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ELEMENTOS QUE CONSECUENCIAS DEL ELEMENTOS DE CÓMO AYUDAR

COMPONEN EL HECHO HECHO TRAUMÁTICO RESISTENCIA


TRAUMÁTICO

Nombres y apellidos:
1. Camboya: supervivientes del Khmer rojo. Los supervivientes confrontan a sus carceleros.

El gobierno Khmer Rojo estableció una dictadura de corte ultra maoísta entre 1975 y 1979, exterminando en ese periodo en ejecuciones
sistemáticas en masa a más de dos millones de personas, el 30% de la población total del país. Rithy Pahn, escritor y director de cine, propició
entre 1996 y 1997 encuentros entre ex prisioneros y guardas del campo de exterminio khmer rojo S-219 . El campo funcionó entre 1975 y
1979 y de 14.000 detenidos que pasaron por él, solo 6 sobrevivieron. Pahn los entrevistó y facilitó los encuentros.

Lo que sigue son extractos de algunas de las entrevistas.

- Nath : “Yo tengo dos tipos de heridas. Una es la herida corporal. Me han electrocutado para buscar una traición, un dato de enemigos que
no conocía. (...). La otra es una herida en las emociones, psicológica. Vivo con miedo. Me han arrebatado todo aquello que constituye lo
humano, me han quitado el derecho a ser humano. Me han atado y abandonado en una esquina, hambriento, indigno, humillado... Cuando
uno atraviesa todo ese sufrimiento, nunca va a poder olvidarlo. (...). Yo quisiera vivir como un padre, con los mimos derechos que los demás.
Pero los humanos, cuando reciben una tortura así de profunda, nunca van a poder olvidar. Aún hoy en día tengo miedo a todo sin razón.
Tengo miedo y nunca puedo encontrar las causas.

- Khan : “Pero yo tampoco puedo olvidar. Yo estuve también en S-21. Yo fui un instrumento de la prisión. (...). Yo quiero que se haga un
tribunal para juzgar a los que dieron las órdenes, para que las almas de los muertos y de los supervivientes encuentren la paz ....

- “Pero yo no quiero que tú ruegas por las almas de los supervivientes ni de los que murieron – interrumpe violentamente Nath - . Porque
aquellos que están muertos lo están por tus actos. Son víctimas de tus torturas. (...) Tú estabas al corriente de todo. Yo quiero que quede bien
separado quienes fueron las víctimas, quienes fueron instrumentos y quienes dieron las órdenes. Son tres categorías bien distintas (....).
Cuando haya justicia quizás me sienta más tranquilo porque no tendré más dudas sobre mí...

Los torturadores bajaron la cabeza y se hizo un silencio....” (pp 240-2). (…) Nhat : “¿Por qué? ¿Por qué?. ¿Cuándo veías las caras de los
prisioneros, en tu corazón... ¿cómo podías?”. (silencio) Houy : “Los prisioneros pasaban y no estaban mas de uno o dos días... No eran
personas” “Pensaba que si no hacía lo que debía, yo ocuparía su lugar...” “Tenia que hacerlo... sólo eso”. (…) “No sé qué decir... ha pasado
mucho tiempo... En realidad he olvidado casi todo lo de aquellos años...” - Nhat : ¿Olvidar? ¿Olvidar? Aunque quiera olvidar yo no puedo
olvidar. Esta noche, por ejemplo, sólo he dormido una hora. Cada vez que me desvelo me vienen una y otra vez las imágenes de la prisión. Yo
no quiero, pero me vienen solas. Yo te veo ahora, y te veré esta noche, en mis pesadillas, en frente de mí como estabas en aquella época,
como a En el año 2006, veinte años después del final del régimen de Pol Pot, aún no ha habido ningún juicio ni existen expectativas de que lo
haya. caminabas, como hablabas, tus gestos... Tu voz volverá. Todo vuelve una y otra vez...(...) Si quiero dormir, tengo que tomar medicación...
Yo no quiero pensar en el pasado, pero el pasado me persigue...” (pg 39.40) Uno de los torturadores narra que tuvo ansiedad persecutoria al
principio. “Mi padre me recomendó: “Has matado a personas.

Debes hacer una ceremonia a los muertos para que encuentren la paz, para que no tengan un mal karma en el futuro. (...). Hice la ceremonia
para pedir a los muertos que enfrentaran un mal karma” Hmon : “Les Khmer Rouge ejecutaron a legiones enteras de hombres. Mis padres,
mis tíos... Dos o tres jóvenes soldaos eran suficientes para detener y mandar a la muerte a legiones enteras de hombres. ¿Por qué?. Por que
teníamos miedo... En esa época nos dejábamos coger. Nadie se resistía. Uno tendía las manos para que se las esposaran, se arrodillaba para
que le dieran el golpe final en la cabeza con la piocha... No había resistencia, no había oposición...(...). Un hombre es más fácil de eliminar que
un guisante. Los guisantes, al menos, se resisten a ser aplastados (...). Esa idea me persigue…” El padre de uno de los torturadores que
participa en el grupo dice: “Cuando mis hijos estuvieron en casa siempre se comportaron bien, nunca insultaron a una persona mayor...
Fueron indoctrinados por los Khmer, hicieron de ellos seres que podían matar hombres... (...) Yo di una buena educación a mis hijos... ¿Por
qué tuvo que pasar esto? (pg 47) “El interrogatorio era absurdo. Me golpeaban, me arrancaban las uñas preguntándome cosas como: “¿En
qué año entraste en la CIA? ¿Cuándo entraste en la KGB? ¿Quién es tu jefe? ¿Quién es tu contacto? Yo decía que no sabía nada...(...). Pero
daba igual lo que contestara... nada paraba la tortura (...). Yo respondí no importa ni qué. (....). Destrozado, con la sangre coagulada, me
desmayaba (...) estaba ya muerto en vida y no sabía nada (...) Denuncié a todo el mundo porque el dolor era insoportable. Tenía miedo y
respondí no importa qué. No cometí ninguna falta... No hice mal a nadie. ¿Por qué me hicieron tanto daño a mi? (...). Por eso necesito que se
escriba lo que sucedió...(...) Cada día pienso en mis niños muertos. Ruego a los dioses para no tener un mal karma si a causa de lo que hice,
las personas a las que denuncié han sido tocadas por consecuencias nefastas... Cada día mi corazón vive atormentado con esta idea...” (pg 63)

2. Los hibakusha : supervivientes de Hiroshima y Nagasaki.

Michihiko Hachiya (1903-1980), médico japonés, sobrevivió a la bomba de Hiroshima pese a estar cerca del epicentro. Su libro Diario de
Hiroshima10 escrito día a día en las 5 semanas siguientes, es un testimonio directo de lo sucedido en la ciudad en las semanas siguientes. Más de
doscientas mil personas murieron en segundos. La ciudad quedó devastada.

Tras sufrir el impacto de la bomba el doctor Hachiya llega al hospital del que es director moribundo, permaneciendo en coma varios días. Cuando
despierta: “Al poco rato comenzaron a llegar las visitas. El personal del hospital, uno tras otro, vino a interesarse por mi salud y a desearme un
pronto restablecimiento. Algunos realmente me abochornaron, pues estaban tan malheridos como yo. De haber podido me habría ocultado en
algún rincón oscuro para que nadie me viera” (pp 28-29)
Todos los presentes tienen la necesidad de contar una y otra vez lo visto en su camino al hospital: “Encontré una infinidad, quemados de cintura
para arriba, el pecho cubierto de llagas. (…). Y lo peor es que no tenían cara. Nariz, ojos, bocas, todo quemado, parecía como si las orejas se les
hubieran derretido. Casi no podía distinguirse entre pecho y espalda (…). Uno de esos soldados, que por único rasgo facial tenía la dentadura
blanca y saliente, me pidió un poco de agua…” (pp. 31) “Contar estas espantosas experiencias producía un cierto alivio (…) tan increíble era el
relato de aquellos horrores” (pp 32). “Heridos y quemados ocupaban cada centímetro del andén de la estación, algunos de pie, otros echados.
Todos imploraban que les dieran agua. De vez en cuando se oía la voz de una criatura que llamaba a su madre. Aquello era un infierno en la
tierra…” (pp 33). “Al pensar en esa pobre gente herida, abrasada por sus quemaduras y por los rayos del sol, suplicando por agua, me sentía como
si estar dónde estaba fuese un pecado” (pp 34 “Padres enloquecidos de dolor llegaban preguntando por sus hijos Esposos buscaban
desesperadamente a sus mujeres, hijos a sus padres…”(…)”Gradualmente la capacidad de comprender la intensidad de su sufrimiento, de
compartir con ellos el dolor, la frustración y el horror fue menguando de tal forma que me encontré de pronto aceptando cuanto me habían
contado con ecuanimidad. (…) Dos días habían bastado para que me adaptara a aquel ambiente de caos y desesperación” (pp 40) “En la noche
(…) apareció un hombre en la puerta. (…) Al aproximarse puede verle el rostro, o mejor lo dicho, lo que había sido un rostro, porque las llamas
habían fundido sus rasgos faciales. Estaba ciego. (…). “¡Esta no es su sala! – grité presa de un pánico incontrolable -. El infeliz dio media vuelta y se
fue por donde había venido. Estaba avergonzado de mi comportamiento pero el miedo había sido más fuerte. No puede dormir

en toda la noche pensando en mi reacción” (pp 41) “(Desde la bomba) vestía un par de pantalones mugrientos, una camisa agujereada (…) digno
del rey de los vagabundos (…). Pero la miseria de esta pobre gente hacía que me avergonzara de estar tan bien vestido” (pp 67) “Una anciana
hasta cuyo camastro llegué en mi ronda me irritó bastante, porque no cesaba de suplicar que le quitáramos la vida. No estaba herida, no sentía
dolores y en atención a su edad avanzada todos tratábamos de reconfortarla lo mejor posible; pero por única respuesta recibían un ruego
histérico de que acabaran con sus padecimientos. (…).

Toda su familia había muerto, de manera que ahora estaba sola en el mundo, pero otros sufrían como ella y a pesar de todo trataban de reprimir
su dolor por consideración a los demás” (pp 75). “Me preocupaba cualquier pequeño signo de enfermedad en mi (…). Me miraba una y otra vez al
espejo buscando petequias (…). Estar tan cerca de la muerte no había dado un deseo irrefrenable de vivir” “Quienes vivimos el pika en carne
propia desarrollamos todos un sentido del humor bastante ordinario (humor negro)” (pp 139) “Me reproché [los síntomas de neumonía de mi
mujer]. ¿Por qué no la había vigilado más? ¿Cómo podría reconciliarme conmigo mismo si le pasaba algo a mi mujer?” (pp 147)
2. Voces de Rwanda

El año 1994 vino marcado en la historia como el año del genocidio rwandés. El 6 de abril se inició un proceso de exterminio sistemático de la
población tutsi a manos de sus vecinos hutus. En cuatro semanas fueron ejecutadas siguiendo órdenes de las propias autoridades hutus del
país, con machete o martillo 800.000 personas, en muchas ocasiones en masacres colectivas. Tras unos años iniciales de silencio han ido
surgiendo testimonios. Se han publicado varios libros con recuentos de supervivientes del genocidio. Del libro de Jean Hatzfeld Voces al
desnudo proceden los dos que siguen que proponemos trabajar con idéntico esquema.

Jeannette Ayinkamzye. 17 años, agricultora y costurera, vive en la colina de Kinyinya (Maranyundo).

Nací entre siete hermanos y dos hermanas. A papá lo tajaron el primer día, pero nunca supimos dónde. A mis hermanos los mataron poco
después. Con mamá y mis hermanas pequeñas conseguimos huir hasta los pantanos. Aguantamos un mes bajo los enramados del papiro, casi
sin ver ni oír nada del mundo. Los días los pasábamos echados en el barro rodeados de serpientes y mosquitos, para protegernos de los
ataques de los interahamwe. Por la noche vagábamos entre las casas abandonadas para buscar qué comer en las parcelas. Comíamos lo que
encontrábamos, así que había muchos casos de diarrea; pero, por suerte, las enfermedades corrientes como la malaria parecían respetarnos
por una vez. No sabíamos nada del exterior, salvo que los tutsis estaban siendo masacrados en todos los municipios y que todos moriríamos
en poco tiempo.

Teníamos la costumbre de escondernos en pequeños grupos. Un día los interahamwe descubrieron a mamá debajo de los papiros. Mamá se
levantó y les ofreció dinero para que la mataran de un solo machetazo. La desnudaron para quitarle el dinero anudado a su pareo. Le cortaron
primero los brazos y luego las piernas. Mamá murmuraba: «Santa Cecilia, Santa Cecilia», pero no suplicaba.(…) Este pensamiento me
entristece. Pero me pone igual de triste recordarlo en voz alta que en voz silenciosa, por eso no me molesta contárselo a usted. Mis dos
hermanas pequeñas lo vieron todo porque estaban Echadas al lado de mamá; a ellas también las golpearon. A Vanessa la hirieron en los
tobillos, a Marie-Claire en la cabeza. Los matarifes no las despedazaron.

Quizá porque tenían prisa, quizá lo hicieron a propósito, como con mamá. Yo sólo oí ruidos y gritos porque estaba disimulada en un hoyo un
poco más lejos. Cuando los interahamwe se fueron salí y le di agua a mamá. (…) No tuve el arrojo de pasar la noche con ella. (…) Había que
ocuparse primero de las hermanitas, que estaban malheridas pero no moribundas. Al día siguiente tampoco pudimos quedarnos con ella
porque no teníamos más remedio que escondernos. Era la regla en los pantanos: cuando alguien estaba gravemente herido estábamos
obligados a abandonarlo por la falta de seguridad. (…) Ahora sueño a menudo con ella en una escena nítida en medio de los pantanos: miro el
rostro de mamá, escucho sus palabras; le doy de beber pero el agua no puede pasarle por la garganta y rebosa directamente de sus labios; los
asaltantes reanudan la persecución; me pongo de pie y empiezo a correr; cuando vuelvo al pantano pregunto por mamá a la gente, pero
nadie la conoce ya como mi mamá; entonces me despierto. El último día del genocidio, cuando los libertadores nos llamaron desde el borde
del pantano, hubo entre nosotros quienes se negaban a salir de su escondite bajo los papiros con el pretexto de que era una nueva artimaña
de los interahamwe.

(…) Después, por la tarde, nos reunieron en el campo de fútbol de Nyamata; los más fuertes salieron a buscar en las casas ropa presentable.
Aunque por fin podíamos comer caliente no mostrábamos ninguna alegría, porque pensábamos en los que habíamos dejado allí. Nos
sentíamos como en los pantanos, salvo que nadie nos perseguía. Ya no había riesgo de muerte, pero seguíamos golpeados por la vida. (…).
Ahora trabajamos la tierra de la parcela. Tenemos para comer y reímos cuando podemos para que los niños se acerquen a la alegría. Pero ya
no celebramos los cumpleaños porque nos da demasiada pena y porque cuesta demasiado dinero. Nunca discutimos, ni una vez por
casualidad, porque no encontramos cómo ni por qué. A veces cantamos canciones de la escuela. Las dos niñas pequeñas han vuelto al
colegio. Jean-deDieu está demasiado pensativo desde que recibió un machetazo en la cabeza. Le gusta quedarse sentado horas y horas con la
barbilla apoyada en una mano.

(…) Encuentro demasiadas vacilaciones a mí alrededor. A decir verdad, no me siento muy a gusto con la vida. No consigo pensar más allá del
presente.(…) Los niños han vaciado mucha tristeza de su espíritu, pero siguen teniendo cicatrices y dolores de cabeza y pensamientos
dolorosos. Cuando sufren demasiado dedicamos tiempo a evocar aquellos días desgraciados. Las dos niñas son las que más hablan, porque
vieron todo lo de mamá. A menudo cuentan la misma escena y olvidan el resto. Nuestra memoria se modifica con el tiempo. Olvidamos
Circunstancias, confundimos las fechas, mezclamos los ataques, nos equivocamos con los nombres, dejamos de acordarnos incluso de cómo
murió este o aquel o algún conocido. Sin embargo, nos acordamos de todos los momentos terribles que vivimos personalmente como si
hubieran ocurrido el año pasado. Con el tiempo guardamos listas de recuerdos muy precisos; nos los contamos cuando las cosas no van bien,
cada vez se hacen más verídicos pero ya casi no sabemos colocarlos en el orden correcto. Cuando me encuentro sola trabajando en el campo
a veces tiendo a ver aquello con demasiado pesar.

Entonces dejo la azada y voy a casa de los vecinos para charlar. Cantamos, tomamos un zumo y eso me hace bien. El domingo voy a la iglesia,
canto y rezo. (…). Sé que cuando has visto mutilar a tu mamá con tanta maldad y la has visto sufrir tanto tiempo, pierdes para siempre una
parte de tu confianza en los demás, y no sólo en los interahamwe. Quiero decir que la persona que ha contemplado tanto tiempo un
sufrimiento tan terrible nunca podrá vivir entre la gente como antes, porque estará siempre en guardia. Desconfiará de los demás aunque no
hayan hecho nada. Quiero decir que la muerte de mamá me entristeció al máximo, pero que su dolor, demasiado prolongado, me dañó para
siempre y que eso es irreparable”

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