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VIKINGO AZUL
Serie vikingos 1 Nº4
Para Rurik el Vikingo, la vida no merecía la pena vivirse desde que había
dejado a Maire de los páramos. Oh, no es que añorase sus salvajes trenzas
rojizas o sus apetitosos labios. Nah, era por el embarazoso zig-zag azul que
ella le había puesto en el rostro tras su única noche de salvaje pasión. Para un
fiero guerrero que se enorgullece de su inmensa altura, su experiencia en la
cama y sus bien formados músculos, esa mancha azul era el colmo. Al final
lograría su objetivo obligando a la bruja a arrodillarse o moriría en el intento.
Tal vez incluso la pediría en matrimonio… siempre que ella le prometiese que
él no continuaría siendo… el Vikingo Azul.
Título Original: The blue viking
Autor: Hill, Sandra
©2011, Avon books
ISBN: 9780062019011
Generado con: QualityEbook v0.72
THE BLUE VIKING
Sandra Hill
ESTE libro está dedicado a mi suegra, Ann Harper, que nació en Escocia y cuyo apellido
de soltera era Campbell. Ella es tan generosa, orgullosa y llena de ingenio como el clan
Campbell representado en este libro. Para ella, la familia es tan importante… como para
mi Maire Campbell.
¡Por Thor!
¿Cómo puede ser azul un vikingo?
¿Comerá unos Haggis especiales?
¿Qué habrá hecho para enfurecer tanto a una bruja para que maldiga así su cara… y
las partes más importantes?
Para Rurik el Vikingo, su vida ha sido un desastre desde que abandonó los páramos.
Ah no, no es que él piense en unos ardientes labios, en unas trenzas llameantes, ni en sus
besos, no. Es el vergonzoso tono azul que adquirió su cara después de una salvaje noche
de amor. Para un guerrero violento como él, con su inmensa altura, su pericia para
guerrear y sus enormes músculos, esto es lo último.
En fin, tratará de encontrarla, o morirá en el intento. A lo mejor será capaz de
mendigarle que se case con él… siempre que ella le prometa quitarle esa maldición.
Prólogo
ESTÚPIDO, estúpido, estúpido… el hombre era más estúpido que una lanuda oveja de
las Highland.
—¿Cómo sugerirías que haga eso, Vikingo? —preguntó con aparente cortesía.
—Eres una bruja. ¿No vuelas?
Se rió. No podría ayudarse. El hombre realmente era un tonto.
—No últimamente.
Él frunció el ceño ante su alegría, y recordó, de repente, como de espinoso había sido
su orgullo antes. Por lo visto todavía lo era. ¡Hombres y sus estúpidas vanidades! No se
iba a incomodar.
—No puedes ser una bruja muy buena, si te metiste en este… este —sus ojos
fulguraron con alguna furia interior cuando contempló su jaula— este dilema. Una bruja
debería ser capaz de escapar.
Bien, estaba en lo cierto.
—¿Vas a dejarme colgando aquí Vikingo, o vas a liberarme?
Descansó ambas palmas en el cuerno de su silla y sonrió salvajemente hacia ella. Sus
párpados estaban velados, como un halcón.
—Hmmm. Creo que podría sentir un gran placer en mantenerte enjaulada…, pero no
la suficiente satisfacción por el daño que me has causado estos últimos años.
—¿Yo? —preguntó, poniendo ambas manos en su pecho con fingido asombro.
Continuó con un acento escocés exagerado, denso con el balanceo de las erres—. ¿Qué
podría hacer una pobre chica de las Highland como yo para dañar a un valiente
Escandinavo grande como tú? —Se estaba metiendo en aguas peligrosas pellizcando la
cola de ese lobo Vikingo; lo sabía, pero parecía que no podía refrenar el impulso.
Rurik sacudió su cabeza ante su temerario alarde. Entonces le lanzó otra burla, desde
otro ángulo. Oliendo de una manera exagerada, comentó:
—¿Qué es ese olor, Maire? ¿Podría ser que estás menos perfumada que la última vez
que nos encontramos? Recuerdo que olías a flores… en ciertas partes de tu cuerpo.
Ooooh, ¡cómo se atrevía a recordar su embarazosa rendición a sus encantos! Podía
sentir su cara sonrojándose por la humillación. Como si no tuviese un recordatorio diario
de su debilidad de mujer en la forma de un pequeño muchacho robusto con el pelo negro
como el cuervo.
En ese momento, notó trozos de musgo de turba adheridos a su ropa. Para un hombre
que era por lo general tan quisquilloso sobre su aspecto, eso daba una nota rara. Sonrió de
una manera deliberadamente maligna.
—Oh, ¿te has bañado en una de nuestras encantadoras ciénagas, Vikingo?
Él gruñó alguna palabra extranjera por lo bajo. Una obscenidad escandinava, sin duda.
Se recuperó rápidamente, sin embargo, y sonrió hacia ella.
—¿Es lo último en la moda escocesa, Maire? —Contemplaba su pobre atuendo con
desdén.
Ahora fue su turno para gruñir.
Él le sonrió burlonamente, satisfecho por haberle provocado una reacción.
La desesperante arrogancia del Vikingo la enfureció. Le habría gustado borrar aquella
sonrisa satisfecha de su cara con un cubo de agua fría. En cambio, se burló:
—¿Qué es esa marca tan rara en tu cara, Rurik? ¿Podrás estar menos guapo que la
última vez que nos encontramos? —Al instante, se avergonzó por la crueldad de su
comentario.
Él parecía a punto de lanzarle alguna réplica desagradable, pero fueron interrumpidos.
Lejos en un montículo cercano, oyó que Murdoc recogía su gaita y comenzaba una
melodía quejumbrosa. Gracias a todas sus heridas de batalla, Murdoc era un hombre poco
atractivo físicamente, pero, oh, la música que tocaba era entusiasta. Los ojos se le llenaron
de lágrimas, como siempre sucedía cuando oía los tubos.
Bolthor exclamó a Rurik:
—¿No es el sonido más maravilloso que hayas oído alguna vez?
—¿¡Eh!? —dijo Rurik.
¡El imbécil!
Bolthor se giró hacia Viejo John.
—¿Piensas que podría aprender a tocar los tubos así?
—¡Ah, no! ¡No, no, no! —exclamó Rurik rápidamente.
Pero Viejo John no hizo caso de Rurik y acarició a Bolthor en su manga con su mano
buena.
—No veo por qué no.
Rurik y el resto de su grupo gimieron. Obviamente, eran hombres ignorantes que no
podían apreciar la buena música.
Bolthor dijo a Rurik:
—¿No puedes ver las posibilidades, Rurik? Quizás podría enseñarle a Stigand a decir
las palabras de mis sagas mientras lo acompaño con las gaitas.
—¿Yo? ¿Por qué yo? —farfulló Stigand—. Maldito si seré agarrado soltando alguna
maldita poesía.
—No sólo seré un poeta, sino que un bardo, también —dijo Bolthor con un suspiro
eufórico.
—O quizás podría decirse, un bardo poeta —ofreció Toste con una risita ahogada.
—O poeta bardo —añadió Vagn, riéndose entre dientes también.
—¿Y un calvo? —Stigand dijo con humor seco. Él no se reía entre dientes.
—Ahora, Bolthor, ve más despacio y piensa en esto —aconsejó Rurik—. ¿Cuándo has
oído alguna vez de un Escandinavo que toque una gaita?
Bolthor levantó su barbilla y sonrió ampliamente.
—Es la mejor parte. Seré el primero.
—Todo esto es tu culpa —le gritó Rurik, la sorprendió tanto que ella saltó, haciendo a
su jaula balancearse. Inmediatamente, añadió—: ¿por qué parece que te estás poniendo
bizca?
—Sin duda se concentra —respondió John Joven por ella, como si eso lo explicara
todo.
—Alomejor sus barras se separarán ahora por su propia voluntad. —Él pareció incapaz
de reírse disimuladamente—. Por otra parte, quizás no.
Rurik echó un vistazo alrededor y comprendió que, por la razón que fuese, tenía a un
auditorio divertido. Se giró hacia Stigand.
—Sube a las murallas y usa tu hacha para cortar aquel tablón que sostiene la jaula.
Stigand frunció el ceño.
—Pero la jaula caerá a tierra.
—Sí —Rurik estuvo de acuerdo con una sonrisa astuta—. Ese es el punto. La bruja
merece una buena sacudida y la jaula no es tan alta para que se haga daño.
—¡Nooo! —gritó Maire.
La cabeza de todo el mundo se volvió hacia arriba, y todos se quedaron boquiabiertos
como si ella hubiese perdido la razón.
—¿Mirarías lo qué está en aquel hoyo allí abajo, Vikingo estúpido, idiota, pomposo,
imbécil?
—¡Tsk-tsk! Llamarme con aquellos nombres viles no es modo de hacerse querer por tu
salvador, Maire —Rurik bajó de su caballo y la fulminó con la mirada, las manos en las
caderas—. ¿Qué hoyo?
—¡Aaarrgh! —chilló, señalando la tierra debajo de ella—. Mira, maldito. ¡Mira!
—Tienes una lengua ácida, Maire. Mejor aprendes a contenerla en mi presencia, o
sentirás mi ira. Y no será con un azotamiento de lengua, te lo aseguro. —Paseó por el área
bajo su jaula, y pareció notar por primera vez la grande estera tejida, circular. Sus hombres
lo siguieron.
Levantó el borde de la estera con la punta de su bota, echó una ojeada, y retrocedió
con los ojos muy abiertos, conmocionados.
—¡Jesús, María, y José! —maldijo en voz alta. Como muchos Vikingos, Rurik había
sido probablemente bautizado en los ritos cristianos, mientras que todavía se practicaba la
vieja religión Nórdica. En algunas ocasiones, sin embargo… como ahora… nada bastaba,
sino una buena maldición cristiana.
—¡Serpientes! —sus compañeros Nórdicos chillaron como uno, corriendo hacia sus
caballos y la seguridad. Nunca se imaginarían que eran endurecidos guerreros.
—Alguien va a pagar por esta atrocidad —juró Rurik, sus ojos azules helados
contemplaban la jaula y el hoyo con serpientes con una mirada arrolladora.
El corazón de Maire saltó ante su feroz promesa. ¿Realmente se sintió ultrajado por
ella? A pesar de todas sus advertencias interiores de lo contrario, no podía dejar de
recordar las palabras de Nessa: Lo que necesitas, muchacha bonita, es un valiente
caballero de brillante armadura para defender tu causa.
¿Podría posiblemente Rurik ser aquel caballero?
—¿Un caballero de brillante armadura? ¿Yo? —Rurik se rió ruidosamente de Maire,
que estaba sentaba en la mesa de caballete a su lado, mientras le cosía el corte en su
antebrazo.
Al fondo del Gran Salón, la criada Nessa envolvía tiras apretadas de lino sobre el
antebrazo de Jostein, que estaba torcido, no roto. Bolthor había rehusado cualquier
tratamiento, aparte de lavar su herida, ya que Stigand había sacado la flecha de su muslo.
Una pequeña cojera no era nada para un poeta gigantesco.
—No dije exactamente que deseaba que fueras mi caballero de brillante armadura —
dijo defensivamente, mientras un rubor subía por sus mejillas y cuello.
¿Así que todavía puedes sonrojarte, muchacha? Hmmm. Es una sorpresa, aunque
ahora que pienso en ello, te sonrojabas con gracia entonces, también… la primera vez que
expuse tus pechos… o toque tu muslo. No, no debería recordar cosas agradables sobre ti.
Es mejor recordar que eres mi odiada enemiga.
—Cuando llevo puesta la armadura, a veces es metálica, pero a menudo, de cuero. Y
nunca me llamaría un caballero. Es una palabra sajona. Prefiero ser llamado guerrero, y…
—Mi caballero de cuero brillante, entonces —sugirió Maire con una tentativa triste de
humor—. O, mi guerrero de cuero. —Fingió desmayarse.
Pero Rurik la tomó en serio.
—No seré tu caballero de armadura, cuero, plaid, ni en cualquier otra forma.
—¿Entiendes deliberadamente mal mis palabras? Simplemente dije que necesito un…
ah, no importa. No entenderías. —Ella tomó otra puntada para distraerlo.
Él chilló con dolor.
—¡Oooww! ¿Hiciste eso a propósito?
—No, mi aguja resbaló.
Mientes, muchacha. Y lo haces con facilidad. ¿Qué otras mentiras dices? ¿Qué
secretos escondes aquí en tu sucia fortaleza? Tendría que ser estúpido para no notar el
modo que los miembros del clan intercambian miradas cuando me acerco… y tú,
especialmente. Cualquier hombre… o mujer… que no mira a una persona directamente a
los ojos esconde algo. ¿Qué podría ser?
—Te dije que encontraras a alguien más para que curara tus heridas, Vikingo.
—Sí, pero tú me debes más que cualquier otro. Tengo la intención de exigir mis pagos
de uno en uno. Por ejemplo, ¿cuándo puedes quitarme esta marca?
—¿Cuándo puedes librar mis tierras de los MacNabs?
La cogió de las muñecas y la arrastró hasta quedar nariz con nariz. La aguja y el hilo
pendieron de la piel de su brazo, pero no se preocupó.
—No jugarás a tus juegos conmigo, muchacha.
De repente, fue atacado por el olor nada desagradable del jabón que había usado para
bañarse y lavarse el cabello… su abundante cabello color rojo oscuro como una otoñal
puesta de sol. Los ojos verdes destellaron ante sus gruesos mechones. Su piel parecía
como una seda marfil que había visto en una parada para negociar en Birka, y su cara tenía
una forma de corazón perfectamente esculpida. Estaba limpia, pero lamentable, su manto
con su cinturón trenzado, escondía su figura, pero sabía… oh, Señor, sabía… exactamente
los tesoros que había debajo. Sus recuerdos eran perfectos en aquel aspecto.
Y se veía aún mejor actualmente.
—¿Me amenazas ahora, Rurik? —preguntó temblorosa, y comprendió que le sujetaba
sus muñecas innecesariamente fuerte. La liberó y vio que sus dedos dejarían contusiones
en su delicada piel. Oh, sólo sería por poco. Su marca a cambio de la marca en él.
—¿Las amenazas son necesarias, Maire? —Se había calmado algo, y su voz no
traicionó su confusión interior—. No me tientes, ya que tengo muchos medios a mi
disposición para doblegarte a mi voluntad.
¿Hubo una insinuación sexual en sus palabras? No lo había querido decir así. ¿O sí?
Por el amor de Odin, la mujer realmente debía ser una bruja. Lo estaba hechizando.
El fuego encendió sus ojos verdes, pero sólo un momento. Con un largo suspiro, ella
ató un nudo en las puntadas y con cuidado aplazó la aguja de plata en un saquito que
colgaba del llavero en su cintura.
—Las amenazas no son necesarias. Haré todo que pueda para quitarte la marca.
Sinceramente, nuestra situación es tan desesperada que dormiría con el diablo si eso
salvara a mi gente.
Pudo ver por su rubor que se hacía más profundo que inmediatamente lamentó sus
palabras mal elegidas.
—Dormir con el diablo, ¿eh? —Él le sonrió perezosamente—. Ahora hay una idea que
no había considerado antes. —Sólo la estaba molestando, por supuesto… hasta que oyó su
respuesta apenas murmurada.
¡Pensar que esperé a un caballero de brillante armadura! Y conseguí… un diablo con
un tatuaje azul. ¡Cómo si te deseara en mi cama otra vez!
—Maire, Maire, Maire —la reprendió—. ¿Nunca has oído que es una locura plantearle
un desafío a un Escandinavo?
Rurik no era generalmente un hombre que pensara profundamente; era más un hombre de
acción. Pero pensaba ahora. Pensaba, pensaba, pensaba. Y las respuestas a todas las
preguntas desconcertantes que rondaban su cerebro eran lentas en llegar.
Se preguntó ociosamente por qué no había visto al muchacho… el hijo de Maire…
desde su vuelta al castillo. ¿Estaba haciendo cosas de niño… las clases de cosas que nunca
había experimentado como un niño? ¿Y no era extraño, reflexionó ahora, que Maire
confiará el bienestar de su hijo a un desordenado grupo de guardias que no podían lograr
mantener sus propias partes del cuerpo intactas, sin mencionar a una pequeña persona?
Para cuando todos estuvieron instalados y comido una comida fría de [7]bannock y
carne de cordero en trozos, era bien pasado el anochecer. La medianoche se acercaba y
Rurik todavía estaba sentado solo en el Gran Salón, pensando, mientras los otros alrededor
de él, hombres y mujeres por igual, dormían profundamente en bancos que bajaron de la
pared para formar plataformas para dormir. Los ronquidos suaves y fuertes, el resoplido
del sueño, y el crujido ocasional de la ropa, consolaban de alguna forma a Rurik.
Todo estaba pacífico. Por el momento. Era una buena sensación.
¡Qué raro que pensara de esa manera! Durante años había ansiado la excitación.
Luchar las batallas de un rey codicioso después de otro. Visitar remotas tierras a veces
exóticas. Era un vikingo. Negociaba. Cazaba tesoros como el ámbar en el Báltico.
Hacía nuevas conquistas en las pieles de su cama.
Y ahora… ¿qué? ¿Desarrollaba un deseo por la paz, ante todas las cosas? ¿Añoraba la
vida más dócil del hogar y la familia?
Eso realmente lo dejó perplejo, que tales emociones extrañas lo asaltaran. Se sintió
rabioso, frustrado e insatisfecho, y al mismo tiempo su corazón… todo su ser… pareció
hincharse y doler por alguna cosa desconocida.
Sin duda, el uisge-beatha le afectó. Había estado bebiendo a sorbos durante más de
una hora de la potente bebida en un vaso, amber-hued los escoceses lo llamaban «el agua
de la vida». Aunque Rurik prefería el aguamiel o el ale, decidió que podría cultivar un
gusto por esta bebida.
Se levantó de repente y luchó contra el mareo cuando se estiró y bostezó
extensamente. Todo el castillo Campbell estaba en la cama. Era adónde debería dirigirse
ahora.
Los guardias de clan de Maire y el séquito de Rurik habían sido apostados en las
tierras, asegurando la seguridad de Beinne Breagha, al menos por el momento.
Beinne Breagha. Montaña Hermosa en gaélico. Ahora ¿no era un bello nombre para
una fortaleza tan lamentable? Las paredes de la muralla se derrumbaban en algunos sitios
por falta de mantenimiento. La mugre cubría los suelos del castillo. Las chimeneas no
habían sido limpiadas durante años y el humo negro era llevado por el aire hacia varias
cámaras. El techo seguramente se salía ante un fuerte aguacero; aquí y allí, podía ver el
cielo nocturno. La única cosa que podría ser dicha en defensa de Beinne Breagha consistía
en que estaba, de hecho, rodeado por un manto de hermosas plantas florecidas.
Cansadamente, recogió una vela de un sostenedor de esteatita, usando la mano de su
brazo derecho sano, y subió los escalones de piedra al primer piso, donde había una cama
y recuerdos… recuerdos de muchos habitantes que habían vivido una vida mejor que éstos
actuales Campbells. Estremeciéndose, probó su brazo débil mientras caminaba,
estirándolo, luego doblándolo hacia el codo, repetidas veces. Le dolió muchísimo ejercitar
así el brazo, especialmente por que las puntadas estaban todavía apretadas y la herida sin
sanar, pero odiaba con pasión cualquier debilidad de su cuerpo.
En el pasillo fuera de la cámara de Maire, se encontró con Toste, quién había sido
asignado para proteger a la bruja.
—Te relevaré ahora —dijo a Toste.
Toste afirmó con la cabeza.
—Me voy a acostar entonces —dijo y se dirigió a la escalera, hacia una plataforma
que lo esperaba en el Gran Salón.
Con un fuerte bostezo, Rurik abrió la pesada puerta de roble a la izquierda. La cámara
del jefe era austera, lo que convenía a la severa personalidad Escocesa. Los juncos estaban
densamente sobre el suelo… más dulces que bajo la escalera notó… y las clavijas
punteaban las paredes con ropa colgada en ellas. En un rincón había un tapiz grande,
inacabado en un marco de madera. Había varios cofres para ropas de cama y un cofre más
alto en el cual descansaba un cántaro, un jarrón y un sostenedor de metal pulido y marfil
para contemplarse el rostro.
Dejó la vela y recogió el dispositivo de vanidad por su mango de marfil.
Examinándose de cerca, vio a un hombre de maduros veintiocho años, con la barba de un
día y rasgos severos. ¿Cuándo había tenido su cara un aspecto tan desolado? Pronto sería
tan hosco como cualquier Escocés.
Y vio la marca azul, por supuesto. Siempre la marca azul.
Era inútil que se preocupara tanto por la marca, supuso. Pero de alguna manera había
llegado a representar todo lo que había odiado sobre su juventud. A pesar de todo lo que
había logrado en su vida, la marca se había hecho un símbolo humillante de cuan poco
realmente era.
Echó un vistazo al armazón de cama grande, levantado y situado en el centro del
cuarto, el marco principal alto fijado contra una pared. El cuarto era oscuro, excepto por la
vela que parpadeaba y la pequeña luz de la luna que entraba en el cuarto por las dos
ventanas de abertura de flecha.
Con la claridad de la luz, contempló a la mujer que ocupaba la cama. ¿Debería sacudir
a la bruja hasta despertarla y exigirle que echara su hechizo para quitarle la marca ahora?
¿O debería esperar hasta la luz del día?
Decidió con un suspiro de agotamiento esperar. Dejando el metal para contemplar,
comenzó a quitarse sus ropas. Con suerte, al día siguiente, su cara estaría libre de la
marca, pensó, cuando desprendió su broche de la capa y lo dejó con cuidado. Había sido
un regalo de esponsales de Theta.
Sentándose en el borde del colchón de paja, se quitó sus botas, luego se levantó, dejó
caer su braies y ropas pequeñas al suelo. Girando, contempló a la muchacha. Ya que
estaban al final del verano, las pieles de la cama eran innecesarias. Maire estaba en su lado
con una chemise delgada, abrazando una almohada a su pecho, como a un amante.
Sintió una sacudida de lujuria en sus muslos, que le hizo fruncir el ceño aún más. No
quería desear a esa bruja traidora.
Andando al otro lado de la cama, se acostó en el colchón. Durante unos momentos
sólo estuvo acostado boca arriba, sus manos detrás de su espalda. Entonces, con una
murmurada maldición, —Oh, maldición, ¿por qué no?— rodó a la derecha contra el
trasero de la bruja. Con cuidado, acomodó su brazo herido en el colchón encima de su
cabeza, pero su brazo derecho lo envolvió alrededor de su cintura de modo que su palma
descansara en su estómago plano.
Cuando el sueño pronto comenzó a vencerlo, sonrió abiertamente. Habría sueños
dulces esta noche. Y húmedos, lo aseguraría.
No podía esperar.
El cuerpo de Maire estaba acostumbrado a despertar cada mañana antes del alba, y este día
era no diferente.
Había una diferencia, sin embargo.
En su estado medio dormido nebuloso, con sus ojos todavía cerrados y sus sentidos no
completamente alertas, reflexionó sobre los acontecimientos que habían sucedido el día
anterior y lo que sería este nuevo día. Estaba libre de la jaula y el MacNab… por el
momento…, pero había planes que hacer para asegurar que su seguridad continuara en
Beinne Breagha. Primero, quería buscar al pequeño Jamie y pasar algún tiempo en
actividades simples de madre-hijo pero importantes…, como peinar su pelo negro sedoso,
o jugar a «corre corre cogido» en el brezo, o tirar piedras en una corriente favorita de
truchas. Jamie era su vida, y lo echaba de menos desesperadamente.
Se movió, bostezó y comenzó a estirarse.
Fue cuando notó otra diferencia esa mañana… la diferencia más significativa. Había
un hombre compartiendo su cama… un hombre desnudo, comprendió con un chillido
asustado. Y ella no estaba mucho mejor, con su delgada chemise subida prácticamente
hasta… bien, caderas, y un tirante que había resbalado dejando un pecho desnudo.
Era aquel Vikingo horroroso… Rurik.
Incluso peor, estaba completamente despierto y la contemplaba… con pasión. Bien, no
era exactamente correcto. Contemplaba su pecho expuesto como si estuviera considerarlo
si lamerlo o no.
¿Lamerlo? ¿Lamerlo? ¿De dónde saco esa idea?
A pesar de todos los motivos que tenía para odiar a Rurik, sintió que un dolor intenso
crecía en sus pechos, que causó que sus traidores pezones se irguieran ante su apreciativo
escrutinio.
—Maire —gimió, como si lo torturase deliberadamente.
¡Hah! Él no era el torturado. Ella lo era.
Él dirigió la punta de su lengua sobre sus labios, como si estuvieran secos.
No le parecieron secos. Sinceramente, sus labios generosos parecían hábiles, calientes
e invitadores. Oh, bendito San Blathmac… sus labios no son invitadores. No lo son, no,
no, insistió. Perdía la mente. De hecho, tuvo que refrenarse de arquear su pecho hacia
arriba hacia sus dichosos labios, lo que sería definitivamente una cosa estúpida.
Y si el día de Maire no comenzaba bastante mal, observó otra cosa todavía peor.
Comprendió tardíamente que no sólo tenía a un Vikingo desnudo en su cama, mientras
estaba de espaldas a su lado, su brazo izquierdo descansaba en la almohada encima de su
cabeza, una pierna peluda descansando sobre sus muslos, una mano descansando
posesivamente en su estómago, y algo con fuerza no descansando en absoluto, pero
apretando insistentemente contra su cadera.
Oh, Maire sabía todo sobre hombres y sus erecciones matutinas. Ciertamente, era el
único momento en que su marido había sido capaz de aguantar hacer el amor con ella.
Entonces, y cuando se caía bebido por beber demasiado uisge-beatha.
Trató de girarse y empujar y alejar al bruto grande, pero era… inamovible como una
pared de piedra. Además de eso, su pelo estaba agarrado bajo su brazo, y sus piernas
atrapadas bajo su muslo.
Con un gruñido de repugnancia, tiró su chemise hasta tapar su pecho.
Él se rió entre dientes.
—¿Qué… estás… que haces… en… mi cama…? —rechinó.
—Mejor deja de menearte, Maire, o la Lanza empalará su dulce objetivo.
Se inmovilizó durante un segundo y sintió el apéndice masculino presionando su
cadera, moviéndose. Realmente se movía. ¿Se ponía más grande? No se atrevió a mirar.
—¿Lanza?
—Mi miembro.
—¿Le pusiste nombre a tu miembro?
—No —contestó y sonrió abierta y descaradamente—, aunque muchos hombres lo
hacen.
—Muchos hombres son estúpidos.
Él se encogió de hombros.
—Quizás. En lo que a las mujeres se refiere, puedes tener razón. Verdaderamente, la
lanza de un hombre a menudo tiene una mente propia. Por eso, realmente, las mujeres no
deberían culpar a los hombres por su estupidez en ese aspecto.
—Ahora esa es la lógica masculina más retorcida que he oído.
—Silencio, Maire. Ofendes la Lanza, y es un compañero muy sensible.
—Bien, la Lanza mejor se escapa de mí, o se arriesga a romperse por un rápido golpe
de mi puño.
Rurik se estremeció, pero todavía sonreía abiertamente hacia ella.
—No tengo inconveniente que pongas tu puño en mí. No fuerte, por supuesto. Más
bien, suavemente…
—¡Aaarrgh! ¿Cómo te atreves a hablarme así?
—Me atrevo mucho, milady, y espero atreverme a mucho, mucho más antes de que
abandone tu compañía.
—Repito, ¿por qué estás en mi cama?
—¿Dónde más estaría? No te alejaras de mi vista hasta que me quites la marca azul.
Si sólo supiera… la marca azul no quitaba mérito a su buen parecer en absoluto. De
hecho, resaltaba el azul profundo de sus ojos, y hacia su cara parecer feroz, como un
antiguo guerrero celta.
—Sí, puedo ver por qué querrías hacerla quitar. Debe interferir con todas las mujeres
que te gustaría meter en tus pieles de cama, y luego abandonarlas.
—Oh, no tengo ningún problema en atraer mujeres, incluso con esta marca —se jactó
—. Realmente, algunas mujeres por el camino…—De pronto se detuvo y la contempló—.
¿Abandonar? ¿Implicas que abandono a las mujeres… que te abandoné?
—¿Cómo lo llamarías? —gruñó. Inmediatamente levantó su barbilla con indiferencia
—. No que me preocupara.
Entrecerró sus ojos.
—¿Cómo te abandoné? Estabas prometida en matrimonio, ¿o no? Un matrimonio por
amor, creo que lo llamaste entonces.
—¡Hah! Eso no te detuvo de seducirme. Eras implacable, Rurik. No me dejaste en paz
hasta que finalmente sucumbí.
—No me eches toda la culpa a mí, Maire. Tú lo quisiste, al final.
—Al final —enfatizó ella.
Puso su cabeza al lado.
—¿Estabas enamorada de mí, Maire?
—¡No! —prácticamente gritó.
—¿Entonces por qué?
—No quiero hablar más de eso. Déjame. O realmente le daré un golpe mortal a tu
Lanza.
Él no sonrió, nada intimidado por sus amenazas.
—Te liberaré por el momento, bruja, pero terminaremos esta conversación antes de
que deje esta maldita tierra.
Se levantó de la cama, y al momento él levantó su brazo y su pierna. Sospechando que
veía detenidamente su forma en su chemise, no se dio la vuelta, sino que rápidamente se
puso un arisaid limpio pero gastado, apretándolo con un cinturón en la cintura. Todavía no
se giró, por miedo a ver más de la «Lanza» de lo que preferiría, se escabulló hacia la
entrada y a las tareas que la esperaban ese día.
Pero Rurik hizo una pregunta, cuando puso su mano en el pestillo de puerta, que hizo
que se detuviera y la sangre se le helara en sus venas.
—¿Dónde está tu hijo, Maire?
4
—¿YA saben que el orgasmo de un cerdo dura media hora? —La pregunta de
Stigand fue seguida de un fuerte eructo cuando sonrió abiertamente hacia los que estaban
alrededor de él.
Maire se complació de que Nessa hubiese sido capaz de traer Stigand de regreso al
Gran Salón, pero su comentario ahora la hacía preguntarse como de sabia había sido la
decisión.
Todos en la mesa principal se echaron a reír con el berserker, quien, desde que había
vuelto al Salón, había bebido una cantidad enorme de ale, después de que Nessa había
cortado su suministro de uisge-beatha, y eso después de consumir bastante alimento para
llenar el estómago de un oso antes de la hibernación. Incitado por Nessa, que se cernió
sobre él como una mamá gallina —o una devota amante— había comido hasta algo de
haggis, y no vomitó siquiera.
—¡Blindfuller! —Rurik comentó con una mueca pesarosa hacia su amigo—.
¡Borracho como un señor!
Pero incluso Rurik no podía dejar de participar en la alegría que estallaba alrededor.
Todos se reían. Excepto Maire.
—¿Qué es un or-gas?
Como uno, cada hombre en la mesa se inclinó, girando desde derecha e izquierda, a
contemplar a Maire. Lentamente las sonrisas se arrastraron sobre todos los labios, y luego
sus ojos giraron hacia Rurik para proporcionar la respuesta.
—¿No le hiciste un or-gas a ella? —preguntó Stigand a Rurik incrédulamente—. Sí
siempre dabas la impresión de ser un gran amante.
Maire no tenía ni idea que era or-gas-mo, pero por lo visto todos los hombres de Rurik
sabían que se había liado con ella en el pasado.
—¿Or-gas? ¿Or-gas? ¿Qué tipo de palabra es esa? —tartamudeó Rurik.
—Es lo que los Vikingos talentosos hacen para llevar a sus mujeres al orgasmo,—
explicó Toste a Rurik como si él fuera un imbécil. Sus labios se movieron nerviosamente
con una sonrisa suprimida mientras hablaba.
Rurik avanzó a través de Bolthor y aplastó a Toste. El tonto sólo se rió. Entonces
Rurik se dio la vuelta.
—¿No tuviste un orgasmo? —Rurik le preguntó con voz de muchacho herido.
—¿Cómo lo sabría? No sé ni siquiera que es un or-gas.
Rurik no pareció oírla cuando se frotó la nuca pensativamente. Uno pensaría que lo
había acusado de algún gran mal.
—Quizás bebí demasiado aguamiel esa noche —sugirió él.
Stigand lanzó un resoplido de desacuerdo.
—Por otra parte, quizás había luna llena, o una frialdad en el aire.
—O un perro que ladraba para distraerlo —se rió Vagn.
—Sí, el perro de Rurik, Bestia, sin duda ladraba porque tenía que ir al aire libre a
orinar y Rurik perdió su concentración. En esencia, la vejiga del perro fue la culpable.
Toste se agachó riendo y apretándose el vientre.
—Alomejor sus braies estaban demasiado apretados. Esa es una excusa tan buena
como otra. Recuerdo un tiempo que Olf the [13]Fat afirmó que su mecha era débil debido
a un corte de pelo demasiado corto.
—¡No, no, no! Sé qué fue. El hechizo que marcó la cara de Rurik se movió un poco
más abajo, —ofreció Bolthor—. ¿Estás seguro que tu lirio no es azul, Rurik?
¿Lirio? ¿Qué lirio?
Todo el tiempo que los amigos de Rurik lo molestaron, el ceño fruncido en su frente se
hizo más profundo y más profundo.
—Por lo que parece, en algunas cosas, Rurik el Mayor no es tan grande —comentó
Bolthor con una sonrisita.
Rurik avanzó a través de Maire y ahora fue a Bolthor que aplastó, pero, como Toste, el
mentecato gigantesco sólo se rió. Ahora el profundo ceño fruncido de Rurik fue
acompañado por un continuo gruñido de irritación.
—¿Alguien por favor me dice que es un or-gas? —Maire prácticamente gritó sobre las
quejas de Rurik y la risa de sus amigos.
—¿Qué tipo de pregunta es esa? —farfulló Rurik, finalmente pareciendo oírla—.No es
algo para conversar en la cena, y ciertamente no para los oídos de una dama.
—Todo lo que pregunté fue… ¿qué es un or-gas?
—Uhm, uh, el orgasmo se refiere al período de éxtasis durante el acto sexual —afirmó
Rurik con la cabeza como si estuviese muy satisfecho por la respuesta que le había
proporcionado. Cuando contempló a sus compañeros, ellos afirmaron con la cabeza
también. Rurik limpió su ceja con un antebrazo y añadió:
—¡[14]Whew!
Bien, podría sentirse aliviado, pero ella todavía estaba aturdida.
—¿Éxtasis? ¿Qué éxtasis? ¿Así como el éxtasis religioso cuándo los fanáticos entran en
un ataque y sus ojos giran hacia arriba?
—Podría decirse así —dijo Toste—. A veces mis ojos tienden realmente a rodar.—Sus
labios se retorcieron con maldad mientras hablaba.
—Y mis miembros se ha sabido entran en temblores —añadió Vagn, sosteniendo su
vientre para aliviar el ataque de risa que tenía.
—Pero no hay nada religioso en lo que cualquiera de ustedes hacen —indicó Bolthor a
los gemelos. Él también se reía.
—El período de éxtasis —le explicó Rurik con una voz estrangulada—, es lo mismo
que cuando se alcanza el punto máximo.
—¿Alcanzar el punto máximo?—Ella frunció el ceño—. ¿Cómo un pico de un
montaña?
—No, no como un pico de una montaña. —Él sacudió su cabeza con incredulidad,
como si fuera una niña estúpida—. Bien, en cierto modo, como subir una montaña,
alcanzando la cima, luego caer deliciosamente hacia abajo, abajo, abajo, abajo.
Todos los amigos Vikingos de Rurik, y Viejo John, también, lo saludaron
elegantemente por su explicación probablemente brillante.
—¿Y, en tu mente, hay éxtasis cuando caes de una montaña? ¿Y los cerdos hacen eso
de caer durante media hora?—Ella dio vueltas a aquellas tonterías durante sólo medio
segundo antes de pronunciar—, me parece que todos los hombres deben estar locos si
siguen esa lógica.
El color brillante comenzó a inundar la cara de Rurik. Aunque se hubiera liado con
Rurik sólo una vez, debía estar avergonzado de que ella no hubiese experimentado este
asunto de caer de una montaña con él.
De repente, entendió.
—Oh, ¿quiere decir el momento cuándo un hombre se baja los pantalones, gruñe y
dice, «Dulce Jesús, hay viene, hay viene, hay viene»?
—Ese sería el momento —comentó Rurik con sequedad.
—Hay momentos en que doy gracias a Dios por no ser hombre.
—Las mujeres tienen orgasmos, también —dijo Rurik defensivamente, con voz baja.
—Ellas… nunca… lo hacen —replicó con pasión.
—Sí, lo hacen, Maire —le dijo, y la mirada que ardía en sus ojos mantenía una
promesa para el futuro. Maire estaba casi segura que le enviaba una promesa silenciosa —
¿o era una advertencia?— que ella, también, caería de una montaña. Y pronto. Se
esmeraría en esa tarea como un caballero en una búsqueda.
—Esta es la saga de Rurik el Mayor —comenzó Bolthor.
Un gemido comunal sonó de arriba abajo por la mesa alta.
—Su título es «Hombres Vikingos y Cerdos Patanes». —Emitió, y todos mostraron
interés. Excepto Rurik.
—No te atrevas a formar una saga que conecte mi nombre a cerdos y sexo —pidió
Rurik con un gruñido—. O puedes muy bien encontrarte golpeado como una pulpa de
gachas de cerdo.
Bolthor no se encogió, pero, a su favor, pareció contemplar la advertencia de Rurik.
Entonces comenzó su saga otra vez.
—Esta es la historia de Stigand el Loco…
Con un profundo rugido, Stigand se paró, cogió a Bolthor y lo levantó con sus grandes
manos fuertes por su pecho e ingle —no una pequeña hazaña, considerando que eran del
mismo tamaño gigantesco—, luego lo tiró a los juncos debajo de la tarima. Cuando
Bolthor estuvo de pie, riéndose e ileso, ajustó su parche del ojo y limpió la paja de sus
pantalones de tartán. Apenas hizo caso de Stigand, quién todavía embestía.
—No me unirás con el sexo de cerdo, tampoco, poeta imbécil. ¿Por qué no hablas de
guerras y tales empresas nobles, y dejas a los hombres buenos en paz?
Después de que todos dejaron de reírse, Maire trajo a colación el asunto que habían
estado hablando antes de que hubieran sido interrumpidos por los esfuerzos poéticos de
Bolthor.
—Volviendo a esa tontería de éxtasis, si me imaginas teniendo esos ataques para ti,
eres más chiflado de lo que pensé al principio.
Él se rió de ella.
—No sólo te causaré esos «ataques», incluso podrías tener múltiples «ataques».
Era una imagen que no la abandonaría el resto de la tarde.
Otra hora había pasado, y el clan Campbell todavía se divertía.
Maire bostezó extensamente y lamentaba no poder irse a la cama. Había sido un largo
día, excediéndose recientemente con una interpretación de laúd por Inghinn, la hija del
pastor, una canción indecente cantada por los gemelos, Vagn y Toste, un juego de gaitas
por Murdoc que trajo lágrimas a los ojos de muchos en el Salón, y dos sagas entregadas
por Bolthor, un sobre la Batalla de Brunanburh, donde el padre de Maire había muerto
años atrás, y una historia enormemente graciosa sobre Rurik y una bruja falsa que había
puesto una piel de anguila a su vestido para asustarlo al creer que tenía una cola.
¿Realmente había hecho Rurik una fortuna en un tiempo vendiendo cruces de madera y
agua bendita para rechazar a las brujas?
Golpeando la mesa con su vaso para atraer la atención, Maire anunció:
—Es tiempo de terminar el banquete. Sé que mañana es sábado, y su carga de trabajo
no es tan grande, pero algunos se caen dormimos a nuestros pies.
—¡No, no, no! —gritó la muchedumbre en desacuerdo—. Un entretenimiento más.
Maire cayó en su asiento rendida. Era superada en número por un clan que había
estado demasiado tiempo privado de la alegría. ¡Oh, bien! Que tengan una interpretación
más entonces.
La gente miraba aquí y allá para descubrir quién proporcionaría la siguiente
exposición de talento, pero nadie se ofreció. Alguien del fondo del Salón gritó:
—¿Y una de las hazañas de brujería de nuestra señora? ¿Una levitación, quizás?
Los hombros de Maire, que habían caído por el agotamiento, inmediatamente se
enderezaron.
—No, no seré parte de su entretenimiento. No es eso lo que las brujas hacen. —
Realmente, las levitaciones eran uno de los pocos rituales de brujería que era capaz de
realizar de vez en cuando.
—Usted hizo subir al toro de Lacklan al aire cuando trató de agarrar a la vaca de
Fenella, y estábamos todos mirando entonces —el mismo hombre dijo. Era Dougal, el
herrero.
—¡No! Encuentren a alguien más. Estoy demasiado cansada.
Rurik se levantó a su lado y puso un brazo sobre su hombro, como compañerismo,
pero no había nada sociable en los ojos azules centellantes del pícaro. Alejó su brazo,
luego escuchó con asombro mientras decía a la muchedumbre:
—Tengan compasión de su señora y dejen que vaya a acostarse. ¿No pueden ver que
está levantada desde el alba y necesita acostarse en las pieles de su cama?
Maire no poseía pieles de cama. Las únicas pieles de cama en su cama era Rurik. Y,
tardíamente, notó que él nunca había mencionado dormir cuando se refirió a irse a su
cámara. Le lanzó una mirada, y él tuvo el descaro de guiñarle un ojo.
Los miembros de su clan parecieron tenerle compasión entonces, e hicieron sonidos de
tsk-tsk de simpatía. Incluso Dougal tuvo la gracia de esquivar su cabeza con vergüenza.
Maire dijo una palabra grosera entre sí, una que casi nunca usaba a menos que fuera
inmensamente provocada. La provocaron inmensamente ahora. Con otra obscenidad, éste
dirigido al sapo que sonreía con satisfacción a su lado, pisó fuerte al final de la tarima y
bajó la corta escalera.
—Tráeme aquella cría de cerdo —pidió al cocinero, que estaba de pie en la entrada de
la cocina, lejos al lado del Gran Salón. Y dijo a Stigand—, no te atrevas a perder los
estribos otra vez. No es tu animal doméstico, por el amor del cielo.
Pronto el disco con el cerdo asado, que no había sido todavía cortado, gracias a la
reacción exageradamente salvaje de Stigand, fue puesto en una pequeña mesa delante de
ella. Los Vikingos habían bajado de la tarima y los miembros de su clan se reunieron
detrás de ella, todos formando un gran círculo.
Antes de comenzar, lanzó una mirada deslumbrante a Rurik.
Él le lanzó una sonrisa.
¡El patán!
Maire se paró frente al este, con sus piernas ligeramente apartadas, como Cailleach le
había enseñado. Cerrando sus ojos, inhaló profundamente y trató de sentirse como una con
la tierra y todas sus energías. Con sus ojos todavía cerrados, dejó que todos los colores de
la naturaleza la llenasen… en su cabeza, las yemas del dedo, abajo hacia sus dedos del pie.
Cuando sintió que su cuerpo estaba bastante concentrado, con sus pies firmemente
plantados en el suelo recién cubierto con juncos, abrió sus párpados pesados y levantó su
bastón por encima de su cabeza con ambos brazos extendidos. ¡Dirigiéndose a la cría de
cerdo, entonó todas las palabras rituales en su gaélico original, luego pidió:
—¡Subid! ¡Elévate ahora!
No pasó nada.
Esta vez, repitió el cántico gaélico, luego bajó su bastón, señaló al cerdo, y pidió:
—¡Subid!
Otra vez, no pasó nada.
Concentración. Tenía que concentrarse mejor. Después de concentrarse ella misma esta
vez, paseó tres veces, hacia la plataforma y en dirección del sol, o del este hacia el sur y
hacia el oeste, dentro del círculo de gente, sosteniendo el bastón en ambas manos sobre su
cabeza mientras caminaba. El cántico gaélico pareció áspero a sus oídos en el silencio del
Gran Salón. La energía fluía prácticamente de los poros del cuerpo de Maire cuándo gritó
al cerdo esta vez:
—¡Subid! ¡Maldición! ¡Elévate!
Otra vez, el cerdo sólo miró fijamente detrás de ella, inmóvil, a través de sus ojos
acuosos.
Completamente disgustada con ella misma, giró hacia la muchedumbre y dijo:
—Lo siento. No resultó.
Como uno, todos los hombres en el cuarto le dijeron:
—Sí, lo hizo.
—¿¡Eh!?
Maire, las criadas y las mujeres echaron un vistazo alrededor del círculo. El cocinero
colocaba un tajadero de madera estratégicamente delante de su ingle. Muchos de los
hombres habían entrecruzado sus manos sobre sí mismos. Otros estaban encorvados.
Algunos sonreían abiertamente; otros hacían una mueca. Todos estaban con la cara roja,
por entusiasmo o vergüenza, no podía decirlo.
Viejo John fue el que rompió el silencio.
—¡Benditos Santos Apóstoles! Yo no sabía que todavía podía hacer esto. —Él miró
fijamente con asombro una profusión parecida a una tienda de campaña en la unión de sus
pantalones de tartán.
—Yo supe de una hurí Oriental, que podía hacer a un hombre tener una erección a
veinte pasos, sólo chasqueando sus caderas —dijo Toste, con igual asombro—. Pero ella
estaba totalmente desnuda. Y nunca la vi excitar a cuatro docenas de hombres a la vez.
—¿Puedes enseñarle a mi esposa a hacer eso? —preguntó Dougal con esperanza, y
muchos otros hombres intervinieron con—, a la mía, también.
Parecía que el experimento de levitación de Maire había tenido un gran éxito, a fin de
cuentas. El único problema era que había causado que el «cerdo» equivocado subiera.
Maire se veía como si estuviese a punto de llorar.
Rurik había sonreído como todos ante su inepto experimento con un absurdo resultado,
pero ahora reconoció cuánto le afectó su fracaso. Ella obviamente no veía nada gracioso
en un Salón lleno de penes duros como una roca sin ningún sitio donde aliviarse.
Él lo hizo.
Bolthor seguramente también. La expresión soñadora en su cara atestiguaba que ya
pensaba en un verso humorístico.
Maldición, el maldito resto del mundo lo encontraría divertidísimo, también.
Pero no podía dejar de ayudarla, sufriendo tanto. A pesar de toda la humillación que le
había causado, sólo no podía. Sabía demasiado bien como se sentía ser el sujeto de burlas.
No había nada peor en el mundo que sentirse pequeño e inadecuado.
—Ven, Maire —dijo, tomándola suavemente de la mano y alejándola hacia un lado.
Con un movimiento de cabeza, señaló a Stigand que era tiempo de dispersar a la
muchedumbre.
Stigand en ese momento pareció notar la angustia de Maire. Su cara peñascosa fue
suavizada por la compasión, e inmediatamente comenzó a bramar órdenes de dispersarse.
Por lo visto Maire había persuadido al feroz berserker. ¡Hah! Pronto le arrojaría poemas de
alabanza, también.
Rurik dejó caer su mano y le pasó un brazo alrededor de sus hombros, acercándola a
su lado. Con la otra mano, tomó su bastón y lo puso en la mesa. Se dirigió hacia la
escalera donde tenía la intención de meterla en la cama, y acostarse después de ella.
—Soy la peor bruja del mundo —lloriqueó Maire—. Cailleach estaría tan avergonzada
de mí.
—No pienso que seas la peor bruja del mundo —le dijo dulcemente.
—¿A cuántas brujas has conocido? —Su voz se rompió en un sollozo sofocado.
—Unas cuantas —dijo, sus ojos miraban de un lado a otro, evitando el contacto
directo. Sinceramente, Maire era la única bruja que había conocido alguna vez, aparte de
Alinor, quién había resultado no ser una bruja, después de todo—. Hubo una bruja en
Bagdad. Y dos en Córdoba. No puedo contar a cuantas brujas conocí en Noruega; el lugar
está acribillado de viejas arpías… no que tú seas una arpía, sabes. Y una en Gran Bretaña,
por supuesto… una bruja sajona… era de la peor clase de todas.
Rurik podía ser suelto de lengua cuando la ocasión lo ameritaba. Este era uno de
aquellos momentos. No podía dejar de barbullar.
La gente que había estado saliendo del Salón, incluso sus propios Vikingos, se
detuvieron para oír que tonterías soltaba. Y con la mitad de cerebro que le quedaba, siguió
soltándolas.
—Sobre todo me gustó la bruja blanca que bailó desnuda en los bosques. Su aquelarre
entero participó y, Thor Santo, ¡qué vista era! Pechos y nalgas que giraban alrededor…
Maire se paró en seco y lo contempló por un largo momento.
—Mentiroso —exclamó—. Eres tan mentiroso.
Bolthor se llevó una mano a su boca y en un aparte dijo ruidosamente a Rurik:
—Creo que fuiste demasiado lejos con el asunto de los giros.
Stigand tenía una opinión diferente.
—No, fue el baile desnudo. A las brujas les gusta fingir que nadie sabe de esa práctica
lasciva.
Rurik dijo a Bolthor y Stigand que se hicieran algo vulgar a ellos mismos, luego se
giró hacia Maire, enganchando sus pulgares en su cinturón con deliberada informalidad.
—¿Me llamas mentiroso?
Maire miró de derecha a izquierda exageradamente, luego directamente a él.
—Si se parece a un sapo y tiene verrugas como un sapo…
Se apoyó las manos en la cadera. Maldición, sólo había estado tratando de hacerla
sentirse mejor. ¿Cómo había girado las tornas hacia él? Bien, al menos ya no lloraba.
—Supongo que es un rasgo cultural entre los Escandinavos ya que lo haces tan bien —
siguió Maire.
—¿Qué hago tan bien? —Ella lo había perdido en la cosa de cultura.
—Mentir.
Ahora, Bolthor, Stigand, Toste, y Vagn se pusieron rígidos por el insulto.
—Maire, tus palabras hieren profundamente. Mejor ten cuidado a quien insultas.
Stigand tiende a podar primero y pensar después.
Pero Maire no le prestaba atención.
—¿Sabes qué dicen de los Vikingos, verdad?—Realmente, la mujer empujó y empujó.
Si fuera un hombre, ya estaría muerta como un arenque.
Cinco pares de puños se apretaron en ese punto.
—Maire, ten cuidado —advirtió él.
—Cada vez que un Vikingo miente, su… uh, la parte masculina se le encoge.
Cinco mandíbulas masculinas quedaron boquiabiertas por la incredulidad.
Sinceramente, un Salón completo de mandíbulas abiertas. ¿Pero supo Maire detenerse
entonces? No. Sólo siguió parloteando.
—Sí, eso es lo que los viejos proverbios dicen. La parte que los hombres Vikingos
aprecian tanto se encoge y se encoge con cada mentira, hasta que finalmente se parece a
nada más que a una protuberancia pequeñita, y finalmente se cae completamente. —
Mientras ella pontificaba, levantó sus manos para hacer una demostración, las palmas se
acercaban cada vez más hasta que al final aplaudió con sus manos juntas.
Cada hombre se estremeció. Unos cuantos podrían haber gemido.
Ahora había ido demasiado lejos. No debería hacerle caso, pero ningún hombre con
amor propio, podía permitir que su insinuación no fuese comprobada.
—Déjeme ver si entiendo lo que dices. ¿Cada vez que un Vikingo miente, su pene se
cae? —exigió Rurik.
—Finalmente.
Era difícil para Rurik decir si sus ojos por brillaban por la travesura, o algunas
lágrimas residuales. En cualquier caso, esa era la declaración más ridícula que había oído
alguna vez que alguien hiciera.
—Esa es la declaración más ridícula que he oído alguna vez que alguien haya hecho,
—dijo entonces—. ¿Y por qué sólo los hombres Vikingo?
—Debe haber sido una maldición que puso una bruja a los Vikingos que mienten —
conjeturó Maire, agitando una mano alegremente. Y, sí, eso era un centelleo definido en
sus ojos.
—Los vikingos no mienten más que los Escoceses.
—Oh, no sé sobre eso —discrepó Maire—. Por ejemplo, Vagn…
Vagn brincó un pie del suelo al ser nombrado.
—…Cuándo Stigand levantó un brazo delante de ti esta tarde, después del baño, ¿no le
preguntó él si olía? ¿Y no dijiste, «no»?
La cara de Vagn enrojeció.
Stigand lo miró, vio su culpa, levantó su brazo y olió su axila, entonces lo golpeó con
la gran palma al dorso de su cabeza, haciendo a Vagn caerse en los juncos. Luego, aquel
tonto, Vagn, pudo ser visto comprobando dentro de su braies, discretamente, alguna
prueba de encogimiento.
—Y Toste… —Maire llamó al bribón, que trataba de irse sigilosamente del Salón por
la puerta de la cocina con la hija del pastor—. ¿No oí que ayer le decías a Inghinn que
estabas enamorado de ella?
Toste trató de seguir andando, pero Inghinn se detuvo.
—¿Bien? —ella exigió con voz temblorosa—. ¿Mentías?
—Yo… um… bien… no exactamente —dijo Toste—. Yo estaba enamorado de lo que
hacías con tus manos y…
Inghinn le dio una bofetada y se alejó, pero no antes de decir sobre su hombro:
—Ahora que lo mencionas, tu gusano era más pequeño que lo usual.
—No es así. Eso no es así —protestó Toste.
El padre de Inghinn, Fergus, miró a Toste con tal ceño fruncido que daba a entender
que este asunto de liarse con su hija no había terminado, pero por el momento se alejó
rápidamente para aplacar a la sollozante Inghinn.
—Ella sólo nos embroma —Rurik trató de decir a sus compañeros—. Es sólo una
broma.
—Oh, ¿realmente? —dijo Maire—. Bien, he oído que es como lo he dicho, y el único
modo de invertir el fallecimiento de la virilidad es corregir las mentiras. —Entonces se
dirigió a toda la muchedumbre—. Y, ahora que pienso en ello, no estoy tan segura que no
sea verdad en los Escoceses, también.
El pandemónium gobernó. Por todas partes del Gran Salón, los hombres comprobaban
su braies y soltaban negaciones a mentiras previamente dichas.
—Realmente, Mary, no derramé aquella ale. La bebí toda.
—Calma, Collum. Sustituiré la bolsa perdida de la cebada que te cobré.
—Daracha, realmente no me estás satisfaciendo como te dije.
—Siento decirte esto, amor, pero tus nalgas son demasiado grandes.
—Cuando comes haggis, tu aliento apesta hasta el cielo.
—Realmente, no me gusta que lo hagas al revés.
—El pelo en tus piernas es repugnante.
—No limpié el establo cuando dije que lo hice.
—La verdad sea dicha, ese sarpullido en mis partes masculinas realmente no fueron
causados por una caída en un arbusto espinoso.
—Para ser sincero, cuando te pones arriba de mí en el juego amoroso, no puedo
respirar.
—Tus pezones son demasiado grandes.
—Tus pezones son demasiado pequeños.
—No tienes pezones para hablar de ellos.
Rurik puso la cara entre sus manos, tratando de esconder su risa. Era la cosa más
escandalosa que había experimentado alguna vez en toda su vida. Maire podría no ser tan
buena bruja, pero cuando se desquitaba, era la mejor. Finalmente, se limpió las lágrimas
de alegría de sus ojos, y la tomó de la mano, separándola del caos que había creado.
Ella inclinó su cabeza en interrogación.
—Vamos a tu cámara ahora, querida —le informó—. Si tienes suerte, podría dejarle
comprobar si he estado diciendo alguna mentira últimamente.
8
RURIK tomó Maire a la mano y tiró, con fuerza. ¡Quería dejar el Gran Salón… ahora!
La verdad sea dicha, estaba más excitado que un macho cabrío barbudo en una manada
de cabras. Tan fuerte era el instinto de copular que temió terminar dando un salto volador
hacia Maire —¡como una cabra, por el amor de Freyja!— salvo que no tenía cascos
hendidos para romperse si en su caída fallaba en el blanco. Y por el modo que su vida
había estado yendo últimamente, perder su «blanco» era una posibilidad muy cierta.
Maire sin duda no discreparía por lo del casco hendido, sin embargo, ya que siempre
lo comparaba con un engendro del diablo.
¡Aaarrgh! ¿A quién le preocupa si soy una cabra o un diablo? Necesito plantar esta
dura roca que brota de mi ingle en un lugar que esté caliente, húmedo y le dé la
bienvenida, o moriré de deseo.
¿Pero Maire me dará la bienvenida?
¿O estará caliente?
¿O húmeda?
Movió una mano desdeñosamente ante sus propias preguntas internas.
No puedo dar testimonio a su recepción externa, pero estará caliente y mojada, se
prometió. Después de que aquel desafío público a mi masculinidad en cuanto a los
orgasmos, maldito si no me aseguro bien que se quema esta vez… y tan excitada que
podremos muy bien deslizarnos en las pieles de cama. Lo juro… un juramento de sangre a
mí mismo. Mi virilidad está en juego aquí. Realmente, se podría decir que la reputación de
todos los hombres Vikingos está siendo amenazada.
Un pensamiento constante en su cabeza sugirió que quizás estuviera reaccionando de
manera exagerada. Pero otro pensamiento constante le dijo que no pasaba nada en
reaccionar de manera exagerada cuando involucraba a un hombre y su parte del cuerpo
más preciosa.
Rurik intentó arrastrar a Maire del Gran Salón, y, sí, ella se empecinaba, encontrando
una excusa después de otra para detenerse y dirigirse a su gente… discutiendo cosas
importantes como a que hora comenzar la masa del pan al amanecer, cuánto había que
limpiar del banquete todavía esa noche, o quién debería mover con pala los muladares el
amanecer del lunes.
—Deje de tirarme. No soy una niña —se quejó Maire. Estaban en la mitad de la
escalera que conducía al piso superior y su cámara.
Se detuvo repentinamente, y ella chocó de golpe con su espalda. Casi se cayeron, pero
los estabilizó liberando su mano y girándola de modo que su espalda quedó apoyada
contra la pared… y él apoyado contra ella.
Un error, eso.
Un placer, eso.
Demasiado pronto, eso.
Tardíamente recordando sus últimas palabras, se frotó contra ella con un suspiro
atormentador y respiró contra sus labios.
—Una niña es la última cosa que te llamaría, Maire. —Incluso aquella leve fricción de
su excitación contra su vientre, separado por capas de tela, le proporcionó un dolor tan
delicioso… tan intenso que tuvo que cerrar sus ojos y aguantar su respiración, no sea que
se avergonzara… y ella, también.
—No lo hagas, Rurik —suplicó con un gemido, girando su cabeza al lado.
—¿Qué? —murmuró contra la curva suave de su cuello, el punto exacto donde un
pulso latía con ritmo sensual.
—Tu asunto del castigo.
—¿¡Eh!? —dijo. Entonces recordó—. Oh, Maire, prometo que disfrutarás de mi
asunto del castigo.
—¡Oh, cuánta bobería los hombres sueltan realmente! Como si yo pudiera disfrutar…
Rurik usó su índice para inclinar su cara hacia adelante y detuvo sus palabras con su
boca. De un lado a otro, movió sus labios sobre los suyos antes de que se separaran. Luego
gimió su furiosa necesidad en su boca abierta y profundizó el beso. Como un loco estaba,
devorándola con su hambre insaciable.
—Tu… sabor… es… tan… condenadamente… bueno.
Al principio, ella trató de apartarlo con las palmas presionadas contra su pecho. Y
luego, en mitad de sus besos suaves, y susurrantes, empujó con su lengua, y sucumbió a la
misma pasión que lo atacaba. Sus brazos rodearon sus hombros y su pubis presionó sus
caderas.
—Rurik.
Él lamió sus labios y la animó a hacerle lo mismo.
—Rurik.
Ella ensanchó su boca y le permitió el acceso más profundo.
—Rurik.
Él pellizcó su labio interior en castigo por pronunciar su nombre. Ahora no era tiempo
de conversar, a no ser protestas o estímulo.
—No soy yo —dijo con voz entrecortada Maire.
—Rurik.
Sólo entonces comprendió que alguien más decía su nombre, y era una voz masculina.
Inhalando y exhalando profundamente para controlar sus jadeos, presionó su frente
contra Maire.
—Rurik.
Girándose a la derecha, con Maire todavía en sus brazos, vio a Bolthor parado al fondo
de la escalera, cambiándose de pies, mientras le hacia señas.
—Es mejor que sea urgente —gruñó Rurik.
—Lo es —dijo Bolthor, moviendo su cabeza enérgicamente. Entonces inclinó su
cabeza hacia el lado y preguntó—: ¿Todavía no le has hecho un or-gas a la señora? He
oído decir que hay un modo seguro de provocar el éxtasis a una mujer que implica plumas
y…
Rurik gruñó otra vez.
Dándose cuenta que pisaba aguas precarias mencionando las habilidades de amor de
Rurik, o sus carencias, Bolthor se precipitó rápidamente al punto.
—Fergus, el pastor de ovejas, está golpeando a Vagn reduciéndolo a una pulpa en el
patio. Cree que Vagn es Toste, quién realmente fue el que se metió con su hija, Inghinn.
Stigand trata de decirle a Fergus que consiguió al gemelo incorrecto, pero Fergus es un
Escocés obstinado, y sabes como son… porfiados, cuando han decidido, a diferencia de
nosotros los Vikingos, que somos de mente abierta y todo eso. Tuve que golpear a Stigand
en la cabeza con una pala de madera para que no decapitara a Fergus. Rompió la pala, eso
hizo. Y Nessa amenaza con desentrañarme mientras duermo por golpear a su pobre
pequeñito Stigand. ¿Puedes imaginar eso? ¡Stigand, pobre pequeñito! Mientras tanto,
Toste está yaciendo como muerto en los establos —borracho, si me preguntas, junto a la
esposa de Ian, Coira— borracha, también. Si Ian averigua que su esposa ha estado
abriéndole sus muslos a Toste, va a haber una guerra, te lo digo. Y Coira piensa que está
yaciendo con Vagn, he dicho. —Bolthor respiró profundo antes de añadir una última
declaración—: Y cada hombre en la fortaleza anda buscando un hilo para medir su pene.
Rurik se alejó de Maire.
—¿Cómo puede haber sucedido tanto en el corto tiempo desde que dejé el Salón?
—Bien, no fue un rato tan corto —contestó Bolthor—. Quizás has estado copulando
aquí en la escalera más tiempo de lo que piensas.
—¿Copulando? —Maire se ahogó.
—¿Copulando? —Rurik se ahogó, también. Luego—, lleva a Maire hasta su cámara
—pidió a Bolthor—, y asegúrate de montar guardia fuera antes de que vuelva. Tendré
cuidado de Toste y Vagn. Stigand, también.
—No necesito ningún guardia —protestó Maire.
—Necesitas un guardia —le aseguró, inclinándose para darle un último beso, brusco
—. Esta noche, por sobre todas las otras, no permitiré que te escapes.
Maire levantó su barbilla de modo provocativo.
—Tratas de asustarme con todas esas amenazas del «castigo», pero no te tengo miedo.
—Más tonta eres tú —declaró él, ya bajando la escalera.
—No eres tan atemorizante como piensas que eres. Hay un viejo proverbio gaélico que
harías bien en memorizar: «Grandes voceadores no son calzadores».
Dios, la mujer está loca para desafiarme así. Y créeme, tengo la intención de morder su
justo cuerpo.
Sobre su hombro, oyó que Bolthor explicaba, como si una explicación fuera,
necesaria.
—Quizás él quiere darte un or-gas esta noche. Ya que no ha tenido éxito en el pasado
—contigo, eso sí— bueno, eso podría ser espantoso.
Rurik no estaba seguro si el sonido de un balbuceo vino de él o de Maire.
Maire estaba desesperada.
Apresuradamente, encendió todas velas en su cámara, disponiéndose a realizar un
ritual de brujería. Esa tarde, cuando Rurik había regresado después de hablar con Duncan
MacNab, había comprendido por primera vez que su vieja consejera, Cailleach, todavía
podría estar en Escocia. Y esa noche, cuándo había intentado una levitación —¡Mary
Bendita! ¿Cuándo he sido tan humillada alguna vez en toda mi vida?— Había recordado
algunas palabras nebulosas de un encanto para evocar a una bruja. Así que ahora quería
llamar a Cailleach, si era posible. Ella sabría quitar la marca azul de Rurik, si alguien
pudiese. Y si podía ser hecho, Rurik concentraría todos sus esfuerzos en librar al clan de
Campbell de la amenaza MacNab. Luego se alejaría para hacer cualquier cosa que los
Vikingos hacían… violación, el pillaje, un Vikingo aterrorizando a mujeres inocentes con
«castigos», arreglándose para ser más guapo que lo que ya era. No se preocuparía si nunca
viera a esa plaga de hombre otra vez.
Al menos, eso es lo que se dijo… aunque, para ser sincera, él realmente daba buenos
besos. Besos increíblemente buenos. Besos tan buenos, de hecho, que algunas muchachas
más débiles podrían ser tentadas a probar los «castigos» que repartía… o el or-gas mismo.
—Trobad, trobad, Cailleach —cantó en gaélico—. Ven aquí, ven aquí. —Sacudió
algunas hierbas en las docenas de velas que se quemaban en el cuarto, haciéndolas arder
más alto y más brillante. Repetidas veces, recitó varias palabras y frases gaélicas,
esperando que una fuera la combinación correcta. Las llamas de las velas comenzaron a
sonar y bailar de un modelo poco natural. ¿Estaba el espíritu de Cailleach en el cuarto?
Caminando hacia un pequeño tarro de cerámica, tomó un pellizco de una sustancia
polvorosa y colocó una parte en cada una de las cuatro esquinas del cuarto.
—El ojo de una ramita, el dedo del pie de una serpiente, te convoco, bruja, a hacer un
milagro.
Había una presencia en el cuarto. Maire podía sentirlo.
—¿Un bheil sibh gam chluinntinn?—preguntó suavemente—. ¿Me oyes? —Estaba un
poco asustada porque uno nunca sabía que fuerza oscura podía ser despertada
interesándose superficialmente por las artes oscuras.
Un trueno en la distancia fue su única respuesta. Ahora, eso podía ser una cercana
tormenta, ya que el aire estaba grueso y húmedo. O podía ser la promesa de Cailleach de
venir. Maire decidió creer lo último.
Con una sonrisa, bailó por su cámara, siempre alerta a los pasos próximos de Rurik,
recitando todos los viejos encantos para lisonjear a una bruja, para hacer un pedido.
Mientras bailaba, dispersando hierbas mientras giraba, de aquí para allá, comenzó a
quitarse la ropa, bajándose su chemise de lino, aunque todavía llevaba puesta sus medias y
zapatos de cuero pesados. El cuarto llegaba a ser escandalosamente caliente, y estaba tan
cansada.
Tenía la intención de apagar todas las velas y esconder las pruebas de su práctica de
brujería antes de Rurik hubiese vuelto. También tenía la intención de poner sobre el cuarto
un hechizo que matara la lujuria. Pero primero tenía que peinar su pelo. Sólo un momento.
O sentarse en el borde de la cama. Sólo un momento. O poner su cabeza sobre la
almohada. Sólo un momento. O cerrar sus ojos. Sólo un momento.
Lamentablemente, todas las mejores intenciones de Maire desaparecieron con el
ataque violento de una fatiga agobiante.
Cuando iba a la deriva para dormir, oyó que una voz en su cabeza decía—, ya voy, ya
voy, ya voy…—Pensó que podría ser Cailleach, salvo que parecía haber muchas voces
que le hablaban. ¿Cambiaba Cailleach su voz, deliberadamente, para engañar a algunas
hadas que estaban al acecho o gnomos vagos?
—¿Eres tú, Cailleach?—preguntó con un amplio bostezo.
La única respuesta fue un chillido.
Muchos chillidos.
Seguramente, era un buen signo.
—Mejor tienes cuidado, Rurik —le dijo Bolthor—. Hay un infierno de muchos chillidos
allí adentro.
¿Chillidos?
—¿¡Eh!? —Le había tomado a Rurik cerca durante una hora separar la lucha en el
patio, aplacar a Fergus, y arrastrar a Toste fuera del establo… para no mencionar despertar
a Stigand y obtener su promesa de que no cortaría ninguna cabeza durante la noche.
¿Ahora, Bolthor le hablaba del chillido de…?—. ¿Cómo pollos?
—No, cómo brujas.
Rurik ponen su cara en una mano y contó hasta diez por paciencia. Entonces preguntó:
—¿Entraste a comprobarlo?
Bolthor retrocedió y enderezó sus hombros indignado por la pregunta.
—¿Yo? ¿Implicarme con brujas? ¡Que…! ¡No… pienso…! He conseguido ya un
encogimiento de mi parte masculina por lo que preocuparme, y tengo sólo un ojo que
funciona. No soy lo bastante estúpido para arriesgarme a algún hechizo adicional que
podría poner en peligro otras partes de mi cuerpo. No, he cumplido mis deberes. Te
informé del chillido, y ese es el fin de mi participación. Tú investiga el chillido.
Con un gruñido de repugnancia, Rurik alejó a Bolthor hacia su banco para dormir en el
Gran Salón y esperó hasta que estuvo seguro que el imbécil se había ido. Unos momentos
después, desde abajo de la escalera del Salón, oyó que el poeta decía en un susurro fuerte:
—Stigand, despierta. Necesito una palabra que rime con cacarear.
Stigand con voz soñolienta murmuró una palabra anglosajona ordinaria para fornicar.
Incluso desde arriba, Rurik pudo oír la afrenta en la voz de Bolthor cuando contestó:
—Eso no rima, Stigand. ¡Tsk-tsk! Buena cosa, yo soy el poeta, y no tú.
Sacudió su cabeza y sonrió cuando abrió la pesada puerta de roble de la cámara de
Maire. Al instante, se tambaleó hacia atrás por el intenso calor que lo golpeó. Había tres
docenas de velas quemándose en el cuarto. ¡Y el olor! Por las uñas de Thor, el olor
empalagoso en el aire le recordó una iglesia en Jorvik donde quemaban incienso como
parte de los servicios.
¡Ahá! Maire debía haber hecho un ritual u otro. ¿Podría haber estado tratando otra vez
de quitarle su marca? ¿Podría acaso ya haberse ido?
Precipitándose hacia un lado, Rurik recogió su espejo de cobre pulido y comprobó su
cara. Inmediatamente, sus hombros cayeron con desilusión. La marca permanecía. Bien,
había fallado otra vez, o fue otro hechizo el que hizo. ¡Hah! Si ese era el caso, sin duda fue
un hechizo para hacerlo desaparecer.
Cuando se paseó por la cámara, apagando velas para disminuir el calor, echó un
vistazo hacia la cama donde Maire dormía profundamente. Aunque llevaba puesto sólo
una delgada chemise, podría decir que debía haberse dormido prácticamente de pie porque
todavía llevaba puesta sus medias y zapatos. De hecho, una pierna colgaba sobre el borde
del colchón, y había un cepillo en su mano. Roncaba suavemente. Sonriendo abiertamente,
tomó nota mental para recordarle que ese era el hábito menos femenino. Estaba seguro que
apreciaría saber que hacia sonidos durmiendo no diferentes a los de un cerdo sorbiéndose
los mocos.
No debería haber pensado que iba a evitarlo durmiéndose. Se propuso exigir
completamente su libra de carne esa noche. Puso una mano en su ingle como un
recordatorio de lo que debía venir. Continuaba estando duro para la muchacha, a pesar de
haberse ido de su presencia hacia una hora o más. Acaso era un efecto persistente de la
demostración de levitación.
Después de que terminar con las velas, se sentó en el borde de la cama en el mismo
lado que Maire, y comenzó a quitarle los zapatos y medias. No que fuese considerado con
su comodidad, se dijo. No, era sólo que quería la carne desnuda al lado de la suya cuando
la llevara al orgasmo… como siempre ciertamente hacía, o renunciaría para siempre a su
palabra y fama como amante. Cuando comenzó a bajar sus medias por sus piernas, que
eran muy largas y muy bien formadas, imaginó donde aquellas piernas podrían estar
cuando gritara su primer éxtasis. ¿Envueltas alrededor de su cintura? ¿O sobre sus
hombros? Todavía mejor, podría arrodillarse en dichas piernas, a gatas, y él podría tomarla
por detrás como un semental con una yegua. Esto debería extraer el secreto de la marca
azul de ella.
Sonrió malvadamente ante todas las posibilidades cuando siguió desnudándola.
No se conmovió, se dijo, por las numerosas señales de zurcido en sus medias, o las
ampollas detrás de sus talones por los pesados y útiles zapatos que usaba. De todos modos,
no muchísimo.
Bostezando, se quitó sus propias botas, luego se levantó para desabrochar su correa
con la espada. Cuando bostezó otra vez, caminó de un lado a otro de la cámara —todavía
calurosa— y dejó caer un artículo de ropa después de otro antes quedar desnudo como el
día que nació. Pero no tan débil y endeble como cuando era un bebé, se recordó, mirando
fijamente hacia abajo los músculos esculpidos con trabajo que moldeaban su abdomen,
estómago, brazos y muslos. Estaba en perfecto estado físico, y lo sabía.
Excepto por la marca azul.
Pensamientos molestos se arremolinaron dentro de Rurik cuando se acostó en el
colchón. ¿Había una enfermedad dentro de él que hacía el aspecto físico tan importante?
No juzgaba a sus amigos por como se veían. Lejos de ello. Y, aunque admiraba a una
mujer hermosa, no consideraba que una forma impecable o una cara perfecta fuese
necesaria en una compañera. Consideró a la esposa de Tykir, Alinor. Ella estaba cubierta
de pecas desde la cabeza a la punta de los pies, pero a los ojos de Tykir, era una diosa. Y
Rurik apenas notaba su sencillez, tampoco. No, sólo él era tan duro consigo mismo. Y
sabía por qué. Todo provenía de su infancia, las burlas y brutalidad infligidas porque no
era superior en atributos físicos. Reconoció que era irrazonable conservar todas esas viejas
inseguridades, pero de algún modo tenía una buena razón. No era un hombre con
apellido…ni hogar… aunque lo último debiera cambiar pronto con su matrimonio. Tenía
bastante riqueza, pero los tesoros podían ser tan fácilmente perdidos como ganados. No,
su identidad se basaba en su fuerza como guerrero y su apariencia física. En esencia, todo
lo que tenía era por quién era, físicamente.
Oh, tantos pensamientos profundos cuando estoy tan cansado. Se movió agitadamente
en la cama, tratando de aliviar sus adoloridos huesos. Había sido un día largo, largo, y esa
no era una cama muy grande. Tuvo que acomodarse contra Maire, quién se volvió
alejándose. Una verdadera privación. Sonrió con placer por el modo que encajaban juntos.
Su brazo izquierdo todavía adolorido descansó en la almohada, su mano derecha encima
de un pecho deliciosamente lleno, su erección descansando en el centro muerto del pliegue
de sus nalgas. Lo intentó, pero fue incapaz de sofocar otro bostezo. Iba a despertar a Maire
en un momento y sólo iba mostrarle como de bien encajaban juntos… de todas las
maneras. Por el momento, sentía una inmensa satisfacción sólo abrazándola y anticipando
lo que debía venir. Aquí en la oscuridad, en este momento congelado en el tiempo, no
importaba como se veía, o lo que tenía que demostrar. Era simplemente un hombre… con
su mujer. Y se sintió tan bien.
Justo antes de que flotara hacia el sueño, oyó el sonido más raro.
Chillidos.
—Oh, Maaiirre.
Maire despertó al instante con el sonido de la voz masculina que canturreaba palabras
calientes y entrecortadas contra su oído. En la semioscuridad, sintió que estaban
probablemente cerca del amanecer, pero sabía exactamente donde estaba y quién estado
apoyado contra su espalda. Con los dedos de una mano jugando con su pezón y su
«Lanza» que la empujaba por detrás, el sapo Noruego era claramente identificable.
—Oh, Maaiirre.
Quizás podría pretender que estaba dormida.
—Sé que no está dormida, brujita. Cuando duermes, roncas, y ahora no estás
roncando.
No ronco, quiso decirle al bruto, pero todavía se hacía la dormida, manteniéndose
inmóvil, lo que era realmente difícil de hacer cuando él hacía rodar su pezón entre su
pulgar e índice, provocando las sensaciones más peculiares ondulándose por su cuerpo. Y
apenas parecía posible, pero su grueso miembro masculino se ponía más grueso. Le
gustaría golpear con sus malvados dedos a su miembro. El fingir que estaba dormida se
hacía cada vez más difícil.
—¿Adivina qué, Maire?
¿Acertijos ahora? Sólo podría imaginar que tonta diversión él planeaba, sobre todo con
la maldad que sonaba en su voz.
—Llueve —anunció él.
No era en absoluto lo que habría esperado que dijera. Esperó que alguien abajo
hubiese tenido la previsión de colocar algunos cubos estratégicos sobre el Gran Salón
donde el techo se había salido.
—De hecho, esta tormenta demuestra venir con una gran entrada… la clase de lluvia
de verano incesante, fuerte, que podría continuar… ah, digamos, todo el día, y quizás
incluso hasta esta noche.
Los párpados de Maire se abrieron de repente.
Él se rió entre dientes.
—¿Recuerdas, o no?
Él no podía querer decir posiblemente…
—Prometí que cada día que siguiera llevando tu marca, tú llevarías la mía… excepto
que mi marca será la que un hombre le hace a una mujer en las pieles de cama. ¿No
recuerdas mis palabras ahora, amor?
Él lo hizo.
—Creo que lo haces. Puedo saberlo por la rigidez de tu columna. Aquí está un
recordatorio de todos modos, por si acaso estas un poco lerda de la cabeza como la mayor
parte de las mujeres suelen estar ante el superior intelecto masculino.
El hombre era un imbécil, sencilla y simplemente.
—Te dije que durante los días lluviosos, habría más tiempo para dedicarle a tu marca,
y sólo podríamos pasar el día y la noche en la cama porque tengo tanto que enseñarte…
tantos modos de marcarte.
Empujó la mano que acariciaba su pecho, se incorporó, luego saltó de la cama. Con las
manos en las caderas, lo fulminó con la mirada en la triste penumbra.
—He tenido más que suficiente de tu conversación de marcas sexuales, castigos, or-
gas, ataques y juegos de cama. Si tienes la intención de obligarme a aparearme contigo,
sólo hazlo y ya. No lo endulces con todas esas otras descripciones.
Él sólo la contempló, con ojos que ahora podía ver ardían sin llama, como el fuego
azul. Había cambiado de posición en la cama y estaba con sus brazos doblados detrás de
su cuello en la almohada, sus tobillos cruzados.
—Bien, contéstame —exigió ella, estampando su pie.
—Tus pezones son difíciles —observó él irrelevantemente.
Ella jadeó.
—No lo son.
Él arqueó una ceja.
—Uno de ellos lo es. Ven aquí, y déjame trabajar el otro para igualar el despertar.
—Des-per-tar —balbuceó y giró, así no podía ver sus pechos a través de la fina
chemise que llevaba.
—Puedo ver tus nalgas, Maire —le informó con una risa—. Muy agradable, en efecto.
Ella giró hacia atrás, para decirle lo que pensaba de sus observaciones pervertidas,
pero un relámpago rompió, iluminando totalmente la cámara, y consiguió su primera
buena mirada al Vikingo que estaba acostado desnudo en todo su esplendor. El hombre
realmente era la encarnación de la perfección masculina, con músculos perfectamente
proporcionados en los lugares correctos… hacia abajo esa… esa… la cosa que estaba
parada entre sus piernas. Ciertamente no había estado diciendo mentiras últimamente, por
lo que podría ver.
Se abrazó boquiabierta y chasqueó.
—¿No tienes vergüenza?
—No.
—Cúbrete.
—¿Por qué?
—Porque te ves ridículo, por eso.
—No —dijo él, pero había un poco de dolor en su voz. El patán insensato siempre era
sensible sobre su apariencia, Maire lo sabía, pero esto era llevar la vanidad demasiado
lejos. Notó que giró hacia un lado, como si se ocultase, debido a su crítica. No se encogió,
sin embargo, cuando algunos hombres pudiesen haberlo hecho.
Se dio la vuelta alejándose y trató de controlar sus emociones. No podía soportar al
pícaro arrogante, pero había una parte de él que la conmovía, también. Era la parte de la
que tenía que protegerse. Tenía que hacerlo.
—Maire —dijo Rurik—, ven aquí.
—¿Por qué? —¡Qué pregunta tan estúpida! Realmente, era discutible quién era el
idiota en ese cuarto… Rurik o ella.
Ella pensó entonces que le diría que iba a iniciar su castigo, poner su marca masculina
sobre ella, o hacer los juegos de cama. Pensó que podría sonreír con satisfacción, o hasta
reírse en voz alta de ella. Pero cuando se volvió hacia el hombre en su cama, su mirada
fija era fría, grave. Y le dijo la peor cosa posible, considerando su humor vulnerable.
—Porque —le dijo roncamente, atrayéndola con los dedos largos de una mano—,
quiero, con todo mi corazón, hacer el amor contigo.
9
MAIRE gimió.
Fue el más suave de los sonidos, acompañado por una exhalación inaudible, pero
Rurik lo oyó, y lo reconoció por lo que era… la excitación reacia de una mujer al borde de
la rendición. Interiormente, sonrió con satisfacción. Era un maestro de la seducción. Los
signos estaban claros. Apenas un pequeño empuje y ella sería suya.
Le hizo señas con la punta del dedo de la manera de un hombre hacía a una mujer por
los siglos. Y le lanzó su mirada más sensual como un incentivo añadido… la que
implicaba ojos velados y llamear por la nariz. Era una táctica favorita que nunca dejó de
tentar hasta a las criadas más apropiadas.
Lamentablemente, Maire no era por lo visto, ni apropiada, ni criada. En vez de acatar
su orden, la moza obstinada dio un paso atrás —¡hacia atrás!— lejos de la cama donde
todavía se reclinaba, y dijo:
—Rurik, no quiero hacer el amor contigo.
¿¡Eh!? ¿Había leído equivocadamente las señales de su cuerpo? ¿No estaba interesada
en compartir las pieles de cama con él? ¡Imposible! Saltó de la cama y se paró
directamente delante de ella antes de que tuviera posibilidad de parpadear… o correr hacia
la puerta.
Vio una sola contracción nerviosa de sus labios, aunque inmediatamente la enmascaró
presionándolos y levantando su barbilla con valentía. Obviamente su proximidad la
agitaba, lo que tenía que ser un buen presagio. Apostaría grandes probabilidades que, en
efecto, estaba interesada en el juego amoroso, a pesar de sus palabras al contrario.
Estaban tan cerca que podía jurar que olía el almizcle femenino de su excitación.
Sinceramente, era tan caprichosa como una yegua en celo… aunque no pensó que le
gustaría aquella comparación… de todos modos, no en esa etapa de su relación.
Puso una mano en su barbilla y acarició ligeramente su pulgar a través de sus labios
cerrados. La contracción no se repitió, pero podía sentir su tensión sólo tocándola.
—Explícate, milady. —Su voz salió fuerte y baja, traicionando su propia necesidad
masculina. Su pulgar seguía acariciando su boca sumamente deliciosa.
—No quiero hacer el amor contigo —repitió ella.
—¡Mentirosa!
Pareció impresionada por su acusación, al principio. Pero Maire era en el fondo una
mujer honesta, y entonces enmendó su declaración.
—Hacer el amor contigo es una mala idea.
¡Mala idea! Es la mejor idea que he tenido.
Simplemente arqueó una ceja en pregunta. Pero mientras esperaba su respuesta, movió
su mano desde su barbilla a su cuello y rizó sus dedos alrededor de la nuca, bajo su pesada
mata de pelo, y la atrajo más cerca. Cuando ella lo miró fijamente, sintió sus pechos bajo
la delgada tela de la chemise contra su pecho desnudo, y su vara presionando su estómago
plano. La conciencia sexual arremolinó entre ellos… y durante sólo un segundo un
abrumador mareo lo atacó. Seguramente, ella lo sintió, también.
Ella lamió sus labios, un gesto tan inocentemente carnal que su miembro dio tumbos
contra su vientre.
Un rubor manchó sus mejillas cuando percibió lo que había pasado, y lo que había
hecho para provocarlo.
Trató de explicar su desgana para juntarse con él.
—Rurik, he estado con sólo dos hombres en mi vida… tú y mi marido, Kenneth.
Ustedes dos me engañaron de una manera u otra. —Ella puso una mano vacilante en su
boca cuando él la quiso contradecir. Él pellizcó la punta de sus dedos, pero le permitió
continuar—. Tengo demasiadas responsabilidades ahora para arriesgarme a tal
comportamiento ilícito por mis propias necesidades egoístas. Necesito ser sensata, y…
¡Oh! ¿Comportamiento ilícito? ¿Necesidades egoístas? De modo que realmente me
desea.
—…arrastrarme en compasión cuando me dañen otra vez podría ser la perdición de mi
clan, que necesita mi completa atención.
—Maire, no creo que te hayas arrastrado nunca en tu vida. Y en cuanto a ser dañado…
¿cómo puedes sentir una gran pasión a menos que te arriesgues al dolor? —Aquella última
declaración sonó pomposa incluso en sus propios oídos.
—No es sólo eso. No quiero una gran pasión. Estoy contenta con mi vida de la manera
que es. Y además, ¿has considerado alguna vez qué pasaría si quedara embarazada?
—Hay maneras de prevenir que la semilla masculina se plante en la matriz femenina.
Maire pareció sorprendido por eso.
—¿Maneras? ¿Qué maneras?
—Eso no importa. Sólo tienes que saber que un estómago aumentado no tiene que ser
una de tus preocupaciones.
—¿Empleaste esas maneras la última vez que estuvimos juntos? —Hubo un tono rudo,
dudando de lo que decía, que no cuidó de ella.
—Probablemente no. Yo era joven entonces, y más descuidado.
Ella consideró su declaración durante un largo momento, luego intentó un enfoque
diferente.
—Rurik, me faltas el respeto al encapricharte conmigo. Piensa en lo que mi gente diría
de una amante que comparte una cama con cada viajero que pasa.
—No soy cada viajero —se quejó él. Dios, estaba cansado de la conversación. Era
tiempo de acción. Acción de cama—. Además, Viejo John prácticamente te me ofreció de
bienvenida, y supongo que es el representante de todos en tu clan.
—¡Él nunca lo hizo!
—Sí, lo hizo. Como recuerdo, me comparó a los toros en los campos, los carneros en
las colinas, hasta los peces pequeñitos cuando se excitan, y dijo que el impulso de
aparearse entre tú y yo era natural. De hecho, hasta implicó que todo eso es parte del plan
de Dios.
Maire chasqueó su lengua con repugnancia por las palabras que reconoció salidas de la
boca del Escocés.
—Él probablemente piensa que vas a casarte conmigo.
Rurik no había considerado aquella posibilidad. Pero entonces se encogió de hombros.
Le haría al viejo directamente esa pregunta cuando llegara el momento. Una boda con
Maire era la última cosa en su mente. Copular con Maire, por otra parte, era lo principal
en sus pensamientos.
—Y hay otros motivos, también, por qué no deberíamos hacer esto…
Conversación, conversación, conversación. Es lo que todas las mujeres hacen. Si las
mujeres tuvieran que ir a la guerra, tratarían probablemente de luchar contra sus enemigos
con palabras en vez de espadas o flechas.
—Maire, puedes citarme una docena de motivos, y no habrá ninguna diferencia.
—¿Por qué? —persistió.
Porque soy tan malditamente lujurioso, que podría estallar. Por eso. Porque si no beso
pronto esos maravillosos labios, húmedos tuyos, podría comenzar a babear. Por eso.
Porque mi pene está tan duro, que duele. Por eso.
—Deja de mirarme así.
—¿Cómo?
—Como si fuera un pasto nuevo en la hierba, y tú una oveja hambrienta.
Soy, con seguridad… un carnero. Mejor que venga aquí rápido antes de que comience
a balar… o, todavía mejor, a chocar con ella. Se rió entre dientes por su propia broma.
Ella lo fulminó con la mirada, no entendiendo la fuente de su alegría.
—Rurik, el acto sexual significa cosas diferentes para las mujeres que para los
hombres.
Aquí vamos. Primero, Viejo John me sermonea con el sexo. Ahora, Maire lo hace,
también. ¿Soy un adolescente que necesito tal educación?
—Los hombres no tienen asco en derramar su semilla en cualquier buque,
complaciente o no, cuando la lujuria lo golpea. Las mujeres por otra parte… de todos
modos, la mayor parte de las mujeres… se entregan a un hombre cuando hay sentimientos
implicados.
Rurik gimió interiormente. Podía adivinar lo que venía. Culpa. Como todas las
mujeres con sus artimañas femeninas, Maire iba a emplear la culpa con la esperanza de
conseguir su propio fin.
—Cuando me casé con Kenneth, lo amé… no quizás como una amante debería…
después de todo, nos conocíamos desde que siendo niños dábamos los primeros pasos
juntos por los páramos. Los Campbells y los MacNabs no se peleaban entonces. Pero
parece que no conocía a Kenneth en absoluto. —Suspiró profundamente e hizo una pausa
en sus recuerdos.
Rurik recordó las palabras de Viejo John sobre los golpes que Maire había soportado
de su cónyuge, y había sospechado que ahora evocaba aquellos oscuros recuerdos.
—¿Qué tiene todo eso que ver conmigo… con nosotros? —preguntó con un gruñido
de impaciencia.
—Mi amor fue obviamente malgastado en ti, también —dijo.
—¿En mí? ¿Me amaste? —Era una noticia desconcertante.
Afirmó con la cabeza. Realmente afirmó con la cabeza. ¡Ah, Dios, estaba en
problemas ahora!
—Debes pensar que era una ingenua por haberme enamorado de ti… un virtual
forastero. Comprendo ahora lo estúpida que fui por haber tomado las palabras seductoras
de un pícaro con experiencia como verdaderas.
—¿Pensaste que estaba enamorado de ti? —soltó, comprendiendo tardíamente como
de insultante su estupefacción debía sonar.
Pero ella sólo sonrió de un modo humilde. Obviamente, se culpaba, no a él.
—¿Me amas todavía? —preguntó, el horror sonaba en su voz. El amor no era la
emoción que quería ahora de la muchacha. La lujuria, sí. Amor, no.
Ella se rió.
—Te aborrezco.
Exhaló en voz alta con alivio antes de que pudiera refrenarse.
Ella se rió otra vez.
En el momento de silencio que siguió, Rurik consideró todo lo que le había dicho. Para
su vergüenza, apenas podía recordar detalles del momento en que habían hecho el amor
hacía cinco años. Había sido joven, quizás bajo la influencia de uisge-beatha, lleno de su
propia vanidad, y, la verdad, había habido tantas mujeres en sus pieles de cama con el paso
de los años. No era excusa, por supuesto. Otro pensamiento le vino espontáneamente.
—¿No pensaste que me casaría contigo porque tomé tu virginidad?
—No, no era estúpida —contestó ella.
¡Whew!
—Pero pensé realmente que querrías para más que una noche conmigo. Yo tenía mi
propio ego, Rurik. Pensé que sería más que una conquista para ti… pronto olvidada.
Pensé… bien, que me llevarías contigo.
Él afirmó con la cabeza entendiéndola.
—Y me reí cuando me lo pediste.
—Lo hiciste.
—Maire, yo estaba en el negocio del rey Nórdico entonces… negocio que podría
haber implicado las vidas de muchos hombres. No podría haberte llevado conmigo,
incluso si lo hubiera deseado.
Ella hizo una mueca con sus labios, que transmitió su escepticismo. Sabía así como él
que había sido sólo un capricho pasajero del momento.
—No te traté honorablemente —confesó él.
—Es verdad.
—Lo haré ahora. —Pensó en el collar de ámbar en su alforja y decidió que se lo daría
definitivamente después como un wergild. Incluso aunque el término anglosajón wergild
denotaba en conjunto el valor de la vida de un hombre muerto de acuerdo con su rango,
Rurik sintió que se aplicaba en esta situación, también. Sinceramente, había matado los
sueños de Maire. Merecía una justa compensación.
Su cara se aclaró.
—¿Lo harás ahora honrando mis deseos de no hacer el amor?
—No, no es la recompensa que te daré. Habrá otra recompensa. —Él hizo un ruido de
tsk-tsk con su lengua—. El dado ha sido echado, brujita. Haremos el amor. Pensé que
aceptaste eso. No tiene otra opción.
Él era más grande y más fuerte. Ella tenía que saber que no podía ganar esa batalla.
Pero no quería su pasividad… quería a una guerrera en las pieles de cama, una
participante entusiasta que lo emparejaría movimiento a movimiento. No era lo que
conseguiría, comprendió, notando sus hombros encogidos por el fracaso. Creyó que veía
lágrimas nublando sus hermosos ojos verdes.
Casi se rindió entonces.
Casi.
Pero no era un completo estúpido.
—¿Cómo quieres castigarme? —ella lo regañó.
¡Por el amor de Valhala, la mujer nunca se rinde! Sacudió su cabeza.
—Es más que eso. Tú pusiste tu marca sobre mí, Maire. Tú —una mujer— diste una
razón mundial para que se burlaran de mí. Y si eso no fue suficientemente malo, hiciste
una declaración pública esta tarde, en la escalera, que te fallé al darte placer en el juego
amoroso.
—¿Sólo porque no me hiciste un or-gas? ¡Hah! ¡Como si deseara un or-gas!
Rurik sacudió su cabeza de un lado a otro.
—No existe la palabra or-gas. Bolthor arregló eso. La palabra es orgasmo, y se refiere
a… oh, no importa. Lo sabrás bastante pronto.
Estampó su pie furiosamente.
—¿Me escuchas, patán idiota? No… necesito… saber… lo… que… es. —Expresó lo
que sentía despacio con palabras regularmente espaciadas, como si él fuera un… bien, un
patán idiota.
Él agitó una mano para indicarle que no venía al caso.
—Mi virilidad está en juego ahora. Necesito demostrar que soy el maestro en esta
relación hombre-mujer.
Su labio superior se rizó con desprecio.
—¿Y entonces todo esto es sobre… tu ego?
¡Suficiente! Mientras habían estado hablando y Maire se había distraído, había estado
cogiendo la tela de su chemise, puñado por puñado. Retrocedió ahora y tiró el dobladillo
de la ropa sobre su cabeza, luego lo tiró sobre su hombro. Ella estaba demasiado aturdida
al principio por su acción para intentar esconder su desnudez de él.
Él quedó aturdido, también. Por todos los Dioses escandinavos y todos los santos en el
cielo de un Dios, ella era gloriosa.
Su pelo rojo caía en ondas sobre sus hombros desnudos y bajo su espalda. Sus pechos
levantados eran más llenos y más pesados de lo que había esperado, considerando su
cuerpo delgado, surgiendo en la oscuridad, las aureolas ligeramente hinchadas y unos
pezones que deseaba explorar más detalladamente. Su cintura era pequeña, con caderas
anchas, que enmarcaban un estómago plano y un ombligo mellado. Su pelo de mujer era
más oscuro y rizado que en su cabeza, como si ocultara algún misterio. Todo esto
conducía a unas piernas sumamente largas y pies altos arqueados, con dedos que se
rizaban infantilmente en los juncos.
Él fue el que gimió entonces cuando la tomó en sus brazos y la llevó a la cama.
Sepultando su cara en la curva de su cuello, susurró con voz ronca:
—No, mi ego o tu castigo nada tienen que ver con este crujido en el aire entre
nosotros. —Él lamió mojándole el pulso que latía en su cuello y encantado cuando brincó
en respuesta—. Lo que hay aquí, milady, es un hombre y una mujer. Tú y yo. Y un fuego
que debe ser apagado… no sea que ambos muramos abrasados.
—La vida no es tan simple —murmuró ella en una última y desesperada súplica, por
piedad.
—Es exactamente así de simple.
En aquel momento, comprendió la verdad de su declaración. No podía predecir lo que
el futuro traería, pero su destino… en este momento… descansaba aquí mismo con esta
mujer. No había pensado decir sus pensamientos en voz alta, pero de alguna manera,
cuando la puso en la cama y bajó sobre ella, las palabras se escaparon en un susurro
atemorizado.
—Este es nuestro destino.
Este es nuestro destino.
Maire repitió de nuevo las poéticas palabras de Rurik otra vez en su mente, tratando de
ignorar su melancolía.
—¿Es lo qué le dices a todas tus muchachas antes de copular? —preguntó
sarcásticamente y con más aspereza de la que por lo general empleaba.
Si él se hubiera reído entre dientes o en voz alta, podría haberlo perdonado, pero en
cambio la miró fijamente con aquellos ojos azul cielo serios, como un miembro del clan
en el entierro de un laird, y muy suavemente dijo:
—No, sólo a ti.
Ella gimió entonces… otra vez. Ah, bien sabía que el bribón-demasiado-guapo, el
bribón-demasiado-seguro pensaba que gemía porque la venció con la lujuria hacia él. Él
tenía un ego del tamaño del Canal Inglés. No, gimió por su confesión en voz dulce de que
este acto de amor que estaban a punto de emprender era su destino cuando entendió que
eran meras palabras que dijo para sus propios objetivos malvados. El experto fornicador
veía el destino como un acontecimiento temporal, durando sólo hasta que abandonara su
tierra, o perdiera su erección.
Ella, por otra parte, añoraba un destino con un hombre que permanecería con ella para
siempre. Y aquel hombre no era y nunca sería ese Vikingo nacido-para- copular.
Era bueno en este asunto de la seducción, sin embargo. Después de años de práctica,
incluso sabía que palabras decirle a una mujer para derretirle el corazón. Lo bueno es que
Maire era insensible a su encanto.
Bien, algo insensible.
Bien, al menos era consciente de su naturaleza sinuosa y su lengua resbaladiza.
No podría ser capaz de rechazarlo físicamente, pero debía limitarse a no caer víctima
de su encanto.
Cuando se inclinó sobre ella en la cama, miró fija y descaradamente su cuerpo
desnudo. Apretó sus dientes e intentó contar las vigas del techo. Algo para apartar de su
mente de lo que el sinvergüenza estaba a punto de hacer… algo para no involucrarse. El
cuarto estaba lúgubre y pesado, con la lluvia que caía en el tejado. Y sabía… sólo sabía…
que iba a ser un día muy largo.
—Tienes la piel hermosa, Maire… es como la crema dulce. —Rurik no la tocó cuando
habló. En cambio, estaba a su lado, apoyado en un codo mientras seguía examinando su
cuerpo desnudo. Aquella parte dura, masculina que rechazó mirar empujaba su cadera.
—Tienes la piel hermosa.
Maire lo imitó con una voz deliberadamente seria.
—Ahórrate los falsos cumplidos, Vikingo. Sabes lo que quieres. Sé lo que quieres.
Estoy cansada de tratar de convencerte para que seas honorable, y es obvio que podrías
dominarme con un rápido movimiento de tu muñeca. Sólo terminemos con esto. —Agarró
su miembro e intentó tirarlo encima de ella.
Rurik soltó un aullido de angustia y alejó los apretados dedos de ella, maldiciendo
obscenidades escandinavas todo el tiempo. Se arrodilló luego, inspeccionándose con una
falta total de modestia. Cuándo estuvo satisfecho de que sobreviviría, Rurik se quejó:
—¿Estás loca, muchacha? Juro que me has dejado contusiones. ¿Nadie te ha dicho
alguna vez que hay que manejar la parte masculina con mucha suavidad?
—Realmente, no. —Debería haber experimentado al menos una punzada de culpa por
el obvio dolor que le había causado, pero no podía reunir ni un poco de remordimiento. El
bruto lascivo merecía todo que le había hecho y más.
Rurik entrecerró sus ojos mirándola, como si presintiera su regocijo.
—Vuélvete —pidió.
—¿Qué? ¿Por qué? —Ahora fue ella la que entrecerró sus ojos hacia él—. No vas a
golpearme, ¿verdad?
Sus ojos se ensancharon por la sorpresa, entonces tiró su cabeza hacia atrás y se rió
ruidosamente.
—No había pensado en eso, pero ahora que lo mencionas… Quizás más tarde, si me lo
preguntas amablemente.
—¿Preguntarte… preguntarte…? —farfulló.
Pero él ya la estaba empujando de modo que estuviera apoyada en su estómago, su
cara presionando la almohada.
—Por el momento, estoy pensando en otras cosas —le informó suavemente.
—¿Cómo qué? —exigió, levantándose con los brazos extendidos y tratando de mirar
detenidamente por sobre su hombro.
La empujó hacia abajo y puso una mano en medio de su espalda para sostenerla allí.
—Cariño, tengo la intención de explorar cada parte de tu cuerpo… atrás y adelante.
Cuando la noche caiga otra vez, sabré que todo lo que debo saber sobre ti, de la cabeza a
la punta de los pies, cada lugar y cavidad en medio.
¿Lugar? ¿Cavidad? Su corazón se detuvo un segundo, luego comenzó a latir otra vez
más rápido. El calor la inundó, y no sólo en su cara; sospechó que su piel estaba sonrojada
por todas partes del cuerpo.
—¿No tienes nada que decir sobre eso, bruja? ¿Te he dejado por una vez callada?
—¿Por qué? —fue todo lo que salió de su boca y en un susurro estrangulado.
—Porque quiero.
Ella no podía verlo con su mejilla presionada en sus manos dobladas en la almohada y
no podía notar por el tono de voz si hablaba en serio, o broma.
—¿Sonríes abiertamente? —preguntó, incapaz de controlar su curiosidad.
—Extensamente.
—Es sólo un juego que juegas conmigo… un juego de tortura. ¿No es así?
—Sí, es sólo eso. Tortura sexual. La mejor clase.
Maire debería haber sabido que le contestaría con una respuesta pervertida. Decidió
entonces no hacer más preguntas.
Él apartó su pelo de modo que su nuca quedó desnuda. Luego, durante un largo
momento, no la tocó o habló. Los únicos sonidos en el cuarto eran los de la lluvia y la
respiración pesada de Rurik. ¿O era la suya? Ella retuvo el aliento durante mucho tiempo,
por si acaso. Finalmente tuvo que liberarlo en un largo suspiro.
Pensó que él podría haberse reído entre dientes suavemente. De todos modos, sintió
que algo se movía contra sus omóplatos, como aire tibio. Esta espera la volvía media loca,
pero no… no podía… pedirle al bruto que siguiera con esas cosas. Indicaría un ansía que
no sentía.
Finalmente, sintió una ligera caricia… probablemente un dedo… marcando un camino
desde su cuello, la columna, sobre la grieta en sus nalgas, entre sus muslos y pantorrillas, a
través de la parte posterior de una rodilla, por un pie, luego el otro. La sensación era ligera
como una brisa de verano, pero tan intensamente erótica que Maire sintió como si él
hubiese encendido un rastro de fuego. Tuvo que apretar sus puños y morder su labio
inferior para no sacudirse o lanzar un grito.
Pero era sólo el principio.
Después, siguió el mismo camino, pero esta vez con su lengua, incluso sobre su
trasero, ¡hombre inmoral y malvado! Debía haber sentido su angustia por probar esa parte
de su anatomía porque pellizcó con sus dientes la carne suave, antes de mover su lengua
abajo hacia sus muslos. Cuando llegó a sus pies y lamió sus cosquillosos arcos, Maire
cerró sus ojos fuertemente para luchar contra el impulso de retorcerse… o peor aún, reír
tontamente.
Uno pensaría que para entonces lo habría hecho. Pero, no, apenas había comenzado.
Ahora formó nuevos caminos que inspeccionar con sus tentadores dedos, lengua hábil y
sus palmas, que había descubierto eran seductoramente callosas, sin duda por el manejo de
las armas. Sus axilas. La curva de su cuello. Los lados de sus costillas y caderas. La parte
baja de su espalda, que descubrió era pecadoramente susceptible a sus expertas caricias.
Cuando trató de separar sus muslos y acariciarla en medio, por detrás, Maire no pudo
aguantar más. Giró de espaldas y gimió.
—¡Suficiente!
Fue su error más grande hasta ahora. Podía decir incluso antes de que él hablara, del
destello en sus ojos traviesos y la despedida sensual de sus labios, que el pícaro la tenía
exactamente donde la quería.
—No, brujita, no es suficiente todavía. —Él acomodó sus brazos de repente laxos,
encima de su cabeza en una postura que sólo podía ser descrita como disoluta. Luego
concedió—. Es un buen principio, sin embargo.
Sus ojos se trabaron, y Marie quedó clavada en el lugar por el mensaje en sus
irresistibles ojos azules. No era muy experimentada en los juegos de cama, pero sabía, sin
ninguna duda que este hombre la deseaba… gravemente. ¿Por qué sólo no la tomaba
entonces? Era lo que Kenneth habría hecho. Nada de esta broma de anticipación. Por lo
general, se habría fortificado con una gran cantidad de uisge-beatha primero, como si no
hubiese podido tocarla a menos que estuviera borracho. No, que hubiera querido su trato
sexual… si pudiera ser llamado así… sobre todo después de que su verdadera naturaleza,
viciosa se hizo aparente.
Pero Maire no podía pensar en eso ahora. Tenía que concentrarse en el presente, por
temor a que el Vikingo la agarrase desprevenida… por temor a hacer algo que quizás
lamentaría después.
Rurik no se abalanzó encima, como había esperado. Nada la trababa aparte de sus
piernas y el pesado peso de su asta que presionaba sus partes tiernas separadas, listas para
dar un rápido un-dos-tres golpes antes de rodar y caer en un sueño pesado. No, Rurik
hacía las cosas a su propia manera, a su propio tiempo. Debería haberlo sabido.
Ahora que Maire exponía un nuevo territorio para la exploración de Rurik, comenzó
otra investigación lenta, sin prisa… primero con sus ojos calientes, luego sus manos y
boca. El hombre sabía cosas que Maire nunca había soñado.
—¿Son todos los Vikingos como tú? — soltó con un jadeó cuando le tocó sus
pechos… sólo las partes inferiores, con las yemas del dedo, cuando anhelaba algo más,
como que los succionara con sus labios.
Le echó un vistazo a través de sus pestañas gruesas, parpadeó… y guiñó. ¡El bribón
tenía el valor de guiñarle!
—No, sólo yo —dijo—.Y sólo contigo.
—Mentiroso.
Las cejas se levantaron, miró intencionadamente hacia abajo como para probar que
decía la verdad, luego renovó su «asalto» en ella.
—¿Esto es lo qué quieres, amor? —murmuró cuando comenzó a trabajar en
profundidad, primero un pecho, luego el otro.
¿Había hablado ella en voz alta? ¿Sabía lo qué había estado pensando?
—No —dijo con voz ahogada cuando su espalda se arqueó en respuesta a la deliciosa
agonía causada por su juego con las aureolas y los pezones. Trazando. Acariciando.
Revoloteando. Apretando.
—¿Quién es el mentiroso ahora? —preguntó, incluso cuando una mano ahuecó un
pecho y lo apretó hacia arriba, dándole muchísimo placer… cuando sus labios húmedos se
cerraron alrededor de un tenso pezón… cuando comenzó a succionarlo con un ritmo
salvaje.
Maire gritó… no podía ayudarse… y trató de empujarlo para alejarlo. Sin romper su
cadencia succionando, Rurik tomó ambas muñecas con una mano e hizo retroceder sus
brazos sobre su cabeza. Cada vez que él se acercaba, Maire sentía que el dolor en sus
pechos se intensificaba, y había una respuesta, construyéndose en un latido entre sus
piernas, que sostuvo fuertemente apretadas.
—Mírame —ordenó él.
Maire no se dio cuenta que mantenía sus ojos cerrados. Por alguna razón, no se negó,
como normalmente lo habría hecho. No, hizo lo que le había pedido.
Entonces le hizo lo mismo al otro pecho… cuando miró. Su pelo largo estaba sujeto
con una correa de cuero en una coleta detrás de su cuello, exponiendo así su cara para su
escrutinio. Cuando succionó su pecho, sus mejillas se movieron hacia adentro y afuera por
la fuerza de su esfuerzo. Maire pensó que no había una vista más erótica en todo el mundo
que un hombre increíblemente varonil, como Rurik, rindiéndole homenaje al pecho de una
mujer.
—¿Te gusta así? —preguntó suavemente cuando se ajustó para estar encima de su
cuerpo.
Ella sacudió su cabeza.
Lo cuál fue por lo visto su segundo error del día… ¿o el tercero? Estaba tan
confundida que en ese punto escasamente podía recordar su propio nombre.
—¿No? ¿No te gustó? ¡Tsk-tsk! Bien, adivino que tendré que esforzarme más.
Gimió consternada, pero Rurik atrapó su gemido con su boca, que se movía ya sobre la
suya. Una de sus manos todavía sostenía sus muñecas encima de su cabeza, pero la otra
sostenía su mandíbula.
Oh, él era un buen besador. Un besador exquisito. Tuvo que darle crédito al Vikingo
por eso. No quiso pensar en donde había aprendido todos esos trucos con sus labios,
dientes y lengua. Estaba más preocupada por como la hacía sentir. Si no tenía cuidado,
estaría teniendo uno de los famoso ataques de Rurik… por nada más que sus besos.
Él atacaba su oído ahora, alternando soplos de aliento con lameduras. De alguna
manera, sus manos se habían soltado, ya que sus brazos estaban envueltos alrededor de sus
amplios hombros, acariciando los gruesos tendones de su espalda, y sus manos estaban
bajo sus nalgas, levantándola contra su furiosa erección. Maire comprendió con asombro
que sus piernas se habían separado en algún sitio a lo largo del camino, y sus rodillas
sostenían sus caderas.
Quería a Rurik dentro de ella. Realmente lo hacía. Un entusiasmo interior extraño
ondeó por ella y se centró en aquel lugar donde él debería seguramente ya estar.
—Ahora —suplicó, y arqueó su centro hacia arriba del colchón estimulándolo.
La cabeza de Rurik se echó hacia atrás de repente y la contempló, jadeando, como si
tratara de salir de una neblina de confusión. Sabía como se sentía. Pero la sorprendió
declarando vehementemente:
—¡No!
—¿No? —Aquí estaba, tan abierta a ese hombre como cualquier mujer podría estar. Lo
único que faltaba era una bienvenida con trompetas.
—Todavía —explicó, dándole un beso rápido antes de ponerse de rodillas entre sus
muslos.
En un momento de vergüenza, Maire trató de cubrirse con sus manos, pero Rurik no la
dejó. Apartó sus manos. Entonces hizo lo impensable. Antes de que tuviera una
posibilidad de parpadear o decirle no, el bruto agarró la almohada y la colocó bajo sus
caderas, levantándola más alto y más abierta para su atento examen. Y la examinó
detenidamente. Sin mencionar otras cosas, que seguramente eran pecado.
Nadie jamás la había mirado allí.
Nadie jamás la había tocado allí.
Nadie jamás le había dicho como se veía allí.
Nadie jamás había elogiado su humedad allí.
Nadie jamás le había explicado con explícito detalle, lo que se proponía hacer allí.
Nadie jamás la había preparado para la sensación de la lengua de un hombre allí.
Todo en Maire se centró en él… en ese hombre que obviamente se deleitaba con el
cuerpo de una mujer… cada gesto y caricia suya era atenta y lenta.
Al momento que Rurik se inclinó, Maire gemía en el colchón, ante su primera
palpitación, una masa temblorosa de deseo femenino. Sintió como si estuviese… bien,
subiendo una montaña. ¡Si sólo pudiera alcanzar la cima! Sólo entonces ese horrible y
maravilloso dolor palpitante sería aliviado.
Y Rurik sabía de su angustia. Podía verlo en sus ojos admirativos. Y vio algo más,
también. Un deseo intenso, que derritió sus huesos. La deseaba tanto como ella. Y aún así
se contenía. ¿Por qué?
Antes de que pudiera preguntárselo, le dijo en un gruñido bajo, masculino:
—Presta atención, Maire. Esta es mi marca en ti.
Mientras observaba, su dedo medio largo chasqueó de acá para allá, rápidamente,
contra la superficie resbaladiza de una parte hipersensible de ella que no sabía que existía.
Lanzó un gemido y se resistió, pero él no se detuvo. Adentro y afuera, en ella comenzó un
espasmo con las sensaciones más increíbles. No placer… más bien el presagio de algún
gran acontecimiento. Pero luego vino el placer, también, como un rayo entre sus piernas,
su boca y su lengua estaban allí otra vez, implacables, lanzándola arriba y afuera sobre
algún gran abismo.
Éxtasis, eso es lo que era. Éxtasis completo.
¿Éxtasis? Los ojos de Maire se abrieron de par en par al recordar aquella palabra…
una palabra que Rurik había usado sólo esa tarde.
—¿Qué… fue… eso?
—Eso, querida, fue un orgasmo.
—Oh. ¿Uno de tus ataques de sexo?
—Sí … creo que sí. ¿Tuviste temblores?
No estaba segura, pero pensó que quizás estaba molestándola. Arriesgándose a sus
burlas, negó con la cabeza.
Ladeó su cabeza.
—Quizás lo hiciste, entonces. Estaba demasiado ocupado balanceando los ojos en mi
cabeza para notarlo.
¡Hah! El pícaro había advertido cada bendita cosa. Y la molestaba.
Su mirada fue inmediatamente hacia su ingle, donde una erección desenfrenada
todavía rabiaba hacia arriba, en un nido de rizos negros. Era más grande que antes, si era
posible. Maire sintió el poder fuertemente controlado que él mantenía.
—¿No has tenido un or-gas todavía? —preguntó tentativamente, no segura de si usaba
el término correcto, ni del modo correcto.
Él trató de sonreír pero un sonido estrangulado salió de su garganta. Al mismo tiempo,
su miembro masculino se sacudió. ¿Sólo porque ella miraba?
—Pensé que era doloroso para un hombre esperar demasiado tiempo.
—Es verdad. Es verdad. Estoy definitivamente adolorido. —Se estiró sobre ella
entonces, apoyándose en sus brazos extendidos. Ajustando sus caderas de un lado a otro,
maniobró su sexo en su mojado canal femenino—. ¿Me ayudarás a aliviar mi dolor,
querida? —preguntó entonces.
Maire no lo consideró ni siquiera por un momento antes de decidir que, en efecto, lo
haría… porque, sorprendentemente, desarrollaba un nuevo dolor en su interior.
10
MAIRE debía ser una verdadera bruja, ya que seguramente estaba bajo su hechizo. ¿Le
había dado de alguna manera una poción de amor, o sólo lo había rodeado de su aura
atractiva?
Mientras miraba fijamente con deseo a la muchacha tan seductora, estaba más que
preparado para unirse a ella de la misma manera que hombres y mujeres lo hicieron por
siglos, un regalo de placer de Dios a los hombres… y a las mujeres, también. Sabía con
seguridad, sin embargo, que esta vez sería diferente… cambiaría su vida. Y eso asustaba a
un hombre orgulloso de su independencia. ¿No se había dicho desde que era un muchacho
que no necesitaba a nadie?
Pero necesitaba a Maire ahora … desesperadamente.
¿Esa necesidad sería aplacada una vez que la lujuria pasase? Maldición, ¡esperaba que
sí! Nunca, en toda su maldita vida, deseó a una mujer de la manera que deseaba a Maire
ahora. Era un hombre que amaba a las mujeres y al sexo. Saboreaba tanto dar como tomar
de la alegría de la pasión entre las pieles de cama, y había sido sobre todo importante para
él, llevar a Maire al primer éxtasis, lo que había hecho… y bien. Pero nunca antes había
sido tan difícil retardar su propia satisfacción, y sinceramente temía ahora que no sentiría
satisfacción incluso cuando descargara su semilla.
Pero tenía que intentarlo.
Con sus brazos colocados rectos a ambos lados de la cabeza de Maire y sus caderas
acomodadas entre sus muslos, echó su cabeza hacia atrás, las venas se destacan
tensamente en su cuello y su aliento silbaba por sus dientes apretados. Sólo entonces
comenzó a entrar en su vaina apretada como seda caliente. Despacio, despacio, despacio,
entró un trozo diminuto de su vara a la vez, saboreando cada cierre que daba la bienvenida
en sus pliegues. Su cabeza giró por la intensidad de su excitación. Y estaba sólo a mitad de
camino.
Oyendo un sollozo suave, abrió sus ojos… y vio que Maire lloraba silenciosamente.
¡No! Se rebeló silenciosamente. ¡No, no, no! No me rechaces ahora. Es injusto. Creo
que voy a morir.
No murió. Tampoco se retiró. Sinceramente, no estaba seguro de poder retirarse, tan
enorme era su «Lanza». Pero preguntó:
—¿Qué pasa, amor? ¿Te hago daño?
Ella sacudió su cabeza, aunque sus hermosos ojos verdes siguieran llenos de lágrimas
parecidas a un cristal que se desbordaban y caían por sus mejillas.
—¿Qué te aflige entonces? Tú… ¿quieres que me detenga?
¡Thor santo! No podía creer que le había preguntado eso. De ninguna manera quería
darle una oportunidad para parar este exquisito deporte de cama.
Ella sacudió su cabeza otra vez.
¡Alabados sean los Dioses!
—¿Qué es entonces? —preguntó, inclinándose para besarle suavemente sus labios que
estaban húmedos y separados… por el llanto. Sin mencionar hinchados… por sus
recientes besos. Rurik todavía estaba encajado sólo a mitad de camino dentro de la
muchacha, y estaba asombrado de su calma al preguntarle por su angustia cuando lo que
quería hacer era copular antes de que sus sesos se derritieran.
—Tú —ella contestó.
—¿Yo?
Maldición. Maldición, ¡caramba! ¿Qué he hecho ahora? ¿La agité con alguna actitud
grosera? ¿O dije algo pervertido que la espantó? Yo, ah, espero que no haber mencionado
lo de copular y mis sesos
—Eres tan hermoso… —explicó ella.
¡Oh! De modo que no soy tan grosero como temí.
—… y lo que me haces… lo que siento cuando te apareas conmigo —ella se encogió
de hombros, incapaz de encontrar las palabras precisas que buscaba— no sabía que hacer
el amor podía hacerte sentir tan… tan glorioso.
¿Glorioso? Ahá, le gusto… le gusto… bien, de todos modos, le gusta como me veo…
y como la hago sentir.
Fue todo lo que Rurik necesitó oír. Con un rugido de exaltación masculina, se
sumergió hasta el fondo. Haciendo una pausa brevemente para ajustarse de un lado a otro,
lo que hizo que sus músculos interiores cambiaran para acomodarse y su erección se
alargara, susurró palabras carnales contra su oído, reconociendo que a algunas mujeres les
gustaban las malas palabras en el juego de cama.
—Tus pliegues de mujer se sienten como dedos calientes en mi sexo.
—Tu parte masculina parece mármol suave. Y palpita, rápidamente —contestó ella.
A algunos hombres les gustaban las malas palabras en el juego de cama, también, tuvo
que confesar. Él era uno de ellos. ¡Alegría, alegría, alegría!
—Has lo que quieras… no mi pene… quiero decir, el modo que se mueve… el maldito
bastardo…, no quería sonar tan ordinario —dijo Rurik con un gemido. Freyja bendito,
tartamudeaba como un torpe imbécil sin ninguna experiencia.
Ella sonrió suavemente.
—Sí, lo hago.
Rurik se sintió sacudido dentro de ella por aquella admisión… ella se odiaría quizás
más tarde; era exactamente lo que el ego masculino de Rurik quiso oír.
Luego comenzó con golpes largos, intentando mantenerlos más lentos, arrastrándose
contra su deliciosa fricción, pero no era fácil, sobre todo cuándo ella estaba con los ojos
muy abiertos maravillados y preguntó:
—¿Voy a tener otro ataque de sexo?
Él se rió, o lo intentó, pero salió como un gorjeo.
—Eso espero.
Ella afirmó con la cabeza, lo que era asombroso, realmente… podía mover la cabeza y
hacerle preguntas aparentemente ocasionales mientras su corazón rugía y su sangre estaba
a punto de ebullición.
—¿Tendrás un ataque de sexo, también?
¡Preguntas, preguntas, preguntas! Pensó. Pero lo que dijo fue:
—Definitivamente.
Él se quedó en silencio entonces, y ella también, cuando inició el ritmo serio,
palpitante que venía por instinto al cuerpo masculino. Pronto Maire agarró la idea y
levantó sus nalgas del colchón, ondulándose en el contrapunto de sus empujes. El
pensamiento lógico estaba más allá ahora. Con otras mujeres, podría haber reflexionado
cual era el mejor método para lograr eso o alguna meta. Pero no con Maire. ¡Rurik estaba
fuera de control, perdido en una excitación candente, Y —¡Gracias, Odin!— Maire
parecía estar igual.
Cuando Maire comenzó a embestir por el aumento de su estímulo, él gimió
entusiasmado. Pronto se contraía alrededor de él… una sensación tan agradable que se
acercaba al dolor… y se retiró, en el último momento, para derramar su semilla en su vello
púbico. Rurik anhelaba tanto acabar dentro de su cuerpo, pero le había prometido que no
habría embarazo. Incluso así, alcanzó el éxtasis, y cayó encima de su cuerpo.
Ambos estaban saciados, respirando pesadamente en el cuello del otro, tratando de
volver a la calma y la cordura… aunque Rurik no estaba seguro si podría lograrlo alguna
vez.
Ella lo tomó por ambas orejas entonces y levantó su cabeza para escudriñarlo
atentamente.
—¿Qué? ¿Qué miras?
Sus labios parecían retorcerse con cierto regocijo.
—Sólo verifico si tus ojos están rodando detrás de sus cuencas.
Él se rió y le dio un juguetón pellizco en su hombro antes de salir de encima y del
colchón para pararse al lado de la cama.
—Ellos lo están, a ciencia cierta —le informó—. Y apostaría que entré en temblores,
también—Luego pidió—: Quédate aquí.
Fue detrás de un biombo en el rincón donde se lavó. Mientras estaba allí, comprobó el
espejo para ver si su marca azul todavía estaba allí. Lo estaba. Sonrió, adivinando que
tendría que hacer el amor denuevo con Maire. Todavía sonriendo, tomó una jarra de agua
y una tela suave y regresó a la cama, donde se puso a lavar sus partes femeninas.
Él habría pensado que Maire iba a protestar por el acto íntimo, o que se cubriría por
modestia, como algunas mujeres hacían, ahora que habían terminado de hacer el amor,
pero, no, ella se reclinó en las almohadas, con las piernas ligeramente separadas, y
permitió que la cuidara. La muchacha continuamente lo sorprendía.
Pero quizás podría ser una buena idea si cambiara de tema para dar a su cuerpo una
oportunidad de renovarse. Echando un vistazo sobre el cuarto, notó otra vez el inacabado
tapiz en su marco de madera en el rincón. Incluso en el lúgubre crepúsculo causado por el
tiempo lluvioso, el cuadro era exquisito. Rurik nunca reclamaría ser un experto en arte,
pero sabía reconocer el talento cuando lo veía. No eran sólo los colores brillantes, sino las
texturas diferentes del hilo y los puntos de costura lo que daba un aspecto dimensional a la
escena, que incluía a un hombre y una mujer de la mano, vistos de espalda, mirando a un
muchachito que jugaba en las aguas bajas a la orilla de un lago. La figura del hombre
estaba incompleta, al igual que las nubes blancas que flotaban en el cielo azul, sus prendas
cubiertas con lavanda y brezo, un ciervo rojo mirando a escondidas desde el bosque en la
distancia.
Algo sobre la escena cautivó su corazón de un modo inexplicable. No sólo por su
belleza. No, era la imagen que retrataba a una familia… la clase de familia con la que
había soñado siendo un niño. Una fantasía, realmente. Eso es lo que era.
—¿Qué contemplas tan atentamente? —preguntó Maire, poniendo una mano sobre su
antebrazo.
Él sacudió su cabeza y se giró para mirarla. Ella todavía se reclinaba en la cama, pero
había arreglado la ropa de cama hacia arriba y sobre sus pechos con modestia.
—El tapiz —contestó—. ¿Quién lo hizo? ¿Tu madre? —Alguien le había dicho que
los grandes tapices polvorientos del Gran Salón, que habían sido bajados el día anterior
para ser limpiados, fueron hechos por su madre y abuela hace años. Eso explicaría por qué
ese tapiz estaba inacabado.
Maire se rió suavemente.
—No. Mi madre murió hace más de veinte años. Hice la costura… o mejor dicho la
comencé y nunca tuve tiempo para completar el diseño.
Rurik no estaba seguro de por qué, pero quedó impresionado.
—¿Tú?
—¿Por qué estás tan incrédulo?
Él se encogió de hombros con incertidumbre.
—Es tan hermoso.
—¿Y eso te impresiona? Creo que debería sentirme insultada.
—Es sólo que… no sé … bien, ¿por qué alguien que puede crear tal belleza hace algo
más? Quiero decir, ¿por qué prácticas tus artes de brujería incorrectamente? ¿O trabajas en
tu fortaleza hasta que tus manos quedan rojas y ásperas? ¿O malgastas todos los años de tu
juventud tratando de mantener un desesperado clan unido?
Maire se erizó ante la evaluación de su vida.
Él se apresuró a explicarse.
—Podrías hacerte famosa con tu costura, Maire. Conozco a reyes que te pagarían
grandes tesoros por crear tal belleza para ellos. —Hizo una pausa, luego añadió—. ¿Por
qué nunca lo terminaste?
—No tengo suficiente tiempo. Otras preocupaciones siempre interfieren. —No pareció
importarle mucho.
Él carraspeó incrédulamente por que algo pudiese ser más importante que su talento.
Ella sacudió su cabeza tristemente como si él no entendiera.
No lo hizo.
—Rurik, hay cosas más importantes en la vida que la belleza.
—¿Lo hay? —Su pregunta pareció tonta, hasta a sus propios oídos.
Afirmó con la cabeza.
—Como el honor. Y la familia. Y dar de sí mismo para ser mejor.
Rurik no discrepó ya que esos eran valores importantes. Pero ese tapiz dio a Rurik una
nueva vista de Maire que le gustaría contemplar más. Más tarde, sin embargo. No ahora.
Bajando la ropa de cama para exponer sus pechos, le dijo moviendo las cejas:
—También tengo talentos.
Su humor sombrío se aligeró inmediatamente.
—Tenía dudas. Aunque, te digo esto, Vikingo, si el acto sexual hubiera sido parecido a
este la primera vez que estuvimos juntos, sin duda me hubiese arrastrado detrás de ti a
través de los océanos, sin importar tus deseos.
Todavía sentado a su lado en la cama, le echó un vistazo a través de sus pestañas, sin
levantar su cabeza.
—Ah, no me mires así, tan alarmado —dijo con una risa—. No tengo la intención de
perseguirte después que te vayas.
—No estaba alarmado —protestó él.
—Sí, lo estabas. —Ella se rió todavía más.
—¿Qué es tan diferente ahora? —él preguntó, metiéndose lentamente en la cama y
tomándola en sus brazos.
—Ahora, soy responsable de un niño, y un clan. Pero eres un bocado tentador.
Rurik no estaba seguro si le gustó que hablara así de él. El papel del hombre era
embromar después del amor. Era demasiado sincera y desinhibida.
No, inmediatamente se enmendó con una sonrisa. Su carencia de inhibiciones era
inestimable, y había que animarla, no desalentarla.
—Sabes, Rurik…
¿Qué pasaba con las mujeres… que sentían la necesidad de charlar después de hacer el
amor? ¿Qué había de malo en el silencio… o el sueño?
—¿Qué?
—…realmente no fue un castigo.
—Explícate, muchacha —se quejó, tirándola aún más apretadamente a su lado, con su
cara descansando en su pecho. Si ella iba a charlar sin parar, él iba a ponerse cómodo.
Girando sus pelos del pecho con un dedo, ella comentó:
—Has estado implicando que me tomarías en tus pieles de cama como un castigo.
Pero, sinceramente, fue más bien una recompensa.
Rurik se sintió tanto regocijado como descontento por su observación. Luego la
provocó un poco.
—Ah, pero ahora llevas mi marca de hombre, y juro, cuando que este día se termine,
mi marca en ti será indeleble.
Ella pareció considerar sus palabras durante mucho tiempo, todavía jugando con los
pelos de su pecho y puso una rodilla sobre su muslo. Lo rozó de arriba abajo, de arriba
abajo, y de arriba abajo. Finalmente, lo miró detenidamente y revoloteó sus gruesas
pestañas hacia él, tímidamente.
—¿No crees que podrías comenzar ahora?
Rurik casi se mordió la lengua.
Por supuesto que podría. Definitivamente. Pero era mejor no dar demasiado a las
mujeres en el juego amatorio no sea que piensen que llevaban la ventaja. De modo que,
con falsa indiferencia dijo:
—Quizás.
Vio inmediatamente que había calculado mal con Maire. La desilusión brilló en su
cara por su respuesta poco entusiasta, pero, aún peor, se sentó y se levantó de la cama.
—Oh, pues no importa —dijo con tanta falta de entusiasmo como él acababa de
manifestar. ¡Cómo lo desafiaba ella!—. Quizás iré a buscar a Nessa y pondremos poner
algunos panales en contenedores de cerámica para los meses de invierno. ¿Qué más se
puede hacer ya que el tiempo afuera está tan malo?
—¡Hah! —exclamó, inmediatamente reagrupándose como sólo un buen soldado podía
hacerlo—. ¡No, no, no! No evitarás que te suelte tan fácilmente, muchacha escurridiza.
Habrá miel hecha en Beinne Breagha hoy, te lo aseguro, pero no de la variedad de la
abeja… más bien de la variedad sexual. Y en cuanto a que más se puede hacer, supongo
que tengo unas ideas.
Ella hizo una pausa.
Rápidamente, él la agarró por la cintura y la arrastró. Aterrizó encima de él, gracias a
su hábil manejo. Su pelo ondeó hacia adelante, tapando su cara, y aterrizo en su boca
abierta. Él escupió unos pelos, luego le informó:
—Sólo bromeaba cuando dije que alomejor podríamos volver a hacer el amor otra vez.
Lo que quise decir era que definitivamente lo haríamos.
Tomó su pelo apartándolo de su cara y detrás de sus orejas. Luego levantó su cabeza
para mirarla. Para su asombro, ella sonreía. De hecho, por la sacudida de su cuerpo,
adivinaría que apenas lograba suprimir sus carcajadas.
—Ya lo sabía —le dijo con una sonrisa descarada.
Entonces, de todas las cosas, la bruja le guiñó. Y se hizo claro como los cielos sobre
Oslofjord que ella, en efecto, realmente tenía la ventaja.
¿Ahora qué?
Maire era nueva en este salvaje juego licencioso. Acababa de hacer algunos
comentarios provocativos de manera escandalosa, pero ahora estaba insegura por como
llevarlos a cabo.
Él la miró con aquellos ojos azules irresistibles, esperando su siguiente movimiento.
Ella no tenía ninguna pista de cual sería. Aún.
—Ven, Maire —instó—. ¿Qué cosas adicionales quisieras hacerme para ponerte mi
marca? No vayas a matarme la lengua.
—Estoy pensando —chilló, no era el mejor modo de responder, supuso, cuando estaba
tumbada encima de un Escandinavo desnudo. ¿Pero muerto de lengua? Debería golpear su
cara que sonreía con satisfacción con el jarrón de cerámica que todavía estaba abajo al
lado de la cama. Sin embargo, el hombre tenía usos. Sí, eso es. Quiero usar al patán
lascivo para mis propósitos, ¿pero cómo?
Oh, Rurik era todavía el mismo Vikingo insoportable, pero hacer el amor con él había
sido un acontecimiento alegre, y Maire había experimentado poca alegría en su vida en los
últimos años. ¿Era tan incorrecto unirse otra vez mientras podía?
Sinceramente, el hombre le había hecho salivar con sus magníficas habilidades
haciendo el amor. ¿Quién sabía que un ejercicio tan mundano podría ser así…? No podía
decidir exactamente la palabra correcta.
¿Agradable? A ciencia cierta.
¿Intenso? Sí. De un modo agradable.
¿Estimulante? Tuvo que sonreír. Definitivamente aprendía cosas, y definitivamente
quiso aprender más cosas. Además, descubría que tenía una fuerte chispa sensual. Antes
de que desapareciera, le gustaría saber más sobre lo que lo había traído a la vida, y por
qué.
¿Grato? Extraño que esa palabra rondara en la cabeza de Maire, pero hubo un
sentimiento de equilibrio cuando Rurik estuvo dentro de ella. No sólo unidos, o la
maravilla de dos cuerpos dispares que encajaban juntos tan perfectamente, como el
Creador había planeado. Era más como si… se estremeció al pensar en las
ramificaciones… su conexión había sido, de hecho, ordenada de algún modo, como Rurik
había mencionado antes. Destino.
Suspiró por tal pensamiento caprichoso y notó que Rurik todavía la miraba fijamente,
con sus cejas arqueadas en pregunta. También notó que su parte masculina se había puesto
dura otra vez y daba un codazo con insistencia contra su parte femenina.
Bien, Maire no estaba segura sobre que hacer, pero siempre podía seguir la técnica de
Rurik… la lenta que había empleado al principio. Bajándose de su cuerpo y a su lado,
pidió:
—Date la vuelta.
Asustado, parpadeó hacia ella.
Encontró que le gustó ser la que estaba a cargo.
—¿Q-qué?—tartamudeó.
También encontró satisfacción al hacer que un hombre —un hombre varonil en su
cama— tartamudeara.
—Quiero examinar tu cuerpo, como hiciste con el mío —explicó, sonrojada desde la
frente a los dedos del pie. No estaba acostumbrada a hacer tales demandas explícitas a un
hombre, sobre todo a uno desnudo.
Su vara ya endurecida se contrajo ante sus palabras.
Y, sí, Maire encontró que había satisfacción en saber que sus meras palabras podrían
despertar a Rurik.
Durante un largo momento, la contempló, y Maire pensó que quizás se negara, pero
entonces de repente él se lamió sus labios secos, lo que causó que sus labios también se
secaran.
—Posiblemente eso será muy bueno, Maire —murmuró con voz ronca, y se acostó
sobre su estómago, doblando sus brazos bajo su cara.
Al principio, los ojos de Maire simplemente estudiaron su largo cuerpo. Pero incluso
el superficial examen le mostró que era magnífico, un magnífico espécimen de virilidad.
Hombros anchos. Cintura estrecha. Caderas delgadas. Nalgas firmes. Piernas
excesivamente largas. Y en todas partes músculos, músculos, músculos.
Apartó su larga trenza y tocó los tendones fuertes en su cuello. Él suspiró suavemente
con apreciación, lo que la indujo a pasar sus palmas a través de sus omóplatos, luego a la
pequeña parte baja de su espalda. Inmediatamente, todos los músculos superiores de su
cuerpo se tensaron.
—¿Se sintió mal?
Él hizo un ruido como un gorjeo, a mitad de camino entre un esternón y una risa.
—Muy bien.
Vaciló, y luego masajeó los dos montículos de su trasero. Interesada en la extraña
compacticidad allí… mucho más duro que el suyo… lo tocó mucho más, luego dirigió un
índice abajo hacia la línea central.
Su cuerpo entero se puso tieso.
¿Era un error? ¿Demasiado descarado? Pensó en desistir de ese asunto de la
exploración, pero entonces la lisonjeó:
—No pares ahora, Maire. Por el amor de Freyja, no te atrevas a parar ahora.
Se rió por la vertiginosa noción de que podía afectar a este amante tan experimentado.
Reanudando su revisión sin prisa, bajó hacia sus piernas, donde descubrió que la parte
trasera de sus rodillas y sus muslos interiores eran extraordinariamente sensibles al tacto.
Él gimió en voz alta y giró, tirándola a mitad de camino encima de él… sus pechos
presionando su pecho, un muslo sobre los suyos. Atacada por un combate repentino de
modestia, trató de acomodarse de modo que las puntas excitadas de sus pechos no fueran
tan evidentes, pero él no le permitió moverse. En cambio, susurró, atrayéndola hacia sí:
—Bésame, bruja. Antes de que reanudes tu campaña para volverme loco con tus
caricias, pruébame con tus labios, tu lengua, y tus dientes.
—No soy una besadora tan buena, como tú —confesó tímidamente.
Al principio, sus ojos lánguidos se abrieron por la sorpresa. Luego sacudió su cabeza
como si su inexperiencia no fuera importante.
—Inténtalo —suplicó—, y te enseñaré lo que no viene por instinto.
Maire sólo lo hizo, colocando sus labios sobre los suyos mucho más llenos, luego
arrastrándolos de un lado a otro para acomodarlos mejor.
—Ábrelos —él murmuró contra sus labios.
Lo hizo, y, oh, ¿quién sabía que sólo separar los labios sobre los de un hombre podía
ser tan erótico? Rurik la instruyó en el arte de los besos entonces. No con palabras, sino
con sonidos masculinos de estímulo, vueltas de cabeza, y ejemplos. Pronto descubrió que
era una principiante muy rápida. Rurik la consideró una alumna excelente, también, si sus
alientos desiguales eran alguna indicación cuando finalmente rompió el beso.
Para la inmensa satisfacción de Maire, vio que sus labios estaban húmedos y
ligeramente aumentados por sus besos. Sus ojos centelleaban con un fuego carnal que ella
había encendido. Y su virilidad que se apretaba urgentemente contra su muslo era gruesa y
dura. No quiso pensar como debía parecerle a él. Mal, estaba segura. O bien, dependiendo
del punto de vista.
Rurik le había dicho algo antes, en el calor del acto, recordó ahora. Le había dicho que
la pasión de una mujer era el mayor placer de un hombre. Bien, eso era de otro modo,
también, comprendió ahora. La pasión de un hombre era el mayor placer de una mujer,
también.
Era tiempo de reanudar sus exploraciones, decidió. Para la siguiente ruta de Rurik, usó
su lengua y dientes para jugar con sus orejas y sus planos pezones. Para su placer, él
encontró tanta alegría por sus resultados como ella había encontrado en los suyos.
En cierta ocasión, comentó tristemente, cuando estudiaba a su miembro que crecía:
—Por el tamaño de tu Lanza, parece que no has estado diciendo muchas mentiras,
Vikingo.
—No es momento para bromas, muchacha —dijo roncamente, pero podía decir que
sus palabras juguetonas lo alegraron. No estaba acostumbrada a tal coquetería, pero
encontraba que le gustaba. Quizás después se haría más competente en el apacible arte del
flirteo… si el pícaro bajo sus dedos se quedaba mucho tiempo.
Cuando había extendido sus dedos sobre su estómago y bajó su cabeza para lamer la
hendidura de su ombligo, Rurik había tenido por lo visto bastante de su dulce tortura. Con
un rugido masculino, la levantó de modo que quedó sentada a horcajadas sobre su
estómago.
—Tómame —jadeó él.
—¿¡Eh!?—Ella inclinó su cabeza en pregunta—. ¿Cómo?
—Dentro… tómame dentro tuyo —dijo él con una voz tan ronca y caliente que sintió
que su centro de mujer se apretaba en respuesta.
No estaba exactamente segura como hacer eso, pero levantó su trasero ligeramente, y
agarró la gruesa vara en sus manos, lo empujó hacia dentro muy suavemente. Y, por los
santos, él se sintió bien.
Los ojos de Rurik realmente rodaron atrás en su cabeza durante un momento, y vio
que sus dientes estaban apretados, como si le doliera. Pero sintió que era una especie de
dolor-placer. Cuando sus ojos entraron en contacto con los suyos otra vez, él dijo:
—Inclínate hacia adelante para que puedas tomar más de mí, amor.
¿Más? No era posible. Hizo cuando le dijo y encontró, para su asombro, que su cuerpo
estaba hecho para aceptar todo de él, como sus músculos interiores cambiaron y lo logró.
—Ahora recuéstate.
Lo hizo, descansando su espalda en sus muslos, lo que hizo que sus piernas se
ensancharan. Para su vergüenza, sin embargo, comenzó a contraerse alrededor de su
canal… alternativamente apretando y liberando. Trató de levantarse y volver su cabeza
por la vergüenza, pero él no la dejó. Con un movimiento de sus caderas, la dominó y
suplicó:
—Mírame, Maire. Yo te veré alcanzar tu punto máximo.
Cuando ella no encontró inmediatamente su mirada, comenzó a rozar el brote entre sus
muslos… el que ahora prácticamente presionaba contra su vientre, tan insistente en su
hinchazón como su propia erección incrustada.
—¡Oh! —susurró.
—¿Qué? —preguntó.
Ella puso una mano contra sí misma y admitió:
—Se siente como las alas de mariposa aquí… el frenético redoble de alas de mariposa.
—Oh, Maire. Eres realmente preciosa.
Luego un violento gemido brotó de ella, cuando las convulsiones comenzaron de
nuevo, más fuerte ahora.
—Necesito… necesito… —gritó, no segura exactamente de lo que necesitaba. Quizás
sólo un final a la palpitación entre sus piernas y el dolor en sus pechos.
Entonces, despacio, despacio, despacio, ella meció sus caderas. Tan intensa era la
dicha que cerró sus ojos y vio estrellas rojas y blancas detrás de sus párpados. Cuando los
abrió, era obvio que él estaba igualmente afectado. Gotas de sudor perlaban su frente y su
labio superior, atestiguando su gran control. Sus ojos estaban nublados, y jadeos salían de
sus separados labios. Frustrada por su falta de movimiento, ella agarró sus manos de sus
caderas y las colocó sobre sus pechos.
—Muévete, maldito. ¡Muévete! —exigió.
Él se rió de ella.
—Con placer, mi señora. —Sus suaves indicaciones y sus hábiles manos le mostraron
el ritmo. Calculó que debía estar haciéndolo bien porque en cierta ocasión él le dijo, con
un gemido—: Tú… eres… increíble.
Maire había alcanzado su punto máximo tantas veces desde que la había obligado a
montarlo a horcajadas que había perdido la cuenta. Cuando él susurró en su oído:
—Te derrites como la miel caliente alrededor de mí —sintió, en efecto, como su
interior se disolvía alrededor de él—. Dime como te sientes —imploró él entonces.
Ella pensó sólo un instante y reveló:
—Eres la parte ausente de mí, que vuelve a casa. —Sus palabras lo atontaron, podía
decirlo, pero era verdad. Él la completaba.
¿Algún hombre y mujer encajaban tan bien juntos como ellos lo hacían? No tenía
experiencia, además de Kenneth, pero decidió que Rurik y ella debían ser únicos. Adán y
Eva, pero mejor. Aquel pensamiento la hizo sonreír.
—¿Te alegras por mi desconcierto? —gruñó Rurik, agarrándola juguetonamente de la
barbilla.
—¿Estás desconcertado?
—Ah, señora, estoy adoloridamente desconcertado, y tú eres la causa.
Ella sonrió ampliamente entonces.
Agarrando sus nalgas, la hizo rodar de modo que quedara abajo.
—¿Te gusta desconcertarme, verdad?
—Enormemente.
Fue la última palabra que pudo decir durante un tiempo pues Rurik comenzó con las
fuertes embestidas que provocarían su propio éxtasis. Maire observó de cerca como su
explosión se acercaba. Las venas se destacaban en su cuello y frente. Sus ojos se dilataron
y se oscurecieron azul como la medianoche. Su nariz llameó. Y jadeó en una cadencia
agitada para emparejar sus embestidas.
El éxtasis de Rurik era algo hermoso de mirar.
Al final, lo sacó y derramó su semilla sobre los linos entre sus piernas. Durante un
instante, lamentó que no pudiera quedarse dentro suyo, especialmente cuando su interior
seguía contrayéndose… pidiendo… pero sabía que era imprudente.
Se derrumbó encima de ella, su cara presionó la curva de su cuello. Maire pensó que
se había dormido, pero él besó el punto del pulso en su cuello y susurró:
—Gracias.
¿Gracias? ¡Qué cosa tan rara dice!
No tan raro, sin embargo, supuso. Estaba agradecida, también, por el placer que
acababa de darle. Cuando su peso la presionó al colchón, bastante cómodamente, Maire le
acarició su sedoso pelo y reflexionó en todo lo que le había sucedido ese día. Era
extraordinario. Las lágrimas anegaron sus ojos cuando comprendió como de
extraordinario.
Todavía lo amaba.
11
POR el resto de aquel día, el Gran Salón de Maire estuvo tan eufórico de actividad, que
no lo reconoció o a su gente. Independientemente de lo que Rurik podría o no llevar a
cabo ese día, ya había renovado la confianza de ellos y las esperanzas de su azotado clan.
Por eso, estaría en deuda con él.
Todas las mujeres trabajaban laboriosamente en los disfraces que los niños llevarían
mientras usaban sus hondas desde los árboles. Los trajes, poco más que una capucha,
fueron hechos de restos de lana rápidamente teñidos de marrón, negro, verde, y beige para
mezclarse con el follaje. Los muchachos mayores que estarían colocados más cerca, detrás
de los cantos rodados, llevarían puestas capas de color gris hierro o pieles de ovejas
completas incluso con sus cabezas.
Rurik, Stigand, y Bolthor estaban fuera, entrenando en la yarda de ejercicio, tanto
como era posible en tan poco tiempo, con los hombres y muchachos mayores que eran
capaces de manejar armas. Para su placer, él le había relatado durante la comida del
mediodía que algunos eran muy competentes con la espada, lanza y arco y flecha, a pesar
de sus daños físicos o su edad. Estas habilidades, combinadas con la ventaja de la sorpresa
y posición, quizás podrían ser suficientes para triunfar sobre el MacNabs.
Sólo para asegurarse Maire rezaba… mucho. Lamentablemente el monje, Padre
Baldwin, se había marchado a un distrito vecino para realizar un funeral. En ese punto
podría usar unas pocas oraciones sacerdotales.
Antes le había preguntado a Rurik si quería que intentara un hechizo de buena suerte,
pero se había negado con una gentileza conmovedora, temiendo que su hechizo pudiera
ser contraproducente. En otras circunstancias, podría haberse sentido ofendida, pero ahora
el destino de su clan estaba en juego. No podía dejar que su ego interviniera de ninguna
manera. Sinceramente, no era una bruja muy buena.
Independientemente del resultado de esta lucha, que debería ocurrir la mañana
siguiente si el esquema fantasmal de esa noche resultaba, tenía que estar agradecida por el
orgullo que Rurik devolvió a su gente. Había olvidado cuánto influía la dignidad de un
hombre al sentir que podía proteger a su familia o su clan.
—¡Whoo-whoo! —Toste y Vagn dijeron como uno, subiendo a la mesa donde cosían.
Agitando sus manos en el aire, misteriosamente, modelaban la tela delgada, hecha en ropa
parecida a una cubierta, que les ayudarían a pasar por espíritus.
—No está mal —dijo Maire, presionando un dedo en sus labios mientras los estudiaba
pensativamente—. Dime la verdad, Nessa. ¿Qué piensas?
—Pienso que disfrutan demasiado de este juego —concluyó Nessa mientras las
mujeres miraban a los gemelos que hacían cabriolas, arremolinando los pliegues
voluminosos de sus ropas, haciendo todo el tiempo bufidos que supuestamente eran
sonidos fantasmales—. Sus boberías serán su muerte si no tienen cuidado.
—Oh, tendremos mucho cuidado, Nessa. Miedo no —dijo Toste, subiendo detrás de la
criada de Maire en un torbellino de tela transparente para presionar un beso rápido en la
expuesta nuca de su cuello. Luego pellizcó una de sus nalgas.
—Oooh, vas demasiado lejos —chilló Nessa, frotando su trasero como si le hubiera
hecho daño, cosa que obviamente no hizo.
—Mejor tengan cuidado, Toste —advirtió Fenella, una joven muchacha de la granja
del pueblo—, no sea que Stigand te vea acariciar a su amada señora. Se dice que tiene la
tendencia de cortar cabezas primero y hacer preguntas después.
—No era una caricia —competió Toste—. Créeme, soy famoso por mis caricias, y esa
no era una caricia.
—Parece que eres famoso por muchas cosas —comentó Maire secamente.
—No soy la amada señora de Stigand —protestó Nessa, pero estaba claro por las rosas
que florecieron en su piel, que algo pasaba entre ella y el berserker. Maire no podía
recordar que hubiese visto a Nessa ruborizándose… ni siquiera cuando su marido, Neils,
todavía vivía, y Neils había sido un bromista escandaloso—. Además, Stigand no ha
cortado ni una sola cabeza en mucho tiempo.
Todos se quedaron boquiabiertos ante la defensa de Nessa del corpulento Vikingo, que
seguramente no tenía que esconderse detrás de las faldas de una muchacha.
—Volvamos —interpuso Vagn con una sonrisa descarada—. Bien, volvamos al tema
de mi hermano y de mí —se enmendó—. Nuestro disfraz será perfecto esta tarde cuándo
oscurezca —no se espera luna, ¡gracias a los dioses!— y cuando nuestra indumentaria esté
completa. —Toste y él intercambiaron sonrisas satisfechas ante su última palabra.
—¿Se supone que pico el cebo? —Maire trató de mantener su expresión severa, pero
era difícil cuando estos dos pícaros estaban alrededor.
—¿Qué cebo? —ambos preguntaron con fingida inocencia, pestañeando con sus
pestañas increíblemente largas, y sus manos puestas en sus caderas que eran
atractivamente estrechas. Por la cruz, Maire podía ver por qué las criadas se desmayaban
en su camino. Estos dos valientes muchachos eran irresistibles cuando empleaban sus
abundantes encantos.
—Tsk-tsk-tsk-tsk-tsk —fue todo lo que Maire pudo decir. Nessa sacudía su cabeza
ante sus payasadas. Y algunas mujeres más jóvenes se rieron tontamente.
—Bien, si insistes, te diremos sobre el atuendo apropiado de un fantasma —dijo Toste
con un largo suspiro, como si las mujeres hubiesen estado molestándolo por una respuesta
—. Cuando nos vistamos esta tarde antes de entrar en el castillo MacNab, estaremos… —
hizo una pausa dramáticamente— …desnudos.
—¡No te creo! —exclamó Maire. Contempló a todas sus criadas por corroboración,
pero ellas contemplaban a los dos hombres. Lo creyeron como que una bruja tenía una
verruga en la nariz… y les gustaría estar allí para la revelación.
—¡Hah! ¿Nos atreveríamos a mentir? —se quejó Toste. Tanto él como Vagn
levantaron los dedos medios, que lucían hilos escarlatas de medición.
Aquellos estúpidos hilos de medición… no, ¡mi estúpido cuento de las mentiras y el
encogimiento de las partes masculinas! ¿Realmente se preocupan tanto los hombres por el
tamaño de sus apéndices? Se preguntó Maire.
Absolutamente, se contestó con una sonrisa.
Las mujeres son lejos la especie superior, decidió. ¿Pasamos mucho tiempo
preocupándonos por el tamaño de nuestras partes femeninas?
Por supuesto que no… bien, excepto nuestros traseros, que a veces tienden a crecer de
noche, o peores aún, doblegarse.
—¿No les gustaría una demostración de cómo estas prendas se verían sobre el cuerpo
desnudo? —preguntó Vagn y levantó el dobladillo de su escandaloso traje, para alcanzar
su cinturón.
—¡No! —Maire prácticamente gritó, aunque pudo ver que algunas mujeres no
tendrían ningún inconveniente por tal demostración.
Vagn dejó caer el traje con un suspiro de desilusión.
—¡Fantasmas desnudos! —chilló Nessa. Ella todavía estaba boquiabierta por el
asombroso cuadro en su mente—. ¿Dónde guardarás tu espada?
Casi inmediatamente, Nessa comprendió su error. Su rubor se hizo más profundo aún
antes de que Toste y Vagn miraran hacia abajo y contestaran como uno:
—¿Cuál espada?
—¿Bromeas? No puedo imaginar que Rurik aprobara tal plan —dijo Maire.
—Fue su idea —Toste le informó con un pícaro guiño—. Ahora que Rurik tiene de
vuelta su destreza, sin duda le gusta la idea de la carne desnuda. Recobró su destreza,
¿verdad?
—Di la verdad ahora, milady, te hizo o no un or-gas? —añadió Vagn.
Maire sólo gimió. Al mismo tiempo, todas sus mujeres preguntaron:
—¿Or-gas? ¿Or-gas?
—¿Qué idea? —preguntó Rurik detrás de ella—. ¿Qué idea vino de mí?
Maire giró en su banco y lo vio a él y a todos los otros hombres y muchachos que
entraban en el Gran Salón. No sólo habían terminado sus ejercicios, sino que por lo visto
habían visitado el lago para un baño rápido, o para nadar, si su pelo mojado era alguna
indicación.
Cuando Rurik se pavoneó hacia ella, notó la cosa más desgarradora para su corazón.
Jamie lo seguía como un cachorro fiel, e imitaba a Rurik en su juvenil pavoneo. Su hijo
había demostrado hace mucho tiempo un talento para imitar las características de otros, y
por lo visto Rurik se había hecho su ídolo del momento. También notó que Jamie llevaba
una espada de madera en miniatura toscamente hecha, en su cinturón, justo como Rurik.
Stigand, quién tenía talento para tallar, debía haberla hecho para él, pero el modo que
Jamie la llevaba puesta, bajo su cadera izquierda, era idéntico al de Rurik. Como si todo
eso no fuera bastante malo, Jamie todavía llevaba las trenzas delgadas a ambos lados de su
cara.
Un raro silencio siguió cuando todos notaron las mismas cosas que ella. Esperaron que
dijera algo, o que Rurik entendiera finalmente lo que todos veían tan claramente.
—¿Qué idea? —repitió Rurik, trayendo los pensamientos de Maire al presente. Él se
deslizó en el banco a su lado, se acercó, y sonrió abiertamente ante su aparente
incomodidad por su intimidad delante de tantas personas.
—Que Toste y Vagn se vestirán como fantasmas desnudos —ella contestó y se alejó
ligeramente de la acalorada presión de la cadera de Rurik contra la suya.
Él sólo movió sigilosamente sus nalgas a lo largo del asiento de modo que ahora
estuvieran aún más cerca. Entonces movió sus cejas hacia ella, para ver si se atrevía a
proceder en ese juego de evasión. Cuándo ella permaneció en el lugar, le dijo:
—¿Cómo más estarían los fantasmas, sino desnudos? Además, Toste y Vagn trabajan
mejor sin atuendo, o eso me han dicho. Y deberían entrar muy bien en el castillo gracias a
una muchacha.
Maire se rió suavemente ante la perspectiva.
—¿Una moza invitando a un fantasma desnudo a su cama? ¿Realmente piensas que
alguna hembra sensata sería tan temeraria?
El silencio prevaleció mientras una criada de cocina puso jarras de ale fresca y copas
de madera delante de ellos.
—Todo es posible con estos dos —declaró Rurik después de tomar un largo trago de la
bebida—. Créeme, nada de lo que les pasa me sorprende. Recuerdo un tiempo en Córdoba
cuando tuvieron que ser rescatados de un burdel donde estaban cautivos por unas putas
violentas. —Mientras hablaba, él se había girado ligeramente, de modo que una parte de
su cuerpo, que a ella se le había hecho especialmente familiar… y, sí, aficionada,
también… comenzó a pinchar su cadera.
Sobresaltada, Maire reprendió a Rurik.
—¡Tú patán lascivo! Mejor mantén tu Lanza en control en los sitios públicos no sea
que algún pájaro vuele cerca y la confunda con una percha.
—¡Maaaiirre! —respondió Rurik con igual sobresalto, aunque una sonrisa se retorció
en el borde de sus labios—. Shhhh —añadió rápidamente, no queriendo que los otros
oyeran por casualidad.
Pero era demasiado tarde.
—¿Lanza? ¿Qué lanza? —quiso saber Toste.
—Es el nombre que Rurik le da a su parte masculina —soltó Maire antes de poder
contener su lengua.
Toste y Vagn se echaron a reír, y todas las mujeres se reanimaron con interés por este
nuevo y seductor tema.
—Muchos hombres le ponen nombre a su parte masculina —dijo Maire
defensivamente, repitiendo las estúpidas palabras de Rurik. Podía sentir que sus mejillas
ardían con vergüenza mientras parloteaba.
Rurik gimió e hizo rodar sus ojos con antipatía, por lo visto sabiendo lo que iba a
venir.
—Es verdad. Es verdad —estuvo de acuerdo Toste—. Llamo al mío Felicidad… como
en «Aquí viene la Felicidad».
Varias de las criadas más jóvenes se llevaron las palmas a los labios para sofocar sus
risas tontas. Varios de los hombres que acababan de subir, incluso Bolthor y Stigand,
resoplaron con incredulidad.
—Favorezco la simplicidad —declaró Vagn con una amplia sonrisa—. Sólo llamo al
mío Grande.
—Eres un mentiroso —declaró Rurik.
—Llamo al mío Grande, también —declaró Stigand.
Nadie bufó… o lo llamó mentiroso. Y Nessa, bendito su corazón, afirmaba con la
cabeza en acuerdo.
¡Por el amor de Mary! Estos Vikingos ciertamente son personas mundanas…hablando
de tales asuntos tan abiertamente.
—Mjollnir —Bolthor anunció de repente. Todos se dieron la vuelta. Levantó su
barbilla y explicó, como si alguien se atreviese a reír—, llamé al mío por el martillo de
Thor. A veces, me refiero a él como Martillo.
Nadie se rió.
—Esta es la saga de Rurik el Mayor —comenzó Bolthor—, y «Sobre la Práctica de los
Vikingos de Nombrar su Pene».
—Oye —Rurik protestó, entre las risas disimuladamente suprimidas a su alrededor—.
No soy el que trajo el tema. Así qué, no me asocies con eso.
—¿Qué es eso sobre una práctica Nórdica? —preguntó Viejo John. Maire no había
notado que se había acercado con algunos de sus miembros del clan—. Los escoceses
nombran a sus partes, también.
Todas las mujeres miraron boquiabiertas a Viejo John, luego gritaron como una:
—¿Lo hacen?
Viejo John afirmó con la cabeza enérgicamente.
—En mi día, llamé al mío Problema Difícil. —Cada mandíbula femenina cayó aún
más abajo—. Y conocí a un hombre de Glenmoor, Angus el Toro, que llamó al suyo el
Dragón Tuerto. Bien, lo hizo. —Lo último fue añadido al ver las miradas de incredulidad a
su alrededor.
Bolthor se lanzó a su verso skaldic entonces:
El hombre es en parte peculiar,
Créanme, les guste o no,
Cuando atañe a su parte masculina,
Puede no ser inteligente,
En cambio gana fama
Dándole un nombre,
Sea Espada o Lanza,
Incluso Última posibilidad,
O Dador de placer,
Por no mencionar Erizo sexual.
Y Tronco de vida,
o Regalo de esposa,
Cerdo Bailador, Perro Ladrador
Tercera Pierna, «Hace lo que ella pide»,
John grande, Pequeño Tom,
Bart malo, Buen George,
Flauta de Placer, [17]Manroot,
Suerte de mujer, Hijo de Pato,
Fantasía de Lujo, ¿Nido de Buzo?
Ah, sí, el hombre es en parte peculiar.
Hubo un silencio atontado en su sección del salón antes de que Maire recobrara el uso de
su lengua.
—¡Qué vergüenza, ustedes los hombres! —se ahogó, reuniendo tanta consternación
como podía—. No sólo tú, Bolthor, sino todos los hombres. ¡Hablar de esas cosas groseras
entre señoras!
Todos los hombres miraron a su alrededor tímidamente, como si acabasen de notar que
estaban en compañía variada. Los grupos comenzaron a disolverse y trasladarse por el
Salón para reanudar sus tareas entre muchas risas y carcajadas.
Fue cuando Maire comprendió que mientras toda esa conversación lasciva continuaba,
Rurik había logrado de alguna manera serpentear su mano bajo la mesa, donde sus dedos
se habían unido con los suyos y su pulgar dibujaba círculos seductores en su palma. El
mensaje que sus claros ojos azules le transmitió fue, —te deseo—. Aseguraría que sus
traidores ojos le devolvieron el mismo mensaje.
Apartó su cara, no queriendo que supiera cuan fácilmente la excitaba. No podía creer
que hubiese permitido que el hombre la tomara contra una pared esta mañana, a plena luz
del día, en un parapeto abierto. Y no podía creer que hubiese gozado tanto. Rurik se había
visto obligado a amortiguar sus gritos con su boca.
—Sé lo que piensas —susurró Rurik contra su oído.
¿Cómo se había puesto tan cerca de ella? Ella movió su cara alrededor tan rápidamente
que casi chocó con él, labio con labio. Él se rió entre dientes y se apartó ligeramente.
—¡Tú… no… lo haces! —ella declaró firmemente—. Saber lo que pienso, quiero
decir.
—Sí, lo hago, Maire. —Él volvió a rodear su palma con su pulgar, y ella sintió la
caricia hasta las puntas de sus pechos y en su centro de mujer.
Ella gimió suavemente.
Él sonrió suavemente.
—¿Crees que eres, un adivinador de pensamientos ahora, así como un guerrero?
Él sacudió su cabeza, y se lamió los labios.
Tardíamente, comprendió que él copiaba sus propios gestos. Por instinto, su boca se
había secado, sólo contemplando al patán suculento, y se había pasado una lengua mojada
sobre sus labios. Odió que sus emociones estuvieran tan cerca de la superficie y fueran tan
fácilmente leídas por él. Por lo tanto, no podía explicar por qué a sabiendas entró en su
trampa preguntando:
—¿Qué exactamente crees que pienso?
Le lanzó una ardiente mirada que tradujo como, «¡Ah, Maire! Pensé que nunca
preguntarías». Pero lo que dijo fue:
—Tu cuerpo lleva mi «marca» de todos los modos que prometí que haría. Cuando
miras fijamente mi boca, recuerdas el placer de mis besos. Cuando tomo mi vaso con la
mano, ves los dedos que han jugado eróticamente en cada parte de tu cuerpo. Cuando
estoy de pie y mi mitad inferior se te hace visible, recuerdas nítidamente como te sientes
cuando te lleno. —Respiró profundo, luego siguió—, milady, eso es lo que pensabas.
—Tu vanidad no tiene límites, Vikingo —chisporroteó ella—.Y en cuanto a tu
«marca» en mí, ¿es qué todo lo de ayer y anoche fue en venganza…? Sé que lo prometiste,
pero de alguna manera pensé… pensé que… —Maire no podía creer como podía dolerle
haber sido la única en sentirse tan afectada por su trato sexual. Apartó la cara entonces
para que él no pudiera ser testigo de su humillación.
Rurik puso un dedo en su barbilla y la giró.
—No, no fue por eso, bruja. Puede haber comenzado así, pero en algún momento entre
los besos y la copula, otras fuerzas tomaron el control. —Levantó una mano vacilante—.
No pienses en preguntarme que fuerzas son porque realmente no lo sé. ¿Alomejor,
brujería?
Maire quiso creerlo, pero…
—Amor, ¿no puedes comprender que todo lo que dije de ti es verdad en mí, también,
al revés?
Ella frunció el ceño confundida.
Él avanzó y posó sus labios contra los suyos… un beso ligero como una pluma que se
sintió como el paraíso.
Sus ojos miraron hacia el lado para ver si alguien había notado el beso; todavía se
sentía incómoda por que su gente observara su familiaridad con ella. Pero la poca gente
que lo había notado por lo visto lo había aprobado, ya que sonreían abiertamente.
—¿Quieres que te lo explique? —él preguntó con una voz baja, masculina que era tan
potente como un largo trago de uisge-beatha.
¡Oh, Dios, sí!
—¡No! —dijo rápidamente.
Pero no lo bastante rápido. Ya revelaba sus propios secretos.
—Cuando lames tus labios, como ahora mismo, recuerdo las cosas lascivas que te
enseñé a hacer con tu boca… o quizás eres Eva y yo Adán, y aquel tipo de sensualidad te
viene por instinto.
Los labios de Maire hormiguearon sólo al oír los elogios de Rurik, aunque le costara
creer su verdad. No era una mujer sensual… de todos modos, nunca lo había sido antes.
—Y cuando alejas tu cuerpo de mí, tratando de evitar el contacto visual, todo lo que
haces es llamar la atención del contorno de tus pechos y tus pezones, que fantaseo están
hinchados de deseo por mí…
¿Hinchados? ¡Ah! Si no lo habían estado antes, lo estaban ahora.
—…y recuerdo el gusto al succionarlos. ¡Seguramente néctar de dioses!
Maire podía jurar que realmente sintió el ritmo de sus labios que tiraban de ella.
—Y cuando te alejas de mí, moviendo las nalgas muy suavemente, recuerdo bien
como caben en mis manos cuando las levanto para embestirte. Y luego… por el amor de
Freyja… como tu parte de mujer abraza mi parte masculina en gozosa bienvenida.
—¡Por los dientes de Dios! —exclamó Maire entonces—. Nunca oí del trato sexual sin
un pedazo de carne desnuda tocando al otro.
—Sexo de palabra. Es uno de mis muchos talentos. —Se rió entre dientes, y apretó su
mano.
—Nunca sé cuando me molestas, o dices la verdad.
—¿Te gusta el sexo de palabra, Maire?
—¿Ruedan mis ojos atrás en mi cabeza? —dijo con un resoplido de antipatía hacia sí
misma.
—Eres inestimable —silbó él—. No, tus ojos… tus hermosos, ojos de esmeralda…
son directos. ¿Pero y los míos? ¿Miran fijamente detrás de mi cráneo todavía?
Ella tuvo que reírse ante eso, aún cuando sacudió su cabeza. Sentía satisfacción al
saber que Rurik compartía su angustia corporal.
—Realmente siento un poco de temblor dentro de mí, sin embargo —le dijo en un
tono descarado, sus párpados medio caídos. ¡Anfitriones divinos! ¿Dónde y cuando había
desarrollado talento para coquetear?
—Yo, también —dijo él, pero su voz y expresión eran mortalmente serias.
—Oh, Rurik —suspiró, incapaz de decir más.
—Exactamente —él jadeó, entendiendo perfectamente… tan sensible era el hilo que se
desarrollaba entre ellos, fibra por fibra emocional.
Afortunadamente, o desgraciadamente, su atención se desvió entonces. Al final del
Salón, un grupo de los miembros del clan se reían por las payasadas de su hijo y algunos
de sus amigos.
Callum acababa de pasar por el Salón, delante de ellos, su cabeza tirando a la derecha
como era su costumbre desde que había sufrido un golpe en la cabeza en la Batalla de
Dunellen. Era de la misma edad que su hermano Donald, habían sido compañeros
inseparables, y una vez un buen soldado —de hecho, un experto arquero— pero su
excelente puntería ya no era fiable debido al incesante sacudir de su cabeza. Bolthor había
estado trabajando con él, con métodos para recobrar su centro de equilibrio y compensar la
sacudida; para asombro de Maire, resultaba a veces. Finalmente, quizás podría recobrar
muchas de sus antiguas capacidades.
Ahora, Jamie conducía a su grupo de bribones, imitando a Callum, pavoneándose y
sacudiendo sus cabezas al mismo tiempo. Realmente, iba a tener que sentar a su hijo y
tener una larga conversación con él. Su comportamiento salvaje se había descontrolado las
pasadas semanas desde que había estado viviendo en una cueva en el bosque con los
hombres.
Pero Maire no tuvo más tiempo para pensar en mejorar el comportamiento de su hijo,
ya que Rurik había dejado caer su mano y se había levantado de su asiento con un fuerte
rugido de ultraje. Su cara se puso roja y sus puños se apretaron cuando miró fijamente con
los ojos muy abiertos algo. Al principio, no pudo comprender lo que le había evocado tal
furia. Sus ojos exploraron el Salón, pero no podía ver nada, sino su hijo y…
¡Oh, mi Dios! Era Jamie el que lo había hecho enfadar. Y Rurik ya avanzaba a
zancadas antes de que ella se hubiera levantado del banco y corrido detrás de él.
—Rurik, espera…
Rurik había alcanzado ya a los risueños muchachos y agarrado a Jamie del cogote,
sacudiéndolo a medias. Sus piernas colgaban muy lejos del suelo cubierto de juncos.
Antes de que el asustado niño pudiese parpadear, Rurik le dio una fuerte palmada a sus
nalgas y gruñó:
—Con esto será suficiente, muchacho.
Ahora, Maire se sintió ultrajada. ¡Cómo se atrevía a levantarle la mano a su hijo!
¡Cómo se atrevía!
Cuando llegó a la caótica escena, los miembros de clan se habían alineado como
espectadores, los pequeños muchachos trepaban para escapar antes de que Rurik les
infligiera un castigo similar, y Jamie frotaba su trasero con una mano y usaba la otra para
enjuagarse los ojos llenos de lágrimas mientras aullaba lo bastante fuerte para levantar las
vigas. Uno pensaría que le habían dado con un [18]broadax en su trasero, en vez de una
mano callosa.
Jamie estaba de pie ahora y Rurik estaba agachado delante de él, una mano en cada
hombro.
—Pensé que habíamos llegado a un entendimiento, Jamie. Debes ser siempre el laird.
¿Qué clase de ejemplo das al burlarte de otro?
Jamie sacudió su cabeza, pero no dijo nada, probablemente demasiado asustado por
otro golpe a su trasero.
—Un verdadero hombre no tiene que hacerse más grande reduciendo el valor de
otro… especialmente uno que es más pequeño, o sufre alguna desventaja corporal.
—Pero yo sólo estaba jugando —lloriqueó Jamie defensivamente.
—Eso no es excusa. Tienes que saber qué, cuando un muchacho es peleón crece para ser
un peleón como hombre, y no es una meta noble para ti mismo. ¿Entiendes lo qué digo?
El muchacho cabeceó y, viendo una oportunidad para escapar, esquivó el brazo de
Rurik y escapó hacia la puerta del patio. Una pequeña sonrisa enroscó sus labios, y le dejó
ir, haciendo señas a Stigand para que lo siguiera y mantuviera protegido al voluntarioso
niño.
Rurik se dio la vuelta entonces y notó que Maire estaba detrás de él. Sonrió, como si
espera que lo felicitara por el modo que había manejado a su hijo.
¡Oh! Echando humo, Maire trató de hablar en un murmullo, pero sus palabras salieron
ásperas y fuertes.
—No tenías ningún derecho, Vikingo. ¿Quién te dio permiso de reprender a mi niño?
El cuerpo de Rurik se puso rígido, e inclinó su cabeza con sorpresa.
—Pensé que te hacia un favor. No tienes marido. Tenía que mostrarle al muchacho
ahora, mientras la fechoría estaba fresca, que el mofarse es un mal rasgo para un
muchacho en desarrollo. ¿No estás de acuerdo con eso?
—¡Abusaste de mi hijo!
—¡Nunca lo hice!
—Lo golpeaste con cólera.
—Le di un ligero golpe en el culo con la palma de mi mano. Apenas lo sintió.
—Bueno… bueno… ¿quién te dio permiso para ponerle una mano encima?
—No necesito ningún permiso para hacer lo que es correcto.
—¡Fuera de aquí, Vikingo! Él no es tu hijo. —Al momento que las palabras dejaron su
boca, Maire supo que había cometido un error. La cabeza de Rurik se echó hacia atrás
como si lo hubiese abofeteado, y sus fosas nasales llamearon con la cólera apenas
controlada.
Incluso peor, los miembros de su clan inhalaron un comunal grito ahogado. Una cosa
era ocultarle a un hombre que tenía un hijo, horrible como podía ser. Era totalmente
diferente mentir realmente sobre el hecho. ¿Cómo sería capaz alguna vez de desdecir
aquella patente falsa declaración?
—Quiero decir… es mi hijo. Deberías haberme dejado manejar a mi propio hijo.
La mirada fija de Rurik se unió con la suya, y vio tanto desilusión como furia allí.
—Haces un pobre trabajo, Maire, si su lengua asquerosa, su frecuente aspecto
mugriento, y ahora su carácter es alguna indicación.
Oh, las palabras de Rurik eran crueles, crueles puñales para el alma de Maire. E
injustas… bueno, parcialmente injustas. Pero podía ver por la protuberancia orgullosa de
su mandíbula que no retrocedería más que lo que ella lo haría.
—Y me iré «fuera» de aquí bastante pronto, milady. Puedes estar segura de eso.
Maire puso la cara entre sus manos y trató de pensar como mejor retirar sus ásperas
palabras. Sin embargo, cuando echó un vistazo, Rurik se había ido. Y toda su gente la
miraba con desaprobación. Uno tras otro se dieron la vuelta alejándose. Excepto Bolthor.
Riéndose por alguna alegría interior, el skald comenzó:
—Esta es la saga de Maire de los Páramos.
Había una vez una doncella
Que dijo una gran mentira.
Pensando que la verdad
Nadie nunca aceptaría.
Pero, ay y penas,
La peor cosa sobre las mentiras,
Es que el tejedor es a menudo
Agarrado en sus propias excusas.
Entonces, como una ocurrencia posterior, Bolthor añadió unos más a su saga:
…y el caso es que justo no es
Un Vikingo agarrado en una mentira,
Porque entonces habría
Un problema incluso más grande …
Bien, realmente, más pequeño.
El poema de Bolthor era tan horrible que debería haber estado riéndose en voz alta. En
cambio, gritaba por dentro.
Por el resto de la tarde, Rurik evitó a Maire. Estaba tan enojado —y, sí, dolido— que
temía lo que podría hacer o decir en su presencia.
Su actitud protectora con respecto a su hijo era excesiva. Si Viejo John hubiera tomado
la misma acción como Rurik había hecho, dudaba que Maire hubiese estado tan furiosa.
Había un enigma allí… por qué temía su contacto con el muchacho… que no podía
solucionar. Por lo visto, había llegado a la conclusión de que era un adecuado compañero
de cama, pero una indigna compañía para su hijo. ¿Por qué?
—Frunces el ceño. ¿Soy el ganador? —le preguntó Jamie.
Estaban jugaban un juego de mesa Vikingo, hnefatafl, qué Rurik acababa de enseñar al
muchacho. Antes de eso, después de un corto discurso hombre a hombre —o mejor dicho,
hombre a no completamente hombre— acerca del incidente de la azotaina, Jamie había
enseñado a Rurik como usar una honda. Rurik, por su parte, había consentido en mostrarle
el juego Nórdico, en el cual el jovencito ya ganaba con habilidad. Era un muchacho muy
brillante, pensó Rurik con un orgullo fuera de lugar por su parte.
—No, no eres el ganador —chasqueó.
—Entonces tanto fruncir el ceño es por que todavía estás loco por mí madre. No es
necesario. Le gustas.
—¿Y cómo sabrías esto?
—¡Sheesh! Todos sabemos eso. —Jamie lo miró incrédula y fijamente, como si fuese
un burro—. Cada vez que te mira, sus ojos se agrandan y se parecen a los de una vaca. —
Manifestó de un modo que Maire encontraría completamente poco halagüeño—. Creo que
en cualquier momento comenzara a mugir.
Rurik se ahogó con el trago de uisge-beatha que acababa de echarse a la boca.
—No creo que a tu madre le gustaría que hablaras de ella de esa manera.
—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en estar enamorado?
¿Enamorado? Ella no actuó como enamorada cuando me regañó delante de todos.
Rurik sacudió su cabeza por la ridícula pregunta del niño. Nunca sabía lo que el bribón
iba a decirle después y trató de recordar si había sido así a su edad. Pero por supuesto que
no podía; había estado demasiado ocupado tratando de encontrar su siguiente comida.
—¿Puedo beber de eso? —preguntó Jamie, alcanzando el vaso con la poderosa mezcla
escocesa.
—¡No, no puedes! —gritó y sacó su vaso del camino.
—¿Por qué?
—Porque yo lo dije.
—Esa no es una respuesta. Eso es lo que mí monstruo de madre dice.
—Es una buena respuesta —declaró Rurik. ¡Thor santo! Sueno como un maldito
padre.
—¡Oh! ¿Me enseñarás a usar un broadax?
—No podrías levantar ni quiera un broadax.
—Bien, ¿una lanza entonces?
—¡No!
—¿Por qué?
—Tú sabes por qué.
—«Porque yo lo dije». —Él imitó.
—Exactamente.
Todo el tiempo mientras hablaban, el juego siguió, y el muchacho habló, y habló, y
habló… cuando no acariciaba a su gato.
—Me gustan los gatos.
—Eso es obvio. —El felino estaba sentado a los pies de Jamie lamiéndose su piel
sarnosa… bien, no completamente sarnosa desde que Rurik le había dado un buen fregado
en el lago. E, Infierno y Valhala, no tenía que haber sido una buena vista… él con
guanteletes en sus manos y un casco para proteger su cara, manejando los gritos, rasguños,
y maullidos de Rose—. Prefiero los perros —se pronunció—, como mi perro lobo, Bestia.
¡Ese sí que es un animal! El mejor amigo del hombre, eso es lo que es un perro.
—Rose es mi mejor amigo —dijo Jamie con voz herida.
—¡Humpfh! —fue la dudosa réplica de Rurik.
—Le gustas —le dijo en tono acusador.
¡Oh-oh! Aquí viene la maniobra de la culpa. Las mujeres y los niños… es la ruta que
siempre siguen con los hombres. Intentaban hacer a un hombre sentirse culpable por la
cosa más pequeña.
—Más bien dudo de eso —contestó él.
Rose, mientras tanto, siguió fulminándolo con la mirada, con su habitual actitud de
superioridad. Mantuvo su distancia, sin embargo, todavía no lo perdonaba por el baño.
Sin una pausa para la transición, el muchacho continuó diciendo disparates sobre un
nuevo tema.
—Pienso que sería un buen Vikingo.
—No lo creo.
—Todo eso de violación, pillaje y esas cosas. Yo sería el mejor maldito violador y
saqueador del mundo.
Rurik tuvo que reírse, no sólo por la imaginación del muchacho, sino por continuar
con su lenguaje grosero, también.
—¿Sabes qué son la violación y el pillaje?
—Bueno, no, pero parecen divertido.
—No pienso que tu clan querría que te marchases como un Vikingo. Mejor te quedas
aquí en las Highlands y haces tus cosas de clan… como el pillaje y pelearse.
—Yo podría ser un Vikingo contigo durante las temporadas que no esté saqueando y
peleando.
—¿Nunca dejas de hablar?
—Eso es lo que mi madre dice todo el tiempo.
—Mujer sabia —refunfuñó Rurik entre sí.
Pero Jamie lo oyó y aulló con alegría.
—¿Ves? Estás enamorado, también.
Siguieron jugando durante varios benditos momentos silenciosos, pero Rurik debería
haber sabido que no duraría.
—Dime cómo es copular.
—Perdón.
—Copular… ¿qué se siente?
Rurik sonrió abiertamente.
—Bien.
—¿Cómo bien? ¿Significa como decir un buen budín de ciruelas, o el caballo que
compite bien, o nada duramente bien, o pescar una buena trucha grande?
—Todos esos.
—¿Tiene tu precioso que ser más grande que tu meñique para copular?
¿Precioso? ¡Oh, por el amor de Valquiria! ¡Un precioso! Los ojos de Rurik casi se
salieron de su orbita ante la vista del diablillo que meneaba su dedo más pequeño hacia él.
—Sí, así es —contestó con la cara más seria que podía poner.
—¿Cuánto más grande?
¡Aaarrgh! Rurik apretó sus puños y se recordó que probablemente le habría gustado
que algún hombre mayor le explicara esas cosas cuando había sido un muchacho.
—Mucho.
—¿De qué tamaño es el tuyo?
Rurik comenzaba a coger el ritmo del parloteo y se encontró riendo entre dientes.
—Inmenso —contestó, y esperó que nadie escuchara a escondidas esta conversación
de hombre-muchacho.
—¿Puedo ver?
—No, no puedes ver, cachorro. —Suficiente, era suficiente. Rurik plegó el juego de
mesa, declarándose ganador, y se levantó.
Estiró sus brazos extensamente y bostezó. Era el momento entre la luz del día y el
anochecer… el período raro al que los escoceses se referían como crepúsculo. Pronto
Rurik estaría detrás del MacNabs, y su plan se hundiría o resistiría.
Aunque Rurik estuviese razonablemente confiado de que lo lograrían, uno nunca sabía
cuando se entraba en batalla. Por lo tanto, sus hombres completaban las tareas personales
de última hora, por si no volviesen al día siguiente. Por ejemplo, Stigand estaba lejos en
algún sitio con Nessa, copulando como tonto, sospechó. Bolthor fue desterrado al patio
externo para una última —sería la última— lección de gaita de Murdoc. Él había estado
jugando con el instrumento en el Gran Salón hasta hacía poco tiempo, todos protestaron,
por temor a que sus oídos fuesen perjudicados para siempre.
Rurik debería hablar con Maire una última vez. Quizás fuera su única oportunidad. No
quería dejar este mundo sin decirle… no sabía qué. Por otra parte, quizás era mejor no
decir nada, después de todo.
Como si leyera su mente, Jamie le preguntó con su voz de pequeño muchacho:
—¿Y si van y mueren esta noche?
—Espero que no, hijo—dijo Rurik, comenzando a alejarse. ¿Hijo? No tenía ni idea de
donde había venido aquel cariño. Acababa de ocurrir.
Pero el muchacho lo sorprendió diciendo:
—Espero que no mueras, por…
El paso de Rurik vaciló pero no se detuvo.
Entonces Jamie añadió para remachar:
—…que tengo algo importante que decirte.
14
EL anochecer pronto se pondría sobre las Highlands, y ese era el momento para que
Rurik y sus hombres, así como un puñado de miembros del clan Campbell, avanzaran
hacia las tierras del MacNab. Se estaban reuniendo en el patio, preparándose para partir…
todos menos Rurik. Él estaba todavía adentro, haciendo algunas preparaciones finales.
Maire lo encontró en su cámara, donde se ataba los cordones de una fina camisa de
metal de malla que llevaría puesta bajo su túnica. Todo su armamento estaba expuesto en
la cama. Sus trenzas de guerra estaban en su lugar. Su marca en zigzag azul se destacaba
como los tatuajes de los antiguos guerreros celtas. En efecto, se parecía a un cruel soldado
dispuesto a entrar en batalla… que, de alguna manera, supuso que él era.
Entró, sin golpear, y cerró la puerta detrás de ella.
Él le echó un vistazo, brevemente, luego dijo con tranquilidad, repitiendo sus propias
palabras:
—Fuera de Aquí, Maire. —Le volvió la espalda cuando se levantó y pasó su túnica
sobre su cabeza, luego la cerró con un cinturón en la cintura.
Maire se estremeció por sus palabras concisas y su tenso comportamiento, pero estaba
determinada a hablar con él. Sinceramente, había algunas cosas importantes que tenía que
saber antes de que pusiera su vida sobre la línea por su clan.
—Te pido perdón.
Él ataba un broche a su capa del hombro y no encontró su mirada. Después de una
larga pausa, preguntó:
—¿Por qué?
—Por hablarle tan severamente, sobre todo delante de otros. Pero tienes que entender
que Jamie ha sido mi única responsabilidad durante mucho tiempo, y es difícil para mí
dejar que cualquiera tome el control. —Balbuceaba… diciendo demasiado. Pero estaba
más que nerviosa. Estaba petrificada.
Él se encogió de hombros. Ahora jugueteaba con su hebilla de cinturón.
—¿Y tu marido? Él sólo murió hace tres meses. ¿No reprendió alguna vez al
muchacho?
Ahora sería un buen momento para que Maire le dijera la verdad sobre Jamie, pero de
alguna manera no podía hacerlo, cuando estaba de pie rígido por la cólera y ni siquiera
frente a ella.
—Kenneth no tenía ningún interés en Jamie.
Ella podría decir por la inclinación reflexiva de su cabeza que estaba sorprendido de
que un padre no tuviera sentimientos por su único hijo. Por suerte, no siguió con el tema.
—Rurik, ¿por qué no me miras?
Soltó un largo suspiro.
—Porque estoy tan malditamente furioso contigo, que estaría tentado a levantarle la
mano. —Luego, se rió suavemente, y reveló—: O a tomar tu mano.
—Aquello último tiene una cierta petición —dijo ella suavemente.
Él se dio la vuelta realmente entonces.
—¿Es por eso qué estás aquí, milady? ¿Para una copula de adiós?
Maire jadeó por su crudeza. No protestó, sin embargo, porque la expresión fría, sin
vida en su cara la traspasó. ¿Era así cómo se veía antes de la batalla? ¿O sus acciones
habían hecho que perdiera todo el sentimiento por ella?
Levantó su barbilla arrogantemente y, sonrojándose furiosamente, declaró:
—Sí, una copula de adiós es lo que quiero… si ese es el único modo de abrir camino
en la pared de hielo que has erigido alrededor de ti.
Sacudió su cabeza.
—Márchate, Maire. Me pediste perdón. Acepto. Se acabó. —Luego él se dio la vuelta
alejándose otra vez y comenzó a juntar sus armas.
Se acabó. Se acabó. Ah, seguramente, no quiso decir que todo se había terminado.
El corazón de Maire golpeó contra sus costillas cuando se instaló el pánico. Tenía que
hacer algo, rápidamente…, pero ¿cómo podría captar su atención… realmente captar su
atención?
Espontáneamente, le vino una idea.
Pero, oh, lo hago ¿me atrevo a hacerlo?
¿Tengo otra opción?
A prisa, mientras Rurik revolvía dentro de su alforja en la cama, buscando algún
objeto de última hora, Maire comenzó a sacarse sus ropas. Todas, incluso sus medias y
zapatos. Cuándo terminó, y Rurik estaba a punto de poner su espada en su vaina en la
cadera, le preguntó groseramente:
—¿Todavía estás aquí?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque… porque no te he agradecido por el collar de ámbar que me diste —dijo en
un torrente de palabras.
—Pensé que lo habías hecho.
—No correctamente.
Él suspiró. Y todavía sin hacer contacto visual con ella. Dios, el hombre era obstinado
como una mula sajona.
—¿Quisieras ver cómo se me ve?
—¿Por qué? Ya sé como se ve.
—No. No lo sabes. —Podía ser tan obstinada como él si la ocasión lo requería… y
ésta lo hacía.
—¡Suficiente de juegos, Maire! En tu cólera bajo las escaleras dijiste tus verdaderos
sentimientos, y quizás es para mejor porque pronto me marcharé de estas tierras y…
Las palabras de Rurik se callaron cuando giró y consiguió su primera buena vista de su
collar de ámbar… enmarcado como estaba por su cuerpo desnudo. Con los ojos abiertos
de par en par por el asombro, murmuró algo que sonó a—: ¡Odin ayúdame!
Su atención parecía fijarse en particular en sus pechos. ¡No había ninguna sorpresa
allí! Realmente, había una sorpresa allí. Cuando Maire echó una ojeada hacia abajo,
apenas por un segundo, vio que sus pezones estaban hinchados por la excitación. ¡Ah, qué
mortificación! Así debían sentirse los hombres cuando su parte masculina tenía voluntad
propia, agitándose al viento en la menor provocación.
—Bien, ¿cómo se ve el collar ahora? —exigió como si la pregunta fuera lo más
importante en su mente. Se hacía cada vez más obvio quién era el imbécil en la cámara, y
no era el que marchaba a la batalla. Era la que estaba con las manos colocadas
descaradamente en las caderas, dando golpecitos con un pie desnudo con impaciencia.
Maire notó el instante en que una transformación comenzó en Rurik. Justo antes de
que arrastrara las palabras.
—Me gusta el hermoso collar.
Su postura se relajó y una sonrisa lenta surgió en sus labios, que se movían
nerviosamente con esfuerzo para permanecer severos e impasibles. Pero no podía
engañarla. Estaba conmovido. Maire podría decirlo… incluso sin examinar la parte de él
que conocía por ser muy movible.
No dándose, o a él, una posibilidad para pensar, Maire se lanzó hacia él como una roca
en una catapulta, exclamando con un largo gemido:
—¡Ruuuur-iiiick!
Él no tuvo otra opción, sino agarrarla abriendo sus brazos, luego sosteniéndola por las
nalgas antes de que envolviera sus piernas alrededor de su cintura.
—¿Por qué haces esto, Maire? —jadeó, ya sosteniéndola y sentándose en la cama con
ella a horcajadas sobre su regazo.
¿Ahora quiere hablar? ¿Está loco? No puedo contestar preguntas lógicas cuando mi
sangre está a punto de hervir y cada vello en mi cuerpo prácticamente baila.
De todos modos, reunió la fuerza de voluntad para decirle:
—Porque hay cosas de las que tengo que hablar contigo, y seguiste sin hacerme caso.
Rurik ya deshacía los cordones de la cintura de sus pantalones de tartán y con torpeza
empujaba la ropa abajo de sus muslos, aunque ella no se había movido de su regazo.
Cuando se los bajó hasta las rodillas, la miró y sonrió.
¡Por los Huesos Benditos de San Bartolomeo! Él está satisfecho, sonríe
satisfactoriamente.
—Yo podría desarrollar una afición por tu método de hablar —arrastró las palabras.
¿Quién sabía que una voz arrastrada podría ser así… sensual? ¿Era una artimaña de los
Vikingo, o todos los hombres tenían esa destreza para enroscar a una mujer en nudos
sensuales con una simple bajada de voz?
—No me prestabas atención —se quejó.
—Te presto atención ahora. —La voz arrastrada era más pronunciada que antes. Sin
ningún preliminar, levantó su trasero, luego lo bajo, hasta que ella estuvo llena con su
salvaje erección.
Sí, le prestaba atención.
Maire cerró sus párpados brevemente, por si acaso sus ojos rodaban. Cuando los abrió,
vio que sus dientes rechinaban y las venas se destacaban en su cuello. El hombre no podía
arrastrar las palabras ahora si lo intentara, Maire lo apostaría.
Bastante seguro, él finalmente chirrió:
—No… te atrevas… a… moverte. —Él ancló sus caderas para asegurarse que
obedecía. Esto creó una obligación aplastante en Maire de hacer lo contrario a su orden.
De hecho, si no se movía pronto, estaba segura que las mariposas que revolotean bajo su
pelo de mujer estallarían libres. Entonces apretó las paredes interiores de su cuerpo para
aguantarlas.
El miembro de Rurik saltó, y él gimió, pero todavía la sostenía firmemente en su lugar.
—Ahora —dijo, una vez que pareció estar más en control—, conversemos.
—¿Ahora? —chilló.
—Dijiste que viniste para hablar —le recordó.
—¿Estás loco? No puedo hablar ahora.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿Por qué? Te diré por qué. Porque siento como si estuviera sentada en un
mástil. Por eso. Quizás puedes hacer varias cosas a la vez, pero como mujer simple que
soy, puedo concentrarme sólo en una cosa a la vez.
Sonreía. ¡El patán!
—¿Y sería?
—El hecho que no te mueves. —Trató de retorcerse en el lugar, pero él no le permitió
ni siquiera un pequeño movimiento—. ¡Muévete, maldito, muévete!
—No todavía —él contestó.
¿Trataba de castigarla? Ella lo observó con recelo, luego suplicado:
—Hazme el Amor, Rurik.
Él sostuvo sus ojos y contestó:
—Convénceme.
Sí, después lo castigaría por eso. Pero ningún estante o poste de azote para ese pícaro.
No, para él tenía en mente una tortura más desviada.
—No soy experimentada en las artes del amor… sabes eso. ¿Cómo te convencería?
—Usa tu imaginación. —Le soltó las caderas y se apoyó hacia atrás en sus codos. El
bruto iba a hacerle iniciar todos los movimientos, cuando no sabía ni siquiera cuales
movimientos eran.
—Rurik, no tenemos mucho tiempo.
Él se encogió de hombros.
—Entonces mejor piensa rápido.
Trató de apretar sus músculos interiores otra vez, y mantenerlos tensos. Era un
ejercicio que a él le había gustado antes.
Rurik se mordió el labio inferior como si sofocara un grito.
¡Ahá! Una pequeña victoria, espió. Repitió la maniobra, esta vez haciendo una pausa
rítmica, de asimiento-liberación.
—¿Cómo está?—ella preguntó.
—Es un comienzo —se ahogó él.
¿Un comienzo? ¿Sólo un comienzo? ¡Hah! Ya te mostraré, Vikingo.
Extendió sus piernas más abiertas y echó un vistazo abajo, donde los rizos negros se
mezclaban con los rojos, ambos brillando con su rocío de mujer. Cuándo miró hacia atrás,
vio que Rurik había estado contemplando el mismo punto… y le gustó lo que vio… ah, sí,
¡lo hizo! Su cara podía permanecer impasible, pero una parte de él no podía controlar su
movimiento y su aumento, llenándola incluso más.
Aún así, el hombre todavía no hacía nada para iniciar las ondulaciones que su cuerpo
ansiaba. ¿Qué podría hacer para borrarle su complacencia?
Su mirada se fijó en la camisa de cadena que tenía una V al frente bajo su túnica.
Algunos soldados llevaban la cota de malla hasta abajo y entre las piernas, con el
acolchado debajo, para proteger los genitales. Su entrada estaba abierta. Eso le dio una
idea… una idea malvada.
¿Se atrevía?
¿O no se atrevía?
Se echó hacia atrás ligeramente, de modo que Rurik todavía estaba empotrado en ella
pero la base de su pene quedó expuesta. Entonces extendió sus piernas aún más amplias de
modo que el monte de placer femenino, que Rurik le había dado a conocer fue claramente
visible a él.
Estaba demasiado avergonzada para dejar que su mirada conectara con la suya. Pensó
que oyó un alto en la respiración de Rurik, sin embargo, lo tomó como un buen signo.
Luego, almacenando cada trozo de valor que tenía, Maire tomó la flexible cota de
malla por su puntiaguda cola delantera y suavemente acarició la base de la columna de
Rurik, de acá para allá, de lado a lado.
—¡Por el amor de Frigg! —rugió Rurik.
No había dudas en la mente de Maire ahora. Estaba en el camino correcto. De todos
modos, preguntó, fingiendo incertidumbre:
—¿Quieres que pare?
—…Maldición …maldición… whffffffff.
—Oh —dijo tímidamente, acariciándolo otra vez con el frío metal—. ¿Significa eso
que te gusta?
—Sí, me gusta.
—¿Cuánto? —lo embromó alejando el metal un poco.
—Enormemente.
—Me pregunto si te gustaría esto más o menos si hiciera lo mismo con mi lengua.
Él soltó una risa estrangulada.
—A menos que tengas unas articulaciones tan flexibles como Ivar el Deshuesado, yo
diría que no es posible en tu actual posición. Alomejor podrías dejar esa hazaña sexual
para otro momento.
¿Habría otro momento? ¿Volvería Rurik, vivo y entero? ¿Mencionaría entonces el
«regalo de novia»? ¿Se quedaría en las Highlands? No, Maire no podía pensar en esas
preguntas ahora.
—Pero, sí, brujita, disfrutaría teniendo tu boca allí —siguió Rurik con voz baja, ronca
—. Más de lo que alguna vez podrías imaginar.
Mientras reflexionaba que hacer después, el borde V acarició su vello de mujer… sólo
un roce como una pluma, pero la sensación que encendió era exquisita. Tentativamente,
dejó al borde metálico pasar de regreso… esta vez apenas tocando el brote hinchado que
guardaba su monte. Fue como un relámpago que golpeó su parte del cuerpo más sensible.
O miel caliente que se extendía a todos sus pliegues íntimos.
Se sintió sobresaltada por la perversidad de su acto, y el placer que tomó de ello.
Aunque su mano todavía sostenía la tela metálica flexible, no la alejó, no sea que se
sintiera tentada a repetir la dulce tortura.
Rurik la agarró por la muñeca y suavemente colocó su mano en la unión de sus
muslos. Con una voz gruesa como la miel caliente que había imaginado, la instó:
—Hazlo otra vez.
Santos Sagrados, lo hizo, y casi se desmayó por la intensidad del ardor que se
concentró allí.
—Otra vez —la aguijoneó.
Ella no tenía otra opción, sólo obedecer, hasta ahora la que se había excitado era ella.
¡Y todo ese ejercicio debía excitar a Rurik! Esta vez, la miel caliente y el ardor se unieron
con un espasmo interior… una, dos, tres agudas embestidas de la lanza gruesa en la cual
se sentó.
Rurik gimió… un sonido largo, cabalgando con lujuria, un sonido masculino. Aún así,
suplicó:
—Una última vez, amor. Ven al borde… sólo al borde de la cima por mí … sólo un
poco más alto.
—No puedo.
—Hazlo, Maire… una última vez. —Su orden no toleró ningún argumento.
Maire miró fijamente donde Rurik y ella estaban unidos. Como si fuera una marioneta
y Rurik tocara sus teclas, sostuvo la tela puntiaguda ligeramente encima de ellos. Luego la
balanceó de un lado a otro como un péndulo rápido, creando una vibración contra el borde
de su feminidad.
Estaba gritando casi continuamente ahora, las lágrimas corrían por su cara, cuando
onda tras onda de placer se intensificó y la golpeó.
—Ah… ah… ah… ah… ah… —Debía haberse desmayado durante un breve
momento, porque la siguiente cosa de la que fue consciente era que estaba de espaldas y
Rurik la intentaba tranquilizar con palabras suaves.
—Tranquila, ahora, preciosa. Lo hiciste bien. Muy, muy bien. No hay nada por lo que
tengas que estar avergonzada. —Sus palabras suaves eran lo contrario de lo que él hacía…
creaba nuevas ondas y nuevos espasmos con los largos, y lentos golpes de su dura vara.
Cuando sus golpes se hicieron más cortos, se hundió en ella, moviendo su cuerpo de un
lado a otro del colchón. Y los únicos sonidos fueron los jadeos de Rurik y sus partes
resbaladizas que golpeaban la una a la otra. Luego, finalmente, cada nervio en el cuerpo
de Maire explotó cuando Rurik se hundió en ella una última vez con un delicioso grito
masculino de triunfo. Luego silencio.
—Tengo que marcharme, querida —dijo Rurik un momento más tarde, besando la
coronilla de Maire.
—Lo sé —murmuró, pero no hizo ningún esfuerzo por moverse de donde estaba
abrazada a su lado, su cara descansando en su pecho, que finalmente había bajado después
de su apasionado jadeó.
Y él no estaba mejor. Sus braies todavía cubrían sus rodillas en un enredo. ¡Thor
santo! La última vez que había estado tan preocupado por tener a una hembra que la había
tomado con su braies sobre sus botas, había sido un muchacho imberbe, no un hombre con
experiencia. Pero era así como lo afectaba Maire.
Él miró abajo hacia su dama —y, sí, así era como la consideraba su… su dama— y
pasó una mano sobre la masa de pelo que estaba extendido sobre su pecho, abajo de su
cintura, y sobre sus superiores armas. Era como una enorme madeja de seda ardiente.
—Es asombroso como he desarrollado un gusto por el pelo rojo —comentó
ociosamente cuando frotó varios hilos entre su pulgar e índice—. Siempre pensé que el
pelo como llama en una mujer me disgustaba.
—¿No te gusta el pelo rojo? —preguntó, levantando su cabeza para mirar su cara.
—Nunca lo hice antes. Recuerdo la primera vez que vi a la esposa de Tykir, Alinor. No
podía entender como mi amigo la encontraba bella cuando la consideré casi fea.
—¿Porque tenía el pelo rojo?
—Bien, porque estaba cubierta de pecas desde la cabeza hasta la punta del pie,
también.
—¿Y ahora?
Él se encogió de hombros como si sólo estuviera ligeramente interesado.
—Ahora, concedo que Alinor tiene una cierta atracción. —La besó ligeramente en los
labios y trató de levantarse—. Realmente me debo ir. Si no lo hago, podemos encontrarnos
con una tropa de Vikingos y miembros del clan Campbell entrometiéndose por aquella
puerta.
—Dame un momento más —dijo ella, presionándolo hacia atrás.
Me gustaría darte más de un momento, bruja. Me gustaría darte algunos recuerdos que
te erizarían el vello de tu piel y pondrían un rubor permanente sobre esa cara bonita.
—Es lo que dijiste hace un momento, antes de someterme a tu voluntad y seducirme
en tu cama. —Le tiró bajo la barbilla juguetonamente para mostrarle que no estaba
trastornado por el modo que las cosas habían resultado.
Su cara enrojeció con vergüenza. ¿Cómo una mujer podría retener algo de modestia
después de lo que acababa de hacer? Estaba más allá de Rurik, pero entonces, ¿quién
podría entender como funcionaba la mente de una mujer?
—La seducción no fue toda unilateral —protestó ella.
—Lo fue al principio.
—No estoy de acuerdo, no cuando… pero eso no viene al caso. Hay algo que tengo
que decirte… algo importante.
Él inclinó su cabeza en pregunta.
—Deja que me vista mientras me hablas, entonces. Realmente me tengo que ir pronto.
Me gustaría llegar al MacNabs antes que esté completamente oscuro.
Afirmó con la cabeza y se movió de modo que él pudiera levantarse. Casi
inmediatamente, se cubrió una buena parte de su cuerpo con la ropa de cama. Todavía
visible encima de la tela estaban sus hombros desnudos y el collar de ámbar, que le
quedaba tan bien. ¿Cómo podría haber pensado alguna vez en darlo a cualquiera sino a
ella?
Mientras se arreglaba sus ropa, Maire intentó varias veces decirle algo que por lo visto
la molestaba, si su retorcimiento de manos y su tartamudeante discurso era algún signo.
—Yo debería habértelo dicho hace mucho… —comenzó y se detuvo. Entonces intentó
otra ruta—, espero que controles tu carácter hasta que termine porque… —Abandonó
aquel camino también—. Es sobre Jamie, sabes, y como…
—¡Jamie! ¡Todo este nerviosismo es por Jamie! ¿Qué ha hecho ahora?
—No es lo que ha hecho. Es que yo…
—Lo sé… averiguaste que miraba por una mirilla en la cocina cuando Dora se bañaba.
La mandíbula de Maire cayó abierta.
—¿Él hizo eso? Oooh, no te necesito para calentar su trasero. Lo haré yo misma.
Hmmm. ¿Si no era ese incidente, cual podría ser?
—Oh. ¿Seguramente no estás apenada porque él y sus amigos extendieron miel en el
asiento del garderobe?
Él podría decir por el destello enojado en sus ojos verdes que tampoco había sido
consciente de aquella fechoría. El culo de Jamie iba a estar caliente, no tibio, Rurik lo
aseguraría.
—No soy quién lo introdujo al tema de su precioso —afirmó él, rechazando tomar
culpa por aquella tontería.
—¿Su … su precioso? —farfulló Maire.
De modo que no era eso tampoco.
—Bien, la única otra cosa en la que puedo pensar que podría tenerte tan trastornada es
su petición de poder irse conmigo como un Vikingo.
La cólera rápidamente desapareció de sus expresivos ojos y fue sustituida por el dolor.
¿Por qué dolor?
—¿Mi Pequeño Jamie te pidió marcharse contigo? —Su voz era apenas un susurro y
llevaba innumerables emociones, sobre todo dolor.
—Sí, lo hizo… el bribón…, pero, por supuesto, le dije que era imposible.
Ella respiró un suspiro visiblemente de alivio, lo que golpeó Rurik como bastante raro.
¿Por qué pensaría que él consideraría alejar a su joven hijo de su patria y su madre?
Maire inhaló y exhaló varias veces, como si intentara calmarse.
—Rurik, podrías no volver de esta misión mañana. No puedo dejarte entrar en el
peligro sin decirte… algo. Tienes que saber.
Estaba ya totalmente vestido y con su espada puesta en su vaina.
—¿Son esas noticias algo que me trastornará?
—Posiblemente.
—¿Hará que pierda mi concentración?
—Probablemente.
—¿Cambiará mi vida de algún modo?
—Indudablemente.
Rurik no podía imaginar nada que implicara a su hijo que lo afectara tanto. El pícaro
debía haber hecho algo realmente, realmente malo para su madre pudiese estar tan
afligida.
Estaba a punto de decir algo más, pero Rurik levantó una mano vacilante.
—No, guárdalo para cuando regrese. Las malas noticias cuando uno entra en batalla
significan noticias malas a la vuelta.
—Pero…
—No, Maire. Por favor, no ahora. —Se inclinó para darle un beso de adiós. Cuando
terminó, murmuró contra su boca—: Cuando vuelva, prometo contarte los
acontecimientos de hoy. Quizás te demostraré lo que puedo hacer con un pedazo de cota
de malla.
Ella afirmó con la cabeza, no oyendo realmente las palabras, que él podía estar
diciendo. Él avanzó hacia la puerta, la abrió, y estuvo a punto de dejar su cámara cuando
ella lo llamó.
—Rurik, hay algo que pensé que podrías llevar contigo… algo que nunca habría
creído sólo hace unos días. No creo que te trastorne. —Ella hizo una pausa brevemente,
luego dijo, muy suavemente—: Te amo.
Él sólo afirmó con la cabeza ante sus palabras, y se marchó. Oh, sabía que ella había
querido que le dijera la misma frase. No podía.
Maire se equivocaba sobre el efecto que su declaración tendría en él. Rurik se
trastornó.
¿Cómo se había hecho su vida tan complicada?
¿Cómo iba alguna vez a explicarle a Maire que, una vez que su misión aquí se
completara, tenía otra misión que llevar a cabo?
Su boda.
Rurik estaba en la cima, montando y bajando por el estrecho sendero del castillo en la
falda de la montaña de Maire. Cuando llegaron al fondo, montaron en una formación en V
apretada, con Stigand y Toste a un lado, y Bolthor y Vagn en el otro. Media docena de
Campbells iban detrás de ellos. Aunque estos diez los acompañaban, Rurik entraría en la
fortaleza del MacNab solo, desarmado, mientras Toste y Vagn se movían sigilosamente
por donde pudiesen. Los demás vigilarían afuera.
—Vamos tarde —indicó Toste, como si no fuese obvio que el cielo se oscurecía—.
¿Le hiciste un or-gas otra vez?
—¿Qué dices qué hice? —contestó Rurik. Ese era el problema con los Escandinavos.
Cuando los Vikingo no luchaban, se metían en otro asunto masculino.
Stigand desató el hilo rojo de su dedo medio, lo rasgó a la mitad, luego dio un pedazo
a Rurik.
—Mejor comienzas a medir tu dedo, quizás estás haciendo trampa.
Rurik comenzó a decirle a su berserker que no había dicho exactamente que no le
había hecho un or-gas a Maire. Maldición, no puedo creer que uso esa ridícula palabra
ahora, también. Pero estaba demasiado confuso por Stigand cortando su hilo a la mitad.
No tuvo tiempo de castigar a Stigand porque Vagn se lanzó hacia él.
—Es obvio que tuviste un or-gas por lo lánguido. Sinceramente, podríamos
probablemente plegarte y ponerte en una alforja. Dudo que haya una gota de semilla de
hombre en tu cuerpo. Si la señora no compartió tu placer, entonces debes avergonzarte. —
Vagn sonrió malignamente. Buena cosa que estuviera a dos caballos más lejos, o Rurik lo
habría golpeado con fuerza a un lado de su cabeza.
—Hay un destello raro en su mirada… ¿lo has notado? —preguntó Toste a su hermano
—. Mejor dicho como incredulidad. ¿Qué supones que la bruja le hizo en las pieles de
cama para causar su incredulidad?
Todos miraron a Rurik.
Rurik presionó sus labios y miró fijamente hacia delante. No dijo nada. Podía sentir
que sus orejas enrojecían, sin embargo.
—Tus orejas se están poniendo rojas —lo acusó Stigand con una fuerte risa.
—Uh-oh —Toste y Vagn comentaron—. Fue bueno, ¿¡eh!?
—He estado pensando —dijo Bolthor.
Todos gimieron.
—Esta es la historia de Rurik el Mayor…—comenzó Bolthor.
—Quién se hace mayor por el momento, si sus oídos rojos son alguna indicación —
añadió Stigand, moviéndose para esquivar el golpe del puño de Rurik—. Y, por cierto,
¿por qué tu cota de malla sobresale bajo tu túnica? ¿Se te olvidó atar los lazos?
Rurik echó un vistazo hacia su ingle y, bastante seguro, el final en V de su cota de
malla sobresalía. Ahora, su cara y cuello sin duda estaban rojos, así como sus orejas.
—¿Por qué siempre deben meterse en mis asuntos personales? Soy un Vikingo soltero,
libre del matrimonio con alguna mujer… todavía… ¿qué importa que mis or-gas me dejen
como un imbécil, si eso es lo qué deseo hacer?
Todos sonrieron abiertamente, sabiendo que habían provocado una reacción en él, lo
que había sido obviamente su objetivo desde el principio. Se giró alejándose con un
resoplido de odio… sobre todo hacia él mismo.
—Quizás tengo un título válido para esta saga —anunció Bolthor con entusiasmo—.
«El Sexo y el Vikingo Solo».
El hombre Vikingo
Tuvo mucha presunción.
Sobre todo en las pieles de cama,
Encanto excesivo él secretó.
Pero vino una bruja señora
Con una queja ella baló.
Conoció las habilidades del Vikingo
Dejándola a ella incompleta.
Pero no publique un desafío
A la carne masculina de un Escandinavo,
Como esta señora pronto aprendió
Bajo la ropa de cama.
El hombre Vikingo
Se retirará.
Tantos or-gas
Le hizo él imponer
Que ahora la señora justa se da por vencida,
Y dicen sus partes femeninas
Golpeó, golpeó, golpeó.
Así el Escandinavo
Demuestra una vez más
Que es todo un hombre.
15
ANTES del mediodía, el asunto de las brujas estaba totalmente fuera de control.
A pesar de su corazón pesado por la tensa relación entre Rurik y ella —él se negó a
hablarle— y a pesar de su preocupación por la reacción de Jamie hacia su nuevo padre —
él estaba extasiado— Maire tenía otros asuntos más apremiantes de que ocuparse. Salió al
patio y chilló:
—¿Cailleach? ¡Ven aquí! ¡Ahora mismo! —Podría no ser muy competente en el arte
del chillido, pero seguramente podría chillar.
Cailleach estaba en el patio delante de ella, en una especie de baile con otras cinco
brujas… algo que implicaba dar brincos y balancearse de un lado a otro, con las manos
unidas y mucho chillido. Supuestamente, hacían un rito de gracias relacionado con el
fracaso del MacNabs, aunque viéndolo mejor parecía un manojo de viejas teniendo un
ataque. Varios de sus criados, algunos de los que ya habían amenazado con escaparse,
estaban pálidos, como si estuviesen viendo fantasmas… aunque las brujas probablemente
estaban en la misma categoría que los fantasmas en cuando a asustar a la gente.
El chillido de Maire por lo visto llegó hasta las yardas de ejercicio, donde los juegos
estaban ya en progreso, y algunos hombres y mujeres le echaron un vistazo, incluso Rurik,
quién inmediatamente se alejó. Eso dolió. Pero no podía hundirse en su miseria ahora.
Tenía un problema más apremiante.
—Tienes que deshacerte de todas esas brujas —susurró Maire urgentemente a
Cailleach, quién había venido a su llamado.
—¿Por qué? Tú fuiste quién las llamó.
—Yo… no… lo… hice —protestó, después de un momento—. Llamé a una bruja… a
ti… no a cincuenta brujas.
Cailleach se encogió de hombros con indiferencia.
—¿Qué diferencia hace una bruja o dos más?
—¿Q-qué diferencia? —balbuceó Maire—. Te diré que diferencia. Una bruja mostró a
la criada de la lechería como ordeñar a una vaca sin tocar los pezones; ahora, Bessie le da
leche sin parar; no tenemos bastantes cubos para toda la leche. Además, la leche ha hecho
salir a cada familia de gatos, que viven cerca de la fortaleza, lo que ha hecho que el
personal del castillo esté nervioso. Cinco de esos gatos eran gatas que estaban preñadas y
dieron a luz, directamente en los juncos, y no creas que no causaron un hedor.
—¿Eso es todo?
—No, no es todo —gruñó Maire—. Effa, aquella bruja de Skye, busca por todos lados
el hueso del codo de una virgen. Ella afirma que no hay ninguna.
—Te he dicho la importancia de vigilar las actividades diarias de tu gente joven. No te
preocupes, aunque; ¿has considerado acaso que nadie confesará ser virgen cuándo eso
significa renunciar a una parte del cuerpo?
Maire gruñó otra vez.
—Toste y Vagn han estado volteándose en las pieles de cama con esa bruja joven de
Inverness, y juro, que si las historias son verdaderas, les enseña algunas cosas realmente
pervertidas.
—No hay nada de malo en eso —opinó Cailleach, examinando sus uñas largas con
indiferencia—. Un hombre nunca puede aprender bastante sobre las artes sexuales… una
mujer, tampoco, en realidad —añadió, mirando fija e intencionadamente a Maire.
¡Por la fe! ¿Realmente me aconseja que aprenda perversiones sexuales?
—Al menos diez brujas han ofrecido suministrarme una poción de amor para atraer a
Rurik de vuelta a mi cama —se quejó.
—¿Y eso es malo? —Las cejas grises de Cailleach se elevaron—. Me parece que
necesitas toda la ayuda que puedas conseguir, muchacha.
—Viejo John afirma que un elixir de amor fue puesto en el barril de uisge-beatha
anoche, lo que causó que los hombres fueran más viriles y las mujeres más apasionadas.
—Seguramente, nadie se queja de eso.
—Algunas brujas han entrado en el negocio… venta de antídotos para hombres que
por mentir encogen su parte masculina. Es una farsa, y seguramente no puedes condonar
tal argucia.
—No puedes culpar a una bruja por hacer algo para vivir. Los tiempos son duros para
las brujas, lo sabes. ¿Y quién dice que los brebajes no resultan?
—Hay cenizas de serbal en todos los alféizares.
—Es el mejor remedio para espantar el mal de ojo.
Maire respiró profundo buscando paciencia.
—El cocinero prácticamente echa humo por las orejas por todas las calderas que faltan
de su cocina, y dice que tú has estado asando lo que se parece a un perro en su chimenea.
El lugar hiede.
—¿Yo? —objetó Cailleach, con toda inocencia y batiendo las pestañas… o las pocas
pestañas que le quedaban. Luego se rió… o mejor dicho chilló—. Es un pequeño venado
el que aso. Necesité el corazón y el hígado para uno de mis remedios especiales, sin contar
las patas, orejas, y testículos.
La mandíbula de Maire se desencajó.
—Tu problema, querida, no son las brujas —dijo Cailleach, acariciando su mano
tiernamente—. Es la frustración, pura y simple.
—¿Frus-frustración? —Maire estaba tan desconcertada por la necesidad de Cailleach
de testículos de animal que apenas podía hablar de esa nueva opinión suya.
—Sí, es un hecho conocido que los hombres se frustran cuando no consiguen
bastante… tú sabes, sexo. Realmente, en algunos de ellos, la frustración crece y crece
hasta que su parte masculina está casi azul. —Escudriñó a Maire un momento, quién
estaba impresionada, antes de añadir—, ¿has comprobado tus partes femeninas
últimamente?
—¿Para… para qué? —Casi inmediatamente, lamentó su pregunta.
—Azulessss.
—¡Aaarrgh! —fue la única respuesta de Maire cuando se largó a toda prisa del patio
hacia los campos de ejercicio, donde parecía que su hijo… su pequeño muchacho… estaba
a punto de participar en la competición de tiro al arco. ¡Santísima Virgen! Con su
inexperiencia, era más probable que errara al blanco y le diera a su gato.
Y Rurik, con fuego en sus ojos azules, la contemplaba como si quisiera hacerla el
blanco.
¿De qué? Esa era la pregunta.
¿Venganza?
¿Lujuria?
¿Amor?
Maire estaba tan tensa y disgustada por todos los acontecimientos del día anterior que
su cuerpo entero estaba rígido. Echó un vistazo hacia sus puños apretados… entonces se
estremeció.
Los tenía tan apretados que estaban azules.
Bolthor estaba de pie al lado de Rurik cuando vieron a Maire venir hacia ellos.
—Sé cual es tu problema, si me preguntas —ofreció Bolthor.
—¿Quién te preguntó?
—Frustración.
—¿¡Eh!? —Se giró hacia su amigo con incredulidad. Su vida se deshacía. La mujer
por la que se había preocupado y había confiado, lo había engañado. Tenía un hijo del que
nunca había sabido. Había brujas por todas partes. No podía dar un blanco hoy, ni por su
vida. Y Bolthor hablaba de frustración.
—Sí. —Bolthor afirmó con la cabeza enérgicamente—. Lo que tienes que hacer es
acostarte con la muchacha. Es la mejor forma de solucionar los problemas entre hombres y
mujeres. Por otra parte, todas esas frustraciones crecen dentro de un hombre y lo hacen
desgraciado.
Rurik se quedó mirando boquiabierto a Bolthor, luego sacudió la cabeza como si fuera
un caso desesperado… que lo era, por supuesto.
—Márchate.
En vez de marcharse, Bolthor tuvo el valor para sugerir:
—Creo que tengo el nombre perfecto para mi siguiente poema. Rurik el Mayor: «Saga
del Vikingo Bolas Azules». Podría describir como tus pelotas azules hacen juego con tu
cara azul y que debe haber algún significado en esa casualidad. Qué piensas…
Rurik no pensó. De hecho, sin pensar, extendió la mano y dio un puñetazo a su skald
en la nariz. Bolthor viró bruscamente en el último momento, y el puñetazo rebotó en su
mandíbula, en cambio. De todos modos, cayó a tierra, donde se revolcó, riéndose como un
idiota. Fue Rurik entonces quién se marchó… directamente hacia Maire… a quien había
estado evitando todo el día.
¿Podría la vida empeorar más?
—¡Tú! —dijo ella con la voz más dura que podía conseguir, señalando a Jamie y el
arco y la flecha en sus diminutas manos. Hizo señas con su mano de que él debía dejar las
armas al instante y marcharse del área de juego.
Jamie se quejó entre sí, pero hizo cuanto le dijo, arrastrando el arco, que era tan alto
como él, en la tierra detrás suyo.
Entonces se giró hacia Rurik.
—¡Tú! —dijo, también con voz dura, e hizo señas con su dedo torcido para que la
siguiera. No miró hacia atrás para ver si obedecía sus órdenes, como Jamie había hecho.
Esperó, sin embargo. Fervorosamente.
Maire había tenido más que suficiente de sus emociones que saltaban frenéticamente.
Aquí, allí, hacia todas partes. Él me ama, no me ama. Lo amo, no lo amo… bien, esto
último no había entrado en su campo de emociones aún, pero lo haría probablemente. Está
enojado conmigo; está dolido conmigo. Quiere mi cuerpo; quiere venganza. Quiero su
cuerpo; quiero afectos más profundos. Quiero que se vaya; quiero que se quede. En ese
momento, no tenía ni idea qué sentía.
Quizás era el momento de que Rurik dejara Beinne Breagha, como era el momento
que las brujas se marchasen. Por muy desanimada que Maire se sintiera por esa
perspectiva, estaba más afligida por la agitación en su vida, y la de su hijo. Ahora que la
amenaza MacNab había terminado —y, sí, estaba agradecida con Rurik por eso— era
necesario que el clan Campbell fijara un nuevo curso, con ella como laird temporal hasta
que Jamie fuera mayor de edad.
¿Pero cómo encajaría Rurik en ese cuadro? Era lo que Maire necesitaba saber de
Rurik. Por eso le había ordenado que la siguiera a un lugar privado.
Él pronto la alcanzó y caminó a su lado, en silencio. No era un silencio incómodo.
Sinceramente, ambos necesitaban la soledad de sus propios pensamientos para formular lo
que se dirían el uno al otro.
Para sorpresa de Maire, habían caminado inconscientemente hasta la piedra de
juicio… ese canto rodado oscilante donde había tenido un encuentro físico tan memorable
con Rurik. Lo miró. Él la miró. Y ambos miraron a lo lejos rápidamente, por temor a que
sus verdaderos sentimientos fuesen revelados.
Dando al canto rodado un rápido empuje con su pie calzado, él lo miró balancearse de
acá para allá, mirando fija y pensativamente. ¿Pensaba él colocarla en la roca, y permitirse
juzgarla? ¿Podría la roca ser más injusta que su actual evaluación de sus transgresiones?
Él se alejó del canto rodado y se apoyó contra un árbol, con las piernas cruzadas en los
tobillos, una postura perezosa que era desmentida por su tensa mandíbula y la línea
delgada de sus labios apretados. Esperaba que hablara.
—Lo siento —dijo ella simplemente.
—Ya lo dijiste antes.
—Necesitaba decirlo otra vez.
—Si tú lo dices.
—¿Cuáles son tus proyectos?
—¿Por qué?
Por mí. Por nosotros, su corazón lanzó un grito. Pero lo que dijo fue:
—Por Jamie.
Él se encogió de hombros.
—¿Estás feliz de ser padre?
No contestó inmediatamente. Cuando lo hizo, se podría decir que trataba de retener un
poco sus emociones en control.
—Sí, soy feliz de ser el padre de Jamie. Es un buen muchacho, a pesar de… bueno, es
un buen muchacho. Pero no estoy feliz de haber perdido cinco años de su vida.
—¡Oh, Rurik! ¿Cómo podría haber sido diferente? Incluso si te lo hubiese informado,
estaba casada entonces. Yo nunca realmente le dije a Kenneth como fue concebido Jamie.
Sé honesto. Yo no era nada para ti. Un niño habría sido un inconveniente.
Él sacudió su cabeza.
—Habría querido saberlo. Incluso si no hubiera podido participar activamente en su
vida, tenía derecho a saber. Habría buscado su bienestar… incluso desde lejos.
Maire podía entender ese sentimiento.
—¿Qué harás ahora?
—¿Acerca de qué?
¿De mí? ¿Qué tal de mí? ¿De nosotros?
—¿Te quedarás en las Highlands?
—No puedo. Debo ir a las Islas Hébridas a… bien, basta decir que tengo un… uh,
trabajo que hacer allí.
Un nudo del tamaño del canto rodado se formó en su garganta.
—¿No te permitirás algún tiempo para ponerte al corriente con tu hijo? —ella se
ahogó.
—Alomejor… alomejor podría llevarlo conmigo.
Antes de que terminase de hablar, Maire gritó:
—¡No!
—No para siempre —explicó él con una voz que era suave y conciliatoria—. Sólo
durante un corto tiempo.
—¡No! —repitió firmemente, luego añadió rápidamente—, no podría dejar Escocia
con él, ni siquiera por un corto tiempo.
La cara de Rurik enrojeció con vergüenza.
Maire inclinó su cabeza en pregunta, luego comprendió su error. Rurik no la había
invitado. Sólo a su hijo.
—No alejarás a mi hijo de mí —declaró firmemente—. Ni siquiera pienses que
permitiría que hicieses eso.
—¿Ni siquiera si es por el propio bien de Jamie?
—¿Qué bueno podría haber en alejar a un niño de su madre?
—Los muchachos jóvenes son mandados a criarse lejos todo el tiempo.
—¡No mi muchacho!
—Quizás es mejor que el muchacho decida. Pregúntale a él, Maire. Pregúntale lo que
quiere.
—Es mi decisión, y sólo mía.
—No, te equivocas. Es mi decisión, también. Soy su padre.
—Dijiste a Cailleach que eres incapaz de amar.
—Cailleach tiene una boca grande.
—Eso no viene al caso. Jamie tiene sólo cinco años de edad. Necesita amor.
—Lo tiene —dijo Rurik rotundamente.
—¿Lo amas? ¿Ya? —Oh, era peor de lo que Maire había previsto. Si Rurik lo amaba
tan pronto, nunca abandonaría al muchacho a su cuidado. Nunca.
—Rurik —suplicó—, me mataría perder a mi hijo.
Se apartó del árbol y pasó delante de ella cuando volvió al camino que conducía de
regreso a la fortaleza. Sobre su hombro, le informó con una voz tan baja que apenas pudo
oír:
—Así como tú me matas.
—Sedúcelo.
—¿Q-qué? —Maire chilló, brincando de miedo. Cailleach había subido detrás de ella a
la pequeña colina con una entrada al lago donde estaba parada, detrás de la fortaleza en
Beinne Breagha. Rurik estaba solo, nadando… nadando con fuerza… la clase de ejercicio
enérgico que una persona hacía cuando tenía un demonio montando en su espalda… o una
bruja.
—Ya me oíste. Seduce al Vikingo. No será la primera vez.
La cara de Maire ardió con vergüenza ante la idea que Cailleach podría ser consciente
exactamente de lo que había hecho para seducir a Rurik la última vez que habían estado
juntos. Pero no podía saber eso. ¿O sí?
—¿Qué bien haría eso? Tomará mucho más que un encuentro sexual solucionar
nuestros problemas.
Cailleach hizo rodar sus ojos.
—Para ser una bruja, estás harto ciega. Eso podría abrir la puerta a una grieta, nena, y
eso es todo lo que ustedes necesitan. Una grieta puede ser una entrada más grande que una
puerta abierta de par en par en algunas circunstancias.
Maire sabía que Cailleach tenía sólo las mejores intenciones en su corazón, pero
¿podría realmente seducir a Rurik otra vez? Aquel asunto con la cota de malla había sido
una inspiración. No tenía más trucos en su manga.
—No necesitas trucos, Maire —dijo Cailleach, como si le leyera la mente—. Sólo tú.
Maire estuvo a punto de preguntarle a su vieja amiga algunos más, pero la bruja se
había ido en un giro de polvo. Así qué Maire volvió a contemplar el lago, y como nadaba
Rurik, y ya caminando hacia abajo, murmurando entre sí:
—No… puedo… creer… que… vaya… a … hacer… eso. No… puedo… creer…
que… vaya… a… hacer… eso. No… puedo… creer…
Rurik no podía creer lo que veían sus ojos.
Maire caminaba cautelosamente por las aguas del lago… desnuda como el día que
nació… excepto el collar de ámbar. Su pelo estaba apartado de su cara en una sola trenza
bajo su espalda. Tembló, luego se zambulló en el agua fresca. Cuando salió del agua,
como una ninfa de mar pelirroja, no lo miró. Sólo comenzó a nadar hacia él con brazadas
fuertes lo que la hizo avanzar rápidamente a su lado.
Si Rurik pudiera haber corrido, o nadar lejos, lo habría hecho. Pero no podía ir a
ninguna parte, excepto hacia la orilla… y a ella. Se puso de pie en el agua que le llegaba
hasta su abdomen y esperó. Ella llegó momentos más tarde, salpicando agua alrededor
como un cachorro apenas aprendiendo a nadar.
No iba a ser divertido.
—¿Qué haces aquí, Maire? —gruñó.
Ella se puso de pie y apartó algunos hilos sueltos de su mojado rojo pelo, de su cara.
Cuando jadeó para tomar aliento, sus pechos se levantaron y apenas fueron cubiertos por
el agua azul. Gotitas de agua rodaban en un camino que hipnotizaba, hacia el pendiente de
ámbar en la atractiva hendidura entre sus pechos.
No iba a ser hipnotizado por sus pechos.
—Vine a seducirte —le informó, finalmente contestando a su pregunta… no que él
recordara exactamente cuál había sido su pregunta.
No iba a ser seducido.
—¿Por qué? —preguntó, y la pregunta le pareció estúpida incluso a él mismo.
Ella lo miro parpadeando, sus gruesas pestañas mojadas parpadeaban de una manera
rara, que atraían. Sus labios temblaban ligeramente, como si estuviera insegura de que
contestar. Y el agua seguía acariciando sus pechos.
Realmente, no deseaba sus gruesas pestañas, o su boca temblorosa… ni aunque
pareciera realmente húmeda y lista para ser besada… y definitivamente no iba a notar
aquellos bamboleantes pechos.
—Porque quiero —dijo vigorosamente— …seducirte, eso es. Porque parece ser el
único modo de abrir una grieta en la pared que has erigido alrededor de ti. Porque lo
lamento mucho, y quiero hacerlo para ti. Porque no es correcto que los padres de un
pequeño muchacho estén tan en desacuerdo el uno con el otro. Porque tengo miedo que te
vayas de repente, y esta quizás sea mi última oportunidad.
¡No iba a… oh, al diablo con las protestas interiores!
No sabía que decir, sintiéndose tirado en dos direcciones diferentes como estaba. La
cólera y la necesidad de venganza eran emociones poderosas, aun cuando era compensado
por un profundo anhelo en su alma a rendirse a su seducción… para no mencionar una
erección, por suerte escondida debajo del agua, bastante fuerte para poner a flote un barco.
Las lágrimas nublaron los ojos verdes de Maire cuando él esperó demasiado tiempo
para responderle, y giró alrededor, avanzando hacia la orilla con pasos estables,
orgullosos.
—Oh, está bien —la llamó. Rurik no sabía de donde aquellas palabras salieron. Sólo
surgieron, y tuvo que confesar, que se sentía bien… como si acabara de sacarse un enorme
peso de los hombros.
Ella se detuvo, y esperó.
No podía encontrar la voz para complacerla; en cambio decidió actuar. Zambulléndose
bajo el agua, subió rápidamente detrás de ella. Poniendo sus brazos alrededor de sus
rodillas, la arrastró bajo el agua, oyendo su chillido de sorpresa a través de un filtro
acuoso.
Rodaron juntos, bajo el agua, cuando cada uno trató de tomar el control. Las piernas se
entrelazaron, los brazos alrededor del hombros del otro, presionaron sus labios, luego
dejaron que las aguas los llevara hacia arriba.
Durante un minuto, estuvieron de pie, sólo mirándose fijamente a los ojos, con miedo
de hablar, no queriendo imponer todos sus problemas. Las manos de Maire estaban
todavía en sus hombros, las suyas en su cintura. Sus pechos bajaron y fluyeron contra los
pelos de su pecho, y podía ver que los pezones estaban hinchados por el agua fresca.
Estuvo a punto de decirse que no iba se iba a excitar por aquella vista erótica, pero
sería una mentira. Y Rurik no estaba a punto de arriesgarse al destino de un Vikingo
mentiroso… sobre todo en ese instante.
—Envuelve tus piernas alrededor de mis caderas —la instó él con una ronca voz
sensual.
Sin hablar, hizo lo que le pidió.
Tomó sus nalgas en cada una de sus palmas y se alivió en su vaina.
—Estás increíblemente apretada… y me das la bienvenida —susurró él contra su oído,
cuando se ajustó dentro de ella.
—Eres como el mármol caliente —susurró ella después—. ¿Cómo puedes estar tan
caliente cuando el agua está fría?
—Tú me calientas, corazón. —Rurik no tuvo ni idea de donde vino esa expresión de
afecto cuando hace unos momentos estaba odiándola… o pensó que la odiaba. Pero podía
decir que complació a Maire porque gimió suavemente y le devolvió la expresión. Tuvo
que confesar, que le gustó como sonaba en sus labios.
Entonces le mostró como moverse en él. Y, Thor santo, era una principiante rápida.
Cuando bajó su boca a la suya, fue voraz en su apetito. Sus manos inmediatamente
estuvieron en todas partes. Sus labios eran alternativamente acuciantes y suaves, su lengua
acariciaba, luego lamía. Como su clímax se acercaba rápidamente, quiso terminar su
tormento, y que su agonizante placer durara para siempre.
—¡Aaaaaahhhhhhh! —él lanzó un grito, su cabeza echada hacia atrás sobre su cuello
arqueado cuando llegó al orgasmo, con ondas profundas que parecieron sorberle la vida
misma. Y las paredes de Maire siguieron apretando y aflojando cuando llegó a su propio
clímax y se quebró con pequeños sollozos de—: ¡Oh… oh… oh… oh!
Se quedó quieto agotado, en las tranquilas aguas, su cara sepultada en su cuello, sus
brazos apretándola fuertemente más abajo de su espalda cuando la besó en el pelo. ¿Qué
acababa de suceder?
Había sido seducido, buena y apropiadamente, y en un período de tiempo
humillantemente corto, eso sucedió.
Debería haber estado enojado, supuso.
En cambio, sonreía.
—Uhmmmrn, Rurik —preguntó ella, recostándose levemente, lo que hizo que su
«Lanza» tomara un nuevo interés en su canal—, no te saliste antes del final. ¿Supones qué
derramando tu semilla dentro de mi cuerpo mientras estamos en un lago me impedirá
concebir? ¿La quitará el agua lavándola? —Su cara estaba roja encendida cuando hizo su
pregunta, pero era una importante… una que no había pensado obviamente.
—No tengo ni idea —contestó él sinceramente—. Más tarde probablemente estaré
alarmado por ese hecho, pero por el momento no puedo preocuparme. Estoy más
interesado en si la «Lanza» está a la altura. —Movió sus cejas hacia ella y se arqueó
dentro de su cuerpo.
Ella se rió… un sonido muy frívolo, alegre.
—Siendo altura la palabra más importante, supongo —contestó impudentemente.
—Exactamente. —Él estuvo a punto de mostrarle a cuanta distancia podía ir, cuando
oyó un sonido raro. Cerca. Y sonaba como… un perro.
Todavía moviéndose, con Maire en sus brazos, y la Lanza todavía en su elemento,
Rurik casi se cayó por el asombro. Era un perro, correcto, que nadaba rápidamente hacia
él, con su lengua afuera por el entusiasmo.
—Es Bestia. Mi perro lobo favorito —informó a Maire.
—¿Pero cómo puede ser eso? No está en Northumbria con…
Ambos miraron hacia la orilla, y gimieron simultáneamente. Estaban quietos y a
horcajadas ante un enorme arsenal de gente vestida: Tykir, Eirik, Selik, y sus mujeres,
Alinor, Eadyth, y Rain, por no mencionar a una gran cantidad de niños. Y las brujas
bajando en picado, también. Y un montón de Escoceses. Y sus compañeros de armas,
Bolthor, Stigand, Vagn, y Toste, incluso Jostein.
La lanza inmediatamente se inclinó y salió de su puerto seguro. Maire se inclinó y se
metió bajo el agua hasta que la cubrió hasta la barbilla.
—Has algo —ella le ordenó, como si todo eso fuese su culpa.
Hizo la única cosa en la que pudo pensar.
Saludó.
Rurik estaba sentado en un extremo del Gran Salón, bebiendo a sorbos uisge-beatha con
Tykir, Eirik, y Selik, quién declaró que la bebida era un regalo de los dioses, y determinó
llevar barriles con ellos a sus propiedades en Northumbria y Noruega. Sus cinco
compañeros Vikingos estaban allí también, asintiendo, hasta Jostein, quién estaba
orgulloso por haber conseguido realmente traer a los tres amigos de Rurik con él, junto
con una tropa de cincuenta hombres, incluso si sus servicios ya no eran necesarios. Los
soldados acampaban fuera, en la ladera de Beinne Breagha, ninguno agotado,
especialmente desde que les habían dado raciones de uisge-beatha, también.
Eadyth estaba examinando algunas colmenas naturales con Nessa. La esposa de Eirik
era una experta en la crianza de las abejas y la venta de sus productos en los mercados de
Jorvik, incluso lo que llamaban el mejor aguamiel del mundo. Lo era.
Alinor, la esposa pelirroja llena de pecas de Tykir y la mujer más molesta de este lado
de Niflheim, tenía a uno de los tejedores de Maire en la mano y se había alejado hacia una
dependencia, donde examinaba los telares. Ya había mencionado una pauta nueva que
quizás conocían. Sin duda, estaría inspeccionado a las ovejas, también. Alinor pensaba
que sabía cada maldita cosa en el mundo sobre los animales lanudos y sus productos.
Probablemente lo hacia.
Rain, una curadora célebre y esposa de Selik, estaba en la cocina, donde una línea de
pacientes ya se había formado para su diagnóstico médico. Desde tiña a tos pulmonar.
Bestia, el traidor, se arrastraba detrás de Rose, de todas las cosas. Eirik le había dicho
con antipatía que Bestia era demasiado quisquilloso en todo y había rehusado reproducirse
con su perra loba, Rachel. Quisquilloso, ¡hah! ¡No cuándo había desarrollado afecto por
un gato feo!
Y Maire era una traidora incluso peor. Lo había abandonado para afrontar a todos sus
amigos solo. De hecho, estaba probablemente en algún sitio, esperando no tener que salir
antes de que todos se hubiesen ido, lo que no era malditamente probable. Él había sido el
que había tenido que salir del lago desnudo, ante la risa de todos. Él había sido el que le
llevó sus ropas al agua para que pudiera cubrirse. Él había sido el que había tenido que
ahuyentarlos a todos, para que pudiera salir con dignidad. ¿Y cómo se lo agradeció?
Escapándose y abandonándolo para afrontar las bromas de sus viejos amigos. Y sólo eso
era lo que habían estado haciendo durante la pasada hora… burlarse de él.
Las burlas más persistentes se relacionaban con las brujas.
—Nunca había visto tantas brujas en un lugar en toda mi vida —proclamó Eirik
cuando miró por la puerta abierta, con los ojos y la boca muy abierta, cuando media
docena de viejas brujas pasaron prácticamente volando por el patio, persiguiendo a una
manada de gatos negros, que perseguían a Bestia, que perseguía a Rose—. No, que
realmente haya presenciado alguna vez la brujería en el pasado. —Eirik se echó hacia
atrás en su silla y dirigido una fija mirada de asombro a Rurik.
—¿Viven todas aquí… nacidas y criadas? —preguntó Selik con igual asombro—.
¿Son tus brujas, Rurik? ¿O tienes el hábito de atraer a las brujas… como la que te marcó?
—No, no son mis brujas personales. Están aquí debido a Maire —explicó con un ceño
fruncido en su cara.
—¿Maire llamó a este montón de brujas? —Fue Tykir quién habló ahora, y su tono
implicó que Maire debía estar loca.
Bien, Rurik había considerado a Maire loca en más de una ocasión, pero no le gustó
que otros sugirieran lo mismo. Entonces la defendió diciendo:
—Fue un accidente. Sólo quería a una bruja… Cailleach, su vieja mentora… que
viniera, pero su hechizo salió mal… y todas las brujas en Escocia de alguna manera
llegaron. —La explicación pareció bastante loca, incluso a los oídos de Rurik.
Rurik esperó que su explicación, loca como era, satisfacería a Tykir, quién era el
compañero más persistente cuando tenía un bicho alojado en su… bien, las cavidades del
cuerpo.
—¿Un hechizo? ¿Salido mal? ¿Maire es realmente una bruja, entonces?
Debería haber sabido que Tykir no cambiaría de tema.
—Sí, es una bruja. No, no es una bruja muy buena. Y, antes de que me preguntes, sí,
he hecho el amor con la bruja otra vez. Y, no, no me ha puesto otras partes del cuerpo azul.
Todos arquearon sus cejas ante la excesiva explicación.
—Todavía veo que tienes la marca azul —comentó Eirik, ni siquiera trató de contener
la sonrisa que se movía nerviosamente en sus labios.
La única respuesta de Rurik fue un gruñido de disgusto.
—¿Pero Rurik Campbell? —preguntó Tykir con aquella sonrisa infernal en su cara. Y,
realmente, Tykir tenía la sonrisa más molesta del mundo entero. Además, que tenía que
ver el nombre Campbell con su marca azul, no tenía ni idea. Sospechó que sus viejos
amigos saltaban de un tema desagradable a otro, sólo para hacerle perder el control. Era
una táctica que había empleado con ellos en más de una ocasión.
—¿Cómo pudo… un feroz guerrero Vikingo… hacerse un Escocés?
—Te lo dije —silbó Rurik—. Eso fue un malentendido. No me hice un Escocés.
—Supongo que comerás haggis ahora —comentó Tykir con un suspiro exagerado—, y
tocarás las gaitas.
—No, no he desarrollado un gusto por el haggis, y Bolthor es el que ha tomado las
gaitas como su arma de elección.
—¡Por las pelotas de Odin! No me digas —dijo Tykir en un aparte a Rurik, para no
ofender al skald—. ¿Bolthor toca las gaitas… y recita poesía?
Rurik afirmó con la cabeza y clavó una sonrisa malvada en su cara.
—Y puedo garantizarte, que estará haciendo ambas cosas para ti en Dragonstead este
invierno.
Tykir lo miró como si hubiese sido desnucado.
—Pero tienes un hijo —indicó Eirik, apaleando todavía a la denominación Campbell
que había sido dado a Rurik por el clan de Maire—, quién será un día un laird escocés.
—Sí, pero ser el padre de un muchacho escocés no me hace un Escocés. ¡Oh, de qué
sirve! Ustedes creerán lo que quieran de todos modos.
—Rurik tiene razón. —Era Bolthor el que vino en su defensa, para sorpresa de Rurik
—. No se hizo Rurik Campbell debido a Pequeño Jamie. Se hizo Campbell porque es su
héroe.
Rurik gimió en voz alta. Sólo podía predecir lo que Bolthor diría después, y por lo
visto todos los demás, porque sonreían abiertamente de una oreja a otra.
—Este es la saga de Rurik el Mayor —comenzó Bolthor.
—Oye —Tykir protestó.
—Si sabes lo que es mejor para ti, te detendrás ahora mismo —aconsejó Rurik a Tykir
en un susurro.
Pero Tykir cometió un error al decir:
—Pensé que se suponía que yo era el gran. ¿Recuerdas, Bolthor, que siempre solías
decir, «Esta es la saga de Tykir el Grande»?
Rurik empujó su vaso al lado y presionó su cara a la mesa. Sólo amentaba no poder
dormirse y despertar cuando esa completa pesadilla hubiese terminado.
—Oh, tienes razón en eso, Tykir —explicó Bolthor—, pero Rurik me recordó que
«Grande» era tu título; así qué, lo cambiamos por «Mayor».
—Menos cuando perdió su destreza —interpuso Toste con una sonrisita—. ¡Hoo-eee!
No era tan mayor entonces.
—¿Su destreza? —Tykir, Eirik, y Selik preguntaron.
Rurik gimió contra el tablero, donde su frente todavía descansaba.
—Sí, olvidó como hacerle un or-gas a una mujer en las pieles de cama, pero no teman
—parloteó Toste—, finalmente recuperó su destreza.
Tykir puso sus labios cerca del oído de Rurik y susurró:
—¿Significa realmente or-gas lo qué creo que significa?
—Sí. Y juro, Tykir, si no te llevas a tu skald a casa contigo al Northlands, voy a
llevarme tu capacidad de or-gas.
Tykir y todos los demás en la mesa se reían histéricamente.
Bolthor ya se lanzaba a su última saga, para mortificación de Rurik. Lo bueno era que
nadie podría decir que se ruborizaba… porque ciertamente lo molestarían por ser un
Vikingo que se ruboriza, y Bolthor diría un poema sobre ello para sería recordado hasta la
posteridad.
Había una vez un guerrero Vikingo
Quién adoraba la gloria de la guerra,
Pero vino a Escocia
Dónde la gente llego a entender
Qué aquí estaba una figura
Qué era más que un soldado.
Era un héroe,
Completamente.
Por eso ahora es llamado
Rurik, el Vikingo Escocés.
Un silencio atontado siguió a la saga de Bolthor, lo que era la respuesta habitual.
Finalmente, Tykir aclaró su garganta, luego comentó:
—Has refinado tus habilidades de rima, Bolthor.
Abandonando la modestia, Bolthor afirmó con la cabeza en acuerdo.
—Debo decirte, sin embargo, Tykir, que Rurik me ha dado mucho más material para
sagas de lo que alguna vez tú hiciste. Está: «Rurik el Vano», «El Vikingo Que Perdió Su
Destreza», «Rurik el Vikingo Ciego», «Rurik el Vikingo Escocés», «El Sexo y el Vikingo
Solo», «Sobre la Práctica de los Vikingos de Nombrar su Pene.», «El Vikingo Bolas
Azules», y tantas otras.
Rurik entonces giró su cara que descansaba en su mejilla sobre la superficie de la
mesa. Luego abrió un ojo. Bastante seguro, todos lo contemplaban, con la boca abierta por
la incredulidad. Costaba mucho ver a un guerrero Vikingo incrédulo. Pero lo hizo. Y no
era un gran logro.
—Por supuesto, pienso que Toste y Vagn podrían ser buenos temas para algunas de
mis próximas sagas —siguió Bolthor.
Toste y Vagn no podrían haber parecido más horrorizados si hubiera sugerido que se
cortaran sus partes masculinas.
—Sí, puedo ver todas las posibilidades de los gemelos. «Sexo con una Bruja Astuta».
«Vikingos con Atributos Extraordinarios». «Lo que los Gemelos Vikingos Pueden Hacer
En las Pieles de Cama y Otros no Pueden».
Ahora fue el turno de Rurik para sonreír abiertamente. Quizás todavía había
esperanzas para él. Quizás Bolthor decidiría echarle el guante a los gemelos y dedicar su
vida poética a sus aventuras.
Pero entonces Selik inclinó su cabeza al lado y preguntó:
—¿Por qué todos los hombres aquí han atado los arcos de hilo en sus dedos medios?
—Bien, realmente, puedo contestar eso —ofreció Stigand, que había estado callado
hasta ahora.
Rurik se levantó repentinamente, sin esperar la larguísima respuesta que estaba seguro
Stigand daría… una que lo haría parecer de alguna manera aún más estúpido.
—¿Dónde vas? —preguntó Eirik con una sonrisa conocedora.
—Al garderobe.
Pero lo que pensaba era que le gustaría encontrar el escondrijo de Maire y esconderse
con ella allí durante un día o más… o una semana.
Tykir lo esperaba en el pasillo fuera del garderobe. No era un buen signo. Tampoco era un
buen signo que Tykir tuviera una expresión seria en su cara por lo general traviesa.
—Estoy preocupado sobre ti, Rurik —dijo Tykir directamente.
—¿Por qué?
—No eres tú mismo.
¡Hah! ¡Esa es una subestimación!
—Me tomará algún tiempo acostumbrarme a la paternidad, eso es todo.
Tykir sonrió.
—¿Es una cosa maravillosa, no… ser padre?
Rurik sonrió.
—Sí, lo es. Nunca pensé en ser padre… no estoy seguro de por qué. Tampoco ansié
pasarle mi sangre a otro. Pero me encuentro sonriendo abiertamente de la manera más
ridícula cuando contemplo al niño.
Tykir afirmó con la cabeza entendiendo. Luego sacó el tema que Rurik había estado
evitando.
—¿Y Maire?
—¿Maire?
—¿La amas?
Rurik rechazó contestar. No fue deliberadamente grosero. Sinceramente, no sabía la
respuesta.
Para su consternación, Tykir comenzó a reírse a carcajadas.
—No puedo imaginar por qué es tan gracioso que quizás esté enamorado de una bruja
escocesa. —Miró a su amigo, que tanto se parecía a él, luego admitió—: Bueno, bueno, es
bastante gracioso. Una broma mía. De hecho, la broma suprema de los dioses en una vida
de bromas a costa mía.
Tykir sacudió su cabeza, lágrimas de alegría nublaban sus ojos.
—Por otra parte, alomejor es un regalo de los dioses.
Ahora tenía algo en qué pensar.
18
ERA ya la tarde, y celebraban otro banquete… esta vez en honor a sus invitados. Lo
bueno era que había mucho alimento de la noche anterior.
Rurik se sentó al lado de Maire, vestido con ropas lujosamente bordadas que harían
sentirse a un príncipe orgulloso. Ella había logrado encontrar un viejo arisaid de suave
lana verde esmeralda, con trenzado de oro, anterior a su boda… una ropa absolutamente
conveniente… pero odió el hecho de que Rurik fuera más atractivo que ella, tanto en
forma como indumentaria. Su pelo era una masa de rizos rojos, ya que había sido incapaz
de peinarlo correctamente después de su baño improvisado en el lago.
Tykir, el amigo de Rurik del Norte, se había tomado la libertad hacía poco tiempo de
tirar un mechón pelo de Maire y mirar con una expresión perpleja en su cara cuando este
saltó en un rizo apretado. Había echado un vistazo al pelo rojo de su esposa, luego a ella,
antes de comentar a Rurik:
—¡Otra diosa pelirroja!
Rurik —el palurdo— murmuró algo entre sí que sonó como:
—Las mujeres Pelirrojas… son la plaga de Dios a los hombres.
Ella le había dado un codazo a Rurik en las costillas, con fuerza, por aquel insulto,
pero apenas lo había perturbado. No sólo era un imbécil, sino también por lo visto
insensible.
Los amigos de Rurik parecían encontrar sus acciones inmensamente divertidas.
Le gustaría retorcerle el cuello… no sólo por forzarla a salir del aislamiento, sino por
sentarse en la mesa alta con ella, como si todo entre ellos estuviera bien y arreglado,
cuando sabía igual ella que todo era un caos. Oh, había logrado seducirlo en el lago, pero
mira como había resultado. Y, realmente, no pensó que tuviera muchas seducciones más
bajo su cinturón, por decirlo así.
En circunstancias normales, se habría divertido. Una persona no podía menos que
querer a sus amigos. Eran atractivos y encantadores y llenos de alegría.
Incluso la pareja mayor, Selik y Rain, que tenían que haber visto cerca de cuarenta
inviernos, eran sorprendentemente adecuados y agradables a la vista. Rain, quién según se
afirmaba era una curadora famosa en Gran Bretaña, igualaba a su marido en su gran altura,
y en su pelo rubio también, incluso en los hilos grises. Habían traído a cuatro de sus ocho
niños naturales con ellos, entre los diez y diecisiete años. Habían dejado a los otros cuatro,
más muchos hijos adoptivos, en un orfanato que hicieron construir fuera de la ciudad
comercial de Jorvik en Northumbria, bajo el cuidado de una mujer joven llamada a Adela
y un anciano llamado Ubbi.
Ya Rain había llevado a Maire aparte y le había preguntado si podría haber un lugar
aquí en Beinne Breagha para unos pocos jóvenes que buscaban comerciar. Maire había
estado de acuerdo rápidamente, especialmente desde que tantos hombres y muchachos
habían perdido sus vidas los pasados años en guerras o enemistades con el MacNabs.
Necesitaban sangre nueva en el clan Campbell.
Luego estaba Eirik, guapo de una manera oscura, el Señor de Ravenshire en
Northumbria, que debe haber visto cerca de cuarenta inviernos. No tan guapo como Rurik,
por supuesto, pero nadie era tan guapo. Era hombre medio vikingo, y medio sajón, trajo
con él a su esposa Eadyth, que era la mujer más hermosa que Maire había visto alguna
vez, con su pelo rubio de plata y ojos violetas. Sobre su sedosa cabellera, llevaba puesto
un kran-sen Nórdico, un aro dorado con lirios decorados en relieve. Aunque ya estaba a la
mitad de sus treinta años, la piel cremosa de Eadyth no mostraba ningún signo de
envejecimiento. Esta pareja había traído con ellos al hijo ilegítimo de Eadyth, John, un
muchacho de dieciséis años que ya hacía que las chicas escocesas de millas alrededor se
desmayasen. Había sido adoptado por Eirik, por supuesto, como las dos hijas ilegítimas de
Eirik, Larise de diecisiete años y Emma de quince años. John y Jostein se habían hecho
por lo visto grandes amigos, y ambos tenían los ojos puestos en dos de las hijas de Rain y
Selik. Además de aquellos tres niños, Eirik y Eadyth también habían traído cuatro que
habían tenido juntos, todos muchachos, y completamente bulliciosos.
Jamie estaba en el momento de su vida con toda esa compañía joven. Bestia y Rose se
divertían, también, si todos ladridos y maullidos eran alguna indicación.
Maire estaba asombrada de que esta noble pareja abiertamente reconociera la
ilegitimidad de algunos de sus niños, pero estuvo igualmente asombrada cuando le dijeron
que Eadyth era una mujer de negocios consumada que vendía los productos de sus
colmenas en los mercados de Jorvik, aguamiel, panales, y velas, todo con regularidad.
Finalmente, estaba Tykir, el hermanastro de Eirik y el mejor amigo de Rurik en el
mundo. Oh, un compañero de ojos malvados, y bromista era Tykir, a pesar de tener…
aproximadamente treinta y cinco años más o menos. Tan vanidoso como Rurik, se
trenzaba su pelo en un sólo lado, donde un pendiente de rayo pendía de su oreja.
Acariciaba constantemente a su esposa pelirroja, llena de pecas, que tenía menos de
treinta, y la miraba con abierta adoración… cuando no pellizcaba sus nalgas… o ella no
pellizcaba las suyas. Alinor tenía a su hijo de dos años, Thork, que estaba sentado en su
regazo retorciéndose ahora mismo, y criaría otra vez… a mediados del invierno.
Los tres amigos de Rurik estaban usando arcos rojos de un tamaño bastante largo en
sus dedos medios. Cuando Alinor le había preguntado por su propósito, Tykir se lo había
dicho, en términos directos. Le dio una palmada en los hombros, y lo había reprendido.
—¿Qué mentiras te han estado contando, estúpido?
—Es sólo una precaución, esposa —se había reído.
Eadyth había sonreído abiertamente por el arco de su marido y había comentado:
—Un poco idealizado, ¿no crees?
—No bastante grande —había discrepado Eirik.
Alinor se dirigió a Rurik ahora.
—¿Te irás con nosotros en dos días? Tykir y yo planeamos pasar varios en Greycote y
luego en Ravenshire, antes de volver al Norte para el invierno. Nos gustaría tu compañía.
—Más bien te gustaría tenerme para molestarme, Alinor. Juro, que es tu mayor
pasatiempo —respondió Rurik con sequedad.
Alinor le sacó la lengua, y Maire pensó que era la cosa más escandalosa que una noble
señora podía hacer. Rurik y Tykir se rieron de sus payasadas, sin embargo, y su hijo,
Thork, pensó que era una gran broma, y lo hizo repetidamente él mismo.
—Pues, no —contestó Rurik—, no dejaré Escocia… no todavía, de todos modos.
El corazón de Maire saltó de un golpe. ¿Qué quiso decir? ¿Se quedaría más tiempo
debido a Jamie? ¿O había logrado su seducción derretir la pared de resentimiento que lo
había rodeado? ¿Tenían un futuro? ¿O era un indulto temporal?
Inclinándose, trató ver mejor la cara de Rurik. Fue cuando el pendiente de ámbar
resbaló hacia adelante, saliéndose de su vestido.
Los ojos de Alinor inmediatamente se fijaron en el collar.
—¡Oh, mi Dios! ¡El regalo de novia! —Con una sonrisita, se giró hacia Rurik y lo
regañó moviendo un índice—: ¡Qué pícaro! No nos dijiste que ese precioso trozo que
seleccionaste para un regalo de novia era para tu bruja escocesa.
Rurik hizo un sonido ahogado, que gorjeó profundamente en su garganta, y palideció.
—¡Alinor, calla tu lengua!
Fue Tykir quién habló después.
—Pero pensé que el collar fue escogido para Theta… como un regalo de novia… una
vez que te quitaras la marca azul y se casase contigo… en las Islas Hébridas… donde
compraste la tierra y… —las palabras de Tykir fueron lentas, luego pararon de repente
cuando comprendió su error.
Maire llegó a la misma comprensión, sólo momentos después. Su piel al instante se
humedeció, y su garganta se cerró mientras traspasaba a Rurik con una expresión herida.
El bribón parecía culpable como el pecado.
—Maire, puedo explicarte…
¿Explicar? ¿Qué debía explicar? Rurik estaba prometido en matrimonio con otra
mujer. Me dio un collar elegido para su novia. Soy la mujer más tonta, patética de toda
Escocia… no, del mundo entero.
—¡Oh, mi Dios! —dijo Alinor—. ¿Lo hiciste, Rurik? Dime que no hiciste una cosa tan
imbécil.
Pero el estupor dio paso a la furia y Maire ya estaba de pie, desabrochándose el collar.
Lanzándolo a la mesa delante de Rurik, declaró con voz helada:
—Espero que te hayas ido antes del amanecer.
—Ahora, sólo espera un minuto —protestó Rurik.
—Te odio —barbotó, lanzándole las palabras como piedras.
—No me puedes odiar. Me dijiste que me amabas.
Todas las mujeres en la mesa exclamaron:
—¿Lo hizo? —como si eso fuera muy importante.
Maire enseñó los dientes en un gruñido.
—Me retracto.
—No puedes retractarte. Uh-uh. Sobre todo no en dos días. Me amas, y eso es así.
—Eres el mayor infame, insensible, lascivo, traidor, imbécil, animal de dos patas que
camina por la tierra.
—¿Cuál es tu punto?
—¡Oooooh! Te mostraré mi punto, estúpido.
Tomó un vaso enorme de uisge-beatha y lo tiró en su aturdida cara.
Luego salió orgullosamente del ahora silencioso Salón. Una vez que llegó a su cámara,
sin embargo, se hundió en sus rodillas y lloró violentamente por todo lo que había perdido
ese día.
Toda esa noche, y la mañana siguiente, Rurik golpeó la puerta de Maire, pero ella rechazó
responder. Podía oír su llanto, sin embargo, se le rompió el corazón y trajo lágrimas a sus
ojos.
—Puedo explicarlo. Realmente —le había dicho al principio.
Luego:
—Alinor, Eadyth y Rain me han convencido… soy un repugnante, patán imbécil.
Después:
—Quiero que tú tengas el collar, Maire. Fue hecho para ti… quiero decir, pienso que
profundamente dentro de mí siempre lo quise para ti, no para Theta.
—Acerca de Theta… —había tratado de explicar—, nunca la amé, o algo así. Fue sólo
que todos mis amigos se habían asentado felizmente y eso parecía lo correcto. Ya
lamentaba mi decisión mucho antes de entrar en Escocia.
—He despedido a todas las brujas —le informó a media mañana—. Con un gran
riesgo para mí mismo, podría añadir. Varias me lanzaron hechizos, pero les dije que tenía
mi propia bruja personal para quitármelos. Tú… no Cailleach, quién se niega a marcharse,
por cierto. No deja de reírse de mí, o chillar. ¿Por qué supones que es? Pienso que me
lanzó un mal de ojo. Eso, o su ojo ha desarrollado una contracción nerviosa.
—Jamie me ha dado una patada en mis espinillas. Y puso babosas en mi ale esta
mañana. Mejor sales y lo reprendes, Maire. Realmente, era leche, no ale. ¡Puf! Las vacas
todavía no dejan de dar leche, y algunos de los gatos parecen que estallarán ¿Quién alguna
vez oyó de un Vikingo que bebiera leche? Bolthor ha creado ya una saga acerca de eso.
—Tengo hambre. El cocinero no me dará nada —dijo al mediodía—. ¿No estás
hambrienta, Maire? ¿Te marchitarás, y luego qué serás? Tendré que comerme el haggis
sobrante. Oh, oh, oh.
Repetidas veces, siguió volviendo para repetir sus diferentes súplicas.
—Estoy solo. Nadie me habla, ni siquiera Stigand, Bolthor, Toste, Vagn, o Jostein.
Bolthor arregló una nueva saga, además de la leche. Se llama «Rurik el Jodido Vikingo
Estúpido». ¿Qué piensas de eso?
—¿Adivina qué? Alguien finalmente ha hablado conmigo. Stigand. Y no lo creerías si
lo vieras. Está bien afeitado y su pelo recortado. Juro, está realmente guapo… no tan
guapo como yo, por supuesto, pero más que pasable. No es esa la parte más increíble.
Stigand está enamorado. De Nessa. Van a casarse y vivir aquí en las Highlands. ¿Crees
que saldrás para entonces?
Más tarde:
—Contéstame, brujita, o voy a ordenar que Bolthor venga a tocar las gaitas fuera de tu
puerta.
Luego:
—La Lanza te echa de menos.
—Si no sales pronto, iré a jugar con mi cota de malla… solo.
—Me aburro. Si no sales, tendré que ir a buscar una guerra para luchar.
—Te arrepentirás.
Repetidas veces, Rurik se paseó de arriba abajo por la escalera y el Salón hacia la
puerta de Maire, en vano. Desarrollaba algunos músculos realmente buenos en sus
pantorrillas y muslos con todo lo que subía… no que no fuesen buenos ya.
Viejo John comentó después de un tiempo:
—La campana agrietada no necesita ser reparada. —Cuando Rurik sólo frunció el
ceño, tradujo—: Algunas cosas no pueden ser arregladas.
Rurik se negó a creer eso, incluso cuando Nessa añadió su opinión:
—Toda su labia no sacude ninguna cebada.
Finalmente, Alinor se compadeció de él y lo apartó para hablarle. Ella era la persona
más entrometida, pero era una mujer. Debía saber cosas… cosas que él, un hombre
humilde, no hacía. No, que se refiriera alguna vez a sí mismo como humilde en su
presencia.
—Tengo la respuesta —anunció sin el preámbulo—. Dile que la amas.
—¿Eso es? ¿Ese era tu gran consejo? ¡Pfff! A propósito, pienso que te han crecido más
pecas mientras no he estado en Dragonstead. Escupitajo del diablo, así es como siempre
he oído que las llaman. ¿Ha estado escupiéndote Satanás últimamente? ¡Ouch! ¿Por qué
me golpeaste?
—Hazlo —ordenó ella. Con las manos en las caderas, el vientre sobresaliente como si
se hubiese tragado un pequeño canto rodado, pareció a una fiera encinta… lo que era.
—¿Qué pasa contigo y Tykir y sus insinuaciones de que debo amar Maire?
—¿Tykir te dijo que estás enamorado? —Sus cejas rojas se arquearon con asombro.
Luego sonrió extensamente—. Bien, eso lo resuelve entonces. Debes estar enamorado.
—Qué no, eso no es lo que dije… fue lo que él dijo… lo que significaba. Oh, ¡Dios
Mío!, ¿Adónde vas ahora?
—¡Eadyth! ¡Ran! ¡Vengan rápido! —Alinor gritaba cuando anadeó bajando al Salón
—. Acabo de averiguarlo. Rurik está enamorado. Tenemos una boda que planear. Díganle
al Cocinero que prepare un haggis. A los hombres que vayan a cazar un verraco. A Bolthor
que preparare una saga nupcial. A la bruja, Cailleach, que hechice la maldita puerta de la
cámara para que se derrita.
Rurik presionó su frente contra la puerta y suplicó:
—Maire, tienes que salir. Las cosas se ponen realmente, realmente mal.
Era media tarde, y los golpes comenzaban otra vez.
Maire echó un vistazo al tapiz, en la cual había estado trabajando diligentemente todo
el día, y se preguntó con qué idea extraña Rurik saldría para convencerla esta vez que
debía dejarlo entrar.
Pero no era Rurik esta vez.
—Maire, déjanos entrar, por favor. Soy Alinor.
—Y Eadyth.
—Y Rain.
¿Realmente quería ser atormentada por más personas que pensaban que sabían lo qué
era mejor para ella? ¿Por otra parte, quería ofender a sus invitados?
—Entren —llamó ella.
Las tres señoras barrieron en su cámara con las cejas arqueadas… sin duda porque la
puerta no había sido cerrada con llave.
—La abrí esta mañana cuando fui a visitar el garderobe y robar algún alimento en la
cocina.
Alinor sonrió abiertamente.
—¿No informaste a Rurik de eso?
—Por supuesto que no.
—¡Ooooh! Pienso que voy a quererla —dijo Alinor a las otras señoras—. Ella será
muyyy bueno para Rurik.
Eadyth y Ran afirmaron con la cabeza, también sonriendo abiertamente.
—Debo decirte, directamente, que si vienes a rogar por Rurik, olvídalo.
—¿Haríamos eso? —Las tres pusieron sus palmas en sus pechos para indicar su
inocencia—. El imbécil no te merece —dijo Alinor, su portavoz.
Bien, era verdad. Rurik no la merecía, pero no estaba segura de qué quiso indicar
Alinor con eso… o por qué decía que era un imbécil.
—No quiero nada con ese hombre.
—Puedo entender eso —dijo Eadyth—. ¿Cómo pudo ser tan insensible?
—¿O cruel? —añadió Rain.
—¿O idiota? —añadió Alinor después.
Las señoras se pusieron detrás de ella para examinar su tapiz.
—¡Oh, Maire, es exquisito! —Declaró Rain y tocó la tela tiernamente.
—Lamento no tener tal habilidad con la aguja —Eadyth convino con un suspiro—. Ay,
mis talentos están más con la crianza de abejas… no en un talento tan femenino.
Maire comenzó a protestar porque había oído de la miel y el aguamiel maravilloso que
Eadyth producía y vendía, sin contar sus inusuales velas, pero antes de que las pudieran
decir algo, Rain habló.
—Soy una buena doctora… no lo niego… pero tanto de mi vida está implicado con
tristeza y muerte. Siempre lamenté no poder crear belleza. —Ella inhaló y exhaló
fuertemente con pena, luego preguntó—: ¿Son tú, Jamie y Rurik? ¡Qué familia tan
encantadora forman!
Maire casi guardó el tapiz, y era verdad… no podía esconder que la figura masculina
era Rurik. No podía haberlo hecho de otra manera. ¿Pero una familia? No, nunca lo serían.
Por alguna razón, tenía la necesidad de completar el trabajo, sin embargo, como un rito
que debía realizar para acabar con su fantasía. A partir de entonces, sería un recordatorio
de las absurdas nociones de una mujer que nunca podrían ser.
—Debes venir a Dragonstead algún día… en la primavera o verano cuando es más
hermoso… y hacer un tapiz para mí del querido hogar de Tykir —instó Alinor.
—Oh, realmente, no puedo prever un momento que yo…
—¡Alinor! ¿Tienes que pensar siempre tan rápido? Mi cerebro no puede reaccionar tan
rápidamente. Me gustaría que Maire hiciera un tapiz de Eirik y de mí en Ravenshire con
nuestra familia entera. ¿Serían demasiadas figuras para ti, Maire? —Sin esperar su
respuesta, Eadyth se tocó la barbilla pensativamente—. Quizás podría ir a Dragonstead en
la primavera, luego ir a Ravenshire al finalizar. —Giro hacia Maire, quién estaba sin habla
por esos pedidos. ¿No entendían que una vez que dejaran Escocia, no tendría conexión
con ellos, porque Rurik no tendría conexión con ella… aparte de Jamie?
Mary Bendita, estaba consiguiendo un dolor de cabeza.
—Oh, no podría —dijo Maire—. Tengo demasiado trabajo que hacer aquí en Beinne
Breagha. Y, además, el tapiz sólo es un trabajo ocioso. Tengo cosas más importantes que
hacer que tal frivolidad.
—¡Frivolidad! —las tres damas exclamaron como una.
Rain la acarició en el hombro.
—No hay nada frívolo en crear belleza.
—Eso es lo que dijo Rurik.
—¿Lo hizo? —Alinor ladeó su cabeza como si pensara en un gran enigma—.Alomejor
el mentecato promete, a fin de cuentas… muy profundamente en su interior.
—Tengo la respuesta perfecta —anunció Rain.
Maire no se había dado cuenta que había una pregunta que ser contestada.
—Rurik y Maire querrán pasar el invierno solos, aquí en las Highlands, después de su
boda…
Maire jadeó:
—No va a haber una boda… de todos modos no entre Rurik y yo.
—…pero viene la primavera, pueden hacer un viaje de boda al Norte, y…
—No va a haber boda.
—…en el verano, llegarán a Ravenshire, todavía en viaje de boda, y luego…
—No va a haber boda.
—…en el otoño, estarán en Jorvik para hacer mi tapiz, antes volver de su viaje de
boda a Escocia.
—No va a haber boda.
Las tres damas aplaudieron, como si acabasen de asentar el destino de Maire. No podía
permitir eso. Se levantó tan bruscamente, que casi volcó su taburete. Doblando sus brazos
sobre su pecho, afirmó con voz tan firme como pudo:
—No va a haber boda. No me casaría con el patán odioso ahora ni aunque fuera el
último hombre en la tierra. ¡Y se acabó!
—¿Realmente? —preguntó Eadyth—. Bien, puedo entender esto. Es un patán odioso.
—Pero, todos los hombres son patanes odiosos en algún momento — indicó Rain.
—Es verdad. Es verdad —Alinor estuvo de acuerdo—. Recuerdo el tiempo que Tykir
pensó que podía persuadirme con plumas.
—¿Plumas? —Maire se ahogó.
Alinor hizo rodar sus ojos.
—Sí. En las pieles de cama.
Maire casi se tragó la lengua ante aquella imagen en su mente.
—Por supuesto, fue después de que el imbécil me secuestrara y me entregara al rey de
Noruega, sólo porque pensó que era una bruja y había puesto una maldición sobre las
partes masculinas del rey, fue derecho al grano. —Sonrió abiertamente después de
entregar la descripción prolija de uno de los estúpidos actos de su marido.
Sí, Maire se iba a tragar su lengua, seguro.
Eadyth se rió de una manera que implicó que sabía más de esas historias y por la
manera en que se reía, así era.
—No peor que mi Eirik. No me llevó a la cama las primeras semanas que estuvimos
porque equivocadamente pensó que era una vieja bruja. ¡Hablando de idiotas! ¿Puedes
imaginar eso?
Maire no podía.
Una expresión nostálgica pasó por la cara de Rain, como si estuviese perdida en los
recuerdos.
—No soy tan vieja que no pueda recordar el momento que Selik estableció un orfanato
para mí para reconquistarme. ¡El estúpido! ¿Me preguntó alguna vez si quise adoptar a
docenas de niños sin hogar? No. Él sólo estúpidamente cometió un error.
Maire entrecerró sus ojos, de repente comprendiendo que esas tres damas… esas tres
damas desviadas… intentaban manipularla.
—No voy a casarme con Rurik —afirmó ella.
—Absolutamente no —dijeron las tres damas. Mientras tanto, cada una sacó
longitudes de hilo y comenzó a medir sus hombros, corpiño, cintura y caderas, piernas y
brazos.
—¿Q-qué hacen?
Todas miraron hacia otro lado, culpables como el pecado, y dijeron:
—Nada.
Pero oyó el susurro de Alinor a las demás:
—El mismo tamaño que yo, excepto un poco más en el corpiño.
Entonces, todas la miraron fijamente con completa inocencia.
—No va a haber una boda —repitió otra vez.
Alinor agitó una mano despreocupadamente.
Luego se alejaron, dejando a Maire con mucho que pensar, después de cerrar con llave
la puerta detrás de ellas. ¿Realmente odiaba a Rurik? ¿Consideraba sus delitos
imperdonables? ¿No había pecado contra él, también, ocultando el nacimiento de Jamie
por tanto tiempo? ¿La había perdonado Rurik por aquel delito? ¿Era menos indulgente?
Se enderezó con resignación. Todas estas preguntas eran inútiles porque, después de
todo, el hombre estaba comprometido con otra mujer.
—Tengo un trato para ti. Heh, heh, heh.
Rurik había estado bebiendo a sorbos el mismo vaso de uisge-beatha la pasada hora y
no estaba de humor para más abusos de la vieja bruja Cailleach, pero ya que era la única
en la maldita fortaleza dispuesta a hablar con él, dijo:
—¡Qué demonios! —Entonces le hizo señas para que se sentara en el banco frente al
suyo en la mesa.
La bruja, que parecía especialmente vieja y ojerosa hoy —debía haber estado bebiendo
una de sus propias infusiones horrorosas— desechó su oferta de una bebida. En cambio, se
sentó en el banco y fue derecho al grano.
—He echado las runas y he llegado a la conclusión que no eres nada bueno para
Maire.
—¡Hah! ¡Tú y cada persona de la creación! ¿Qué hay de nuevo?
—Con tu sarcasmo no ganarás nada, muchacho. —Ella lo estudió de la manera más
encantadora, haciendo a Rurik moverse con inquietud—. Si es un nuevo niño nacido de tu
semilla lo que te preocupa, olvídalo. No será otro niño la razón que te retenga aquí.
—¿Q-qué?
—La semilla que derramaste dentro de Maire cuando copularon en el lago… no tomó.
Están libres de esa carga.
Así qué Maire no estaba embarazada. No se molestó ni siquiera en preguntar como
Cailleach sabía tal cosa y tan pronto. Aunque se había convertido en un imbécil, de todos
modos, aceptó que la vieja bruja tenía talentos. Rurik debería haberse sentido aliviado por
que Maire no estaba embarazada, pero, de una manera rara, no lo estaba.
—Márchate, Cailleach. No estoy de humor para sus juegos de bruja.
—¿Estás de humor para quitarte la marca azul?
Eso obtuvo su atención. Se incorporó inmediatamente.
—¿Puedes quitarme la marca?
—Puedo… si quiero.
—¿Y qué te haría querer hacerlo? —Rurik sospechó que no le iba a gustar la
respuesta.
—Un trato. Tú consientes en dejar Escocia, solo, y te quitaré la marca azul.
Había tenido razón. No le gustó la respuesta.
—¿Tanto te disgusto?
—No me disgustas en absoluto. Sinceramente, más bien me gustas. Pero no serías un
buen hombre para Maire.
Rurik se sintió insultado. No estaba tan seguro sí sería un buen compañero, tampoco,
pero no necesitaba que una vieja bruja se lo dijera.
—Oh, que no se te alboroten tus entrañas —aconsejó Cailleach—. Maire necesita a
una persona estable en su vida. Alguien que se quede… que esté aquí, para ella y el
muchacho, no sólo en una crisis, sino todos los días. No es una vida muy emocionante,
¿verdad? no para un Vikingo, de todos modos.
Rurik no estaba tan seguro de eso. La aventura ya no lo reclamaba como antes. Y
había disfrutado de la monotonía diaria de la vida en Beinne Breagha durante el corto
tiempo que había estado aquí. ¿Se aburriría después de un tiempo? Pero, no, recordando el
tapiz de Maire y como se había sentido al contemplar la escena, sospechó que el
aburrimiento no sería un problema.
—Y con un hombre que es incapaz de amar… bien, ¿qué tipo de relación sería para
Maire?
—¡Amor, amor, amor! Estoy enfermo de la molleja, de tanto que la gente me dice que
debo estar enamorado de Maire.
Las cejas grises de Cailleach se arquearon ante su vehemente respuesta.
—¿Quién ha estado diciéndote eso?
—¡Tykir… Alinor… Eirik… Selik… Jamie… todos!
Cailleach sonrió extensamente hacia él entonces, como si le hubiese dado la respuesta
correcta, y Rurik no sabía ni siquiera cual era la pregunta.
—Relaja el cuerpo, muchacho —dijo Cailleach entonces, avanzando para estrecharle
la mano en un potencial acuerdo—. ¿Cuánto odias la marca azul?
—Inmensamente.
—¿Dejarás Escocia… a cambio de eliminarte la marca azul?
No vaciló antes de sacar su mano de su huesudo apretón.
—¡No!
—¿No?
—¡No! —Rurik no tenía ni idea de lo que su respuesta significaba. Sólo sabía que no
cambiaría a Maire por una cara perfecta, y eso era lo que la oferta de Cailleach
significaba. No pensó que realmente se quedaría en Beinne Breagha, pero en el futuro no
quería que nadie dijera que había vendido su integridad por el precio de la vanidad.
La bruja se levantó de su asiento entonces con una sonrisa sigilosa, no tan infeliz como
Rurik habría esperado.
—Espero que sepas lo que todo eso significa. Acabas de darte la llave para solucionar
tu dilema.
¿¡Eh!? ¿Qué llave? ¿Qué dilema? Reflexionó en su mente sobre lo qué la bruja había
estado insinuando, y luego comprendió. ¿Cómo podría haber pasado por alto un hecho tan
simple?
Miró fijamente a Cailleach, quién afirmó con la cabeza, y murmuró para sí cuando
salió:
—No es tan estúpido como pensé que era… para ser un Vikingo, que lo es.
Al final, Rurik decidió resolver el callejón sin salida al modo de todos los hombres
Vikingos. Por la fuerza bruta.
Maire había implicado hacía tiempo que le gustaría un caballero de brillante armadura.
Bien, maldición que iba a conseguir uno. La única dificultad era, que la armadura que
había encontrado en el cuarto de guardia del castillo no era muy brillante; de hecho, estaba
toda oxidada en algunos lugares.
Pero, maldición, se sintió bien por primera vez en lo que parecía una eternidad…
aunque sólo hubiera sido menos de un día. Como un soldado, estaba acostumbrado a la
acción agresiva, no a recostarse esperando que algo sucediera. Además, no le gustó mucho
andarse quejando, y suplicando como la criatura en que se había convertido.
Sí, la fuerza bruta era la mejor estrategia. Realmente, los hombres a lo largo del tiempo
habían estado resolviendo sus dilemas con las mujeres de modo más o menos igual.
Maldición, Adán había tenido probablemente a Eva en sus manos un momento o dos,
antes de que ella lograra que los sacaran de una patada del Jardín del Edén. ¿No era justo
eso lo que le gustaba una mujer, por cierto?
Rurik caminó a zancadas por el patio, a través del Gran Salón, con la hacha de guerra
de Stigand sobre su hombro. ¡Quién sabía que la maldita cosa era tan pesada! Mejor tenía
cuidado que no se le cayera o podría muy bien encontrarse con un miembro menos.
¡Maldito Calor! pero estaba de buen humor ahora que había resuelto arreglar esa
estúpida riña con Maire. Ni siquiera hizo caso de la gente mientras pasaba, que se quedaba
boquiabierta por como sonaba y crujía cuando caminaba.
Jamie lo detuvo en su camino, sin embargo, mirándolo con ojos llorosos de un niño
pequeño.
Se agachó al nivel del muchacho, casi golpeándose la cabeza con la hoja plana del
hacha. Agacharse en una armadura no era muy fácil, descubrió, y casi se cayó.
Acomodando el arma en el suelo como un refuerzo, puso una mano en la barbilla de Jamie
y la levantó.
—¿Qué pasa, hijo?
—¿Tú… vas a cortarle la cabeza a mi madre?
Rurik casi se rió en voz alta por eso, salvo que podía decir que el muchacho estaba
serio.
—Por supuesto que no. Nunca dañaré a tu madre… te lo dije antes.
—¿No? —Jamie parpadeó hacia él con esperanza.
—No —dijo Rurik, enderezándose y acariciando al muchacho—, sólo voy a romper su
puerta.
Maire acababa de terminar el tapiz y guardaba en su sitio las agujas e hilos de repuesto
cuando oyó un fuerte ruido, —muy fuerte— un ruido al intentar romper su puerta
trancada, seguido inmediatamente de otro. Por la sorpresa, casi atropelló el marco del
tapiz entero.
Hubo un tercer ruido, que hizo que la puerta temblara en sus goznes. Echó un vistazo y
vio la punta de una hoja metálica pegada a la madera, que inmediatamente desapareció…
para volver a empezar, supuso.
Rurik está tajando mi puerta, fue su primer pensamiento.
Su segundo fue, el hombre se está volviendo loco.
—¿Rurik, te has vuelto loco? —gritó sobre el ruido.
Hubo un bendito silencio por un momento.
—¿Te diriges a mí, Maire? —preguntó Rurik, seguido de un murmurado—:¡Alabado
sean los dioses!
—Sí, me dirijo a ti, estúpido —dijo ella, desatrancando y abriendo la puerta antes de
que tuviera la posibilidad de balancear el hacha otra vez. Y era una hacha de guerra grande
y fuerte, notó.
Pero eso no fue lo más asombroso.
Rurik estaba de pie ante ella en una vieja armadura que debía haber pertenecido a su
padre o uno de sus antepasados… el despojo robado de alguna incursión en tierras sajonas
o Normandas, porque los soldados escoceses no llevaban puesta la armadura metálica.
Sonrió hacia ella tentativamente, como si probara las aguas. La visera de su casco
metálico resbaló hacia abajo, sin embargo. Finalmente, se sacó el casco con exasperación
y lo botó en el pasillo, donde oyó que rodaba, luego golpeaba mientras caía por la escalera
de piedra.
Ella devolvió su sonrisa con un ceño fruncido.
Lo que inmediatamente causó que su sonrisa se convirtiera en un ceño fruncido,
también.
—¿Qué? ¿No te gustan los caballeros de brillante armadura ahora? Bueno, ¿cómo iba
a saber eso? Voy a entrar.
—Mejor lo haces, a no ser que quieras un auditorio para tu estupidez. —Señaló hacia
el pasillo y el hueco de la escalera, donde docenas de personas estaban apiñadas, tratando
de conseguir una ojeada de primera mano del idiota Vikingo en acción.
Él sacudió el hacha de guerra en su dirección y todos se alejaron. Entonces entró por la
puerta rota y la trabó detrás de él. No sólo caminó, sin embargo. Se movió pesadamente…
y chirrió.
—No hay ninguna necesidad de trabar la puerta —dijo ella.
—Sí, la hay —dijo él, avanzando hacia ella. Se detuvo a una pequeña distancia. Para
su consternación… o quizás no… notó el parpadeo sensual en sus ojos azules
tempestuosos—.Ya es tiempo de que terminemos esta estúpida riña. —Él ya comenzaba a
sacarse la armadura, comenzando con las partes del brazo.
—¿Estúpida riña? ¿Estúpida riña? —chilló, empujando su pecho metálico inamovible.
Él no se desplazó ni un poco—. Esta «estúpida riña» implica tus esponsales con otra
mujer… y darme el obsequio de novia que fue pensado para ella.
—Ya te dije que el collar de ámbar debe haber sido pensado para ti. No habría
satisfecho a Theta, en absoluto. Sus ojos son marrones, no verdes, y prefiere mucho más
las piedras cristalinas, según recuerdo. —Dejó de hablar cuando comprendió que no
ayudaba a su causa. De modo qué comenzó a quitarse de nuevo su armadura.
Maire quedó desconcertada al ver que llevaba puesta la cota de malla flexible debajo.
—Incluso si acepto tu explicación en cuanto al collar —dijo—, está todavía el asunto
de tus esponsales. —Odió que sus ojos se llenasen de lágrimas; había pensado que se
habían agotado después de todos sus sollozos.
Agitó una mano despreocupadamente.
—Los esponsales ya no son un problema. He decidido que lo mejor es que tú y yo nos
casemos. —Rurik pareció confuso ante sus propias palabras, como si acabasen de salir
espontáneamente.
Lo contempló, insultada por su oferta poco entusiasta.
—¿Bigamia ahora? ¿Practicarías la bigamia?
—¿Bigamia? —él repitió sin entender—. Ah, quieres decir más de una. No, no me
permitiré esa práctica Nórdica de múltiples esposas.
—Habla claro, Vikingo. —Entrecerró sus ojos hacia él.
—Theta estuvo de acuerdo en casarse conmigo sólo si me quitaba la marca azul. Ya
que esa ya no una opción, los esponsales son inválidos. Informaré a Theta de ese hecho
por mensajero… Jostein y John, específicamente.
—¿Por qué el retiro de la marca azul ya no una opción? —Comenzaba a sentirse tan
idiota como el Escandinavo balbuceante ante ella.
Le lanzó una mirada que decía que ya debería saber la respuesta.
—Porque Cailleach me ofreció un trato. Me quitaría la marca azul si te dejaba y dejaba
Escocia para siempre. Y dije que no.
—¿Dijiste que no? —Ella retrocedió y se golpeó los hombros contra el pilar de la
cama, abrumada por el asombro. ¿Rurik la había elegido, sobre su propia renombrada
vanidad? ¿Cómo podía ser eso?
—Por supuesto. ¿Qué más pensaste que diría? —preguntó, ofendido. Ya se había
sacado la armadura ahora—. Hay otra cosa, Maire. Cailleach me dijo que no llevas a mi
niño… tú sabes, de nuestro acoplamiento en el lago. Lo lamento. Quiero decir, lo lamento
si tú lo lamentas.
¿No deja Escocia?
¿Me elige por sobre su vanidad?
¿Lamenta que no esté embarazado?
En ese momento, Rurik notó que su tapiz estaba terminado. Avanzó para examinarlo
más de cerca. Por un segundo, Maire podría haber jurado que vio una expresión de intenso
anhelo en sus ojos cuando tocó la tela, reverentemente.
—Maire, ¿no crees que la fantasía podría hacerse realidad?
Ella puso una mano en su boca, con miedo de creer lo que decía, con miedo de no
creer, también.
—Rurik, deja de hablar en acertijos. ¿Qué es lo que tratas de decir?
Dijo algo entre dientes, y Maire apenas podía respirar por lo que pensó que había oído.
Su cara estaba blanca y parecía incapaz de encontrar su mirada inquisitiva, incluso
mientras caminaba de nuevo hacia ella.
—¿Q-qué dijiste?
Levantó su cabeza y la miró directamente a los ojos. Parecía tan triste e inseguro.
¿Rurik? ¿Inseguro de sí mismo?, eso por sí mismo, era una casualidad asombrosa.
—Yo te amo.
Tres simples palabras. Eso fue todo. Pero eran todo para Maire, quién comenzó a llorar
en serio ahora.
—¿Lloras? ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Dije las palabras equivocadas.
—Oh, Rurik… —Puso su cara en sus manos y sollozó incontrolablemente—.Dijiste
las palabras correctas. Las palabras perfectas.
—Pero estás llorando —protestó, poniendo sus manos sobre sus hombros,
abrazándola. Y, oh, se sentía tan bien estar en sus brazos otra vez.
—De felicidad —ella lloró a lágrima viva.
—Aaaahh —dijo en forma desconfiada—. Lágrimas de felicidad.
—¿Piensas que podrías decirlo otra vez? —ella preguntó, retrocediendo para mirarlo
fijamente a la cara.
—Bien, no sé. —Fingió considerarlo—. Tardaron mucho tiempo en llegar, y no sé si
pueda manejarlas dos veces.
Ella le dio una palmada en el hombro.
Hizo una mueca de dolor, aunque probablemente ni sintió su golpe.
—Si insistes —dijo, y su cara fue de repente seria—. Te amo, querida. Bruja de mi
corazón. Dulce Maire de los Páramos.
Maire casi se desmayó por sus sentimientos expresados de un modo tan encantador.
—¿No piensas que podrías devolverme las palabras? —él preguntó con voz
vulnerable, de una manera rara. Pareció tan adorable cuando hizo la petición.
—Te amo, amado. Vikingo de mis sueños. Feroz Rurik de la Amada Marca Azul.
Sus palabras deben haberlo complacido, también, porque Rurik la besó entonces, y fue
un beso como ningún otro… un beso para siempre.
Más tarde, después de haber sellado su amor de otras formas entre las ropas de cama
de Rurik, él mencionó algo sobre sacar la cota de malla. Pero Maire tenía otras ideas. Le
preguntó, suavemente, cuando se arrimó contra su pecho:
—Oh, Rurik, ¿supongo que sabes dónde conseguir una serie de… uhm… plumas?
Y esta es la historia de como Rurik el Vano se hizo conocido como Rurik el Vikingo
Escocés. De hecho, sin sorprender a nadie, Bolthor compuso una saga acerca de eso, que
recitó a todos en la salvaje boda Vikingo/ Escocesa celebrada en Beinne Breagha unos
pocos días después:
El amor es un arma feroz,
Más fuerte que la lanza o el arco,
Puede hacer caer a un hombre,
Y levantarlo hasta el cielo,
Todo de un solo golpe.
Rurik era el guerrero más fuerte,
Temido y alabado por todos,
Pero cuando le llegó,
Una simple bruja escocesa
Fue su perdición.
Los Dioses tienen sentido del humor,
Eso lo saben todos,
¿Por qué más ellos han creado
El amor del hombre por la mujer
Excepto que necesitaron una broma en el cielo?
Nota del Autor
NO hay nada más irresistible que un Vikingo… a menos que sea un Vikingo Escocés. Y,
sí, hubo Vikingos en Escocia tan temprano como el siglo X.
Los primeros Escandinavos vinieron a Escocia antes del siglo IX… al principio, como
saqueadores, más tarde como colonizadores, buscando nuevas tierras para cultivar ya que
su Escandinavia natal se hacía atestada y corrupta por la política. Los primeros lugares que
ocuparon fueron las Islas Hébridas, el Orkney y las Islas Shetland, porque podían ser
fácilmente alcanzados por vía marítima desde su patria. Cuando se decidieron por el
continente, fue principalmente en áreas costeras estrechas, a diferencia de las amplias
regiones que aterrorizaron y se instalaron en Gran Bretaña.
Aunque haya escrito otras seis novelas de Vikingos, esta es mi primera aventura en
Escocia. Si pensé qué escribir novelas medievales sobre Vikingos en Gran Bretaña o
Noruega era difícil, fui atontada por todas las complicaciones que surgieron al ubicar esta
en las Highlands. Amo las novelas escocesas, pero, créanme, Escocia tiene un idioma
totalmente diferente, la cultura, la geografía, y las personas, tan diferentes, a pesar de ser
vecino de Gran Bretaña.
Con eso en mente, y por mis lectores modernos, he tomado algunas licencias literarias
e históricas y proporciono estas negaciones:
(1) Escocia. Hay un desacuerdo en cuanto a cuando Escocia primero tomó aquel
nombre, en vez de Pictland. Estoy en desacuerdo con esos historiadores que afirman que
el reino comenzó a ser llamado Escocia hacia el final del término de Constantine, que
murió en 952.
(2) Campbells. En gaélico, los seguidores del Clan Campbell fueron llamados Clann
UA Duibhne, después mac Duibhne de Duncan, y el nombre no cambió realmente a
Campbell hasta el siglo XIII. Los Campbells generalmente se asentaron en Argyll en
Escocia occidental. He colocado este pequeño subgrupo ficticio del clan Campbell antes
en la historia y en otra área geográfica.
(3) Idioma. Como los lectores modernos serían incapaces de entender el inglés
Medieval hablado en Gran Bretaña en aquél entonces, serían igualmente incapaces de
entender el gaélico, que era la lengua principal de Escocia durante el siglo X, no el idioma
de los Escoceses, que es realmente un inglés de las Tierra Bajas del siglo XII, realmente
varios dialectos regionales que evolucionan del inglés del siglo XII.
(4) Clanes. Los nombres de clan, en sí, no fueron usados en el siglo X. Había grupos
de personas similares a clanes, y la palabra clan/clann fue usada durante ese período, y
antes, ya que significa niño o niños, pero no se utilizó como parte de un nombre propio.
Realmente, si iba a ser estrictamente correcta (que decidí no ser) el «mac» debería ser
dejado caer como redundante; por lo tanto, una persona no diría el Clan MacGregor o
Clan MacNab, sino en cambio Clan Gregor o el Clan Nab.
(5) Nombres. En la tradición oral gaélica, un hombre era mejor conocido por el
nombre de su padre y abuelo que por su lugar del origen u otras descripciones. Los
lectores modernos conseguirían un dolor de cabeza con éstos designaciones a menudo
larguísimas, y las designaciones difíciles de pronunciar en gaélico, que cambiaban con
cada generación y con mujeres que a menudo tomaban el nombre de su marido. Por
ejemplo, Alasdair Maclain el MhicCaluim era Alexander, el hijo de John, el nieto de
Calum.
(«La Evolución de los Clanes»:
http: // www.highlandnet.com/info/misc/clans.html)
En Escocia, como en muchos otros países de aquel tiempo, dieron sólo a la gente un solo
nombre descriptivo, como John Dientes Negros, Robert de Pelo Rojo, Rurik el Guerrero,
Mary la Lechera, o Kenneth el Herrero. Usted puede ver cuan incómodo podría llegar a
ser en una novela, especialmente si había más de un John, Robert, Rurik, Mary, o
Kenneth.
También el nombre de un hombre podía ser diferente dependiendo a quién él se
dirigía. Por ejemplo, la misma persona podría ser John Duncanson para los Escoceses,
Eroin mac Donnchaidh en las islas, o filius de Johannes al hablar o escribir latín.
¿Bastante confuso todavía?
Va en contra de mi fondo periodístico tener que proporcionar estas negaciones. La
exactitud histórica es muy importante para mí en mi trabajo. Pero entonces tengo que
recordarme, éstas son novelas de romances. En todas mis novelas de Vikingo, he creado
un mundo Nórdico de fantasía contra un telón de fondo histórico, y en cada una de ellas
los elementos más importantes son el romance, el humor, y el chisporroteo (en ese orden).
En esencia, el Vikingo Azul representa el modo que imagino que la historia podría
haber sido vivida, no necesariamente del modo que era.
Gracias especiales del autor desde Dorchester a una amiga, Melanie Jackson, que fue
amable en ayudarme con un poco de historia Gaélica y Escocesa.
Como siempre, estoy interesada en saber lo que ustedes los lectores piensan de mis
Vikingos. Puedo ser ubicada en:
Sandra Hill
PO Box 604
State College, PA 16804
shill733@aol.com
http://www.sff.net/people/shill
NOTAS
[1] Trovador, bardo.
[2] Baladas mitológicas.
[3] Rubia, justa.
[4] Un ruido que hecho de repente liberando la lengua del paladar, usado para
expresar desilusión o compasión.
[5] Guerreros enloquecidos o escandinavos que luchaban sin armadura, o cota de
malla.
[6] Un miembro de los pueblos Germánicos antiguos que se extendieron del Rin en el
Imperio romano en el 4o siglo. Europeo, un natural o habitante de Europa.
[7] Un pan plano hizo de harina de avena o cebada; común en Nueva Inglaterra y
Escocia.
[8] Retrete.
[9] Bastón encorvado en su extremo superior que usan sobre todo los pastores.
[10] Diosa nórdica del amor, matrimonio, y fertilidad.
[11] Tipos de pescado.
[12] Tipos de pescado.
[13] Grasa.
[14] Usado para expresar una emoción fuerte, como alivio o asombro.
[15] La residencia divina de los dioses y héroes Nórdicos muertos en batalla.
[16] Un impuesto aplicado en la Inglaterra del siglo X al XII para financiar la
protección contra la invasión danesa.
[17] Herbáceo perenne con una raíz almidonada enorme.
[18] Un hacha con una amplia cabeza plana y un mango corto.
[19] Un pequeño cubículo que se abre desde un cuarto más grande.