de por qué, pero quedó impresionado.
—¿Tú?
—¿Por qué estás tan incrédulo?
Él se encogió de hombros con incertidumbre.
—Es tan hermoso.
—¿Y eso te impresiona? Creo que debería sentirme insultada.
—Es sólo que… no sé … bien, ¿por qué alguien que puede crear tal belleza hace algo
más? Quiero decir, ¿por qué prácticas tus artes de brujería incorrectamente? ¿O trabajas en
tu fortaleza hasta que tus manos quedan rojas y ásperas? ¿O malgastas todos los años de tu
juventud tratando de mantener un desesperado clan unido?
Maire se erizó ante la evaluación de su vida.
Él se apresuró a explicarse.
—Podrías hacerte famosa con tu costura, Maire. Conozco a reyes que te pagarían
grandes tesoros por crear tal belleza para ellos. —Hizo una pausa, luego añadió—. ¿Por
qué nunca lo terminaste?
—No tengo suficiente tiempo. Otras preocupaciones siempre interfieren. —No pareció
importarle mucho.
Él carraspeó incrédulamente por que algo pudiese ser más importante que su talento.
Ella sacudió su cabeza tristemente como si él no entendiera.
No lo hizo.
—Rurik, hay cosas más importantes en la vida que la belleza.
—¿Lo hay? —Su pregunta pareció tonta, hasta a sus propios oídos.
Afirmó con la cabeza.
—Como el honor. Y la familia. Y dar de sí mismo para ser mejor.
Rurik no discrepó ya que esos eran valores importantes. Pero ese tapiz dio a Rurik una
nueva vista de Maire que le gustaría contemplar más. Más tarde, sin embargo. No ahora.
Bajando la ropa de cama para exponer sus pechos, le dijo moviendo las cejas:
—También tengo talentos.
Su humor sombrío se aligeró inmediatamente.
—Tenía dudas. Aunque, te digo esto, Vikingo, si el acto sexual hubiera sido parecido a
este la primera vez que estuvimos juntos, sin duda me hubiese arrastrado detrás de ti a
través de los océanos, sin importar tus deseos.
Todavía sentado a su lado en la cama, le echó un vistazo a través de sus pestañas, sin
levantar su cabeza.
—Ah, no me mires así, tan alarmado —dijo con una risa—. No tengo la intención de
perseguirte después que te vayas.
—No estaba alarmado —protestó él.
—Sí, lo estabas. —Ella se rió todavía más.
—¿Qué es tan diferente ahora? —él preguntó, metiéndose lentamente en la cama y
tomándola en sus brazos.
—Ahora, soy responsable de un niño, y un clan. Pero eres un bocado tentador.
Rurik no estaba seguro si le gustó que hablara así de él. El papel del hombre era
embromar después del amor. Era demasiado sincera y desinhibida.
No, inmediatamente se enmendó con una sonrisa. Su carencia de inhibiciones era
inestimable, y había que animarla, no desalentarla.
—Sabes, Rurik…
¿Qué pasaba con las mujeres… que sentían la necesidad de charlar después de hacer el
amor? ¿Qué había de malo en el silencio… o el sueño?
—¿Qué?
—…realmente no fue un castigo.
—Explícate, muchacha —se quejó, tirándola aún más apretadamente a su lado, con su
cara descansando en su pecho. Si ella iba a charlar sin parar, él iba a ponerse cómodo.
Girando sus pelos del pecho con un dedo, ella comentó:
—Has estado implicando que me tomarías en tus pieles de cama como un castigo.
Pero, sinceramente, fue más bien una recompensa.
Rurik se sintió tanto regocijado como descontento por su observación. Luego la
provocó un poco.
—Ah, pero ahora llevas mi marca de hombre, y juro, cuando que este día se termine,
mi marca en ti será indeleble.
Ella pareció considerar sus palabras durante mucho tiempo, todavía jugando con los
pelos de su pecho y puso una rodilla sobre su muslo. Lo rozó de arriba abajo, de arriba
abajo, y de arriba abajo. Finalmente, lo miró detenidamente y revoloteó sus gruesas
pestañas hacia él, tímidamente.
—¿No crees que podrías comenzar ahora?
Rurik casi se mordió la lengua.
Por supuesto que podría. Definitivamente. Pero era mejor no dar demasiado a las
mujeres en el juego amatorio no sea que piensen que llevaban la ventaja. De modo que,
con falsa indiferencia dijo:
—Quizás.
Vio inmediatamente que había calculado mal con Maire. La desilusión brilló en su
cara por su respuesta poco entusiasta, pero, aún peor, se sentó y se levantó de la cama.
—Oh, pues no importa —dijo con tanta falta de entusiasmo como él acababa de
manifestar. ¡Cómo lo desafiaba ella!—. Quizás iré a buscar a Nessa y pondremos poner
algunos panales en contenedores de cerámica para los meses de invierno. ¿Qué más se
puede hacer ya que el tiempo afuera está tan malo?
—¡Hah! —exclamó, inmediatamente reagrupándose como sólo un buen soldado podía
hacerlo—. ¡No, no, no! No evitarás que te suelte tan fácilmente, muchacha escurridiza.
Habrá miel hecha en Beinne Breagha hoy, te lo aseguro, pero no de la variedad de la
abeja… más bien de la variedad sexual. Y en cuanto a que más se puede hacer, supongo
que tengo unas ideas.
Ella hizo una pausa.
Rápidamente, él la agarró por la cintura y la arrastró. Aterrizó encima de él, gracias a
su hábil manejo. Su pelo ondeó hacia adelante, tapando su cara, y aterrizo en su boca
abierta. Él escupió unos pelos, luego le informó:
—Sólo bromeaba cuando dije que alomejor podríamos volver a hacer el amor otra vez.
Lo que quise decir era que definitivamente lo haríamos.
Tomó su pelo apartándolo de su cara y detrás de sus orejas. Luego levantó su cabeza
para mirarla. Para su asombro, ella sonreía. De hecho, por la sacudida de su cuerpo,
adivinaría que apenas lograba suprimir sus carcajadas.
—Ya lo sabía —le dijo con una sonrisa descarada.
Entonces, de todas las cosas, la bruja le guiñó. Y se hizo claro como los cielos sobre
Oslofjord que ella, en efecto, realmente tenía la ventaja.
¿Ahora qué?
Maire era nueva en este salvaje juego licencioso. Acababa de hacer algunos
comentarios provocativos de manera escandalosa, pero ahora estaba insegura por como
llevarlos a cabo.
Él la miró con aquellos ojos azules irresistibles, esperando su siguiente movimiento.
Ella no tenía ninguna pista de cual sería. Aún.
—Ven, Maire —instó—. ¿Qué cosas adicionales quisieras hacerme para ponerte mi
marca? No vayas a matarme la lengua.
—Estoy pensando —chilló, no era el mejor modo de responder, supuso, cuando estaba
tumbada encima de un Escandinavo desnudo. ¿Pero muerto de lengua? Debería golpear su
cara que sonreía con satisfacción con el jarrón de cerámica que todavía estaba abajo al
lado de la cama. Sin embargo, el hombre tenía usos. Sí, eso es. Quiero usar al patán
lascivo para mis propósitos, ¿pero cómo?
Oh, Rurik era todavía el mismo Vikingo insoportable, pero hacer el amor con él había
sido un acontecimiento alegre, y Maire había experimentado poca alegría en su vida en los
últimos años. ¿Era tan incorrecto unirse otra vez mientras podía?
Sinceramente, el hombre le había hecho salivar con sus magníficas habilidades
haciendo el amor. ¿Quién sabía que un ejercicio tan mundano podría ser así…? No podía
decidir exactamente la palabra correcta.
¿Agradable? A ciencia cierta.
¿Intenso? Sí. De un modo agradable.
¿Estimulante? Tuvo que sonreír. Definitivamente aprendía cosas, y definitivamente
quiso aprender más cosas. Además, descubría que tenía una fuerte chispa sensual. Antes
de que desapareciera, le gustaría saber más sobre lo que lo había traído a la vida, y por
qué.
¿Grato? Extraño que esa palabra rondara en la cabeza de Maire, pero hubo un
sentimiento de equilibrio cuando Rurik estuvo dentro de ella. No sólo unidos, o la
maravilla de dos cuerpos dispares que encajaban juntos tan perfectamente, como el
Creador había planeado. Era más como si… se estremeció al pensar en las
ramificaciones… su conexión había sido, de hecho, ordenada de algún modo, como Rurik
había mencionado antes. Destino.
Suspiró por tal pensamiento caprichoso y notó que Rurik todavía la miraba fijamente,
con sus cejas arqueadas en pregunta. También notó que su parte masculina se había puesto
dura otra vez y daba un codazo con insistencia contra su parte femenina.
Bien, Maire no estaba segura sobre que hacer, pero siempre podía seguir la técnica de
Rurik… la lenta que había empleado al principio. Bajándose de su cuerpo y a su lado,
pidió:
—Date la vuelta.
Asustado, parpadeó hacia ella.
Encontró que le gustó ser la que estaba a cargo.
—¿Q-qué?—tartamudeó.
También encontró satisfacción al hacer que un hombre —un hombre varonil en su
cama— tartamudeara.
—Quiero examinar tu cuerpo, como hiciste con el mío —explicó, sonrojada desde la
frente a los dedos del pie. No estaba acostumbrada a hacer tales demandas explícitas a un
hombre, sobre todo a uno desnudo.
Su vara ya endurecida se contrajo ante sus palabras.
Y, sí, Maire encontró que había satisfacción en saber que sus meras palabras podrían
despertar a Rurik.
Durante un largo momento, la contempló, y Maire pensó que quizás se negara, pero
entonces de repente él se lamió sus labios secos, lo que causó que sus labios también se
secaran.
—Posiblemente eso será muy bueno, Maire —murmuró con voz ronca, y se acostó
sobre su estómago, doblando sus brazos bajo su cara.
Al principio, los ojos de Maire simplemente estudiaron su largo cuerpo. Pero incluso
el superficial examen le mostró que era magnífico, un magnífico espécimen de virilidad.
Hombros anchos. Cintura estrecha. Caderas delgadas. Nalgas firmes. Piernas
excesivamente largas. Y en todas partes músculos, músculos, músculos.
Apartó su larga trenza y tocó los tendones fuertes en su cuello. Él suspiró suavemente
con apreciación, lo que la indujo a pasar sus palmas a través de sus omóplatos, luego a la
pequeña parte baja de su espalda. Inmediatamente, todos los músculos superiores de su
cuerpo se tensaron.
—¿Se sintió mal?
Él hizo un ruido como un gorjeo, a mitad de camino entre un esternón y una risa.
—Muy bien.
Vaciló, y luego masajeó los dos montículos de su trasero. Interesada en la extraña
compacticidad allí… mucho más duro que el suyo… lo tocó mucho más, luego dirigió un
índice abajo hacia la línea central.
Su cuerpo entero se puso tieso.
¿Era un error? ¿Demasiado descarado? Pensó en desistir de ese asunto de la
exploración, pero entonces la lisonjeó:
—No pares ahora, Maire. Por el amor de Freyja, no te atrevas a parar ahora.
Se rió por la vertiginosa noción de que podía afectar a este amante tan experimentado.
Reanudando su revisión sin prisa, bajó hacia sus piernas, donde descubrió que la parte
trasera de sus rodillas y sus muslos interiores eran extraordinariamente sensibles al tacto.
Él gimió en voz alta y giró, tirándola a mitad de camino encima de él… sus pechos
presionando su pecho, un muslo sobre los suyos. Atacada por un combate repentino de
modestia, trató de acomodarse de modo que las puntas excitadas de sus pechos no fueran
tan evidentes, pero él no le permitió moverse. En cambio, susurró, atrayéndola hacia sí:
—Bésame, bruja. Antes de que reanudes tu campaña para volverme loco con tus
caricias, pruébame con tus labios, tu lengua, y tus dientes.
—No soy una besadora tan buena, como tú —confesó tímidamente.
Al principio, sus ojos lánguidos se abrieron por la sorpresa. Luego sacudió su cabeza
como si su inexperiencia no fuera importante.
—Inténtalo —suplicó—, y te enseñaré lo que no viene por instinto.
Maire sólo lo hizo, colocando sus labios sobre los suyos mucho más llenos, luego
arrastrándolos de un lado a otro para acomodarlos mejor.
—Ábrelos —él murmuró contra sus labios.
Lo hizo, y, oh, ¿quién sabía que sólo separar los labios sobre los de un hombre podía
ser tan erótico? Rurik la instruyó en el arte de los besos entonces. No con palabras, sino
con sonidos masculinos de estímulo, vueltas de cabeza, y ejemplos. Pronto descubrió que
era una principiante muy rápida. Rurik la consideró una alumna excelente, también, si sus
alientos desiguales eran alguna indicación cuando finalmente rompió el beso.
Para la inmensa satisfacción de Maire, vio que sus labios estaban húmedos y
ligeramente aumentados por sus besos. Sus ojos centelleaban con un fuego carnal que ella
había encendido. Y su virilidad que se apretaba urgentemente contra su muslo era gruesa y
dura. No quiso pensar como debía parecerle a él. Mal, estaba segura. O bien, dependiendo
del punto de vista.
Rurik le había dicho algo antes, en el calor del acto, recordó ahora. Le había dicho que
la pasión de una mujer era el mayor placer de un hombre. Bien, eso era de otro modo,
también, comprendió ahora. La pasión de un hombre era el mayor placer de una mujer,
también.
Era tiempo de reanudar sus exploraciones, decidió. Para la siguiente ruta de Rurik, usó
su lengua y dientes para jugar con sus orejas y sus planos pezones. Para su placer, él
encontró tanta alegría por sus resultados como ella había encontrado en los suyos.
En cierta ocasión, comentó tristemente, cuando estudiaba a su miembro que crecía:
—Por el tamaño de tu Lanza, parece que no has estado diciendo muchas mentiras,
Vikingo.
—No es momento para bromas, muchacha —dijo roncamente, pero podía decir que
sus palabras juguetonas lo alegraron. No estaba acostumbrada a tal coquetería, pero
encontraba que le gustaba. Quizás después se haría más competente en el apacible arte del
flirteo… si el pícaro bajo sus dedos se quedaba mucho tiempo.
Cuando había extendido sus dedos sobre su estómago y bajó su cabeza para lamer la
hendidura de su ombligo, Rurik había tenido por lo visto bastante de su dulce tortura. Con
un rugido masculino, la levantó de modo que quedó sentada a horcajadas sobre su
estómago.
—Tómame —jadeó él.
—¿¡Eh!?—Ella inclinó su cabeza en pregunta—. ¿Cómo?
—Dentro… tómame dentro tuyo —dijo él con una voz tan ronca y caliente que sintió
que su centro de mujer se apretaba en respuesta.
No estaba exactamente segura como hacer eso, pero levantó su trasero ligeramente, y
agarró la gruesa vara en sus manos, lo empujó hacia dentro muy suavemente. Y, por los
santos, él se sintió bien.
Los ojos de Rurik realmente rodaron atrás en su cabeza durante un momento, y vio
que sus dientes estaban apretados, como si le doliera. Pero sintió que era una especie de
dolor-placer. Cuando sus ojos entraron en contacto con los suyos otra vez, él dijo:
—Inclínate hacia adelante para que puedas tomar más de mí, amor.
¿Más? No era posible. Hizo cuando le dijo y encontró, para su asombro, que su cuerpo
estaba hecho para aceptar todo de él, como sus músculos interiores cambiaron y lo logró.
—Ahora recuéstate.
Lo hizo, descansando su espalda en sus muslos, lo que hizo que sus piernas se
ensancharan. Para su vergüenza, sin embargo, comenzó a contraerse alrededor de su
canal… alternativamente apretando y liberando. Trató de levantarse y volver su cabeza
por la vergüenza, pero él no la dejó. Con un movimiento de sus caderas, la dominó y
suplicó:
—Mírame, Maire. Yo te veré alcanzar tu punto máximo.
Cuando ella no encontró inmediatamente su mirada, comenzó a rozar el brote entre sus
muslos… el que ahora prácticamente presionaba contra su vientre, tan insistente en su
hinchazón como su propia erección incrustada.
—¡Oh! —susurró.
—¿Qué? —preguntó.
Ella puso una mano contra sí misma y admitió:
—Se siente como las alas de mariposa aquí… el frenético redoble de alas de mariposa.
—Oh, Maire. Eres realmente preciosa.
Luego un violento gemido brotó de ella, cuando las convulsiones comenzaron de
nuevo, más fuerte ahora.
—Necesito… necesito… —gritó, no segura exactamente de lo que necesitaba. Quizás
sólo un final a la palpitación entre sus piernas y el dolor en sus pechos.
Entonces, despacio, despacio, despacio, ella meció sus caderas. Tan intensa era la
dicha que cerró sus ojos y vio estrellas rojas y blancas detrás de sus párpados. Cuando los
abrió, era obvio que él estaba igualmente afectado. Gotas de sudor perlaban su frente y su
labio superior, atestiguando su gran control. Sus ojos estaban nublados, y jadeos salían de
sus separados labios. Frustrada por su falta de movimiento, ella agarró sus manos de sus
caderas y las colocó sobre sus pechos.
—Muévete, maldito. ¡Muévete! —exigió.
Él se rió de ella.
—Con placer, mi señora. —Sus suaves indicaciones y sus hábiles manos le mostraron
el ritmo. Calculó que debía estar haciéndolo bien porque en cierta ocasión él le dijo, con
un gemido—: Tú… eres… increíble.
Maire había alcanzado su punto máximo tantas veces desde que la había obligado a
montarlo a horcajadas que había perdido la cuenta. Cuando él susurró en su oído:
—Te derrites como la miel caliente alrededor de mí —sintió, en efecto, como su
interior se disolvía alrededor de él—. Dime como te sientes —imploró él entonces.
Ella pensó sólo un instante y reveló:
—Eres la parte ausente de mí, que vuelve a casa. —Sus palabras lo atontaron, podía
decirlo, pero era verdad. Él la completaba.
¿Algún hombre y mujer encajaban tan bien juntos como ellos lo hacían? No tenía
experiencia, además de Kenneth, pero decidió que Rurik y ella debían ser únicos. Adán y
Eva, pero mejor. Aquel pensamiento la hizo sonreír.
—¿Te alegras por mi desconcierto? —gruñó Rurik, agarrándola juguetonamente de la
barbilla.
—¿Estás desconcertado?
—Ah, señora, estoy adoloridamente desconcertado, y tú eres la causa.
Ella sonrió ampliamente entonces.
Agarrando sus nalgas, la hizo rodar de modo que quedara abajo.
—¿Te gusta desconcertarme, verdad?
—Enormemente.
Fue la última palabra que pudo decir durante un tiempo pues Rurik comenzó con las
fuertes embestidas que provocarían su propio éxtasis. Maire observó de cerca como su
explosión se acercaba. Las venas se destacaban en su cuello y frente. Sus ojos se dilataron
y se oscurecieron azul como la medianoche. Su nariz llameó. Y jadeó en una cadencia
agitada para emparejar sus embestidas.
El éxtasis de Rurik era algo hermoso de mirar.
Al final, lo sacó y derramó su semilla sobre los linos entre sus piernas. Durante un
instante, lamentó que no pudiera quedarse dentro suyo, especialmente cuando su interior
seguía contrayéndose… pidiendo… pero sabía que era imprudente.
Se derrumbó encima de ella, su cara presionó la curva de su cuello. Maire pensó que
se había dormido, pero él besó el punto del pulso en su cuello y susurró:
—Gracias.
¿Gracias? ¡Qué cosa tan rara dice!
No tan raro, sin embargo, supuso. Estaba agradecida, también, por el placer que
acababa de darle. Cuando su peso la presionó al colchón, bastante cómodamente, Maire le
acarició su sedoso pelo y reflexionó en todo lo que le había sucedido ese día. Era
extraordinario. Las lágrimas anegaron sus ojos cuando comprendió como de
extraordinario.
Todavía lo amaba.
11

RURIK estaba asustado.


Para un guerrero endurecido, era una admisión difícil de hacer. Pero así era.
Podía manejar probabilidades desiguales en una batalla, podía manejar la perspectiva
de morir sin advertencia, podía manejar la matanza y la crueldad. Lo que no podía manejar
eran los abrumantes sentimientos que desarrollaba por Maire.
¿Cómo podía sentirse tan afectado en un tiempo tan corto? ¿Brujería? Se estremeció
ante la posibilidad. No podía negar que cuando miraba a Maire sus entrañas se derretían,
su corazón se aceleraba, y perdía la concentración. En esencia, se sentía bastante enfermo
del estómago. No podía dejar de tocarla, pensar en ella, o sonreír… Sí, había estado
sonriendo mucho las horas pasadas. Mejor tenía cuidado, no fuese que comenzara a
comportarse como un estúpido soñador.
La verdad sea dicha, Rurik sospechó que se había enamorado de la bruja. No, que
supiera por experiencia como se sentía. Pero si era, en efecto, verdad, entonces tendría que
encontrar un modo de detenerlo en ese mismo momento. Enamorarse no tenía cabida en
sus planes. No, en absoluto.
Había muchos motivos por qué no podía permitirse amar a una mujer, pero tres
importantes vinieron inmediatamente para oponerse:
Primero, era un guerrero, puro y simple. No tenía otra identidad que esa. Andar con el
culo sobre los hombros enamorado de una mujer —especialmente una con el talento para
cambiar ciertas partes de su cuerpo a azules y a otras vibrar con fuerza— lo haría… débil
y vulnerable, algo que no podía permitirse. Había tenido a soldados enamorados bajo su
mando en el pasado. Pronto perdían su concentración. Muchos cayeron más rápido por
una flecha sajona, por lo general tropezando con sus propios pies.
Segundo, no había futuro en amar a una bruja escocesa. Rurik odiaba la tierra de Alba
apasionadamente y apenas podía esperar a dejar sus límites. Además, estaba prometido en
matrimonio con una princesa Nórdica, y esa había sido una promesa hecha con honor, que
debía ser mantenida.
Tercero, Maire era su enemiga, y no debería olvidar ese hecho. Ella había marcado su
cara y lo había sometido a años de burla.
Bien, al menos ahora sabía lo que debía hacer. Tenía una nueva meta, la cual era
eliminar su tatuaje azul. No amar a Maire.
Eran las últimas horas de la tarde. Maire y él habían estado haciendo el amor —en su
mayor parte— desde el amanecer, y ni siquiera así podía tener bastante de ella. Incluso
ahora, mientras dormía en sus brazos, no podía alejarse, aunque su vientre resonaba de
hambre, su miembro crecía a pesar todo el ejercicio sudoroso, y las ropas de cama
incómodamente húmedas. Así qué, siguiendo su nuevo lema «no amar a Maire», recurrió
a sus años de disciplina para evitar notar su encanto cuando con cuidado se soltó de su
pelo rojo y sus adheridos miembros.
Realmente, tenía los ojos cerrados. Eso ayudó, también.
Un momento después felicitaba mientras salía de la cámara sin despertarla. Cerrando
la puerta silenciosamente, se sobresaltó cuando la primera cosa que vio fue a Toste y Vagn
apoyados contra la pared, los brazos doblados sobre sus amplios pechos y los tobillos
cruzados. Le sonreían burlonamente.
—¿Qué están haciendo aquí?
—Protegiendo a la señorita —contestó Toste.
—Cómo lo pediste —indicó Vagn.
—No les pedí protegerla cuando yo estuviese con ella —se quejó—. Además, ¿por qué
era necesario que los dos montaran guardia?
—Toste es la guardia. Yo sólo le hago compañía —dijo Vagn.
Ambos todavía sonreían abiertamente.
—¿Así que le hiciste un or-gas a la muchacha? —Toste y Vagn le preguntaron al
mismo tiempo.
—¿Dejarían por favor de usar esa ridícula palabra? Además, no les concierne si lo hice
o no.
—Bien, ciertamente parece que has tenido un or-gas… bueno y apropiado —dijo
Toste, esquivándolo cuando Rurik balanceó un puño hacia su boca risueña.
—Sí —Vagn estuvo de acuerdo—. Creo que todavía sufre después de los temblores,
también… de su ataque. Alomejor tiene or-gas dolorosos. Quizás debería ir a ver la
condición de la bruja.
—Aléjate de Maire —pidió Rurik, demasiado rápido y demasiado brusco.
Ambos hombres lo miraron fijamente con sus cejas arqueadas.
—¡Uh-oh! —dijo Toste.
—¡Uh-oh! —dijo Vagn.
—Les daré a ambos una razón para decir uh-oh si no dejan de agitar sus lenguas.
Rurik notó algo más. Los dos gemelos tenían un pedazo de hilo escarlata enrollado
sobre su dedo medio.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando a uno, luego al otro adorno.
—Un hilo de medición —contestó Toste, con la cara sonrojada.
Rurik no podía recordar un momento, alguna vez, que Toste se hubiese sonrojado, aun
cuando había hecho algunas cosas bastante vergonzosas.
—Para nuestro pene —explicó Vagn, y su cara estaba sonrojada, también—. Quiero
decir, para medir nuestro pene.
—¡Thor santo! ¿Usted dos son tan imbéciles que creyeron ese indignante cuento
acerca de las mentiras de los Vikingos y las partes masculinas que se encogen?
—No lo creímos exactamente, pero quisimos un estándar de medición, por si acaso —
dijo Toste defensivamente—. Uno nunca sabe con una bruja, Rurik. Realmente, uno no
puede ser demasiado cuidadoso.
—No que seamos propensos a las supersticiones, sabes. Pero una mentira pequeñita
podría escaparse de vez en cuando. —Vagn lo miraba parpadeando con inocencia. Echó un
vistazo a su hermano, que afirmó con entusiasmo.
—¿Y qué harías si hubiese algún encogimiento…?
Los gemelos cambiaron miradas alarmadas.
—¿Quizás la bruja sabe un hechizo para… alargar? —preguntó Toste esperanzado.
Realmente, sí, pero vaya si dejaré que use su magia en cualquiera de estos dos.
—Sí, eso daría en el quid —dijo Vagn.
—Creo que he aterrizado en una garita de locos —concluyó Rurik, agarrando a Toste
del brazo y tirándolo hacia el hueco de la escalera—. Ven conmigo, y dime lo que ha
estado pasando. Vagn, quédate y cuida a Maire.
Habían alcanzado el fondo de la escalera y estaban a punto de entrar en el Gran Salón
cuando Toste lo contuvo.
—Hay algunas noticias que deberías saber.
Cuando Rurik se detuvo, Toste le informó de una serie de acontecimientos que habían
sucedido durante la noche, que implicaba a tres vacunos y cuatro ovejas. Eso en sí mismo
no debería haber sido una preocupación. Los escoceses amaban el pillaje, y era parte de su
estilo de vida robarse el uno al otro rutinariamente. Incluso se lo dijo a Toste.
Toste sacudió la cabeza.
—Esto fue diferente. No sólo mataron a los animales y los dejaron para pudrirse, sino
que los torturaron de antemano y mutilaron. Cabezas cortadas. Ojos excavados. Los
testículos de un carnero pegados en su propia boca.
Rurik probó la bilis que subió a su garganta.
—Una advertencia, entonces. Los MacNabs dejan una advertencia… no sólo que
pueden entrar en tierras Campbell, sin inmutarse, sino que están listos para infligir tortura
a personas inocentes.
—Esa es mi opinión del asunto, la de Stigand y Bolthor, también.
—¿Por qué no me lo dijiste tan pronto como lo supiste?
Toste se encogió de hombros.
—Sólo descubrimos la perfidia hace menos de una hora. Realmente, por eso estaba en
el pasillo fuera de tu cámara. Acababa de subir a buscarte.
—No me gusta esta espera, como un jabalí sentado que invita a la lanza del cazador.
Cada buen soldado sabe que es mejor estar a la ofensiva que a la defensiva.
—Es algo de lo que tenemos que hablar. Todos te esperan.
—¿El castillo está seguro por el momento?
—Sí.
Un pensamiento repentino cruzó por la mente de Rurik, y jadeó.
—El muchacho… el hijo de Maire… ve inmediatamente y tráelo al castillo. No me
preocupa lo que su madre diga… no es seguro para él estar en los bosques cuando el
MacNabs puede moverse tan libremente. Lleva a uno de los hombres Campbell contigo y
ordénale que te diga donde se localiza esa cueva escondida.
—No había considerado esa posibilidad, pero estás en lo cierto. El muchacho debe ser
traído bajo la protección de su guardia. El MacNabs no estaría por encima de torturar a un
niño —dijo Toste.
—O la madre, si el niño fuera utilizado para rescate. —La sangre de Rurik se enfrió
ante la perspectiva de Maire puesta en peligro. Después de todo, un hombre que colocaba
a una mujer en una jaula no estaría por encima de otros actos indecibles.
—Uh, Rurik, hay otra cosa.
Rurik inclinó su cabeza en pregunta.
—Hay una impresión de mordedura en tu cuello. —Los labios de Toste se crisparon
con alegría.
Rurik puso una mano al lado derecho de su cuello. No dudó que hubiera una marca.
Sinceramente, podía recordar detalladamente las circunstancias en las cuales Maire había
lanzado un grito de pasión y lo había mordido allí. De todos modos, Toste empujó los
límites de la amistad comentando tal cosa.
—Seguramente quieres que te digan esas cosas, Rurik —dijo Toste, notando su
disgusto—. Después de todo, un Vikingo nunca miente.
Avanzó para golpear al pícaro risueño en la cabeza, pero Toste se movió fuera de su
alcance. Cuando entraron en el Salón, Toste, todavía riendo, hizo señas a Joven John para
que se acercara. Después de una breve explicación, los dos retrocedieron y salieron por la
puerta principal de la fortaleza. Luego comenzó a caminar por el Salón, y hacia la cocina.
La lluvia todavía aporreaba sin cesar el tejado; muchos pajes y campesinos de Maire
estaban dentro… limpiando y afilando con piedras las espadas; tejiendo y reparando.
Todos estaban sentados en sitios estratégicos para evitar los agujeros del tejado, que
todavía no había sido reparado.
Todos los ojos giraron hacia Rurik. Era la primera vez que el clan lo veía desde la
noche anterior. Notó la cautela y las preguntas en las caras de la gente de Maire; no se
sorprendió, ya que había estado escondido en la cámara con su señora durante un día
completo. Pero entonces vio a Viejo John, guiñándole. ¿Por qué no estaba ultrajada la
gente de Maire por ella, o preocupada por el destino de su señora en las jóvenes manos de
su captor Vikingo? En cambio, parecían aprobarlo. Debería preocuparse por eso, decidió,
pero tenía suficientes preocupaciones por el momento… como el MacNabs. Dejaría
aquella particular preocupación para más tarde.
Vio a Stigand en una de las mesas inferiores, donde mostraba a Murdoc y a varios de
los muchachos como tallar flechas de una losa de madera dura. Lo primero que salió de la
boca de Stigand fue:
—¿Le hiciste un or-gas?
—¡Aaarrgh!
—No te quejes conmigo. Tú eres el que falló en las artes de cama con la muchacha. Es
una pregunta lógica, si me preguntas. Sólo estaba preocupado por ti, después de todo. —
La alegría en los ojos de Stigand desmentía su gran preocupación—. ¿Y por qué tienes el
cuello así?
—¿Un calambre? —masculló Rurik, sentándose.
Stigand le lanzó una mirada fija a su entrepierna como si esperase algún encogimiento
inmediato por la mentira.
—Un calambre, ¿eh? Un juego de cama excesivo haría rápidamente eso a un hombre.
Hace tiempo tuve un calambre en mi pene. ¡Y hablas acerca de dolor!
Rurik puso su cara sobre la mesa y gimió.
Fue cuando Bolthor se acercó.
—¿Le hiciste un or-gas?
Rurik levantó su cabeza y fulminó con la mirada a su skald.
—Si una persona más usa esa ridícula palabra, voy a cortarle la lengua. ¿Está claro?
Bolthor lo contempló un largo momento, como si estuviese inseguro de si estaba claro
o no. Entonces, indicó irrelevantemente:
—Tus labios están hinchados.
—Tiene un calambre en el cuello, también —dijo Stigand a Bolthor, como si eso
tuviese alguna importancia.
Bolthor afirmó con la cabeza.
—Me pregunté por qué tenía puesta su mano allí. Pensé que podría estar tratando de
esconder algo.
Stigand y Bolthor cambiaron miradas, luego echaron un vistazo hacia abajo para
comprobar la condición de su parte masculina. Esas tonterías de que por mentir se
marchitaba, había ido demasiado lejos.
Rurik estuvo a punto de jurar… con una famosa y explícita obscenidad nórdica…
cuando vio que todos los hombres que estaban en la mesa, sin duda para hablar de los
proyectos de batalla contra el MacNabs, llevaban enrollados hilos escarlatas en sus
índices, incluso los Escoceses y los muchachos. Incluso más absurdo, el tamaño de los
hilos en Stigand y los dedos de Bolthor haría enorgullecerse a un dragón.
Sacudió su cabeza hacia el grupo entero. Imbéciles, todos.
La siguiente hora la pasó desarrollando algunas acciones ofensivas para tomar contra
el MacNabs. Era la especialidad de Rurik, y saboreó el dibujo de mapas y la discusión de
estrategias. Al final, terminaron con sólo un plan que podría aplicarse, utilizando sus
tropas insuficientes, con la mejor ventaja.
Levantándose y estirándose, pidió a uno de los hombres que llevara una tina y agua
caliente a la cámara de Maire, junto con telas de felpa y ropas de cama limpias. Luego
preguntó a Nessa, que acababa de acercarse y ponía una mano familiarmente sobre el
hombro de Stigand, si podía preparar una bandeja para él con una gran cantidad de
alimento.
—¿Cuánto alimento es suficiente? —preguntó.
Rurik sonrió entonces… una sonrisa lenta, perezosa de anticipación.
—Bastante para durar un largo tiempo.
Rurik no sonrió mucho tiempo. Cuando se marchó del Salón con su bandeja
pesadamente cargada, detrás de los pajes con cubos del agua, oyó que Bolthor anunciaba:
—Esta es la saga de Rurik el Mayor.



Una vez había un Vikingo
Quién perdió su destreza,
Pero pronto una bruja escocesa,
Le enseñó como…
Recuperar su destreza.
Ahora, en su cámara,
Ya no hay una carencia.



Maire sólo tenía puesta su chemise y estaba a punto de salir del biombo cuando Rurik
atravesó la puerta.
—Despiértate, dormilona —dijo alegremente, luego la observó en el rincón—. Oh, ya
estás despierta y levantada. —Entonces añadió con voz decepcionada, acusadora—: Te
vestiste.
—Por supuesto que me vestí. ¿Esperabas que me mantuviera desnuda otro día entero?
—Lo había esperado —comentó.
Y hablaba en serio. ¡El imbécil! No, que Maire no le hubiera dado razones para
esperarlo. ¡Bendito San Boniface! Apenas sabía quién fue la libertina que había habitado
su cámara el día anterior. Bien, ahora había recobrado sus sentidos. O, por lo menos,
esperaba volver a la normalidad.
En ese momento, notó a los hombres que estaban parados detrás de Rurik con cubos
del agua, todos sonriendo abiertamente. Con un pequeño chillido, brincó atrás detrás del
biombo.
—Podrías haberme advertido que trajiste a otros contigo. No estoy vestida
correctamente.
Echó un vistazo alrededor, luego se encogió de hombros con vergüenza cuando
comprendió su error.
Al momento, todos se habían marchado, y Maire penetraba en una gran tina de cobre
llena de agua caliente, perfumada con lavanda. Mientras se reclinaba, disfrutando este lujo
sin precedentes, Rurik la asombró, encendiendo velas en el cuarto y rehaciendo la cama
con linos limpios. Si se hubiera quitado todas sus ropas y brincado en la tina con ella,
dirigiéndole su sonrisa habitual, no lo habría considerado extraordinario por su carácter.
Pero eso era lo peor de Rurik, o quizás lo mejor. Siempre la sorprendía.
En vez de intentar tener nuevas relaciones sexuales con ella, Rurik puso un taburete
bajo al lado de la tina. Con sus codos descansando en sus rodillas y su barbilla en sus
palmas, la divirtió con historias de su pasado… su infancia pasada en una granja de
cerdos, los penosos años adolescentes aprendiendo a ser soldado, un período con la
Guardia de Varangian en Bizancio, historias de batalla luchando bajo un jefe Nórdico o
contra los odiados sajones, y relatos conmovedores de su amistad con dos hermanos, Eirik
de Ravenshire en Northumbria, y Tykir de Dragonstead en Noruega. Todo el tiempo, la
alimentó, y a sí mismo, con trozos de frío venado ahumado, queso fuerte, pastel de avena,
y pan, cerezas aún ácidas, todo pasado con ale fría.
Cuando el agua comenzó a enfriarse, Rurik no insistió en ayudarla a lavarse, como
había esperado, pero hizo la petición más extraña.
—¿Puedo enjabonarte el pelo?
Quién imaginaría que los dedos de un hombre masajeando el cuero cabelludo de una
mujer pudiese ser así… ¡tan erótico!
Si era parte de un plan de seducción, Rurik realmente era un maestro. Maire
encontraba cada vez más difícil mantener el control que se había prometido hacía poco
tiempo.
Cuando terminó y llevaba ropa limpia, Rurik la colocó en el taburete bajo y peinó su
enredado pelo largo. Mucho después de alisar los mechones, que tendían a rizarse si no se
peinaban, los trenzó con una maestría que uno no esperaría por lo general de un hombre.
Pero luego, recordó que Rurik era un hombre orgulloso de su aspecto personal. A menudo
debía trenzarse su propio pelo.
Cuando terminó, la besó en el cuello y se apartó para quitarse sus propias ropas.
Ahora viene, pensó Maire. Tomará la ofensiva. Tendré que prepararme contra sus
renovados asaltos sexuales.
Otra vez, Rurik la sorprendió. Hundiéndose en el agua fresca, dijo:
—Maire, ¿me harías un favor?
Su cabeza se movió alerta. Había estado recogiendo las telas mojadas y apilándolas
cerca de la puerta con las sucias ropas de cama. ¡Uh-oh! ¿Qué cosa escandalosa quiere que
haga ahora? ¿Lavar sus partes masculinas? ¿Entrar en la tina con él? ¿Bailar desnuda para
su entretenimiento?
—Me daría un gran placer —dijo él con una voz velada, fuertemente emocionada—, si
trabajas en tu tapiz mientras estoy en la tina. —Levantó una mano vacilante cuando ella se
dispuso a protestar—. No me digas que está demasiado oscuro. Puedes encender más
velas.
—No puedo permitirme gastar tantas velas… o tiempo. Tengo cosas más importantes
que hacer.
Él sacudió su cabeza.
—La creación de tal belleza nunca puede ser una perdida de tiempo o dinero. No vas a
ninguna parte de todos modos… no hasta mañana. Mientras tanto, te compraré nuevas
velas, si esa es realmente tu preocupación.
—¿Por qué es tan importante para ti?
Un rubor asombroso floreció en sus mejillas y le confió:
—Cuando era un muchacho, siempre imaginaba a mi madre, si hubiera vivido, sentada
ante un telar o tapiz, trabajando silenciosamente conmigo a sus pies. Una idea fantasiosa,
lo sé. Pero había tanta confusión en mi vida, que la idea de una madre que fuese serena y
suave en sus trabajos femeninos, fue una petición desmesurada.
Maire no podía hablar por el nudo en su garganta. Había tanto del pequeño muchacho
todavía en Rurik, y emociones mucho tiempo suprimidas roían dentro de él, aunque nunca
se confesara culpable de tales «debilidades». Ella trató de iluminar el aire sombrío que
invadió el cuarto.
—¿Así qué piensas en mí como en una madre?
Se rió de eso, y sus hermosos ojos azules centellearon con repentina alegría.
—Difícilmente, milady. Ven aquí, y te lo demostraré.
Ella sólo sonrió… en el exterior. Dentro, su corazón se hizo pesado y ligero al mismo
tiempo. Pesado, porque se sintió como si estuviera de pie en una peligrosa ciénaga de
turba, y sus pies se hundiesen en el barro al fondo, como arenas movedizas. Y ligera,
porque sabía que había tal alegría en hacer algo —cualquier cosa— para complacer a ese
hombre. Incluso si sólo era la costura.
¿Cómo podría rechazar un favor tan simple? Rurik era un imbécil parte del tiempo.
Arrogante todo el tiempo. Pero comenzaba a ver un lado que era, a veces, adorable. De
modo qué, por primera vez en más de un año —quizás dos— se sentó ante su tapiz y
comenzó a ordenar los hilos que usaría. Rurik tenía razón. No debería haber ignorado esa
labor tanto tiempo. Le trajo una tranquilidad que ahora profundamente necesitaba mientras
la tormenta se arremolinó sobre ella. Barrió sus dedos sobre la tela, un gesto sensual de
apreciación. Realmente, la escena… ese creativo trabajo de amor… parecía un viejo
amigo. Y los viejos amigos no deberían descuidarse demasiado tiempo.
Mientras bordaba, Rurik disfrutó de su baño. Luego se secó, peinó su pelo y lo tomó
con una correa de cuero, y finalmente se acostó desnudo en su cama con su cabeza
apoyada en un codo. Todo el tiempo, mirando su trabajo.
De vez en cuando, hacía una pregunta, como:
—¿Creas una escena en alguna secuencia? ¿El fondo primero; las figuras en segundo
lugar? ¿O trabajas por el color? ¿O algún otro método?
—Eso varía, por lo general según mi humor. Algunos días me siento inclinada a
trabajar en la gente o los animales. Otro día puedo haberme encontrado con un color
extraño de tinte, experimentando con plantas diferentes, y estaré preocupada por ver como
se verá. Una vez —relacionó con entusiasmo, recordando un incidente en el que no había
pensado durante años—, …una vez estaba en los páramos con Jamie, y vi un serbal. De
lejos, sus hojas tenían un aspecto destrozado, plumoso. Experimenté y encontré una
manera de emplumar los bordes de mi hilo en la tapicería para conseguir el mismo efecto.
Como este. —Señaló un ejemplo en el primer plano.
Rurik afirmó con la cabeza entendiendo, no diciendo nada más.
—Es raro, realmente, como comienzas a mirar las cosas de diferente forma, como un
artista. —Maire hizo una pausa cuando la comprensión la golpeó de repente, que
realmente se consideraba, de hecho, un artista. Era extraño cuando había pensado en sí
misma por mucho tiempo como en una bruja… y una inepta además. Se sonrió por el
brillo de orgullo que barrió por ella. Soy una artista. Una buena artista. Pero luego siguió
su discusión con Rurik—. A veces las apariencias engañan. Lo que parece ser una cosa
desde una distancia es algo totalmente diferente. Estas ovejas, por ejemplo. Desde donde
ves mi tapiz, son ovejas claramente lanudas doradas, te lo aseguro, pero desde mi
ventajosa posición, son sólo un grupo de hilo no teñido.
Rurik se rió entre dientes por el entusiasmo sobre su arte, luego agitó una mano para
que reanudara su trabajo cuando se detuvo para fulminarlo con la mirada.
Después, comentó:
—¿Es esa inacabada figura masculina tu marido?
—No. La gente en este tapiz no representan a nadie en particular —mintió.
Rurik pensó un momento y dijo:
—Maire, el pelo del hombre es tan negro como… como el ala de un cuervo. Y seguro
usaste hilo de seda para denotar su textura sedosa. —Movió sus cejas hacia ella cuando se
tocó su propio pelo.
El corazón de Maire se aceleró por sus palabras, pero luego comprendió que sólo la
molestaba… No sospechaba que se suponía que el hombre realmente era él… que la mujer
era ella… y el muchacho, su hijo, Jamie. Era probablemente por lo qué nunca había sido
capaz de terminar el tapiz… porque no era verdad. Hubiese sido mejor haber escogido las
descripciones de la fantasía.
—De hecho —siguió—, cuando sea viejo y ya no tan… atractivo o cuando esté
muerto, me complacería enormemente saber que he dejado algo bello atrás. Bueno, por lo
menos, que contribuí de algún pequeño modo a la creación de una forma más permanente
de esplendor. Un legado de belleza.
Oh, Rurik, si sólo supieras, creas belleza a tu propio modo… no sólo en como te ves.
Y tu mayor legado es un muchacho con el pelo negro como el ala de un cuervo y como la
seda al tocarlo.
Incluso después, Rurik comentó:
—Parece feliz cuando bordas. No, feliz no es la palabra correcta. Pareces en paz.
—Hmmm. Supongo que me siento realmente en paz.
—Creo que llevaré esta imagen conmigo en las futuras batallas. En medio de toda la
sangre y carnicería, recordaré un cuadro en mi mente para calmarme, «Maire en paz».
El corazón de Maire saltó ante la perspectiva de Rurik en una guerra, rodeado por el
inminente peligro, posiblemente herido o muerto. Era tonto que se opusiera así. Después
de todo, la ocupación de Rurik era ser un guerrero. E incluso lamentó pensar en él
poniéndose en peligro.
Sobre todo, hubo silencios mientras bordaba su tapiz… silencios agradables, cómodos.
Una vez, Maire miró para ver que Rurik sólo la contemplaba. Sus ojos se unieron, y él
sonrió, suavemente. Ella sonrió también. Era un momento tan precioso que sus ojos se
llenaron de lágrimas, y tuvo que reanudar su labor rápidamente antes de que Rurik pudiese
notarlo y pensase que era una muchacha tonta, enamorada.
Luego se absorbió en su labor, haciendo una pausa sólo cuando oyó un escándalo que
venía de abajo de las escaleras y comprendió que su gente se iba a la cama. Debía haber
estado trabajando durante horas.
Echando un vistazo a la cama, vio que Rurik se había dormido. Apartó sus hilos y
colocó las preciosas agujas en su caso de plata especial, que había sido transmitido por
generaciones de mujeres Campbell. Caminando hacia la cama, miró al pícaro insoportable.
En reposo, era hermoso de un modo totalmente diferente. Sus pestañas negras
contrastaban en su piel como abanicos. Su boca era llena y sensual, pero no de un modo
amenazante. La marca azul se destacaba, por supuesto, pero, sinceramente, le gustaba. Sin
ella, sus rasgos eran demasiado perfectos.
Con un suspiro, Maire se pasó la chemise por su cabeza y se acostó. Descansando su
cara contra su pecho caliente, sintió el latido estable de su corazón.
Todavía durmiendo, Rurik le pasó un brazo alrededor de su hombro desnudo y la
apretó más fuerte contra su cuerpo.
Durante la noche Rurik la despertó de la mejor manera posible, haciéndole el amor
dulcemente. Era un cariño silencioso, apacible… tan poderoso y derretía sus huesos como
el juego de cama más agresivo, que hizo hervir su sangre más temprano.
Las palabras no eran necesarias.
Ambos sabían que estaban enamorados.
Y ambos sabían cuán totalmente imposible era ese amor.
A veces el destino no era lo que todos los bardos reclamaban debía ser. A veces traía
golpes más duros plantando el amor donde no había ninguna posibilidad de crecer. A
veces Maire realmente lamentaba no ser una bruja para poder hacer que sus deseos se
realizaran con un simple movimiento de su bastón mágico.
12

—¡AHOOOOMMM! ¡Ahoooommm! ¡Waaaraaaa!


—¿Qué es eso? —preguntó Rurik cuando se sentó derecho en la cama, despertando de
un sueño reparador unos minutos después del amanecer.
—¡Ahoooommm! ¡Ahoooommm! ¡Waaaraaaa!
—¡Thor santo! Eso suena como a una manada de elefantes tirándose un pedo.
Maire se sentó a su lado, frotándose los ojos soñolientos con una mano, y apartándose
una sábana metida sobre sus pechos con la otro.
—Sé que has viajado mucho, Rurik, pero ¿realmente has visto a una manada de
elefantes… echándose un viento? —preguntó incrédulamente.
—No. No exactamente.
—¡Tsk-tsk! —ella reprendió festivamente—. Mejor cuídate de no mentir, Rurik. Sabes
lo que dicen sobre los Vikingos que no dicen la verdad.
—Bien, he visto elefantes, pero no…—Se calló repentinamente—. No es ese el
asunto. ¿Qué es ese escandaloso ruido?
—Murdoc probablemente está enseñando a Bolthor como tocar las gaitas.
—Al amanecer.
—Ellos están ocupados con deberes más cruciales el resto del día. Este sería el único
momento.
Rurik puso su cara entre sus manos.
—He sobrevivido a una infancia de abuso en una granja de cerdos. He sobrevivido a
heridas casi mortales en batalla. He sobrevivido a cinco años de burlas por mi marca azul.
Pero dudo que pueda sobrevivir tanto a las sagas de Bolthor como a tocar los tubos. —
Mientras hablaba, el horrible ruido se elevaba del patio debajo de sus ventanas… mejor
dicho como un pedo lujurioso de aguamiel, o el sonido de las burlas hechos por los niños
cuando soplaban con sus lenguas hacia fuera, salvo que este sonido era más fuerte. Mucho
más alto.
—¡Ahoooommm! ¡Ahoooommm! ¡Waaaraaaa!
—Quizás deberíamos enviar a Bolthor y un juego de gaitas a las tierras MacNab. Sería
bastante para hacerlos rendirse, a mi parecer.
Maire puso sus dedos en sus labios para sofocar una risa tonta.



—¡Ahoooommm! ¡Ahoooommm! ¡Waaaraaaa!
Él saltó de la cama y comenzó a ponerse su braies.
—Detendré esta tontería, te lo juro. —Incluso aunque tenía prisa, después de estar
totalmente vestido, se tomó el tiempo de peinar su pelo y hacerse una trenza estrecha a
ambos lados de la cara, entrelazada con cuentas coloreadas. Y se afeitó, también. Los
viejos hábitos difícilmente morían.
Maire todavía lo miraba con una expresión perpleja en su cara cuando terminó.
—¿Bien? ¿Vas a quedarte en la cama todo el día? No te tomé por una perezosa. —
Caminó hacia el armazón de cama y no pudo menos que reírse ante la fascinante imagen
que ella componía. La ropa de cama todavía cubría sus formas desnudas, pero revelaba
tanto como ocultaba. Con su pelo enmarañado, las mejillas sonrojadas y la boca muy bien
besada, la bruja parecía nada menos que una muchacha que había sido bien copulada, pero
a Rurik le parecía una diosa. Sería un tonto si intentara rebajar como a una simple lujuria
todo lo que había pasado entre ellos el día y la noche anterior.
—¿Una perezosa? —exclamó Maire con fingida afrenta—. ¿Significa que seré
liberada de mi prisión de cama… finalmente?
Él se encogió de hombros.
—Por el momento.
La desilusión pasó sobre su cara, que inmediatamente reemplazó por una mirada de
intenso alivio. Más rápido de lo que él pudiese decir, —¡Vienen los Sajones¡—se levantó
y se paró, cubierta modestamente con su ropa de cama, como un senador romano con su
toga, buscando la indumentaria del día.
—¡Ahoooommm! ¡Ahoooommm! ¡Waaaraaaa!
—Oh —dijo, de repente recordando algo que había pensado el día anterior. Se acercó a
su alforja de cuero, que estaba en un rincón. Finalmente encontró lo que buscaba… un
objeto envuelto en suave terciopelo negro. Dándoselo, dijo bruscamente—: Es para ti.
Ella ya se había puesto una chemise limpia, y raída mientras se girada. Por la razón
que fuese, la condición de su chemise aguijoneó su conciencia. Había notado en más de
una ocasión que sus ropas eran de una calidad mucho más fina que la suya, aunque su
posición en la sociedad fuese más alta.
Sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa por que él le ofreciera un obsequio, y
Rurik encontró un inmenso placer entonces, no sólo en regalar —una práctica de la que
todos los escandinavos gozaban— sino en la anticipación de su placer.
—¿Tienes un obsequio para mí? Nadie me ha dado un obsequio desde que puedo
recordar.
¿Nadie le había dado alguna vez un regalo? ¿Cómo puede ser? La sangre de Rurik
hirvió con rabia por todos los hombres de su vida que habían sido tan descuidados con esa
mujer… su padre, sus hermanos, su marido.
—¡Ahoooommm! ¡Ahoooommm! ¡Waaaraaaa!
Juro que voy a matar a Bolthor. Este último esfuerzo empuja los límites de la amistad.
Maldición, empujaría a un enemigo al borde, también.
Sentándose en el borde del colchón, Maire comenzó a desenmarañar la tela,
destapando el colgante oval de piedra preciosa suspendido de una cadena de oro delicada.
Aunque la joya se parecía a una esmeralda nebulosa, realmente era un raro ámbar verde
que había descubierto el año pasado cuando cazó ámbar con Tykir en el Báltico. Uno de
los joyeros de Tykir en la ciudad comercial de Birka había puesto la piedra para él.
Pero, espera, Maire no parecía contenta. De hecho, un pequeño sollozo salió de sus
labios, y comenzó a llorar, pero no antes de intentar devolverle la joya.
—¿Qué? ¿No te gusta? Mira, Maire, hace juego con tus ojos. Realmente, este
pendiente está hecho para ti. Déjame ayudarte a ponértelo.
Ella sacudió su cabeza.
—Oh, Rurik, ¿cómo pudiste?
—¿Qué? ¿Cómo pude qué?
—Pagarme… por servicios… eso es lo que es. Sólo porque me comporté como una…
una puta no quiere decir que merezco ser tratada como una.
Al principio, sus palabras no penetraron en su perplejo cerebro, abrumado por la
cacofonía de sonidos que venía de la boca no musical de Bolthor. Cuando lo hicieron, se
sintió ultrajado por que pensara tal cosa de él.
Pero su dolor pesó más que cualquier insulto que sufrió. Arrodillándose a su lado,
presionó el pendiente en su mano.
—Maire, te doy este regalo en pago, pero no por compartir la cama. Cuando Viejo
John me dijo como sufriste por haber perdido tu virginidad, supe que fue por mi culpa. Te
traté vergonzosamente, y lo siento. Fue después de mi conversación con Viejo John que
decidí hacerte una reparación de algún pequeño modo, y luego recordé este pendiente que
descubrí yo mismo en las orillas arenosas de los mares Bálticos. La mayor parte del ámbar
es sombra de savia de árbol u oro amarillento. Casi nunca es verde. El mismo día, Tykir
encontró un trozo de ámbar dorado del tamaño de la cabeza de un hombre. De ese modo,
fue un día afortunado para nosotros dos. —Rurik comprendió que hablaba con
nerviosismo. Nunca esperó que rehusara su regalo.
—¿Viejo John te dijo sobre Kenneth…? —Su cuerpo tenso, casi como con miedo.
—Sólo que te maltrató después de la boda, y que algunos especularon que la razón
podría haber sido que su novia ya no era virgen. Asumo que por eso me pediste ir
conmigo, para protegerte.
—Parece que mi fiel criado tiene la lengua suelta. —Sacudió su cabeza tristemente.
—Sin duda —Rurik estuvo de acuerdo—, pero tiene las mejores intenciones en el
alma. No es un maldito chismoso.
Aceptó su explicación. Desplegando su puño apretado, miró fijamente, ansiosamente,
el collar que tenía en su palma.
—Ahora, déjame ponértelo —sugirió Rurik.
Se levantó y permitió que lo hiciera. El ornamento parecía hermoso en ella, incluso
con la ropa interior poco atractiva. La joya colgada, sólo encima del oleaje de sus pechos.
Girando su cabeza para echarle un vistazo sobre su hombro, dijo:
—Gracias.
—Es un placer, milady. —Él acababa de inclinarse para presionar un beso suave en sus
labios cuando escucharon un escándalo en el Salón.
—¡Agárrame, bastardo, chupador de bacalao Vikingo!
—¡Ouch! Dame una patada otra vez, cachorro maloliente, y tu trasero llevara una
ampolla del tamaño de mi mano.
—Jamie —dijo Maire.
—Toste —dijo Rurik.
Ambos se precipitaron hacia la puerta, y, para su asombro, encontraron al pequeño
muchacho desvergonzado de espaldas en el suelo del Salón, prácticamente escupiendo
fuego. Sentado en su estómago, jadeando pesadamente, estaba Toste, quién tenía una
contusión encima de su ojo derecho, marcas de rasguños en su cara, y un rasgón en su
túnica.
Lejos, al lado estaba el sucio gato favorito. Se elevó, su lomo arqueado, sus dientes
expuestos cuando silbó su disgusto. La piel del animal estaba apelmazada con barro,
trozos de hierba y ramitas. Algunos sitios, estaban calvos o tenía el pellejo más claro.
—Vuelve a lo que estabas haciendo —sugirió Toste con una sonrisa—. Tengo la
situación bajo control.
«La situación» lo dijo de una forma tan odiosa que Rurik palideció y Maire jadeó.
—Hermoso el ámbar —comentó Toste irrelevantemente, su mirada fija en el regalo
que Rurik acababa de dar Maire.
Maire chilló de vergüenza y colocó las palmas cruzadas sobre la piel expuesta encima
de su chemise.
—Pensé que se suponía era un regalo de novia —añadió Toste con una sonrisa hacia
Rurik.
Rurik sintió que su cara se sonrojaba ante el comentario descuidadamente dicho por
Toste. Ese había sido un regalo que había planeado dar a su prometida la mañana después
de su boda, para mostrarle su placer, pero un hombre podía cambiar de opinión. ¿No podía
él?
Rápidamente, echó un vistazo a Maire para ver si había oído las palabras de Toste. Su
cara estaba brillantemente sonrojada, pero quizás era por causa de Toste que miraba
ávidamente sus pechos. Era por eso.
—¿Qué hacen levantados y tan temprano? —preguntó Rurik a Toste y Jamie, —
deseando, no, necesitando— cambiar de tema.
Toste lo cortó un ceño de duda.
—¿Estás loco, hombre? Todos de aquí a Northumbria están despiertos por los aullidos
que Bolthor produce.
Rurik tuvo que sonreír ante eso.
Pero Maire no sonreía abiertamente. Olvidando momentáneamente que llevaba puesta
sólo su chemise, colocó una mano en cada cadera y exigió:
—¿Qué haces en la fortaleza, Jamie? Y no pienses que vas a evitar el castigo por las
palabra que acabo de oír saliendo de tu boca.
—Él me hizo venir aquí —escupió Jamie. El muchacho, todavía de espaldas,
encarcelado por el mayor peso de Toste, miró directamente a Rurik mientras hablaba.
—¿Tú? —Maire le preguntó, incrédulamente.
—Sí, el maldito bastardo Vikingo que ha estado copulando con mi madre, ese —Jamie
respondió por él.
—¡Jamie, detente! ¡Termina ese asqueroso discurso ahora mismo! —dijo a su hijo.
Luego dirigió su atención a Rurik—, ¿cómo pudiste, Rurik? Te dije lo importante que era
mantener a Jamie escondido, protegido del MacNabs.
—Sí, lo hiciste, pero algunas cosas sucedieron ayer, mientras estábamos ocupados en
otra cosa. Tomé una decisión, como a menudo el llamado líder hace, que protegerá mejor
al muchacho. —Su barbilla se elevó en desafío, como diciéndole que se atreviera a
discrepar de su maestría.
—¿Qué cosas? ¿Qué han hecho los MacNabs ahora? ¿Y por qué no me dijeron antes
de eso? —Sus ojos verdes se nublaron con la cólera, y sus mejillas se inundaron con una
fuerte emoción, irritada. A pesar de todo eso, en lo único que Rurik podía concentrarse era
en su pecho que se levantaba, destacado por el pendiente de ámbar.
—Mira, madre, es sólo un maldito Vikingo. Ve cómo mira boquiabierto tus tetas como
un imbécil ternero.
—Ya está bien —declaró Rurik con una exclamación de aborrecimiento. Empujando a
Toste, recogió al ahora retorcido y chillante Jamie y lo tiró sobre su hombro—. Este
muchacho ha estado buscando pelea conmigo desde la primera vez que nos encontramos.
Así sea.
—¡No! —Maire chilló con alarma—. Jamie es mi hijo, y es mi deber corregirlo
cuando ha hecho algo incorrecto.
—Te equivocas, Maire. Esto es entre el muchacho y yo. Pienso que la primera cosa
con la que comenzaremos es un baño. Apestas a [15]Asgard, muchacho.
—No me llames «muchacho». Soy James, el Alto Laird del Clan Campbell. —El
muchacho parecía patético, su cabeza chocando contra la espalda de Rurik mientras
hablaba al revés.
—¡Hah! Ahora mismo eres más bien el Alto Laird del Hedor. Creo que Bolthor
debería crear una saga sobre ti.
Cómo si fuese una señal, Bolthor, en algún sitio a lo lejos, soltó otro ¡Ahoooommm!
¡Ahoooommm! ¡Waaaraaaa!
Todavía dirigiéndose al muchacho, Rurik olió de manera exagerada y preguntó:
—¿Has estado hundido en un redil de ovejas? —Cuando Jamie simplemente gorjeó en
respuesta, añadió—: Sí, primero un baño, luego tendremos una conversación de hombre a
hombre y aclararemos algunos términos.
—Rurik… por favor… —Maire pidió, genuinamente alarmada, por como sonaba su
voz. Realmente, protegía al niño demasiado si pensaba que el contacto con un
Escandinavo lo contaminaría de alguna manera, pero era exactamente como actuaba—.
Tenemos que hablar. —Eso último fue dicho con una voz más débil, de rendición.
—Sí, lo haremos, cuando regrese —Rurik ya pisaba fuerte alejándose hacia la
escalera, teniendo la intención de tirar al agitado niño en el lago más cercano—. Envía a
Toste detrás de mí con ropas limpias para el cachorro, junto con jabón, telas para secarse,
un peine, y tijeras. Y dile a Toste que traiga al maldito gato, también. Rose no huele muy
bien estos días y creo que también necesita un buen remojón.
—¿Yo? ¿Tocar a ese maldito gato? ¿Has visto el tamaño de las garras del monstruo?
—replicó Toste. Rurik había olvidado que todavía estaba allí.
Pero Maire añadió algo más.
—¿Tijeras? —preguntó perpleja.
—¿Tijeras? —El muchacho palideció con consternación—. Atrévete a cortarme, y los
miembros de mi clan te cortarán en pedazos.
Rurik se rió.



—Me entendiste mal, muchacho. Tengo la intención de recortar tu mugriento pelo. Un
hombre que descuida su pelo es un hombre pobre, en efecto.
Rurik apostaría que Maire y Toste se quedaron boquiabiertos por su trozo de absurda
sabiduría. Bien, era verdad. Si un hombre no sentía cariño por su pelo y sus dientes, podía
ser también un bárbaro, en opinión de Rurik.
—Eres un sapo —escupió Jamie con veneno infantil.
Rurik sonrió abiertamente.
—Toma a una rana para conocer a un sapo, pequeño.
—No soy pequeño —proclamó Jamie.
—Ten algún alimento listo para nuestra vuelta, Maire —solicitó Rurik sobre su
hombro, no haciendo caso de la absurda declaración de Jamie—. Supongo que cuando el
pequeñito gigante y yo regresemos al castillo, estaremos muertos de hambre.
—Yo debería darte un mordisco en la mitad de tu culo —gruñó Jamie.
—Inténtalo y tendremos «Haggis Laird Campbell» para la cena esta noche. O
«Guisado Pequeño-Laird».
—Tú sabelotodo ni me conoces; así que, no andes diciendo laird esto o laird esto otro
—resolló Jamie.
—Oh, supongo que llegaremos a conocernos el uno al otro muy bien cuando haya
terminado. —Había un deliberado tono siniestro en sus palabras—. Podrías llegar a
conocerme mejor que a tu propio padre.
Incluso desde el Gran Salón, Rurik pudo oír a Maire en el pasillo superior que gemía
repetidas veces:
—¡Oh, mi Dios! ¡Oh, mi Dios! ¡Oh, mi Dios!
—¡Oh, mi Dios! —dijo Maire cuando Rurik y Jamie regresaron al Gran Salón unas
dos horas más tarde.
—¡Oh, mi Dios! —dijo Viejo John, también, con la boca abierta por el asombro—. Si
lo hubiese sabido. Si lo hubiese sabido.
—¡Oh, mi Dios! —dijo Joven John, bizqueando por su ojo bueno cuando habló.
Bolthor le había hecho un parche para su ojo herido.
Murdoc bajó sus gaitas, Callum murmuró, Rob se retorció, Nessa puso abajo un
tajadero de panes en la mesa principal, pero todos estuvieron de acuerdo con un:
—¡Oh, mi Dios!
Incluso Stigand, Bolthor, Toste, y Vagn estaban incrédulos. Exclamaron como uno:
—¡Maldición!
Rurik apenas había entrado en el Salón desde la puerta del patio y se dirigía hacia
Maire y la tarima alta, donde todos estaban a punto de empezar con la comida de la
mañana. Sostenía la mano del niño sorprendentemente dócil a su lado… un niño cuyo pelo
no había sido cortado después de todo, pero en cambio lucía dos trenzas estrechas a ambos
lados de su cara, entrelazada con cuentas coloreadas. La cara de Jamie y el cuerpo habían
sido restregados y brillaba, tanto por el restregado como por la buena salud y la adulación
repentina que pareció haber desarrollado por el enorme Vikingo a su lado, al que seguía
mirando fijamente en busca de aprobación. Encima de un par de pantalones de tartán, su
hijo llevaba puesto un plaid en miniatura, sujetado en un hombro con un broche de cobre
en forma de lobos entrelazados, que Rurik debía haberle dado o prestado.
Rurik se veía como si se hubiese bañado otra vez, también… si su pelo mojado era
alguna indicación. O más probablemente se había caído al lago durante la inicial
confrontación con Jamie por el baño.
Y —¡Santos Benditos!— era Rose la que se arrastraba detrás de ellos, casi presentable
con su piel recién lavada y cepillada. ¿Realmente Rurik había bañado al gato? ¿No sabía
que a los felinos no les hacía bien mojarse en un lago? Ellos preferían lavarse con la
lengua.
¿Lavarse con la lengua? Ahora, aquellas palabras le recordaron una de las áreas
seductoras de Rurik en la que era un maestro. ¿Cómo puedo pensar en tales cosas sin
importancia en medio de este último desastre?
Maire oyó el murmullo de Bolthor en voz baja, como si preparara las palabras para
una saga que desarrollaría más tarde.
—Esta es la saga de Rurik el Mayor —comenzó él.



Había una vez un guerrero Vikingo,
Más ciego que un topo.
No en el ojo,
Sino en su mente,
Por una cosa que no podía ver…



Maire interrumpió el verso del skald con un pinchazo agudo de su codo en sus costillas.
—¡No lo hagas… no te atrevas…! —ella advirtió.
Bolthor esquivó su cabeza y frotó su lado… no que le hubiese hecho al bloque
gigantesco de carne un verdadero daño.
Mientras más se acercaban Rurik y Jamie a la mesa alta, más aparente se les hizo a
todos que eran padre e hijo, tan notable era el parecido. Todos, es decir excepto Rurik, que
comenzaba a advertir las miradas fijas y a todos boquiabiertos por el asombro.
—¿Qué? ¿Nadie antes ha visto un muchacho limpio? ¿O es que Pequeño Jamie no ha
sido visto en toda su gloria? —Rurik cambió su atención al niño a su lado, que apretaba
sus dientes en lo que percibió podía ser un insulto. Maire notó que apretó la mano de
Jamie más fuerte para asegurarse que no se escapara e hiciera algo tonto, como tirarse a un
charco de barro para llevar la contraria—. Jamie y yo decidimos que un joven laird debe
cuidar mejor de su aspecto personal si debía poner un ejemplo a su clan. ¿No es así,
Jamie?
Rurik y Jamie intercambiaron una larga mirada, significativa en la cual Rurik
silenciosamente comunicó el mensaje, «Lo prometiste, muchacho. Ahora, cumple tu
deber», y Jamie silenciosamente respondía, «no me empujes demasiado lejos, Vikingo».
Finalmente, Jamie afirmó con la cabeza, y todos suspiraron de alivio.
Mientras tanto, el corazón de Maire había dejado prácticamente de latir. Este era… el
momento crucial. ¿Quién sería la persona que dijera a Rurik que tenía un hijo? Cuándo los
minutos pasaron y nadie habló… ni su gente, ni los criados de Rurik… comprendió que se
lo dejaban a ella. Era su responsabilidad y nadie más informaría al padre de su paternidad.
Soltó un suspiro de alivio, pero su corazón todavía estaba pesado. Sabía que era un
indulto temporal.
Sólo entonces Maire se sintió libre de examinar a Rurik detalladamente. Después de
todo lo que había pasado entre ellos el día y la noche anterior, era la primera vez que
estaban juntos fuera de la cámara. Era todavía difícil creer que ese hermoso hombre le
había hecho tantas cosas malas, y que ella le había hecho tales cosas malas a cambio. Ella
era la que según se afirmaba practicaba las artes de la brujería, pero realmente Rurik debía
haber puesto un hechizo sobre ella. ¿Cómo más se podría explicar su comportamiento?
¿Se sintió afectado Rurik? ¿O percibió el acto sexual como extraordinario y para él
sólo rutina?
Sus ojos se encontraron entonces, y al instante ardieron sin llama. Él recordaba,
también. Y, sí, estaba igualmente afectado, Maire se sintió regocijada.
¿Y realmente había mencionado Toste, algo acerca de que el pendiente de ámbar era
un regalo de novia? Maire se sobresaltó y conmovió al mismo tiempo, al pensar que Rurik
quizás podría estar contemplando el matrimonio… si, de hecho, era lo que Toste había
querido decir. Con profunda emoción, tocó el punto en su pecho donde el especial collar
descansaba bajo su arisaid. Nadie más podía verlo, pero sabía que estaba allí. Por la razón
que fuese, quiso saber por los labios de Rurik el significado del regalo. Quizás había oído
o entendió mal. Hasta que lo supiera con seguridad, el regalo sería sólo para sus ojos.
Maire miró al galante Vikingo que se acercaba y él, a ella, causando una emoción de
entusiasmo rizarse sobre su cuerpo. Todo que él tenía que hacer era mirarla, y ella se
derretía. Rurik le guiñó para mostrarle que entendía la cosa mágica que chisporroteaba
entre ellos. Maire sintió una sacudida en su vientre y sus pechos se apretaron con aquel
simple movimiento de su párpado. Un gesto tan simple, y aún, todo lo que Rurik hacía
ahora le traía matices eróticos. La vista de sus dedos delgados tocando el puño de su
espada le recordaba otras cosas que aquellos dedos habían hecho. Ver sus labios sonriendo
perezosamente le recordaba los besos que le había dado con tanta maestría. El movimiento
de sus caderas cuando caminaba le recordaría…
—Estamos muertos de hambre —dijo Rurik, sacándola de su lujurioso ensueño—. ¿O
no lo estamos, muchacho?
—Sí —Jamie estuvo de acuerdo—. ¿Puedo sentarme con mis amigos? —Señaló hacia
un grupo de muchachos de una edad similar en una de las mesas inferiores.
Rurik contempló a Maire por su opinión. Ella afirmó con la cabeza, pero no antes de
añadir:
—Mientras te quedes dentro de la fortaleza, o a la vista. Quiero decir eso, Jamie. Es
importante que no te extravíes.
—Ya sé lo que significa, madre —dijo Jamie con una voz no precisamente mansa—.
Rurik ya me lo explicó. El maldito MacNabs, y todo eso.
Maire estuvo a punto de corregirlo por su lengua asquerosa, pero decidió esperar hasta
más tarde.
—Ven aquí primero y dale a tu madre un abrazo —lo animó—. Me he perdido tus
abrazos estos días que hemos estado separados.
—¡Ma-dre! —protestó Jamie, echando un vistazo hacia sus amigos para ver si
miraban. De todos modos, cuando Rurik liberó su mano, brincó hacia adelante y dio a
Maire un descuidado beso en su mejilla y un abrazo de niño eufórico con los brazos
fuertemente alrededor de sus hombros.
En su cuello, Maire susurró:
—¿Estás bien, cariño?
—Sí —susurró Jamie con voz fuerte directamente en su oído—. Pero todavía pienso
que Rurik es un maldito bastardo Vikingo.
—Eso es lo qué es —Maire se encontró acordando en un murmullo.
Cuando su hijo se fue corriendo para estar con sus amigos, Maire sonrió y se secó una
lágrima.
Rurik la miraba estrechamente.
—Mimas demasiado al muchacho —dijo él, pero Maire también podía ver algo más en
sus ojos azules… ojos que marcaban la única diferencia entre él y su hijo. Los de Jamie
eran verdes, como los suyos. Bueno, eso, y la marca azul. Rurik debía haber anhelado un
tiempo la clase de afecto maternal que acababa de atestiguar entre ella y su hijo.
De modo qué, en vez de reaccionar negativamente a su comentario «mimas», dijo:
—Tú y yo tenemos mucho de que hablar.
Para su sorpresa, él concedió:
—Sí, después de que comamos, nos sentaremos y hablaremos de todo lo que debe ser
hecho con el MacNabs.
Rurik había entendido mal. Había pensado decirle, por fin, sobre su hijo… antes de
que alguien más lo hiciera. Pero ahora comprendió que había cosas que tenían mayor
prioridad.
Al principio, la comida pasó en silencio. Un silencio torpe, por ella, porque las cabezas
de la gente seguían girando de ella a Rurik a Jamie, como si esperasen alguna explosión.
Pero Rurik parecía ignorante de las miradas. Él estaba tragando su alimento para aplacar la
gran hambre a la que había aludido antes. Hizo una pausa en cierta ocasión y comentó:
—Kenneth debe haber sido un hombre guapo.
Maire se ahogó con su ale.
Él le golpeó suavemente la espalda.
—¿Por qué dices eso? —Trató de que su voz sonara lo más casual posible cuando
escogió un pastel de avena.
—Bien, Jamie muestra la promesa de gran tamaño y extraordinariamente buen parecer.
Ya que el muchacho no se parece a ti, excepto en los ojos, asumo que heredó esos rasgos
de su padre.
Los demás en la mesa comenzaron a hacer sonidos estrangulados y apartaron sus ojos,
sólo esperando a ver lo que Maire haría después.
Lo que hizo no fue nada, por cobarde que fuese.
—Kenneth era de aspecto pasable —contestó Maire. ¡Hablando sobre evasión y
verdades a medias!
Rurik pareció satisfecho con aquella explicación y reanudó la comida.
Si a un Vikingo «uno sabe lo que se le cae», finalmente, por decir una mentira, me
pregunto qué le pasa a una Escocesa que no dice la verdad durante cinco largos años.
Maire sabía —sólo sabía— que iba a pagar un día por su falta de honestidad, y acaso ese
no era su castigo… nunca saber exactamente cuando el hacha iba a caer.
Incluso lo más alarmante, no había absolutamente ninguna duda en la mente de Maire
que el «hacha» estaría en las manos de Rurik.



Rurik encontró difícil justificar sus acciones ante una mujer, pero Maire merecía ser
mantenida al corriente de los acontecimientos de su clan… sobre todo ya que era, para
todos los objetivos, el jefe del clan, hasta que su hijo alcanzara su mayoría de edad. Ya le
había resumido las cosas esenciales, explicando que Toste y Vagn se deslizarían dentro de
las filas del MacNab, pero podía decir incluso por la expresión optimista en su cara que
era escéptica.
—Pero ese es un plan peligroso —dijo Maire, torciendo sus manos con consternación
cuando caminaban a lo largo del parapeto de la fortaleza.
Sí, era escéptica… aunque Rurik acababa de explicarle los nuevos peligros planteados
por el MacNabs, por qué había tenido que traer a su hijo a la seguridad de la fortaleza, y lo
esencial del esquema que habían tramado.
Lo que no le explicó fue ese nuevo sentimiento protector que sentía hacia ella. Al
principio, había consentido en proporcionar su escudo y mano de obra, limitada como era,
a cambio de que le quitara la marca azul, pero ahora no podía esconder que se quedaría
con ella estando la marca azul o no. Y no sólo era el honor lo que lo ligaba. Qué era,
exactamente, lo sospechó, pero no lo diría en voz alta por miedo del poder que tendría
sobre él.
—Sí, es peligroso —estuvo de acuerdo, haciendo una pausa y acercándose para pasar
sus nudillos por su mejilla—. Pero, realmente, cualquier plan estaría en ese punto.
Para su asombro, en vez de golpear su mano para alejarla como habría sido su
costumbre sólo unos días antes, se inclinó ante su caricia, como un gato que ronronea su
placer ante unas caricias. Por supuesto, lo incitó a recordar como había ronroneado para él
la noche anterior… en más de una ocasión. Sería una subestimación decir que Maire y él
quedaron bien satisfechos… en las pieles de cama, por lo menos… y en las caricias.
Lamentablemente estaba comprometido con otra en matrimonio.
Lamentablemente Maire era una bruja y vivía en la horrible Escocia.
Lamentablemente no había reconocido su valor hace cinco años y no la había llevado
con él, cuando se lo había pedido.
Lamentablemente todavía llevaba la ignominiosa marca azul.
Lamentablemente se había hecho un Vikingo tan sensiblero, que lloraba ante su
aguamiel, por decirlo así. No había que discutir con el destino, ya se tratase de un Dios
Cristiano, o el Norns, las ancianas sabias de las fábulas Nórdicas que eran responsables de
los destinos de todos los hombres.
Aclarando su garganta apretada de repente, perseveró en su tentativa de convencerla
de aceptar su plan.
—Somos seriamente superados en número. Incluso si todos los hombres aquí tuvieran
la edad y todo su cuerpo completo, todavía seríamos pocos. Necesitamos superarlos. A
menudo una guerra es ganada con ingenio, más que con las armas.
—¡Pero mandar a Toste y Vagn dentro de la fortaleza MacNab! ¿Realmente piensas
que es el mejor curso de acción?
Él se encogió de hombros.
—Vale la pena intentarlo. Sólo hace tres días que Jostein se fue Northumbria, y no
podemos estar seguros que alcanzará su destino, sin mencionar traer la ayuda a tiempo.
Presiento que el MacNabs tiene alguna necesidad de ganar una resolución, o una ventaja,
en su disputa.
—Hmmm. Puede ser que sea verdad —dijo Maire—. Me pregunto si podría estar
relacionado con el viaje previsto del Rey Indulf a las Highlands este otoño. Mucho tiempo
he sospechado que Duncan ha contado a Indulf y sus consejeros un relato falso de la
situación aquí. Quizás quiere tener el asunto entero bien resuelto para entonces.
Rurik afirmó con la cabeza solemnemente.
—Y aquella resolución implicaría casarse contigo y asumir las tierras Campbell en
tutela hasta que Jamie sea mayor de edad.
—Sí, tiene sentido ahora que lo pienso. Yo había predicho a Nessa sólo hace días que
Duncan me mataría unos días después de la boda, si estuviera tan poco dispuesta a estar de
acuerdo… y a Jamie lo mataría, también… finalmente. Pero ahora me inclino hacia otra
idea… que esperaría hasta después que el séquito real haya dejado el área. Lo que quiere
es un frente unido, dando el aspecto de paz entre nuestros clanes. Después de que ellos se
marchen, sin embargo, podría ser una historia totalmente diferente. —Hizo un gesto con
un dedo índice de rebanar su garganta.
Los vellos se erizaron en la nuca de Rurik ante su pena de muerte tranquilamente
pronunciada.
—No pasará —declaró Rurik.
La barbilla de Maire se alzó con sorpresa por la energía de su promesa.
—No puedes ser capaz de prevenirlo.
—No pasará —repitió él con calma mortal—. Incluso si muero en el esfuerzo, habrá
otros después de mí que cumplirán mi promesa de protección.
Ella inclinó su cabeza en pregunta.
—Los hermanos, Eirik y Tykir, vendrían inmediatamente si oyeran de mi paso al
Valhala. O el viejo amigo de su padre y el mío, Selik, quién reside en Jorvik. O mi buen
amigo, Adan, que está en tierras árabes ahora mismo, estudiando medicina.
Ella arqueó sus cejas.
—¿Me protegerías con un curador? —embromó, sin duda tratando de iluminar su
humor—. ¿Es un monje? ¿Rezaría tu monje curador por nuestra situación cuando
preparara sus curas medicinales? ¡Ah, sería un cuadro! ¡Una bruja y un doctor tratando de
salvar un clan con hechizos y hierbas!
—Adan es tanto un fuerte soldado como un curador —declaró defensivamente,
tirándole hacia abajo la barbilla—. Y, no, Adan apenas es religioso. —Sonrió abiertamente
ante aquel último pensamiento—. Apenas.
—De modo qué —dijo Maire, golpeando sus manos con resolución—, tu plan implica
que Toste y Vagn se infiltren en la fortaleza del MacNab. ¿Con qué objetivo? ¿Y qué te
hace pensar que serían capaces de hacerlo?
—Maire, Maire, Maire. ¿No has aprendido nada de los gemelos en el tiempo que han
estado aquí? Aquellos dos pícaros han estado entrando y saliendo de camas y fortalezas
por mujeres de muchas tierras desde que eran unos simples adolescentes. Créeme, pueden
escalar una pared, caminar silenciosamente como un gatito, y hacerse casi invisibles
cuando es necesario.
Ella soltó un entrecortado suspiro, pero no contradijo sus aseveraciones.
—Una vez allí, suponiendo que tienen éxito, ¿qué, en nombre de Mary podrían hacer
para salvar a mi clan? Dos de ellos no pueden luchar contra el clan MacNab entero,
¿verdad? ¿Abrirían las puertas para que los Campbells entren? Explícame como podría
ocurrir, sin ser vistos. Además, el MacNabs tendría una ventaja, luchando dentro de sus
propias tierras, ¿verdad?
Rurik se rió por la enérgica pregunta de Maire. Ella se había acostumbrado a mandar y
por lo visto no sabía cuando abandonar un poco de aquel mando. Atrayéndola hacia sí,
besó las yemas de sus dedos… y sus labios que hacían pucheros… ignorando su
reprimenda de tsk-ing. Antes de que él siguiera en aquella vena atractiva, le agarró la
mano y caminó para seguir su paseo por el parapeto. Mientras paseaban, Rurik explicó:
—Realmente, tomarás parte del plan, indirectamente.
—¿Yo? —chilló, y trató de detenerse.
Dios, amo cuando puedo hacerla chillar.
—Sí, tú, querida. Tú y tus artes de brujería —contestó, obligándola a seguir su ritmo, a
pesar de que plantó sus talones—. Iré a la fortaleza MacNab esta tarde, desarmado, bajo
una bandera de tregua. Mientras esté allí, resumiré tus quejas, incluso la matanza insensata
de ovejas y ganado, el colocar a una dama en una jaula situada en lo alto —que serías tú—
y una larga lista de otras quejas que Viejo John me dio, retrocediendo hasta el tiempo de la
muerte de Kenneth. Como recompensa, exigiré que inmediatamente desistan de su acoso a
los Campbells, paguen un [16]danegeld de monedas de oro, y firmen un pacto de paz con
tu clan.
Cuando Maire plantó sus talones esta vez, fue incapaz de hacerla avanzar; así qué, se
detuvo. Todavía sostenía sus dedos tomados, incluso, podía sentir su pulso rápido.
—¿Te has vuelto loco, Rurik?
Alomejor. Loco por ti.
—Confía en mí, Maire. Sé lo que hago. —De todos modos, pienso que lo hago.
—¿Qué te hace pensar que Duncan estará de acuerdo con semejante cosa? Se reirá en
tu cara.
—Sí, va a hacerlo —contestó Rurik con tranquila indiferencia. Dejó sus palabras
colgar en el aire durante un largo momento, mientras ella golpeaba un pie con
impaciencia. No estaba seguro por qué la atormentaba tanto, salvo que parecía tan
tentadora con sus mejillas emocionadas, la barbilla sobresaliente y sus pechos
levantados… sobre todo sus pechos levantados.
—Deje de mirar con lascivia mis pechos, tú… tú libertino.
Sorprendido en el acto… de ser un libertino.
—No —mintió—. Sólo pensaba y mis ojos deben haber ido a la deriva.
Ella hizo un carraspeo de animosidad.
—Vuelve al punto, Vikingo. ¿Qué amenaza puedes imponer que lo forzaría a estar de
acuerdo?
—Un hechizo —anunció él alegremente—. Un hechizo.
—Brujería —dijo con una voz lánguida, decepcionada—. ¿Me usaría así, incluso
sabiendo que a veces fallo?
¿A veces? Por lo que me han contado, la mayor parte de las veces eres menos que
exitosa. Pero movió sus hombros como si su queja fuera poco importante.
—Las murmuraciones sobre mi torpeza se han extendido por lo todas las tierras
MacNab, estoy segura. La amenaza de inflingirles un hechizo no tendrá ningún efecto en
absoluto, a menos que se rían hasta morir.
—Triste, pero verdadero.
—No, que esté de acuerdo con tus planes… pero debería ir contigo.
—¡No!
—¿Por qué?
—Demasiado peligroso. Duncan podría tomarte cautiva. Entonces te tendría
exactamente donde quiso desde el principio.
—¿Y tú? ¿No es peligroso para ti, también? ¿No podría tomarte cautivo?

—Podría, pero no disfrutaría de la boda y del lecho casi tanto como yo…, ni ganaría la
misma riqueza de tierra.
—Nota que no me divierte tu pobre tentativa de alegría.
Él se encogió de hombros.
—Rurik, esta es mi batalla. Yo debería estar implicada. Esta es una enemistad de los
Campbell.
—Uh-uh-uh, Maire, ¿ya no recuerdas? Fui votado Campbell por tu mismo clan. Rurik
Campbell, eso es lo que Viejo John me llamó. —Dios, ¿realmente di crédito a esa ridícula
noción?
Su pequeño gemido indicó que ella, en efecto, había olvidado.
—No eres más Rurik Campbell de lo que yo soy Maire… —Ella hizo una pausa y
examinó su cara estrechamente, como si buscara respuestas—. ¿Cuál es tu otro nombre?
—No tengo ninguno.
—Debes tenerlo. ¿Ustedes los Vikingos no toman el nombre de su padre… como
Thork Ericsson, lo cuál sería ¿Thork, el hijo de Eric?
Él apretó sus labios fuertemente y rechazó contestar.
—¿Sabes realmente el nombre de tu padre? —preguntó tentativamente, presintiendo
que abrió la puerta a un camino que él no andaría.
—Sí, sé el nombre de mi padre —gruñó él—. Pero me negó en el nacimiento, y no le
daría el honor de usar su nombre ahora.
Ella jadeó y extendió la mano, como si quisiera consolarlo.
Él retrocedió, había pasado hace mucho tiempo la etapa de querer o necesitar
compasión por lo mal que lo trató su familia.
—Volvamos a nuestro plan —dijo él—. En mis bolsos de viajes, tengo diez medidas
de longitud inglesa completas de tela que obtuve en Oriente, que usan las houri para bailar
ante su amo el sultán. —Esperó que asimilara aquella información, como indicaba el rubor
florecedor en las mejillas de Maire—. La esposa de Eirik, Eadyth, es apicultora, y me
encargó que comprara la tela, que usa para hacer ropa desde la cabeza hasta los dedos del
pie para evitar ser picada por sus abejas. Calculo que Toste y Vagn pueden cubrirse con
longitudes de esta tela etérea y así, con una luz débil, parecer…
—…fantasmas —terminó Maire por él.
Él sonrió.
—Sí. Los fantasmas más lujuriosos de este lado del Skelljefjord. Pero déjame
explicarte más. Al principio, advertiré a Duncan y sus jefes qué, a menos que cumplan con
mis demandas, infligirás un penoso castigo a su tierra que implica a fantasmas con sus
fechorías… ellos se mofarán por supuesto… hasta que vean a Toste y Vagn en toda su
gloria espiritual. Como son gemelos, serán capaces de confundir a sus víctimas al creer
que pueden flotar de un lugar a otro. Serán vistos en sitios múltiples al mismo tiempo. La
siguiente parte del plan será ingeniosa, realmente, proviniendo de algo que tú comenzaste.
—¿Yo?
Él afirmó con la cabeza.
—Sí, les diré que no sólo su fortaleza estará plagada de fantasmas, sino que les echaras
una maldición con la cual… —Él movió sus cejas hacia ella.
—Continúa —ella pinchó, ya sospechando.
—…con la cual sus partes masculinas se encogerán, y serán incapaces de funcionar en
las pieles de cama.
Ella se rió entonces, a pesar de su inclinación obvia de fruncirle ceño.
—Golpearlos donde les duele más, quieres decir.
—Exactamente. Pero el punto es que finalmente queremos conducirlos hacia Ailt Olc.
—¿Ailt Olc? ¿El Desfiladero del Diablo?
Él afirmó con la cabeza.
—Aquel estrecho valle que separa tu tierra y la suya al norte. Allí los atacaremos hasta
que estén todos muertos o se hayan rendido.
—Pero, Rurik, aún si eres capaz de llevar a cabo todo eso, te falta considerar dos
cosas. Una, que es un área expuesta, visible por todos lados, con pocos escondrijos.
Segundo, los Campbells todavía somos con severidad superados en número por el
enemigo.
Él sonrió extensamente.
—Es la mejor parte de nuestro plan. Mira abajo y ve nuestro plan en operación.
Maire dirigió su mirada fija a donde él señalaba a lo lejos en la distancia hasta los
campos de ejercicio militares más allá de las paredes del castillo. Allí, notó algo que no
había visto antes. Todos los muchachos jóvenes, hasta Jamie, bajo el ojo vigilante de
Stigand, practicaban con hondas, con todas las cosas, y algunos eran muy, muy buenos. Le
tomó sólo un momento comenzar a entender.
—Como David y Goliat, de la Biblia.
—Sí. ¿No soy brillante?
La muchacha no respondió a su auto elogio. En cambio, lo fulminó con la mirada.
—¿Usaría a los niños para luchar? ¿Colocarías a los niños en esa clase de peligro?
—No, me entiendes mal. Los jóvenes sólo serían usados atrás donde es seguro.
Ella pareció aceptar su explicación sin argumentar… por el momento.
—¿Y esas ovejas que se mueven a lo largo de la periferia del campo… qué hacen allí?
Rurik se rió entre dientes.
—Mira más cerca, milady. Saqué la idea de tu tapiz. Recuerda que me dijiste que las
cosas no son siempre lo que parecen en la distancia.
—¡Rurik! —exclamó cuando entrecerró sus ojos y miró más detenidamente—.
Aquellas no son ovejas. Son hombres que se esconden bajo pieles de carnero.
Él no pudo resistir entonces. Había pasado demasiado tiempo desde que la había
tenido en sus brazos… al menos dos horas. De modo qué, la cogió por la cintura y la
balanceó en un fuerte abrazo. Respirando profundamente su olor, colocó un beso en la
curva de cuello donde éste se encontraba con su hombro y susurró:
—El plan podría resultar. ¿No estás de acuerdo?
Cuando dio una cabezada provisional, él anunció con voz ronca:
—Tengo otro plan, también.
Maire gimió… sobre todo ya que él se había girado y la arrastró, con sus piernas
balanceándose en el suelo, a la pared trasera del parapeto, más allá de la vista de los de
abajo. Su ropa estaba ya a mitad de camino de sus muslos, y su erección presionaba contra
su lugar de mujer, y sus labios ya mordisqueaban su boca separada, cuando Maire
comprendió sus palabras.
—Aaah, Rurik, debo decirte que algunos de tus planes son cuestionables. Algunos son
malos, sin tener en cuenta lo que puedas pensar. Algunos son buenos. —Entonces hizo lo
impensable. La muchacha descarada colocó una palma en cada una de sus nalgas y apretó,
añadiendo en un seductor ronroneo—, y algunos son espectaculares.
Rurik habría sonreído, pero había olvidado como.
13

POR el resto de aquel día, el Gran Salón de Maire estuvo tan eufórico de actividad, que
no lo reconoció o a su gente. Independientemente de lo que Rurik podría o no llevar a
cabo ese día, ya había renovado la confianza de ellos y las esperanzas de su azotado clan.
Por eso, estaría en deuda con él.
Todas las mujeres trabajaban laboriosamente en los disfraces que los niños llevarían
mientras usaban sus hondas desde los árboles. Los trajes, poco más que una capucha,
fueron hechos de restos de lana rápidamente teñidos de marrón, negro, verde, y beige para
mezclarse con el follaje. Los muchachos mayores que estarían colocados más cerca, detrás
de los cantos rodados, llevarían puestas capas de color gris hierro o pieles de ovejas
completas incluso con sus cabezas.
Rurik, Stigand, y Bolthor estaban fuera, entrenando en la yarda de ejercicio, tanto
como era posible en tan poco tiempo, con los hombres y muchachos mayores que eran
capaces de manejar armas. Para su placer, él le había relatado durante la comida del
mediodía que algunos eran muy competentes con la espada, lanza y arco y flecha, a pesar
de sus daños físicos o su edad. Estas habilidades, combinadas con la ventaja de la sorpresa
y posición, quizás podrían ser suficientes para triunfar sobre el MacNabs.
Sólo para asegurarse Maire rezaba… mucho. Lamentablemente el monje, Padre
Baldwin, se había marchado a un distrito vecino para realizar un funeral. En ese punto
podría usar unas pocas oraciones sacerdotales.
Antes le había preguntado a Rurik si quería que intentara un hechizo de buena suerte,
pero se había negado con una gentileza conmovedora, temiendo que su hechizo pudiera
ser contraproducente. En otras circunstancias, podría haberse sentido ofendida, pero ahora
el destino de su clan estaba en juego. No podía dejar que su ego interviniera de ninguna
manera. Sinceramente, no era una bruja muy buena.
Independientemente del resultado de esta lucha, que debería ocurrir la mañana
siguiente si el esquema fantasmal de esa noche resultaba, tenía que estar agradecida por el
orgullo que Rurik devolvió a su gente. Había olvidado cuánto influía la dignidad de un
hombre al sentir que podía proteger a su familia o su clan.
—¡Whoo-whoo! —Toste y Vagn dijeron como uno, subiendo a la mesa donde cosían.
Agitando sus manos en el aire, misteriosamente, modelaban la tela delgada, hecha en ropa
parecida a una cubierta, que les ayudarían a pasar por espíritus.
—No está mal —dijo Maire, presionando un dedo en sus labios mientras los estudiaba
pensativamente—. Dime la verdad, Nessa. ¿Qué piensas?
—Pienso que disfrutan demasiado de este juego —concluyó Nessa mientras las
mujeres miraban a los gemelos que hacían cabriolas, arremolinando los pliegues
voluminosos de sus ropas, haciendo todo el tiempo bufidos que supuestamente eran
sonidos fantasmales—. Sus boberías serán su muerte si no tienen cuidado.
—Oh, tendremos mucho cuidado, Nessa. Miedo no —dijo Toste, subiendo detrás de la
criada de Maire en un torbellino de tela transparente para presionar un beso rápido en la
expuesta nuca de su cuello. Luego pellizcó una de sus nalgas.
—Oooh, vas demasiado lejos —chilló Nessa, frotando su trasero como si le hubiera
hecho daño, cosa que obviamente no hizo.
—Mejor tengan cuidado, Toste —advirtió Fenella, una joven muchacha de la granja
del pueblo—, no sea que Stigand te vea acariciar a su amada señora. Se dice que tiene la
tendencia de cortar cabezas primero y hacer preguntas después.
—No era una caricia —competió Toste—. Créeme, soy famoso por mis caricias, y esa
no era una caricia.
—Parece que eres famoso por muchas cosas —comentó Maire secamente.
—No soy la amada señora de Stigand —protestó Nessa, pero estaba claro por las rosas
que florecieron en su piel, que algo pasaba entre ella y el berserker. Maire no podía
recordar que hubiese visto a Nessa ruborizándose… ni siquiera cuando su marido, Neils,
todavía vivía, y Neils había sido un bromista escandaloso—. Además, Stigand no ha
cortado ni una sola cabeza en mucho tiempo.
Todos se quedaron boquiabiertos ante la defensa de Nessa del corpulento Vikingo, que
seguramente no tenía que esconderse detrás de las faldas de una muchacha.
—Volvamos —interpuso Vagn con una sonrisa descarada—. Bien, volvamos al tema
de mi hermano y de mí —se enmendó—. Nuestro disfraz será perfecto esta tarde cuándo
oscurezca —no se espera luna, ¡gracias a los dioses!— y cuando nuestra indumentaria esté
completa. —Toste y él intercambiaron sonrisas satisfechas ante su última palabra.
—¿Se supone que pico el cebo? —Maire trató de mantener su expresión severa, pero
era difícil cuando estos dos pícaros estaban alrededor.
—¿Qué cebo? —ambos preguntaron con fingida inocencia, pestañeando con sus
pestañas increíblemente largas, y sus manos puestas en sus caderas que eran
atractivamente estrechas. Por la cruz, Maire podía ver por qué las criadas se desmayaban
en su camino. Estos dos valientes muchachos eran irresistibles cuando empleaban sus
abundantes encantos.
—Tsk-tsk-tsk-tsk-tsk —fue todo lo que Maire pudo decir. Nessa sacudía su cabeza
ante sus payasadas. Y algunas mujeres más jóvenes se rieron tontamente.
—Bien, si insistes, te diremos sobre el atuendo apropiado de un fantasma —dijo Toste
con un largo suspiro, como si las mujeres hubiesen estado molestándolo por una respuesta
—. Cuando nos vistamos esta tarde antes de entrar en el castillo MacNab, estaremos… —
hizo una pausa dramáticamente— …desnudos.
—¡No te creo! —exclamó Maire. Contempló a todas sus criadas por corroboración,
pero ellas contemplaban a los dos hombres. Lo creyeron como que una bruja tenía una
verruga en la nariz… y les gustaría estar allí para la revelación.
—¡Hah! ¿Nos atreveríamos a mentir? —se quejó Toste. Tanto él como Vagn
levantaron los dedos medios, que lucían hilos escarlatas de medición.
Aquellos estúpidos hilos de medición… no, ¡mi estúpido cuento de las mentiras y el
encogimiento de las partes masculinas! ¿Realmente se preocupan tanto los hombres por el
tamaño de sus apéndices? Se preguntó Maire.
Absolutamente, se contestó con una sonrisa.
Las mujeres son lejos la especie superior, decidió. ¿Pasamos mucho tiempo
preocupándonos por el tamaño de nuestras partes femeninas?
Por supuesto que no… bien, excepto nuestros traseros, que a veces tienden a crecer de
noche, o peores aún, doblegarse.
—¿No les gustaría una demostración de cómo estas prendas se verían sobre el cuerpo
desnudo? —preguntó Vagn y levantó el dobladillo de su escandaloso traje, para alcanzar
su cinturón.
—¡No! —Maire prácticamente gritó, aunque pudo ver que algunas mujeres no
tendrían ningún inconveniente por tal demostración.
Vagn dejó caer el traje con un suspiro de desilusión.
—¡Fantasmas desnudos! —chilló Nessa. Ella todavía estaba boquiabierta por el
asombroso cuadro en su mente—. ¿Dónde guardarás tu espada?
Casi inmediatamente, Nessa comprendió su error. Su rubor se hizo más profundo aún
antes de que Toste y Vagn miraran hacia abajo y contestaran como uno:
—¿Cuál espada?
—¿Bromeas? No puedo imaginar que Rurik aprobara tal plan —dijo Maire.
—Fue su idea —Toste le informó con un pícaro guiño—. Ahora que Rurik tiene de
vuelta su destreza, sin duda le gusta la idea de la carne desnuda. Recobró su destreza,
¿verdad?
—Di la verdad ahora, milady, te hizo o no un or-gas? —añadió Vagn.
Maire sólo gimió. Al mismo tiempo, todas sus mujeres preguntaron:
—¿Or-gas? ¿Or-gas?
—¿Qué idea? —preguntó Rurik detrás de ella—. ¿Qué idea vino de mí?
Maire giró en su banco y lo vio a él y a todos los otros hombres y muchachos que
entraban en el Gran Salón. No sólo habían terminado sus ejercicios, sino que por lo visto
habían visitado el lago para un baño rápido, o para nadar, si su pelo mojado era alguna
indicación.
Cuando Rurik se pavoneó hacia ella, notó la cosa más desgarradora para su corazón.
Jamie lo seguía como un cachorro fiel, e imitaba a Rurik en su juvenil pavoneo. Su hijo
había demostrado hace mucho tiempo un talento para imitar las características de otros, y
por lo visto Rurik se había hecho su ídolo del momento. También notó que Jamie llevaba
una espada de madera en miniatura toscamente hecha, en su cinturón, justo como Rurik.
Stigand, quién tenía talento para tallar, debía haberla hecho para él, pero el modo que
Jamie la llevaba puesta, bajo su cadera izquierda, era idéntico al de Rurik. Como si todo
eso no fuera bastante malo, Jamie todavía llevaba las trenzas delgadas a ambos lados de su
cara.
Un raro silencio siguió cuando todos notaron las mismas cosas que ella. Esperaron que
dijera algo, o que Rurik entendiera finalmente lo que todos veían tan claramente.
—¿Qué idea? —repitió Rurik, trayendo los pensamientos de Maire al presente. Él se
deslizó en el banco a su lado, se acercó, y sonrió abiertamente ante su aparente
incomodidad por su intimidad delante de tantas personas.
—Que Toste y Vagn se vestirán como fantasmas desnudos —ella contestó y se alejó
ligeramente de la acalorada presión de la cadera de Rurik contra la suya.
Él sólo movió sigilosamente sus nalgas a lo largo del asiento de modo que ahora
estuvieran aún más cerca. Entonces movió sus cejas hacia ella, para ver si se atrevía a
proceder en ese juego de evasión. Cuándo ella permaneció en el lugar, le dijo:
—¿Cómo más estarían los fantasmas, sino desnudos? Además, Toste y Vagn trabajan
mejor sin atuendo, o eso me han dicho. Y deberían entrar muy bien en el castillo gracias a
una muchacha.
Maire se rió suavemente ante la perspectiva.
—¿Una moza invitando a un fantasma desnudo a su cama? ¿Realmente piensas que
alguna hembra sensata sería tan temeraria?
El silencio prevaleció mientras una criada de cocina puso jarras de ale fresca y copas
de madera delante de ellos.
—Todo es posible con estos dos —declaró Rurik después de tomar un largo trago de la
bebida—. Créeme, nada de lo que les pasa me sorprende. Recuerdo un tiempo en Córdoba
cuando tuvieron que ser rescatados de un burdel donde estaban cautivos por unas putas
violentas. —Mientras hablaba, él se había girado ligeramente, de modo que una parte de
su cuerpo, que a ella se le había hecho especialmente familiar… y, sí, aficionada,
también… comenzó a pinchar su cadera.
Sobresaltada, Maire reprendió a Rurik.
—¡Tú patán lascivo! Mejor mantén tu Lanza en control en los sitios públicos no sea
que algún pájaro vuele cerca y la confunda con una percha.
—¡Maaaiirre! —respondió Rurik con igual sobresalto, aunque una sonrisa se retorció
en el borde de sus labios—. Shhhh —añadió rápidamente, no queriendo que los otros
oyeran por casualidad.
Pero era demasiado tarde.
—¿Lanza? ¿Qué lanza? —quiso saber Toste.
—Es el nombre que Rurik le da a su parte masculina —soltó Maire antes de poder
contener su lengua.
Toste y Vagn se echaron a reír, y todas las mujeres se reanimaron con interés por este
nuevo y seductor tema.
—Muchos hombres le ponen nombre a su parte masculina —dijo Maire
defensivamente, repitiendo las estúpidas palabras de Rurik. Podía sentir que sus mejillas
ardían con vergüenza mientras parloteaba.
Rurik gimió e hizo rodar sus ojos con antipatía, por lo visto sabiendo lo que iba a
venir.
—Es verdad. Es verdad —estuvo de acuerdo Toste—. Llamo al mío Felicidad… como
en «Aquí viene la Felicidad».
Varias de las criadas más jóvenes se llevaron las palmas a los labios para sofocar sus
risas tontas. Varios de los hombres que acababan de subir, incluso Bolthor y Stigand,
resoplaron con incredulidad.
—Favorezco la simplicidad —declaró Vagn con una amplia sonrisa—. Sólo llamo al
mío Grande.
—Eres un mentiroso —declaró Rurik.
—Llamo al mío Grande, también —declaró Stigand.
Nadie bufó… o lo llamó mentiroso. Y Nessa, bendito su corazón, afirmaba con la
cabeza en acuerdo.
¡Por el amor de Mary! Estos Vikingos ciertamente son personas mundanas…hablando
de tales asuntos tan abiertamente.
—Mjollnir —Bolthor anunció de repente. Todos se dieron la vuelta. Levantó su
barbilla y explicó, como si alguien se atreviese a reír—, llamé al mío por el martillo de
Thor. A veces, me refiero a él como Martillo.
Nadie se rió.
—Esta es la saga de Rurik el Mayor —comenzó Bolthor—, y «Sobre la Práctica de los
Vikingos de Nombrar su Pene».
—Oye —Rurik protestó, entre las risas disimuladamente suprimidas a su alrededor—.
No soy el que trajo el tema. Así qué, no me asocies con eso.
—¿Qué es eso sobre una práctica Nórdica? —preguntó Viejo John. Maire no había
notado que se había acercado con algunos de sus miembros del clan—. Los escoceses
nombran a sus partes, también.
Todas las mujeres miraron boquiabiertas a Viejo John, luego gritaron como una:
—¿Lo hacen?
Viejo John afirmó con la cabeza enérgicamente.
—En mi día, llamé al mío Problema Difícil. —Cada mandíbula femenina cayó aún
más abajo—. Y conocí a un hombre de Glenmoor, Angus el Toro, que llamó al suyo el
Dragón Tuerto. Bien, lo hizo. —Lo último fue añadido al ver las miradas de incredulidad a
su alrededor.
Bolthor se lanzó a su verso skaldic entonces:



El hombre es en parte peculiar,
Créanme, les guste o no,
Cuando atañe a su parte masculina,
Puede no ser inteligente,
En cambio gana fama
Dándole un nombre,
Sea Espada o Lanza,
Incluso Última posibilidad,
O Dador de placer,
Por no mencionar Erizo sexual.
Y Tronco de vida,
o Regalo de esposa,
Cerdo Bailador, Perro Ladrador
Tercera Pierna, «Hace lo que ella pide»,
John grande, Pequeño Tom,
Bart malo, Buen George,
Flauta de Placer, [17]Manroot,
Suerte de mujer, Hijo de Pato,
Fantasía de Lujo, ¿Nido de Buzo?
Ah, sí, el hombre es en parte peculiar.



Hubo un silencio atontado en su sección del salón antes de que Maire recobrara el uso de
su lengua.
—¡Qué vergüenza, ustedes los hombres! —se ahogó, reuniendo tanta consternación
como podía—. No sólo tú, Bolthor, sino todos los hombres. ¡Hablar de esas cosas groseras
entre señoras!
Todos los hombres miraron a su alrededor tímidamente, como si acabasen de notar que
estaban en compañía variada. Los grupos comenzaron a disolverse y trasladarse por el
Salón para reanudar sus tareas entre muchas risas y carcajadas.
Fue cuando Maire comprendió que mientras toda esa conversación lasciva continuaba,
Rurik había logrado de alguna manera serpentear su mano bajo la mesa, donde sus dedos
se habían unido con los suyos y su pulgar dibujaba círculos seductores en su palma. El
mensaje que sus claros ojos azules le transmitió fue, —te deseo—. Aseguraría que sus
traidores ojos le devolvieron el mismo mensaje.
Apartó su cara, no queriendo que supiera cuan fácilmente la excitaba. No podía creer
que hubiese permitido que el hombre la tomara contra una pared esta mañana, a plena luz
del día, en un parapeto abierto. Y no podía creer que hubiese gozado tanto. Rurik se había
visto obligado a amortiguar sus gritos con su boca.
—Sé lo que piensas —susurró Rurik contra su oído.
¿Cómo se había puesto tan cerca de ella? Ella movió su cara alrededor tan rápidamente
que casi chocó con él, labio con labio. Él se rió entre dientes y se apartó ligeramente.
—¡Tú… no… lo haces! —ella declaró firmemente—. Saber lo que pienso, quiero
decir.
—Sí, lo hago, Maire. —Él volvió a rodear su palma con su pulgar, y ella sintió la
caricia hasta las puntas de sus pechos y en su centro de mujer.
Ella gimió suavemente.
Él sonrió suavemente.
—¿Crees que eres, un adivinador de pensamientos ahora, así como un guerrero?
Él sacudió su cabeza, y se lamió los labios.
Tardíamente, comprendió que él copiaba sus propios gestos. Por instinto, su boca se
había secado, sólo contemplando al patán suculento, y se había pasado una lengua mojada
sobre sus labios. Odió que sus emociones estuvieran tan cerca de la superficie y fueran tan
fácilmente leídas por él. Por lo tanto, no podía explicar por qué a sabiendas entró en su
trampa preguntando:
—¿Qué exactamente crees que pienso?
Le lanzó una ardiente mirada que tradujo como, «¡Ah, Maire! Pensé que nunca
preguntarías». Pero lo que dijo fue:
—Tu cuerpo lleva mi «marca» de todos los modos que prometí que haría. Cuando
miras fijamente mi boca, recuerdas el placer de mis besos. Cuando tomo mi vaso con la
mano, ves los dedos que han jugado eróticamente en cada parte de tu cuerpo. Cuando
estoy de pie y mi mitad inferior se te hace visible, recuerdas nítidamente como te sientes
cuando te lleno. —Respiró profundo, luego siguió—, milady, eso es lo que pensabas.
—Tu vanidad no tiene límites, Vikingo —chisporroteó ella—.Y en cuanto a tu
«marca» en mí, ¿es qué todo lo de ayer y anoche fue en venganza…? Sé que lo prometiste,
pero de alguna manera pensé… pensé que… —Maire no podía creer como podía dolerle
haber sido la única en sentirse tan afectada por su trato sexual. Apartó la cara entonces
para que él no pudiera ser testigo de su humillación.
Rurik puso un dedo en su barbilla y la giró.
—No, no fue por eso, bruja. Puede haber comenzado así, pero en algún momento entre
los besos y la copula, otras fuerzas tomaron el control. —Levantó una mano vacilante—.
No pienses en preguntarme que fuerzas son porque realmente no lo sé. ¿Alomejor,
brujería?
Maire quiso creerlo, pero…
—Amor, ¿no puedes comprender que todo lo que dije de ti es verdad en mí, también,
al revés?
Ella frunció el ceño confundida.
Él avanzó y posó sus labios contra los suyos… un beso ligero como una pluma que se
sintió como el paraíso.
Sus ojos miraron hacia el lado para ver si alguien había notado el beso; todavía se
sentía incómoda por que su gente observara su familiaridad con ella. Pero la poca gente
que lo había notado por lo visto lo había aprobado, ya que sonreían abiertamente.
—¿Quieres que te lo explique? —él preguntó con una voz baja, masculina que era tan
potente como un largo trago de uisge-beatha.
¡Oh, Dios, sí!
—¡No! —dijo rápidamente.
Pero no lo bastante rápido. Ya revelaba sus propios secretos.
—Cuando lames tus labios, como ahora mismo, recuerdo las cosas lascivas que te
enseñé a hacer con tu boca… o quizás eres Eva y yo Adán, y aquel tipo de sensualidad te
viene por instinto.
Los labios de Maire hormiguearon sólo al oír los elogios de Rurik, aunque le costara
creer su verdad. No era una mujer sensual… de todos modos, nunca lo había sido antes.
—Y cuando alejas tu cuerpo de mí, tratando de evitar el contacto visual, todo lo que
haces es llamar la atención del contorno de tus pechos y tus pezones, que fantaseo están
hinchados de deseo por mí…
¿Hinchados? ¡Ah! Si no lo habían estado antes, lo estaban ahora.
—…y recuerdo el gusto al succionarlos. ¡Seguramente néctar de dioses!
Maire podía jurar que realmente sintió el ritmo de sus labios que tiraban de ella.
—Y cuando te alejas de mí, moviendo las nalgas muy suavemente, recuerdo bien
como caben en mis manos cuando las levanto para embestirte. Y luego… por el amor de
Freyja… como tu parte de mujer abraza mi parte masculina en gozosa bienvenida.
—¡Por los dientes de Dios! —exclamó Maire entonces—. Nunca oí del trato sexual sin
un pedazo de carne desnuda tocando al otro.
—Sexo de palabra. Es uno de mis muchos talentos. —Se rió entre dientes, y apretó su
mano.
—Nunca sé cuando me molestas, o dices la verdad.
—¿Te gusta el sexo de palabra, Maire?
—¿Ruedan mis ojos atrás en mi cabeza? —dijo con un resoplido de antipatía hacia sí
misma.
—Eres inestimable —silbó él—. No, tus ojos… tus hermosos, ojos de esmeralda…
son directos. ¿Pero y los míos? ¿Miran fijamente detrás de mi cráneo todavía?
Ella tuvo que reírse ante eso, aún cuando sacudió su cabeza. Sentía satisfacción al
saber que Rurik compartía su angustia corporal.
—Realmente siento un poco de temblor dentro de mí, sin embargo —le dijo en un
tono descarado, sus párpados medio caídos. ¡Anfitriones divinos! ¿Dónde y cuando había
desarrollado talento para coquetear?
—Yo, también —dijo él, pero su voz y expresión eran mortalmente serias.
—Oh, Rurik —suspiró, incapaz de decir más.
—Exactamente —él jadeó, entendiendo perfectamente… tan sensible era el hilo que se
desarrollaba entre ellos, fibra por fibra emocional.
Afortunadamente, o desgraciadamente, su atención se desvió entonces. Al final del
Salón, un grupo de los miembros del clan se reían por las payasadas de su hijo y algunos
de sus amigos.
Callum acababa de pasar por el Salón, delante de ellos, su cabeza tirando a la derecha
como era su costumbre desde que había sufrido un golpe en la cabeza en la Batalla de
Dunellen. Era de la misma edad que su hermano Donald, habían sido compañeros
inseparables, y una vez un buen soldado —de hecho, un experto arquero— pero su
excelente puntería ya no era fiable debido al incesante sacudir de su cabeza. Bolthor había
estado trabajando con él, con métodos para recobrar su centro de equilibrio y compensar la
sacudida; para asombro de Maire, resultaba a veces. Finalmente, quizás podría recobrar
muchas de sus antiguas capacidades.
Ahora, Jamie conducía a su grupo de bribones, imitando a Callum, pavoneándose y
sacudiendo sus cabezas al mismo tiempo. Realmente, iba a tener que sentar a su hijo y
tener una larga conversación con él. Su comportamiento salvaje se había descontrolado las
pasadas semanas desde que había estado viviendo en una cueva en el bosque con los
hombres.
Pero Maire no tuvo más tiempo para pensar en mejorar el comportamiento de su hijo,
ya que Rurik había dejado caer su mano y se había levantado de su asiento con un fuerte
rugido de ultraje. Su cara se puso roja y sus puños se apretaron cuando miró fijamente con
los ojos muy abiertos algo. Al principio, no pudo comprender lo que le había evocado tal
furia. Sus ojos exploraron el Salón, pero no podía ver nada, sino su hijo y…
¡Oh, mi Dios! Era Jamie el que lo había hecho enfadar. Y Rurik ya avanzaba a
zancadas antes de que ella se hubiera levantado del banco y corrido detrás de él.
—Rurik, espera…
Rurik había alcanzado ya a los risueños muchachos y agarrado a Jamie del cogote,
sacudiéndolo a medias. Sus piernas colgaban muy lejos del suelo cubierto de juncos.
Antes de que el asustado niño pudiese parpadear, Rurik le dio una fuerte palmada a sus
nalgas y gruñó:
—Con esto será suficiente, muchacho.
Ahora, Maire se sintió ultrajada. ¡Cómo se atrevía a levantarle la mano a su hijo!
¡Cómo se atrevía!
Cuando llegó a la caótica escena, los miembros de clan se habían alineado como
espectadores, los pequeños muchachos trepaban para escapar antes de que Rurik les
infligiera un castigo similar, y Jamie frotaba su trasero con una mano y usaba la otra para
enjuagarse los ojos llenos de lágrimas mientras aullaba lo bastante fuerte para levantar las
vigas. Uno pensaría que le habían dado con un [18]broadax en su trasero, en vez de una
mano callosa.
Jamie estaba de pie ahora y Rurik estaba agachado delante de él, una mano en cada
hombro.
—Pensé que habíamos llegado a un entendimiento, Jamie. Debes ser siempre el laird.
¿Qué clase de ejemplo das al burlarte de otro?
Jamie sacudió su cabeza, pero no dijo nada, probablemente demasiado asustado por
otro golpe a su trasero.
—Un verdadero hombre no tiene que hacerse más grande reduciendo el valor de
otro… especialmente uno que es más pequeño, o sufre alguna desventaja corporal.
—Pero yo sólo estaba jugando —lloriqueó Jamie defensivamente.



—Eso no es excusa. Tienes que saber qué, cuando un muchacho es peleón crece para ser
un peleón como hombre, y no es una meta noble para ti mismo. ¿Entiendes lo qué digo?
El muchacho cabeceó y, viendo una oportunidad para escapar, esquivó el brazo de
Rurik y escapó hacia la puerta del patio. Una pequeña sonrisa enroscó sus labios, y le dejó
ir, haciendo señas a Stigand para que lo siguiera y mantuviera protegido al voluntarioso
niño.
Rurik se dio la vuelta entonces y notó que Maire estaba detrás de él. Sonrió, como si
espera que lo felicitara por el modo que había manejado a su hijo.
¡Oh! Echando humo, Maire trató de hablar en un murmullo, pero sus palabras salieron
ásperas y fuertes.
—No tenías ningún derecho, Vikingo. ¿Quién te dio permiso de reprender a mi niño?
El cuerpo de Rurik se puso rígido, e inclinó su cabeza con sorpresa.
—Pensé que te hacia un favor. No tienes marido. Tenía que mostrarle al muchacho
ahora, mientras la fechoría estaba fresca, que el mofarse es un mal rasgo para un
muchacho en desarrollo. ¿No estás de acuerdo con eso?
—¡Abusaste de mi hijo!
—¡Nunca lo hice!
—Lo golpeaste con cólera.
—Le di un ligero golpe en el culo con la palma de mi mano. Apenas lo sintió.
—Bueno… bueno… ¿quién te dio permiso para ponerle una mano encima?
—No necesito ningún permiso para hacer lo que es correcto.
—¡Fuera de aquí, Vikingo! Él no es tu hijo. —Al momento que las palabras dejaron su
boca, Maire supo que había cometido un error. La cabeza de Rurik se echó hacia atrás
como si lo hubiese abofeteado, y sus fosas nasales llamearon con la cólera apenas
controlada.
Incluso peor, los miembros de su clan inhalaron un comunal grito ahogado. Una cosa
era ocultarle a un hombre que tenía un hijo, horrible como podía ser. Era totalmente
diferente mentir realmente sobre el hecho. ¿Cómo sería capaz alguna vez de desdecir
aquella patente falsa declaración?
—Quiero decir… es mi hijo. Deberías haberme dejado manejar a mi propio hijo.
La mirada fija de Rurik se unió con la suya, y vio tanto desilusión como furia allí.
—Haces un pobre trabajo, Maire, si su lengua asquerosa, su frecuente aspecto
mugriento, y ahora su carácter es alguna indicación.
Oh, las palabras de Rurik eran crueles, crueles puñales para el alma de Maire. E
injustas… bueno, parcialmente injustas. Pero podía ver por la protuberancia orgullosa de
su mandíbula que no retrocedería más que lo que ella lo haría.
—Y me iré «fuera» de aquí bastante pronto, milady. Puedes estar segura de eso.
Maire puso la cara entre sus manos y trató de pensar como mejor retirar sus ásperas
palabras. Sin embargo, cuando echó un vistazo, Rurik se había ido. Y toda su gente la
miraba con desaprobación. Uno tras otro se dieron la vuelta alejándose. Excepto Bolthor.
Riéndose por alguna alegría interior, el skald comenzó:
—Esta es la saga de Maire de los Páramos.



Había una vez una doncella
Que dijo una gran mentira.
Pensando que la verdad
Nadie nunca aceptaría.
Pero, ay y penas,
La peor cosa sobre las mentiras,
Es que el tejedor es a menudo
Agarrado en sus propias excusas.



Entonces, como una ocurrencia posterior, Bolthor añadió unos más a su saga:



…y el caso es que justo no es
Un Vikingo agarrado en una mentira,
Porque entonces habría
Un problema incluso más grande …
Bien, realmente, más pequeño.



El poema de Bolthor era tan horrible que debería haber estado riéndose en voz alta. En
cambio, gritaba por dentro.



Por el resto de la tarde, Rurik evitó a Maire. Estaba tan enojado —y, sí, dolido— que
temía lo que podría hacer o decir en su presencia.
Su actitud protectora con respecto a su hijo era excesiva. Si Viejo John hubiera tomado
la misma acción como Rurik había hecho, dudaba que Maire hubiese estado tan furiosa.
Había un enigma allí… por qué temía su contacto con el muchacho… que no podía
solucionar. Por lo visto, había llegado a la conclusión de que era un adecuado compañero
de cama, pero una indigna compañía para su hijo. ¿Por qué?
—Frunces el ceño. ¿Soy el ganador? —le preguntó Jamie.
Estaban jugaban un juego de mesa Vikingo, hnefatafl, qué Rurik acababa de enseñar al
muchacho. Antes de eso, después de un corto discurso hombre a hombre —o mejor dicho,
hombre a no completamente hombre— acerca del incidente de la azotaina, Jamie había
enseñado a Rurik como usar una honda. Rurik, por su parte, había consentido en mostrarle
el juego Nórdico, en el cual el jovencito ya ganaba con habilidad. Era un muchacho muy
brillante, pensó Rurik con un orgullo fuera de lugar por su parte.
—No, no eres el ganador —chasqueó.
—Entonces tanto fruncir el ceño es por que todavía estás loco por mí madre. No es
necesario. Le gustas.
—¿Y cómo sabrías esto?
—¡Sheesh! Todos sabemos eso. —Jamie lo miró incrédula y fijamente, como si fuese
un burro—. Cada vez que te mira, sus ojos se agrandan y se parecen a los de una vaca. —
Manifestó de un modo que Maire encontraría completamente poco halagüeño—. Creo que
en cualquier momento comenzara a mugir.
Rurik se ahogó con el trago de uisge-beatha que acababa de echarse a la boca.
—No creo que a tu madre le gustaría que hablaras de ella de esa manera.
—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en estar enamorado?
¿Enamorado? Ella no actuó como enamorada cuando me regañó delante de todos.
Rurik sacudió su cabeza por la ridícula pregunta del niño. Nunca sabía lo que el bribón
iba a decirle después y trató de recordar si había sido así a su edad. Pero por supuesto que
no podía; había estado demasiado ocupado tratando de encontrar su siguiente comida.
—¿Puedo beber de eso? —preguntó Jamie, alcanzando el vaso con la poderosa mezcla
escocesa.
—¡No, no puedes! —gritó y sacó su vaso del camino.
—¿Por qué?
—Porque yo lo dije.
—Esa no es una respuesta. Eso es lo que mí monstruo de madre dice.
—Es una buena respuesta —declaró Rurik. ¡Thor santo! Sueno como un maldito
padre.
—¡Oh! ¿Me enseñarás a usar un broadax?
—No podrías levantar ni quiera un broadax.
—Bien, ¿una lanza entonces?
—¡No!
—¿Por qué?
—Tú sabes por qué.
—«Porque yo lo dije». —Él imitó.
—Exactamente.
Todo el tiempo mientras hablaban, el juego siguió, y el muchacho habló, y habló, y
habló… cuando no acariciaba a su gato.
—Me gustan los gatos.
—Eso es obvio. —El felino estaba sentado a los pies de Jamie lamiéndose su piel
sarnosa… bien, no completamente sarnosa desde que Rurik le había dado un buen fregado
en el lago. E, Infierno y Valhala, no tenía que haber sido una buena vista… él con
guanteletes en sus manos y un casco para proteger su cara, manejando los gritos, rasguños,
y maullidos de Rose—. Prefiero los perros —se pronunció—, como mi perro lobo, Bestia.
¡Ese sí que es un animal! El mejor amigo del hombre, eso es lo que es un perro.
—Rose es mi mejor amigo —dijo Jamie con voz herida.
—¡Humpfh! —fue la dudosa réplica de Rurik.
—Le gustas —le dijo en tono acusador.
¡Oh-oh! Aquí viene la maniobra de la culpa. Las mujeres y los niños… es la ruta que
siempre siguen con los hombres. Intentaban hacer a un hombre sentirse culpable por la
cosa más pequeña.
—Más bien dudo de eso —contestó él.
Rose, mientras tanto, siguió fulminándolo con la mirada, con su habitual actitud de
superioridad. Mantuvo su distancia, sin embargo, todavía no lo perdonaba por el baño.
Sin una pausa para la transición, el muchacho continuó diciendo disparates sobre un
nuevo tema.
—Pienso que sería un buen Vikingo.
—No lo creo.



—Todo eso de violación, pillaje y esas cosas. Yo sería el mejor maldito violador y
saqueador del mundo.
Rurik tuvo que reírse, no sólo por la imaginación del muchacho, sino por continuar
con su lenguaje grosero, también.
—¿Sabes qué son la violación y el pillaje?
—Bueno, no, pero parecen divertido.
—No pienso que tu clan querría que te marchases como un Vikingo. Mejor te quedas
aquí en las Highlands y haces tus cosas de clan… como el pillaje y pelearse.
—Yo podría ser un Vikingo contigo durante las temporadas que no esté saqueando y
peleando.
—¿Nunca dejas de hablar?
—Eso es lo que mi madre dice todo el tiempo.
—Mujer sabia —refunfuñó Rurik entre sí.
Pero Jamie lo oyó y aulló con alegría.
—¿Ves? Estás enamorado, también.
Siguieron jugando durante varios benditos momentos silenciosos, pero Rurik debería
haber sabido que no duraría.
—Dime cómo es copular.
—Perdón.
—Copular… ¿qué se siente?
Rurik sonrió abiertamente.
—Bien.
—¿Cómo bien? ¿Significa como decir un buen budín de ciruelas, o el caballo que
compite bien, o nada duramente bien, o pescar una buena trucha grande?
—Todos esos.
—¿Tiene tu precioso que ser más grande que tu meñique para copular?
¿Precioso? ¡Oh, por el amor de Valquiria! ¡Un precioso! Los ojos de Rurik casi se
salieron de su orbita ante la vista del diablillo que meneaba su dedo más pequeño hacia él.
—Sí, así es —contestó con la cara más seria que podía poner.
—¿Cuánto más grande?
¡Aaarrgh! Rurik apretó sus puños y se recordó que probablemente le habría gustado
que algún hombre mayor le explicara esas cosas cuando había sido un muchacho.
—Mucho.
—¿De qué tamaño es el tuyo?
Rurik comenzaba a coger el ritmo del parloteo y se encontró riendo entre dientes.
—Inmenso —contestó, y esperó que nadie escuchara a escondidas esta conversación
de hombre-muchacho.
—¿Puedo ver?
—No, no puedes ver, cachorro. —Suficiente, era suficiente. Rurik plegó el juego de
mesa, declarándose ganador, y se levantó.
Estiró sus brazos extensamente y bostezó. Era el momento entre la luz del día y el
anochecer… el período raro al que los escoceses se referían como crepúsculo. Pronto
Rurik estaría detrás del MacNabs, y su plan se hundiría o resistiría.
Aunque Rurik estuviese razonablemente confiado de que lo lograrían, uno nunca sabía
cuando se entraba en batalla. Por lo tanto, sus hombres completaban las tareas personales
de última hora, por si no volviesen al día siguiente. Por ejemplo, Stigand estaba lejos en
algún sitio con Nessa, copulando como tonto, sospechó. Bolthor fue desterrado al patio
externo para una última —sería la última— lección de gaita de Murdoc. Él había estado
jugando con el instrumento en el Gran Salón hasta hacía poco tiempo, todos protestaron,
por temor a que sus oídos fuesen perjudicados para siempre.
Rurik debería hablar con Maire una última vez. Quizás fuera su única oportunidad. No
quería dejar este mundo sin decirle… no sabía qué. Por otra parte, quizás era mejor no
decir nada, después de todo.
Como si leyera su mente, Jamie le preguntó con su voz de pequeño muchacho:
—¿Y si van y mueren esta noche?
—Espero que no, hijo—dijo Rurik, comenzando a alejarse. ¿Hijo? No tenía ni idea de
donde había venido aquel cariño. Acababa de ocurrir.
Pero el muchacho lo sorprendió diciendo:
—Espero que no mueras, por…
El paso de Rurik vaciló pero no se detuvo.
Entonces Jamie añadió para remachar:
—…que tengo algo importante que decirte.
14

EL anochecer pronto se pondría sobre las Highlands, y ese era el momento para que
Rurik y sus hombres, así como un puñado de miembros del clan Campbell, avanzaran
hacia las tierras del MacNab. Se estaban reuniendo en el patio, preparándose para partir…
todos menos Rurik. Él estaba todavía adentro, haciendo algunas preparaciones finales.
Maire lo encontró en su cámara, donde se ataba los cordones de una fina camisa de
metal de malla que llevaría puesta bajo su túnica. Todo su armamento estaba expuesto en
la cama. Sus trenzas de guerra estaban en su lugar. Su marca en zigzag azul se destacaba
como los tatuajes de los antiguos guerreros celtas. En efecto, se parecía a un cruel soldado
dispuesto a entrar en batalla… que, de alguna manera, supuso que él era.
Entró, sin golpear, y cerró la puerta detrás de ella.
Él le echó un vistazo, brevemente, luego dijo con tranquilidad, repitiendo sus propias
palabras:
—Fuera de Aquí, Maire. —Le volvió la espalda cuando se levantó y pasó su túnica
sobre su cabeza, luego la cerró con un cinturón en la cintura.
Maire se estremeció por sus palabras concisas y su tenso comportamiento, pero estaba
determinada a hablar con él. Sinceramente, había algunas cosas importantes que tenía que
saber antes de que pusiera su vida sobre la línea por su clan.
—Te pido perdón.
Él ataba un broche a su capa del hombro y no encontró su mirada. Después de una
larga pausa, preguntó:
—¿Por qué?
—Por hablarle tan severamente, sobre todo delante de otros. Pero tienes que entender
que Jamie ha sido mi única responsabilidad durante mucho tiempo, y es difícil para mí
dejar que cualquiera tome el control. —Balbuceaba… diciendo demasiado. Pero estaba
más que nerviosa. Estaba petrificada.
Él se encogió de hombros. Ahora jugueteaba con su hebilla de cinturón.
—¿Y tu marido? Él sólo murió hace tres meses. ¿No reprendió alguna vez al
muchacho?
Ahora sería un buen momento para que Maire le dijera la verdad sobre Jamie, pero de
alguna manera no podía hacerlo, cuando estaba de pie rígido por la cólera y ni siquiera
frente a ella.
—Kenneth no tenía ningún interés en Jamie.
Ella podría decir por la inclinación reflexiva de su cabeza que estaba sorprendido de
que un padre no tuviera sentimientos por su único hijo. Por suerte, no siguió con el tema.
—Rurik, ¿por qué no me miras?
Soltó un largo suspiro.
—Porque estoy tan malditamente furioso contigo, que estaría tentado a levantarle la
mano. —Luego, se rió suavemente, y reveló—: O a tomar tu mano.
—Aquello último tiene una cierta petición —dijo ella suavemente.
Él se dio la vuelta realmente entonces.
—¿Es por eso qué estás aquí, milady? ¿Para una copula de adiós?
Maire jadeó por su crudeza. No protestó, sin embargo, porque la expresión fría, sin
vida en su cara la traspasó. ¿Era así cómo se veía antes de la batalla? ¿O sus acciones
habían hecho que perdiera todo el sentimiento por ella?
Levantó su barbilla arrogantemente y, sonrojándose furiosamente, declaró:
—Sí, una copula de adiós es lo que quiero… si ese es el único modo de abrir camino
en la pared de hielo que has erigido alrededor de ti.
Sacudió su cabeza.
—Márchate, Maire. Me pediste perdón. Acepto. Se acabó. —Luego él se dio la vuelta
alejándose otra vez y comenzó a juntar sus armas.
Se acabó. Se acabó. Ah, seguramente, no quiso decir que todo se había terminado.
El corazón de Maire golpeó contra sus costillas cuando se instaló el pánico. Tenía que
hacer algo, rápidamente…, pero ¿cómo podría captar su atención… realmente captar su
atención?
Espontáneamente, le vino una idea.
Pero, oh, lo hago ¿me atrevo a hacerlo?
¿Tengo otra opción?
A prisa, mientras Rurik revolvía dentro de su alforja en la cama, buscando algún
objeto de última hora, Maire comenzó a sacarse sus ropas. Todas, incluso sus medias y
zapatos. Cuándo terminó, y Rurik estaba a punto de poner su espada en su vaina en la
cadera, le preguntó groseramente:
—¿Todavía estás aquí?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque… porque no te he agradecido por el collar de ámbar que me diste —dijo en
un torrente de palabras.
—Pensé que lo habías hecho.
—No correctamente.
Él suspiró. Y todavía sin hacer contacto visual con ella. Dios, el hombre era obstinado
como una mula sajona.
—¿Quisieras ver cómo se me ve?
—¿Por qué? Ya sé como se ve.
—No. No lo sabes. —Podía ser tan obstinada como él si la ocasión lo requería… y
ésta lo hacía.
—¡Suficiente de juegos, Maire! En tu cólera bajo las escaleras dijiste tus verdaderos
sentimientos, y quizás es para mejor porque pronto me marcharé de estas tierras y…
Las palabras de Rurik se callaron cuando giró y consiguió su primera buena vista de su
collar de ámbar… enmarcado como estaba por su cuerpo desnudo. Con los ojos abiertos
de par en par por el asombro, murmuró algo que sonó a—: ¡Odin ayúdame!
Su atención parecía fijarse en particular en sus pechos. ¡No había ninguna sorpresa
allí! Realmente, había una sorpresa allí. Cuando Maire echó una ojeada hacia abajo,
apenas por un segundo, vio que sus pezones estaban hinchados por la excitación. ¡Ah, qué
mortificación! Así debían sentirse los hombres cuando su parte masculina tenía voluntad
propia, agitándose al viento en la menor provocación.
—Bien, ¿cómo se ve el collar ahora? —exigió como si la pregunta fuera lo más
importante en su mente. Se hacía cada vez más obvio quién era el imbécil en la cámara, y
no era el que marchaba a la batalla. Era la que estaba con las manos colocadas
descaradamente en las caderas, dando golpecitos con un pie desnudo con impaciencia.
Maire notó el instante en que una transformación comenzó en Rurik. Justo antes de
que arrastrara las palabras.
—Me gusta el hermoso collar.
Su postura se relajó y una sonrisa lenta surgió en sus labios, que se movían
nerviosamente con esfuerzo para permanecer severos e impasibles. Pero no podía
engañarla. Estaba conmovido. Maire podría decirlo… incluso sin examinar la parte de él
que conocía por ser muy movible.
No dándose, o a él, una posibilidad para pensar, Maire se lanzó hacia él como una roca
en una catapulta, exclamando con un largo gemido:
—¡Ruuuur-iiiick!
Él no tuvo otra opción, sino agarrarla abriendo sus brazos, luego sosteniéndola por las
nalgas antes de que envolviera sus piernas alrededor de su cintura.
—¿Por qué haces esto, Maire? —jadeó, ya sosteniéndola y sentándose en la cama con
ella a horcajadas sobre su regazo.
¿Ahora quiere hablar? ¿Está loco? No puedo contestar preguntas lógicas cuando mi
sangre está a punto de hervir y cada vello en mi cuerpo prácticamente baila.
De todos modos, reunió la fuerza de voluntad para decirle:
—Porque hay cosas de las que tengo que hablar contigo, y seguiste sin hacerme caso.
Rurik ya deshacía los cordones de la cintura de sus pantalones de tartán y con torpeza
empujaba la ropa abajo de sus muslos, aunque ella no se había movido de su regazo.
Cuando se los bajó hasta las rodillas, la miró y sonrió.
¡Por los Huesos Benditos de San Bartolomeo! Él está satisfecho, sonríe
satisfactoriamente.
—Yo podría desarrollar una afición por tu método de hablar —arrastró las palabras.
¿Quién sabía que una voz arrastrada podría ser así… sensual? ¿Era una artimaña de los
Vikingo, o todos los hombres tenían esa destreza para enroscar a una mujer en nudos
sensuales con una simple bajada de voz?
—No me prestabas atención —se quejó.
—Te presto atención ahora. —La voz arrastrada era más pronunciada que antes. Sin
ningún preliminar, levantó su trasero, luego lo bajo, hasta que ella estuvo llena con su
salvaje erección.
Sí, le prestaba atención.
Maire cerró sus párpados brevemente, por si acaso sus ojos rodaban. Cuando los abrió,
vio que sus dientes rechinaban y las venas se destacaban en su cuello. El hombre no podía
arrastrar las palabras ahora si lo intentara, Maire lo apostaría.
Bastante seguro, él finalmente chirrió:
—No… te atrevas… a… moverte. —Él ancló sus caderas para asegurarse que
obedecía. Esto creó una obligación aplastante en Maire de hacer lo contrario a su orden.
De hecho, si no se movía pronto, estaba segura que las mariposas que revolotean bajo su
pelo de mujer estallarían libres. Entonces apretó las paredes interiores de su cuerpo para
aguantarlas.
El miembro de Rurik saltó, y él gimió, pero todavía la sostenía firmemente en su lugar.
—Ahora —dijo, una vez que pareció estar más en control—, conversemos.
—¿Ahora? —chilló.
—Dijiste que viniste para hablar —le recordó.
—¿Estás loco? No puedo hablar ahora.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿Por qué? Te diré por qué. Porque siento como si estuviera sentada en un
mástil. Por eso. Quizás puedes hacer varias cosas a la vez, pero como mujer simple que
soy, puedo concentrarme sólo en una cosa a la vez.
Sonreía. ¡El patán!
—¿Y sería?
—El hecho que no te mueves. —Trató de retorcerse en el lugar, pero él no le permitió
ni siquiera un pequeño movimiento—. ¡Muévete, maldito, muévete!
—No todavía —él contestó.
¿Trataba de castigarla? Ella lo observó con recelo, luego suplicado:
—Hazme el Amor, Rurik.
Él sostuvo sus ojos y contestó:
—Convénceme.
Sí, después lo castigaría por eso. Pero ningún estante o poste de azote para ese pícaro.
No, para él tenía en mente una tortura más desviada.
—No soy experimentada en las artes del amor… sabes eso. ¿Cómo te convencería?
—Usa tu imaginación. —Le soltó las caderas y se apoyó hacia atrás en sus codos. El
bruto iba a hacerle iniciar todos los movimientos, cuando no sabía ni siquiera cuales
movimientos eran.
—Rurik, no tenemos mucho tiempo.
Él se encogió de hombros.
—Entonces mejor piensa rápido.
Trató de apretar sus músculos interiores otra vez, y mantenerlos tensos. Era un
ejercicio que a él le había gustado antes.
Rurik se mordió el labio inferior como si sofocara un grito.
¡Ahá! Una pequeña victoria, espió. Repitió la maniobra, esta vez haciendo una pausa
rítmica, de asimiento-liberación.
—¿Cómo está?—ella preguntó.
—Es un comienzo —se ahogó él.
¿Un comienzo? ¿Sólo un comienzo? ¡Hah! Ya te mostraré, Vikingo.
Extendió sus piernas más abiertas y echó un vistazo abajo, donde los rizos negros se
mezclaban con los rojos, ambos brillando con su rocío de mujer. Cuándo miró hacia atrás,
vio que Rurik había estado contemplando el mismo punto… y le gustó lo que vio… ah, sí,
¡lo hizo! Su cara podía permanecer impasible, pero una parte de él no podía controlar su
movimiento y su aumento, llenándola incluso más.
Aún así, el hombre todavía no hacía nada para iniciar las ondulaciones que su cuerpo
ansiaba. ¿Qué podría hacer para borrarle su complacencia?
Su mirada se fijó en la camisa de cadena que tenía una V al frente bajo su túnica.
Algunos soldados llevaban la cota de malla hasta abajo y entre las piernas, con el
acolchado debajo, para proteger los genitales. Su entrada estaba abierta. Eso le dio una
idea… una idea malvada.
¿Se atrevía?
¿O no se atrevía?
Se echó hacia atrás ligeramente, de modo que Rurik todavía estaba empotrado en ella
pero la base de su pene quedó expuesta. Entonces extendió sus piernas aún más amplias de
modo que el monte de placer femenino, que Rurik le había dado a conocer fue claramente
visible a él.
Estaba demasiado avergonzada para dejar que su mirada conectara con la suya. Pensó
que oyó un alto en la respiración de Rurik, sin embargo, lo tomó como un buen signo.
Luego, almacenando cada trozo de valor que tenía, Maire tomó la flexible cota de
malla por su puntiaguda cola delantera y suavemente acarició la base de la columna de
Rurik, de acá para allá, de lado a lado.
—¡Por el amor de Frigg! —rugió Rurik.
No había dudas en la mente de Maire ahora. Estaba en el camino correcto. De todos
modos, preguntó, fingiendo incertidumbre:
—¿Quieres que pare?
—…Maldición …maldición… whffffffff.
—Oh —dijo tímidamente, acariciándolo otra vez con el frío metal—. ¿Significa eso
que te gusta?
—Sí, me gusta.
—¿Cuánto? —lo embromó alejando el metal un poco.
—Enormemente.
—Me pregunto si te gustaría esto más o menos si hiciera lo mismo con mi lengua.
Él soltó una risa estrangulada.
—A menos que tengas unas articulaciones tan flexibles como Ivar el Deshuesado, yo
diría que no es posible en tu actual posición. Alomejor podrías dejar esa hazaña sexual
para otro momento.
¿Habría otro momento? ¿Volvería Rurik, vivo y entero? ¿Mencionaría entonces el
«regalo de novia»? ¿Se quedaría en las Highlands? No, Maire no podía pensar en esas
preguntas ahora.
—Pero, sí, brujita, disfrutaría teniendo tu boca allí —siguió Rurik con voz baja, ronca
—. Más de lo que alguna vez podrías imaginar.
Mientras reflexionaba que hacer después, el borde V acarició su vello de mujer… sólo
un roce como una pluma, pero la sensación que encendió era exquisita. Tentativamente,
dejó al borde metálico pasar de regreso… esta vez apenas tocando el brote hinchado que
guardaba su monte. Fue como un relámpago que golpeó su parte del cuerpo más sensible.
O miel caliente que se extendía a todos sus pliegues íntimos.
Se sintió sobresaltada por la perversidad de su acto, y el placer que tomó de ello.
Aunque su mano todavía sostenía la tela metálica flexible, no la alejó, no sea que se
sintiera tentada a repetir la dulce tortura.
Rurik la agarró por la muñeca y suavemente colocó su mano en la unión de sus
muslos. Con una voz gruesa como la miel caliente que había imaginado, la instó:
—Hazlo otra vez.
Santos Sagrados, lo hizo, y casi se desmayó por la intensidad del ardor que se
concentró allí.
—Otra vez —la aguijoneó.
Ella no tenía otra opción, sólo obedecer, hasta ahora la que se había excitado era ella.
¡Y todo ese ejercicio debía excitar a Rurik! Esta vez, la miel caliente y el ardor se unieron
con un espasmo interior… una, dos, tres agudas embestidas de la lanza gruesa en la cual
se sentó.
Rurik gimió… un sonido largo, cabalgando con lujuria, un sonido masculino. Aún así,
suplicó:
—Una última vez, amor. Ven al borde… sólo al borde de la cima por mí … sólo un
poco más alto.
—No puedo.
—Hazlo, Maire… una última vez. —Su orden no toleró ningún argumento.
Maire miró fijamente donde Rurik y ella estaban unidos. Como si fuera una marioneta
y Rurik tocara sus teclas, sostuvo la tela puntiaguda ligeramente encima de ellos. Luego la
balanceó de un lado a otro como un péndulo rápido, creando una vibración contra el borde
de su feminidad.
Estaba gritando casi continuamente ahora, las lágrimas corrían por su cara, cuando
onda tras onda de placer se intensificó y la golpeó.
—Ah… ah… ah… ah… ah… —Debía haberse desmayado durante un breve
momento, porque la siguiente cosa de la que fue consciente era que estaba de espaldas y
Rurik la intentaba tranquilizar con palabras suaves.
—Tranquila, ahora, preciosa. Lo hiciste bien. Muy, muy bien. No hay nada por lo que
tengas que estar avergonzada. —Sus palabras suaves eran lo contrario de lo que él hacía…
creaba nuevas ondas y nuevos espasmos con los largos, y lentos golpes de su dura vara.
Cuando sus golpes se hicieron más cortos, se hundió en ella, moviendo su cuerpo de un
lado a otro del colchón. Y los únicos sonidos fueron los jadeos de Rurik y sus partes
resbaladizas que golpeaban la una a la otra. Luego, finalmente, cada nervio en el cuerpo
de Maire explotó cuando Rurik se hundió en ella una última vez con un delicioso grito
masculino de triunfo. Luego silencio.



—Tengo que marcharme, querida —dijo Rurik un momento más tarde, besando la
coronilla de Maire.
—Lo sé —murmuró, pero no hizo ningún esfuerzo por moverse de donde estaba
abrazada a su lado, su cara descansando en su pecho, que finalmente había bajado después
de su apasionado jadeó.
Y él no estaba mejor. Sus braies todavía cubrían sus rodillas en un enredo. ¡Thor
santo! La última vez que había estado tan preocupado por tener a una hembra que la había
tomado con su braies sobre sus botas, había sido un muchacho imberbe, no un hombre con
experiencia. Pero era así como lo afectaba Maire.
Él miró abajo hacia su dama —y, sí, así era como la consideraba su… su dama— y
pasó una mano sobre la masa de pelo que estaba extendido sobre su pecho, abajo de su
cintura, y sobre sus superiores armas. Era como una enorme madeja de seda ardiente.
—Es asombroso como he desarrollado un gusto por el pelo rojo —comentó
ociosamente cuando frotó varios hilos entre su pulgar e índice—. Siempre pensé que el
pelo como llama en una mujer me disgustaba.
—¿No te gusta el pelo rojo? —preguntó, levantando su cabeza para mirar su cara.
—Nunca lo hice antes. Recuerdo la primera vez que vi a la esposa de Tykir, Alinor. No
podía entender como mi amigo la encontraba bella cuando la consideré casi fea.
—¿Porque tenía el pelo rojo?
—Bien, porque estaba cubierta de pecas desde la cabeza hasta la punta del pie,
también.
—¿Y ahora?
Él se encogió de hombros como si sólo estuviera ligeramente interesado.
—Ahora, concedo que Alinor tiene una cierta atracción. —La besó ligeramente en los
labios y trató de levantarse—. Realmente me debo ir. Si no lo hago, podemos encontrarnos
con una tropa de Vikingos y miembros del clan Campbell entrometiéndose por aquella
puerta.
—Dame un momento más —dijo ella, presionándolo hacia atrás.
Me gustaría darte más de un momento, bruja. Me gustaría darte algunos recuerdos que
te erizarían el vello de tu piel y pondrían un rubor permanente sobre esa cara bonita.
—Es lo que dijiste hace un momento, antes de someterme a tu voluntad y seducirme
en tu cama. —Le tiró bajo la barbilla juguetonamente para mostrarle que no estaba
trastornado por el modo que las cosas habían resultado.
Su cara enrojeció con vergüenza. ¿Cómo una mujer podría retener algo de modestia
después de lo que acababa de hacer? Estaba más allá de Rurik, pero entonces, ¿quién
podría entender como funcionaba la mente de una mujer?
—La seducción no fue toda unilateral —protestó ella.
—Lo fue al principio.
—No estoy de acuerdo, no cuando… pero eso no viene al caso. Hay algo que tengo
que decirte… algo importante.
Él inclinó su cabeza en pregunta.
—Deja que me vista mientras me hablas, entonces. Realmente me tengo que ir pronto.
Me gustaría llegar al MacNabs antes que esté completamente oscuro.
Afirmó con la cabeza y se movió de modo que él pudiera levantarse. Casi
inmediatamente, se cubrió una buena parte de su cuerpo con la ropa de cama. Todavía
visible encima de la tela estaban sus hombros desnudos y el collar de ámbar, que le
quedaba tan bien. ¿Cómo podría haber pensado alguna vez en darlo a cualquiera sino a
ella?
Mientras se arreglaba sus ropa, Maire intentó varias veces decirle algo que por lo visto
la molestaba, si su retorcimiento de manos y su tartamudeante discurso era algún signo.
—Yo debería habértelo dicho hace mucho… —comenzó y se detuvo. Entonces intentó
otra ruta—, espero que controles tu carácter hasta que termine porque… —Abandonó
aquel camino también—. Es sobre Jamie, sabes, y como…
—¡Jamie! ¡Todo este nerviosismo es por Jamie! ¿Qué ha hecho ahora?
—No es lo que ha hecho. Es que yo…
—Lo sé… averiguaste que miraba por una mirilla en la cocina cuando Dora se bañaba.
La mandíbula de Maire cayó abierta.
—¿Él hizo eso? Oooh, no te necesito para calentar su trasero. Lo haré yo misma.
Hmmm. ¿Si no era ese incidente, cual podría ser?
—Oh. ¿Seguramente no estás apenada porque él y sus amigos extendieron miel en el
asiento del garderobe?
Él podría decir por el destello enojado en sus ojos verdes que tampoco había sido
consciente de aquella fechoría. El culo de Jamie iba a estar caliente, no tibio, Rurik lo
aseguraría.
—No soy quién lo introdujo al tema de su precioso —afirmó él, rechazando tomar
culpa por aquella tontería.
—¿Su … su precioso? —farfulló Maire.
De modo que no era eso tampoco.
—Bien, la única otra cosa en la que puedo pensar que podría tenerte tan trastornada es
su petición de poder irse conmigo como un Vikingo.
La cólera rápidamente desapareció de sus expresivos ojos y fue sustituida por el dolor.
¿Por qué dolor?
—¿Mi Pequeño Jamie te pidió marcharse contigo? —Su voz era apenas un susurro y
llevaba innumerables emociones, sobre todo dolor.
—Sí, lo hizo… el bribón…, pero, por supuesto, le dije que era imposible.
Ella respiró un suspiro visiblemente de alivio, lo que golpeó Rurik como bastante raro.
¿Por qué pensaría que él consideraría alejar a su joven hijo de su patria y su madre?
Maire inhaló y exhaló varias veces, como si intentara calmarse.
—Rurik, podrías no volver de esta misión mañana. No puedo dejarte entrar en el
peligro sin decirte… algo. Tienes que saber.
Estaba ya totalmente vestido y con su espada puesta en su vaina.
—¿Son esas noticias algo que me trastornará?
—Posiblemente.
—¿Hará que pierda mi concentración?
—Probablemente.
—¿Cambiará mi vida de algún modo?
—Indudablemente.
Rurik no podía imaginar nada que implicara a su hijo que lo afectara tanto. El pícaro
debía haber hecho algo realmente, realmente malo para su madre pudiese estar tan
afligida.
Estaba a punto de decir algo más, pero Rurik levantó una mano vacilante.
—No, guárdalo para cuando regrese. Las malas noticias cuando uno entra en batalla
significan noticias malas a la vuelta.
—Pero…
—No, Maire. Por favor, no ahora. —Se inclinó para darle un beso de adiós. Cuando
terminó, murmuró contra su boca—: Cuando vuelva, prometo contarte los
acontecimientos de hoy. Quizás te demostraré lo que puedo hacer con un pedazo de cota
de malla.
Ella afirmó con la cabeza, no oyendo realmente las palabras, que él podía estar
diciendo. Él avanzó hacia la puerta, la abrió, y estuvo a punto de dejar su cámara cuando
ella lo llamó.
—Rurik, hay algo que pensé que podrías llevar contigo… algo que nunca habría
creído sólo hace unos días. No creo que te trastorne. —Ella hizo una pausa brevemente,
luego dijo, muy suavemente—: Te amo.
Él sólo afirmó con la cabeza ante sus palabras, y se marchó. Oh, sabía que ella había
querido que le dijera la misma frase. No podía.
Maire se equivocaba sobre el efecto que su declaración tendría en él. Rurik se
trastornó.
¿Cómo se había hecho su vida tan complicada?
¿Cómo iba alguna vez a explicarle a Maire que, una vez que su misión aquí se
completara, tenía otra misión que llevar a cabo?
Su boda.



Rurik estaba en la cima, montando y bajando por el estrecho sendero del castillo en la
falda de la montaña de Maire. Cuando llegaron al fondo, montaron en una formación en V
apretada, con Stigand y Toste a un lado, y Bolthor y Vagn en el otro. Media docena de
Campbells iban detrás de ellos. Aunque estos diez los acompañaban, Rurik entraría en la
fortaleza del MacNab solo, desarmado, mientras Toste y Vagn se movían sigilosamente
por donde pudiesen. Los demás vigilarían afuera.
—Vamos tarde —indicó Toste, como si no fuese obvio que el cielo se oscurecía—.
¿Le hiciste un or-gas otra vez?
—¿Qué dices qué hice? —contestó Rurik. Ese era el problema con los Escandinavos.
Cuando los Vikingo no luchaban, se metían en otro asunto masculino.
Stigand desató el hilo rojo de su dedo medio, lo rasgó a la mitad, luego dio un pedazo
a Rurik.
—Mejor comienzas a medir tu dedo, quizás estás haciendo trampa.
Rurik comenzó a decirle a su berserker que no había dicho exactamente que no le
había hecho un or-gas a Maire. Maldición, no puedo creer que uso esa ridícula palabra
ahora, también. Pero estaba demasiado confuso por Stigand cortando su hilo a la mitad.
No tuvo tiempo de castigar a Stigand porque Vagn se lanzó hacia él.
—Es obvio que tuviste un or-gas por lo lánguido. Sinceramente, podríamos
probablemente plegarte y ponerte en una alforja. Dudo que haya una gota de semilla de
hombre en tu cuerpo. Si la señora no compartió tu placer, entonces debes avergonzarte. —
Vagn sonrió malignamente. Buena cosa que estuviera a dos caballos más lejos, o Rurik lo
habría golpeado con fuerza a un lado de su cabeza.
—Hay un destello raro en su mirada… ¿lo has notado? —preguntó Toste a su hermano
—. Mejor dicho como incredulidad. ¿Qué supones que la bruja le hizo en las pieles de
cama para causar su incredulidad?
Todos miraron a Rurik.
Rurik presionó sus labios y miró fijamente hacia delante. No dijo nada. Podía sentir
que sus orejas enrojecían, sin embargo.
—Tus orejas se están poniendo rojas —lo acusó Stigand con una fuerte risa.
—Uh-oh —Toste y Vagn comentaron—. Fue bueno, ¿¡eh!?
—He estado pensando —dijo Bolthor.
Todos gimieron.
—Esta es la historia de Rurik el Mayor…—comenzó Bolthor.
—Quién se hace mayor por el momento, si sus oídos rojos son alguna indicación —
añadió Stigand, moviéndose para esquivar el golpe del puño de Rurik—. Y, por cierto,
¿por qué tu cota de malla sobresale bajo tu túnica? ¿Se te olvidó atar los lazos?
Rurik echó un vistazo hacia su ingle y, bastante seguro, el final en V de su cota de
malla sobresalía. Ahora, su cara y cuello sin duda estaban rojos, así como sus orejas.
—¿Por qué siempre deben meterse en mis asuntos personales? Soy un Vikingo soltero,
libre del matrimonio con alguna mujer… todavía… ¿qué importa que mis or-gas me dejen
como un imbécil, si eso es lo qué deseo hacer?
Todos sonrieron abiertamente, sabiendo que habían provocado una reacción en él, lo
que había sido obviamente su objetivo desde el principio. Se giró alejándose con un
resoplido de odio… sobre todo hacia él mismo.
—Quizás tengo un título válido para esta saga —anunció Bolthor con entusiasmo—.
«El Sexo y el Vikingo Solo».



El hombre Vikingo
Tuvo mucha presunción.
Sobre todo en las pieles de cama,
Encanto excesivo él secretó.
Pero vino una bruja señora
Con una queja ella baló.
Conoció las habilidades del Vikingo
Dejándola a ella incompleta.
Pero no publique un desafío
A la carne masculina de un Escandinavo,
Como esta señora pronto aprendió
Bajo la ropa de cama.
El hombre Vikingo
Se retirará.
Tantos or-gas
Le hizo él imponer
Que ahora la señora justa se da por vencida,
Y dicen sus partes femeninas
Golpeó, golpeó, golpeó.
Así el Escandinavo
Demuestra una vez más
Que es todo un hombre.
15

LOS acontecimientos de la noche fueron sorprendentemente bien. Se permitió que Rurik


entrara en la fortaleza del MacNab, solo y desarmado, mientras Toste y Vagn de alguna
forma entraron de manera clandestina.
El castillo y las tierras eran prósperas en comparación a las posesiones de los
Campbell, lo que indujo a Rurik a preguntarse por qué algunos hombres en su avaricia
nunca tenían suficiente. Por otra parte, observó al fondo a otro hermano MacNab, Graham,
y su esposa y numerosos nietos; así que, probablemente por la familia que iba creciendo
sintió la necesidad de extenderse y tragarse a sus vecinos. Rurik también se había sido
dicho que Duncan mantenía una complicada noción de que tenía derecho a las tierras
Campbell por el matrimonio de su hermano muerto.
Al principio, resumió las demandas de los Campbells con la amenaza de que, a menos
que el MacNabs inmediatamente cesara sus amenazas sobre los Campbells en acto y de
palabra, los espíritus alcanzarían su tierra.
Duncan y sus hombres escasamente pudieron evitar caer a los juncos debido a las
risas. Era la reacción inicial esperada.
Se invitó a Rurik a unirse a ellos para tomar un vaso de ale antes de que se marchase…
aunque no estaba completamente seguro de que el poco escrupuloso Duncan permitiría
que se fuese.
Duncan era un hombre despreciable. Un cobarde… totalmente carente de honor. Se
juró a sí mismo hacer la pagar al hombre algún día, no sólo por la persistente amenaza
contra los Campbells, sino sobre todo por poner a Maire en una jaula e intentar forzarla a
un matrimonio que todos sabían la conduciría a su muerte eventualmente.
El MacNabs siguió riendo y haciendo bromas sobre la amenaza de Rurik, que los
espíritus llegarían a su fortaleza si no desistían en sus amenazas contra los Campbells.
No se rieron mucho tiempo. Pronto, los aterrorizados soldados que vigilaban las
murallas y el patio interior comenzaron a entrar precipitadamente con informes de docenas
de fantasmas que volaban sobre el castillo MacNab.
¿Docenas? Pensó Rurik. Dios Bendiga a Toste y Vagn, por su ingenio.
Duncan y sus hombres se rieron acerca de los avistamientos de fantasmas, también,
hasta que los números crecieron, y la advertencia de los espíritus de una mala hechicera
colocada en los hombres MacNab empezó a parecer verdad.
—¿Qué tipo de hechizo? —Duncan exigió de Rurik, con la voz fría y la mano en la
empuñadura de una daga que tenía en la mesa.
Rurik se encogió de hombros y trató de parecer casual cuando contestó.
—Ah, algo para hacer con… déjeme pensar, como redactó Maire el hechizo… «Cada
vez que un hombre MacNab dañe a un Campbell, en palabra o hecho, su pene se
encogerá… hasta que su virilidad ya no sea más… y la línea MacNab muera».
Duncan gruñó con incredulidad. De todos modos, echó un vistazo a la unión de sus
muslos, como hizo cada hombre en el Gran Salón.
Maire había tenido razón cuando le había aconsejado que no hiciera amenazas… que
los hombres, incluso el MacNabs, entrarían en batalla sin dudar cuando sus vidas estaban
en peligro, pero cuando eran sus preciosas partes masculinas, era otra historia totalmente
diferente. Por eso sus hombres y los suyos habían estado tan dispuestos a aceptar las
tonterías de ligar-las-mentiras-con-encoger-el-pene.
—No puedo creer que Maire utilizara la palabra pene en uno de sus absurdos hechizos
—contestó Duncan—. A pesar de sus reclamos de ser una bruja, es una señora noble. Pene
es una palabra de hombre… ordinaria e impropia para que una mujer de su condición la
use.
Rurik hizo una mueca con su boca que se tradujo a:
—¿Quién puede decir lo qué las mujeres harán? —Luego añadió, en voz alta,
acompañado por un movimiento de sus cejas—: Quizás la señora ha cambiado.
—¿Qué tipo de juego juegan ustedes aquí, Vikingo? —gritó Duncan, de pie con una
rabia parecida a la de un toro—. Maire Campbell es una bruja notoriamente inepta.
Ninguno de sus hechizos alguna vez resultó, según mi hermano, Kenneth. ¿¿Por qué
deberíamos creerles ahora??
Como para desmentir las protestas de Duncan, más hombres, y varias mujeres,
entraron corriendo con quejas al Salón de nuevas visitas fantasmales. Uno de los
fantasmas había estado agitando lo que parecía un pene y testículos, que el fantasma
reclamó había caído de un villano MacNab apostado en el límite de las tierras Campbell.
Rurik, quién permaneció sentado, bebiendo a sorbos un vaso de ale, sofocó una
sonrisa. Viejo John había sido responsable de aquella inspiración de última hora, dando a
Toste las partes masculinas de un carnero muerto, envueltos en una tela. Fue bueno que el
hombre de Duncan no hubiese mirado demasiado estrechamente la horrible cosa. No sabía
de los Escoceses, pero las partes masculinas de los Vikingo eran mucho más bellas que
eso.
—¿Dónde está ella? —bramó Duncan—. ¿Cómo la encontramos para que nos quite el
hechizo?
Rurik sospechó que Duncan realmente no creía, pero estaba temeroso de aceptar la
posibilidad.
Rurik se encogió de hombros.
—No puedo estar seguro de donde está en este momento… frecuentemente se va
volando durante la noche, sin duda a juntarse con su aquelarre o reunir más familiares.
Aquellos gatos negros son difíciles de mantener para… los sacrificios de animales, usted
sabe. —Maire lo mataría si lo oyera hablando de aquelarres o familiares, y ritos, sobre
todo de sacrificio—. O quizás baila desnuda en los bosques con sus hermanas brujas. —Sí,
Maire le daría una buena bofetada si oyera eso.
Duncan gruñó de impaciencia y arqueó su única ceja bajo sobre sus ojos.
—Póngase a ello, hombre.
—Bien, realmente sé que va al hito de la bruja en el Desfiladero del Diablo cada
amanecer, apenas después del alba.
—¿El desfiladero del Diablo? —él resopló.
Rurik afirmó con la cabeza.
—Sí, aquel valle estrecho entre Beinne Breagha y Beinne Gorm, que es llamado así
debido a su paisaje traicionero en invierno. Maire va allí diariamente… para hacer algo
con la renovación de sus poderes y su equilibrio… la clase de tontería que siempre arroja.
Pero pienso que es una mala idea que usted vaya allá… —Dejó de hablar
deliberadamente, como si hubiese revelado algo que no debía… como el hecho que Maire
estaría sola, en un punto vulnerable—. Sí, es mucho mejor si usted se acerca a Maire en su
propia fortaleza. Estoy seguro que querría aceptar su oferta de paz allí.
Duncan no dijo nada, y Rurik supo que no tenía intención de hacer ninguna concesión.
Rurik apostaría el tesoro de un rey que el MacNabs iría al Desfiladero del Diablo, y ellos
estarían allí, abajo en aquel valle, mucho antes del amanecer.
Como había planeado.



Tarde a la mañana siguiente, Desfiladero del Diablo…

Rurik y sus hombres, con lo que quedaba del clan Campbell, se retiraron para un corto
respiro. Era el momento de tasar sus pérdidas y perspectivas.
El pronóstico no era bueno.
Pasándose un antebrazo a través de la sudorosa frente, con el pecho que subiendo y
bajando para tomar aliento, echó un vistazo a Stigand, cuya piel permanecía tan seca como
el viejo cuero y cuya respiración era normal, aunque hubiera estado trabajado dos veces
más duro que Rurik.
—¿Cómo de mal? —preguntó.
—No tantas bajas… sólo Joven John, Robe el Mutterer, uno de los pastores, y el
muchacho vigía. Pero heridas en abundancia. —Explorando el «campo de batalla», él
señaló al número más grande de muertes MacNab y bajas—. Ellos han perdido a quince
hombres, o más, y tienen un número parecido de heridos graves.
Su plan había caído en el lugar como ordenado por los dioses. Una vez que los
MacNabs habían entrado en el desfiladero, los muchachos habían hecho su trabajo con los
tiros de hondas para distraer a los hombres. Luego los arqueros habían entrado en juego,
seguido del combate cuerpo a cuerpo con espada y lanza… para no mencionar la famosa
hacha de batalla de Stigand, la Amante de sangre.
Incluso las mortales serpientes se habían sacado otra vez para asustar a los nerviosos
caballos de guerra. Rurik no quiso pensar donde un número tan grande de víboras se
mantenían escondidas en esa tierra bastarda. Vagn había sido oído comentando a Toste,
que vio primero a Viejo John trayendo las serpientes, que nunca iba a volver a sentarse en
un asiento privado con confianza, o dar un paseo en el oscuro bosque, sin mencionar hacer
el amor con una lujuriosa criada en un páramo cubierto de hierba. Bolthor había prometido
desarrollar una saga sobre ello… si sobrevivían.
Pero ay, todos sus esfuerzos, acertados como habían sido, no habían sido suficiente.
—A pesar de todo, lo hicimos bien, ¿verdad? —preguntó a Stigand ahora, aunque ya
supiera la respuesta.
—Sí, lo hicimos. Estos escoceses son una clase resistente, les concedo eso.
—Era un buen plan, Rurik —interpuso Bolthor al otro lado de Rurik—. Todos
trabajaron juntos, incluso los jóvenes con hondas en los árboles. Pero los números estaban
contra nosotros desde el principio.
—Bien, parece que todos nosotros beberemos aguamiel este día en el Valhala —dijo
Rurik a sus compañeros, que afirmaron con la cabeza. No había ni una sola lágrima en
ninguno de los ojos. La muerte era un destino esperado por cada Vikingo debido a su
violenta vida. Todos los hombres juntaron sus manos derechas juntos en un puño comunal
y lo levantaron alto en el aire, gritando—: ¡Por Thor!
Los hombres de Rurik se marcharon para dar instrucciones a los miembros del clan
Campbell que quedaban… para el segmento final de la batalla. Sin duda, la mayor parte
encontraría la muerte ese día, pero morirían con dignidad… y se llevarían a un número
considerable de MacNabs con ellos.
Lejos en la distancia, el MacNabs, con el pelo rojo brillando a la luz del sol, podía ser
visto ya reuniéndose para el choque final, que decidiría el destino de los Campbells de una
vez para siempre. Rurik suspiró audiblemente. Sólo sentía haber sido incapaz de ser el
campeón buscado por Maire… su caballero de brillante armadura.
Bien, tenía una última tarea antes de entrar en la lucha. Girando, le hizo señas a Maire
para que se acercase. Ella había estado de pie atrás, detrás de algunos cantos rodados,
donde le había ordenado que se quedara. Él habría preferido que permaneciera en la
fortaleza, pero se había negado, sabiendo que su hijo estaba aquí afuera.
—¿No hay esperanzas entonces? —preguntó preocupadamente, lanzándose a sus
brazos. Trató de sujetarla a distancia, no queriendo mancharla con la sangre que manchaba
sus ropas, pero ella no quería nada de eso.
Se sacó su casco de cuero con su guardia de nariz y la besó suavemente,
probablemente por última vez.
—No a menos que haya un milagro, y no veo ningún signo de eso.
—¿Qué pasará ahora?
—Quiero que juntes a todos los niños y muchachos jóvenes. Vuelve a tu castillo y
reúne sólo los elementos necesarios. No pierdas tiempo, Maire… ¿me oyes? Es importante
que no estés allí cuando Duncan llegue.
—¿Cuándo… cuándo Duncan llegue? —tartamudeó, con sus aterrorizados ojos
verdes.
Las implicaciones de esta batalla perdida todavía no se filtraban en el cerebro de
Maire. Quizás era para mejor. Pero sin embargo, debía obedecer sus órdenes.
—Toma a cada caballo, mula, o medio de transporte y deja las Highlands
inmediatamente. Dirígete hacia la frontera. Con suerte, te encontrarás con Jostein y Eirik y
sus tropas a lo largo del camino. Pero, si no lo haces, dirígete directamente a Ravenshire
en Northumbria. Te darán refugio allí.
Las lágrimas se derramaban por la cara de Maire. Pero Rurik se endureció para no
notarlo. Era urgente que lo obedeciera inmediatamente.
—¿No hay nada que pudiese salvar el día? —preguntó con un sollozo.
Sacudió su cabeza.
—Sólo la vista de cien y tanto guerreros en el horizonte, montando caballos feroces,
espadas divinas, bajo la bandera del cuervo.
Tristemente, ambos se giraron hacia el sur donde una larga meseta era visible encima
del barranco. Entonces ambos jadearon.
—¡Thor santo!
—¡Santa Madre de Dios!
Eso no era una tropa de soldados.
No había caballos de guerras, o armas que destellaran al sol.
Y no había ningún signo del cuervo… aunque parecía haber cuervos… muchos
cuervos.
—¿Qué… es… eso? —ella preguntó jadeantemente.
—¿Has estado rezando?
—Por supuesto que he estado rezando —gritó ella—. ¿Por qué?
—Bien, parece como si una plaga de cuervos ha venido para alcanzar el campo de
batalla. Como en tu Biblia Cristiana.
—No creo que los cuervos sean lo mismo que las langostas —contestó ella con
sequedad—. Y tú ni siquiera te pareces a Moisés… o como imagino que Moisés se vería.
—Aquellos no son cuervos —dijo Toste, apresurándose a unirse a ellos—. Son brujas.
—¡Brujas! —exclamaron todos. Bolthor, Stigand, Vagn, Viejo John, Murdoc, Callum,
y varios más que se habían unido a su incrédulo grupo.
Entrecerrando sus ojos, miraron detenidamente hacia el horizonte cuando las figuras se
hicieron más grandes y más grandes. Con seguridad, eran brujas… en forma y tamaño.
Todas de negro. El pelo gris desordenado predominaba, pero había brujas más jóvenes,
también… algunas incluso atractivas. Toste y Vagn ya tomaban nota de eso, podía
asegurarlo. Los amuletos de cristal destellaban al sol. Muchas llevaban nudosos bastones
para realizar su magia; algunas sostenían escobas en sus manos… si para volar, o barrer el
campo de batalla, Rurik no podía adivinarlo. Y había una manada de gatos negros,
también.
—¡Por la Barbilla de San Columbo! No estoy seguro, pero juro que son todas las
brujas de Escocia —declaró Viejo John con asombro.
Todos giraron hacia Maire.
—¿Q-qué? ¿Por qué me miran todos boquiabiertos? No lo hice yo.
—¿Hiciste hace un rato un hechizo? —preguntó Rurik, sus ojos entrecerrados con
recelo.
—Bueno, no exactamente —contestó ella—. Realicé un ritual hace varias noches…
¿recuerdas todas las velas?
Él afirmó con la cabeza.
—Pero no pedí esto —dijo, moviendo un brazo hacia la multitud de brujas—. Todo lo
que pedí fue que Cailleach volviese. Una bruja. Eso fue todo.
Rurik gimió. Otra hechizo de Maire que salió mal. Pero no podía enojarse con ella
ahora. Quizás sin advertirlo les había dado los medios para la victoria.
—¿Cailleach? —preguntó Stigand. Y que cuadro cómico formaba, de pie con un hacha
de mango largo sangrienta en una mano, una espada sangrienta en la otra, con sus
desordenadas trenzas de guerra, y una mirada confusa en su cara.
—Es la bruja mentora de Maire.
—¿Cuál es? —quiso saber Bolthor, explorando la multitud progresiva de brujas que se
acercaban.
—¿Cómo diablos lo podría saber yo? —gritó Rurik.
Todos miraron a Maire otra vez.
Ella se encogió de hombros con vergüenza.
—No sé. Todas se ven iguales desde aquí.
Rurik ya podía ver por la expresión soñadora de la cara de Bolthor, que preparaba un
verso humorístico. Dijo, silenciosamente, aunque fuerte y claro para sí.
—Viene una Saga.
Si Rurik y sus hombres miraban fijamente, boquiabiertos por el asombro, los MacNabs
quedaron congelados en el lugar, sin duda mojando sus braies por el miedo. Luego
intentaron huir por sus vidas.
A una señal rápida de Rurik, sus hombres y él avanzaron en un agresivo asalto. En
unos pocos minutos, los MacNabs fueron rodeados por los Vikingos y Campbells a un
lado y las brujas por el otro. Con mucho maldecir y un poco de lucha, pero un sólo muerto
más, el clan MacNab pronto se rindió.
Maire miró Rurik entonces.
Y él la miró.
Ambos sonrieron.
Él le había dicho sólo hacía un momento que la única cosa que podría salvar el día era
un milagro.
Esto era un milagro.
Había terminado.
Finalmente.
Todo.
Y nadie estaba más feliz que Rurik, quién se sentaba solo una hora más tarde en un
canto rodado contemplando el vacío campo de batalla, manchado de sangre, que se había
ganado su nombre ese día… el Desfiladero del Diablo. Bien, vacío excepto por el cuerpo
solitario del MacNab, que había ordenado que dejaran expuesto a los buitres y los
animales de presa para que se lo comiera… el final más apropiado para el animal que
había sido. Pronto Rurik iría al lago al otro lado de la colina y se lavaría la sangre que
empapaba su túnica y braies. Y limpiaría su espada, que todavía llevaba los fluidos de vida
de su principal enemigo del día, Duncan MacNab.
Duncan merodeaba ya las profundidades de la tierra en su viaje de nueve días al nivel
más bajo de todos los nueve mundos, Niflheim, Tierra de los Muertos. Gobernada por Hel,
Reina de los Muertos. Se dijo que el Niflheim era un lugar sombrío de hielo, nieve, y
oscuridad eterna. Seguramente un lugar perfecto para que el malvado Duncan pagara por
todas sus fechorías.
O alomejor paseaba por los fuegos del infierno cristiano, con la horca de Satán
pinchando su piel chamuscada.
Rurik se encogió de hombros con indiferencia. De una forma u otra Duncan pagaba
ahora por sus pecados mortales… como el sinvergüenza había pagado con su vida bajo la
ira de Rurik.
Y lo pagó Duncan… con su vida, en el calor de la batalla, en un combate con Rurik…
que era como debería haber sido.
Rurik supo que Duncan era un cobarde, menos que un hombre, cuando había visto por
primera vez a Maire colgando en una jaula encima de sus murallas. Los verdaderos
hombres no atacaban a las mujeres de esa manera. Su opinión se había visto reforzada
cuando supo como Duncan pensaba forzar a Maire al matrimonio y a una supuesta muerte
temprana después de eso. Incluso su inútil tortura y la matanza de inocentes animales
habían sido una indicación de la corrompida personalidad de Duncan.
Así, desde el principio, Rurik había decidido que él mismo infligiría el castigo al
malvado bandido. Cuando Viejo John había mencionado tentativamente la posibilidad de
piedad para el viejo laird, Rurik no había vacilado en su respuesta negativa. Aquella clase
de hombre nunca se rendía. Volvería con una venganza mayor que antes.
Por lo tanto había sido Rurik quién avanzó para desafiar al MacNab en aquella batalla
final, y ambos sabían que era una lucha a muerte. Gracias a los dioses, Rurik había sido el
vencedor.
A favor de Duncan, no había suplicado piedad o había gritado en la agonía cuando el
Cuervo vino para llevarlo al Otro Lado. Un gemido ante el empuje final de la espada de
Rurik y el apretar de sus puños había sido su única concesión a lo que tuvo que haber
sabido era su inminente destino, luego puso tieso su cuerpo antes de que los temblores
finales de la muerte lo hubiesen alcanzado.
El castigo a los restantes MacNabs había seguido momentos después. Dos docenas de
los soldados más feroces, todos pelirrojos, habían sido enviados a un seguro granero en la
propiedad de Maire. Por la mañana, serían escoltados en el viaje largo y dificultoso a
Jorvik en Gran Bretaña, donde los enviaría de regalo como esclavos en barcos vikingos al
Rey Olaf de Noruega. No era el peor destino. Si los hombres eran buenos trabajadores,
podrían recuperar su libertad en algún momento, e incluso volver a las Highlands, si era su
opción, aunque muchos esclavos apreciaban el estilo de vida Vikingo, y tomaban a rubias
mujeres Nórdicas como esposas.
Finalmente, Rurik había hecho un pacto provisional con Douglas MacNab, un sobrino
de veinte años de Duncan… ya padre de tres hijas jóvenes. Douglas era también pelirrojo,
y algo sobre todo ese pelo rojo comenzaba a preocupar a Rurik, aunque no pudiera
comprender por qué. Había dejado de lado aquel enigma por el momento. Los términos
finales tendrían que ser decididos por Maire, pero Douglas pareció complaciente de vivir
en paz con los Campbells y hacer reparaciones por los años de abuso.
De modo que todo estaba solucionado, pensó ahora mientras miraba el campo de
batalla vacío. Mi misión aquí había terminado.
Su marca azul se podría quitar, tan pronto como esta noche, con la ayuda de las otras
brujas. Seguramente, una de ellas sabría.
¿Qué entonces?
Oh, era la pregunta, y también la razón por qué Rurik estaba sentado mirando fija y
tristemente la escena que debería llenarlo de triunfo. Debería estar celebrando, lleno de
alegría. En cambio, un peso aplastante hacía presión en él. Y muy al fondo, presintió la
razón del por qué.
Ahora que su trabajo estaba completo aquí en Escocia, tenía una boda a la que asistir.
Y no era con Maire.
No que quisiera casarse con Maire.
Realmente.
Incluso si quisiera, no podía.
Y no quería.
Realmente.
¿Por qué, entonces, se sentía como si un puño hubiese entrado en su pecho y apretara
su corazón?
¿Por qué, entonces, seguía recordando sus palabras de ayer, «te amo»?
¿Por qué, entonces, se preguntaba qué noticias sobre Pequeño Jamie quiso revelarle
cuándo le había dicho, «tengo algo importante que decirte»?
¿Por qué, entonces, el temor lo abrumó… el temor de estar a punto de perder la cosa
más importante de su vida?
16

OCHO horas más tarde…



El caos reinaba en Beinne Breigha.
Pero era un caos especial, maravilloso, en opinión de Maire. Estaba de pie en la
entrada de su Gran Salón, lo que le daba una vista tanto de las actividades de adentro
como las de afuera de la fortaleza.
La música de gaita había estado resonando dulcemente durante algún tiempo ahora.
Bien, un poco era dulce, cuando provenía de la boca experta y los dedos de Murdoc. Y
unas no tan dulces, cuando provenía del aprendiz de Murdoc, Bolthor.
Por todas partes se podían oír sonidos frívolos. Risas tontas. Sonrisitas. Carcajadas.
Había tanta alegría que Maire apenas podía contener su propia alegría. De hecho,
sospechó que llevaba puesta una sonrisa continua y tonta en su cara.
Mujeres, jóvenes y viejas, vestidas con su mejores arisaids, bailando a voluntad y de
vez en cuando entonando canciones de las Highland cuando ayudaban a poner las mesas
de caballete para el banquete de celebración más grande alguna vez visto por su clan
Campbell.
—¿Hay algo más bello que una muchacha atractiva con una sonrisa en su cara? —Se
oyó que viejo John comentaba en más de una ocasión.
Incluso en los peores tiempos, Beinne el Breagha alardeaba de unas abundantes
bendiciones de la naturaleza, en la tierra o el agua. Si alguna vez habían parecido ser
pobres de vituallas, no era por falta de alimento, sino más bien por falta de tiempo o gente
preparada. Ya los tableros gemían con una docena de diferentes pescados… horneados,
hervidos, convertido en gelatina, escabechados, picados, y ahumados. Una masa de
anguilas todavía se deslizaba en su barril en la cocina esperando el momento perfecto para
hervirse y agregarse al puerro y la salsa de crema cuajada. Y sin ser ignorado en este
acontecimiento especial estaba el plato favorito escocés, craigellache ahumada, o salmón.
Incluso el alimento parecía poco común hoy: tartas de tupney; sopa de gallo; morcillas
o salchichas de sangre; carne de verraco en conserva hecha de carne de espinilla hervida y
hueso de médula; verduras, incluso los nabos infernales; y por supuesto, haggis.
Para satisfacer las ansias dulces de los jóvenes y viejos, había frutas en conservas; el
famoso budín de grosella y avellana del cocinero; natillas de crema de uisge-beatha,
conocidas como crannachan; y mantecada escocesa. La miel todavía guardada en
anaqueles altos en la cocina, lejos de niños manoseadores y pegajosos, para ser usada en
pasteles de avena o bannocks en el curso del banquete.
Los hombres, jóvenes y viejos, vestidos con su mejor plaid, robaban besos y hacían
citas a escondidas para más tarde cuando pasaban de un lado a otro del Gran Salón al patio
donde un venado enorme estaba siendo asado en una asador, girado por niños que se
turnaban la honrada tarea. Para complementar la carne de res y el pescado, estaban los
jamones frescos del ahumadero, pollos llenos de castañas y huevos hervidos. Más tarde
por la tarde, una vez que los más pequeños se hubiesen dormido en los regazos de sus
madres de puro agotamiento, las criadas de cocina traerían un tazón de plata, pasado de
generación en generación, conteniendo el flummery Campbell. La base del espumoso
brebaje era el cereal empapado, el líquido con el que se fijaba una jalea clara,
condimentado con agua de rosas, y rematada con crema y miel y su propio ingrediente
distintivo… uisge-beatha. Definitivamente una bebida adulta.
Lo más caótico de esa entera escena caótica consistía en que había brujas aquí, brujas
allá, brujas esencialmente en todas partes. Brujas feas. Brujas hermosas. Hoscas y dulces.
Aunque había algunas brujas jóvenes, la mayor parte de ellas parecían viejas. Algunas
tenían el pelo blanco, no tenían dientes, y peludas, con caras de manzana seca, pero otras
envejecidas suavemente con ojos sabios, omniscientes. Aunque variaran en el aspecto
físico, todas tenían una cosa en común… Los chillidos. Incluso las más bonitas dejaban
caer un chillido decidido de vez en cuando. Quizás por eso Maire nunca se había hecho
una bruja muy buena; nunca había sido capaz de chillar.
De la manera en que Cailleach chillaba ahora mismo.
—Hiciste un buen lío de las cosas esta vez —su consejera proclamó cuando abrió sus
brazos para el entusiasta abrazo de Maire—. ¡Tsk-tsk-tsk!
—No pensaba llamar a todas las brujas de Escocia —contestó Maire defensivamente.
Se echó para atrás, para mirar mejor a su querida mentora. Era alarmante ver cuanto
Cailleach había envejecido en los últimos cinco años. ¿O siempre se había parecido la
bruja a una vieja bruja?
Cailleach agitó una mano huesuda desdeñosamente.
—Me estoy refiriendo a eso, querida. —Señaló hacia las yardas de ejercicio donde
Rurik ayudaba a algunos hombres a establecer objetivos y otro equipo para los juegos de
la mañana siguiente… tiro al arco, lanzamiento de rueda, lucha libre, saltos triples, y
carreras de caballos. Aunque Rurik hubiese ido ya al lago a bañarse con los otros hombres,
y su pelo estaba elegantemente trenzado a los lados con cuentas de ámbar, se había sacado
su túnica y trabajaba con el pecho desnudo ahora, con su braies negros colgando bajo sus
caderas.
El corazón de Maire saltó y su sangre ardió con deseo sólo al contemplar la imagen del
abdomen surcado de Rurik y la delgada línea de pelo que terminaba en una tentadora V
hacia su…
Sus pensamientos volvieron al presente al oír otro chillido.
—Ese es el lío al que me refiero, muchacha.
—¿Rurik? —preguntó con sorpresa.
—Si Rurik es el nombre del Vikingo demasiado guapo con ojos malvados que miran
de esa manera, entonces, sí, ese es mismísimo lío en el que te veo enredada.
Maire miró hacia las yardas de ejercicio otra vez. Precisamente, los malvados ojos de
Rurik la miraban a ella. Y podría jurar, aunque la distancia fuera considerable, que le
guiñó una sensual promesa.
Sintió que su cara se sonrojaba bajo el perceptivo escrutinio de Cailleach.
—De modo qué, por ese camino sopla el viento —dijo Cailleach con otro chillido—.
Parece que el lío es aún peor de lo que pensé. Un Vikingo, sin embargo. Yo no sé donde se
ha ido tu sentido común.
—¿Qué hay de malo en un Vikingo?
—Nada. Nada… si todo lo que quieres de él es un brazo fuerte para luchar… o un
compañero de cama varonil. Pero querida tú quieres mucho más.
—¿Y si lo hago? —Ella levantó su barbilla desafiantemente.
—Si lo haces —Cailleach repitió sus palabras después de ella—, entonces preveo
lágrimas más adelante. ¿No sabes que los Escandinavos son unos exploradores? A ellos
les disgusta instalarse en un lugar por mucho tiempo.
—Quizás éste es diferente —discutió Maire, tanto para contradecir las opiniones de
Cailleach como para aplacar sus propias dudas.
—Quizás. Quizás —consintió Cailleach. Pero entonces hizo la pregunta que había
estado molestando la conciencia de Maire toda la tarde—. ¿Qué hará el Vikingo cuándo
descubra que tiene un hijo?



—¿Así qué eres el primero?
Rurik casi saltó fuera de su piel ante la caprichosa pregunta expresada con enojo,
acompañada de un chillido alto.
Girando sobre sí, vio a la vieja bruja mentora de Maire, Cailleach, sentada en un
montón de escudos de madera, mirándolo. Era el último en el campo de ejercicio, donde
acababa de ponerse su túnica y abrochaba su cinturón. La vieja bruja debía haber subido
detrás de él. No debería haberse asustado por su presencia. Había brujas en todas partes.
De hecho, muchas personas se quejaban de ellas… excepto Toste y Vagn, que reclamaban
ya haber copulado con algunas de ellas, aunque a Rurik le costaba creer la verdad de sus
jactancias, sobre todo cuando reclamaron para haber sido encantados para realizar algunos
actos pervertidos. Aquellos dos no habrían tenido que ser encantados para hacer algo de
naturaleza sexual, pervertida o no. Por otra parte, habían estado evitando las mentiras esa
tarde, como todo hombre dentro de millas de Beinne Breagha, Vikingo o escocés, debido
al cuento extravagante de Maire que unía las mentiras y las encogidas partes masculinas.
De modo qué, alomejor decían la verdad.
—¿El primero qué? —Rurik finalmente logró contestar.
—¿Maire ha ido pusilánime?
Los labios de Rurik se curvaron con placer.
—¿Maire pusilánime conmigo?
—Sí, y bien lo sabes, también. Un pícaro como tú se especializa en tales tonterías.
Realmente, si las mujeres supieran lo que los hombres piensan la mitad del tiempo,
abofetearían sus caras de un lado a otro. —Ella se rió entre dientes… mejor dicho chilló…
por su propia broma, luego siguió—, ustedes se deleitan con la desbocada imaginación de
una chica sólo por la diversión de ello.
—Usted no sabe determinar bastante bien mis motivos.
—Oh, lo sé, muchacho. Te conozco mejor de lo que piensas.
—¿Muchacho? No soy ningún muchacho. ¿Qué hace aquí de todos modos? —Rurik
intentó desengañar a Cailleach—. Además de insultarme gratuitamente.
La viejecita chilló un poco más ante de someterse.
—Sé que deseas bastante a mi Maire en la cama, pero me pregunto… —Ella dejó de
hablar y entrecerró sus viejos ojos hacia él, estudiándolo como si fuera un pedazo de carne
para la venta en el mercado.
—Bien, escúpelo, bruja, ¿qué es lo que se pregunta?
—Me pregunto… ¿la amas?
Aquella pregunta dejó frío a Rurik.
—Usted se sobrepasa. ¿Es problema suyo lo que siento por Maire?
—Sí es mi problema. Maire ha sufrido estos últimos años. No quiero que sufra más.
Rurik se puso rígido con la afrenta.
—No quiero hacerle ningún daño.
Cailleach sacudió su cabeza tristemente hacia él.
—Puede no ser tu intención, pero sospecho que es inevitable.
Rurik estaba incómodo con esta conversación y comenzó a alejarse.
—No contestaste a mi pregunta, Vikingo. ¿La amas?
Rurik se giró despacio y observó a la persistente bruja.
—No, no lo hago. —Levantó una mano para detener sus siguientes palabras—. Pero
me preocupo por ella. Lo hago. Quizás soy incapaz de amar. Aquella capacidad, si alguna
vez la tuve, murió cuando era un niño.
Cailleach afirmó con la cabeza a sabiendas.
—En el Norte… Kaupang. Sí, sé como pudo ocurrir.
La cabeza de Rurik se sacudió. ¿Cómo sabía donde había pasado su juventud? Los
vellos se erizaron por todas partes de su cuerpo en alerta. Realmente, la bruja le dio
escalofríos; sabía demasiado. Pero él giraría las tornas hacia ella.
—¿Puede usted quitarme esta marca azul? —él preguntó, tocando su lado derecho y
dirigiendo un índice bajo a su nariz y por el centro de su barbilla.
La bruja se rió. Ella tenía el valor de reírse de él. Entonces se encogió de hombros.
—Alomejor puedo. Y alomejor no puedo.
Rurik apretó sus puños para impedirse agarrar el cuello flacucho de la bruja.
—Deshacerse de esa marca es importante para ti, ¿verdad? —preguntó Cailleach entre
unos chillidos más.
—¿Qué tipo de pregunta es esa? Sí, quiero sacarme la marca. ¿Qué hay de malo en
eso?
—Nada si no lo haces más importante que todo lo demás. Algunos dicen que el pavo
real debe perder sus plumas antes de poder cantar realmente.
—¿Está loca, vieja? Deje de hablar en acertijos.
—Bien, te hablaré claramente, muchacho, y me aseguraré que escuches bien. Tu vida
está a punto de ser puesta al revés. Veremos que tipo de hombre eres cuando finalmente
caigas a tierra. Veremos si mereces a Maire. O si aquella maldita marca es por todo lo que
te preocupas en este mundo.
Oh, era tan injusto… culparlo. ¿Por qué era tan malo querer su cara restaurada a su
aspecto anterior? ¿Quién dijo que era la única cosa por la que se preocupaba? No era un
inútil y un egocéntrico. Sólo porque no pudiese amar, no significaba que no pudiese
preocuparse.
Rurik cerró sus ojos para calmar su carácter irritado. Cuando los abrió, la bruja se
había ido… aunque pensó que oía el sonido de sus chillidos de risa en la distancia.
Poco sabía la bruja. Su vida ya se había vuelto al revés.



—¿Podemos ahora ir a divertirnos?
El aliento caliente de Rurik susurró en su oído, causando unas corrientes
increíblemente sensuales rizarse por su cuerpo. Por un momento, Maire hizo una pausa y
saboreó las exquisitas sensaciones que provocaron que sus pechos se hincharan y el calor
reunirse entre sus piernas.
Finalmente, inhalando bruscamente para la calmarse, —un ejercicio inútil— giró en su
asiento en la mesa alta y se dirigió al pícaro:
—Pensé que ya celebrábamos… durante dos horas, para ser precisos. ¿Cómo más
llamas a estas cantidades masivas de alimento y ale, sin contar el laúd, la gaita, canto,
juego, y más de las sagas de Bolthor que ninguna persona sana debería ser obligada a oír?
Incluso Rurik, quién no era un hombre demasiado modesto, había dicho —¡Suficiente!
— cuando Bolthor había contado no una, o dos, o tres, sino cuatro sagas diferentes sobre
los hechos heroicos de Rurik durante la batalla de hoy. Y Toste y Vagn habían gritado —
¡Más que suficiente!— cuando Bolthor había intentado, en cambio, decir una saga
permitida «Relato de Bruja Copulando», e inmediatamente después «Seducciones
Fantasmales».
Rurik se rió, su boca todavía demasiado cerca de su oído.
—Tenía en mente una celebración más íntima.
Ella sabía lo que él quería decir, y, la verdad, sus pensamientos habían estado vagando
en esa dirección todo el día. Pero primero tenía cosas de decirle. Tomando una de sus
manos en las suyas, entrelazó sus dedos, maravillándose de cuan pequeña era su mano —
que no era tan pequeña— sino que la suya era mucho más grande. Al mismo tiempo, se
deleitó con la presión de su palma callosa contra la suya, y el latido de su pulso donde sus
muñecas se encontraban. Temió que fuera una causa perdida en lo que a ese hombre se
refería. Dándose valor, comenzó la que era una de las conversaciones más difíciles de su
vida.
—He querido agradecerte. Salvaste a mi clan, y por eso estaré para siempre
agradecida.
—Eres bienvenida, milady —dijo él graciosamente, luego meneó sus cejas hacia ella,
para agregar—: Alomejor te gustaría agradecerme en un lugar más privado. Quizás un
poco de ejercicio con la cota de malla no estaría mal.
La cara de Maire ardió al recordar su escandalosa conducta del día anterior.
—Rurik, debo saber. ¿Cuáles son tus planes ahora? —No podía creer que había hecho
aquella pregunta. Se había prometido que no lo haría, aunque hubiera sido lo más
importante en su mente todo el día.
—No sé —contestó él francamente—. Bien, realmente, lo sé, pero ¿debemos hablar de
eso esta noche?
Su corazón se hundió ante la seriedad de su tono. Pero tenía razón. Esa era una noche
para celebrar. Podría conocer sus planes más tarde.
Había un asunto crítico que ser discutido, sin embargo.
—Acerca de Jamie… —comenzó.
Rurik gimió.
—Te dije antes de ir donde el MacNabs que había algo importante que tenía que
decirte. Bien, ahora es el momento…
—Háblame del pequeño diablo —dijo Rurik, riéndose entre dientes.
Jamie y su pequeño grupo de pilluelos se pavoneaban a través del área despejada en
medio del Gran Salón donde algún baile de anillo acababa de terminar. Los bribones…
seis en total… llevaban puestas túnicas en miniatura, como las que usaban los Vikingos, y
todos lucían su pelo torpemente trenzado a los lados de sus caras. Pero habían añadido un
nuevo toque esa tarde… líneas azules, dentadas hacia abajo en el centro de sus caras…
probablemente hechas con jugo de arándano, adivinó Maire.
Sintió que Rurik se ponía rígido a su lado. Alarmada, lo miró y rápidamente aconsejó:
—Ahora no se están burlando otra vez. No te imitan. Te emulan. Eres su héroe del día.
Pero Rurik no estaba enojado esta vez. Podía ver eso. En cambio, su cabeza estaba
ladeada y una expresión perpleja causaba que su frente se frunciera.
—No estoy disgustado… exactamente —murmuró distraído—. Es sólo… su pelo
negro.
—¿Pelo? ¿Jamie? —¡Oh, Dios! ¡Oh, no, no ahora! ¡No de esa forma!
—Algo ha estado dando vueltas en mi cabeza durante días, sobre todo hoy después de
la batalla —explicó él, girándose para contemplarla—. Todos los MacNabs tenían el pelo
rojo. Todos ellos.
Maire trató de sacar su mano fuera del alcance de Rurik, pero él no la liberó. Maire
sintió una necesidad desesperada de escapar del Gran Salón, aunque Rurik la siguiera.
—Rurik, no ahora. Vamos fuera y hablemos de eso. No aquí.
Fue como si él no la oyese.
—Y tú tienes el pelo rojo, también —indicó él, como diciendo sus pensamientos en
voz alta inconscientemente—. Así que ¿cómo es posible, Maire, que…
Su corazón latía enloquecidamente en su pecho.
—…que tu hijo tenga el pelo negro?
Miró a Jamie, jugando y corriendo con sus amigos, luego a Maire, después a algunas
de las curiosas caras de las personas en el Salón, incluso sus propios compañeros
Vikingos, que notaban su angustia.
Las acciones de todo el mundo parecieron haber reducido la velocidad. Una frialdad
repentina colgó en el aire, y la cara de Rurik se llenó de entendimiento, y luego de horror.
Sacó su mano y puso su cara en ambas manos. Por un largo momento, se quedó así, y
el corazón de Maire se hundió con temor.
—Por favor, Rurik, vamos fuera y discutámoslo en privado.
Finalmente, levantó su cabeza, y la miró fijamente con desprecio.
—Dímelo —exigió con voz helada.
—Sí, te lo diré —accedió en un largo suspiro. Apenas suprimió un sollozo cuando
admitió las noticias mucho tiempo retenidas—: Jamie es tu hijo.
¿Un hijo? ¿Tengo un hijo?
¡Durante cinco largos años he tenido un hijo y no lo sabía!
¿Cuánta gente lo sabe? ¿Soy el único en la ignorancia?
¡Oh, Dios! Aquel malhablado, arrogante, precoz, mugriento —en esencia, adorable—
niño escocés es mío. ¡Mío!
¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo ocultármelo?
Rurik estaba tan enojado que temió lo que podría hacer. Pero incluso en medio de la
neblina roja que lo cegaba, comprendió que su explosión de rabia podría arruinar el
banquete de celebración para todo el clan Campbell, y no quiso eso en su conciencia.
Agarró a Maire de la muñeca y la condujo enérgicamente lejos de los invitados,
sonriéndoles a todos cuando pasó por entre la muchedumbre hacia la escalera que
conducía a la cámara superior. Sólo él sabía cuan frágil era su sonrisa hermética, y sólo
Maire sabía como dolorosamente sus dedos se clavaban en la carne de su muñeca.
Una vez fuera de la vista de su clan y sus amigos Vikingos, prácticamente la arrastró
por la escalera, por el pasillo, y por la puerta de roble a su cámara, que cerró de golpe
detrás de ellos. La empujó lejos, temiendo poder dañarla corporalmente, y sólo entonces,
relajó sus tensos músculos y presionó su frente contra la puerta.
Las lágrimas llenaban sus ojos, —¡por el amor de Freyja!— pero no podía decir si
eran signos de dolor por la traición de Maire, o felicidad por su paternidad instantánea.
Tantas emociones lo abrumaban, una tras otra, que apenas podía contener el mareo.
—Rurik, lo siento… déjame explicarte —ofreció ella, colocando una mano en su
hombro.
Hizo un gesto con los hombros que la alejó, luego giró tan repentinamente, que ella
casi cayó hacia atrás.
—¿Explicar? ¿Explicar? —gritó—. ¿Cómo puedes explicar el no decirle a un hombre
que es padre?
—No estabas aquí —indicó con furiosa lógica—. Cómo debes recordar, dejaste
Escocia antes de poder saber que estaba embarazada. Luego me casé con Kenneth, y
pareció más conveniente dejarle ser el padre de Jamie.
—¿Conveniente? ¿Conveniente? —balbuceó furiosamente—. Es obvio que el hombre
sabía que Jamie no era de su semilla. —Un pensamiento alarmante se le ocurrió a Rurik
entonces—. ¿Maltrató al muchacho? —Oh, nunca le perdonaría esa negligencia. ¡Nunca!
Ella sacudió su cabeza vehementemente.
—Yo nunca habría permitido eso. Sólo no le hizo caso la mayor parte del tiempo,
incluso al principio cuando no tenía ninguna razón para dudar de su paternidad. Fue sólo
más tarde que el aspecto de Jamie hizo obvio que no era un MacNab. No, Rurik, debes
creerme. Kenneth nunca golpeó a Jamie. Él sólo…
Rurik adivinó sus tácitas palabras. Kenneth sólo la había golpeado a ella. Cerró sus
ojos e inhaló y exhaló varias veces para calmarse. Como su semilla había echado raíces en
el cuerpo de una mujer, había sido sometida al castigo físico de otro hombre. ¿No sabía
cómo se sentiría al saber eso? Pero, no, se negó a asumir la culpa por sus pecados.
—Así que no me lo dijiste al principio porque estaba lejos, y porque tenías un nuevo
marido que apaciguar —dijo con una voz sorprendentemente tranquila cuando abrió sus
ojos y la traspasó con el ceño fruncido—. ¿Cuál es tu excusa para no decírmelo estos
últimos días que he estado aquí en Escocia?
—Miedo.
Bien, eso tenía sentido, supuso.
—¿Miedo de qué?
—De ti.
Eso tenía sentido, también.
—No tengo el hábito de golpear a las mujeres, aún cuando esté furioso.
—No fue el miedo del dolor físico lo que cerró mi lengua. Fue el temor de que alejaras
a Jamie de mí.
Su cabeza se sacudió ante esa inesperada admisión.
—¿Por qué haría eso?
Ella se encogió de hombros.
—Venganza.
Ladeó su cabeza mientras continuaba estudiándola.
—No piensas muy bien de mí, verdad?
—Los hombres tienen esa idea de continuar su linaje. Temí que desarrollaras una
fijación instantánea por tu hijo, y fueses incapaz de separarte de él. Ya que has dejado
claro tu opinión sobre Escocia en más de una ocasión, es obvio que no te quedarías aquí.
Siendo así, realmente, cualquier mujer sensata abrigaría los mismos miedos.
¿Sensata? ¡Hah!… Sinuosa, seductora, sigilosa sí. ¿Pero sensata? Tengo mis dudas.
—¿Quién más lo sabe?
—Bien, no creo que el MacNabs alguna vez lo haya sabido, aunque Kenneth
probablemente discutió sus sospechas con sus hermanos en algún momento. Ciertamente,
nunca hicieron una conexión contigo. —Respiró profundo, luego continuó—: Pero en las
tierras Campbell, todos lo saben.
—¿Todos? —gritó.
—Bien, perdóname por indicar esto, Rurik, pero tú y Jamie son idénticos de aspecto,
excepto la diferencia de edad. No podían menos que notar la similitud.
—Tu sarcasmo no tiene límites, milady. Realmente, tiras al lobo por la cola cuando te
arriesgas así a mi ira. —Pero sus palabras permanecieron incrustadas en su cerebro.
Qué tonto ciego debía ser… por no haber visto lo que todos los demás hicieron. ¿Se
habían estado riendo disimuladamente a sus espaldas cada vez que pasó? ¿Era una vez
más, como cuando había sido un niño, un lamentable sujeto para burlarse?
—Rurik, te he dicho que lo siento. Tienes que admitir que probé en varias ocasiones
mencionar el asunto. ¿Qué más podría haber hecho?
—¡Por la sangre de Thor! Podrías habérmelo dicho.
Ella lo contempló, con la barbilla levantada con más alarde del que tenía derecho de
demostrar.
—¿Qué harás ahora?
La miró con el ceño fruncido, su barbilla levantada también, incapaz de expresar la
furia que fundía sus huesos.
—No sé —dijo, abriendo la puerta—. Sólo sé que no puedo soportar estar en tu
presencia ahora. Me das asco.
Ella se estremeció, como si la hubiese golpeado, y las lágrimas inmediatamente
inundaron sus ojos verdes, pero él se endureció para no preocuparse.
—Una cosa sé realmente —dijo en un tono mordaz antes de salir de la cámara—,
pagarás por esta perfidia. Lo pagarás.



—Te buscaba por que tengo algo importante que decirte —dijo Jamie cuando hizo plaf
hacia abajo en la tierra al lado de Rurik.
De modo que el muchacho también lo sabía… o lo había sospechado. La situación
empeoraba y empeoraba. Durante una hora, Rurik había estado sentado en la orilla del
lago, mirando fijamente las aguas nocturnas, pensando… pensando… pensando. Y sin
ninguna solución a la vista.
—¿No deberías estar en la cama? —preguntó al muchacho.
—Mi madre me envió a encontrarte. Ella dijo que podrías necesitarme.
Maldición, pero esa bruja lo iba a volverlo loco. ¿No podía dejar que ordenara sus
pensamientos?
—¿Tú lo haces?
—¿Yo qué?
—Necesitarme.
Los hombros de Rurik cayeron. ¿Cómo contestaba a una pregunta así?
—Lo que necesito es estar solo para un rato.
—¿Para controlarte?
Sacudió su cabeza hacia el muchacho, y trató de verlo más claramente a la luz de la
luna. ¿Realmente se parecía a él? ¿Había una versión en miniatura de él andando por la
tierra? ¿Por qué se hinchó su corazón con orgullo ante tal perspectiva?
—¿Vas a golpear a mi madre? —el muchacho impudente preguntó—. Si eso es lo que
está en tu mente, tengo que decirte… que no lo permitiré.
Rurik se rió entre dientes. El muchacho realmente tenía pelotas… incluso si eran
pequeñas.
—¿Y cómo me detendrías?
Jamie hizo algunos movimientos de perforación en el aire.
—Te golpearía y te dejaría como una pulpa con mis manos desnudas, y te patearía en
las espinillas, como solía hacer con mi pa… quiero decir, Kenneth… y pondré babosas en
tu ale.
Una tristeza barrió sobre Rurik y le apretó el corazón que su hijo hubiese atestiguado
el abuso de su propia madre. ¿Había aprendido temprano a esquivar a su pa… los puños
de Kenneth, así como Rurik había desarrollado habilidades de supervivencia cuando era
niño? Si ese fue el caso, sintió que se llenaba de cólera. Siempre había jurado que ningún
niño suyo pasaría por lo que él pasó. Parece que la opción había sido alejada de sus
manos.
—No golpeo a las mujeres —dijo Rurik al muchacho rotundamente.
Jamie soltó un exagerado suspiro de alivio.
—Creo que seré un Vikingo después de todo, entonces.
Rurik tuvo que reírse de eso.
—¿Qué te hace pensar así? Es la última cosa en mi mente.
El niño parpadeó hacia él varias veces antes de soltar de modo inestable:
—¿No lo harás… no me quieres?
Rurik puso su cara en una mano y frotó sus dedos en su frente plegada. Cuando
levantó la vista, el muchacho lo miraba fijamente como si hubiese hecho la pregunta más
importante del mundo.
—Por supuesto que te quiero. —Y, para su asombro, comprendió la verdad de su
declaración.
—Bien, ¿entonces? —preguntó Jamie, poniendo sus manos sobre sus caderas
diminutas con impaciencia… así como su madre solía hacer de vez en cuando.
—Bien, entonces, ¿qué? —preguntó Rurik.
—¿No quieres abrazarme? Eso es lo que mí madre siempre hace cuando llora.
Antes de que Rurik pudiera registrar que el bribón lo acusaba de llorar, o que le había
pedido un abrazo paternal, estaba de pie y su hijo se lanzaba hacia sus brazos.
Con la cara del niño recostada en el hueco de su cuello, y sus brazos flacos alrededor
de su cuello como un tornillo, Rurik abrazó a su hijo por primera vez. Y fue un
sentimiento glorioso, glorioso.
Su vida nunca sería la misma otra vez.
Y Cailleach había tenido razón… su vida estaba vuelta al revés.



Era después de la medianoche y Rurik caminaba hacía las mesas de caballete en el Gran
Salón, que todavía aguantaba los remanentes del banquete nocturno. Habría mucho trabajo
de limpieza que hacer en el mañana.
Bien, no le preocupaba. Tenía cosas más importantes en su mente. Como su hijo, que
acababa de meter en un banco en un [19]alcove del Gran Salón con promesas de que
estaría allí cuando el muchacho despertara. Había cien cosas que Jamie quería de él.
Lecciones de tiro al arco y esgrima. Pesca de trucha. Un paseo a su pico favorito en la
montaña. Cabalgar. Una exploración a la cueva donde Jamie había estado escondiéndose
semana tras semana. Y hablar, hablar, hablar de cada asunto que era de interés para un
muchacho pequeño, y algunas cosas que no deberían ser de interés también.
¿Cómo haría Rurik todo… tratar con Maire… quitar la marca azul… e irse a las Islas
Hébridas y su boda?
—¿Estás bien? —una voz masculina preguntó en la oscuridad.
Rurik acababa de pasar por las puertas del Salón hacia el patio, y brincó con sorpresa.
No era un hombre, eran cuatro. Bolthor, Stigand, Toste, y Vagn. Todos esperándolo para
abordarlo. Todos con ceños fruncidos de preocupación estropeando sus caras.
—No, no estoy bien —se quejó él, sentándose en los escalones de piedra.
Ellos se sentaron a su lado.
—¿Cuánto hace que lo saben? —les preguntó.
Después de un corto silencio, Bolthor habló por el grupo.
—Desde hace varios días… desde que el pícaro se bañó y llevó puestas trenzas
similares a las tuyas.
Rurik resopló con disgusto.
—Nos figuramos que debías saberlo, profundamente en tu interior, o que pronto
descubrirías la verdad —reveló Toste—. Después de todo, Jamie es una copia tuya.
Rurik se volvió hacia Stigand.
—Tú sobre todo sabías como reaccionaría. Viste directamente, cuando éramos niños,
como lamenté ser tema de burlas. ¿Cómo me lo ocultaste?
Stigand se encogió de hombros.
—No pensé que te preocuparía.
La cabeza de Rurik se echó hacia atrás con afrenta.
—Siempre decías que traer a niños a un mundo de dolor y degradación no era de tu
gusto. Pensé que no querrías al niño.
—Eres un imbécil por pensar eso —declaró con pasión—. Tan imbécil como yo por no
ver la verdad.
Si alguien más le hubiese lanzado tal insulto a Stigand ya sostendría su cabeza cortada
en sus manos, pero su viejo amigo sólo sacudió su cabeza tristemente.
—Oh, pero ahora que sabes —opinó Vagn—, ¿no es un magnífico sentimiento tener
un hijo? Por lo menos, yo siempre me imaginé que sería el logro más alto para un hombre.
—Sí, es un sentimiento de orgullo —admitió Rurik—, y humillante al mismo tiempo.
—Yo podría ser su padrino —sugirió Stigand con esperanza.
Rurik lo miró boquiabierto. ¿Quién habría pensado que el corpulento berserker podría
sonrojarse, o que tendría tal pensamiento?
—No, yo seré el padrino de Jamie —respondió Bolthor.
—No, yo —dijo Toste.
—No, yo —repuso Vagn.
Rurik levantó las dos manos al aire, en rendición. Y se rió por primera vez en horas.
—Todos pueden ser todos los padrinos del muchacho —concedió.
Hubo algunas quejas, pero finalmente estuvieron de acuerdo.
—Este es la saga de Rurik el Mayor —comenzó Bolthor.
—No empieces conmigo ahora, skald.
Pero apenas Bolthor habló sobre él, y por una vez, palabras más verdaderas nunca se
dijeron.



A veces un hombre va hasta el final de la vida,
Feliz sin familia o esposa,
Pero el destino saca su dedo grande,
Y hace caer al hombre.
Entonces el hombre aprende que estar solo
No es lugar para un hombre crecido,
Sobre todo si su semilla arraiga,
Y a este mundo viene un vástago precioso.
Cuando aquel nene es un muchacho,
¡Ah, que inmensa alegría!
Pero entonces descubre el hombre
Lo que debe ser un verdadero hombre…
Un padre.



Todos afirmaron con la cabeza, pensando profundamente, probablemente preguntándose
lo que Rurik haría ahora. ¡Si sólo lo supiera!



Rurik despertó al amanecer en un bulto de paja que había juntado. Para su sorpresa,
realmente había dormido, a pesar de la confusión de la noche anterior… alomejor era la
reacción a un día largo, y lleno de acontecimientos que había comenzado con una batalla.
¿Cómo podría haber pasado tanto en un día?
Pero algo lo había despertado, comprendió, incluso antes de que abriera sus ojos.
Había alguien en el establo a su lado.
¿Era Maire?
¿Estaba listo para enfrentar a la bruja astuta y todos los problemas que había entre
ellos?
¿Debería espantarla?
¿O perdonar su trasgresión monumental?
¿Estaba listo para afrontar todo eso tan pronto?
Despacio, abrió un ojo, luego lo cerró rápidamente con un gemido. Era una bruja, bien,
pero no Maire la Bruja.
—¿Qué quiere? —le preguntó a Cailleach. Con los ojos todavía fuertemente cerrados,
se acostó sobre su estómago y sepultó su cara en sus brazos doblados.
—El tiempo pasa, Vikingo. Despierta y comienza a poner en orden tu mundo —le
aconsejó.
Realmente, la vieja bruja tenía ganas de morir, dándole órdenes así.
Entonces la bruja hizo lo impensable. Le palmeó las nalgas y chilló varias veces con
gusto por su acto.
Él se medio reclinó en su espalda en unos segundos, lanzando miradas deslumbrantes
hacia la vieja bruja escandalosa. Rechazó moverse más allá de eso.
—¿Me oyes, perezoso montón de carne Nórdica? Levántate y arréglate… aunque dudo
que te luzcas mucho hoy. Tu piel parece un ácaro verde. ¿Exactamente cuánto uisge-
beatha tomaste anoche?
—No lo bastante, por lo visto.
—Ooooh, eres un muchacho estúpido, difamando a una bruja. Tengo poderes, sabes.
—¿Realmente? Bien, ¿qué dices si agitas tu varita mágica y me sacas esta maldita
marca azul de mi cara?
—¿Eso es todo lo que te preocupa?
—Estoy cansado de contestar a esa pregunta.
—Bien, estarás mucho más cansado al final del día. Tienes mucho que hacer este día,
Vikingo. Llega compañía.
—¿¡Eh!?—dijo Rurik—. ¿Qué compañía? No tenemos ninguna necesidad de más
personas aquí… no con cada maldita bruja de Escocia posándose en cada espacio libre.
—Cuida tu lengua, muchacho, o puedes encontrar a esta bruja posándose en una parte
de tu cuerpo que no aguantaría el peso.
—No me presiones mucho, bruja. No puedo garantizar las consecuencias. —De
repente, olió… olió… y olió—. ¿Qué es ese olor?
—Tu desayuno.
¡Oh… Buen… Señor! La mirada fija de Rurik se movió hacia un lado dónde una
enorme caldera hervía en un fuego abierto, ¡un fuego abierto en un establo! La bruja ya
servía un cucharón en un tazón de madera, con un poco de líquido grisáceo con pedazos
de algo flotando. Empujó el tazón en su regazo y le dio una cuchara de madera, luego
ordenó:
—¡Come!
—¿Por qué?
—Necesitas tu fuerza hoy.
Repentinamente se alarmó.
—¿Habrá otra batalla?
—Podría decirse así.
Los ojos de Rurik se lanzaron hacia su espada, que estaba al lado.
—No esa clase de batalla —dijo Cailleach con unos chillidos.
—¿Qué otra clase hay? —preguntó.
Ella señaló al tazón con el mensaje silencioso que debía ponerse a ello.
—¿Qué hay ahí? ¿Un ojo de tritón? ¿El dedo de una serpiente? —bromeó.
Ella sólo esperó.
Lo probó tentativamente. Era gachas de avena aguada, con trozos de manzana. Por lo
menos pensó que eran manzanas. No sabía muy mal. De hecho, estaba delicioso.
—¿Por qué estás tan agradable conmigo?
Cailleach entonces se rió a carcajadas, con más alegría de lo que su pregunta merecía,
en opinión de Rurik.
—¿Qué es tan divertido?
—No pensarás que soy tan agradable al final del día, Vikingo.
17

ANTES del mediodía, el asunto de las brujas estaba totalmente fuera de control.
A pesar de su corazón pesado por la tensa relación entre Rurik y ella —él se negó a
hablarle— y a pesar de su preocupación por la reacción de Jamie hacia su nuevo padre —
él estaba extasiado— Maire tenía otros asuntos más apremiantes de que ocuparse. Salió al
patio y chilló:
—¿Cailleach? ¡Ven aquí! ¡Ahora mismo! —Podría no ser muy competente en el arte
del chillido, pero seguramente podría chillar.
Cailleach estaba en el patio delante de ella, en una especie de baile con otras cinco
brujas… algo que implicaba dar brincos y balancearse de un lado a otro, con las manos
unidas y mucho chillido. Supuestamente, hacían un rito de gracias relacionado con el
fracaso del MacNabs, aunque viéndolo mejor parecía un manojo de viejas teniendo un
ataque. Varios de sus criados, algunos de los que ya habían amenazado con escaparse,
estaban pálidos, como si estuviesen viendo fantasmas… aunque las brujas probablemente
estaban en la misma categoría que los fantasmas en cuando a asustar a la gente.
El chillido de Maire por lo visto llegó hasta las yardas de ejercicio, donde los juegos
estaban ya en progreso, y algunos hombres y mujeres le echaron un vistazo, incluso Rurik,
quién inmediatamente se alejó. Eso dolió. Pero no podía hundirse en su miseria ahora.
Tenía un problema más apremiante.
—Tienes que deshacerte de todas esas brujas —susurró Maire urgentemente a
Cailleach, quién había venido a su llamado.
—¿Por qué? Tú fuiste quién las llamó.
—Yo… no… lo… hice —protestó, después de un momento—. Llamé a una bruja… a
ti… no a cincuenta brujas.
Cailleach se encogió de hombros con indiferencia.
—¿Qué diferencia hace una bruja o dos más?
—¿Q-qué diferencia? —balbuceó Maire—. Te diré que diferencia. Una bruja mostró a
la criada de la lechería como ordeñar a una vaca sin tocar los pezones; ahora, Bessie le da
leche sin parar; no tenemos bastantes cubos para toda la leche. Además, la leche ha hecho
salir a cada familia de gatos, que viven cerca de la fortaleza, lo que ha hecho que el
personal del castillo esté nervioso. Cinco de esos gatos eran gatas que estaban preñadas y
dieron a luz, directamente en los juncos, y no creas que no causaron un hedor.
—¿Eso es todo?
—No, no es todo —gruñó Maire—. Effa, aquella bruja de Skye, busca por todos lados
el hueso del codo de una virgen. Ella afirma que no hay ninguna.
—Te he dicho la importancia de vigilar las actividades diarias de tu gente joven. No te
preocupes, aunque; ¿has considerado acaso que nadie confesará ser virgen cuándo eso
significa renunciar a una parte del cuerpo?
Maire gruñó otra vez.
—Toste y Vagn han estado volteándose en las pieles de cama con esa bruja joven de
Inverness, y juro, que si las historias son verdaderas, les enseña algunas cosas realmente
pervertidas.
—No hay nada de malo en eso —opinó Cailleach, examinando sus uñas largas con
indiferencia—. Un hombre nunca puede aprender bastante sobre las artes sexuales… una
mujer, tampoco, en realidad —añadió, mirando fija e intencionadamente a Maire.
¡Por la fe! ¿Realmente me aconseja que aprenda perversiones sexuales?
—Al menos diez brujas han ofrecido suministrarme una poción de amor para atraer a
Rurik de vuelta a mi cama —se quejó.
—¿Y eso es malo? —Las cejas grises de Cailleach se elevaron—. Me parece que
necesitas toda la ayuda que puedas conseguir, muchacha.
—Viejo John afirma que un elixir de amor fue puesto en el barril de uisge-beatha
anoche, lo que causó que los hombres fueran más viriles y las mujeres más apasionadas.
—Seguramente, nadie se queja de eso.
—Algunas brujas han entrado en el negocio… venta de antídotos para hombres que
por mentir encogen su parte masculina. Es una farsa, y seguramente no puedes condonar
tal argucia.
—No puedes culpar a una bruja por hacer algo para vivir. Los tiempos son duros para
las brujas, lo sabes. ¿Y quién dice que los brebajes no resultan?
—Hay cenizas de serbal en todos los alféizares.
—Es el mejor remedio para espantar el mal de ojo.
Maire respiró profundo buscando paciencia.
—El cocinero prácticamente echa humo por las orejas por todas las calderas que faltan
de su cocina, y dice que tú has estado asando lo que se parece a un perro en su chimenea.
El lugar hiede.
—¿Yo? —objetó Cailleach, con toda inocencia y batiendo las pestañas… o las pocas
pestañas que le quedaban. Luego se rió… o mejor dicho chilló—. Es un pequeño venado
el que aso. Necesité el corazón y el hígado para uno de mis remedios especiales, sin contar
las patas, orejas, y testículos.
La mandíbula de Maire se desencajó.
—Tu problema, querida, no son las brujas —dijo Cailleach, acariciando su mano
tiernamente—. Es la frustración, pura y simple.
—¿Frus-frustración? —Maire estaba tan desconcertada por la necesidad de Cailleach
de testículos de animal que apenas podía hablar de esa nueva opinión suya.
—Sí, es un hecho conocido que los hombres se frustran cuando no consiguen
bastante… tú sabes, sexo. Realmente, en algunos de ellos, la frustración crece y crece
hasta que su parte masculina está casi azul. —Escudriñó a Maire un momento, quién
estaba impresionada, antes de añadir—, ¿has comprobado tus partes femeninas
últimamente?
—¿Para… para qué? —Casi inmediatamente, lamentó su pregunta.
—Azulessss.
—¡Aaarrgh! —fue la única respuesta de Maire cuando se largó a toda prisa del patio
hacia los campos de ejercicio, donde parecía que su hijo… su pequeño muchacho… estaba
a punto de participar en la competición de tiro al arco. ¡Santísima Virgen! Con su
inexperiencia, era más probable que errara al blanco y le diera a su gato.
Y Rurik, con fuego en sus ojos azules, la contemplaba como si quisiera hacerla el
blanco.
¿De qué? Esa era la pregunta.
¿Venganza?
¿Lujuria?
¿Amor?
Maire estaba tan tensa y disgustada por todos los acontecimientos del día anterior que
su cuerpo entero estaba rígido. Echó un vistazo hacia sus puños apretados… entonces se
estremeció.
Los tenía tan apretados que estaban azules.



Bolthor estaba de pie al lado de Rurik cuando vieron a Maire venir hacia ellos.
—Sé cual es tu problema, si me preguntas —ofreció Bolthor.
—¿Quién te preguntó?
—Frustración.
—¿¡Eh!? —Se giró hacia su amigo con incredulidad. Su vida se deshacía. La mujer
por la que se había preocupado y había confiado, lo había engañado. Tenía un hijo del que
nunca había sabido. Había brujas por todas partes. No podía dar un blanco hoy, ni por su
vida. Y Bolthor hablaba de frustración.
—Sí. —Bolthor afirmó con la cabeza enérgicamente—. Lo que tienes que hacer es
acostarte con la muchacha. Es la mejor forma de solucionar los problemas entre hombres y
mujeres. Por otra parte, todas esas frustraciones crecen dentro de un hombre y lo hacen
desgraciado.
Rurik se quedó mirando boquiabierto a Bolthor, luego sacudió la cabeza como si fuera
un caso desesperado… que lo era, por supuesto.
—Márchate.
En vez de marcharse, Bolthor tuvo el valor para sugerir:
—Creo que tengo el nombre perfecto para mi siguiente poema. Rurik el Mayor: «Saga
del Vikingo Bolas Azules». Podría describir como tus pelotas azules hacen juego con tu
cara azul y que debe haber algún significado en esa casualidad. Qué piensas…
Rurik no pensó. De hecho, sin pensar, extendió la mano y dio un puñetazo a su skald
en la nariz. Bolthor viró bruscamente en el último momento, y el puñetazo rebotó en su
mandíbula, en cambio. De todos modos, cayó a tierra, donde se revolcó, riéndose como un
idiota. Fue Rurik entonces quién se marchó… directamente hacia Maire… a quien había
estado evitando todo el día.
¿Podría la vida empeorar más?
—¡Tú! —dijo ella con la voz más dura que podía conseguir, señalando a Jamie y el
arco y la flecha en sus diminutas manos. Hizo señas con su mano de que él debía dejar las
armas al instante y marcharse del área de juego.
Jamie se quejó entre sí, pero hizo cuanto le dijo, arrastrando el arco, que era tan alto
como él, en la tierra detrás suyo.
Entonces se giró hacia Rurik.
—¡Tú! —dijo, también con voz dura, e hizo señas con su dedo torcido para que la
siguiera. No miró hacia atrás para ver si obedecía sus órdenes, como Jamie había hecho.
Esperó, sin embargo. Fervorosamente.
Maire había tenido más que suficiente de sus emociones que saltaban frenéticamente.
Aquí, allí, hacia todas partes. Él me ama, no me ama. Lo amo, no lo amo… bien, esto
último no había entrado en su campo de emociones aún, pero lo haría probablemente. Está
enojado conmigo; está dolido conmigo. Quiere mi cuerpo; quiere venganza. Quiero su
cuerpo; quiero afectos más profundos. Quiero que se vaya; quiero que se quede. En ese
momento, no tenía ni idea qué sentía.
Quizás era el momento de que Rurik dejara Beinne Breagha, como era el momento
que las brujas se marchasen. Por muy desanimada que Maire se sintiera por esa
perspectiva, estaba más afligida por la agitación en su vida, y la de su hijo. Ahora que la
amenaza MacNab había terminado —y, sí, estaba agradecida con Rurik por eso— era
necesario que el clan Campbell fijara un nuevo curso, con ella como laird temporal hasta
que Jamie fuera mayor de edad.
¿Pero cómo encajaría Rurik en ese cuadro? Era lo que Maire necesitaba saber de
Rurik. Por eso le había ordenado que la siguiera a un lugar privado.
Él pronto la alcanzó y caminó a su lado, en silencio. No era un silencio incómodo.
Sinceramente, ambos necesitaban la soledad de sus propios pensamientos para formular lo
que se dirían el uno al otro.
Para sorpresa de Maire, habían caminado inconscientemente hasta la piedra de
juicio… ese canto rodado oscilante donde había tenido un encuentro físico tan memorable
con Rurik. Lo miró. Él la miró. Y ambos miraron a lo lejos rápidamente, por temor a que
sus verdaderos sentimientos fuesen revelados.
Dando al canto rodado un rápido empuje con su pie calzado, él lo miró balancearse de
acá para allá, mirando fija y pensativamente. ¿Pensaba él colocarla en la roca, y permitirse
juzgarla? ¿Podría la roca ser más injusta que su actual evaluación de sus transgresiones?
Él se alejó del canto rodado y se apoyó contra un árbol, con las piernas cruzadas en los
tobillos, una postura perezosa que era desmentida por su tensa mandíbula y la línea
delgada de sus labios apretados. Esperaba que hablara.
—Lo siento —dijo ella simplemente.
—Ya lo dijiste antes.
—Necesitaba decirlo otra vez.
—Si tú lo dices.
—¿Cuáles son tus proyectos?
—¿Por qué?
Por mí. Por nosotros, su corazón lanzó un grito. Pero lo que dijo fue:
—Por Jamie.
Él se encogió de hombros.
—¿Estás feliz de ser padre?
No contestó inmediatamente. Cuando lo hizo, se podría decir que trataba de retener un
poco sus emociones en control.
—Sí, soy feliz de ser el padre de Jamie. Es un buen muchacho, a pesar de… bueno, es
un buen muchacho. Pero no estoy feliz de haber perdido cinco años de su vida.
—¡Oh, Rurik! ¿Cómo podría haber sido diferente? Incluso si te lo hubiese informado,
estaba casada entonces. Yo nunca realmente le dije a Kenneth como fue concebido Jamie.
Sé honesto. Yo no era nada para ti. Un niño habría sido un inconveniente.
Él sacudió su cabeza.
—Habría querido saberlo. Incluso si no hubiera podido participar activamente en su
vida, tenía derecho a saber. Habría buscado su bienestar… incluso desde lejos.
Maire podía entender ese sentimiento.
—¿Qué harás ahora?
—¿Acerca de qué?
¿De mí? ¿Qué tal de mí? ¿De nosotros?
—¿Te quedarás en las Highlands?
—No puedo. Debo ir a las Islas Hébridas a… bien, basta decir que tengo un… uh,
trabajo que hacer allí.
Un nudo del tamaño del canto rodado se formó en su garganta.
—¿No te permitirás algún tiempo para ponerte al corriente con tu hijo? —ella se
ahogó.
—Alomejor… alomejor podría llevarlo conmigo.
Antes de que terminase de hablar, Maire gritó:
—¡No!
—No para siempre —explicó él con una voz que era suave y conciliatoria—. Sólo
durante un corto tiempo.
—¡No! —repitió firmemente, luego añadió rápidamente—, no podría dejar Escocia
con él, ni siquiera por un corto tiempo.
La cara de Rurik enrojeció con vergüenza.
Maire inclinó su cabeza en pregunta, luego comprendió su error. Rurik no la había
invitado. Sólo a su hijo.
—No alejarás a mi hijo de mí —declaró firmemente—. Ni siquiera pienses que
permitiría que hicieses eso.
—¿Ni siquiera si es por el propio bien de Jamie?
—¿Qué bueno podría haber en alejar a un niño de su madre?
—Los muchachos jóvenes son mandados a criarse lejos todo el tiempo.
—¡No mi muchacho!
—Quizás es mejor que el muchacho decida. Pregúntale a él, Maire. Pregúntale lo que
quiere.
—Es mi decisión, y sólo mía.
—No, te equivocas. Es mi decisión, también. Soy su padre.
—Dijiste a Cailleach que eres incapaz de amar.
—Cailleach tiene una boca grande.
—Eso no viene al caso. Jamie tiene sólo cinco años de edad. Necesita amor.
—Lo tiene —dijo Rurik rotundamente.
—¿Lo amas? ¿Ya? —Oh, era peor de lo que Maire había previsto. Si Rurik lo amaba
tan pronto, nunca abandonaría al muchacho a su cuidado. Nunca.
—Rurik —suplicó—, me mataría perder a mi hijo.
Se apartó del árbol y pasó delante de ella cuando volvió al camino que conducía de
regreso a la fortaleza. Sobre su hombro, le informó con una voz tan baja que apenas pudo
oír:
—Así como tú me matas.



—Sedúcelo.
—¿Q-qué? —Maire chilló, brincando de miedo. Cailleach había subido detrás de ella a
la pequeña colina con una entrada al lago donde estaba parada, detrás de la fortaleza en
Beinne Breagha. Rurik estaba solo, nadando… nadando con fuerza… la clase de ejercicio
enérgico que una persona hacía cuando tenía un demonio montando en su espalda… o una
bruja.
—Ya me oíste. Seduce al Vikingo. No será la primera vez.
La cara de Maire ardió con vergüenza ante la idea que Cailleach podría ser consciente
exactamente de lo que había hecho para seducir a Rurik la última vez que habían estado
juntos. Pero no podía saber eso. ¿O sí?
—¿Qué bien haría eso? Tomará mucho más que un encuentro sexual solucionar
nuestros problemas.
Cailleach hizo rodar sus ojos.
—Para ser una bruja, estás harto ciega. Eso podría abrir la puerta a una grieta, nena, y
eso es todo lo que ustedes necesitan. Una grieta puede ser una entrada más grande que una
puerta abierta de par en par en algunas circunstancias.
Maire sabía que Cailleach tenía sólo las mejores intenciones en su corazón, pero
¿podría realmente seducir a Rurik otra vez? Aquel asunto con la cota de malla había sido
una inspiración. No tenía más trucos en su manga.
—No necesitas trucos, Maire —dijo Cailleach, como si le leyera la mente—. Sólo tú.
Maire estuvo a punto de preguntarle a su vieja amiga algunos más, pero la bruja se
había ido en un giro de polvo. Así qué Maire volvió a contemplar el lago, y como nadaba
Rurik, y ya caminando hacia abajo, murmurando entre sí:
—No… puedo… creer… que… vaya… a … hacer… eso. No… puedo… creer…
que… vaya… a… hacer… eso. No… puedo… creer…
Rurik no podía creer lo que veían sus ojos.
Maire caminaba cautelosamente por las aguas del lago… desnuda como el día que
nació… excepto el collar de ámbar. Su pelo estaba apartado de su cara en una sola trenza
bajo su espalda. Tembló, luego se zambulló en el agua fresca. Cuando salió del agua,
como una ninfa de mar pelirroja, no lo miró. Sólo comenzó a nadar hacia él con brazadas
fuertes lo que la hizo avanzar rápidamente a su lado.
Si Rurik pudiera haber corrido, o nadar lejos, lo habría hecho. Pero no podía ir a
ninguna parte, excepto hacia la orilla… y a ella. Se puso de pie en el agua que le llegaba
hasta su abdomen y esperó. Ella llegó momentos más tarde, salpicando agua alrededor
como un cachorro apenas aprendiendo a nadar.
No iba a ser divertido.
—¿Qué haces aquí, Maire? —gruñó.
Ella se puso de pie y apartó algunos hilos sueltos de su mojado rojo pelo, de su cara.
Cuando jadeó para tomar aliento, sus pechos se levantaron y apenas fueron cubiertos por
el agua azul. Gotitas de agua rodaban en un camino que hipnotizaba, hacia el pendiente de
ámbar en la atractiva hendidura entre sus pechos.
No iba a ser hipnotizado por sus pechos.
—Vine a seducirte —le informó, finalmente contestando a su pregunta… no que él
recordara exactamente cuál había sido su pregunta.
No iba a ser seducido.
—¿Por qué? —preguntó, y la pregunta le pareció estúpida incluso a él mismo.
Ella lo miro parpadeando, sus gruesas pestañas mojadas parpadeaban de una manera
rara, que atraían. Sus labios temblaban ligeramente, como si estuviera insegura de que
contestar. Y el agua seguía acariciando sus pechos.
Realmente, no deseaba sus gruesas pestañas, o su boca temblorosa… ni aunque
pareciera realmente húmeda y lista para ser besada… y definitivamente no iba a notar
aquellos bamboleantes pechos.
—Porque quiero —dijo vigorosamente— …seducirte, eso es. Porque parece ser el
único modo de abrir una grieta en la pared que has erigido alrededor de ti. Porque lo
lamento mucho, y quiero hacerlo para ti. Porque no es correcto que los padres de un
pequeño muchacho estén tan en desacuerdo el uno con el otro. Porque tengo miedo que te
vayas de repente, y esta quizás sea mi última oportunidad.
¡No iba a… oh, al diablo con las protestas interiores!
No sabía que decir, sintiéndose tirado en dos direcciones diferentes como estaba. La
cólera y la necesidad de venganza eran emociones poderosas, aun cuando era compensado
por un profundo anhelo en su alma a rendirse a su seducción… para no mencionar una
erección, por suerte escondida debajo del agua, bastante fuerte para poner a flote un barco.
Las lágrimas nublaron los ojos verdes de Maire cuando él esperó demasiado tiempo
para responderle, y giró alrededor, avanzando hacia la orilla con pasos estables,
orgullosos.
—Oh, está bien —la llamó. Rurik no sabía de donde aquellas palabras salieron. Sólo
surgieron, y tuvo que confesar, que se sentía bien… como si acabara de sacarse un enorme
peso de los hombros.
Ella se detuvo, y esperó.
No podía encontrar la voz para complacerla; en cambio decidió actuar. Zambulléndose
bajo el agua, subió rápidamente detrás de ella. Poniendo sus brazos alrededor de sus
rodillas, la arrastró bajo el agua, oyendo su chillido de sorpresa a través de un filtro
acuoso.
Rodaron juntos, bajo el agua, cuando cada uno trató de tomar el control. Las piernas se
entrelazaron, los brazos alrededor del hombros del otro, presionaron sus labios, luego
dejaron que las aguas los llevara hacia arriba.
Durante un minuto, estuvieron de pie, sólo mirándose fijamente a los ojos, con miedo
de hablar, no queriendo imponer todos sus problemas. Las manos de Maire estaban
todavía en sus hombros, las suyas en su cintura. Sus pechos bajaron y fluyeron contra los
pelos de su pecho, y podía ver que los pezones estaban hinchados por el agua fresca.
Estuvo a punto de decirse que no iba se iba a excitar por aquella vista erótica, pero
sería una mentira. Y Rurik no estaba a punto de arriesgarse al destino de un Vikingo
mentiroso… sobre todo en ese instante.
—Envuelve tus piernas alrededor de mis caderas —la instó él con una ronca voz
sensual.
Sin hablar, hizo lo que le pidió.
Tomó sus nalgas en cada una de sus palmas y se alivió en su vaina.
—Estás increíblemente apretada… y me das la bienvenida —susurró él contra su oído,
cuando se ajustó dentro de ella.
—Eres como el mármol caliente —susurró ella después—. ¿Cómo puedes estar tan
caliente cuando el agua está fría?
—Tú me calientas, corazón. —Rurik no tuvo ni idea de donde vino esa expresión de
afecto cuando hace unos momentos estaba odiándola… o pensó que la odiaba. Pero podía
decir que complació a Maire porque gimió suavemente y le devolvió la expresión. Tuvo
que confesar, que le gustó como sonaba en sus labios.
Entonces le mostró como moverse en él. Y, Thor santo, era una principiante rápida.
Cuando bajó su boca a la suya, fue voraz en su apetito. Sus manos inmediatamente
estuvieron en todas partes. Sus labios eran alternativamente acuciantes y suaves, su lengua
acariciaba, luego lamía. Como su clímax se acercaba rápidamente, quiso terminar su
tormento, y que su agonizante placer durara para siempre.
—¡Aaaaaahhhhhhh! —él lanzó un grito, su cabeza echada hacia atrás sobre su cuello
arqueado cuando llegó al orgasmo, con ondas profundas que parecieron sorberle la vida
misma. Y las paredes de Maire siguieron apretando y aflojando cuando llegó a su propio
clímax y se quebró con pequeños sollozos de—: ¡Oh… oh… oh… oh!
Se quedó quieto agotado, en las tranquilas aguas, su cara sepultada en su cuello, sus
brazos apretándola fuertemente más abajo de su espalda cuando la besó en el pelo. ¿Qué
acababa de suceder?
Había sido seducido, buena y apropiadamente, y en un período de tiempo
humillantemente corto, eso sucedió.
Debería haber estado enojado, supuso.
En cambio, sonreía.
—Uhmmmrn, Rurik —preguntó ella, recostándose levemente, lo que hizo que su
«Lanza» tomara un nuevo interés en su canal—, no te saliste antes del final. ¿Supones qué
derramando tu semilla dentro de mi cuerpo mientras estamos en un lago me impedirá
concebir? ¿La quitará el agua lavándola? —Su cara estaba roja encendida cuando hizo su
pregunta, pero era una importante… una que no había pensado obviamente.
—No tengo ni idea —contestó él sinceramente—. Más tarde probablemente estaré
alarmado por ese hecho, pero por el momento no puedo preocuparme. Estoy más
interesado en si la «Lanza» está a la altura. —Movió sus cejas hacia ella y se arqueó
dentro de su cuerpo.
Ella se rió… un sonido muy frívolo, alegre.
—Siendo altura la palabra más importante, supongo —contestó impudentemente.
—Exactamente. —Él estuvo a punto de mostrarle a cuanta distancia podía ir, cuando
oyó un sonido raro. Cerca. Y sonaba como… un perro.
Todavía moviéndose, con Maire en sus brazos, y la Lanza todavía en su elemento,
Rurik casi se cayó por el asombro. Era un perro, correcto, que nadaba rápidamente hacia
él, con su lengua afuera por el entusiasmo.
—Es Bestia. Mi perro lobo favorito —informó a Maire.
—¿Pero cómo puede ser eso? No está en Northumbria con…
Ambos miraron hacia la orilla, y gimieron simultáneamente. Estaban quietos y a
horcajadas ante un enorme arsenal de gente vestida: Tykir, Eirik, Selik, y sus mujeres,
Alinor, Eadyth, y Rain, por no mencionar a una gran cantidad de niños. Y las brujas
bajando en picado, también. Y un montón de Escoceses. Y sus compañeros de armas,
Bolthor, Stigand, Vagn, y Toste, incluso Jostein.
La lanza inmediatamente se inclinó y salió de su puerto seguro. Maire se inclinó y se
metió bajo el agua hasta que la cubrió hasta la barbilla.
—Has algo —ella le ordenó, como si todo eso fuese su culpa.
Hizo la única cosa en la que pudo pensar.
Saludó.



Rurik estaba sentado en un extremo del Gran Salón, bebiendo a sorbos uisge-beatha con
Tykir, Eirik, y Selik, quién declaró que la bebida era un regalo de los dioses, y determinó
llevar barriles con ellos a sus propiedades en Northumbria y Noruega. Sus cinco
compañeros Vikingos estaban allí también, asintiendo, hasta Jostein, quién estaba
orgulloso por haber conseguido realmente traer a los tres amigos de Rurik con él, junto
con una tropa de cincuenta hombres, incluso si sus servicios ya no eran necesarios. Los
soldados acampaban fuera, en la ladera de Beinne Breagha, ninguno agotado,
especialmente desde que les habían dado raciones de uisge-beatha, también.
Eadyth estaba examinando algunas colmenas naturales con Nessa. La esposa de Eirik
era una experta en la crianza de las abejas y la venta de sus productos en los mercados de
Jorvik, incluso lo que llamaban el mejor aguamiel del mundo. Lo era.
Alinor, la esposa pelirroja llena de pecas de Tykir y la mujer más molesta de este lado
de Niflheim, tenía a uno de los tejedores de Maire en la mano y se había alejado hacia una
dependencia, donde examinaba los telares. Ya había mencionado una pauta nueva que
quizás conocían. Sin duda, estaría inspeccionado a las ovejas, también. Alinor pensaba
que sabía cada maldita cosa en el mundo sobre los animales lanudos y sus productos.
Probablemente lo hacia.
Rain, una curadora célebre y esposa de Selik, estaba en la cocina, donde una línea de
pacientes ya se había formado para su diagnóstico médico. Desde tiña a tos pulmonar.
Bestia, el traidor, se arrastraba detrás de Rose, de todas las cosas. Eirik le había dicho
con antipatía que Bestia era demasiado quisquilloso en todo y había rehusado reproducirse
con su perra loba, Rachel. Quisquilloso, ¡hah! ¡No cuándo había desarrollado afecto por
un gato feo!
Y Maire era una traidora incluso peor. Lo había abandonado para afrontar a todos sus
amigos solo. De hecho, estaba probablemente en algún sitio, esperando no tener que salir
antes de que todos se hubiesen ido, lo que no era malditamente probable. Él había sido el
que había tenido que salir del lago desnudo, ante la risa de todos. Él había sido el que le
llevó sus ropas al agua para que pudiera cubrirse. Él había sido el que había tenido que
ahuyentarlos a todos, para que pudiera salir con dignidad. ¿Y cómo se lo agradeció?
Escapándose y abandonándolo para afrontar las bromas de sus viejos amigos. Y sólo eso
era lo que habían estado haciendo durante la pasada hora… burlarse de él.
Las burlas más persistentes se relacionaban con las brujas.
—Nunca había visto tantas brujas en un lugar en toda mi vida —proclamó Eirik
cuando miró por la puerta abierta, con los ojos y la boca muy abierta, cuando media
docena de viejas brujas pasaron prácticamente volando por el patio, persiguiendo a una
manada de gatos negros, que perseguían a Bestia, que perseguía a Rose—. No, que
realmente haya presenciado alguna vez la brujería en el pasado. —Eirik se echó hacia
atrás en su silla y dirigido una fija mirada de asombro a Rurik.
—¿Viven todas aquí… nacidas y criadas? —preguntó Selik con igual asombro—.
¿Son tus brujas, Rurik? ¿O tienes el hábito de atraer a las brujas… como la que te marcó?
—No, no son mis brujas personales. Están aquí debido a Maire —explicó con un ceño
fruncido en su cara.
—¿Maire llamó a este montón de brujas? —Fue Tykir quién habló ahora, y su tono
implicó que Maire debía estar loca.
Bien, Rurik había considerado a Maire loca en más de una ocasión, pero no le gustó
que otros sugirieran lo mismo. Entonces la defendió diciendo:
—Fue un accidente. Sólo quería a una bruja… Cailleach, su vieja mentora… que
viniera, pero su hechizo salió mal… y todas las brujas en Escocia de alguna manera
llegaron. —La explicación pareció bastante loca, incluso a los oídos de Rurik.
Rurik esperó que su explicación, loca como era, satisfacería a Tykir, quién era el
compañero más persistente cuando tenía un bicho alojado en su… bien, las cavidades del
cuerpo.
—¿Un hechizo? ¿Salido mal? ¿Maire es realmente una bruja, entonces?
Debería haber sabido que Tykir no cambiaría de tema.
—Sí, es una bruja. No, no es una bruja muy buena. Y, antes de que me preguntes, sí,
he hecho el amor con la bruja otra vez. Y, no, no me ha puesto otras partes del cuerpo azul.
Todos arquearon sus cejas ante la excesiva explicación.
—Todavía veo que tienes la marca azul —comentó Eirik, ni siquiera trató de contener
la sonrisa que se movía nerviosamente en sus labios.
La única respuesta de Rurik fue un gruñido de disgusto.
—¿Pero Rurik Campbell? —preguntó Tykir con aquella sonrisa infernal en su cara. Y,
realmente, Tykir tenía la sonrisa más molesta del mundo entero. Además, que tenía que
ver el nombre Campbell con su marca azul, no tenía ni idea. Sospechó que sus viejos
amigos saltaban de un tema desagradable a otro, sólo para hacerle perder el control. Era
una táctica que había empleado con ellos en más de una ocasión.
—¿Cómo pudo… un feroz guerrero Vikingo… hacerse un Escocés?
—Te lo dije —silbó Rurik—. Eso fue un malentendido. No me hice un Escocés.
—Supongo que comerás haggis ahora —comentó Tykir con un suspiro exagerado—, y
tocarás las gaitas.
—No, no he desarrollado un gusto por el haggis, y Bolthor es el que ha tomado las
gaitas como su arma de elección.
—¡Por las pelotas de Odin! No me digas —dijo Tykir en un aparte a Rurik, para no
ofender al skald—. ¿Bolthor toca las gaitas… y recita poesía?
Rurik afirmó con la cabeza y clavó una sonrisa malvada en su cara.
—Y puedo garantizarte, que estará haciendo ambas cosas para ti en Dragonstead este
invierno.
Tykir lo miró como si hubiese sido desnucado.
—Pero tienes un hijo —indicó Eirik, apaleando todavía a la denominación Campbell
que había sido dado a Rurik por el clan de Maire—, quién será un día un laird escocés.
—Sí, pero ser el padre de un muchacho escocés no me hace un Escocés. ¡Oh, de qué
sirve! Ustedes creerán lo que quieran de todos modos.
—Rurik tiene razón. —Era Bolthor el que vino en su defensa, para sorpresa de Rurik
—. No se hizo Rurik Campbell debido a Pequeño Jamie. Se hizo Campbell porque es su
héroe.
Rurik gimió en voz alta. Sólo podía predecir lo que Bolthor diría después, y por lo
visto todos los demás, porque sonreían abiertamente de una oreja a otra.
—Este es la saga de Rurik el Mayor —comenzó Bolthor.
—Oye —Tykir protestó.
—Si sabes lo que es mejor para ti, te detendrás ahora mismo —aconsejó Rurik a Tykir
en un susurro.
Pero Tykir cometió un error al decir:
—Pensé que se suponía que yo era el gran. ¿Recuerdas, Bolthor, que siempre solías
decir, «Esta es la saga de Tykir el Grande»?
Rurik empujó su vaso al lado y presionó su cara a la mesa. Sólo amentaba no poder
dormirse y despertar cuando esa completa pesadilla hubiese terminado.
—Oh, tienes razón en eso, Tykir —explicó Bolthor—, pero Rurik me recordó que
«Grande» era tu título; así qué, lo cambiamos por «Mayor».
—Menos cuando perdió su destreza —interpuso Toste con una sonrisita—. ¡Hoo-eee!
No era tan mayor entonces.
—¿Su destreza? —Tykir, Eirik, y Selik preguntaron.
Rurik gimió contra el tablero, donde su frente todavía descansaba.
—Sí, olvidó como hacerle un or-gas a una mujer en las pieles de cama, pero no teman
—parloteó Toste—, finalmente recuperó su destreza.
Tykir puso sus labios cerca del oído de Rurik y susurró:
—¿Significa realmente or-gas lo qué creo que significa?
—Sí. Y juro, Tykir, si no te llevas a tu skald a casa contigo al Northlands, voy a
llevarme tu capacidad de or-gas.
Tykir y todos los demás en la mesa se reían histéricamente.
Bolthor ya se lanzaba a su última saga, para mortificación de Rurik. Lo bueno era que
nadie podría decir que se ruborizaba… porque ciertamente lo molestarían por ser un
Vikingo que se ruboriza, y Bolthor diría un poema sobre ello para sería recordado hasta la
posteridad.



Había una vez un guerrero Vikingo
Quién adoraba la gloria de la guerra,
Pero vino a Escocia
Dónde la gente llego a entender
Qué aquí estaba una figura
Qué era más que un soldado.
Era un héroe,
Completamente.
Por eso ahora es llamado
Rurik, el Vikingo Escocés.



Un silencio atontado siguió a la saga de Bolthor, lo que era la respuesta habitual.
Finalmente, Tykir aclaró su garganta, luego comentó:
—Has refinado tus habilidades de rima, Bolthor.
Abandonando la modestia, Bolthor afirmó con la cabeza en acuerdo.
—Debo decirte, sin embargo, Tykir, que Rurik me ha dado mucho más material para
sagas de lo que alguna vez tú hiciste. Está: «Rurik el Vano», «El Vikingo Que Perdió Su
Destreza», «Rurik el Vikingo Ciego», «Rurik el Vikingo Escocés», «El Sexo y el Vikingo
Solo», «Sobre la Práctica de los Vikingos de Nombrar su Pene.», «El Vikingo Bolas
Azules», y tantas otras.
Rurik entonces giró su cara que descansaba en su mejilla sobre la superficie de la
mesa. Luego abrió un ojo. Bastante seguro, todos lo contemplaban, con la boca abierta por
la incredulidad. Costaba mucho ver a un guerrero Vikingo incrédulo. Pero lo hizo. Y no
era un gran logro.
—Por supuesto, pienso que Toste y Vagn podrían ser buenos temas para algunas de
mis próximas sagas —siguió Bolthor.
Toste y Vagn no podrían haber parecido más horrorizados si hubiera sugerido que se
cortaran sus partes masculinas.
—Sí, puedo ver todas las posibilidades de los gemelos. «Sexo con una Bruja Astuta».
«Vikingos con Atributos Extraordinarios». «Lo que los Gemelos Vikingos Pueden Hacer
En las Pieles de Cama y Otros no Pueden».
Ahora fue el turno de Rurik para sonreír abiertamente. Quizás todavía había
esperanzas para él. Quizás Bolthor decidiría echarle el guante a los gemelos y dedicar su
vida poética a sus aventuras.
Pero entonces Selik inclinó su cabeza al lado y preguntó:
—¿Por qué todos los hombres aquí han atado los arcos de hilo en sus dedos medios?
—Bien, realmente, puedo contestar eso —ofreció Stigand, que había estado callado
hasta ahora.
Rurik se levantó repentinamente, sin esperar la larguísima respuesta que estaba seguro
Stigand daría… una que lo haría parecer de alguna manera aún más estúpido.
—¿Dónde vas? —preguntó Eirik con una sonrisa conocedora.
—Al garderobe.
Pero lo que pensaba era que le gustaría encontrar el escondrijo de Maire y esconderse
con ella allí durante un día o más… o una semana.



Tykir lo esperaba en el pasillo fuera del garderobe. No era un buen signo. Tampoco era un
buen signo que Tykir tuviera una expresión seria en su cara por lo general traviesa.
—Estoy preocupado sobre ti, Rurik —dijo Tykir directamente.
—¿Por qué?
—No eres tú mismo.
¡Hah! ¡Esa es una subestimación!
—Me tomará algún tiempo acostumbrarme a la paternidad, eso es todo.
Tykir sonrió.
—¿Es una cosa maravillosa, no… ser padre?
Rurik sonrió.
—Sí, lo es. Nunca pensé en ser padre… no estoy seguro de por qué. Tampoco ansié
pasarle mi sangre a otro. Pero me encuentro sonriendo abiertamente de la manera más
ridícula cuando contemplo al niño.
Tykir afirmó con la cabeza entendiendo. Luego sacó el tema que Rurik había estado
evitando.
—¿Y Maire?
—¿Maire?
—¿La amas?
Rurik rechazó contestar. No fue deliberadamente grosero. Sinceramente, no sabía la
respuesta.
Para su consternación, Tykir comenzó a reírse a carcajadas.
—No puedo imaginar por qué es tan gracioso que quizás esté enamorado de una bruja
escocesa. —Miró a su amigo, que tanto se parecía a él, luego admitió—: Bueno, bueno, es
bastante gracioso. Una broma mía. De hecho, la broma suprema de los dioses en una vida
de bromas a costa mía.
Tykir sacudió su cabeza, lágrimas de alegría nublaban sus ojos.
—Por otra parte, alomejor es un regalo de los dioses.
Ahora tenía algo en qué pensar.
18

ERA ya la tarde, y celebraban otro banquete… esta vez en honor a sus invitados. Lo
bueno era que había mucho alimento de la noche anterior.
Rurik se sentó al lado de Maire, vestido con ropas lujosamente bordadas que harían
sentirse a un príncipe orgulloso. Ella había logrado encontrar un viejo arisaid de suave
lana verde esmeralda, con trenzado de oro, anterior a su boda… una ropa absolutamente
conveniente… pero odió el hecho de que Rurik fuera más atractivo que ella, tanto en
forma como indumentaria. Su pelo era una masa de rizos rojos, ya que había sido incapaz
de peinarlo correctamente después de su baño improvisado en el lago.
Tykir, el amigo de Rurik del Norte, se había tomado la libertad hacía poco tiempo de
tirar un mechón pelo de Maire y mirar con una expresión perpleja en su cara cuando este
saltó en un rizo apretado. Había echado un vistazo al pelo rojo de su esposa, luego a ella,
antes de comentar a Rurik:
—¡Otra diosa pelirroja!
Rurik —el palurdo— murmuró algo entre sí que sonó como:
—Las mujeres Pelirrojas… son la plaga de Dios a los hombres.
Ella le había dado un codazo a Rurik en las costillas, con fuerza, por aquel insulto,
pero apenas lo había perturbado. No sólo era un imbécil, sino también por lo visto
insensible.
Los amigos de Rurik parecían encontrar sus acciones inmensamente divertidas.
Le gustaría retorcerle el cuello… no sólo por forzarla a salir del aislamiento, sino por
sentarse en la mesa alta con ella, como si todo entre ellos estuviera bien y arreglado,
cuando sabía igual ella que todo era un caos. Oh, había logrado seducirlo en el lago, pero
mira como había resultado. Y, realmente, no pensó que tuviera muchas seducciones más
bajo su cinturón, por decirlo así.
En circunstancias normales, se habría divertido. Una persona no podía menos que
querer a sus amigos. Eran atractivos y encantadores y llenos de alegría.
Incluso la pareja mayor, Selik y Rain, que tenían que haber visto cerca de cuarenta
inviernos, eran sorprendentemente adecuados y agradables a la vista. Rain, quién según se
afirmaba era una curadora famosa en Gran Bretaña, igualaba a su marido en su gran altura,
y en su pelo rubio también, incluso en los hilos grises. Habían traído a cuatro de sus ocho
niños naturales con ellos, entre los diez y diecisiete años. Habían dejado a los otros cuatro,
más muchos hijos adoptivos, en un orfanato que hicieron construir fuera de la ciudad
comercial de Jorvik en Northumbria, bajo el cuidado de una mujer joven llamada a Adela
y un anciano llamado Ubbi.
Ya Rain había llevado a Maire aparte y le había preguntado si podría haber un lugar
aquí en Beinne Breagha para unos pocos jóvenes que buscaban comerciar. Maire había
estado de acuerdo rápidamente, especialmente desde que tantos hombres y muchachos
habían perdido sus vidas los pasados años en guerras o enemistades con el MacNabs.
Necesitaban sangre nueva en el clan Campbell.
Luego estaba Eirik, guapo de una manera oscura, el Señor de Ravenshire en
Northumbria, que debe haber visto cerca de cuarenta inviernos. No tan guapo como Rurik,
por supuesto, pero nadie era tan guapo. Era hombre medio vikingo, y medio sajón, trajo
con él a su esposa Eadyth, que era la mujer más hermosa que Maire había visto alguna
vez, con su pelo rubio de plata y ojos violetas. Sobre su sedosa cabellera, llevaba puesto
un kran-sen Nórdico, un aro dorado con lirios decorados en relieve. Aunque ya estaba a la
mitad de sus treinta años, la piel cremosa de Eadyth no mostraba ningún signo de
envejecimiento. Esta pareja había traído con ellos al hijo ilegítimo de Eadyth, John, un
muchacho de dieciséis años que ya hacía que las chicas escocesas de millas alrededor se
desmayasen. Había sido adoptado por Eirik, por supuesto, como las dos hijas ilegítimas de
Eirik, Larise de diecisiete años y Emma de quince años. John y Jostein se habían hecho
por lo visto grandes amigos, y ambos tenían los ojos puestos en dos de las hijas de Rain y
Selik. Además de aquellos tres niños, Eirik y Eadyth también habían traído cuatro que
habían tenido juntos, todos muchachos, y completamente bulliciosos.
Jamie estaba en el momento de su vida con toda esa compañía joven. Bestia y Rose se
divertían, también, si todos ladridos y maullidos eran alguna indicación.
Maire estaba asombrada de que esta noble pareja abiertamente reconociera la
ilegitimidad de algunos de sus niños, pero estuvo igualmente asombrada cuando le dijeron
que Eadyth era una mujer de negocios consumada que vendía los productos de sus
colmenas en los mercados de Jorvik, aguamiel, panales, y velas, todo con regularidad.
Finalmente, estaba Tykir, el hermanastro de Eirik y el mejor amigo de Rurik en el
mundo. Oh, un compañero de ojos malvados, y bromista era Tykir, a pesar de tener…
aproximadamente treinta y cinco años más o menos. Tan vanidoso como Rurik, se
trenzaba su pelo en un sólo lado, donde un pendiente de rayo pendía de su oreja.
Acariciaba constantemente a su esposa pelirroja, llena de pecas, que tenía menos de
treinta, y la miraba con abierta adoración… cuando no pellizcaba sus nalgas… o ella no
pellizcaba las suyas. Alinor tenía a su hijo de dos años, Thork, que estaba sentado en su
regazo retorciéndose ahora mismo, y criaría otra vez… a mediados del invierno.
Los tres amigos de Rurik estaban usando arcos rojos de un tamaño bastante largo en
sus dedos medios. Cuando Alinor le había preguntado por su propósito, Tykir se lo había
dicho, en términos directos. Le dio una palmada en los hombros, y lo había reprendido.
—¿Qué mentiras te han estado contando, estúpido?
—Es sólo una precaución, esposa —se había reído.
Eadyth había sonreído abiertamente por el arco de su marido y había comentado:
—Un poco idealizado, ¿no crees?
—No bastante grande —había discrepado Eirik.
Alinor se dirigió a Rurik ahora.
—¿Te irás con nosotros en dos días? Tykir y yo planeamos pasar varios en Greycote y
luego en Ravenshire, antes de volver al Norte para el invierno. Nos gustaría tu compañía.
—Más bien te gustaría tenerme para molestarme, Alinor. Juro, que es tu mayor
pasatiempo —respondió Rurik con sequedad.
Alinor le sacó la lengua, y Maire pensó que era la cosa más escandalosa que una noble
señora podía hacer. Rurik y Tykir se rieron de sus payasadas, sin embargo, y su hijo,
Thork, pensó que era una gran broma, y lo hizo repetidamente él mismo.
—Pues, no —contestó Rurik—, no dejaré Escocia… no todavía, de todos modos.
El corazón de Maire saltó de un golpe. ¿Qué quiso decir? ¿Se quedaría más tiempo
debido a Jamie? ¿O había logrado su seducción derretir la pared de resentimiento que lo
había rodeado? ¿Tenían un futuro? ¿O era un indulto temporal?
Inclinándose, trató ver mejor la cara de Rurik. Fue cuando el pendiente de ámbar
resbaló hacia adelante, saliéndose de su vestido.
Los ojos de Alinor inmediatamente se fijaron en el collar.
—¡Oh, mi Dios! ¡El regalo de novia! —Con una sonrisita, se giró hacia Rurik y lo
regañó moviendo un índice—: ¡Qué pícaro! No nos dijiste que ese precioso trozo que
seleccionaste para un regalo de novia era para tu bruja escocesa.
Rurik hizo un sonido ahogado, que gorjeó profundamente en su garganta, y palideció.
—¡Alinor, calla tu lengua!
Fue Tykir quién habló después.
—Pero pensé que el collar fue escogido para Theta… como un regalo de novia… una
vez que te quitaras la marca azul y se casase contigo… en las Islas Hébridas… donde
compraste la tierra y… —las palabras de Tykir fueron lentas, luego pararon de repente
cuando comprendió su error.
Maire llegó a la misma comprensión, sólo momentos después. Su piel al instante se
humedeció, y su garganta se cerró mientras traspasaba a Rurik con una expresión herida.
El bribón parecía culpable como el pecado.
—Maire, puedo explicarte…
¿Explicar? ¿Qué debía explicar? Rurik estaba prometido en matrimonio con otra
mujer. Me dio un collar elegido para su novia. Soy la mujer más tonta, patética de toda
Escocia… no, del mundo entero.
—¡Oh, mi Dios! —dijo Alinor—. ¿Lo hiciste, Rurik? Dime que no hiciste una cosa tan
imbécil.
Pero el estupor dio paso a la furia y Maire ya estaba de pie, desabrochándose el collar.
Lanzándolo a la mesa delante de Rurik, declaró con voz helada:
—Espero que te hayas ido antes del amanecer.
—Ahora, sólo espera un minuto —protestó Rurik.
—Te odio —barbotó, lanzándole las palabras como piedras.
—No me puedes odiar. Me dijiste que me amabas.
Todas las mujeres en la mesa exclamaron:
—¿Lo hizo? —como si eso fuera muy importante.
Maire enseñó los dientes en un gruñido.
—Me retracto.
—No puedes retractarte. Uh-uh. Sobre todo no en dos días. Me amas, y eso es así.
—Eres el mayor infame, insensible, lascivo, traidor, imbécil, animal de dos patas que
camina por la tierra.
—¿Cuál es tu punto?
—¡Oooooh! Te mostraré mi punto, estúpido.
Tomó un vaso enorme de uisge-beatha y lo tiró en su aturdida cara.
Luego salió orgullosamente del ahora silencioso Salón. Una vez que llegó a su cámara,
sin embargo, se hundió en sus rodillas y lloró violentamente por todo lo que había perdido
ese día.



Toda esa noche, y la mañana siguiente, Rurik golpeó la puerta de Maire, pero ella rechazó
responder. Podía oír su llanto, sin embargo, se le rompió el corazón y trajo lágrimas a sus
ojos.
—Puedo explicarlo. Realmente —le había dicho al principio.
Luego:
—Alinor, Eadyth y Rain me han convencido… soy un repugnante, patán imbécil.
Después:
—Quiero que tú tengas el collar, Maire. Fue hecho para ti… quiero decir, pienso que
profundamente dentro de mí siempre lo quise para ti, no para Theta.
—Acerca de Theta… —había tratado de explicar—, nunca la amé, o algo así. Fue sólo
que todos mis amigos se habían asentado felizmente y eso parecía lo correcto. Ya
lamentaba mi decisión mucho antes de entrar en Escocia.
—He despedido a todas las brujas —le informó a media mañana—. Con un gran
riesgo para mí mismo, podría añadir. Varias me lanzaron hechizos, pero les dije que tenía
mi propia bruja personal para quitármelos. Tú… no Cailleach, quién se niega a marcharse,
por cierto. No deja de reírse de mí, o chillar. ¿Por qué supones que es? Pienso que me
lanzó un mal de ojo. Eso, o su ojo ha desarrollado una contracción nerviosa.
—Jamie me ha dado una patada en mis espinillas. Y puso babosas en mi ale esta
mañana. Mejor sales y lo reprendes, Maire. Realmente, era leche, no ale. ¡Puf! Las vacas
todavía no dejan de dar leche, y algunos de los gatos parecen que estallarán ¿Quién alguna
vez oyó de un Vikingo que bebiera leche? Bolthor ha creado ya una saga acerca de eso.
—Tengo hambre. El cocinero no me dará nada —dijo al mediodía—. ¿No estás
hambrienta, Maire? ¿Te marchitarás, y luego qué serás? Tendré que comerme el haggis
sobrante. Oh, oh, oh.
Repetidas veces, siguió volviendo para repetir sus diferentes súplicas.
—Estoy solo. Nadie me habla, ni siquiera Stigand, Bolthor, Toste, Vagn, o Jostein.
Bolthor arregló una nueva saga, además de la leche. Se llama «Rurik el Jodido Vikingo
Estúpido». ¿Qué piensas de eso?
—¿Adivina qué? Alguien finalmente ha hablado conmigo. Stigand. Y no lo creerías si
lo vieras. Está bien afeitado y su pelo recortado. Juro, está realmente guapo… no tan
guapo como yo, por supuesto, pero más que pasable. No es esa la parte más increíble.
Stigand está enamorado. De Nessa. Van a casarse y vivir aquí en las Highlands. ¿Crees
que saldrás para entonces?
Más tarde:
—Contéstame, brujita, o voy a ordenar que Bolthor venga a tocar las gaitas fuera de tu
puerta.
Luego:
—La Lanza te echa de menos.
—Si no sales pronto, iré a jugar con mi cota de malla… solo.
—Me aburro. Si no sales, tendré que ir a buscar una guerra para luchar.
—Te arrepentirás.
Repetidas veces, Rurik se paseó de arriba abajo por la escalera y el Salón hacia la
puerta de Maire, en vano. Desarrollaba algunos músculos realmente buenos en sus
pantorrillas y muslos con todo lo que subía… no que no fuesen buenos ya.
Viejo John comentó después de un tiempo:
—La campana agrietada no necesita ser reparada. —Cuando Rurik sólo frunció el
ceño, tradujo—: Algunas cosas no pueden ser arregladas.
Rurik se negó a creer eso, incluso cuando Nessa añadió su opinión:
—Toda su labia no sacude ninguna cebada.
Finalmente, Alinor se compadeció de él y lo apartó para hablarle. Ella era la persona
más entrometida, pero era una mujer. Debía saber cosas… cosas que él, un hombre
humilde, no hacía. No, que se refiriera alguna vez a sí mismo como humilde en su
presencia.
—Tengo la respuesta —anunció sin el preámbulo—. Dile que la amas.
—¿Eso es? ¿Ese era tu gran consejo? ¡Pfff! A propósito, pienso que te han crecido más
pecas mientras no he estado en Dragonstead. Escupitajo del diablo, así es como siempre
he oído que las llaman. ¿Ha estado escupiéndote Satanás últimamente? ¡Ouch! ¿Por qué
me golpeaste?
—Hazlo —ordenó ella. Con las manos en las caderas, el vientre sobresaliente como si
se hubiese tragado un pequeño canto rodado, pareció a una fiera encinta… lo que era.
—¿Qué pasa contigo y Tykir y sus insinuaciones de que debo amar Maire?
—¿Tykir te dijo que estás enamorado? —Sus cejas rojas se arquearon con asombro.
Luego sonrió extensamente—. Bien, eso lo resuelve entonces. Debes estar enamorado.
—Qué no, eso no es lo que dije… fue lo que él dijo… lo que significaba. Oh, ¡Dios
Mío!, ¿Adónde vas ahora?
—¡Eadyth! ¡Ran! ¡Vengan rápido! —Alinor gritaba cuando anadeó bajando al Salón
—. Acabo de averiguarlo. Rurik está enamorado. Tenemos una boda que planear. Díganle
al Cocinero que prepare un haggis. A los hombres que vayan a cazar un verraco. A Bolthor
que preparare una saga nupcial. A la bruja, Cailleach, que hechice la maldita puerta de la
cámara para que se derrita.
Rurik presionó su frente contra la puerta y suplicó:
—Maire, tienes que salir. Las cosas se ponen realmente, realmente mal.



Era media tarde, y los golpes comenzaban otra vez.
Maire echó un vistazo al tapiz, en la cual había estado trabajando diligentemente todo
el día, y se preguntó con qué idea extraña Rurik saldría para convencerla esta vez que
debía dejarlo entrar.
Pero no era Rurik esta vez.
—Maire, déjanos entrar, por favor. Soy Alinor.
—Y Eadyth.
—Y Rain.
¿Realmente quería ser atormentada por más personas que pensaban que sabían lo qué
era mejor para ella? ¿Por otra parte, quería ofender a sus invitados?
—Entren —llamó ella.
Las tres señoras barrieron en su cámara con las cejas arqueadas… sin duda porque la
puerta no había sido cerrada con llave.
—La abrí esta mañana cuando fui a visitar el garderobe y robar algún alimento en la
cocina.
Alinor sonrió abiertamente.
—¿No informaste a Rurik de eso?
—Por supuesto que no.
—¡Ooooh! Pienso que voy a quererla —dijo Alinor a las otras señoras—. Ella será
muyyy bueno para Rurik.
Eadyth y Ran afirmaron con la cabeza, también sonriendo abiertamente.
—Debo decirte, directamente, que si vienes a rogar por Rurik, olvídalo.
—¿Haríamos eso? —Las tres pusieron sus palmas en sus pechos para indicar su
inocencia—. El imbécil no te merece —dijo Alinor, su portavoz.
Bien, era verdad. Rurik no la merecía, pero no estaba segura de qué quiso indicar
Alinor con eso… o por qué decía que era un imbécil.
—No quiero nada con ese hombre.
—Puedo entender eso —dijo Eadyth—. ¿Cómo pudo ser tan insensible?
—¿O cruel? —añadió Rain.
—¿O idiota? —añadió Alinor después.
Las señoras se pusieron detrás de ella para examinar su tapiz.
—¡Oh, Maire, es exquisito! —Declaró Rain y tocó la tela tiernamente.
—Lamento no tener tal habilidad con la aguja —Eadyth convino con un suspiro—. Ay,
mis talentos están más con la crianza de abejas… no en un talento tan femenino.
Maire comenzó a protestar porque había oído de la miel y el aguamiel maravilloso que
Eadyth producía y vendía, sin contar sus inusuales velas, pero antes de que las pudieran
decir algo, Rain habló.
—Soy una buena doctora… no lo niego… pero tanto de mi vida está implicado con
tristeza y muerte. Siempre lamenté no poder crear belleza. —Ella inhaló y exhaló
fuertemente con pena, luego preguntó—: ¿Son tú, Jamie y Rurik? ¡Qué familia tan
encantadora forman!
Maire casi guardó el tapiz, y era verdad… no podía esconder que la figura masculina
era Rurik. No podía haberlo hecho de otra manera. ¿Pero una familia? No, nunca lo serían.
Por alguna razón, tenía la necesidad de completar el trabajo, sin embargo, como un rito
que debía realizar para acabar con su fantasía. A partir de entonces, sería un recordatorio
de las absurdas nociones de una mujer que nunca podrían ser.
—Debes venir a Dragonstead algún día… en la primavera o verano cuando es más
hermoso… y hacer un tapiz para mí del querido hogar de Tykir —instó Alinor.
—Oh, realmente, no puedo prever un momento que yo…
—¡Alinor! ¿Tienes que pensar siempre tan rápido? Mi cerebro no puede reaccionar tan
rápidamente. Me gustaría que Maire hiciera un tapiz de Eirik y de mí en Ravenshire con
nuestra familia entera. ¿Serían demasiadas figuras para ti, Maire? —Sin esperar su
respuesta, Eadyth se tocó la barbilla pensativamente—. Quizás podría ir a Dragonstead en
la primavera, luego ir a Ravenshire al finalizar. —Giro hacia Maire, quién estaba sin habla
por esos pedidos. ¿No entendían que una vez que dejaran Escocia, no tendría conexión
con ellos, porque Rurik no tendría conexión con ella… aparte de Jamie?
Mary Bendita, estaba consiguiendo un dolor de cabeza.
—Oh, no podría —dijo Maire—. Tengo demasiado trabajo que hacer aquí en Beinne
Breagha. Y, además, el tapiz sólo es un trabajo ocioso. Tengo cosas más importantes que
hacer que tal frivolidad.
—¡Frivolidad! —las tres damas exclamaron como una.
Rain la acarició en el hombro.
—No hay nada frívolo en crear belleza.
—Eso es lo que dijo Rurik.
—¿Lo hizo? —Alinor ladeó su cabeza como si pensara en un gran enigma—.Alomejor
el mentecato promete, a fin de cuentas… muy profundamente en su interior.
—Tengo la respuesta perfecta —anunció Rain.
Maire no se había dado cuenta que había una pregunta que ser contestada.
—Rurik y Maire querrán pasar el invierno solos, aquí en las Highlands, después de su
boda…
Maire jadeó:
—No va a haber una boda… de todos modos no entre Rurik y yo.
—…pero viene la primavera, pueden hacer un viaje de boda al Norte, y…
—No va a haber boda.
—…en el verano, llegarán a Ravenshire, todavía en viaje de boda, y luego…
—No va a haber boda.
—…en el otoño, estarán en Jorvik para hacer mi tapiz, antes volver de su viaje de
boda a Escocia.
—No va a haber boda.
Las tres damas aplaudieron, como si acabasen de asentar el destino de Maire. No podía
permitir eso. Se levantó tan bruscamente, que casi volcó su taburete. Doblando sus brazos
sobre su pecho, afirmó con voz tan firme como pudo:
—No va a haber boda. No me casaría con el patán odioso ahora ni aunque fuera el
último hombre en la tierra. ¡Y se acabó!
—¿Realmente? —preguntó Eadyth—. Bien, puedo entender esto. Es un patán odioso.
—Pero, todos los hombres son patanes odiosos en algún momento — indicó Rain.
—Es verdad. Es verdad —Alinor estuvo de acuerdo—. Recuerdo el tiempo que Tykir
pensó que podía persuadirme con plumas.
—¿Plumas? —Maire se ahogó.
Alinor hizo rodar sus ojos.
—Sí. En las pieles de cama.
Maire casi se tragó la lengua ante aquella imagen en su mente.
—Por supuesto, fue después de que el imbécil me secuestrara y me entregara al rey de
Noruega, sólo porque pensó que era una bruja y había puesto una maldición sobre las
partes masculinas del rey, fue derecho al grano. —Sonrió abiertamente después de
entregar la descripción prolija de uno de los estúpidos actos de su marido.
Sí, Maire se iba a tragar su lengua, seguro.
Eadyth se rió de una manera que implicó que sabía más de esas historias y por la
manera en que se reía, así era.
—No peor que mi Eirik. No me llevó a la cama las primeras semanas que estuvimos
porque equivocadamente pensó que era una vieja bruja. ¡Hablando de idiotas! ¿Puedes
imaginar eso?
Maire no podía.
Una expresión nostálgica pasó por la cara de Rain, como si estuviese perdida en los
recuerdos.
—No soy tan vieja que no pueda recordar el momento que Selik estableció un orfanato
para mí para reconquistarme. ¡El estúpido! ¿Me preguntó alguna vez si quise adoptar a
docenas de niños sin hogar? No. Él sólo estúpidamente cometió un error.
Maire entrecerró sus ojos, de repente comprendiendo que esas tres damas… esas tres
damas desviadas… intentaban manipularla.
—No voy a casarme con Rurik —afirmó ella.
—Absolutamente no —dijeron las tres damas. Mientras tanto, cada una sacó
longitudes de hilo y comenzó a medir sus hombros, corpiño, cintura y caderas, piernas y
brazos.
—¿Q-qué hacen?
Todas miraron hacia otro lado, culpables como el pecado, y dijeron:
—Nada.
Pero oyó el susurro de Alinor a las demás:
—El mismo tamaño que yo, excepto un poco más en el corpiño.
Entonces, todas la miraron fijamente con completa inocencia.
—No va a haber una boda —repitió otra vez.
Alinor agitó una mano despreocupadamente.
Luego se alejaron, dejando a Maire con mucho que pensar, después de cerrar con llave
la puerta detrás de ellas. ¿Realmente odiaba a Rurik? ¿Consideraba sus delitos
imperdonables? ¿No había pecado contra él, también, ocultando el nacimiento de Jamie
por tanto tiempo? ¿La había perdonado Rurik por aquel delito? ¿Era menos indulgente?
Se enderezó con resignación. Todas estas preguntas eran inútiles porque, después de
todo, el hombre estaba comprometido con otra mujer.



—Tengo un trato para ti. Heh, heh, heh.
Rurik había estado bebiendo a sorbos el mismo vaso de uisge-beatha la pasada hora y
no estaba de humor para más abusos de la vieja bruja Cailleach, pero ya que era la única
en la maldita fortaleza dispuesta a hablar con él, dijo:
—¡Qué demonios! —Entonces le hizo señas para que se sentara en el banco frente al
suyo en la mesa.
La bruja, que parecía especialmente vieja y ojerosa hoy —debía haber estado bebiendo
una de sus propias infusiones horrorosas— desechó su oferta de una bebida. En cambio, se
sentó en el banco y fue derecho al grano.
—He echado las runas y he llegado a la conclusión que no eres nada bueno para
Maire.
—¡Hah! ¡Tú y cada persona de la creación! ¿Qué hay de nuevo?
—Con tu sarcasmo no ganarás nada, muchacho. —Ella lo estudió de la manera más
encantadora, haciendo a Rurik moverse con inquietud—. Si es un nuevo niño nacido de tu
semilla lo que te preocupa, olvídalo. No será otro niño la razón que te retenga aquí.
—¿Q-qué?
—La semilla que derramaste dentro de Maire cuando copularon en el lago… no tomó.
Están libres de esa carga.
Así qué Maire no estaba embarazada. No se molestó ni siquiera en preguntar como
Cailleach sabía tal cosa y tan pronto. Aunque se había convertido en un imbécil, de todos
modos, aceptó que la vieja bruja tenía talentos. Rurik debería haberse sentido aliviado por
que Maire no estaba embarazada, pero, de una manera rara, no lo estaba.
—Márchate, Cailleach. No estoy de humor para sus juegos de bruja.
—¿Estás de humor para quitarte la marca azul?
Eso obtuvo su atención. Se incorporó inmediatamente.
—¿Puedes quitarme la marca?
—Puedo… si quiero.
—¿Y qué te haría querer hacerlo? —Rurik sospechó que no le iba a gustar la
respuesta.
—Un trato. Tú consientes en dejar Escocia, solo, y te quitaré la marca azul.
Había tenido razón. No le gustó la respuesta.
—¿Tanto te disgusto?
—No me disgustas en absoluto. Sinceramente, más bien me gustas. Pero no serías un
buen hombre para Maire.
Rurik se sintió insultado. No estaba tan seguro sí sería un buen compañero, tampoco,
pero no necesitaba que una vieja bruja se lo dijera.
—Oh, que no se te alboroten tus entrañas —aconsejó Cailleach—. Maire necesita a
una persona estable en su vida. Alguien que se quede… que esté aquí, para ella y el
muchacho, no sólo en una crisis, sino todos los días. No es una vida muy emocionante,
¿verdad? no para un Vikingo, de todos modos.
Rurik no estaba tan seguro de eso. La aventura ya no lo reclamaba como antes. Y
había disfrutado de la monotonía diaria de la vida en Beinne Breagha durante el corto
tiempo que había estado aquí. ¿Se aburriría después de un tiempo? Pero, no, recordando el
tapiz de Maire y como se había sentido al contemplar la escena, sospechó que el
aburrimiento no sería un problema.
—Y con un hombre que es incapaz de amar… bien, ¿qué tipo de relación sería para
Maire?
—¡Amor, amor, amor! Estoy enfermo de la molleja, de tanto que la gente me dice que
debo estar enamorado de Maire.
Las cejas grises de Cailleach se arquearon ante su vehemente respuesta.
—¿Quién ha estado diciéndote eso?
—¡Tykir… Alinor… Eirik… Selik… Jamie… todos!
Cailleach sonrió extensamente hacia él entonces, como si le hubiese dado la respuesta
correcta, y Rurik no sabía ni siquiera cual era la pregunta.
—Relaja el cuerpo, muchacho —dijo Cailleach entonces, avanzando para estrecharle
la mano en un potencial acuerdo—. ¿Cuánto odias la marca azul?
—Inmensamente.
—¿Dejarás Escocia… a cambio de eliminarte la marca azul?
No vaciló antes de sacar su mano de su huesudo apretón.
—¡No!
—¿No?
—¡No! —Rurik no tenía ni idea de lo que su respuesta significaba. Sólo sabía que no
cambiaría a Maire por una cara perfecta, y eso era lo que la oferta de Cailleach
significaba. No pensó que realmente se quedaría en Beinne Breagha, pero en el futuro no
quería que nadie dijera que había vendido su integridad por el precio de la vanidad.
La bruja se levantó de su asiento entonces con una sonrisa sigilosa, no tan infeliz como
Rurik habría esperado.
—Espero que sepas lo que todo eso significa. Acabas de darte la llave para solucionar
tu dilema.
¿¡Eh!? ¿Qué llave? ¿Qué dilema? Reflexionó en su mente sobre lo qué la bruja había
estado insinuando, y luego comprendió. ¿Cómo podría haber pasado por alto un hecho tan
simple?
Miró fijamente a Cailleach, quién afirmó con la cabeza, y murmuró para sí cuando
salió:
—No es tan estúpido como pensé que era… para ser un Vikingo, que lo es.



Al final, Rurik decidió resolver el callejón sin salida al modo de todos los hombres
Vikingos. Por la fuerza bruta.
Maire había implicado hacía tiempo que le gustaría un caballero de brillante armadura.
Bien, maldición que iba a conseguir uno. La única dificultad era, que la armadura que
había encontrado en el cuarto de guardia del castillo no era muy brillante; de hecho, estaba
toda oxidada en algunos lugares.
Pero, maldición, se sintió bien por primera vez en lo que parecía una eternidad…
aunque sólo hubiera sido menos de un día. Como un soldado, estaba acostumbrado a la
acción agresiva, no a recostarse esperando que algo sucediera. Además, no le gustó mucho
andarse quejando, y suplicando como la criatura en que se había convertido.
Sí, la fuerza bruta era la mejor estrategia. Realmente, los hombres a lo largo del tiempo
habían estado resolviendo sus dilemas con las mujeres de modo más o menos igual.
Maldición, Adán había tenido probablemente a Eva en sus manos un momento o dos,
antes de que ella lograra que los sacaran de una patada del Jardín del Edén. ¿No era justo
eso lo que le gustaba una mujer, por cierto?
Rurik caminó a zancadas por el patio, a través del Gran Salón, con la hacha de guerra
de Stigand sobre su hombro. ¡Quién sabía que la maldita cosa era tan pesada! Mejor tenía
cuidado que no se le cayera o podría muy bien encontrarse con un miembro menos.
¡Maldito Calor! pero estaba de buen humor ahora que había resuelto arreglar esa
estúpida riña con Maire. Ni siquiera hizo caso de la gente mientras pasaba, que se quedaba
boquiabierta por como sonaba y crujía cuando caminaba.
Jamie lo detuvo en su camino, sin embargo, mirándolo con ojos llorosos de un niño
pequeño.
Se agachó al nivel del muchacho, casi golpeándose la cabeza con la hoja plana del
hacha. Agacharse en una armadura no era muy fácil, descubrió, y casi se cayó.
Acomodando el arma en el suelo como un refuerzo, puso una mano en la barbilla de Jamie
y la levantó.
—¿Qué pasa, hijo?
—¿Tú… vas a cortarle la cabeza a mi madre?
Rurik casi se rió en voz alta por eso, salvo que podía decir que el muchacho estaba
serio.
—Por supuesto que no. Nunca dañaré a tu madre… te lo dije antes.
—¿No? —Jamie parpadeó hacia él con esperanza.
—No —dijo Rurik, enderezándose y acariciando al muchacho—, sólo voy a romper su
puerta.



Maire acababa de terminar el tapiz y guardaba en su sitio las agujas e hilos de repuesto
cuando oyó un fuerte ruido, —muy fuerte— un ruido al intentar romper su puerta
trancada, seguido inmediatamente de otro. Por la sorpresa, casi atropelló el marco del
tapiz entero.
Hubo un tercer ruido, que hizo que la puerta temblara en sus goznes. Echó un vistazo y
vio la punta de una hoja metálica pegada a la madera, que inmediatamente desapareció…
para volver a empezar, supuso.
Rurik está tajando mi puerta, fue su primer pensamiento.
Su segundo fue, el hombre se está volviendo loco.
—¿Rurik, te has vuelto loco? —gritó sobre el ruido.
Hubo un bendito silencio por un momento.
—¿Te diriges a mí, Maire? —preguntó Rurik, seguido de un murmurado—:¡Alabado
sean los dioses!
—Sí, me dirijo a ti, estúpido —dijo ella, desatrancando y abriendo la puerta antes de
que tuviera la posibilidad de balancear el hacha otra vez. Y era una hacha de guerra grande
y fuerte, notó.
Pero eso no fue lo más asombroso.
Rurik estaba de pie ante ella en una vieja armadura que debía haber pertenecido a su
padre o uno de sus antepasados… el despojo robado de alguna incursión en tierras sajonas
o Normandas, porque los soldados escoceses no llevaban puesta la armadura metálica.
Sonrió hacia ella tentativamente, como si probara las aguas. La visera de su casco
metálico resbaló hacia abajo, sin embargo. Finalmente, se sacó el casco con exasperación
y lo botó en el pasillo, donde oyó que rodaba, luego golpeaba mientras caía por la escalera
de piedra.
Ella devolvió su sonrisa con un ceño fruncido.
Lo que inmediatamente causó que su sonrisa se convirtiera en un ceño fruncido,
también.
—¿Qué? ¿No te gustan los caballeros de brillante armadura ahora? Bueno, ¿cómo iba
a saber eso? Voy a entrar.
—Mejor lo haces, a no ser que quieras un auditorio para tu estupidez. —Señaló hacia
el pasillo y el hueco de la escalera, donde docenas de personas estaban apiñadas, tratando
de conseguir una ojeada de primera mano del idiota Vikingo en acción.
Él sacudió el hacha de guerra en su dirección y todos se alejaron. Entonces entró por la
puerta rota y la trabó detrás de él. No sólo caminó, sin embargo. Se movió pesadamente…
y chirrió.
—No hay ninguna necesidad de trabar la puerta —dijo ella.
—Sí, la hay —dijo él, avanzando hacia ella. Se detuvo a una pequeña distancia. Para
su consternación… o quizás no… notó el parpadeo sensual en sus ojos azules
tempestuosos—.Ya es tiempo de que terminemos esta estúpida riña. —Él ya comenzaba a
sacarse la armadura, comenzando con las partes del brazo.
—¿Estúpida riña? ¿Estúpida riña? —chilló, empujando su pecho metálico inamovible.
Él no se desplazó ni un poco—. Esta «estúpida riña» implica tus esponsales con otra
mujer… y darme el obsequio de novia que fue pensado para ella.
—Ya te dije que el collar de ámbar debe haber sido pensado para ti. No habría
satisfecho a Theta, en absoluto. Sus ojos son marrones, no verdes, y prefiere mucho más
las piedras cristalinas, según recuerdo. —Dejó de hablar cuando comprendió que no
ayudaba a su causa. De modo qué comenzó a quitarse de nuevo su armadura.
Maire quedó desconcertada al ver que llevaba puesta la cota de malla flexible debajo.
—Incluso si acepto tu explicación en cuanto al collar —dijo—, está todavía el asunto
de tus esponsales. —Odió que sus ojos se llenasen de lágrimas; había pensado que se
habían agotado después de todos sus sollozos.
Agitó una mano despreocupadamente.
—Los esponsales ya no son un problema. He decidido que lo mejor es que tú y yo nos
casemos. —Rurik pareció confuso ante sus propias palabras, como si acabasen de salir
espontáneamente.
Lo contempló, insultada por su oferta poco entusiasta.
—¿Bigamia ahora? ¿Practicarías la bigamia?
—¿Bigamia? —él repitió sin entender—. Ah, quieres decir más de una. No, no me
permitiré esa práctica Nórdica de múltiples esposas.
—Habla claro, Vikingo. —Entrecerró sus ojos hacia él.
—Theta estuvo de acuerdo en casarse conmigo sólo si me quitaba la marca azul. Ya
que esa ya no una opción, los esponsales son inválidos. Informaré a Theta de ese hecho
por mensajero… Jostein y John, específicamente.
—¿Por qué el retiro de la marca azul ya no una opción? —Comenzaba a sentirse tan
idiota como el Escandinavo balbuceante ante ella.
Le lanzó una mirada que decía que ya debería saber la respuesta.
—Porque Cailleach me ofreció un trato. Me quitaría la marca azul si te dejaba y dejaba
Escocia para siempre. Y dije que no.
—¿Dijiste que no? —Ella retrocedió y se golpeó los hombros contra el pilar de la
cama, abrumada por el asombro. ¿Rurik la había elegido, sobre su propia renombrada
vanidad? ¿Cómo podía ser eso?
—Por supuesto. ¿Qué más pensaste que diría? —preguntó, ofendido. Ya se había
sacado la armadura ahora—. Hay otra cosa, Maire. Cailleach me dijo que no llevas a mi
niño… tú sabes, de nuestro acoplamiento en el lago. Lo lamento. Quiero decir, lo lamento
si tú lo lamentas.
¿No deja Escocia?
¿Me elige por sobre su vanidad?
¿Lamenta que no esté embarazado?
En ese momento, Rurik notó que su tapiz estaba terminado. Avanzó para examinarlo
más de cerca. Por un segundo, Maire podría haber jurado que vio una expresión de intenso
anhelo en sus ojos cuando tocó la tela, reverentemente.
—Maire, ¿no crees que la fantasía podría hacerse realidad?
Ella puso una mano en su boca, con miedo de creer lo que decía, con miedo de no
creer, también.
—Rurik, deja de hablar en acertijos. ¿Qué es lo que tratas de decir?
Dijo algo entre dientes, y Maire apenas podía respirar por lo que pensó que había oído.
Su cara estaba blanca y parecía incapaz de encontrar su mirada inquisitiva, incluso
mientras caminaba de nuevo hacia ella.
—¿Q-qué dijiste?
Levantó su cabeza y la miró directamente a los ojos. Parecía tan triste e inseguro.
¿Rurik? ¿Inseguro de sí mismo?, eso por sí mismo, era una casualidad asombrosa.
—Yo te amo.
Tres simples palabras. Eso fue todo. Pero eran todo para Maire, quién comenzó a llorar
en serio ahora.
—¿Lloras? ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Dije las palabras equivocadas.
—Oh, Rurik… —Puso su cara en sus manos y sollozó incontrolablemente—.Dijiste
las palabras correctas. Las palabras perfectas.
—Pero estás llorando —protestó, poniendo sus manos sobre sus hombros,
abrazándola. Y, oh, se sentía tan bien estar en sus brazos otra vez.
—De felicidad —ella lloró a lágrima viva.
—Aaaahh —dijo en forma desconfiada—. Lágrimas de felicidad.
—¿Piensas que podrías decirlo otra vez? —ella preguntó, retrocediendo para mirarlo
fijamente a la cara.
—Bien, no sé. —Fingió considerarlo—. Tardaron mucho tiempo en llegar, y no sé si
pueda manejarlas dos veces.
Ella le dio una palmada en el hombro.
Hizo una mueca de dolor, aunque probablemente ni sintió su golpe.
—Si insistes —dijo, y su cara fue de repente seria—. Te amo, querida. Bruja de mi
corazón. Dulce Maire de los Páramos.
Maire casi se desmayó por sus sentimientos expresados de un modo tan encantador.
—¿No piensas que podrías devolverme las palabras? —él preguntó con voz
vulnerable, de una manera rara. Pareció tan adorable cuando hizo la petición.
—Te amo, amado. Vikingo de mis sueños. Feroz Rurik de la Amada Marca Azul.
Sus palabras deben haberlo complacido, también, porque Rurik la besó entonces, y fue
un beso como ningún otro… un beso para siempre.
Más tarde, después de haber sellado su amor de otras formas entre las ropas de cama
de Rurik, él mencionó algo sobre sacar la cota de malla. Pero Maire tenía otras ideas. Le
preguntó, suavemente, cuando se arrimó contra su pecho:
—Oh, Rurik, ¿supongo que sabes dónde conseguir una serie de… uhm… plumas?



Y esta es la historia de como Rurik el Vano se hizo conocido como Rurik el Vikingo
Escocés. De hecho, sin sorprender a nadie, Bolthor compuso una saga acerca de eso, que
recitó a todos en la salvaje boda Vikingo/ Escocesa celebrada en Beinne Breagha unos
pocos días después:



El amor es un arma feroz,
Más fuerte que la lanza o el arco,
Puede hacer caer a un hombre,
Y levantarlo hasta el cielo,
Todo de un solo golpe.
Rurik era el guerrero más fuerte,
Temido y alabado por todos,
Pero cuando le llegó,
Una simple bruja escocesa
Fue su perdición.
Los Dioses tienen sentido del humor,
Eso lo saben todos,
¿Por qué más ellos han creado
El amor del hombre por la mujer
Excepto que necesitaron una broma en el cielo?
Nota del Autor

NO hay nada más irresistible que un Vikingo… a menos que sea un Vikingo Escocés. Y,
sí, hubo Vikingos en Escocia tan temprano como el siglo X.
Los primeros Escandinavos vinieron a Escocia antes del siglo IX… al principio, como
saqueadores, más tarde como colonizadores, buscando nuevas tierras para cultivar ya que
su Escandinavia natal se hacía atestada y corrupta por la política. Los primeros lugares que
ocuparon fueron las Islas Hébridas, el Orkney y las Islas Shetland, porque podían ser
fácilmente alcanzados por vía marítima desde su patria. Cuando se decidieron por el
continente, fue principalmente en áreas costeras estrechas, a diferencia de las amplias
regiones que aterrorizaron y se instalaron en Gran Bretaña.
Aunque haya escrito otras seis novelas de Vikingos, esta es mi primera aventura en
Escocia. Si pensé qué escribir novelas medievales sobre Vikingos en Gran Bretaña o
Noruega era difícil, fui atontada por todas las complicaciones que surgieron al ubicar esta
en las Highlands. Amo las novelas escocesas, pero, créanme, Escocia tiene un idioma
totalmente diferente, la cultura, la geografía, y las personas, tan diferentes, a pesar de ser
vecino de Gran Bretaña.
Con eso en mente, y por mis lectores modernos, he tomado algunas licencias literarias
e históricas y proporciono estas negaciones:

(1) Escocia. Hay un desacuerdo en cuanto a cuando Escocia primero tomó aquel
nombre, en vez de Pictland. Estoy en desacuerdo con esos historiadores que afirman que
el reino comenzó a ser llamado Escocia hacia el final del término de Constantine, que
murió en 952.

(2) Campbells. En gaélico, los seguidores del Clan Campbell fueron llamados Clann
UA Duibhne, después mac Duibhne de Duncan, y el nombre no cambió realmente a
Campbell hasta el siglo XIII. Los Campbells generalmente se asentaron en Argyll en
Escocia occidental. He colocado este pequeño subgrupo ficticio del clan Campbell antes
en la historia y en otra área geográfica.

(3) Idioma. Como los lectores modernos serían incapaces de entender el inglés
Medieval hablado en Gran Bretaña en aquél entonces, serían igualmente incapaces de
entender el gaélico, que era la lengua principal de Escocia durante el siglo X, no el idioma
de los Escoceses, que es realmente un inglés de las Tierra Bajas del siglo XII, realmente
varios dialectos regionales que evolucionan del inglés del siglo XII.

(4) Clanes. Los nombres de clan, en sí, no fueron usados en el siglo X. Había grupos
de personas similares a clanes, y la palabra clan/clann fue usada durante ese período, y
antes, ya que significa niño o niños, pero no se utilizó como parte de un nombre propio.
Realmente, si iba a ser estrictamente correcta (que decidí no ser) el «mac» debería ser
dejado caer como redundante; por lo tanto, una persona no diría el Clan MacGregor o
Clan MacNab, sino en cambio Clan Gregor o el Clan Nab.

(5) Nombres. En la tradición oral gaélica, un hombre era mejor conocido por el
nombre de su padre y abuelo que por su lugar del origen u otras descripciones. Los
lectores modernos conseguirían un dolor de cabeza con éstos designaciones a menudo
larguísimas, y las designaciones difíciles de pronunciar en gaélico, que cambiaban con
cada generación y con mujeres que a menudo tomaban el nombre de su marido. Por
ejemplo, Alasdair Maclain el MhicCaluim era Alexander, el hijo de John, el nieto de
Calum.
(«La Evolución de los Clanes»:
http: // www.highlandnet.com/info/misc/clans.html)



En Escocia, como en muchos otros países de aquel tiempo, dieron sólo a la gente un solo
nombre descriptivo, como John Dientes Negros, Robert de Pelo Rojo, Rurik el Guerrero,
Mary la Lechera, o Kenneth el Herrero. Usted puede ver cuan incómodo podría llegar a
ser en una novela, especialmente si había más de un John, Robert, Rurik, Mary, o
Kenneth.
También el nombre de un hombre podía ser diferente dependiendo a quién él se
dirigía. Por ejemplo, la misma persona podría ser John Duncanson para los Escoceses,
Eroin mac Donnchaidh en las islas, o filius de Johannes al hablar o escribir latín.
¿Bastante confuso todavía?
Va en contra de mi fondo periodístico tener que proporcionar estas negaciones. La
exactitud histórica es muy importante para mí en mi trabajo. Pero entonces tengo que
recordarme, éstas son novelas de romances. En todas mis novelas de Vikingo, he creado
un mundo Nórdico de fantasía contra un telón de fondo histórico, y en cada una de ellas
los elementos más importantes son el romance, el humor, y el chisporroteo (en ese orden).
En esencia, el Vikingo Azul representa el modo que imagino que la historia podría
haber sido vivida, no necesariamente del modo que era.
Gracias especiales del autor desde Dorchester a una amiga, Melanie Jackson, que fue
amable en ayudarme con un poco de historia Gaélica y Escocesa.
Como siempre, estoy interesada en saber lo que ustedes los lectores piensan de mis
Vikingos. Puedo ser ubicada en:



Sandra Hill
PO Box 604
State College, PA 16804
shill733@aol.com

http://www.sff.net/people/shill
NOTAS
[1] Trovador, bardo.
[2] Baladas mitológicas.
[3] Rubia, justa.
[4] Un ruido que hecho de repente liberando la lengua del paladar, usado para
expresar desilusión o compasión.
[5] Guerreros enloquecidos o escandinavos que luchaban sin armadura, o cota de
malla.
[6] Un miembro de los pueblos Germánicos antiguos que se extendieron del Rin en el
Imperio romano en el 4o siglo. Europeo, un natural o habitante de Europa.
[7] Un pan plano hizo de harina de avena o cebada; común en Nueva Inglaterra y
Escocia.
[8] Retrete.
[9] Bastón encorvado en su extremo superior que usan sobre todo los pastores.
[10] Diosa nórdica del amor, matrimonio, y fertilidad.
[11] Tipos de pescado.
[12] Tipos de pescado.
[13] Grasa.
[14] Usado para expresar una emoción fuerte, como alivio o asombro.
[15] La residencia divina de los dioses y héroes Nórdicos muertos en batalla.
[16] Un impuesto aplicado en la Inglaterra del siglo X al XII para financiar la
protección contra la invasión danesa.
[17] Herbáceo perenne con una raíz almidonada enorme.
[18] Un hacha con una amplia cabeza plana y un mango corto.
[19] Un pequeño cubículo que se abre desde un cuarto más grande.

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