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El lobo y las 7 cabritas

Autor: Hermanos Grimm

Total de palabras en texto 961


3er grado: 85 a 99 palabras por minuto

Erase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, a las que quería tan
tiernamente como una madre puede querer a sus hijos. Un día quiso salir al
bosque a buscar comida y llamó a sus pequeñuelas.

"Hijas mías," les dijo, "me voy al bosque; mucho ojo con el lobo, pues si entra
en la casa os devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón suele
disfrazarse, pero lo reconocerán enseguida por su bronca voz y sus negras
patas."

Las cabritas respondieron: "Tendremos mucho cuidado, madrecita. Puedes


marcharte tranquila."

Se despidió la vieja cabra con un balido y, confiada, emprendió su camino. No


había transcurrido mucho tiempo cuando llamaron a la puerta y una voz dijo:
"Abran, hijitas. Soy vuestra madre, que estoy de vuelta y traigo algo para
cada una."

Pero las cabritas comprendieron, por lo rudo de la voz, que era el lobo.
"No te abriremos," exclamaron, "no eres nuestra madre. Ella tiene una voz
suave y cariñosa, y la tuya es bronca: eres el lobo."

El lobo fue a la tienda y se compró un buen trozo de yeso. Se lo comió para


suavizarse la voz y volvió a la casita. Llamando nuevamente a la puerta:
"Abran hijitas," dijo, "soy su madre y traigo algo para cada una."

Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana, y al verla las cabritas,
exclamaron:
"No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú. ¡Eres
el lobo!"

Corrió entonces el muy bribón a un panadero y le dijo:


"Mira, me he lastimado un pie; úntamelo con un poco de pasta."
Untada que tuvo ya la pata, fue al encuentro del molinero:
"Échame harina blanca en el pie," le dijo.
El molinero, comprendiendo que el lobo tramaba algún atropello, se negó al
principio, pero la fiera lo amenazó:
"Si no lo haces, te devoro."
El hombre, asustado, le blanqueó la pata. Sí, así es la gente.

Volvió el rufián por tercera vez a la puerta y, llamando, dijo:


"Abran, pequeñas; soy su madrecita querida, que está de regreso y trae
buenas cosas del bosque."

Las cabritas replicaron:


"Enséñanos la pata; queremos asegurarnos de que eres nuestra madre."

La fiera puso la pata en la ventana, y, al ver ellas que era blanca, creyeron
que eran verdad sus palabras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien
entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por esconderse todas! Una de
ellas se metió debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera, en el horno;
la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo de la
fregadera, y la más pequeña, en la caja del reloj.
Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y, sin gastar cumplidos, se las
engulló a todas menos a la más pequeñita que, oculta en la caja del reloj,
pudo escapar a sus pesquisas.

Ya saciado y satisfecho, el lobo se alejó a un trote ligero y, llegó a un verde


prado, se tumbo a dormir a la sombra de un árbol.

Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La
puerta, abierta de par en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y
revuelto; el lavabo, roto en mil pedazos; las mantas y almohadas, por el
suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron por ninguna parte; las llamó a
todas por sus nombres, pero ninguna contestó. Hasta que nombró a la
última, la cual, con vocecita suave, dijo:
"Madre querida, estoy en la caja del reloj."

Al sacarla, la pequeña le explicó que había venido el lobo y se había comido a


las demás. ¡Imagina con qué desconsuelo lloraba la madre la pérdida de sus
hijitas!

Cuando ya no le quedaban más lágrimas, salió al campo en compañía de su


pequeña, y, al llegar al prado, vio al lobo dormido debajo del árbol, roncando
tan fuertemente que hacía temblar las ramas.

Al observarlo de cerca, le pareció que algo se movía y agitaba en su abultada


barriga. ¡Válgame Dios! pensó, ¿si serán mis pobres hijitas, que se las ha
merendado y que están vivas aún?

Envió a la pequeña a casa, a toda prisa, en busca de tijeras, aguja e hilo. Abrió
la panza al monstruo, y apenas había empezado a cortar cuando una de las
cabritas asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron las seis afuera, una tras
otra, todas vivitas y sin daño alguno, pues la bestia, en su glotonería, las
había engullido enteras.

¡Allí era de ver su regocijo! ¡Con cuánto cariño abrazaron a su mamita!, pero
la cabra dijo:
"Tráiganme piedras; llenaremos con ellas la panza de esta condenada bestia,
aprovechando que duerme."

Las siete cabritas corrieron en busca de piedras y las fueron metiendo en la


barriga, hasta que ya no cupieron más.

La madre cosió la piel con tanta presteza y suavidad, que la fiera no se dio
cuenta de nada ni hizo el menor movimiento. Terminada ya su siesta, el lobo
se levantó, y, como los guijarros que le llenaban el estómago le dieron mucha
sed, se acercó a un pozo para beber.

Mientras andaba, se movía de un lado a otro, los guijarros de su panza


chocaban entre sí con gran ruido, por lo que exclamó:
"¿Qué será este ruido que suena en mi barriga? Creí que eran seis cabritas,
mas ahora me parecen vasijas”.

Al llegar al pozo e inclinarse sobre el borde, el peso de las piedras lo arrastró


y lo hizo caer al fondo, donde se ahogó miserablemente.

Al verlo, las cabritas, corrieron y gritaron jubilosas:


"¡Muerto está el lobo! ¡Muerto está el lobo!"
Y, con su madre, se pusieron a bailar en torno al pozo.

FIN
La hilandera
Autor: Hermanos Grimm

Total de palabras en texto 803


3er grado: 85 a 99 palabras por minuto

Erase una vez un molinero muy pobre que no tenía en el mundo más que a
su hija. Ella era una muchacha muy hermosa.

Cierto día, el rey mandó llamar al molinero, pues hacía mucho tiempo no le
pagaba impuestos. El pobre hombre no tenía dinero, así es que se le ocurrió
decirle al rey:
-Tengo una hija que puede hacer hilos de oro con la paja.
-¡Tráela! -ordenó el rey.

Esa noche, el rey llevó a la hija del molinero a una habitación llena de paja y
le dijo:
-Cuando amanezca, debes haber terminado de fabricar hilos de oro con toda
esta paja. De lo contrario, castigaré a tu padre y también a ti.

La pobre muchacha ni sabía hilar, ni tenía la menor idea de cómo hacer hilos
de oro con la paja. Sin embargo, se sentó frente a la rueca a intentarlo. Como
su esfuerzo fue en vano, desconsolada, se echó a llorar.
De repente, la puerta se abrió y entró un hombrecillo extraño.
-Buenas noches, dulce niña. ¿Por qué lloras?
-Tengo que fabricar hilos de oro con esta paja -dijo sollozando-, y no sé cómo
hacerlo.
-¿Qué me das a cambio si la hilo yo? -preguntó el hombrecillo.
-Podría darte mi collar -dijo la muchacha.
-Bueno, creo que eso bastará -dijo el hombrecillo, y se sentó frente a la rueca.

Al otro día, toda la paja se había transformado en hilos de oro. Cuando el rey
vio la habitación llena de oro, se dejó llevar por la codicia y quiso tener
todavía más. Entonces condujo a la muchacha a una habitación aún más
grande, llena de paja, y le ordenó convertirla en hilos de oro.

La muchacha estaba desconsolada. "¿Qué voy a hacer ahora?" se dijo.

Esa noche, el hombrecillo volvió a encontrar a la joven hecha un mar de


lágrimas. Esta vez, aceptó su anillo de oro a cambio de hilar toda la paja.

Al ver tal cantidad de oro, la avaricia del rey se desbordó. Encerró a la


muchacha en una torre llena de paja.
-Si mañana por la mañana ya has convertido toda esta paja en hilos de oro,
me casaré contigo y serás la reina.
El hombrecillo regresó por la noche, pero la pobre muchacha ya no tenía
nada más para darle.
-Cuando te cases -propuso el hombrecillo- tendrás que darme tu primer hijo.
Como la muchacha no encontró una solución mejor, tuvo que aceptar el
trato.

Al día siguiente, el rey vio con gran satisfacción que la torre estaba llena de
hilos de oro. Tal como lo había prometido, se casó con la hija del molinero.
Un año después de la boda, la nueva reina tuvo una hija. La reina había
olvidado por completo el trato que había hecho con el hombrecillo, hasta
que un día apareció.
-Debes darme lo que me prometiste -dijo el hombrecillo.

La reina le ofreció toda clase de tesoros para poder quedarse con su hija,
pero el hombrecillo no los aceptó.
-Un ser vivo es más precioso que todas las riquezas del mundo -dijo.

Desesperada al escuchar estas palabras, la reina rompió a llorar. Entonces el


hombrecillo dijo:
-Te doy tres días para adivinar mi nombre. Si no lo logras, me quedo con la
niña.

La reina pasó la noche en vela haciendo una lista de todos los nombres que
había escuchado en su vida. Al día siguiente, la reina le leyó la lista al
hombrecillo, pero la respuesta de éste a cada uno de ellos fue siempre igual:
-No, así no me llamo yo.

La reina resolvió entonces mandar a sus emisarios por toda la ciudad a buscar
todo tipo de nombres. Los emisarios regresaron con unos nombres muy
extraños como Piedra blanda y Aguadura, pero ninguno sirvió. El hombrecillo
repetía siempre: -No, así no me llamo yo.

Al tercer día, la desesperada reina envió a sus emisarios a los rincones más
alejados del reino. Ya entrada la noche, el último emisario en llegar relató
una historia muy particular.
-Iba caminando por el bosque cuando de repente vi a un hombrecillo extraño
bailando en torno a una hoguera. Al tiempo que bailaba iba cantando: "¡La
reina perderá, pues mi nombre nunca sabrá. Soy el gran Rumpelstiltskin!"
Esa misma noche, la reina le preguntó al hombrecillo:
-¿Te llamas Alfalfa?
-No, así no me llamo yo.
-¿Te llamas Zebulón?
-No, así no me llamo yo.
-¿Será posible, entonces, que te llames Rumpelstilstkin? -preguntó por fin la
reina.

Al escuchar esto, el hombrecillo sintió tanta rabia que la cara se le puso azul y
después marrón. Luego pateó tan fuerte el suelo que le abrió un gran hueco.
Rumpelstiltskin desapareció por el hueco que abrió en el suelo y nadie lo
volvió a ver jamás. La reina, por su parte, vivió feliz para siempre con el rey y
su preciosa hijita.

FIN
Los duendes y el zapatero
Autor: Hermanos Grimm

Total de palabras en texto 596


3er grado: 85 a 99 palabras por minuto

Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía en un país lejano un humilde


zapatero, que por cuestiones del destino llegó a ser muy pobre. Tan pobre
era, que llegó un día en que sólo pudo reunir el dinero suficiente para
comprar el cuero necesario para hacer un par de zapatos.
-No sé qué va a ser de nosotros - le decía a su mujer-, si no encuentro un buen
comprador o cambia nuestra suerte no podré seguir trabajando y tampoco
tendremos dinero para comer.

Cortó y preparó el cuero que había comprado con la intención de terminar su


trabajo al día siguiente. Después de una noche tranquila llegó el día, y el
zapatero se dispuso a comenzar su trabajo cuando de repente descubrió
sobre la mesa de trabajo dos preciosos zapatos terminados.

Estaban cosidos con tanto esmero y con puntadas tan perfectas, que el pobre
hombre no podía dar crédito a sus ojos. Tan bonitos eran, que apenas entró
un cliente, al verlos, pagó más de su precio real por comprarlos.

El zapatero no podía creerlo y fue a contárselo rápido a su mujer:


-Con este dinero, podremos comprar el cuero suficiente para hacer dos
nuevos pares de zapatos.
Como el día anterior, cortó los moldes y los dejó preparados para terminar el
trabajo al día siguiente. De nuevo se repitió el milagro y por la mañana había
cuatro zapatos, cosidos y terminados, sobre su banco de trabajo.

Por suerte, esta vez entraron varios clientes a la zapatería y estuvieron


dispuestos a pagar buenas sumas de dinero por un trabajo tan excelente y
unos zapatos tan bonitos.

La historia se repitió otra noche y otra más y siempre ocurría lo mismo. Pasó
el tiempo, la calidad de los zapatos del zapatero se hizo famosa, y nunca le
faltaban clientes en su tienda, ni monedas en su caja, ni comida en su mesa y
comenzó a tener un buen pasar.

Ya se acercaba la Navidad, cuando comentó a su mujer:


- ¿Qué te parece si nos escondemos esta noche para averiguar quién nos está
ayudando de esta manera?
A ella le pareció buena la idea y esperaron escondidos detrás de un mueble
para descubrir quien les ayudaba de esta manera. Daban doce campanadas
en el reloj cuando dos pequeños duendes desnudos aparecieron de la nada y,
trepando por las patas de la mesa, alcanzaron su superficie y se pusieron a
coser.

La aguja corría y el hilo volaba y en un santiamén terminaron todo el trabajo


que el hombre había dejado preparado. De un salto desaparecieron y dejaron
al zapatero y a su mujer estupefactos.
- ¿Te has fijado en que estos pequeños hombrecillos que vinieron estaban
desnudos? Podríamos confeccionarles pequeñas ropitas para que no tengan
frío. - Le dijo al zapatero su mujer.

El coincidió con su esposa, dejaron colocadas las prendas sobre la mesa en


lugar de los patrones de cuero, y por la noche se quedaron tras el mueble
para ver cómo reaccionarían los duendes. Dieron las doce campanadas y
aparecieron los duendecillos. Al saltar sobre la mesa parecieron asombrados
al ver los trajes y cuando comprobaron que eran de su talla, se vistieron y
cantaron:
- ¿No somos ya dos chicos bonitos y elegantes? ¿Porqué seguir de zapateros
como antes?

Y tal como habían venido, se fueron. Saltando y dando brincos,


desaparecieron. El zapatero y su mujer se sintieron muy contentos al ver a
los duendes felices. Y a pesar de que como habían anunciado, no volvieron
nunca más, no los olvidaron, porque gracias a ellos habían podido estar
mejor y ser muy felices.

FIN
Teseo y el Minotauro
Autor: Leyenda Griega

Total de palabras en texto 810


3er grado: 85 a 99 palabras por minuto

Hace miles de años, la isla de Creta era gobernada por un famoso rey llamado
Minos. Eran tiempos de prosperidad y riqueza. El poder del soberano se
extendía sobre muchas islas del mar Egeo y los demás pueblos sentían un
gran respeto por los cretenses.

Minos llevaba ya muchos años en el gobierno cuando recibió la terrible


noticia de la muerte de su hijo. Había sido asesinado en Atenas. Su ira no se
hizo esperar. Reunió al ejército y declaró la guerra contra los atenienses.
Atenas, en aquel tiempo, era aún una ciudad pequeña y no pudo hacer frente
al ejército de Minos. Por eso envió a sus embajadores a convenir la paz con el
rey cretense.

Minos los recibió y les dijo que aceptaba no destruir Atenas pero que ellos
debían cumplir con una condición: enviar a catorce jóvenes, siete varones y
siete mujeres, a la isla de Creta, para ser arrojados al Minotauro.

En el palacio de Minos había un inmenso laberinto, con cientos de salas,


pasillos y galerías. Era tan grande que si alguien entraba en él jamás
encontraba la salida.

Dentro del laberinto vivía el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y


cuerpo de hombre. Cada luna nueva, los cretenses debían internar a un
hombre en el laberinto para que el monstruo lo devorara. Si no lo hacían,
salía fuera y llenaba la isla de muerte y dolor.
Cuando se enteraron de la condición que ponía Minos, los atenienses se
estremecieron. No tenían alternativa. Si se rehusaban, los cretenses
destruirían la ciudad y muchos morirían.

Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso
adelante y se ofreció para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta.

El barco que llevaba a los jóvenes atenienses tenía velas negras en señal de
luto por el destino oscuro que les esperaba a sus tripulantes. Teseo acordó
con su padre, el rey Egeo de Atenas, que, si lograba vencer al Minotauro,
izaría velas blancas. De este modo el rey sabría qué suerte había corrido su
hijo.

En Creta, los jóvenes estaban alojados en una casa a la espera del día en que
el primero de ellos fuera arrojado al Minotauro.

Durante esos días, Teseo conoció a Ariadna, la hija mayor de Minos. Ariadna
se enamoró de él y decidió ayudarlo a Matar al monstruo y salir del laberinto.
Por eso le dio una espada mágica y un ovillo de hilo que debía atar a la
entrada y desenrollar por el camino para encontrar luego la salida.

Ariadna le pidió a Teseo que le prometiera que, si lograba matar al


Minotauro, la llevaría luego con él a Atenas, ya que el rey jamás le perdonaría
haberlo ayudado.

Llegó el día en que el primer ateniense debía ser entregado al Minotauro.


Teseo pidió ser él quien marchara hacia el laberinto. Una vez allí, ató una de
las puntas del ovillo a una piedra y comenzó a adentrarse lentamente por los
pasillos y las galerías. A cada paso aumentaba la oscuridad. El silencio era
total hasta que, de pronto, comenzó a escuchar a lo lejos unos resoplidos
como de toro. El ruido era cada vez mayor. Por un momento Teseo sintió
deseos de escapar. Pero se sobrepuso al miedo e ingresó a una gran sala.

Allí estaba el Minotauro. Era tan terrible y aterrador como jamás lo había
imaginado. Sus mugidos llenos de ira eran ensordecedores. Cuando el
monstruo se abalanzó sobre Teseo, éste pudo clavarle la espada. El
Minotauro se desplomó en el suelo. Teseo lo había vencido.

Cuando Teseo logró reponerse, tomó el ovillo y se dirigió hacia la entrada. Allí
lo esperaba Ariadna, quien lo recibió con un abrazo. Al enterarse de la
muerte del Minotauro, el rey Minos permitió a los jóvenes atenienses volver
a su patria.

Antes de que zarparan, Teseo introdujo en secreto a Ariadna en el barco,


para cumplir su promesa. A ella se agregó su hermana Fedra, que no quería
separarse de su hermana.

El viaje de regreso fue complicado. Una tormenta los arrojó a una isla. En ella
se extravió Ariadna y, a pesar de todos los esfuerzos, no pudieron
encontrarla. Los atenienses, junto a Fedra, continuaron viaje hacia su ciudad.

Cuando Ariadna, que estaba desmayada, se repuso, corrió hacia la costa y


gritó con todas sus fuerzas, pero el barco ya estaba muy lejos.

Teseo, contrariado y triste por lo ocurrido con Ariadna, olvidó izar las velas
blancas.
El rey Egeo iba todos los días a la orilla del mar a ver si ya regresaba la nave.
Cuando vio las velas negras pensó que su hijo había muerto. De la tristeza no
quiso ya seguir viviendo y se arrojó desde una altura al mar.

Teseo fue recibido en Atenas como un héroe. Los atenienses lo proclamaron


rey de Atenas y Teseo tomó como esposa a Fedra.

FIN
El mago Merlín
Autor: Robert de Boron

Total de palabras en texto 567


3er grado: 85 a 99 palabras por minuto

Hace muchos, muchísimos años, cuando Inglaterra no era más que un


puñado de reinos que batallaban constantemente entre sí, vino al mundo
Arturo, hijo del rey Uther.

La madre del niño murió al poco de tener el bebe, y el padre se lo entregó al


mago Merlín con el fin de que lo educara ya que el no se veía con fuerzas
para hacerlo.

El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien,


además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay.

Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus


orígenes. Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias
conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las
ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.
Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera
descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca
sucesor.

Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un
yunque de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur.
Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra."

Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no


consiguieron mover la espada ni un milímetro.

Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad
para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar. Cuando ya se
aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de
Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la
puerta estaba cerrada. Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría
participar en el torneo.

En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur.


Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca
descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor
resistencia.
Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada
y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar
en su lugar.

Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió.


Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza
volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el
menor esfuerzo.

Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía
llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad.

Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.


3Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron
en armas contra el rey Arturo.

Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey
legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron
derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.

Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda,
que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la
princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto
para Inglaterra como para Arturo.

"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a
Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti”.

FIN

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