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2.

La nación en tiempo
heterogéneo

El objetivo de este texto es reflexionar sobre las form as de


la política popular, según ésta se desarrolla en la mayor parte del
m undo. C uando digo “p o pular” no presum o necesariam ente una
form a institucional o u n proceso político particular. Sugiero, p o r el
contrario, que en gran m edida la política que describo se encuentra
contenida en las funciones y actividades de los sistemas gubernam en
tales m odernos, habiéndose convertido en parte de lo que se espera
que sean las funciones de los gobiernos en todo el m undo. Argu
m ento, además, que estas expectativas han desem bocado en un tipo
concreto de relaciones entre gobiernos y pueblos. La política popular
que describiré crece a partir de estas relaciones y es conform ada por
ellas. Por su parte, espero que lo que quiero decir con “mayor parte
del m u n d o ” se vaya esclareciendo a lo largo del texto. De m anera ge
neral, me refiero a aquellas regiones que no participaron de m anera
directa en la historia de la evolución institucional de la dem ocracia
capitalista m oderna, que podrían ser consideradas como parte de lo
que denom inam os, de form a imprecisa, el O ccidente m oderno. Pero,
como indicaré, hay una presencia significativa de este O ccidente mo
d erno en m uchas sociedades no occidentales, así com o hay, de he
cho, amplios sectores de la sociedad occidental contem poránea que
no son necesariam ente parte de la entidad histórica conocida como
O ccidente m oderno. En todo caso, si tuviera que hacer u n a estima
ción del nú m ero de personas en el m undo que están conceptual
m ente incluidas en mi definición de política popular, yo diría que estoy
58 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

hablando de la vida política de algo más de tres cuartos de la hum a


nidad contem poránea.
Mi propósito es revisar varios conceptos familiares de la teoría social:
los de sociedad civil y Estado, ciudadanía y derechos, afiliaciones universales e
identidades particulares. Ya que analizaré la política popular, debo tam
bién considerar la cuestión de la democracia. Muchos de estos concep
tos ya no nos parecerán tan familiares después de que haya puesto mi
foco sobre ellos con la intención de que se mire a través de esa lente. La
sociedad civil, por ejemplo, va a aparecer como una asociación cerrada
de grupos de élite modernos, atrapada en enclaves de libertad cívica y
racionalidad legal, separada de la más amplia vida popular de las comu
nidades. La ciudadanía va a tom ar dos formas diferenciadas: la ciudada
nía formal y la ciudadanía efectiva. Y, a diferencia de la costumbre anti
gua, conocida entre nosotros desde los griegos hasta Maquiavelo y
Marx, p ro p o n g o no hablar de dom inantes y dom inados, sino de
aquellos que gobiernan y de aquellos que son gobernados. “Gober-
n ab ilid ad”, la nueva llave en el estudio de las políticas públicas, es,
sugiero, el cuerpo de conocim ientos y el conjunto de técnicas usadas
p o r aquellos que gobiernan o en interés de ellos.1 La democracia, hoy
en día, no es el gobierno del pueblo por el pueblo para el pueblo. Antes
bien, debería ser vista como la política de los gobernados.
C onform e avance, aclararé mis argum entos conceptuales y elabo
raré interrogantes sobre estos temas. Para introducir la discusión so
b re la política popular, me gustaría com enzar p ro p o n iendo un con
flicto situado, en la mayor parte del m undo, en el m eollo de la
política m oderna. Se trata de la oposición en tre la idea de naciona
lismo cívico, basado en las libertades individuales y en la igualdad de
derechos, in dependientem ente de distinciones de religión, raza, len
gua o cultura, y las dem andas particulares basadas en la identidad cul
tural, que reclam a u n trato diferenciado para determ inados grupos,

1 El n eo lo g ism o Govemance fue traducido co m o “g ob ern ab ilid ad ”, de


m anera q u e sea con sisten te co n la bibliografía de la recien te cien cia
p o lítica publicada en A m érica Latina. (N. d e los Trad.)
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basándose en su vulnerabilidad y atraso, en una real o supuesta injus


ticia histórica, o en cualquier otro aspecto. Esta oposición, argum en
taré, es sintom ática de la transición experim entada en la política mo
dern a d u ran te el siglo XX, desde una concepción de la política
dem ocrática basada en la idea de soberanía popular, hacia una con
cepción de la política dem ocrática m odelada por la práctica de la gu
bernam entalidad (govemmentality) }
El ideal universal del nacionalism o cívico es captado de form a co
rrecta p o r B enedict A nderson cuando sostiene, en su ya clásico li
bro Comunidades imaginadas, que la nación m o derna vive u n tiem po
h om o g éneo vacío y que el espacio social se distribuye en ese
tiem po.3 Este argum ento de A nderson form a parte de una corriente
d om inante en el pensam iento histórico m oderno. Un m arxista po
dría d e n o m in ar a ese tiem po “el tiem po del capitalism o”. A nderson
ad o p ta explícitam ente la form ulación de W alter Benjamin y la usa
con el resultado brillante de dem ostrar las posibilidades materiales de
formas anónim as de sociabilidad de gran alcance, conformadas por la
experiencia sim ultánea de la lectura de periódicos y diarios o por la
experiencia de acom pañar las vidas privadas de los personajes popu
lares de ficción (novelas, sobre to d o ). Es esta misma sim ultaneidad
experim entada en el tiem po hom ogéneo vacío la que nos perm ite ha
blar de la existencia de categorías de econom ía política tales como
precios, salarios, mercados, etc. El tiem po hom ogéneo vacío, entonces,
es el tiem po del capitalismo. D entro de su dom inio, éste no tom a en
consideración n in g u n a resistencia. C uando e n cu en tra un im pedi
m ento, lo in terp reta com o u n residuo precapitalista que pertenece al

2 El autor em p lea el n eo lo g ism o Govemmentality,


“gu b ern a m en ta lid a d ”, para indicar el cam p o y las estrategias de
a cció n de las agencias gu b ern am entales e n el terreno de la vida
social m un d an a. (N . d e lo s Trad.)
3 B e n e d ict A n d erson, Imagined Coinmunilies: Rejlections on the Origin
and Spread o f Nationalism, Londres, Verso, 1983. Hay traducción al
castellano: B en ed ict A n d erson, Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, M éxico, F ondo de Cultura
E con óm ica, 1993.
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tiem po de lo p rem o d ern o . Tales resistencias al capitalism o (o a la


m odernidad) son interpretadas com o rem anentes del pasado de la
h um anidad, algo que las personas d eb erían h ab er dejado atrás,
aunque p or alguna razón no lo hicieron. Al im aginar al capitalism o
(o a la m odernidad) com o un atributo pro p io de la contem poranei
dad, esta perspectiva no sólo consigue categorizar las resistencias
que se le e n fren tan com o arcaicas y atrasadas: consigue tam bién
asegurar al capitalism o y a la m o dern idad su triunfo final, in d ep en
d ientem ente de las creencias y esperanzas que algunas personas pu
dieran tener, p orqu e a fin de cuentas, com o todo el m u ndo sabe, el
tiem po n o se detiene.
En The Spectre of Comparisons, A nderson c o n tin ú a el análisis ini
ciado en Comunidades imaginadas, distinguiendo en tre nacionalism o
y políticas de la etnicidad. En este sentido, identifica dos tipos de se
ries producidas p o r el im aginario m od ern o de la com unidad. Por
un lado, están las series de adscripción abierta ( unbound series) plas
madas en los conceptos universales característicos del pensam iento'
social m oderno: naciones, ciudadanos, revolucionarios, burócratas, traba
jadores, intelectuales, etc. El otro tipo está constituido p o r las series de
adscripción cerrada (boundseries) de la gubernam entalidad: los tota
les finitos de las clases de población producidas p o r los censos y p o r
los sistemas electorales m odernos. Las series abiertas son típica
m ente im aginadas y narradas p o r m edio de los instrum entos clási
cos del “capitalismo de im prenta”, com o los periódicos y las novelas.
Estos instrum entos b rindan a los individuos la o p o rtu n id a d de ima
ginarse a sí mismos com o m iem bros de solidaridades más extensas
que las ejercidas cara a cara, de actuar en nom b re de esas solidari
dades y de trascender, m ediante u n acto de im aginación política,
los límites im puestos p o r las prácticas y costum bres tradicionales.
Las series abiertas son potencialm ente liberadoras. Las series cerra
das, por el contrario, solam ente p u ed en o p erar com o enteros. Esto
implica que, para cada categoría de clasificación, un individuo sólo
puede ser contado com o u n o o com o cero, n u n ca com o u n a frac
ción, lo que a su vez significa que todas las filiaciones parciales o
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mixtas son excluidas. U na persona pued e ser negra o no negra, m u


sulm ana o no m usulm ana, m iem bro de u n a trib u o ajeno a ella,
nunca parcial-o co ntextualm ente m iem bro de una de estas catego
rías. Las series cerradas, sugiere A nderson, son lim itadoras y tal vez
in h eren te m en te conflictivas. Son las que sirven com o fu n dam ento
para g en erar las herram ientas de las políticas de la etnicidad.
A nderson utiliza esta distinción e n tre series cerradas y abiertas
p ara con struir su arg um en to sobre la b o n d a d relativa del nacion a
lismo y la sordidez irrem ediable de las políticas de la etnicidad. En
este p u n to se m uestra hábil para preservar lo g en u inam ente ético y
noble del p en sam ien to crítico universal ilustrado. E n frentado con
las evidencias innegables del conflicto histórico y del cam bio, su
an h elo pasa p o r afirm ar un universal ético, que n o niegue la m ulti
plicidad de los deseos y valores hum ano s y que no los aparte de sí,
co m o indignos o efím eros, sino que más bien los incluya e integre
com o el verd ad ero sustento histórico sobre el cual este universal
ético afirm arse. A nderson, en la tradición de buena p arte del p e n
sam iento historicista progresista del siglo xx, considera el universa
lismo político com o algo in h e re n te a nuestro tiem po. H abla a m e
n udo de la:

[...] rem arcable propagación planetaria, no sim plem ente


del nacionalismo, sino de una concepción profundam ente
estandarizada de la política, que en parte refleja las prácti
cas diarias enraizadas en la civilización industrial, que ha
sustituido al cosmos para dar paso al m undo.4

Este argum ento requiere que previamente asumamos la idea de un


m undo que es único en esencia, para hacer factible la idea de una acti
vidad com ún llamada política, extendida por todas partes. Se debe no
tar, además, que el tiem po, en esa concepción, fácilmente se traduce

4 B en ed ict A n d erson, The Spectre of Comparisons: Nalionalism Soulheast


Asia and ¡he World, Londres, Verso, 1998, p. 29.
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como espacio, de form a que deberíam os más propiam ente hablar del
espacio-tiempo de la modernidad. La política, en este sentido, habita en
el espacio-tiempo hom ogéneo y vacío de la modernidad.
Estoy en desacuerdo con este enfoque. Creo que esta visión de la
m odernidad, o más precisam ente del capitalismo, está equivocada
porque la problem ática es vista desde un solo lado. Esta concepción
observa únicam ente u n a dim ensión del espacio-tiempo de la vida mo
derna. Porque, aunque las personas puedan imaginarse a sí mismas
en u n tiem po hom ogéneo y vacío, no viven en él. El espacio-tiempo
hom ogéneo y vacío es el tiem po utópico del capitalismo. Lineal
m ente conecta el pasado, el presente y el futuro, y se convierte en
condición de posibilidad p ara las im aginaciones historicistas de la
identidad, la nacionalidad, el progreso, etc., con las que A nderson y
otros autores nos han familiarizado. Pero el tiem po hom ogéneo y va
cío no existe com o tal en ninguna parte del m undo real. Es utópico.
El espacio real de la vida m odern a es u na heterotopía (en este punto,
mi deuda hacia Michel Foucault es obvia, a pesar de que no estoy
siempre de acuerdo con el uso que hace de ese concepto) .5 El tiem po
es heterogéneo, disparm ente denso. No todos los trabajadores indus
triales interiorizan la disciplina de trabajo del capitalismo, e incluso
cuando lo hacen, esto no ocurre de la misma m anera. En este con
texto, la política no significa lo mismo para todas las personas. Creo
que ignorar esto implica desechar lo real p o r lo utópico.
H om i B habha, al d escribir el lugar de la nación en el m arco de
la tem poralidad, señaló hace años que la narrativa de la nación se
en cu en tra obligada a afrontar u n a inevitable ambivalencia, con dos
planos temporales que interactúan. En un plano temporal, el pueblo es
objeto de u na pedagogía nacional ya que se encuentra siem pre en

5 F o u ca u lt d esarrolla este c o n c e p to e n un d eb a te d esarrollad o en


m arzo d e 1967. A p esar d e q u e el tex to n o fu e revisado p o r el
autor, el m anu scrito se distribuyó en B erlín p o c o an tes d e su
m u erte, en 1984. En octu b re d e ese a ñ o , el tex to , titu lad o
“D es E sp ace Autres", fu e p u b lic a d o p o r la revista fran cesa
Architecture/ M ouvem ent/Continuité.
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construcción, en u n proceso de progreso histórico hacia un nunca


culm inado destino nacional. Pero en el otro plano, la unidad del
pueblo, su identificación perm anente (desde y hasta siempre) con la
nación, debe ser continuam ente significada, repetida y escenificada.6
Trataré de ilu strar algunos ejem plos de esta am bivalencia, argu
m en tan d o que se trata de un aspecto inevitable de la política m o
derna. No considerarlos im plicaría o bien u n a piedad condescen
diente, o bien asumir de m anera acrítica la estructura de dominación
existente.
■ Es posible citar m uchos ejemplos extraídos del m undo poscolonial
que sugieren la presencia de u n tiem po denso y heterogéneo. En esos
lugares, se puede observar a capitalistas industriales que postergan el
cierre de u n negocio porque no han consultado con sus respectivos as
trólogos, o a ministros que abiertam ente se vanaglorian de haber ase
gurado más em pleos para las personas de su clan y haber m antenido
a los m iem bros de otro clan alejados de la adm inistración. Pero de
finir estas situaciones com o p ro d u cto de la convivencia de varios
tiempos - e l tiem po de lo m oderno y el tiem po de lo p rem o d e rn o -
supondría únicam ente ratificar el utopism o característico de la mo
dern idad occidental. U n gran n ú m ero de trabajos etnográficos re
cientes h a establecido que estos “otros” tiempos n o son meras super
vivencias de un pasado prem odem o: son los nuevos productos del
encuentro con la propia m odernidad. Llevando el argumento un poco
más allá, agregaría, además, que el m undo poscolonial, fuera de Europa
occidental y América del Norte, constituye, en realidad, la mayoría del
m undo m oderno.
En el pró x im o ap artad o discutiré con algún detalle u n ejem plo
de la ten sió n c o n tin u a en tre la dim ensión u tóp ica del tiem po h o
m ogéneo del capitalismo y el espacio real constituido por el tiem po
heterogéneo de la gubem am entalidad, así como los efectos producidos
por esa tensión en los esfuerzos p o r narrar la nación.

6 H o m i B habha, “D issem iN atión ”, e n H om i Bhabha (ed .), Naíion and


Narration, Londres, R ou tled ge, 1990, pp. 291-322.
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II

Bhimrao Ramji A m bedkar (1891-1956) fue uno de los más notables


estudiantes de la Universidad de Columbia. Nacido en la com unidad
de intocables, Mahar, en M aharashtra, India, luchó con grandes obs
táculos antes de alcanzar una educación superior e iniciar su carrera
profesional. Obtuvo un doctorado en Ciencia Política p o r la Univer
sidad de Colum bia en 1917 y siem pre recordó la influencia que ejer
cieron sobre él los profesores Jo h n Dewey y Edwin Seligm an.7 Am
bedkar es famoso en India por ser el líder político más destacado del
siglo xx entre los dalit, las antiguas castas de intocables. En ese papel
ha sido celebrado tanto como vilipendiado, a causa de su activa lucha
en favor de una representación política separada para su casta, un sis
tema de cuotas preferenciales y acción afirmativa en favor de ésta en
la educación y en la adm inistración, y la construcción de u na identi
dad cultural distinta, vinculada a su conversión a otra religión, el bu
dismo. Al mismo tiem po, A m bedkar es tam bién famoso p o r haber
sido el principal arquitecto de la Constitución india, además de un ar
duo defensor del Estado m odernizador intervencionista y de la p ro
tección legal de las virtudes m odernas de la ciudadanía igualitaria y
del secularismo. Pocas veces la tensión entre la hom ogeneidad utó
pica y la heterogeneidad real ha desem peñado u n papel más dram á
tico que en la carrera intelectual y política de B. R. Ambedkar.
No m e p ro p ongo aquí en tregar u n a biografía intelectual com
pleta de Ambedkar. A unque esto es algo que aún está pen diente,
creo que es un a tarea para la cual no tengo la com petencia necesa
ria. Lo que haré, en vez de eso, será resaltar ciertos m om entos de su
biografía, para subrayar las contradicciones existentes en la política
m oderna entre las dem andas rivales de la ciudadanía universal, por
un lado, y la protección de los derechos particulares, p o r otro. Mi
objetivo aquí será dem ostrar que no existe, entre las disponibles, una

7 “A lum nus, A utor o f Indian C on stitution H o n o r e d ” e n Columbia


University Record, añ o 21, n “ 9, 3 d e noviem bre d e 1955, p. 3.
FLAC'üü -
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narrativa histórica sobre la nación que p u ed a resolver estas con tra


dicciones.
A m bedkar era u n m odernizador puro. Creía en la ciencia, en la
historia, en la racionalidad, en el secularísmo y, po r encim a de todo,
en el Estado m oderno como espacio para que la vida hum ana encon
trara sentido y se realizara. P ero como intelectual dalit no podía es
quivar la siguiente pregunta: ¿qué razón de ser tiene la particular
form a de desigualdad social practicada en el ám bito del llamado sis
tem a de castas en India? En sus dos trabajos más im portantes, Who
Were theShudras (1946) y The Untouchables (1948), A m bedkar buscó el
origen histórico específico de la intocabilidad.8 Allí, concluyó que la
intocabilidad no se rem ontaba a tiem pos inmemoriales, sino que, por
el contrario, tiene una historia definida, cuyo inicio se puede establecer
científicam ente alrededor de hace mil quinientos años.
No es necesario, en este momento, juzgar la plausibilidad de la teoría
de Ambedkar. Lo más significativo para nuestro propósito es la estruc
tura narrativa que subyace en ella. Según argum entaba Ambedkar,
existió en un inicio u n Estado de igualdad entre los brahm anes, los
sudras y los intocables. Esa igualdad no se refiere únicam ente a un es
tadio m itológico, sino que se trataría de un m om ento histórico defi
nido, en el cual todas las tribus indoarias estaban integradas p o r pas
tores nóm adas. La transición hacia la agricultura sedentaria y la
reacción, bajo la form a de budism o, contra la religión de sacrificios
de las tribus védicas, habría sido el siguiente paso histórico. A eso le
siguió el conflicto en tre los brahm anes y los budistas, que llevó a la
derrota política del budism o, a la degradación de los sudras y a que
los “hom bres mezclados”, com edores de carne, fuesen relegados a la
intocabilidad. La cuestión m oderna de la abolición de las castas era,
entonces, la búsqueda de u n reto rn o a aquella igualdad prim igenia,

8 B. R. Am bedkar, Who Were the Shudras? How they Carne to be theFourlh


Varna in the Indo Aryan Society, Bombay, Thackers, 1970 (prim era
ed ició n d e 1946); B. R. Am bedkar, The Untouchables: VV7io Were they
and Why they Became Untouchables. N ueva D elh i, Amrit B ook
Com pany, 1948.
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que era la condición histórica original de la nación. De esta m anera,


la búsqueda utópica de la hom ogeneidad se vuelve un avatar histó
rico. Como sabemos, ésta es una narrativa historicista muy familiar en
el nacionalismo m oderno.
Para dem ostrar cómo esta narrativa es pertu rb ad a p o r el tiem po
h eterogéneo de la gubernam entalidad colonial, es preciso analizar
las ficciones literarias producidas p o r el nacionalismo.

III

U na de las grandes novelas sobre el nacionalismo indio es Dhoraicha-


ritmanas (1949-1951), del escritor bengalí Satinath B haduri (1906-
1965).9 La novela está construida deliberadam ente para adecuarse a la
forma de los Ramcharitmanas, la versión hinduista, escrita en el siglo XVI
por el poeta santo Tulsidas (1532-1623), de la historia épica de Rama,
el rey mitológico que a través de su vida y de su conducta ejem plar ha
bría creado el más perfecto reino en la tierra. El Ramayana de Tulsi
das es, tal vez, el más largo y conocido trabajo literario de toda la am
plia porción de India donde se habla hindi. El relato proviene del
discurso m oral oral y está escrito con u n vocabulario cotidiano que
atraviesa distinciones de casta, clase y secta. Según se dice, la obra fue
el más poderoso vehículo para la generalización de los valores cultu
rales brahm ánicos provenientes del norte de India. La diferencia entre
la versión en clave m oderna de Satinath Bhaduri y la versión épica es
que su héroe, Dhorai, es oriundo de u n a de las castas degradadas.
Dhorai es un tatma de Bihar, al norte de India (el distrito es Pernea,
pero Satinath usa el nom bre ficticio de Jiran ia). No se trata de un
grup o especializado en la agricultura, sino en la construcción de

9 Satinath Bhaduri, Dhorai Charitmanas (vol. 1, 1949; vol. 2, 1951), en


Satinath Granthabali, vol. 2. Editado p or Zanca G hosh y Nirm alya
Acharya, Calcuta, S ign et, 1973, pp. 1-296.
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techos de paja y en la perforación de pozos. C uando Dhorai es toda


vía un niño, su padre m uere. Al qu erer casarse nuevam ente, su ma
dre se ve obligada a dejarlo al cuidado de Bauka Bawa, el hom bre sa
grado de la aldea. Dhorai crece yendo de puerta en puerta,
acom pañando al sadhu, con su tacita de limosna, cantando canciones,
la mayoría de ellas sobre el legendario Rey Rama y su reino perfecto.
El m undo m ental de D horai está anclado en el tiem po mítico. Nunca
ha frecuentado la escuela, pero sabe que aquellos que p ueden leer el
Ramayana son hom bres de gran m érito y autoridad social. Sus mayo
res -aquellos que lo ro d e a n - conocen los asuntos de gobierno, por
supuesto, y tam bién los de los tribunales y la policía, y algunos en la
vecindad, que trabajan en los jard ines y cocinas de los oficiales, pue
den contar historias de cuando el magistrado del distrito estaba insa
tisfecho con el presidente del consejo distrital, o cuando la nueva em
pleada dom éstica se dem oraba u n poco más durante las tardes en el
bungalow del oficial de la policía. Pero su estrategia general de super
vivencia, perfeccionada p o r la experiencia de generaciones, es ale
jarse de los problem as vinculados al gobierno y a sus procedimientos.
En cierta ocasión, tras u n arrebato, los pobladores dhanghars de los
alrededores p re n d e n fuego a la cabaña de Bauka Bawa. La policía
llega a investigar y Dhorai, el único testigo ocular, es obligado a decir lo
que ha visto. C uando está a punto de hablar, advierte la mirada de
Bauka Bawa. “No hables”, parece decirle el bawa. “Es la policía y se irá
en una hora. Los dhanghars son nuestros vecinos y tendrem os que vivir
con ellos.” Dhorai com prende y le dice al policía que no ha visto nada,
y que no sabe quién ha prendido fuego a su casa.
U n día D horai, ju n to con otros vecinos de la aldea, oye hablar de
Ganhi Bawa, que según se dice es u n hom bre santo, mayor que su
propio Bauka Bawa o que cualquier otro bawa del que se haya tenido
noticia, porque es casi tan grande como el propio señor Rama. Ganhi
Bawa, se com enta, no come carne ni pescado, nunca se ha casado y
deam bula com pletam ente desnudo. Hasta el maestro de la escuela
bengalí, el hom bre más instruido en la aldea, se ha convertido en su
seguidor. U n m om ento culm inante, de gran exaltación, tiene lugar
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cuando se descubre en la aldea que una im agen de G anhi Bawa ha


aparecido en u na calabaza. Con grandes celebraciones, la milagrosa
calabaza es instalada en el tem plo, con ofrendas dignas del mayor
hom bre santo del país. G anhi Bawa, según los yatmas, era un gran
personaje, p o rq ue hasta los m usulm anes habían prom etido dejar de
com er carne y cebolla, y el cham án de la aldea, a quien nadie nunca
había visto sobrio, había ju ra d o solem nem en te b eb er a p a rtir de
aquel día el licor más suave y abstenerse com p letam ente del opio.
Un tiem po después, algunos aldeanos re c o rre n el largo cam ino
hasta la sede del distrito para ver a G anhi Bawa en persona. Pero re
gresan con el entusiasm o algo decaído. Las ingentes m ultitudes les
habían im pedido ver al gran hom bre de cerca, p ero lo que h abían
visto era descabellado. Según contaban, G anhi Bawa, com o los ex
travagantes abogados y profesores de la ciudad, ¡usaba lentes!
¿Dónde se ha visto que un h o m b re santo use lentes? E ntre quienes
regresan, algunos se p reg u n tan en voz baja si el h om bre n o podría,
a fin de cuentas, ser u n a farsa.
El relato in trincadam ente hábil de Satinath B haduri sobre la for
mación de D horai entre los taim as durante las prim eras décadas del
siglo xx p odría fácilm ente ser leído como una etnografía fiel del go
bierno colonial y del surgim iento del m ovim iento nacionalista en el
norte de India. Nosotros sabemos, por ejem plo, a través de los estu
dios de Shahid Amin, que la autoridad de M ahatma G andhi se conso
lidó entre el cam pesinado indio a través del relato de sus poderes mi
lagrosos y de rum ores sobre el destino de sus seguidores y
detractores. Sabemos tam bién que el program a del Congreso10 y los
objetivos del movimiento fueron transm itidos en el interior del país a

10 El C on greso N acional In d io, tam bién c o n o c id o c o m o Partido d el


C on greso o sim p lem en te C on greso, fue cread o e n 1885 p o r in d ios
con ed u ca ció n occid en tal y fu n cio n ó c o m o aglu tin an te d e la
p olítica nacionalista en toda India. G ob ern ó el país d esp u és d e su
in d ep en d e n c ia d e Inglaterra en 1947, hasta in icios d e la d écad a d e
1990, co n un breve in term ed io a finales d e los años seten ta. (N . d e
los Trad.)
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través del lenguaje del m ito y de la religión p o p u lar.11 Pero, si bien


la figura de G andhi y los m ovim ientos que lideró en las décadas de
1920 y 1930 se sustentaban en elem entos com unes que com partían
m illones de personas, tanto en las ciudades com o en las aldeas in
dias, la vivencia de estos elem entos no era idéntica en todos los ca
sos. A un cu ando las personas participaban en los mismos grandes
eventos, tal com o son descritos p o r los historiadores, sus diversas
p ercepciones eran narradas en lenguajes muy diferentes y habita
ban tam bién universos vitales muy distintos. La nación, pese a estar
siendo constituida a través de tales eventos, vínicam ente existía en
tiem po h eterog éneo.
O bviam ente, se puede objetar que la nación es de h echo u n a abs
tracción, o, para usar la expresión que B enedict A nderson hizo fa
mosa, apenas “u n a com unidad im aginada”, y que, p o r lo tanto, esa
construcción ideal y vacía, oscilando com o estaba en el tiem po h e
terog éneo, podía recibir contenidos diversos p o r parte de diversos
grupos de personas, los cuales, a pesar de m a n ten e r en su aldea su
carácter específico, p o d ían de todas m aneras in teg rar la serie
abierta de ciudadanos nacionales. Sin duda, éste es el sueño de to
dos los nacionalistas. S atinath B haduri, un funcio nario destacado
del P artido del Congreso en el distrito de Pernea, com partía este
sueño. Era agu dam ente consciente de la estrechez y el p articula
rismo de las vidas cotidianas de sus personajes, que todavía no se ha
bían convertido en ciudadanos nacionales. Pero B haduri estaba es
p eranzado en lo que respecta al cambio. Percibía que incluso entre
los rebajados tatm as y dhangars se p o d ían e n co n tra r ciertas inquie
tudes nuevas. Su héroe, D horai, conduce a los tatmas a desafiar a los
brahm anes locales y a ceñirse ellos mismos el hilo sagrado, repitiendo
un proceso que estaba ocurriendo en toda India en ese periodo, que

11 Shahid A m ia, “G andhi as M ahatm a”, en Ranajit G uha (ed .),


Subaltem Studies III, Del)]i, O xford Universiry Press, 1984, pp. 1-61;
Shahid Á inin, Event, Metaphor, Memory: Cluiuri Chaura, 1922-1992,
D elh i, O xford Universíty Press, 1995.
7 0 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el sociólogo M. N. Srinivas describe com o “sanscritización”, pero


que el historiador David H ard im an h a m ostrado que estuvo m ar
cado p o r u n a contestación am arga y u n a confrontación, p o r lo ge
neral violenta, en tre la dom inación de la élite y la resistencia subal
te rn a .'2 El intrincado grado de clasificaciones gu b ernam entales de
castas y com unidades n u n ca está ausente en la narrativa de Sati-
nath. En u n a alusión delib erada a la historia del legen dario p rín
cipe Rama, involucra a su héro e, D horai, en u n a cruel conspiración
urdida contra él p o r sus propios parientes. D horai sospecha que su
m ujer h a m an tenid o u n a relación con u n h o m b re cristiano de la
circunscripción de D hangar. P or ello, ab an d o n a su aldea, p arte al
exilio y reconstruye su vida en otra aldea, en tre otras com unidades.
D horai es desarraigado de la estrechez de su h o g ar y lanzado al
m undo. El nuevo p u en te de metal, a lo largo del cual los autom óvi
les y camiones pasan zum bando p o r lo que antes eran antiguos y p e
sados cam inos de buey, abre su im aginación.

¿Dónde empieza esta carretera? ¿Dónde desaparece? [Dho


rai] no lo sabe. Tal vez nadie lo sepa. Algunas de las carro
zas están cargadas con maíz, otras traen litigantes al tribu
nal del distrito, otras más llevan pacientes al hospital. En
su m ente, D horai ve sombras que le sugieren algo sobre la
vastedad del país.13

12 M. N. Srinivas, Social Change in Modern India, B erkeley, U niversity


o f C aliforn ia Press, 1966; David H ard im an , The Corning o f the Devi:
A divasi Assertion in Western India, D e lh i, O x fo rd U niversity Press,
1987. El h ilo sagrado o Yajnopavila es u n e le m e n to cere m o n ia l
q u e se c iñ e e n torn o a la cin tu ra e n lo s m o m e n to s d e rezo.
In icia lm en te só lo lo s b rah m an es d e casta alta estab an au torizad os
a portarlo. El n iñ o brah m án recib ía este h ilo e n u n a c e r e m o n ia
e sp e c ia lm e n te sign ificativa en tre lo s 5 y 8 a ñ o s. S ó lo a partir d e
ese m o m e n to se co n sid era b a q u e era p le n a m e n te un brahm án.
(N . d e los Trad.)
13 Satinath Bhaduri, Dhorai, op. cil., p. 70.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 71

La nación está tom ando forma. Satinath envía a su héroe, en u najo r-


nada épica, en dirección a la m eta prom etida, no de realeza, pues ya
no estamos en la época m ítica de Rama, sino de ciudadanía.

IV

El sueño de Ambedkar de u n a ciudadanía igualitaria aún tenía que li


diar con la realidad de las clasificaciones gubernamentales. Ya en 1920,
Ambedkar situó el problem a de representación que enfrentaban los in
tocables en India:

El derecho de representación y el derecho a ocupar un


cargo público son dos de los más im portantes derechos que
com ponen la ciudadanía. Pero la intocabilidad coloca estos
derechos m ucho más allá del alcance de los intocables [...]
ellos [los intocables] sólo podrán ser efectivamente repre
sentados p o r intocables.

La representación general de todos los ciudadanos no atendería las


necesidades especiales de los intocables, porque, dados los prejuicios
y las prácticas habituales entre las castas dom inantes, no había razón
para esperar que éstas usasen la ley para emanciparlos.

U n parlam ento compuesto por hom bres de casta alta no


aprobará una ley que remueva la intocabilidad, autorice los
casamientos entre castas, suspenda la exclusión del uso de
vías públicas, templos públicos y escuelas públicas. No porque
ellos no puedan, sino principalmente porque no lo desean.14

14 Citado en Gail O m vedt, D alits and the Demoa atic Revolution: Dr.
Ambedkar and th eD alit Movement in Colonial India, N ueva D elhi, Sage,
1994, p. 146.
72 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

Pero existían en ese m om ento alternativas diferentes para asegurar


las necesidades especiales de representación de los intocables, m u
chas de las cuales habían sido ensayadas durante la época colonial.
Una posibilidad consistía en la protección directa, p o r parte de auto
ridades coloniales, de los intereses de las castas bajas contra las castas
altas políticam ente dom inantes. O tra posibilidad era el nom bra
m iento p o r el gobierno colonial de personajes procedentes de los
grupos intocables para servir como sus representantes. U na tercera
alternativa consistía en reservar u n cierto núm ero escaños en el legis
lativo para los candidatos de las castas bajas. Por último, tam bién era
posible separar el electorado, para que los electores de las castas infe
riores pudiesen elegir a sus propios representantes. En el m undo in
m ensam ente com plicado de la política colonial de la época tardía, to
dos estos m étodos, con incontables variaciones, fueron debatidos y
experim entados. Además, la casta no era el único contencioso vi
gente en ese m om ento acerca de la representación étnica. La cues
tión aún más com plicada de las religiones m inoritarias vino a unirse,
inexorablem ente, a los debates sobre la ciudadanía en la India colo
nial tardía.
Ambedkar renegaba especialm ente de un o de estos m étodos de re
presentación especial: la protección directa proporcionada p o r el ré
gimen colonial. En 1930, cuando el Partido del C ongreso declaró
como objetivp político o btener la independencia o Swaraj, A m bedkar
declaró en una reunión de representantes de las castas inferiores:

[...] la actual form a de gobierno burocrático en India debe


ría ser sustituida po r un gobierno que sea un gobierno del
pueblo, p o r el pueblo y para el pueblo [...] Sentim os que
nadie puede rem over nuestros grilletes m ejor que nosotros
mismos, y no podem os removerlos a no ser que tomemos el
p o d er político en nuestras propias manos. N inguna frac
ción de ese p o d er político puede, evidentem ente, llegar a
nosotros m ientras el gobierno británico perm anezca de la
form a que es hoy. Solam ente en una Constitución Swaraj
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 7 3

tendrem os u n a oportunidad de tom ar el p o d er político en


nuestras propias m anos, sin el cual no podrem os traer la
salvación a nuestro pueblo [...] Sabemos que el poder polí
tico está siendo transferido de los británicos a m anos de
quienes ejercen sobre nuestra existencia un trem endo po
d er económ ico, social y religioso. Nosotros deseam os que
eso ocurra, a pesar de que la idea del Swaraj nos trae a la
m em oria m uchas de las tiranías, opresiones e injusticias
practicadas contra nosotros en el pasado 15

El dilem a está aquí claram ente señalado. El gobierno colonial, a pe


sar de todos sus discursos sobre la necesidad de elevar a quienes esta
ban o prim idos bajo la tira n ía religiosa del h in d u ism o tradicional,
sólo p o d ía tratar a los intocables com o un objeto pasivo de atención.
No podía concederles la ciudadanía. Solam ente bajo u n a Constitu
ción nacional ind ep en d ien te la ciudadanía era concebible para los
intocables. Pero si la independencia significaba el dom inio de las cas
tas altas, ¿cómo pod rían los intocables ten er esperanzas de ob tener
una ciudadanía igualitaria y conseguir el fin de la opresión que su
frían desde hacía siglos? La posición de Am bedkar era clara: aun
cuando suponía el predom inio político de las castas altas, los intoca
bles debían apoyar la independencia nacional y posteriorm ente p ro
seguir su lucha p o r la igualdad en el m arco de la nueva Constitución.
En 1932, el mecanismo para lograr la ciudadanía igualitaria de los in
tocables se volvió un tema de dramático desencuentro entre Ambedkar
y Gandhi. En el transcurso de las negociaciones entre el gobierno britá
nico y los líderes políticos indios sobre las reformas constitucionales,
Ambedkar, representando a las castas inferiores, defendió que éstas de
bían constituir un electorado separado y elegir a sus propios represen
tantes en el parlam ento central y en los parlam entos provinciales. El
Partido del Congreso, que previamente había concedido a los musulma
nes una solicitud semejante de form ar electorado separado, rehusó

15 Citado en Gail O m vedt, Dalits, op. cil., pp. 168-169.


7 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

aceptar que los intocables fuesen u na com unidad separada dentro de


los hindúes y se declaró dispuesto, en todo caso, a reservar determ inado
núm ero de asientos a los intocables que fuesen elegidos por el electo
rado general. Ambedkar sugirió que podría aceptar esa fórmula si hu
biese alguna esperanza de que los británicos otorgasen el sufragio uni
versal a todos los ciudadanos indios adultos. Pero, en tanto el sufragio
permaneciese severamente limitado po r cuestiones de educación y pro
piedad, las castas inferiores, dispersas como una pequeña minoría, a di
ferencia de la m inoría m usulm ana sin concentraciones territoriales sig
nificativas, difícilmente tendrían alguna influencia sobre las elecciones.
La única m anera de garantizar que el parlam ento contara al menos con
algunos representantes efectivos de los intocables era permitirles ser ele
gidos por u n electorado separado, com puesto exclusivamente por las
clases inferiores.
G andhi reaccionó con dureza contra la insinuación de A m bedkar
de que los líderes de casta alta del Congreso nunca podrían represen
tar apropiadam ente a los intocables, diciendo de esta acusación que
era “el más rudo de todos los golpes”. Incurriendo en u n a jactancia
extraña a las grandes almas, declaró:16

Yo afirmo que represento, en mi persona, a la vasta masa de


los intocables. Aquí no hablo en nom bre del Congreso,
sino en mi propio nom bre, y afirm o que, si hubiese una
elección entre los intocables, yo o btendría sus votos y enca
bezaría la lista de los elegidos.

G andhi insistió en que, a diferencia de la cuestión de las m inorías re


ligiosas, la intocabilidad era un problem a in tern o del hinduism o y
tendría que resolverse en el m arco de éste.

16 El autor hace aq u í un ju e g o de palabras con el título atribuido a


G andhi, M ahatma, o gran alma. En el original: “In an
unm ah atm alik e b oast”. (N. d el los Trad.)
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 75

No m e im portaría que los intocables, si así lo deseasen, se


convirtieran al islamismo o al cristianismo. Esto lo toleraría.
Pero no hay n inguna posibilidad de que tolere lo que está
siendo pregonado en el in terior del hinduism o sobre que
haya u n a división en dos den tro de las aldeas. Quienes ha
blan de derechos políticos para los intocables no conocen
su India, no conocen la form a en que la sociedad india está
construida hoy, y p o r tanto, quiero decir con todo énfasis,
p u edo garantizar que aun si yo fuese la única persona en
oponerm e a esto, me opond ría con mi propia vida.

Fiel a su palabra, G andhi am enazó con iniciar u n a huelga de ham


bre antes que transigir en la reivindicación de electorados separa
dos p ara las castas inferiores. Puesto bajo u n a enorm e presión, Am
bedkar cedió y, después de algunas negociaciones, firmó con Gandhi
lo que se conoce como el Pacto de Poona, p o r el cual se entregaba a
los dalits u n núm ero sustancial de asientos reservados, pero elegidos
den tro de u n único electorado h in d ú .17 Esta cuota quedó establecida
com o el m ecanism o básico de representación para las antiguas castas
intocables en la C onstitución de la India independiente, pero, claro
está, para ese m om ento el país ya había sido dividido en dos Estados-
nación, soberanos e independientes en tre sí.18 El problem a de la ho

17 Para el Pacto de Poona, véase Ravinder Kuma, “Gandhi, Ambedkar


and the P oona Pact, 1932”, e n Jim Masselos (ed .), Slruggling and
Ruling: The Iridian National Congress, 1885-1985, Nueva D elhi, Sterling,
1987; Gail O m vedt, Dalits, op. cit., pp. 161-189.
18 El autor se refiere al h ech o de que India, al hacerse in d ep en diente, fue
dividida en dos países soberanos: la U n ión India y Pakistan. La
división, basada en criterios religiosos, provocó el desplazam iento de
m illones d e personas y conflictos abiertos entre hindúes y
m usulm anes, que dejaron m illares de m uertos. Pakistán estaba
form ado por dos territorios separados por la propia India: Pakistan
O riental y Pakistan O ccidental. En 1971, Pakistan Oriental se convirtió
en un nuevo Estado in d ep en d ien te con el nom bre de Bangla Desh.’
Conflictos que im plican cu esüon es fronterizas aún hoy enfrentan a
Pakistan e India, y derivan en frecuentes enfrentam ientos religiosos
76 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

m ogeneidad nacional y de la ciudadanía de las m inorías fue discu


tido, y tem p oralm en te solucionado, en India en los prim eros años
de la década de 1930. Pero el carácter de la solución en con trad a en
ese m om ento es instructivo. Ilustra de form a gráfica la am bivalen
cia de la nación com o u n a estrategia narrativa y com o u n aparato
de p o d er que, tal com o H om i B habha señaló,

[...] produce u n continuo deslizamiento en dirección a las


categorías analógicas, y hasta metonímicas, como el pueblo,
m inorías, o “diferencia cu ltural”, que co n tin u am en te se
superponen al acto de escribir la nación.19

Ambedkar, com o vimos, no veía problem a en la idea de u n a nación


hom ogénea en tendida como categoría pedagógica -la nación como
progreso, la nación en el proceso de llegar a se r- excepto p o r el he
cho de que habría insistido, ju n to con G andhi y otros líderes del Con
greso, en que no eran sólo las masas ignorantes las que necesitaban
ser educadas para la ciudadanía, sino tam bién la élite de casta alta,
que aún no había adm itido que la igualdad dem ocrática e ra incom
patible con la desigualdad de casta. Pero Ambedkar rehusó alinearse
con Gandhi para hacer efectiva esta hom ogeneidad en las negociacio
nes constitucionales sobre la ciudadanía. Los intocables, según insis
tía, eran u n a m inoría d en tro de la nación y necesitaban u n a repre
sentación especial en el aparato político. Por otro lado, G andhi y el
Congreso, al mismo tiem po en que afirmaban que la nación era una
e indivisible, ya habían adm itido que los m usulm anes eran u n a m ino
ría dentro de la nación. ¿Y los intocables? Ellos representaban u n pro
blema interno del hinduism o. Im perceptiblem ente, la hom ogenei
dad de India deriva en la hom ogeneidad de los hindúes. La abolición
de la intocabilidad perm anece proyectada hacia el futuro com o una

entre las com u nid ad es h in dú y m usulm ana de este últim o país. (N. de
los Trad.)
19 H om i B habha, “D issem iN ation ”, op. cit.
LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 77

tarea pedagógica aú n pendiente, que debería venir acom pañada de


una reform a social, si es necesario aplicando toda la fuerza de la ley,
pero la desigualdad de casta entre los hindúes no debe ser discutida
delante de los adm inistradores británicos o de la m inoría musul
m ana. La hom ogeneidad se desintegra en u n plano, tan sólo para re
aparecer en otro. La heterogeneidad, imposible de ser negada en un
punto, es forzosam ente suprim ida en otro.
Entretanto, nuestro héroe imaginario, Dhorai, continúa durante la
década de 1930 su educación en el nacionalismo. Liberado de sus ata
duras originales, se dirige a otra aldea y empieza una nueva vida entre
los koeri, una casta inferior de trabajadores rurales y obreros. Dhorai
em pieza a ap re n d e r la realidad de la vida cam pesina, de los señores
de tierra rajput y adhiars, y de los aparceros, koeri, y trabajadores san
tal, del cultivo del arroz y del yute, del tabaco y del maíz, en un
m undo de usureros y mercaderes. En enero de 1934, Bihar es asolada
por el más violento terrem oto registrado en su historia. Los funciona
rios del G obierno llegan a la región para registrar los daños ocurri
dos, acom pañados p o r voluntarios nacionalistas del Partido del Con
greso. D urante más de un año, los koeris les escuchan vagas promesas
de “asistencia”, hasta que, tras com enzar su trabajo de campo, los fun
cionarios estatales perciben que la reparación de las cabañas de los
koeris, fabricadas de barro y cubiertas de paja, ya ha sido realizada
p o r los propios campesinos. P or el contrario, las casas de ladrillo de
los rajput, los señores de la tierra, habían sufrido daños im portantes.
El inform e final de la expedición de ayuda recom ienda que la mayor
parte de la asistencia sea asignada a este colectivo.
Así comienza un nuevo capítulo en la educación de Dhorai: el descu
brimiento de que los distinguidos abogados bengalíes y los señores de
tierra rajptus estaban convirtiéndose rápidam ente en los principales se
guidores del Mahatma. Pero, a pesar de esta transformación de los viejos
explotadores en nuevos mensajeros de la libertad nacional, la mística del
M ahatma perm anecía impoluta. Un día, un voluntario llega a la aldea
con cartas del Mahatma. En ellas se les dice a los koeris que cada uno
debe, a su vez, responder con una carta. No, no, ellos no necesitan pagar
78 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el franqueo del envío. Todo lo que tienen que hacer es ir hasta el funcio
nario que les dará una carta, que debe ser depositada en el buzón del
Mahatmaji: la caja blanca, recuerden, no las de colores. Se trataba de las
elecciones. El voluntario instruye a Dhorai: “Tu nom bre es Dhorai Ko-
eri, tu padre es Kirtu Koeri. Acuérdate de decirle esto al funcionario.
Tu padre es Kirtu Koeri”. Dhorai hace lo que se le ordena.

Dentro de la cabina electoral, Dhorai, de pie y con las manos


cruzadas, delante de la caja blanca, deposita su carta y des
pués se queda quieto. Gloria a Mahatmaji, gloria al voluntario
del Congreso, que le había concedido u n pequeño papel de
horm iga en la gran tarea de construir el reino de Rama. Pero
su corazón se sobrecoge al pensar que, si hubiera sabido escri
bir, podría haber escrito él mismo la carta para el Mahatma.
Imagínense, todas esas personas escribiendo cartas para el
Mahatma, desde u n extremo de país al otro, todas juntas, al
mismo tiempo. Tatmatuli.Jirani, [...], Dhorai, [...] el volunta
rio, [...] todos ellos querían lo mismo. Todos ellos m andaron
la misma carta para el Mahatma. El Gobierno, los funciona
rios, la policía, los propietarios de las tierras [...] todos esta
ban contra ellos. Ellos pertenecían a muchas castas diferentes
y, pese a esto, habían llegado muy cerca. [...] Estaban unidos
como si se tratara de la tela de una araña; el hilo era tan fino
que si intentabas agarrarlo, se rompía. De hecho, nunca po
días decir si estaba allí o no estaba. Cuando se moviese grácil
m ente en la brisa, o cuando las gotas de rocío de la m añana
colgasen de él, o cuando un súbito rayo de sol lo atravesase, lo
podrías ver, y, aun así, apenas por un momento. Esta era la tie
rra de Ramji, p o r sobre la cual su reencarnación Mahatmaji
estaba tejiendo su fina tela [...] “¿Eh, qué es lo que estás ha
ciendo dentro de la cabina?” La voz del funcionario rompió
su devaneo. Dhorai sale rápidam ente.20

20 Satinath Bhaduri, Dhorai, op. cit., pp. 222-223.


L A N A C IÓ N EN T IE M P O H ETE R O G É N E O 7g

El voto es el gran ritual anónim o de la ciudadanía. Quizás por esto no


im portaba m ucho que la introducción de Dhorai a este ritual tuviese lu
gar a través de un acto de despersonificación. Pero esta circunstancia
no disim ula la cuestión de quién representa a quién en el ám bito de
la nación. A pesar de que los koeris habrían votado lealmente al Ma-
hatma, pronto se desanimaron al descubrir que el señor de tierra rajput,
contra q u ien hab ían luchado p o r años, había sido elegido presi
dente del consejo distrital, con el apoyo del Congreso. Los hombres de
M ahatm aji, según escucharon, eran ahora m inistros del G obierno,
pero cuando una nueva carretera fuese construida, con toda seguridad,
pasaría cerca de las casas de los rajputs.
D horai com pró una copia del Ramayana. Algún día, prom etió,
ap rendería a leerlo. El cam ino hacia el reino de Rama, entretanto, se
vio súbitam ente interrum pido cuando llegaron noticias de que el Ma-
hatm a había sido apresado p o r los británicos. Era la lucha final, el
mismo M ahatm a lo había anunciado. Cada verdadero seguidor de
M ahatmaji debería ahora sumarse al ejército de sus fieles. Sí, al ejér
cito, el encargado de actuar con tra los tiranos, sin esperar hasta ser
arrestados. D horai es reclutado p o r el m ovim iento Q uit India en
1942. Esa era un a guerra diferente de las otras; era, decían los volun
tarios, una revolución. Juntos atacaron el puesto de policía y lo incen
diaron. P or la m añana, el m agistrado del distrito, el su perinten
d ente de policía y todos los dem ás funcionarios habían huido.
¡Triunfo de M ahatm aji, triunfo de la revolución! El distrito había
o btenido la independencia. Eran libres.
No duró mucho. Pocas semanas después, las tropas invadieron el dis
trito con camiones y armas poderosas. Ju nto con los voluntarios, Dho
rai se lanza al m onte. Ahora era un hom bre buscado, un rebelde. To
dos ellos eran buscados: eran los soldados de Mahatmaji. En el monte,
una sorprendente igualdad reina entre ellos. Habían abandonado sus
nom bres originales y se llamaban entre sí G andhi, Jawahar, Patwel,
Azad. Se habían convertido en réplicas anónimas de los representantes
de la nación. Excepto po r el hecho de que se habían alejado de sus vidas
cotidianas. Poco después llega la noticia de que los británicos habían
8o LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

vencido en su guerra contra los alemanes y losjaponeses, los líderes del


Congreso serían liberados y todos los revolucionarios debían rendirse.
¿Rendirse? ¿Ser juzgados y encarcelados? ¿Quién sabe si hasta ahorca
dos? La partida de Dhorai decide no rendirse.

En el escenario nacional, la Liga M usulmana había proclam ado en


marzo de 1940, en lo que llegó a ser conocido como la “resolución Pa
kistán”, que cualquier plan constitucional de devolución del poder en
India debía incluir un arreglo para que las áreas geográficamente conti
guas de mayoría musulmana pudiesen agruparse en un Estado indepen
diente, autónom o y soberano. Ese mismo año, unos meses después, Am-
bedkar escribió u n extenso libro titulado Pakistan or Partition of India,
donde discutía en detalle los argum entos en favor y en contra de esta
propuesta.21 Se trata de un libro sorprendentem ente poco mencionado,
incluso hoy, en pleno redescubrim iento de su autor.22 Además de de
mostrar sus soberbias habilidades como analista político y una presencia
de ánimo verdaderam ente extraordinaria, es uno de los textos donde
Ambedkar encara de m anera más original los dos objetivos de su acti
vismo político: avanzar en la lucha por una ciudadanía igualitaria y uni
versal en el ámbito de la nación y asegurar una representación especí
fica en el aparato político para las castas inferiores.
El libro es casi socrático en su estructura dialógica. Presenta, pri
mero, en los térm inos más fuertes posibles, el argum ento m usulm án
en favor del reco n o cim iento de Pakistán. P o steriorm en te, hace lo

21 B. R. Am bedkar, Pakistan or Ihe Partition of India, 2* ed., Bombay,


Thacker, 1945.
22 E xcep to p or ejem p los d e ign oran cia y prejuicio p o líticam en te
san cion ad o, tales c o m o Arun S h ou rie, Worshipping False Gods.
Ambedkar and theFacts Which H ave Been Erased, N ueva D elh i, ASA
P ublications, 1997.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 8 1

p ro p io con el a rg u m en to h in d ú co n tra la p artición , para conside


ra r al final las alternativas disponibles p a ra m usulm anes e hindúes
en caso de n o p ro d u cirse tal división. Lo más notable es que Am
bedkar, com o rep re se n ta n te oficioso de los intocables, ad o p ta una
posición de p erfecta n e u tra lid a d en el debate, sin tom ar ningún
p artid o respecto a la resolución del problem a. El n o p erten ece al
lado m usulm án ni al lado h in d ú . Su objetivo se lim ita a ju z g a r los
argum entos rivales y reco m en d ar la solución que le parece más re
alista. Pero, claro está, esto es sólo u n a estrategia narrativa. Sabe
mos que Am bedkar se involucró directam ente en la cuestión. El punto
clave, en este sentido, era considerar si la división sería positiva o nega
tiva para los intocables. Lo significativo aquí es com prender que, en
Pakistan or Partition of India, A m bedkar está evaluando las reivindica
ciones utópicas de la nacionalidad, en térm inos de estricta política
realista.
D espués de analizados los argum entos de am bos lados, A m bed
kar concluye que, u n a vez p ro d ucida, la división sería provechosa
tan to p a ra m usulm anes com o p ara hindúes. Los principales argu
m entos surgen al con sid erar las posibles alternativas frente a la di
visión: ¿cómo p o d ría u n a In d ia in d e p e n d ie n te y u n id a, libre del
yugo britán ico , ser eficazm ente gobernada? D ada la hostilidad de
los m usulm anes hacia u n g o biern o central único, do m inado inevi
tablem ente p o r la mayoría h indú , lo cierto era que, de no hab er di
visión, el país te n d ría que vivir con u n go b ierno central débil y am
plios p o d eres delegados a los g obiernos provinciales. Sería un
“Estado aném ico y enferm izo”. El en co n o y las suspicacias m utuas
perm anecerían: “enterrar Pakistán no es lo mismo que enterrar el fan
tasma de Pakistán”.23 Más complicada aún era la cuestión de las fuerzas
arm adas de u n a India in d ep e n d ie n te . En u n extenso capítulo, Am
b ed k ar discute la com posición p o r com unidades del ejército britá
nico establecido en India, un tem a tabú hasta ese m om ento. Según
señala, el h ech o era que casi el sesenta p o r ciento del ejército indio

23 B. R. Am bedkar, Pakistan, op. cit., p. 7.


82 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

estaba in teg rad o p o r soldados p ro ced en tes de Punjab, de la fro n


tera n oroeste y de C achem ira. E ntre ellos, más de la m itad eran
m usulm anes. ¿Podría u n g ob iern o cen tral débil, co nsiderado sos
pechoso p o r la población m usulm ana, garantizar la lealtad de estas
tropas? Por otro lado, en caso de que el nuevo g o b iern o intentase
m odificar la com posición del ejército, ¿sería esto aceptado sin p ro
testas p o r los m usulm anes del noroeste?24
M irándolo bien, el nuevo Estado de Pakistán p o d ía ser u n Es
tado hom ogéneo. Las fronteras de Punjab y Bengala p o d ían ser re
tocadas p ara co n fo rm ar regiones m usulm anas e hin d ú es relativa
m ente hom ogéneas, integradas respectivam ente en Pakistán e
India. M ucho antes de que nadie hubiese d em an d ad o la división
de estas dos provincias, A m bedkar previo que h indúes y sijs no p o
d ría n vivir en un país específicam ente creado p a ra los m usulm a
nes, deseando tarde o tem prano anexarse a India. En las provincias
de la F rontera N oroeste y Sind, do n de la m inoría h in d ú estaba muy
esparcida, la única solución realista era u n a transferencia de pobla
ción supervisada oficialm ente, com o hab ía o cu rrid o en Turquía,
G recia y Bulgaria. La fu tu ra India, o H industán, sería sin d u d a u n
mosaico de pueblos, no u n Estado hom ogéneo. Pero, en estas con
diciones, la cuestión de las m inorías p o d ía ser m anejada de form a
más razonable.

Me parece que, si Pakistán no resuelve el problem a com u


nitario en el ámbito del H industán, al m enos reduce sustan
cialm ente su proporción, dism inuyendo su am plitud y ha
ciendo m ucho más fácil un a solución pacífica.25

En una brillante concatenación de argumentos marcados p or la lógica


de una visión política realista, Ambedkar dem uestra que en u n a India
unida, en la cual más de un tercio de la población sería musulmana, el
pred o m in io h in d ú significaría u n a am enaza seria. En un Estado

24 Ibid., pp. 55-87.


25 Ibid., p. 105.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 83

com o ése, los m usulm anes, tem iendo la dran ía de la mayoría, se or


ganizarían en un partido com o la Liga M usulm ana y provocarían en
co n trap artid a el ascenso de partidos hindúes centrados en la bús
queda de u n rajanato h in d ú .26 De producirse la división, los m usul
m anes en el H industán serían sólo u n a m inoría pequeña y muy dis
persa. Inevitablem ente, ten d rían que adherirse a este o aquel
p artido político, integrándose en proyectos sociales y económ icos
más amplios. De la misma m anera, habría poco espacio para un par
tido com o el fundam entalista M ahasabha, que se consum iría rápi
d am ente. En cuanto a los estratos más bajos de la sociedad hindú,
h arían causa com ún con la m inoría m usulm ana para luchar contra
las castas altas hindúes, p o r sus derechos de ciudadanía y dignidad
social.27
No p erd erem o s tiem po evaluando los m éritos intrínsecos de los
argu m en to s de A m bedkar a favor y en co n tra de la división de In
dia, a p esar de que, en el contexto discursivo de inicios de la dé
cada de 1940, fuesen notablem en te perspicaces. Lo que quiero re
saltar es el sustrato que fu n d am en ta sus argum entos. A m bedkar es
p len am en te consciente del valor de la ciudadanía igualitaria y u n i
versal, y asum e p o r com pleto el significado ético de las series abier
tas. Pero, p o r otra parte, percibe que el reclam o de la universalidad
es casi siem pre u n a m áscara para cu b rir la p erp etu ació n de las des
igualdades. La política dem ocrática de la nación ofrece posibilida
des sustantivas de o b te n e r m ayor igualdad, p ero sólo a través de
u n a rep resen tació n adecuada de los grupos no privilegiados en el
ap arato político. De esta m anera, u n a política estratégica de g ru
pos, clases, com unidades, etnias y series cerradas de todo tipo es in
evitable. Pero la h o m o g en eid ad no es, a pesar de esto, abando
nada. Al co n trario , en contextos específicos puede ofrecer una
clave que p erm ita e n c o n tra r soluciones estratégicas para proble

26 El autor se refiere aq u í a los antiguos rajas, señ ores absolutos d e sus


súbditos, y, p or analogía, a un go b iern o fuerte, con trolad o por los
h in dú es. (N. de losT rad .)
27 B. R. Am bedkar, Pakislan, op. cit., pp. 352-358.
8 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

mas de h etero g en eid ad irreconciliable, com o en el caso de la divi


sión de India. A diferencia de las reivindicaciones utópicas del na
cionalism o universalista, la política de h e tero g e n eid ad nun ca
puede aspirar al prem io de en c o n tra r una fórm ula única que sirva
a todos los pueblos en todos los tiem pos: sus soluciones son siem
pre estratégicas, contextúales, históricam ente específicas e, inevita
blem ente, provisionales.
En este punto, es útil retom ar el problem a de la diferenciación
planteada p o r A nderson entre nacionalismo y políticas de la etnicidad.
El está de acuerdo con que las series de adscripción cerrada de la guber
namentalidad pueden crear un sentido de com unidad, que* es precisa
m ente el elem ento que alimenta las políticas de identidad étnica. Pero
ese sentido de comunidad, según cree, es ilusorio. En esos censos reales
e imaginados,

[...] gracias al capitalism o, a la m aquinaria del Estado y a


las m atem áticas, los sujetos definidos com o núm eros en
teros, n o fraccionables, llegan a ser idénticos, y, p o r lo
tanto, agregables en form a de series, com o com unidades
fantasm as.28

Por el contrario, las series de adscripción abierta del nacionalismo no


necesitan transform ar a los m iem bros individuales y libres de la co
m unidad nacional en núm eros enteros. Pueden im aginar a la nación
habiendo existido de form a idéntica, desde los albores de los tiempos
históricos hasta hoy, sin requerir de verificación m ediante censo. Pue
den, también, dar paso a la experiencia de la sim ultaneidad de la vida
colectiva imaginada de la nación, sin im poner un criterio rígido y ar
bitrario de pertenencia. ¿Pueden tales series abiertas existir, a no ser
en el espacio utópico?
Asumir estas series abiertas al mismo tiem po que se rechazan las se
ries cerradas im plica im aginar el nacionalism o com o algo in d e p en

28 B en ed ict A n d erson, The Spectre of Comparisons, op. cit., p. 40.


LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O 85

d iente del m o d ern o arte de la gubernam entalidad. ¿Qué política


m o d ern a podría haber existido com pletam ente al m argen del capita
lismo, de la m aquinaria del Estado y de las matemáticas? El m om ento
histórico que A nderson y muchos otros parecen q u erer preservar me
lancólicam ente es el m om ento mítico de convergencia entre el nacio
nalism o clásico y la m odernidad. En nuestros días, no creo que re
sulte productivo tratar de restablecer este m arco político utópico. O
m ejor dicho, no creo que ésta sea una opción disponible en el m undo
poscolonial. En estos casos, el marco teórico debe considerar una tra
yectoria que evite la oposición entre cosmopolitismo global y chauvi
nismo étnico. Eso significa necesariam ente ensuciarse las m anos en el
com plicado m unSo de las políticas de la gubernam entalidad. En este
contexto, las asimetrías producidas y legitimadas p o r los universalis
mos del nacionalism o m o derno no dan lugar a u n a elección ética
m ente p u ra. P orqu e el teórico poscolonial, así com o el novelista
poscolonial, nacen cuando el espacio-tiem po épico (y m ítico) de la
m o d ern id ad ha quedado atrás. Para term inar, contaré el destino de
nu estro héro e Dhorai.
En su vida en el m o n te con su grupo de rebeldes fugitivos, D ho
rai se ve obligado a e n fren tar los límites de sus sueños de igualdad
y libertad . N o son las seríes cerradas de casta y co m u n idad las que
se m u estran ilusorias, sino la prom esa de u n a ciu d adanía igualita
ria. Progresivam ente, la aspereza de la vida fugitiva rem ueve el ca
parazón de cam aradería. Las viejas je ra rq u ía s reap arecen. Sospe
chas, conspiraciones, vigilancia recíproca y recrim inaciones se
convierten en los sentim ientos dom inantes. La copia del Ramayana
p erm anece d e n tro del equipaje de D horai, cerrada, sin h ab er sido
leída. En m edio de todo esto, un n iño que dice ser un d an g h ar cris
tiano de una circunscripción próxim a a Tatmatuli, se une a la partida.
D horai siente un extraño vínculo con el niño. ¿Podría ser su hijo, al
que nunca ha visto? Ambos conversan largam ente. Cuanto más con
versa con él, más se convence Dhorai de que es realm ente su hijo. El
niño se enferm a y Dhorai decide llevarlo con su m adre. En cuanto se
aproxim a a Tatmatuli, apenas puede ocultar su excitación. ¿Será éste
86 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el anh elado final épico de nuestro Rama m o d ern o e intocable? ¿Se


reu n irá con su esposa y con su hijo? La m adre aparece. D espués de
trasladar a su hijo al in te rio r de la choza, regresa afuera e invita al
gentil extraño a sentarse con ella. H abla sobre su hijo, sobre su m a
rido m uerto. D horai la escucha, pero es otra persona, no su esposa.
El niño es otra persona, no su hijo. D horai m antiene una conversa
ción educada durante algunos m inutos y después se va, sin que sepa
mos hacia dónde. Lo hace dejando atrás su paquete de ropa, ju n to
con la copia del Ramayana, que ya no necesita. D horai ha perdido
para siempre su lugar prom etido en el tiem po profético.
¿O no? Después de la in d ep en d en cia, B. R. A m bedkar se convir
tió en presidente del com ité encargado de elaborar la C onstitución
india y, posterio rm ente, en m inistro de Justicia. M ientras ocupa es
tos cargos, se convierte en pieza clave en la elaboración de u n a de
las constituciones dem ocráticas más progresistas del m und o. U na
C onstitución que garantiza los derechos fundam entales de libertad
e igualdad, sin distinción de religión o casta, al m ism o tiem po que
p la n te a m odalidades de rep resen tació n especial p ara las antiguas
castas intocables.29 Pero cam biar la ley es u n a cosa y cam biar las
prácticas sociales otra muy distinta. F rustrado p o r la incapacidad
del Estado para p o n e r fin a la discrim inación de casta en la socie
dad h in d ú , A m bedkar decide en 1956 convertirse al budism o. Sin
d u d a se trataba de u n acto de deserción, pero , al m ism o tiem po,
com o A m bedkar señala, tam bién se tratab a de u n acto de afirm a
ción, al afiliarse, en defensa de la igualdad social, a u n a religión
m ucho más universalista que el hinduism o.30 A m bedkar m urió ape
nas algunas sem anas después de su conversión, p ara ren acer veinte

29 Para el relato sobre las op ortu n id ad es legales ofrecidas a las castas


in feriores en la India in d ep en d ie n te, véase Marc Galanter, Competing
Equalities: Law and the Bacliward Classes in India, D elh i, O xford
University Press, 1984.
30 Para una discusión recien te sobre la con versión d e Am bedkar, véase
Gauri Visw anathan, Outside the Fold: Conversión, Modemity, and Belief,
P rinceton , P rinceton U niversity Press, 1998, pp. 211-239.
L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E TE R O G É N E O 87

años más tarde com o el pro feta de la liberación de los dalits. Esto
es lo que significa ahora: u n a fu en te tanto de sabiduría realista
com o de sueños em ancipadores para las castas oprim idas de India.
Para finalizar mi relato sobre el conflicto no resuelto entre afilia
ciones universales e identidades particulares en el m om ento de la
fundación de la nacionalidad dem ocrática en India, voy a señalar lo
que hoy está e n ju e g o . U n tiem po atrás, en u n en cuen tro organi
zado en un instituto de investigación indio, después de que un a dis
tinguida m esa de académ icos y funcionarios lam entara el declive de
los ideales universalistas y de los valores m orales en la vida nacional,
u n activista dalit de la audiencia preg u n tó p o r qué los intelectuales,
tanto liberales com o izquierdistas, eran tan pesimistas con el rum bo
que la historia estaba tom ando en el cam bio de m ilenio. Hasta
do n d e él p o d ía percibir, la últim a m itad del siglo xx hab ía sido el
p eriod o más brillante de toda la historia de los dalits, pues se ha
bían librado de las peores form as de intocabilidad, movilizándose
políticam ente com o com unidad. Gracias a ello, se encontraban en
disposición de establecer alianzas estratégicas con otros grupos
oprim idos, p ara o b te n e r mayores porciones de p o der en el go
bierno. Todo esto había sido posible gracias a que la dem ocracia de
masas h abía abierto la p u erta para un cuestionam iento de los privi
legios de casta p o r parte de los rep resentantes de los grupos oprim i
dos, organizados en mayorías electorales. Los expositores quedaron
en silencio después de esta conm ovedora intervención. Salí del
evento persuadido, u n a vez más, de que es m oralm ente ilegítim o
sostener los ideales universalistas del nacionalism o sin, sim ultánea
m ente, sostener que las políticas generadas p o r el arte de la guber
nam en talid ad d eb en ser reconocidas tam bién com o una parte
igualm ente legítim a del espacio-tiem po real de la vida política mo
d e rn a de la nación. De o tra m anera, las tecnologías gubernam enta
les c o n tin u arán proliferan d o, sirviendo, com o sirvieron en gran
parte de la época colonial, com o instrum entos m anipulables de do
m inio de clase, en u n o rd en capitalista global. Al inten tar encontrar
espacios éticos reales para su actuación en el espacio heterogéneo,
8 8 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

las incipientes resistencias a este ord en harían bien en esforzarse


para inventar nuevos térm inos de justicia política.
En el capítulo 7, “Grupos de población y sociedad política”, discutiré
las implicaciones conceptuales de lo que creo ha sido u n significativo
cambio en las tecnologías y form as de gobierno, derivado de la con
solidación de la dem ocracia de masas en amplias regiones del m undo
durante el siglo xx. A rgum entaré que la vieja idea, canonizada po r la
Revolución Francesa, de la soberanía popular y de un orden político
y legal basado en la igualdad y en la libertad, ya no resulta adecuada
para la organización de las dem andas democráticas. En estos años vie
nen em ergiendo nuevas form as de organización dem ocrática, m u
chas veces contradictorias con los viejos principios de la sociedad ci
vil liberal. Si bien se encuentran todavía de m anera fragm entaria,
incipiente e inestable, esta em ergencia reclam a de nuestra parte nue
vas concepciones teóricas, que sean apropiadas p ara describir las for
mas de la política popular en la mayor parte del m undo.
3. Comunidad imaginada:
¿por quién?

De nuevo el nacionalism o se ha convertido en u n tem a


central en la agenda m undial. Cotidianam ente, jefes de Estado y ana
listas políticos de los países occidentales afirman que con “el colapso
del com unism o” (ése es el térm ino utilizado, aunque probablem ente
se quieran referir al colapso del socialismo soviético), el mayor peli
gro para la paz m undial está representado p o r el resurgim iento del
nacionalism o en diferentes partes del m undo. En esta época en que
cualquier fenóm eno, antes de ser reconocido como un “problem a”,
debe atraer la atención de especialistas cuya función parece ser deci
dir sobre lo que debe interesar al público, el nacionalismo ha recupe
rado la notoriedad suficiente para librarse de la práctica limitada de los
estudios especializados, convirtiéndose cada vez más en u n tem a de
debate general.
Sin em bargo, la form a en que se ha producido este regreso a la
agenda m undial h a rodeado de prejuicios negativos la discusión so
bre el tema. En los años cincuenta y sesenta, el nacionalism o aún era
considerado como un estandarte de las luchas anticoloniales en Asia
y Africa. Sin em bargo, a m edida que las nuevas prácticas instituciona
les, políticas y económicas desarrolladas en los Estados poscoloniales
se disciplinaban y norm alizaban bajo las rúbricas conceptuales de
“desarrollo” y “m odernización”, el nacionalismo iba siendo relegado
al cam po de las historias especializadas de este o aquel im perio colo
nial. Y en esas historias, construidas a partir de los contenidos poco
agradables de los archivos coloniales, los fundam entos em ancipadores
go LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

del nacionalismo se vieron socavados por innum erables revelaciones


referidas a acuerdos secretos, m anipulaciones y cínica preem inencia
de intereses privados. En los años setenta, el nacionalismo se convir
tió en tem a de políticas étnicas, una de las razones p o r las cuales la
gente en el T ercer M undo se m ataba en tre sí, algunas veces en gue
rras entre ejércitos regulares, otras veces de m anera angustiosa, en
crueles y prolongadas guerras civiles, o incluso p or actos de terro
rismo, tecnológicam ente sofisticados y virtualm ente imposibles de de
tener. Los líderes de las luchas africanas contra el colonialismo y el ra
cismo fueron d eteriorando su im agen, al convertirse en cabezas de
gobiernos corruptos divisionistas y a m enudo brutales. En la actuali
dad, cultos marginales, como el pacifismo y el vegetarianismo, se han
apropiado de la figura de Gandhi. H o Chi Minh, aun en sus m om en
tos de gloria, se vio atrapado en las insuperables polarizaciones de la
G uerra Fría. Parece que no hubiera quedado nada en el legado del
nacionalism o que hiciera que el m undo occidental se sintiera a gusto
con el concepto.
Esta genealogía explica p o r qué el nacionalism o es ahora visto
como un a fuerza oscura, elem ental e im predecible, proveniente de la
naturaleza prim ordial de las sociedades, que am enaza el sosegado or
den de la vida civilizada. Lo que alguna vez fue exitosam ente rele
gado a la periferia es percibido ah o ra en cam ino de reto rn o hacia
E uropa, a través de las largam ente olvidadas provincias de los im pe
rios H absburgo, zarista y otom ano. Como las drogas, el terrorism o y
la inm igración ilegal, el nacionalism o es un producto más del Tercer
M undo, que O ccidente rechaza pero que se siente im potente para
prohibir.
A la luz de las actuales discusiones mediáticas, sorprende observar
que no hace muchos años el nacionalismo era generalm ente conside
rado u n o de los regalos más significativos aportados por los europeos
al resto del m undo. Muy a m enudo, tam poco se recuerda hoy que las
dos grandes guerras del siglo xx, que involucraron a casi todo el pla
neta, fueron ocasionadas p o r la incapacidad de Europa para m anejar
sus propios nacionalismos étnicos. Ya sea en su variante “buena” o en
F L A C 5 0 - Biblioteca
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? g i

su variante “m ala”, el nacionalism o fue un producto de la historia po


lítica europea. Con poco m argen para la resistencia frente a la cele
bración de las tendencias unificadoras actualm ente en curso en Eu
ropa, parece h ab er en la reciente am nesia acerca de los orígenes del
nacionalism o u n vestigio de ansiedad respecto a la cuestión de si éste
ha sido o no dom esticado en la tierra que lo vio nacer.
En todo este tiempo, los “especialistas”, los historiadores del m undo
colonial que desarrollan su trabajo sin ovaciones, en los húmedos repo
sitorios donde descansan los reportes administrativos y la correspon
dencia oficial, en los archivos coloniales en Londres, París o Amster-
dam, no han olvidado cómo llegó el nacionalismo a las colonias. Todos
ellos concuerdan en recordar que fue una im portación proveniente de
Europa. Los debates de los años sesenta y setenta en las historiografías
de África, India e Indonesia intentaban determ inar en qué se había
convertido la idea original, quién había sido el responsable de su lle
gada y de su transformación. Los debates entre una generación nueva
de historiadores nacionalistas y quienes fueron calificados como “colo
nialistas” eran fuertes y a m enudo candentes, pero quedaban relegados
al m undo de los especialistas en estudios regionales y nunca más nadie
tenía noticia de ellos. H ace diez años, uno de esos especialistas fue el
encargado de cuestionar, con un enfoque novedoso, el origen y ex
pansión del nacionalism o d e n tro de la historia universal. B enedict
A nderson m ostró con m ucha originalidad y sutileza que las naciones
no eran el producto de condiciones sociológicas dadas, como la len
gua, la raza o la religión. Las naciones han sido, en Europa y en cual
quier parte del m undo, imaginadas en su existencia.1 Anderson tam
bién describió algunas de las principales formas institucionales por
medio las cuales estas “comunidades imaginadas” adquirieron una
forma concreta, especialmente las instituciones de lo que, muy ingenio-

1 B en ed ict A n d erson, Imagined Communilies: Reflections 011 the Origin


and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 1983. Hay traducción al
castellano: B en ed ict A n d erson, Comunidades imaginadas. Reflexiones
sobre el origen y la difusión del nacionalismo, M éxico, F ondo d e Cultura
E conóm ica, 1993.
9 2 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

sámente, denom inó el “capitalismo im preso”. Anderson argum entó


que la experiencia histórica del nacionalismo en Europa occidental, en
América y en Rusia proporcionó a los posteriores nacionalismos un
conjunto de formatos m odulares, a p artir de los cuales las élites na
cionalistas en Asia y África escogieron sus respectivas trayectorias.
El trabajo de A nderson ha sido el más influyente en los últimos
años en el em peño de generar nuevos enfoques teóricos sobre el na
cionalismo. U na influencia que, de todos modos, se restringe casi ex
clusivamente a los espacios académicos. Al contrario de la ola de exo-
tización tergiversadora del nacionalism o que prevalece en los medios
populares de com unicación en O ccidente, la corriente teórica inau
gurada p o r A nderson trata de abordar el fenóm eno como parte de la
historia universal del m undo m oderno. Pero tengo que hacerle una
objeción a esta argum entación. Si los nacionalismos en el resto del
m undo tenían que escoger su “com unidad im aginada” a p artir de
ciertos form atos m odulares que E uropa y América Ies proporciona
ban, entonces ¿qué se le dejaba a su imaginación? Parece que la his
toria ya hubiese decretado que nosotros, en el m undo poscolonial,
deberíam os ser solam ente unos consum idores perpetuos de' la mo
dernidad. Europa y América, los únicos sujetos verdaderos de la his
toria, habrían elaborado ya, en nuestro nom bre, no sólo el guión de
la Ilustración y la explotación colonial, sino tam bién el de nuestra re
sistencia anticolonial. Y también el de nuestra miseria poscolonial. In
cluso nuestras im aginaciones deben p erm an ecer colonizadas para
siempre.
No objeto esta propuesta p o r razones sentimentales. La objeto po r
que no la puedo conciliar con la evidencia de la existencia de un na
cionalismo anticolonial. Los más poderosos, así corno los más creati
vos resultados de la imaginación nacionalista en Asia y África, radican
no solamente en una identidad diferente, sino más bien en una dife
rencia respecto a los form atos m odulares conform adores de socieda
des nacionales propagados por el Occidente m oderno. ¿Cómo po d e
mos ign o rar esto, sin red u cir la experiencia del nacionalism o
anticolonial a u n a caricatura de sí misma?
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? g 3

Para ser justos, no se debe culpar únicam ente a Anderson. El pro


blem a surge, estoy convencido, porque hem os in terp retad o las de
m andas del nacionalism o entendido como m ovimiento político dem a
siado literalm ente y demasiado en serio. En India cualquier historia
estándar nacionalista nos dirá que el nacionalismo comenzó propia
m ente en 1885, con la form ación del Congreso Nacional Indio. Tam
bién nos dirá que la década precedente fue un periodo de prepara
ción, en el cual se form aron diversas asociaciones políticas provinciales.
Previo a ello, desde la década de 1820 hasta la de 1870, habríam os asis
tido a un periodo de “reform a social”. La Ilustración colonial comenzó
a “m odernizar” las costum bres e instituciones de vina sociedad tradi
cional, p ero el espíritu político era todavía de am plia colaboración
con el régim en colonial: el nacionalismo todavía no había em ergido.
Esta historia, cuando se som ete a un análisis sociológico sofisticado,
no puede sino converger con los planteamientos de Anderson. En rea
lidad, desde el m om ento en que procura replicar en su propia histo
ria la historia del Estado m oderno en Europa, la autorrepresentación
del nacionalismo, inevitablemente, corroborará la decodificación que
A nderson hace de ese mito. Pienso, sin em bargo, que desde el punto
de vista historiográfico la autobiografía del nacionalism o es funda
m entalm ente incorrecta.
Según mi lectura, el nacionalismo anticolonial foija su propio espa
cio de soberanía dentro de la sociedad colonial m ucho antes de iniciar
su batalla política con el poder imperial. Lo hace dividiendo el m undo
de las instituciones y las prácticas sociales en dos campos: el material y
el espiritual. El material es el campo de lo “exterior”, de la econom ía y
de lo estatal, de la ciencia y de la tecnología, un campo en el cual Oc
cidente ha ratificado su superioridad y O riente ha sucumbido. En este
campo, la superioridad occidental ha sido reconocida, y sus logros cui
dadosam ente estudiados e imitados. Lo espiritual, por el contrario, es
u n cam po “interior”, que soporta los aspectos “esenciales” de la identi
dad cultural. Cuanto más se triunfe en im itar los logros occidentales en
el campo material, mayor será la necesidad de preservar las caracterís
ticas de la cultura espiritual propia. Esta fórmula es, según pienso, un
9 4 L A N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

rasgo fu n d am en tal de los nacionalism os anticoloniales en Asia y


África.2
De ello derivan diversas implicaciones. En prim er lugar, el naciona
lismo declara el campo de lo espiritual como su territorio soberano y
se niega a perm itir que el pod er colonial intervenga en él. Si retom o
el ejem plo de India, el periodo de la “reform a social” estuvo en reali
dad conform ado po r dos fases distintas. En la prim era, los reform ado
res indios buscaron a las autoridades coloniales p ara que llevaran a
cabo, por m edio de una acción estatal, las reform as de las institucio
nes y costum bres tradicionales. En la segunda, a pesar de que no se
discutía la necesidad de cambio, existía u n a fuerte resistencia para
perm itir que el Estado colonial interviniera en asuntos que afectaran
a “la cultura nacional”. La segunda fase, según mi planteam iento, era
ya el m om ento del nacionalismo.
En otras palabras, el Estado colonial se m antiene fuera del campo
“in terio r” de la cultura nacional. Pero no es, com o se piensa, que el
llamado ám bito de lo espiritual perm anezca inalterable. De hecho, es
desde aquí que el nacionalism o lanza su proyecto más p o deroso,
más creativo e históricam en te significativo: m o d elar u n a cultura
nacional “m o d e rn a ”, que n o sea de n in g u n a m an era occidental. Si
la nación es u n a co m u n id ad im aginada, es en el cam po in te rio r
(de lo espiritual) d o n d e adquiere razón de ser. En su dom inio ver
dadero y esencial, la nación p u ede ser soberana, aun cuando el Es
tado esté en m anos del p o d er colonial. La dinám ica de este proyecto
histórico está com pletam ente olvidada en las historias convenciona
les, en las cuales el nacionalismo com ienza con la lucha p o r el p o der
político.
Para precisar este argum ento, voy a anticipar algunos puntos que
más adelante serán discutidos con mayor detalle. Deseo resaltar aquí
varios aspectos d en tro del llam ado cam po de lo espiritual, d onde el

2 Este es un argu m en to central d e m i libro Nationalist Thought and the


Colonial World. A Derivative Discourse, M innesota, University o f M inne
sota Press, 1986.
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? 9 5

nacionalismo muestra su lado creativo. Me remitiré en mis ilustraciones


a Bengala, cuya historia me es m ucho más familiar.
El p rim er pu n to se refiere a la lengua. A nderson señala que el “ca
pitalism o im preso” provee el espacio institucional necesario para el
desarrollo de la m oderna lengua “nacional”.3 Sin embargo, las singula
ridades de la situación colonial no perm iten una transposición tan sen
cilla de los patrones europeos de desarrollo del nacionalismo. En Ben
gala es p o r iniciativa de la Com pañía de las Indias Orientales y de los
misioneros europeos que los primeros libros son traducidos al bengalí,
a finales del siglo xviii. La prim era narrativa en prosa data de inicios del
siglo xix. Pero, tam bién, al mismo tíempo, es en la prim era mitad del
siglo xix cuando el inglés desplaza com pletam ente al persa como len
gua de la burocracia, em ergiendo como el medio más poderoso de in
fluencia intelectual sobre la nueva élite bengalí. El m om ento crucial en
el desarrollo de la lengua bengalí m oderna tiene lugar a mediados de
siglo, cuando esta élite bilingüe recurre a dicha lengua como parte de
su proyecto cultural, proveyendo al bengalí del aparato lingüístico ne
cesario para convertirse en un idiom a apropiado para la cultura “mo
derna”. U na vasta red de im prentas, editoriales, periódicos, revistas y
sociedades literarias comienza a aparecer en ese m om ento, fuera del
control del Estado y de los misioneros europeos. A través de esta red, la
nueva lengua, m odernizada y estandarizada, va tom ando forma. La in-
telligentsia bilingüe com ienza a pensar su propia lengua con un sen
tido de p ertenencia e id entidad cultural, com o u n a lengua a la cual
había que m antener apartada del colonizador intruso. La lengua es el
prim er espacio sobre el que la nación tuvo que reafirmar su soberanía,
pero, al mismo tiempo, transform ándola con la finalidad de adaptarla
al m undo m oderno.
En este punto, la influencia de los modelos proporcionados por las
lenguas y literaturas m odernas europeas no necesariamente se tradujo
en un resultado similar. En el caso de los nuevos géneros literarios y las
convenciones estéticas, donde ese influjo indudablem ente delineaba

3 B en ed ict A n d erson, Imagined Communities, op. cit., pp. 17-49.


96 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

el discurso crítico, se consideraba, sin embargo, que las convenciones


europeas eran inapropiadas y engañosas para analizar la evolución de
las producciones literarias en bengali m oderno. Hasta hoy existen to
davía algunos hiatos evidentes en este campo, entre los térm inos de la
crítica académ ica y los de la práctica literaria. Para dar un ejemplo,
analizaré brevem ente el teatro bengali.
El teatro constituye el género literario m oderno m enos elogiado
en lo estético p o r los críticos de literatura bengali. Sin em bargo, es el
género a través del cual la élite bilingüe ha encontrado su audiencia
más amplia. C uando apareció en su form a m oderna, a m ediados del
siglo xix, el nuevo teatro bengali disponía de dos m odelos: p o r un
lado, el teatro m oderno europeo, según había sido desarrollado
desde Shakespeare y Molière; p o r otro, la tradición del teatro sáns
crito, desparecido en la práctica pero engrandecido gracias a los elo
gios provenientes de los eruditos orientalistas europeos. Los criterios
literarios que presum iblem ente incorporaron al nuevo teatro dentro
del dom inio privilegiado de la cultura nacional m oderna fueron, po r
lo tanto, claram ente establecidos p o r los formatos m odulares pro p o r
cionados p o r Europa. Pero las prácticas representativas hicieron im
posible que esos criterios se aplicaran a las obras escritas p ara su re
presentación. Las convenciones que perm itían que u n a obra
triunfara en los escenarios de Calcuta eran muy diferentes de las con
venciones aprobadas p o r los críticos educados en las tradiciones del
teatro europeo. Hasta hoy esas tensiones no han sido resueltas. Lo
que funge com o la corriente teatral oficial en Bengala O ccidental y
en Bangla Desh es el teatro urbano m oderno, nacional y claram ente
diferenciado del “teatro popular". Este teatro oficial es producido y
consistentem ente auspiciado p o r literatos urbanos de la clase media.
Aun así, sus convenciones estéticas no se adecúan com pletam ente a
los estándares establecidos p o r los form atos literarios adoptados de
Europa.
En el caso de la novela, ese celebrado artificio de la im aginación
nacionalista, donde la com unidad tom a cuerpo para vivir y am ar den
tro de un tiem po “hom ogéneo”, los form atos m odulares descritos por
C O M U N ID A D IM A G IN A D A ! ¿P O R Q U IÉ N ? 9 7

Anderson no necesariamente cumplen su papel.4 La novela fue el prin


cipal género a través del cual la élite bilingüe bengalí produjo una
nueva narrativa en prosa. En los orígenes de esta prosa, la influencia de
los dos modelos disponibles, el inglés m oderno y el sánscrito clásico,
era obvia. Pero, a m edida que el género ganaba mayor popularidad,
frecuentem ente los novelistas bengalíes se veían obligados a cam biar
las formas canónicas de la prosa de autor, para incorporar elem entos
provenientes del registro oral. Al leer algunas de las novelas bengalíes
más populares, a m enudo es difícil determ inar si se está leyendo una
novela o u n a obra de teatro. Pese a haber creado un lenguaje en prosa
m oderno, acorde con los formatos modulares convencionales, los auto
res que buscaban verosimilitud para su arte se veían en la necesidad de
escapar como fuese de la rigidez de esa prosa canónica.
El deseo p o r construir u n a form a estética m oderna, nacional y, al
m ism o tiem po, diferente de O ccidente alcanza su paroxism o en las
iniciativas desarrolladas d urante el siglo XX den tro la denom inada
“escuela de arte de Bengala”. Estos esfuerzos generan u n espacio ins
titucional para los artistas profesionales m odernos diferente de la ar
tesanía tradicional, u n canal para la diseminación del arte m o derno a
través de su exhibición y, en últim a instancia, la aparición de u n pú
blico versado en las nuevas norm as estéticas. Esta agenda p ara la
construcción de u n espacio artístico m odernizado estuvo acom pa
ñada de u n fervor ideológico orientado a la generación de u n arte
que fuera verdaderam ente “indio”, diferente de “lo occidental”.5 Aun
cuando el estilo peculiar desarrollado p o r la escuela de Bengala en su
búsqueda de un nuevo arte indio no logró m antener su vigencia por
m ucho tiem po, el anhelo de fondo continúa presente hasta nuestros
días: la búsqueda de un arte que pueda considerarse m odern o y, al
mismo tiem po, reconocerse como indio.

4 Ibid., pp. 28-40.


5 La historia de este m ovim ien to artístico ha sid o estudiada en d etalle
p orT ap a ti Guha-Thakurta, The M akin gof a New “Indian" Art: Artists,
Aesthetics a n d Nationalism in Bengal, 1850-1920, C am b ridge,
C am b rid ge Üniversity Press, 1992.
98 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

En paralelo a las instituciones del capitalismo impreso, asistimos a


la aparición de un a creciente red de escuelas secundarias. El naciona
lismo p rocuró en todo m om ento m antener esta responsabilidad bajo
su jurisdicción, incluso m ucho antes de que el p o der estatal se h u
biese convertido en tem a de discordia. Desde la segunda m itad del si
glo xix, la nueva élite bengalí orienta el esfuerzo “nacional” para
abrir escuelas en toda la provincia y generar así una educación litera
ria conveniente a sus intereses. Al igual que el capitalismo im preso,
las instituciones de educación secundaria se convirtieron en instru
m entos para la extensión y estandarización de la nueva lengua y de la
nueva literatura, fuera del dom inio del Estado. Sólo cuando este es
pacio se abrió, fuera de la influencia del Estado colonial y de las mi
siones europeas, se consideró legítim o que las m ujeres fuesen'en-
viadas a la escuela. Fue tam bién d u ran te este p eriodo , a finales del
siglo xix, que la U niversidad de Calcuta pasó de ser u n a institución
de educación colonial a ser u n a institución m arcad am en te nacio
nal, con su p ro p io pro gram a de estudios, sus propias facultades y
sus p ropios recursos.6
O tra área del “dom inio in tern o ” de la cultura nacional es la fami
lia. Aquí, la afirm ación de autonom ía era aún más dramática. La crí
tica europea, que consideraba la “tradición” india com o bárbara, se
centró por m ucho tiempo en sus prácticas y creencias religiosas, espe
cialm ente en aquellas relacionadas con el trato dado a las mujeres. La
fase inicial de la “reform a social” llevada a cabo p o r interm edio del
p oder colonial tam bién se centró en estos mismos aspectos. D urante
la segunda fase, el ám bito familiar fue considerado esencial para la
“tradición india”. Pero, a diferencia de los prim eros reform adores in
dios, los nacionalistas de esta segunda etapa no estaban dispuestos a

6 V éan se A n ilch an dra B a n eijee, “Years o f C onsolidation: 1883-1904”;


Tripurari Chakravarti, “T h e University and the G overm ent: 1904-24”
y Pram athanath B anerjee, “R eform and R eorganization: 1904-24”,
to d o s e n Niharranjan Ray y Pratulchandra G upta (ed s.), Hundred
Years of the University of Calcutta, Calcuta, U niversidad d e Calcuta,
1957, pp. 129-78, 179-210 y 211-318.
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉN ? 9 9

adm itir que el p o d er colonial legislara sobre las reformas de la socie


dad “tradicional”. Según afirm aban, sólo la misma nación tenía el de
recho de intervenir en tales aspectos, fundam entales para m antener
su identidad cultural. D urante esta época, el ámbito familiar y la pro
pia posición de la m ujer experim entaron cambios sustanciales en el
m u nd o de la clase m edia nacionalista. Se consolidó un nuevo tipo de
patriarcado, diferente del ord en “tradicional”, pero cuya reivindica
ción explícita era ser d iferen te de la fam ilia “occidental”. La “nueva
m u je r” ten ía que ser m o d ern a, p ero tam bién d ebía m an te n er los
caracteres de la tradición nacional y, por lo tanto, debía ser esencial
m ente d iferen te de la m u jer “occidental”.
La historia del nacionalismo como movimiento político ha tendido
a centrarse principalm ente en su lucha con el p o d er colonial p o r el
dom inio de lo exterior, esto es, en el dom inio m aterial del Estado.
Esta es u n a historia diferente de la que yo he subrayado. Una historia
en la que el nacionalism o no tenía otra opción que la de escoger sus
form atos en tre la galería de “m odelos” ofrecidos p o r los Estados-na
ción europeos y am ericanos: la “diferencia” no es un criterio viable
en el dom inio de lo m aterial. En este cam po exterior (lo m aterial), el
nacionalism o inició su cam ino (recordem os que para ese m om ento
ya había proclam ado su soberanía en el cam po interior o espiritual)
insertándose en la nueva esfera pública conform ada por los procesos
y form as del Estado m o derno (en este caso colonial). En sus inicios,
la tarea del nacionalism o consistía en vencer la subordinación de las
clases medias colonizadas, esto es, en desafiar la “regla de la diferen
cia colonial” en el ám bito del Estado. Debemos recordar que el Es
tado colonial no fue solam ente la institución que trajo los formatos
m odulares del Estado m oderno a las colonias. También fue una, insti
tución destinada a no cum plir nunca la misión de “norm alización”
del Estado m oderno, porque la prem isa de su poder era la “regla de
la diferencia colonial”, es decir, la preservación de la particularidad
del grupo dom inante.
C om o las instituciones del Estado m o d ern o fueron creadas du
rante la colonia, específicam ente en la segunda m itad del siglo xix,
lo o U N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

los grupos dom inantes europeos encontraron necesario establecer,


por medio de la promulgación de leyes, de la burocracia, de la adminis
tración de justicia y del reconocim iento p o r parte del Estado de un es
pacio legítimo de opinión pública, la diferencia entre gobernantes y
gobernados. Si se les iba a perm itir a los indios legislar, ¿podrían juzgar
a los europeos? ¿Estaba bien que los indios ingresaran al servicio civil,
tomándoles los mismos exámenes que a los británicos graduados? Si los
periódicos europeos en India poseían libertad de prensa, ¿se podría
aplicar lo mismo a los periódicos locales? Irónicam ente, se convirtió en
una tarea histórica del nacionalismo, que la vez insistía en las marcas
de diferencia cultural con respecto a O ccidente, reivindicar que no
existiera ninguna regla diferenciadora en el dom inio del Estado.
Con la creciente fuerza de los políticos nacionalistas, este dom inio se
hizo más extensivo e internam ente diferenciado, hasta tom ar la form a
del Estado nacional, es decir, poscolonial. Los elementos dom inantes de
su autodefinición, al menos en India poscolonial, provenían de la ideo
logía del Estado m oderno dem ocrático-liberal. De acuerdo con esta
ideología, lo público se distinguía del dom inio de lo privado. Se le exi
gía al Estado que protegiera la inviolabilidad de la privacidad del sujeto
respecto a otras privacidades. La legitimidad del Estado al desem peñar
esta función tenía que verse garantizada p o r su negativa a establecer di
ferencias entre privacidades, es decir, diferencias de raza, lengua, reli
giosa, de clase, casta, etcétera.
Pero existía un problem a, en tanto el liderazgo m oral e intelectual
de la élite nacionalista operaba en u n cam po constituido p o r un con
ju n to bastante particular de diferencias: entre lo espiritual y lo m ate
rial, lo interior y lo exterior, lo esencial y lo no esencial. Ese espacio tan
controvertido sobre el cual el nacionalismo había proclam ado su sobe
ranía y dentro del cual había imaginado su verdadera com unidad (el
campo interno), no necesariamente coincidía con la demarcación esta
blecida por la distinción entre lo público y lo privado. En este sentido,
el proyecto hegemónico del nacionalismo difícilmente podía hacer “in
diferentes” las distinciones de lengua, religión, casta o clase. El pro
yecto era una “norm alización” cultural, com o A nderson plantea, es
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? ÍO I

decir, u n proyecto liegem ónico burgués, sin duda, pero con una gran
diferencia: el proyecto hegem ónico del nacionalismo indio tenía que
escoger su espacio de autonom ía desde una posición de subordinación
a un régim en colonial, que tenía de su lado los recursos legitimadores
más universales generados por el pensam iento social posterior a la Ilus
tración. Como resultado de ello, las formas autónom as de im aginar la
com unidad fueron, y continúan siendo, oprimidas y desestimadas por
la historia del Estado poscolonial. He aquí las raíces de nuestra miseria
poscolonial: no radican en nuestra incapacidad para pensar nuevas for
mas de com unidad m oderna, sino en nuestro som etim iento a las viejas
formas de Estado m oderno. Si la nación es una com unidad imaginada,
y si las naciones deben a su vez asum ir la form a de Estados, entonces
nuestro lenguaje teórico deberá perm itirnos hablar sobre com unidad
y Estado al mismo tiem po. Pero, según creo, nuestro lenguaje teórico
actual no lo permite.
Un poco antes de su m uerte, B ipinchandra Pal (1858-1932), líder
del m ovim iento Swadeshi en Bengala y protagonista del Congreso
Nacional In d io en el perio d o an terior a G andhi, describió de la si
guiente m anera las residencias donde se alojaban los estudiantes de
Calcuta d uran te su juventud:

Las residencias de los estudiantes en Calcuta, en mis tiempos


de estudiante, hace cincuenta o sesenta años, eran como pe
queñas repúblicas y se m anejaban con normas estrictamente
democráticas. Todo era decidido p o r el voto de la mayoría de
los miembros de la residencia. AI final de cada mes un direc
tor era elegido p o r toda la “Casa”, por decir así, y se le encar
gaba tram itar todos los deberes de los residentes, y la supervi
sión general de los alimentos y del establecimiento de la
residencia [...] A un buen administrador se le rogaba frecuen
tem ente que aceptara su reelección, mientras que los m iem
bros más descuidados y flojos, quienes generalm ente tenían
que pagar de su propio bolsillo p o r su mala administración,
evitaban ocupar esta posición de honor.
1 0 2 LA N A C IÓ N E N T IE M P O H E TE R O G É N E O

Cualquier disputa entre un m iem bro y otro era zanjada por


una “C orte” de toda la “Casa”; y nos sentábam os, recuerdo,
noche tras noche, a analizar esos casos. Y nunca era cuestio
nada o desobedecida, p o r ningún m iem bro, la decisión de
esta “C orte”. Tampoco eran, en absoluto, los m iem bros de
la residencia, incapaces en la tarea de hacer cum plir en el
m om ento debido su veredicto sobre un colega transgresor.
Para ello am enazaban siem pre al m iem bro recalcitrante
con la expulsión de la residencia o, si rehusaba irse, con la
responsabilidad de hacerse cargo por com pleto de la renta
[...]. Y tal era la fuerza de la opinión pública en esas peque
ñas repúblicas, que he sabido de casos de castigo a m iem
bros transgresores, que después de una sem ana de haber
sido expulsados, su sem blante parecía como si se estuviese
recuperando de u n a grave enferm edad.

La com posición de nu estra residencia p re su p o n ía u n a


suerte de com prom iso e n tre los llam ados ortodoxos, los
brahm ánicos, y o tros m iem bros hetero d o x o s de n u e stra
república. Entonces, se estableció u n a n o rm a, p o r voto
un án im e de toda la “Casa”, que o rd e n a b a que n in g ú n
m iem bro debía tra e r com ida a la “Casa” [...] [una
norm a] que ultrajó los sentim ientos de los ortodoxos h in
dúes; sin em bargo, quedaba claram ente en te n d id o que
los m iem bros de la residencia, ya sea com o g rupo o in di
vidualm ente, no in te rfe riría n con lo que cada u n o to
mase fuera de la casa. Así, nosotros éram os libres de ir y
ten er todo tipo de com ida prohibida, au n p ara ir al G reat
Eastern H otel, el cual m uchos de nosotros em pezábam os
a frecu en tar ocasionalm ente, u otro lugar cualquiera.7

7 Bipinchandra Pal, Memories of My Life and Times, Calcuta, Bipinchandra


Pal Institute, 1973 (1932), pp. 157-160.
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿PO R Q U IÉ N ? 10 3

Lo interesante de esta descripción no es la visión exageradam ente ro


m ántica de u n esquem a en m iniatura de una form a política imagi
nada de autogobierno de la nación, sino el uso repetitivo de los térmi
nos institucionales de la m oderna vida cívica y política europea
(“república”, “dem ocracia”, “mayoría”, “unanim idad”, “elección”,
“casa”, “corte”, etc.) para describir un conjunto de actividades desarro
lladas en otro contexto, absolutam ente incongruente con ese tipo de
sociedad civil. El tem a de u n “com prom iso” en los hábitos alimenticios
de los m iem bros se basaba realm ente no en un principio de delimita
ción entre lo “privado” y lo “público”, sino en la separación de los do
minios de lo “interior” y lo “exterior”. Lo interior, espiritual, era enten
dido com o u n espacio donde la “unanim idad” tenía que prevalecer,
mientras que lo exterior, material, era sólo una muestra de la libertad
individual. A pesar del “voto unánim e de toda la Casa”, la fuerza que
determ inaba la unanim idad en el campo interior no era el procedi
m iento de votación (que implica un cuerpo constituido por miembros
individuales), sino el consenso de una com unidad. Una com unidad
institucionalm ente novedosa, porque después de todo la residencia de
Calcuta era algo sin p reced en tes en la “trad ició n ”, e in ternam ente
diferenciada. U na co m unidad, sin d uda, cuyas dem andas tenían
preferencia sobre las propias de los miem bros individuales.
El uso de térm inos que rem iten al proceso parlam entario por parte
de B ipinchandra para describir las actividades “com unitarias” de una
residencia com o si fuese u n a nación no debe ser considerado como
una m era anom alía. Su lenguaje constituye un indicativo de la im bri
cación entre los dos discursos y los dos dom inios correspondientes de
la política. Existe un intento, perceptible en la reciente historiografía
india, p o r abordar estos dos dominios com o los ámbitos de la política
de la “élite” y de la política de los “subalternos”.8 Sin embargo, uno de

8 R epresentado por los diversos ensayos incluidos en Ranajit Guha (ed .),
Subaltem Studies, vols. 1-6, D elhi, O xford University Press, 1982-1990.
La declaración program ática de esta aproxim ación está en Ranajit
G uha, “O n Som e Aspects o f the H istoriography o f Colonial India”, en
Ranajit G uha (ed .), op. cit., vol. 1, pp. 1-8.
10 4 LA N A C IÓ N EN T IE M P O H E T E R O G É N E O

los resultados im portantes de este enfoque historiográfico ha sido pa


radójicam ente dem ostrar que cada dom inio no solam ente actúa en
oposición al otro, sino que, a través de este proceso de confrontación,
modela tam bién las formas em ergentes del otro. Por lo tanto, la pre
sencia de lo popular o de elem entos com unitarios integrados en el
orden liberal del Estado poscolonial no debe asumirse com o u n signo
de falta de autenticidad o de deshonestidad de la élite política. Es,
más bien, u n reconocim iento p o r parte de ésta de la presencia tangi
ble de un espacio para la política de los subalternos, a partir del cual
existe la necesidad de negociar acuerdos. P or su parte, la política de
los subalternos se ha familiarizado cada vez más con las formas insti
tucionales características de la élite dom inante, hasta llegar a adap
tarse a ellas en ocasiones. Por lo tanto, el p u n to aquí no es la simple
demarcación e identificación de dos espacios diferenciados, que es lo
que en u n prim er m om ento se requería para rom p er con los clamo
res totalizadores de la historiografía nacionalista. La tarea consiste en
rastrear, en sus historicidades m utuam ente condicionadas, las formas
específicas que surgieron, por un lado, en el espacio definido por el
proyecto hegemónico de la modernidad nacionalista, y, por el otro lado,
en las innum erables resistencias fragm entadas hacia ese proyecto
normalizador.
Este es el ejercicio que deseo realizar en este libro. Dado que el
problem a apunta a los límites de la supuesta universalidad de las dis
ciplinas del conocim iento posterior a la Ilustración, p odría parecer
que este trabajo se trata de otro ejem plo más del excepcionalismo in
dio (u oriental). Sin em bargo, el propósito de mi trabajo es m ucho
más com plejo y considerablem ente más ambicioso. No solam ente
abarca la identificación de las condiciones discursivas que hicieron
posibles tales teorías sobre el excepcionalism o indio. Incluye, tam
bién, una dem ostración de estas presuntas excepciones com o lo que
realm ente son: elem entos reprim idos por la fuerza, situados más allá
de la supuesta form a universal del régim en m oderno de poder. Esta
última dem ostración nos perm itirá argum entar que las pretensiones
universalistas de la filosofía social occidental m oderna se encuentran
C O M U N ID A D IM A G IN A D A : ¿P O R Q U IÉ N ? 10 5

en sí mismas limitadas p o r las contingencias del po d er global. En


otras palabras, “el universalismo occidental”, no m enos que el “excep-
cionalismo oriental”, puede ser identificado com o una form a particu
lar de u na conceptuación más compleja, diversa y diferenciada de
u na nueva idea universal. Este enfoque no solam ente hace posible
pensar en nuevas formas de com unidad m oderna, las cuales, como yo
lo planteo, h an protagonizado desde sus inicios la experiencia nacio
nalista en Asia y África, sino, más decididam ente, perm ite tam bién
pensar en nuevas formas de Estado m oderno. El proyecto, entonces,
consiste en reclam ar p ara nosotros, los una vez colonizados, la liber
tad de imaginación. Pretensión que, como bien sabemos, sólo puede
tom ar cuerpo como respuesta a un cam po de poder. Los estudios de
este libro dejarán necesariamente la impresión de una pregunta no con
testada. A bogar en nom bre del fragm ento es tam bién, no debe sor
prender, generar u n discurso que es en sí mismo fragm entario. Pedir
disculpas p o r ello sería redundante.

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