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Una mujer llevaba a su hija adoptiva de 12 años a la orilla de un lago y le ofrecía al dios del lago para que se casara con ella. Un día de tormenta, la madre volvió a hacer la oferta mientras la hija huía aterrorizada. Una enorme serpiente persiguió a la hija hasta su casa. El padre enfrentó a la serpiente y le dijo que su hija no podía irse con ella, aunque la madre sí. La serpiente envolvió a la madre y esta se transformó en otra serpiente.
Una mujer llevaba a su hija adoptiva de 12 años a la orilla de un lago y le ofrecía al dios del lago para que se casara con ella. Un día de tormenta, la madre volvió a hacer la oferta mientras la hija huía aterrorizada. Una enorme serpiente persiguió a la hija hasta su casa. El padre enfrentó a la serpiente y le dijo que su hija no podía irse con ella, aunque la madre sí. La serpiente envolvió a la madre y esta se transformó en otra serpiente.
Una mujer llevaba a su hija adoptiva de 12 años a la orilla de un lago y le ofrecía al dios del lago para que se casara con ella. Un día de tormenta, la madre volvió a hacer la oferta mientras la hija huía aterrorizada. Una enorme serpiente persiguió a la hija hasta su casa. El padre enfrentó a la serpiente y le dijo que su hija no podía irse con ella, aunque la madre sí. La serpiente envolvió a la madre y esta se transformó en otra serpiente.
En la provincia de Shimosa vivía una mujer con la costumbre de llevar a su hija
adoptiva, de solo doce o trece años, hasta la orilla de un lago desde la cual se dirigía una y otra vez al dios del lugar en estos términos: -¡Dios del lago, os ofrezco a mi hija para que seáis mi yerno! Un día de tormenta en que el viento bramaba con fuerza y las olas se encrespaban con violencia, la madre se hallaba en la orilla exclamando como de costumbre: -¡Dios del lago, os ofrezco a mi hija para que seáis mi yerno! A su lado, la joven, atemorizada por la violencia de la empestad, temblaba de miedo y la piel se le ponía de gallina. Sobre las aguas, nubes espesas y oscuras se cernían amenazadoras. Presa del pánico, la joven echó a correr hacia su casa. A cada paso que daba, sin embargo, tenía la sensación de que algo horroroso e indescriptible la perseguía muy de cerca. Aterrorizada y sin valor para atreverse a mirar atrás ni a gritar, corría y corría sin parar. Cuando por fin llegó a su casa, se abrazó a su padre y le contó todo. Poco después volvió también su madre. Y, tras ella, una enorme serpiente que, al entrar en la casa, alzó la monstruosa cabeza, sacó la lengua y se quedó mirando fijamente a la muchacha. El padre, aunque humilde, era un hombre sagaz y fuerte. Se encaró ante el monstruo y le dijo: -Esta joven es mi hija. La mujer es su madre adoptiva. ¿Cómo te atreves a entrar en esta casa y pretender llevarte a mi hija? No hagas caso de las palabras de la mujer. Puesto que obedecer al hombre es de ley en todo el mundo, te ordeno que te vayas. ¡Si quieres te puedes llevar a la mujer! pero no a mi hija. Inmediatamente la serpiente dejó de prestar atención a la joven. Giró la cabeza hacia la madre y reptando se acercó' hacia ella. Estos momentos los aprovechó el padre para tomar en brazos a su hija y salir corriendo. La serpiente se enroscó en torno de la madre la cual, con todas las señales de haber enloquecido, se transformó en serpiente.