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ENZO CORMANN

MINGUS, Cuernavaca

Traducción
FERNANDO GÓMEZ GRANDE
Mingus, Cuernavaca, cuya versión íntegra encontrarán ustedes en las páginas
siguientes, se escribió entre 1990 y 1991 con el propósito de que fuese recitada en escena por el
autor, asociada a la música del saxofonista Jean-Marc Padovani, interpretada por una
formación de una docena de músicos de jazz. Por esta razón, podríamos calificar a este texto
como “jazz poem”, calificativo que desde 1956 empleó, por su parte, el compositor de
Pithecantropus Erectus.
En la calle Humboldt de Cuernavaca (Méjico), la “Casa Verde”, en la que el
compositor y contrabajista vivió sus últimos días, es un bello caserón rodeado de un gran jardín
en el que crecen profusamente, aprovechándose del microclima paradisíaco que reina allí a lo
largo de todo el año, buganvillas, eucaliptos, magnolias, zinnias y otras muchas plantas
tropicales. La terraza del primer piso sobre la que da la habitación que ocupaba el músico,
goza de una vista privilegiada de uno de los lejanos volcanes que se pierden en el horizonte. La
misma casa acogió a Dexter Gordon durante varios inviernos seguidos. Este la compró y allí
pasó sus últimas horas... al igual que Gil Evans...
Durante el verano de 1978, después de haber sido recibido por Jimmy Carter en la Casa
Blanca, Mingus, sabiendo que sus días estaban contados debido a la enfermedad que le tenía
encadenado a una silla de ruedas, se fue a Méjico. Según su esposa, la actriz Susan Graham,
siguió los consejos de Gerry Mulligan, un amigo del cual acababa de volver de Méjico donde se
había curado de lo que él pensaba que era su misma enfermedad. Según otras fuentes,
mejicanas en particular, Mingus fue a Méjico realmente para consultar a una famosa bruja,
“Ponchita”, con el fin de que le liberase del maleficio del que pensaba –o al menos así lo
afirmaba él– que era víctima.
En aquel momento eran numerosos los artistas americanos que poseían una residencia
de invierno en Cuernavaca. Los Mingus alquilaron primero un modesto bungalow, y, más tarde,
encontraron la “Casa Verde” en donde Charles alcanzó su muerte.
Ocurrió el 5 de enero de 1979, pocos meses después de su llegada a Méjico.
A los cuatro días de su muerte, tal y como Jean-Marc Padovani y yo mismo pudimos
verificarlo in “situ”, el periódico mejicano “Excelsior” anunciaba en primera página, foto
incluida, el sorprendente suicidio colectivo de cincuenta y seis cachalotes que habían
embarrancado en las costas mejicanas de la baja California. El mismo periódico daba la
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noticia en su página nueve de la muerte de Charles Mingus a la edad de... cincuenta y seis años.
Los cadáveres de los cetáceos fueron quemados y los restos mortales de Mingus fueron
incinerados. Las cenizas del músico fueron esparcidas posteriormente por su viuda en el
nacimiento del Ganges, conforme a su última voluntad.
Esto es todo con respecto a los hechos. En cuanto a todo lo demás, que yo sepa, es pura
ficción.
E. C.

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“The blues is a one-way ticket from your love to nowhere;
the blues ain't nothin'but a black crepe
veil ready to wear.”

DUKE ELLINGTON, citado por LEONARD FEATHER.

“Siempre somos dos. Un vivo y un muerto.


Y siempre se están peleando.”

BRAM VAN VELDE, palabras recogidas por CHARLES JULIET.

“No disminuir la velocidad frente a la muerte: acelerar, acelerar.”

ELIAS CANETTI, El Corazón secreto del reloj.

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Ahora ya es el final.
Imaginemos que, bruscamente, quiere levantar su manaza de oso pardo para protegerse
del sol, pero el sol, imperturbable, se despreocupa de la miseria de este mundo. Charles,
mastodonte impotente, echa pestes, escupe, se caga en todos los santos y trata a su madre de
puta.
O bien se da cuenta de que su madre, que murió seis meses después de haberle dado a
luz, no era precisamente una puta y Mingus llora a escondidas, perdido, como cualquier hijo de
vecino, alejado infinitamente del resto del mundo, solo, deliberadamente, atrozmente solo y sin
embargo rodeado de cuidados, lo que quiere decir atendido, limpiado, lavado, alimentado,
bebido, paseado, distraído –cogido en una trampa-.
O dicho de otro modo, Charles Mingus, cincuenta y seis años, dormido profundamente
en su sillón de inválido, a la sombra del mirador de una casita de las lejanas afueras de
Cuernavaca, ciudad mejicana, morirá dentro de poco más de una hora, antes de que el sol,
finalmente, se ponga, como si se conformase con lo ineludible, como si dijese ya está bien,
basta, ya está bien de sufrir, de soportar, de tergiversar, acabemos de una vez, y que sus cenizas,
conforme a su última voluntad, sean esparcidas en el Ganges.

–“¡Enfermera!
–¿Señor Mingus?
–¿A cuántos estamos hoy?
–A cuatro de enero, señor.
–Tengo sed.
–Voy a buscarle algo para beber.”

Iré por el río sagrado y mis huesos triturados a lo largo de tres mil kilómetros de
devoción líquida, irán a nutrir el suelo de Bhagïratha, rey santo que obtuvo con sus locas
mortificaciones que las aguas sagradas del Gangà, río celeste, viniesen a fecundar la tierra y
Shiva, lo sé, para evitar el diluvio que hubiese provocado la caída brutal de tal masa de agua,
consintió en recibirlas sobre su cabeza, y estas se arremolinaron entre sus trenzas en tumultuosas
cascadas durante mil años, luego se crearon siete manantiales y yo nací, negro color de
excremento, en una falla de rocas entre los montes Vindhya e Himalaya, a cuatro mil quinientos
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metros de altitud, y todo un pueblo en Hardwar y Varanasi, bañándose en las aguas fangosas y
grises cargadas de millones de cadáveres incinerados de la India inmemorial, se hace eco de mi
nacimiento en el flujo de materiales, aguas, sangre, gritos, respiraciones, gemidos de mi difunta
madre y de mis propios vagidos.

–“Está sudando, le voy a secar la cara.


–¿Conoces la India?
–Mi padre dice que se mueren de hambre.
–¿A qué se dedica tu padre?
–Es maestro.
–¿Comunista?
–Sí.
–¿Y tú?
–No me interesa la política.
–¡Entonces la política se hará a tu costa!; es como si dijeses ‘¡no me interesa saber quién
me da por el culo, con tal de que me den!’, ¿te sonrojas?, ¿te parece que soy grosero?; date una
vuelta por el mundo y pregúntale a los músicos si piensan que Mingus es grosero, tráeme mi
sombrero.
–Enseguida, señor”.

Iré a lo largo de los días, bañándome hasta hartarme en el mismo río, desafiando al
tiempo al que, a lo largo de toda mi vida, troceé en compases, despedacé, mascullé, nota tras
nota, que mis dedos oprimían, golpeaban, punteaban, frotaban, inventaban una tras otra, en el
ralentí mental y la aceleración digital, entre la inocencia y la técnica, como cuando se folla, muy
escasamente sin duda, como un cerdo virginal, siendo a la vez ángel y follador, puro espíritu y
puro glande, todas esas notas, todas esas mujeres, esas escenas, esas camas, esas melodías nunca
compuestas, todos esos polvos imaginarios, en realidad lo que más me gusta es la música de la
mentira, su velocidad, hacerle un corte de mangas al tiempo, cagarse en lo imposible, en lo
imperfecto, en lo inverosímil, en lo intocable, me cago en el instrumento, mi bajo es una
orquesta, mi polla es una varita mágica, “¡vanidad de vanidades!”, sin embargo todo eso existió,
FUE.
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–“¿Cómo se siente hoy, señor Mingus?”
–¡Esclerosis amiotrófica, mamacita! ¡el nombre ya es como una descarga!, alguien rasca
mis huesos con un cascote de vidrio, sé que hay alguien, el mal de ojo, o algo, un maleficio, o
qué sé yo, vine a Méjico a consultar a esta bruja, Ponchita, una vieja loca, terca como diez mulas
juntas, “usted enfermo, señor, no embrujado, –tengo enemigos, Ponchita, son poderosos, van a
consultar a brujos africanos, ya mataron a Eric, y a otros muchos –mi magia no puede hacer
nada por usted, sólo soy una vieja, adiós!”, ¡mamacita!, ¡mis nervios rechinan bajo el arco del
Gran Ming, el otro Ming, el Ming de siglos y siglos, el Ming definitivo! ¿sabes? realmente
existe, está escrito, YO lo he escrito, durará mucho pero no consigo ninguna gloria con ello,
antes tal vez, pero ahora ya no, creo en una partitura preexistente, yo no invento nada, arranco
jirones de cielo, sólo lo desvelo un poco, y eso se llama creer, porque yo creo ¡me cago en dios!,
llámalo como quieras, creo en dios sabe qué, maleficio, magia negra, ¿qué más da?, digamos
que en una suprema gilipollez, escúchame bien, cuando uno dice me cago en dios, es como si
uno se diese por culo a sí mismo, ¿de acuerdo?
“Mira, cuando toco, el piano quiero decir, me parece, no, SÉ que hay alguien a la
derecha: yo, y que hay alguien a mi izquierda: otra vez yo, y que estos dos yo tocan el piano,
mientras que en el centro los escucha mi yo-Mingus, yo y yo mismo y yo, que tocamos la
música y la escuchamos, la criticamos, la modificamos y en resumidas cuentas ¿no se llama a
eso rezar?, nunca he dejado de rezar en un cierto sentido, letra muerta, destinatario desconocido,
Padre Nuestro Mingus que estás aquí, en el nombre del Padre y del Padre-Hijo y del Padre-Hijo-
Espíritu Santo, ¡y un dos tres!, ¡un concierto, doscientos conciertos, tres mil conciertos!, ¿no es
una desgracia?, ¡ayer aún movía la mano izquierda, hoy es una pelota de cuero!, ¡háblame del
mañana!, ¡háblame de Dios!
–No se exalte.
–¡No me exalto, improviso!”

Compongo, con la vida, con el poco de tiempo que queda, el último tema que se
eterniza, ¡con nervio, hostias! ¡con vida! ¡toca en la puta caja! ¿para qué crees que te pago,
jodido manco?, ¿para que te duermas detrás de los platos? quiero que toquéis la partitura como
si estuvieseis improvisando y que improviséis como si fuese una partitura y ¡por el amor de
dios! evitad el hacer sub-Mingus, no toquéis COMO Mingus, tocad como VOSOTROS
MISMOS, no como Mingus, sino CON Mingus, imitando a Mingus tocáis en realidad
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CONTRA Mingus, ¡voy a sacaros de vosotros mismos por los cojones si es necesario! tú,
¿dónde aprendiste a tocar la trompeta? ¿en un embotellamiento? ¿con uno que soplaba la
trompeta con el culo?, y tú ¿crees que basta con rumiar las cuentas de un rosario de notas como
si fuesen una ristra de salchichas? ¿te crees que el mundo no tiene nada más urgente que hacer
que soportar tus incongruencias? según me dijeron a ti te preocupaba el caché, ¿pero quién te ha
hablado del caché?, ¡para tocar conmigo eres tú quien tiene que pagar, un dólar por nota, y te
cobrarás con todo lo que yo te haya enseñado antes de darte una patada en el culo y echarte a la
puta calle! ¿que no te interesa? ¡fuera! ¿que estás furioso? ¡mejor! ¡todos debéis estar furiosos!
¡todos tenéis que ser intratables! tú, ¡tocas como si te la estuvieses cascando! ¡con los ojos en
blanco, el cuerpo fofo, sin despeinarte!, ¡siempre en el culo del compás! ¡como si estuvieses con
una mujer en la cama! no digas lo contrario, espero que al menos sea guapa ¿es guapa?, eso es,
¡ríete, ríete!, ¡con un futuro como el que te espera no te va a servir ni para cagarte encima!,
¡tocáis como si fueseis espaguetis pasados, cuando se tira de uno todo el plato va detrás y tenéis
que desliarlos! ¡la música tiene que bailar! ¡hay que creer en ella! ¿tú crees en ella? ¡si asomases
la cabeza fuera del camerino te daría un par de bofetadas! ¡este en lo único que cree es en el
caché y en nada más! ¿y tú, en qué piensas cuando tocas? ¿acaso sabes lo que significa
PENSAR? ¿has pensado alguna vez? ¿aunque sólo sea durante UN segundo? ¡inténtalo uno de
estos días y ya verás, lo único que cuesta es dar el primer paso! ¡podéis estar orgullosos de
formar un famoso equipo de cagones! ¡seguro que quedabais campeones en un campeonato
mundial de cagones de zurullos! ¡arriba muertos! ¡el mármol está duro pero las baldosas están
agrietadas, mamacita!, ¡adelante, hostias! ¡MÚSICA!

–“¿Qué es para ti el genio?


–No sé.
–En el noventa por ciento de los casos una jeringuilla, ¿y la universalidad?
–No sé.
–¡Una enfermedad nerviosa!, ¿el sonido? un estilo, ¿y el estilo? ‘el principio del fin’
como decía Dashiel Hammet que estaba podrido de estilo y de alcohol y de desgracia y de
aburrimiento de escribir para terminar, y cuanto más se aburría, más le gustaba a la gente leerlo,
y cuanto más se cree vivir, más se corre hacia la muerte, el aburrimiento ralentiza el tiempo, he
pasado mi vida acelerando el tempo, cientos de conciertos puteando a la orquesta, ¡atención al
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compás! ¡con garra! ¡apresurémonos hacia nuestras tumbas! toda mi vida, y ahora que es el final
¿crees que tengo miedo?
–Es usted valiente.
–¡Igual que un toro bravo durante los quince últimos minutos de su vida!, ¿qué es esta
mierda?
–Morfina, señor.
–¿Qué edad tienes?
–Veintidós años.
–¿Veintidós años?, ¡mamacita!”

Mientras se abandona a la inyección de los días alternos, Mingus lanza una mirada
aprobatoria a la grupa prominente, a los jóvenes senos, al mohín inapreciable, al discreto sonrojo
de los pómulos, un lagarto atento se arriesga a unos metros de los finos tobillos de la enfermera,
unas risas infantiles rompen el breve silencio, el ambiente se dilata y gime, a su manera, como
una queja sorda, abstracta, como un solo de trombón o el frotar de un arco en el contrabajo en
medio de un desbarajuste de percusiones, lenta invocación que flota en el pálido cielo, y de
pronto, silencio, el cuerpo se calla, la mano diligente retira la aguja, luego la boca, fruto
exquisito, sin una arruga, susurra:

–“Me prestaron uno de sus discos.


–Quisieron hacerte un favor, ¿lo escuchaste?
–Sí.
–¿Y bien?
–Yo no sé nada de música.
–Eres joven, eres blanca, no sabes nada de nada.”

Watts, 1621, calle 108 Este, Condado de Los Ángeles, Estado de California,
“Me llamo Charles Mingus, señora.
–Encantada de conocerle, Charles (mierda de negro), mi hija nos ha hablado a menudo
de usted (ni se te ocurra tocarla), vuelva cuando lo desee (¡y vete a que te blanqueen!)”.

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Ahora ya no tengo miedo, voy con la cabeza muy alta por nuestra asquerosa callejuela
de Watts, igual que el pueblo se abalanza sobre unas parihuelas en cada página de mi manual de
historia, Mingus es un perro callejero, es decir, de ningún sitio, está de paso, me gusta la ley de
la calle, conozco el orgullo de la calle, que el mundo está para cogerlo, y la Historia para
recogerla, lo comprendí en el preciso instante en el que mi puño se aplastó por vez primera en
una jeta, el ruido miserable a carne muerta que soltó esta jeta me lo enseñó DIRECTAMENTE,
la idea estaba allí, palpable, como un agujero en el tiempo, un agujero en el instante, un
sumidero que absorbía todos los instantes no vividos y todo el tiempo que me quedaba por vivir,
supe entonces que ningún hombre conseguiría nunca encauzar esta marea inaudita, espasmo sin
fin, potencia a grandes borbotones que se mezclaba con las mareas domesticadas de la música,
en un relámpago me transformaba en Mingus, cuando cesé de querer no ser nada, fui todo para
mí, me transformé en mi MUNDO, las ciudades poco a poco me resultaron indiferentes, llegaba,
tocaba, regresaba al hotel, las ciudades me importaban un pijo, vivía en mi cuerpo, en mi música
y con mi orquesta en el escenario, el público no, nunca, toco mi música, no me burlo de ella, ni
de la gente, no es amor, es respeto, no es un striptease, es desnudez, es mi música-ciudad-
Mingus en carne y hueso, no hay un sólo concierto del que no me acuerde, igual que los polvos,
todo en la memoria, nítido y preciso, cada concierto como cada polvo, un mismo frenesí, y luego
un portazo, uno se ve encerrado en el cagadero, ridículo, impotente, ese cuerpo que me ha
acogido durante tanto tiempo, transportado, un cuerpo del que he gozado, abusado, triunfado,
que de ahora en adelante lo llevo yo, lo soporto, lo arrastro, tengo la sensación de ser una
chabola, abandonada en algún sitio del jardín entre el seto y los geranios, abandonada sobre las
traviesas de la vía del tren, corroída de herrumbre, carrocería chapucera, ruedas descompuestas,
ventanas reemplazadas por plástico y papel, donde se come, se duerme, uno se oculta para llorar,
odio la miseria pero la respeto, cago debajo de mí porque soy un hombre, pertenezco a la raza
humana, y todas mis vanidades se disuelven una a una en mis excrementos, quiero morir solo,
quiero morir desnudo.

–“¿Cómo se siente?
–Perfectamente. Perfectamente ridículo.”

Furtivamente aparece otra cosa, Charles tiene como hambre y sed, como sed de alcohol,
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como sed de la idea de beber, hambre de ganas de comer, sus manos muertas se agitan,
abstractas, en su parálisis, febriles aunque exista la medicina, y alcanzan gallardamente las
formas de mujer, pero nadie como las mujeres para saberlo, para sentir sobre su cuerpo esas
manos impotentes..., un poco después, mientras se obnubila, fijamente sobre el lagarto, la joven
enfermera coloca una mano ligera y fresca en su ancho cuello de toro, el sol lucha aún en la
cumbre del volcán, bañando sus laderas con una lava roja, sangrante, Mingus cree ver vibrar la
roca, el aire flamea en el día extenuado, de pronto todo parece comprimirse, todo sufre, todo se
retiene de gemir, unas decenas de calles más arriba, Cuernavaca, populosa y abigarrada, se
enciende poco a poco, la inextricable mezcolanza de callejas, plazuelas y callejones, se anima,
vivero fútil, trampa de dólares, uno se imagina a gente, gorda y ruidosa, sentada alrededor de
una mesa de juego en el casino de la Selva, en el oropel de adornos y de risotadas forzadas,
también esta noche, como cada noche, en Cuernavaca se amará, se morirá, se nacerá, esta noche
los volcanes, ahogados en la bruma, resonarán secretamente del trabajo de la tierra, y Mingus
buscará inútilmente en la noche el rostro de su madre.

–“¿Tienes hermanos?
–No.
–¿Quieres a tu padre?
–Depende.
–¿Y a tu madre?
–Se fue.
–¿Tienes novio? ¿amante?
–No.
–Deja tu mano sobre mí, me gusta su contacto, eres tan dulce, tan pura, no debes temer
nada, sólo soy un viejo cagado de impotencia, siempre quise creer que el amor sólo era la
adhesión a una forma decidida, igual que se coloca un coro en una clave armónica, pero el amor
no tiene nada de deliberado, nada de armónico, el amor es un desgarro, una disonancia, todo
hombre ponderado odia, los niños quieren, nací adulto en un mundo infantil, envejecí como un
chiquillo en un mundo de ancianos, crucé miradas que eran como balas del 7.65, y otras que
eran como de terciopelo”.

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“¿Con cuántas mujeres has follado, Charles? ¿acaso lo sabes?
–¡Mille e tre!
–¡Jodido mentiroso!”.

Eres un cerdo, un jodido viejo enfermo y un jodido cerdo machista vicioso, con tu polla
pendolona entre las piernas y tus manos virtuosas de bajista virtuoso.

“La verdad es como una cuerda de contrabajo, querida, si no la haces vibrar, sólo es un
amasijo de tripas sin alma”.

“¡Cuánto me ha gustado reírme de las mujeres, mamacita!, reírme de ellas, como si


fuesen un bajo loco, y que ellas se rieran de mí como si yo fuese un arco grillado, y te deseo que
sientas a lo largo de toda tu existencia la centésima parte del placer que experimentamos, ellas y
yo, en reírnos unos de otros, en engañarnos, en odiarnos!”

“Nunca distinguí entre las mujeres que realmente conseguí y las que me hubiera
gustado conseguir.
–Jodido soñador.
–Todas las vidas son ficciones, querida, únicamente algunas son más vivas que otras”.

–“¿Se siente mejor?


–¿También el efecto de la morfina es una prueba de amor?, ya no sufro, si es a eso a lo
que te refieres, eso me evitará gemir como un viejecillo sobre mi suerte inicua, ¿y después?, sé
muy bien lo que hay después, no volveré a tocar nunca, me dicen que sólo tendré que componer,
como si la composición tuviera un interés en sí misma, ¿para qué componer mil temas más si
van a servir lo mismo que las cien precedentes para detener la cuenta atrás?”.

¿Qué puede una obra contra el Tiempo?, ¿lo ha vencido?, el único problema que interesa
para acabar, con mi hatillo de partituras aseaditas, mis tics de fusas, y mis ideas confusas,
probablemente sólo soy un mamarracho, después de todo sólo soy un chiquillo de Watts, ni
blanco ni amarillo ni negro ni nada de nada, perfectamente anónimo y así está muy bien, y que
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le den por el culo a Charles Mingus, ese negro blanco, que va a darse importancia a la Casa
Blanca en compañía de toda la nómina del Gotha del showbiz, y que encuentra el medio de
derramar su lagrimita, ¿qué coños pintaba yo en esta mascarada?, ¿qué coños pinto viviendo?,
¡qué putada puede ser la vida!, ¡acabemos de una vez, me cago en dios!

El lagarto se ha ido a la caída de la tarde, la joven enfermera ayuda a Mingus a beber un


vaso de agua, la noche sube del suelo, ruidosa, como un manto embriagador de olores y
criaturas, una lamparita puntea de amarillo la sombra inquieta, algunas llamadas maternales
resuenan en los patios de las casas vecinas, un halcón da vueltas alrededor de la luna, sus presas
vuelan al profundo sur, dos faros de camión, lentamente sinuosos, parpadean a lo lejos.

“–Un día un Francés me fotografió a la salida de un concierto en la Plaza de Toros de


Nîmes, mientras subía solo hacia el toril, apoyado en mi bastón, comentaron que le había
golpeado -es posible-, nunca vi esa foto, probablemente la imagen más justa que hayan hecho de
mí, he consumido toda una vida en ser yo mismo, quiero decir físicamente, siempre tuve el alma
de un gran cojo, cuando era joven era fuerte, apuesto, algo apreciable sin duda, pero nada
adecuado, la verdadera belleza consiste en la adecuación, yo NO ERA mi cuerpo, he empezado
a parecerme hace sólo cuatro o cinco años, hay fotos que así lo atestiguan, una de ellas en
particular, hecha mientras actuaba en París en el 75, con una mano sostengo el bajo, con la otra
hojeo la partitura sobre el atril, mi bajo y yo parecemos hermano y hermana, la misma cara
torcida, el mismo vientre, los mismos cimientos, pero el instrumento parece más vivo que yo.
–¿Tan difícil es la vida?

Lo que es difícil es ver morir a los demás, toda esta muerte que se extiende, cada mujer
poseída me dio al terminar el beso de la muerte, yo siempre las abandonaba sin una palabra, tan
profundamente triste y manchado, el deseo es un campo de sueños, igual que se dice un campo
de minas, un espejismo, el placer es la muerte, cada vez más negra, más vacía, más fría, más
nada, por lo tanto podemos afirmar efectivamente que la vida es extraordinariamente difícil en
un sentido, ya que morir es extraordinariamente penoso y para querer a una sola mujer, hay que
querer morir en ella, con ella, para ella, y yo soy demasiado cobarde para eso.

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–“¿Qué hora es? ¿no te esperan en casa?, me parece que tu jornada ya ha terminado.
–No me puedo ir.
–¿Ves a aquella mujer sentada ahí abajo, en el jardín, que nos está mirando?
–¿Quién es?
–La mujer de mi vida, me deja que esté contigo porque sabe que me pareces bella, y que
la compañía de mujeres bonitas es lo único que me mantiene, sin duda alguna esta mujer es la
que me conviene y tú eres demasiado joven, igual que esa otra es demasiado fea, o aquella otra
demasiado imbécil o demasiado inteligente, demasiado bella, demasiado blanca, demasiado
negra, demasiado diferente, demasiado DISTINTA, las mujeres me dan miedo, igual que la
noche, igual que la muerte, las putas no, las putas son como los médicos, una puta sabe todo lo
que hay que saber de los hombres, pero ignora que sabe, un médico, por su parte, CREE saber,
realmente no escucha y cuanta más experiencia tiene menos sabe, me gustan las putas, no existe
ni una sola casa de putas en Méjico en la que no me haya desbraguetado el cerebro, pero al cabo
de un par de polvos, ¿qué queda en definitiva? unos cuantos chorros de semen y tres o cuatro
estrofas de blues en lo alto de la aviesa escalerita apestosa, la carne llama a la carne, cuestión de
matar el tiempo, hoy ese mismo tiempo me presenta la factura bajo la forma de una mujer por
supuesto, incluso de dos mujeres, la una mirando a la otra que me ve morir, ¡cuántas mujeres he
conocido, mamacita! escasísimas diosas que podían aspirarme entero en su coño antes de
escupirme convertido en otra persona, estupefacto, tan virginal como el día, purificado, ¿quién
puede entender eso? ¿quién quiere aunque sólo sea oírlo? la gente, en la mayoría de los casos, se
contenta con lanzarse cumplidos a la jeta, yo siempre quise más, más cerca, más fuerte, más
lejos, más salvaje, quiero que tú también me des MÁS, dame algo más AHORA, ¡o vete!
–¿Más morfina?
–Jodida putilla.
–¿Por qué es tan malo?
–Me repugnan los que se consideran amables.
–¿Quiere hacerme llorar?
–¡Quiero vivir, me cago en dios!”

El planeta se activa, Mingus ha llorado un poco, la noche rechina de cansancio, crujidos


de usura, los árboles, las plantas y los guijarros que suspiran por todas partes, unos pasos
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solitarios se arrastran por el polvo de las cunetas.

“¡Charles!, ¿estás ahí Charles?


–Conozco esta voz.
–Soy yo, Charles, Theodore.
–¿Fats?
–¿Charles?
–¡Eric! ¿Qué tal? ¿Por qué te ríes así?
–¡Charles! ¡Eh, Charles!
–¡Harry!
–¡Jodido gruñón!
–Hola, Duke.
–Estás jodido, colega.
–¡No fastidies, Lester!
–¡No hagas que me descojone de risa!
–¿Bird?, ¿cómo se muere uno, Fats?, ¡cuéntame, Eric!, ¡dime que todo pasa muy
rápido, Harry!, un simple juego malabar. ¿No es así, Lester?, ¿y si nos tocases algo, Bird?
Toquemos juntos una vez más, tantas veces como nos dé la gana.

Mister ‘pork-pie hat’ Young / alias Le Prez murió / good-bye / su tenor iluminaba la
tierra / Lester sufría en la sombra / naufragó triste pero cool / en un largo solo de alcohol / la
vida va siempre tan río abajo / que se ahoga Chazz / liga el jazz / llega la coda / de pronto la vida
se va / como ha venido // Lester murió / y Mingus toca su último coro / sus temas / grabados
azul sobre negro / desafían la misma / desesperación / hombres solitarios sus almas gemelas /
transgredirán en el concierto / las leyes de la gravitación universal / dúo del cielo / Prez y
Charles Ming / ángeles malditos del swing / hacen que dure el placer // Llega la hora en la que
los colores pasan / el dolor diario se anula/ la noche es el sudario del tiempo / y Prez la ha
lastrado de azul / la nada no es triste / neón azul-noche / dancing vacío en el que resuena el
acorde final / jodido colega Chazz / adiós al jazz / último suspiro / los exhibidores de sueños
muestran sus manos vacías / good-bye...

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Tal vez lo mejor es no tocar, tal vez es preferible contentarnos con mirarnos, eso es,
¡mirémonos!, tú has envejecido y yo he envejecido, y ¿qué quieres que te diga? no creo que
exista un bien y un mal, creo que hay una marcha adelante y una marcha atrás, delante está la
muerte y detrás está el no ser, el racista simplemente NO EXISTE, en mi opinión, no NACE, lisa
y llanamente no HA NACIDO, en cuanto al esclavo rebelde se le CUELGA, ¿lo coges? he
corrido delante de la muerte y ahora todos se dan la vuelta porque debo aprender a morir
SOLO, como todo el mundo, lo que ocurre es que yo no renuncio, persigo mi impulso, ¡no
quiero SABER NADA!

Sin una palabra, una mirada, la joven ha cogido la mano de Charles y la ha deslizado
contra su seno, bajo la bata, Charles ha vuelto a abrir los ojos, mira su mano que se extravía
entre las formas salvajes ocultas por la bata, pero su piel permanece muda y su sexo indeciso,
reina la noche, insoportable, estriada de mosquitos y de mariposas nocturnas, de insectos
silbantes, chirriantes, estridentes, saturada de murciélagos y de pequeñas olas de brisa tibia,
Charles Mingus se siente paulatinamente reducido a un cerebro en una caja craneana, ninguna
otra cosa resuena en él, la joven juega con su mano como él lo hubiera hecho hace tiempo, no
hace mucho, antaño, con un arco, ella le mira con ojos muy serios y su boca forma, sin atreverse
a pronunciarlas al principio, las palabras:

–“Yo lo amo.
–¡Déjame, vete!
–Lo amo.
–Tienes que irte.
–No puedo.
–Eres muy bella y contemplarte es un suplicio ¡vete! ¡muéstrate! ¡vete! ¡desabróchate!
¡súbete la bata! ¡date la vuelta! ¡no obedezcas! ¡márchate! ¡me doy lástima con mis dedos
cadavéricos, tu piel debe ser ardiente, túmbate encima de mí! ¡no hagas caso! ¿no ves lo que
queda de mí? un cerdo negro reluciente de sudor, un impotente trozo de carne al borde del
barranco, ¡márchate pues! ¡vístete! ¿realmente pensabas que una chiquilla como tú podía hacerse
a Mingus, que te bastaba con chascar los dedos? ¡mamacita! ¡a una estrella como yo que tiene a
todas las mujeres del planeta al alcance de su mano! te pago para que me limpies ¡pon tu mano
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aquí, ya! ¡nada de nada, me cago en dios! ¡bésame, baby! ¡qué joven eres! ¡no me dejes! ¡te daré
lo que quieras! sólo tienes que pedir, mi hijo mayor tiene treinta y cinco años y los otros treinta y
tres y veintidós, y Carolyn, mi hija, dieciocho, y ¡Oh, dios mío!, ¿pero qué estoy contando? ¿qué
edad tienes?”

Mamá, mamá. la noche me come el cuerpo, ¿eres tú quién me come en la noche, mamá?
papá no quiere que un negro se mee en la cama igual que un vulgar crío blanco, papá me pega
todas las mañanas con su correa, los negros no quieren que uno de sus hermanos sea mulato,
los negros me pegan todas las tardes, entonces no soy nada, lloro en el regazo de mi madrastra
que no es nadie para mí, y Watts tampoco es nada para mí, una onomatopeya de cómic en un
mapa del oeste de los Estados Unidos, hay otros tipos de mapas, que se hacen en la cama, por
la noche, cuando duermen los adolescentes y papá también me daba después correazos por
esto, ¿qué puedo hacer? en los sueños aparecen putillas jodidamente guapas, ¡mamacita! que
vienen a echaros una copla, nos damos el lote y ellas no dicen nada, las tocamos por la noche
porque durante el día mi madre les daría una patada en el culo.

“–¡Desaparece! ¡márchate! ¡vete!”

La joven enfermera se ha abotonado lentamente su bata de nailon barata, su pierna


derecha aún duda en dirección al sillón de Charles, sus rasgos juveniles son como bofetadas de
audacia y de desencanto, aún siente sobre su cuerpo la zarpa rugosa e inerte del gran oso
arrogante, los callos de los dedos del contrabajista sobre su juventud, la penetrante mirada de
Mingus, su pánico, llora de pie, sin lágrimas, convulsivamente, como si le hubieran dado unos
puñetazos en la boca del estómago en la noche anónima, al pie de una estatua oscura entre olores
de orina y sudor de hombre rudo, como ocurre cuando a uno le pegan hasta matarle, por la
noche, en las calles atestadas de Cuernavaca, turbada como está por no saber nombrar lo que
siente, de la misma manera que permanece oculta la identidad del que te ha golpeado en plena
calle y huye con los puños manchados por la sangre de su víctima.

“–Quiero estar solo”.

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¿Qué ha sido mi vida? un montón de conciertos que no conservo en la memoria,
grabaciones que no vuelvo a oír, ambientes de trabajo, algunas imágenes, el rostro de una
anciana en Nueva York en la calle 42, mi puño contra la jeta de Jimmy Knepper, un guiño de
Dexter Gordon en el escenario del Café Montmartre en Copenhague, la mirada de gato de Duke,
el cartel de un baile en una cantina de mala muerte en Tijuana, Tampico o Veracruz, ¡y qué
música la de Veracruz!, el pulgar mágico de un arpista y su sonrisa desdentada, mi matrimonio
con Celia –por qué con ella, por otra parte, en lugar de con otra– la jeta de mi psiquiatra en
Bellevue en el 58,

doctor mi corazón está a punto de estallar no estoy loco ¿existe en algún lugar aunque
sólo fuera un hermano para escucharme? ¿un hermano para hablarme?
doctor entré por propia voluntad quiero salir también por propia voluntad me
equivoqué de dirección aquí sólo hay chalados nada que ver conmigo sólo quería atrapar un
poco el tiempo
quisiera borrar el pasado y vivir el futuro
doctor por favor deje que me vaya

El sombrero beis de mi primer profesor de piano, la mirada de colgao del presidente


Carter, su abrazo de meapilas, su compasión viscosa, una pelea callejera a los trece-catorce años,
mis hijos, aquí o allá, álbum mental, posando para mi recuerdo, que me sonríen tímidamente,
una mirada cruzada con mi hijo Eugene, a la batería, en el escenario de Châteauvallon en el 72,
Dolphy una noche de invierno en Chicago, una mano femenina, la tersura de una pierna, una
falda que se sube, una risa idiota, el peso sorprendente de un revolver Magnum, uno de mis
discos en un puesto destartalado del rastro de Roma, la esquina del Boulevard San Pedro y de la
Avenida 107 en Watts, la mano de Art Tatum buscando mi hombro, la voz de falsete de Fats
Navarro, el rictus de un madero en una redada en un club de Los Ángeles, dos compases
tachados en la tercera página de Cumbia and Jazz fussion, una pequeña rozadura en la parte
derecha de mi bajo, Sue sorprendida desnuda al salir del baño, el entierro de Eric, la puerta de
mi loft en Nueva York, y todo esto huyendo, escueto, colores apresurados, expresiones fijas, una
cabeza expulsando a otra, ahora todos de pie plantándome cara con los brazos a lo largo del
cuerpo, ofreciéndose a que calibre la medida precisa de lo que fue mi existencia REALMENTE,
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unas pinceladas de color en un lienzo inmenso, presiento que el blanco es el color exacto de la
muerte, ¿cómo puedo permanecer insensible? mi paleta se ha secado, ¡la cagaste Mingus! ¡oh,
una vez más precipitarse!, ¡correr!

–“¡Te he dicho que te largues!


–No tiene derecho a tratarme así.
–¡Precisamente tengo todos los derechos del mundo! ¡igual que cualquier hijo de puta!
¡reino en la tierra entera! ¡quítame la bata! ¡vuelve a ponérmela! ¡márchate! ¡vuelve! tú no sabes
lo que significa QUERER, Mingus tiene suficiente voluntad para imponerla a la tierra entera,
una voluntad ADQUIRIDA, durante mucho tiempo, a un alto precio, a fuerza de reveses y de
humillaciones, ¿y qué? ¿qué diferencia hay en definitiva? ahora es el final, no hay voluntad que
lo aguante, la tierra entera se parte de risa ¡apenas capaz de despedir a una jodida putilla de
enfermera en celo! ¿no te he dicho que te VAYAS? ¡espera! vuelve, mírame, tu piedad me da
lástima, me gustaría azotarte hasta hacerte sangre para que tu odio me devuelva mi dignidad de
hombre, a Mingus le importa un carajo tu piedad, la piedad de cualquiera, incluso inválido,
Mingus es un hombre peligroso, nocivo, indomable, vanidoso concupiscente devorador de
existencias capaz aún de cogerte y de tirarte a la basura como a centenares de otras, sólo con un
montón de palabras, y la mirada, y la voluntad, esta voluntad que establece POR TODAS
PARTES la diferencia, en cada compás musical como en cada instante de la vida corriente,
mucho más allá de mí mismo que es como una máquina de guerra contra lo ordinario, esta
fuerza que puede matar, que SABE matar, pero que no ha matado ni lo hará nunca, esta
FUERZA AMATORIA DE LOS ASESINOS, cuando Mingus dice AMOR, te hace sentir la
mordedura del látigo, no puedo concebir el amar a una mujer sin experimentar hasta el vértigo
mi poder de hacerle daño, tu belleza es un insulto a mi cuerpo, este harapo moribundo, ¡vete!
¡déjame!, adivino ahí abajo en la oscuridad la mirada de mi mujer hacia nosotros y su
comprensión es como tu belleza, de una pureza que me mancha, no vuelvas mañana, mi mujer
buscará a otra, pídele que te haga la cuenta y olvídate de Charles Mingus, sólo tendrás que
decirte que Mingus está muerto, el viejo mono estiró la pata en su mierda y tú te reirás durante
un buen rato, nada más simple, ¡MARCHANDO!
–Vaya con Dios”.

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Mírala huir, la inocencia ahueca el ala, la vida pone los pies en polvorosa, pasará una
parte de la noche llorando, luego el sueño la vencerá como a todo el mundo, la gente se parece
extraordinariamente, y Dios ciertamente me cuida, como cuida en Su seno a cada uno de mis
semejantes, me parece que creo en Él porque creo en la muerte, ya tan cercana, ADIVINO a
Dios como presiento la muerte, Dios es la sustancia misma de la Muerte, el sentido del VACÍO
y la materia surge de ese VACÍO como una peripecia, una escoria, incluso tal vez un error, en
una ocasión hubo un accidente llamado Mingus, pronto todo volverá al ORDEN, creo en un
orden del vacío que es DIOS y que no ha CREADO a Mingus sino que lo ha dejado surgir del
vacío como el relámpago de un espasmo y lo recoge al instante siguiente, en realidad estoy con
Dios como el niño de teta que en su deseo febril pierde el pezón de su madre, en el furor y en la
desesperación, doy vagidos en la mano de Dios y de nuevo el vacío apaga mi rabia inundándola
de paz, querer alcanzar a Dios, en definitiva, es querer MORIR, no existe fe verdadera que no
sea un auténtico deseo de alcanzar la NADA, ¿Mingus aspira a la nada?, Mingus aspira EN
PRIMER LUGAR a la paz, Mingus hace trampas, se miente a sí mismo, ¿creo en ti, Dios mío?
en realidad creo en MÍ, en el momento de mi DESEO de Dios solo encuentro a Mingus, no
deseo tanto NACER en Dios como morir en Mingus, porque la vida ha destruido más a Mingus
que lo que la muerte pueda destruirle, ha degradado más a Mingus que un centenar de años en su
tumba, Mingus muere sin Dios por haber querido creer que Dios estaba muerto, mientras que
Dios es NACIMIENTO, Dios no es el vacío, Dios es la tierra fecunda, corres hacia la nada de tu
perdición, creíste que la música LLEVABA a Dios cuando Dios ERA la música, crees que la
música es un lenguaje HACIA Dios cuando es una señal DE Dios, has pasado tu vida lanzando
objetos hacia el cielo cuando te bastaba con abrir las manos para recibirlos, elevabas sin cesar tu
mirada a Dios cuando hubieses necesitado mirar dentro de ti mismo, sólo eres una voluntad
aprendida, aprende pues el abandono.
Un gruñido sordo confunde el silencio relativo, masa profusa, cíclica, de sonidos
nocturnos, la tierra exuda una neblina pálida, pesado y movedizo manto que confiere a las cosas
un carácter de ingravidez, después se estira, elástica, acariciando el punto de ruptura como si se
jugase con la idea de ocultarse en sí misma, de abrirse, de pronto, para revelar inmensos abismos
en el océano de lava, la íntima matriz del magma mineral, concreto apocalipsis de entrañas,
infierno identificado, cuantificado, que a veces arroja su bilis al corazón de los hombres,
quemando, ocultando, petrificando a sus hijos en la injusta cólera, ¿es el volcán que gruñe? ¿un
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avión en el cielo de Méjico? ¿alguna otra absurda incongruencia de la ciudad –accidente u obra?
en la inminencia de la respuesta, Mingus le habla a la noche:
“Ciertamente no eres el día, pero tampoco eres la noche, eres el abismo, la sangre, la
calle, el film ciego, no podemos ver durante todo el tiempo, por eso inventaron la noche que es
únicamente una palabra para expresar todos los confines del hombre, quisiera no sufrir,
detestable cobardía, lloro ¿será de alegría?, me parece que vengo al mundo, que me resuelvo por
primera vez en mi condición de hombre, impotente y precario, me parece que acecho la llegada
inminente de los socorros, pero ¿quién podrá alguna vez salvar a un hombre de su humanidad?
me da vergüenza ser humano, soy el sueño de un animal o el sueño de dios, ¡Centauro, Cerbero,
Hidra, Quimera, Gorgona!, ¡un diablo! ¡un monstruo! ¿pero un hombre?, todo este trabajo de
nacer, todo este trabajo de vivir, todo este trabajo de desaparecer, el hombre es una suma de
trabajos, Mingus es una cadenza flotante en la luz artificial, innombrable falena que se burla de
la noche, no me gustan los hombres, estoy en otra parte, no muero, VOY, no, no eres la noche,
eres el mar, el vientre de la bestia, soy tu marinero o tu patrón, esperarás mis órdenes”.
El dolor llega como una tierna, una febril presión sobre el antebrazo izquierdo, cada vez
más viva, profunda, el músculo se asfixia, la mano se entreabre, enloquecida, imprecisa, como
una boca que busca aire, y eso sube así, a oleadas, desaparece, luego vuelve, cada vez más
intensa, punzante, Mingus adivina en la noche la ardiente mirada de mujer que le sorprende en el
halo del pábilo de una vela.

–Ahora ya es el final, el final vuelto a representar, pesado, lo mastico, tendré que


digerirlo, creo que morir se hace vomitando, no se vuelve a representar la vida, se la expulsa,
como si fuera una bilis liberadora, revulsivo conglomerado, es la transformación la que mata
¡acabemos de una vez! me ENCAMINO hacia la muerte, me ahogo conscientemente,
metódicamente, voy a matarme, a enloquecerme, a doblar, a triplicar el tiempo ¡a tirar todo por
la borda! una noche demasiado bella en cualquier caso, una jodida alegría demasiado bella que
me lleva al retortero en el escalofrío de las cosas, no soy muy viejo, únicamente estoy muy
enfermo, me estremezco, ¡es la cita! ¡el estremecimiento amoroso! pero ya no hay amor, la vida
es tan banal, la palabra es banal, la música es como la mirada de un niño sobre la banalidad.
Han venido muchos niños a la fiesta, los padres se han agrupado junto al pastor, allí
mismo donde están las bebidas, y papá dice que vaya a jugar, las hijas del pastor organizan los
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juegos, cuando cesa la música hay que sentarse en una silla libre, cada vez se quita una silla,
las hijas del pastor dejan de cantar, en un momento todas las sillas están ocupadas, pero
alguien ha hecho trampas, un jodido gilipollas blanco ha hecho trampas, ha retirado la silla
hacia sí en el momento en que iba a sentarme en ella, me caigo de culo, los niños se parten de
risa y ese jodido gilipollas blanco me señala con el dedo riéndose en su silla.

¿Quién me mira? ¿quién llama? ¿quién llega? muy próxima y también muy lejana una
presencia no identificada, y muy íntima también, y presencia ANIMAL, creo que hay una mujer
también, creo que hay animales, el mundo es tan pequeño, estoy tan lejos ya del rostro que
acaricia una mano femenina, y ya tan parecida al animal que llega, y este ruido, ¡TODO ESTE
RUIDO!, este ruido, ruido de entrañas, de matriz, de trabajo, me invade, tumulto líquido, y el
cielo, una tapadera de hierro sucio, gritos de pájaros, estrépito de planchas de metal que chocan
en la tempestad naciente, ¡ya llegan! ¡puedo VERLOS! se han desviado, arrastrándose
mutuamente en esta deriva mortal, incorporando cada uno su parte de error ínfimo al error
ínfimo que le ha precedido, jauría negra de largos lomos relucientes cargados de varec que
abofetea de brumas el aire gris, sus musculosas colas crujen por encima de la ola, sus sifones
pulverizan en largos chorros el ázoe licuado a la cara del cielo, cada uno de sus prodigiosos
esfuerzos les aproxima inexorablemente al naufragio, lanzan largos gritos y su patético extravío
provoca una música horrible en el mar rabioso, ¡me gusta tu charanga, rebaño de años! ¡me
gusta tu furor! ¡bella trampa llena de exuberancia, VIVO! ¡me SALVO!, ¡ejército de años,
avalancha de años, al asalto! ¡el océano, ¿lo sabes?, está rodeado de playas! ¡el océano no es el
mundo, el mundo está seco, tórrido! ¡me duele! ¡los arrecifes me desgarran el vientre! ¡mis
aletas sangran! las rocas han roto mis papadas, el aire me ahogará, reventaré panza arriba, con la
espuma en el morro, desnudo y sucio, apestando a muerte y a algas putrefactas, ¡tierra!,
¡TIERRA!, Ming el viejo filibustero quiere extirpar de su novela de piratas penacho macho
negritud superdotado bocazas Charlie-el-de-los-brazos-fuertes, uno a uno los mamíferos vienen
a embarrancar pesadamente en la costa, ¡no lo consintáis!, ¡tomen medidas!, ¡un plan de
urgencia! ¡a Ming le duele! ¿hay alguien? ¡escuchadles gruñir! ¡toda una vida! aquí yace un
negro cetáceo que multiplica cincuenta y seis años de potencia, miles de conciertos además de
tantas y tantas mujeres, de discos ¡y de qué más? ¡de vida simplemente!, ¡vivida rápidamente! ¡y
dicha rápidamente! ¡horda muerta! ¡vacía!
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¡Más rápido aún! ¡con garra! ¡el tempo! ¡tengo frío!
The Chill of Death
¡Rotary perception! ¡concepto muy negro! ¡imblanqueable!
All the things you could be by now if Sigmund Freud's wife were your mother
¡Extra sensory perception! ¡mamacita!
¡pide socorro, AHORA!
Don't be afraid, the clown's afraid too
¡Extended forms, but inextended life!
Despiértate, levántate, ve a la playa.
¡Pero el mar está a doscientas millas si volases como un pájaro!, ¿qué esperas para
volar? no soy un pájaro, soy una manada de enormes peces muertos.
¡Extended universe!
Slop, Baas-ically speaking, Spur of the moment
Por favor, alguien.
Pithecantropus erectus
–“Estoy aquí, Charles.
–Me duele.
–Voy a llamar al hospital.
–No, quédate, coge mi mano.
Reincarnation of a lovebird, New now, know how, Oh Lord don't let them drop that
atomic bomb on my head, Wham bam thank you mam, Please don't come back from the moon,
Myself when I'am real
–Relájate.
–El corazón que...
¿Charles?
Meditation on a pair of wire-cutters, once upon a time there was a holding corporation
called Old America
–¿Me oyes, Charles?
Love is a dangerous necessity
–Me hubiese gustado tanto...
Farewell farewell
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–¿Qué, Charles?
–Algo así como un pájaro”.

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