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LA NACION

EN TIEMPO
HETEROGÉNEO
y otros estudios subalternos

partha chatterjee

f U C O - E - 5* 5“

siglo veintiuno
CLACSO ^ ^ 1 editores
N6-. 7.41TX
y$ a
siglo veintiuno editores argentina s.a.
T ucum án 1 6 2 1 7 ° N ( C 1 0 5 0 A A G ) , B u en os Aires, A rgentina

siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.


Cerro d el agua 248, D elegación C oyoacán (0 4 310 ), D.F., M éxico
siglo veintiuno de españa editores, s.a.
c /M e n é n d e z Pidal, 3 b i s ( 28006) M adrid, España

3o l

CLACSO cu en ta con el apoyo de la A gencia Sueca de Desarrollo


Internacional (ASDI)

La ed ición del presente volum en lia contado con el apoyo del South-South
E xchange Program m e for Research on History o f D evelopm ent (SEPHIS).

w w .c la c so .o r g / www.asdi.org / www.sephis.com

C h a tteijee, Partha
La n a ció n en tiem p o h etero g én eo : y otros estudios subalternos -
l a ed . - B u en o s Aires: Siglo XX I Editores A rgentina, 2008.
296 p.; 21x 1 4 cm . (S ociología y política)

T raducido por: Rosa Vera y Raúl H ern án d ez A sensio

ISBN 978-987-629-040-1

1. S o cio lo g ía . I. Vera, Rosa, trad. II. H ern án d ez A sen sio, Raúl,


trad. III. T ítu lo
CDD 301

Este libro fu e publicado originalmente por IEP Ediciones (Inslitxilo de Estudios


Puníanos), CLACSO y SEPHIS, en marzo de 2007.

D iseñ o d e interior: th olón kunst

D iseñ o d e cubierta: P eterT jeb b es

© 2008, S iglo X X I Editores A rgentina S. A.

ISBN 978-987-629-040-1

Im p reso en Grafmor, Lam adrid 1576, Villa Ballester,


en agosto d e 2008.

H e c h o el d ep ó sito q u e m arca la ley 11.723


Im p reso en la A rgen tin a / / M ade in A rgentina
A
Indice

Presentación, p o r Víctor Vich

I. A P E R T U R A

1. Q uinientos años de am or y m iedo

II. N A C IÓ N Y N A C IO N A L IS M O

2. La nación en tiem po heterogéneo

3. C om unidad imaginada: ¿por quién?

4. La utopía de Anderson

III. M O D E R N ID A D , S O C IE D A D , P O L ÍT IC A Y D E M O C R A C IA

5. La política de los gobernados

6. U na respuesta a los “m odelos de la sociedad


civil” de Taylor

7. G rupos de población y sociedad política

JliBUOTECA - FLACSO - E C
Ifa lia : f7
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Proveedor:
IV. E P ÍL O G O

8. ELI m undo después de la Gran Paz

9. H im no de batalla

10. Las contradicciones del secularism o

11. ¿Se están, p o r fin, aburguesando


las ciudades en India?

N ota sobre los textos


2. La nación en tiempo
heterogéneo

El objetivo de este texto es reflexionar sobre las form as de


la política popular, según ésta se desarrolla en la mayor parte del
m undo. C uando digo “p o p u lar” no presum o necesariam ente una
form a institucional o u n proceso político particular. Sugiero, p o r el
contrario, que en gran m edida la política que describo se encuentra
contenida en las funciones y actividades de los sistemas gubernam en­
tales m odernos, habiéndose convertido en parte de lo que se espera
que sean las funciones de los gobiernos en todo el m undo. Argu­
m ento, además, que estas expectativas han desem bocado en un tipo
concreto de relaciones entre gobiernos y pueblos. La política popular
que describiré crece a partir de estas relaciones y es conform ada por
ellas. Por su parte, espero que lo que quiero decir con “mayor parte
del m u n d o ” se vaya esclareciendo a lo largo del texto. De m anera ge­
neral, me refiero a aquellas regiones que no participaron de m anera
directa en la historia de la evolución institucional de la dem ocracia
capitalista m oderna, que pod rían ser consideradas com o parte de lo
que denom inam os, de form a imprecisa, el O ccidente m oderno. Pero,
como indicaré, hay u n a presencia significativa de este O ccidente mo­
derno en m uchas sociedades no occidentales, así com o hay, de he­
cho, amplios sectores de la sociedad occidental contem poránea que
no son necesariam ente parte de la entidad histórica conocida como
O ccidente m oderno. En todo caso, si tuviera que hacer u n a estima­
ción del nú m ero de personas en el m undo que están conceptual­
m ente incluidas en mi definición de política popular, yo diría que estoy
58 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

hablando de la vida política de algo más de tres cuartos de la hum a­


nidad contem poránea.
Mi propósito es revisar varios conceptos familiares de la teoría social:
los de sociedad civil y Estado, ciudadanía y derechos, afiliaciones universales e
identidades particulares. Ya que analizaré la política popular, debo tam­
bién considerar la cuestión de la democracia. Muchos de estos concep­
tos ya no nos parecerán tan familiares después de que haya puesto mi
foco sobre ellos con la intención de que se mire a través de esa lente. La
sociedad civil, por ejemplo, va a aparecer como una asociación cerrada
de grupos de élite m odernos, atrapada en enclaves de libertad cívica y
racionalidad legal, separada de la más amplia vida popular de las comu­
nidades. La ciudadanía va a tom ar dos formas diferenciadas: la ciudada­
nía formal y la ciudadanía efectiva. Y, a diferencia de la costumbre anti­
gua, conocida entre nosotros desde los griegos hasta Maquiavelo y
Marx, p ro p o n g o no hablar de dom inantes y dom inados, sino de
aquellos que gobiernan y de aquellos que son gobernados. “Gober-
nabilidad ”, la nueva llave en el estudio de las políticas públicas, es,
sugiero, el cuerpo de conocim ientos y el conjunto de técnicas usadas
p o r aquellos que gobiernan o en interés de ellos.1 La democracia, hoy
en día, no es el gobierno del pueblo p o r el pueblo para el pueblo. Antes
bien, debería ser vista com o la política de los gobernados.
Conform e avance, aclararé mis argum entos conceptuales y elabo­
raré interrogantes sobre estos temas. Para introducir la discusión so­
bre la política popular, me gustaría com enzar p ro p o n iendo un con­
flicto situado, en la mayor parte del m undo, en el m eollo de la
política m oderna. Se trata de la oposición en tre la idea de naciona­
lismo cívico, basado en las libertades individuales y en la igualdad de
derechos, in dependientem ente de distinciones de religión, raza, len­
gua o cultura, y las dem andas particulares basadas en la identidad cul­
tural, que reclam a u n trato diferenciado para determ inados grupos,

1 El n eo lo g ism o Govemance fue traducido co m o “g ob ern ab ilid ad ”, de


m anera q u e sea con sisten te co n la bibliografía de la recien te cien cia
p o lítica publicada en A m érica Latina. (N. d e los Trad.)
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basándose en su vulnerabilidad y atraso, en una real o supuesta injus­


ticia histórica, o en cualquier otro aspecto. Esta oposición, argum en­
taré, es sintom ática de la transición experim entada en la política mo­
derna du ran te el siglo XX, desde u n a concepción de la política
dem ocrática basada en la idea de soberanía popular, hacia una con­
cepción de la política dem ocrática m odelada p o r la práctica de la gu­
bernam entalidad (govemmentality) }
El ideal universal del nacionalism o cívico es captado de form a co­
rrecta p o r B enedict A nderson cu ando sostiene, en su ya clásico li­
bro Comunidades imaginadas, que la nación m o d ern a vive un tiem po
h om ogéneo vacío y que el espacio social se distribuye en ese
tiem po.3 Este argum ento de A nderson form a parte de u na corriente
d om inante en el pensam iento histórico m oderno. U n m arxista po­
dría d e n o m in ar a ese tiem po “el tiem po del capitalism o”. A nderson
ad o p ta explícitam ente la form ulación de W alter Benjamin y la usa
con el resultado brillante de dem ostrar las posibilidades materiales de
formas anónim as de sociabilidad de gran alcance, conformadas por la
experiencia sim ultánea de la lectura de periódicos y diarios o por la
experiencia de acom pañar las vidas privadas de los personajes popu­
lares de ficción (novelas, sobre to d o ). Es esta misma sim ultaneidad
experim entada en el tiem po hom ogéneo vacío la que nos perm ite ha­
blar de la existencia de categorías de econom ía política tales como
precios, salarios, mercados, etc. El tiem po hom ogéneo vacío, entonces,
es el tiem po del capitalismo. D entro de su dom inio, éste no tom a en
consideración n in g u n a resistencia. C uando e n cu en tra un im pedi­
m ento, lo in terp reta com o u n residuo precapitalista que pertenece al

2 El autor em p lea el n eo lo g ism o Govemmentality,


“gu b ern a m en ta lid ad ”, para indicar el cam p o y las estrategias de
a cció n de las agencias gu b ern am entales e n el terreno de la vida
social m un d an a. (N . d e lo s Trad.)
3 B e n e d ict A n d erson, Imagined Coinmunilies: Rejlections on the Origin
and Spread o f Nationalism, Londres, Verso, 1983. Hay traducción al
castellano: B en ed ict A n d erson, Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, M éxico, F ondo de Cultura
E con óm ica, 1993.
6o LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

tiem po de lo p rem o d ern o . Tales resistencias al capitalism o (o a la


m odernidad) son interpretadas com o rem anentes del pasado de la
hum anidad, algo que las personas d eb erían h ab er dejado atrás,
aunque p o r alguna razón no lo hicieron. Al im aginar al capitalism o
(o a la m odernidad) com o u n atributo pro p io de la contem poranei­
dad, esta perspectiva no sólo consigue categorizar las resistencias
que se le e n fren tan com o arcaicas y atrasadas: consigue tam bién
asegurar al capitalism o y a la m o d ern id ad su triunfo final, in d ep en ­
d ientem ente de las creencias y esperanzas que algunas personas pu­
dieran tener, p o rq u e a fin de cuentas, com o todo el m undo sabe, el
tiem po n o se detiene.
En The Spectre of Comparisons, A nderson c o n tin ú a el análisis ini­
ciado en Comunidades imaginadas, distinguiendo en tre nacionalism o
y políticas de la etnicidad. En este sentido, identifica dos tipos de se­
ries producidas p o r el im aginario m o d ern o de la com unidad. Por
un lado, están las series de adscripción abierta ( unbound series) plas­
madas en los conceptos universales característicos del pensam iento'
social m oderno: naciones, ciudadanos, revolucionarios, burócratas, traba­
jadores, intelectuales, etc. El otro tipo está constituido p o r las series de
adscripción cerrada (boundseries) de la gubernam entalidad: los tota­
les finitos de las clases de población producidas p o r los censos y p o r
los sistemas electorales m odernos. Las series abiertas son típica­
m ente im aginadas y n arradas p o r m edio de los instrum entos clási­
cos del “capitalismo de im prenta”, com o los periódicos y las novelas.
Estos instrum entos b rin d an a los individuos la o p o rtu n id ad de ima­
ginarse a sí mismos com o m iem bros de solidaridades más extensas
que las ejercidas cara a cara, de actuar en nom b re de esas solidari­
dades y de trascender, m ediante u n acto de im aginación política,
los límites im puestos p o r las prácticas y costum bres tradicionales.
Las series abiertas son potencialm ente liberadoras. Las series cerra­
das, por el contrario, solam ente p u ed en o p e ra r com o enteros. Esto
implica que, para cada categoría de clasificación, un individuo sólo
puede ser contado com o u n o o com o cero, n u n ca com o u n a frac­
ción, lo que a su vez significa que todas las filiaciones parciales o
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mixtas son excluidas. U na persona pued e ser negra o no negra, m u­


sulm ana o no m usulm ana, m iem bro de u n a trib u o ajeno a ella,
nunca parcial-o co n textualm ente m iem bro de u n a de estas catego­
rías. Las series cerradas, sugiere A nderson, son lim itadoras y tal vez
in h eren te m e n te conflictivas. Son las que sirven com o fu n dam ento
para g en erar las herram ientas de las políticas de la etnicidad.
A nderson utiliza esta distinción e n tre series cerradas y abiertas
para con stru ir su arg u m en to sobre la b o n d a d relativa del naciona­
lismo y la sordidez irrem ediable de las políticas de la etnicidad. En
este p u n to se m uestra hábil para preservar lo g en u in am ente ético y
noble del p en sam ien to crítico universal ilustrado. E n frentado con
las evidencias innegables del conflicto histórico y del cam bio, su
an h elo pasa p o r afirm ar un universal ético, que n o n iegue la m ulti­
plicidad de los deseos y valores hum an o s y que no los aparte de sí,
co m o indignos o efím eros, sino que más bien los incluya e integre
com o el v erd ad ero sustento histórico sobre el cual este universal
ético afirm arse. A nderson, en la tradición de buen a p arte del p e n ­
sam iento historicista progresista del siglo xx, considera el universa­
lismo político com o algo in h e re n te a nuestro tiem po. H abla a m e­
nudo de la:

[...] rem arcable propagación planetaria, no sim plem ente


del nacionalismo, sino de una concepción profundam ente
estandarizada de la política, que en parte refleja las prácti­
cas diarias enraizadas en la civilización industrial, que ha
sustituido al cosmos para dar paso al m undo.4

Este argum ento requiere que previamente asumamos la idea de un


m undo que es único en esencia, para hacer factible la idea de una acti­
vidad com ún llamada política, extendida por todas partes. Se debe no­
tar, además, que el tiem po, en esa concepción, fácilmente se traduce

4 B en ed ict A n d erson, The Spectre of Comparisons: Nalionalism Soulheast


Asia and ¡he World, Londres, Verso, 1998, p. 29.
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como espacio, de form a que deberíam os más propiam ente hablar del
espacio-tiempo de la modernidad. La política, en este sentido, habita en
el espacio-tiempo hom ogéneo y vacío de la modernidad.
Estoy en desacuerdo con este enfoque. Creo que esta visión de la
m odernidad, o más precisam ente del capitalismo, está equivocada
porque la problem ática es vista desde u n solo lado. Esta concepción
observa únicam ente u n a dim ensión del espacio-tiempo de la vida mo­
derna. Porque, aunque las personas p uedan im aginarse a sí mismas
en u n tiem po hom ogéneo y vacío, no viven en él. El espacio-tiempo
hom ogéneo y vacío es el tiem po utópico del capitalismo. Lineal­
m ente conecta el pasado, el presente y el futuro, y se convierte en
condición de posibilidad p ara las im aginaciones historicistas de la
identidad, la nacionalidad, el progreso, etc., con las que A nderson y
otros autores nos han familiarizado. Pero el tiem po hom ogéneo y va­
cío no existe com o tal en n inguna parte del m undo real. Es utópico.
El espacio real de la vida m od ern a es u n a heterotopía (en este punto,
mi d euda hacia Michel Foucault es obvia, a pesar de que no estoy
siempre de acuerdo con el uso que hace de ese concepto) .5 El tiem po
es heterogéneo, disparm ente denso. No todos los trabajadores indus­
triales interiorizan la disciplina de trabajo del capitalismo, e incluso
cuando lo hacen, esto no ocurre de la misma m anera. En este con­
texto, la política n o significa lo mismo para todas las personas. Creo
que ignorar esto implica desechar lo real p o r lo utópico.
H om i B habha, al d escribir el lugar de la n ación en el m arco de
la tem poralidad, señaló hace años que la narrativa de la nación se
en cu en tra obligada a afro n tar u n a inevitable ambivalencia, con dos
planos temporales que interactúan. En un plano temporal, el pueblo es
objeto de u n a pedagogía nacional ya que se encuentra siem pre en

5 F o u ca u lt d esarrolla este c o n c e p to e n un d eb a te d esarrollad o en


m arzo d e 1967. A p esar d e q u e el tex to n o fu e revisado p o r el
autor, el m anu scrito se distribuyó en B erlín p o c o an tes d e su
m u erte, en 1984. En octu b re d e ese a ñ o , el tex to , titu lad o
“D es E sp ace Autres", fu e p u b lic a d o p o r la revista fran cesa
Architecture/ M ouvem ent/Continuité.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 6 3

construcción, en u n proceso de progreso histórico hacia un nunca


culm inado destino nacional. Pero en el otro plano, la unidad del
pueblo, su identificación perm anente (desde y hasta siempre) con la
nación, debe ser continuam ente significada, repetida y escenificada.6
Trataré de ilu strar algunos ejem plos de esta am bivalencia, argu­
m entand o que se trata de u n aspecto inevitable de la política m o­
derna. No co nsiderarlos im plicaría o b ien u n a p ied ad condescen­
diente, o bien asumir de m anera acrítica la estructura de dominación
existente.
■ Es posible citar m uchos ejemplos extraídos del m undo poscolonial
que sugieren la presencia de u n tiem po denso y heterogéneo. En esos
lugares, se puede observar a capitalistas industriales que postergan el
cierre de u n negocio porque no han consultado con sus respectivos as­
trólogos, o a ministros que abiertam ente se vanaglorian de haber ase­
gurado más em pleos para las personas de su clan y h aber m antenido
a los m iem bros de otro clan alejados de la adm inistración. Pero de­
finir estas situaciones com o p ro d u cto de la convivencia de varios
tiempos - e l tiem po de lo m o d ern o y el tiem po de lo p rem o d ern o -
supondría ú nicam ente ratificar el utopism o característico de la mo­
dernidad occidental. U n gran n ú m ero de trabajos etnográficos re­
cientes h a establecido que estos “otros” tiem pos n o son meras super­
vivencias de u n pasado prem odem o: son los nuevos productos del
encuentro con la propia m odernidad. Llevando el argumento un poco
más allá, agregaría, además, que el m undo poscolonial, fuera de Europa
occidental y América del Norte, constituye, en realidad, la mayoría del
m undo m oderno.
En el pró x im o ap artad o discutiré con algún detalle u n ejem plo
de la tensió n c o n tin u a en tre la dim ensión u tó p ica del tiem po ho­
m ogéneo del capitalismo y el espacio real constituido por el tiempo
heterogéneo de la gubem am entalidad, así como los efectos producidos
por esa tensión en los esfuerzos p o r narrar la nación.

6 H o m i B habha, “D issem iN atión ”, e n H om i Bhabha (ed .), Naíion and


Narration, Londres, R ou tled ge, 1990, pp. 291-322.
64 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

II

Bhimrao Ramji A m bedkar (1891-1956) fue uno de los más notables


estudiantes de la Universidad de Columbia. Nacido en la com unidad
de intocables, Mahar, en M aharashtra, India, luchó con grandes obs­
táculos antes de alcanzar una educación superior e iniciar su carrera
profesional. Obtuvo un doctorado en Ciencia Política p o r la Univer­
sidad de Colum bia en 1917 y siem pre recordó la influencia que ejer­
cieron sobre él los profesores Jo h n Dewey y Edwin Seligm an.7 Am­
bedkar es famoso en India p o r ser el líder político más destacado del
siglo xx entre los dalit, las antiguas castas de intocables. En ese papel
ha sido celebrado tanto com o vilipendiado, a causa de su activa lucha
en favor de una representación política separada para su casta, un sis­
tema de cuotas preferenciales y acción afirmativa en favor de ésta en
la educación y en la adm inistración, y la construcción de una identi­
dad cultural distinta, vinculada a su conversión a otra religión, el bu­
dismo. Al mismo tiem po, A m bedkar es tam bién famoso p o r haber
sido el principal arquitecto de la Constitución india, además de un ar­
duo defensor del Estado m odernizador intervencionista y de la p ro ­
tección legal de las virtudes m odernas de la ciudadanía igualitaria y
del secularismo. Pocas veces la tensión entre la hom ogeneidad utó­
pica y la heterogeneidad real ha desem peñado u n papel más dram á­
tico que en la carrera intelectual y política de B. R. Ambedkar.
No m e p ro p o n g o aquí en treg ar u n a biografía intelectual com ­
pleta de Ambedkar. A unque esto es algo que aún está pendiente,
creo que es u n a tarea para la cual no tengo la com petencia necesa­
ria. Lo que haré, en vez de eso, será resaltar ciertos m om entos de su
biografía, para subrayar las contradicciones existentes en la política
m oderna en tre las dem andas rivales de la ciudadanía universal, por
un lado, y la protección de los derechos particulares, p o r otro. Mi
objetivo aquí será dem ostrar que no existe, entre las disponibles, una

7 “A lum nus, A utor o f Indian C on stitution H o n o r e d ” e n Columbia


University Record, añ o 21, n “ 9, 3 d e noviem bre d e 1955, p. 3.
FLAC'üü -
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 6 5

narrativa histórica sobre la nación que p u ed a resolver estas contra­


dicciones.
A m bedkar era u n m odernizador puro. Creía en la ciencia, en la
historia, en la racionalidad, en el secularísmo y, p o r encim a de todo,
en el Estado m oderno como espacio para que la vida hum ana encon­
trara sentido y se realizara. P ero como intelectual dalit no podía es­
quivar la siguiente pregunta: ¿qué razón de ser tiene la particular
form a de desigualdad social practicada en el ám bito del llamado sis­
tem a de castas en India? En sus dos trabajos más im portantes, Who
Were theShudras (1946) y The Untouchables (1948), A m bedkar buscó el
origen histórico específico de la intocabilidad.8 Allí, concluyó que la
intocabilidad no se rem ontaba a tiem pos inm em oriales, sino que, por
el contrario, tiene una historia definida, cuyo inicio se puede establecer
científicam ente alrededor de hace mil quinientos años.
No es necesario, en este momento, juzgar la plausibilidad de la teoría
de Ambedkar. Lo más significativo para nuestro propósito es la estruc­
tura narrativa que subyace en ella. Según argum entaba Ambedkar,
existió en un inicio u n Estado de igualdad en tre los brahm anes, los
sudras y los intocables. Esa igualdad no se refiere únicam ente a un es­
tadio mitológico, sino que se trataría de un m om ento histórico defi­
nido, en el cual todas las tribus indoarias estaban integradas p o r pas­
tores nóm adas. La transición hacia la agricultura sedentaria y la
reacción, bajo la form a de budism o, contra la religión de sacrificios
de las tribus védicas, habría sido el siguiente paso histórico. A eso le
siguió el conflicto en tre los brahm anes y los budistas, que llevó a la
derrota política del budism o, a la degradación de los sudras y a que
los “hom bres mezclados”, com edores de carne, fuesen relegados a la
intocabilidad. La cuestión m oderna de la abolición de las castas era,
entonces, la búsqueda de u n reto rn o a aquella igualdad prim igenia,

8 B. R. Am bedkar, Who Were the Shudras? How they Carne to be theFourlh


Varna in the Indo Aryan Society, Bombay, Thackers, 1970 (prim era
ed ició n d e 1946); B. R. Am bedkar, The Untouchables: VV7io Were they
and Why they Became Untouchables. N ueva D elh i, Amrit B ook
Com pany, 1948.
66 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

que era la condición histórica original de la nación. De esta m anera,


la búsqueda utópica de la hom ogeneidad se vuelve un avatar histó­
rico. Como sabemos, ésta es u n a narrativa historicista muy familiar en
el nacionalism o m oderno.
Para dem ostrar cóm o esta narrativa es p ertu rb ad a p o r el tiem po
h eterogéneo de la gubernam entalidad colonial, es preciso analizar
las ficciones literarias producidas p o r el nacionalismo.

III

U na de las grandes novelas sobre el nacionalism o indio es Dhoraicha-


ritmanas (1949-1951), del escritor bengalí Satinath B haduri (1906-
1965).9 La novela está construida deliberadam ente para adecuarse a la
forma de los Ramcharitmanas, la versión hinduista, escrita en el siglo XVI
por el poeta santo Tulsidas (1532-1623), de la historia épica de Rama,
el rey mitológico que a través de su vida y de su conducta ejem plar ha­
bría creado el más perfecto reino en la tierra. El Ramayana de Tulsi­
das es, tal vez, el más largo y conocido trabajo literario de toda la am­
plia porción de India donde se habla hindi. El relato proviene del
discurso m oral oral y está escrito con u n vocabulario cotidiano que
atraviesa distinciones de casta, clase y secta. Según se dice, la obra fue
el más poderoso vehículo para la generalización de los valores cultu­
rales brahm ánicos provenientes del norte de India. La diferencia entre
la versión en clave m oderna de Satinath Bhaduri y la versión épica es
que su héroe, Dhorai, es oriundo de u n a de las castas degradadas.
Dhorai es u n tatma de Bihar, al norte de India (el distrito es Pernea,
pero Satinath usa el nom bre ficticio de Jiran ia). No se trata de un
grupo especializado en la agricultura, sino en la construcción de

9 Satinath Bhaduri, Dhorai Charitmanas (vol. 1, 1949; vol. 2, 1951), en


Satinath Granthabali, vol. 2. Editado p or Zanca G hosh y Nirm alya
Acharya, Calcuta, S ign et, 1973, pp. 1-296.
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techos de paja y en la perforación de pozos. C uando Dhorai es toda­


vía un niño, su padre m uere. Al q u erer casarse nuevam ente, su ma­
dre se ve obligada a dejarlo al cuidado de Bauka Bawa, el hom bre sa­
grado de la aldea. D horai crece yendo de puerta en puerta,
acom pañando al sadhu, con su tacita de limosna, cantando canciones,
la mayoría de ellas sobre el legendario Rey Rama y su reino perfecto.
El m undo m ental de D horai está anclado en el tiem po mítico. Nunca
ha frecuentado la escuela, pero sabe que aquellos que p ueden leer el
Ramayana son hom bres de gran m érito y autoridad social. Sus mayo­
res -aquellos que lo ro d e a n - conocen los asuntos de gobierno, por
supuesto, y tam bién los de los tribunales y la policía, y algunos en la
vecindad, que trabajan en los jard in es y cocinas de los oficiales, pue­
den contar historias de cuando el m agistrado del distrito estaba insa­
tisfecho con el presidente del consejo distrital, o cuando la nueva em­
pleada dom éstica se dem oraba u n poco más durante las tardes en el
bungalow del oficial de la policía. Pero su estrategia general de super­
vivencia, perfeccionada p o r la experiencia de generaciones, es ale­
jarse de los problem as vinculados al gobierno y a sus procedimientos.
En cierta ocasión, tras u n arrebato, los pobladores dhanghars de los
alrededores p re n d e n fuego a la cabaña de Bauka Bawa. La policía
llega a investigar y Dhorai, el único testigo ocular, es obligado a decir lo
que ha visto. C uando está a p unto de hablar, advierte la mirada de
Bauka Bawa. “No hables”, parece decirle el bawa. “Es la policía y se irá
en una hora. Los dhanghars son nuestros vecinos y tendremos que vivir
con ellos.” Dhorai com prende y le dice al policía que no ha visto nada,
y que no sabe quién ha prendido fuego a su casa.
U n día D horai, ju n to con otros vecinos de la aldea, oye hablar de
Ganhi Bawa, que según se dice es u n hom bre santo, mayor que su
propio Bauka Bawa o que cualquier otro bawa del que se haya tenido
noticia, porque es casi tan grande como el propio señor Rama. Ganhi
Bawa, se com enta, no come carne ni pescado, nunca se ha casado y
deam bula com pletam ente desnudo. Hasta el maestro de la escuela
bengalí, el hom bre más instruido en la aldea, se ha convertido en su
seguidor. U n m om ento culm inante, de gran exaltación, tiene lugar
68 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

cuando se descubre en la aldea que u n a im agen de G anhi Bawa ha


aparecido en u n a calabaza. Con grandes celebraciones, la milagrosa
calabaza es instalada en el tem plo, con ofrendas dignas del mayor
hom bre santo del país. G anhi Bawa, según los yatmas, era un gran
personaje, p o rq u e hasta los m usulm anes habían prom etido dejar de
com er carne y cebolla, y el cham án de la aldea, a quien nadie nunca
había visto sobrio, había ju ra d o solem n em en te b eb er a p artir de
aquel día el licor más suave y abstenerse co m p letam ente del opio.
Un tiem po después, algunos aldeanos re c o rre n el largo cam ino
hasta la sede del distrito p ara ver a G anhi Bawa en persona. Pero re­
gresan con el entusiasm o algo decaído. Las ingentes m ultitudes les
habían im pedido ver al gran ho m b re de cerca, p ero lo que habían
visto era descabellado. Según contaban, G anhi Bawa, com o los ex­
travagantes abogados y profesores de la ciudad, ¡usaba lentes!
¿Dónde se ha visto que u n h o m b re santo use lentes? E ntre quienes
regresan, algunos se p reg u n tan en voz baja si el h o m bre no podría,
a fin de cuentas, ser u n a farsa.
El relato in trincadam ente hábil de Satinath B haduri sobre la for­
mación de D horai entre los taim as d urante las prim eras décadas del
siglo xx p odría fácilm ente ser leído como una etnografía fiel del go­
bierno colonial y del surgim iento del m ovim iento nacionalista en el
norte de India. Nosotros sabemos, p o r ejem plo, a través de los estu­
dios de Shahid Amin, que la autoridad de M ahatma G andhi se conso­
lidó entre el cam pesinado indio a través del relato de sus poderes mi­
lagrosos y de rum ores sobre el destino de sus seguidores y
detractores. Sabemos tam bién que el program a del C ongreso10 y los
objetivos del movimiento fueron transm itidos en el interior del país a

10 El C on greso N acional In d io, tam bién c o n o c id o c o m o Partido d el


C on greso o sim p lem en te C on greso, fue cread o e n 1885 p o r in d ios
con ed u ca ció n occid en tal y fu n cio n ó c o m o aglu tin an te d e la
p olítica nacionalista en toda India. G ob ern ó el país d esp u és d e su
in d ep en d e n c ia d e Inglaterra en 1947, hasta in icios d e la d écad a d e
1990, co n un breve in term ed io a finales d e los años seten ta. (N . d e
los Trad.)
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 6 9

través del lenguaje del m ito y de la religión p o p u lar.11 Pero, si bien


la figura de G andhi y los m ovim ientos que lideró en las décadas de
1920 y 1930 se sustentaban en elem entos com unes que com partían
m illones de personas, tan to en las ciudades com o en las aldeas in ­
dias, la vivencia de estos elem entos no era idéntica en todos los ca­
sos. A un cu an d o las personas participaban en los mismos grandes
eventos, tal com o son descritos p o r los historiadores, sus diversas
percepciones eran narradas en lenguajes muy diferentes y habita­
ban tam bién universos vitales muy distintos. La nación, pese a estar
siendo constituida a través de tales eventos, vínicam ente existía en
tiem po h etero g én eo .
O bviam ente, se p u ede objetar que la nación es de h echo una abs­
tracción, o, p ara usar la expresión que B enedict A nderson hizo fa­
mosa, apenas “u n a com unidad im aginada”, y que, p o r lo tanto, esa
construcción ideal y vacía, oscilando com o estaba en el tiem po h e ­
terogéneo , p o d ía recibir contenidos diversos p o r p arte de diversos
grupos de personas, los cuales, a pesar de m a n te n e r en su aldea su
carácter específico, p o d ían de todas m aneras in teg rar la serie
abierta de ciudadanos nacionales. Sin duda, éste es el sueño de to­
dos los nacionalistas. S atinath B haduri, u n funcio n ario destacado
del P artido del C ongreso en el distrito de Pernea, com partía este
sueño. Era agu d am en te consciente de la estrechez y el particula­
rismo de las vidas cotidianas de sus personajes, que todavía no se ha­
bían convertido en ciudadanos nacionales. Pero B haduri estaba es­
peranzado en lo que respecta al cambio. Percibía que incluso entre
los rebajados tatm as y dhangars se p o d ían e n c o n tra r ciertas inquie­
tudes nuevas. Su héro e, D horai, conduce a los tatmas a desafiar a los
brahm anes locales y a ceñirse ellos mismos el hilo sagrado, repitiendo
un proceso que estaba ocurriendo en toda India en ese periodo, que

11 Shahid A m ia, “G andhi as M ahatm a”, en Ranajit G uha (ed .),


Subaltem Studies III, Del)]i, O xford Universiry Press, 1984, pp. 1-61;
Shahid Á inin, Event, Metaphor, Memory: Cluiuri Chaura, 1922-1992,
D elh i, O xford U niversíty Press, 1995.
7 0 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el sociólogo M. N. Srinivas describe com o “sanscritización”, pero


que el historiador David H ard im an h a m ostrado que estuvo m ar­
cado p o r u n a contestación am arga y u n a confrontación, p o r lo ge­
neral violenta, en tre la dom inación de la élite y la resistencia subal­
te rn a .'2 El intrincado grado de clasificaciones g u bernam entales de
castas y com unidades n u n ca está ausente en la narrativa de Sati-
nath. En u n a alusión delib erad a a la historia del legendario p rín ­
cipe Rama, involucra a su héro e, D horai, en u n a cruel conspiración
urdida contra él p o r sus propios parientes. D horai sospecha que su
m ujer h a m an ten id o u n a relación con u n h o m b re cristiano de la
circunscripción de D hangar. P or ello, ab an d o n a su aldea, parte al
exilio y reconstruye su vida en otra aldea, en tre otras com unidades.
D horai es desarraigado de la estrechez de su h o gar y lanzado al
m undo. El nuevo p u en te de m etal, a lo largo del cual los autom óvi­
les y cam iones pasan zum bando p o r lo que antes eran antiguos y p e­
sados cam inos de buey, abre su im aginación.

¿Dónde em pieza esta carretera? ¿Dónde desaparece? [Dho­


rai] no lo sabe. Tal vez nadie lo sepa. Algunas de las carro­
zas están cargadas con maíz, otras traen litigantes al tribu­
nal del distrito, otras más llevan pacientes al hospital. En
su m ente, D horai ve som bras que le sugieren algo sobre la
vastedad del país.13

12 M. N. Srinivas, Social Change in Modern India, B erkeley, U niversity


o f C aliforn ia Press, 1966; David H ard im an , The Corning o f the Devi:
A divasi Assertion in Western India, D e lh i, O x fo rd U niversity Press,
1987. El h ilo sagrado o Yajnopavila es u n e le m e n to cere m o n ia l
q u e se c iñ e e n torn o a la cin tu ra e n lo s m o m e n to s d e rezo.
In icia lm en te só lo lo s b rah m an es d e casta alta estab an au torizad os
a portarlo. El n iñ o brah m án recib ía este h ilo e n u n a c e r e m o n ia
e sp e c ia lm e n te sign ificativa en tre lo s 5 y 8 a ñ os. S ó lo a partir d e
ese m o m e n to se co n sid era b a q u e era p le n a m e n te un brahm án.
(N . d e los Trad.)
13 Satinath Bhaduri, Dhorai, op. cil., p. 70.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 71

La nación está tom ando forma. Satinath envía a su héroe, en unajor-


nada épica, en dirección a la m eta prom etida, no de realeza, pues ya
no estamos en la época m ítica de Rama, sino de ciudadanía.

IV

El sueño de Ambedkar de u n a ciudadanía igualitaria aún tenía que li­


diar con la realidad de las clasificaciones gubernamentales. Ya en 1920,
Ambedkar situó el problem a de representación que enfrentaban los in­
tocables en India:

El derech o de representación y el derech o a ocupar un


cargo público son dos de los más im portantes derechos que
com ponen la ciudadanía. Pero la intocabilidad coloca estos
derechos m ucho más allá del alcance de los intocables [...]
ellos [los intocables] sólo p o d rán ser efectivamente repre­
sentados p o r intocables.

La representación general de todos los ciudadanos no atendería las


necesidades especiales de los intocables, porque, dados los prejuicios
y las prácticas habituales entre las castas dom inantes, no había razón
para esperar que éstas usasen la ley para emanciparlos.

U n parlam ento com puesto p o r hom bres de casta alta no


aprobará una ley que remueva la intocabilidad, autorice los
casamientos entre castas, suspenda la exclusión del uso de
vías públicas, templos públicos y escuelas públicas. No porque
ellos no puedan, sino principalm ente porque no lo desean.14

14 Citado en Gail O m vedt, D alits and the Demoa atic Revolution: Dr.
Ambedkar and th eD alit Movement in Colonial India, N ueva D elhi, Sage,
1994, p. 146.
72 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Pero existían en ese m om ento alternativas diferentes p ara asegurar


las necesidades especiales de representación de los intocables, m u­
chas de las cuales habían sido ensayadas d u ran te la época colonial.
Una posibilidad consistía en la protección directa, p o r parte de auto­
ridades coloniales, de los intereses de las castas bajas contra las castas
altas políticam ente dom inantes. O tra posibilidad era el nom bra­
m iento p o r el gobierno colonial de personajes procedentes de los
grupos intocables para servir com o sus representantes. U na tercera
alternativa consistía en reservar u n cierto núm ero escaños en el legis­
lativo para los candidatos de las castas bajas. P or último, tam bién era
posible separar el electorado, p ara que los electores de las castas infe­
riores pudiesen elegir a sus propios representantes. En el m undo in­
m ensamente com plicado de la política colonial de la época tardía, to­
dos estos m étodos, con incontables variaciones, fueron debatidos y
experim entados. Además, la casta no era el único contencioso vi­
gente en ese m om ento acerca de la representación étnica. La cues­
tión aún más com plicada de las religiones m inoritarias vino a unirse,
inexorablem ente, a los debates sobre la ciudadanía en la India colo­
nial tardía.
Ambedkar renegaba especialm ente de u n o de estos m étodos de re­
presentación especial: la protección directa proporcionada p o r el ré­
gimen colonial. En 1930, cuando el Partido del C ongreso declaró
como objetivp político o b ten er la independencia o Swaraj, A m bedkar
declaró en una reunión de representantes de las castas inferiores:

[...] la actual form a de gobierno burocrático en India debe­


ría ser sustituida p o r u n gobierno que sea un gobierno del
pueblo, p o r el pueblo y para el pueblo [...] Sentim os que
nadie puede rem over nuestros grilletes m ejor que nosotros
mismos, y no podem os removerlos a no ser que tomemos el
p o der político en nuestras propias manos. N inguna frac­
ción de ese p o d er político puede, evidentem ente, llegar a
nosotros m ientras el gobierno británico perm anezca de la
form a que es hoy. Solam ente en u n a Constitución Swaraj
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 7 3

tendrem os u n a oportunidad de tom ar el p o d e r político en


nuestras propias m anos, sin el cual no podrem os traer la
salvación a nuestro pueblo [...] Sabemos que el poder polí­
tico está siendo transferido de los británicos a m anos de
quienes ejercen sobre nuestra existencia un trem endo po­
der económ ico, social y religioso. Nosotros deseamos que
eso ocurra, a pesar de que la idea del Swaraj nos trae a la
m em oria m uchas de las tiranías, opresiones e injusticias
practicadas contra nosotros en el pasado 15

El dilem a está aquí claram ente señalado. El gobierno colonial, a pe­


sar de todos sus discursos sobre la necesidad de elevar a quienes esta­
ban oprim idos bajo la tira n ía religiosa del h in d u ism o tradicional,
sólo p o d ía tratar a los intocables com o un objeto pasivo de atención.
No podía concederles la ciudadanía. Solam ente bajo una Constitu­
ción nacional in d ep en d ien te la ciudadanía era concebible para los
intocables. Pero si la independencia significaba el dom inio de las cas­
tas altas, ¿cómo pod rían los intocables ten er esperanzas de obtener
una ciudadanía igualitaria y conseguir el fin de la opresión que su­
frían desde hacía siglos? La posición de A m bedkar era clara: aun
cuando suponía el predom inio político de las castas altas, los intoca­
bles debían apoyar la independencia nacional y posteriorm ente p ro ­
seguir su lucha p o r la igualdad en el m arco de la nueva Constitución.
En 1932, el mecanismo para lograr la ciudadanía igualitaria de los in­
tocables se volvió un tema de dramático desencuentro entre Ambedkar
y Gandhi. En el transcurso de las negociaciones entre el gobierno britá­
nico y los líderes políticos indios sobre las reformas constitucionales,
Ambedkar, representando a las castas inferiores, defendió que éstas de­
bían constituir un electorado separado y elegir a sus propios represen­
tantes en el parlam ento central y en los parlam entos provinciales. El
Partido del Congreso, que previamente había concedido a los musulma­
nes una solicitud semejante de form ar electorado separado, rehusó

15 Citado en Gail O m vedt, Dalits, op. cil., pp. 168-169.


7 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

aceptar que los intocables fuesen u n a com unidad separada dentro de


los hindúes y se declaró dispuesto, en todo caso, a reservar determ inado
núm ero de asientos a los intocables que fuesen elegidos por el electo­
rado general. Ambedkar sugirió que podría aceptar esa fórmula si hu­
biese alguna esperanza de que los británicos otorgasen el sufragio uni­
versal a todos los ciudadanos indios adultos. Pero, en tanto el sufragio
permaneciese severamente limitado p o r cuestiones de educación y pro­
piedad, las castas inferiores, dispersas como una pequeña minoría, a di­
ferencia de la m inoría m usulm ana sin concentraciones territoriales sig­
nificativas, difícilmente tendrían alguna influencia sobre las elecciones.
La única m anera de garantizar que el parlam ento contara al menos con
algunos representantes efectivos de los intocables era permitirles ser ele­
gidos por u n electorado separado, com puesto exclusivamente por las
clases inferiores.
G andhi reaccionó con dureza contra la insinuación de A m bedkar
de que los líderes de casta alta del Congreso nunca podrían represen­
tar apropiadam ente a los intocables, diciendo de esta acusación que
era “el más rudo de todos los golpes”. Incurriendo en u n a jactancia
extraña a las grandes almas, declaró:16

Yo afirmo que represento, en mi persona, a la vasta masa de


los intocables. Aquí no hablo en nom bre del Congreso,
sino en mi propio nom bre, y afirm o que, si hubiese una
elección entre los intocables, yo o btendría sus votos y enca­
bezaría la lista de los elegidos.

G andhi insistió en que, a diferencia de la cuestión de las m inorías re­


ligiosas, la intocabilidad era un problem a in tern o del hinduism o y
tendría que resolverse en el m arco de éste.

16 El autor hace aq u í un ju e g o de palabras con el título atribuido a


G andhi, M ahatma, o gran alma. En el original: “In an
unm ah atm alik e b oast”. (N. d el los Trad.)
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 75

No m e im portaría que los intocables, si así lo deseasen, se


convirtieran al islamismo o al cristianismo. Esto lo toleraría.
Pero no hay n inguna posibilidad de que tolere lo que está
siendo pregonado en el in terio r del hinduism o sobre que
haya u n a división en dos d en tro de las aldeas. Quienes ha­
blan de derechos políticos p ara los intocables no conocen
su India, no conocen la form a en que la sociedad india está
construida hoy, y p o r tanto, quiero decir con todo énfasis,
pued o garantizar que aun si yo fuese la única persona en
oponerm e a esto, me o p o n d ría con mi propia vida.

Fiel a su palabra, G andhi am enazó con iniciar u n a huelga de ham ­


bre antes que transigir en la reivindicación de electorados separa­
dos para las castas inferiores. Puesto bajo u n a enorm e presión, Am­
bedkar cedió y, después de algunas negociaciones, firmó con Gandhi
lo que se conoce como el Pacto de Poona, p o r el cual se entregaba a
los dalits u n núm ero sustancial de asientos reservados, pero elegidos
dentro de u n único electorado h in d ú .17 Esta cuota quedó establecida
como el m ecanism o básico de representación para las antiguas castas
intocables en la C onstitución de la India independiente, pero, claro
está, para ese m om ento el país ya había sido dividido en dos Estados-
nación, soberanos e independientes en tre sí.18 El problem a de la ho­

17 Para el Pacto de Poona, véase Ravinder Kuma, “Gandhi, Ambedkar


and the P oona Pact, 1932”, e n Jim Masselos (ed .), Slruggling and
Ruling: The Iridian National Congress, 1885-1985, Nueva D elhi, Sterling,
1987; Gail O m vedt, Dalits, op. cit., pp. 161-189.
18 El autor se refiere al h ech o de que India, al hacerse in d ep en diente, fue
dividida en dos países soberanos: la U n ión India y Pakistan. La
división, basada en criterios religiosos, provocó el desplazam iento de
m illones d e personas y conflictos abiertos entre hindúes y
m usulm anes, que dejaron m illares de m uertos. Pakistán estaba
form ado por dos territorios separados por la propia India: Pakistan
O riental y Pakistan O ccidental. En 1971, Pakistan Oriental se convirtió
en un nuevo Estado in d ep en d ien te con el nom bre de Bangla Desh.’
Conflictos que im plican cu esüon es fronterizas aún hoy enfrentan a
Pakistan e India, y derivan en frecuentes enfrentam ientos religiosos
76 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

m ogeneidad nacional y de la ciudadanía de las m inorías fue discu­


tido, y tem p o ralm en te solucionado, en Ind ia en los prim eros años
de la década de 1930. Pero el carácter de la solución en contrada en
ese m om ento es instructivo. Ilustra de form a gráfica la am bivalen­
cia de la nación com o u n a estrategia narrativa y com o u n aparato
de p o d er que, tal com o H om i B habha señaló,

[...] produce u n continuo deslizamiento en dirección a las


categorías analógicas, y hasta metonímicas, como el pueblo,
m inorías, o “diferencia cu ltu ral”, que co n tin u am en te se
superponen al acto de escribir la n ación.19

Ambedkar, com o vimos, no veía problem a en la idea de u n a nación


hom ogénea en tendida com o categoría pedagógica -la nación como
progreso, la nación en el proceso de llegar a se r- excepto p o r el he­
cho de que habría insistido, ju n to con G andhi y otros líderes del Con­
greso, en que no eran sólo las masas ignorantes las que necesitaban
ser educadas para la ciudadanía, sino tam bién la élite de casta alta,
que aún no había adm itido que la igualdad d em ocrática e ra incom ­
patible con la desigualdad de casta. Pero Ambedkar rehusó alinearse
con Gandhi para hacer efectiva esta hom ogeneidad en las negociacio­
nes constitucionales sobre la ciudadanía. Los intocables, según insis­
tía, eran u n a m inoría d en tro de la nación y necesitaban u n a repre­
sentación especial en el aparato político. Por otro lado, G andhi y el
Congreso, al mismo tiem po en que afirm aban que la nación era una
e indivisible, ya habían adm itido que los m usulm anes eran u n a m ino­
ría dentro de la nación. ¿Y los intocables? Ellos representaban u n pro­
blema interno del hinduism o. Im perceptiblem ente, la hom ogenei­
dad de India deriva en la hom ogeneidad de los hindúes. La abolición
de la intocabilidad perm anece proyectada hacia el futuro com o una

entre las com u nid ad es h in dú y m usulm ana de este últim o país. (N. de
los Trad.)
19 H om i B habha, “D issem iN ation ”, op. cit.
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 77

tarea pedagógica aú n pen d ien te, que debería venir acom pañada de
una reform a social, si es necesario aplicando toda la fuerza de la ley,
pero la desigualdad de casta entre los hindúes n o debe ser discutida
delante de los adm inistradores británicos o de la m inoría musul­
mana. La hom ogeneidad se desintegra en u n plano, tan sólo para re­
aparecer en otro. La heterogeneidad, imposible de ser negada en un
punto, es forzosam ente suprim ida en otro.
Entretanto, nuestro héroe imaginario, Dhorai, continúa durante la
década de 1930 su educación en el nacionalismo. Liberado de sus ata­
duras originales, se dirige a otra aldea y empieza una nueva vida entre
los koeri, una casta inferior de trabajadores rurales y obreros. Dhorai
em pieza a ap re n d e r la realidad de la vida cam pesina, de los señores
de tierra rajput y adhiars, y de los aparceros, koeri, y trabajadores san­
tal, del cultivo del arroz y del yute, del tabaco y del maíz, en un
m undo de usureros y mercaderes. En enero de 1934, Bihar es asolada
por el más violento terrem oto registrado en su historia. Los funciona­
rios del G obierno llegan a la región para registrar los daños ocurri­
dos, acom pañados p o r voluntarios nacionalistas del Partido del Con­
greso. D urante más de un año, los koeris les escuchan vagas promesas
de “asistencia”, hasta que, tras com enzar su trabajo de campo, los fun­
cionarios estatales perciben que la reparación de las cabañas de los
koeris, fabricadas de barro y cubiertas de paja, ya ha sido realizada
p o r los propios campesinos. P or el contrario, las casas de ladrillo de
los rajput, los señores de la tierra, habían sufrido daños im portantes.
El inform e final de la expedición de ayuda recom ienda que la mayor
parte de la asistencia sea asignada a este colectivo.
Así comienza un nuevo capítulo en la educación de Dhorai: el descu­
brimiento de que los distinguidos abogados bengalíes y los señores de
tierra rajptus estaban convirtiéndose rápidam ente en los principales se­
guidores del Mahatma. Pero, a pesar de esta transformación de los viejos
explotadores en nuevos mensajeros de la libertad nacional, la mística del
Mahatma perm anecía impoluta. Un día, un voluntario llega a la aldea
con cartas del Mahatma. En ellas se les dice a los koeris que cada uno
debe, a su vez, responder con una carta. No, no, ellos no necesitan pagar
78 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el franqueo del envío. Todo lo que tienen que hacer es ir hasta el funcio­
nario que les dará una carta, que debe ser depositada en el buzón del
Mahatmaji: la caja blanca, recuerden, no las de colores. Se trataba de las
elecciones. El voluntario instruye a Dhorai: “Tu nom bre es Dhorai Ko-
eri, tu padre es Kirtu Koeri. Acuérdate de decirle esto al funcionario.
Tu padre es Kirtu Koeri”. Dhorai hace lo que se le ordena.

Dentro de la cabina electoral, Dhorai, de pie y con las manos


cruzadas, delante de la caja blanca, deposita su carta y des­
pués se queda quieto. Gloria a Mahatmaji, gloria al voluntario
del Congreso, que le había concedido u n pequeño papel de
horm iga en la gran tarea de construir el reino de Rama. Pero
su corazón se sobrecoge al pensar que, si hubiera sabido escri­
bir, podría haber escrito él mismo la carta para el Mahatma.
Imagínense, todas esas personas escribiendo cartas para el
Mahatma, desde u n extrem o de país al otro, todas juntas, al
mismo tiempo. Tatmatuli.Jirani, [...], Dhorai, [...] el volunta­
rio, [...] todos ellos querían lo mismo. Todos ellos m andaron
la misma carta para el Mahatma. El Gobierno, los funciona­
rios, la policía, los propietarios de las tierras [...] todos esta­
ban contra ellos. Ellos pertenecían a muchas castas diferentes
y, pese a esto, habían llegado muy cerca. [...] Estaban unidos
como si se tratara de la tela de una araña; el hilo era tan fino
que si intentabas agarrarlo, se rompía. De hecho, nunca po­
días decir si estaba allí o no estaba. Cuando se moviese grácil­
m ente en la brisa, o cuando las gotas de rocío de la m añana
colgasen de él, o cuando un súbito rayo de sol lo atravesase, lo
podrías ver, y, aun así, apenas por un momento. Esta era la tie­
rra de Ramji, p o r sobre la cual su reencarnación Mahatmaji
estaba tejiendo su fina tela [...] “¿Eh, qué es lo que estás ha­
ciendo dentro de la cabina?” La voz del funcionario rompió
su devaneo. Dhorai sale rápidam ente.20

20 Satinath Bhaduri, Dhorai, op. cit., pp. 222-223.


L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 7g

El voto es el gran ritual anónim o de la ciudadanía. Quizás por esto no


importaba m ucho que la introducción de Dhorai a este ritual tuviese lu­
gar a través de un acto de despersonificación. Pero esta circunstancia
no disim ula la cuestión de quién representa a quién en el ám bito de
la nación. A pesar de que los koeris habrían votado lealmente al Ma-
hatma, pronto se desanimaron al descubrir que el señor de tierra rajput,
contra q u ien h ab ían luchado p o r años, hab ía sido elegido presi­
dente del consejo distrital, con el apoyo del Congreso. Los hombres de
M ahatm aji, según escucharon, eran ahora m inistros del G obierno,
pero cuando una nueva carretera fuese construida, con toda seguridad,
pasaría cerca de las casas de los rajputs.
D horai com pró u n a copia del Ramayana. Algún día, prom etió,
aprendería a leerlo. El cam ino hacia el reino de Rama, entretanto, se
vio súbitam ente interrum pido cuando llegaron noticias de que el Ma-
hatm a había sido apresado p o r los británicos. Era la lucha final, el
mismo M ahatm a lo había anunciado. Cada verdadero seguidor de
Mahatmaji debería ahora sumarse al ejército de sus fieles. Sí, al ejér­
cito, el encargado de actuar con tra los tiranos, sin esperar hasta ser
arrestados. D horai es reclutado p o r el m ovim iento Q uit India en
1942. Esa era u n a guerra diferente de las otras; era, decían los volun­
tarios, una revolución. Juntos atacaron el puesto de policía y lo incen­
diaron. P or la m añana, el m agistrado del distrito, el su perinten­
d ente de policía y todos los dem ás funcionarios h abían huido.
¡Triunfo de M ahatm aji, triunfo de la revolución! El distrito había
obtenido la independencia. Eran libres.
No duró mucho. Pocas semanas después, las tropas invadieron el dis­
trito con camiones y armas poderosas. Ju n to con los voluntarios, Dho­
rai se lanza al m onte. Ahora era u n hom bre buscado, un rebelde. To­
dos ellos eran buscados: eran los soldados de Mahatmaji. En el monte,
una sorprendente igualdad reina entre ellos. Habían abandonado sus
nom bres originales y se llam aban entre sí G andhi, Jawahar, Patwel,
Azad. Se habían convertido en réplicas anónimas de los representantes
de la nación. Excepto po r el hecho de que se habían alejado de sus vidas
cotidianas. Poco después llega la noticia de que los británicos habían
8o LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

vencido en su guerra contra los alemanes y losjaponeses, los líderes del


Congreso serían liberados y todos los revolucionarios debían rendirse.
¿Rendirse? ¿Ser juzgados y encarcelados? ¿Quién sabe si hasta ahorca­
dos? La partida de Dhorai decide no rendirse.

En el escenario nacional, la Liga M usulmana había proclam ado en


marzo de 1940, en lo que llegó a ser conocido como la “resolución Pa­
kistán”, que cualquier plan constitucional de devolución del poder en
India debía incluir un arreglo para que las áreas geográficamente conti­
guas de mayoría musulmana pudiesen agruparse en un Estado indepen­
diente, autónom o y soberano. Ese mismo año, unos meses después, Am-
bedkar escribió u n extenso libro titulado Pakistan or Partition of India,
donde discutía en detalle los argum entos en favor y en contra de esta
propuesta.21 Se trata de un libro sorprendentem ente poco mencionado,
incluso hoy, en pleno redescubrim iento de su autor.22 Además de de­
mostrar sus soberbias habilidades como analista político y una presencia
de ánimo verdaderam ente extraordinaria, es u no de los textos donde
Ambedkar encara de m anera más original los dos objetivos de su acti­
vismo político: avanzar en la lucha por una ciudadanía igualitaria y uni­
versal en el ámbito de la nación y asegurar una representación especí­
fica en el aparato político para las castas inferiores.
El libro es casi socrático en su estructura dialógica. Presenta, pri­
mero, en los térm inos más fuertes posibles, el argum ento m usulm án
en favor del reco n o cim ien to de Pakistán. P o sterio rm ente, hace lo

21 B. R. Am bedkar, Pakistan or Ihe Partition of India, 2* ed., Bombay,


Thacker, 1945.
22 E xcep to p or ejem p los d e ign oran cia y prejuicio p olíticam en te
san cion ad o, tales c o m o Arun S h ou rie, Worshipping False Gods.
Ambedkar and theFacts Which H ave Been Erased, N ueva D elh i, ASA
P ublications, 1997.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 8 1

p ro p io con el a rg u m en to h in d ú co n tra la p artició n , para conside­


rar al final las alternativas disponibles p a ra m usulm anes e hindúes
en caso de n o p ro d u cirse tal división. Lo más notable es que Am­
bedkar, com o rep re se n ta n te oficioso de los intocables, adopta una
posición de p erfecta n e u tra lid a d en el debate, sin tom ar ningún
partid o respecto a la resolución del problem a. El n o p erten ece al
lado m usulm án ni al lado h in d ú . Su objetivo se lim ita a ju z g a r los
argum entos rivales y reco m en d ar la solución que le parece más re­
alista. Pero, claro está, esto es sólo u n a estrategia narrativa. Sabe­
mos que Am bedkar se involucró directam ente en la cuestión. El punto
clave, en este sentido, era considerar si la división sería positiva o nega­
tiva para los intocables. Lo significativo aquí es com prender que, en
Pakistan or Partition of India, A m bedkar está evaluando las reivindica­
ciones utópicas de la nacionalidad, en térm inos de estricta política
realista.
D espués de analizados los argum entos de am bos lados, A m bed­
kar concluye que, u n a vez p ro d u cid a, la división sería provechosa
tan to p a ra m usulm anes com o p ara hindúes. Los p rincipales argu­
m entos surgen al con sid erar las posibles alternativas frente a la di­
visión: ¿cómo p o d ría u n a In d ia in d e p e n d ie n te y u n id a, libre del
yugo britán ico , ser eficazm ente gobernada? D ada la hostilidad de
los m usulm anes hacia u n g o b iern o central único, d o m inado inevi­
tablem ente p o r la mayoría h in d ú , lo cierto era que, de no hab er di­
visión, el país te n d ría que vivir con u n g o b iern o central débil y am­
plios pod eres delegados a los g obiernos provinciales. Sería un
“Estado aném ico y enferm izo”. El en co n o y las suspicacias m utuas
perm anecerían: “enterrar Pakistán no es lo mismo que enterrar el fan­
tasma de Pakistán”.23 Más complicada aún era la cuestión de las fuerzas
arm adas de u n a India in d ep e n d ie n te . En u n extenso capítulo, Am­
b ed k ar discute la com posición p o r com unidades del ejército britá­
nico establecido en India, u n tem a tabú hasta ese m om ento. Según
señala, el h ech o era que casi el sesenta p o r ciento del ejército indio

23 B. R. Am bedkar, Pakistan, op. cit., p. 7.


82 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

estaba in teg rad o p o r soldados p ro ced en tes de Punjab, de la fro n ­


tera n oroeste y de C achem ira. E ntre ellos, más de la m itad eran
m usulm anes. ¿Podría u n g o b iern o cen tral débil, considerado sos­
pechoso p o r la población m usulm ana, garantizar la lealtad de estas
tropas? Por otro lado, en caso de que el nuevo g obierno intentase
m odificar la com posición del ejército, ¿sería esto aceptado sin p ro ­
testas p o r los m usulm anes del noroeste?24
M irándolo bien, el nuevo Estado de Pakistán p o d ía ser u n Es­
tado hom ogéneo. Las fronteras de Punjab y Bengala p o dían ser re­
tocadas p ara co n fo rm ar regiones m usulm anas e hin d ú es relativa­
m ente hom ogéneas, integradas respectivam ente en Pakistán e
India. M ucho antes de que nadie hubiese d e m an d ad o la división
de estas dos provincias, A m bedkar previo que h indúes y sijs no po­
d ría n vivir en u n país específicam ente creado p ara los m usulm a­
nes, deseando tarde o tem prano anexarse a India. En las provincias
de la F ro n tera N oroeste y Sind, d o n d e la m inoría h in d ú estaba muy
esparcida, la única solución realista era u n a transferencia de pobla­
ción supervisada oficialm ente, com o hab ía o cu rrido en Turquía,
G recia y Bulgaria. La fu tu ra India, o H industán, sería sin d u d a un
mosaico de pueblos, no u n Estado hom ogéneo. Pero, en estas con­
diciones, la cuestión de las m inorías p o d ía ser m anejada de form a
más razonable.

Me parece que, si Pakistán no resuelve el problem a com u­


nitario en el ámbito del H industán, al m enos reduce sustan­
cialm ente su proporción, dism inuyendo su am plitud y ha­
ciendo m ucho más fácil u n a solución pacífica.25

En una brillante concatenación de argumentos marcados por la lógica


de una visión política realista, Ambedkar dem uestra que en una India
unida, en la cual más de un tercio de la población sería musulmana, el
pred o m in io h in d ú significaría u n a am enaza seria. En un Estado

24 Ibid., pp. 55-87.


25 Ibid., p. 105.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 83

como ése, los m usulm anes, tem iendo la d ran ía de la mayoría, se or­
ganizarían en un partido com o la Liga M usulm ana y provocarían en
co n trap artid a el ascenso de partidos h indúes centrados en la bús­
queda de u n rajanato h in d ú .26 De producirse la división, los m usul­
m anes en el H industán serían sólo u n a m inoría p eq ueña y muy dis­
persa. Inevitablem ente, ten d rían que adherirse a este o aquel
partido político, in tegrándose en proyectos sociales y económ icos
más amplios. De la misma m anera, hab ría poco espacio para un par­
tido com o el fundam entalista M ahasabha, que se consum iría rápi­
d am ente. En cuanto a los estratos más bajos de la sociedad hindú,
harían causa com ún con la m inoría m usulm ana para luchar contra
las castas altas hindúes, p o r sus derechos de ciudadanía y dignidad
social.27
No perd erem o s tiem po evaluando los m éritos intrínsecos de los
argum ento s de A m bedkar a favor y en co n tra de la división de In­
dia, a pesar de que, en el contexto discursivo de inicios de la dé­
cada de 1940, fuesen notab lem en te perspicaces. Lo que quiero re­
saltar es el sustrato que fu n d am en ta sus argum entos. A m bedkar es
p len am en te consciente del valor de la ciu dadanía igualitaria y u n i­
versal, y asum e p o r com pleto el significado ético de las series abier­
tas. Pero, p o r o tra parte, percibe que el reclam o de la universalidad
es casi siem pre u n a m áscara p ara cu b rir la p erp etu ació n de las des­
igualdades. La política dem ocrática de la nación ofrece posibilida­
des sustantivas de o b te n e r m ayor igualdad, p ero sólo a través de
u n a rep resen tació n adecu ad a de los grupos no privilegiados en el
ap arato político. De esta m anera, u n a política estratégica de gru­
pos, clases, com unidades, etnias y series cerradas de todo tipo es in­
evitable. Pero la h o m o g en eid ad no es, a pesar de esto, abando­
nada. Al co n trario , en contextos específicos pued e ofrecer una
clave que p erm ita e n c o n tra r soluciones estratégicas p ara proble­

26 El autor se refiere aq u í a los antiguos rajas, señ ores absolutos d e sus


súbditos, y, p or analogía, a un go b iern o fuerte, con trolad o por los
h in dú es. (N. de losT rad .)
27 B. R. Am bedkar, Pakislan, op. cit., pp. 352-358.
8 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

mas de h etero g en eid ad irreconciliable, com o en el caso de la divi­


sión de India. A diferencia de las reivindicaciones utópicas del na­
cionalism o universalista, la política de h e te ro g e n e id ad nun ca
puede aspirar al prem io de en c o n tra r u n a fórm ula única que sirva
a todos los pueblos en todos los tiem pos: sus soluciones son siem ­
pre estratégicas, contextúales, históricam ente específicas e, inevita­
blem ente, provisionales.
En este punto, es útil retom ar el problem a de la diferenciación
planteada p o r A nderson entre nacionalismo y políticas de la etnicidad.
El está de acuerdo con que las series de adscripción cerrada de la guber­
namentalidad pueden crear un sentido de com unidad, que* es precisa­
mente el elem ento que alimenta las políticas de identidad étnica. Pero
ese sentido de comunidad, según cree, es ilusorio. En esos censos reales
e imaginados,

[...] gracias al capitalism o, a la m aquinaria del Estado y a


las m atem áticas, los sujetos definidos com o n ú m eros en ­
teros, n o fraccionables, llegan a ser idénticos, y, p o r lo
tanto, agregables en form a de series, com o com unidades
fantasm as.28

Por el contrario, las series de adscripción abierta del nacionalismo no


necesitan transform ar a los m iem bros individuales y libres de la co­
m unidad nacional en núm eros enteros. Pueden im aginar a la nación
habiendo existido de form a idéntica, desde los albores de los tiempos
históricos hasta hoy, sin requerir de verificación m ediante censo. Pue­
den, también, dar paso a la experiencia de la sim ultaneidad de la vida
colectiva imaginada de la nación, sin im poner u n criterio rígido y ar­
bitrario de pertenencia. ¿Pueden tales series abiertas existir, a no ser
en el espacio utópico?
Asumir estas series abiertas al mismo tiem po que se rechazan las se­
ries cerradas im plica im aginar el nacionalism o com o algo in d e p en ­

28 B en ed ict A n d erson, The Spectre of Comparisons, op. cit., p. 40.


LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 85

diente del m o d ern o arte de la gubernam entalidad. ¿Qué política


m o derna podría haber existido com pletam ente al m argen del capita­
lismo, de la m aquinaria del Estado y de las matemáticas? El m om ento
histórico que A nderson y m uchos otros parecen q u erer preservar me­
lancólicam ente es el m om ento mítico de convergencia entre el nacio­
nalism o clásico y la m odernidad. En nuestros días, no creo que re­
sulte productivo tratar de restablecer este m arco político utópico. O
m ejor dicho, no creo que ésta sea una opción disponible en el m undo
poscolonial. En estos casos, el marco teórico debe considerar una tra­
yectoria que evite la oposición entre cosmopolitismo global y chauvi­
nismo étnico. Eso significa necesariam ente ensuciarse las m anos en el
com plicado m unSo de las políticas de la gubernam entalidad. En este
contexto, las asimetrías producidas y legitimadas p o r los universalis­
mos del nacionalism o m o d ern o no dan lugar a u n a elección ética­
m ente p u ra. P orq u e el teórico poscolonial, así com o el novelista
poscolonial, nacen cuando el espacio-tiem po épico (y m ítico) de la
m o d ern id ad ha quedado atrás. Para term inar, contaré el destino de
nu estro héro e D horai.
En su vida en el m o n te con su grupo de rebeldes fugitivos, D ho­
rai se ve obligado a e n fren tar los límites de sus sueños de igualdad
y libertad. N o son las seríes cerradas de casta y co m u n idad las que
se m u estran ilusorias, sino la prom esa de u n a ciu d ad anía igualita­
ria. Progresivam ente, la aspereza de la vida fugitiva rem ueve el ca­
parazón de cam aradería. Las viejas je ra rq u ía s reap arecen. Sospe­
chas, conspiraciones, vigilancia recíp ro ca y recrim inaciones se
convierten en los sentim ientos dom inantes. La copia del Ramayana
perm anece d e n tro del equipaje de D horai, cerrada, sin h ab er sido
leída. En m edio de todo esto, u n n iñ o que dice ser un d an g h ar cris­
tiano de una circunscripción próxim a a Tatmatuli, se une a la partida.
D horai siente u n extraño vínculo con el niño. ¿Podría ser su hijo, al
que nunca ha visto? Ambos conversan largam ente. Cuanto más con­
versa con él, más se convence Dhorai de que es realm ente su hijo. El
niño se enferm a y Dhorai decide llevarlo con su m adre. En cuanto se
aproxim a a Tatmatuli, apenas puede ocultar su excitación. ¿Será éste
86 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el anhelad o final épico de nuestro Ram a m o d ern o e intocable? ¿Se


reu n irá con su esposa y con su hijo? La m adre aparece. Después de
trasladar a su hijo al in te rio r de la choza, regresa afuera e invita al
gentil extraño a sentarse con ella. H abla sobre su hijo, sobre su m a­
rido m uerto. D horai la escucha, pero es otra persona, no su esposa.
El niño es otra persona, no su hijo. D horai m antiene una conversa­
ción educada durante algunos m inutos y después se va, sin que sepa­
mos hacia dónde. Lo hace dejando atrás su paquete de ropa, ju n to
con la copia del Ramayana, que ya no necesita. D horai ha perdido
para siem pre su lugar prom etido en el tiem po profético.
¿O no? D espués de la in d ep en d en cia, B. R. A m bedkar se convir­
tió en presidente del com ité encargado de elaborar la C onstitución
india y, posterio rm en te, en m inistro de Justicia. M ientras ocupa es­
tos cargos, se convierte en pieza clave en la elaboración de u n a de
las constituciones dem ocráticas más progresistas del m undo. U na
C onstitución que garantiza los derechos fundam entales de libertad
e igualdad, sin distinción de religión o casta, al m ism o tiem po que
p la n tea m odalidades de rep resen tació n especial p ara las antiguas
castas in tocables.29 Pero cam biar la ley es u n a cosa y cam biar las
prácticas sociales o tra m uy distinta. F rustrado p o r la incapacidad
del Estado p ara p o n e r fin a la discrim inación de casta en la socie­
dad h in d ú , A m bedkar decide en 1956 convertirse al budism o. Sin
d u d a se trataba de u n acto de deserción, pero , al m ism o tiem po,
com o A m bedkar señala, tam bién se tratab a de u n acto de afirm a­
ción, al afiliarse, en defensa de la igualdad social, a u n a religión
m ucho más universalista que el hinduism o.30 A m bedkar m urió ape­
nas algunas sem anas después de su conversión, p ara ren acer veinte

29 Para el relato sobre las op ortu n id ad es legales ofrecidas a las castas


in feriores en la India in d ep en d ie n te, véase Marc Galanter, Competing
Equalities: Law and the Bacliward Classes in India, D elh i, O xford
University Press, 1984.
30 Para una discusión recien te sobre la con versión d e Am bedkar, véase
Gauri Visw anathan, Outside the Fold: Conversión, Modemity, and Belief,
P rinceton , P rinceton U niversity Press, 1998, pp. 211-239.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 87

años más tard e com o el pro feta de la liberación de los dalits. Esto
es lo que significa ahora: u n a fu en te tan to de sabiduría realista
com o de sueños em ancipadores p ara las castas oprim idas de India.
Para finalizar mi relato sobre el conflicto no resuelto entre afilia­
ciones universales e identidades particulares en el m om ento de la
fundación de la nacionalidad dem ocrática en India, voy a señalar lo
que hoy está e n ju e g o . U n tiem po atrás, en u n en cu en tro organi­
zado en un instituto de investigación indio, después de que una dis­
tinguida m esa de académ icos y funcionarios lam entara el declive de
los ideales universalistas y de los valores m orales en la vida nacional,
u n activista dalit de la audiencia p reg u n tó p o r qué los intelectuales,
tanto liberales com o izquierdistas, eran tan pesimistas con el rum bo
que la historia estaba tom an d o en el cam bio de m ilenio. Hasta
do n d e él p o d ía percibir, la últim a m itad del siglo xx había sido el
p eriodo más brillante de toda la historia de los dalits, pues se ha­
bían librado de las peores form as de intocabilidad, movilizándose
políticam ente com o com unidad. Gracias a ello, se en co ntraban en
disposición de establecer alianzas estratégicas con otros grupos
oprim idos, p ara o b te n e r m ayores porciones de p o d er en el go­
bierno. Todo esto había sido posible gracias a que la dem ocracia de
masas había abierto la p u erta p ara u n cuestionam iento de los privi­
legios de casta p o r parte de los rep resentantes de los grupos oprim i­
dos, organizados en mayorías electorales. Los expositores quedaron
en silencio después de esta conm ovedora intervención. Salí del
evento persuadido, u n a vez más, de que es m oralm ente ilegítim o
sostener los ideales universalistas del nacionalism o sin, sim ultánea­
m ente, sostener que las políticas generadas p o r el arte de la guber­
nam entalid ad d eb en ser reconocidas tam bién com o una parte
igualm ente legítim a del espacio-tiem po real de la vida política mo­
d e rn a de la nación. De o tra m anera, las tecnologías gubernam enta­
les c o n tin u arán proliferan d o , sirviendo, com o sirvieron en gran
parte de la época colonial, com o instrum entos m anipulables de do­
m inio de clase, en u n o rd en capitalista global. Al inten tar encontrar
espacios éticos reales p ara su actuación en el espacio heterogéneo,
8 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

las incipientes resistencias a este o rd en harían bien en esforzarse


para inventar nuevos térm inos de justicia política.
En el capítulo 7, “Grupos de población y sociedad política”, discutiré
las implicaciones conceptuales de lo que creo ha sido u n significativo
cambio en las tecnologías y form as de gobierno, derivado de la con­
solidación de la dem ocracia de masas en amplias regiones del m undo
durante el siglo xx. A rgum entaré que la vieja idea, canonizada po r la
Revolución Francesa, de la soberanía popular y de un orden político
y legal basado en la igualdad y en la libertad, ya no resulta adecuada
para la organización de las dem andas democráticas. En estos años vie­
nen em ergiendo nuevas form as de organización dem ocrática, m u­
chas veces contradictorias con los viejos principios de la sociedad ci­
vil liberal. Si bien se encu en tran todavía de m anera fragm entaria,
incipiente e inestable, esta em ergencia reclam a de nuestra parte nue­
vas concepciones teóricas, que sean apropiadas p ara describir las for­
mas de la política popular en la mayor parte del m undo.

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