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CARLOS MARX

EL CAPITAL
SEGUIDO DE

MANIFIESTO COMUNISTA
Y

PRINTED IN SPAIN PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS


TRADUCCION, NOTICIAS PRELIMINARES Y NOTAS DE
IMPRESO EN ESPAÑA
JUAN B. BERGUA

BIBLIOTECA DE BOLSILLO
Precio pesetas
1
12MÜ
EL CAPITAL

EDICIONES IBERICAS: Textos absolutamente íntegros, traduccio¬


nes esmeradas, estudios preliminares agradablemente eruditos,
tructivos ins¬
e interesantes, notas aclaratorias y explicativas. Las
res ediciones de clásicos, en mejo¬
español, a los precios más económi¬
cos. Decir EDICIONES IBERICAS es decir
ECONOMIA Y CALIDAD
Los dos tomos últimamente publicados de esta misma «Bi¬
blioteca de Bolsillo» son:

La cuarta edición de Federico Nietzsche ASI HABLABA


ZARATHUSTRA, versión integra precedida de una historia
de este libro por Elizabeth Fórster Nietzsche y un estudio
sobre el filósofo y su obra de Juan B. Bergua; un magnífico
volumen de 496 páginas, con retrato del autor, pesetas 100, y
Nicolás Maquiavelo, EL PRINCIPE, comentado por Napo¬
león Bonaparte, seguido del ANTIMAQUIAVELO de Fede¬
rico II, corregido por Voltaire, traducción de ambos, noticias
preliminares y notas de Juan B. Bergua. Un magnífico vo¬
lumen de 508 páginas, con retrato de Maquiavelo, pesetas 100.
El próximo volumen de esta misma colección será:
Plutarco, EL BANQUETE DE LOS SIETE SABIOS, se¬
guido de LAS CUESTIONES (griegas, romanas, platonianas)
y de LOS APOTEGMAS (dichos, frases y ocurrencias de los

grandes hombres de la antigüedad), la espuma y lo mejor


de la historia antigua. Traducción, noticias preliminares y no¬
tas de Juan B. Bergua. Un volumen como los anteriores.
520.13©

CARLOS MARX

EL CAPITAL
MANIFIESTO COMUNISTA

PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

TERCERA EDICION

Traducción y noticias preliminares de

APARTADO 8.085 -MADRID


© Juan B. Bergua, 1971

Depósito legal: M. 28391.—1971

Impreso en España •

Printed in Spain

Imprenta Sáez - Hierbabuena, 1 - Madrid-20


CARLOS MARX

EL CAPITAL

NOTICIA PRELIMINAR DE LA SEGUNDA


EDICION (1935)

Carlos Marx nació en Treves (Prusia renana) el 25 de


mayo de 1818. Su padre, Enrique Marx, era judío y descen¬
día de una familia de rabinos. Pero habíase convertido al
cristianismo para sustraerse a la aversión de que los ju¬
díos eran víctimas desde la incorporación de la Renania a
Prusia.
Estudiante brillantísimo, Carlos Marx en 1836 se licen¬
ciaba en Derecho en la Universidad de Bonn, y poco des¬
pués, de Historia y Filosofía en Berlín. Allí frecuentó los
cenáculos hegelianos adonde acudía la juventud, y cuyo
jefe, Luis Feuerbach, acababa de publicar su célebre obra
«La esencia del cristianismo». Marx hizo suyas las doctrinas
que se exponían en esta obra, pero su talento poderoso de¬
dujo de ellas las consecuencias más radicales. Y fue en aque¬
llos círculos adonde la juventud acudía ávida de novedades
científicas, literarias y sociales, en donde Marx hizo conoci¬
miento con Max Stirner, Miguel Bakunin y Federico Engels.
Este, dos años más joven que Marx, había nacido en Ber-
nten (Renania del Norte). Su
padre, fabricante de tejidos en
esta ciudad, había fundado,
asociándose a los hermanos Er-
men, otra fábrica similar a la que tenían en aquella pobla¬
ción, en Mánchester. Extremadísimo protestante, destinaba a
Federico, al que había educado en el más rígido luteranismo,
a la carrera industrial, y por ello tan pronto como el joven
Ü JUAN li. BBftGUA

luibo cumplido los diecisiete años le envió a Bremen para


que practicase y aprendiese el comercio. Pero una vez allí,
y merced a la influencia de Enrique Heine, en el apogeo en¬
tonces de su celebridad, tanto en Alemania como en Francia,
abandonó pronto sus creencias protestantes, y tres años des¬
pués, en 1841, se alistaba en el Cuerpo de artillería en
Berlín.
Marx y Engels, tan pronto hicieron conocimiento, enta¬
blaron vivísima y fraternal amistad, amistad que había de
durar tanto como sus vidas y ser extraordinariamente fecun¬
da y útil para ambos.
En abril de 1842, Carlos Marx se doctoraba con una tesis
sobre la «Diferencia de la filosofía de la naturaleza en De-
mócrito y en Epicuro». Se la dedicó al consejero privado
Luis de Westphalen, con cuya hija, Jenny, se casaba un año
después en Kreuznach. Y ya por entonces empezaron a ma¬
nifestarse de modo notable las dos cualidades sobresalientes
de Marx: su poderosa facultad abstractiva y su espíritu de
independencia. «La filosofía, decía, hace suya la fe de Pro¬
meteo: odió a todos los dioses.» Anatema que lanzaba con¬
tra todos los dioses del Cielo y de la Tierra y contra cuantos
no reconocían a la conciencia humana como divinidad su¬
prema.
Todo parecía indicar que Marx se dedicaría a la ense¬
ñanza; renunció a ella al saber que su maestro y ami¬
pero
go Bruno Bauer, profesor en Bonn, había sido relevado de
sus funciones y privado de la facultad de enseñar, por ha¬
ber atacado a la teología oficial en su «Crítica de la historia
evangélica de los sinópticos».
Desde Bonn, adonde había vuelto, Marx empezó a cola¬
borar en la «Gaceta Renana», que se publicaba en Colonia.
Esta publicación era dirigida por Moisés Hess, y tenía como
redactores a Bruno Bauer, Federico Koppen, Max Stirner,
Jorge Herwegh, Fernando Freiligrath Carlos Heinzen. Pero
y
pronto, en el otoño de 1842, fijó su en Colonia,
residencia
en donde recibió la visita de Federico Engels, que, por or¬
den de su padre, marchaba a Inglaterra. En tanto, Marx se
distinguía de tal modo por sus escritos en la «Gaceta Re¬
nana», que muy pronto le confiaron su dirección. De ello se
aprovechó para publicar una serie de artículos sobre los cam-
NOTICIA PRELIMINAR 7

pesinos de la región del Mosa; pero, alarmado el Poder a


causa de ellos, pronto fue, cuanto salía de su pluma, some¬
tido a la censura previa. Mas, en
lugar del censor de la
ciudad, el Gobierno envió de Berlín un delegado especial,
M. de Saint-Paul. Pero habiendo resultado ineficaz esta me¬
dida, fue reforzada la primera censura con la persona del
presidente del gobierno en Colonia, M. de Schaper. En fin,
el Gabinete de Berlín lanzó contra Marx
y la redacción de
la «Gaceta» una especie de manifiesto anunciando
la supre¬
sión del periódico para la terminación del trimestre. Enton¬
ces Marx, ante la actitud de los accionistas, que trataban de
reconciliarse con el Gobierno prusiano, presentó la renuncia
de su
cargo. La «Gaceta Renana» sucumbía poco después.
Luego de su matrimonio, en junio de 1843, Marx marchó
a
París, en donde inmediatamente adquirió gran influencia
en los grupos socialistas, de los que Cabet, Bakunin y Proud-
bon eran los jefes más destacados. Entonces
publicó, con el
doctor Arnaldo Ruge, los «Anales francoalemanes». En ellos
se hicieron notar una porción de
artículos, muy especialmen¬
te uno, «Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho
de Hegel», v cierta polémica con Bruno Bauer sobre «La
cuestión judía», que Marx concebía solamente como una
cuestión social. No obstante, este periódico tuvo una vida efí¬
mera, especialmente a causa de la vigilancia en la frontera
para que no entrasen ejemplares en Prusia. Por otra parte,
el desacuerdo de ambos directores era cada vez más
patente,
y en su obra «Dos años en París» (1845), Arnaldo Ruge ex¬
plica con toda clase de detalles las relaciones de Marx con
los socialistas, cuyas teorías le parecían
inaceptables.
Y era que Marx no se contentaba ya con sólo la filosofía
de Feuerbach. El determinismo negativo le parecía insufi¬
ciente. El hombre —pensaba— no es un elemento pasivo fren¬
te a la Naturaleza
y la sociedad, sino que, por el contrario,
obra e influye sobre ellas, transformando así sus condiciones
de existencia. Además, ¿cómo podía comprender la historia
del tiempo en que vivía y en que la gran industria había
hecho su aparición, sin conocer las condiciones y caracteres
de la producción? El estudio de la economía política le era
indispensable, y desde aquel momento se entregó a él con
verdadero ardor.
8 JUAN B. BEEGUA

Fue entonces cuando entró en relaciones asiduas con


Proudhon, durante varios meses, en el humilde alojamien¬
y
to de este último, en la calle de Mazarino, tuvieron lugar

largas discusiones, prolongadas con frecuencia durante no¬


ches enteras, sobre el valor, la plusvalía, etc. Marx decía
más tarde que él fue quien durante el curso de aquellas con¬
versaciones «inyectó el hegelianismo» a Proudhon, «con gran
daño para él, no obstante», agregaba.
En septiembre de 1844 llegó Engels a París para pasar algu¬
nos días. Entonces supieron ambos amigos que Bruno Bauer,

que dirigía en Berlín «La Gaceta Literaria General», acababa


de atacarles, insistiendo sobre los puntos que los separaban.
Al punto decidieron responderle. Entonces empezó entre ellos
aquella colaboración fraternal que ya nada había de romper.
Engels escribió el principio de la respuesta; después de su
marcha para Londres, Marx terminó la obra. Esta obra fue
«La Santa Familia» o «Crítica de la crítica crítica» (contra
Bruno Bauer y consortes). Esta sátira contra el idealismo
alemán se publicó en febrero de 1845. Engels acusaba recibo
del libro escribiendo a su amigo y colaborador: «El libro es
de espléndida factura y hace morir de risa.»
En Londres, Engels no estaba inactivo. Hundido en el
verdadero medio de la gran industria, estudiaba ardiente¬
mente él también la economía política, así como las conse¬
cuencias de la transformación industrial en la situación del
mundo obrero. Había reunido muchos materiales para un
gran trabajo sobre «La situación de las clases laboriosas en
Inglaterra», que terminó en Barmen, adonde volvió, y que
fue publicado en 1845. De este modo hacía una propaganda
incesante entre los obreros de Barmen, Bonn, Colonia, Elber-
feld, etc. Esto acabó por enemistarle con su padre, que le
retiró todos los subsidios, a excepción de los indispensables
para sus estudios.
En febrero de 1845, Marx, a petición del Gobierno pru¬
siano, era expulsado de Francia por Guizot, en unión de mu¬
chos alemanes, entre los cuales estaba Heine. Marx se en¬
caminó a Londres. Allí fue recibido por Engels, que ya no
podía entenderse en modo alguno con su familia. Ambos
amigos hicieron conocimiento con Guillermo Weitling, ami¬
go de Bakunin y de Blanqui, que acababa de ser expulsado
NOTICIA PRELIMINAR 9

de Suiza y que, ocupado soliviantar ios


de gran reputación. Pero
en a obreros, gozaba
nohabiendo podido entenderse con
él, marcharon a Bruselas y escribieron en colaboración una
obra destinada a liquidar sus
antiguas teorías filosóficas pol¬
la crítica de la filosofía de Feuerbach.
Y estaba ya el ma¬
nuscrito en poder de un editor de
Westfalia, cuando un cam¬
bio de circunstancias impidió su
publicación. «Abandonamos
—dice Marx— el manuscrito a la crítica roedora de los
rato¬
nes con tanta mayor satisfacción cuanto que nos había ser¬
vido para conseguir nuestro fin
principal: ver claramente en
nosotros mismos.»
Entonces fundaron la Sociedad de Educación
mada muy pronto Liga
Obrera, lla¬
Comunista, en que Marx empezó a
dar conferencias sobre economía
política. Soñó entonces, ade¬
más, transformar aquella Sociedad, exclusivamente alemana,
en una organización internacional. Para ello estableció Comi¬
tés de corresponsales en Londres
y París. Proudhon, presin¬
tiendo lo que iba a suceder, aceptó «llegar
a ser uno de los
finalistas de la correspondencia», pero con reservas
que equi¬
valían negativa (mayo de 1846). Entonces Engels se
a una

encargó de organizar la Comisión parisiense. Se trasladó, en


efecto, a París en agosto de 1843. Allí empezó a colaborar
en «La Reforma», de Fernando Flocon, representaba la
que
extrema izquierda, el grupo de republicanos demócratas y de
los adheridos de las diversas escuelas
socialistas. Carlos Schap-
per y Edgardo Baner dirigieron el Comité londinense.
En aquel momento apareció la obra de Proudhon. «De las
contradicciones económicas» o «Filosofía de la
la cual aplicaba a las
miseria», en
«categorías económicas» el método he-
geliano de la tesis y de la antítesis y hacía entrever la «solu¬
ción del problema social». Se la envió a
Marx, disponiéndose,
«si hay lugar —decía— a recibir la férula de su
mano; a ello
me someto de buen
grado, esperando mi desquite». Marx,
que preparaba en Bruselas la publicación de su «Discurso
sobre el librecambio», usando de la invitación
que Proudhon
le hacía, le respondió
por medio de una obra maestra de la
economía política, pero concebida en un estilo terriblemente
sarcástico, y a la que tituló «Miseria de la filosofía». Esta
obra, escrita en francés, apareció en 1847, y produjo la rup¬
tura definitiva entre Marx y Proudhon. Este no vio en ella.
10 JUAN B. BERGÜA

«sino un
tejido de groserías, de calumnias, de falsificaciones
y de plagios». Sin embargo, algo, mucho más, había en sus
páginas. Contenía, en síntesis, la concepción materialista de
la historia, a la que Marx había acabado por llegar. ¿En qué
consistía esta concepción?
El estudio de un período histórico determinado (guerra,
revolución, etc.), de las instituciones jurídicas de un pueblo
(familia, propiedad, etc.) o de las formas políticas de una
sociedad (imperio, monarquía, república), lleva, de ordina¬
rio, a buscar el origen de estos acontecimientos en la volun¬
tad de los hombres, en su desenvolvimiento intelectual, en
su sentimiento de justicia, en su conciencia. Se cree general¬
mente que son las ideas las que guían a los hombres. Gran
error —decía Marx—. Las formas jurídicas o políticas, las
transformaciones sociales o religiosas, son inexplicables por
la simple evolución general del espíritu humano. En cambio,
encuentran su origen en las condiciones de la vida material.
Las relaciones de un hombre con otros y con la sociedad hu¬
mana son, ante todo, relaciones económicas. Estas, a su vez,
son el resultado de los medios de producción. Se modifican
paulatinamente y a medida del mejoramiento de estos medios.
Los instrumentos de producción usados en una época deter¬
minada explican, en consecuencia, la vida social toda entera.
Pero, a causa de las transformaciones de que son objeto, lle¬
gan a veces a no estar ya en armonía con los estatutos jurí¬
dicos, políticos y económicos de la sociedad. Y como este des¬
acuerdo no hace sino acentuarse sucesivamente, acaba por
producir una modificación en la base económica. Acarrea un
quebrantamiento, una revolución de todas las instituciones
políticas, sociales, religiosas, jurídicas y artísticas; lo que,
en una palabra, Marx llamaba
la «superestructura» de la so¬
ciedad.
El paso de la edad de piedra a la del bronce, de ésta a la
del hierro y a la del oro; luego, de los instrumentos de tra¬
bajo individual a la fábrica, ha ocasionado revoluciones for¬
midables en la constitución de la familia y de la propiedad.
El nacimiento del Estado y su desarrollo siempre creciente
no han tenido otro fin que asentar cada vez más sólidamente
la nueva clase dominante, victoriosa, y poner a tutela la clase
dominada, vencida.
NOTICIA PRELIMINAR 11

Para juzgar la producción de una


época hay que conside¬
rarla como fundada sobre el
antagonismo. La riqueza es el
producto de este antagonismo: las fuerzas
desarrollan con él, la clase dominada va
productivas se
creciendo incesante¬
mente hasta las
que condiciones materiales de su emancipa¬
ción llegan a su madurez.
Como, sobre todo, lo que la im¬
porta es no verse privada de Jos frutos de
la civilización ad¬
quirida, rompe las formas tradicionales en las cuales han sido
producidos aquéllos. Y desde
aquel momento la clase revolu¬
cionaria se vuelve conservadora.
Así ocurrió en la
antigüedad y en las colonias esclavistas
y bajo el feudalismo con la servidumbre. Y otro tanto ocurre
en nuestros días bajo el
régimen capitalista del salariado.
En los
comienzos del siglo XIX el desenvolvimiento del
maqumismo en Inglaterra introdujo un elemento nuevo
en
la producción: la gran
industria nacía. Siendo el comercio
universal la condición de la gran industria.
Inglaterra iba a
exportar los productos manufacturados al
Mundo entero, re¬
cibiendo, en cambio, los productos
agrícolas. Esto constituía,
según Marx, una transformación esencial
que, tarde o tem¬
prano, se extendería al continente europeo y a toda la Tierra,
y engendraría la concentración de
capitales, la superproduc¬
ción, las crisis industriales, las huelgas, y acarrearía fatal¬
mente un desquiciamiento
general en las relaciones económi¬
cas de los hombres y en las instituciones sociales.
«¿Esto quiere decir —añadía— que después de la caída de
la antigua sociedad habrá una nueva dominación de clases,
reasumida en un nuevo poder político? No. La condición de
la liberación de la clase
trabajadora es la abolición de toda
clase, del mismo modo que la condición de la liberación del
tercer estado, del estado
burgués, fue la abolición de todos
los estados y de todos los órdenes.»
El primer Congreso
de la Liga Comunista se reunió en
Londres durante el verano de 1847. Marx no asistió: sus re¬
cursos no se lo
permitieron; pero Engels representó allí a
la Sección parisiense
y Guillermo Wolff a la de Bruselas.
Al final de noviembre del mismo año
se reunía el
do Congreso, en Londres también. Este segun¬
Marx que escribiese, a
Congreso encargó a
propuesta de Engels, un mani¬
fiesto en nombre de la Liga. Tal fue el
«Manifiesto Comu-
12 JUAN B. BERGUA

nista». Con él expuso por primera vez la formación gradual


de las diversas clases en de la bur¬
la sociedad humana:
guesía en el seno del mundo feudal, del proletariado en el
seno del mundo capitalista. Mostraba también las formas de
lucha que preside a las constituciones de las clases especia¬
les. En la forma, era un trueno. No obstante, y aunque pu¬
blicado en el momento de la revolución de febrero de 1848,
que iba a extenderse a toda Europa, el «Manifiesto» no tuvo
influencia alguna sobre ella. La tormenta se fraguaba lenta¬
mente, pero llegó y se escuchó su estampido como jamás ha¬
bíase dejado sentir en la historia del Mundo. Desde los con¬
fines del Japón al Oeste americano; de la Laponia a las tie¬
rras australes, el «¡Proletarios de todos los países, unios!»,
fue la señal de unión de la clase obrera del Mundo.
Entretanto, Marx continuaba activamente en la «Gaceta
alemana de Bruselas» su propaganda socialista y sus ataques
contra el Gobierno prusiano. Este acababa de obtener su ex¬
pulsión de Bélgica, lo que había producido una interpela¬
ción en la Cámara belga, cuando sobrevino la revolución de
febrero en París. Entonces, y a invitación de Flocon, que
había llegado a ser miembro del Gobierno provisional, Car¬
los Marx volvió a Francia. Y en vista de la persecución de
que era objeto por parte del Gobierno prusiano, pensó repu¬
diar esta nacionalidad y hacerse «heimatlos» (sin nacionali¬
dad). Después colaboró, a su vez, en «La Reforma». El Co¬
mité Central de la Liga Comunista fue constituido en París.
Estaba compuesto por Carlos Marx, presidente; Schapper, se¬
cretario, y Wallan, Wolff, Molí, Bauer y Engels, como miem¬
bros.
En marzo, alcanzado a Alemania,
habiendo la revolución
Marx, provisto de un pasaporte francés y vivamente apoyado
por Engels, que estaba en Marmen, volvió a Colonia para
fundar, en 1 de junio de 1848, la «Nueva Gaceta Renana»,
con colaboradores como Engels, Freiligranth Wolff, Ernesto
Droncke, Jorge Weerth y Fernando Lassalle. En los artícu¬
los que publicaron en este periódico, Marx y Engels acudie¬
ron de continuo a la concepción materialista para explicar
los acontecimientos políticos contemporáneos. Cuando, en no¬
viembre de 1848, el Gobierno prusiano expulsó de Berlín la
Asamblea Nacional, el Comité de los demócratas renanos,
NOTICIA PRELIMINAR 13

compuesto de Marx, Schapper y Schneider, publicó un lla¬


mamiento al pueblo invitándole a armarse
para oponerse por
todos los medios posibles a la percepción
de los impuestos.
Pero habiendo triunfado el golpe de Estado del
rey de Pru-
sia, y disuelta la Asamblea Nacional, Marx, Engels y Korff,
gerente de la «Nueva Gaceta Renana», comparecían el 7 de
febrero de 1849 ante el Tribunal de casación de Colonia
por
delitos de prensa. Absueltos, Marx, Schapper y
Schneider
comparecían dos días después ante el mismo Jurado, bajo la
inculpación de haber provocado la resistencia armada; pero
una vez más fueron
declarados inculpables.
Habiendo vuelto a tomar la dirección de la «Nueva Ga¬
ceta Renana», acababa Marx de publicar, en febrero de 1849,
una hermosa serie de artículos sobre «El
trabajo asalariado
y el capital», simple reproducción, por otra parte, de las con¬
ferencias que había dado en 1847
la Asociación Obrera de
a
Bruselas, cuando, habiendo sido proclamado el estado de si¬
tio en Colonia, fue suprimida la «Nueva Gaceta Renana» el
19 de mayo.
Expulsado nuevamente de Prusia, volvió a París en junio
de 1849; pero el Gobierno francés le
obligó a marchar a
Londres, a causa de haber decidido internarle en Morbihan,
por el hecho de la simpatía que había manifestado hacia los
insurrectos de junio.
Durante este tiempo, Engels había marchado como ofi¬
cial de órdenes de Augusto de Willich, con Carlos
Schapper,
José Molí y Gotfredo Kindel a sostener a los insurrectos
del Ducado de Badén. Allí tomó parte en varios combates,
especialmente en el de junio, en el encuentro de Rastand.
Kindel, herido, fue hecho prisionero; Molí, muerto. Des¬
pués de haber cubierto la retirada, Engels se refugió en
Vevey (Suiza) en julio de 1849. Marx le incitó vivamente
a escribir la historia de la guerra palatinobadenesa y a re¬
unirse con él en Londres, adonde Engels llegó en el otoño
de 1850.
En los comienzos de 1850 los dos amigos empezaron la pu¬
blicación de la «Revista de la Nueva Gaceta Renana», edi¬
tada en Hamburgo. Marx publicaba
allí la «Lucha de clases
en
Francia», que acababa de escribir en el otoño e invierno
de 1849-1850. La revolución de 1848 era explicada en esta
14 JUAN B. BERGUA

obra por las crisis comerciales universales de 1847. Se en¬


contró en esta obra, formulado por la primera vez, el fin de
la revolución social: apropiación por la sociedad de los me¬
dios de producción. La conclusión era categórica: una nueva
revolución no era posible sino como consecuencia de una
nueva crisis; pero la primeracierta como la segunda.
era tan
Engels, por su parte, serie de artículos, «La
publicaba una
guerra de los campesinos», escritos bajo la impresión inme¬
diata de la contrarrevolución que acababa de terminar. A ellos
aplicaba también la concepción materialista, que había llegado
a ser el credo de ambos amigos.

Desde Londres, Marx y Engels enviaron emisarios a Ale¬


mania para intentar reorganizar la Liga Comunista. Uno de
ellos, Notthjung, fue detenido en la estación de Léipzig;
Becker, Roeser, Daniels, Burger, Otto Reifi y Ehrardt fue¬
ron, sucesivamente, inculpados y conducidos ante el Tribu¬
nal de casación de Colonia, donde ciertos procesos verba¬
les fueron falsificados por el famoso jefe de policía Stieber.
Esta infamia fue descubierta por Marx en el proceso y ex¬
puesta en una nueva obra que intituló «Revelaciones sobre el
proceso de los comunistas». Esta obra, publicada en Basilea,
fue confiscada por las autoridades a su entrada en Alema¬
nia. El 19 de noviembre de 1852, luego de la condena de
los acusados, la Liga fue disuelta a proposición de Marx.
En noviembre de 1850, la «Revista de la Nueva Gaceta
Renana» había dejado de aparecer. Marx y Engels, sin me¬
dios ante una nueva crisis económica, iban a encontrarse los
dos apurados frente a las necesidades de la vida. Engels mar¬
chó a Mánchester, en donde había de vivir veinte años como

empleado, primero, y luego, asociado a la fábrica de su pa¬


dre. Marx, que escribía en aquel momento una extensa obra
de economía política, vivió en Londres la angustiosa y difí¬
cil existencia de los refugiados.Cargado de familia y minado
por una enfermedad del hígado, no tenía otros ingresos que
los productos de su colaboración en periódicos extranjeros y
los socorros que le enviaba de tiempo en tiempo Engels. Mu¬
chas veces maldijo la penuria en que se encontraba. «Todas
estas miserias —escribía— arruinan mi inteligencia y quebran¬
tan mi capacidad de trabajo.» ¡Y aquella miseria había de
durar quince años! Cuando redactaba su gran capítulo sobre
NOTICIA PRELIMINAR 15

el dinero escribió esta amarga reflexión: «No creo que jamás


nadie haya escrito tanto sobre el dinero careciendo tan com¬
pletamente de él. La mayor parte de los autores que han tra¬
tado esta cuestión estaban absolutamente en paz con el ob¬
jeto de sus pesquisas.»
Independientemente del «People's Paper», órgano de los
cartistas
ingleses, en el que Marx colaboraba desde hacía al¬
gún tiempo, recibió en 1851 la oferta de una colaboración
en el «New York Tribune», uno de los más
importantes dia¬
rios norteamericanos. Su conocimiento de la lengua inglesa
era aún muy
insuficiente, y durante dieciocho meses sus ar¬
tículos, escritos en alemán, fueron traducidos por Engels. Tan
sólo al principio del año 1853, Marx se atrevía a informar
a su
amigo de que se «había arriesgado a escribir él mismo
un artículo
para Dana». La colaboración de Engels no se li¬
mitaba a estas traducciones. Se había reservado los artículos
militares, escribió muchos de esta índole con motivo de las
y
guerras del segundo Imperio.
En agosto de 1851, Marx, «hundido hasta el cuello en la
economía política», pedía a Engels, para el «New York Tri¬
bune», una serie de artículos sobre Alemania en 1848. Estos
artículos fueron publicados sin firma, bajo el título «Revo¬
lución y contrarrevolución en Alemania». Fueron atribuidos a
Marx, cuya colaboración habíase limitado a unas breves no¬
tas que había mandado a Engels para la redacción de los úl¬
timos artículos. En las reediciones que fueron hechas des¬
pués de la muerte de Marx, y bajo su nombre, jamás reivin¬
dicó Engels la paternidad de lo que le correspondía.
En el invierno de 1851-1852, Marx escribió, siempre para
el «New York Tribune», «El Dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte». Era la historia del golpe de Estado de 2 de di¬
ciembre y de la corrompida sociedad que le había presidido,
llamada la «sociedad del 10 de diciembre». Estos artículos
hicieron sensación en América y fueron reunidos
folle¬
en un
to publicado Nueva York el 1 de mayo de 1852.
en
Además de los trabajos que acabo de citar, de esta cola¬
boración de Marx y Engels en la «New York Tribune» na¬
cieron esa serie de artículos llenos de vida, de fuego, de ar¬
dor —de profundidad asimismo—, intitulados «Palmerston»,
«La cuestión de Oriente», «Cartas sobre Inglaterra», «La
16 JUAN B. BERGUA

guerra ruso-turca», «La evacuación de las provincias danu¬


bianas», «La expedición de Crimea», «La administración mi¬
litar inglesa», etc. Entre tanto, Marx había aprendido nues¬
tra lengua y estudiado la historia de los partidos en nuestra

patria, sobre la que, siempre en el mismo periódico, publi¬


caba «La revolución española», notable serie de estudios so¬
bre la guerra de la Independencia, con todo su laberinto de
elementos reaccionarios y liberales, partidos y pronunciamien¬
tos. Esta colaboración terminó en 1861,
la víspera de la gue¬
rra de Secesión, cuando, a causa de las
circunstancias, el «New
York Tribune» suprimió todos los corresponsales europeos.
Aparte del «New York Tribune», del «People's Paper»
y de cierta enciclopedia californiana, a la cual ambos amigos
habían suministrado artículos, la actividad intelectual de En-
gels fue considerable durante los años 1850 a 1858. Había
estudiado la historia militar, la estrategia y la táctica; había
aprendido la lengua persa, la húngara y la rusa. «Bakunin
—decía—, si ha llegado a ser algo es simplemente por su
personalidad de ruso. Y es preciso poner en su lugar toda la
vana palabrería de los paneslavistas, consistente en transfor¬
mar la vieja propiedad territorial eslava en comunismos y en
querer representarnos los labriegos rusos como comunistas
natos.» Había, además, escrito un trabajo sobre «Bonaparte,
teniente de artillería y escritor» y otro sobre «La Campaña
de Hungría». Había estudiado también las ciencias naturales
y recomendado a Marx la obra de Darwin «El origen de las
especies», que acababa de publicarse en Londres y a la cual
atribuía una importancia capital.
En cuanto a Marx, salvo algunos artículos que envió a la
«Nueva Gaceta del Orden» y a la «Prensa Libre», el resto
de su tiempo lo pasaba en el Museo Británico, y «sus no¬
ches, en trabajar como un loco en sus estudios económicos».
Frecuentemente pedía a Engels, para su gran obra, datos de
orden particular sobre su industria de tejidos; por ejemplo,
sobre la circulación y rotación en ella del capital, el efecto
de esta rotación sobre los beneficios y los precios, etc. Y fue
para él un día de inmenso gozo aquel en que descubrió, al
fin, el punto ficticio que hacía vulnerable la teoría de la ren¬
ta territorial de Ricardo.
En fin, en 1858, Marx, después de haber sometido el plan
NOTICIA PRELIMINAR
17
a
Engcls, decidió publicar su obra económica en fascículos
sueltos. Los tres primeros eran los
relativos a las mercancías
y al dinero. Llevaban por título «Crítica de la
economía po¬
lítica» y aparecieron en 1859. Era un
curso de economía
lítica basado en el materialismo po¬
cio histórico; pero el frío silen¬
con
que fue acogida y la enfermedad de Marx impidieron
que fuese publicada en la misma forma el resto de la obra.
Por otra parte, la guerra de Italia se echaba encima.
escribió un folleto, Engels
«El oro del Rin». Al año siguiente conti¬
nuaba estos escritos con otra
publicación cuyo título era «La
Saboya, Niza, el Rin». Ambos trabajos, publicados en Ale¬
mania sin nombre de autor, fueron
vastos conocimientos militares
atribuidos, a causa de los
que demostraban, a un gene¬
ral prusiano muy versado en
materias estratégicas.
Desde hacía varios años, toda la
antigua redacción de la
«Nueva Gaceta Renana» había emigrado a Londres.
Otros mu¬
chos alemanes notables, tales como
Blind, Ruge, Schranun, los
hermanos Bauer, Liebknecht,
etc., habían pasado también a
esta ciudad. Numerosos
franceses habíanse refugiado en ella,
asimismo, a consecuencia del golpe de Estado de 1851;
ellos, Luis Blanc, Félix Pyat, Ledru-Rollin, etc. El ruso entre
Her-
zen había escapado también a la autocracia
zarista. Todos
ellos daban a la
estampa en las más diversas lenguas hojas
sueltas y folletos de las más diversas
materias y tendencias.
Marx y Engels supieron en 1859
que el profesor Carlos Vogt
les atacaba en su periódico, que
se publicaba en Suiza, y en¬
tonces, excepcionalmente, aceptaron colaborar en una de las
hojas «Das Volk», que contra Vogt luchaba en Kindel.
Final¬
mente, en 1860, Carlos Vogt, habiendo intentado armar un
proceso contra la «Gaceta
General», de Berlín, publicó el re¬
sultado en un folleto con prefacio
bajo el título de «Mi pro¬
ceso contra la «Gaceta General». En
este prefacio, Marx era
acusado como agente provocador.
Entonces, Marx, y luego de
haber intentado en vano que los tribunales alemanes
le hicie¬
ran justicia contra tan falsa imputación, respondió con la
obra titulada «Herr Vogt», en la
que se disculpaba de la ca¬
lumnia que el profesor habíale
imputado y acusaba a Vogt
de haber aceptado durante la
guerra de Italia dinero de Na¬
poleón III por su campaña en favor de la neutralidad de la
Confederación germánica. Este libro es además una verdade-
1S JUAN B. BERCUA

ra historia de la emigración alemana y suiza a Londres, y


contiene muchos datos interesantes.
Pero siempre volvía a su gran obra, en la que «machaca¬
ba de firme». Llegado a la madurez de pensamiento, coloca¬
do en Inglaterra en las mejores condiciones para profundi¬
zar en los estudios de la economía política, había llegado al
apogeo degenio. Iba, pues, a fundar el Socialismo cientí¬
su
fico, apoyándoseen el materialismo histórico que había con¬
cebido en 1847, y que todos sus estudios posteriores habían
confirmado. No pedía sino a la experiencia las leyes de la
evolución El Socialismo científico debía de tomar
social.
como de partida los trabajos de Darwin, que, según
punto
decía él, «encierran el fundamento natural de nuestra teo¬
ría». El primer libro de El Capital, que iba a tratar de la
producción del capital y de desnudar el fondo mismo de la
economía burguesa, no fue acabado, no obstante, hasta el 16
de agosto de 1867. Era una obra gigantesca, poderosa, espe¬
sa; un bosque de hechos y de ideas. Traía tres elementos ab¬
solutamente nuevos:
Primero. Contrariamente a la economía anterior, que con¬
sideraba como dados los elementos (renta, beneficio, interés),
constituyentes de la plusvalía, esta obra trataba ante todo de
la forma general de la plusvalía en que aquellos elementos se
encontraban todavía indifercnciados y, por decirlo así, en vías
de formación.
Segundo. toda segu¬
La economía anterior afirmaba con
ridad que valor de
la mercancía tiene el doble carácter de
utilidad y valor de cambio, pero no había visto que el tra¬
bajo representado en la mercancía tiene igualmente un ca¬
rácter doble. Y apoyándose sobre este «trabajo», sin deter¬
minar su carácter, escapaba a la determinación de hechos in¬
explicables.
Tercero. En esta obra, el salario es representado como la
forma irracional de una relación que en él se halla escondi¬
da, y esto en las dos formas del salario: por horas o a des¬
tajo.
Escribiendo su obra, Marx habíase colocado en el mismo
terreno que los maestros de la economía política; pero don¬
de éstos habían visto leyes eternas e inmutables, él demostra¬
ba que tan sólo había leyes relativas e históricas.
NOTICIA PRELIMINAR 19

Y al poner el
punto final
en su
trabajo se acordaba y agra¬
decía lo que Engels había hecho
por él durante dieciocho
años, sosteniéndole moral y materialmente contra
viento y ma¬
rea: «Acabado está este volumen
el haber podido hacerle. Sin tu —decía—, pero a ti debo
confianza en mí no me hu¬
biese sido posible llevar a
cabo los trabajos enormes que he
necesitado para los tres volúmenes.»

* * *

En 1864, con ocasión del levantamiento de Polonia, obre¬


ros ingleses habían enviado
una comunicación a sus
cantara¬
das de París invitándoles a una acción
común en este asunto.
Los parisienses enviaron una
Tolain. El 28 de septiembre fuedelegación, a cuya cabeza iba
convocada una gran reunión
en Saint-Martins Hall
por Odger y Cremer. Marx, consultado
sobre el asunto, había enviado a
Eccarius, y él mismo com¬
pareció en el estrado, aunque no hizo uso de la
En dicha palabra.
reunión, presidida por Beesly, profesor de la Uni¬
versidad de Londres, se decidió fundar una Asociación obre¬
ra internacional
y convocar para el año
siguiente
Bélgica un Congreso general obrero. El Comité (1865) en
provisional
designado fue el siguiente: Odger y Cremer,
el mayor Wolff por Inglaterra;
y Fontana, por Italia; Le Luhez
y Tolain, por
Francia; Eccarius y Marx, por Alemania. La segunda Comi¬
sión, en la que figuraba Marx, fue encargada de redactar
una
Declaración de principios y un Estatuto
provisional. Dicha Co¬
misión se reunió en casa de Marx los días 20
y 27 de octu¬
bre. Finalmente, Marx redactó una
«Comunicación a la clase
obrera» y elaboró los Estatutos en diez
artículos. «Fui obli¬
gado —confesaba después— a admitir en el preámbulo pa¬
sajes sobre el deber, el derecho, la verdad,
la moral
ticia, pero los coloqué de modo que no perjudicasen y alla todo
jus¬
general.» En la sesión del Comité general la
comunicación fue
adoptada por unanimidad con gran entusiasmo.
Pronto Marx empezó a tomar preponderancia en la
ción. Desde los comienzos del
Asocia¬
año 1865 puede decirse
que
figuraba a la cabeza de todas las cuestiones. Durante tres años
su acción no fue
discutida. La Internacional obtenía éxitos cla¬
morosos y era acogida en todas partes con viva simpatía. Pero
20 JUAN B. BERGUA

en el Congreso de Bruselas de 1868, Marx fue acusado de ejer¬


cer una autoridad tiránica por los delegados franceses, que
propusieron el traslado a París de la dirección central. Esta
proposición fue rechazada. En este mismo Congreso fue vo¬
tada una moción recomendando el estudio de El Capital. Pero
desde enero de 1869 surgieron nuevas dificultades, suscitadas
por Bakunin, quería infundir al movimiento un tono más
que
idealista. Con ello su influencia fue en aumento, hasta llegar
al apogeo en el Congreso de Basilea de aquel mismo año.
El 27 de julio de 1870, con motivo del conflicto franco-
alemán, Marx redactó, en nombre de la Internacional, una «Co¬
municación» estigmatizando a Napoleón III, causante de la
guerra. En ella ponía en guardia a la clase obrera alemana
contra los propósitos de Bismarck, que tendían a hacer dege¬
nerar la guerra, que, en realidad, iba contra el Imperio, en
una guerra contra el pueblo francés. John Stuart Mili hizo
públicamente un gran elogio de esta «Comunicación».
Pero ya Marx y Engels preveían la derrota del Imperio
francés. Marx afirmaba que, como consecuencia de ella, «el
centro de gravedad del movimiento socialista occidental iba
a Alemania». Engels publicó en la «Pall Malí Gazet-
pasar a
te» los movimientos del ejército fran¬
varios artículos sobre
cés, que fueron extraordinariamente comentados.
Luego llegó Sedán. Marx dirigió un nuevo manifiesto en
nombre de la Internacional. Ahora era una protesta vehemen¬
te contra la anexión de la Alsacia y la Lorena, que la bur¬

guesía alemana pedía ya por razones de «seguridad». En él


se encuentran estas palabras, verdaderamente proféticas: «Si
la fortuna de las armas, la arrogancia de los éxitos y las in¬
trigas dinásticas conducen a Alemania a una expoliación del
territorio francés, no le quedará después sino escoger entre
dos partidos: hacerse, cueste lo que cueste, y «directamente»,
el instrumento de la extensión rusa, o bien la será preciso,
luego de una corta tregua, prepararse de nuevo a otra gue¬
rra «defensiva», pero no a una de esas guerras «localizadas»
de reciente invención, sino a una «guerra de razas», a una
guerra contra las razas eslavas y latinas coligadas.»
En septiembre de 1870, habiendo liquidado Engels su par¬
ticipación en las hilaturas de Mánchester, fue a habitar a Lon¬
dres, tomando parte en el consejo de la Internacional.
NOTICIA PRELIMINAR 21

Después del desastre de la Comuna de París, Marx escri¬


bió aún, en nombre de la
Internacional, un manifiesto que
fue en parte causa de los
ataques de que no tardó en ser
víctima. Se intitulaba «La guerra civil
en Francia». Era una
pintura extraordinariamente viva del París al fin del
Impe¬
rio, del sitio y de la «Commune». En él se halla también una
crítica acerba y profunda del Estado. Este manifiesto iba
fir¬
mado por veintiocho nombres, entre los cuales
figuraba el de
Engels.
En el Congreso de La Haya en 1872 las escisiones entre
Marx y Bakunin se hicieron totales, y el
Congreso, a propo¬
sición de Marx, decidió transferir a Nueva York la sede
de
la Asociación, donde no tardó en disolverse.

* * *

Marx se
puso de nuevo al trabajo. Le faltaba redactar la
segunda y tercera partes de El Capital, así como la «Histo¬
ria de las doctrinas
económicas», lo que llamaba la parte li¬
teraria de su obra. En la segunda parte iba a exponer las nue¬
vas formas resultantes del proceso de circulación del
capital,
tales como el capital fijo y el capital
circulante, la rotación
del capital, etc. En la tercera
parte llegaba a la transforma¬
ción de la plusvalía en sus diferentes formas
y en sus elemen¬
tos particulares. La «Historia de las doctrinas
económicas»
debía contener su crítica minuciosa de la renta territorial de
Ricardo. Toda la documentación para ello estaba
dispuesta.
Pero el dar forma al todo era empresa titánica.
Por otra parte, su salud estaba
profundamente alterada. Tan
alterada, que Engels le compartir el trabajo: él se
propuso
quedaría con la tarea de seguir difundiendo las ideas de am¬
bos en la Prensa periódica y de combatir las ideas contra¬
rias, con objeto de que Marx pudiera consagrar todo su tiem¬
po a su obra magna. A este convenio tan sólo hubo una ex¬
cepción.
El movimiento socialista crecía en Alemania al mismo tiem¬
po crecía gigantescamente la gran industria. En 1875, el
que
Congreso del partido nacional alemán iba a celebrarse en Go-
tha para llegar a la unificación. El
proyecto de programa que
había sido redactado se resentía demasiado de la influencia
22 JUAN B. BERGUA

de los partidarios de Lassalle. Marx propósito de


escribió a
él, tanto desde el punto del tácti¬
de vista económico como
co, una crítica extremadamente estrecha, que influyó profun¬
damente la suerte del partido socialdemócrata.
en

Después de la guerra de 1870-1871, la «lluvia de miles de


millones» franceses se repartía por Alemania y daba a la
gran industria, que acababa de hacer su aparición, un empu¬
je poderosísimo. Los trabajadores del campo fueron atraídos
por las grandes ciudades, donde la crisis de los alojamientos
empezó a dejarse sentir con gran intensidad. En el periódico
socialista, órgano del partido, el «Volkstaat», el Dr. Mulber-
ger, proudhoniano, había publicado una serie de artículos so¬
bre esta cuestión. Engels le respondió con un libro, «La cues¬
tión del alojamiento», publicado previamente en el «Volks¬
taat», pero que fue retirado por las autoridades.
Más tarde, en el mismo periódico aparecía una larga serie
de artículos de E. Duhring, que preconizaba un nuevo sis¬
tema socialista, con ramificaciones en las ciencias naturales y
las matemáticas; en una palabra, formando un sistema total
de filosofía.
En el capítulo concerniente a la economía política llegó a
atacar a Marx. Este encargó inmediatamente a Engels que
respondiera. Engels estaba perfectamente en condiciones de
hacerlo, desde su llegada a Londres había hecho «un
pues
gran acopio de matemáticas y de ciencias naturales». Pero era
grande y nada fácil la tarea que le encargaba Marx y no le
entusiasmaba. «Es fácil de decir —le respondía—. Tú puedes
permanecer calentito en cama, la ocupándote de la situación
agraria rusa y de la renta territorial
en general sin que nadie
te interrumpa; pero yo, sentado en un duro banco y bebien¬
do un vino helado, tendré de pronto que dejarlo todo para
caer sobre ese aburridísimo Duhring. Y no habrá, además,
probablemente medio de dejarlo...» No obstante, se puso a
ello.
Su obra, titulada «M. Duhring trastorna la ciencia», apa¬
reció primeramente en el «Vorwaerts», de Leipzig, en 1877.
Marx remitió a Engels el capítulo consagrado a la historia
económica. El estudio de las teorías de Duhring no fue sino
la ocasión que permitió a Engels exponer de una manera po¬
sitiva, en los diversos dominios que era preciso abordar, la
NOTICIA PRELIMINAR 23

teoría y las consecuencias de todas clases del Socialismo


cien¬
tífico. Su obra fue prohibida en Alemania.
Hacia 1878, Marx terminaba la
segunda parte de El Capital.
Su salud declinaba
visiblemente, pero conservaba siempre la
esperanza de volver a ponerse al trabajo una vez restableci¬
do. Pero esta esperanza no había de realizarse.
Murió en Lon¬
dres el 14 de marzo de 1883.
Como le ha sido forzoso reconocer a uno de sus
biógra¬
fos, que no siente hacia sus ideales la menor simpatía, ni
por su actuación, «fue un filósofo y un pensador, muy te¬
mible, sin duda alguna, a causa de
facultades organizado¬
sus
ras
ysorprendentemente sintéticas; a causa de su larga expe¬
riencia de las revoluciones, de su vasta ciencia, de
su tenaci¬
dad; todo ello avalorado por la independencia de su carácter,
la afabilidad de sus maneras, su conocimiento de todas las
lenguas europeas y una infatigable aptitud para los más ári¬
dos trabajos.»
* * *

Un año después de la de Marx, en 1884, Engels


muerte
publicaba una obra de importancia considerable: «El ori¬
una
gen de la familia, de la propiedad y del Estado». Basándose
en las interpretaciones de la Historia por la economía
y en
las observaciones personales de Morgan, relativas
a la orga¬
nización de la familia primitiva, es la obra en la
que está ex¬
puesta del modo más completo y general la teoría del matriar¬
cado. Estudiando los sistemas de parentesco en el derecho
antiguo pueden inducirse de ellas las formas de la familia en
las últimas épocas de la edad prehistórica; y analizando
las
costumbres de ciertas naciones salvajes actuales, se
llega a
comprender cuáles fueron las formas más lejanas de la fami¬
lia. Ante todo, se encuentra la familia por consanguinidad: es¬
pecie de promiscuidad por generaciones; luego, la familia pu-
nalúa, que consiste, esencialmente, en la exclusión de los her¬
manos del comercio sexual; después, la familia sindiásnica,
cuya característica es basar todo parentesco en la filiación ute¬
rina. Cuando las riquezas pertenecientes a las
«gens» llegaron
a ser
propiedad particular de los machos más fuertes, éstos,
para conservarlas, crearon el derecho patriarcal. El Estado no
24 JUAN' li. BERGUA

es sino la autoridad encargada de hacer respetar la propiedad


colectiva e individual.
Dos años después, en 1886, Engels publicaba una pequeña
obrita sobre Feuerbach. Era la crítica de su viejo maestro,
que ya había hecho hacía años en colaboración con Marx,
pero que no se había publicado. Prodigó, asimismo, todos sus
cuidados y entusiasmos a la publicación de la segunda y ter¬
cera partes de El Capital, que vieron la luz en 1890 y 1892.

Engels, a su vez, fue víctima de la enfermedad. Y se ex¬


tinguió en Londres el 5 de agosto de 1895. Conforme a sus
últimas voluntades, su cadáver fue incinerado, y las cenizas,
arrojadas al Mar del Norte.
PALABRAS PRELIMINARES AÑADIDAS
A ESTA TERCERA EDICION
(1971)

KARL MARX

Karl Marx, uno de los más grandes espíritus del


siglo XIX,
nació en Treves (Trier, en alemán), ciudad de la Prusia re¬
nana, al borde del Mosela, el 5 de rnayo de 1818, y murió
en Londres el 14 de marzo de 1883, decir,
es sesenta y cin¬
co años después. Era hijo de un
abogado convertido ai pro¬
testantismo descendiente de toda una serie de rabinos israe¬
litas. Estudió en Bonn y en Berlín, pero pronto
dejo el De¬
recho, hacia el que le había encaminado su padre, por la Fi¬
losofía, hacia la que se sintió fuertemente inclinado leyendo
a
Hegel, de quien se le pegó, entre otras cosas, la manera di¬
fícil y fatigosa de escribir. En
1841, a los veintitrés años, se
doctoró en lena, ciudad donde su maestro había pasado cua¬
renta años antes su «habilitación» mediante tesis
una (De or-
bitis planetarium) la
en que además de atacar violentamente
a Newton «demostraba» a priori que entre Júpiter y Marte
no podía haber ningún planeta. En efecto, poco después era
descubierto Ceres; pero como el apellido Hegel aún no había
empezado a hacer ruido, la «coladura» no tuvo la menor im¬
portancia, pues las palabras, o las obras, suelen valer como el
que las dice: poco, por mucho que digan o entrañen, si el que
las dice o ejecuta aún no es
nada, y mucho, si lo contrario,
por insignificantes y vulgares que sean. Un año después, Marx
era redactor-jefe de la Gaceta
renana, periódico de la burgue¬
sía liberal de Colonia, que poco después era
prohibida por
26 JUAN B. BEKGUA

la prusiana. No se olvide que entonces decir liberal


censura

era más o menos, o tal vez peor, para cuantos vivían tan
poco
felices bajo el autoritarismo tanto estatal como religioso, que
hoy decir comunista o maoísta; pues el liberalismo era una
terrible doctrina político-filosófica, según la cual la unanimi¬
dad religiosa no era condición necesaria para la buena orga¬
nización social, reclamando, en cambio, para todos los ciu¬
dadanos, cosa peligrosísima todavía, la «libertad de pensa¬
miento»; desde el punto de vista económico se oponía a que
el Estado interviniese en las relaciones de este tipo entre los
individuos, las clases o las naciones. Por cierto, que los pri¬
meros liberales (y a causa de ellos, la palabra empezó a circu¬
lar) fueron los que constituyeron aquel endiablado partido es¬
pañol que, hacia 1810, pretendía nada menos que introducir
en España el parlamentarismo de tipo inglés. Por fortuna, Fer¬

nando VII y su camarilla harían aún disfrutar a nuestro país


de veinte años de bendito absolutismo. Pero volvamos con
Marx. Aquel mismo año, 1843, se casó, el 23 de junio, con
Jenny von Westphalen, empezando al punto una vida erran¬
te, yendo en primer lugar a París, donde colaboró con Ruge
en los Anales franco-alemanes, de efímera vida, y con Heine

(Vorwaerts), y donde tuvo la suerte de encontrar a Engels,


en septiembre de 1844, con el que trabó una amistad frater¬

nal, con el que colaboraría ampliamente y cuya fortuna le


salvó más de una vez, y a los suyos, de la miseria; pues la
fama, salvo para los mediocres, cuya propia innocuidad les
abre, al no hacer sombra a nadie, todos los caminos, tarda
en llegar, y aun cuando llega, si no viene arrullada por la
música que se quiere oir, más daña, sobre todo económica¬
mente, que otra cosa. Y la música de Marx sonaba entonces
muy mal. Tan mal, que, expulsado de Francia a instancias del
embajador de Prusia, se refugió en Bruselas (1845), donde
empezó a especializarse en cuestiones económicas precisamen¬
te, redactando su Manuscrito económico-filosófico, que ya anun¬
ciaba su concepción materialista de la Historia, y, en unión
con Engels, la Ideología alemana (obras ambas publicadas
mucho después; la última, en 1932). En 1846 sacaba a la luz
el Discurso sobreel libre cambio, y un año después, en 1847,
la Miseria de lafilosofía, respuesta a la Filosofía de la mi¬
seria, de M. Proudhon. E inmediatamente, y en unión con

4
NOTICIA PRELIMINAR 27

Engels, el Manifiesto del partido comunista, manifiesto


tado por el Congreso obrero de adop¬
Londres de 1847, en el que
exponía su concepto acerca del socialismo científico frente a
las utopías socialistas de la primera mitad del siglo
De XIX. *
nuevo en
Francia, tras las jornadas revolucionarias de fe¬
brero de 1848, volvió a
pasar a Colonia para animar a los re¬
volucionarios alemanes, y dispuesto a mantener vivo el
sagrado de las nuevas ideas, empezó a publicar la Nueva fuego
ceta renana, en ga¬
junio de aquel año (1848), pronto prohibida
por el Gobierno prusiano con el pretexto de los
movimien¬
tos subversivos de 1849. Procesado, bien
que absuelto por
*
Se llama SOCIALISMO o es socialista toda
doctrina que
tiende a una transformación radical del
régimen social, muy
particularmente de la propiedad, con objeto de mejorar la con¬
dición de los trabajadores manuales. Y se dice
de toda doctrina
según la cual no se puede contar con el libre juego de las
iniciativas y de los intereses individuales, en materia
económi¬
ca, con objeto de asegurar un orden social
capaz de satisfacer,
prescindiendo de la organización llamada «liberal», otra
que
conduzca a resultados solamente más equitativos, sino más
no
favorables al pleno desenvolvimiento de la persona humana.
Como decía Andler (Los orígenes del socialismo de
Estado en
Alemania): «Llamamos socialistas las doctrinas que, en lugar
de describir únicamente los
efectos que el estado jurídico esta¬
blecido produce en la repartición, se describen
también los de
un estado
jurídico futuro y preferible, y que, a la repartición
presente de los ingresos opone de este modo un ideal de
re¬
parto mediante el que aquéllas se prometen abolir la
miseria.»
La palabra socialismo
apareció en Francia y en Inglaterra ha¬
cia 1830, aplicándose a los sistemas
propuestos por los filán¬
tropos (Saint-Simon y sus discípulos, Owen, Fourrier, P. Ler-
roux), aquellos hombres humanitarios y generosos
que, testi¬
gos de la esclavitud y miseria en que vivían las masas
humanas
caídas por necesidad en las redes de una
industria que, cada
vez más poderosa, crecía de día en
la sociedad a favor de iniciativas
día, trataban de reformar
privadas, ya que acudir al
Estado era inútil por estar, como todas las
a las
fuentes de riqueza
que el poder sostenía, en manos de los
A causa precisamente de capitalistas.
ello, el socialismo, a partir de 1830,
28 JUAN tí. BRRGÜA

el jurado, no considerándose seguro en Alemania volvió a Pa¬


rís. Allí, amenazado de ser conducido a Morbihan y someti¬
do a residencia vigilada, prefirió marcharse a Londres, lo que
hizo en agosto de aquel mismo año. Una vez en la capital
inglesa intentó otra vez, siempre sin éxito, hacer aparecer de
nuevo la Gaceta renana, con la esperanza no sólo de no per¬
der el contacto con sus partidarios alemanes, sino de ver de
obtener algunos recursos que le permitiesen no tan sólo vi¬
vir, sino seguir trabajando, como lo hizo, en pro del desarro¬
llo filosófico y político del socialismo, y tomando parte muy
activa en la creación de la «Asociación internacional de tra-

fue considerado corno una medida tan justa como necesaria


de realizar; mas como ello parecía imposible sin el concurso
precisamente del Estado, es decir de la fuerza, la causa, ya
tanto política como económica, entró por los cauces de lo revo¬
lucionario, único medio que pareció adecuado para alcanzar el
poder. Así, en Francia, los socialistas que lucharon contra la
monarquía declararon que la revolución política había que com¬
pletarla con una «revolución social», y volvió a salir a la pales¬
tra la palabra comunismo, que ya se había oído en 1793, re¬
clamando que el Estado regidase incluso lo relativo al con¬
sumo. Una rama más radical, capitaneada por Proudhon, que¬
ría hacer la tan esperada reforma social suprimiendo incluso
toda autoridad política y cuanto oliese a freno y autoridad,
y lanzándose por los caminos ora fantasmagóricos, ora crimina¬
les, del anarquismo.
Entonces fue una desbandada (mejor será, tal vez, decir una
proliferación) de doctrinas sociales. Entre las muchas que apa¬
recieron hay que distinguir dos tipos principales: los que no
excluían la violencia y los que, en cambio, admitían que se
podía establecer el nuevo sistema por vías legales, sin violencia
ni revolución. Aquél constituyó el socialismo revolucionario
(marxismo); el segundo, socialismo no revolucionario o tem¬
plado, integrado por todos los tipos de socialismo que, no obs¬
tante repudiar la doctrina de la libre concurrencia y que los
poderes públicos ejerciesen presión sobre los individuos, pen¬
saban que la cuestión social podía resolverse mediante asocia¬
ciones libres en las que los contratantes entrasen y saliesen
a su voluntad. En esta variedad templada estaba la doctrina
NOTICIA PRELIMINAR 29
bajadores», dela cual inspiró los estatutos. Todo ello en
me¬
dio de existencia no muy brillante
una

que aún lo hubiese sido menos sin la económicamente, y


gels. De 1851
generosa ayuda de En-
a 1855 publicó El 18 Brumario
las del para explicar
causas
Segundo Imperio y alguna otra obra de im¬
portancia secundaria. Y como si
por cada obra tuviese que
dar un hijo (un hijo de la carne
por uno del espíritu), tuvo
la desgracia de perder tres. En
1859 apareció la Crítica de la
economía política, donde expuso lo esencial
de la doctrina
que al punto volvería a tratar
dadero evangelio del socialismoampliamente en El Capital, ver¬
contemporáneo y obra fun-
económica de Owen, el mutualismo
el colectivismo, el cooperatismo
primitivo proudhoniano,
socialista, el anarquismo de
tipo comunitario; en una palabra, todas las
formas de socia¬
lismo, que para realizar y mantener el nuevo orden social
con¬
taban con la acción de los poderes
públicos y, en última ins¬
tancia, del Estado. Pero sin que este socialismo de
Estado
supusiese apoderarse de éste en virtud de un
movimiento revo¬
lucionario ni que tuviese la amplitud del
tal
socialismo de Estado
cual era definido en el Manifiesto comunista de Marx
Engels, socialismo y
exigía la expropiación de la
que
territorial, la afectación de la renta de la tierra a propiedad
costa del
Estado, la centralización de las industrias y transportes
nos asimismo del en ma¬
Estado, la multiplicación de las manufacturas
nacionales y, además de otras medidas
de ejércitos industriales, radicales, la organización
muy especialmente en cuanto afectase
a la agricultura. El otro socialismo se
medidas de tipo general, a establecer limitaba, en cuanto a
el llamado Socialismo
municipal, por obra del cual se socializaban ciertos
tales como el agua, el gas, los servicios,
tranvías u otros de uso general
y común. En fin, nació incluso el socialismo
contentaba con ocuparse de la utópico, que se
les futuros, y el socialismo de descripción de los estados socia¬
cátedra o
nombre dado, por broma, a los Kethedersozialismus,
miembros del Congreso de
Eisenach (1872), compuesto casi
exclusivamente de universi¬
tarios, y que publicó un manifiesto contra la
economía política
liberal. Posteriormente, en fin, Gide y Rist,
en su Historia
de las doctrinas
económicas, propusieron socialismo asocia-
un
cionista, asegurando que las asociaciones Ubres podían bastarse
30 JUAN B. BERGUA

damental, en la que Marx exponía que las naciones evolucio¬


naban de acuerdo con leyes determinadas por el estado ma¬
terial de sus habitantes; que los fenómenos económicos son
los móviles determinantes de todo movimiento social; que el
período capitalista no era sino pasajero y que debía ser re¬
emplazado por un sistema más equitativo en la repartición de
los beneficios y una porción de cosas más que encontrará el
lector en esta edición abreviada, pero que contiene lo esen¬
cial de este libro tan importante (la obra, tal cual salió de sus
manos fárrago de datos y estadísticas punto menos que
es un

imposible de leer y de digerir), del que la teoría sobre el

para arreglar todas las cuestiones sociales. El señor Gide, de


quien fui discípulo allá por el año 1910 en París, era el gran
apóstol del cooperativismo. Su mucho saber en estas cuestiones
sólo podía ser comparado a su inacabable bondad. ga¬ Puedo
rantizarlo.
Todas las ideas socialistas aparecidas en Francia e Inglaterra
antes de 1848 fueron reunidas en un cuerpo de doctrina por
Karl Marx y presentadas en forma de sistema en el Manifiesto
del partido comunista, publicado en 1848 antes de la revolu¬
ción. En él anunciaba que el régimen social, obra de la bur¬
guesía, sería destruido por una revolución política organizada
por el partido obrero internacional.
Entablada la lucha, en aquel año mismo los obreros de París
consiguieron ventajas, levantándose («derecho al trabajo», «los
talleres nacionales»), que fueron anuladas por la reacción de
1849, reapareciendo en 1864 con la Asociación Internacional
de Trabajadores, fundada en Londres por obreros ingleses y
franceses y de la que Marx redactó los estatutos. Posteriormen¬
te, los congresos de la Internacional se adhirieron al socialismo
y adoptaron la fórmula marxista de la propiedad colectiva del
Estado. Pero la tan necesaria unidad proclamada en el «Ma¬
nifiesto comunista» estaba lejos de ser alcanzada aún, pues
aunque en Alemania el socialismo tomara carácter político en
manos de los discípulos de Marx, y éstos se dispusiesen, siguien¬

do las doctrinas de su maestro, a preparar la revolución social,


discrepando de ellos se levantaron, por un lado, los que, alte¬
rando el sentido de la fórmula marxista relativa a «la propie¬
dad colectiva del Estado», con el apodo de «colectivistas», se
NOTICIA PRELIMINAR 31

valor de cambio (determinado por la cantidad de trabajo em¬


pleado y distinguido del valor de uso), y su teoría del capital
son las dos bases sobre las cuales
apuntala su crítica de las
condiciones del trabajo en su
época (no muy distintas, en rea¬
lidad, del en vigor todavía), en el que la ley del salario,
mer¬
mado injustamente en beneficio del
contratante capitalista, re¬
ducía al mínimo la ganancia del
trabajador.
Entre la aparición de la Crítica de la economía política
(1859) y la publicación del primer libro de El Capital
Marx (1867),
se
entregó a una activa propaganda, tanto en Londres
como en
Suiza, Francia, Italia y Alemania. Entre otras mu-
limitaron, en loafectaba a la revolución social, a que
que
ésta debía ceñirse socializar los instrumentos de producción,
a

dejando a los individuos libertad en lo relativo al


consumo;
por otro lado, los mencionados socialistas de Estado o socia¬
listas de cátedra, que empezaron a
pedir que el Estado inter¬
viniese para arreglar la cuestión más
debatida, la relativa al
derecho de propiedad. Precisamente
Bismarck,
la tormenta, había iniciado en este sentido una
viendo venir
a base de
política social
leyes especiales relativas al trabajo y creando cajas
de seguros sociales. Asimismo,
y comprendiendo que el modo
mejor de no perder era jugar en los dos paños, la Iglesia,
a cuyo
frente subió por entonces un Papa muy inteligente,
León XIII, inauguró a favor de la
famosa encíclica «Rerum
novarum» otro tipo de socialismo, al
socialismo cristiano, cuya
esencia, como fácilmente se comprende, consistía en apartarse
de toda vía revolucionaria, aconsejando
reformas evidentemente
necesarias, a base de acuerdos pacíficos entre patronos
y obre¬
ros, dentro, naturalmente, del espíritu cristiano.
Divide y vencerás: Del tronco
socialista, además de los bro¬
tes menores, por decirlo así (socialismo de cátedra, socialismo
municipal, socialismo cristiano, etc.), habían nacido ramas tan
poderosas como el mencionado
«colectivismo», el «sindicalis¬
mo», el «estatismo», el «intervencionismo»
el «anarquismo», y la rama más
(filial del anterior),
fuerte de todas: el «comu¬
nismo». La cuestión era grave y, como
por instinto, los parti¬
dos socialistas (las divergencias anteriores
empezaban apenas
a
dibujarse) creados en los diferentes Estados se adhirieron
casi unánimemente la
a segunda internacional obrera, reorga-
32 JUAN B. BERGUA

chas cosas redactó los estatutos adoptados en el Congreso


de Genova de 1866 y se esforzó por mantener la presencia
de los «intelectuales» en el Consejo de la Internacional, jun¬
to a los «obreros» puros que seguían a Tolain. Los últimos
años de su vida los pasó estudiando y meditando con objeto
de poner a punto lo que le faltaba por escribir de El Capi¬
tal, enmedio siempre de penurias económicas, de dolores
familiares y de una vida siempre azarosa y errante. Tras la
disolución de la Internacional (1876) se apartó de la acción
directa, entregándose, como digo, al estudio y a acabar su
obra fundamental, cuyos libros II y III fueron publicados

nizada en 1889, dispuesta a preparar la conquista del poder


mediante una revolución que permitiese socializar todos los
medios de producción. Pero el peligro de la división seguía
vivo. La variedad de matices socialistas era difícil de fundir.
Había demasiados intereses, demasiadas codicias, y para satis¬
facer a aquéllos y disimular éstas (pues cuantos más partidos,
más jefes y más posibilidades de colocarse), la variedad de
ideologías, que hábilmente lo justificaba todo. En el nuevo
Congreso Internacional de 1904, la cada vez más creciente in¬
quietud y el cada vez mayor peligro de perder todo lo conse¬
guido, obligó a todos los partidos no fundamentalmente disi¬
dentes a constituirse en uno solo, de tipo revolucionario, con
el nombre de socialismo unificado. Luego fue la primera guerra
mundial. Tras ella, la segunda Internacional, reconstituida, cesó
de prohibir a sus adherentes la alianza con los partidos bur¬
gueses y de imponerles la táctica revolucionaria. En cambio, el
partido social-demócrata ruso, que se había escondido en dos
facciones hostiles, al triunfar la facción bolchevique en 1917
y tras apropiarse el nombre comunismo, empleado por Marx
en 1848, fundó la tercera Internacional comunista de Moscú,
con sucursales en los diferentes países donde esta palabra no

inspiraba sistemáticamente horror, más, como se sabe, una por¬


ción de Estados satélites mantenidos dentro de su órbita de
grado la fuerza. Ahora bien, considerada ya su tendencia
o por
como pálida e incluso traidora a los principios marxistas, pol¬
la faceta comunista asiática, con sede en Pekín. Y ya que he
citado las ramas más importantes del socialismo, veámoslas bre¬
vemente, empezando por esta la más frondosa, el comunismo,
NOTICIA PRELIMINAR 33

por Engels, su fiel amigo (¡no fue poco en medio de vida


tan ingrata haber encontrado a un amigo semejante!), des¬
pués de la muerte de Marx. El último libro, el IV, que no
tuvo tiempo de acabar
y del que sólo dejó un bosquejo ma¬
nuscrito, no apareció hasta 1910, año en que le publicó
Kautsky.
En 1881, Marx había
perdido a su mujer; este último gol¬
pe le fue fatal. Por fortuna para él, todo no iban a ser con¬
trariedades: un grupo de amigos fieles, además de
no le abandonaba.
Engels,
Amigos y discípulos, entre ellos Liebknecht
y Guesde, que se encargaron, muerto él, dos años más tarde,
con objeto de tener una idea de conjunto de los enemigos del
capitalismo.
Comunismo es la doctrina política
que tiende a la supresión
de toda propiedad privada, de la tierra, industrial u otra, gran¬
de o pequeña, y a la repartición de los bienes, una vez comu¬
nes, entre cada uno, según sus necesidades. O sea, en su senti¬
do más amplio, toda organización económico-social cuya base
es la propiedaden común, en oposición a la propiedad indi¬
vidual, y la intervención activa de la sociedad en la vida de
los individuos. En sentido marxista: doctrina caracterizada,
como acabo de decir,
por la abolición de la propiedad indivi¬
dual de la tierra, de la herencia, la socialización de los medios
de producción y de transporte, la educación pública, la
organi¬
zación del crédito por el Estado y el alistamiento de los tra¬
bajadores bajo la dirección de éste. En una palabra: la socia¬
lización completa, tanto de los medios de producción como de
los objetos de consumo. Marx, por su parte, dice en El
Capital
que el comunismo es «una reunión de hombres libres que tra¬
bajan con medios de producción comunes, y emplean, según
un plan concertado, sus numerosas fuerzas individuales como
una sola y la misma fuerza de trabajo social». Como se ve,
este sistema se diferencia del colectivismo, puesto que éste
sólo pone en común los medios de producción; del socialismo
agrario, pretende suprimir es la propiedad privada
que cuanto
de la tierra, y del socialismo de Estado, que no proclama la
propiedad colectiva sino de ciertos bienes, en caso de exigirlo
el interés general. El comunismo tiende a destruir la sociedad
actual a favor de la lucha de clases y de la guerra civil, con
2
3-4 JUAN B. BERGUA

de dar al movimiento socialista ya en marcha, en los diferen¬


tes países europeos, nuevo y renovado vigor, propagando por
todas partes, incansablemente, el marxismo, cuya idea cen¬
tral era (era y es, naturalmente) que el origen de todas las
transformaciones sociales de la historia ha tenido como base
hechos económicos, de donde la doctrina del materialismo
histórico, expresión ésta creada por Engels para designar esta
doctrina de su amigo, según la cual, en efecto, los hechos
económicos eran la base y la causa determinante de todos los
fenómenos históricos y sociales; o como decía el propio Marx
en el prefacio de Zur Kritik der politischen Oekonomie:
objeto de establecer la dictadura del proletariado. Esto teóri¬
camente, pues en podemos juzgar, es
la práctica, por lo que
este proletariado (el pueblo calificado así) el que queda so¬
metido a la férrea dictadura del grupo dirigente. Esta doctrina
social tiene un fundamento teórico y otro práctico. Los princi¬
pales campeones de aquél (aparte ciertos profetas bíblicos que
tronaban ya varios siglos antes de nuestra era contra la injusta
distribución de la riqueza) fueron Platón (La República), To¬
más Moro (La Utopía), Campanella (La Ciudad del Sol) y Mo-
relly (Código de la Naturaleza). Baboeuf trató de llevarle a la
práctica cuando la Revolución francesa. Owen y Cabet fun¬
daron, sin éxito, colonias comunistas en América. Los jesuítas
tuvieron más éxito con las suyas del Paraguay. Pero no se
trataba de ensayos, sino de una gran representación a escala
universal, que era lo que había propuesto Marx y que los bol¬
cheviques rusos, dirigidos por Lenin, llevaron a cabo en Rusia
aprovechando el desconcierto general acaecido en 1917, tras la
primera guerra mundial. A la llamada de la Tercera Internacio¬
nal de Moscú (el Komintern), que buscaba partidarios al grito
marxista de «Proletarios de todos los países, ¡unios!», empe¬
zaron a surgir afiliados aquí y allá, lo que ocasionó una reac¬
ción en todas partes (en España, el resultado fue la última
guerra civil). Este movimiento de oposición nació en Alemania
(pacto antikomintern), al que se unieron Japón, España e
Italia. Pero acabada la última guerra mundial, Yugoslavia, Po¬
lonia, Bulgaria, Hungría y Checoslovaquia se volvieron, de gra¬
do o por fuerza, satélites de Rusia. El movimiento en Asia se
extendió a Corea del Norte, Indochina e Indonesia. En China,
NOTICIA PRELIMINAR 35

«La estructura económica de la sociedad es la base real so¬


bre la cual se levanta la superestructura jurídica
política,
y
y a la cual corresponden formas determinadas de conciencia
social... El modo de producción de la vida material condi¬
ciona el conjunto de todos los procesos de la vida social, po¬
lítica y espiritual.» O, como decía el propio Engels: «Marx
ha probado que hasta el presente toda la historia ha sido
la historia de las luchas entre las clases; que estas clases so¬
ciales en lucha unas contra otras son siempre el producto de
las relaciones de producción y de cambio; en una palabra,
de las relaciones económicos de su época; y que a causa de

con Mao, se magnificó, pues, como sabemos, para él y los suyos


los rusos no pasan de marxistas templados o algo menos.
Pasemos al colectivismo.
El colectivismo es el sistema que ve la solución de la cues¬
tión social en la puesta en común de un modo pacífico, en
provecho de la colectividad, de todos los medios de produc¬
ción. Este término fue creado en el Congreso de Basilea (1869)
para oponer al socialismo de Estado, representado muy particu¬
larmente por los marxistas alemanes, el socialismo no estatal,
no centralizador, representado por los delegados franceses, bel¬

gas, suizos, etc. Fue empleado por primera vez por el periódico
suizo El Progreso, de Lóele, el 18 de septiembre de 1869.
Esta palabra, pues, se emplea en sustitución de socialismo,
para designar un régimen social caracterizado desde el punto
de vista político por el principio democrático, y desde el punto
de vista económico, por el hecho de que la propiedad de los
medios e instrumentos de producción son colectivos, es decir,
pertenecen ora a sociedades de producción, ora al Estado. En
él la sustitución de la propiedad capitalista por la social es
progresiva, luego carece de carácter revolucionario. Viene a ser
una variedad, atenuada, del comunismo, puesto que no afecta
al consumo y admite la propiedad individual, es decir, la puesta
en valor por un poseedor que no emplea asalariados. Todo lo

demás, industrias, banca, minas, transportes; en una palabra,


todo lo aprovechable en común sería colectivizado—el capital
en primer término—a favor de un convenio internacional entre
los trabajadores. Ahora bien, como el transformar la propiedad
capitalista en propiedad colectiva no podría conseguirse sino
36 JUAN E. BERGUA

ello, en cada momento la estructura económica de la sociedad


constituye el fundamento real por el cual debe ser explicada
en última instancia toda la superestructura de las institucio¬

nes jurídicas y políticas, así como las concepciones religiosas,


filosóficas y otras, en todo período histórico. Por ello, el
idealismo ha sido expulsado de su último refugio, y el con¬
cepto de la historia, y un concepto materialista de la histo¬
ria, ha sido dado» (Herrn Eugen Dühring's Omwázung der
Wissenschaft, Introducción, 3.° ed., p. 12). En cuanto al
marxismo, éste consideraba por su parte que el principal mo¬
tivo de la evolución social era la lucha de clases por la con-

siendo el pueblo el dueño de sus destinos, el primer deber


del proletariado organizado en partido de clase sería proceder
pacíficamente—por votación, por ejemplo, si ello fuera posi¬
ble—a la conquista del poder. Sólo de ser absolutamente impo¬
sible de conseguir de este modo, se podría pensar en el medio
violento. Mediante este sistema se ponen en común los me¬
dios y los instrumentos de producción, como acabo de indicar;
pero tan sólo ellos, no los productos y su goce (bienes de
consumo), como en el socialismo de tipo comunista. A la
fórmula de éstos «de cada uno según sus facultades, a cada
uno según sus necesidades», sustituyen los colectivistas: «a
cada trabajador, el producto íntegro de su trabajo». La esencia
de este sistema estaba contenida en la obra de Marx, pero
luego sufrió diversas transformaciones por obra, ora de discí¬
pulos suyos—tales como Engels, Lassalle, Kautsky o Bernstein—,
ya por sociólogos y hombres políticos más o menos templados
y prudentes.
Unas palabras sobre el estatismo.
El estatismo es la doctrina que tiende a poner todas las
funciones sociales bajo la dirección inmediata del Estado.
O sea, una doctrina política que acude a la iniciativa del Es¬
tado para resolver todas las reformas que los partidarios de
esta manera de pensar juzgan indispensables. Viene a ser un
sentido restringido, una forma del llamado socialismo de Es¬
tado, sistema que, como ya he indicado, algunos profesores
universitarios alemanes llamados «economistas de cátedra» acon¬

sejaban como paliativo de las doctrinas marxistas, y consistente


en poner ciertos medios de producción en manos del Estado.
NOTICIA PRELIMINAR 37

quista del bienestar económico: los desposeídos de la rique¬


za, los esclavos económicos habían luchado siempre por con¬
seguir lo que les faltaba, medios para que su existencia dejase
de ser una continua y dura servidumbre, con la misma nece¬
sidad fatal con que los seres todos luchaban por conservar
la vida, según había demostrado Darwin. En aquella lucha,
en la social, la clase más numerosa, según Marx, es decir, el

proletariado, fatalmente tenía que triunfar sobre la menos


numerosa, la burguesía. Y el triunfo no dependía sino de su
unión. Además, el antagonismo entre ambas clases quedaba
justificado con sólo considerar que siendo colectivo el medio

Es decir, lo que hoy se pone en práctica mediante la «nacio¬


nalización», medio a favor del cual se arranca de manos ex¬
tranjeras, por lo general, bienes nacionales (petróleo u otros),
cedidos en otras épocas por carecer de medios, tanto econó¬
micos como técnicos, para ponerlos en explotación. El estatis¬
mo es, pues, el sistema político que acude al Estado para, por

su mediación, modificar las condiciones de producción y de

repartición de la riqueza. Filial suyo viene a ser el


Intervencionismo, doctrina que, como su nombre indica, re¬
comienda la intervención del Estado en el juego de los meca¬
nismos económicos, por estimar que es perjudicial, como quie¬
ren las doctrinas liberales, dejar actuar libremente a las leyes

económicas, puesto que, variando las necesidades con los tiem¬


pos, conviene ajustar aquéllas a éstos. Es teoría templada, no
revolucionaria, y ni tan siquiera pretende que las estructuras
económicas y sociales sean modificadas radicalmente. Ocupa
un término medio entre el liberalismo y el socialismo de Esta¬

do. En realidad, todos los Estados son ya—unos más, otros


menos—intervencionistas. A ello les obliga la necesidad de fre¬
nar, por una parte, las pretensiones socialistas; por otra, las
codicias capitalistas. Y vamos con una teoría aún más tem¬
plada y a la que los gobiernos llamados por sus enemigos ca¬
pitalistas, favorecen con gusto: el sindicalismo.
El sindicalismo es una doctrina solidarista que quiere hacer
de los sindicatos (agrupaciones fundadas para la defensa de
intereses económicos comunes) el fundamento de la organiza¬
ción no sólo económica, sino social y hasta moral. Hay dos
clases de sindicalismo: el llamado amarillo, partidario de un
3S JUAN B. BERGUA

de producir riqueza, el de apropiarse ésta había sido siem¬


pre y seguía siendo individual. Muchos habían trabajado y
producido siempre y seguían haciéndolo, para muy pocos. Lo
que, además de la injusticia que representaba, tenía como con¬
secuencia que trabajaba estuviese sometido y a las ór¬
el que
denes de los que no hacían nada. Como el equilibrio no se
restablecería sino cuando la propiedad fuese colectiva y to¬
dos trabajasen en provecho de todos, sólo el fin de la pro¬
piedad privada acabaría con la lucha de clases. Tal era, en
síntesis, por mejor decir tal es, puesto que sigue vivo y cada
vez, de momento al menos, más pujante, el marxismo, teoría,

entendimiento pacífico y lo más perfecto posible entre los tra¬


bajadores los capitalistas, y el rojo, muy semejante al socia¬
y
lismo revolucionario, es decir, partidario de la huelga general
como medio de solucionar los conflictos del trabajo, de conse¬

guir la emancipación del proletariado, y de la subsiguiente


ruina del capitalismo.
Y ya no nos queda sino decir unas palabras sobre la más
radical incluso antisocial de las doctrinas libertarias: el
e

anarquismo. El anarquismo es la doctrina, teoría, idea o grupo


de ideas de los anarquistas, cuyo sistema político pretende y
aspira a que el individuo se desenvuelva libremente de acuerdo
enteramente con sus deseos naturales, y sin necesidad de otras
trabas que las que él mismo quiera imponerse, y, por consi¬
guiente, sin necesidad de otro gobierno que el suyo propio.
Ello quiere decir: nada de poder estatal, nada de religión, nada
de propiedad y ni siquiera obligaciones de familia; y de otras
obligaciones sociales, materiales o morales, tales que el milita-
tarismo, el patriotismo y demás del mismo o parecido género,
ni sombra. Su panorama ideal sería vivir en una sociedad o co¬
munidad libre y en la que cada uno trabajaría lo que
fraternal
pudiese y recibiría según sus necesidades. ¿Hará falta insistir
sobre el carácter total y absolutamente utópico de una asocia¬
ción presentada en estos términos? La palabra anarquismo
(etimológicamente: sin gobierno) fue empleada por primera
vez en sentido de doctrina política por Proudbon y recogida

luego por Bakounine, que fue su apóstol y el primero en ex¬


plicar que el significado de esta palabra consistía en no admi¬
tir nada que proviniese del Estado y tendiese a limitar las
NOTICIA PRELIMINAR 39

ante todo, de la revolución social, predicada por un hombre


que, como los apóstoles de todas las grandes ideas, el dar a
conocer la suya fue para él durante muchos años un duro
y laborioso calvario.
Marx, gran filósofo, notable historiador
y tal vez el primer
economista de tiempo, fue, sin duda alguna, uno de los
su

espíritus más notables del siglo XIX. En lo que a su espíritu


afecta, desde muy pronto, desde que estudiaba en Berlín,
se puso
bajo la tutela de dos importantes filósofos alemanes:
Hegel * y Feuerbach. De aquél, adhiriéndose al círculo de los
hegelianos de izquierda, que trataban de sacar, creo haberlo

actividades y la voluntad individual. Hay muchas variedades


de anarquismo, desde el puramente ideológico profesado por
un sabio y un santo de la calidad de un Reclús, por ejemplo,
al desatinado y asesino que arma ciertas manos extraviadas
y criminales; pero, según Eltzbacher (El anarquismo), las doc¬
trinas anarquistas no tienen de común sino la negación del
Estado. «Esta negación significa para Dodwin, Proudbon, Stir-
11er y Tucker rechazar al Estado sin
restricciones; para Tolstoi,
rechazarle no de un modo absoluto, sino tan sólo para el
próximo porvenir de los pueblos civilizados; para Bakounine
y Kropotkine, en fin, significa que prevén en un próximo futu¬
ro que la evolución hará
desaparecer al Estado.» Y volvamos
con Marx.
Hegel (1770-1831), filósofo alemán nacido en Stuttgart,
muy joven aún, y tras interesarse por los autores griegos y por
la historia, se inició en la filosofía
leyendo a Wolf, de quien,
no obstante, no se le pegó la claridad. En el seminario pro¬
testante de Tübingen, donde había estudiado Fichte, lo hizo
él a su vez cinco años en compañía de Schelling, cuya preco¬
cidad tuvo ocasión de admirar. Con aquél, al que sucedería
en la cátedra de Berlín muchos años más tarde, en 1818, tuvo
amistad y a su lado quiso ser enterrado;
Schelling se apartaría
de él tras acusarle de plagiarle malamente. En una carta de
éste a "Víctor Cousin se lee
que Hegel, hombre de «cabeza
estrecha», había creído apoderarse de sus ideas «como el in¬
secto que se arrastra,
puede creer apropiarse de la hoja de
una planta a la
que ha envuelto con su hilo». Añadiendo: «Que
me dejen,
pues, mis ideas, sin unir a ellas, como usted parece
40 JUAN B. BERGUA

dicho ya, conclusiones ateas y revolucionarias de la doctrina


del maestro; del segundo, defensor de una filosofía profun¬
damente materialista, que aseguraba, por ejemplo, que no
había problema a propósito de la existencia de Dios, sino
que tal problema no era otro sino el de la existencia de Dios
en la cabeza de los hombres, y que el origen de las religio¬
nes estaba, esencialmente, en dos principios: uno, subjetivo,
el miedo; otro, objetivo, la dependencia de puras ilusiones ad¬
mitidas por obra de la educación y por falta de reflexión;
pues bien de éste aceptando su materialismo, bien que, tanto
en él como en Engels, permaneció siempre metafísico, en el

haber hecho, el nombre de un hombre que, sin dejar de pen¬


sar en escamoteármelas, se ha mostrado tan poco capaz de con¬
ducirlas a su verdadera perfección, como incapaz era de inven¬
tarlas.» En cuanto a Hegel, tras Wolf estudió a Kant, aca¬
bando por inclinarse, siguiendo siempre a Schelling, al «spino-
zismo-kantiano» de éste. El fruto de aquellos años de teología
(que no consiguieron hacer de él un pastor protestante) fue¬
ron varios naturaleza y una Vida de Jesús
opúsculos de esta
que no se publicarían sino luego de su muerte. Su primera
obra que vio la luz, en julio de 1801, fue la titulada Diferencia
entre los sistemas de Fichte y de Schelling. Cinco años más
tarde, en 1806, apareció su Fenomenología. Hegel estaba al
fin—tal decía, al menos—en posesión del método que, según
él, permitía alcanzar lo absoluto. Así se lo anunció un día,
a sus discípulos de la Universidad de lena, con las siguientes

palabras: «Un ser nuevo ha surgido en el Mundo. Parece que


el espíritu del Mundo haya conseguido... comprenderse al fin
como espíritu absoluto... La conciencia, por sí finita, ha cesado

de ser solamente la conciencia gracias


finita, y así, por su parte,
a sí absoluta, ha hasta este momento
adquirido la realidad que
no tenía.» Algo más tarde, y siendo director del Gimnasio en
Nuremberg, escribió su obra más importante, la Lógica (1812-
1816). Pero como nadie le entendiese—lo que, aunque sor¬
prenda, tanto contribuyó a admirarle (a la dificultad de la
doctrina se sumaba su aún mayor dificultad en lo que a escribir
bien afectaba)—, estando de profesor en Heidelberg trató de
poner a punto su sistema resumiéndole en su Enciclopedia
(1817); aquella «terrible enciclopedia» que Victor Cousin, que
NOTICIA PRELIMINAR 41

sentido metafísico de la palabra. Por


desgracia, de Hegel
se le pegó algo más, mal
éste general a los filósofos alema¬
nes: la falta de claridad. Uno de los caracteres esenciales de
la filosofía alemana es la oscuridad. Los alemanes suelen ser
tan aptos en muchas disciplinas como para descubrir a fuer¬
za de profundizar y trabajar en ellas,
como inaptos y oscu¬
ros cuando se trata de exponer sus descubrimientos. En lo
que a Marx afecta, un centenar de lineas de toda su obra,
es decir, lo que sus ideas representan como verdades socia¬
les y como método de acción destinado a ponerlas en
prác¬
tica, evitando los males contrarios, revolucionaron el mundo

había ido a verle, trató


en vano de leer y de entender, lo que
no consiguió de todos sus esfuerzos», no obstante las
«a pesar
explicaciones que en francés le dio Cavoré, el más aventajado
de los discípulos de su amigo. Por su parte, este Cavoré,
¿en¬
tendía algo? ¿Se entendía el propio Hegel bien? Porque lo
cierto parece ser que cuando se le interrogaba directamente so¬
bre algún punto de su doctrina, en vez de responder,
aconseja¬
ba que se acudiese a lo que había escrito. Todo ello hizo
que
corriese, anécdota o no, lo siguiente: que como alguien le pre¬
guntase, en efecto, sobre algo que no había entendido no
obstante leerlo con el mayor cuidado, Hegel respondió: «Cuan¬
do escribí lo que usted no entiende, éramos dos a
compren¬
derlo: Dios y yo. Ahora tan sólo Dios es capaz de ello.»
Se le entendiese o no, lo cierto fue que, habiendo
consegui¬
do alcanzar fama de gran filósofo, al perfume de esta fama
em¬
pezaron a acudir las abejas. En torno a Hegel estas abejas fue¬
ron una serie de
hombres, algunos de los cuales llegaron tam¬
bién, con el tiempo (Marx y Engels entre ellos) a ser jefes
de doctrina. En todo caso su nombre había salido de Alema¬
nia, y nosolamente aquí, sino fuera era considerado ya como
el oráculo de la filosofía. Como suele ocurrir con frecuencia,
de mil personas que le alababan, novecientas no habían leído ni
una sola línea
suya, haciéndolo porque los demás lo hacían;
de las cien que habían intentado hacerlo, noventa
y ocho no
le habían entendido, y de los dos que habían creído
compren¬
der algo, uno hacía esfuerzos por ver qué
se podía sacar de
aquel galimatías, y el otro buscaba el modo de subir él toman*
do como escalera a su maestro. Por su
parte, Víctor Cousin,
42 JUAN B. BERGUA

del trabajo y aún le tienen en jaque hace un siglo; el resto


de su obra, es decir, el resto de su filosofía tratando de
explicar, probar y justificar esta médula verdaderamente im¬
portante y esencial de su obra es, siento mucho tener que
decirlo, punto menos que insoportable, oscuro, casitan in¬
leer,
inteligible o, por lo menos tan fatigoso de como las obras
más famosas de Hegel, su maestro; si que también tan eficaz
en cuanto a espíritu y tendencia racionalista y materialista
como la de Feuerbach, su segundo maestro. Pero al tachar
su obra de oscura e ininteligible tal vez haya exagerado un
poco. Hubiera debido más bien hablar de proligidad; de em-

que seguía sin entenderle y seguramente empezaba incluso a


dudar de la capacidad de su inteligencia para tal empresa, le
escribía el 1 de agosto de 1862: «Ruego al viento que sople
con toda su fuerza (para que traiga hacia aquí siquiera unas

briznas de tu sabiduría, a ver si al fin hay medio de enten¬


derlas); pido gracia sino para Francia. Hegel, dime la ver¬
no
dad y luego pasaré a mi país lo que sea capaz de comprender.»
Koyré, por su parte, escribía: «Cuando se lee a Hegel se tiene
con demasiada frecuencia el sentimiento penoso de no seguir

lo que se va leyendo. La impresión de asistir de testigo asom¬


brado impotente a una sorprendente acrobacia, a una verda¬
e
dera hechicería de oscuridades. Siendo víctimas sin poderlo
imposibilidad de persuadirnos de que lo que lee¬
evitar de la
mos es de que Hegel no trata con todo ello de burlarse
serio y
simplemente de nosotros.» Sentimientos semejantes debieron
de acabar por ganar a muchos, porque lo cierto fue que hacia
1850 esta filosofía sufrió en Alemania un grave eclipse. Vero
no menos cierto que poco a poco se fue extendiendo por Euro¬
pa, y que incluso a finales del último siglo ha empezado a
interesar de nuevo. ¿Ha ocurrido tal cosa a causa de los que
como Niel piensan que Hegel estaba de acuerdo con el teísmo
cristiano y por ello han querido resucitarle como campeón de
algo que cada
vez está más necesitado de apoyos serios? ¿O pre¬
cisamente por lo contrario, es decir, por los que piensan como
Kojéve que era «un filósofo radicalmente ateo»? Los que pien¬
san lo primero tal vez se apoyan para hacerlo en la creencia
de que de otro modo no hubiera llegado a ser considerado,
como lo fue, «el filósofo del Estado». Los que piensan lo se-
NOTICIA PRELIMINAR 43

plear para deciro explicar lo que quiere hacer comprender,


diez veces más palabras, con frecuencia, de las que hubieran
sido necesarias; o sea superfluidad, exceso en cuanto a suti¬
lizar, defectos hijos del propio deseo de Marx, de hacer com¬
prender bien lo que expone, pero que precisamente producen
el efecto contrario, a causa de
fatigar al que lee. Así, algu¬
nas veces, como
por ejemplo cuando trata de la «plusvalía»,
si bien al ir leyendo todo cuanto dice nos da la sensación
de ser, lo que expone, verdadero, y, por
consiguiente, de te¬
ner razón, luego,
meditando un poco sobre ello, nos conven¬
cemos de lo contrario acabando de
persuadirnos de que ha

gundo, que ni siquiera fue un protestante de conciencia, pues¬


to que los le conocían mejor sospecharon siempre de sus
que
ideas religiosas, acusándole de panteísta y de negar la libertad
del alma. Heine, que fue su discípulo de 1821 a 1823, cuenta
que como Hegel le oyese hablar de sanciones supraterrestres, le
cortó con tono entre incisivo y burlón: «Vamos,
que usted
quiere que le den una propina por haber cuidado a su señora
madre cuando estaba enferma y por no haber envenenado a su
señor hermano, ¿no?» Michelet, por
su parte, parece ser que
le oyó decir un día en que se hablaba de Dios
y de cosas
relacionadas con este supuesto universal: «Sí, sí; todo eso es
excelente para que lo orean las buenas viejas comadres de todas
partes, y para que vivan los que asimismo en todas partés
engordan a costa de las grandes mentiras, esos tenderos de
bondad y esperanzas dependientes del más concurrido de los
almacenes del que son clientes todos los ignorantes y todos
los tontos.» En todo caso, a su muerte, su escuela se partió
en
dos: una rama, la derecha, volvió al teísmo tradicional; la
izquierda se declaró abiertamente panteísta, llegando incluso al
ateísmo con Strauss, Feuerbach y Marx.
Tampoco se puede negar que Hegel tuvo una lógica propia,
lógica que es una metafísica cuya esencia es la negación del
principio de los contrarios A = A. Ello, naturalmente, no en
el campo de los conceptos relativos, pero sí en el de las Ideas
reales o del Llegar a ser. Pues de otro modo,
¿podrían coexis¬
tir cosas tan opuestas como la Vida
y la Muerte, la Luz y las
Tinieblas, el Bien y el Mal, el Movimiento y el Reposo, que,
no obstante su radical
oposición, son inseparables, dando como
44 JUAN B. BERGUA

conducido admirablemente su razonamiento, pero no para con¬


vencernos de lo que realmente ocurre, sino de lo que él,
con toda buena fe, se imaginaba que ocurría.

A causa de todo ello resulta que Marx, profundo pensador,


verdadero filósofo de lo económico, expresa sus ideas, por lo
general, de tal modo, que no es fácil, a no estar dotado como
él de inclinación y facultades intelectuales, innatas, hacia es¬
tas disciplinas, seguirle; constituyendo muchas veces un ver¬
dadero esfuerzo, a causa de obligar a leer muy despacio y
fijarse mucho en lo que se va leyendo, comprenderle. Todo
esto le hace pertenecer a esa clase de pensadores (él, como
digo, el gran campeón en cuestiones económicas), a los que
hay que admirar, renunciando a entenderle, dando crédito a
los que aseguran, y no mienten, que es el gran maestro en
aquello sobre lo que trata. Pudiendo afirmarse (yo no dudo
en hacerlo, seguro de no equivocarme) que Marx pertenece
al grupo de esos hombres antorchas cuya luz siguen, sin ser
en realidad iluminados por ella incontable número de ciegos.
Gran pastor, tras el que va, sin saber en realidad por qué,
cuantiosísimo rebaño. Poderoso jefe del hoy más numeroso
ejército que, como todos los ejércitos, va ciegamente en pos
del caudillo que los manda sin saber ni adonde les conduce ni
cuáles son sus planes y sus intenciones.
Volviendo a su lenguaje, hay que decir que si bien, en

general, es difícil de entender, es perfectamente claro, por el


contrario, cuando denuesta al capitalismo. En estas ocasio-

resultado no que A sea igual a A, sino A = B? Esta identidad


de los contrarios, ¿no la admitía, como decía Hegel, hasta el
vulgo ignorante, al aceptar cosas tan contrarias como el alma
y el cuerpo o la presciencia divina y el libre albedrío? Luego
aun en los casos más opuestos una síntesis superior era posible
en virtud de la cual, considerados ellos como simples escalo¬
nes para llegar a algo superior, este algo era lo único verdadero,
real y digno de ser tenido en cuenta. Y entonces, ¿no era lo ló¬
gico antes de afirmar de un modo absoluto medir el pro y el
contra de cosas y fenómenos y no condenar algo simplemente
por ser opuesto a lo que creemos? Con ello, ¡al suelo todos los
dogmatismos, hijos tan sólo de la audacia, del error o de la
conveniencia, y arriba la tolerancia, la mejor de las virtudes!
NOTICIA PRELIMINAR 45

nes es tan claro como duro y emplea expresiones que más


de una vez debieron de ser capaces de envenenar los ánimos
de los trabajadores asalariados contra los «amos», como éj
dice y repite de fábricas,
con gusto, empresas y talleres. Más
justo es reconocer que si bien esta dureza de expresión con¬
tribuiría sin duda muchas veces a hacer cada vez más
pro¬
fundo el foso entre capitalistas y obreros,
ello mismo fue lo
que más contribuyó, si a originar huelgas, odios
y disturbios
laborales, también y precisamente por ello, pues necesidad
obliga, el trabajo fue poco a poco adquiriendo fuerza frente
al capital. Es decir, a que el factor
trabajo fuese ganando
terreno al factor interés, gracias a lo cual el trabajador ha
llegado a ser un elemento importante en la producción, ele¬
mento muy tenido en cuenta, en vez de ser considerado, como
en un principio, como un simple factor de ella, por ella y
para ella. Y a causa de este justo y obligado reconocimiento
se ha llegado al actual estado de cosas, infinitamente
superior,
social y humanitariamente considerado, al
que Marx veía, de¬
ploraba y contra el cual luchaba. Y en este sentido, pues, su
tenaz e infatigable labor, su labor generosa (pues, como sa¬
bemos, estuvo siempre al borde de la miseria) y honrada,
fue la de un verdadero apóstol. Pero, volviendo a la obra de
Marx, como en sí es tan importante, con objeto de hacerla
más grata y asequible, uno aun entre varios de sus muchos
admiradores, que sin duda pensaba tal vez como yo, Sidney
Hook escribió allá por el año 1930 un libro titulado «Para
comprender a Marx», y, en efecto, ganado él mismo por la
oscuridad de lo que pretendía aclarar, hizo un libro tan
difícil de leer a su vez, que repasándole todo lo que se
saca en limpio es que resulta punto menos que imposible
comprender ninguno
de los dos muchas veces, tanto a
a
Marx como a él. En todo
caso, varias cosas hay en tor¬
no a la
poderosa figura de Marx que son absolutamente in¬
negables: la primera, que fue uno de los más formidables
pensadores del siglo XIX; la segunda, que a causa de ello
su filosofía se prestó a discusiones indeciblemente apasiona¬
das durante muchos años; la tercera,
que sus ideas han sido
y siguen siendo focos, aurora de viva luz para unos, motivo
de aversión y de odios para otros, así como
que él vivió,
trabajó, pasó a través de sus facetas de filósofo, de econo-
JUAN B. BERGUA

mista, de pensador sin poder sospechar la poderosa influen¬


cia y el enorme alcance que adquiriría su obra, que, como
su vida y su pensamiento, estuvo siempre bajo el signo de
una posición revolucionaria.
Hecho innegable es también que la sombra de Marx sigue
dominando al Mundo; que su filosofía social tiene aún más
fuerza que la de cualquier otro filósofo contemporáneo; que
una gran parte de la filosofía actual, en lo que tiene relación
con la vida, es de inspiración marxista; que de esta filosofía
sólo carácter polémico, que era lo que él sostenía, se ha
su

perdido. También se puede afirmar que ninguno de los es¬


critos de Marx contiene la expresión definitiva y acabada de
su doctrina. Así como que a causa de haber tenido, como to¬
dos los grandes creadores de doctrinas, discípulos, éstos con¬
tribuyeron, si por una parte a propalar y engrandecer su
figura, también a de las diversas
desfigurar su obra a causa
interpretaciones que dieron a su doctrina; ysi no acabaron
de desfigurarla completamente, como ocurrió, por ejemplo,
con el Buda y con cuantos hombres extraordinarios pasaron
por el Mundo sin fijar sus pensamientos por escrito, no por
ello han dejado las obras de Marx de ser interpretadas no
siempre de igual modo.
Pero lo que no se precisamente a es¬
puede negar gracias
tas obras, testimonios siempre pensamiento, es:
vivos de su
primero, que el socialismo es una doctrina política, social y
económica que tiene como principio fundamental la abolición
de la propiedad privada y del beneficio capitalista, beneficio
éste que resulta, según Marx (luego veremos que tal vez
no perfectamente exacta su manera de apreciar ciertas
era

cosas), de la diferencia entre el valor real del trabajo del


obrero y lo que éste recibe en concepto de salario; segundo,
que no teniendo el socialismo nada que ver con ciertas for¬
masde vida de tipo igualitario, que excluyen toda jerarquía
fundada en la fortuna, tales, por ejemplo, las antiguas co¬
munidades esenias o las actuales de tipo budista o cristiano,
que nacido para combatir el capitalismo, tiende a suprimir
y
la existencia de éste en cualquiera de sus formas, especial¬
mente las corrientes de propiedad territorial e industrial;
en

decir, aquellas actividades que empleen hombres pagados


es

jornal a costa de cuyo esfuerzo y trabajo, según nuestro


a
NOTICIA PRELIMINAR

filósofo, prosperan; tercero, que este estado de cosas nació


a principios del siglo XIX, o sea al nacer la gran industria,
pues hasta entonces la pequeña propiedad o el cultivo de la
tierra por cuenta de otro, pero no en gran escala, lo mismo
que el régimen artesanal, no permitían llegar al grado de or¬
ganización capitalista que entonces empezó a desarrollarse;
cuarto, que, aparecida la tremenda desproporción de fortunas
causa del
a
alquiler de la mano de obra y con ella la tre¬
menda y continua injusticia social, aparecieron, como fatal¬
mente aparece siempre cuanto tiene que aparecer, sus detrac¬

tores, Saint-Simón, Proudhon Furrier y otros, primeros de¬


fensores teóricos de los explotados, y tras ellos Marx, que
fue quien en realidad dio al socialismo sus características esen¬
ciales y sus bases científicas, de tal modo que de él proceden
gracias asus teorías relativas a la plusvalía, a la enajenación
de los trabajadores, a la lucha de clases y al materialismo
dialéctico, las grandes corrientes que tanto contribuirían, cuan¬
do no a variar aquel estado de cosas, tan injusto, de su tiem¬
po, de un modo radical (como ocurrió en Rusia un cuarto
de siglo o poco más después de su muerte), si en todo caso
a que en todas partes se fuese prestando más atención a la
clase obrera; en fin, quinto, que Marx hizo del socialismo,
además de una filosofía y una moral, una política, polí¬
tica que hoy, desde 1917, es una realidad palpitante y ame¬
nazadora en gran parte del globo, haciendo que allí donde
impera sehayan rebasado incluso los límites del socialismo
puro para entrar en los del comunismo.
Sentado lo anterior, surgen algunas consideraciones que
conviene exponer. La primera, que tal vez no sea totalmente
exacto que el origen del capitalismo sea, como suponía Marx,
la diferencia entre lo que el obrero recibía por su trabajo y
lo que este trabajo valía en realidad. Dicho de otro modo,
o sea como lo entendía Marx,
que el empresario, contratista o
capitalista hacía trabajar al obrero diez horas y sólo le pagaba
una cantidad equivalente al esfuerzo de cinco; el valor de las

otras cinco que no pagaba, multiplicado por el número de

obreros, acababa por constituir, con el tiempo, su capital.


Realmente, enfocada la cuestión de este modo, la injusticia
y latrocinio era tan evidente que se comprende la indignación
de Marx y de cuantos antes y después de él pensaron del
48 JUAN B. BERGUA

mismo modo; pero ¿no estaba tal vez la verdad y el mal de


la cuestión, aunque los resultados para los asalariados vinie¬
sen a ser los mismos, no en que el capitalista pagase tan sólo
la mitad de las horas de trabajo, sino en que las circunstan¬
cias le permitiesen transformar el trabajo, valor medio de
y
producción por excelencia, en una mercancía que una vez ad¬
quirida, revendía con un beneficio que era lo que le permi¬
tía enriquecerse? Y esto mismo, ¿no es lo que ocurre hoy?
Pensemos en cualquier cosa resultado de la combinación ca¬
pital-trabajo, sea en la explotación de la tierra, sea en cual¬
quiera de las infinitas industrias, ora en la construcción de
una casa. Tomemos este último caso a causa de su claridad.

Un individuo dueño de una cierta cantidad (capital), dis¬


puesto a hacerle producir, le pone en marcha, empezando por
adquirir lo que para ello necesita, a saber: en primer lugar,
un solar, luego trabajo (el del arquitecto, el del maestro de
obras y el de los obreros necesarios), y finalmente mercan¬
cías (máquinas, hierro, cemento, ladrillos, piedras, mármoles,
cristales, etc., todo lo necesario para la construcción), paga
también, como es lógico, todos los gastos fiscales, y una vez
la casa construida, vende lo que le ha costado cinco en diez,
si puede, y de este modo si otros contratiempos no destru¬
yen su propósito, pues no todo sale siempre como deseamos,
acrece su «capital». Luego no es que pague a los que han
intervenido en su obra tan sólo la mitad de las horas que
han trabajado, sino que se ha limitado a considerar este tra¬
bajo como una mercancía más, la ha pagado y luego la ha
revendido con el correspondiente beneficio.
Segunda consideración. Que sea cierto esto que digo o lo
sea lo que creía Marx, en todo caso el servicio que
pensaba y
éste hizo a la clase proletaria fue impagable, pues gracias a
él, es decir, al impulso que imprimió a ésta en pro de la
reivindicación de sus derechos, se deben todas las mejoras
que los trabajadores han conseguido en todas partes: medi¬
das protectoras del trabajo, seguros sociales, vacaciones paga¬
das, retiros de vejez, etc.; si a ello se une que en todos los
sistemas no dictatoriales cada obrero es un voto, más la ame¬
naza de la cesación del trabajo y los conflictos que ello pro¬
duce, a favor de las huelgas, el que en todas partes se mime
a la clase obrera y se procure atraerla mediante reformas sin-
NOTICIA PRELIMINAR 49

dicales u otras. Luego si Marx levantase la cabeza, ¡cuánto


se felicitaría y en qué modo daría por bien empleados sus
esfuerzos y lo mucho que trabajó y sufrió a través de su nada
afortunada vida! Y ello sin necesidad de mirar hacia Oriente,
donde sus consejos más revolucionarios son ya una realidad,
porque de mirar, ¿qué pensaría al ver que allí los que tra¬
bajaban cuanto habían conseguido, en realidad, era no ser
llamados «proletarios»,
pero que ni su trabajo dejaba de ser
considerado como mercancía, que
una lo que se les daba u
obtenían por él no les permitía vivir mejor que a los prole¬
tarios de los países capitalistas, y que, en cambio, no gozaban
de esa libertad política sin la cual para muchos hombres la
vida no tiene razón de ser ni encanto o valor alguno? Pero
volvamos con Marx y su obra, pues el objeto de estas líneas
es ayudar a exponer un poco ésta para hacerla más compren¬

sible, no dar soluciones que ni se me ocurren, ni aunque se


me ocurriesen me atrevería a exponer por miedo a equivo¬
carme también.
yo
Porque indudablemente Marx no podía acertar en todo,
puesto que en él, como en todos los creadores de sistemas,
se combinaban, no siempre de modo acertado, los ensueños
del que imagina una cosa que cree perfecta, con la realidad
que va destruyendo a veces, poco a poco, las más acariciadas
ilusiones. En todo caso, su socialismo brotaba de tres fuen¬
tes principales, cuyos manantiales nacían en los tres países
más importantes y más cultivados de la primera mitad del
siglo XIX: la filosofía clásica alemana (ya he dicho que
Marx, cuando estudiaba en Berlín, había formado parte de los
círculos hegelianos de izquierda, que trataban de sacar con¬
clusiones ateas y revolucionarias de la filosofía oscura y si¬
bilina de Hegel), la economía política inglesa (Marx, expul¬
sado de Alemania, de Francia y de Bélgica, se estableció en
Londres, de donde ya no saldría sino para viajes no muy
largos, de propaganda o para tomar parte en congresos obre¬
ros) y el socialismo francés (que conocía perfectamente e in¬
cluso con el cual estaba totalmente identificado; nadie esti¬
maba como él a la Comuna de París (1871), a la que pro¬
clamaba heraldo de la sociedad nueva y en cuya defensa es¬
cribió La guerra civil de Francia).
Cuando Marx empezó a meditar sobre el socialismo, éste
50 JUAN B. BERGtíA

caminaba aún por los campos de lo utópico. Pero a gracias


él se transformó en una ciencia fundada en el análisis de
las relaciones reales existentes en la sociedad de su época
y en sus tendencias al desenvolvimiento. Ciencia que le per¬
mitió descubrir, o tal le pareció al menos, la esencia de la
economía capitalista constituida, como hemos visto, por el he¬
cho de adquirir, por obra de los contratos de trabajo, el mo¬
nopolio de éste en condiciones de poder enriquecerse a su
costa; lo que, unido a la posesión exclusiva de los medios de
producción, serviría para disimular lo que a juicio de Marx
ocurría realmente: el reducir a la esclavitud a millones de
proletarios. De haber podido ver lo que ocurre hoy en los
países organizados a base de sus teorías, ¿no le hubiese pa¬
recido observar que la esclavitud, por abolir la cual tanto
se había afanado, no había hecho sino aflojar unas cadenas
para apretar otras? ¿Y no hubiera podido constatar con asom¬
bro y amargura que, no obstante haber sido expulsado el
capitalismo de los campos de la libre concurrencia y haber
entrado en la fase de la constitución de los grandes monopo¬
lios afavor de la fusión del capital bancario y del capital in¬
dustrial, el trabajador en esta fase del capitalismo no vivía
peor y era incluso más libre en este período capitalista-
imperialista, que allí donde el marxismo, magnificado y hecho
sistema de vida y de gobierno por Lenin, su gran discípulo
y continuador, había sentado sus reales?
Y que se me perdone haber mencionado la palabra «escla¬
vitud», en vez de «sujeción», única adecuada hoy al trabajo
en cualquier clase de empleo o industria, gracias a las má¬
quinas y a los nuevos sistemas laborales que tan justa y ne¬
cesariamente han suavizado las condiciones del esfuerzo hu¬
mano; pero es que a veces pienso como en aquellos tiempos.
Recuérdese que Chateaubriand, que no tenía nada de revolu¬
cionario, había escrito mucho antes de Marx que «el sala¬
riado es la última forma de la esclavitud»; y que el Mani¬
fiesto comunista acabaría de darle la razón diciendo: «Masas
de obreros amontonados en las fábricas son organizados mi¬
litarmente... No son tan sólo los esclavos de la clase bur¬
guesa, del Estado burgués, sino aun diariamente, a todas
horas, los esclavos de la máquina, del contramaestre y, sobre
todo, del burgués dueño de la fábrica.» Cuando Marx escri-
NOTICIA PRELIMINAR 51

bía esto no faltaba a la verdad, pero


¿acaso su vida y la de
todos los grandes trabajadores intelectuales antes, entonces
y después, lia disfrutado de menos horas de trabajo y ha sido
siempre bien recompensada?
En cuanto a este libro, El Capital, cuyo objeto principal
es descubrir la ley económica que preside el desenvolvimien¬

to origen, evolución y decadencia de la sociedad burguesa,


Marx, para llevar a cabo lo que se propone parte del análi¬
sis de la mercancía. Según él, lo que las mercancías tienen
de común, lo que las permite ser cambiadas, es el ser pro¬
ductos del trabajo. El trabajo crea el valor. Este trabajo es
la puesta en práctica de la fuerza de producción del hombre,
que el poseedor de dinero compra en su valor, determinado,
como el de no importa qué mercancía, por el tiempo de ac¬
ción necesario para su producción (equivale poco más o me¬
nos, en principio, a lo necesario para el mantenimiento del
obrero y de su familia; primera cuestión muy difícil de ajus-
tar bien, a .menos de partir de una base de amplitud sufi¬
ciente). Una vez que ha comprado la fuerza (rendimiento que
se
espera) del trabajo, el poseedor del dinero tiene el dere¬
cho de consumirla; es decir, de obligar al obrero a trabajar,
por ejemplo, diez horas por día; pero en cinco, según Marx,
como ya he dicho, el obrero ha creado un producto cuyo va¬

lor equivale al jornal que recibe (es decir a lo necesario,


en principio, para su mantenimiento), y durante las otras
cinco horas crea, según Marx, un producto suplementario, no
pagado por el capitalista: la «plusvalía» fuente de provecho
exclusivo para él. Tal es, según Marx, el principio de la
explotación capitalista. Marx expone también en esta obra
cómo hasta la propiedad privada, fruto del trabajo personal
de los labriegos y artesanos, iba siendo suplantada por la
propiedad capitalista fundada a costa, tal cual él presen¬
taba las cosas, de la explotación del trabajo por otros. Más
aún: cómo en el curso de la centralización capitalista, un gran
número de éstos son expropiados por un pequeño número.
Resultado de este estado de cosas, es decir, de la usurpa¬
ción en gran escala llevada a cabo por los magnates del ca¬
pital y por los monopolios: el crecimiento de la miseria, de
la opresión, de la esclavitud de la clase obrera. Ahora bien,
como es ley invariable en todo orden de hechos y cosas que
52 JUAN B. BERGUA

la reacción sea igual y contraria a la acción, la resistencia


crecía también; el propio mecanismo de la producción capi¬
talista disciplinada, reunía y organizaba la resistencia de los
explotados. Con lo que el monopolio del capital se transfor¬
maba, en definitiva, en una traba, en un obstáculo para la
producción, a causa precisamente de alcanzar la socialización
del trabajo un punto en que tales medios de producción lle¬
gaban a ser la evolución capitalista. Y
incompatibles con
como ello rompía todo lo previsto, Marx sacaba una conse¬
cuencia favorable para los explotados: «La última hora de
la propiedad capitalista ha sonado. Los expropiadores serán
expropiados.»
Como Marx no era un demagogo en el sentido corriente
de esta palabra (conductor de masas ganadas a fuerza de
palabras inflamadas), sino algo muy superior espiritualmente,
un filósofo, un hombre de estudios apóstol de una idea ge¬
nerosa (ayudar a conseguir un nivel de vida más justo y
mejor a una clase, la proletaria, entonces en evidentes con¬
diciones de servidumbre y de inferioridad), a la que sacri¬
ficó su vida sin provecho personal alguno para él, conviene,
luego de dejar bien sentado esto, así como que gracias a él
la clase por la que tanto y tan desinteresadamente trabajó
ha entrado por vías más humanas y mejores, conocer siquie¬
ra un filosofía. Empezaré, pues, por hacer notar
poco esta
que en la filosofía de Marx nada hay a priori (no conocido
por experiencia), sino que todo en ella, de un extremo al
otro, es natural, histórico, empírico. Su espíritu, tras pro¬
vocar los hechos, los promovió e influyó en ellos. Estos he¬
chos acabaron luego de modelar su aspecto y fueron acicate
de nuevas formas de doctrina. Su filosofía representa, en ge¬
neral, la filosofía de batalla del mayor movimiento de ma¬
sas que Mundo desde el nacimiento del cristia¬
ha agitado al
nismo. Es una filosofía de acción social. Mejor aún, una teo¬
ría revolucionaria. Es decir, una filosofía más para vivida
que para estudiada, o para aplicada una vez conocida. Marx
empezó siendo revolucionario, combatió como revolucionario
y a causa de ello su vida, errante de un lado para otro hasta
que fijó su residencia en Iglaterra, país donde toda libertad
es respetada, todo fruto del espíritu tolerado, toda idea ad¬
mitida con tal que no se atente a su integridad económica
NOTICIA PRELIMINAR 53

ni se critique su voluntad
propósito de hacer siempre lo
y
que más convenga a sus intereses. Y
aunque amigo de la me¬
ditación y del estudio pasó gran parte de su tiempo en el
British Museum, no por ello perdió contacto con la clase
trabajadora del mundo entero, al lado de la cual combatió
con todas sus armas, muy especialmente mediante la crítica
dialéctica *. Una vez muerto él, estas luchas y experiencias
fueron continuadas por otros. El mundo nuevo surgió por obra
de las palabras y argumentos marxistas. Como tenía que ocu¬
rrir con una filosofía de lucha, generaciones nuevas crearon
nuevas actitudes y nuevas perspectivas. Bernstein, en Ale-

*
De la dialéctica se pueden dar varias definiciones. Una,
ciencia filosófica que trata del raciocinio y de sus leyes, formas
y modos de expresión. Otra, impulso natural de ánimo que le
sostiene y guía en la investigación de la verdad. Otra aún, or¬
denada serie de verdades o teoremas que se desarrollan en la
ciencia o en la sucesión y encadenamiento de los hechos. Pri¬
mitivamente, arte del diálogo y de la discusión, o arte de dis¬
cutir sabiamente; y por consiguiente: 1° Habilidad en el dis¬
cutir mediante preguntas y respuestas. 2." Arte de dividir las
cosas en géneros y especies; dicho de otro modo, de
clasifi¬
car
conceptos, para poder examinarlos y discutirlos, lo que,
como se ve, ofrece un doble sentido de conversación
y de divi¬
sión lógica.
El efecto de la dialéctica, según Platón, es subir de concepto
en concepto, de proposición en
proposición, hasta los conceptos
más generales y hasta los primeros principios, únicos que tienen
para él un valor ontológico (conocimiento ontológico: estudio
y conocimiento de lo que son las cosas en sí mismas, en tanto
que substancias, en oposición al estudio de sus apariencias o
de sus atributos; la prueba ontológica de la existencia de Dios
consiste en ver de probarla mediante el análisis de su esencia,
o de su definición; Kant (ya lo habían hecho antes Tomás
de Aquino y otros) demostró la total ineficacia de esta prueba,
no obstante ser la mejor de las propuestas). Aristóteles dis¬
tingue la Dialéctica de la Analítica: mientras que ésta tiene
por objeto la demostración, es decir, la deducción que parte
de premisas verdaderas, aquélla tiene por objeto los razona¬
mientos que recaen sobre opiniones tan sólo probables. A cau-
54 JUAN B. BERGUA

mania; Sorel, en Francia, y Stuve, en Rusia, desarrollaron con¬


cepciones opuestas acerca de la naturaleza del marxismo. Sa¬
lidas de Marx se apartaron de nuevo a él
de él para volver
de modo general. Fueron como modelos diferentes de res¬
un

puestas sociales proyectadas por grupos diferentes también en


la lucha encaminada a dominar la escena social-económica.
Como el campo era muy vasto e infinitas las aspiraciones,
infinitas fueron las doctrinas y lo mismo los resultados. Pero
el Júpiter fue Marx. El lanzó el rayo. El fue el gran cirujano
del cáncer social. Los efectos del bisturí en el cuerpo social,
como en los cuerpos individuales, depende del estado del
sa de ello, dos sentidos desde la época clásica: 1.°, un sentido
elogioso de lógica, de fuerza de razonamiento {en este sentido
se habla de «una despectivo o
dialéctica apretada»); 2°, otro,
peyorativo, cuando nos referimos simplemente a sutilidades, a
distinciones tan ingeniosas como inútiles.
Hegel la define uniéndose al sentido favorable: «De aquí
resulta una dialéctica natural, es decir, una doble inclinación
a sofisticar contra esas reglas estrictas del deber, a poner en
duda suvalidez, cuando menos su pureza y su rigor, etc.» En
un sentido aún más amplio, la dialéctica es toda serie de pen¬
samientos e incluso de hechos que dependen lógicamente el
uno del otro. Para Gourd: «momento dialéctico» (dialektisches
Moment), el paso de un término a otro término que le es
antitético, y el impulso que da al espíritu la necesidad de
superar esta contradicción. Además, por extensión de esta
idea de ir hacia adelante, tomada en sentido especialmente
marxista, el sentido de movimiento progresivo, de evolución.
Y puesto que de dialéctica se trata, no será inoportuno decir
unas palabras sobre el Materialismo dialéctico (Dialektischer
Materialismus; de modo abreviado Diamat, término empleado
corrientemente en Europa central y en Rusia). Este materia¬
lismo particular consiste en la consideración del Universo como
un todo formado de materia en movimiento, sometido a una
evolución ascendente que va alcanzando niveles sucesivos en
los que un más alto grado de complicación cuantitativa hace
aparecer necesariamente, en virtud de una transformación brus¬
ca, cambios cualitativos enteramente nuevos. La expresión «ma¬
terialismo dialéctico» fue creada por Lenin para designar con
NOTICIA PRELIMINAR 55

medio. Unas veces salva; el mal; a veces mata.


otras agrava
Sólo que en lo social agravar ciertos males buscando su des¬
aparición es a veces la mejor forma de curar.
La filosofía de Marx trata de explicar el porqué de los
hechos económicos; pero lo interesante es el modo de evitar
los perjuicios que las desigualdades económicas producen, y
además ver si es posible anular éstas. El propósito, pues,
era
bueno, e incluso no carecía de lógica, pues el mejor medio
de alcanzar el origen de un mal y remediarle es saber cómo
y, si es posible, por qué se produce, lo que lógicamente pa¬
rece que debe llevar al modo de evitarlo. El estudio de esta

ella la filosofía de la Naturaleza y de la historia obra de Engels.


En el opúsculo de Stalin titulado El materialismo dialéctico y
el materialismo histórico, dice, entre otras cosas, lo siguiente,
que por considerarlo lo más interesante, traduzco: «El método
dialéctico marxista se caracteriza por los
rasgos fundamentales
siguientes:
a) Contrariamente a la metafísica, la dialéctica considera a
la Naturaleza no como una acumulación accidental de objetos,
de fenómenos separados los unos de los otros, aislados e inde¬
pendientes unosde otros, sino como un todo unido, coheren¬
te, en que los objetos, los fenómenos, están liados orgánica¬
mente entre ellos, dependientes los unos de los otros y con¬
dicionándose recíprocamente.
Es por lo que el método dialéctico considera que
ningún fe¬
nómeno de la Naturaleza puede ser comprendido si se le con¬
sidera aisladamente, fuera de los fenómenos que le rodean...
b) Contrariamente a la metafísica, la dialéctica considera a
la Naturaleza, no como un estado de reposo y de inmovilidad,
de estagnación y de inmutabilidad, sino como un estado de
movimiento y de cambio perpetuos, de renovación y de des¬
envolvimiento incesantes, donde siempre algo nace y se des¬
arrolla, algo se desagrega y desaparece.
Es por lo que el método dialéctico quiere que los fenóme¬
nos sean considerados no tan sólo desde el
punto de vista de
sus relaciones y de su condicionamiento
recíprocos, sino desde
el punto de vista de su movimiento, de su cambio, de su des¬
arrollo, desde el punto de vista de su aparición y de su des¬
aparición.
50 JUAN B. BERGUA

cuestión obligó a Marx a moverse siempre en el campo teó¬


rico de lo revolucionario; digo teórico porque Marx, él, no
fue un hombre de acción. Cierto que no por ello su labor
dejó de ser inmensa, como faro que marcó el camino que
debía de seguir el proletariado para mejorar su situación e
incluso, si las circunstancias eran favorables (como ocurrió
en Rusia en 1917), hacer del proletariado la única clase so¬
cial de cada país. Conviene apuntar en todo el
caso que en
primer país socializado, en Rusia, el cambio de sistema po¬
lítico-social condujo a una dictadura, que aún dura, no obs¬
tante haber transcurrido más de medio siglo. Y que en el

Para el método dialéctico lo que importa ante todo no es


aquello que, en un momento dado, parece estable, pero em¬
pieza ya a debilitarse; lo que importa ante todo es lo que
nace y se desarrolla, incluso si la cosa parece en un momento
dado inestable, pues para el método dialéctico no hay de in¬
vencible sino aquello que nace y se desarrolla.
c) Contrariamente a la metafísica, la dialéctica considera el
proceso de desarrollo no como un simple proceso de creci¬
miento, en que los cambios cuantitativos no conducen a cam¬
bios cualitativos, sino como un desenvolvimiento que pasa de
cambios cuantitativos insignificantes y latentes a cambios cua¬
litativos; en que los cambios son no graduales, sino rápidos,
súbitos y operándose de un estado al otro. Estos cambios no
son contingentes, sino necesarios: son el resultado de la acumu¬
lación de cambios cualitativos insensibles y graduales.
Es por lo que el método dialéctico considera que el proceso
de desenvolvimiento debe ser comprendido no como un movi¬
miento circular, no como una simple repetición del camino re¬
corrido, sino como un movimiento progresivo, ascendente, como
el paso del estado cualitativo antiguo a un nuevo estado cuali¬
tativo, como un desenvolvimiento que va de lo simple a lo
complejo, de lo inferior a lo superior.
d) Contrariamente a la metafísica, la dialéctica parte del
punto de vista de que los objetos y los fenómenos de la Natu¬
raleza implican contradicciones internas, pues tienen todos un
lado negativo y un lado positivo, un pasado y un porvenir;
todos tienen elementos que desaparecen o se desarrollan. La
lucha de estos contrarios, la lucha entre lo antiguo y lo nuevo,
NOTICIA PRELIMINAR 57

segundo país que sufrió esta transformación de tipo marxis-


ta, China, ocurre lo mismo.
La grandeza de los hombres está en su diversidad. En ser
manantiales de muchas doctrinas. Su obra, en
conjunto, tie¬
ne más valor como fuente de otras
que surgen gracias a ella
que por sí mismas muchas veces. Así como Platón fue, como
se ha
dicho, «el padre de toda ortodoxia y de toda herejía»,
pues en él bebieron tanto los padres de la
Iglesia para fa¬
bricar la metafísica cristiana, como los más fuertes detrac¬
tores de tal Iglesia, lo mismo ocurrió con Marx: la
lucha
por su legado espiritual, «Der kempf um Marx», empezó en

entre lo que muere y lo que nace, entre lo que se debilita y lo


que se desarrolla,
es el contenido interno del proceso de des¬
envolvimiento, de la conversión de los cambios cuantitativos
en cambios cualitativos.
Es por lo que el método dialéctico considera
que el proceso
de desarrollo de lo inferior a lo
superior no se efectúa me¬
diante el plan de una evolución armoniosa de los
fenómenos,
sino a favor de la puesta en práctica de contradicciones inhe¬
rentes a los objetos, a los
fenómenos, sobre el plan de una
«lucha» de tendencias contrarias que obran sobre la base de
estas contradicciones».
La palabra metafísica está tomada aquí en su sentido primi¬
tivo de «más allá de lo físico» (exactamente
«después del tra¬
tado de la Física», xa [ieta cpvorxa, nombre dado a la
obra de Aristóteles que hoy llamamos Metafísica,
por Andro-
nikos de Rodas; así, en una sola palabra, Metafísica, no se
encuentra hasta llegar a la Edad Media, especialmente
en Ave-
rroes). Tomás de Aquino comprendía con esta palabra «el es¬
tudio de las cosasdivinas». Bossuet, el de «las cosas más
inmateriales, como el ser en general, y en particular Dios y
los seres intelectuales hechos a su imagen». Rara Descartes tenía
por objeto «el conocimiento de Dios y del alma». Schopen-
bauer entendía por Metafísica «todo pretendido conocimiento
que quisiese sobrepujar el campo de la experiencia posible y,
por consiguiente, la Naturaleza». Para Kant, «conjunto de co¬
nocimientos que se sacan de la Razón sola, es decir, de la fa¬
cultad de conocer a priori mediante
conceptos, sin recurrir ni
a los datos de la
experiencia ni a las intuiciones de tiempo y
58 JUAN B. BERGUA

vida ya del propio filósofo, y no ha hecho sino multiplicarse


y extenderse después. Hoy mismo, entre marxistas y anti¬
marxistas la lucha es abierta y declarada. Y es que cuanto
más radicales son las ideas menos se puede esperar que sean
aceptadas por todos. Precisamente por partidario de refor¬
mas extremas, si contundente por un lado, también fácilmente
atacable por otro. Veámoslo a favor de un ejemplo. Marx
escribió en su Manifiesto comunista: «El proletariado no
tiene equivalía a decir que como el mundo
patria.» Lo que
económico pertenecía a los propietarios de la tierra y a los
industriales, y no a los trabajadores, la tarea del proletariado
consistía esencialmente en expropiarlos sin compasión. Na¬
turalmente, no se tardó en hacer observar que la cuestión
no tan sencilla, puesto que en verdad de verdades se
era

trataba de un triángulo o de un trípode, una de cuyas patas


o ángulos era, en efecto, el trabajo; pero los otros dos, uno
la inteligencia directora y el otro el capital
que suministraba
los medios materiales necesarios para emprender cualquier em¬
presa agrícola, industrial o de toda clase que hubiere de nece-
citar trabajo y destinada a producir un beneficio.
espacio». Para Augusto Comte, «modo de pensar intermedio
entre lo teológico y lo positivo». "Etcétera, pues tratándose de
una pretendida ciencia fuera de toda realidad tangible, cada
uno puede imaginarla y definirla a su gusto.
Ahora bien, ¿en qué se diferencia la dialéctica marxista de
los significados anteriores de este término? La antigua dialéc¬
tica—la «erística» de los sofistas—, lo mismo que la dialéctica
de la edad media, no era un medio de descubrir verdades o
de demostrar las ya conocidas, sino un simple método de dis¬
cusión destinado anular los argumentos de aquel contra el
a
que se argumentaba; es decir, de ser más hábil que él discu¬
tiendo. Platón dignificó el propósito corriente de la dialéctica
transformándola en un proceso gracias al cual se descubría la
estructura de los poblemos lógicos. En Hegel, el método dia¬
léctico no es solamente un proceso de desarrollo de las ideas
lógicas, sino un proceso a través del cual se desarrolla toda
cosa en el Mundo, pues, según él, la Naturaleza, la sociedad

y el espíritu humano son lógicos en su esencia. Marx creía,,


por el contrario, que la verdadera tarea del filósofo empírico
noticia preliminar

Planteada la cuestión de esta forma, el problema ofreció al


punto dos soluciones. Una, la ya ofrecida por el marxismo, la
revolucionaria, consistente en la socialización de todos los me¬
dios, tanto de producción como de consumo (solución marxis-
ta-comunista); otra, templada, ofrecida por diversas teorías
sociales (sindicalismo, colectivismo, socialismo de
Estado, etc.)
y por los diversos sistemas cooperativistas. ¿Hará falta decir
que, dada la importancia de la cuestión, todos los sistemas
han sido ensayados? ¿Y que ninguno ha
dado, hasta ahora
al menos, un resultado tan satisfactorio
que pudiera ser con¬
siderado como solución ideal de la cuestión social? En ver¬
dad, aun el más efectivo en lo que afecta a solu¬
que parece
cionar la cuestión
«inteligencia» estableciendo una categoría
en el sector
trabajo y poniendo a su cabeza tanto en orden
a su
importancia como a su retribución al trabajo intelectual,
y la cuestión «capital», suministrando el Estado, como dueño
de todos los recursos, el necesario para cada actividad o em¬
presa, aun así, la realidad ha empezado a poner de manifies¬
to aristas que hasta ahora no ha habido medio de
limar, pues
no era mostrar el contenido de ia historia era lógico, sino,
que
por el contrario, el contenido de lo lógico era histórico, y
que
su método dialéctico era
aplicado en primer lugar a la histo¬
ria y a la sociedad humanas, tareas en las que
Hegel habia fra¬
casado, y en las que él triunfó aplicando su método dialéc¬
tico en sus teorías económicas, en su concepción materialista
de la historia y en su filosofía del Estado y de la sociedad.
Como la naturaleza humana es un complejo de necesidades
y de deseos, y las actividades productoras del hombre, dando
vida a otras necesidades y a otros deseos, tienen como resultado
un
desenvolvimiento, un desarrollo sensible de la naturaleza
humana, en virtud de lo cual los procesos de transformación
social son al mismo tiempo procesos de transformación
psico¬
lógica, el principio dialéctico de Marx explica cómo los seres
humanos, bien condicionados por la sociedad, llegan a ser ca¬
paces gracias a la actividad, de cambiar tanto a la sociedad
como a ellos mismos. La acción social
inteligente llega a ser
acción creadora. «Obrando sobre el mundo exterior y
trans¬
formándole, el hombre transforma su propia naturaleza», como
puede leerse en el tomo I de El Capital.
60 JUAN B. BERGUA

siendo estas aristas el natural de ser


resultado de la manera
de los hombres, para suprimirlas habría que cambiar primero
la naturaleza de éstos, lo que no parece que sea capaz de
hacer ningún sistema social (a no ser en el campo de lo
puramente utópico y, por tanto, sin valor alguno), y sí tan
sólo, tal vez procedimientos científicos un día; el día quizá,
no sabemos si llegará alguna vez, en que los platillos volan¬
tes sean una realidad y no, como ahora, una pura fantasía.

Entretanto, cosas tan necesarias para todo progreso mate¬


rial como las iniciativas individuales, y deseos tan incontenibles
como el de propiedad individual, por limitada que sea, y el
de libertad, muertos están en las actuales dictaduras, sean
marxistas-leninistas, sean marxistas-maoístas. Volvamos a Marx.
Los tres principios dominantes de la doctrina marxista son:
el materialismo histórico, que explica los caracteres de la
vida social mediante las relaciones económicas en que se en¬
cuentran los hombres y por las cuales son condicionados. El
término fue creado por Engels para designar la doctrina de
Marx, según la cual, como acabamos de ver, los hechos eco¬
nómicos son la base de la causa determinante de todos los
fenómenos históricos y sociales. Oigamos al propio Marx: «La
estructura económica de la sociedad es la base real sobre la
cual se levanta la superestructura jurídica y política, y a la
cual corresponden formas determinadas de conciencia social...
El modo de producción de la vida material condiciona el
conjunto de todos los procesos de la vida social, política y
espiritual» (Sobre la crítica de la economía política). Y ahora
a Engels: «Marx ha probado que hasta el presente toda la
historia ha sido la historia de las luchas de clases, que estas
clases sociales en lucha las unas con las otras son siempre el
producto de las relaciones de la producción y del cambio, en
una palabra, de las relaciones económicas de su época; y que
de este modo, en cada momento, la estructura económica de
la sociedad constituye el fundamento real mediante el cual
deben explicarse en último término todas las superestructuras
de las instituciones jurídicas y políticas, así como las concep¬
ciones religiosas, filosóficas y otras de todo período histó¬
rico. Por ello, el idealismo ha sido expulsado de su último
refugio, la concepción de la historia, y una concepción mate¬
rialista de la historia ha sido dada» (El volteo de la ciencia
NOTICIA PRELIMINAR
61

por M. Eugenio Dühring). El segundo


de la plusvalía, que enseña
principio es la teoría
que la mayor parte de lo que el
obrero produce le es arrancado
por los que poseen los me¬
dios de producción. Y el
tercero, la teoría de la lucha de cla¬
ses, que sostiene que toda la historia no es
sino una lucha
entre las clases económicas con
vistas al dominio tanto so¬
cial como estatal. En una sociedad colectivista, estos princi¬
pios ya no tendrían razón de ser. Marx no condenaba el ca¬
pitalismo por volver a los hombres
hacerles inhumanos al privarles de su
desgraciados, sino por
dignidad esencial, de¬
gradarles e infligirles sufrimientos que carecían tanto de
ticia como de sentido. jus¬
De las tres cuestiones anteriores y,
en
general, de todas las teorías de Marx, la
peor compren¬
dida ha sido la concepción materialista de
la historia; y ello
no sólo a causa de
la ambigüedad de algunas de sus
siones más importantes, sino expre¬
por el hecho de que mientras
Marx la consideraba como un método
para analizar la histo¬
ria y para hacerla, sus discípulos quisieron considerarla como
un sistema de sociología.
¿Qué entendía Marx por historia? La historia era,
según
él, «la actividad del hombre en la persecución de sus fines»
(Gesamtausgebe, I, 3, p. 265). Y como dice Engels en su
Feuerbach: «La historia del desenvolvimiento
social es, en
cierto modo, esencialmente diferente del de la
Naturaleza. En
la Naturaleza, en la medida en
que descuidamos las reacciones
del hombre sobre ella, existen tan sólo
agentes inconscientes
y ciegos influencian unos a otros a través de la acción
que se
recíproca, de los cuales se afirman leyes generales. Todo
cuanto sucede... no sucede como un
fin conscientemente
rido. Por otra parte, en la historia de la que¬
tes activos están
sociedad, los agen¬
siempre dotados de conciencia, son siempre
hombres que obran con pensamiento
y pasión hacia fines de¬
finidos. Nada sucede sin una acción
consciente, sin un fin
querido; pero esta diferencia, por importante que pueda ser
para la averiguación histórica...,
no altera el hecho de que
el cursode la Historia obedezca a
leyes generales. Porque
aquí también, no obstante los fines conscientemente
perse¬
guidos por todos los individuos tomados
aisladamente, la
casualidad parece reinar en apariencia. Es
muy raro que
se realice el
propósito querido. Casi siempre los numerosos
JUAN' ti. BKRCÚA

fines los unos


perseguidos entran en conflicto, se cruzan
con los irrealiza¬
otros. O bien ellos mismos son a priori
bles, o bien aun los medios para realizarlos son insuficien¬
tes. Es de este modo como por causa de los conflictos de
innumerables voluntades y de actos individuales nace en
el mundo social una situación que es enteramente análoga a
la que reina en la Naturaleza inconsciente. El fin de las
acciones querido; pero los resultados que de ellas resul¬
es
tan realmente lo son o, si parecen en un principio corres¬
no

ponder al fin perseguido, acaban por producir un resultado


enteramente diferente del que se deseaba» (Estudios filosó¬
ficos, Edic. Soc. Inter., París, p. 53).
Antes de Marx, la mayor parte de los filósofos materialii
tas se acercaban a la vida cultural, siguiendo una línea física,

química c biológica, dando por supuesto que entre espíritu


y materia no había nada común, y que incluso aquél era una
simple manifestación o consecuencia de ésta; pero sin deter¬
minar previamente la diferencia que había entre ambos con¬
ceptos, lo que hubiera ayudado a comprender perfectamente
lo que separaba a aquellos filósofos de los espiritualistas *.

*
Stalin, en su ya citado, El materialismo dialéc¬
opúsculo
tico y el materialismo histórico, lo primero que hace es esta¬
blecer esta diferencia del modo siguiente:
a) Contrariamente al idealismo que considera el Mundo
como la encarnación de la «idea absoluta», del «espíritu uni¬

versal», de la «conciencia», el materialismo filosófico de Marx


parte del principio de que el Mundo, por su naturaleza, es
material, que los múltiples fenómenos del Universo son los
diferentes aspectos de la materia en movimiento; que las rela¬
ciones y el condicionamiento recíproco de los fenómenos, esta¬
blecidos por el método dialéctico, constituyen las leyes necesa¬
rias del desenvolvimiento de la materia en movimiento; que el
Mundo se desenvuelve siguiendo las leyes del movimiento de la
materia, sin tener necesidad de ningún «espíritu universal».
b) Contrariamente al idealismo, que afirma que sólo nues¬
tra conciencia existe realmente, que el mundo material, el ser,
la Naturaleza, no existe sino en nuestra conciencia, en nues¬
tras sensaciones, representaciones y conceptos, el materialismo

filosófico marxista parte del principio de que la materia, la


NOTICIA PRELIMINAR 63

Hobbes, por ejemplo, trazó un programa teórico,


cual hubiera sido posible según el
deducir toda la vida política y so¬
cial de las leyes matemáticas del
movimiento y de las posi¬
ciones de las partículas materiales en el
espacio y en el tiem¬
po. Feuerbach fue en estas cuestiones el
mica agrícola, llegando al enfocar campeón de la quí¬
por este camino la cues¬
tión a conclusiones
verdaderamente pintorescas. Por
que
ejemplo,
la diferencia política entre Inglaterra e Irlanda estaba tan
sólo en que en aquélla
se comía «roastbeef», y en ésta,
tatas. Asimismo afirmaba con toda
pa¬
buena fe que la Revolu¬
ción de 1848 había terminado con
el triunfo de la reacción,
porque los elementos más pobres de la población se habían
vuelto apáticos a causa de no comer sino
patatas. Oigámosle:
«¡La sangre de patatas (trages Kartoffelblut) no puede hacer
ninguna revolución!», exclamaba, añadiendo: «¿Debemos des¬
esperar de que no haya ningún alimento que
zar a las patatas
pueda reempla¬
y que al mismo tiempo que sobrealimentar
a los
hombres, les dé un carácter viril? Sí, semejante alimen¬
to existe. Hay, en
efecto, un alimento prenda de un porvenir
mejor, que contiene la semilla revolucionaria más completa,

'Naturaleza, el ser, es una realidad objetiva que existe fuera e


independientemente de la conciencia; que la materia es un
dato primero, pues ella es la fuente de las
sensaciones, de las
representaciones, de la conciencia, mientras que la conciencia
es un dato secundario
derivado, pues no es sino el reflejo de
la materia, el reflejo del ser; que el
pensamiento es un produc¬
to de la materia, cuando ésta alcanza en su desarrollo un alto
grado de perfección; más exactamente aún, el pensamiento es
el producto del cerebro, y el cerebro el
órgano del pensa¬
miento; no se podría, por consiguiente, separar el pensamiento
de la materia sin caer en un grosero error.
c) Contrariamente al idealismo, que niega la posibilidad de
conocer el Mundo y sus leyes; que no cree en el valor de
nuestros conocimientos; que no reconoce la verdad
considera que el Mundo está lleno de
objetiva y
«cosas en sí», que no
podrán jamás conocidas por la ciencia, el materialismo filo¬
ser
sófico marxista parte del principio de que el Mundo y sus le¬
yes son perfectamente cognoscibles; que nuestro conocimiento
de las leyes de la Naturaleza,
verificado por la experiencia,
64 JUAN B. BERGUA

incluso administrado de una manera gradual. Tal alimento es


¡las judías!» (Sámtliche Werke, herausgegeben von Bolin uns
Jold, Bd. X, p. 23). Sin duda, en sus tiempos heroicos ha¬
bía servido en la artillería y no dudaba de la eficacia de las
explosionesen toda clase de combates. Es más, creo que si
hubiese conocido nuestra fabada asturiana o el cassoulet de
Castelnaudary, no hubiera dejado de asegurar que Hércules,
mientras realizó sus famosos trabajos, y Leónidas y sus mu¬
chachos en las Termopilas, no tuvieron, aquél, otro alimento
que latas de los dos exquisitos preparados citados, y éstos,
rancho a base de judías, ora del Barco, ora de Pamies, con
las que salen, en Francia, los mejores cassoulets. Ahora bien,
que la influencia de la alimentación en la constitución, tanto
física como mental, de los individuos sea muy grande, esto
está yaperfectamente reconocido y comprobado. Y segura¬
mente en Indochina, de haber comido los soldados norteame¬
ricanos, como sus enemigos, tan sólo sopa de ortigas y arroz
cocido, otros hubieran sido los resultados.
Más tarde, los racistas tuvieron su teoría, y tras ellos los
social-darwinistas consideraron la vida social como el resul-

por la práctica, es un conocimiento valedero, que tiene la sig¬


nificación de una verdad objetiva; que no hay en el Mundo
cosas incognoscibles, sino únicamente cosas aún desconocidas,

las cuales serán descubiertas y conocidas por los medios propios


de la ciencia y de la práctica».
Actualmente se entiende por idealismo la tendencia filosó¬
fica queconsiste en traer toda la existencia al pensamiento
en el sentido más amplio de esta palabra (en el sentido car¬
tesiano: «¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda,
que entiende, que concibe, que afirma, que quiere, que no
quiere, que imagina también y que siente. (Descartes, Segun¬
da meditación, 7). La palabra idealista apareció por primera
vez en filosófico hacia fines del siglo XVII. Leibniz
el lenguaje
la opuso a materialista: «La hipótesis de Epicuro y de Liatón,
de los más grandes materialistas y de los más grandes idea¬
listas...» (Réplica a las reflexiones de Bayle). Desde entonces
el Platonismo no ha cesado de ser llamado Idealismo, pero
esta palabra no se ha empleado hablando de Aristóteles. A par¬
tir del siglo XVIII la palabra ha sido empleada para designar
NOTICIA PRELIMINAR 65

tado de lucha
una
biológica
la existencia. Más moderna¬
por
mente, Ellswoth Hungtinton trató de resucitar la
interpreta¬
ción geográfica de la historia,
que ya habían sugerido Herder
y Montesquieu, y luego de ellos, Burke, según el cual ciertos
cambios y variaciones del estado atmosférico de las zonas
climáticas corresponden al nacimiento
y a la extinción de las
culturas. Que el clima, el suelo, los alimentos
y, en general,
los factores naturales tengan evidente influencia
una en la
génesis de las razas y, por consiguiente, en los índices, tan¬
to de su mentalidad como de su constitución física, es indu¬
dable; pero que sean las causas determinantes de la filosofía
histórica, en lugar de las actividades del hombre en todas las
fases de su vida cultural, no, decía
Marx, y con él, Engels.
Y éste, en su Dialektik und Natur: «Las ciencias naturales,
lo mismo que la filosofía, han descuidado
completamente la
influencia de la actividad del hombre sobre su pensamiento.
No reconocen sino la Naturaleza de un lado y el
pensamien¬
to de otro. Pero son
precisamente los cambios producidos en
la Naturaleza por los hombres, y no por la Naturaleza como
tal únicamente, los que forman la base más importante y

la doctrina de Berkeley, que él mismo denominaba immateria¬


lismo. También Wolff la tomaba en este sentido,
su oponiendo
filosofía la de los idealistas, de los materialistas y de los
a
escépticos, las tres malas sectas, «dreischlimmen Sekten», como
el decía (Kleine philosophische Schriften). Kant,
por su parte,
llama idealismo empírico a la doctrina que declara la existencia
de los objetos en el espacio, fuera de nosotros, ora dudosa e
indemostrable, ya falsa e imposible, y opone a este idealismo
su propia doctrina: «Llamo idealismo trascendental de todos
los fenómenos a la doctrina según la cual los consideramos sin
excepción como simples representaciones, no de cosas en sí; y
según las cuales tiempo y espacio no son sino formas sensibles
de nuestra intuición, no determinaciones dadas en sí mismas
o condiciones de
objetos en tanto que cosas en sí» (Crítica de
la Razón pura, libro II. Paralogismo de la Razón pura). En
fin, el sistema filosófico de Fichte se le sigue designando con
el nombre de idealismo subjetivo; el de
Schelling, objetivo,
y el de Hegel, absoluto. En Estética, la palabra idealismo se
opone a realismo para designar las diversas doctrinas que con-
3
GG JUAN 13. BERGUA

esencial del pensamiento humano. La inteligencia del hombre


se desenvuelve proporcionahnente al grado mediante el cual
aprendió a transformar a la Naturaleza. La concepción natu¬
ralista de la historia, que se encuentra, por ejemplo, más o
menos en Draper y demás sabios, que afirman que tan sólo
la naturaleza obra sobre los hombres, y que las condiciones
naturales tan sólo determinan el desarrollo de éstos, olvidan

que el hombre puede obrar a su vez sobre la Naturaleza, cam¬


biarla y crear de este modo nuevas condiciones de existencia.
Bien poco ha quedado de las «condiciones naturales» de Ale¬
mania tal cual existían cuando las tribus primitivas entraron
en ella. La superficie del suelo, el clima, la flora, la fauna,
el hombre mismo han sufrido transformaciones infinitas, y todo
ello por obra de la actividad humana. Por otra parte, los
cambios que han tenido lugar en los aspectos naturales de
Alemania fuera de la obra de los hombres son incalculable¬
mente pequeños.»
En lo que afecta al materialismo histórico, éste comprende
dos partes: una, relativa a la teoría de la organización so¬
cial o fase estática de la cuestión, y otra, la relativa a la teo-

sideran que el fin del arte no es la imitación de la Naturaleza,


sino la representación de una naturaleza ficticia más satisfacto¬
ria para el espíritu. En fin, en sentido corriente es llamado
idealista o considerado como idealista a aquel o aquello que
se inclina preferentemente hacia lo ideal. En contraposición al
idealismo, el materialismo es, en sentidoontológico, la doctrina
según la cual no existe otra substancia sino la materia. Psico¬
lógicamente, doctrina según la cual todos los hechos y estados
de conciencia no son sino epifenómenos (fenómenos accesorios

cuya presencia o ausencia no es esencial para la producción


del fenómeno que se considera: tal el ruido o la trepidación
de un motor), que no pueden ser explicados y llegar a ser

objeto de conciencia de no referirlos a los fenómenos fisioló¬


gicos correspondientes, únicos capaces de recibir una sistema¬
tización racional, únicos capaces también de suministrar un
medio eficaz y regular de producir o de modificar los fenóme¬
nos
psicológicos. Eticamente, doctrina práctica según la cual la
salud, el bienestar, la riqueza, el placer, deben ser considerados
como los intereses fundamentales de la vida.
NOÍICÍA PRELIMINAR 67

ría del desenvolvimiento social o parte dinámica. En la pri¬


mera señala Marx cuatro
puntos importantes, a saber: 1.° Se¬
gún él, todo cultural, cuyos elementos están unidos en¬
es un
tre sí. Por
consiguiente, ningún aspecto material o ideal del
todo, sea código de leyes, sea procedimiento de fabricación,
ya métodos administrativos, ora su religión o su arte, puede
ser considerado como un fenómeno aislado, sino que debe
serlo en relación al todo y tan sólo como uno de sus fenó¬
menos. 2° Bien que en el interior de toda civilización la
ley ejerza influencia sobre la educación, ésta sobre la religión,
la religión sobre la organización económica y la organización
económica sobre la política, y viceversa, según Marx, son las
«relaciones de producción» (Produktionsverháltnisse), mate¬
riales, las que condicionan el carácter general de la vida cul¬
tural. Las «relaciones de producción» expresan el modo se¬
gún el cual las fuerzas y las condiciones productrices son or¬
ganizadas por la acción social del hombre. Ellas constituyen
el n-.odo de producción económico. Las relaciones de
propie¬
dad son tan sólo su expresión jurídica. 3." Las relaciones de
producción son indispensables si el proceso de producción debe
continuar. El Estado, por su parte es la institución y el ins¬
trumento gracias al cual las relaciones legales
reciben sus
sanciones morales y físicas. Ninguna clase puede dominar la
producción si no empieza por dominar al Estado. 4.° La di¬
visión de la sociedad en clases hace nacer diferentes modos de
ser en el
Mundo; pero una lucha por la sobrevivencia y el
dominio se establece de modo continuo, tanto entre las ideas
como entre las clases. Y como los
que tienen en sus manos
los medios de produccin tienen también en
ellas, directa o
indirectamente, los medios de publicidad de todas clases y
en todos los terrenos, la ideología predominante tiende siem¬
pre a consolidar el poder y a reforzar la autoridad de la cla¬
se dominante. «En toda época, las ideas dominantes han sido
las de la clase dominante, pues teniendo en su mano el
po¬
der, que es tener la fuerza, tienen cuantos medios precisan
para imponer lo que las conviene y pava ahogar toda inicia¬
tiva, tanto económica como ideológica, que atente contra sus
intereses. A causa de ello el que no haya otro medio de li¬
brarse de su artera pero real y asfixiante tiranía sino la re¬
volución», como decia Marx. Lo que lleva a la fase diná-
68 JUAN B. BÉRGÚA

mica del materialismo histórico y mediante ella, al proceso


social, veámoslo brevemente.
En ella, Marx examina como primera cuestión el cambio
de las culturas organizadas, sentando que en todo sistema
hay continuamente transformación de fuerzas materiales de
producción. En segundo lugar, que la clase que gana en un
cambio de relaciones de producción se vuelve revolucionaria
con objeto de que las fuerzas productivas puedan ampliarse,
abrirse como seabren las flores a medida que van creciendo.
En lugar, que, vista a la luz de la experiencia contem¬
tercer
poránea, toda historia, desde la desaparición del comunismo
primitivo, puede ser considerada como una faceta o episodio
de la lucha de clases. Y, en fin, que la lucha entre las cla¬
ses capitalista y proletaria representa la última fase histó¬
rica de la oposición social. Luego la abolición de la propiedad
privada de los medios de producción significará la abolición
de todas las clases. En el período de transición, el poder po¬
lítico deberá estar en manos del Estado proletario. El pe¬
riodo final será, según frase de Engels, el de «disgregación»
del Estado proletario; entiéndase el cese de sus funciones
represivas una vez que las administrativas lleguen a ser par¬
te del proceso de producción de una sociedad en la cual «el
libre desarrollo de todo sea la condición del libre desarrollo
de cada uno.»
Las doctrinas económicas de Marx fueron el resultado de
la aplicación del materialismo histórico a los «misterios» del
valor, del precio y del beneficio. Marx enseñaba que la solu¬
ción de todos estos «misterios» estaba en la acción social.
A propósito de la existencia del provecho, del interés y de
la renta no había ningún misterio. La cuestión estaba a pro¬
pósito de su origen. Todos los economistas hasta él habían
sostenido que estas formas de provecho provenían de razo¬
nes o se explicaban a favor de razones tales que las siguien¬

tes: unos, que el provecho se producía a causa del cambio

y de la circulación ordinaria de las mercancías; otros, que


provenía del empleo de las máquinas o de otros instrumen¬
tos de producción que, al acrecentar ésta, hacía que los be¬
neficios estuviesen en proporción a su cuantía; unos terce¬
ros, que el beneficio era el interés, algo así como el premio
a la decisión y propósito económico de los que empleaban su
Noticia preliminar

dinero en producir nuevos bienes, en vez de atesorar sin pro¬


vecho para nadie
gastarlo de modo más o menos justifica¬
o
ble en beneficio propio; en
fin, otros aún, que el provecho
nacía de las fluctuaciones entre la
oferta y la demanda. A
los primeros, Marx
replicaba que en la circulación ordinaria
de las mercancías no se
producía aumento alguno del valor
de éstas, pues aunque el
trueque de ellas se produjese entre
adquirentes demasiado ávidos de lucro, como ellos a su
vez
tendrían que adquirir otras
cuyo valor también habría sido
alterado por ello, y como
aunque el provecho no fuese creado
en el cambio, sí podía realizarse a través de él, el problema
estaba saber cómo primitivamente este beneficio había
en
dido ir a manos del primer vendedor de po¬
una mercancía
no había sido que
fabricada por sus decir,
bía sido el producto de su que no ha¬
manos; es
trabajo. El caso de los segundos
venía a ser lo mismo o el
mismo, puesto que lo que ocurría
en él de distinto era el trabajo de los obreros había sido
que
sustituido más o menos totalmente por
máquinas, a cuya pro¬
ducción, una vez todo calculado, incluso los
gastos de amor¬
tización, el dueño de ellas cargaba, a lo que habían
produ¬
cido, un valor suplementario, ajeno, como si se
dijera, al
trabajo de las máquinas, es decir, exactamente como cuando
el trabajo lo realizaban hombres
y, por consiguiente, «gana¬
ba» a costa de un
trabajo no pagado. En el tercer caso, cuan¬
do se estimaba
el beneficio como
al
premio (beneficio o Ínte¬
res
capital empleado en producir en vez de ser gastado), la
cuestión, según Marx, venía a ser la misma,
puesto que este
capital era puesto en valor por obreros y
do como resultado valores
por máquinas, dan¬
a costa de los cuales el capitalista
obtenía, como en los casos
anteriores, beneficios por obra
tan sólo del trabajo ajeno. En cuanto los que
beneficio
a
hablaban del
resultado de las fluctuaciones entre la oferta
como
y la demanda, a éstos Marx
va mercancía era
respondía que cuando una nue¬
lanzada al mercado, su precio
ya había sido
fijado de antemano, y que las fluctuaciones
dar en beneficio o perjuicio podrían redun¬
de los negociantes, según la ma¬
yor o menor abundancia de la mercancía
si se trataba de un
producto corriente, o según la
acogida de tratarse de un
producto nuevo, pero que éste, el
producto, era enteramente
ajeno a tales fluctuaciones, puesto que
ya había salido a la
JUAN B. BERGtfÁ

venta grabado con un precio en el que iba incluido el bene¬


ficio, beneficio que Marx sostenía siempre que era obtenido
a costa de los obreros, puesto que, según él, y esto constituía

uno de sus descubrimientos que más han sido celebrados, el


beneficio de los productores o capitalistas se realizaba a costa
de un trabajo no pagado. A lo que añadía, tratando de dar con
ello una prueba irrebatible, que nadie tendría interés en
fundar una empresa industrial o comercial, o en continuarla,
si de estar ya en marcha, de no estar seguro de que entre
el valor del trabajo que compraba o empleaba y el valor crea¬
do por esta fuerza de trabajo había una diferencia que sería
la que beneficio, enriqueciéndole. El provecho
constituyese su
no posible sino cuando el segundo valor era superior al
era

primero.. Marx llamaba tiempo de trabajo necesario a esta parte


de la jornada durante la cual el trabajador producía mercancías
cuyo valor de cambio era equivalente a lo que recibía por su
trabajo, y tiempo de trabajo suplementario, al restante de la
jornada. Y llamaba tasa o interés de plusvalía a esta parte de
trabajo, según él, no pagado, que era lo que a su juicio, asi¬
mismo constituía el beneficio del capitalista. Y aún añadía que
había o que empleaban los capitalistas dos medios para aumen¬
tar laplusvalía. Uno, la prolongación de la jornada de tra¬
bajo; cuanto más horas de trabajo, mayor beneficio: plus¬
valía absoluta. Otro, aumentar la productividad de lo pro¬
ducido sin aumentar hacerlo, lo que
el tiempo invertido en
se conseguía subiendo los precios de puesta en venta a fa¬
vor de convenios entre los productores: plusvalía relativa *.
*
No obstante el respeto y la admiración que siento hacia
la obra y hacia la vida de Marx (ya he dicho y repito que le
considero como importante de
el filósofo y el economista más
su tiempo), no tengo de esta teoría
más remedio que disentir
de la plusvalía, clave de su sistema social y teoría que preci¬
samente por ser fácilmente comprendida por aquellos que
más interesados estaban y siguen estando en ella, los trabaja¬
dores (y conste que todos lo somos, pues no se produce sólo
con las manos, sino también con la inteligencia; más me atre¬
vería a decir, y es que los que aplican ésta al trabajo que
hacen con las manos son los que lo hacen mejor y los que
tienen más posibilidades de salir de la modesta condición de
NOTICIA PRELIMINAR
71

Este hecho era para Marx tan claro


y evidente, que se pue¬
de asegurar que su contribución a la teoría económica
no ha
sido en realidad todo lo relativo al
valor-trabajo, ni la apli¬
cación de esta teoría del valor-trabajo a la mercancía fuerza
del trabajo, puesto que todo ello se encontraba ya en Adam
Smith, sino su afirmación de que el valor de uso de la fuer¬
za de trabajo comprada por el empresario o contratista
era,
en condiciones normales de demanda, la fuente de un valor
de cambio 'más grande que la poseída por la fuerza de tra¬
bajo misma, y que provecho, venta e interés derivaban de la
diferencia entre el valor de cambio de la fuerza de
trabajo,
y el valor de cambio, de lo que la fuerza de trabajo produ-
proletarios), fue lo que le atrajo más partidarios y lo que em¬
pujó a estos partidarios a ver de conseguir sus propósitos por
la vía revolucionaria. Porque no es difícil
comprender que
nada más convincente para los que para vivir no cuentan con
otra cosa que su trabajo, y que incluso
lo que este trabajo
con
les produce, como ocurría entonces, vivían
pobremente, que
oír, y doblemente a un hombre de la talla intelectual de Marx,
de su probidad y de su buena fe (pues no se
puede dudar de
que cuanto afirmaba Marx, equivocado o no, era porque hon¬
radamente lo creía): De las diez horas que trabajas (u
ocho,
como ocurre ahora; para el caso es lo
mismo), sólo te pagan
cinco, pues el valor de las otras cinco se queda con él el capi¬
talista que te emplea. Oigamos al propio Marx: «El
capital no
essólo la facultad de disponer del trabajo de otro, como dice
Adam Smith, sino que es, principalmente, la
facultad de dis¬
poner de un trabajo no pagado. Cualquiera que sea su forma
particular—beneficio, réditos, renta, etc.—, toda plusvalía es,
en substancia, la materialización de un trabajo no pagado. Todo
el secreto del poder que tiene el capital de
procrear consiste
en el hecho de
que dispone de cierta cantidad de trabajo de
otro, que no paga.»
Como para que una cosa hace
convenza no faltaque sea
verdadera, sino simplemente que se acomode a nuestra con¬
veniencia, nuestras ilusiones o nuestro modo de pensar, por
equivocado que éste sea (el crédito que conceden los enamo¬
rados a las palabras engañosas que acarician su amor,
o los
miles de religiones y de falsas divinidades en las cuales han
72 JUAN B. BERGUA

cía. Dicho de modo más claro: que en toda empresa eco¬


nómica hay esencialmente dos factores: el obrero y el em¬
presario, y el trabajo de aquél (fuerza-trabajo, que éste con¬
trata y paga) tiene un valor; el empresario vende este valor
aumentado; y que es el valor
la diferencia (plusvalía) entre
del trabajo pagado por el empresario al obrero que lo ejecu¬
ta, y lo que él obtiene vendiendo el resultado de este tra¬
bajo (plusvalía en su favor), lo que constituye su beneficio y
la base del capitalismo. De modo que la cuestión obrera, la
lucha de clases y los conflictos sociales, cada día mayores, que
tal oposición había ocasionado siempre y seguiría ocasionan¬
do, dependían principalmente de esto: de la injusticia que a
creído y por las cuales han estado dispuestos a ser ora márti¬
res, ora millones de hombres, durante in¬
asesinos, cientos de
contables siglos, lo prueban de modo más que suficiente), in¬
duce a pensar que tal vez esta teoría de la plusvalía no sea
sino uno de esos errores que, no obstante su falsedad, han
puesto en movimiento creyendo que obraban en defensa del
más indiscutible de sus derechos (el derecho a recibir ínte¬
gro el producto de su trabajo) a muchas generaciones de hom¬
bres. Su modo de discurrir fue siempre elemental: El capita¬
lista que empleaba obreros se enriquecía sin trabajar él. ¿Có¬
mo podía ocurrir esto? Pues, simplemente, pagándoles menos
de lo que les debía de pagar, o sea, como decía Marx, deján¬
doles de pagar una parte de su trabajo. Pero, claro, el razo¬
namiento erademasiado elemental y sólo bueno si en la pro¬
ducción no entraba sino el trabajo manual y su valor; pero
como entraban otros muchos factores, fallaba ya en principio.

Sin contar que no había medio de aplicar esta pretendida ley


económica a muchos medios de producción en los que la inter¬
vención de brazos asalariados es mínimo y, por consiguiente,
el valor de su trabajo nada o casi en comparación con el volu¬
men importancia de los beneficios. Luego ley que no tiene ca¬
e

rácter general no es tal ley.


Veamos, pues, de examinar la cuestión con toda serenidad,
empezando por fijar algo que me parece que tiene el carácter
y valor de un axioma económico y que creo que es lo primero
que conviene sentar, a saber: Que la mejor fuente de valor
económico es el trabajo. Y que todo trabajo, corporal o inte-
NOTICIA PRELIMINAR 73

juicio de los social-comunistas, marxista o no, suponía que


ciertos hombres (capitalistas) se
enriqueciesen a costa de otros
(proletarios), tan sólo con no pagar a éstos una parte de su
trabajo: aquella fuerza-trabajo que vendían y cuyo beneficio
se embolsaban.
Marx,en El Capital distingue tres clases económicas: los
capitalistas, los proletarios territoriales y los asalariados. Por
supuesto, ninguna de estas tres clases, pura, por decirlo así,
sino mezcladas y combinadas con elementos que difícilmen¬
te podrían clasificarse en uno u otro de
estos grupos; sin
contar la escoria económica, integrada en todas partes por
aquellos que directa o indirectamente disfrutan de los bienes

lectual, honrado y llevado a cabo con propósitos no exclusi¬


vamente egoístas, produce un bien (valor) social.
Luego si esto
se admite,
para que la teoría de la plusvalía fuese verdadera
sería preciso admitir también otra
afirmación, ésta: Nada es
verdaderamente trabajo, pues nada es capaz de producir valor,
sino el esfuerzo del trabajador asalariado. De ser esto
cierto,
nada sepodría objetar a esta teoría de Marx. Mas ocurriendo
que en muchas empresas de tipo económico entran de ordina¬
rio una porción de factores además del trabajo del
obrero asa¬
lariado, factores que todos tienen un valor, ora por sí mismos,
cuando se trata de bienes materiales, como ocurre en la
agri¬
cultura, en la caza o en la pesca, ora mediante un simple pro¬
ceso de transformación, o sea que hay muchas empresas eco¬
nómicas en las que, no obstante emplear brazos asalariados, el
valor del trabajo de estos brazos, como ya he indicado, es
poco
más que nada en relación a la magnitud del negocio de la em¬
presa, no sería justo ni legítimo pensar tan sólo en el valor
deltrabajo de los obreros asalariados que intervienen en ellas,
como fuente de
riqueza en favor de los que sin este carácter
intervienen asimismo en ellas. O sea que la cuestión está mal
enfocada al hacer entrar en ella con valor de tal modo prefe¬
rente el trabajo asalariado. Con lo
que la cuestión, de querer
enfocarla de un modo justo, no queda reducida, como dice
Marx, al valor de este trabajo y al beneficio del contratista,
sino que, siendo el problema mucho más
complejo, es preciso
considerar, si se le quiere juzgar debidamente, todos los fac¬
tores que entran en él. Y entonces, entre estos
factores, irán
74 JUAN B. BERGUA

creados por los que trabajan, a saber: los parásitos,grandes


o pequeños; los vagos de profesión; los desocupados con de¬
recho ya a no trabajar (jubilados por razones de edad, en¬
fermedad o cualquier otra excepción considerada legítima) o
sin él y aquellos cuyo «trabajo» cae en los límites sanciona¬
dos por las leyes: maleantes de todas clases y delincuentes
profesionales.
Marx distingue tres concepciones fundamentales desde el
punto de vista sociológico: el concepto sociedad, el concepto
Estado y el concepto gobierno. Sociedad según Marx, como

apareciendo todas las objeciones (circulación de las mercan¬


cías, máquinas e instrumentos de producción, capital a favor
del cual ha podido surgir la empresa y que ayuda a soste¬
nerla, fluctuaciones entre la oferta y la demanda), de las
y
que Marx se desembarazaba, como hemos visto, mediante ar¬
gumentos más o menos convincentes.
Ahora bien, como Marx lo que en definitiva sentaba era que
el contratista, capitalista o dueño de la empresa (agrícola, co¬
mercial, fabril, de crédito o de transportes), en una palabra,
todo aquel que, fuese para lo que fuese, empleaba obreros
asalariados, dejaba de pagar a estos obreros una parte de su
trabajo, que era lo que constituía, ilegítimamente, su benefi¬
cio, el enfocar de este modo tajante, y para él sin excepción,
cuestión tan compleja y en la que intervienen tantos y tan
diversos factores dignos de ser tenidos también en considera¬
ción, es lo que pareció a muchos, y a mí me parece también,
equivocado; pues, a mi modo de ver, lo que ocurre es no que
el contratista o capitalista deje de pagar al obrero una parte
de su trabajo, sino que lo que hace es calcular el coste total
de lo producido, en lo que ha entrado, además del trabajo de
sus obreros, otra porción de factores que tienen su valor, ta¬
les que las materias primas naturales o manufacturadas con an¬
telación, la amortización del coste de la maquinaria, si la em¬
plea, del transporte de las mercancías, el de las cargas fiscales
(sin contar el valor de su propio trabajo, si dirige el negocio),
en fin, de todos los gastos de producción de la empresa, y es

a todo ello, no solamente al trabajo de sus obreros asalariados,

a lo que carga un tanto por ciento, que es lo que constituye


su beneficio. Con lo que cuanto hace es considerar el trabajo
NOTICIA PRELIMINAR 75

según Hegel, es todo grupo de seres humanos que viven y


trabajan juntos con objeto de satisfacer sus necesidades eco¬
nómicas fundamentales. Gobierno es el mecanismo adminis¬
trativo que investiga, dirige en cierto modo y apoya o favo¬
rece estas necesidades económicas. Estado es el poder públi¬
co de constrición, especialmente organizado, que existe para
hacer observar las decisiones de todo grupo de clases ad¬
que
mite y vigila el Gobierno.
Marx anuncia claramente la relación entre la revolución so¬
cial y la revolución política en su Miseria de la
Filosofía,
de los obreros como una mercancía más y cargar sobre lo que
este trabajo le cuesta, un tanto por ciento, exactamente como
sobre todo lo demás,
Luego, a mi modo de ver las cosas, el trabajo asalariado es
considerado como un elemento más en la rueda de la produc¬
ción, como una mercancía a la que se da un valor; valor no ab¬
soluto, sino que fluctúa a su vez, como todos los valores, sólo
que éste de acuerdo inmediatamente con el coste de la vida; a
causa de lo cual las peticiones de aumento
y las huelgas, caso
de no ser atendidas estas peticiones. Y si la cosa es así, y que
así es parece confirmarlo la situación social en lo
que a la eco¬
nomía respecta en cada momento, los «misterios» del valor del
trabajo, del precio y de los beneficios dejan de ser tales mis¬
terios, quedando reducida la cuestión al hecho de que ciertos
hombres emplean su talento y su capital (o el de otros, en las
sociedades por acciones), cosas ambas que tienen también su
valor y hasta sus riesgos, pues no todas las empresas, tanto
industriales como comerciales, salen bien, en crear y poner en
circulación bienes de uso y de consumo, con el propósito de
obtener un beneficio. Lo que consiguen, si la empresa marcha,
gravando con un tanto por ciento suplementario no tan sólo
el trabajo de los obreros que emplean, pues en la mayoría
de los
casos ello sería insuficiente para llevar adelante ta empresa,
sino de todos los factores que entran en la producción.
Y así las cosas, entonces el verdadero problema económico-
social, o por mejor decir, la serie de ellos que se ofrecen, pues
vemos
surgir muchos, parecen ser los siguientes: ¿Es útil, con¬
veniente y justa la «propiedad», en cualquiera de sus formas,
o debe ser suprimida, quedando todo, bienes
y medios de pro-
76 JUAN B. BERGUA

del modo siguiente: «Tras la caída de la vieja sociedad, ¿ha¬


brá una nueva denominación de clases implicada en un nue¬
vo poder político? No. La condición esencial de la emanci¬
pación de la clase obrera es la abolición de todas las clases,
del mismo modo que la condición de la emancipación del ter¬
cer estado de la orden burguesa era la abolición de todas las
categorías.
»La clase obrera subsistirá, en el curso de su desarrollo,
como un viejo orden de la sociedad civil, como una asocia¬
ción que excluirá las clases y su antagonismo, y ya no habrá
ducciótt, circulación ycambio en manos del Estado, como ocu¬
rre en «anticapitalistas»? Suprimida la propiedad, su¬
los países
primido el capital particular, suprimido el trabajo asalariado,
pues en los países anticapitalistas los trabajadores son como
condueños de la gran empresa total que constituye el país en¬
tero, con todos sus hombres y recursos, estos hombres libera¬
dos, al menos teóricamente, de toda servidumbre, ¿son más fe¬
lices económicamente, es decir, viven mejor, tienen más que
gastar posibilidades de hacerlo (objetos
(ganan más) y más
tanto de uso y de distracción y entretenimien¬
consumo como
to) que los asalariados de los países aún capitalistas?
,

He aquí la cuestión encarada desde el punto de vista pura¬


mente económico y como respuesta a la plusvalía de Marx.

Porque si en efecto allí hay más holgura económica, más me¬


dios y facilidad en todos los órdenes, y si, en una palabra,
se vive mejor, deseemos todos un régimen marxista, pero si
no... Porque que en la Rusia actual, es decir, entre la Rusia
actual y la zarista, hay la diferencia que va de ciento a uno,
esto es indudable, y ya lo sabemos. Como indudable tatnbién
que políticamente no se hizo allá en 1917, a favor de la re¬
volución, sino salir dictadura para caer en otra. Lue¬
de una
go hubo un gran avance, en la faceta
si en la faceta progreso
derechos ciudadanos y libertad no parece que se haya avanzado
mucho. Claro que se dirá que no todos los hombres tienen ni
las mismas aspiraciones ni las mismas necesidades; que a la
gran mayoría les bastará con haber salido de aquel estado de
servidumbre en que vivieron sus antepasados y con vivir sin
conocer la miseria y los dolores tanto materiales como es¬

pirituales que ésta ocasiona, pero, ¿es que en efecto, en lo


NOTICIA PRELIMINAR 77

más poder político hablando con propiedad, puesto que el


poder político es simplemente la forma oficial del antagonis¬
mo de las clases en la sociedad civil.
»No obstante, el antagonismo
el proletariado y la bur¬
entre
guesía es una lucha de clase
clase, lucha que, llevada
contra
a su más alta
expresión, es una revolución completa. ¿Habrá,
por lo demás, de qué asombrarse si una sociedad basada en
el antagonismo de clases condujese en definitiva a un con¬
flicto brutal, a una lucha cuerpo a cuerpo como consecuen¬
cia final?
»No digáis que el movimiento social excluya el movimien-

económico, que es lo que ahora nos interesa, el progreso ha


sido tan grpnde lo industrial y lo científico? ¿Ya no
como en
hay allí plusvalía en el sentido marxiste, o sigue habiéndola y
sólo una parle del valor del trabajo va a manos del único ca¬
pitalista, el Estado? ¿Cuáles son los verdaderos resultados de
haber suprimido la propiedad y con ello, fatalmente, las ini¬
ciativasindividuales, verdaderos resortes en los países no co¬
munistas, de todo positivo progreso económico? ¿Cuáles los
del enorme aumento de la burocracia, al haber
quedado to¬
das las empresas en manos del Estado? ¿Funcionan estas em¬
presas, tanto agrícolas como fabriles, de modo más perfecto
que en los países capitalistas? Porque en lo que a la agricul¬
tura atañe, los rumores que de allí
llegan parecen no ser muy
tranquilizadores, y en lo que a las industrias afecta, salvo en
las bélicas, no parece tampoco que haya la misma abundancia,
sobre todo de esos bienes un poco superfinos (objetos de lujo),
pero que tan gratos son para hacer amable la vida. Y si entre
estos bienes sin los cuales la vida, al menos
para muchos, no
es deseable (los relativos a ciertos derechos individuales
cobi¬
jados bajo el techo de la libertad), no son allí más respeta¬
dos o tanto cuand.0 menos como los países capitalistas más
en

adelantados, ¿quién preferiría vivir allí a hacerlo en estos úl¬


timos?
Estas son las cuestiones
que se levantan cuando se trata de
pronunciarse desapasionadamente en pro o en contra del mar¬
xismo. Cuestiones difíciles de resolver por falta de elementos
de juicio completos. Fiarse. de las apariencias tan sólo no sería
justo, bien que estas apariencias tengan la solidez, por ejemplo.
78 JUAN B. BERGUA

to político. Jamás ha habido un movimiento político que no


haya sido al mismo tiempo social.
»Es tínicamente en un orden de cosas en el cual no ha¬
brá ya clases y antagonismos de clases, en el que las revolu¬
ciones sociales cesarán de ser revoluciones políticas. Hasta en¬
tonces, a la víspera de cada reconstrucción general de la so¬
ciedad, la última palabra de la ciencia social será siempre "el
combate o la muerte"; la lucha sanguinaria o la nada. De este
modo, la cuestión queda inevitablemente sentada.» Palabras
estas últimas de George Sand.
Cuántas veces leyendo a Marx, como leyendo a otros es-
de la diferencia entre las incluso entre los
dos Alemanias, e
dos sectores del el hecho, más des¬
propio Berlín. Sin contar
favorable que todo otro para aquel régimen, de no poder sa¬
lir del país sin una autorización especial, como no se puede
escapar de una cárcel, a menos de exponerse a perder la vida.
Total, que con plusvalía o sin plusvalía, la cuestión sigue en
pie: ¿Dónde vive mejor el que trabaja, en los países marxis¬
tes o en los capitalistas? Porque allí no hay, por lo visto, cues¬
tiones raciales; luchas ni por el color de la piel ni por cues¬
tiones religiosas; ni huelgas y otras calamidades sociales que
fuera de allí tanto enconan la vida; pero, en cambio, tampoco
se puede pensar libremente, o sea, como ocurre en ciertos paí¬
ses no marxistas subdesarrollados.

En fin, el tiempo, amo de todo y de todos, aclarará las


cosas y dirá, en definitiva, si Marx tenía razón o era un po¬
bre iluso de buena fe, y su teoría de la plusvalía sin más va¬
lor, por ejemplo, que la del «retorno eterno», de Nietzsche.
A mí tal me parece, al menos. Como también me parece que,
de poder observar la diferencia, en cuanto al modo de vida,
del obrero en su tiempo y en los actuales, se le enfriarían
mucho los ánimos revolucionarios. A no ser, claro, que pensa¬
se, cosa que no creo, de seguir siendo como era, que el acon¬
sejar la violencia y oponerse a lo que otros pensaban era el
mejor medio de llegar a jefe de un partido político o a algo
importante en él, si es que ello le interesaba. Pero ya digo
que no, porque no era hombre que buscase plataformas o es¬
calones para subir, pues su honradez de pensamiento debía
de ser perfecta.
NOTICIA PRELIMINAR 79

critores, por citar a otro alemán, recordaré a Nietzsche, no po¬


demos menos de pensar qué cosa extraordinaria es el cerebro
humano y con qué fuerza las ideas nacen o arraigan en él.
Pero de tal modo como para dar aspecto de leones a verda¬
deros corderos cuales eran tanto Marx como Nietzsche. He
aquí dos hombres para los que la vida fue un verdadero cal¬
vario. Marx, en lucha siempre con la miseria o poco tncnos;
Nietzsche, con una falta casi total de salud, y ambos, en vez
de procurarse un medio de vida tranquilo y seguro sin sa¬
lir de lo intelectual, lo que hubieran podido realizar sin gran
dificultad, pues inteligencia y amor al estudio tenían de so¬
bra para ello, dominados ambos por ideas que quiméricas o
no, allá cada uno el juzgar a propósito de esto, pero genero¬
sas en el fondo: el uno, luchar por una causa social que con¬
sideraba justa y mejor, y el otro, también por un nuevo es¬
tado de cosas, éste aún más quimérico, y contrario a Marx in¬
cluso, puesto que para él nada más aborrecible que el socialis¬
mo y la imposible y hasta funesta igualdad de clases; am¬
bos lucharon, decía, generosamente por ideales que les obli¬
garon a llevar una vida casi en su totalidad digna de com¬
pasión. Dos hombres de inteligencia superior, de una honradez
intelectual a toda prueba, de moralidad intachable, converti¬
dos ambos, capaces de todos los sacrificios generosos, ¡en dos
revolucionarios, bien que ideológicos! Oigamos aún un mo¬
mento a aquél: «Los obreros deben conquistar un día la su¬

premacía política para establecer la nueva organización del tra¬


bajo; deben derribar el viejo sistema político a causa del cual
no pudieron jamás conquistar un reino en el Mundo. Natu¬
ralmente, no se me debe atribuir la idea de que los medios
para alcanzar este fin serán los mismos en todas partes. Sa¬
bemos que es preciso prestar una atención especial a las ins¬
tituciones, a los hábitos y a las tradiciones de los diversos
países; y no negamos que hay ciertos de éstos, tales que los
Estados Unidos e Inglaterra, en los cuales los trabajadores
pueden alcanzar sus fines por medios pacíficos.» (Discurso de
Amsterdam, 1872. V. Steckloff G.: Historia de la Interna¬
cional.)
Lenin, tan respetuoso siempre con Marx y con Engels, no
podía dejar de apostillar lo anterior, lo que hizo en su El Es¬
tado y la Revolución del modo siguiente: «Marx limita sus con-
so JUAN B. BERGUA

clusiones (a propósito de la revolución violenta) al continen¬


te. Esto era natural en 1871, cuando Inglaterra, donde una
revolución e incluso una revolución popular parecía imposi¬
ble —y entonces lo era— sin destrucción previa de la «má¬
quina del Estado». Pero hoy, en 1917, época de la primera
guerra mundial imperialista, esta restricción de Marx cae: In¬
glaterra y los Estados Unidos, los más grandes y los últimos
representantes en el Mundo de la «libertad» anglosajona, sin
militarismo ni burocracia, están hoy enfangados hasta el cue¬
llo en el pantano infecto y ensangrentado de esas institucio¬
nes militares y burocráticas a la europea, donde todo es opri¬

mido y triturado. Hoy, en Inglaterra como en América, «la


condición previa de toda verdadera revolución popular» es
el aplastamiento, la destrucción de la máquina del Estado, per-
perfeccionada en estos países entre 1914 y 1917 hasta un ni¬
vel imperialista europeo.» ¡Enfangadas en militarismo y buro¬
cracia! ¿Pero acaso tiene el aspecto de ser otra cosa el país
que él iba a fabricar, paraíso de militarismo y burocracia en¬
marcado en una dictadura ejercida no por el pueblo todo como
medio de defensa contra asechanzas exteriores (la famosa
«dictadura del proletariado»), sino por un grupo de hombres
dueños absolutos de todos los resortes tanto económicos como
políticos?
Las ideas lo mismo las políticas que las religiosas diríase
que ponen como un la cara de la mayor parte de
antifaz en
sus adeptos, gracias al cual solamente pueden muchos pasar,
aparentemente al menos, por partidarios de las ideas que el
antifaz disimula. Porque, ¿acaso no vemos a muchos, pero a
muchos,que se dicen, por ejemplo, cristianos comportarse de
modo enteramente opuesto a como deberían hacerlo de serlo
verdaderamente, e incluso exteriormente manifestar la más to¬
tal indiferencia y hasta desprecio hacia prácticas que al menos
debieran cumplir de querer salvar las apariencias? Asimismo
allá, en el paraíso leninista, sería curioso saber cuántos, sin
quitarse el antifaz que exteriormente les hace partidarios de
la dictadura del proletariado, vuelven los desesperanzados ojos
hacia los aborrecidos países capitalistas.
Marx hablaba también con frecuencia de la «dictadura del
proletariado». ¿Qué entendía por ello? Cierto crítico de Marx
decía que a los verdaderos partidarios de la democracia lo que
NOTICIA PRELIMINAR 81

menos les gustaba de él eran ciertas


expresiones cuyo sólo
enunciado les molestaba, entre ellas ésta de «dictadura del
proletariado». Y esto porque la palabra dictadura era
para ellos
sinónimo de despotismo, de autocracia, de
bras insoportables a toda conciencia amante de
absolutismo, pala¬
la justicia y
asimismo de la libertad; la primera imposible en un país
absoluto donde no hay otra justicia
que la necesaria para man¬
tener el estado
político tal cual conviene a los que le man¬
gonean, sea como sea; la segunda, entendiendo por tal la li¬
bertad de opinión, de ideas, de critica, y el
que sean respe¬
tados los más sagrados derechos individuales, entre
ellos el
de elegir trabajo y sitio donde llevarle a cabo
dentro del te¬
rritorio nacional o fuera de él, si así
conviene, derechos to¬
dos de los que las dictaduras suelen ser la antinomia
más to¬
tal y completa. De tal manera
que esta palabra, «dictadura»,
ofende a muchos espíritus de tal modo, que les molesta in¬
cluso que se la una a nombres tales
que Cromwell y Robes-
pierre, a causa de saber que la dictadura de ambos iba
precisamente contra el absolutismo y la autocracia. Claro que,
por otra parte, ¿cómo no pensar que muchos, como aquellos
que gritaban: «¡Vivan las cadenas!», y que se uncían, tras
soltar de ella a los caballos, a la carroza de un Fernando VII,
o que daban gustosos la vida por Hitler
un cuanto merecen
es esto, una dictadura y vivir bajo la bota de un miserable o
de un loco? No olvidemos tampoco
obra de a los que por
un
plebiscito popular se pusieron voluntariamente, es decir,
se encadenaron ellos mismos a un dictador: por recordar a
dos bien conocidos citaré a los dos
Napoleones, el Grande y
el Pequeño. Sin contar que las verdaderamente
peligrosas no
son las dictaduras de
uno, pues, como decía Voltaire, es más
fácil abatir a un hombre que a
varios, sino las dictaduras ejer¬
cidas por un partido político. Pero volvamos al
punto de par¬
tida: ¿Qué entendía Marx por dictadura del proletariado?
Una carta suya, su carta a Weydemeyer, fechada el 12 de
marzo de 1852,nos lo puede hacer saber. Veámosla: «En cuan¬
to mí, el honor de haber descubierto la existencia de cla¬
a

ses la sociedad moderna, o de sus luchas recíprocas, no


en

me pertenece.
Los historiadores burgueses, mucho antes que
yo habían mostrado el desarrollo de esta lucha de
clases, y eco¬
nomistas burgueses habían expuesto la anatomía económica de
82 JUAN B. BEHGUA

las clases. Lo que yo he añadido tenía como objetivo probar:


«1.°Que la existencia de clases está ligada solamente a
ciertas luchas históricas en el curso del desarrollo de la pro¬
ducción.
«2° Que la lucha de clases conduce necesariamente a la
dictadura del proletariado.
Que esta dictadura no es ella misma, sino una tran¬
«3.°
sición hacia laabolición definitiva de todas las clases y hacia
una sociedad sin ellas.»
¿Sin clases, maestro? ¿Estabas muy seguro? ¿Acaso la des¬
igualdad, por mejor decir, desigualdades naturales entre los
hombres, a causa de sus diferencias de inteligencia, cultura,
sentimientos y moralidad, y hasta condiciones físicas, no es¬
tablecerá siempre entre ellos toda clase de diferencias incluso
económicas? Si te hubiera sido posible, caso de habérsete ocu¬
rrido como prueba experimental reunir en una cien hombres
sala y hubieses entrado unas horas encon¬después, hubieras
trado varios grupos, cada uno formado por mo¬ hombres de
dos de pensar y gustos diferentes a otros, y muy los proba¬
blemente dispuestos incluso a venir a macos. vez las Y tal el
más reflexivo de ellos hubiese lamentado no verte aparecer
con un látigo en la mano, no obstante odiar tal vez las dic¬
taduras.
Marx decía en la Crítica del Programa de Gotha: «Entre
la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el pe¬
ríodo de transición política en que el Estado no podría ser
otra cosa sino la dictadura revolucionaria del proletariado.»
Pero esto tenía sus etapas. El comunismo no salía ya des¬
arrollado de la estructura de la sociedad capitalista, pues esta
última crea solamente las presuposiciones del comunismo.
Cuando una situación revolucionaria se presenta, toma el Po¬
der con ayuda de otros grupos oprimidos de la producción.
Tras haber conquistado el Poder debe organizarse para man¬
tenerle contra los asaltos casi ciertos que serán desencadena¬
dos contra él tanto en el interior como en el exterior. Se ten¬
drá que servir .del poder para poner en práctica las medidas
de socialización y de educación cultural que conducirán al co¬
munismo. Esto, sobre todo, era esencial, pues cosa sabida es,
y los jefes de todos los partidos políticos tanto de izquierda
como de derecha lo saben perfectamente, el papel que tiene
NOTICIA PRELIMINAR 83

la educación en la formación ideológica y mental de los hom¬


bres, y por ello el interés en todas partes por apoderarse de
ella y dirigirla. Y esto es algo tan evidente, que se podría
establecer como un axioma social que la población de cual¬
quier país, salvo una minoría muy reducida capaz, a
causa de
una rara
y afortunada combinación de facultades mentales
de pensar por su cuenta, los demás incapaces son de no
dejarse llevar por las opiniones políticas, religiosas, artísti¬
cas
y demás con la misma facilidad con
que se dejan do¬
minar por la moda en todas sus
manifestaciones (en el vestir,
en el
divertirse, en el hablar, etc.); es decir, que en la mayor
parte de los hombres lo que les graban de niños a
favor de
la educación queda indeleblemente marcado en ellos (en el
campo de lo religioso es donde mejor se observa este fenó¬
meno, y por ello el que millones sean en un lado
mahometanos unos kilómetros más allá y
cristianos,
budistas o de otras
confesiones en otras partes, y ello
simplemente porque de pe¬
queños les inculcaron ideas que siendo
con espíritu
incapaces de juzgar
crítico, incapaces son de desprenderse de ellas), y
por ello, como decía, el
gran interés de los dirigentes, tanto
religiosos como políticos, en apoderarse de las conciencias a
favor de la educación,
seguros de que la masa seguirá a sus
directores con la fidelidad de las
ovejas de un rebaño, a la
que va delante con la
esquila al cuello. Y he
aquí por qué
los conductores de las huestes marxistas
tuvieron que tener
este factor muy en cuenta
y por qué una de sus esquilas fue
la conocida con el nombre de «dictadura
del proletariado»,
verdadera dictadura, es decir, cencerro tan atronador como
sincero, puesto que uno de sus fines esenciales consiste en
embutir ideas comunistas como se embute la
sangre y el arroz
en ciertas
morcillas, para luego de bien embutidas guisarlas
a su
gusto.
Por lo demás, esta dictadura del
proletariado, como todas
las dictaduras, tenía que tener como sostén la
fuerza. Pero no
arbitrariamente, sin ley y de un modo irresponsable, sino que
sus estarían estrictamente determinados
actos
por la necesidad
revolucionaria (al menos tal decía Marx
para acallar a los es¬
píritus que, amantes de la libertad, hasta contra «su» dicta¬
dura pudieran levantarse). Justificaría lo
que hacía mediante
principios que, mientras la dictadura llegaba a ser un hecho.
84 JUAN B. BERC.UA

iría codificando, como hacían los demás Estados. A los ojos


de aquellos a quienes estos principios resultasen opuestos a
sus intereses,parecerían infames (especialmente para aquellos
que aquellos a los que el nuevo
habían perdido el poder, o
estado de cosas amenazaba más directamente a causa de sus
viejas creencias y de sus asimismo perjudicados intereses). Pero,
en todo caso, los principios revolucionarios llamarían con más
energía a la integridad, al valor, a la inteligencia y a la capa¬
cidad de trabajo de los que los profesasen, que lo hacían
aquellos a los que habían venido a reemplazar. Todo esto
estaba bien, pues era necesario crear entusiasmo, único
muy
medio de llevar adelante obra tan importante y demoledora.
Es fenómeno, además, comprobado mil veces, que los hom¬
bres necesitan una ilusión para ponerse en movimiento a fa¬
vor de algo, con eficacia, porque después todo decae y la vida
continúa ya su curso de un modo monótono y normal. Re¬
cuérdese, puesto que el marxismo-comunismo es lo que nos
ocupa, del éxito de los primeros planes quinquenales, el na¬
cimiento del «stakhanovismo» y aquel ardor por agotarse tra¬
bajando que tanto contribuyó a hacer de Rusia lo que lia l e¬
gado a ser, pero que hoy, vuelta a la calma, ha hecho por lo
visto resurgir sentimientos naturales ahogados por los prime¬
ros ardores, que hablan de «propiedad», y que hacen que es¬
pecialmente en la esfera agrícola, donde este deseo parece más
irreprimible, los resultados no sean satisfactorios. Y esto nos
trae, como es natural, al terreno de las realidades. Y la pri¬
mera, y puesto que ella nos ha conducido hasta aquí, es pre¬
guntar: ¿Es que acaso, en el nuevo estado de cosas el tra¬
bajador comunista (para él nada rezan ya las palabras pro¬
letariado o asalariado, al menos teóricamente) recibiría ínte¬
gro el valor total de su trabajo? Esto era ya harina de otro
costal, pues sabido es que una cosa es predicar y otra, como
se suele decir, dar trigo. Marx advertía ya sobre la imposibi¬
lidad no tan sólo de recompensar a «todos los miembros de
la sociedad, incluidos aquellos que no trabajasen, ni dar a los
que lo hicieran el producto íntegro de su trabajo», y ello por
lassiguientes razones, o pretextos, que cada uno diga lo que
mejor le parezca:
a) Por ser el producto social y cooperativo, no privado e
individual.
NOTICIA PRELIMINAR
85

b) Por tener que dedicar una parte del


producto social a
reemplazar los medios de producción, ya sin verdadero valor
a causa de haber envejecido, ver de aumentar la producción
por todos los medios, y atender a los gastos de la nueva ins¬
talación estatal, etc.
c) Por tener que dedicar una parte de los ingresos a aten¬
ciones económicas, sino administrativas, culturales (de edu¬
no

cación), de salubridad y de higiene pública; y


d) Porque habría que atender debidamente a los
ces de
incapa¬
trabajar.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, el
principio de dis¬
tribución en el primer período de la sociedad comunista —so¬
ciedad que como dice Marx cuyas doctrinas
voy exponiendo,
no se habría desarrollado
sobre «sus propias bases, sino que
acababa, por el contrario, de salir de la sociedad capitalista—,
consistiría en lo siguiente: Cada individuo debería ser recom¬
pensado en proporción a lo que produjese. Y lo
que produ¬
jese sería medido por la duración de su trabajo (lo
que pa¬
rece inducirnos a creer
que basta en el «stakhanovismo» no
era todo entusiasmo
comunista, sino que en el fondo estaba
el gran motor de todo lo humano: el
interés). «El productor
recibe, pues, individualmente —una vez hechas las necesarias
desfalcaciones, el equivalente exacto de lo que ha dado a la
sociedad... Recibe de la sociedad un bono constatando que ha
suministrado tanto trabajo... y con este bono retira de los
almacenes sociales una cantidad de objetos de consumo co¬
rrespondientes al valor de su trabajo. El mismo quantum de
trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, lo recibe
de ella de otra». (Crítica del programa
de Gotha.) Lo que
todo esto tenía de utópico se
encargarían los hechos de de¬
mostrarlo al llevar a la práctica el sistema,
pues en Rusia, pri¬
mer país en
que el marxismo-leninismo fue implantado, lo
primero que tuvieron que conservar del odiado sistema
talista fue el dinero.
capi¬
Marx acababa esta exposición con las siguientes
palabras es-
peranzadoras para los que le leían, escuchaban
creían en él:
y
«En una fase superior de la sociedad
comunista, cuando la
esclavizante subordinación de los individuos a la división del
trabajo baya desaparecido, y con ella el antagonismo entre el
trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo se
JUAN 13. BERGUA
86

haya vuelto no tan sóío un medio de vivir, sino incluso la


primera
de los
necesidad de la existencia; cuando con el
individuos en todos sentidos las fuerzas productivas
desarrollo
vayan en aumento y todas las fuentes de riqueza broten con
abundancia, entonces tan sólo el estrecho horizonte del dere¬
cho burgués podrá ser completamente sobrepujado y la socie¬
dad podrá escribir en sus banderas; «De cada uno según sus
capacidades, ¡a cada uno según sus necesidades!».
Volvamos la realidad. ¿Qué nos
a dice esta realidad? Lo
primero, que hace un siglo que Carlos Marx escribió lo ante¬
rior. Lo segundo, que ha bastado este tiempo, mucho para
un hombre, nada para la historia, para que los seguidores de
Marx hayan adueñado de medio Mundo. Tercero, que maña¬
se

na, dentro de muy poco, como ya más de la mitad de Europa,


Asia será un foco enorme de comunismo, pues la India
entera
está al tras ella el que sigan su ejemplo los países aún
caer y
aparentemente libres será cuestión de nada. Como nada también
más contingente y expuesto a equivocaciones que el oficio
de profeta, no seré yo quien pretenda serlo, tanto más cuanto
que ni tiempo tendría, dada mi edad, de ver confirmadas mis
profecías, caso de acertar. Pero sí diré que me parece que los
discípulos de Marx llevan las de ganar y no precisamente
por lo que enseñó, sino por estar el mundo, ideoló¬
éste les
gicamente, en un período de crisis como lo prueba por todas
partes, menos tal vez en los países en que impera el mar¬
xismo, la inquietud y descomposición casi general. Crisis mu¬
cho más profunda que una simple crisis económica, con ser
éstas muy graves, sino crisis de todo lo tenido hasta ahora
comovalores espirituales, ya sin valor, podridos, inútiles, in¬
sostenibles, hágase lo que se haga por defenderlos. Y en estas
circunstancias, en momentos tan críticos que parecen exigir
todas partes una renovación ideológica total, ¿quiénes pue¬
en

den salir triunfantes? Dudar de los países nuevos v con ideas


distintas y radicales sería los ojos ante la reali¬
querer cerrar
dad. Y esto es lo amargo de la particularmente
cuestión, muy
para las futuras víctimas: que dictaduras nuevas e implacables
lancen inconteniblemente sus tentáculos sobre tanto ya viejo,
caduco, insostenible, rancio, podrido. Lo que pudiera ocurrir
con motivo de una tercera guerra mundial. Tal vez ¡y ojalá!
me equivoque.
CAPITAL
PRIMERA PARTE

MERCANCIA Y MONEDA

CAPITULO PRIMERO

La mercancía

I. Valor de uso y valor de cambio. Valor: su sustancia.


Magnitud del valor, tiempo del trabajo socialmente nece¬
sario.—II. Doble aspecto del trabajo. Doble carácter social
del trabajo privado. Reducción de
toda clase de trabajo
a cierta cantidad de trabajo
simple.—III. El valor, reali¬
dad social, sólo aparece en el
cambio. Forma del valor.
IV. Apariencia material del carácter social del trabajo

La mercancía, es decir, el
objeto que en lugar de ser
consumido por el que lo produce se destina al
ser
cambio, a
vendido, es la forma elemental de la riqueza en las
sociedades en que impera el régimen
de producción ca¬
pitalista. El de partida de nuestro estudio debe
punto
ser, por consigueinte, el análisis de la mercancía.

i.—Valor de uso y valor de cambio

Consideremos dos
objetos; por ejemplo; una mesa
y una cantidad de
trigo. En virtud de sus cualidades
particulares, cada uno de estos objetos sirve para satis-
I
CARLOS MARX
90

facer necesidades distintas. Ambos, pues, son útiles al


hombre que los emplea.
Para que un objeto pueda transformarse en mercan¬
cía debe ser, ante todo, una cosa útil que ayude a satis¬
facer necesidades humanas de cualquier especie. La uti¬
lidad de una cosa—utilidad que depende de sus cualida¬
des naturales aparece en su
y uso o consumo—hace
de ella «un valor de uso».
Destinado un objeto por quien lo confecciona a satis¬
facer las necesidades o lasconveniencias de otros in¬
a la persona a quien es
dividuos, el productor lo entrega
útil, que desea usarlo a cabio de otro objeto, y por
este acto se transforma en mercancía. La proporción
variable en que las mercancías de especie diferente se
cambian entre sí constituye «un valor de cambio».

Valor: su sustancia

Consideremos la relación de cambio entre dos mercan¬


cías: cuando decimos que 75 kilogramos de trigo, por
ejemplo, son iguales a 100 kilogramos de hierro, ¿qué
queremos significar con ello? Pues que en esos dos
objetos distintos—trigo y hierro— hay algo común.
Este algo no puede ser una propiedad natural de las
mercancías, puesto que no se tienen en cuenta sus cua¬
lidades naturales sino en cuanto éstas les dan una uti¬
lidad que las convierte en valores de uso. De modo
—y esto es lo que caracteriza la relación de cambio—
que no se atiende a su utilidad respectiva, y sólo se con¬
sidera si se encuentran en cantidad adecuada para ser
cambiados. Como valores de uso, pues, las mercancías
diferencian, ante todo, por su cualidad; como valores
se

de cambio, por su cantidad.


Si se prescinde de las propiedades naturales, esto es,
del valor de uso de las mercancías, sólo les queda a
éstas una cualidad: la de ser productos del trabajo.
En este concepto, puesto que en una mesa, una casa,
un saco de trigo, etc., debemos prescindir de la utilidad
respectiva de tales objetos y de su forma útil particu-
ÉL cíaíítAL
Si
lar, no tenemos para qué
preocuparnos del trabajo pro¬
ductivo especial del
ebanista, del albañil, del labrador,
etcétera, que les han dado su forma
particular. Descar¬
tando así de esos trabajos su
fisonomía propia, sólo
nos resta su
carácter común, y desde este
dos quedan reducidos a momento to¬
un gasto de fuerza
trabajo, humana, de
es decir, a un desgaste del organismo del hom¬
bre, sin relación con la forma particular en que esa
fuerza ha gastado.
se

Resultante de un gasto de fuerza


humana en general,
y muestras del mismo
trabajo indistinto, las mercancías
revelan únicamente que en su producción se ha gas¬
tado una fuerza de trabajo, o, de otro
modo: que en
ellas se ha acumulado trabajo. Las
mercancías son «va¬
lores» tanto que son materialización
en
de ese trabajo,
sin examinar su forma. Lo
que se observa de común
en la relación de cambio o en
el valor de cambio de
las mercancías es su valor.

Magnitud del valor, tiempo de trabajo socialmente


necesario

La sustancia del valor es el


trabajo; la medida de la
cantidad de valor es la cantidad de
trabajo, que, a su
vez, se mide por la
duración, esto es, por el tiempo de
trabajo.
El tiempo del
trabajo que determina el valor de un
producto es el tiempo socialmente necesario
para pro¬
ducirlo; es decir, el tiempo necesario no es un
caso
particular, sino por término medio; esto
es, el tiempo
que requiere un trabajo ejecutado
según el grado medio
de habilidad y de intensidad y en las condiciones co¬
rrientes con
respecto a un medio social dado.
La magnitud del valor de una
mercancía no sufriría
alteración si el tiempo necesario
para producirla fuera
siempre el mismo; pero éste varía cada vez
que se mo¬
difica la productividad del
trabajo, es decir, con cada
variación que se introduce en la
actividad de los pro¬
cedimientos o de las condiciones exteriores en que se
92 CARLOS MARX

manifiesta la fuerza del trabajo. La productividad del


trabajo depende, pues, entre otras cosas, de la habili¬
dad media de los trabajadores, de la amplitud y eficacia
de los medios de producir y de circunstancias puramen¬
te naturales. La misma cantidad de trabajo está repre¬
sentada, por ejemplo, en ocho fanegas de trigo, si la
estación ha sido favorable, y en cuatro, en el caso con¬
trario.
Por regla general, si la productividad del trabajo au¬
menta, disminuyendo el tiempo necesario para la pro¬
ducción de un artículo, el valor de este artículo dismi¬
nuye, y, a la inversa, si la productividad disminuye, el
valor aumenta. Pero cualesquiera que sean las variacio¬
nes de su productividad, el mismo trabajo, durante
igual tiempo, crea siempre el mismo valor, sólo que
suministra tiempo determinado una
en un cantidad
mayor o menor de valores de uso y objetos útiles, se¬
gún aumente o disminuya su productividad.
Aunque gracias a un aumento de productividad se
produzcan en el mismo tiempo dos vestidos en vez de
uno, cada vestido continuará teniendo la misma utili¬
dad que tenía antes de duplicarse la producción; pero
como conlos dos vestidos se pueden vestir dos hombres
en lugar de uno, hay, por consiguiente, aumento de ri¬
queza material. No obstante, el valor del conjunto de
objetos útiles sigue siendo el mismo: dos vestidos he¬
chos en el mismo tiempo que antes se empleaba en
hacer uno no valen más de lo que antes valía un solo
vestido.
Cualquier modificación en la productividad que haga
más fecundo el trabajo aumenta la cantidad de artícu¬
los que este trabajo proporciona, y, por consiguiente, la
riqueza material; pero no modifica el valor de esta can¬
tidad así aumentada materialmente, si continúa siendo
igual el tiempo total de trabajo empleado en su fabri¬
cación.
Sabemos ya que la sustancia del valor es el trabajo.
Sabemos también que su medida es la duración del tra¬
bajo.
Una cosa puede ser valor de uso sin ser un valor. Bas-
el capital
93
ta para ello que sea útil al
trabajo. Así sucede con el
hombre, sin provenir de su

tierra virgen, etc. Un


aire, los
prados naturales, la
valor de uso sólo
do hay acumulada en tiene valor cuan¬
él cierta cantidad de
mano. Por
ejemplo: el agua que corre por un trabajo hu¬
que útil para muchas río, aun¬
necesidades del hombre,
sin embargo, de valor; carece,
pero si
por medio de cántaros
o tubos se
transporta a un quinto piso,
adquiere valor, toda vez inmediatamente
que para hacerla llegar se ha
gastado cierta cantidad de fuerza humana.
Una cosa puede ser útil
y producto del
ser
mercancías. Todo el que con su trabajo sin
sus propias producto satisface
necesidades sólo crea un
su
valor de uso por
cuenta personal. Para producir
mercancías hay que
producir valores de uso, con el
al propósito de entregarlos
consumo general por medio del cambio.
Por último, ningún objeto puede convertirse
si no en valor
útil. Un objeto inútil no crea
es
se ha gastado inútilmente valor, puesto que
el trabajo que
contiene.

II.—Doble aspecto del trabajo


El
trabajo del ebanista, del
crean valor por su
albañil, del labrador, etc.,
condición común de
no; pero el trabajo huma¬
resultado es una mesa, una
tidad de trigo, casa, cierta can¬
etc.; en una palabra, distintos valores de
uso, porque poseen cualidades diferentes.
Toda clase de trabajo
supone,
por una parte,
gasto
físico de fuerza humana, siendo
en este sentido
naturaleza y formando el de igual
valor de las
otra, un gasto de fuerza humana mercancías; por
u otra forma
productiva bajo una
y determinada por un fin
en este sentido de particular, y,
trabajo útil diferente, produce va¬
lores de uso o cosas útiles.

Doble carácter social del


trabajo privado
Al conjunto de
objetos útiles de toda especie
ridos por la variedad de las reque¬
necesidades humanas corres-
Carlos Marx

ponde un conjunto de obras o trabajos igualmente va¬


riados. Para satisfacer las diversas necesidades del hom¬
bre, el trabajo se presenta, pues, bajo distintas formas
útiles, de lo cualresultan innumerables industrias.
Aunque ejecutadas independientemente y sin relación
aparente, según la voluntad y designio particular de sus
productores, las diversas especialidades de trabajos úti¬
como partes—que se completan recí¬
les se manifiestan
procamente—del trabajo general destinado a satisfacer
la suma de necesidades sociales. Los oficios individuales,
de los que proceden, corresponden, cuando más, a un
orden de necesidades, cuya variedad indispensable no
resulta de ningún convenio previo y forman en su con¬
junto los eslabones del sistema social de la división del
trabajo, que se adaptan a la diversidad infinita de las
necesidades.
De este modo, trabajando los hombres unos para
otros, sus obras privadas revisten, por esa sola razón,
un carácter social; pero tales obras tienen también un
caráctersocial por su semejanza en concepto de tra¬
bajo humano, en general, aunque esta semejanza sólo
aparezca en el cambio, es decir, en una relación social
que las coloca frente a frente y en una base de equi¬
valencia, a pesar de su diferencia natural.

Reducción de toda clase de trabajo a cierta cantidad


de trabajo simple

Las diversas transformaciones de la materia natural


y su adaptación a las distintas necesidades humanas,
que constituyen toda la tarea del hombre, son más o
menos penosas de realizar, y, por consiguiente, las dife¬
rentes clases de trabajo de donde resultan son más o
menos complicadas.
Mas cuando hablamos del trabajo humano desde el
punto de vista del valor, consideramos solamente el tra¬
bajo simple, es decir, el gasto de la simple fuerza que
todo hombre sin educación especial posee en su orga¬
nismo. Es cierto que el trabajo simple varía según los
el capital
05
países y las épocas; pero
siempre se encuentra deter¬
minado en una sociedad
dada, es decir, en cada socie¬
dad. El trabajo superior no es otra cosa
simple multiplicado, que trabajo
pudiendo ser reducido
una cantidad mayor siempre a
de trabajo simple;
un día o jor¬
nada de trabajo
superior o complicado puede
a dos días o jornadas de equivaler
trabajo simple.
La experiencia enseña
que esta reducción de cual¬
quier trabajo a determinada
cantidad de una sola
cie de trabajo se hace espo
diariamente en todas partes. Las
mercancías más diversas
encuentran su expresión uni¬
forme en moneda, es
decir, en una cantidad determi¬
nada de oor o plata. Por este
solo hechos, los diferentes
géneros de trabajo cuyo producto son
las mercancías,
por complicados que sean, se
ción dada, al producto reducen, en una propor¬
de un trabajo único: el
ministra el oro o la que su¬
plata. Cada género de
presenta solamente una cantidad de trabajo re¬
este último.

III.—El valor, realidad social, sólo aparece


en el cambio

Las mercancías son tales


mercancías por el hecho de
ser al mismo tiempo
objetos de utilidad y de valor.
Por consiguiente, sólo pueden entrar en la circulación
si se presentan bajo doble forma: su forma natural y
su forma de valor.
Considerada una mercancía
jeto de valor tan sólo, no aisladamente, como ob¬
puede apreciarse. En vano
diremos que la mercancía es un
trabajo humano mate¬
rializado: la reduciremos a la abstracción
la más tenue valor sin que
partícula de materia constituya
En uno y otro caso
este valor.
sólo tendrá una forma
su forma natural de palpable:
objeto útil.
Si recordamos
que, en concepto de
lidad de las mercancías valores, la rea¬
consiste en que son la
varia de la misma unidad expresión
social, o sea del trabajo hu¬
mano, se hará evidente que esa
realidad puramente
social sólo puede
manifestarse en las transacciones
96 CARLOS MARX

sociales: el carácter de valor se muestra en las rela¬


ciones de las mercancías entre sí, y únicamente en
esas relaciones. Como valores, los productos del tra¬
bajo revelan en el cambio una existencia social bajo
idéntica forma, distinta de su existencia material, y bajo
formas diversas, como objeto de utilidad. Una mercan¬
cía expresa su valor por el hecho de poder cambiarse
por otra; en una palabra, por el hecho de presentarse
como valor de cambio, y sólo de este modo.
Pero si el valor se manifiesta en la relación de cam¬
bio, éste no engendra por ello el valor. Al contrario,
el valor de la mercancía es el que rige sus relaciones
de cambio y determina sus relaciones con las demás.
Aclaremos esto con una comparación.
Unpilón de azúcar es pesado; pero su aspecto no
lo indica, y menos aún indica su peso. Consideremos
distintos pedazos de hierro de peso conocido. La forma
material del hierro, como la del azúcar, no es tampoco,
por sí misma, una indicación de la pesantez; los peda¬
zos de hierro, puestos en relación con el pilón de azú¬
car, darán a conocer el peso de éste. Así, pues, la
nos
magnitud de su peso, que considerado el pilón de azú¬
car aisladamente no aparecía, se manifiesta al ponerlo

en relación con el hierro; mas la relación de peso entre

el hierro y el azúcar no es la causa de la existencia del


peso del azúcar. Al contrario, este peso determina la
relación.
La relacióndel hierro con el azúcar es posible, por¬
que ambos objetos, tan diferentes por su uso, tienen una
propiedad común: la pesantez. En esta relación, el
sierro sólo se considera como un cuerpo que repre¬
senta peso; tienen en cuenta sus demás propieda¬
no se
des y sirveúnicamente como medida de peso. Del mis¬
mo modo, al expresar un valor cualquiera, por ejem¬
plo: 20 metros de tela valen un vestido, la segunda
mercancía sólo representa valor; de la utilidad par¬
ticular del vestido se prescinde en este caso, y única¬
mente sirve como medida de valor de la tela. Pero
aquí concluye la semejanza. En la expresión del peso
del pilón de azúcar, el hierro representa una cualidad
EL CAPITAL 97

común a ambos cuerpos, pero es una cualidad natural:


su
pesantez; en la expresión de valor de la tela
el con
vestido, éste' representa, sin duda, una
cualidad co¬
mún ambos objetos, pero ya no es una
a
cualidad na¬
tural, sino una cualidad de
cial : su valor.
origen exclusivamente so¬

Lamercancía, que tiene un doble aspecto,


utilidad y valor, no objeto de
aparece, pues, tal como es, sino
cuando deja de ser considerada
en su relación con otra
aisladamente; cuando
mercancía, gracias a la posibi¬
lidad de ser cambiada,
adquiere su valor una forma apre-
ciable: la del valor de
cambio, distinta de su forma
natural.

Forma del valor

En concepto de valores, todas


las mercancías son
expresiones de la misma
unidad—trabajo humano—,
reemplazables mutuamente. Una mercancía
puede, por
consiguiente, cambiarse por otra mercancía. En
reali¬
dad, hay imposibilidad de cambio inmediato entre las
mercancías. Una sola mercancía reviste
la forma apta
de cambio inmediato con
todas las demás. Sabido es
que las mercancías poseen una
forma especial de va¬
lor: la forma moneda.
La forma moneda tiene
su fundamento en la
forma de la relación de simple
cambio, que es: 20 metros de
tela valen un
vestido, o 75 kilogramos de trigo valen
100 kilogramos de
hierro, etc.
En primer lugar, con
arreglo a esta fórmula, cual¬
quier mercancía se cambia por otra mercancía
diferen¬
te, sea de la clase que sea. Así sucede en los cambios
aislados, en los que una sola mercancía expresa acci¬
dentalmente su valor con relación a otra mercancía
también sola.
En segundo lugar, una misma mercancía se cambia,
no ya al azar con otra, sino regularmente con otras va¬
rias: 20 metros de tela, por ejemplo, valen alternati¬
vamente un
vestido; 75 kilogramos de trigo, 100 kilo-
4
98 CARLOS MARX

gramos de hierro, etc. En este caso, una mercancía ex¬


presa valor en una serie de mercancías, en tanto
su
que en el caso anterior lo expresaba en una sola.
Hasta ahora, únicamente hay una mercancía que ex¬
prese su valor, primero en otra mercancía y después
en varias. Cada mercancía tiene que buscar su forma
o sus formas de valor, toda vez que no existe una for¬
ma de valor común a todas las mercancías.
En la fórmula que precede hemos visto que 20 me¬
tros de tela valen un vestido, o 75 kilogramos de tri¬
go, 100 kilogramos de hierro, etc. No cambiando la
o
mercancía cuyo valor se quiere expresar, que es la
tela, varían las que expresan su valor: primero, un
vestido; después, el trigo; luego, el hierro, etc. La
misma mercancía—la tela—puede tener tantas repre¬
sentaciones de su valor cuantas sean las diferentes mer¬
cancías. Y si, por elcontrario, quisiéramos que una sola
representación reflejase el valor de todas las mercan¬
cías, tendríamos que invertir nuestro ejemplo de esta
manera: un vestido vale 20 metros de tela; 75 kilogra¬
mos de trigo valen 20 metros de tela; 100 kilogramos de
hierro valen 20 metros de tela, etc. Esta fórmula, que
es la precedente, invertida, la cual era a su vez el
desenvolvimiento de la forma simple de la relación le
cambio, nos da, por último, una expresión uniforme de
valor el conjunto de las mercancías. Todas tie¬
para
nen medida común de valor—la tela—, que, sien¬
ya una
do apta para el cambio inmediato con ellas, es para
todas la forma de existencia de su valor.
Desde el punto de vista del valor, las mercancías
son cosas puramente sociales, y su forma valor debe
revestir, por consiguiente, una forma de validez social.
Y la forma valor sólo ha adquirido consistencia desde
el momento en que se ha unido a un género especial
de mercancías, esto es, a un objeto único universal-
mente aceptado. Este objeto único, forma oficial de
los valores, podría ser en principio, una mercancía
cualquiera: pero la mercancía especial, con cuya forma
propia se ha confundido poco a poco el valor, es el oro.
Si sustituimos, en nuestra última fórmula, la tela con
el capital
99

el oro, obtendremos la forma moneda del valor: todas


las mercancías se reducen,
pues, a cierta cantidad de
oro.

Antes de conquistar este


monopolio especial de forma
de valor, el oro era una mercancías
como otra cualquie¬
ra, y sólo porque
representaba previamente el papel
de mercancía al lado
de las demás, actúa hoy como
moneda frente a las otras mercancías. Como
cualquier
mercancía, el oro se presentó primero accidentalmente
en cambios aislados. Poco a
poco funcionó después, en
una esfera más o menos limitada, como medida
gene¬
ral del valor. En la actualidad, los cambios de
produc¬
tos se realizan exclusivamente por
su mediación.
La forma moneda del valor se manifiesta
hoy como
su forma natural. Al decir que el
trigo, un vestido, un
par de botas, se refieren a la tela como a la medida del
valor, como a la encarnación general del trabajo huma¬
no, salta en seguida a la vista lo extraño de semejante
proposición; pero cuando los productores de estas mer¬
cancías, en vez de referirlas a la tela, las refieren al
oro o a la plata, lo cual, en el
fondo, es lo mismo, la
proposición deja de sorprenderles. No parece que una
mercancía haya convertido en moneda porque las
se
demás expresen en ella su valor; parece, al
contrario,
que las mercancías expresan en ella su valor
porque
es moneda.

IV.—Apariencia material del carácter social


del trabajo

Indudablemente, esta forma, moneda o dinero, contri¬


buye a sugerir
falsa idea de las relaciones de los
una
productores. Esas relaciones ponen los productos unos
ante otros para cambiarlos comparando sus
valores; es
decir, comparando el trabajo de diferente género que
cada cual contiene en concepto de
trabajo humano se¬
mejante, y prestando de este modo a ese trabajo y a
sus productos un aspecto social distinto de su aspecto
natural.
100 CARLO* MARX

Los productosdel trabajo, que, en sí mismos, son


cosas comprender, se vuelven com¬
sencillas y fáciles de
plicados, llenos de sutilezas y enigmáticos en cuanto se
les considera como objeto de valor, prescindiendo de
su naturaleza física; en una palabra, desde que se con¬
vierten en mercancías.
Ha llegado a ser tan familiar para todo el mundo el
valor de cambio, el cual no es, en realidad, otra cosa
que la manera social de contar el trabajo invertido en
la fabricación de un objeto, que parece ser, como la for¬
ma moneda para el oro y la plata, una propiedad íntima
de los objetos.
Habiendo aparecido en el período histórico en que
dominaba el sistema mercantil de producción, ese carác¬
ter de valor ha tomado el aspecto de un elemento ma¬
terial de las cosas, inherente a ellas y eterno; no obs¬
tante, existen sistemas de producción en que la forma
social de los productos del trabajo se confunde con su
forma natural, en vez de ser distinta de ella, y en que
los productos se presentan como objetos de utilidad
bajo distintos conceptos y no como mercancías que se
cambian recíprocamente.
Esa apariencia material, que se da a un fenómeno
puramente social, esa ilusión de que las cosas tienen
una propiedad natural, gracias a la cual se cambian en

proporciones determinadas, transforma, a los ojos de


los productores, su propio movimiento social, sus rela¬
ciones personales para el cambio de sus productos, en
movimiento de las cosas mismas, movimiento que los
arrastra, sin que puedan dirigirlo ni mucho menos. La
producción y sus relaciones, creación humana, dominan
al hombre en subordinadas a él.
lugar de estar
Análogo hecho se observa en la región nebulosa del
mundo religioso. En esta región los productos del cere¬
bro humano se convierten en dioses, toman el aspecto
de seres independientes, dotados de cuerpos propios,
que se comunican entre sí y con los hombres. Lo mis¬
mo acontece con los productos manuales en el mundo
mercantil.
CAPITULO II

De los cambios

Relaciones de los poseedores de


mercancías; condiciones
de relaciones. La relación de cambio conduce
esas
nece¬
sariamente a la forma moneda. La
forma moneda va unida
a los metales preciosos

Relaciones de los poseedores de mercancías; condiciones


de las relaciones

Como las mercancías no pueden ir


por sí solas al mer¬
cado ni cambiarse entre
sí, sus poseedores, para poner¬
las en contacto, tienen que establecer a su
vez mutuas
relaciones. Así, pues, cada cual se
apropia la mercancía
ajena, prescindiendo de la propia, por medio de un acto
voluntario común. Por tanto, para que la
enajenación
sea
recíproca, los poseedores deben tácita¬
reconocerse
mente como propietarios
privados de las cosas enaje¬
nadas. Esta relación jurídica,
cuya forma es el contrato,
no es otra cosa
que la relación de las voluntades en
que se refleja la relación económica. En
tal caso, las
personas sólo existen a título de
representantes de la
mercancía de que son poseedoras.
Para el poseedor de una mercancía
que quiere cam¬
biarla por otra, esa mercancía no es un
valor de uso, un
objeto de utilidad, pues si le fuera útil no
procuraría
deshacerse de ella. La única utilidad
que el mercader
cambista encuentra en su mercancía es
que puede ser
útil a otros, y, por
consiguiente, es un instrumento de
102 CARLOS MARX

cambio y de valor inmediato. Desde este punto aspira a


canjearla por otras mercancías, cuyo valor de uso pue¬
da satisfacer sus necesidades personales.
Todas las mercancías son, para los que las poseen, lo
contrario de valores de uso, o sea valores negativos, y
para los que carecen de ellas, valores de uso positivo;
es, pues, necesariovaríen de dueño, y esa variación
que
constituye precisamente su cambio. Pero el cambio no
las relaciona entre sí sino en el concepto de valores, y
sólo después del cambio vienen a ser valores de uso
para el nuevo poseedor que las ha adquirido teniendo
en cuenta su utilidad. Es preciso, por consiguiente, que
las mercancías se manifiesten como valores netos, an¬
tesde que puedan realizarse como valores de uso.
También es necesario que su valor de uso esté de¬
mostrado antes de que las mercancías puedan realizar¬
se como valores, pues únicamente se realizan como va¬

lores a condición de que se demuestre que el trabajo


invertido en producirlas lo haya sido en una forma útil
a otros; y esta condición sólo se prueba cuando hay al¬
guien que quiera adquirirlas teniendo en cuenta su uti¬
lidad. En resumen, la utilidad de las mercancías única¬
mente se demuestra por su cambio.
Finalmente, sólo cuando son útiles las mercancías
pueden presentarse como valores, aunque deben haber¬
se presentado como valores antes de manifestar su uti¬
lidad. ¿Cómo quedarán satisfechas estas condiciones
contradictorias para los poseedores de las mercancías?

La relación de cambio arrastra necesariamente la forma


moneda

En esta situación, las mercancías únicamente pueden


manifestar su carácter de valor, y la cantidad de éste,
si se coloca sobre una base de igualdad con una canti¬
dad determinada de cualquier cosa útil, cuyo valor esté
ya demostrado. Dos mercancías muestran su valor al
ser comparadas con una tercera mercancía, cuya utili¬
dad, ya reconocida, da consistencia al valor de las otras
EL CAPITAL 103

dos. Esta tercera mercancía se


convierte en moneda, se¬
gún hemos visto en el capítulo anterior. La relación
de
cambio es la que origina
necesariamente la forma mo¬
neda.
El desarrollo histórico de la
producción y del cambio
ha dado a los productos del
trabajo, progresivamente,
el carácter de
mercancías, de productos para otros; una
parte de objetos útiles, cada vez
mayor, se ha produ¬
cido intencionadamente para el
cambio; esto es, que
hasta en su producción los
objetos no son considera¬
dos sino como valores desde el
punto de vista de su
utilidad. Para efectuar el cambio era
preciso poder com¬
parar su valor respectivo, y no pudiendo
hacerse esta
comparación sino mediante otra mercancía, la necesi¬
dad del comercio ha dado de este modo
origen a una
forma palpable que permite
comprar los objetos desde
el punto de vista del valor.
Esa forma palpable, que al
principio se adhiere a una
y otra mercancía, acaba
por unirse exclusivamente a
una especie particular de mercancía. De común acuer¬
do, una mercancíaespecial, que se separa de las otras,
sirve para exponer sus valores
recíprocos. La forma na¬
tural de esa mercancía
queda establecida socialmente
como la forma de existencia del
valor, funciona como
y
moneda, convirtiéndose en dinero.

La forma moneda va unida a los metales preciosos


La casualidad es quien
decide, originariamente, sobre
el género de mercancías en
que ha de fijarse la forma
moneda; mas forma no tarda en unirse a las mer¬
esa
cancías que por sus cualidades naturales son más
tas para esta función ap¬
social; esto es, a los metales pre¬
ciosos. Efectivamente, todas las muestras de estos me¬
tales son idénticas en el
concepto de sus cualidades, y
sólo semejantes materias
podían tener forma propia
para manifestar el valor
y servir de imágenes palpa¬
bles del trabajo humano. Por otra
parte, como las mer¬
cancías, en concepto de valores, sólo difieren
por su
104 CARLOS MARX

cantidad, la mercancía moneda debe ser apta para di¬


ferencias cuantitativas, a fin de adaptarse a las varia¬
ciones de cantidad.
El valor de uso del oro y de la plata, convertidos en
mercancía moneda, es doble. Además de su utilidad como
mercancías, pues sirven de primera materia para fabri¬
car muchos artículos, tienen una utilidad particular
por su función como moneda.
La relación social de cambio, que transforma el oro
y la plata en moneda, no les da su valor, que ya lo tenían
antes de ser moneda, sino únicamente esa forma espe¬
cial de valor. El hecho de saber que el oro tiene esa
forma especial de valor, la forma moneda, que lo hace
apto para el cambio inmediato con las demás mercan¬
cías, implica el conocimiento de cuánto valen, por ejem¬
plo, 20 pesetas de oro. Como cualquier mercancía, el
oro no puede expresar su propia cantidad de valor sino
en otras mercancías, y basta leer en sentido inverso una
tarifa de precios corrientes para hallar la cantidad de
valor del oro expresada en todas las mercancías ima¬
ginables.
CAPITULO III

La moneda o la circulación de las mercancías

I. Medida de los valores. La forma precio.—II.


Circulación
de las mercancías.—Curso de la moneda.—El
numerario o
las especies y el papel-moneda.—III.
Reservas de oro y
plata o tesoros.—El dinero como medio de pago.—La
pasiGAiun vpououi

I.—-Medida de los valores

Supongamos, para mayor claridad, que el oro es la


mercancía moneda. Realmente, en los
países en que,
como Francia, dos mercancías, el
oro y la plata, des¬
empeñan legalmente la función de
medida del valor,
sólo una de ellas se mantiene en
su lugar.
La primera función del oro consiste en suministrar
al conjunto de las mercancías la materia en que expre¬
san sus valores como productos de cualidad
igual y com¬
parables, por lo tanto, en el concepto de cantidad. Des¬
empeña, pues, el papel de medida universal de los va¬
lores.
Mas no es el oro convertido en
moneda lo que hace
a las mercancías
conmensurables: al contrario, porque
son conmensurables
las mercancías, siendo de igual cua¬
lidad en concepto de valores y fuerza
de trabajo mate¬
rializada, pueden hallar juntas su
en una
magnitud de valor
mercancía convertida en medida común.
Esta
medida de los valores, gracias
a la moneda, no es más
que la forma que debe tener
necesariamente su medi¬
da efectiva, que será
siempre el tiempo de trabajo.
1ÜG CARLOS MARX

La forma del precio

La expresión en oro de la magnitud de valor de una


mercancía es su forma moneda o su precio.
El precio de las mercancías no es cosa que se mues¬
tre sí misma. El poseedor se
por obligado a poner¬
ve
les unas etiquetas para anunciar precio; es decir,
su
para representar su igualdad con el oro. Todos los co-
comerciantes saben perfectamente que no necesitan ni
un grano de oro efectivo para estimar en oro el valor
de millones de mercancías. Aunque en su función de
medida de los valores sólo se emplea la moneda como
moneda imaginaria, no por eso la fijación de los pre¬
cios deja de depender completamente de la materia de
la moneda. Si esta materia fuese cobre en vez de oro,
los valores estarían representados por cantidades de co¬
bre distintas de las cantidades de oro; en otros térmi¬
nos, por precios distintos.
Como cantidades diferentes de una misma cosa, del
oro,las mercancías se comparan y se miden entre sí:
de aquí la necesidad de referirlas a una cantidad de
oro que se fija como término de comparación o como
unidad de medida. Como esa cantidad de oro debe te¬
ner una autenticidad social, la determina la ley. Divi¬
dida en partes iguales, la cantidad fija de metal se con¬
vierte en el tipo de los precios.
Así, pues, el oro desempeña aquí una segunda fun¬
ción. Sabemos que, como medida de los valores, sirve
para transformar los de las mercancías en supuestas
cantidades de oro en precios. Ahora bien: como tipo
de los precios, mide estas diversas cantidades de oro
una cantidad fija y las refiere a un peso fijo de oro.
Los precios o las cantidades de oro en que se transfor¬
man imaginariamente las mercancías se expresan desde

este momento con los nombres monetarios de ese peso


fijo, unidad de medida y de sus divisiones: en pesetas,
por ejemplo.
Los precios indican, pues, dos cosas a un mismo tiem¬
po: la magnitud del valor de la mercancía y la parte
EL CAPITAL
107
del peso de oro convertido en
unidad de medida,
la cual pueden ser por
cambiadas inmediatamente.
Si el precio, como
índice de la magnitud del valor
la mercancía, es la de
indicación de su relación de cam¬
bio con la
moneda, no se ha de deducir de esto
indicación de su relación de que la
cambio con la moneda se
confunda necesariamente con la indicación de su
nitud de valor. mag¬

Efectivamente,
la magnitud de valor
expresa la rela¬
ción íntima que existe
entre unas mercancías
y el tiem¬
po de trabajo social
necesario para producirla. Desde
que el valor se convierte en
ce como la
precio, esa relación apare¬
relación de cambio de la
mercancía con la
moneda. 'Mas la relación de
cambio lo mismo puede ex
presar el valor de la
mercancía que el más o el
que su cambio produce menos
accidentalmente en determina¬
das circunstancias.
se produce en el
Supongamos que un saco de trigo
mismo tiempo de
mos de oro, y
trabajo que 13 gra¬
que el nombre monetario de
mos de oro sea el esos 13 gra¬
de dos escudos: la
da del valor del saco expresión mone¬
de trigo, o su
cudos. precio, será dos es¬
Aunque las condiciones de la
producción no varíen,
aunque sea preciso el mismo
tiempo de trabajo si se
presentan circunstancias que permiten estimar
de trigo en tres el saco
escudos, u obliguen bajarlo a un es¬
cudo, tres escudos y un escudo, en ese
caso son
siones que expre¬
aumentan o disminuyen el valor del trigo,
y no obstante, son sus
precios porque expresan la re¬
lación de cambio del
trigo y de la moneda.
Es posible, pues,
que exista una diferencia
tiva entre el precio de cuantita¬
una mercancía
de valor, y esa y su magnitud
posibilidad proviene del doble
representa la misma forma papel que
precio.
En el precio, esto
es, en el nombre
monetario de las
mercancías, su equivalencia con el oro no
es aún un
hecho consumado. Para
producir prácticamente el efec¬
to de un valor de
cambio, la mercancía debe dejar de
ser oro
solamente imaginado y convertirse en
oro real
y positivo; para darle un precio basta
con declararla
108 carlos marx

igual a una cantidad de oro completamente imaginaria;


pero hay sustituirla con oro efectivo para que pres¬
que
te a su poseedor el servicio de procurarle, por medio
del cambio, las cosas que necesita.
La forma precio solamente manifiesta que las mer¬
cancías son enajenables y en qué condiciones su posee¬
dor quiere enajenarlas. Los precios son como miradas
amorosas que las mercancías dirigen al dinero. Para
que el dinero se deje atraer por las mercancías, es in¬
dispensable que su valor útil esté reconocido. No ha¬
blamos de los errores más o menos intencionados que
se cometen al fijar los precios, los cuales se corrigen

inmediatamente en el mercado por la tarifa de los com¬


petidores.

ii.—circulación de las mercancías

Gracias al cambio, las mercancías pasan de manos


en las que son valores negativos a otras en que se con¬
vierten en valores de uso. Llegadas al punto en que
sirven de objeto de utilidad, desaparecen de la esfera
de los cambios y caen en el dominio del consumo; mas
eso sólo sucede después de una serie de cambios de
forma.
Consideremos un caso cualquiera de un cambista en
el mercado: de un tejedor, por ejemplo. Cambia su mer¬
cancía, 20 metros de tela, por dos escudos de oro; des¬
pués cambia estos dos escudos por un vestido. En es¬
tas operaciones, el tejedor enajena la tela, que para él
no es más que un portavalor, por el oro, y el oro, fi¬

gura del valor de la tela, por otras mercancías, el ves¬


tido, que va a ser para él valor de uso. De donde re¬
sulta que el tejedor se ha proporcionado, en vez de su
primera mercancía, otra de valor igual, pero de utili¬
dad distinta; proporcionándose, de esta manera, medios
de subsistencia y de producción.
En último análisis, el tejedor no hace más que sus¬
tituir una mercancía por otra o cambiar productos.
Pero semejante cambio se efectúa mediante dos trans-
EL CAPITAL 109

formaciones opuestas y complementarias: transforma¬


ción de la mercancía en dinero
y nueva transformación
del dinero en mercancías:
transformaciones que repre¬
sentan, desde el punto de vista del poseedor de la mer¬
cancía, dos actos: venta o cambio de la mercancía
por
dinero, y compra o cambio del dinero por la mercancía.
El conjunto de los dos actos contenidos en
la operación
(tela-dinero-vestido), o lo que es igual
(mercancía-dine¬
ro-mercancía), se resume de este modo: vender para
comprar.
El mismo acto que es venta
para el tejedor es com¬
pra para el que le da los dos escudos
por su tela; y
estos dos escudos eran ya el
producto de una venta para
el comprador de la tela.
Porque, prescindiendo del cam¬
bio del oro en su fuente de
producción, esto es, en el
punto donde se cambia como producto
inmediato del
trabajo por otro producto de igual valor, el oro sólo re¬
presenta, en manos de cada productor cambista, un
pre¬
cio de mercancía realizado.
Supongamos que el comprador de la tela ha obteni¬
do los dos escudos de transformación de un saco de
trigo en dinero, y veremos en tal caso
la tela, que que
como cosa vendida
es la iniciación del
movimiento de
cambio (tela-dinero-vestido), como cosa
comprada es el
término de otro movimiento de cambio
(trigo-dinero-
tela).
Por otra parte, el acto
que es compra para el tejedor
es venta para el sastre, el cual, a su
vez, convierte los
dos escudos procedentes de la venta de su vestido en
otra mercancía: en un barril de
vino, por ejemplo. El
término del movimiento
(tela-dinero-vestido) se convier¬
te de esta manera en iniciación de otro movimiento
(vestido-dinero-vino).
Así, pues, la primera transformación de una mercan¬
cía, la tela, es la última de otra,
el trigo, y la última
transformación de la misma mercancía, la tela, es la
primera de otra, el vestido, y así sucesivamente. El con¬
junto de estos movimientos, movimientos
que se enca¬
denan, constituye «la circulación de las mercancías».
Como, según acabamos de ver, la circulación de las
110 CARLOS MARX

mercancías conduce en cada uno de sus movimientos

particulares cambio de productos, esa circulación


a un
se distingue esencialmente del cambio inmediato de las
mercancías. Indudablemente, el tejedor de nuestro ejem¬
plo ha cambiado en definitiva su mercancía, la tela, por
otra, que es el vestido; pero este hecho sólo es verda¬
dero desde su punto de vista. El vendedor del vestido,
al cual se presentó el tejedor con el oro, representación
del valor de su tela, no creía probablemente que cam¬
biaba su vestido por tela. La mercancía del sastre ha
sustituido a la del tejedor; pero tejedor y sastre, en
las condiciones generales de la circulación de las mer¬
cancías, nocambian sus productos recíprocamente, sólo
ven la moneda; y las monedas no pueden decir por
qué artículo las han cambiado.
Tampoco acaba la circulación, como el cambio inme¬
diato, en el cambio de dueño de los productos. El di¬
nero no desaparece. En el movimiento (tela-dinero-ves¬

tido), la tela vendida a quien quiere usarla sale de la


circulación, sustituyéndola el dinero; el vestido sale
después, sustituyéndolo también el dinero, y así suce¬
sivamente. Cuando la mercancía de un cambista, que
en este caso es el sastre, reemplaza a la de otro —el

tejedor—, el dinero pasa siempre a un tercero: el ven¬


dedor de vino.
El complemento obligado de la venta es la compra;
pero no es forzoso que estas dos operaciones comple¬
mentarias se sucedan inmediatamente; puede separar¬
las un período de tiempo más o menos largo. Si la se¬

paración de las dos operaciones se prolonga demasia¬


do, su unión íntima se demuestra por la crisis que surge.

Curso de la moneda

Desde el instante en que el vendedor completa la ven¬


ta por la compra, el dinero sale de sus manos. En nues¬
tro ejemplo, la moneda pasa del tejedor al sastre y de
éste al mercader de vino, realizando sucesivamente el
precio de su mercancía. El movimiento que la circula-
EL CAPITAL 111

ción de las mercancías imprime a ia


moneda la aleja,
pues, de su punto de partida para
transmitirla, sin in¬
terrupción, de mano en mano; esto es lo que se llama
«curso de la moneda».
Se trata ahora de saber la cantidad de
moneda que
el movimiento de circulación
puede absorber.
Diariamente se realizan
en un país ventas más
o me¬
nos numerosas de
mercancías distintas. El valor de las
vendidas se hallaba indicado, antes de su
venta, por su
precio; esto es, por una cantidad de oro supuesta. La
moneda realiza el precio de estas
mercancías, trans¬
mitiéndolas del vendedor al comprador. Dicho de otro
modo, representa realmente las cantidades de oro
ya
expresadas imaginariamente en el total de los precios.
Así, pues, la cantidad de dinero exigida por la circula¬
ción de todas las mercancías
que existen en el mercado
se halla determinada
por el total de precios. Siem¬
sus
pre que este total varíe, variará,
la misma propor¬
en
ción, la de moneda circulante.
masa
Ciertas variaciones de esta masa
mo análisis, de la
dependen, en últi¬
moneda, del oro mismo.
Antes de que éste funcione como medida
del valor,
su propio valor se halla
determinado, y si funciona como
tal se debe a que es un
producto del trabajo, es decir,
un valor variable. En este concepto, cada vez
que su
valor sufra alteración, se alterará
evidentemente la apre¬
ciación del valor de las
mercancías, hecha con arreglo
al suyo.
Si el valor del oro
aumenta, si se duplica, por ejem¬
plo, un escudo valdrá lo que antes valían
dos, y mer¬ las
cancías que vallan dos escudos
valdrán, por consiguien¬
te, uno. Si disminuye, por ejemplo, en la
mitad, dos
escudos valdrán lo que antes valía
uno, y las mercan
cías que valían dos escudos valdrán
cuatro. Natural¬
mente, hay que admitir en ambos casos que el valor
par¬
ticular de las mercancías, esto
es, el tiempo necesario
para su producción, sigue siendo el mismo.
Así, pues, los precios, estimación del valor de las mer¬
cancías en oro, varían con el valor de éste;
y como no
hay alteración en* el valor de las mercancías,
bajan los
112 CARLOS MARX

precios si aumenta el valor del oro, y suben si dismi¬


nuye.
Estando determinada la cantidad de moneda en cur¬
so por el total de precios que deben realizarse, cualquier
variación de estos precios produce una alteración en la
cantidad de moneda circulante; esta variación puede
depender, según hemos visto, de la misma moneda, en
su cualidad, no de instrumento de la circulación, sino
de medida del valor. Esto sentado, suponemos que el
valor del oro se halla establecido, como efectivamente
lo está, en el momento de fijar los precios.
Consideremos cierto número de ventas sin relación
entre sí; por ejemplo, las ventas aisladas de un saco
de trigo, veinte metros de tela, un vestido y un barril
de vino. Siendo el precio de cada artículo dos escudos,
para realizar el precio de los cuatro habría que poner
en circulación ocho escudos; pero si estas mismas mer¬
cancías forman la serie de transformaciones expuestas
anteriormente (un saco de trigo-dos escudos, un vestido-
dos escudos, veinte metros de tela-dos escudos, un ba¬
rril de vino-dos escudos), los mismos dos escudos que
llegan a manos del mercader de vino ponen en circu¬
lación las cuatro mercancías, realizando su precio su¬
cesivamente. En este caso, la velocidad del curso de la
moneda suple su cantidad.
El cambio de lugar de los dos escudos, cuatro veces
verificado, resulta de las transformaciones completas
(su venta seguida de compra), y relacionadas entre sí
del trigo, de la tela y del vestido, que terminan con la
primera transformación del barril de vino. Los movi¬
mientos complementarios que forman esta serie se efec¬
túan sucesivamente; necesitan más o menos tiempo para
realizarse y la velocidad del curso de la moneda, que
influye en su cantidad, como acabamos de ver, y se mide
por el número de mutaciones de las mismas monedas
en un tiempo dado. Supongamos que la circulación de
nuestras mercancías dure un día: la masa de
cuatro
moneda en —dos escudos—, multiplicada por el
curso
número de mutaciones de las mismas ttíbnedas, es decir,
., EL CAPITAL 113

por cuatro, es igual al total del precio de las mercan¬


cías, o sea ocho escudos.
La circulación en un país comprende, durante un tiem¬
po dado, las ventas o compras aisladas, esto es, las trans¬
formaciones parciales en que la moneda sólo cambia
de
lugar una vez, y las series de transformaciones
más o
menos extensas en que las mismas
monedas experimen¬
tan traslaciones más o menos
numerosas. Así, pues, cada
una de las monedas que componen la suma total
de di¬
nero en circulación funcionan con actividad distinta;
pero el conjunto de estas monedas realiza, durante un
tiempo determinado, un total de precios. Por consiguien¬
te, se establece una ve'ocidad media en el curso de la
moneda. Conocida esta velocidad
media, queda determi¬
nada la masa de oro que puede funcionar como
instru¬
mento de la circulación,
puesto que esa masa, multipli¬
cada por el número medio de sus
mutaciones, debe ser
igual al total de precios que han de realizarse.
La velocidad del curso de la moneda
sólo indica la
velocidad de las transformaciones de las
mercancías, la
mayor o menor rapidez con que
desaparecen de la circu¬
lación y su sustitución por otras nuevas.
En el curso rápido de la moneda se
manifiesta la
unión de la venta y la
compra como dos actos alterna¬
tivamente realizados por los mismos
cambistas. Por el
contrario, la lentitud del curso de la moneda muestra la
separación de ambas operaciones y la
interrupción de
los cambios de forma de las mercancías. Es
muy gene¬
ral la tendencia a explicar esa
interrupción por la can¬
tidad insuficiente de moneda circulante,
cuando lo que
ocurre es que -—y esto resulta de lo
dicho— la canti¬
dad de los medios de
circulación, en un período de tiem¬
po dado, está determinada
el precio total de las
por
mercancías circulares por la
velocidad de sus trans-
y
foramciones: en dinero, por medio de la venta,
y en
otras mercancías, por medio de la
compra.
114 CARLOS MARX..

El numerario o las especies y el papel moneda


El origen del numerario radica en la función que des¬
empeña la moneda como instrumento de circulación. El
peso de oro adoptado como unidad de medida y sus
subdivisiones deben presentarse ante las mercancías, en
el mercado, en forma de numerarios o de especies acu¬
ñadas. Del mismo modo que el establecimiento de la
unidad de medida, la acuñación es incumbencia del Es¬
tado. En concepto de numerario, el oro y la plata re¬
visten así una forma oficial, un uniforme nacional, que
abandonan en el mercado del mundo.
Las monedas de oro y plata se desgastan más o me¬
nos en la circulación y pierden, por consiguiente, ma¬

yor o menor cantidad de peso. Especies de igual nom¬


bre, que vienenser de este modo de valor desigual,
a
por no mismo peso, se consideran iguales en
poseer el
la circulación, pues, aunque pierden parte de su peso,
conservan su valor nominal. La circulación, pues, tien¬

de a convertir el numerario en un símbolo de su peso


metálico oficial.
La función numeraria del oro, desprendida así de su
valor mecánico, por el roce mismo de su circulación,
puede desempeñada también por cosas relativamen¬
ser
te sin valor, como unos trozos de papel. Desde ese mo¬
mento, como la moneda, en concepto de numerario o
instrumento de circulación, queda reducida a ser el sig¬
no de sí propia, se puede sustituir en esta función con
meros signos. Sólo es necesario que el signo de la mo¬

neda —el papel moneda— sea, como ella, socialmente


valedero, carácter que adquiere por la acción del Es¬
tado.
Por otra parte, ocupando el lugar de la moneda, el
papel moneda debe estar proporcionado en su misión a
la cantidad de moneda que represente y que realmente
debiera circular. En caso de que excediera de esta le¬
gítima proporción, los hechos la reducirían al tipo in¬
dicado. Si la masa de papel moneda llegara a ser el do¬
ble de la proporción debida, un billete de 100 pesetas,
el capital
115

por ejemplo, no
representaría más que 50. Unicamente
se trata aquí del papel moneda
con curso forzoso
to pues¬
en circulación por el Estado.

III.—Reservas de oro y de plata o tesoros

Con el desarrollo de la
circulación de las mercancías
se desarrolla también la necesidad
y el deseo de ad¬
quirir y conservar lo que en el
régimen de producción
mercantil constituye el nervio de
todas las cosas: el di¬
nero.
Todo productor debe hacer
provisión de dinero. Efec¬
tivamente, las necesidades del productor se renuevan
sin cesar y le imponen cada momento la compra
a
de
mercancías ajenas, en tanto que la
producción y la ven¬
ta de las suyas requieren más o menos tiempo
y depen¬
den de mil contingencias. Para
poder comprar sin ven¬
der es indispensable haber
vendido antes sin comprar.
Las mercancías no se venden
desde luego para
otras en comprar
seguida, sino para reemplazarlas con dinero
se conserva
que
y se va empleando según las necesidades.
La moneda, detenida adrede en su
circulación,
se petri¬
fica, por decirlo así, convirtiéndose
tesoro: y el ven¬
en
dedor se convierte en acumulador de dinero. De este
modo se forman, en todos los puntos que están en re¬
laciones de negocios, reservas de dinero en las propor¬
ciones más diversas.
Ya hemos visto que la cantidad
de moneda en curso
se halla determinada
por el total de los precios de las
mercancías circulantes y por la velocidad de
su circu¬
lación. Esta cantidad aumenta,
pues, al mismo tiempo
que la circulación de las
mercancías, y disminuye con
ella. Por consiguiente, unas veces
debe entrar en circu¬
lación una masa mayor de
moneda, y otra debe salir de
la circulación una
parte. Esta condición se cumple
medio de las reservas de dinero por
que entran o salen de
la circulación, esto
es, por el dinero en su forma tesoro.
CARLOS MARX
116

El dinero como medio de pago

En la forma de la circulación de las mercancías exa¬


minada hasta aquí, unos cambistas se presentan con
las mercancías y otros con el dinero. No obstante, a me¬
dida que se desenvuelve la circulación se desenvuelven
también varias circunstancias que tienden a establecer
un intervalo más o menos largo entre la venta de la
mercancía y la realización de su precio.
Algunas especies de mercancías requieren, para su
producción, más tiempo que otras; las épocas de pro¬
ducción no son iguales para todas, etc. Puede suceder,
pues, que uno de los cambistas esté dispuesto a vender,
en tanto que el otro aún carece de medios de comprar.
Cuando las mismas transacciones se renuevan constan¬
temente entre las mismas personas, las condiciones de
venta y compra de las mercancías se regulan según las
condiciones de su producción. El uno venderá una mer¬
cancía presente, y el otro comprará sin pagar en segui¬
da, en calidad de representante de dinero por venir.
De modo, el vendedor se convierte en acreedor, y
este
el comprador, en deudor; y el dinero adquiere una nue¬
va función: se hace medio de pago.
La aparición simultánea, en una venta, de la mercan¬
cía y del dinero, deja, pues, de existir. Desde este mo¬
mento, el dinero funciona principalmente como medi¬
da de valor en la fijación del precio de la mercancía
vendida. Establecido mediante contrato, este precio in¬
dica obligación del comprador, esto es, la suma de
la
dinero de que es deudor a plazo fijo.
Funciona, además, como medio de compra imaginaria.
Aunque sólo existe en la promesa del comprador, le
trasfiere, no obstante, la mercancía.
Unicamente al finalizar el plazo entra como medio de
pago en la circulación; es decir, pasa de manos del
comprador a las del vendedor.
Como medio de circulación, el dinero se convertía en
tesoro, puesto que el movimiento de circulación se había
detenido en su primera mitad, al no seguir a la venta la
compra. Como medio de pago, sólo entra en circulación
EL CAPITAL
117

cuando la mercancía ha salido ya de ella. El


vendedor
transformaba la mercancía en dinero
para satisfacer sus
necesidades mediante la compra de objetos
útiles; el acu¬
mulador de dinero, para conservarlo
bajo su forma de
permutabilidad inmediata con toda clase de
mercancías,
esto es, en su forma de dinero; el comprador deudor,
para poder pagar. Si no efectúa esta
transformación, si no
paga al vencimiento, sobreviene una venta forzosa de su
hacienda. Así, pues, el cambio de la mercancía en dinero
constituye una necesidad social que se impone al produc¬
tor cambista, independientemente de sus necesidades y
caprichos personales.
Los pagos que se deban efectuar pueden
compensarse
cuando, en vez de efectuarse el hecho, se saldan recípro¬
camente, anulándose. Teniendo esto en cuenta, se organi¬
zan instituciones para realizar esas compensaciones,
las
cuales disminuyen la masa de numerario
empleado. Ade¬
más, circula en un tiempo determinado, un día, por ejem¬
plo, cierta cantidad de dinero destinada a pagar las obli¬
gaciones que vencen ese dia y que representan mercan¬
cías fuera de la circulación desde hace mucho
tiempo. En
estas condiciones, la cantidad de moneda
que circula en
cierto período, determinada la velocidad
de los medios
de circulación y de
pago, es igual a la suma de los pre¬
cios de las mercancías por realizar, más la suma de
los
pagos que cumplan en ese período, descontando la tota¬
lidad de los pagos que se compensan.
La moneda de crédito—letras, pagarés,
etc.—, tiene su
origen inmediato en la función del dinero como medio de
pago. Los documentos que acreditan las deudas contraí¬
das por las mercancías compradas circulan
también para
transferir a otros los créditos que representan. A medida
que se extiende el sistema de crédito, la moneda reviste
como medio de
pago formas de existencia especiales, y
en virtud de ellas se
regulan las grandes operaciones co
merciales, en tanto que las especies de oro y plata que¬
dan reducidas principalmente al comercio al
por menor.
Se establecen en cada país ciertos términos
generales
y épocas determinadas en que los pagos se efectúan en
gran escala, y la función del dinero como medio de
118 CARLOS MARX

pago exige la acumulación de las sumas necesarias para


las fechas de vencimiento.

La moneda universal

Al salir de la circulación interior de un país, el metal


moneda abandona las formas locales que había revestido
para recobrar su forma primitiva de barra o lingote.
En el ámbito nacional de la circulación, una sola mer¬
cancía puede servir de medida de valor; en el mercado
universal hay una doble medida de valor: el oro y la
plata.
SEGUNDA PARTE

TRANSFORMACION DEL DINERO EN CAPITAL

CAPITULO IV

Fórmula general del capital

Circulación simple de las mercancías y circulación del


dinero como capital. La plusvalía

Circulación simple de las mercancías y circulación


del dinero como capital

En la circulación de las mercancías


radica el punto de
partida del capital. Este sólo aparece cuando la
produc¬
ción y el comercio alcanzan cierto
grado de desarrollo.
La historia moderna del capital
empieza con la creación
del comercio y del mercado de ambos
mundos en el si¬
glo xvi.
Ya hemos visto que la forma inmediata de
la circula¬
ción de las mercancías (20 metros
de tela-dos escudos-un
vestido o
mercancías-dinero-mercancía) es la transforma¬
ción de la mercancía en dinero
y nueva transformación
del dinero en mercancía; esto
es, vender para comprar.
Mas al lado de esta forma encontramos otra
completa¬
mente distinta (dinero-mercancía-dinero), o
sea transfor¬
mación del dinero en mercancía y nueva transformación
de la mercancía en dinero; es
decir, comprar para ven-
120 CARLOS MARX

der. Todo dinero que realiza ese movimiento se con¬


vierte en capital.
Conviene observar que ese movimiento—comprar para
vender—no se diferencia de la forma corriente de la cir¬
culación de las mercancías sino para el que imprime el
movimiento al dinero, para el capitalista. En realidad, se
compone de dos actos de la circulación corriente—com¬
pra y venta—separados de los que regularmente les pre¬
ceden y les siguen, y se considera que constituyen una
operación completa. El primer acto—la compra—es una
venta para aquel a quien compra el capitalista; el se¬
gundo—la venta—es una compra para aquel a quien el
capitalista vende; sólo existe aquí el encadenamiento
corriente de los actos comunes de la circulación. Com¬
prar para vender, como operación completa, distinta de
la circulación corriente, sólo existe desde el punto de
vista del capitalista.
En cada uno de estos dos movimientos (mercancías-
dinero-mercancía y dinero-mercancía-dinero) se presen¬
tan frente a frente dos elementos materiales idénticos:
mercancía y dinero. Pero en tanto que el primer movi¬
miento—la circulación simple de las mercancías—prin¬
cipia por la venta y termina por la compra, el segundo
—la circulación del dinero como capital—comienza por
la compra y acaba por la venta.
En la primera forma, el dinero se convierte finalmen¬
te en mercancía destinada a servir de valor de uso, de
cosa útil. Arrastrado por el acto de la
compra, el dinero
sealeja de su punto de partida y se gasta definitiva¬
mente. En la segunda, el comprador pone su dinero en
circulación para recobrarlo en último término como ven¬
dedor. Este dinero, que vuelve a su punto de partida,
fue sencillamente anticipado, cuando se le puso al prin¬
cipio en circulación.

La plusvalía
La satisfacción de una necesidad—un valor de uso—:
ése es el objeto determinante del primer movimiento,
EL CAPITAL 121

termina en un cambio de
que
productos de igual canti¬
dad como valores,
aunque de cualidad distinta como va¬
lores de uso; por ejemplo, tela
y vestido. Puede suceder
que la tela sea vendida en más
de su valor y el traje
comprado en menos, de lo que resultará perjudicado
uno de los cambistas;
pero esa posible desigualdad de
los valores cambiados no es más
que un accidente en el
caso expuesto. El
carácter normal de esa forma de cir¬
culación es la igualdad de valor de
ambos extremos, es
decir, de las dos mercancías.
El segundo movimiento acaba
de la misma manera
que empieza: por el dinero. Su objeto
pues, es el valor de cambio. Los dos
determinante,
extremos—las dos
sumas de dinero—, idénticos en
cuanto a su calidad y
utilidad, sólo se diferencian por su cantidad: cambiar,
por ejemplo, 100 escudos por 100 escudos sería una ope¬
ración completamente inútil;
por consiguiente, el movi¬
miento dinero-mercancía-dinero sólo
puede tener razón
de ser en la diferencia cuantativa
de ambas sumas de
dinero. Finalmente, sale de la
circulación más dinero del
que entró. La forma completa de
este movimiento es,
por ejemplo, 100 escudos-2.000 libras de
algodón-110 es¬
cudos ; termina en el cambio de una
suma de dinero
—100 escudos—por una suma
mayor—110 escudos—. A
este excedente, a este acrecentamiento de
10 escudos es
a lo
que llamamos «plusvalía», es
decir, sobrevalor o
aumento de valor. Así,
pues, no sólo se conserva en la
circulación el valor anticipado, sino
que se hace mayor,
y esto es lo que lo convierte en
capital.
El movimiento que consiste en vender
para comprar,
que tiende a la aprobación de cosas
aptas para satisfa¬
cer determinadas
necesidades, encuentra fuera de la cir¬
culación un límite en el consumo de las cosas
compra¬
das; es decir, en la satisfacción de las necesidades. Por
el contrario, el movimiento de
comprar para vender,
que tiende al aumento de valor, no tiene
si se estanca el valor, que sólo aumenta
límites; pues
por su renova¬
ción continua, no se aumentará.
El último término del movimiento
dinero-mercancía-
dinero, 110 escudos en nuestro ejemplo, es el primero
i 22 CARLOS MARX

de un nuevo movimiento de igual género, cuyo término


es mayor que aquél, y así sucesivamente.
Como representante de ese movimiento, el poseedor
del dinero se convierte en capitalista. Su único objeto es
el movimiento continuo de la ganancia, constantemente
renovada por el lanzamiento continuo del dinero en la
circulación, es, la plusvalía creada por el valor.
esto
No se preocupa para nada del valor de uso, de la uti¬
lidad. Para él, mercancías y dinero sólo funcionan como
formas diferentes del valor, el cual, cambiando incesan¬
temente de forma, cambia también de magnitud y pa¬
recen haber adquirido la propiedad de procrear. Bajo
la forma de dinero, el valor empieza, termina y vuelve
a empezar su procedimiento de adquisición de plusvalía.
Bajo la forma de mercancía, aparece como instrumen¬
to para hacer dinero. La fórmula general del capital,
tal como se manifiesta en la circulación, es ésta: com¬
prar para vender más caro.
CAPITULO V

Contradicciones de la fórmula general del


capital
La circulación de
las mercancías tiene
por base el cambio
de valores equivalentes. Aun admitiendo el cambio
de va¬
lores desiguales, la circulación de las
mercancías no crea
plusvalía o aumento de valor

La circulación de las mercancías tiene por base el cam¬


bio de valores
equivalentes

Vamos a examinar ahora si la


circulación de las mer¬
cancías permite, por su
naturaleza, el aumento de los
valores que entran en ella; es
decir, la formación de una
plusvalía.
Consideremos el cambio de dos
el dinero sólo interviene de
mercancías, en el cual
manera
imaginaria, como ex¬
presión en moneda de las mercancías. Es
evidente que
los dos cambistas pueden salir
gananciosos; ambos se
desprenden de productos que no son de ninguna utili¬
dad para ellos, y adquieren otros
que necesitan. Un in¬
dividuo que posee mucho
trigo y carece de vino, cam¬
bia con otro que tiene mucho
vino y carece de trigo, un
valor de 500 pesetas en
trigo por 500 pesetas en vino.
Desde el punto de vista del valor de
uso—de utilidad—
hay beneficio para ambos, y el cambio
es, en este con¬
cepto, una transacción en la
que las dos partes obtie¬
nen ganancia. Mas desde el punto de vista del valor de
cambio, el cambio de 500 pesetas en trigo
por 500 pe¬
setas en vino no representa aumento
de la riqueza para
ninguno de los cambistas, pues cada uno de ellos po-
124 carlos marx

seía antes del cambio un valor igual al que éste le ha


proporcionado.
Aunque intervenganrealmente el dinero, sirviendo
de intermediario como instrumento de circulación entre
esas mercancías, esto es, separando los actos de venta

y compra del trigo y del vino, es indudable que esa


intervención no modificará en nada el problema.
Si se prescinde de las circunstancias accidentales que
no dependen de las leyes mismas de la circulación, sólo

hay en ésta, aparte de la sustitución de un producto útil


por otro, un simple cambio de forma de la mercancía:
en nuestro ejemplo, trigo en vez de vino. El mismo va¬
lor queda siempre en poder del mismo cambista, sólo
que retiene este valor sucesivamente bajo la forma de
su propio producto puesto en venta—trigo, por ejem¬
plo—bajo la forma dinero—precio realizado del produc¬
to puesto en venta—trigo, por ejemplo—bajo la forma

dinero—precio realizado del producto (500 pesetas en


nuestro caso)—y, por último, bajo la forma del producto
ajeno adquirido por esa suma—vino, por ejemplo—. Es¬
tos cambios de forma no implican cambiar un billete de
100 pesetas por 20 duros, y de la circulación, que sólo
es un cambio de forma respecto al valor de las mercan¬

cías, no puede resultar regularmente más que un cam¬


bio de valores equivalentes.
Así, pues, si con relación al valor de uso el cambio,
en su forma más pura, beneficia a los dos cambistas,
ese cambio no puede ser, respecto al valor de cambio,

un origen de beneficios para ninguno de ellos. Por con¬

siguiente, la formación de la plusvalía no puede pro¬


ceder, en ningún caso, de la circulación en sí.

Aun admitiendo el cambio de valores desiguales, la circu¬


lación de las mercancías no crea plusvalía o aumento
de valor

No obstante, como en la realidad estamos obligados a


admitir la formación de la plusvalía, y en la práctica las
cosas pocas veces se realizan con pureza, vamos a su-
EL CAPITAL 125

poner,
para explicar esa formación, que el cambio se
efectúe entre valores desiguales. Aun de este
el mercado sólo
modo, en
hay cambistas ante cambistas. El mo¬
tivo material del cambio, que consiste en
que los cam¬
bistas carecen del objeto que necesitan
y poseen el ob¬
jeto necesario a otro, les pone en una situación de mu¬
tua dependencia.
Decir que la plusvalía resulta
para los productores de
que venden sus mercancías en más de lo
que valen es
tanto como afirmar
que los cambistas, en su calidad de
vendedores, tienen el privilegio de vender excesivamen¬
te caro. El vendedor ha
producido por sí mismo la mer¬
cancía o representa el producto de
ella; pero el com¬
prador también ha producido o
representa al que ha
producido la mercancía convertida en el dinero con
que
compra. Por ambas partes hay productores; la
única
diferencia consiste en que el uno vende
y el otro com¬
pra. Si el poseedor de mercancías las
vende, con el
nombre de productor o de
vendedor, en más de lo que
valen, y con el nombre de consumidor o de
comprador
las comprademasiado caras, gana por un
concepto lo
que pierde por otro, y el resultado no se altera.
Lo mismo resultaría si se
supusiera no ya en el ven¬
dedor el privilegio de vender
muy caro, sino en el com¬
prador el de pagar las mercancías en menos de lo
que
valen: habiendo sido vendedor antes que
comprador, y
volviéndolo a ser después, perderá como vendedor el be¬
neficio obtenido como comprador.
Hemos considerado a vendedores y compradores en
general, prescindiendo de sus caracteres individuales.
Supongamos ahora que el cambista A, que es muy la¬
dino, consigue engañar a los cambistas B y C. A vende
a B, por 500 pesetas, una cantidad de vino
que vale 400,
y con esta cantidad compra a C
trigo que vale 600; A
realiza, pues, un beneficio de 200 pesetas.
Antes del cambio teníamos 400 pesetas de vino en
po¬
der de A, 500 pesetas en dinero en el de B
y 600 de tri¬
go en el de C; total, 1.500 pesetas. Después del cambio,
tenemos 600 pesetas de trigo en
poder de A, 400 pese¬
tas de vino en poder de B
y 500 pesetas en dinero en
CARLOS MARX
126

poder de C; total, 1.500 pesetas. El valor circulante


no ha aumentado ni un céntimo;sólo ha cambiado su
distribución entre A, B y C. Es lo mismo que si A hu¬
biese robado 200 pesetas. Una modificación en la distri¬
bución de los valores circulantes no aumenta, pues, su
cantidad:
Désele a esto las vueltas que se quiera, las cosas no
varían. ¿Se cambian valores equivalentes? No se pro¬
duce plusvalía. Tampoco se produce si se cambian valo¬
res desiguales. La circulación o el cambio de las mer¬
cancías no crea ningún valor. No siendo posible aumen¬
tar la cantidad de los valores lanzados a la circulación,
debe suceder algo fuera de ella que permita la forma¬
ción de una plusvalía. Pero ¿será posible la formación
de ésta fuera de aquélla?
Parece imposible que el pueda co¬
productor cambista
municar a su producto la propiedad de engendrar una
plusvalía fuera de la circulación, pues fuera de ésta
sólo se encuentra con la mercancía que contiene cierta
cantidad de su trabajo, la cual determina el valor del
producto. Puede hacer que aumente el valor del produc¬
to añadiéndole un valor nuevo con un nuevo trabajo;
pero no valor aumente por su pro¬
conseguirá que ese
pia virtud sin nuevo trabajo.
Llegamos, pues, a esta conclusión; el poseedor de di¬
nero debe comprar primero mercancías en su justo va¬
lor, venderlas después en lo que valen, y, sin embargo,
finalmente, un valor mayor que el que anticipa. Esta
transformación del dinero en capital debe verificarse en
el campo de la circulación, y, al mismo tiempo, no se
ha de realizar en él. Tales son las condiciones del pro¬
blema.
CAPITULO VI

Compra y venta de la fuerza de trabajo

La fuerza de trabajo es el origen de la plusvalía. Valor


de la fuerza de trabajo

La fuerza de trabajo es el origen de la plusvalía

El aumento de valor
que convierta al dinero en capi¬
tal no puede provenir del dinero. Si
es cierto que sirve
de medio de compra o de medio de
pago, no hace más
que realizar los precios de las
mercancías que compra
o paga. Si queda
como es, evidentemente, no aumenta.
Es preciso, por consiguiente,
que la mudanza de valor
provenga de la mercancía comprada y después vendida
más cara.

Esa mudanzano puede efectuarse en la


compra ni en
la venta: ambos casos sólo hay, según nuestra
en
hipó¬
tesis, un cambio de valores equivalentes. Así,
pues, no
queda más que una suposición posible: que la mudanza
provenga del uso de la mercancía después de su com¬
pra y antes de reventa. Mas se trata de una altera¬
su
ción en el valor cambiable. Para obtener un aumento
de ese valor cambiable por el uso de una mercancía
sería preciso que el capitalista tuviese la fortuna de
descubrir en la circulación una mercancía
que poseyera
la virtud especial de
ser, por su empleo, fuente de va¬
lor cambiable, hasta el punto
de que el hecho de usarla,
de consumirla, equivaliera a crear valor.
128 CARLOS MARX

En efecto, el capitalista encuentra en el mercado una


mercancía dotada de esa virtud especial. La mercancía
en cuestión se llama potencia o fuerza de trabajo. En

esta denominación se comprende el conjunto de facul¬


tades musculares e intelectuales que existen en el cuer¬
po de un hombre, y que deben poner en actividad para
producir cosas útiles.
El cambio indica que los cambistas se consideran, re¬
cíprocamente, propietarios de las mercancías cambiadas
que obran con libertad y con iguales derechos. Así, pues,
la fuerza de trabajo sólo puede venderla su propio due¬
ño; éste, jurídicamente, debe gozar de los mismos dere¬
chos que el dueño del dinero con quien trata; debe po¬
der disponer de su persona y vender su fuerza de tra¬
bajo por un tiempo determinado, de modo que, trans¬
currido ese tiempo, recobre plena posesión de ella. Si
la vendiese para siempre, se haría esclavo, y de merca¬
der se convertiría en mercancía.
parte, para que el dueño del dinero encuen¬
Por otra
tre trabajo que comprar, es preciso que el
fuerzas de
poseedor de ella, desprovisto de medios de subsistencia
y producción—primeras materias, por ejemplo, herra¬
mientas, etc.—, que le permitan satisfacer sus necesida¬
des, vendiendo las mercancías producto de su trabajo,
esté obligado a vender su fuerza de trabajo como mer¬
cancía, por carecer de otra que vender y no tener otro
medio de subsistencia.
Es evidente que la Naturaleza no produce por un
lado poseedores de dinero o de mercancías, y por otro,
individuos que sólo posean su fuerza de trabajo. Esta
relación, sin fundamento natural, tampoco es una rela¬
ción social común a todos los períodos de la historia.
Lo que caracteriza a la época capitalista es que el po¬
seedor de los medios de subsistencia y de producción
encuentra en el mercado al trabajador, cuya fuerza de
trabajo reviste la forma de mercancía, y el trabajo, por
consiguiente, la forma de trabajo asalariado.
EL CAPITAL 129

Valor de la fuerza de trabajo

La fuerza de trabajo posee, como


cualquier otra mer- •
cancía, un valor determinado
por el tiempo de trabajo
necesario para su producción.
Como la fuerza de trabajo es una facultad
del indivi¬
duo viviente, es preciso
que éste se conserve para que
subsista aquélla. El individuo necesita
para su sustento
o conservación cierta
cantidad de medios de subsisten¬
cia. La fuerza de trabajo, pues, tiene exactamente el
valor de los medios de subsistencia
necesarios al que la
pone en acción, para que pueda comenzar al día
siguien¬
te en idénticas condiciones de
energía vital.
Las necesidades
naturales—alimentos, vestidos, habi¬
tación, calefacción, etc.—varían según los climas y otras
circunstancias físicas de cada país. Por otra parte, tanto
el número de las llamadas necesidades materiales como
el modo de satisfacerlas dependen,
principalmente, del
grado de civilización. Mas para un país y una época
determinados, la medida de los medios necesarios de
subsistencia también está determinada.
Los dueños de la fuerza de trabajo son
mortales; para
que se le encuentre siempre en el mercado, como
la transformación constante del
exige
dinero en capital, es
preciso que se perpetúe, que reproduzcan en propor¬
ción igual, por lo menos, la cantidad de fuerza de tra¬
bajo que el desgaste y la muerte sustraen. La suma de
los medios de subsistencia necesarios para
la producción
de la fuerza de trabajo
comprende, pues, los medios de
subsistencia de los sustitutos, esto es, de los
hijos de
los trabajadores.
Por otra parte, para modificar la naturaleza humana
de modo que adquiera habilidad y rapidez en un género
determinado de trabajo, es decir, para hacer de ella
una fuerza de trabajo desarrollada en un sentido
espe¬
cial, es necesaria cierta educación, más o menos exten¬
sa, que origina un gasto mayor o menor de mercancías
diversas: si la fuerza de trabajo es igual a la suma de
mercancías necesarias para su producción, cuando la
130 CARLOS MARX

suma aumenta, como sucede en el caso presente, su va¬


lor también aumenta.
El precio de la fuerza de trabajo llega al mínimum
cuando se reduce el valor de los medios de subsisten¬
cia, los cuales podrían disminuir sin exponer la vida
no
del trabajador. Este, en ese caso, no hace más que ve¬
getar. Ahora bien: como el valor de la fuerza de tra¬
bajo está basado en las condiciones de una existencia
normal, su precio entonces es inferior a su valor.
Hecho ya el contrato entre comprador y vendedor, re¬
sulta de la naturaleza especial de la fuerza de trabajo
que su valor de uso no ha pasado en realidad a poder
del comprador. Si su valor, que ha requerido el gasto
de cierta cantidad de trabajo social, estaba determinado
antes de que entrase en la circulación su valor de uso,
que consiste en su ejercicio, sólo se manifiesta después.
La enajenación de la fuerza de trabajo y su servicio
como valor útil o, lo que es igual, su venta y su empleo,

no se efectúan al mismo tiempo.


Ahora bien: casi siempre que se trata de mercancías
de ese género, cuyo valor de uso enajenado por la venta
no es en realidad transmitido simultáneamente al com¬

prador, el vendedor no retibe el dinero sino en un pla¬


zo más o menos lejano, cuando su mercancía ha servi¬

do ya de cosa útil al comprador. En todos los países


donde reina la producción capitalista no se paga la fuer¬
za de trabajo hasta que ha funcionado durante cierto
tiempo, fijado en el contrato; por ejemplo, al fin de
cada semana. Por consiguiente, en todas partes deja el
trabajador que el capitalista consuma su fuerza de tra¬
bajo antes de obtener el precio de ello; es decir, le fía
o presta en todos conceptos. Como ese préstamo, que
no es un beneficio estéril para el capitalista, no modi¬

fica la naturaleza misma del cambio, supondremos, por


ahora, a fin de evitar inútiles complicaciones, que el
dueño de la fuerza de trabajo recibe el precio estipu¬
lado desde el momento en que la vende.
El valor de uso entregado por el trabajador al com¬
prador a cambio de dinero sólo se manifiesta en su em¬
pleo; esto es, en el consumo de la fuerza de trabajo
ÉL CAPITAL 331

vendida. Este consumo, que es al mismo tiempo pro¬


ducción de mercancías y de plusvalía, se verifica, como
el consumo de cualquier mercancía, fuera del mercado,
lejos del dominio de la circulación. Así, pues, debemos
salir de ese dominio y penetrar en el de la producción
para conocer el secreto de la fabricación de plusvalía.
TERCERA PARTE

PRODUCCION DE LA PLUSVALIA ABSOLUTA

CAPITULO VII

Producción de valores de uso


y producción de la plusvalía
I. El trabajo
en general y sus elementos. El
trabajo eje¬
cutado cuenta del capitalista.—II. Análisis del valor
por
del producto. Diferencia entre el valor de la fuerza de
trabajo y el valor que puede crear. El problema de la
transformación del dinero en capital está resuelto

1.—El trabajo en general y sus elementos

El trabajo es el uso o empleo de la fuerza de


trabajo.
El comprador de la fuerza de
trabajo la consume ha
ciendo trabajar al que la vende. Para
que el trabajador
produzca mercancías, trabajo debe ser útil, es decir,
su
realizarse en valores de uso. Así, pues, el capitalista
hace producir al obrero un valor de uso particular, un
artículo útil determinado. La intervención del capitalis¬
ta no puede modificar en nada la naturaleza misma
del
trabajo; por esa razón, vamos a examinar, ante todo,
el movimiento del
trabajo útil en general.
Los elementos simples de todo trabajo
son: primero,
la actividad personal del hombre o trabajo
propiamen¬
te dicho; segundo, el objeto en
que se ejecuta el tra¬
bajo, y tercero, el medio por el cual se ejecuta.
CARLOS MAÜÜ

Primero. La actividad personal del hombre es un gas¬


to de las fuerzas de que está dotado su cuerpo. El resul¬
tado de esta actividad radica, antes del gasto de fuerza,
en el cerebro del hombre, y 110 es otra cosa que el pro¬

pósito a cuya realización consagra deliberadamente su


voluntad. La obra exige, mientras dura, además del es¬
fuerzo de los órganos en acción, una atención sostenida
que sólo puede resultar de un esfuerzo constante de la
voluntad; y lo exige tanto más cuanto menos atractivo
ofrece el trabajo por su objeto y modo de ejecución.
Segundo. La tierra es el objeto universal de trabajo
que existe independientemente del hombre. Todas las
cosas cuyo trabajo se limita a romper la unión inme¬

diata con la tierra—por ejemplo, la madera cortada en


la selva virgen, el mineral extraído de su vena—son
objeto de trabajo de gracia de la Naturaleza. Se llama
primera materia al objeto en que se ha ejecutado ya un
trabajo, como el mineral lavado. Toda primera materia
es objeto de trabajo; pero todo objeto de trabajo no es
primera materia; sólo llega a serlo después de haber
óexperimentado una modificación cualquiera efectuada
por el trabajo.
Tercero. El medio de trabajo es una cosa o conjunto
de que el hombre coloca entre él y el objeto de su
cosas

trabajo para ayudar a su acción. El hombre convierte


cosas exteriores en órganos de su propia actividad; ór¬
ganos que añade a los suyos. La tierra es el almacén
primitivo de sus medios de trabajo. Ella le suministra,
por ejemplo, la piedra de que se vale para frotar, cor¬
tar, lanzar, comprimir, etc. En cuanto el trabajo alcanza
algún desarrollo, por leve que sea, ya no puede pres¬
cindir de medios trabajados. Lo que distingue una época
económica de otra; lo que muestra el desenvolvimiento
del trabajador, no es tanto lo que se fabrica como la
manera de fabricar, esto es, los medios de trabajo con
cuyo auxilio se fabrica. Además de las cosas que sirven
de instrumentos o auxiliares a la acción del hombre, los
medios de trabajo comprenden, en una acepción más am¬
plia, todas las condiciones materiales que, sin entrar di¬
rectamente en las operaciones ejecutadas, son, no obs-
EL CAPITAL 135

tante, indispensables, y cuya inexistencia haría defec¬


tuoso el trabajo, como los obradores, talleres, canales,
caminos, etc.
Así, pues, en la acción
de trabajo la actividad del
hombre efectúa,
ayuda de los medios de trabajo, una
con
modificación voluntaria de su objeto. Esa acción tiene
su fin en el producto terminado; es decir, en un valor
de uso, en una materia que ha experimentado un cam¬
bio de forma por el cual se ha adaptado a las necesi¬
dades humanas. El trabajo se ha materializado al com¬
binarse con el objeto de trabajo. Lo que era movimiento
en el trabajador aparece ahora en el producto como
una propiedad en reposo. El obrero ha tejido, y el
producto es una tela. Si se considera el conjunto de
este movimiento con relación a su resultado, es decir,
al producto, que es entonces medio y objeto de tra¬
bajo, ambos se presentan como medios de producción,
y el trabajo mismo como trabajo productivo.

Exceptuando la industria extractiva—explotación de


minas, caza, pesca, etc.-—, en la que el objeto de tra¬
bajo es suministrado por la Naturaleza, en todas las
demás industrias entran primeras materias, es decir, ob¬
jetos en los que se ha efectuado ya un trabajo. El pro¬
ducto de un trabajo llega a ser así el medio de produc¬
ción de otro.
La primera materia puede constituir la sustancia prin¬
cipal de un producto, o únicamente entrar en él en la
forma de materia auxiliar. En este caso, queda consu¬
mida por el medio de trabajo—como la hulla por la má¬
quina de vapor o el heno por el caballo de tiro—o se
une la primera materia para modificarla en algún
a
sentido—como el color a la lana—, o, por último, favo¬
rece la realización del trabajo—como las materias usa¬
das en el alumbrado y calefacción del taller—.
Como cada objeto posee propiedades diversas y se pres¬
ta por ellas a más de una aplicación, el mismo producto
es apto para formar la primera materia de diferentes
operaciones. Los granos, por ejemplo, sirven de primera
materia al molinero, al destilador, al ganadero, etc., y
136 CARLOS MARX

como semilla sirven de primera materia en su propia


producción.
En la misma producción, el mismo producto puede
servir de medio de trabajo y de primera materia. En la
cria de ganado, por ejemplo, el animal, materia trabaja¬
da, funciona también como medio de trabajo para la
preparación del estiércol.
Si existe ya un producto en forma que le haga adecua¬
do para el consumo, puede llegar a ser, a su vez, pri¬
mera materia de otro producto. La uva es la primera
materia del vino. Hay también productos que sólo sir¬
ven para primeras materias. En este caso se dice que
el producto no ha recibido más que una semielaboración:
el algodón es uno de estos productos.
El carácter de producto, de primeramateria o de me¬
dio de trabajo, depende, cuando se trata de un valor de
uso u objeto útil, del lugar que ocupa en el acto del

trabajo,, y al cambiar de lugar también cambia de ca¬


rácter.

Así, pues, todo valor de uso, al entrar en operaciones


nuevas como medio de producción, pierde su carácter
de producto, y sólo funciona, en calidad de colaborador
de trabajo en actividad, para la producción de nuevos
productos.
El trabajo gasta
sus elementos materiales—objeto de
trabajo medio de trabajo—, y es, por consiguiente, un
y
acto de consumo. Este consumo productivo se distingue
del consumo individual en que éste consume los pro¬
ductos como medio de satisfacción del individuo, en tan¬
to que el primero los consume como medios de ejecu¬
ción del trabajo. El producto del consumo individual
es el consumidor mismo; el resultado del consumo pro¬
ductivo es un producto distinto del consumidor.
El movimiento del trabajo útil, tal como acabamos de
analizarlo desde el punto de vista general, es decir, la
actividad que tiene por objeto la producción de valores
de uso, la adaptación de los medios exteriores a nues¬
tras necesidades, es una exigencia física de la vida hu¬
mana, común a todas las formas sociales. Por consi-
EL CAPITAL 137

guíente, su estudio general no puede indicarnos con


en
arreglo a qué condiciones sociales especiales se realiza
en un caso dado.

El trabajo ejecutado por cuenta del capitalista


El capitalista incipiente compra en el
mercado, esco¬
giéndolo de buena calidad y pagándolo en su justo pre¬
cio, todo lo necesario para la realización del trabajo:
medios de producción y fuerza de trabajo.
Evidentemente, la naturaleza general del trabajo no
se modifica por la intervención del capitalista. Como
consumo de fuerza de trabajo para el capitalista, el mo¬
vimiento del trabajo ofrece dos particularidades.
En primer lugar, el obrero trabaja bajo la inspección
del capitalista a quien pertenece su trabajo. El
capita¬
lista vigila constantemente para que los medios de pro¬
ducción se empleen con arreglo al fin que desea, para
que la tarea se haga a conciencia y para que el instru¬
mento de trabajo sólo sufra el daño propio de su
empleo.
En segundo lugar, el producto es propiedad no del pro¬
ductor inmediato, que es el trabajador, sino del capitalis¬
ta. Este paga el valor cotidiano, por ejemplo, de la fuerza
de trabajo. Así, pues, el uso de esta fuerza de trabajo
le pertenece durante un día, como el de un caballo
que
se alquila diariamente. En efecto, el uso de la mercan¬
cía pertenece al comprador, y al dar su trabajo el po¬
seedor de la fuerza de trabajo, es decir, el obrero, sólo
da en realidad el valor de uso que ha vendido: desde
su entrada en el taller la utilidad de su fuerza de tra¬
bajo pertenece al capitalista. Este, al comprar la fuer¬
za de trabajo, ha añadido el
trabajo, como elemento ac¬
tivo del producto, a los elementos pasivos, es decir, a
los medios de producción que poseía. Es una operación
de cosas que ha comprado, que le pertenecen. El pro¬
ducto resultante le pertenece, por consiguiente, con igual
título que el producto de la fermentación de su bodega.
13S carlos marx

II.—Análisis del valor del producto

El producto propiedad del capitalista es un valor de


uso, como telas, batas, etc. Pero, generalmente, el capi¬
talista no fabrica por amor a esas cosas. En la produc¬
ción mercantil, el valor de uso, esto es, el objeto útil,
sólo sirve de portavalor. Lo principal para el capitalista
es producir un objeto útil que tenga valor cambiable:
un artículo destinado a la venta, una mercancías. Quie¬
re, además, el capitalista que el valor de esa mercancía
supere el valor de las mercancías empleadas en produ¬
cirla; es decir, al valor de los medios de producción
y de la fuerza de trabajo en cuya compra invirtió el di¬
nero. Quiere producir no sólo una cosa útil, sino tam¬

bién un valor, y no solamente un valor, sino también


una plusvalía.
Del mismo modo que la mercancía es a la vez valor
de uso y valor de cambio, su producción debe ser al
mismo tiempo formación de valor de uso y de valor.
Examinemos ahora la producción desde el punto de
vista del valor.
Sabemos ya que el valor de una mercancía está de¬
terminado por la cantidad de trabajo que contiene; es
decir, por el tiempo socialmente necesario para su pro¬
ducción. Necesitamos, pues, calcular el trabajo conte¬
nido en el producto que ha hecho fabricar nuestro capi¬
cinco kilogramos de hilados, por
talista : ejemplo.
Paraproducir esa cantidad de hilados se necesita una
primera materia: pongamos cinco kilogramos de algo¬
dón, comprados en el mercado en su valor, que es, por
ejemplo, 13 pesetas, y admitamos que el desgaste de los
instrumentos empleados—brocas, etc.—asciende a tres
pesetas. Si una cantidad de oro de 16 pesetas, que es el
total de las cifras anteriores, es el producto de veinti¬
cuatro horas de trabajo, se deduce que, siendo la jor¬
nada de doce horas, hay ya dos jornadas contenidas en
los hilados.
Sabemos ahora que el valor que el algodón y el des¬
gaste de las brocas dan a los hilados es igual a 16 pe-
EL CAPITAL 139

setas. Falta aver iguar el valor que añade al producto


el trabajo del hilandero.
En esto es indiferente el género especial de trabajo
o su cualidad: lo que importa es su cantidad. No se
trata, como cuando se considera el valor de uso, de las
necesidades particulares que la actividad del trabajador
tiene por objeto satisfacer, sino únicamente el tiempo
durante el cual ha gastado su energía en esfuerzos úti¬
les. Por otra parte, no hay que olvidar que el tiempo
necesario en las condiciones corrientes de la producción
es el único que se cuenta para la formación del valor.

Desde este último punto de vista, la primera materia


absorbe cierta cantidad de trabajo, considerado única¬
mente como gasto de fuerza humana en general. Cierto
que esta absorción de trabajo convierte la primera ma¬
teria en hilados, si se gasta la fuerza del obrero en la
forma particular de trabajo que se llama hilar; pero el
producto en hilados, por el momento, no sirve más que
para indicar la cantidad de trabajo absorbido por el al¬
godón: cinco kilogramos de hilados, por ejemplo, indi¬
carán seis horas de trabajo, si para hilar 833 gramos se
necesita una hora. Ciertas cantidades de productos, de¬
terminadas por la experiencia, representan el gasto de
la fuerza de trabajo durante una hora, dos horas, un
día...
Supongamos que al realizarse la venta de la fuerza
de trabajo se ha sobrentendido que su valor diario era
de cuatro pesetas, suma equivalente a seis horas de
trabajo, y, por consiguiente, que era preciso trabajar
seis horas para producir lo necesario al sustento coti¬
diano del obrero. Ahora bien, nuestro hilandero ha trans¬
formado en seis horas—en media jornada de trabajo-
Ios cinco kilogramos de algodón cinco kilogramos de
en
hilados. Habiéndose fijado este mismo tiempo de tra¬
bajo en una cantidad de oro de cuatro pesetas ha aña¬
dido al algodón un valor de cuatro pesetas.
Hagamos ahora la cuenta del valor total del produc¬
to. Los cinco kilos de hilados contienen dos jornadas y
media de trabajo: algodón y brocas representan dos
jornadas, y la operación de hilar, media jornada. La
140 CARLOS MARX

misma cantidad de trabajo existe en una masa de oro


de 20 pesetas. El precio de 20 pesetas expresa, pues, el
valor exacto de cinco kilogramos de hilados, y el pre¬
cio de cuatro pesetas, el de un kilogramo.
En toda demostración las cifras son arbitrarias; pero
la demostración es la misma, cualesquiera que sean las
cifras y el género de producto que se haya tenido en
cuenta.
El valor del producto es igual al valor del capital ade¬
lantado. Este capital no ha procreado, no ha engendra¬
do plusvalía, y, por el dinero no se ha
consiguiente,
convertido en capital. El precio de cinco kilogramos
de hilados es de 20 pesetas, y 20 pesetas se han gastado
en el mercado en la compra de los elementos constitu¬
tivos del producto: 13 pesetas para cinco kilogramos
de algodón, tres pesetas por desgaste de las brocas y
cuatro pesetas por la fuerza del trabajo.

Diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor


que puede crear

Examinemos esta cuestión más de cerca. La fuerza


de trabajo importa cuatro pesetas porque esto es lo que
cuestan las subsistencias necesarias para el sustento
cotidiano de esta fuerza. El dueño de ella—el obrero—
produce un valor equivalente en media jornada de tra¬
bajo, lo cual no significa que no pueda trabajar una
jornada entera ni producir más. Asf, pues, el valor que
la fuerza de trabajo posee y el que pueda crear difie¬
ren en magnitud. En su venta, la fuerza de trabajo rea¬
liza su valor determinado por sus gastos de sostenimien¬
to diario; en su uso puede producir en un día más va¬
lor que ha costado. El capitalista ha tenido precisamente
en cuenta esta diferencia al comprar la fuerza de tra¬

bajo.
Por otra parte, nada hay en todo esto que no se aco¬
mode a las leyes del cambio de las mercancías. En efec¬
to, el obrero, vendedor de la fuerza de trabajo, como
el vendedor de cualquier mercancía, obtiene el valor
EL CAPITAL 141

cambiable y cede el valor de uso: no puede obtener


el primero sin entregar el segundo .El valor de uso de
la fuerza de trabajo, esto es, el trabajo, no pertenece al
que lo vende, como no pertenece al tendero el empleo
del aceite que ha vendido. El dueño del dinero ha pa¬
gado el valor diario de la fuerza de trabajo, cuyo uso
le pertenece por todo un día, durante una jornada en¬
tera. El hecho de que el sustento diario de esta fuerza
sólo cueste media jornada de trabajo, pudiendo, no obs¬
tante. trabajar la jornada entera, esto es, que el valor
creado por su uso en el espacio de un día sea mayor
que su propio valor diario, constituye una suerte para
el comprador, pero en nada lesiona el derecho del ven-
dador.
Desde este momento, el obrero encuentra en el taller
los medios de producción necesarios no para medio día,
sino para un día de trabajo: para doce horas. Puesto
que cinco kilogramos de algodón, al requerir seis horas
de trabajo, se convertían en cinco kilogramos de hila¬
dos, 10 kilogramos de algodón, requiriendo doce horas
de trabajo, se convertirán en 10 kilogramos de hilados.
Estos 10 kilogramos contienen entonces cinco jornadas
o días de trabajo: cuatro estaban contenidos en el al¬
godón y las brocas consumidas y uno ha sido absorbido
por el algodón durante la hilanza. Mas si una masa de
oro de 16 pesetas es el producto de veinticuatro horas
de trabajo, la expresión monetaria de cinco días de tra¬
bajo de doce horas será 40 pesetas.
Este es, pues, el precio de los 10 kilogramos de hi¬
lados. El kilogramo cuesta ahora lo mismo que antes:
cuatro pesetas; pero el valor total de las mercancías
empleadas en la operación es de 36 pesetas: 26 pesetas
por 10 kilogramos de algodón, seis pesetas por el des¬
gaste de las brocas durante doce horas y cuatro pese¬
tas por la jornada de trabajo.
Las 36 pesetas anticipadas se han convertido en 40 pe¬
setas : han engendrado una plusvalía de cuatro pesetas.
La jugada está hecha, el dinero se ha transformado en
capital.
142 CARLOS MARX

El problema de la transformación del dinero en capital


está resuelto

Tal como lo habíamos planteado al final del capítu¬


lo V, el problema está resuelto en todos sus términos.
El capitalista compra en el mercado cada mercancía
en su justo valor—algodón, brocas, fuerza de trabajo—,
y luego, lo mismo que hace todo comprador, consume su
valor de uso. Cuando el consumo de la fuerza de tra-
baoj es al tiempo producción de mercancías,
mismo
suministra un producto de 10 kilogramos de hilados,
que valen 40 pesetas. El capitalista, que había salido
del mercado después de hacer sus compras, vuelve en¬
tonces a él como vendedor. Vende los hilados a cuatro
pesetas el kilogramo: ni un céntimo más de su valor;
sin embargo, retira de la circulación cuatro pesetas más
de lo que había puesto. Esta transformación de su di¬
nero en capital se efectúa y no se efectúa en el dominio
de la circulación, la cual sirve de intermediaria. La
fuerza de trabajo se vende en el dominio de la produc¬
ción, donde es origen de plusvalía.
Así, pues, la producción de plusvalía no es otra cosa
que la producción de valor prolongada más allá de cier¬
to limite. Si la acción del trabajo dura sólo hasta el
momento en que el valor de la fuerza de trabajo pa¬
gada por el capital se reemplaza por un valor equiva¬
lente, hay simple producción de valor. Cuando pasa de
este límite hay producción de plusvalía.
CAPITULO VIII

Capital constante y capital variable

Propiedad del trabajo de conservar valor creando valor.


Valor simplemente conservado y valor reproducido y au¬
mentado

Propiedad del trabajo de conservar valor creando


valor

Los diversos elementos que concurren a la ejecución


del trabajo tienen una parte distinta en la formación
del valor de los productos.
El obrero añade un valor nuevo al objeto del trabajo

por la adición de nuevas dosis de trabajo, cualquier


que sea el género de utilidades de éste. Por otra.jpartq,
hallamos en el valor del producto el valor de^og,ilu¬
dios de producción cousumidos, por ejemplq.^^Vl
del algodón y de las brocas en los hil^dqs^(^.sy,qg^q,
el valor de los medios de producción s<?)Rp;-isppy£(¿y .jfiar)§-
mlte al producto por medio dei.t?ál^jQ.0$Iaym¿<íi?)l
manera se efectúa esta transí?) [0 nsvioanoo
El obrero no trabaja una ríV efc) Ipaoao -aña di tí< ilu ewalív a -
lor al algodón y otra ¡ paran eonsentiafafíliúntiguo, esi'de.-
cir, para transmitir a i losi hilados ix?l: iHaioriíderiteíribrocas
que desgasta yi'ídeljjalgodñmoqufiiiel.abonair'Perai-tíQfnQisl
hecho de añadir..valen tnueiVffloal .ohjdta idejirabajfiijriaSMOf-
servar el /o©itiguo¡ /ear'.el •/produbioiqson rloSuinétupiltados
completntnertteiiidibtintios;. iquenfil) obrer.fujObtiene rnengcsil
miSmouíBpanioi'.lde 'fiiempo/l es>«v.identq iqUeniiistef lddble
144 CARLOS MARX

efecto sólo resulta del


doble carácter de su trabajo,
que en el mismo debe crear valor en virtud
momento
de una propiedad y conservar o transmitir valor en vir¬
tud de otra.
El hilador
añade valor hilando; el tejedor, tejiendo;
el forjador, forjando,
etc., y esta forma de hilado, de
tejido, de forja, etc.,—dicho de otro modo: la forma
productiva especial en que se emplea el trabajo—,
motiva que los medios de
producción—algodón y bro¬
cas, hilo y telar, hierro y yunque—den origen a un
nuevo producto. Ahora bien, ya hemos visto que el
tiempo de trabajo necesario para crear los medios de
producción consumidos entra en cuenta en el producto
nuevo; por consiguiente, el trabajador conserva el
valor de los medios de producción consumidos y lo
transmite al producto como parte constitutiva de su
valor por la forma útil especial del trabajo
agregado.
Si, por ejemplo, no fuese el hilado el trabajo especial
del obrero no haría hilados, y no transmitiría a su pro¬
ducto los valores de las brocas y del
algodón invertido
en él. Pero si nuestro hilador cambia de oficio por un
día de trabajo, y se hace carpintero, por
ejemplo, aña¬
dirá como antes un valor a las materias. Añade, pues,
este valor por su trabajo, no considerado como trabajo
'de- hilador o de carpintero, sino como trabajo en gene-
.ráT,í-léomo gasto de fuerza humana; y añade cierta can-
-tMhd-°cle valor, no porque su trabajo tenga esta o la
'btt®' fétrria útil particular, sino porque ha durado cierto
•tlÉWipó. ■fee'este modo, una cantidad nueva de trabajo
áfláafe •iiüé'Vó valor, y por la calidad del trabajo añadi-
'dti^ló^-árfti'áíios valores de los medios de producción se
conservan en el producto.

.Esteu-doblS)selecto del mismo trabajo aparece clara-


-rriente ,on: multitud de circunstancias. Supongamos que
urra>üinviénoióiiobualquieifaíilpbrariite al obrero hilar en
feeieiíhorasr-.'tSntoimlgbdómiixismboatees en dieciocho. La
-pntenqiaí rde iSU'iitrabajo, I como uuctifvfidad productiva, se
iiáHtttiplioadO'íy SLtHpro'dubtoicesIíresoveues. mayor: 15 lci-
logramosaaíildugainde dmoMJiLaxtfamidfid'jtíe valor aña-
■cMa'iab&igoctórii pw>lasr sete> hoqasoflfe Wla®iza:<pigue sien-
EL CAPITAL
145

do la misma, sólo que esta


cantidad recaía antes sobre
cinco kilogramos y ahora sobre
15, y es, por consi¬
guiente, tres veces menor. Por otra parte, empleándose
ahora 15
kilogramos de algodón en lugar de cinco, el
producto de seis horas de
trabajo contiene un valor
tres veces mayor de algodón.
Así, pues, en seis horas
de hilanza se conserva
y transmite al producto un va¬
lor tres veces mayor de primera
materia, aunque el va¬
lor añadido a esa materia
sea tres veces más
pequeño.
Esto demuestra que la propiedad en virtud de la cual
el trabajo conserva el valor es esencialmente distinta
de la propiedad por la el valor durante la
que crea
misma operación.
El medio de producción sólo
transmite al producto el
valor que él pierde al
perder su primitiva utilidad;
pero en este concepto, los elementos materiales
del tra¬
bajo proceden de distinto modo.
Las primeras materias y las auxiliares
pierden su as¬
pecto al servir para la ejecución de un
trabajo. No su¬
cede lo mismo con los instrumentos
propiamente dichos,
que duran más o menos tiempo
funcionan en mayor o
y
menor número de
operaciones. Se sabe por experiencia
la duración media de un instrumento de
trabajo y, por
consiguiente, se puede calcular su desgaste diario
y lo
que cada día transmite de su propio valor al
producto;
pero el instrumento de trabajo, una
máquina, por ejem¬
plo, aunque transmita diariamente una parte de su va¬
lor a su producto diario, funciona todos los días entera
durante la ejecución del trabajo.
Así, pues, aun cuando un elemento de trabajo entre
íntegro en la producción de un objeto de utilidad, de
un valor de uso, en la formación del valor no entra
más
que en parte. Al contrario, un medio de
producción
puede entrar íntegro en la formación del
valor, y sólo
en parte en la producción de un valor de uso.
Supon¬
gamos que en la hilanza de 115 kilogramos
de algodón
haya 15 de desecho. Si ese 15 por 100 de pérdida es in¬
evitable por término medio en la
fabricación, el valor
de los 15 kilogramos de algodón
que no se transforman
en hilados entra Integro también en el valor de los hi-
14G CARLOS MARX

lados, como el de los 100 kilogramos que forman parte


de su sustancia. Desde el momento en que esta pérdida
es condición de la producción, el algodón perdido
una

transmite su valor a los hilados.


No transmitiendo los medios de producción al nuevo
producto más que el valor que pierden ba.io su antigua
forma, sólo pueden añadirle valor si ellos mismos lo
poseen. Su valor se halla determinado, no por el traba¬
jo en que entran como medios de producción, sino por
el trabajo de donde se derivan como productos.

Valor simplemente conservado y valor reproducido y


aumentado

trabajo en actividad, el trabajo vivo, tie¬


La fuerza de
ne, la propiedad de conservar el valor añadiendo
pues,
otro valor. Si esa propiedad no cuesta nada al trabaja¬
dor, produce mucho al capitalista, que le debe la con¬
servación del valor actual de su capital. Perfectamente
lo observa en el momento de la crisis, de las interrup¬
ciones de trabajo, en que ha de soportar los gastos de
deterioro de los medios de producción de que se com¬
pone su capital: primeras materias, utensilios, etc., que
permanecen inactivos.
Hemos dicho antes que el valor de los medios de pro¬
ducción se conserva y no se reproduce, toda vez que
los objetos en que existía primitivamente sólo desapa¬
recen para revestir nueva forma útil, y el valor persiste
bajo los cambios de forma. Lo producido es un nuevo
objeto de utilidad en el que continúa persistiendo el
valor antiguo.
En tanto que el trabajo conserva y transmite al pro¬
ducto el valor de los medios de producción, crea a cada
momento un valor nuevo. Supongamos que la produc¬
ción cesara cuando el trabajador ha creado de este modo
el equivalente del valor diario de su propia fuerza;
cuando ha añadido al producto, por medio de un trabajo
de seis horas, un valor de cuatro pesetas, este valor
reemplaza al dinero que el capitalista anticipa para la
EL CAPITAL 147

compra de la fuerza de trabajo y que el obrero invierte


en seguida en subsistencias. Pero este valor, al contra¬
rio de lo que hemos afirmado
respecto del valor de los
medios de producción, ha sido producido en realidad.
Si un valor reemplaza otro
a es en virtud de una nue¬
va creación.
Sabemos ya, no obstante, que la duración del
trabajo
excede del límite en que el equivalente del valor de la
fuerza de trabajo se hallarla reproducido
y añadido al
objeto trabajado. En lugar de seis horas que suponemos
serían suficientes para esto, la operación dura
doce o
más. La fuerza de
trabajo en movimiento no reproduce
sólo su propio valor, sino que produce también valor
de
más .Esta plusvalía forma el excedente del valor
del
producto sobre el de sus elementos constitutivos: los
medios de producción y la fuerza de trabajo.
Así, pues, enproducción, la parte de capital que
una
se transforma medios de producción, esto es, en pri¬
en
meras materias, materias auxiliares o
instrumentos de
trabajo, no cambia en el acto de la producción la mag¬
nitud de su valor. Por eso la denominamos
parte cons¬
tante del capital o simplemente
«capital constante».
Al contrario, la parte del
capital transformada en fuer¬
za de trabajo transforma el valor
de una nueva produc¬
ción y por el hecho mismo de producción. Primero
esa
reproduce su propio valor: además, produce un exce¬
dente, una plusvalía mayor o menor. A esta parte del ca¬
pital, de magnitud alterable, la llamamos parte variable
del capital o simplemente «capital variable».
.

'
CAPITULO IX

Tipo de la plusvalía

I. Trabajo necesario y sobretrabajo. Grado de


de explotación
la fuerza de trabajo.—II. Los elementos del valor del
producto expresados partes de este producto y en frac¬
en
ciones de jornada de trabajo.—III. La
«última hora».—IV. El
producto neto

Tenemos, pues, por una parte el capital constante,


que no hace sino suministrar a la fuerza de
medios de
trabajo los
materializarse: medios cuyo valor, reapare¬
ciendo solamente, es igual antes y después del acto de
la
producción; por otra, el capital variable, que antes
de la producción equivalía al precio
de compra de la
fuerza de trabajo, y
después es igual a ese valor, re¬
producido con un aumento mayor o menor.
Evidente¬
mente, resultando la plusvalía del aumento
que expe¬
rimenta el capital variable, la relación
de la plusvalía
con el
capital variable determina la proporción en
que
tiene lugar ese aumento. Consideremos las cifras del
capítulo VII. Siendo cuatro pesetas la
parte de capital
empleado en la compra de la fuerza de
trabajo de un
hombre durante una jornada o día de
trabajo; en una
palabra, siendo el capital variable
la plusvalía cua¬
y
tro pesetas, esta cifra expresa la magnitud absoluta de
la plusvalía
producida por un trabajador en un día de
trabajo; la magnitud proporcional, es
tud comparada con la del
decir, la magni¬
capital variable antes del au¬
mento de valor, está expresada
por la relación de cua¬
tro a cuatro; esto
es, de un 100 por 100. A esta
mag-
150 carlos marx

nitud proporcional es a lo que llamamos tipo de la plus¬


valía. No se debe confundir el tipo de la plusvalía, que
es la relación de ésta con la parte variable del capital

adelantado y que sólo expresa directamente el grado de


explotación del trabajo, con el tipo del beneficio, que
es la relación de la plusvalía con el total del capital
adelantado.

I.—Trabajo necesario y sobretrabajo

Hemos visto que, durante una parte de la jornada, el


obrero únicamente produce el valor diario de su fuerza
de trabajo; el valor de las subsistencias que
esto es,
necesita para sostenimiento. Como hay una división
su
del trabajo social organizada por sí misma en el medio
en que trabaja, el obrero produce su subsistencia, no
directamente, sino en forma de mercancía particular
—hilados, por ejemplo—, cuyo valor es igual al de sus
medios de subsistencia o al del dinero con que los ad¬
quiere.
En esta parte de la jornada, mayor o menor según
el valor medio de subsistencia diaria, el obrero, traba¬
jando o no para un capitalista, únicamente reemplaza
un valor por otro. En realidad, la producción de valor
durante ese tiempo es una simple reproducción. Deno¬
minamos «tiempo de trabajo necesario» a la parte de
la jornada en que se verifica esa reproducción, y «tra¬
bajo necesario» al trabajo invertido en ese tiempo: ne¬
cesario para el trabajador, que, cualquiera que sea la
forma social de su trabajo, gana la vida en ese tiempo,
y necesrio para el mundo capitalista, cuya base es la
existencia del trabajador.
La parte de la jornada de trabajo que excede de los
límites necesario no implica ningún valor
del trabajo
para el obrero y consttiuye la plusvalía para el capi¬
talista. Llamamos «tiempo extra» a esa parte de la jor¬
nada, y «sobretrabajo», al trabajo invertido en ella.
Si el valor en general es una simple materialización
de tiempo de trabajo, la plusvalía es una simple mate-
EL CAPITAL asi

rializaeión del trabajo extra, sobretrabajo realizado.


Las
diversas formas económicas que ha
revestido la socie¬
dad—la esclavitud y el
salariado, por ejemplo—sólo se
distinguen por la forma de imponer y usurpar ese so¬
bretrabajo al productor inmediato.

Grado de explotación de la fuerza de


trabajo
Por una parte, el valor del capital variable es
igual al
valor de la fuerza de trabajo que
compra, y el valor
de esta fuerza determina la
parte necesaria de la jor¬
nada de trabajo; por otra, la
plusvalía está determinada
por la duración de la parte extra de esa misma
jornada;
es decir, por el
sobretrabajo. Por consiguiente, el tipo
de la plusvalía, expresado por la relación de ésta con
el capital variable, también lo está
por la relación, igual
a la anterior, del
sobretrabajo con el trabajo necesario.
Así, pues, el tipo de la plusvalía es la expresión exac¬
ta del grado de explotación de la fuerza de
trabajo por
el capital, o del trabajador por el
capitalista; mas no
se debe confundir el
grado de explotación con la mag¬
nitud absoluta de ella. Supongamos que el
trabajo ne¬
cesario es igual a cinco horas
y que el sobretrabajo
también es igual a cinco horas; el grado
de explota¬
ción expresado por la relación de cinco a cinco es de
100 por 100, y la magnitud absoluta de la
explotación
es de cinco horas. Por el
contrario, si el trabajo nece¬
sario y el sobretrabajo son cada cual de seis
horas, el
grado de explotación expresado por la relación de seis
a seis no varía,
sigue siendo de 100 por 100, en tanto
que la magnitud absoluta de la explotación, que
antes
era de cinco
horas, aumenta en una hora; es decir, en
un 25 por 100.

Para calcular el tipo de la plusvalía consideramos el


valor del producto prescindiendo del valor del capital
constante, que ya existía y que no hace más que
reaparecer; el valor que entonces queda es el único
valor realmente creado durante la
producción de la
mercancía. Conocida la plusvalía, es preciso restarla
152 CARLOS MARX

de este valor para encontrar el capital variable; cono¬


cido el capital variable, habrá que restar éste para en¬
contrar la plusvalía. Conocidos ambos, sólo hay que
calcular la relación de la plusvalía con el capital va¬
riable; esto es, dividir la plusvalía por el capital va¬
riable, y multiplicando por 100 el cociente que resulte
se tiene el tanto por ciento del tipo de la plusvalía.

II. Los ELEMENTOS DEL VALOR DEL PRODUCTO EXPRESADOS


EN PARTES DE ESTE PRODUCTO Y EN FRACCIONES DE LA JOR¬
NADA DE TRABAJO

Volvamos ahora al ejemplo que en el capítulo VII nos


sirvió para mostrar cólo el capitalista convierte el di¬
nero en capital. El trabajo necesario del hilandero as¬
cendía a seis horas, lo mismo que su sobretrabajo; así,
pues, obrero trabaja media jornada para él y otra
el
media para el capitalista. El grado de explotación es
del 100 por 100.
El producto de la jornada son 10 kilogramos de hi¬
lados, que valen 40 pesetas; las ocho décimas de ese
valor, esto es, 32 pesetas, están formadas por el valor
de los medios de producción consumidos: 26 pesetas
por la compra de algodón y seis por el desgaste de las
brocas. Por consiguiente, estas 32 pesetas representan
el valor que no hace más que reaparecer; es decir, que
las ocho décimas del valor de los hilados consisten en
capital constante. Las dos décimas que restan son el
nuevo valor de ocho pesetas, creado durante la hilanza,

la mitad de ese valor reemplaza al valor diario de la


fuerza de trabajo, que ha sido anticipado; esto es, al
capital variable de cuatro pesetas; la otra mitad cons¬
tituye la plusvalía de cuatro pesetas. El valor de 40
pesetas de hilados es igual a 32 pesetas de capital cons¬
tante, más cuatro pesetas de capital variable, y otras
cuatro pesetas más, por último, de plusvalía.
Puesto que el valor total de 40 pesetas está represen¬
tado por 10 kilogramos de hilados, los diferentes ele-
EL CAPITAL
153
mentos de este valor, que acabamos de
indicar, pueden
representarse en partes del mismo
producto.
Si hay un valor de 40
pesetas en 10 kilogramos de hi¬
lados, las ocho décimas de
este valor, o su parte cons¬
tante de 32 pesetas, existían en ocho
décimas del pro¬
ducto o en ocho kilogramos de
hilados. Estos ocho ki¬
logramos representan, por consiguiente,
el valor del
algodón comprado y el desgaste de las
brocas; en to¬
tal, 32 pesetas, que corresponden a seis
medio de hilados, representados
kilogramos y
por las 26 pesetas de
algodón, y kilogramo y medio, representado por las seis
pesetas del desgaste de las brocas.
Realmente, en seis kilogramos y medio de hilados
sólo se encuentran seis
kilogramos y medio de algo¬
dón, que valen 16 pesetas y 90
céntimos; mas los 10 ki¬
logramos que cuestan 26 pesetas: la diferencia de nueve
pesetas y 10 céntimos equivale al
algodón contenido en
los otros tres kilogramos
y medio de hilados. Pero los
seis kilogramos y medio
de hilados representan todo
el algodón contenido en el
producto total de 10 kilogra¬
mos de hilados. En efecto, a cuatro
pesetas kilogramo,
valen 26 pesetas, como los 10
kilogramos de algodón;
en cambio, no
representan nada más. Puede considerar¬
se que no contienen ni
una partícula del valor de
los ins¬
trumentos de trabajo utilizados,
ni del nuevo valor crea¬
do por la hilanza. Del mismo modo, kilogramo y medio
de hilados valen seis pesetas, como las
brocas gastadas
en doce horas de hilanza.
En este caso, kilogramo
y me¬
dio representa el valor de los
instrumentos de trabajo
utilizados mientras dura la producción de 10
mos de hilados;
kilogra¬
pero únicamente representa esto, y no
contiene ni una partícula del nuevo valor
creado por
la hilanza.
En resumen: ocho décimas del producto u ocho ki¬
logramos de hilados se considera
que no tienen nada
del nuevo valor creado por el
trabajo del hilandero. Y
de hecho, cuando el capitalista los
vende en 32 pese¬
tas y recobra con esta suma lo
que ha gastado en ele¬
mentos de producción, es evidente
que ocho kilogramos
de hilados son brocas y algodón bajo otra forma. Por
154 CARLOS MARX

otra parte, las dos décimas restantes, o sea, los dos ki¬
logramos de hilados, representan, por consiguiente, el
valor que queda, el nuevo valor de ocho pesetas crea¬
do en las doce horas de trabajo. El trabajo del hilan¬
dero, materializado en el producto de 10 kilogramos de
hilados, se concentra ahora en dos kilogramos, en dos
décimas del producto, de las cuales una, esto es, un
kilogramo, representa el valor de la fuerza de trabajo
empleada, es decir, las cuatro pesetas del capital va¬
riable anticipado, y la otra, las cuatro pesetas de plus¬
valía.
Toda vez que doce horas de trabajo crean un valor
de ocho pesetas, ascendiendo el valor de los hilados a
40 pesetas, representa sesenta trabajo. Esto
horas de
es así porque, hilanza, en
además de las doce horas de
las 40 pesetas está comprendido el tiempo de trabajo
que contenían los medios de producción consumidos:
cuatro jornadas de doce horas, es decir, cuarenta y ocho
horas de trabajo, que precedieron a la operación de la
hilanza y se realizaron en un valor de 32 pesetas.
Así, puede descomponerse el resultado de la
pues,
producción —el producto— en una cantidad que repre¬
senta únicamente el trabajo contenido en los medios de
producción, o parte constante del capital; en otra can¬
tidad que sólo representa el trabajo necesario añadido
durante la producción, o parte variable del capital, y,
por último, en una cantidad que representa él sobretra-
bajo agregado o plusvalía.
Descompuesto de esta manera el producto total fabri¬
cado en un tiempo determinado —por ejemplo, en una
jornada— en partes que representan los diversos ele¬
mentos de su valor, puede también representarse en
fracciones de la jornada de trabajo.
El hilandero produce en doce horas de trabajo 10 ki¬
logramos de hilados; en una hora y doce minutos, un
kilogramo. Así, pues, en siete horas y cuarenta y ocho
minutos produce seis kilogramos y medio, es decir, una
parte del producto que vale por sí sola todo el algodón
empleado en la jornada. Del mismo modo, la parte pro¬
ducida en la hora y cuarenta y ocho minutos siguien-
iíL cawtal

tes es igual a kilogramo


y medio de hilados,
y repre-
senta, por tanto, el valor de las brocas
utilizadas duran¬
te las doce horas de
trabajo. De la misma manera, el hi¬
landero produce en la hora
y doce minutos que
un kilogramo de siguen
hilados, que representa un valor igual
a todo el valor
que ha creado en las seis horas
de tra¬
bajo necesario. Ultimamente, en los
setenta y dos mi¬
nutos postreros, produce otro kilogramo de hilados, cuyo
valor es igual a la
plusvalía producida en sus seis ho¬
ras de
sobretrabajo.
Nótese bien que lo que produce en estos setenta y
dos minutos es un
kilogramo de hilados,
cuyo valor en¬
tero es igual
la plusvalía que la jornada de
a
rinde al capitalista. Pero trabajo
el valor entero de este kilo¬
gramo se compone, además del
valor que resulta del
trabajo del hilandero, del valor del trabajo
anterior, que
produjo el algodón y las brocas consumidas
fa¬para su
bricación.

iii.—la «última hora»

De la representación de los
diversos elementos de
valor del producto en partes
proporcionales de la jor¬
nada de trabajo, y de que la
plusvalía esté represen¬
tada por el valor del producto de los
setenta y dos úl¬
timos minutos, no se debe
deducir, como hacen algunos
economistas que en nombre de la ciencia
intentan opo¬
nerse a toda
reducción de la jornada de trabajo, que el
obrero, en su jornada de doce horas,
consagra al fa¬
bricante para la producción de la plusvalía
únicamente
los últimos setenta y dos
minutos, la «última hora»,
como ellos dicen.
En efecto, la plusvalía no es
igual al valor de la fuer¬
za de
trabajo gastada durante los últimos setenta
y dos
minutos, sino al valor del producto para el cual se ha
realizado elgasto de la fuerza de trabajo en ese tiem¬
po; es decir, igual al valor de los medios de
produc¬
ción —algodón o brocas— consumidos
en setenta
y dos
minutos, más el nuevo valor que a ellos
añade, durante
156 CARLOS MARX

el mismo tiempo, el trabajo del hilandero al consu¬


mirlos.
De dar crédito a estos economistas, si se disminuye¬
se en setenta y dos minutos el tiempo de trabajo, sien¬
do igual el salario, nohabría plusvalía, y la ganancia
del infeliz capitalista sería nula. Su razonamiento es el
siguiente: siendo un kilogramo de hilados el produc¬
to de setenta y dos minutos de hilanza, si se reduce la
jornada del hilandero setenta y dos minutos, el capita¬
lista tendrá un kilogramo de hilados menos, y valiendo
cuatro pesetas el kilogramo, tendrá cuatro pesetas me¬
nos. Como su plusvalía, es decir, su ganancia, era de
cuatro pesetas, desde el momento en que gana cuatro
pesetas menos, no gana nada. Examinemos el asunto
más detenidamente.
Para kilogramo de hilados hace falta un kilogra¬
un

mo algodón, más las brocas que se desgastan fun¬


de
cionando. Como los 10 kilogramos de algodón cuestan
26 pesetas, un kilogramo cuesta dos pesetas y sesenta
céntimos; y como el desgaste de las brocas para la hi¬
lanza de 10 kilogramos asciende a seis pesetas, sepre-
senta 60 céntimos por kilogramo. Un kilogramo menos
que se produzca equivale a un gasto menos de dos pe¬
setas 60 céntimos, más 60 céntimos; total, tres pesetas
20 céntimos.Si es cierto que el capitalista gana cuatro
pesetas menos, también lo es que gasta tres pesetas 20
céntimos menos, por una disminución de setenta y dos
minutos: en doce horas de trabajo sólo pierde, pues,
SO céntimos. únicamente pierde 80 céntimos ele lo
Si
que antes ganaba, su plusvalía o beneficio liquido, que
era de cuatro pesetas, es ahora de cuatro pesetas me¬
nos 80 céntimos, o sea, tres pesetas 20 céntimos, y el
sobretrabajo dura cuatro horas y cuarenta y ocho mi¬
nutos, en lugar de seis horas; esto es, que el tipo de
la plusvalía es de 80 por 100, lo cual aún resulta muy
agradable.
Al decir, en nuestro ejemplo, que el hilandero, cuya
jornada es de doce horas, produce en los últimos seten¬
ta y dos minutos el beneficio líquido del capitalista,
queremos decir, en rigor, que su produelo de setenta
el tíawtal
157
y dos minutos —un kilogramo de hilados— representa,
tomado en conjunto, tanto tiempo de trabajo como par¬
te de la jornada dedicada a la
fabricación de la plusva¬
lía. En efecto, acabamos de ver
que los medios de pro¬
ducción consumidos para producir
10 kilogramos de hi¬
lados contenían cuarenta y ocho horas
de trabajo antes
de la hilanza; los medios de producción consumidos
pa¬
ra unkilogramo contienen, pues, el décimo de este tiem¬
po; es decir, cuatro horas y cuarenta
y ocho minutos
de trabajo anterior, que,
agregadas a los setenta y dos
minutos de hilanza, dan, para el
kilogramo de hilados,
un total de seis horas,
igual a tiempo de sobretrabajo
diario del hilandero.

IV.—El producto neto

Denominamos producto neto a la parte del produc¬


to que representa la
plusvalía. De la misma manera que
el tipo de ésta se
determina, no por su relación con el
capital total, sino con la parte variable del
el total de producto neto se
capital, asi
determina no por su rela¬
ción con el producto entero, sino
por la parte que re¬
presenta el trabajo necesario. La magnitud relativa del
producto neto es la que mide el grado de elevación de
la riqueza.
El total del trabajo necesario y del sobretrabajo, es
decir, la suma del tiempo durante el cual el obrero pro¬
duce el equivalente de su fuerza de trabajo y la plus¬
valía, constituye la magnitud absoluta de su
tiempo de
trabajo, esto es, la jornada de trabajo.
CAPITULO X

La jornada de
trabajo

I. Límites de la
jornada de trabajo.—II. El
capital, ham¬
briento de sobretrabajo.—III. La
explotación del trabajador
libre, en la forma y en el fondo.
Trabajo de dia y trabajo
de noche.—IV. Reglamentación de la jornada de trabajo.
V. Lucha por la limitación de la jornada
de trabajo

I.—Límites de la jornada de trabajo

Hemos partido del supuesto de


que la fuerza de tra¬
bajo es comprada y vendida en su valor.
Este valor,
como el de toda
mercancía, está determinado por el
tiempo de trabajo necesario para su producción. Habien¬
do comprado el capitalista la fuerza de trabajo en su
valor diario, ha adquirido, por
consiguiente, el derecho
de hacer trabajar al obrero durante
todo un día. Pero,
¿qué debe entenderse por un día de trabajo?
La jornada de trabajo varía entre
límites que impo¬
nen, por una parte, la
sociedad, y por otra, la Natura¬
leza. Hay un mínimum,
que es la parte de la jornada
en que el obrero debe trabajar necesariamente
para su
propia conservación; esto es, el tiempo de trabajo ne¬
cesario, hasta el cual no permite descender nuestra or¬
ganización social, basada en el sistema de
producción
capitalista. En efecto, sustentándose este sistema de
producción en la formación de plusvalía,
exige cierta
cantidad de trabajo además del
necesario; en otros tér¬
minos: cierta cantidad de sobretrabajo.
Hay también
160 carlos marx

un máximum, del que los límites fí¬


no permiten pasar
sicos de la fuerza forzosamente
de trabajo -—el tiempo
consagrado cada día por el trabajador a dormir, a co¬
mer, etc.—, esto es, la Naturaleza.
Esos límites son por sí mismos muy elásticos. Un día
de trabajo es, de todos modos, menor que un día natu¬
ral. ¿En cuánto? Una de sus partes está bien determi¬
nada por el tiempo de trabajo necesario; pero su mag¬
nitud total varía con arreglo a la magnitud del sobre-
trabajo.
Todo comprador procura sacar del empleo de la mer¬
cancía comprada el mayor partido posible, y en este
mismo sentido obra el capitalista comprador de la fuer¬
za de trabajo, el cual tiene un móvil único: acrecen¬
tar su capital, crear plusvalía, absorber todo el sobre-

trabajo posible.
El trabajador, por su parte, tiende, con razón, a no
gastar su fuerza de trabajo sino en los límites compa¬
tibles con su duración natural y su desarrollo normal.
Unicamente quisiera gastar cada día la fuerza que pue¬
de rehacer gracias a su salario.
El sostiene su derecho como comprador
capitalista
cuando procura prolongar todo lo posible la jornada de
trabajo. El obrero sostiene su derecho como vendedor
cuando quiere reducir la jornada de trabajo, de mane¬
ra que durante ella sólo transforme en éste la cantidad
de fuerza cuyo gasto no perjudique a su cuerpo. Existe,
pues, derecho contra derecho, ambos igualmente basa¬
dos la ley que regula el cambio de las mercancías.
en

¿Quién decide entre dos derechos iguales? La fuerza.


He ahí por qué la reglamentación de la jornada de tra¬
bajo se presenta en la historia de la producción capi¬
talista como una lucha entre la clase capitalista y la
clase obrera.

ii.—El capital, hambriento de sobretrabajo

El sobretrabajo no ha sido inventado por el capita¬


lista. Dondequiera que una parte de la sociedad posee
el monopolio de los medios de producción, el trabaja-
EL CAPITAL
161

dor, libre o no, está obligado a añadir, al tiempo de tra¬


bajo necesario para su propio sostenimiento, un exceso
destinado a suministrar la subsistencia del
que posee
los medios de producción. Poco
importa que ese pro¬
pietario sea dueño de esclavos, señor
feudal o capita¬
lista.
No obstante, mientras la forma económica de una' so¬
ciedad es tal que en ella se considera la utilidad de una
cosa antes
que la cantidad de oro o plata
por que pue¬
de cambiarse; en otros
términos, el valor de uso más
bien que el valor de
cambio, el sobretrabajo encuentra
un límite en la satisfacción
de necesidades determina¬
das. Por el contrario, cuando domina el valor
de cam¬
bio llega a ser ley el hacer trabajar todo
lo posible.
Cuando pueblos cuya producción se realiza aún
por
medio de las formas inferiores de esclavitud
y servidum¬
bre son arrastrados a un mercado
internacional donde
domina el sistema de producción
capitalista, y llega a
ser su interés
principal la venta de sus productos en el
extranjero, los horrores del sobretrabajo, fruto de la
civilización, vienena añadirse desde ese momento
a la
barbarie de la esclavitud y de la
servidumbre. Mientras
la producción tendía
principalmente a la satisfacción
de las necesidades inmediatas en los Estados del
Sur
de la Unión americana, el
trabajo de los negros presen¬
tó un carácter moderado;
pero a medida que la expor¬
tación de algodón llegó a constituir el
interés principal
de esos Estados, se extenuó el
negro por el trabajo,
y el consumo de su vida en siete años de ese
trabajo,
entró como parte de un sistema fríamente
calculado.
No se trataba ya de obtener de él,
como antes, cierta
cantidad de productos útiles; se trataba,
ante todo, de
la producción de plusvalía. Lo
mismo ha sucedido con
el siervo de los Principados del Danubio.
¿Qué es una jornada de trabajo? ¿Cuál es la dura¬
ción del tiempo en que el capital tiene el
derecho de
consumir la fuerza de trabajo cuyo valor
compra por
un día? ¿Hasta qué punto puede prolongarse la jorna¬
da más del trabajo necesario
para la reproducción de
esa fuerza? A todas estas preguntas, el
capital respon-
6
162 CARLOS marx

de: La jornada de trabajo comprende veinticuatro ho¬


ras completas, de las que se deducen las horas de des¬
canso, sin las cuales la fuerza de trabajo se vería en
la absoluta imposibilidad de volver a la tarea.
No queda tiempo, por consiguiente, para el desarrollo
intelectual, para el libre ejercicio del cuerpo y del es¬
píritu. El capital monopoliza el tiempo que exigen el
desarrollo y sostenimiento del cuerpo en completa sa¬
lud, escatima el tiempo de las comidas y reduce el tiem¬
po del sueño al mínimum de entorpecimiento, sin el
cual el extenuado organismo no podría funcionar. No
es, pues, el sostenimiento regular de la fuerza de tra¬
bajo el que sirve de regla para la limitación de la jor¬
nada de trabajo; al contrario, el tiempo de reposo con¬
cedido al obrero está regulado por el mayor gasto po¬
sible de su fuerza por día.

III.—La explotación del trabajador libre, en la forma


y en el fondo

Suponiendo que la jornada de trabajo esté compues¬


ta por seis horas de trabajo necesario y otras seis de
sobretrabajo, el trabajador libre suministra al capitalis¬
ta treinta y seis horas de sobretrabajo en los seis días
de la semana. Es igual que si trabajase tres días para
sí y tres días gratis para el capitalista. Pero esto no
se ve en seguida: el sobretrabajo y el trabajo necesario
se confunden mutuamente. No sucede lo mismo con la
servidumbre corporal. En esta forma de servidumbre,
el sobretrabajo es independiente del trabajo necesario;
el labriego ejecuta éste en su propio campo y aquél en
la tierra señorital: distingue de este modo, claramen¬
te, el trabajo que ejecuta para su propio sostenimiento
y el que realiza para el señor.
La explotación del trabajador libre es menos visible:
reviste forma más hipócrita. Mas, en realidad, la dife¬
rencia de forma en nada altera el fondo, si no es para
empeorarlo. Tres días de sobretrabajo por semana son
siempre tres días de trabajo que nada producen al tra-
EL CAPITAL 163

bajador, cualquiera que sea el nombre que tengan: ser¬


vidumbre corporal o beneficio.
Hemos dicho que lo que únicamente importa al ca¬
pital es el máximum de esfuerzos que pueda arrancar
en definitiva a la fuerza de trabajo en una jornada.
Procura conseguir su objeto sin preocuparse de lo que
pueda durar la vida de la fuerza de trabajo. Así, oca¬
siona la debilitación y la muerte prematura de esa fuer¬
za, privándola, con la prolongación impuesta de la jor¬
nada, de sus condiciones regulares de actividad y des¬
arrollo, lo mismo en lo físico que en lo moral.
No obstante, parece que su propio interés debería im¬
pulsar al capital a economizar una fuerza que le es in¬
dispensable; mas la experiencia enseña al capitalista
que, generalmente, hay exceso de población con rela¬
ción a la necesidad del momento del capital, aunque esa
masa abundante esté formada de generaciones huma¬
nas mal desarrolladas, entecas y con propensión a ex¬
tinguirse.
También demuestra la experiencia al observador in¬
teligente con qué rapidez la producción capitalista, que,
históricamente hablando, es de fecha reciente, ataca en
la misma raíz la sustancia y la fuerza del pueblo; cómo
el aniquilamiento de la población industrial se hace más
lento por la absorción constante de elementos nuevos
tomados a los campos, y cómo los mismos trabajado¬
res de los campos empiezan a decaer.

■Mas el capital se preocupa tanto de la extenuación


de la raza como de la dislocación de la tierra. En todo
período de especulación, cada cual sabe que un día ocu¬
rrirá el estallido; pero cada cual espera salir indemne
de él, y haber obtenido antes el beneficio ansiado. ¡Des¬
pués de mí, el diluvio! Tal es el lema de todo capita¬
lista!

Trabajo de día y trabajo de noche


El capital, pues, únicamente piensa en la formación
de plusvalía, sin preocuparse para nada de la salud ni
de la vida del trabajador. Cierto es que, considerando
164 carlos marx

las cosas en conjunto, esto no depende tampoco de la


mala o buena voluntad del capitalista como individuo.
La competencia anula las voluntades individuales y so¬
mete a los capitalistas a las leyes imperiosas de la pro¬
ducción capitalista.
Si permanecen inactivos los medios de producción,
ocasionan pérdida al capitalista, pues durante el tiem¬
po que no absorben trabajo representan un adelanto in¬
útil de capital, además de exigir con frecuencia un gas¬
to suplementario cada vez que se vuelve a empezar la
obra. La dificultad que implica el hecho de ser física¬
mente imposible para las fuerzas de trabajo trabajar
cada día veinticuatro horas ha sido vencida por los ca¬
pitalistas ; había en esto una cuestión de ganancia para
ellos, e imaginaron emplear alternativamente fuerzas de
trabajo por el día y por la noche, lo cual puede efec¬
tuarse de diferentes maneras; por ejemplo: una parte
del personal del taller hace durante una semana el ser¬
vicio de día, y durante la siguiente semana, el servi¬
cio de noche.
El sistema de trabajo nocturno aprovecha tanto más
al capitalista cuanto que se presta a una escandalosa
explotación del trabajador. Ejerce, además, una influen¬
cia perniciosa sobre la salud; pero el capitalista realiza
un beneficio, y esto es lo único que le importa.

IV.—Reglamentación de la jornada de trabajo

El capitalista abusa sin tasa del trabajador, de todos


modos, mientras no se lo impide la sociedad. El esta¬
blecimiento de una jornada soportable de trabajo es el
resultado de una larga lucha entre capitalista y traba¬
jador. Mas la historia de esta lucha presenta dos ten¬
dencias opuestas.
En tanto que la legislación moderna acorta la jorna¬
da de trabajo, la antigua procuraba prolongarla, con el
auxilio de los Poderes públicos; se quería obtener del
trabajador una cantidad de trabajo que la fuerza de las
condiciones económicas, por sí sola, no permitía impo-
el capital

nerle aún. En efecto, era preciso que transcurrieran al¬


gunos siglos para que el trabajador «libre», a conse¬
cuencia del desarrollo de la producción capitalista, se
presentase voluntariamente; es decir, se viera obligado
socialmente a vender todo su tiempo de vida activa —su
capacidad de trabajo— por el precio de sus habituales
medios de subsistencia, su derecho de primogenitura por
un plato de lentejas. Es natural, por consiguiente, que
la prolongación de la jornada de trabajo, impuesta con
la ayuda del Estado desde mediados del siglo xiv hasta
el xviii, corresponda poco más o menos a la disminu¬
ción del tiempo, de trabajo que el Estado decreta e im¬
pone acá y allá, en la segunda mitad del siglo xix.
Si en naciones como Inglaterra las leyes moderan,
gracias a una limitación oficial de la jornada de tra¬
bajo, el encarnizamiento del capital para absorber tra¬
bajo, es porque, dejando aparte el movimiento cada vez
más amenazador de las clases obreras, esa limitación
ha sido dictada por la necesidad. La misma concupis¬
cencia ciega que agota el suelo atacaba en su raíz la
fuerza vital de la nación y, como acabamos de demos¬
trar, producía su aniquilamiento.

V.—Lucha por la limitación de la jornada de trabajo

El objeto especial, el fin real de la producción capi¬


talista, es la producción de plusvalía o la sustracción
de trabajo extra. Téngase en cuenta que sólo el traba¬
jador independiente puede, en calidad de poseedor de
la mercancía, contratar con el capitalista; el trabajador
aislado, el trabajador como vendedor libre de su fuer¬
za de trabajo, debe someterse, le es imposible toda re¬

sistencia cuando la producción capitalista alcanza cierto


desarrollo.
Es necesario confesar que nuestro trabajador sale del
dominio de la producción de distinto modo que entró
en ella. Se había presentado en el mercado como posee¬

dor de la mercancía «fuerza de trabajo» enfrente de


poseedores de otras mercancías; mercader frente a mer-
166 CARLOS MARX

cader. El contrato en virtud del cual vendía su fuerza


de trabajo parecía resultar de un acuerdo entre dos vo¬
luntades libres: la del vendedor y la del comprador.
Ultimado ya el negocio, se descubre que el trabaja¬
dor no era libre, que el tiempo por el cual puede ven¬
der su fuerza de trabajo es el tiempo por el que está
obligado a venderla, y que, en realidad, el vampiro que
le chupa no le deja mientras quede una gota de san¬
gre por extraer. Para defenderse contra esta explota¬
ción es necesario que los obreros, por un esfuerzo co¬
lectivo, por una presión de clase, obtengan que un obs¬
táculo social les impida venderse ellos y sus hijos por
«contrato libre» hasta la esclavitud y la muerte. La pom¬
posa «declaración de los derechos del hombre» es reem¬
plazada de este modo por una modesta ley que indica
cuándo termina el tiempo que vende el trabajador y
cuándo empieza el tiempo que le pertenece.
CAPITULO XI

Tipo y masa de la plusvalía

Compensación del número de obreros por una prolongación


de la jornada de
trabajo. Necesidad de cierto mínimum
de dinero para la transformación de éste en capital

Compensación del número de obreros por una


prolongación de la jornada de trabajo

Supongamos que el valor diario de una fuerza de tra¬


bajo destinado a la reproducción del salario —el traba¬
jo—- necesita seis horas diarias para reproducirlo. Para
comprar esta fuerza, el capitalista debe adelantar cua¬
tro pesetas. Estas cuatro pesetas, ¿qué plusvalía le pro¬
ducirán? Esto depende de la relación del trabajo desti¬
nado a la producción de plusvalía —del sobretrabajo—
con respecto al
trabajo destinado a la reproducción del
salario —el trabajo necesario—. Dependen, en una pala¬
bra, del tipo de la plusvalía. Si éste es de 100 por 100,
la plusvalía ascenderá a cuatro pesetas, que represen¬
tan seis horas de sobretrabajo; si es de 50
por 100, as¬
cenderá a dos pesetas, que representan tres horas de
sobretrabajo. El «tipo» de la «plusvalía» determina, pues,
la «masa de plusvalía» producida individualmente por
un obrero, dado el valor de su fuerza.

El capital variable es la expresión monetaria del va¬


lor de todas las fuerzas de trabajo que el capitalista em¬
plea a un mismo tiempo. Si cuatro pesetas, precio de
una fuerza de trabajo, producen una plusvalía diaria
168 CARLOS MARX

de dos pesetas, el precio de 100 fuerzas de trabajo, ca¬


pital variable de 400 pesetas, producirá una plusvalía de
200 pesetas, cifra igual al resultado de multiplicar el
capital variable 400 por 50 centésimas, que indica el
tipo de la plusvalía. Así, pues, la masa de la plusvalía
producida por un capital variable es igual al valor de
este capital multiplicado por el tipo de la plusvalía.
Supongamos que el tipo de la plusvalía disminuye en
la mitad y es de 25 por 100 en lugar de 50 por 100, y
que, por otra parte, el capital variable es doble, es de¬
cir, de 800 pesetas en lugar de 400; la plusvalía será
igual a centésimas, o sea, 200
800 multiplicado por 25
pesetas otra vez. Por consiguiente, la masa de la plus¬
valía no se altera, cuando disminuye el tipo de la plus¬
valía, si se aumenta el capital variable, ni tampoco cuan¬
do éste disminuye, si se aumenta aquél en la misma me¬
dida.
Así, pues, una disminución del capital variable pue¬
de ser compensada por una elevación proporcional del
tipo de la plusvalía o, toda vez que el capital variable
depende del número de obreros empleados, una dismi¬
nución en el número de obreros puede compensarse por
una prolongación proporcional de su jornada de traba¬
jo. Hasta cierto punto, la cantidad de trabajo explota¬
ble por el capital llega a ser de este modo independien¬
te del número de obreros.
No obstante, esa límite
compensación encuentra un
infraqueable; en trabajo tiene lí¬
efecto, la jornada de
mites físicos; por mucho que se prolongue, es siem¬
pre menor que el día natural de veinticuatro horas. Con
100 obreros pagados a cuatro pesetas y que trabajen
doce horas, seis de ellas de trabajo necesario, el tipo
de la plusvalía será de 100 por 100 y el capitalista ten¬
drá una plusvalía diaria de 400 pesetas. Si toma un nú¬
mero de obreros tres veces menor, su plusvalía no será
nunca la misma, pues no les podrá imponer un número

de horas de sobretrabajo tres veces mayor, toda vez que


dieciocho horas de sobretrabajo, añadidas a seis horas
de trabajo necesario, harían el día de trabajo tan lar¬
go como el natural, lo que no permitiría el tiempo de
EL CAPITAL 169

reposo diario indispensable. Una reducción en el núme¬


ro de obreros empleados no puede, pues, compensarse
mediante la prolongación de la jornada de trabajo; es
decir, por un aumento en el grado de la explotación, sino
dentro de los límites físicos de esa jornada y,
por con¬
siguiente, del sobretrabajo que contiene.

Necesidad de cierto mínimum de dinero para la transformación


de éste en
capital
El valor -es trabajo realizado; evidentemente,
pues, la
masa de valor que un capitalista hace producir sólo de¬
pende de la cantidad de trabajo que pone en movimien¬
to. Como acabamos de ver, puede
poner en movimien¬
to una cantidad mayor o menor con el mismo número
de obreros, según sea su jornada más o menos
larga.
Pero dados el valor de la fuerza de
trabajo y el tipo
de la plusvalía, o, dicho de otro modo, la división de
la jornada en trabajo necesario y sobretajo, la masa to¬
tal de valor—comprendida la
plusvalía—que realiza un
capitalista, está exclusivamente determinada por el nú¬
mero de obreros que emplea,
y este número depende
de la magnitud del capital variable
que adelanta y de
la suma que consagra a la
compra de fuerzas de tra¬
bajo.
La masa de plusvalía producida es entonces
proporcio¬
nal a la magnitud del capital variable. El capital
cons¬
tante no ejerce aquí ninguna acción. En
efecto, sea
grande o pequeño el valor de los medios de producción,
permanece sin la menor influencia sobre la masa de va¬
lor producido, que es el valor nuevo agregado por el
trabajo al valor conservado por los medios de produc¬
ción.
Resulta, de lo expuesto, que no toda suma puede ser
transformada en capital. La transformación exige que
el aspirante a capitalista maneje
cierto mínimum de
dinero. Como no sólo quiere vivir del trabajo de otro,
sino que quiere además enriquecerse
gracias a ese tra¬
bajo, es necesario que pueda tener un número de obre-
170 CARLOS MARX

ros cuyo tiempo de sobretajo provea a su sostén y en¬


riquecimiento.
Ciertamente, él también puede poner manos a la obra;
pero entonces no pasa de ser un intermediario entre ca¬
pitalista obrero, un pequeño patrono. Cuando la pro¬
y
ducción alcanza cierto grado de desarrollo es necesario
que el capitalista pueda emplear todo su tiempo en la
apropiación y la vigilancia del trabajo ajeno, y en la
venta de los productos de ese trabajo. Es preciso, pues,
que explote suficientes obreros para dispensarse de to¬
mar parte en la producción.
Ese mínimum de dinero que hay que adelantar varía
según los diversos grados de desarrollo de la produc¬
ción. Con arreglo al grado de desarrollo, varía en las
diferentes industrias según sus condiciones técnicas par¬
ticulares.

* » •

Considerada la producción desde el punto de vista de


la utilidad del producto, los medios de producir desem¬
peñan en ella, respecto del obrero, el papel de simples
materiales de su actviidad productora. Considerándola
desde el punto de vista de la plusvalía, los medios de
producción se convierten inmediatamente en medios de
absorción del trabajo ajeno.
No es ya el trabajador quien los emplea; al contra¬
rio: ellos los que emplean
son al trabajador. En vez de
consumirlos él como elementos materiales de su activi¬
dad productora, le consumen ellos como elemento indis¬
pensable para su propia vida, y la vida del capital con¬
siste en su movimiento como valor perpetuamente en
camino multiplicación.
de
Para poner enacción la actividad de otro, para explo¬
tar la fuerza de trabajo y extraerle el sobretajo, el sis¬
tema capitalista supera en energía, en eficacia y en ili¬
mitada potencia a todos los sistemas anteriores de pro¬
ducción fundados directamente en las distintas formas
de trabajos forzados.
CUARTA PARTE

PRODUCCION DE LA PLUSVALIA RELATIVA

CAPITULO XII

Plusvalía relativa

Disminución del tiempo de trabajo necesario. Aumento de


la productividad del trabajo
y de la plusvalía

Disminución del tiempo de trabajo necesario

Hasta ahora hemos considerado como una duración


fija la parte de la jornada de trabajo durante la cual
el obrero reemplaza el valor que el
capitalista le paga,
lo que es en realidad cuando se trata de
condiciones de
producción invariables. Pasado de esa duración
de
fija,
ese tiempo necesario, el trabajo podía prolongarse más
o menos horas, y, según la magnitud de la prolongación,
variaban el tipo de la plusvalía y la duración de la
jor¬
nada. Así, pues, el tiempo de trabajo necesario era
fijo,
y variable la jornada entera de
trabajo.
Supongamos ahora una jornada entera de trabajo de
límite determinado, una jornada de doce
horas, por ejem¬
plo. El sobretrabajo y el trabajo necesarios, considerados
en conjunto, no exceden de doce'
horas. En estas condi¬
ciones, ¿cómo aumentar el sobretajo, la producción de
plusvalía? Unicamente hay un medio; acortar el tiem-
172 CARLOS MARX

po de trabajo necesario y aumentar en la misma pro¬


porción la parte de las doce horas consagradas al so-
bretajo. De este modo, una parte del tiempo que em¬
pleaba el obrero realmente para sí mismo se converti¬
rá en tiempo de trabajo para el capitalista. El límite
de la jornada no variará: sólo cambiará su división en
trabajo necesario y sobretrabajo.
Por otra parte, la duración del sobretrabajo está nece¬
sariamente marcada desde que se dan los límites de la
jornada entera y el valor diario de la fuerza de trabajo.
Si ese valor es de cuatro pesetas, cantidad de oro que
contiene seis horas de trabajo, el obrero debe trabajar
seis horas para reemplazar el valor de su fuerza, pa¬
gada diariamente por el capitalista, o para producir un
equivalente de las subsistencias que requiere su cotidia¬
no sustento. El valor de esas subsistencias determina
el valor diario de su fuerza, y este valor determina la
duración cotidiana de su trabajo necesario.
de trabajo necesario podría ser reducido, y
"

El tiempo
lo es en la práctica, por una disminución del salario,
que llega a ser inferior al valor de la fuerza de trabajo.
Mas aquí admitimos que la fuerza de trabajo se compra
y se vende en su justo valor. En tal caso, el tiempo
consagrado a reproducir dicho valor sólo puede dismi¬
nuir cuando ese valor disminuye. Pero este valor de¬
pende del valor de la masa de subsistencias que nece¬
sita para sus sustento: es, pues, necesario que el valor
de esta masa disminuya, que, por ejemplo, se produzca
en cinco horas la cantidad de subsistencias que antes se

producía en seis; y esta producción de igual masa de


subsistencias en un tiempo más reducido sólo puede re¬
sultar de un aumento de la fuerza productiva del tra¬
bajo, lo cual no sucede sin una modificación en los
instrumentos o en el método del trabajo, o en ambos a
la vez. Es precisa una revolución en las condiciones de
la producción.
EL CAPITAL 173

Aumento de la productividad del trabajo y de la plusvalía


En general, entendemos por aumento de la fuerza
pro¬
ductiva o de la productividad del
trabajo un cambio en
sus procedimientos
que abrevie el tiempo actualmente
necesario por término medio para la producción de una
mercancía, de modo que una cantidad menor de trabajo
adquiera la facultad de producir más objetos útiles.
Al examinar la plusvalía procedente de la
duración
prolongada del trabajo, considerábamos determinado el
modo de
producción. Tratándose de producir plusvalía
por latransformación del trabajo necesario en sobre-
tajo, lejos de no tocar a los procedimientos habituales
del trabajo, el capital necesita cambiar sus
condiciones
técnicas y sociales; es decir, transformar el
modo de
producción. Unicamente así podrá aumentar la produc¬
tividad del trabajo, disminuyendo el valor de la
fuerza
de trabajoy aminorando por lo mismo el tiempo em¬
pleado reproducirla.
en
Denominamos «plusvalía absoluta» a la producida
por
la simple prolongación de la
jornada de trabajo, y «plus¬
valía relativa» a la que proviene de la
disminución del
tiempo de trabajo necesario y del cambio, que es su con¬
secuencia, en la duración relativa de las dos partes de
que se compone la jornada:
trabajo necesario y so-
bretrabajo.
Para que el aumento de producción
ocasione un des¬
censo en el valor de la fuerza de
trabajo, debe tener lu¬
gar en los ramos de industria
cuyos productos deter¬
minan el valor de esta fuerza; es
decir, en los que su¬
ministran las mercancías necesarias para el sustento
del
obrero o los medios de producción de esas
mercancías.
Más la baratura de uno de esos artículos
sólo rebaja el
valor de la fuerza de trabajo en la
misma medida que
entra en su reproducción. En los
de industria
ramos
que no suministran
los medios de subsistencia ni los
elementos materiales, en nada modifica el valor
de la
fuerza de trabajo un aumento de productividad.
Ya hemos visto en el capítulo
primero que el valor
174 CARLOS MARX

de las mercancías,por consiguiente, de la fuerza de


y,
trabajo en la misma medida que entra en su reproduc¬
ción. En los ramos de industria que no suministran los
medios de subsistencia ni los elementos materiales, en
nada modifica el valor de la fuerza de trabajo un au¬
mento de productividad.
Ya hemos visto en el capítulo primero que el valor de
las mercancías, y, por consiguiente, de la fuerza de tra¬
bajo, puesto que el valor de ésta lo determina el de
aquéllas, disminuye cuando aumenta la productividad
del trabajo de que proviene. En cambio, como el aumen¬
to de la productividad del trabajo hace que sea mayor
el tiempo consagrado a la fabricación de plusvalía, la
plusvalía relativa crece cuando aumenta la productivi¬
dad del trabajo.
De este modo, al rebajar el precio de las mercancías,
el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo hace
que baje el precio del trabajador. En el régimen capita¬
lista, este desarrollo tiene como resultado aminorar la
parte de la jornada en que el obrero trabaja para sí
mismo, y prolongar, por consiguiente, aquella en que
trabaja gratis para el capitalista. Los mismos procedi¬
mientos que rebajan el precio de las mercancías elevan
la que producen.
plusvalía La economía de trabajo
que realiza un desarrollo de este género no tiende ja¬
más abreviar la jornada de trabajo, como pretenden
a
hacer algunos economistas. El hecho de que por
crecer
un aumento de productividad llegue el obrero a produ¬

cir en una hora diez veces más de lo que producía no


impide que se continúe haciéndole trabajar tanto como
antes, por lo menos.
CAPITULO XIII

Cooperación
Fuerza colectiva del trabajo. Resultados y
condiciones del
trabajo colectivo. El mando de la industria pertenece al
capital. La fuerza colectiva del trabajo aparece como una
fuerza propia del capital

Fuerza colectiva del trabajo

La producción capitalista comienza a establecerse de


hecho cuando un solo dueño explota a muchos asala¬
riados a la vez. Un número considerable de obreros que
trabajan al mismo tiempo, bajo la dirección del mismo
capitalista, y en el mismo lugar, para producir el mis¬
mo género de mercancía: he aquí el punto de partida
histórico de la producción capitalista.
Las leyes de la producción del valor sólo se realizan
de una manera completa para quien explota una colec¬
tividad de obreros. En efecto, el trabajo, considerado
como creador de valor, es trabajo de calidad media, es
decir, la manifestación de fuerza media. En cada
una
ramo de industria el obrero aislado se diferencia más
o menos del obrero de
tipo medio. Aunque emplee más
o menos tiempo que el término medio para una misma

operación, recibe el valor medio de la fuerza de tra¬


bajo, lo que motiva que su patrono obtenga de su tra¬
bajo más o menos que el tipo general de la plusvalía.
Estas diferencias individuales en el grado de habilidad
se compensan y
desaparecen cuando se trata de un gran
número de obreros. La jornada de un número conside-
176 CARLOS MARX

rabie de obreros explotados al mismo tiempo constituyó


una jornada de trabajo social, es decir, medio.
Aunque los procedimientos de ejecución del trabajo
no experimenten variaciones, el empleo de numeroso
personal ocasiona una revolución en las condiciones ma¬
teriales del trabajo. Un taller en el que estén instalados
veinte tejedores, veinte telares, debe ser mayor que el
de un patrono que sólo emplee a dos tejedores; pero la
construcción de diez talleres para veinte tejedores que
trabajen en grupos de dos, cuesta más que la de uno
solo que sirva para veinte al mismo tiempo.
El valor de los medios de producción comunes y con¬
centrados es menor que el de los medios dispersos que
reemplazan. Además, ese valor se reparte entre una
masa relativamente mayor de productos. Por consi¬
guiente, la porción de valor que transmiten a las mer¬
cancías disminuye. El efecto es el mismo que si se las
hubiese hecho más baratas. La economía en su empleo
procede de su consumo en común.
Cuando muchos trabajadores actúan juntos para un
objeto común, en un mismo acto de producción o en
actos diferentes, pero relacionados entre sí; cuando hay
conjunto de fuerzas, el trabajo reviste la forma coope¬
rativa.
De la misma manera que la fuerza de ataque de un
escuadrón de caballería difiere profundamente del total
de las fuerzas puestas aisladamente en juego por cada
uno de los soldados, así el total de las fuerzas de los
obreros aislados difiere de la fuerza que se desenvuelve
desde el momento en que actúan juntos en una misma
operación. Se crea, pues, gracias a la cooperación, una
nueva fuerza que únicamente funciona como fuerza co¬

operativa.

Resultados y condiciones del trabajo colectivo

Además de la nueva potencia que resulta de la re¬


unión de numerosas fuerzas en una fuerza común, el
contacto social produce por sí solo una excitación que
eleva la capacidad individual de ejecución.
EL CAPITAL
177
La cooperación de
trabajadores, al repartir entre di¬
ferentes manos las diversas
operaciones que requiere la
elaboración de un producto, permite
ejecutarlas al mis¬
mo tiempo y abreviar el
tiempo necesario para su ela¬
boración; también permite suplir la corta duración del
tiempo disponible de ciertas circunstancias,
por la gran
cantidad de trabajo que ejecuta en
poco tiempo una co¬
lectividad de obreros. Además, permite las
grandes em¬
presas, imposibles sin ella, limitando el
espacio en que
se realiza el trabajo, mediante la
concentración de los
medios de producción y de los
trabajadores, y disminu¬
yendo por esta causa los gastos.
Comparada con un número igual de
jornadas aisla¬
das, la jornada de trabajo colectivo produce más
tos útiles y
obje¬
disminuye asi el tiempo necesario para ob¬
tener el efecto que se
persigue. En resumen: el trabajo
colectivo da resultados que no podría
proporcionar nun¬
ca el
trabajo individual. Esta fuerza productiva espe¬
cial de la jornada colectiva es una
fuerza de trabajo so¬
cial o común, y según plan concertado, el trabajador
traspasa los límites de su individualidad y desarrolla su
potencia como especie.
La reunión de hombres la
es condición misma de su
acción común, de su cooperación. Para que un
capita¬
lista pueda emplear al mismo
tiempo cierto número de
asalariados es necesario
que compre a la vez sus fuer¬
zas de trabajo. El valor total de estas
fuerzas, o cierta
suma de salarios
por día, semana, etc., debe estar re¬
unido en la caja del capitalista antes de
que los obre¬
ros estén reunidos en el acto
de la producción. Por con¬
siguiente, el número de los cooperantes o la
cia de la cooperación importan¬
depende, ante todo, de la magni¬
tud del capital que puede
adelantarse para la compra
de fuerzas de trabajo, es decir, de la
relación en que
un solo
capitalista dispone de ios medios de subsisten¬
cia de numerosos obreros.
Por otro lado, el incremento de la
parte variable del
capital necesita el de su parte constante. Con
la coope¬
ración, el valor y la cantidad de los medios de
produc¬
ción, primeras materias e instrumentos de trabajo au-
CARLOS MARX
178

mentan considerablemente. Cuanto más se desarrollan


las productivas del trabajo, mayor es la canti¬
fuerzas
dad de primeras materias que se invierten en un tiem¬
po determinado. Así, pues, la concentración de los me¬
dios de producción en manos de capitalistas es la con¬
dición material de toda cooperación entre asalariados.
Hemos visto, en el capítulo undécimo, que el poseedor
de dinero necesitaba tener un mínimum de éste que le
permitiese explotar suficientes obreros para descargar¬
se en ellos de su trabajo manual. Sin esta condición, el
pequeño patrono no hubiese podido ser sustituido por
el capitalista, y la producción no hubiese podido reves¬
tir la forma capitalista. El mínimum de magnitud del
capital que debe concentrarse en manos de los particu¬
lares presenta ahora como la concentración de ri¬
se

queza necesaria para la transformación de los trabajos


aislados en trabajo colectivo.

El mando de la industria pertenece al capital


En los comienzos del capital, su mando sobre el tra¬
bajo tiene un carácter casi accidental. El obrero tra¬
baja a las órdenes del capital, en el sentido de que
le ha vendido su fuerza por carecer de medios mate¬
riales para trabajar por cuenta propia. Pero desde el
momento en que hay cooperación entre obreros-asalaria¬
dos, el mando del capital se manifiesta como una condi¬
ción indispensable de la ejecución del trabajo. Todo
trabajo social o común requiere una dirección que ar¬
monice las actividades individuales. Un músico que eje¬
cuta un solo se dirige a sí mismo: pero una orquesta
necesita un director. Esta función directora de vigilan¬
cia llega a ser la función del capital cuando se hace
cooperativo el trabajo que le está subordinado, y, como
función capitalista, adquiere caracteres especiales.
La necesidad de hacer valer el capital es el acicate
poderoso de la producción capitalista; su fin determi¬
nante, la mayor fabricación de plusvalía, es decir, la
mayor explotación posible de la fuerza de trabajo. A
EL CAPITAL
179
medida que aumenta el número de obreros
en
conjunto, mayor es su fuerza de explotados
resistencia contra el
capitalista, y más preciso ejercer
una presión
para domar esa resistencia. enérgica
En manos del
driección, no es sólo la función capitalista la
naturaleza del especial que nace de la
trabajo cooperativo o social;
y sobre todo, la es, además
función de explotar el
ción que tiene por trabajo social, fun¬
base el antagonismo
el explotador y la fuerza que inevitable entre
dirección llega a ser explota. La forma de esta
formas particulares de indefectiblemente despótica. Las
este despotismo
medida que se
se desarrollan a
desenvuelve
la cooperación.
El capitalista
comienza por excusarse del
nual. Después, al
aumentar su
trabajo ma¬
za colectiva capital, y con él la fuer¬
que explota, abandona su
lancia inmediata de función de vigi¬
los obreros y de los
ros, y la confía a una grupos obre¬
clase especial de asalariados.
Cuando llega a encontrarse a la
cabeza de un ejército
industrial, necesita oficiales superiores
rentes— y oficiales inferiores —directores, ge¬
—vigilantes, inspectores,
contramaestres—, que, durante el
trabajo, manden en
nombre del capital. El
trabajo de vigilancia se
en función
exclusiva de estos asalariados convierte
El mando de
la industria pertenece especiales.
al capital,
pertenecía a la como
propiedad territorial, en los
dales, la dirección de la tiempos feu¬
guerra y la
la justicia. Augusto Comte administración de
y la escuela
intentado demostrar la eterna positivista han
del necesidad de los señores
capital. De la misma
manera, y con las mismas ra¬
zones, hubieran podido demostrar la
dales. de los señores feu¬

La fuerza colectiva del


trabajo aparece como una fuerza
propia del capital
El obrero
es dueño de
su fuerza de
que discute
el precio de venta trabajo en tanto
con el
puede vender lo
que posee: su fuerza
capitalista, y sólo
es como el individual. Así
capitalista contrata con uno o con cien
obre^
180 CARLOS MARX

ros,independientes entre sí y que podría emplear sin


hacerlos cooperar. El capitalista paga por separado a
cada uno de los cien obreros su fuerza de trabajo, pero
no paga la fuerza combinada de los cien.
Los obreros, como personas independientes, son indi¬
viduos aislados que entran en relación con el mismo
capital, pero no entre sí. El vínculo entre sus funcio¬
nes individuales, esto unidad como cuerpo pro¬
es, su
ductor, se encuentra fuera de ellos: en el capital que
los reúne. Su cooperación sólo empieza en el acto del
trabajo, pero entonces han dejado ya de pertenecerse.
Desde que figuran en el trabajo no son más que una
forma particular de existencia del capital. La fuerza
productora que los asalariados desarrollan al funcionar
como trabajador colectivo es, por consiguiente, fuerza
productora del capital. La fuerza social del trabajo pa¬
rece ser una fuerza de que por naturaleza está dotado
el capital, fuerza productora que le pertenece como pro¬
pia, porque nada le cuesta, y, además, porque el asala¬
riado la desarrolla después que su trabajo pertenece al
capital.
potencia colectiva del trabajo, desarrollada por
Si la
la cooperación, aparece como fuerza productora del ca¬
pital, la cooperación aparece como forma particular de
la producción capitalista. Esta socialización del trabajo,
en manos del capital, sólo aumentan las fuerzas pro¬
ductoras para explotarlas con más provecho.
CAPITULO XIV

División del trabajo y manufactura

I. Doble origen de la
manufactura.—II. El trabajador frac¬
cionario y su utensilio.—III. Las
dos formas
de la manufactura. fundamentales
Mecanismo general de la
tura. Acción de la manufac¬
manufactura sobre el trabajo.—IV. Divi¬
sión del trabajo en la
manufactura y en la sociedad.—
V. Carácter capitalista de
la manufactura

i.—Doble origen de la manufactura

El génerode cooperación que tiene


sión del trabajo reviste en por base la divi¬
la manufactura su forma
clá¬
sica, y domina durante el período
manufacturero pro¬
piamente dicho, que dura
aproximadamente desde la
mitad del siglo xvi hasta el último
tercio del xvm.
Por una
parte, solo
un taller puede reunir,
órdenes del mismo capitalista, artesanos bajo las
de
distintos ofi¬
cios, por cuyas manos debe pasar un
dar enteramente producto para que¬
concluido. Un coche fue primero el
producto de los trabajos de gran
número de artesanos
independientes entre sí: carreteros,
neros, pintores, etc. La manufactura
guarnicioneros, tor¬
carrocera los ha
reunido a todos en un mismo
local, donde trabajan a la
vez; como se construyen muchos
carruajes al mismo
tiempo, cada obrero tiene siempre su tarea
que realizar. Mas bien particular
pronto se introduce una modi¬
ficación esencial: el
cerrajero, el carpintero, etc., que
sólo se han ocupado en la fabricación de
coches, pier-
182 CARLOS MARX

den poco a poco la costumbre, v con ella la capacidad


de ejercer su oficio en toda su extensión; limitados des¬
de este momento a una especialidad de su oficio, su
habilidad adquiere la forma más propia para este ejer¬
ció circunscrito.
Por otra parte, gran número de obreros que fabrican
el mismo objeto pueden ser ocupados al mismo tiempo
y por el mismo capitalista en el mismo taller. Esta es
la cooperación en su forma más sencilla. Cada uno de
los obreros hace la mercancía íntegra, ejecutando su¬
cesivamente las diversas operaciones necesarias. En
virtud de circunstancias exteriores, un día, en vez de
hacer que cada obrero ejecute las diferentes operacio¬
nes, se confía cada una de éstas especialmente a uno de
ellos, y todas en conjunto resultan entonces ejecutadas
al mismo tiempo por los cooperadores, ejecutando sólo
una cada uno de ellos en vez de hacerlas todas suce¬
sivamente cada obrero. Realizada accidentalmente esta
división la primera vez, se repite, muestra sus ventajas
y concluye por ser una divisiónsistemática del trabajo.
De producto independiente que
individual de un obrero
ejecuta una porción de operaciones diversas, la mer¬
cancía se convierte en el producto social de una re¬
unión de obreros, cada uno de los cuales efectúa cons¬
tantemente la misma operación de detalle.
El origen de la manufactura, su procedencia del ofi¬
cio, presenta, pues, doble aspecto. Por un lado, tiene
por punto de partida la combinación de oficios diversos
e independientes, la cual se simplifica hasta reducirlas
a categoría de operaciones parciales y complementa¬
la
rias la producción de la misma mercancía. Por otro
en
lado, se apodera de la cooperación de artesanos del mis¬
mo género, descompone su oficio en sus diferentes ope¬

raciones, las aisla y las hace independientes, de tal ma¬


nera que cada una de ellas llega a ser la función ex¬

clusiva de un trabajador, el cual, elaborando sólo una


parte de un producto, no es más que un trabajador
fraccionario. Así, pues, tan pronto combina oficios dis¬
tintos cuyo producto es la obra, como desarrolla la di-
Visión del trabajo en un oficio. Cualquiera que sea su
el capital
183
punto de partida, su forma
definitiva es
un la misma:
organismo de producción
cuyos miembros son hombres.
Para apreciar bien la división
del trabajo en la manu¬
factura es esencial no
perder de vista los dos puntos
siguientes: primero, la ejecución de las
operaciones no
deja de depender de la fuerza, de la
rapidez del obrero en el
habilidad, de la
manejo de su utensilio; por
eso cada obrero
queda adscrito a una función de deta¬
lle, a una función fraccionaria por toda su
gundo, la división manufacturera del vida; se¬
trabajo es una co¬
operación de género particular; no
jas dependen principalmente, no de obstante, sus venta¬
esa forma particu¬
lar, sino de la naturaleza general de
la cooperación.

•II.—el trabajador fraccionario y su utensilio

El trabajador fraccionario
convierte su cuerpo entero
en
órgano mecánico de una sola operación,
por él durante toda su
ejecutada
vida, de manera que llega a efec¬
tuarla con más rapidez
que el artesano que ejecuta toda
una serie de
operaciones. Así, pues, comparada con
el
oficio independiente, la
manufactura, compuesta de tra¬
bajadores fraccionarios, suministra más
menos tiempo, es
productos en
decir, aumenta la fuerza productiva
del trabajo.
El artesano que tiene
que efectuar operaciones dife¬
rentes debe cambiar de
lugar o de instrumentos. El
paso de una operación a otra
ocasiona interrupciones
en el
trabajo, intervalos improductivos, los cuales des¬
aparecen, dejando más tiempo a la producción a me¬
dida que disminuye para cada
trabajador el número de
cambios de operaciones, en virtud
de la división del
trabajo. Por otra parte, este trabajo continuo
me acaba y unifor¬
por fatigar el organismo, que halla
alivio y
solaz en la actividad variada.
Cuando las partes del trabajo dividido
llegan a ser
funciones exclusivas, se perfecciona su método. Si se re¬
pite constantemente un acto simple y se concentra en
él la atención, se llega a alcanzar por la experiencia el
184 carlos marx

efecto útil deseado con el menor gasto posible de fuerza;


y como siempre diversas generaciones de obreros viven
y trabajan al mismo tiempo en los mismos talleres, los
procedimientos técnicos adquiridos, las llamadas tretas
del oficio, se acumulan y se transmiten, aumentándose
de esta manera la potencia productora del trabajo.
La productividad del trabajo no depende solamente de
la habilidad del obrero, sino también de la perfección
de sus instrumentos. Una misma herramienta puede
servir para operaciones distintas. A medida que estas
operaciones se separan, el utensilio abandona su for¬
ma única subdivide cada vez más en variedades
y se
diversas, cada una de las cuales poseen una forma pro¬
pia para un solo uso, pero la más adecuada para ese
uso. El período manufacturero simplifica, perfecciona
y multiplica los instrumentos de trabajo, acomodán¬
dolos a las funciones separadas y exclusivas de los obre¬
ros fraccionarios.
El trabajador fraccionario y su utensilio: tales son
los elementos simples de la manufactura, cuyo meca¬
nismo general vamos a examinar.

III.—Las dos formas fundamentales de la manufactura

La presenta dos formas fundamentales


manufactura
que, a de su mezcla accidental, constituyen dos
pesar
especies esencialmente distintas, las cuales desempeñan
papeles muy diferentes al ocurrir la transformación
de la manufactura en gran industria que después tie¬
ne lugar. Este doble carácter depende de la naturaleza

del producto, que debe su forma definitiva a un sim-


pre ajuste mecánico de productos parciales independien¬
tes, o a una serie de transformaciones ligadas entre sí.
La primera especie suministra productos cuya forma
definitiva es una simple reunión de productos parciales
que hasta pueden ser ejecutados por oficios distintos:
producto típico de esta especie es el reloj. El reloj
constituye el producto social de inmenso número de
trabajadores: los que hacen los resortes, esferas o
EL CAPITAL
185
muestras, agujas, cajas,
tornillos, los doradores, etc. Las
subdivisiones abundan. Hay, por
de ruedas de latón ejemplo, los fabricantes
y ruedas de acero
los que hacen los separadamente:
muelles, ejes, escape, volante; el
lidor de las ruedas pu¬
y el de los
las cifras, el tornillos; el pintor de
grabador, el- pulidor de la
por último, el ajustador, que reúne estos caja, etc., y,
parados y entrega el elementos se¬
reloj terminado por completo.
estos elementos tan Mas
diversos hacen enteramente
dental la reunión en un mismo acci¬
taller de los obreros
que lo preparan. Los obreros
que ejecutan en sus ca¬
sas estos trabajos de
detalle, pero por cuenta de un
capitalista, se hacen una terrible
vecho de éste, que competencia en pro¬
economiza, además, los gastos del
taller; de este modo, la explotación
ofrece beneficios en manufacturera sólo
circunstancias excepcionales.
La segunda especie de manufactura—su forma
fecta—suministra productos que recorren per¬
rie de desarrollos toda una se¬
graduales. En la manufactura
alfileres, por ejemplo, el alambre de de
latón pasa aproxi¬
madamente por las manos de un centenar de obreros,
cada uno de los cuales efectúa operaciones
Combinando oficios que antes eran distintas.
manufactura de este género independiente, una
tre las diversas disminuye el tiempo en¬
operaciones, y la ganancia en fuerza
productiva que resulta de esta
economía de tiempo de¬
pende del carácter cooperativo
de la manufactura.

Mecanismo general de la manufactura

Antes de llegar a su forma definitiva, el objeto de


trabajo, el latón, por ejemplo, en la
manufactura de
alfileres, pasa por una serie de operaciones
el conjunto de los que, dado
productos en obra, se realizan
táneamente: se ve ejecutar al mismo simul¬
del alambre, la tiempo el corte
preparación de las
de las puntas, etc. El cabezas, el afilado
producto aparece así en el mismo
momento en todos los
grados de transformación.
186 CARLOS MARX

Como el producto parcial de cada trabajador fraccio¬


nario es sólo un grado particular del desarrollo de la
obra completa, el resultado del trabajo de uno es el
punto de partida del trabajo de otro. El tiempo de tra¬
bajo necesario para obtener en cada operación parcial
el efecto útil deseado, se establece experimentalmente,
y el mecanismo total de la manufactura funciona con
la condición de que en un tiempo dado debe obtenerse
un resultado determinado. De esta manera, los trabajos
diversos y complementarios pueden ejecutarse parale¬
lamente y sin interrupción. Esta dependencia inmediata
en que se hallan recíprocamente trabajos y trabajado-
des obliga a cada uno a emplear sólo el tiempo nece¬
sario en su función y aumenta, por lo mismo, el rendi-
diento del trabajo.
Sin embargo, exigen tiempos
operaciones distintas
suministran en tiempos
desiguales, y, por consiguiente,
iguales cantidades desiguales de productos parciales.
Así, pues, para conseguir que el mismo obrero realice
todos los días una sola operación sin pérdida de tiem¬
po, es necesario emplear para operaciones diferentes di¬
verso número de obreros: cuatro fundidores, por ejem¬

plo, para dos compositores y un raspador en una ma¬


nufactura de caracteres de imprenta. En una hora el
fundidor funde sólo 2.000 caracteres, en tanto que el
compositor compone 4.000 y el respador raspa 8.000 en
el mismo espacio de tiempo.
Una vez determinado por la experiencia, para una ci¬
fra dada de producción, el número proporcional más
conveniente de obreros en especial, sólo
cada grupo
puede aumentarse esta cifra aumentando cada grupo
especial proporcionalmente a su número de trabajadores.
El grupo de obre¬
especial no sólo puede componerse
ros realizan la misma tarea, sino también de tra¬
que
bajadores cada uno de los cuales tiene su función par¬
ticular en la elaboración de un producto particular .El
grupo constituye entonces un trabajador colectivo per¬
fectamente organizado. Los obreros que lo componen
forman otros tantos órganos diferentes de una fuerza
colectiva, que funciona gracias a la cooperación inme-
EL CAPITAL
187
diata de todos. Si falta
uno de ellos se paraliza el gru¬
po de que forma
parte.
Por último, así
como la manufactura
parte de una combinación proviene en
de oficios
bién puede desarrollarse diferentes, tam¬
combinando diferentes manu¬
facturas. De este modo, en las grandes
drio fabrican los crisoles de arcilla
se de vi¬ fábricas
La manufactura que se necesitan.
del medio de producción
se une a la
manufactura del producto,
y la manufactura del
ducto a manufacturas en pro¬
las que éste entra
mera materia. como prl
Las manufacturas
en este caso, combinadas forman,
secciones de la manufactura
constituyen actos independientes
total, aunque
de producción, cada
uno de los cuales tiene su
división distinta del
A pesar de sus trabajo.
ventajas, la manufactura
combinada no
adquiere verdadera unidad sino
mación de la industria después de la transfor¬
cánica.
manufacturera en industria me¬

En algunos lugares se ha desarrollado


la
manufactura, el también, con
uso de las
para ciertos máquinas, sobre todo
trabajos preliminares
pueden sencillos
que sólo
ejecutarse en grande y con
un gasto impor¬
tante de fuerza, como el
los establecimientos fraccionamiento del mineral en
metalúrgicos. Pero,
las máquinas
desempeñan generalmente,
un
papel secundario en el
período manufacturero.

Acción de la manufactura
sobre el trabajo
El trabajador
de gran número de
colectivo, formado
por la combinación
obreros fraccionarios,
mecanismo propio del período consttiuye el
Las diversos operaciones manufacturero.
que el productor
de una mercancía realiza individual
funden en
sucesivamente, y
el conjunto de su que se con¬
dades de distinta índole. En trabajo,
requieren cuali¬
una necesita
habilidad; en otra, más fuerza; en emplear más
otra, más atención,
etcétera, y el mismo individuo no
posee todas estas fa¬
cultades en grado igual. Una
vez separadas y hechas
CARLOS MARX
188

independientes las distintas operaciones, los obreros son


clasificados segtín las facultades que predominan en
cada uno de ellos. De este modo, el trabajador colec¬
tivo posee todas las facultades productivas requeridas,
que no es posible encontrar reunidas en el trabajador
individual, y las gasta lo más económica y útilmente
posible, empleando a las individuales que lo componen
sólo en funcionesadecuadas a sus cualidades. Consi¬
derado como miembro del trabajador colectivo, el tra¬
bajador fraccionario llega a ser tanto más perfecto
cuanto más incompleto es.
El hábito de la función única le convierte en órgano
inefable y función, al mismo tiempo
mecánico de esa
que el conjunto del mecanismo le obliga a obrar con
la regularidad de una pieza de máquina.
Siendo las funciones del trabajador colectivo más o
menos simples, más o menos elevadas, sus órganos, esto
es, las fuerzas individuales de trabajo, deben ser tam¬
bién más o menos simples, más o menos desarrolladas,
y poseen, por consiguiente, valores distintos. De esta
manera, para responder a la jerarquía de las funciones,
la manufactura crea una jerarquía de fuerzas de tra¬
bajo, a la que corresponde una graduación de salarios.
Todo acto de producción exige ciertos trabajos de
que cualquiera es capaz. Esos trabajos son separados
de las operaciones principales que los necesitan y con¬
vertidos en funciones exclusivas. Asi, pues, la manu¬
factura produce, en cada oficio que entra en su domi¬
nio, una categoría de simples peones o braceros. Aun¬
que desarrolla la especialidad aislada hasta el punto
de hacer de excesiva a expensas de
ella una habilidad
la potencia del trabajo integral, también empieza por
hacer una especialidad de la falta de todo desarrollo.
Al lado de la graduación jerárquica se constituye una
división de los trabajadores en hábiles e inhábiles.
Para estos últimos son nulos los gastos de aprendiza¬
je; para los primeros son menores que los que implica
el oficio aprendido en conjunto. En ambos casos, la
fuerza de trabajo pierde parte de su valor. Esa pérdida
relativa de valor de la fuerza de trabajo, que depende
él capital
189
de ladisminución o desaparición de los gastos de
aprendizaje, ocasiona un aumento de
to, todo plusvalía. En efec¬
lo
que aminora el tiempo
producción de la fuerza de necesario para la
trabajo acrecienta, por ese
mismo hecho, el dominio del
sobretrabajo.

IV.—División del trabajo en la manufactura


y en la sociedad

Examinemos ahora la relación


entre la división ma¬
nufacturera del trabajo y su
división social—distribu¬
ción de los individuos
entre las diversas
que forma la base general de profesiones—
toda producción mercantil.
Si nos limitamos a
considerar el trabajo en
puede designar la sí, se
separación de la producción
en sus grandes social
con el
ramos—industria, agricultura, etc.—,
nombre de división del
separación de estos
trabajo en general; la
grandes géneros de producción en
especies y variedades, con
el de división del
particular, y, por último, la trabajo en
el de división división en el taller con
del trabajo en detalle.
De la misma manera
que la división del
la manufactura trabajo en
supone como base material
mero de obreros cierto nú¬
ocupados a la vez, así también la
sión del trabajo en la divi
sociedad implica una
bastante numerosa y compacta población
que corresponde a la
aglomeración de los obreros en el taller.
La
división manufacturera del trabajo sólo arraiga
donde su división social ha
de llegado ya a cierto grado
desarrollo, y como resultado desarrolla
esta y multiplica
última, subdividiendo una profesión
con
arreglo
a la variedad de sus
operaciones y organizando estas
operaciones en oficios
distintos.
A pesar de las
semejanzas y relaciones que existen en¬
tre la división del
trabajo en la sociedad y la división
del trabajo en el
taller, existe entre ellas una diferen¬
cia esencial.
La semejanza
resalta, patente, donde diversas ramas
de industria están unidas
por íntimo lazo. El ganadero.
190 CARLOS MARX

por ejemplo, produce pieles; el curtidor las convierte


en el zapatero hace con el suero rapatos. En esta
cuero,
división social del trabajo, como en la división manu¬
facturera, cada uno suministra un producto gradual, y
el último producto es la obra colectiva de trabajos es¬
peciales.
Pero ¿qué es lo que constituye la relación entre los
trabajos independientes del ganadero, del curtidor y del
zapatero? El ser mercancías sus productos respectivos.
Y, por el contrario, ¿cuál es el carácter propio de la
división manufacturera producir mer¬
del trabajo? El no
cancías los trabajadores, siendo sólo mercancías su
pro¬
ducto tra¬
colectivo. La división manufacturera del
bajo supone una concentración de medios de produc¬
ción manos del capitalista; la división social del
en
trabajo implica la dispersión de los medios de produc¬
ción entre gran número de produrtores comerciales, in¬
dependientes unos de otros. En tanto que en la manu¬
factura la proporción indicada por la experiencia de¬
termina el número de obreros afectos a cada función
particular, el acaso y la arbitrariedad imperan en la dis¬
tribución de los productores y de sus medios de produc¬
ción entre las diversas ramas del trabajo social.
No obstante, las diferentes ramas de la producción
que crecen o disminuyen siguiendo las oscilaciones de
los precios del mercado, tienden, bajo la presión de las
catástrofes, a buscar .Mas esta tendencia
el equilibrio.
a reacción contra la destruc¬
equilibrarse sólo es una
ción continua de este equilibrio.
La división manufacturera del trabajo implica la au¬
toridad absoluta del capitalista sobre hombres trans¬
formados en simples miembros de un mecanismo que
le pertenece. La división social del trabajo pone frente
frente a productores que no conocen más autoridad
a

que la de la competencia ni otra fuerza que la presión


que sobre ellos ejercen sus intereses recíprocos. ¡Y la
conciencia burguesa, que preconiza la división manufac¬
turera del trabajo, es decir, la condenación perpetua del
trabajador a una operación de detalle y su subordina¬
ción absoluta al capitalista, grita y se indigna cuando
el capital
191
se habla de
intervención, de reglamentación, de
nización regular de
la producción! Denuncia orga¬
tativa de este toda ten¬
género como un ataque contra
chos de la propiedad los dere¬
y de la libertad. «¿Queréis,
convertir la sociedad en una
pues,
darios entusiastas del fábrica?», parti¬ claman los
sistema de fábrica. Por
sistema de las fábricas lo visto, el
sólo es bueno para los
rios. El desorden en la proleta¬
división social y el
en la división despotismo
manufacturera del trabajo caracterizan
la sociedad burguesa.
En tanto que la
división social del
bio de mercancías o trabajo, con cam¬
sin él, pertenece
nómicas de las sociedades las formas a
eco¬
más
nufacturera es una creación diversas, la división ma¬
especial del sistema de
producción capitalista.

V.—Carácter capitalista de la manufactura


Con la
manufactura y la división del
mero mínimo de trabajo, el nú¬
obreros que debe
lista se lo impone la emplear un capita¬
división del trabajo establecida.
Para obtener las
ventajas de una división mayor nece¬
sita aumento de
personal, y hemos visto que el aumento
debe recaer al mismo
tiempo, según
terminadas, sobre todos los grupos del proporciones de¬
taller. Este acre¬
centamiento de la parte del
capital consagrada a la
compra de fuerzos de
trabajo, esto es, de la parte va¬
riable, necesita, naturalmente, el de la
te: parte constan¬
anticipos en medios de produccin
primeras y, sobre todo, en
materias. La manufactura
aumenta, por con¬
siguiente, el mínimo de dinero
talista. indispensable al capi¬
La manufactura
revoluciona completamente el siste¬
ma de
trabajo individual y ataca en su raíz a
de trabajo. Es dañina la fuerza
para el trabajador: hace de él
algo monstruoso al activar el
su destreza
desarrollo artificial de
de detalle: en perjuicio de
general. El obrero queda
su desarrollo
convertido en resorte automá¬
tico de una operación
exclusiva. Si adquiere destreza,
en detrimento de su inteligencia, los conocimientos, el
CARLOS MARX
192

desarrollo intelectual, que desaparecen en él, se con-


cntran en otros como un poder que le domina, poder
adscrito al servicio del capital.
En un principio, el obrerovende su fuerza de tra¬
bajo al capital sólo porque le faltan los medios mate¬
riales de producción. Desde el momento en que, en lu¬
gar de poseer todo su oficio, de saber ejecutar las di¬
versas operaciones precisas parala producción de una
obra, tiene el obrero necesidad de la cooperación de
mayor o menor número de compañeros para que la úni¬
ca función de detalle que es capaz de realizar sea efi¬
caz; cuando, en una palabra, es un sólo accesorio que,
aislado, no tiene utilidad, no puede obtener servicio
formal de su fuerza de trabajo si no la vende. Para
actuar necesita un medio social que sólo existe en el
taller del capitalista.
La cooperación fundada en la división del trabajo,
esto es, en la manufactura, es en sus principios una
operación espontaánea e inconsciente. En cuanto ad¬
quiere alguna consistencia y base suficientemente am¬
plia, llega a ser la forma reconocida y metódica de la
producción capitalista.
La división del trabajo, que se desenvuelve experi-
mentalmente, sólo es un método particular de aumentar
el rendimiento del capital a expensas del trabajador.
Al aumentar las fuerzas productivas del trabajo crea
circunstancias nuevas que aseguran la dominación del
capital sobre el trabajo. Se presenta, pues, como un pro¬
greso histórico, período necesario en la formación eco¬
nómica de la sociedad, y como medio civilizado y refi¬
nado de explotar.
Sin embargo, en tanto que la manufactura es la for¬
ma dominante del sistema de producción capitalista, la
realización de las tendencias dominadoras del capital
encuentra obstáculos. La habilidad en el oficio conti¬
núa siendo, a pesar de todo, la base de la manufactura;
los obreros hábiles son los más numerosos y no se pue¬
de prescindir de ellos; tienen, por consiguiente, cierta
fuerza de resistencia, y el capital ha de luchar cons¬
tantemente contra su insubordinación.
CAPITULO XV

Maquinismo y gran industria


I. Desarrollo del maqumismo. Desarrollo de la gran Indus¬
tria.—II. Valor transmitido por la máquina al
producto.
III. Trabajo de las
mujeres y de los niños. Prolongación
de la jornada de trabajo. El
trabajo vuelto más intenso.
IV. La fábrica.—V. Lucha entre el
trabajador y la máqui¬
na.—VI. La teoría de la compensación.—VII. Los obreros,
alternativamente, rechazados de la fábrica y atraídos por
ella.—VIII. Supresión de la cooperación fundada en el
oficio y en la división del trabajo. Reacción de la fábrica
sobre la manufactura y el trabajo a domicilio. Paso de la
manufactura moderna y del trabajo a domicilio a la gran
industria.—IX. Contradicción entre la naturaleza de la
gran industria y su forma capitalista. La fábrica y la ins¬
trucción. La fábrica y la familia. Consecuencias revolu¬
cionarias de la legislación de fábrica.—X. Gran
industria
y agricultura

i.—Desarrollo del maquinismo

Como todo desarrollo de la fuerza productiva del tra¬


bajo, el empleo capitalista de las máquinas sólo tiende
a disminuir el precio de las mercancías y, por consi¬
guiente, a reducir la parte de la jornada en que el obre¬
ro trabaja para sí mismo, a fin de prolongar la otra
parte en que trabaja para el capitalista. Es, como la
manufactura, un método particular para fabricar plus¬
valía relativa.
La fuerza de trabajo en la manufactura y el instru-
194 CARLOS MARX

mentó de trabajo en la producción mecánica son los


puntos de partida de la revolución industrial. Por tan¬
to, es necesario estudiar de qué modo el intrumento
de trabajo se ha convertido de utensilio en máquina,
precisando así la diferencia que existe entre la máquina
y el intrumento manual.
Todo mecanismo desarrollado se compone de tres par¬
tes esencialmente distintas: motor, transmisión y má¬
quina de operación.
El motor da el impulso a todo el mecanismo. Engen¬
dra su propia fuerza de movimiento, como la máquina
de vapor, o recibe el impulso de una fuerza natural
exterior, como la rueda hidráulica de un salto de agua
y el aspa de un molino de viento en las corrientes aé¬
reas.

La transmisión, compuesta de volantes, correas, po¬


lo cambia de forma si es ne¬
leas, etc., lo distribuye,
cesario y lo transmite a la máquina de operación, a
la máquina utensilio. El motor y la transmisión sólo
existen, en efecto, para comunicar a la máquina uten¬
silio el movimiento que la hace actuar sobre el objeto
de trabajo y cambiar su forma.
En la máquina utensilio encontramos en grande, aun¬
que bajo formas modificadas, los aparatos e instrumen¬
tos que emplea el artesano o el obrero manufacturero;
pero de instrumentos manuales del hombre se han con¬
vertido en instrumentos mecánicos de una máquina. Así,
pues, la máquina utensilio es un mecanismo que, reci¬
biendo el movimiento adecuado, ejecuta con sus instru¬
mentos las mismas operaciones que el trabajador eje¬
cutaba antes con instrumentos semejantes.
Desde que el instrumento, fuera ya de la mano del
hombre, esmanejado por un mecanismo, la máquina
utensilio reemplaza a la simple herramienta y realiza
una revolución, aun cuando el hombre continúe impul¬

sándola sirviendo de motor. El número de utensilios


que el hombre puede manejar al mismo tiempo está
limitado por el número de sus propios órganos: si el
hombre sólo posee dos manos para tener agujas, la má¬
quina de hacer medias, movida por un hombre, hace
el capital 105

puntos con muchos millares de agujas; el número de


utensilios o herramientas que una sola
máquina pone
en actividad a la vez se ha emancipado, por tanto, del
límite orgánico que no podía traspasar el utensilio
manual.
Hay instrumentos que muestran claramente el doble
papel del obrero como simple motor y como ejecutor
de la mano de obra propiamente
dicha. Sírvanos de
ejemplo el torno: el pie actúa sobre el pedal como mo¬
tor, en tanto que las manos hilan
trabajando con el
huso. De esta última parte del
instrumento, órgano de
la operación manual, se
apodera, en primer término, la
revolución industrial, dejando al hombre el
papel pu¬
ramente mecánico de
motor, al mismo tiempo que la
nueva tarea
de vigilar la máquina.
Así, la máquina, punto de partida de la revo¬
pues,
lución industrial, reemplaza al
operario que maneja
una herramienta con un mecanismo que trabaja a la
vez muchos utensilios
con
semejantes, y que recibe el
impuso de una fuerza única, sea cual fuere la forma
de esta fuerza. Sin
embargo, esta máquina utensilio no
es más que el elemento simple de la producción me¬
cánica.
Al llegar a cierto punto, sólo es posible aumentar las
dimensiones de la máquina de operación
y el número
de sus utensilios cuando se
dispone de una fuerza de
impulso superior a la del hombre, sin contar con que
éste es un agente muy imperfecto si se trata de
pro¬
ducir un movimiento continuo y uniforme. De este
modo, al ser sustituido el utensilio por una máquina
movida el
hombre, se hizo en seguida necesario
por
reemplazar al hombre en el papel de motor por otras
fuerzas naturales.
Se recurrió al caballo, al agua y al viento;
pero sólo
en la máquina de
vapor de Watt se encontró un motor
capaz de engendrar por sí mismo su propia fuerza mo¬
triz, consumiendo agua y carbón, y cuyo ilimitado grado
de potencia es regulado perfectamente
por el hombre.
Además, no siendo condición indispensable que este mo¬
tor funcione en los
lugares especiales donde se encuen-
196 CARLOS MARX

tra la fuerza motriz natural, como sucede con el agua,


puede transportarse e instalarse allí donde se reclame
su acción.
Emancipado ya el motor de los límites de la fuerza
humana, la máquina utensilio, que inauguró la revolu¬
ción industrial, desciende a la categoría de simple ór¬
gano del mecanismo de operación. Un solo motor puede
poner en movimiento muchas máquinas utensilios. E'l
conjunto del mecanismo productivo presenta entonces
dos formas distintas: o la cooperación de muchas má¬
quinas semejantes, como, por ejemplo, en el tejido, o
una combinación de máquinas diferentes, como ocurre

en la filatura.
En el primer caso, el producto es fabricado completa¬
mente por la misma máquina utensilio, que ejecuta to¬
das las operaciones, y la forma propia del taller funda¬
do en el empleo de las máquinas, es decir, la fábrica,
se presenta, en primer término, como una aglomera¬
ción de máquinas utensilios de la misma especie, que
funcionan al mismo tiempo y en el mismo local. Así,
una fábrica de tejidos está formada por la reunión de
muchos telares mecánicos. Mas existe aquí una verda¬
dera unidad técnica, puesto que estas numerosas má¬
quinas utensilios reciben uniformemente su impulso de
un motor común. De la misma manera que numerosos

utensilios forman los órganos de una máquina utensilio,


así numerosas máquinas utensilios forman otros tantos
órganos semejantes de un mismo mecanismo motor.
En el segundo caso, cuando el objeto de trabajo tiene
que pasar por una serie de transformaciones graduales,
el sistema de mecanismo realiza estas transformaciones
mediante máquinas diferentes, aunque combinadas en¬
tre sí. La cooperación por división del trabajo que ca¬
racteriza a la manufactura surge también como combi¬
nación de máquinas de operación fraccionarias. No obs¬
tante, se manifiesta inmediatamente una diferencia esen¬
cial: la división manufacturera del trabajo debe tener
en cuenta los límites de las fuerzas humanas, y sólo
puede establecerse con arreglo a la posibilidad manual
de las diversas operaciones parciales; al contrario, la
EL CAPITAL 197

producción mecánica, emancipada de los límites de las


fuerzas humanas, funda la división en muchas
opera¬
ciones de un acto de producción, en el análisis
de los
principios constitutivos y de los estados sucesivos de
este acto, en tanto que la cuestión de
ejecución se re¬
suelva por medio de la mecánica, etc. Del mismo
modo
que en la manufactura la cooperación inmediata de
los
obreros encargados de operaciones parciales
exige un
número proporcional y determinado de obreros en cada
grupo, así,
la combinación de máquinas diferentes,
en
la ocupación
continua de unas por otras, suministran¬
do cada una a la que le sigue el objeto de
su trabajo,
crea una relación determinada entre
su número, su di¬
mensión, su velocidad y el número de obreros que se
debe emplear en cada categoría.
Cualquiera que sea su forma, el sistema de máquinas
utensilios que marchan solas, bajo el
impulso recibido
por transmisión de un motor central
que engendra su
propia fuerza motriz, es la expresión más desarrollada
del mecanismo productivo. La máquina aislada ha sido
reemplazada por un monstruo mecánico, cuyos gigantes¬
cos miembros llenan edificios enteros.

Desarrollo de la gran industria


La división manufacturera del trabajo dio
origen al
taller de construcción donde se fabricaban los
instru¬
mentos de trabajo y los aparatos mecánicos ya
emplea¬
dos en algunas manufacturas. Ese taller, con sus hábi¬
les obreros mecánicos, permitió aplicar los
grandes in¬
ventos, y en él
construyeron las máquinas. A medida
se
que se iban multiplicando los inventos
y los pedidos de
máquinas, su construcción se fue dividiendo en ramos
variados e independientes, desarrollándose en cada uno
de ellos la división del trabajo. Así, pues, la manufac¬
tura constituye históricamente la base técnica de la gran
industria.
Las máquinas suministradas por la manufactura ha¬
cen ésta
que sea reemplazada por la gran industria.
198 CARLOS MARX

Mas, al extenderse, la gran industria modifica la cons¬


trucción de las máquinas, que es su base técnica, y la
subordina a su nuevo principio: el empleo de las má¬
quinas.
De la misma manera que la máquina utensilio es mez¬
quina mientras el hombre la mueve, y del mismo modo
que el sistema mecánico progresa con lentitud en tanto
que las fuerzas motoras tradicionales—animal, viento y
aun agua—no son reemplazadas por el vapor, así tam¬
bién la gran industria marcha lentamente mientras la
máquina debe su existencia a la fuerza y la habilidad
humanas, y depende de la fuerza muscular, del golpe
de vista y la destreza manual del obrero.
Mas esto no es todo. La transformación del sistema
de producción en un ramo de la industria implica una
transformación en otro. Los medios de comunicación y
de transporte, insuficientes para el aumento de produc¬
ción, tuvieronque adaptarse a las exigencias de la
gran industria (caminos de hierro, paquebotes, trasatlán¬
ticos). Las enormes masas de hierro que por efecto de
esto fue preciso preparar necesitaron monstruosas má¬
quinas, cuya creación era imposible para el trabajo ma¬
nufacturero.
Asi, pues, la gran industria se vio en la precisión de
dirigirse a su medio característico de producción, a la
misma máquina, para producir otras máquinas. De este
modo se creó una base técnica en armonía con su prin¬
cipio.
Se tenía ya en la máquina de vapor un motor capaz
de cualquier grado de potencia; mas para fabricar má¬
quinas con máquinas era preciso producir mecánicamen¬
te las formas perfectas geométricas-—el círculo, el cono,
la esfera—que exigen ciertas partes de las máquinas.
El problema se resolvió a principios del siglo xix con
la invención del carrillo en el torno, que poco después
pudo moverse por sí solo. Este accesorio del torno per¬
mite producir las formas geométricas que se deseen con
un grado de exactitud, facilidad y rapidez que la expe¬
riencia acumulada no consigue jamás dar a la mano del
hombre.
el capital
199
Al
poder, desde este momento, extenderse
libremen
te, la gran Industria hace del carácter
cooperativo del
trabajo una necesidad técnica, impuesta por la natura¬
leza misma de su medio; crea un
organismo de produc¬
ción que el obrero encuentra en
el taller como condi¬
ción material, ya dispuesta, de su
trabajo. El capital se
presenta ante él bajo una forma nueva
y mucho más
temible: la de un autómata
monstruoso, a cuyo lado es
casi nula la fuerza del obrero
individual.

II.—Valor transmitido por la máquina al producto

Hemos visto ya que las fuerzas


productivas que resul¬
tan de la cooperación y de la división
del trabajo no
cuestan nada al capital. Estas son las
fuerzas naturales
del trabajo social. Tampoco cuestan nada
las fuerzas fí¬
sicas apropiadas para la
producción, como el agua, el
vapor, etc.; mas para utilizarlas hacen falta
ciertos apa¬
ratos preparados por el hombre. Para
explotar la fuer¬
za motriz del agua se necesita una
rueda hidráulica;
para explotar la elasticidad del
vapor es necesaria una
máquina.
Aunque es evidente, desde luego, que la industria me¬
cánica acrecienta, de un modo
maravilloso, la produc¬
tividad del trabajo, surge la duda de si el
empleo de las
máquinas economiza más trabajo del que cuestan su
construcción y conservación.
Como cualquiera otro elemento del
capital constante,
que es la parte adelantada en medios de
producción, la
máquina no produce valor, y sólo transmite el suyo al
artículo que fabrica. Mas la máquina, ese medio de tra¬
bajo de la gran industria, es muy costosa comparada
con los medios de trabajo del oficio
y de la manufactura.
Aunque la máquina es utilizada siempre, y por com¬
pleto, para la creación de un producto, esto es, como
elemento de producción, solamente se consume
por frac¬
ciones para la
formación de valor, es decir, como ele¬
mento de valor. En efecto, una vez creado el
la
producto,
máquina aún subsiste: ha servido toda ella para
200 CARLOS MARX

crearlo; no desaparece en esa creación, sino que


pero
continúa disposición de volver a empezar para un
en
nuevo producto. Nunca da más valor del que su des¬

gaste la hace perder por término medio. Existe, por


consiguiente, una gran diferencia entre el valor de la
máquina y el que transmite a su producto, entre la má¬
quina y el que transmite a su producto, entre la máqui¬
na elemento de valor y la máquina elemento de pro¬
ducción. Como una máquina funciona durante prolon¬
gados períodos de trabajo, y su desgaste y consumo dia¬
rios se distribuyen entre inmensas cantidades de pro¬
ductos, cada uno de sus productos sólo absorbe una pe¬
queñísima porción de su valor, y tanto menos absorbe
cuanto más productiva es la máquina.
Dada la proporción en que la máquina se gasta y
transmite valor a! producto, la magnitud del valor trans¬
mitido depende del valor primitivo de la máquina. Cuan¬
to menos trabajo contiene, menor es su valor, y menor
también el que añade al producto.
Es evidente que hay un simple cambio de lugar de
trabajo. Si en la producción de una máquina se ha gas¬
tado tanto tiempo de trabajo como economiza su uso, no
disminuye la cantidad total de trabajo que exige la pro¬
ducción de una mercancía y, por consiguiente, no baja
el valor de ésta. Pero el hecho de la compra de las
fuerzas de trabajo que reemplaza no impide que dismi¬
producto, pues en este caso
nuya el valor transmitido al
la máquina reemplaza más tiempo de trabajo del que
representa ella misma. En efecto, el precio de la má¬
quina expresa su valor, esto es, equivale a todo el tiem¬
po de trabajo contenido en ella, cualquiera que sea la
división que de este tiempo se haga en trabajo necesa¬
rio y sobretrabajo ,en tanto que el mismo precio pagado
a los obreros a quienes reemplaza no equivale a todo el
tiempo de trabajo que suministran; solamente es igual
a una parte de este tiempo: a su tiempo de trabajo ne¬
cesario.
Considerándolo exclusivamente como medio de hacer
el producto más barato, el empleo de las máquinas en¬
cuentra un límite: es preciso que el tiempo de trabajo
el capital 201

invertido en su producción
sea menor
que el tiempo de
trabajo suprimido por su uso.
Para el empleo de las máquinas el capitalista en¬
cuentra un límite todavía más reducido. Lo
que paga
no trabajo, sino fuerza de trabajo, y aun el salario
es

real del trabajador es muchas veces


inferior al valor
de su fuerza. Así, el capitalista se
guía en sus cálculos
por la diferencia que existe entre el precio de las má¬
quinas y el de las fuerzas de
trabajo que éstas pueden
utilizar. Esa diferencia es la que determina el
precio de
costo y le decide a
emplear o no la máquina. En efec¬
to, desde su punto de vista, la ganancia
procede, no
del trabajo que emplea, sino de la
disminución del tra¬
bajo que paga.

III.—Trabajo de las mujeres y de los niños

La máquina, al hacer innecesario el trabajo muscular,


permite emplear obreros de poca fuerza
física, pero cu¬
yos miembros son tanto más flexibles cuanto
menos
desarrollo tienen. Cuando el capital se
apoderó de la
máquina gritó: « ¡Trabajo de mujeres, trabajo de niños!»
Así, la máquina, medio poderoso de disminuir los traba¬
jos del hombre, se convirtió al punto en medio de au¬
mentar el número de asalariados. Todos los miembros
de la familia, sin distinción de edad ni de
sexo, fueron
doblegados bajo el látigo del capital. El trabajo forzado
de todos en provecho del capital
usurpó el tiempo de los
juegos de la niñez y reemplazó al trabajo libre, que te¬
nía por objeto el sostenimiento de la familia.
El valor de la fuerza de trabajo estaba determinado
por los gastos de sostenimiento del obrero
y su familia.
Al lanzar a la familia en el
mercado, y distribuir así
entre muchas fuerzas el valor de una
sola, la máquina
la rebaja. Puede suceder
que las cuatro fuerzas, por
ejemplo, que una familia obrera vende ahora le produz¬
can más que antes la sola fuerza de su jefe; pero tam¬
bién son cuatro jornadas de trabajo en
lugar de una,
y es preciso que en vez de una sean cuatro las perso-
202 CARLOS MARX

ñas que suministran al capital, no solamente trabajo,


sino también sobretrabajo, para que viva una sola fami¬
lia. De este modo, la máquina, al aumentar la materia
humana explotable, eleva al mismo tiempo el grado de
explotación.
El empleo capitalista del maqumismo desnaturaliza
profundamente el contrato, cuya primera condición era
que capitalista y obrero debian tratar entre sí como
personas libres, ambos comerciantes, poseedor uno de
dinero o medios de producción y otro de fuerza de tra¬
bajo. Desde el instante en que el capitalista compra mu¬
jeres y niños, todo esto queda destruido. El obrero ven¬
día antes su propia fuerza de trabajo, de la cual podía
disponer libremente; ahora vende mujer e hijos y se con¬
vierte en mercader de esclavos.
Por laincorporación al personal de trabajo de una
masa considerable de niños y mujeres, la máquina con¬

siguió por fin romper la resistencia que el trabajador


varón oponía aún en la manufactura al despotismo del
capital. Le ayudan en su obra de avasallamiento la faci¬
lidad aparente del trabajo con la máquina y el elemen¬
to más manejable y dócil de las mujeres y los niños.

Prolongación de la jornada de trabajo


La máquina crea condiciones nuevas, que permiten al
capital soltar el freno a su tendencia constante de pro¬
longar la jornada de trabajo, y motivos nuevos que
aumentan aún su sed de trabajo ajeno.
Cuanto más largo es el período en que funciona la
máquina, mayor es la masa de producción entre la cual
se distribuye el valor que aquélla transmite, y menor la

parte que corresponde a cada mercancía. Mas el período


de vida activa de la máquina está evidentemente deter¬
minado por la duración de la jornada de trabajo multi¬
plicada por el número de jornadas en que presta servicio.
El desgaste material de las máquinas se manifiesta
bajo doble aspecto. Por una parte, se desgastan por su
empleo; por otra, por su inacción, como una espada se
EL CAPITAL
203
oxida en la vaina. Sólo por el
uso se gastan
en tanto
que se desgastan en balde
útilmente,
por la falta de uso;
por eso se aminorar el tiempo de
procura
inacción. Si
es posible, las hace trabajar de día
se
y de noche.
Además, la máquina está sujeta a lo
llamar su desgaste moral. que se podría
Aunque se encuentre en muy
buen estado, pierde de su
valor por la construcción
de
máquinas perfeccionadas que vienen a
hacerle compe¬
tencia. El peligro de su
desgaste moral es tanto menor
cuanto más corto es su período de
desgaste físico, y es
evidente que una máquina se
desgasta tanto más pron¬
to cuanto más
larga es la jornada de trabajo.
La prolongación de la
jornada permite acrecentar la
producción sin aumentar la
parte de capital represen¬
tada por los edificios
y las máquinas; por
aumenta la consiguiente,
plusvalía y disminuye los gastos
necesarios
para obtenerla. Por otra parte, el
desarrollo de la pro¬
ducción mecánica obliga
a anticipar una parte cada vez
mayor de capital en medios de
trabajo,
máquinas, etc., y
cada interrupción del
tiempo de trabajo hace inútil,
mientras dura, ese capital cada vez
más importante. La
menor
interrupción posible, una
prolongación creciente
de la jornada de
trabajo es, pues, lo que desea el ca¬
pitalista.
En el capítulo undécimo
hemos visto que la suma de
plusvalía está determinada por la
magnitud del capital
variable, es decir,
por el número de obreros
a la vez y empleados
el tipo de la plusvalía. Si la
por
mecánica disminuye el
industria
la reproducción del
tiempo de trabajo necesario para
trabajo pagado y aumentan así el
de la plusvalía, sólo obtiene tipo
ese resultado
los obreros por sustituyendo
máquinas, esto es, disminuyendo el nú¬
mero de obreros
ocupados por un capital
pero transforma
determinado;
en
máquinas, es decir, en capital cons¬
tante que no produce plusvalía, una parte del capital
que, gastada anteriormente en fuerzas de
producía. El empleo trabajo, la
de las máquinas, conel objeto de
aumentar la plusvalía, encierra, pues, una contradic¬
ción; por la reducción del tiempo de trabajo
aumenta el tipo de la
necesario,
plusvalía; por la disminución del
204 CARLOS MARX

número de obreros para un capital dado, aminora la


suma de la plusvalía. Esta contradicción conduce instin¬
tivamente al capitalista a prolongar la jornada de traba¬
jo todo lo posible, a fin de compensar la disminución
del número proporcional de los obreros explotados con
el aumento de su sobretrabajo.
Así, pues, en poder del capital la máquina crea mo¬
tivos nuevos y poderosos para prolongar desmesurada¬
mente la jornada de trabajo. Poniendo a las órdenes del
capital elementos de la clase obrera—mujeres y niños—
antes respetados, y dejando disponibles los obreros re¬
emplazados por la máquina, produce una población
obrera superabundante, que se ve obligada a dejarse
dictar la ley. De ahí el fenómeno económico de que la
máquina, medio el más eficaz de reducir el tiempo de
trabajo, se convierta, gracias a un giro extraño, en me¬
dio infalible de transformar la vida entera del trabaja¬
dor y su familia en tiempo consagrado a dar valor al
capital.

El trabajo más intensificado


La prolongación exagerada del trabajo diario que lleva
consigo la máquina en poder del capitalista y el detri¬
mento de la clase obrera, que es su consecuencia, aca¬
ban por producir una reacción en la sociedad, que, al
sentirse amenazada hasta en las raíces de su existen¬
cia, decreta límites legales a la jornada. Desde que la
rebelión, cada vez mayor, de la clase obrera obligó al
Estado a imponer una jornada normal, el capital pro¬
curó ganar, por un aumento de la cantidad de trabajo
gastada en el mismo tiempo, lo que se le prohibía ob¬
tener por una multiplicación progresiva de las horas
de trabajo.
Con la reducción legal de la jornada, el obrero se
vio obligado a gastar, mediante un esfuerzo superior a
su fuerza, más actividad en el mismo tiempo. A par¬
tir de este instante se empieza a evaluar la magnitud
del trabajo de una manera doble: por su duración y
por su grado de intensidad. ¿Cómo se obtiene en el
el capital 205

mismo tiempo un gasto mayor de


fuerza vital? ¿Cómo
se hace más intenso el trabajo?
Este resultado de la duración de la
jornada procede
de una ley evidente según la cual la
capacidad de ac¬
ción de toda fuerza animal es tanto
mayor cuanto más
corto es el tiempo durante el cual obra. En
ciertos lí¬
mites se gana en eficacia lo
que se pierde en duración.
Desde el momento en la
que legislación reduce la
jornada de trabajo, la máquina en poder del capitalista
se convierte en medio sistemático de obtener a cada
instante más labor. Mas para que el maquinismo
ejerza
esta presión superior sobre sus
servidores humanos, es
indispensable perfeccionarle continuamente. Cada
per¬
feccionamiento del sistema mecánico se convierte en
nuevo medio de explotación, a la vez que la reducción
de la jornada obliga al capitalista a sacar de
los me¬
dios de producción, tirantes hasta el
extremo, el ma¬
yor efecto posible, aunque economizando gastos.

IV.—La fAbrica

Acabamos de estudiar el fundamento de la fábrica


—el maquinismo—y la reacción inmediata de la indus¬
tria mecánica sobre el trabajador. Examinemos ahora
la fábrica.
La fábrica moderna puede representarse como un
enorme autómata, compuesto de numerosos órganos me¬
cánicos e intelectuales—máquinas y
obreros—que obran
al unísono y sin interrupción para producir un mismo
objeto, estando subordinados todos estos órganos a una
potencia motriz que se mueve por sí misma.
La habilidad en el manejo de la herramiento
pasa
del obrero a la máquina. Así la gradación
jerárquica
de obreros dedicados a una especialidad,
que caracteri¬
za la división manufacturera del
trabajo, es sustituida
en la fábrica
por las tendencias a hacer iguales los tra¬
bajos encomendados a los obreros auxiliares del ma¬
quinismo.
La distinción fundamental que se establece es la de
206 CARLOS MARX

trabajadores de las máquinas, utensilios (comprendien¬


do entre ellos a algunos obreros encargados de calentar
la caldera de vapor) y peones, casi todos recién salidos
de la infancia, subordinados a los primeros. Al lado de
estas categorías principales coloqúese un personal, in¬
significante por su número, de ingenieros, mecánicos,
etcétera, que vigilan el mecanismo general y atienden a
las reparaciones necesarias.
Cada niño aprende con suma facilidad a adaptar sus
movimientos al movimiento continuo y uniforme del
instrumento mecánico. Esta facilidad y rapidez con que
se aprende a trabajar en la máquina suprime la nece¬
sidad de convertir cada género de trabajo en ocupación
exclusiva, como sucede en la manufactura. Aunque de¬
ben distribuirse los obreros entre las diversas máqui¬
nas, ya no es indispensable reducir a cada uno a la
misma tarea. Como el movimiento total de la fábrica
depende de la máquina y no del obrero, la variación
continua del personal no produciría ninguna interrup¬
ción en la marcha del trabajo.
Aunque el sistema mecánico pone término, desde el
punto de vista técnico, al antiguo sistema de división
del trabajo, esta división se mantiene, sin embargo,
en la fábrica: primero, como tradición legada por la
manufactura, y luego, porque el capital se apodera de
ella conservarla y reproducirla de una manera
para
aún más repulsiva: como medio sistemático de explo¬
tación. La especialidad que consistía en manejar du¬
rante toda la vida una herramienta adecuada a una
operación parcial se convierte en la especialidad de
servir durante toda la vida a una máquina fracciona¬
ria. Se abusa del mecanismo para transformar al obre¬
ro desde su infancia en parte de una máquina que, a
su vez, forma parte de otra. Sujeto así a una operación
simple, sin aprender ningún oficio, no sirve para nada
si se le separa de esta operación, ya por despido, ya
por un nuevo descubrimiento. Desde ese instante que¬
da consumada su dependencia absoluta de la fábrica y,
por consiguiente, del capital.
El obrero, en la manufactura y en el oficio, se sirve
EL CAPITAL 207

de su utensilio; en la fábrica se sirve a la máquina.


En la manufactura, el movimiento del instrumento de
trabajo procede de él; en la fábrica no hace más que
seguir ese movimiento. El medio de
trabajo, transfor¬
mado en autómata, se levanta ante el obrero, durante
el curso del trabajo, en forma de capital, de trabajo
muerto, que domina y absorbe su fuerza viva.
Al propio tiempo que el trabajo mecánico sobreex¬
cita hasta el último grado el sistema nervioso, impide
el ejercicio variado de los músculos y dificulta toda acti¬
vidad libre del cuerpo y del espíritu. La facilidad misma
del trabajo llega a ser un tormento, en el sentido de
que la máquina no libra al obrero del trabajo, y le
quita a éste todo interés. La gran industria acaba de
efectuar la separación que ya hemos indicado entre el
trabajo manual y las potencias intelectuales de la pro¬
ducción, transformadas por ella en poderes del capital
sobre el trabajo; hace de la ciencia una fuerza produc¬
tiva independiente del trabajo, unida al sistema mecá¬
nico, y que, como éste, es propiedad del «amo».
Todas las fuerzas de que dispone el capital aseguran
el dominio de ese amo, para quien su monopolio sobre
las máquinas se confunde con la existencia de las má¬
quinas.
La subordinación del obrero a la regularidad invaria¬
ble del maquinismo crea una disciplina de cuartel per¬
fectamente organizada en el régimen de fábrica, en el
cual cesa de hecho y de derecho toda libertad. El obrero
come, bebe y duerme con arreglo a un mandato. La des¬
pótica campana le obliga a interrumpir el descanso o
las comidas.
El fabricante es legislador absoluto. En su reglamen¬
to de fábrica consigna en fórmulas su autoridad tirá¬
nica sobre los obreros. A los trabajadores que se que¬
jan de la arbitrariedad del capitalista se les contesta:
«Puesto que habéis aceptado voluntariamente ese con¬
trato, debéis someteros a él.» La libreta de castigos del
contramaestre sustituye al látigo del mayoral de escla¬
vos. Todos esos castigos quedan reducidos a multas y
retenciones del salario, de modo que el capitalista aún
208 carlos marx

saca más provecho de la violación que del cumplimien¬


to de sus leyes.
Y las condiciones materiales en que
nada digamos de
por cuestión de economía se realiza el trabajo de fá¬
brica: elevación de temperatura, atmósfera viciada y
cargada del polvo de las primeras materias, insuficien¬
cia del aire, ruido ensordecedor de las máquinas: sin
contar los peligros que se corren entre un mecanismo
terrible que rodea al obrero por todas partes, y que su¬
ministra periódicamente su contingente de mutilacio¬
nes y de asesinatos industriales.

V.-—Lucha entre el trabajador y la máquina

La lucha entre el capitalista y el asalariado comien¬


za en los orígenes mismos del capital industrial, y se

recrudece durante el período manufacturero; pero el


trabajador no ataca al medio de trabajo hasta que se
introduce la máquina. Entonces es cuendo se revuelve
contra esa forma particular del instrumento, que se le
presenta como su más terrible enemigo.
Es preciso tiempo y experiencia antes de que los
obreros, habiendo aprendido a distinguir entre la má¬
quina y su empleo capitalista, dirijan los ataques no
contra el medio material de producción, sino contra
su modo social de explotación.

Sucede que el medio de trabajo se convierte al pun¬


to en enemigo del trabajador bajo la forma de máquina,
y este antagonismo se manifiesta sobre todo cuando
máquinas nuevamente introducidas vienen a hacer la
guerra a los procedimientos corrientes del oficio y de
la manufactura.
producción capitalista se funda, por re¬
El sistema de
gla general, en que el trabajador vende su fuerza como
mercancía. La división del trabajo reduce esta fuerza
a ser apta solamente para manejar una herramienta de
detalle: en cuanto esta herramienta es manejada por la
máquina, el obrero pierde su utilidad, del mismo modo
que una moneda desmonetizada no tiene curso. Cuan-
el capital 209
do esa parte de la clase obrera que la
así inútil máquina hace
para las necesidades momentáneas de
la ex¬
plotación no sucumbe, vegeta en una
miseria que la
mantiene siempre en reserva
a disposición del capital
o invade otras
profesiones, en las cuales rebaja el va¬
lor de la fuerza de
trabajo.
El antagonismo de la
máquina y del obrero aparece
con efectos semejantes en la
gran industria misma cuan¬
do hay perfeccionamiento del
maquinismo. El objeto
constante de estos perfeccionamientos es
disminuir el
trabajo natural para el mismo capital,
que además de
que exige el empleo de menos
obreros, sustituye cada
vez más a los hábiles con los menos
adultos con los niños, a los hombres con las
diestros, a los
y todos esos cambios ocasionan
mujeres;
variaciones sensibles
para el trabajador en el
tipo del salario.
Además, la máquina no obra sólo como un
competidor,
cuya fuerza superior está siempre
dispuesta a hacer
inútil al asalariado: el
capital la emplea también como
potencia enemiga del obrero.
Constituye el arma de
guerra más eficaz para
reprimir las huelgas, esas re¬
beliones periódicas del trabajo contra el
despotismo del
capital. En efecto, para vencer la resistencia de los
obreros en huelga es por lo que el
capital ha sido em¬
pujado a algunas de las más importantes
aplicaciones
mecánicas, invenciones nuevas o perfeccionamientos del
maquinismo ya existente.

VI.—La teoría de la compensación

Algunos economistas burgueses sostienen que


el ha¬
cer inútiles en un trabajo a obreros
que estaban emplea¬
dos en él, esto es, al
despedirlos y privarlos del salario,
la máquina deja
disponible, por este mismo hecho, un
capital destinado a emplearlos de nuevo en otra ocu¬
pación cualquiera; por
tanto—dicen—, hay compensa¬
ción. A privar de víveres al obrero llaman esos
señores
dejar víveres «disponibles» para el obrero como nuevo
210 CARLOS MARX

medio de emplearlo en otra industria. Como se ve, todo


depende de la manera de expresarse.
Lo cierto es que los obreros que la máquina hace
inútiles se arrojan del taller en el mercado del trabajo,
donde van a aumentar las fuerzas ya disponibles para
la explotación capitalista. Rechazados de un género de
industria, pueden, indudablemente, buscar ocupación
en otra; pero si la encuentran, si pueden de nuevo te¬
ner medios de consumir los víveres que por su priva¬
ción de salarios habían quedado disponibles, es decir,
que no gracias a un
les estaba permitido comprar, es
nuevo capital que se presenta en traba¬
el mercado de
jo, y no merced al capital que ya funciona, que se ha
transformado en máquinas. Además, las probabilidades
de encontrar ocupación son muy pequeñas, pues fuera
de su antigua faena, estos hombres deteriorados por
la división del trabajo sirven para poco, y sólo son ad¬
mitidos en empleos inferiores, mal remunerados, y que
los solicitan muchos por su misma sencillez.
No puede acusarse a la máquina de las miserias que
engendra. No es culpa suya si en nuestro ambiente so¬
cial separa al obrero de sus medios de subsistencia.
Dondequiera que se introduce abarata el producto y lo
hace más abundante. Después, igual que antes de su
introducción, la sociedad posee, por lo menos, la mis¬
ma cantidad de víveres para los trabajadores que han

de cambiar de empleo, prescindiendo de la inmensa por¬


ción de su producto anual que despilfarran los ociosos.
Si la máquina se convierte en instrumento para escla¬
vizar al hombre; si prolonga el trabajo cotidiano, sien¬
do medio infalible para reducirlo; si empobrece al pro¬
ductor, siendo varita mágica para aumentar la riqueza,
es Semejantes contra¬
por estar en manos capitalistas.
dicciones y antagonismos, inseparables del empleo de
las máquinas en el medio burgués, no provienen de la
máquina, sino de su explotación capitalista.
Aunque suprime un número mayor o menor de obre¬
ros en los oficios y manufacturas donde se introduce,
la máquina puede ocasionar un aumento de empleos en
otros ramos de la producción.
EL CAPITAL 211

Al ser
mayor, con las máquinas, la cantidad de ar¬
tículos fabricados, hacen falta más primeras materias
y, por consiguiente, es preciso que las industrias que
suministran estas primeras materias
aumenten la can¬
tidad de sus productos. Verdad
es que este aumento
puede resultar de la elevación de la
la
intensidad o de
duración del trabajo, y no únicamente de la del nú¬
mero de obreros.
Las máquinas originan una especie de obreros con¬
sagrados exclusivamente a su
construcción, y tanto más
numerosa es esa clase de obreros cuanto mayor es el
número de máquinas. A medida
que las máquinas ha¬
cen así aumentar la
masa de primeras
materias, de ins¬
trumentos de trabajo, etc., las industrias
que gastan es¬
tas primeras materias se dividen
cada vez más en ra¬
mas
diferentes, y la división social del trabajo se des¬
arrolla más poderosamente
que bajo la acción de la
manufactura propiamente dicha.
El sistema mecánico aumenta
la plusvalía. Este au¬
mento de riqueza en la clase
como
capitalista, acompañado,
siempre, de una disminución relativa de los
va

trabajadores empleados en la producción de las mer¬


cancías do primera
necesidad, origina, con las nuevas
necesidades de lujo, nuevos medios
de satisfacerlas: la
producción de lujo aumenta, y.
con ella, en una propor¬
ción cada vez mayor, la clase
sirviente: lacayos, co¬
cheros, cocineras, niñeras, etc.
El aumento de los
medios de trabajo y subsistencia
impulsa el desarrollo de las empresas de
comunicación
y transporte: aparecen nuevas industrias y abren nue¬
vas salidas al trabajo.
Pero todos estos aumentos de
de común con la empleos nada tienen
llamada teoría de compensación.

VII. Los CBREROS, ALTERNATIVAMENTE RECHAZADOS


DE LA FÁBRICA Y ATRAÍDOS POR ELLA

Cada progreso del maqumismo


de disminuye el número
obreros necesarios y separa de la
fábrica, por el
carlos marx
212

momento, una parte del personal. Mas cuando la explo¬


tación mecánica se introduce operfecciona en un ramo
de la industria, los beneficiosextraordinarios que no
tarde en procurar a los que hacen la primera aplicación
de ella, osacionan muy pronto un período de actividad
capital, que busca colo¬
febril. Esos beneficios atraen al
generaliza el nuevo procedi¬
caciones privilegiadas. Se
miento. El establecimiento de nuevas fábricas y el en¬
grandecimiento de las antiguas hacen que aumente en¬
tonces el número total de obreros ocupados. Así, pues,
el aumento de fábricas o, lo que es igual, una modifi¬
cación cuantitativa de la industria mecánica, atrae a
los obreros, en tanto que el perfeccionamiento de la ma¬
quinaria, esto es, un cambio cualitativo, los separa.
Pero la elevación de la producción, consecuencia del
mayor número de fábricas, va seguida de una super¬
abundancia de productos en el mercado, que, a su vez,
produce un decaimiento de la producción. La vida de la
industria se convierte de este modo en series de pe¬
ríodos de actividad media, de prosperidad, de exceso
de producción y de inacción. Los obreros son alterna¬
tivamente atraídos y rechazados, llevados de acá para
allá, y este movimiento va acompañado de cambios con¬
tinuos en la edad, el sexo y la habilidad de los obreros
empleados. La incertidumbre, las alzas y las bajas a
que somete al trabajador la explotación mecánica aca¬
ban por ser su estado normal.

VIII.—Supresión de la cooperación fundada en el oficio


y en la división del trabajo

La explotación mecánica cooperación basa¬


suprime la
da en el oficio. La ejemplo, reem¬
máquina segadora, por
plaza la cooperación de determinado número de sega¬
dores. Suprime también la manufactura, basada en la
división de! trabajo manual. La máquina de fabricar
alfileres suministra un ejemplo: una mujer basta para
vigilar cuatro máquinas, que producen mucho más que
EL CAPITAL
213
antes un
número considerable de hombres
de la división del por medio
trabajo.
Cuando una máquina utensilio
ración o a la
sustituye a la coope¬
manufactura, puede a su vez llegar a ser
base de un nuevo oficio.
Pero esa organización del
oficio de un artesano sobre la
base de la máquina sólo
sirve de transición al
régimen de la fábrica, que apa¬
rece, generalmente, desde el momento en que el agua
o el
vapor reemplazan a los músculos
humanos como
fuerza motriz. La
pequeña industria, sin embargo, pue¬
de funcionar
momentáneamente con un motor mecá¬
nico, sirviéndose de pequeñas máquinas motrices par¬
ticulares, como las máquinas de gas, o alquilando el
vapor.

Reacción de la fábrica sobre la manufactura


y el trabajo a
domicilio
A medida que se desarrolla la gran
industria se ve
transformarse el carácter de todos los
ramos de la in¬
dustria. Al introducirse el
maquinismo en las antiguas
manufacturas, para una u otra
operaciónfi desconcierta
su
organización, debida a una división
consagrada del
trabajo, y trastorna por completo la
composición de su
personal obrero, fundando en lo
sucesivo la división del
trabajo en el empleo de las
los obreros poco
mujeres, de los niños, de
hábiles; en una palabra, en el empleo
del trabajo barato.
También obra el maquinismo de
igual modo sobre la
llamada industria domiciliaria.
Realícese en la habita¬
ción misma del obrero o en
pequeños talleres, sólo es
en lo sucesivo una
dependencia de la fábrica, de
la
manufactura o del almacén de mercancías.
La confec¬
ción de los artículos de
vestir, por ejemplo, es en gran
parte ejecutada por esos trabajadores llamados domi¬
ciliarios, no como antes para consumidores individua¬
les, sino para fabricantes, dueños de almacenes,
que les suministran etc.,
los elementos de
doles obra. Así,
trabajo encargán¬
pues, además de los obreros de
fábrica,
CARLOS MARX
214

los obreros manufactureros y los artesanos a quienes


concentra en muchedumbre en vastos talleres, el capi¬
tal posee un grandes
ejército industrial disperso en las
ciudades los campos.
y en
La explotación de los trabajadoresbaratos se realiza
con más cinismo en la manufactura moderna que en
la fábrica propiamente dicha, porque la sustitución de
la fuerza muscular por máquinas, aplicada en esta úl¬
tima, falta en gran parte en la manufactura. Esta ex¬
plotación es más escandalosa aún en la industria do¬
miciliaria que en la manufactura, porque el poder de
resistencia de los trabajadores es menor por efecto de
su dispersión; porque entre el empresario y el obrero
se introduce toda una serie de intermediarios, de pará¬
sitos voraces; porque el obrero es demasiado pobre para
procurarse las condiciones de espacio, de aire, de luz,
etcétera, más necesarias para su trabajo, y, por último,
porque en ellas llega a su máximo la competencia entre
trabajadores.
Modificados, desfigurados estos antiguos sistemas de
producción bajo el influjo de la gran industria, repro¬
ducen y aun exageran sus excesos hasta el día en que
se ven obligados a desaparecer.

Paso de la manufactura moderna y


la gran
del trabajo a
industria
domicilio a

La disminución del precio de trabajo por


la fuerza de
el empleoabusivo de mujeres y niños, brutal
por la
privación de las condiciones normales de la vida y de la
actividad, por el exceso de trabajo y el abuso del tro-
bajo nocturno, encuentra, por último, obstáculos físicos
que los límites de las fuerzas humanas no permiten tras¬
pasar. En ellos se detienen también, por consiguiente,
la reducción de precio de las mercancías, obtenida por
estos procedimientos, y la explotación capitalista fun¬
dada sobre ellos. Aunque es cierto que se necesitan al¬
gunos años para llegar a este punto, al fin llega la hora
el capital 215
de la
transformación, del trabajo a domicilio y de la
manufactura en fábrica.
El proceso de esta revolución industrial es
más rá¬
pido por la regularización legal de la
exclusión de los niños menores de
jornada, por la
cierta edad, etc., todo
lo cual obliga al
capitalista manufacturero a multipli¬
car el número de sus
máquinas y a sustituir los múscu¬
los el vapor como fuerza
con
motriz. En cuanto al tra¬
bajo a domicilio, su única arma en la
guerra de com¬
petencia es la explotación
ilimitada de las fuerzas de
trabajo barato. Por consiguiente, está condenado
a mo¬
rir desde el momento en
que la jornada está limitada
y
restringido el trabajo de los niños.

IX.—Contradicción entre la naturaleza de la gran


industria y su forma capitalista

En tanto que el oficio


y la manufactura son base de
la producción social, la subordinación del
a una
trabajador
profesión exclusiva y el obstáculo que
al desarrollo de sus ésta opone
diversas aptitudes pueden consi¬
derarse como necesidades de la
producción. Las dife¬
rentes ramas industriales forman
otras tantas profesio¬
nes inaccesibles
para todo aquel que desconozca los se¬
cretos y la rutina del oficio.
Hoy, la ciencia modernísima de la
por la gran industria, enseña esos
tecnología, creada
los diversos procedimientos
secretos; enumera
industriales; los analiza;
reduce su práctica a
algunas formas fundamentales del
movimiento mecánico, e
investiga los perfeccionamien¬
tos que es posible efectuar en esos procedimientos. La
industria moderna no considera ni trata nunca como
definitivo el modo actual de un procedimiento.
Mientras que el mantenimiento de un
modo consa¬
grado de producción era la
primera condición de exis¬
tencia de todas las
antiguas clases industriales, la bur¬
guesía, al modificar constantemente los
de trabajo, instrumentos
modifica, por esta misma razón, de una ma¬
nera continua las
relaciones de la producción y todas
216 CARLOS MARX

las relaciones sociales en su conjunto, que tienen por


base la forma de la producción material. Así, pues, su
base es revolucionaria, en tanto que la de todos los sis
temas pasados de producción era esencialmente conser¬
vadora.
Si la naturaleza misma de la gran industria necesita
el cambio continuo en el trabajo, la transformación fre¬
cuente de las funciones y la movilidad del trabajador
en su forma capitalista, reproduce la antigua división
del trabajador todavía más odiosamente. Si el obrero
estaba encadenado durante su vida a una operación de
detalle, hace de él el accesorio de una máquina parcial.
Sabemos que esta contradicción absoluta entre las ne¬
cesidades técnicas de la gran industria y los caracteres
sociales que revisten en el régimen capitalista, acaba
por destruir todas las garantías de vida del trabajador,
siempre amenazado, como hemos visto, de verse priva¬
do de los medios de subsistencia al mismo tiempo que
del medio de trabajo, y de quedar inútil por la supre¬
sión de su función particular. Este antagonismo ori¬
gina, como hemos visto también, la monstruosidad de
un ejército industrial de reserva, que, por la miseria,
está a disposición de la demanda capitalista. Conduce,
asimismo, a las sangrías periódicas de la clase obrera,
al desenfrenado despilfarro de las fuerzas de trabajo,
a los estragos del desorden social, que hacen de cada
progreso industrial una calamidad pública para la cla¬
se obrera.

La fábrica y la instrucción

A pesar de los obstáculos que encuentra la variación


en el trabajo bajo el régimen capitalista, las catástro¬
fes mismas que la gran industria ocasiona imponen la
necesidad de reconocer el trabajo variado—y, por con¬
siguiente, el mayor desarrollo posible de las diversas
aptitudes del trabajador-—como una ley de la produc¬
ción moderna, siendo de todo punto necesario que las
circunstancias se adapten al ejercicio normal de esa
ley: ésta es una cuestión de importancia vital. La gran
EL CAPITAL
217

industria, en efecto, obliga a la sociedad,


bajo pena de
muerte, a reemplazar el individuo
el cual pesa una función
fraccionado, sobre
productiva de detalle, por el
individuo completo, que sabe hacer
frente a las exigen¬
cias más diversas del
trabajo, y que en funciones alter¬
nativas no hace más
que dar libre curso a sus dife¬
rentes aptitudes, naturales o
La burguesía, que al crear
adquiridas.
para sus hijos las escue¬
las especiales obedecía
únicamente a las tendencias ín¬
timas de la producción
moderna, sólo ha concedido a
los proletarios una
sombra de enseñanza profesional.
Mas si la legislación se ha visto
en la necesidad
binar la instrucción de com¬
elemental, aunque sea mezquina,
con el trabajo
industrial, la inevitable conquista del
Poder político por la clase
obrera introducirá en las
escuelas públicas la enseñanza de
la teórica tecnología
y práctica. El trabajo
manual productivo irá
en la educación asociado,
del porvenir, a la instrucción
gimnasia para todos los jóvenes de uno y a la
y otro sexo
que pasen de cierta
edad, y a los ejercicios militares
para los varones. Este es el único método
para formar
seres humanos completos.
Evidentemente,el desarrollo de los elementos
nuevos,
que llegará, por último, a suprimir
la antigua división
del trabajo, en la
cual cada obrero está
una
consagrado a
operación parcial, se halla en flagrante
ción contradic¬
con el sistema industrial
capitalista y con el me¬
dio económico en que coloca al
obrero; pero el único
camino por el que un sistema de
producción y la orga¬
nización social correspondiente marchan
a su ruina
y
renovación, es el desenvolvimiento histórico de sus con¬
tradicciones y antagonismos.
¡Zapatero, a tus zapatos! Esta frase, última
sión de la sensatez durante el expre¬
período de oficio y de
la manufactura, se convierte en
una locura el día en
que el relojero Watt inventa la
máquina al vapor, el
barbero Arkwright el telar continuo
y el platero Ful-
ton el barco de vapor.
CARLOS MARX
218

La fábrica y la familia

Ante la vergonzosa explotación del trabajo de los


niños, los legisladores se han visto en la necesidad de
intervenir, no sólo para limitar los derechos señoriales
del capital, sino libertad paterna. Viendo la
también la
torpe derechos, el legislador, aunque
crueldad de esos
adherido al capital, se ha visto obligado a preservar
a las generaciones venideras de una decadencia prema¬

tura. Los representantes de las clases dominantes no


han tenido otro remedio que dictar medidas contra los
excesos de la explotación capitalista. ¿Hay algo que
caracterice mejor este sistema de producción que la
necesidad de esas medidas?
No es el abuso de la autoridad paterna el que ha crea¬
do la explotación capitalista. Al contrario, la explota¬
ción capitalista es la que ha hecho que esa autoridad de¬
genere en abuso. La intervención de la ley es el reco¬
nocimiento oficial de que industria ha hecho
la gran
una fatalidad económica de la explotación de mujeres
y niños por el capital, que, al descomponer el hogar do¬
méstico, ha destruido la familia obrera de otras épocas;
es la confesión de que la gran industria ha convertido
la autoridad paterna en dependencia del mecanismo so¬
cial, destinada a hacer suministrar—directa o indirec¬
tamente—niños al capitalista por el proletario, el cual,
bajo pena de muerte, tiene que desempeñar su papel
de abastecedor y mercader de esclavos. La legislación
sólo se propone, pues, impedir los excesos de este sis¬
tema de esclavitud.
Por terrible y desagradable que parezca en el medio
actual la disolución de los antiguos lazos de la fami¬
lia, la gran industria, por la decisiva importancia que
concede a las mujeres y a los niños, fuera del círculo
doméstico, en la producción socialmente organizada, no
deja de crear la nueva base económica sobre la que
se ha de erigir una forma superior de familia y de
relaciones entre los sexos. Tan absurdo es considerar
como absoluta y definitiva la actual constitución de la
familia como sus constituciones oriental, griega y ro-
él Capital
219
mana. La
misma composición del
trabajador colectivo
por individuos de los dos sexos y
de todas edades, fuen¬
te de corrupción
y de esclavitud bajo el dominio
capi¬
talista, contienen los gérmenes de una
ción
próxima evolu¬
social. En la Historia, como en la Naturaleza, la
putrefacción es el laboratorio de la vida.

Consecuencias revolucionarias de la legislación de fábrica

Aunque imponen a cada establecimiento


considerado aisladamente, la uniformidad
industrial,
y la regulari¬
dad, las leyes sobre la limitación de la
jornada de tra¬
bajo, que han llegado a ser indispensables
para proteger
moral y físicamente a la clase
obrera, aumentan el des¬
orden y las crisis de la
producción social por el enér¬
gico impulso que comunican al desarrollo
mecánico;
exageran la intensidad del trabajo
y acrecen la com¬
petencia entre el obrero y la
máquina; apresuran la
transformación del trabajo aislado en
trabajo organi¬
zado en grande, y la concentración de
capitales.
Al destruir la pequeña industria
y el trabajo a domi¬
cilio suprimen el último
refugio de una masa de traba¬
jadores quienes privan de sus medios de subsistencia,
a
y que quedan por esta causa a
disposición del capital
para el día en que le convenga admitirlos a
trabajar;
suprimen, por consiguiente, la válvula de seguridad de
todo el mecanismo social.
Generalizan, al mismo tiem¬
po, la lucha directa entablada contra el dominio del ca¬
pital, y desarrollan, a la vez que los elementos de for¬
mación de una nueva sociedad, las fuerzas destructoras
de la antigua.

X.—Gran industria y agricultura

Si el empleo de las máquinas la


en agricultura se
halla, en gran parte, exento
de los inconvenientes y
peligros físicos a que expone al obrero de fábrica, su
tendencia a suprimir, a desplazar al
trabajador, se rea¬
liza en ella con mayor fuerza.
220 CARLOS MARX

En el dominio de la agricultura obra la gran indus¬


tria más revolucionariamente que enningún otro pun¬
to, pues hace que desaparezca el labrador, baluarte de
la sociedad antigua, y le sustituye con el asalariado.
Las necesidades de transformación social y la lucha
de clases quedan así reducidas en los campos al mis¬
mo que en las ciudades.
nivel
En agricultura, como en la manufactura, la trans¬
la
formación capitalista de la producción únicamente pa¬
rece ser el suplicio del trabajador; el medio de tra¬
bajo, un medio de subyugarle, de explotarle y de em¬
pobrecerle, y la combinación social del trabajo, la opre¬
sión combinada de su independencia invidiual. Mas la
dispersión de los trabajadores agrícolas en vastos espa¬
cios quebranta su fuerza de resistencia, en tanto que la
concentración aumenta la de los obreros de las ciudades.
En la agricultura moderna, lo mismo que en la indus¬
triade las ciudades, el aumento de productividad y el
rendimiento superior del trabajo se obtienen a expen¬
sas de la destrucción de la fuerza de trabajo. Además,

cada de la agricultura capitalista es un ade¬


progreso
lanto, no solamente en el arte de explotar al trabaja¬
dor, sino también en el de agotar el suelo; cada pro¬
greso en el arte de hacerlo más fértil por un tiempo
determinado es un adelanto en la ruina de sus princi¬
pios de fertilidad.
La producción capitalista sólo desarrolla el sistema
de producción social agotando al mismo tiempo las dos
fuentes de toda riqueza: la tierra y el trabajador.
QUINTA PARTE
NUEVAS CONSIDERACIONES ACERCA
DE LA
PRODUCCION DE LA PLUSVALIA

CAPITULO XVI

Plusvalía absoluta y plusvalía relativa


Lo que caracteriza al trabajo productivo.
La productividad
del trabajo y la
plusvalía

LO QUE CARACTERIZA AL TRABAJO PRODUCTIVO

Hemos visto en el
capítulo VII que, si se considera
el acto de trabajo desde el punto de vista de su
resul¬
tado, es el producto, medio y
objeto de trabajo que se
presentan al mismo
tiempo como medios de produc¬
ción, y el trabajo mismo como
trabajo productivo. El
hombre, al adaptar un objeto exterior a sus
necesida¬
des, crea un producto, hace un
trabajo productivo;
pero, durante esta operación, el
trabajo manual y el
intelectual están unidos por lazos
misma manera
indisolubles, de la
que el brazo y la cabeza no obran
uno sin
el
la otra.
No obstante, desde que el
producto individual se ha
transformado en producto social, en
producto de un
trabajador colectivo, cuyos diferentes
miembros toman
parte en diversas operaciones
para la elaboración del
producto, si esta determinación del
trabajo colectivo,
CARLOS MARX
222

derivada de la naturaleza misma de la producción ma¬


terial, es verdadera en lo que se refiere al trabajador
colectivo considerado como una sola persona, no es
aplicable cada uno de sus miembros individualmente.
a
Para realizar un trabajo productivo no es necesario
que se ejecute un trabajo manual; basta con ser un ór¬
gano del trabajador colectivo o desempeñar una fun¬
ción cualquiera en él. Mas no es esto lo que caracte¬
riza de una manera especifica al trabajo productivo en
el sistema capitalista.
En éste, el objeto de la producción es laplusvalía,
y no se al del tra¬
reputa como trabajo productivo sino
bajador que produce plusvalía al capitalista, o cuyo tra¬
bajo fecunda el capital. Por ejemplo: un profesor en
una escuela es un trabajador productivo, no porque
forma útilmente el ánimo de sus alumnos, sino porque
haciendo eso producedinero a su patrono. El que éste
haya colocado su capital en una fábrica de lecciones,
como hubiera podido colocarlo en una fábrica de em¬
butidos, importa poco para la cuestión de negocios.
Ante todo, es preciso que el capital produzca.
En lo sucesivo, la idea del trabajo productivo no in¬
dica ya simplemente una relación entre actividad y
resultado útil, sino una relación social que convierte
al trabajo en instrumento inmediato para hacer produ¬
cir valor al capital. También la Economía política clá¬
sica ha sostenido siempre que lo que caracteriza al
trabajo productivo es el crear plusvalía.

La productividad del trabajo y la plusvalía


Según hemos visto en el capítulo XII, la producción
de la plusvalía absoluta consiste la prolongación de
en
la jornada de trabajo más allá del tiempo necesario al
obrero para producir un equivalente de su subsistencia
y en la concesión de este trabajo al capitalista. Para
aumentar ese sobretrabajo se acorta el tiempo de tra¬
bajo necesario, haciendo producir el equivalente del
EL CAPITAL
223
salario en menos tiempo, y la plusvalía así realizada
es la plusvalía relativa.
La
producción de la plusvalía absoluta
sólo afecta a
la duración del
trabajo; pero la porducción de la plus¬
valía relativa
transforma por completo sus
mientos técnicos y sus procedi¬
combinaciones sociales. La plus¬
valía, pues, se desarrolla juntamente con el
sistema de
producción capitalista propiamente
dicho. Establecido
y generalizado éste, la diferencia entre la plusvalía re¬
lativa y la
absoluta se nota cuando se trata
de elevar
el tipo de la plusvalía.
Si
se supone
pagada la fuerza de trabajo en su justo
valor, dados los límites de la jornada de
trabajo, el
tipo de la plusvalía no puede elevarse sino
aumentando
la intensidad o la
productividad del trabajo. Por el con¬
trario, permaneciendo iguales la intensidad
y la pro¬
ductividad del trabajo, el tipo de la
de elevarse sino mediante una
plusvalía no pue¬
prolongación de la jor¬
nada. No obstante, cualquiera
que sea la duración de
ésta, el trabajo no creará plusvalía si no
posee el mí¬
nimo de productividad
que pone al obrero en condi¬
ciones de producir en una
parte de la jornada el equi¬
valente de su propia subsistencia.
Supongamosque el trabajo necesario para el susten¬
to del productor y su familia absorbe
todo su tiempo
disponible. ¿Cómo encontraría medio de
trabajar gra¬
tuitamente para otro? Sin un determinado
grado de pro¬
ductividad del trabajo no hay tiempo libre. Sin este ex¬
ceso de tiempo no hay sobretrabajo, y, por tanto, no
hay plusvalía ni producto neto; pero tampoco hay ca¬
pitalistas, ni esclavistas, ni señores feudales. Esto es:
no hay clase
proletaria. Se ha tratado de explicar este
grado de productividad; mas ésta sería una
producti¬
vidad prematura con que la Naturaleza
habría dotado
al hombre al colocarle en el Mundo.
Lo cierto es, al
contrario, que las facultades del hom¬
bre primitivo no se forman sino lentamente,
acción de bajo la
sus necesidades físicas. Cuando,
gracias a ru¬
dos esfuerzos, los hombres consiguen elevarse sobre su
primer estado animal, y, por consiguiente, cuando ya
224 CARLOS MARX

su trabajo está cierto modo socializado, entonces,


en
sólo entonces, producen condiciones tales que el so-
se
bretrabajo de uno puede llegar a ser origen de vida para
otro que se descarga sobre él del peso del trabajo, lo
cual jamás se efectúa sin el auxilio de la fuerza, que
somete el uno productividad del trabajo
al otro. La
es desenvolvimiento histórico.
el resultado de un largo
Excepción hecha del modo social de producción, la
productividad del trabajo depende de las condiciones
naturales en que se realiza el trabajo. Todas estas con¬
diciones pueden referirse al hombre mismo, a su raza
o a la naturaleza que le rodea. Desde el punto de vista

económico, las condiciones naturales exteriores se des¬


componen en dos grandes clases: riqueza natural en
medios de subsistencia—esto es, fertilidad del suelo,
pesca abundante, etc.—y riqueza natural en medios de
trabajo—es decir, saltos de agua, ríos navegables, ma¬
deras, metales, carbón, etc.—. En los orígenes de la
civilización, la primera de las dos clases la simboliza;
en una sociedad más adelantada, la civilización está re¬
presentada por la segunda.
La ventaja de las circunstancias naturales proporcio¬
na posibilidad, pero no la realidad
la del sobretrabajo,
ni, por tanto, el producto neto o la plusvalía. Según
sea el clima más o menos benigno, el suelo más o me¬
nos fértil, etc., serán mayores o menores el número de
las primeras necesidades—alimento, vestido—y los es¬
fuerzos que su satisfacción exige; de manera que, en
circunstancias por otra parte análogas, el tiempo de
trabajo necesario variará de un país a otro; pero el
sobretrabajo sólo puede comenzar donde acaba el tra¬
bajo necesario. Las influencias físicas que determinan
la extensión relativa de este último imponen, pues, un
límite al sobretrabajo, y a medida que la industria ade¬
lanta, y con ella los medios de producción,
ese límite
retrocede.
En nuestra sociedad, en la que el trabajador sólo
obtiene el permiso de trabajar para atender a su sub¬
sistencia, a condición de producir plusvalía,
se cree
generalmente que es una cualidad del trabajo humano
EL CAPITAL 225

el crear plusvalía. Fijémonos, ejemplo, en el habi¬


por
tante de las islas orientales del
archipiélago asiático,
donde la palmera sagú abunda en los bosques. Del in¬
terior de cada árbol se sacan, por término medio, de
trescientas a cuatrocientas libras de harina comestible.
Se va al bosque y se extrae el pan,
como entre nosotros
se va a cortar leña. Supongamos
que un habitante de
esa isla emplee una jornada de trabajo en procurarse
lo necesario satisfacción de sus necesidades
para la
durante una semana. Se ve, pues, que la Naturaleza
le ha otorgado un favor; es decir, mucho descanso; y
sólo obligado por la fuerza emplearía ese tiempo de
ocio en trabajar para otro, esto es, en sobretrabajo.
Si se introdujese en su isla la producción capitalista,
el buen insular deberla
trabajar tal vez seis días por
semana poder consagrar a su subsistencia el pro¬
para
ducto de una jornada de trabajo. La concesión de la Na¬
turaleza no explicarla por qué trabajaba ahora seis días
por semana en lugar de uno que antes bastaba para su
subsistencia; en otros términos: por qué creaba plus¬
valía. Unicamente explicaría por qué el sobretrabajo
puede ser de cinco días y el trabajo necesario de uno.
En resumen, la productividad explica el grado alcan¬
zado por la plusvalía, pero nunca es causa de ella; la
causa de la plusvalía es siempre el sobretrabajo.

8
.

1
CAPITULO XVII

Variaciones en la relación de intensidad entre la plusvalía y


el valor de las fuerzas de trabajo

I. La duración yla intensidad del trabajo no cambian; su


productividad, si.—II. La duración y la productividad del
trabajo no cambian; su intensidad, sí.—III. La intensidad
y la productividad del trabajo no cambian; su duración, sí.
IV. Cambios simultáneos en la duración, en la intensidad

y en la productividad del trabajo

Hemos visto
que la relación de Intensidad entre la
plusvalía el precio de la fuerza de trabajo está deter¬
y
minada : Primero, por la duración del trabajo o su
grado de extensión. Segundo, por su grado de intensi¬
dad, según el cual son consumidas en el mismo tiempo
diferentes cantidades de trabajo. Tercero, por su grado
de productividad, según la cual la misma cantidad de
trabajo produce diferentes cantidades de productos en
el mismo tiempo. Evidentemente, esto motivará varia¬
das combinaciones, según que uno de estos tres ele¬
mentos cambie de intensidad y los otros dos, no, o que
dos, o los tres, cambien al mismo tiempo. Además, uno
de ellos puede aumentar cuando otro disminuye, o, sen¬
cillamente, aumentar o disminuir más que éste. Exa¬
minemos las principales combinaciones.

i.—La duración y la intensidad del trabajo no cambian ;


su productividad, sí

Admitidas estas condiciones, obtenemos las tres leyes


siguientes:
Primera. La jornada de trabajo de una duración dada
228 CARLOS MARX

produce siempre el mismo valor, cualesquiera


que sean
los cambios efectuados en la
productividad del trabajo.
Si una hora de trabajo de intensidad ordinaria
pro¬
duce un valor de 50 céntimos, jornada de doce ho¬
una
ras no producirá más que valor de seis pesetas.
un
Suponiendo, claro que el valor del dinero es siempre
invariable. Si la productividad del trabajo aumenta o
disminuye, la misma jornada suministrará simplemente
más o menos productos, y el valor de seis
pesetas se
distribuirá entre más o menos mercancías.
Segunda. La plusvalía y el valor de la fuerza de
trabajo cambian en sentido opuesto cada una respecto
de la otra. La plusvalía aumenta al
propio tiempo que
la productividad del trabajo o
disminuye en la misma
medida que ella; esto es, cambia en el mismo sentido,
en tanto que el valor de la fuerza de trabajo cambia en
sentido contrario; aumenta cuando la productividad
disminuye, y recíprocamente.
La jornada de doce horas produce siempre el mismo
valor: seis pesetas, por ejemplo. La plusvalía forma
una parte de ese
valor, y otra el equivalente de la fuer¬
za de trabajo;
pongamos tres pesetas por cada una. Es
evidente que, no pudiendo exceder de seis pesetas las
dos partes reunidas, la plusvalía no
puede alcanzar un
precio de cuatro pesetas sin que la fuerza de trabajo
quede reducida a dos, y viceversa.
Si un aumento de productividad permite
proporcio¬
nar en cuatro horas la misma cantidad
de subsistencias
que antes exigía seis horas, estando determinado el va¬
lor de la fuerza obrera por el valor de dichas subsis¬
tencias, disminuye de tres pesetas a dos; pero ese mis¬
mo valor se eleva de tres
pesetas a cuatro si una dis¬
minución de productividad exige ocho horas de tra¬
bajo lo que antes sólo se necesitaban seis. Toda vez
en
que la plusvalía aumenta cuando el valor de la fuerza
de trabajo disminuye, y recíprocamente, dedúcese
que
el aumento de la productividad, al disminuir el valor
de la fuerza de trabajo, debe aumentar la
plusvalía, y
que la disminución de la productividad, al aumentar el
valor de la fuerza de trabajo, debe disminuir la plus-
EL CAPITAL 229

valía. Sábese que los únicos cambios de productividad


que actúan sobre el valor de la fuerza obrera son los
concernientes a las industrias, cuyos productos entran
en el consumo ordinario del trabajador.

No debe deducirse de este cambio en sentido contra¬


rio que sólo hay cambio la misma proporción. En
en
efecto, suponiendo que una jornada produce un valor
de seis pesetas, y que el valor de la fuerza de trabajo
es de cuatro pesetas y la plusvalía de dos pesetas, si
el valor de la fuerza de trabajo desciende a tres pese¬
tas, a consecuencia de aumento de productividad, la
un
plusvalía se eleva en seguida a tres pesetas; mas esta
misma diferencia de una peseta disminuye el valor de
la fuerza de trabajo, que era de cuatro pesetas, en una
cuarta parte o un 25 por 100, y aumenta la plusvalía,
que era de dos pesetas, en una mitad o un 50 por 100.
Tercera. El aumento o la disminución de la plus¬
valía es siempre el efecto y nunca la causa de la dis¬
minución o del aumento correspondiente del valor de
la fuerza de trabajo.

Supongamos que el valor de seis pesetas de una jor¬


nada de trabajo de doce horas se divide en cuatro pe¬
setas, valor de la fuerza de trabajo, y en una plusvalía
de dos pesetas, o, en otros términos, que hay ocho ho¬
ras de trabajo necesario y cuatro de sobretrabajo. Si
se duplica la productividad del trabajo, el obrero sólo

necesitará la mitad del tiempo que hasta aquí había


necesitado para producir el equivalente de su subsis¬
tencia diaria. Su trabajo necesario descenderá de ocho
horas a cuatro, y, por consiguiente, su sobretrabajo se
elevará de cuatro horas a ocho, así como el valor de su
fuerza de trabajo descenderá de cuatro pesetas a dos, y
esta rebaja elevará la plusvalía de dos pesetas a cuatro.
Así, pues, el cambio de productividad del trabajo es el
que principalmente hace aumentar o disminuir el va¬
lor de la fuerza de trabajo, en tanto que el movimiento
ascendente o descendente de ésta produce, por su parte,
un movimiento plusvalía en sentido contrario.
de la
No obstante, esa reducción del precio de la fuerza de
trabajo a su valor, determinada por el de las subsis-
230 carlos marx

tencias necesarias para el sustento del obrero, puede


tropezar, según el grado de resistencia de éste y la pre¬
sión del capital, con obstáculos que no le permitan rea¬
lizarse sino imcompletamente. La fuerza de
trabajo
puede pagarse a más de su valor, aunque su precio no
varíe o disminuya, si el trabajo excede de su nuevo
valor; si en el caso precedente, por ejemplo, sigue
siendo superior a dos pesetas después de haberse du¬
plicado la productividad del trabajo.
Algunos economistas han sostenido que la plusvalía
puede elevarse, sin que disminuya la fuerza de trabajo,
reduciendo los impuestos que paga el capitalista. Una
disminución de impuestos no afecta absolutamente nada
a la cantidad de
sobretrabajo, y, por tanto, de plusvalía
que arranca el capitalista al obrero. Unicamente cam¬
bia la proporción en que el capitalista se embolsa la
plusvalía o tiene que repartirla con otros. No altera,
por consiguiente, la relación que existe entre la plus¬
valía y el valor de la fuerza de trabajo.

II.-—La duración y la productividad del trabajo


no cambian | su intensidad, sí

Si suproductividad aumenta, el trabajo rinde en el


mismo tiempo más productos,pero no más valor. Si
aumenta su intesidad, rinde en el mismo tiempo no
solamente más productos, sino también más valor, pues¬
to que en este caso el aumento de productos proviene
de un aumento de trabajo. Dadas su duración y produc¬
tividad, el trabajo crea, pues, tanto más valor cuanto
más excede su grado de intensidad de la intensidad
media social.
Como el valor producido durante una jornada de doce
horas, por ejemplo, deja así de estar encerrado en lími¬
tes fijos, dedúcese que plusvalía y valor de la fuerza
de trabajo pueden cambiar en el mismo sentido, mar¬
chando paralelamente, en igual o desigual proporción.
Si la misma jornada, gracias a un aumento de la inten¬
sidad del trabajo, produce ocho pesetas en lugar de
el capital 231

seis, es evidente que la parte del obrero y la del capi¬


talista pueden elevarse al mismo tiempo de tres pese¬
tas a cuatro.
Semejante elevación en el precio de la fuerza de tra¬
bajo no significa que se ha pagado por ella más de su
valor, porque el aumento de la intensidad del trabajo
se refleja en el valor de la fuerza obrera, pues apresura
su desgaste. A pesar de esta alza, el precio puede ser-
inferior al valor. Así sucede cuando la elevación del
precio no basta para compensar el aumento de degaste
de la fuerza de trabajo.

III.—La intensidad y la productividad del trabajo


no cambian; su duración, sí

Bajo el aspecto del cambio de duración, el trabajo


puede reducirse o prolongarse. En las condiciones men¬
cionadas obtenemos las leyes siguientes:
Primera. El valor realizado en una jornada de tra¬
bajo aumenta o disminuye al mismo tiempo que su
duración.
Segunda. Todo cambio en la relación de cantidad
entre la plusvalía y el va'or de la fuerza de trabajo pro¬
viene de un cambio de la cantidad de sobretrabajo, y
por consiguiente, de la plusvalía.
Tercera. El valor absoluto de la fuerza de trabajo
no puede cambiar, sino mediante la acción que ejerce
sobre su desgaste la prolongación del sobretrabajo. Así,
pues, todo cambio de este valor absoluto es efecto, y
jamás causa, de un cambio en la cantidad de la plus¬
valía.
Supongamos que una jornada de trabajo de doce ho¬
ras, seis de trabajo necesario y seis de sobretrabajo,
produce un valor de 50 céntimos por hora, o sean seis
pesetas, del cual percibe la mitad el obrero y la otra
mitad el capitalista.
Empecemos reduciendo a diez horas la jornada de
trabajo, que antes era de doce. Al reducirse, no produce
más que un valor de cinco pesetas. Siendo el trabajo
232 carlos marx

necesario de seis horas, queda reducido el


sobretrabajo
de seis a cuatro, y la plusvalía desciende de tres
pese¬
tas a dos. Aun siguiendo invariable, el valor de la
fuerza de trabajo gana en cantidad, relativamente a
la plusvalía, gracias a la disminución de
ésta, que es, en
efecto, como tres es a dos, de 150 por 100, en vez de
ser como tres es a tres, o de 100 por 100. El
capitalista
no podría desquitarse sino pagando por la fuerza de
trabajo menos de su valor. En el fondo de las lucu¬
braciones corrientes contra la reducción de la jornada
de trabajo se advierte la suposición de
que las cosas
se encuentran las
condiciones aquí admitidas; esto
en

es, que se suponen inalterables la productividad y la


intensidad del trabajo, cuyo aumento sigue siempre a
la reducción de la jornada.
Prolongando la jornada de doce horas a catorce, es¬
tas dos horas se añaden al sobretrabajo, y la plusvalía
se eleva de tres pesetas a cuatro.
Aunque el valor no¬
minal de la fuerza de trabajo sea el mismo, pierde en
cantidad, relativamente a la plusvalía, a causa del au¬
mento de ésta. La plusvalía es, en efecto, como tres es
a cuatro, de 75 por 100, en vez de ser como tres es a

tres, o de 100 por 100.


El valor de la fuerza de trabajo puede disminuir con
una jornada de trabajo,
prolongando, aunque no cam¬
bie o se eleve su precio, si éste no compensa el
gran
gasto en fuerza vital que el trabajo prolongado impone
al obrero.

IV.—Cambios simultáneos en la duración, en la


intensidad y en la productividad del trabajo

No nos detendremos a examinar todas las combinacio¬


nes posibles, fáciles de resolver por lo que antecede;
sólo nos detendremos en un caso de especial interés: en
el aumento de la
intensidad y de la productividad del
trabajo, junto la disminución de su duración.
con
El aumento de la productividad del trabajo
y de su
intensidad multiplica la masa de las mercancías obte-
EL CAPITAL 233

nidas en tiempo dado, y, por consiguiente, acorta la


un
parte de la jornada en que el obrero sólo produce
un
equivalente de su subsistencia. Esta parte necesaria,
pero que puede disminuirse, de la jornada de
trabajo,
forma el límite absoluto de
ésta, al cual es imposible
descender bajo el régimen capitalista. Suprimido
este
régimen, desaparecería el sobretrabajo y la jornada en¬
tera tendría por límite el tiempo de
trabajo necesario.
Sin embargo, no se ha de olvidar que una
parte de so¬
bretrabajo actual, la parte consagrada a la formación
de un fondo de reserva
y de acumulación, se habrá de
contar entonces como trabajo necesario, en tanto
que
la extensión actual de este
trabajo está limitada sola¬
mente por los gastos de manutención de una clase de
asalariados destinada a producir la riqueza de sus due¬
ños.
Cuanto mayor sea la fuerza productiva del
trabajo, me¬
nor puede ser su duración, y cuanto más corta sea su
duración, más puede aumentar su intensidad. Desde el
punto de vista social, se aumenta también la producti¬
vidad del trabajo suprimiendo todo
gasto inútil, ya en
fuerza vital, ya en medios de
producción. Cierto que
el régimen capitalista impone la economía de los me¬
dios de producción a cada establecimiento, considerado
aisladamente; pero además de hacer un medio de eco¬
nomía parael explotador del insensato derroche de la
fuerza obrera necesita también, por su sistema de com¬
petencia desordenada, el más desenfrenado despilfarro
del trabajo productivo y de los medios sociales de pro¬
ducción, aparte de las muchas funciones parásitas que
engendra, y que el mismo capitalista hace más o menos
indispensable.
Determinadas la intensidad y la productividad del tra¬
bajo, el tiempoque la sociedad debe consagrar a la pro¬
ducción material es tanto más corto, y tanto más largo
el tiempo disponible el libre desarrollo de los in¬
para
dividuos, cuanto más
equitativamente está distribuido
el trabajo entre todos los miembros de la sociedad, y
cuanto menos una clase se descarga sobre otra de esta
necesidad impuesta por la Naturaleza. En tal sentido,
234 CARLOS MARX

la disminución de la jornada encuentra su último lí¬


mite en la generalización del trabajo manual: trabajan¬
do todos corresponderá a cada uno el menor tiempo de
trabajo posible.
La sociedad capitalista compra el descanso, la holgan¬
za de una sola clase, mediante la transformación en
tiempo de trabajo de la vida entera de las muchedum¬
bres.
CAPITULO XVIII

Expresiones del tipo de la plusvalía

Fórmulas diversas que explican este tipo. La plusvalía pro¬


viene del trabajo no pagado

Fórmulas diversas que explican este tipo

Hemos visto en el capítulo IX que el tipo de la plus¬


valía equivale a la relación de ésta con el capital va¬
riable, o a la relación de la plusvalía con el valor de
la fuerza de trabajo, o bien a la relación del sobretra-
bajo con el trabajo necesario. Finalmente, el tipo de la
plusvalía se expresa por la relación del trabajo no pa¬
gado con el trabajo pagado.

La plusvalía proviene del trabajo no pagado


No es el trabajo —el producto— lo que el capitalista
paga, sino la fuerza de trabajo, la aptitud de producir.
Al comprar esta fuerza por un tiempo determinado, el
capitalista obtiene, en cambio, el derecho de explotar¬
la durante ese tiempo. El tiempo de explotación se di¬
vide en dos períodos. Durante uno, la actividad de la
fuerza sólo produce un equivalente de su precio. Du¬
rante el otro es gratuita y, por consiguiente, produce al
capitalista un valor por el que no paga equivalente al¬
guno, que nada le cuesta. En este caso, el sobretrabajo
de donde saca la plusvalía puede denominarse trabajo
no pagado.
236 CARLOS MARX

Se ve ahora cuán poco hay que fiar de la opinión de


personas interesadas en no descubrir la verdad, las cua¬
les se esfuerzan en dar a este cambio de la
parte va¬
riable del capital por el uso de la fuerza de trabajo, que
conduce a la apropiación del producto por el no produc¬
tor, la falsa apariencia de una relación de asociación,
en la que el obrero y el capitalista
comparten el produc¬
to, considerando la cantidad de elementos que cada uno
ha suministrado.
El capital no es sólo la facultad de disponer del tra¬
bajo de otro, como dice Adam Smith, sino que es, prin¬
cipalmente, la facultad de disponer de un «trabajo no
pagado». Cualquiera que sea su forma particular —be¬
neficio, réditos, rentas, etc.—, toda plusvalía es, en sus¬
tancia, la materialización de un trabajo no pagado. Todo
el secreto del poder que tiene el capital de procrear
consiste enhecho de que dispone de cierta cantidad
el
de trabajo de otro que no paga.
SEXTA PARTE

EL SALARIO

CAPITULO XIX

Transformación del valor o del precio de la fuerza de


trabajo en salario
El salarlo no es el precio del trabajo, sino de la fuerza del
trabajo.—La forma salario oculta la relación verdadera
entre capital y trabajo

El salario no es el precio del trabajo, sino de la


fuerza del trabajo

Si sólo se examina superficialmente la sociedad bur¬


guesa, parece que en ella el salario del trabajador es
la retribución del trabajo; es decir, que se paga cierta
cantidad de dinero por otra cantidad de trabajo. El tra¬
bajo, pues, está considerado como una mercancía cuyos
precios corrientes oscilan, aumentando o disminuyendo
su valor.
Pero, ¿qué es el valor? El valor representa el traba¬
jo social gastado en la producción de una mercancía. Y,
¿cómo se puede medir la cantidad de valor de una mer¬
cancía? Por la cantidad de trabajo que contiene. ¿Cómo
se determinará, por ejemplo, el valor de un trabajo de
doce horas? Por las doce horas de trabajo que contie¬
ne, lo cual, evidentemente, carece de sentido.
238 CARLOS MARX

El trabajo, para ser llevado y vendido en el mercado


a título de mercancía, debería, en todo caso, existir de
antemano. Pero si el trabajador pudiese prestarle una
existencia material, separada e independiente de su per¬
sona, vendería entonces mercancía y no trabajo.
No el trabajo el que se presenta directamente en
es

el mercado al capitalista, sino el trabajador. Lo que


éste vende es su propio individuo, su fuerza de trabajo.
Desde el momento en que empieza a poner en actividad
su fuerza, es decir, desde que comienza a trabajar, des¬

de que su trabajo existe, éste ha dejado ya de pertene-


cerle y no puede ser vendido por él. El trabajo es la
sustancia y la medida de los valores; pero por sí mis¬
mo no tiene valor alguno. La expresión «valor del tra¬

bajo» es una expresión inexacta, que tiene su origen


en las formas aparentes de las relaciones de producción.
Admitido este error, la Economía política clásica se
preguntó cómo se había determinado el precio del tra¬
bajo. Reconoció, desde luego, que, lo mismo respecto
al trabajo que a cualquier otra mercancía, la relación
entre la oferta y la demanda no significa otra cosa que
las oscilaciones del precio del mercado superiores o in¬
feriores a cierto tipo. En cuanto la oferta y la deman¬
da se equilibran, cesan las variaciones de precio que ha¬
bía ocasionado; pero también cesa en aquel momento el
efecto de la oferta y la demanda. En su estado de equi¬
librio, el precio del trabajo no depende ya de su acción.
¿De qué depende, pues? Lo mismo para el trabajo que
para toda otra mercancía, este precio no puede ser más
que su valor expresado en dinero; ese valor lo deter¬
minó la Economía política por el de las subsistencias
necesarias para el sostenimiento y reproducción del tra¬
bajador. Es indudable que de ese modo sustituyó el
objeto aparente de sus investigaciones, el valor del tra¬
bajo, por el valor de la fuerza de trabajo, fuerza que
sólo existe en la persona del trabajador y se diferen¬
cia de su función; el trabajo, como una máquina, se
diferencia de sus operaciones. Pero la Economía polí¬
tica clásica no se fijó en la confusión introducida.
EL CAPITAL 239

La forma salario oculta la relación verdadera entre el capital


y el trabajo
Efectivamente, según todas las apariencias, loque el
capitalista paga el valor de la utilidad que el obrero
es
le procurara, el valor del trabajo. Además, el trabaja¬
dor no percibe su salario hasta después de haber en¬
tregado su trabajo. Ahora bien: el dinero, como medio
de pago, sólo realiza tardíamente el valor o el precio
del artículo producido, o sea. en el caso precedente, el
valor o el precio del trabajo ejecutado. La sola expe¬
riencia de la vida práctica no hace resaltar la doble
utilidad del trabajo: la propiedad de satisfacer una ne¬
cesidad, propiedad que tiene de común con todas las
mercancías, y la de crear valor, propiedad que le dis¬
tingue de todas las mercancías y que, por ser elemento
que crea valor, le impide tenerlo por si mismo.
Examinemos una jornada de doce horas que produce
un valor de seis pesetas, y del cual la mitad equivale al

valor diario de la fuerza de trabajo. Confundiendo el


valor de la fuerza con el de la función, con el trabajo
que ejecuta, se obtiene esta fórmula: el trabajo de doce
horas tiene un valor de tres pesetas, llegándose así al
resultado absurdo de que un trabajo que crea un valor
de seis pesetas no vale más que tres. Pero esto no se
ve en capitalista. El valor de tres pesetas,
la sociedad
para cuyaproducción sólo son necesarias seis horas de
trabajo, se presenta en ella como el valor de la jornada
entera de trabajo. Parece que el obrero, al recibir un
salario cotidiano de tres pesetas, recibe el valor inte¬
gro que su trabajo, sucediendo esto precisamente por¬
que el excedente del valor de su producto sobre el del
salario reviste la forma de una plusvalía de tres pese¬
tas creada por el capital y no por el trabajo.
Así, pues, la forma salario, o pago directo del traba¬
jo, hace desaparecer todo vestigio de la división de la
jornada en trabajo necesario y sobretrabajo, en trabajo
pagado y en trabajo no pagado, de modo que se consi¬
dera pagado todo el trabajo del obrero libre. El traba-
240 CARLOS MARX

jo que ejecuta el siervo para sí mismo y el que está


obligado a ejecutar para su señor perfectamente dife¬
rentes uno de otro y tienen lugar en sitios diversos. En
el sistema esclavista, aun la parte de la jornada en que
el esclavo reemplaza el valor de sus subsistencias y en
la cual trabaja realmente para sí mismo, no parece sino
que trabaja para su propietario: todo su trabajo reviste
la apariencia de trabajo no pagado. Lo contrario suce¬
de con el trabajo asalariado: hasta el sobretrabajo o
trabajo no pagado reviste la apariencia de trabajo pa¬
gado. La relación de propiedad oculta en la esclavitud
el trabajo del esclavo para sí mismo. En el asalariado,
la relación monetaria encubre el trabajo gratuito
que
el asalariado produce para el capitalista.
Ahora se comprende la gran importancia que tiene
en la práctica este cambio de forma, que hace apare¬
cer la retribución de la fuerza de trabajo como
salario
del trabajo, el precio de la fuerza como precio de la
función. La forma aparente hace invisible la relación
efectiva entre el capital y el trabajo. De esa forma apa¬
rente provienen todas las nociones jurídicas del asala¬
riado ydel capitalista, todas las mixtificaciones de la
producción capitalista, todas las ilusiones liberales y to¬
das las glorificaciones justificativas de la Economía po¬
lítica vulgar.
CAPITULO XX

El salario a jornal

El precio del trabajo. Paros parciales y reducción


de la general
jornada de trabajo. El bajo precio del
trabajo y la
prolongación de la Jornada

El salario reviste formas muy distintas. Examinare¬


mos las dos
principales: el salario a jornal y el salario
a
destajo.

El precio del trabajo

Como hemos visto, la venta de la fuerza de trabajo


se realiza siempre por unperíodo de tiempo determi¬
nado. El valor
diario, semanal, etc., de la fuerza de tra¬
bajo se presta, por lo tanto, bajo la forma aparente de
salario jornal;
a esto
es, por días, semanas, etc.
En el salario a jornal
hay que distinguir entre el im¬
porte total del salario
diario, semanal, etc., y el precio
del trabajo. Es
evidente, en efecto, que, según la ex¬
tensión de la jornada, el mismo
salario diario, semanal,
etcétera., puede representar muy diversos
precios de
trabajo. El precio medio del
trabajo se obtiene divien¬
do el valor medio diario de la
fuerza de trabajo por el
número medio de horas de la jornada de
valor diario es, por trabajo. Si el
ejemplo, de tres pesetas, y la jor¬
nada de trabajo de doce
horas, el precio de una hora
es igual a tres
pesetas divididas por 12, o sea 25 cén¬
timos. El precio de la hora asi
averiguado es la medida
del precio del
trabajo.
242 CARLOS MARX

El salario invariable y el precio del


puede quedar
trabajo puede disminuir. Si, por ejemplo,
aumentar o
la jornada es de diez horas y el salario de tres pese¬
tas, la hora de trabajo se paga a 30 céntimos. Si la jor¬
nada media es de diez horas y el valor diario de la
fuerza de trabajo de tres pesetas, el precio de la hora
es de 30 céntimos. Si, a consecuencia de un aumento
de obra, el obrero trabaja doce horas en lugar de diez,
entonces, sin cambiar el precio deltrabajo, el salario co¬
tidiano se elevará a 3,60 pesetas. Hay que advertir que,
en este último caso, a pesar de la elevación del salario,
la fuerza de trabajo se paga a menos de su valor, pues
esta elevación no compensa el mayor desgaste de la
fuerza resultante del aumento de trabajo.
En general, dada la duración del trabajo diario o se¬
manal, el salario cotidiano o semanal dependerá del pre¬
cio del trabajo; dado el precio del trabajo, el salario
por día o por semana dependerá de la duración del tra¬
bajo diario o semanal.

Paros parciales y reducción general de la jornada de


trabajo

Ya hemos dicho que el precio de una hora de traba¬


jo, medida del trabajo a jornal, se obtiene dividiendo el
valor de la fuerza de trabajo por el número de horas
de la jornada ordinaria. Pero si el patrono no da ocu¬
pación al obrero con regularidad durante ese número
de horas, éste sólo percibe una parte de su salario re¬
gular. He aquí, pues, el origen de los males que resul¬
tan para el obrero de una ocupación insuficiente, de
un paro parcial.
Si el tiempo que ha servido de base para el cálculo
del salario a jornal es de doce horas, por ejemplo, y el
obrero no está ocupado más que seis u ocho, su sala¬
rio por horas, que multiplicado por doce equivale al va¬
lor de sus subsistencias necesarias, desciende de ese va¬
lor indispensable desde que, a consecuencia de una re¬
ducción de ocupación no se halla multiplicado sino por
EL CAPITAL
243
seis o por ocho, es decir,
por un número inferior a doce.
Naturalmente, no debe confundirse el efecto de esta
insuficiencia de ocupación con su
sultaría de una rebaja general
disminución, que re¬
de la jornada de traba¬
jo. En el primer caso, el precio
ordinario del trabajo se
calcula suponiendo
que la jornada regular es de doce
horas, y si el obrero trabaja menos, ocho
horas, por
ejemplo, y, por consiguiente, el
precio de la hora sería
más elevado. Podría suceder
que aun entonces el obre¬
ro no percibiese su
salario regular; pero esto sólo su¬
cedería si estaba ocupado menos de ocho
to que en el primer caso ocurre
horas, en tan¬
no estando ocupado doce
horas.

El bajo precio del trabajo y la prolongación de la jornada


En ciertas de la industria en que domina e!
ramas
salario a jornal
costumbre contar como regular una
es
jornada de cierto número de horas:
diez, por ejemplo.
Después comienza el trabajo suplementario, el
cual, to¬
mando como tipo la hora de
trabajo, está algo más re¬
munerado. A causa de la inferioridad
del precio del
trabajo durante el tiempo reglamentario, el obrero
se
ve obligado, para
obtener un salario suficiente, a tra¬
bajar durante el tiempo suplementario,
que está menos
mal pagado. Esto
conduce, en provecho del capitalista,
a una
prolongación de la jornada de trabajo. La limi¬
tación legal de la jornada de
trabajo pone fin a esta
canallada.
Hemos visto antes que, dado el
precio del trabajo, el
salario diario o semanal
depende de la duración del
trabajo suministrado; de donde resulta que, cuanto
más
inferior sea el precio del
trabajo, más larga debe ser
la jornada para que el obrero
obtenga un salario sufi¬
ciente. Si el precio de la hora de
trabajo es de 15 cén¬
timos, el obrero debe trabajar quince horas para obte¬
ner un salario de 2,25
pesetas. Si el precio de la hora
de trabajo es de 25
céntimos, una jornada de doce ho¬
ras le basta
para obtener un salario diario de tres
pe-
244 CARLOS MARX

setas. Así, pues, el precio inferior del trabajo hace for¬


zosa la prolongación del tiempo de trabajo.
Mas si la prolongación de la jornada es el efecto na¬
tural del precio inferior del trabajo, puede ser también
causa de una baja en el precio del trabajo, y, por con¬
siguiente, en el salario diario o semanal. Si, gracias a
la prolongación de la jornada, un hombre ejecuta la ta¬
rea de dos, la oferta de trabajo aumenta, aunque no
haya variado el número de obreros que hay en el mer¬
cado.
La competencia así creada entre los obreros permite
al capitalista reducir el precio del trabajo, y esa reduc¬
ción, como ya hemos visto, permite a su vez que pro¬
longue más la jornada. Por lo tanto, el capitalista, saca
doble provecho de la disminución del precio corriente
del trabajo y de su duración extraordinaria.
Sin embargo, esta facultad de disponer de una can¬
tidad considerable de trabajo no pagado no tarda mu¬
cho en convertirse en medio de competencia entre los
mismos capitalistas. Para atraer al mayor número de
compradores rebajan el precio de venta de las mercan¬
cías, que les resultan a menos costo, y este con¬ precio
cluye por fijarse en una cantidad excesivamente peque¬
ña, que, desde ese momento, forma la base normal de
un salario miserable para los obreros de aquellos indus¬

triales.
CAPITULO XXI

El salario a destajo

Esta forma del salarlo no altera en nada su naturaleza.


Particularidades que hacen de esta forma
del salario la
más conveniente para la producción
capitalista

Esta forma de salario no altera en nada su naturaleza

A primera vista, el
salario a destajo parece demos¬
trar que se paga al obrero, no el valor de su
sino el del trabajo, fuerza,
ya realizado en el producto,
el precio de este y que
trabajo está determinado por la capa¬
cidad de ejecución del productor.
es
Mas, en realidad, sólo
unatransformación del salario a jornal.
Supongamos que la jornada ordinaria de
de doce horas, seis de trabajo es
trabajo necesario y seis de sobre-
trabajo, y que el valor producido es de
seis pesetas. El
producto de una hora de trabajo
será, por lo tanto, de
50 céntimos. La
experiencia ha establecido que un obre¬
ro, trabajando con el grado medio
de intensidad y de
habilidad, y, por consiguiente, empleando sólo el
de trabajo socialmente tiempo
necesario para la producción de
un artículo, entregue en doce horas doce de estos
ductos pro¬
o fraccionesde trabajo. Estas doce porciones,
deducidos los medios de
producción que contienen, va¬
len seis pesetas,
y cada una de ellas vale 50
El obrero recibe céntimos.
por cada fracción 25 céntimos, y
así tres pesetas en doce gana
horas, en tanto que las mer¬
cancías producto de doce horas
de trabajo valen seis
CARLOS MARX
246

pesetas, deducidos los medios de producción consumi¬


dos.
De la misma manera que en el sistema del salario a
jornal es indiferente decir que el obrero trabaja seis
horas para él y seis para el capitalista, o la mitad de
cada hora para él y la otra mitad para el patrono, asi¬
mismo, en este caso, puede decirse indiferentemente que
cada fracción de producto está la mitad pagada y la
otra mitad no pagada, o que el precio de seis fraccio¬
nes de producto no es más que un equivalente de la
fuerza de trabajo, en tanto que la plusvalía está conte¬
nida en las otras seis, suministradas gratuitamente por
el obrero. En el salario a jornal, el trabajo se mide por
su duración inmediata; en el salario a destajo, por la
cantidad de productos suministrados en un espacio de
tiempo determinado; pero, en ambos casos, el valor de
una jornada de trabajo está determinado por el valor
diario de la fuerza de trabajo. El salario a destajo no
es, pues, sino una forma modificada del salario a jornal.
Si la productividad del trabajo aumenta, si se dupli¬
ca, por ejemplo, la cantidad de productos realizable en
cierto tiempo, el salario a destajo bajará en la misma
proporción, disminuirá una mitad, de modo que el sa¬
lario diario no variará en absoluto. De una manera o
de otra, lo que el capitalista paga no es el trabajo, sino
la fuerza de trabajo. En forma de retribución puede ser
más favorable una que otra para el desarrollo de la pro¬
ducción capitalista, pero ninguna modifica la naturaleza
del salario.

Particularidades que hacen de esta forma del salario la ir.ás


conveniente para la producción capitalista
La obra, en esta forma de salario, debe ser de una
calidad media para que la fracción de producto se pa¬
gue al precio estipulado. El salario a destajo, desde este
punto de vista, es un manantial inagotable de pretextos
para retener parte del salario del obrero y para privar¬
le de lo que le pertenece. Al mismo tiempo suministra
EL CAPITAL 247

al capitalista una medida exacta de la intensidad del


trabajo. No se paga más tiempo de trabajo que el con¬
tenido en una masa de productos determinada de
ante¬
mano establecida experimentalmente. Si el obrero no
y
posee la capacidad media de
ejecución, si no puede su¬
ministrar en su jornada el mínimum
fijado, se le des¬
pide.
Aseguradas de este modo la calidad y la intensidad
del trabajo, por la forma misma del salario, resulta in¬
necesaria una gran parte del trabajo de
vigilancia. En
esto se funda, no sólo el trabajo moderno a
domicilio,
sino todo un sistema de
opresión y de explotación je¬
rárquicamente constituido. Este sistema reviste dos for¬
mas fundamentales.
Por una parte, el salario a destajo facilita
la inter¬
vención de parásitos entre el
capitalista y el trabaja¬
dor: los contratistas. La ganancia de éstos proviene ex¬
clusivamente de la diferencia que existe entre el pre¬
cio del trabajo que paga el capitalista
y la porción de
este precio que ellos asignan al obrero. Por otra
parte,
el salario a destajo permite al capitalista
ajustar en un
tanto cada fracción de producto obrero
con un princi¬
pal, jefe de grupo o tanda, etc., el cual se encarga, por
el precio estipulado, de buscar el personal necesario
y
de pagarle. La explotación de los
trabajadores por el
capital se complica, en este caso, con una explotación
del trabajador por el trabajador.
Con el salario a destajo, el interés personal
impele al
obrero a redoblar sus fuerzas, lo cual facilita al
capita¬
lista la elevación de la intensidad ordinaria del
trabajo.
El obrero está igualmente interesado en
prolongar la
jornada de trabajo, pues esel único modo de aumentar
su salario diario o semanal. De donde se origina una
reacción semejante a aquella de que hemos hablado al
final del capítulo anterior.
Salvo raras excepciones, el salario a jornal
supone la
igualdad de remuneración para los obreros encargados
de una misma tarea. El salario a
destajo, en el cual el
precio del tiempo de trabajo se mide por una cantidad
determinada de producto, varía, naturalmente, según lo
243 CARLOS MARX

que la cantidad de producto, suministrada en un tiem¬


po dado, exceda del mínimum establecido. En esta for¬
ma de salario, la diferencia de habilidad, de fuerza, de

energía, de perseverancia entre los trabajadores indi¬


viduales, ocasiona grandes diferencias en sus ganancias
respectivas.
Por lo demás, esto no altera en nada la relación ge¬
neral existente entre el capital y el salario del traba¬
jador. En primer lugar, esas diferencias individuales se
nivelan en el conjunto del taller. En segundo lugar, la
proporción entre el salario y la plusvalía no está modi¬
ficada en este segundo sistema de salario, pues al sa¬
lario individual de cada obrero corresponde la masa de
plusvalía suministrada por él. El salario a destajo tien¬
de por esto mismo a desarrollar, por una parte, el es¬
píritu de independencia y de autonomía de los traba¬
jadores, y por otra, la competencia que se hacen entre
sí. De donde resulta una elevación de los salarios in¬
dividuales sobre su nivel general, acompañada de un des¬
censo de este mismo nivel. El salario a destajo, por úl¬

timo, permite al patrono aplicar el sistema ya indicado


de no ocupar regularmente al obrero durante la jorna¬
da o la semana.
Todo esto demuestra que el salario a destajo es la
forma de salario más conveniente al sistema de pro¬
ducción capitalista.
CAPITULO XXII

Diferencias en el tipo de los salarios nacionales

Cómo pueden compararse los


diferentes tipos nacionales
de salario. Modificaciones de la
ley del valor en su apli¬
cación internacional.
Salario aparente y salario
real

CÓMO PUEDEN COMPARARSE


LOS DIFERENTES TIPOS NACIONALES
DE SALARIO

Para comparar el tipo del


salario entre distintas na¬
ciones, es preciso, ante
todo, tener presentes las circuns¬
tancias de que depende en cada una de ellas
de la fuerza de el valor
trabajo: la cantidad de las necesidades
ordinarias, el precio de las
dio de individuos de las subsistencias, el número me¬
familias obreras, los gastos de
educación del trabajador, el
papel que desempeña el tra¬
bajo de las mujeres y los niños
vidad, la duración y la intensidad del fin, la producti¬
y, en
trabajo.
Conociendo la duración diaria del
rio de la jornada en trabajo y el sala¬
cada país, se hallará
el precio de la para cada uno
hora de trabajo en las mismas
la ramas de
industria, y así podrán compararse los
les del salario a tipos naciona¬
jornal. Después será preciso reducir
salario a jornal a salario a el
destajo, único que indica los
diferentes grados de intensidad y productividad
del tra¬
bajo.
CARLOS MARX
250

Modificaciones de la ley del valor en su aplicación


internacional

Existe en cada país cierta intensidad ordinaria, y, en


defecto suyo, un producto consume más tiempo de tra¬
bajo del socialmente necesario; mas cualquiera que sea
el tiempo que haya consumido, en el mercado nacional
sólo se encuentra el valor correspondiente al tiempo so¬
cialmente necesario para su producción. El valor no se
regula más que por tiempo, y seme¬
la duración de ese
jante regla cuando el trabajo alcanza
sólo se modifica
un grado de intensidad superior a la intensidad ordi¬
naria nacional.
No sucede lo mismo en el mercado universal, donde
se encuentran los productos de los diversos países. La
intensidad ordinaria del trabajo nacional no es la mis¬
ma todos. Mayor aquí, menor allá, sus diversos gra¬
en
dos nacionales forman una escala que tiene por medi¬
da el grado de intensidad medio internacional que su
comparación proporciona. Comparado con el trabajo na¬
cional más intenso, el trabajo nacional menos intenso
crea en el mismo tiempo valor, que se traduce
menos
en menos dinero.
Otra modificación más profunda de la ley del valor
aplicada al mercado universal consiste en que el tra¬
bajo nacional más productivo se considera en el mer¬
cado como trabajo más intenso, es decir, como trabajo
que produce, no sólo mayor cantidad de productos, sino
mayor cantidad de valor, siempre que la nación más
productiva no se vea obligada por la competencia a re¬
bajar el precio de mercancías al nivel de
venta de sus
su valor real.
Si país está más desarrollada la producción ca¬
en un

pitalista, el trabajo nacional alcanza en él, como con¬


secuencia, una productividad e intensidad ordinarias
más acentuadas que la productividad e intensidad me¬
dias internacionales, y la cantidad de valor producida
el mismo tiempo es más elevada y se expresa por
en
una cantidad de dinero, el cual vale relativamen-
mayor
EL CAPITAL
251
te menos en ese
país que en otro donde esté menos
desarrollada la producción
capitalista.

Salario aparente y salario real


De este
último hecho resulta que el salario
la nominal,
expresión de
la fuerza de trabajo en
por término medio más elevado en el
dinero, será
primer pais que
en el segundo, lo que no
quiere decir que suceda lo mis¬
mo precisamente con el salario real, esto
es, con la
cantidad de subsistencias
puestas a disposición del tra¬
bajador.
Aparte de esta diferencia en el valor del
dinero con
relación las mercancías, se verá con
a
frecuencia que,
si el salario diario,
semanal, etc., es más elevado en
una nación, el precio
proporcional del trabajo, es de¬
cir, su precio coparado con la plusvalía o con el va¬
lor del producto, es en ella menos elevado.
En
cambio, el precio aparente del trabajo es, por lo
general, más bajo en los países pobres, donde corrien¬
temente están más baratos los artículos alimenticios,
y el precio real, o sea el que cuesta al capitalista una
cantidad dada de trabajo
ejecutado, es en ellos, en casi
todos los casos, más elevado que en
los países ricos.
SEPTIMA PARTE

ACUMULACION DEL CAPITAL

INTRODUCCION
Circulación del capital. Del estudio del mecanismo
fundamental de la acumulación

Circulación del capital

La transformación de
una cantidad de
dios de dinero en me¬
producción y en fuerza de
primera manifestación del trabajo, que es la
movimiento del valor desti¬
nado a funcionar como
capital, se verifica en el merca¬
do, dentro del dominio de la
circulación.
El acto de
producción, segunda manifestación del mo¬
vimiento, termina en cuanto los medios de producción
se transforman en mercancías cuyo valor
es mayor que
el de los elementos
que han contribuido a
esto es, que contiene una formarlos;
plusvalía además del dinero
adelantado. En este momento es
cuando las mercan¬
cías deben ponerse en
circulación. Es necesario vender¬
las, realizar su valor en
mar de nuevo ese
dinero, para después transfor¬
dinero en capital, y así
te. Este sucesivamen¬
movimiento, pues, es el que constituye la circu¬
lación del capital.

Del estudio del mecanismo


fundamental de la acumulación
La condición
primera de la acumulación es que el ca¬
pitalista haya logrado vender sus
mercancías y volver
254 CARLOS MARX

a transformar en capital la mayor parte del dinero ob¬


tenido así. Es preciso que el capital haya circulado con
regularidad, y, en efecto, vamos a suponer que así ha
sido.
El capitalista que produce la plusvalía, es decir, que
arranca directamente al obrero trabajo no pagado, es el
primero que se la apropia; pero no es él sólo quien la
disfruta. plusvalía se divide en diversas partes que
La
perciben diferentes categorías de personas bajo formas
variadas: beneficio industrial, interés, ganancia comer¬
cial, renta agrícola, etc. Mas esta participación no cam¬
bia la naturaleza de la plusvalía ni las condiciones por
las cuales se convierte enorigen de la acumulación.
Cualquiera que sea la parte de plusvalía que el capitalis¬
ta empresario retenga para sí, él es siempre el primero
que se la apropia por completo y el tínico que la trans¬
forma en capital. Así, pues, podemos considerar al ca¬
pitalista como representante de todos los que se repar¬
ten el botín.
movimiento intermediario de la circulación y la
El
división de la plusvalía en varias partes reviste formas
diversas, que oscurecen y complican el acto fundamen¬
tal de la acumulación. Por consiguiente, para simplifi¬
car su análisis es necesario estudiar la acumulación des¬
de el punto de vista de la producción y prescindir de
todo lo que oculta el juego íntimo de su mecanismo.
CAPITULO XXIII

Reproducción simple

La parte del capital adelantada en


parte del salarlos es sólo una
trabajo efectuado por el
adelantado se transforma trabajador. El capital
más o menos
pronto en capital
acumulado. Consumo productivo
y consumo individual
trabajador. La simple reproducción mantiene al
del

en la situación
trabajador
de asalariado

Cualquiera
que sea su forma
ser social, la producción debe
continua. Una sociedad no
ni puede dejar de
tampoco de consumir. Para producir,
seguir produciendo está
obligada a transfromar continuamente una parte de
productos en
medios de producción, sus
en elementos de
nuevos productos. Para mantener su
ma altura, en
riqueza a la mis¬
iguales circunstancias,
los medios de necesita sustituir
trabajo, las primeras materias
en una
palabra, los medios de producción auxiliares,
por ejemplo, durante un
consumidos,
anual de artículos de la
año, por idéntica cantidad
misma especie. En otros térmi¬
nos: es necesario
que haya reproducción
Si la producción de la riqueza.
reviste forma
afectará la capitalista, igual forma
reproducción. Desde el punto de
vista de la
primera, el acto de trabajo sirve
para crear entonces de auxiliar
plusvalía; desde el punto de
gunda, sirve de medio para vista de la se¬
reproducir o perpetuar como
capital, es decir, como valor que
te produce valor, la par¬
metálica adelantada.
Como aumento
periódico, el valor adelantado, la plus
valía, adquiere la forma de una «renta» procedente del
256 carlos marx

capital. Si el capitalista consume esta renta y la gasta


en la mismamedida que se va produciendo, únicamen¬
te habrá simple reproducción, en igualdad de circuns¬
tancias; esto es, el capital continuará funcionando sin
acrecentar. Sin embargo, las mismas operaciones, repe¬
tidas por un capital en la misma escala, le prestan cier¬
tos caracteres que vamos a examinar.

La parte del capital adelantada en salarios es sólo una


parte del trabajo efectuado por el trabajador

En primer lugar, examinemos la parte del capital ade¬


lantada en salarios, el capital variable.
Antes de comenzar a producir, el capitalista compra
una cantidad de fuerza de trabajo por un tiempo de¬
terminado, pero no la paga hasta que el obrero ha tra¬
bajado y añadido al producto el valor de su propia fuer¬
za plusvalía. Además de esta plusvalía, que cons¬
y una
tituye el caudal de consumo del capitalista, el obrero
ha producido, pues, el caudal que debe servir para su
propia paga, que es el capital variable, antes de perci¬
birlo en forma de salario. Una parte del trabajo ejecu¬
tado por él la semana precedente o el mes anterior sir¬
ve para pagar su trabajo de hoy o del mes próximo.
Esta parte de su producto, que vuelve al trabajador
convertido en salario, se le paga en dinero, es verdad;
pero el dinero sólo es portavalor de las mercancías, y
en nada afecta al hecho de que el salario percibido por
el obrero en forma de adelanto del capitalista no es
más que una parte de su propio trabajo ya realizado.
Sin embargo, antes de adquirir nuevo impulso, este
movimiento de producción ha debido tener un principio
y durar cierto tiempo, durante el cual el obrero, no ha¬
biendo aún producido, no podía ser pagado con su pro¬
pio producto, como tampoco mantenerse del aire. ¿No
se deberá, pues, suponer que la primera vez que la cla¬
se capitalista se presenta en el mercado para comprar
la fuerza de trabajo tiene ya acumulados, por sus pro¬
pios esfuerzos o por sus ahorros, capitales que le per-
EL CAPITAL

mitán adelantar las subsistencias


del obrero en forma
de moneda? Aceptaremos
provisionalmente esta solu¬
ción, cuyo fundamento habremos de examinar en
el ca¬
pítulo sobre la acumulación primitiva.

El capital adelantado se transforma más o menos pronto


en capital acumulado
Aunque así sea, la reproducción continua cambia
pronto el muy
carácter primitivo del conjunto del capital
adelantado, compuesto de parte variable y parte cons¬
tante.
Si un capital de 25.000 pesetas
produce anualmente
una plusvalíade 5.000 pesetas, que consume
el capitalis¬
ta, es evidente que, después de haberse
repetido cinco
veces este movimiento, la suma de la
plusvalía consu¬
mida será igual a 5.000 pesetas, multiplicadas por cin¬
co, o 25.000 pesetas; esto es, el valor total del
sea,
ca¬
pital adelantado.
Si, por ejemplo, sólo se consumiese la mitad
de la
plusvalía anual, se obtendría el mismo
resultado a los
diez años en lugar de ser a los
cinco, pues multipli¬
cando la mitad de la
plusvalía, que son 2.500 pesetas,
por 10, se obtiene la misma
cantidad de 25.000 pesetas.
Por regla general, dividiendo el capital adelantado
la por
cantidad
de plusvalía consumida
anualmente, se en¬
cuentra el número de años en
que el capital primitivo
ha sido consumido enteramente por el capitalista, y,
por lo tanto, ha desaparecido.
Por consiguiente, pasado cierto
tiempo, el valor ca¬
pital que pertenecía al capitalista se hace
suma de plusvalía
igual a la
que éste ha adquirido gratuitamente
durante ese mismo tiempo: la suma de valor
que ha
adelantado equivale a la consumida. Es cierto
que siem¬
pre tiene en las manos un
capital cuya cantidad no ha
variado. Pero cuando un hombre consume su hacienda,
por las deudas que
contrae, el valor de esa hacienda
sólo representa el importe de sus
deudas. De la misma
manera, cuando el capitalista ha consumido la equiva-

9
258 CARLOS MARX

lencia del capital que había adelantado, el valor de ese


capital sólo representa la suma de plusvalía monopoli¬
zada por él.
Así, pues, la reproducción simple basta para trans¬
formar más o menos pronto el capital adelantado en ca¬
pital acumulado o en plusvalía capitalizada. Aunque a
su entrada en el dominio de la producción fuera adqui¬

rido por el trabajo personal del empresario, al cabo de


cierto tiempo se convertiría en valor adquirido sin equi¬
valente y sería la materialización del trabajo no pagado
de otro.

Consumo productivo y consumo individual del trabajador


El trabajador hace un doble consumo: en el acto de
producción consume por su trabajo medios de produc¬
ción, para transformarlos en productos de un valor su¬
perior al del capital adelantado. Este es su «consumo
productivo», que significa al mismo tiempo consumo de
su fuerza por el capitalista, a quien
pertenece. Pero el
dinero desembolsado para la compra de esa fuerza es
empleado por el trabajador en medios de subsistencia,
y esto es lo que constituye su «consumo individual».
Así, pues, el consumo productivo y el consumo indi¬
vidual del trabajador son perfectamente distintos. En
el primero, el obrero actúa como fuerza que pone en
actividad el capital y pertenece al capitalista; en el se¬
gundo, se pertenece a sí mismo y ejecuta funciones vi¬
tales independientemente del acto de producción. El re¬
sultado del primero es la vida del capital; el resultado
del segundo, la vida del obrero mismo.
Al transformar en fuerza de trabajo una parte de su
capital, el capitalista asegura la conservación y la re¬
ducción a valor de su capital entero. Y de este modo
mata dos pájaros de un tiro: obtiene beneficio de lo
que recibe del obrero y, además, de lo que le paga.
El capital que sirve para pagar la fuerza de trabajo
lo cambia la clase obrera por las subsistencias, cuyo
consumo fortalece los músculos, los nervios y el cere¬
bro de los trabajadores existentes y forma nuevos tra-
ÉL CAPITAL 259

bajadores. Dentro de los límites de lo estrictamente ne¬


cesario, el individual de la clase obrera no es
consumo
más que la transformación de las
subsistencias, que le
permite vender su fuerza de trabajo en nueva fuerza de
trabajo, en nueva materia
explotable por el capital. Por
contribuir la
producción y reproducción del instru¬
a

mento más indispensable al capitalista, que es el tra¬


bajador, el consumo individual de éste es, pues, un ele¬
mento de la reproducción del capital.
Es cierto que el trabajador efectúa su consumo indi¬
vidual para su propia satisfacción y no para la del ca¬
pitalista. Pero las bestias de carga también quieren co¬
mer: ¿acaso por esto no contribuye su alimentación a
proporcionar utilidad al propietario? El resultado es que
el capitalista
no necesita cuidarse del consumo indivi¬
dual de los
obreros: lo deja a merced de los instintos
de conservación y de reproducción del trabajador libre.
Su interés único en esta materia es el de limitarlo a lo
estrictamente indispensable.
Por el rastrero cortesano del capital, el economis¬
eso
ta vulgar, sólo considera como productiva la parte del
consumo individual que necesita hacer la clase obrera
para perpetuarse y multiplicarse, y sin ella el capital
no hallaría fuerza de trabajo que consumir, o no en¬
contraría la suficiente. Todo cuanto el trabajador pue¬
de gastar, además de su alimentación, en esparcimiento
físico o intelectual, es un consumo improductivo que se
le echa en cara como si fuese un crimen.
En efecto, el consumo individual del trabajador pue¬
de considerarse como improductivo; pero sólo en cuan¬
to a él, pues, el consumo no produce sino al individuo
necesitado. Mas es productivo para el capitalista y
para
el Estado, pues da origen a la fuerza creadora de toda
riqueza.

La simple reproducción mantiene al trabajador


en la situación de asalariado

Desde el punto de vista social, la clase obrera es, por


consiguiente, como cualquier otro instrumento de tra-
260 CARLOS MARX

bajo, una dependencia del capital, cuyo movimiento de


producción exige en ciertos límites el consumo indivi¬
dual de los trabajadores. Este consumo que los susten¬
ta y reproduce destruye al propio tiempo las subsisten¬
cias que se habían proporcionado vendiéndose, y les
obliga a reaparecer constantemente en el mercado.
En el capítulo VI hemos visto que no bastan la pro¬
ducción y la circulación de las mercancías para aumen¬
tar el capital. Era aún necesario que el hombre adine¬
rado encontrase en el mercado a otros hombres libres,
pero obligados a vender voluntariamente su fuerza de
trabajo, no teniendo otra cosa que vender. La separa¬
ción entre producto y productor, entre una categoría de
personas dotadas de todas las cosas necesarias al traba¬
jo para realizarse y otra categoría de individuos cuyo
único patrimonio se reduce a su fuerza de trabajo, era
el punto de partida de la producción capitalista. Pero
lo que fue punto de partida se convirtió muy pronto,
gracias a la simple reproducción, en resultado constan¬
temente renovado. Por una parte, el movimiento de pro¬
ducción no cesa de transformar la riqueza material en
capital y en medios de goce para el capitalista. Por otra,
el obrero es después lo mismo exactamente que antes:
fuente personal de riqueza, privada de sus propios me¬
dios de realización. La repetición periódica del movi¬
miento de producción capitalista transforma de conti¬
nuo el producto del asalariado en valor que absorbe su

fuerza creadora, en medios de producción que dominan


al productor, en medios de subsistencias que sirven para
avasallar al obrero.
El sistema de producción
capitalista, pues, reproduce
por la separación entre el trabajador y las
sí mismo
condiciones de trabajo. Solamente por esto reproduce y
perpetúa las condiciones que obligan al obrero a ven¬
derse para vivir y permiten al capitalista comprarlo pa¬
ra enriquecerse. No es el azar quien los coloca frente
a frente en el mercado como vendedor y comprador,
sino el sistema de producción, que arroja constantemen¬
te al obrero en el mercado como vendedor de su fuerza
de trabajo y transforma su producto en medio de com-
ÉL CAPITAL

pra para el capitalista. En realidad, el trabajador perte¬


nece a la clase capitalista, a la clase
que dispone de los
medios de vida, antes de venderse a un capitalista in¬
dividual. Su esclavitud económica se oculta bajo la re¬
novación continua de este acto de venta, por el engaño
del contrato libre, por el cambio de dueños individua¬
les y por las oscilaciones de los precios que el
trabajo
obtiene en el mercado.
Considerado en su continuidad o como reproducción,
el movimiento de producción capitalista no sólo
produ¬
ce mercancías y
plusvalías, sino que reproduce y per¬
petúa su base: el trabajador en la condición de asala¬
riado.
CAPITULO XXIV

Transformación de la plusvalía en capital

I. Reproducción en mayor escala. Cuanto más acumula el


capitalista, más puede acumular. La apropiación capitalista
no es más que la aplicación de las leyes de la producción
mercantil.—II. Paisas ideas acerca de la acumulación.—
III. División de la plusvalía en capital y renta. Teoría de
la abstinencia.—IV. Circunstancias que influyen en la ex¬
tensión de la acumulación. Grado de explotación de la fuer¬
za obrera. Productividad del trabajo. Diferencia
creciente
entre el capital empleado y el
capital consumido. Cantidad
del capital adelantado.—V. El fondo del
trabajo

I.—Reproducción en mayor escala

Hemos visto en los capítulos precedentes cómo la


plus¬
valía nace del capital. Ahora veremos cómo el
capital
nace de la plusvalía.
Si en lugar de ser consumida la plusvalía se adelan¬
ta y se emplea como capital, se forma uno nuevo que
se añade al primitivo.
Consideremos esta operación en lo que concierne al
capitalista individual.
Un industrial hilador, por ejemplo, adelanta 250.000
pesetas; las cuatro quintas partes, o sea, 200.000 pese¬
tas, en algodón, máquina, etc., y la otra en salarios. Con
esto produce anualmente 75.000 kilogramos de hilados
de un valor de cuatro pesetas el
kilogramo, o sea, un
total de 300.000 pesetas. La plusvalía, que es, desde lúe-
2G4 CARLOS MARX

go, de 50.000 pesetas, está contenida en el «producto


neto» de 12.500 kilogramos, que es la sexta
parte del
«producto bruto», pues vendidos a cuatro pesetas el ki¬
logramo producen una suma igual de 50.000 pesetas, y
esta cantidad vale siempre 50.000 pesetas. Su carácter
de plusvalía indica cómo han llegado a manos del ca¬
pitalista, pero no altera en nada su carácter de valor o
de dinero.
Para capitalizar la nueva suma de 50.000
pesetas, el
industrial sólo adelanta las cuatro
quintas partes de
ella para la compra de algodón y demás materiales in¬
dispensables, y la parte restante para adquirir hilan¬
deros suplementarios. Hecho eso, el nuevo capital de
50.000 pesetas funciona en la hilatura y produce a su
vez una plusvalía de 10.000 pesetas.
En los comienzos, el capital ha sido adelantado en
forma de dinero; la plusvalía, al contrario, existe des¬
de el primer momento como valor de cierta cantidad
de producto bruto. Si la venta de éste, su cambio por
dinero, vuelve al capital a su forma primitiva, la for¬
ma dinero también transforma el modo de ser primi¬
tivo de la plusvalía, que es la forma mercancía. Mas,
después de la venta del producto bruto, valor capital y
plusvalía son igualmente sumas de dinero, y su trans¬
formación en capital, que tiene lugar en seguida, se
efectúa del mismo modo para ambas cantidades. Así,
pues, el capitalista adelanta las dos sumas para com¬
prar las mercancías, con cuyo auxilio vuelve a empe¬
zar de nuevo, y ya en mayor escala, la fabricación de

su producto.

Sin embargo, para poder comprar los elementos cons¬


titutivos de aquella fabricación, es preciso que los en¬
cuentre en el mercado. Por consiguiente, la producción
anual debe suministrar no sólo todos los artículos nece¬
sarios para reemplazar los elementos materiales del ca¬
pital gastado durante el año, sino también una cantidad
de dichos artículos mayor que la consumida, así como
fuerzas de trabajo suplementarias, para que pueda fun¬
cionar el nuevo valor capital, que ya es mayor que el
primitivo,
EL CAPITAL
265

Elmecanismo de la producción
tra esta demasía de fuerza
capitalista suminis¬
de trabajo reproduciendo a
la clase obrera como
clase asalariada, cuyo salario
no usual
segura solamente el sustento, sino también la
mul¬
tiplicación. Sólo se necesita para ello que una
parte del
sobretrabajo anual
haya empleado en crear medios
se
de producción y de subsistencia, además
de los necesa¬
rios para la reposición del
capital
adelantado, no tenien¬
do que hacer entonces más
que añadir las nuevas fuer¬
zas de trabajo,
suministradas cada año en edades di¬
versas por la clase
obrera, al exceso de medios de pro¬
ducción que contiene la
producción anual.
Así, pues, la acumulación resulta de la
del capital en proporción reproducción
creciente.

Cuanto más acumula el


capitalista, más puede acumular
El capital primitivo se ha formado, en el ejemplo an¬
terior, el
adelanto de 250.000 pesetas. ¿De
por
ha sacado el capitalista estas dónde
riquezas? «De su propio
trabajo o del de sus
antepasados», responden a coro los
maestros de la Economía
política; y, en supo¬ efecto, su
sición parece que es la única
conforme con las leyes de
la producción mercantil.
No sucede lo mismo con el
nuevo capital de 50.000
pesetas: nos es perfectamente conocida su proceden¬
cia: de la plusvalía capitalizada.
nace
Desde su origen,
no contiene la más mínima partícula de
valor que no
provenga del trabajo no pagado de otro. Los medios de
producción, a los cuales
añade la fuerza obrera su¬
se
plementaria, así como las subsistencias que la mantie¬
nen, son partes del producto neto del
tributo arrancado
anualmente a la clase obrera por la clase
hecho de que ésta última, mediante capitalista. El
cierta cantidad de
dicho tributo, compre a la clase obrera un
exceso de
fuerza, aun en sujusto valor, se parece a la magnani¬
midad de un conquistador que
se halla dispuesto a pa¬
gar generosamente las mercancías de los
vencidos con
el dinero que les ha
arrancado. La clase obrera, gracias
2G6 CARLOS MARX

a su sobretrabajo de un año, crea el nuevo


capital que
permitirá el año próximo crear trabajo de más. Esto
es lo que se llama crear capital por medio de capital.

La acumulación de 50.000 pesetas por el primer ca¬


pital supone que la suma de 250.000 pesetas, adelantada
como capital primitivo, proviene del propio caudal de
su poseedor, de su «trabajo primitivo». Pero la acumu¬

lación de 10.000 pesetas por el segundo capital supone


la acumulación procedente del capital de 50.000 pese¬
tas, que es la plusvalía capitalizada del capital primiti¬
vo. De esto se sigue que, cuanto más acumula el
capi¬
talista, adquiere más medios de acumular. En otros tér¬
minos: cuanto más trabajo no pagado de otro se haya
apropiado anteriormente, más aún puede monopolizar
en la actualidad.

La apropiación capitalista no es más que la aplicación


de las leyes de la producción mercantil

Es preciso comprender bien que este modo de enri¬


quecerse resulta, no de la violación, sino, al contrario,
de la aplicación de las leyes que rigen la producción
mercantil. Para convencerse de ello basta echar una
ojeada sobre las operaciones sucesivas que tienden a la
acumulación.
Hemos visto la transformación positiva de una
que
suma de valor capital se hace con arreglo a las le¬
en

yes del cambio. Uno de los dos que cambian vende su


fuerza de trabajo, que el otro compra. El primero re¬
cibe el valor de su mercancía, y el uso de ésta, que es
el trabajo, pertenece al segundo, el cual, con el auxilio
de un trabajo que le pertenece, transforma los medios
de producción, que también le pertenecen, en un nue¬
vo producto que es suyo con perfecto derecho.

El valor de este producto contiene, desde luego, el de


los medios de producción consumidos; pero el trabajo
no emplearía con utilidad estos medios si su valor no

pasase al producto. Dicho valor contiene, además, el


equivalente de la fuerza de trabajo y una plusvalía.
EL CAPITAL
267

Este resultado se debe a que la fuerza obrera vendida


por un tiempo determinado —un día, una semana, et¬
cétera—, posee más
valor del que su uso produce en
el mismo tiempo. Mas al obtener el
valor de cambio de
su fuerza, el trabajador ha enajenado el valor de uso
de ella, como sucede en toda
compra y venta de mer¬
cancías.
Aunque el uso de este artículo particular —el tra¬
bajo— sea suministrar trabajo, y, por
ducir valor, eso no altera en nada la
consiguiente, pro¬
ley general de la
producción mercantil. Así, pues, si la suma de valor
adelantada en salario se vuelve a encontrar en el
pro¬
ducto con una demasía, ésta no procede de un
engaño
cometido con el vendedor, el cual recibe el
equivalen¬
te de su mercancía, sino del consumo
que de ésta hace
el comprador. La
ley de los cambios no exige la igual¬
dad sino en relación con el valor cambiable de
los artícu¬
los enajenados mutuamente,
pero supone una diferen¬
cia entre sus valores de
uso, y nada tiene que ver con
su consumo, que sólo
comienza después de haberse rea¬
lizado la venta.
La transformación primitiva del dinero en capital se
efectúa, pues, conforme a las leyes económicas de la
producción de mercancías y al derecho de
propiedad que
de ellas se origina. ¿En
qué se modifica este hecho por¬
que el capitalista transforme en
seguida la plusvalía en
capital? Hemos dicho que esta plusvalía es propiedad
suya, y los nuevos obreros que la plusvalía
recluta, fun¬
cionando a su vez como capital, nada tienen
que ver
con que se haya
producido anteriormente por obreros.
Todo lo que estos nuevos obreros
pueden exigir es que
el capitalista les
pague también su fuerza de trabajo.
Las cosas no se presentarían así si se examinasen las
relaciones que Hay entre el capitalista y los obreros, no
separadamente, sino en su encadenamiento, y si se tu¬
viesen en cuenta la clase
capitalista y la clase obrera.
Pero comola producción mercantil no pone frente
a
frente sino vendedores y compradores
independientes
entre sí, para juzgar esta producción
según
sus propias
leyes es preciso considerar cada transacción aisladamen-
2GS carlos marx

te, y no en su unión con la que le precede o le sigue.


Por parte, como las compras y ventas se hacen
otra
siempre de individuo a individuo, no deben buscarse en
ellas las relaciones entre una y otra clases.
De la misma manera, cada uno de los esfuerzos en
función del capital le presta nuevo impulso, y, confor¬
me al derecho de la producción mercantil, en el régi¬
men capitalista la riqueza puede ser cada día más mo¬

nopolizada, gracias a la apropiación sucesiva del traba¬


jo no pagado de otro. ¡Qué ilusión, pues, la de ciertas
escuelas sociales que pretenden quebrantar el régimen
del capital aplicándole las leyes de la producción mer¬
cantil !

ii.—Falsas ideas acerca de la acumulación

Las mercancías que el capitalista compra como me¬


dios de goce no le sirven, evidentemente, como medios
de producción y de multiplicación de su valor. Tam¬
poco el trabajo que paga con el mismo fin es trabajo
productivo. De este modo derrocha la plusvalía título
de ganancia, en vez de hacerla fructífera como capital.
También la Economía política burguesa ha predica¬
do la acumulación como el primero de los deberes cí¬
vicos, esto es, el empleo de una gran parte de las uti¬
lidades en el reclutamiento de trabajadores producti¬
vos, que producen más de lo que reciben. Además, ha
combatido la creencia popular que confunde la acumu¬
lación capitalista con el hacinamiento de tesoros, como
si el guardar el dinero bajo llave no fuese el método
más seguro para no capitalizarlo. No debe, pues, con¬
fundirse la acumulación capitalista, que es un acto de
producción, el aumento de los bienes que figuran
con
en el fondo de los ricos y que se gastan
de consumo
lentamente, ni tampoco con la formación de reservas o
provisiones, fenómeno común a todos los sistemas de
producción.
La Economía política clásica ha sostenido, con razón,
que el rasgo más característico de la acumulación es que
las gentes que viven del producto neto deben ser tra-
el capital
269

bajadores productivos y no improductivos. Pero se equi¬


voca cuando saca de ahí la conclusión de que la
parte
del producto neto que se transforma en capital es con¬
sumida por la clase obrera.
De esta de ver se deduce que toda la
manera
lía
plusva¬
transformada en capital se adelanta únicamente en
salarios. Y lo cierto es que la plusvalía se
divide, lo
mismo que el valor capital de donde
procede, en pre¬
cio de compra de medios de
producción y de fuerza de
trabajo. Para poder transformarse en fuerza de traba¬
jo suplementaria, el producto neto ha de contener un
exceso de subsistencias de primera
necesidad; mas para
que esta fuerza suplementaria pueda ser
explotada, de¬
be contener además nuevos medios de
producción que
no entran en el consumo
personal de los trabajadores
ni en el de los capitalistas.

III.—División de la plusvalía en capital y en renta

Una parte de la
plusvalía la gasta el capitalista como
ganancia, y la otra acumulada, como capital. Siendo igua¬
les todas las demás circunstancias, la
proporción en que
se funda esta división determinará la cantidad de la
acumulación. El propietario de la plusvalía, el
capitalis¬
ta, es quien la divide según su voluntad. De la
parte
del tributo arrancado por él,
y que él mismo acumula,
se dice que la
«ahorra», porque no la consume; es de¬
cir, porque cumple su papel de capitalista, que es el de
enriquecerse.
El capitalista tiene ningún valor histórico, ningún
no
derecho histórico a la vida, ninguna razón de ser social,
mientras no funciona como capital personificado. Sólo
con esta
condición, la necesidad momentánea de su pro¬
pia existencia es una consecuencia de la necesidad pa¬
sajera del sistema de producción capitalista. El fin de¬
terminante de su actividad no es, pues, ni el valor de
uso ni el goce,
sino el valor de cambio y su continuo
acrecentamiento. Agente fanático de la acumulación,
obliga sin cesar a los hombres a producir para producir,
270 CARLOS MARX

impulsándolos asi instintivamente a desarrollar las po¬


tencias productoras y las condiciones materiales que
por sí solas pueden formar la base de una sociedad nue¬
va y superior.

El desarrollo de la producción capitalista exige un


aumento continuo del capital invertido en una empre¬
sa, y la competencia obliga a cada capitalista individual
a obrar de grado o por fuerza con arreglo a las
leyes
de la producción capitalista. La competencia no le per¬
mite conservar su capital sin aumentarlo, y no puede
continuar aumentándolo sino mediante una acumulación
cada vez más considerable. Su voluntad y su conciencia
no expresan más que las necesidades del capital que re¬
presenta. En su consumo personal sólo ve una especie
de robo, o de préstamo al menos, hecho a la acumula¬
ción.
Mas a medida que se va desarrollando el régimen de
producción capitalista, y con él la acumulación y la
riqueza, el capitalista deja de ser simple personifica¬
ción del capital. En tanto que el capitalista chapado a
la antigua omite todo gesto individual que no sea in¬
dispensable, viendo sólo en él una usurpación de la ri¬
queza, el capitalista a la moderna es capaz de ver en la
capitalización de la plusvalía un obstáculo para sus ne¬
cesidades insaciables de goces.
En los comienzos de la producción capitalista —y este
hecho se renueva en la vida privada de cada industrial
principiante—, la avaricia y el afán de enriquecerse
dominan de modo exclusivo. Pero el progreso de la
producción no sólo crea todo un nuevo mundo de go¬
ces, sino que abre, con la especulación y el crédito, mil
fuentes de
enriquecimiento súbito. Llegado a cierto
punto el
desarrollo, aún impone al infeliz capitalista
una prodigalidad puramente convencional, muestra a
la vez de riqueza y de crédito. El lujo llega a ser una
necesidad de oficio y entra en los gastos de represen¬
tación del capital.
Mas no es esto todo. El
capitalista no se enriquece,
como el labrador o el artesanoindependiente, en pro¬
porción a su trabajo particular o a su sobriedad per-
EL CAPITAL 271

sonal, sino proporcionalmente al trabajo ajeno gratuito


que absorbe y a la privación de todos los placeres de
la vida que impone a sus obreros. Su prodigalidad se
acrecienta a medida que acumula, sin
que su acumu¬
lación esté necesariamente restringida por su
gasto. De
todos modos, hay en él lucha entre la
tendencia a la
acumulación y la tendencia al placer.

Teoría de la abstinencia

Ahorrar, ahorrarconstantemente, esto es, volver a


transformar sin descanso en capital la mayor parte
posible de la plusvalía o del producto neto; acumular
para acumular; producir para producir: tal es el lema
de la Economía política al proclamar la misión histó¬
rica del período burgués. Si el proletario no es más
que
una máquina que produce plusvalía, el capitalista es
también máquina que capitaliza esa plusvalía.
una

Pero después de 1830, época en que se propagaban


las doctrinas socialistas —el fourierismo y el sansimo-
nismo Francia, el owenismo en Inglaterra—, en tan¬
en

to que el proletariado de las ciudades tocaba a rebato


en Lyón, y en Inglaterra el
proletariado del campo pa¬
seaba la tea incendiaria, fue cuando la Economía
polí¬
tica seveló al Mundo una doctrina maravillosa para sal¬
var la sociedad amenazada.
Esadoctrina transformó instantáneamente las con¬
diciones del movimiento de trabajo del capitalista en
otras tantas prácticas de «abstinencia» del
capitalista,
aunque admitiendo que su obrero no se abstiene de
trabajar para él. «El capitalista —dice G. de Molinari—
se impone una
privación al prestar sus instrumentos de
producción al trabajador.» En otros términos: se im¬
pone una privación cuando hace valer los medios de
producción como capital,
añadiéndoles la fuerza obre¬
ra, en vez de comerse los piensos, los animales de tiro,
el algodón, las
máquinas de vapor, etc.
Por último, todo el mundo se compadeció de las mor¬
tificaciones del capitalista. No esla acumulación sola-
272 carlos marx

mente, no; «la simple conservación de un capital exige


un esfuerzo constante resistir a la tentación de
para
consumirlo» (Courcelle-Seneuil). En verdad, sería pre¬
ciso haber renunciado a todo sentimiento humanitario
para buscar el modo de librar al capitalista de sus
no
tentaciones y de su martirio, librándole de su capital.

IV.—Circunstancias que influyen en la extensión


de la acumulación

Determinada la proporción en que la plusvalía se


divide en capital y en beneficio, la cantidad del capital
acumulado depende, evidentemente, de la cantidad de
la plusvalía. Si suponemos, por ejemplo, que la propor¬
ción es de 80 por 100 lo capitalizado y de 20 por 100
lo consumido, el capital acumulado se eleva entonces
a 2.400 pesetas o a 1.200, según la plusvalía sea de
3.000 o de 1.500 pesetas. Así, pues, todas las circuns¬
tancias que determinan la cantidad de la plusvalía con¬
tribuyen a determinar la extensión de la acumulación.
Resumómoslas únicamente desde este último punto de
vista.

Grado de explotación de la fuerza obrera

Sabemos que el tipo de la plusvalía depende, ante


todo, del grado de explotación de la fuerza obrera. He¬
mos supuesto, al tratar de la producción de la plusva¬

lía, que el obrero recibe el justo valor de su fuerza. No


obstante, los cercenamientos hechos a este valor desem¬
peñan en la práctica un papel muy importante. En
cierto modo, este procedimiento transforma el fondo
de consumo necesario para el sustento del trabajador
en fondo de acumulación para el capitalista. La tenden¬

cia del capital es también reducir los salarios todo lo


posible y eliminar del consumo obrero lo que llama
superfluo. El capital ha sido auxiliado en esta tarea pol¬
la competencia cosmopolita que el desarrollo de la pro¬
ducción capitalista ha hecho nacer entre todos los tra-
EL CAPITAL 273

bajadores del Mundo. Hoy se trata nada menos que de


hacer bajar, en época más o menos
próxima, el nivel
europeo de los salarlos al nivel chino.
Por otra parte, una explotación más intensa de la
fuerza de trabajo permite aumentar la cantidad de tra¬
bajo sin aumentar la maquinaria, es decir, el conjunto
de medios de trabajo: máquinas,
aparatos, instrumen¬
tos, edificios, construcciones, etc. Un establecimiento
que emplea, por ejemplo, cien hombres trabajando ocho
horas diarias, recibirá cada día ochocientas horas de
trabajo. Si, para aumentar este total en una mitad más,
el capitalista admitiese cincuenta nuevos
obreros, ne¬
cesitaría hacer un adelanto no sólo en salarios,
sino
también en maquinaria. Pero si hace trabajar a sus
cien obreros doce horas diarias en lugar de ocho, ob¬
tiene el mismo resultado, y la antigua maquinaria es
suficiente. En lo sucesivo, esa maquinaria funcionará
en mayor escala, se desgastará más pronto y habrá que
reponerla antes, y esto será todo. Obtenido de ese modo
excedente de trabajo por un esfuerzo más considerable
exigido a la fuerza obrera, aumenta la plusvalía o el
producto neto, fundamento de la acumulación, sin que
sea necesario un aumento previo y proporcional a la
parte del capital adelantado en maquinaria.
Un simple excedente de trabajo, sacado del mismo
número de obreros, basta en la industria extractora, la
de las minas, por ejemplo, para aumentar el valor
y la
masa del producto que suministra gratuitamente la Na¬

turaleza, y, por consiguiente, el fondo de acumulación.


En la agricultura, en que la sola acción mecánica del
trabajo sobre el suelo aumenta maravillosamente su fer¬
tilidad, un excedente de trabajo idéntico produce ma¬
yor efecto. Como en la industria extractora, la acción
directa del hombre sobre la Naturaleza favorece la acu¬
mulación. Además, como la industria extractora y la
agricultura suministran materias a la industria manu¬
facturera, el acrecentamiento de productos que el ex¬
cedente de trabajo procura en las dos primeras, sin
aumentos de adelantos, redunda en provecho de la úl¬
tima. Así, pues, gracias únicamente a la fuerza obrera
274 CARLOS MARX

y a la tierra, fuentes primitivas de la riqueza, el capital


aumenta sus elementos de acumulación.

Productividad del trabajo

El grado de productividad del trabajo es otro elemen¬


to importante de la acumulación.
Estando determinada laplusvalía, la abundancia del
producto líquido, del cual ella es el valor, corresponde
a la productividad del trabajo puesto en función. Por
consiguiente, a medida que el trabajo desarrolla sus
facultades productivas, aumentando la eficacia y la can¬
tidad de los medios de producción, rebajando su pre¬
cio, el de las subsistencias y el de las primeras mate¬
rias y las auxiliares, el producto neto contiene más me¬
dios de goce y de acumulación. De este modo, la parte
de la plusvalía que se capitaliza puede aumentar a ex¬
pensas de la otra que constituye la renta, sin que por
eso disminuya el consumo del capitalista, pues en lo
sucesivo un valor más pequeño se realiza en una can¬
tidad mayor de objetos útiles.

Diferencia creciente entre el capital empleado y el capital


consumido

propiedad natural del trabajo, al crear nuevos va¬


La
lores,es la de conservar los antiguos, pues el trabajo
transmite al producto el valor de los medios de produc¬
ción consumidos. Asi, pues, a medida que sus medios
de producción aumentan en actividad, en volumen y en
valor, es decir, a medida que se hace más productivo
y favorece más la acumulación, el capital conserva y
perpetúa un valor capital constantemente creciente.
La parte del capital que se adelanta en forma de ma¬
quinaria funciona siempre y por completo en la pro¬
ducción, mientras que, no desgastándose sino poco a
poco, sólo transmite su valor por fracciones a las mer¬
cancías que ayuda a elaborar sucesivamente. Su aumen-
el capital 275

to produce una diferencia de cantidad cada vez más


considerable, entre la suma del capital empleado y la
parte de éste consumido de una sola vez. Compárese,
por ejemplo el valor de los ferrocarriles europeos ex¬
plotados con la cantidad de valor que pierden por su
uso diario. Así, pues, estos medios creados por el hom¬
bre prestan servicios gratuitos en proporción de los
efectos útiles que contribuyen a producir sin aumento
de gastos. Esos servicios gratuitos del trabajo de otro
período, puestos en actividad por el trabajo de hoy, se
acumulan gracias al desarrollo de las fuerzas produc¬
tivas y a la acumulación que le acompaña.
El concurso cada vez más potente que, en forma de
maquinaria, lleva el trabajo pasado al trabajo vivo, se
atribuye por los economistas no al obrero que ha eje¬
cutado la obra, sino al capitalista, que se la ha apro¬
piado. Desde su punto de vista, el instrumento de tra¬
bajo y el carácter de capital que reviste en el medio so¬
cial presente jamás pueden separarse, del mismo modo
que en la mente del plantador de Georgia el trabajador
tampoco podía separarse de su carácter de esclavo.

Cantidad del capital adelantado


Ya determinado el grado de explotación de la fuerza
obrera, la cantidad de la plusvalía se determina por el
número de obreros explotados a la vez, y este número
corresponde, aunque en proporciones variables, a la
cantidad del capital adelantado. Por consiguiente, cuan¬
to más se acrecienta el capital, mediante acumulaciones
sucesivas, más se acrecienta también el valor que ha
do dividirse en fondo de consumo y en fondo de nueva
acumulación.

V.—El fondo del trabajo

Los capitalistas, sus hijos y sus gobiernos derrochan


cada año una parte considerable del producto neto
anual. Además, guardan en su fondo de consumo una
CARLOS MARX
276

porción de objetos que se gastan lentamente y son ap¬


tos para un empleo reproductivo, haciendo estériles, al
adaptarlos a su servicio personal, muchas fuerzas obre¬
ras. Por tanto, la cantidad de riqueza que se capitaliza
no es nunca tan grande como podía ser. La relación
de cantidad con el total de la riqueza social varía con
todo cambio en la división de la plusvalía en renta per¬
sonal y en nuevo capital. Así, lejos de ser una parte
determinada de adelanto y una parte fija de la riqueza
social, el porción variable de
capital social sólo es una
ésta.
No obstante, ciertos economistas propenden no ver
en el capital social más que una parte determinada de
adelanto de la riqueza social, y aplican esta teoría a
lo que ellos llaman «fondo del salario» o «fondo del
trabajo». Este es, según ellos, una porción particular
de la riqueza social, el valor de una cantidad dada de
subsistencias, cuya naturaleza fija a cada momento los
límites fatales que la clase trabajadora trata en vano
de franquear. De creer esto, estando así determinada la
re¬
suma que debe distribuirse entre los asalariados,
sulta que, si la parte que toca a cada uno es demasiado
pequeña, ello se debe a que su número es demasiado
grande, y, por último, que su miseria es un
del orden social, sino del orden natural.
hecho, no
En primer término, los límites que el sistema capi¬
talista impone al consumo del productor no son «natu¬
rales», sino dentro del medio adecuado a este sistema,
del mismo modo que el látigo sólo funciona como agui¬
jón «natural» del trabajo en el sistema esclavista. En
efecto, propio de la naturaleza de producción capi¬
es
limitar la parte del productor a lo que es indis¬
talista
pensable para de su fuerza obrera, y atri¬
el sustento
buir al demasía de su producto. Lo que
capitalista la
sería necesario demostrar, ante todo, es que, a pesar
de su origen completamente reciente, el sistema capi¬
talista de la producción social es un sistema irrevoca¬
ble y «natural».
Mas, aun con el carácter del sistema capitalista, no
EL CAPITAL 277

es cierto que «fondo del salario» esté determinado


el
de antemano la suma de la riqueza social o del
por
capital social. Puesto que éste sólo es una porción va¬
riable de la riqueza social, el fondo del salario, que no
es más que una parte de este capital, no sería una parte
fija y determinada de antemano de la riqueza social.
CAPITULO XXV

Ley general de la acumulación capitalista

I. Composición del capital. Circunstancias en que la acu¬


mulación del capital puede provocar un alza de los salarios.
La magnitud del capital no depende del número de la po¬
blación obrera.—II. La parte variable del capital disminuye
relativamente a su parte constante. Concentración y cen¬
tralización.—III. Demanda de trabajo relativa y demanda
de trabajo efectiva. La ley de población adecuada a la épo¬
ca capitalista. Formación de un ejército industrial de re¬
serva. Lo que determina el tipo general de salarios. La
ley de la oferta y la demanda es un engaño.—IV. Formas
diversas del exceso relativo de población. El pauperismo
es la consecuencia fatal del sistema capitalista

I.—Composición del capital

Vamos a examinar ahora la influencia que el aumento


de capital ejerce en la suerte de la clase obrera. El
elemento más importante para la solución de este pro¬
blema es la composición del capital y los cambios que
esta composición experimenta con el progreso de la
acumulación.
La composición del capital puede ser considerada des¬
de un doble punto de vista. Con relación al valor, está
determinada por la proporción. Según ésta, el capital
se divide en parte constante —el valor de los medios
de producción— y en parte variable —el valor de la
fuerza obrera—. Con relación a su materia, tal como
280 CARLOS MARX

aparece en el acto de producción, el capital consiste en


medios de producción fuerza obrera activa, y su
y en
composición está determinada por la proporción que
hay entre la masa de los medios de producción emplea¬
dos y la cantidad de trabajo que se necesita para
ha¬
cerlos funcionar.
La primera composición del capital es la «composi¬
ción valor»; la segunda, la «composición técnica». Para
expresar el lazo íntimo que existe entre ambas, deno¬
minaremos «composición orgánica» del capital a su
composición valor, siempre que ésta dependa de su
composición técnica, y, por tanto, que los cambios ocu¬
rridos en la cantidad de medios de producción y de
fuerza obrera influyan en su valor. Cuando hablemos
en general de
la composición del capital se tratará
siempre de su composición orgánica.
Los numerosos capitales colocados en un mismo ramo
de producción, y que funcionan en manos de una mul¬
titud de capitalistas independientes entre sí, difieren
más o menos en su composición; pero
el término medio
de sus composiciones particulares constituye la compo¬
sición del capital social consagrado a este ramo de pro¬
ducción. La composición media del capital varía mu¬
cho de uno a otro ramo de producción; pero el término
medio de todas esas composiciones medias constituye
la composición del capital social
empleado en un país.
De esta última es de la que se trata en las investigacio¬
nes siguientes.

Circunstancias en que la acumulación del capital puede


provocar un alza de los salarios

Cierta cantidad de la plusvalía capitalizada debe ade¬


lantarse en salarios. Así, pues, suponiendo que la com¬

posición del capital sea la misma, la demanda de tra¬


bajo marchar a compás de la acumulación, y la parte
variable del capital aumentará al menos en la misma
proporción que su masa total.
De este modo, el progreso constante de la acumula-
EL CAPITAL 281

ción debe provocar, tarde o temprano, una elevación


gradual de los salarios: proporcionando cada año ocu¬
pación a un número de asalariados mayor que el del
precedente, las necesidades de esta acumulación, que
va siempre en aumento, acabarán por superar la ofer¬
ta ordinaria de trabajo, y, por consiguiente, se elevará
el tipo de los salarios.
Sin embargo, las circunstancias más o menos favo¬
rables en que la clase obrera se reproduce y multiplica
no alteran en nada el carácter fundamental de la re
producción capitalista. Del propio modo que la repro
ducción simple vuelve a crear constantemente la mis¬
ma relación social —capitalismo y salariado—, así la
acumulación no reproducir, con más ca¬
hace más que
pitalistas o capitalistas más poderosos por un lado, más
asalariados por otro. La reproducción del capital con
tiene la de su gran instrumento de crear valor: la fuer
za de trabajo. Así, pues, acumulación del capital es al
mismo tiempo aumento del proletariado, de los asala¬
riados, que transforman su fuerza obrera en fuerza
vital del capital, y se convierten, de grado o por fuerza,
en siervos de su propio producto, que es propiedad
del capitalista.
En la situación que suponemos, que es la más favo¬
rable posible para los obreros, su estado de dependen¬
cia reviste las formas más soportables. En vez de ga¬
nar en intensidad, la explotación y la dominación ca¬
pitalistaganan simplemente en extensión, a que medida
aumenta el capital, y, con él, el número de sus vasa¬
llos. Entonces toca a éstos una mayor parte del pro¬
ducto neto, constantemente creciente, de modo que es¬
tán en disposición de ensanchar el círculo de sus go¬
ces,de alimentarse mejor, de vestirse, de proveerse de
muebles, etc., y de formar pequeñas reservas pecunia¬
rias. Pero si un trato mejor para con el esclavo, una
alimentación más abundante, vestidos más decentes y
un poco más de dinero por añadidura no pueden rom¬
per las cadenas de la esclavitud, lo mismo sucede con
las del salariado.
En efecto, no hay que olvidar que la ley absoluta
282 CARLOS MARX

(¡el sistema de producción capitalista es fabricar plus¬


valía. Lo que se propone el comprador de la fuerza
obrera es enriquecerse haciendo valer su capital, pro¬
duciendo mercancías que contienen más trabajo del que
paga por ellas, y con cuya venta realiza una porción
de valor que no le ha costado nada. Cualesquiera que
sean las condiciones de la venta de la fuerza obrera,
la naturaleza del salario es poner siempre en movimien¬
to cierta cantidad de trabajo gratuito. El aumento del
salario sólo indica, por tanto, una disminución relativa
del trabajo gratuito que el obrero debe proporcionar
siempre; pero esa disminución nunca llegará a ser tan¬
to que ponga en peligro el sistema capitalista.
Hemos admitido que el tipo de los salarios pueda
elevarse gracias a un aumento del capital superior al
del trabajo ofrecido. Sólo queda entonces esta alterna
tiva: o los salarios continúan subiendo, y estando mo¬
tivada esta subida por los progresos de la acumulación
es evidente que la disminución del trabajo gratuito de
los obreros no impide al capital extender su domina¬
ción, o el alza constante de los salarios comienza a per¬
judicar a la acumulación y ésta llega a disminuir. Pero
esta disminución nunca hace desaparecer la causa pri¬
mera del alza, que sólo es el exceso del capital com¬
parado con la oferta del trabajo; inmediatamente el
tipo de salario vuelve a descender a un nivel en armo¬
nía con las necesidades del movimiento del capital,
nivel que puede ser superior, igual o inferior al que
era en el momento de efectuarse el alza de los salarios.

Así pues, el mecanismo de la producción capitalista


vence por sí solo el obstáculo que puede llegar a crear,
aun en el caso de que no varíe la composición del capi¬

tal. Pero el alza de los salarios es un poderoso estímulo


que impele al perfeccionamiento de la maquinaria, y,
por consiguiente, al cambio de la composición del ca
pital que supone la baja de los salarios.
ÉL CAPITAt 283

La magnitud del capital no depende del número


de la población obrera

Es preciso conocer fondo la relación que existe en


a
tre los movimientos del capital en vías deacumulación
y las oscilaciones del tipo de los salarios que a esos
movimientos se refieren.
Ya. es un exceso de capital, procedente de una acu¬
mulación más rápida, la cual hace que el trabajo ofre¬
cido sea relativamente insuficiente, y tiende, por tan¬
aminoramiento de la acumu¬
to, a elevar su precio, ya un
lación, que da por resultado que el trabajo ofrecido sea
relativamente superabundante, y rebaja su precio. El
movimiento de aumento y de disminución del capital
en de acumulación produce, pues, alternativamen
vías
te, la insuficiencia y la superabundancia relativa del
trabajo ofrecido, pero ni una baja efectiva del número
de la población obrera hace que el capital abunde en
el primer caso, ni un aumento efectivo de dicho nú¬
mero hace al capital insuficiente en el segundo.
acumulación del capital y el tipo
La relación entre la
del salario no es otra cosa que la relación entre el tra
bajo gratuito, transformado en capital, y el suplemen
to de trabajo pagado que exige ese capital suplemen¬
tario para ser puesto en actividad. No es precisamente
una relación entre dos términos independientes, a sa¬
ber: por un lado, la suma del capital, y por otro, el
número de la población obrera, sino, en último análi¬
sis, una relación entre el trabajo gratuito y el trabajo
pagado de la misma población obrera.
Si la cantidad de trabajo gratuito que la clase obrera
suministra, y que la clase capitalista acumula, aumenta
tan rápidamente que su transformación en nuevo capi¬
tal necesita un extraordinario de trabajo
suplemento
pagado: palabra, si el aumento de capital pro¬
en una
duce una demanda más considerable de trabajo, el sa¬
lario sube, y siendo iguales las circunstancias, el tra¬
bajo gratuito disminuye proporcionalmente. Pero des¬
de el momento en que a consecuencia de esta dismi¬
nución del sobretrabajo hay aminoramiento de la acu-
284 carlos marx

ululación, sobreviene una reacción: la parte de la renta


cjue se capitaliza es menor, la demanda de trabajo dis¬
minuye y el salario baja.
El precio del trabajo no puede elevarse sino en lími¬
tes que dejen intactas las bases del sistema capitalista
y aseguren la reproducción del capital en mayor esca¬
la. ¿Cómo podría suceder otra cosa donde el trabajador
únicamente existe para aumentar la riqueza ajena crea¬
da él? De la misma manera que
por en el mundo
religioso el hombre está dominado por la obra de su
mente, así lo está en el mundo capitalista por la de
sus manos.

II.—La parte variable del capital disminuye


relativamente a su parte constante

No dependiendo el alza de los salarios sino del pro¬


greso continuo de la acumulación y de su grado de
actividad, nos es preciso esclarecer las condiciones en
que se realiza ese progreso. «La misma causa—dice
Adam Smith—- que hace que se eleven los salarios de!
trabajo, esto es, el aumento del capital, tiende a aumen¬
tar productivas del trabajo y a poner a una
las fuerzas
cantidad menor de trabajo en estado de producir ma¬
yor cantidad de obra.»
Ese resultado se obtiene gracias a una serie de cam¬
bios en la manera de producir, que ponen a una can¬
tidad dada de fuerza obrera en condiciones de manejar
una masa cada vez mayor de medios de producción.
Con relación a la fuerza obrera empleada en este au¬
mento, los medios de producción desempeñan un doble
papel. Unos -—máquinas, edificios, hornos— aumentan
en número, extensión y eficacia para hacer el trabajo
más productivo; en tanto que los otros —primeras ma¬
terias auxiliares— aumentan porque el trabajo, al ha¬
cerse más productivo, consume mayor cantidad de ellos
en un tiempo determinado.
En el progreso de la acumulación no hay solamente
aumento cuantitativo de los diversos elementos del ca-
ÉL CAPITAL 2S5

pital; el desarrollo de las potencias productivas que


este progreso supone se manifiesta por cambios cuali¬
tativos en la composición técnica del capital; la masa
de los medios de producción —maquinaria y materia¬
les— aumenta cada vez más en comparación con la
cantidad de fuerza obrera indispensable para hacerlos
funcionar.
Esos cambios en la composición técnica del capital
obran sobre su composición valor y traen consigo un
aumento siempre creciente de su parte constante a
expensas de la parte variable; de modo que si, por
ejemplo, en una época atrasada de la acumulación se
transforma el 50 por 100 del valor capital en medios
productivos y el otro 50 por 100 en trabajo, en una
época más adelantada se empleará el 80 por 100 del
valor capital en medios productivos, y sólo el 20 por 100
en trabajo.
Mas este medios de produc¬
aumento de valor de los
ción no indica sino el aumento mucho
remotamente
más rápido y considerable de su masa. La razón de
ello es que ese mismo progreso de los poderes del tra¬
bajo, que se manifiesta por el aumento de la maqui¬
naria y de los materiales puestos en actividad con auxi¬
lio de una cantidad menor de trabajo, hace disminuir
el valor de la mayor parte de los productos, y, princi¬
palmente, el de los que funcionan como medios de pro¬
ducción. Así, pues, su valor no se eleva tanto como
su masa.

parte, hay que notar que el progreso de la


Por otra
acumulación, al disminuir el capital variable relativa¬
mente al capital constante, no impide su aumento efec¬
tivo. Si suponemos que un valor- capital de fi.000 pese¬
tas se divide primero por mitad en parte constante y
en parte variable, y que más tarde, habiendo llegado,
como consecuencia de la acumulación, a la cantidad de
18.000 pesetas, la parte variable de esta cantidad no
es más que la quinta, a pesar de su disminución rela¬
tiva de la mitad a la quinta parte, dicha parte variable
se ha elevado de 3.000 a 3.000 pesetas.
La cooperación, la división manufacturera del tra-
CARLOS MARX

bajo, Ja fabricación mecánica, etc.; en suma, los méto¬


dos apropiados para desarrollar las fuerzas del trabajo
colectivo sólo puede introducirse donde la producción
tiene ya lugar en gran escala, y a medida que ésta se
extiende, aquellas desarrollan todavía más.
fuerzas se
Teniendo por base el régimen del salario, la escala de
las operaciones depende, en primer lugar, de la suma
de capitales
los acumulados en manos de los empresa¬
rios privados. De este modo, la acumulación previa,
cuyo origen examinaremos después, llega a ser el pun¬
to de partida del sistema de propiedad capitalista. Y
todos los métodos que emplea este sistema de produc¬
ción para hacer más productivo el trabajo son otros
tantos métodos para aumentar la plusvalía o el pro¬
ducto neto, es decir, para aumentar la fuente de la
acumulación. Así, pues, si la acumulación debe haber
alcanzado cierto grado de extensión para que pueda
establecerse el modo de producción capitalista, éste
acelera de rechazo la acumulación, cuyo nuevo progre¬
so, al permitir un nuevo acrecentamiento de las em¬
presas, extiende otra vez la producción capitalista. Este
desarrollo recíproco motiva en la composición técnica
del capital las variaciones que disminuyen cada vez más
su parte variable, que paga la fuerza de trabajo, con
relación a su parte constante, que representa el valor
de los medios de producción empleados.

Concentración y centralización
Cada uno de los de que so
capitales individuales
compone el capital luego cierta
social representa desde
«concentración», en manos de un capitalista, de me¬
dios de producción y de medios de subsistencia del
trabajo, y a medida que la acumulación se realiza, se
extiende esa concentración. Así, pues, al aumentar los
elementos reproductivos de la riqueza, la acumulación
realiza al mismo tiempo su concentración, cada vez
mayor, en manos de empresarios privados.
Todos esos capitales individuales que componen el
EL CAPITAL 2S7

capital social realizan .iuntos su movimiento de acumu¬


lación, es decir, de reproducción en una escala
progre¬
siva. Cada capital se enriquece con los elementos suple¬
mentarios que resultan de esa reproducción: conserva
así al amentar su existencia distinta y limita el círculo
de acción de los demás. Por consiguiente, el movimien
to de concentración no sólo se difunde en tantos pur
tos como la acumulación, sino que la división del ca¬
pital social en muchos capitales independientes se con
serva precisamente porque todo capital individual fun

ciona como centro de concentración.


El aumento de los capitales individuales acrecienta
otro capital social. Mas la acumulación del ca¬
tanto el
pital social no sólo resulta del acrecentamiento suce¬
sivo de los capitales individuales, sino también del au¬
mento de su número, por la transformación en capita¬
les, por ejemplo, de valores improductivos. Además,
grandes capitales lentamente acumulados se dividen,
en un momento dado, en muchos capitales diferentes,
como sucede con el reparto de úna herencia en las
familias capitalistas. La concentración desaparece con
la formación de nuevos capitales y con la división de
los antiguos. Así, pues, el movimiento de la acumula¬
ción presenta, por un lado, una concentración cada vez
mayor de los elementos reproductivos de la riqueza en
manos de empresarios privados, y, por otro, la disemi¬
nación y la multiplicación de los centros de acumula¬
ción y de concentración.
En cierto punto del progreso económico, esta división
del capital social en muchos capitales individuales se
ve contrariada movimiento opuesto, gracias al
por el
cual, atrayéndose se reúnen diferentes
mutuamente,
centros de acumulación y de concentración. Cierto nú¬
mero de capitales se funden entonces en un número
menor; en una palabra: hay «concentración» propia¬
mente dicha. Examinemos rápidamente esta atracción
del capital por el capital.
La guerra de la competencia se hace reduciendo cada
cual los precios todo lo posible. Siendo iguales las de¬
más circunstancias, la baratura de los productos de-
288 CARLOS MARX

pende de la productividad del trabajo, y ésta, de la


la escala de las empresas. Los grandes capitales ven¬
cen a los pequeños. Ya hemos visto en los capítu¬
los XI y XIII que cuanto más se desarrolla el sistema
de producción capitalista, más aumenta el mínimo de
los adelantos necesarios para explotar una industria
en condiciones normales. Por consiguiente, los peque¬
ños capitales se dirigen hacia las ramas de la produc¬
ción de que la gran industria no se ha apoderado to¬
davía o de que sólo se ha apoderado de una manera
imperfecta. La competencia en este terreno es violen¬
tísima y termina siempre con la ruina de buen nú¬
mero de pequeños capitalistas, cuyos capitales perecen
en parte y en parte pasan a manos del vencedor.

El desarrollo de la producción capitalista origina un


poder completamente nuevo: el crédito, que en sus co¬
mienzos se introduce cautelosamente, como modesto
auxiliar de la acumulación, se convierte en seguida en
nueva y terrible arma de la guerra de la competencia,
y se transforma, por último, en gigantesco aparato so¬
cial destinado a centralizar los capitales.
A medida que se extienden la acumulación y la pro¬
ducción capitalistas, la competencia y el crédito, los
más poderosos agentes de la centralización, se desarro¬
llan también. Por eso en nuestra época la tendencia a
la centralización es más poderosa que en cualquiera otra
época de la historia. Lo que principalmente diferencia
la centralización de la reproducción en mayor escala es,
que la aumento efec¬
centralización no depende de un
tivo del capital social. Los capitalesindividuales de que
éste es la reunión, la materia que se centraliza, pueden
ser más o menos importantes, pues ello depende de los
progresos de la acumulación; pero la centralización no
admite más que un cambio de distribución de los capi¬
tales existentes, una sola modificación en el número de
los capitales individuales que componen el capital so¬
cial.
En un ramo de producción particular, la centraliza¬
ción sólo habría llegado a su último límite en el mo¬
mento en que todos los capitales individuales que estu-
EL CAPITAL 289

viesen en ella empeñados no formasen más que un solo


capital individual. En una sociedad dada, tampoco lle¬
garía a su último límite sino cuando el capital nacional
entero no formase más que un solo capital y se hallara
en manos de un solo capitalista o de una sola compa¬

ñía de capitalistas.
La centralización no hace otra cosa que ayudar a la
obra de acumulación, poniendo a los industriales en si¬
tuación de ensanchar el círculo de sus operaciones. Que
tal resultado se deba a la acumulación o a la centraliza¬
ción, que ésta se efectúe por el violento sistema de la
anexión, venciendo unos capitales a otros y enrique¬
ciéndose con sus elementos desunidos, o que la fusión
de muchos capitales se verifique por el procedimiento
más suave de las sociedades por acciones, etc., el efecto
económico de semejante transformación no dejará de
ser el mismo. La extensión del círculo de las empresas

será constantemente el punto de partida de una orga¬


nización más vasta del trabajo colectivo, de un desarro¬
llo más amplio de sus resortes materiales, o, en otros
términos, de la transformación, cada vez mayor, de
movimientos de producción parciales y rutinarios en
movimientos de producción socialmente combinados y
científicamente ordenados.
Mas es que la acumulación, el acrecenta¬
evidente
miento gradual del capital, gracias a su reproducción
en una escala creciente, no es más que un procedimiento
lento, comparado con la centralización, que, en primer
lugar, la disposición cuantitativa de las
sólo cambia
partes integrantes del capital. El Mundo carecería aún
del sistema de los ferrocarriles, por ejemplo, si hubiese
tenido que esperar el momento en que los capitales in¬
dividuales se hubieran acrecentado suficientemente pol¬
la acumulación, para estar en estado de tomar a su car¬
go empresa de tamaña importancia, que la centraliza¬
ción del capital, gracias al auxilio de las Sociedades por
acciones, ha efectuado, por decirlo así, en un abrir y
cerrar de ojos.

Los grandes capitales creados por la centralización


se reproducen como los demás, pero con más rapidez, y
10
290 carlos marx

se convierten, a su vez en poderosos agentes de la acu¬


mulación social. Al aumentar y hacer más rápidos los
efectos de la acumulación, la centralización extiende y
precipita las variaciones de la composición técnica del
capital, variaciones que aumentan su parte constante a
expensas de su parte variable, u ocasionan en la deman¬
da de trabajo una disminución relativamente a la can¬
tidad del capital.

III.—Demanda de trabajo relativa y demanda de trabajo


efectiva

La demanda de trabajo efectiva que ocasiona un ca¬


pital no depende de su cantidad absoluta, sino de la
cantidad absoluta de su parte variable, única que se
cambia por la fuerza obrera. La demanda de trabajo re¬
lativa que ocasiona un capital, es decir, la proporción
entre la cantidad del capital y la suma de trabajo que
absorbe, está determinada por la cantidad proporcional
de su parte variable relativamente a su cantidad total.
Hemos visto que la acumulación que acrecienta el ca¬
pital social reduce al propio tiempo la cantidad rela¬
tiva de su parte variable y disminuye así la demanda
de trabajo relativa. Ahora bien, ¿cuál es la influencia
de ese movimiento en la suerte de la clase obrera? Evi¬
dentemente, para resolver este problema es necesario
examinar, ante todo, de qué modo una disminución de
la demanda de trabajo relativa ejerce su acción sobre
la demanda de trabajo efectiva.
Supongamos un capital de 1.200 pesetas, y que la
cantidad relativa de la parte variable es la mitad del
capital entero. No variando éste, o bajando aquélla de
la mitad a la tercera parte, la cantidad efectiva de esta
parte no será más que de 400 pesetas, en vez de ser
de 000. Mientras no varía la cantidad de un capital,
toda disminución en la cantidad relativa de su parte
variable es, al propio tiempo, una disminución de su
cantidad efectiva.
Si triplicamos el capital de 1.200 pesetas, se conver-
EL CAPITAL

tirá en 3.600 pesetas, y si la cantidad relativa de la par¬


te variable disminuye en esta misma proporción, es
decir, se divide por tres, desciende entonces de la mi¬
tad a la sexta parte, y su cantidad efectiva será de
600 pesetas, como al principio, pues 600 es la sexta par¬
te de 3.600 y la mitad de 1.200. Variando la cantidad
total del capital, el fondo de los salarios, no obstante
una disminución de su cantidad relativa, conserva la
misma cantidad efectiva, si esta disminución se realiza
en la misma proporción que el aumento del capital en¬
tero.
Si se dupiica el capital de 1.200 pesetas, serán 2.400
pesetas, y si la cantidad relativa de la parte variable
disminuye en mayor proporción que ha aumentado el
capital, y baja, por ejemplo, de la mitad de la sexta
parte, como en el caso anterior, su cantidad efectiva no
será más que de 400 pesetas. Si la disminución efec-
cantidad relativa de la parte variable se verifica en
mayor proporción que el aumento del capital adelan¬
tado, el fondo del salario sufre una disminución efec¬
tiva, no obstante el aumento del capital.
Si se triplica de nuevo el mismo capital de 1.200 pe¬
setas, serán 3.600 pesetas, y si la cantidad relativa de
la parte variable disminuye, pero en menor proporción
que ha aumentado el capital, dividida por dos, mientras
que el capital ha sido multiplicado por tres, por ejem¬
plo, baja de la mitad a la cuarta parte, y su cantidad
efectiva asciende a 900 pesetas. Si la disminución de
la relativa de la parte variable se realiza en
cantidad
una proporción menor que el aumento del capital en¬
tero, al fondo del salario experimenta un aumento efec¬
tivo, no disminución de su cantidad relativa.
obstante la
Estos períodos sucesivos por que atraviesan
son los
las masas del capital social, distribuidas entre los dife¬
rentes ramos de la producción, y las condiciones di¬
versas que presentan al mismo tiempo diferentes ra¬
mos de producción.
Tenemos los ejemplos de fábricas en que un mismo
número de obreros es suficiente para poner en activi¬
dad una cantidad creciente de medios de producción.
292 CARLOS MARX

El aumento del capital procedente del acrecentamiento


de su pai te constante es causa de que en este caso dis¬
minuya otro tanto la cantidad relativa de la fuerza obre¬
ra explotada, sin variar su cantidad efectiva. Hay tam¬
bién ejemplos de disminución efectiva del número de
obreros ocupados en ciertos ramos de industria, y de
su aumento simultáneo en otros ramos, aunque en to¬
dos hayahabido aumento del capital invertido.
En el capítulo XV hemos indicado las causas que, no
obstante las tendencias contrarias, motivan que las fi¬
las de los asalariados vayan engrosando con los pro¬
gresos de la acumulación. Recordaremos aquí, pues, lo
que concierne a nuestro asunto.
El mismo desarrollo del maquinismo, que ocasiona
una disminución no sólo relativa, sino frecuentemente
efectiva, del número de obreros empleados en ciertos
ramos de industria, permite a éstos suministrar una
masa mayor de productos a bajo precio. Esas industrias

impulsan de esta manera el desarrollo de otras, el de


aquellas a las que proporcionan medios de producción,
o bien el de aquellas de donde sacan sus primeras ma¬
terias, instrumentos, etc., formando así otros tantos mer¬
cados nuevos para el trabajo.
Por otra parte, hay momentos en que los trastornos
técnicos se sienten menos, en que la acumulación se
presenta más bien como un movimiento de extensión
sobre la última base técnica establecida. Entonces co¬

mienza de nuevo a operar, más o menos extensamente,


la ley según la cual la demanda de trabajo aumenta
en la misma proporción que el capital. Pero, al mismo
tiempo que el número de obreros atraídos por el capi¬
tal alcanza su máximo, los productos llegan a ser tan
abundantes que al menor obstáculo que se oponga a
su circulación parece que el mecanismo social se de¬
tiene y el trabajo se interrumpe o disminuye. La ne¬
cesidad que obliga al capitalista a economizarlo en¬
gendra perfeccionamientos técnicos que reducen, por
consiguiente, el número de obreros precisos.
La duración de los momentos en que la acumulación
favorece más la demanda de trabajo es cada día me-
EL CAPITAL

ñor. Así, pues, desde que la industria mecánica ha ob¬


tenido la supremacía, el progreso de la acumulación re¬
dobla la energía de las fuerzas que tienden a disminuir
la demanda de trabajo relativa, y debilita las fuerzas
que tienden a aumentar la demanda de trabajo efectiva.
El capital variable y, por tanto, la demanda de trabajo
aumenta con el capital social de que forma parte, pero
en proporción decreciente.

La ley de población adecuada a la época capitalista

Estando regulada la demanda de trabajo, no solamente


por la cantidad de capital variable puesto ya en acti¬
vidad, sino también por el término medio de un aumen¬
to continuo (capítulo XXIV), la oferta de trabajo sigue
siendo normal mientras persiste ese movimiento. Mas
cuando el capital variable llega a un término medio de
aumento inferior, la misma oferta de trabajo, que has¬
ta entonces era normal, se hace superabundante, de
modo que, habiendo dejado de ser necesaria una parte
más o menos considerable de la clase asalariada, para
poner actividad el capital resulta superflua, super¬
en
numeraria. Como semejante fenómeno se repite con el
progreso de la acumulación, éste arrastra en pos de sí
un exceso de población que va continuamente en au¬
mento.
El progreso de la acumulación y el movimiento que
la acompaña de disminución proporcional del capital
variable y de disminución correspondiente en la de¬
muda de trabajo relativa, que, como acabamos de ver,
dan por resultado el aumento efectivo del capital va¬
riable y de la demanda de trabajo en una proporción
decreciente, tienen, finalmente, por complemento, la crea¬
ción de un sobrante relativo de población. Lo llamamos
«relativo» porque procede no de un aumento real de la
población obrera, sino de la situación del capital social,
que le permite prescindir de una parte más o menos
considerable de obreros. Como este sobrante de la po¬
blación sólo existe con relación a las necesidades mo-
294 CARLOS MARX

mentáneas de la explotación capitalista, puede aumentar


o disminuir repentinamente, según los movimientos ex¬
pansivos y contractivos de la producción.
Al producir la acumulación del capital, y a medida
que lo consigue, la clase asalariada produce los instru¬
mentos de su anulación o de su transformación en so¬
brante relativo de población. Tal es la «ley de pobla¬
ción» que distingue a la época capitalista y corresponde
a su sistema de producción particular. Cada uno de los
sistemas históricos de producción social tiene su ley de
población adecuada, ley que sólo se aplica a él, que
pasa con ély sólo tiene, por consiguiente, un valor his¬
tórico.

Formación de un ejército industrial de reserva

Si la acumulación, esto es, el progreso de la riqueza


sobre la base capitalista, crea necesariamente un so¬
brante de población obrera, este sobrante se convierte
a su vez en el más poderoso auxiliar de la acumulación,

en una condición de la existencia de la producción ca¬

pitalista en su estado de completo desarrollo. Ese so¬


brante de población forma un ejército de reserva in¬
dustrial, que pertenece al capitalista de un modo tan
absoluto como si lo hubiese educado y disciplinado a
expensas suyas; ejército que provee a sus necesidades
variables de trabajo la materia humana, siempre explo¬
table y siempre disponible, independientemente del au¬
mento natural de la población.
La presencia de esta reserva industrial, su nueva en¬
trada, parcial o general, en el servicio activo, y su re¬
constitución con arreglo a un plan más vasto, se en¬
cuentra en el fondo de la vida accidentada que atravie¬
sa la industria moderna, con la repetición casi regular,

cada diez años, aparte de las demás sacudidas irregula¬


res, del mismo período, compuesto de actividad ordina¬
ria, de producción excesiva, de crisis y de paro forzoso.
Esta marcha singular de la industria no se encuentra
en ninguna de las épocas anteriores de la humanidad.
Sólo de la época en que el progreso mecánico, echando
EL CAPITAL 295

raíces bastante profundas, ejerció influencia preponde¬


rante sobre toda laproducción nacional; en que, gra¬
cias a él, el comercio exterior comenzó a sobreponerse
al interior; en que el mercado universal se anexionó
sucesivamente vastos territorios América, en Asia
en

y en Australia; en que, finalmente, las naciones rivales


se hicieron bastante numerosas, sólo de esa época datan
los períodos florecientes, que van a concluir siempre en
una crisis general, fin de un período e iniciación de otro.

Hasta ahora, la duración de estos períodos es de diez


u once años; pero no hay razón alguna para que ese
número sea inmutable. AI contrario, debe deducirse de
las leyes de la producción capitalista, tales como aca¬
bamos de exponerlas, que ese número variará y que los
períodos irán acortándose.
El progreso industrial, que sigue la marcha de la
acumulación, al mismo tiempo que reduce cada vez
más el número de obreros necesarios para poner en ac¬
tividad una masa siempre creciente de medios de pro¬
ducción, aumenta la cantidad de trabajo que debe pro¬
porcionar el obrero individual. A medida que el progre¬
so desarrolla las potencias productivas del trabajo y
hace, tanto, que se obtengan más productos de me¬
por
nos trabajo, el sistema capitalista desarrolla también
los medios de obtener más trabajo del asalariado, pro¬
longando la jornada o haciendo más intenso el trabajo,
o de aumentar en apariencia el número de trabajadores

empleados, reemplazando una fuerza superior y más


cara con muchas fuerzas inferiores y más baratas, esto
es: el hombre con la mujer, el adulto con el niño, un
obrero americano con tres chinos. He ahí diferentes
métodos para disminuir la demanda de trabajo y hacer
superabundante su oferta; en una palabra; para fabri¬
car supernumerarios.
El exceso de trabajo impuesto a la parte de la clase
asalariada que está en servicio activo, a los ocupados,
engrosa las filas de los desocupados, de la reserva, y la
competencia de estos últimos, que buscan, naturalmente,
colocación, ejerce sobre ellos una presión que les obli¬
ga a soportar más dócilmente los mandatos del capital.
296 CARLOS MARX

Lo que determina el tipo general de los salarios


Lo determina exclusivamente las variaciones en
que
el de los salarios es la proporción dife¬
tipo general
rente en que la clase obrera se descompone en ejército
activo y ejército de reserva, el aumento o la disminu¬
ción del sobrante relativo de población correspondiente
al flujo y reflujo del período industrial.
En vez de sustentar la oferta del trabajo en el au¬
mento y la capital que
disminución alternativos del
funciona, es decir, de las necesidades momentáneas de
la clase capitalista, el evangelio economista burgués
hace depender el movimiento del capital en otro movi¬
miento, en el número efectivo de la población obrera.
Según su doctrina, la acumulación produce un alza de
salarios que, poco a poco, hace que se aumente el nú¬
mero de los obreros, hasta el punto de que éstos obs¬
truyen de tal modo el mercado, que el capital no basta
ya para ocuparlos a todos a un tiempo. Entonces baja
el salario. Este descenso es mortal para la población
obrera, impidiéndole al menos aumentarse, de tal ma¬
nera que a causa del corto número de obreros el capi¬

tal torna a ser superabundante, la demanda de trabajo


comienza otra vez a ser mayor que la oferta, los sala¬
rios vuelven a elevarse, y así sucesivamente.
¡Bonito movimiento para el sistema de producción
capitalista! Mas antes de que el alza de los salarios
hubiese provocado el menor aumento efectivo en la ci¬
fra absoluta de la población realmente apta para tra¬
bajar, se hubiera dejado transcurrir veinte veces el tiem¬
po necesario para comenzar la campaña industrial, em¬
peñar la lucha y obtener la victoria. Por rápida que sea
la reproducción humana, necesita el intervalo de una
generación para reemplazar a los trabajadores adultos.
Ahora bien, el beneficio de los fabricantes depende prin¬
cipalmente de la posibilidad de explotar el momento
favorable de una demanda abundante. Es preciso que
puedan en seguida, según el capricho del mercado, ac¬
tivar sus operaciones. Es necesario, pues, que encuen¬
tren en él brazos disponibles. No pueden esperar a que
EL CAPITAL 297

su demanda de brazos
produzca, mediante un alza de
los salarios, movimiento de población que les pro¬
un
porcione los brazos que necesitan. La expansión de la
producción en un momento dado no es posible sino con
un ejército de reserva a las órdenes del
capital, con un
sobrante dé trabajadores independientes del aumento
natural de la población.
Los economistas confunden las leyes que rigen el
tipo general del salario y que expresan relaciones entre
el capital y la fuerza obrera consideradas en conjunto,
con las leyes que en particular distribuyen la población

entre las diversas ramas de la industria.


Hay circunstancias especialesque favorecen la acu¬
mulación en una u otra rama. En cuanto los beneficios
exceden del tipo medio en alguna, acuden a ella nue¬
vos la demanda de trabajo se nota, se hace
capitales;
más necesarias y eleva los salarios. El alza atrae gran
parte de la clase asalariada a la rama de la industria
privilegiada, hasta que, como consecuencia de este aflu¬
jo continuo, el salario vuelve a descender a su nivel
ordinario o todavía más bajo. Desde este momento no
sólo cesa la invasión de aquella rama por los obreros,
sino que da lugar a su emigración hacia otras ramas
de la industria. La acumulación del capital produce un
alza de los salarios; esta alza, un aumento de obreros;
este aumento, una baja de los salarios, y ésta, por últi¬
mo, una disminución de obreros. Pero los economistas
no tienen razón al proclamar como ley general del sa¬
lario lo que no es más que una oscilación local del mer¬
cado del trabajo, producida por el movimiento de dis¬
tribución de los trabajadores entre los diversos ramos
de producción.

La ley de la oferta y la demanda es un engaño

en eje sobre el cual gira la ley de la ofer¬


Convertido
ta la demanda de trabajo, el sobrante relativo de
y
población sólo permite a esta ley funcionar dentro de
CARLOS MARX

unos límites que no se opongan al espíritu de domina¬


ción y de explotación del capital.
Recordemos a este propósito una teoría que ya he¬
mos mencionado en el capítulo XV. Cuando una má¬
quina deja sin ocupación a obreros hasta entonces ocu¬
pados, los utopistas de la Economía política pretenden
demostrar que esa operación deja disponible al mismo
tiempo un capital destinado aemplearlos de nuevo en
alguna otra rama de la industria. Ya hemos demostrado
que no sucede nada de eso. Ninguna parte del antiguo
capital queda disponible para los obreros despedidos.
Al contrario, son ellos los que quedan a disposición de
nuevos capitales, si los hay. Y ahora puede apreciarse
el poco fundamento que tiene la supuesta «teoría de
compensación».
Los obreros destituidos por la máquina que quedan
disponibles están a disposición de cualquier nuevo ca¬
pital, a punto de entrar en ejercicio. Que este capital
los ocupe a ellos o a otros, el efecto que produce sobre
la demanda general de trabajo será siempre nulo, si pue¬
de retirar del mercado tantos brazos como a él han
arrojado las más, la demanda ge¬
máquinas. Si retira
neral del trabajo sólo se aumentará con la diferencia
máquina haya
entre los brazos que atraiga y los que la
rechazado. Así, pues, el aumento que habría tenido la
demanda general de brazos, por efecto de nuevos capi¬
tales en vías de colocación, se encuentra anulado en
todo caso hasta la ocupación de los brazos arrojados
por las máquinas al mercado.
Ese es el efecto general de todos los métodos que
contribuyen a formar trabajadores supernumerarios.
Gracias a ellos, la oferta y la demanda de trabajo dejan
de ser movimientos procedentes de dos polos opuestos:
el del capital y el de la fuerza obrera. El capital influye
simultáneamente en ambos polos. Si su acumulación au¬
menta la demanda de brazos, sabemos que aumenta tam¬
bién su oferta al fabricar supernumerarios. En tales
condiciones, la ley de la oferta y de la demanda de
trabajo completa el despotismo capitalista.
De este modo, cuando los trabajadores empiezan a
el capital 299

notar que función de instrumentos que dan valor


su
al capital más insegura a medida que su
es
trabajo y
la riqueza de sus dueños
aumentan; cuando advierten
que la violencia mortífera de la
competencia que entre
sí se hacen depende por completo de la
presión ejer¬
cida por los supenumerarios, tan
pronto como, a fin de
aminorar el efecto funesto de esta ley «natural» de la
acumulación capitalista, se unen para organizar la in¬
teligencia y la acción común entre los ocupados y los
desocupados, se ve inmediatamente al capital y a su
defensor titular, el economista burgués, clamar contra
semejante sacrilegio y contra tal violación de la ley
«eterna» de la oferta y la demanda.

IV.—Formas diversas del exceso relativo de población

Aunque el sobrante relativo de población presenta


matices variables hasta lo infinito,
distínguense en él,
sin embargo, algunas grandes categorías, algunas
dife¬
rencias de forma muy marcada: la forma flotante, la
oculta y la permanente.
Los centros de la industria moderna —talleres mecá¬
nicos, manufacturas, fundiciones, minas, etc.—, no cesan
de atraer y de rechazar alternativamente a los traba¬
jadores; pero, en general, concluyen por atraer más
que rechazan; de manera que el número de obreros ex¬
plotados va aumentando en ellos, aunque disminuye
proporcionalmente en la escala de la producción. El
sobrante de la población se halla allí en estado flo¬
tante.
Las fábricas, la mayor parte de las grandes manu¬
facturas, sólo emplean a los obreros varones hasta la
edad de su madurez. Pasado este término, conservan
solamente una minoría y despiden casi siempre
escasa
a los demás. A medida
que se extiende la gran indus¬
tria aumenta este elemento del sobrante de población;
el capital necesita una proporción mayor de mujeres,
de niños y de jóvenes que de hombres adultos. Por
otra parte, es tanta la explotación de la fuerza obrera
300 CARLOS MARX

por el capital, que el trabajador se encuentra aniqui¬


lado a lamitad de su carrera. Al llegar a la edad ma¬
dura debe dejar su puesto a una fuerza más joven y
descender un peldaño de la escala social, y dichoso
él si no se ve relegado definitivamente entre los super¬
numerarios. Además, el término medio más corto de la
vida se encuentra entre los obreros de la gran indus¬
tria. Dadas estas condiciones, las filas de esta fracción
del proletariado sólo pueden engrosar cambiando con
frecuencia de elementos individuales. Es necesario, pues,
que las generaciones se renueven frecuentemente, y esta
necesidad social queda satisfecha por medio de matri¬
monios precoces y gracias a la prima que la explota¬
ción de los niños asegura a su producción.
En cuanto la producción capitalista se apodera de la
agricultura e introduce en ella el empleo de la má¬
quina, la demanda de trabajo disminuye a que medida
el capital se acumula en ese ramo; una parte de la po¬
blación agrícola está siempre a punto de transformar¬
se en población urbana y manufacturera. Para que la
población de los campos se dirija, como a sucede, las
ciudades es preciso que en los campos mismos haya
un sobrante oculto de población, cuya extensión no se
advierte hasta el momento en que la emigración de
los campos a las ciudades se realiza en granescala. Por
tanto, el obrero agrícola se encuentra reducido al mí¬
nimo de salario, y tiene ya puesto un pie en el pau¬
perismo.
A pesar de ese sobrante relativo de población, los
campos insuficientemente pobla¬
están al mismo tiempo
dos. Esto no sólo se observa de una manera local en
los puntos donde se opera un rápido tránsito de hom¬
bres hacia las ciudades, minas, ferocarriles, etc., sino
generalmente en la primavera, en verano y en otoño,
épocas en que la agricultura tiene necesidad de un su¬
plemento de brazos. Aunque hay demasiados obreros
para las necesidades ordinarias, también hay escasez
de ellos para las necesidades excepcionales y temporales
de la agricultura.
La tercera categoría del sobrante relativo de pobla-
EL CAPITAL 301

ción —lapermanente— petenece al ejército industrial


activo; al mismo tiempo, la extremada irregula¬
mas,
ridad de sus ocupaciones hace de él un depósito inago¬
table de fuerzas disponibles. Acostumbrado a la mise¬
ria crónica, a condiciones de existencia completamente
inseguras y vergonzosamente inferiores al nivel ordi¬
nario de la clase obrera, se convierte en extensa base
de ramos especiales de explotación, en los cuales el
tiempo de trabajo llega al máximo y el tipo de salario
al mínimo. El llamado trabajo a domicilio nos ofrece
un ejemplo espantoso de esta categoría. Esta clase
social, que se recluta de continuo entre los supernume¬
rarios de la gran industria y de la agricultura, se re¬
produce en escala creciente. Si las defunciones son en
ella numerosas, el número de los nacimientos es, en
cambio, muy elevado.
Semejante fenómeno hace recordar la reproducción
extraordinaria de ciertas especies animales débiles y
constantemente perseguidas. «La pobreza —dice Adam
Smith— parece favorable a la generación.»
Finalmente, el último residuo del sobrante relativo de
población vive en el infierno del pauperismo. Sin con¬
tar los vagabundos, los criminales, las prostitutas, los
mendigos y todo ese mundo que llaman «clases peli¬
grosas», esta clase social se compone de tres catego¬
rías.
La primera comprende los obreros aptos para traba¬
jar: cada crisis, disminuye cuan¬
su masa, que engrosa a
do los negocios recobranactividad. La segunda com¬
su
prende los niños de los pobres socorridos y los huér¬
fanos. Estos son otros tantos candidatos de la reserva
industrial, que en las épocas de mayor prosperidad en¬
tran en masa en el servicio activo. La tercera categoría
comprende los más miserables; en primer lugar, los
obreros y obreras a quienes el desarrollo social ha des¬
monetizado, por decirlo así, al suprimir la obra de de¬
talle que, división del trabajo, era su único re¬
por la
curso; después, los que, por desgracia, han pasado de
la edad productiva del asalariado, y, por último, las víc¬
timas directas do la industria —enfermos, mutilados,
302 CARLOS MARX

viudas, etc.—, cuyo número se eleva con el de las má¬


quinas peligrosas, las minas, las manufacturas quími¬
cas, etc.

El pauperismo es la consecuencia fatal del sistema


capitalista

El pauperismo es el cuartel de inválidos del ejército


del trabajo. Su producción está comprendida en la del
sobrante relativo de población; su necesidad, en la ne¬
cesidad de éste, y forma con él una condición de exis¬
tencia de la riqueza capitalista.
Las mismas causas que desarrollan con la potencia
productiva del trabajo la acumulación del capital, crean¬
do la facilidad de disponer de la fuerza obrera, hacen
que aumente la reserva industrial con los resortes ma¬
teriales de la riqueza. Pero cuanto más aumenta la
reserva, comparativamente al ejército del trabajo, más
aumenta también el pauperismo oficial. He ahí la ley
general, absoluta, de la acumulación capitalista. La ac¬
ción de esta ley, como la de cualquier otra, está natu¬
ralmente sujeta a las modificaciones de circunstancias
particulares.
El análisis que hemos hecho de la plusvalía relativa,
en la cuarta parte, no ha conducido al siguiente resul¬
tado: que en el sistema capitalista, donde los medios
de producción no están al servicio del trabajador, sino
el trabajador al servicio de los medios de producción,
todos los métodos para multiplicar los recursos y la po¬
tencia del trabajo colectivo se realizan a expensas del
trabajador individual; todos los medios de desarrollar
la producción se transforman en medios de dominar y
explotar al productor: hacen de él un hombre trun¬
cado, parcelario o el accesorio de una máquina; le
oponen, como otros tantos poderes enemigos, los agen¬
tes científicos de la producción; sustituyen el trabajo
atractivo por el forzado; tornan cada vez más penosas
las condiciones en que se ejecuta el trabajo, y someten
al obrero durante su servicio a un despotismo tan mez-
EL CAPITAL 302

quino como limitado; convierten su vida entera en


tiempo de trabajo y encierran a su mujer y a sus hi¬
jos en los presidios capitalistas.
Mas todos los métodos que ayudan a la producción
de la plusvalía favorecen igualmente la acumulación,
y toda extensión de ésta necesita a su vez de aquéllos.
De donde resulta que, cualquiera que sea el tipo de los
salarios, alto o bajo, la condición del trabajador debe
empeorar a medida que el capital se acumula, de tal
modo que la acumulación de riqueza por un lado sig¬
nifica acumulación igual de pobreza, de sufrimiento, de
ignorancia, de embrutecimiento, de degradación física
y moral y de esclavitud por otro, o sea del lado de la
clase que produce el capital mismo.
OCTAVA PARTE

LA ACUMULACION PRIMITIVA

CAPITULO XXVI

El secreto de la acumulación primitiva

I. Separación del productor y de los medios de producción.


Explicación del movimiento histórico que ha reemplazado
el régimen feudal con el capitalista.—II. Después de haber
sido sometido a la explotación por la fuerza bruta, el tra¬
bajador acaba por someterse a ella voluntariamente.—
III. Establecimiento del mercado Interior para el capital
industrial

I.—Separación del productor y de los medios


de producción

Ya hemos visto cómoel dinero se convierte en ca¬


pital; el capital, en origen de plusvalía, y la plusvalía,
en origen de nuevo capital. Mas la acumulación capi¬
talista supone la presencia de la plusvalía, y ésta, el
modo de producción capitalista, el cual, a su vez, de¬
pende de la acumulación ya operada, en manos de pro¬
ductores mercantiles, importantes. Todo
de capitales
este movimiento, pues, parece quegira en un círculo
vicioso, del que no podría salirse sin admitir una «acu¬
mulación primitiva» que sirva de punto de partida a la
CARI.OS MARX

producción capitalista en lugar de proceder de ella.


¿Cuál es el origen de esta acumulación primitiva?
Según la historia real y verdadera, la
conquista, la
servidumbre, el robo a mano armada, el reinado dé la
fuerza bruta son los que siempre han triunfado. Por el
contrario, en los manuales de Economía política es el
idilioel que ha florecido siempre; jamás ha habido
otros medios de enriquecerse que el trabajo y el dere¬
cho. En realidad, los métodos de la acumulación
primi¬
tiva son todo lo que se quiera, excepto materia de idi¬
lio. El escamoteo de los bienes de las
iglesias y hospi¬
tales, la enajenación fraudulenta de los dominios del
Estado, el robo de las tierras comunales, la transfor¬
mación terrorista de la propiedad feudal en propiedad
moderna privada, son los orígenes idílicos de la acumu¬
lación primitiva.
Si en la relación entre capitalista
asalariado el pri¬
y
mero desempeña el papel de dueño el segundo el de
y
servidor, es mediante un contrato por el cual no sólo
se pone el asalariado al servicio del
capitalista y, por
consiguiente, bajo su dependencia, sino que hasta ha
renunciado a todo derecho de propiedad sobre su pro¬
pio producto.
El asalariado hace ese convenio porque solamente po¬
see su fuerza
personal —el trabajo en potencia—, en
tanto que todas las condiciones exteriores requeridas
para dar corporeidad a esta potencia —la materia y los
instrumentos necesarios para el ejercicio útil del tra¬
bajo, la facultad de disponer de las subsistencias indis¬
pensables para la vida— se encuentran en el lado
opuesto.
La base del sistema capitalista es la separación radi¬
cal del productor y los medios de producción. Para que
este sistema se establezca es necesario, pues, que los
medios de producción, en parte al menos, hayan sido
arrancados ya a los productores que los empleaban en
realizar su propia potencia de trabajo, y que estos me¬
dios hayan sido detentados ya por productores mercan¬
tiles, que los emplean en ttraficar con el trabajo ajeno.
El movimiento histórico que da por resultado el divor-
EL CAPITAL 307

ció entre el trabajo y sus condiciones, los medios de


producción: ése es el significado de la acumulación
capitalista.

Explicación dei movimiento histórico que ha reemplazado


el régimen feudal con el capitalista

El orden económico capitalista ha salido del seno del


orden económico feudal. La disolución del uno ha dis¬
gregado los elementos constitutivos del otro.
Para que el trabajador, el productor inmediato, pu¬
diese disponer de su propia persona, necesitaba, ante
todo, no estar sujeto a una tierra o a otra persona. Tam¬
poco podía llegar a ser vendedor libre de trabajo, lle¬
vando su mercancía, la fuerza de trabajo, dondequie¬
ra que encontrase un mercado, sin haberse sustraído
al régimen de los gremios con sus patronatos, jurados,
leyes de aprendizaje, etc. Así, pues, el movimiento his¬
tórico que transforma a los productores en asalariados
se presenta como su emancipación de la servidumbre
y del régimen de los gremios. Por otra parte, si los eman¬
cipados se venden a sí mismos es porque se ven obli¬
gados a ello para vivir, porque han sido despojados de
todos los medios de producción y de todas las garantías
de existencia ofrecidas por el antiguo orden de cosas.
La historia de su expropiación no tiene réplica, pues
se halla escrita en los anales de la humanidad con le¬

tras indelebles de sangre y de fuego.


lo que respecta a los capitalistas empresarios, los
En
nuevos potentados no sólo tenían que destituir a los
maestros de oficios, sino también a los señores feuda¬
les, poseedores de las fuentes de riqueza. Desde este
punto de vista, su advenimiento se presenta como el
resultado de una lucha victoriosa contra el poder seño¬
rial con sus irritantes privilegios y contra el régimen
de los gremios por las trabas que oponía al libre des¬
arrollo de la producción y a la libre explotación del
hombre por el hombre. El progreso ha consistido en
carlos marx
308

variar la forma de la explotación: la feudal se ha con¬


vertido en capitalista.

II.—Después de haber sido sometido a la explotación


por la fuerza bruta, el trabajador acaba por someterse
a ella voluntariamente

No basta que, por un lado, se presenten lascondicio¬


nes materiales del trabajo en forma de capital, y por
otro, hombres que nada tienen que vender, como no sea
su fuerza de trabajo. Tampoco basta que se les obligue
por la fuerza a venderse voluntariamente.
La burguesía naciente —-y éste es un momento esen¬
cial de la acumulación primitiva— no podía prescindir
de la intervención constante del Estado para prolongar¬
la jornada de trabajo (capítulo X), para «reglamentar»
el salario; es decir, para conservar al trabajador en
el grado de dependencia deseado, abrumándole bajo el
yugo del salariado mediante leyes de un terrorismo gro¬
tesco, leyes que iban dirigidas en el Occidente de Euro¬
pa, a fines del siglo xv y durante el siglo xvi, contra el
proletariado sin casa ni hogar, contra los padres de
la clase obrera de hoy, castigados por haber sido redu¬
cidos al estado de vagabundos y de pobres, la mayor
parte de las veces a consecuencia de una expropiación
violenta.
No debemos olvidar que la busgugsía, desde el prin¬
cipio de la Revolución francesa, se atrevió a despojar
a la clase obrera del derecho de asociación que apenas
acababa de conquistar. Por una ley de 14 de junio
de 1791 se consignó que cualquier acuerdo tomado por
los trabajadores para la defensa de sus intereses co¬
munes fuese declarado «atentatorio a la libertad y a
la Declaración de los Derechos del Hombre», y casti¬
gado con multa y privación de los derechos de ciu¬
dadano.
Con el progreso de la producción capitalista se for¬
ma clase cada vez más numerosa de trabajadores
una
que, por la educación y la costumbre transmitidas, se
el capital 309

conforma con las exigencias del régimen económico ac¬


tual de una manera tan instintiva como se conforma con
las variaciones atmosféricas. En cuanto este modo de
producción adquiere cierto desarrollo, su mecanismo
destruye toda resistencia. La presencia constante de un
sobrante relativo de población mantiene la ley de la
oferta y la demanda de trabajo, y, por consiguiente,
el salario, dentro de límites adecuados a las necesida¬
des del capital. La presión sorda de las relaciones eco¬
nómicas consuma el despotismo del capital sobre ti
trabajador. A veces se recurre aún a la violencia, al
empleo de la fuerza bruta, pero sólo excepcionalmente.
En el curso ordinario de las cosas, el trabajador puede
quedar abandonado a la acción de las «leyes naturales»
de la sociedad, es decir, a la dependencia del capital,
engendrada, defendida y perpetuada por el propio me¬
canismo de la producción.

iii.—establecimiento del mercado interior


para el capital industrial

La continua expropiación de labradores, fomentada


por las leyes salvajes contra lo vagabundos, introdujo
violentamente en la industria de las ciudades multitu¬
des enormes de proletarios y contribuyó a destruir la
antigua industria doméstica.
Conviene que nos detengamos un instante a exami¬
nar ese elemento de la acumulación primitiva.
Antiguamente, la misma familia campesina elaboraba
en primer lugar, y luego consumía directamente, a lo
menos en gran parte, los víveres y las primeras mate¬
rias producto de su trabajo. De simples valores de uso
que eran, al convertirse en mercancías, estas primeras
materias se vendían a las manufacturas, y los objetos
que se elaboraban en el campo se transformaron en
artículos de manufactura, a los que el campo servía de
mercado. Desde entonces desapareció la industria do¬
méstica de los labriegos. Esta desaparición es la única
que puede dar al mercado interior de un país la exten-

.
310 CARLOS MARX

sión y consttiución que exigen las necesidades de la


producción capitalista.
Sin embargo, el período manufacturero propiamente
dicho no consigue hacer radical esta revolución. Si, en
efecto, destruye en ciertas ramas y en determinados
puntos la industria doméstica, también le da vida en
otros. Este período contribuye a la formación de una
clase de pequeños labradores, para quienes el cultivo de
la tierra es una operación secundaria, y el trabajo in¬
dustrial, cuyo producto vende a las manufacturas di¬
rectamente o por mediación del comerciante, la ocupa¬
ción principal. La gran industria es la que separa defi¬
nitivamente la agricultura de la industria doméstica en
los campos, arrancando sus raíces, que son el hilado y
el tejido a mano.
De esta separación fatal datan el desarrollo necesario
de los poderes colectivos del trabajo y la transforma¬
ción de la producción dividida, rutinaria, en producción
combinada, científica. La industria mecánica, al acabar
esta separación, es la primera que entrega al capital todo
el mercado interior de un país.
CAPITULO XXVII

Origen del capitalismo industrial

La acumulación primitiva se ha realizado por la fuerza.


Régimen colonial, deudas públicas, sistema proteccionista

La acumulación primitiva se ha realizado por i.a fuerza

Es indudable que muchos jefes de gremios, artesanos


independientes, y aun obreros asalariados, se han hecho
primero pequeños capitalistas, y que, poco a poco, gra¬
cias a una explotación siempre creciente de trabajo asa¬
lariado, seguida de una acumulación correlativa, han sa¬
lido, por fin, de su concha transformados en capitalistas
de la cabeza hasta los pies.
Sin embargo, esta transformación lenta del capital no
respondía de ningún modo a las necesidades comercia¬
les del nuevo mercado universal, creado por los grandes
descubridores del siglo xv.
Pero la Edad Media había legado dos especies de ca¬
pital que prosperan bajo los más diversos regímenes de
economía social, y que, antes de la época moderna, ocu¬
pan por sí solos categoría de capital: el «capital usua¬
rio» y el «capital comercial». Ahora bien: la constitu¬
ción feudal de los campos y la organización corporativa
de las ciudades, barreras que se oponían al capital di¬
nero, formado por el doble camino de la usura y del
comercio, transformáronse en capital industrial y con¬
cluyeron por desaparecer.
312
CARLOS MARX

El descubrimiento de las minas de


oro y plata
rica; el entierro en ellas de sus
en Amé¬

la esclavitud o habitantes, reducidos a


y de saqueo en
exterminados; los amagos de conquista
las Indias
de Africa en Orientales; la transformación
territorio para la
caza de
los procedimientos negros, fueron
suaves de
que se acumulación primitiva con
manifestó en su
aurora la era
diatamente después estalla capitalista. Inme¬
la guerra
llega a tener por teatro el mercantil, que
por la
Mundo
entero. Empezando
rebelión de Holanda contra
porciones gigantescas España, adquiere pro¬
en la cruzada de
tra la
Revolución francesa, y se Inglaterra con¬
días en prolonga hasta nuestros
expediciones de piratas, como
rras del opio» contra las famosas «gue¬
China.
Algunos de los diferentes
métodos de acumulación
primitiva,
como régimen
cienda moderna, sistema colonial, deudas públicas, ha¬
en el proteccionista, etc., descansan
empleo de la fuerza; y
plotan el poder del todos, sin excepción, ex¬
ganizada de la
Estado, la fuerza concentrada
y or¬
sociedad, a fin de precipitar
mente el paso del orden violenta¬
económico feudal al orden
nómico capitalista y eco¬
abreviar los períodos de
En efecto, la transición.
fuerza es la partera de
vías de toda sociedad en
alumbramiento. La fuerza es un
nómico. agente eco¬

Régimen colonial, deudas


públicas, sistema proteccionista
El régimen colonial dio gran
y al comercio, y impulso a la navegación
produjo las sociedades
las que los
Gobiernos concedieron mercantiles, a
legios, medios poderosos monopolios y privi¬
de los capitales. para efectuar la
concentración
Dicho régimen
dos a las proporcionaba merca¬
manufacturas nacientes,
acumulación se duplicó cuya facilidad de
gracias al monopolio del
cado en las colonias. mer¬
Los tesoros
dos fuera de directamente usurpa¬
Europa por el trabajo forzoso
dígenas, reducidos a la de los in¬
esclavitud por el robo y el ase-
EL CAPITAL 313

sinato, llegaban a la madre patria para funcionar como


capitales. En superioridad industrial
nuestros días, la
implica la superioridad comercial; pero en la época ma¬
nufacturera propiamente dicha, la superioridad comer¬
cial es la que da la superioridad industrial. De ahí el
importante papel que desempeñó en aquella época el
régimen colonial.
El sistema de las deudas públicas, cuya aplicación
iniciaron la Edad Media Venecia y Génova, invadió
en

definitivamente a Europa durante la época manufactu¬


rera. La deuda pública, o, dicho de otro modo, la ena¬

jenación del Estado, sea despótico, constitucional o re¬


publicano, es la que da carácter a la era capitalista.
La única parte de la llamada riqueza nacional que en¬
tra efectivamente en la posesión colectiva de los pueblos
modernos es su deuda pública, la cual obra como uno
de los agentes más enérgicos de la acumulación primi¬
tiva. Con facilidad mágica dota al dinero improductivo
de la virtud procreadora, transformándolo de este modo
en capital, y sin que por eso se halle expuesto a sufrir

los riesgos inseparables de su empleo industrial y aun


de la usura privada.
En realidad, los que prestan al Estado no dan nada,
pues sucapital, transformado en efectos públicos de
fácil circulación, continúa funcionando entre sus manos
como si fuese numerario. Mas, dejando a un lado la
clase de rentistas ociosos creada de este modo, y la for¬
tuna improvisada de los hacendistas intermediarios en¬
tre el Gobierno y la nación, la deuda pública ha dado
impulso a las Sociedades por acciones, al comercio de
toda clase de papeles negociables, a las operaciones du¬
dosas, al agio; en una palabra, a las jugadas de Bolsa
y a la soberanía moderna de la banca.
Desde su creación, los grandes Bancos, engalanados
de títulos nacionales, no son otra cosa que asociaciones
de especuladores privados que se establecen al lado de
los Gobiernos y,gracias a los privilegios que éstos les
conceden, hasta llegan a prestarles el dinero público.
Como la deuda pública está sustentada en la renta
314 CARLOS MARX

pública, ¡a cual ha de satisfacer los intereses anuales


de aquélla, el sistema moderno de las contribuciones era
la consecuencia obligada de los empréstitos nacionales.
Los empréstitos, que permiten a los Gobiernos atender
a los gastos extraordinarios sin
que los contribuyentes
se resientan de ello en seguida, producen, al cabo, una
elevación de las contribuciones. Por otra parte, el re¬
cargo de impuestos, determinado por la acumulación de
las deudas sucesivamente contraídas, obliga a los Go¬
biernos, en caso de nuevos gastos extraordinarios, a re¬
currir a nuevos empréstitos. El sistema fiscal moderno,
que descansa ante todo en la contribución sobre los ar¬
tículos de primera necesidad, y produce, por consiguien¬
te, la elevación de su precio, se ve arrastrado por su
propio mecanismo a ser cada día más pesado e inso¬
portable. El recargo excesivo de las cuotas es el prin¬
cipio, no un accidente, de dicho sistema, el cual ejerce
una acción expropiadora sobre el labrador, el artesano

y demás elementos de la clase media.


La gran parte que toca a la deuda pública y al sis¬
tema fiscal correspondiente en la capitalización de la
riqueza y en la expropiación de las masas ha induci¬
do a multitud de escritores a ver en este hecho la cau¬

sa primordial de la miseria de los pueblos modernos.


El sistema proteccionista, con ayuda de los derechos
protectores, de las primas de exportación, de los mono¬
polios de venta en el interior, etc., fue un medio arti¬
ficial de crear fabricantes, de expropiar trabajadores in¬

dependientes, de transformar en capital los instrumen¬


tos y condiciones materiales del trabajo, de abreviar a
viva fuerza el paso del antiguo sistema de producción
al sistema moderno. El procedimiento de fabricación de
fabricantes se simplificó aún en ciertos países donde
Colbert había formado escuela: la fuente misteriosa de
donde el capital primitivo llegaba directamente a los
especuladores en forma de adelanto, y aun de donativo,
fue con frecuencia el tesoro público.
Régimen colonial, deudas públicas, dilapidaciones lo¬
cales, protección industrial, guerras comerciales, etc.,
EL CAPITAL 31."

adquirieron un desarrollo gigantesco durante la prime¬


ra juventud de la gran industria.
En resumen, así es como el trabajador se ha divor¬
ciado de las condiciones de trabajo, y cómo éstas se han
transformado en capital y la masa del pueblo en asa¬
lariados. El capital viene al Mundo sudando sangre y
cieno por todos sus poros.
CAPITULO XXVIII

Tendencia histórica de la acumulación capitalista

Supresión por la propiedad capitalista de la propiedad pri¬


vada basada en el trabajopersonal. La transformación de
¡a propiedad capitalista en propiedad social

Supresión por la propiedad capitalista de la propiedad


privada basada en el trabajo personal

De lo que hemos expuesto se infiere que en el fondo


de la acumulación primitiva y de su formación históri¬
ca está la expropiación del productor inmediato, la des¬

aparición de la propiedad fundada en el trabajo per¬


sonal de su poseedor.
La propiedad privada, como opuesta a la propiedad
colectiva, sólo existe donde los instrumentos y demás
condiciones exteriores del trabajo pertenecen a particu¬
lares, pero según éstos sean trabajadores o no traba¬
jadores, cambia de aspecto la propiedad privada.
La propiedad privada del trabajador que posee los
medios para poner en práctica su actividad productiva
acompaña a la pequeña industria agrícola o manufac¬
turera, que es la escuela donde se adquieren la habili¬
dad manual, la destreza y la libre individualidad del
trabajador. Verdad es que este modo de producción se
encuentra en la esclavitud, la servidumbre y otros es¬
tados de dependencia; pero no prospera, ni desarrolla
toda su energía, ni reviste su forma completa y clásica
sino cuando el trabajador es propietario libre de las
CARLOS MARX

condiciones de trabajo que él mismo pone en ejercicio:


el labrador, del suelo que cultiva; el artesano, de la
herramienta que maneja; el artista, de sus instrumen¬
tos de trabajo.
Este régimen industrial de pequeños productores in¬
dependientes, que trabajan por cuenta propia, implica
la división de la tierra y el fraccionamiento de los de¬
más medios de producción. Como
excluye la concentra¬
ción de estos medios, también excluye la cooperación
en gran escala, la división del trabajo en el taller y en
el campo, el maquinismo,
el dominio inteligente del hom¬
bre sobre la Naturaleza, el libre desarrollo de las poten¬
cias sociales del trabajo y el concierto y la unidad en
el fin, en los medios y en los esfuerzos de la actividad
colectiva: sólo compatible con un estado restringido
es

y mezquino de la producción y de la sociedad. Perpe¬


tuar semejante régimen, si fuera posible, equivaldría
•—como dice muy acertadamente Fecqueur— a «decre¬
tar la medianía en todo».
Pero, en cuanto llega a cierto grado, él mismo co¬
mienza a engendrar los agentes materiales de su diso¬
lución. Desde ese momento, las fuerzas y pasiones que
comprime comienzan a agitarse en el seno de la socie¬
dad : está condenado a ser aniquilado y lo será en efec¬
to.Su movimiento de eliminación, que consiste en trans¬
formar los medios de producción individuales y disper¬
sos en medios de producción socialmente concentrados,
y en convertir la diminuta propiedad de la mayoría en
propiedad colosal de unos cuantos, mediante la dolo-
rosa terrible expropiación del pueblo trabajador, es
y
el origen del capital, el cual entraña toda una serie de
procedimientos violentos, de los que sólo hemos men¬
cionado lo más notables al investigar los métodos de
acumulación primitiva.
La expropiación de los productos inmediatos se rea¬
liza con un cinismo implacable, aguijoneado por mó¬
viles infames, por pasiones sórdidas y aborrecibles en
medio de su pequeñez. La propiedad privada, basada en
el trabajo personal: esa propiedad que adhiere, por de¬
cirlo así, al trabajador aislado y autónomo a las condi-
EL CAPITAL 319

ciones exteriores del trabajo, ha sido suplantada por


la propiedad privada capitalista, fundada en la explota¬
ción del trabajo ajeno, en el régimen del salario.

La transformación de la propiedad capitalista en propiedad


social

Desde que este movimiento de transformación ha des¬


compuesto de arriba abajo la vieja sociedad; desde que
los productores se han convertido en
proletarios y sus
medios de trabajo en capital; desde que el régimen ca¬
pitalista se sostiene por la sola fuerza económica de
las cosas, la socialización futura del
trabajo, así como la
transformación progresiva de la tierra y de los demás
medios de producción instrumentos socialmente ex¬
en
plotados, comunes, es decir, la eliminación futura de
las propiedades privadas, va a revestir nueva forma. No
es al trabajador independiente a
quien habrá que ex¬
propiar ahora, sino al capitalista, al jefe de un ejérci¬
to o de una escuadra de asalariados.
Esa expropiación se realiza por la acción misma de
las leyes de la producción capitalista, las cuales tien¬
den a la centralización de los capitales. Al mismo tiem¬
po que la centralización, que es la expropiación de la
mayoría de los capitalistas por la minoría, se desarro¬
llan, cada vez en mayor escala, la aplicación de la cien¬
cia a la industria, la explotación de la tierra con mé¬
todo y la transformación en conjunto de la herramien¬
ta en instrumentos poderosos, sólo por el uso
común
y, por consiguiente, la economía de los medios de pro¬
ducción y las relaciones de todos los pueblos en el
incr¬
eado universal, de donde procede el carácter interna¬
cional que lleva impreso el régimen capitalista.
A medida que disminuye el número de los potenta¬
dos capitalistas que usurpan y monopolizan todos los
beneficios de este período de evolución social, aumen¬
tan la miseria, la opresión, la esclavitud, la
degrada¬
ción, la explotación; pero también aumenta la resis¬
tencia de la clase obrera, cada vez más numerosa y
320 CARLOS MARX

mejor disciplinada, unida y organizada por el propio me¬


canismo de la producción capitalista. El monopolio del
capital ha llegado a ser un obstáculo para el sistema ac¬
tual de producción, que ha crecido y prosperado con
él y gracias a él. La socialización del trabajo y la cen¬
tralización de sus resortes materiales han llegado a un
punto en que no pueden ya contenerse en la envoltu¬
ra capitalista, que está próxima a romperse. La hora
postrera de la propiedad capitalista ha sonado ya: los
expropiadores van a ser expropiados.
La apropiación capitalista, según el modo de produc¬
ción capitalista, constituye la primera negación de la
propiedad privada que resulta del trabajo independien¬
te e Pero la producción capitalista misma
individual.
engendra propia negación con la fatalidad que pre¬
su
side a las evoluciones de la Naturaleza. Esa producción
tiende a restablecer no la propiedad privada del traba¬
jador, sino la propiedad de éste fundada en los progre¬
sos realizados por el período capitalista y en la coope¬

ración y posesión común de todos los medios de pro¬


ducción, incluso la tierra. Lo que produce, ante todo, la
burguesía capitalista, a medida que se desarrolla la gran
industria, son sus propios sepultureros. La eliminación
de aquélla y el triunfo del proletariado son igualmente
inevitables.
para transformar la propiedad priva¬
Naturalmente,
da y fraccionada, objeto del trabajo individual, en pro¬
piedad capitalista, se ha necesitado tiempo, esfuerzos y
fatigas, que no serán precisos para transformar en pro¬
piedad social la propiedad capitalista, la cual de hecho
descansa en un sistema de producción colectivo. En el
primer caso se trataba de la expropiación de la masa
por segundo se trataba
algunos usurpadores; en el de
la expropiación de unos cuantos usurpadores por la
masa.
CAPITULO XXIX

Teoría moderna de la colonización

La necesidad de las condiciones que hemos reconocido como


indispensables a la explotación capitalista aparece clara¬
mente en las colonias. Confesiones de la Economía política

La necesidad de las condiciones que hemos reconocido


como indispensables a la explotación capitalista aparece
claramente en las colonias

La Economía política burguesa no se detiene a exa¬


minar si este aquel hecho es cierto, sino si es bene¬
o

ficioso o nocivo al capital. Por consiguiente, trata de


mantener una confusión muy cómoda entre dos géneros
de propiedad privada completamente distintos: la pro¬
piedad privada basada en el trabajo personal y la pro¬
piedad privada capitalista sustentada en el trabajo aje¬
no, olvidando, intencionadamente, que la última no cre¬
ce sino sobre la tumba de la primera.
En nuestros países, en los pueblos de la Europa oc¬
cidental, la acumulación primitiva, es decir, la expro¬
piación de los trabajadores, está en parte terminada,
ya porque el régimen capitalista se ha apoderado de
toda la producción nacional, ya porque dondequiera que
las condiciones económicas están menos adelantadas,
obra, al menos indirectamente, sobre las formas socia¬
les que persisten a su lado, pero que poco a poco su¬
cumben juntamente con el modo de producción atrasa¬
do que representan. En las colonias, o dondequiera que
11
:i22 CARLOS MARX

se encuentre un suelo virgen colonizado por emigran¬


tes libres, sucede lo contrario.
El modo de producción y de apropiación capitalista
tropieza entonces con la propiedad fruto del trabajo
personal, con el productor que, disponiendo de las con¬
diciones exteriores del trabajo, logra enriquecerse en
lugar de enriquecer al capitalista. La pugna entre am¬
bos modos de apropiación, que la Economía política nie¬
ga entre nosotros, se demuestra aquí con los hechos,
con la lucha.
Cuando se trata de las colonias, el economista entra
en el terreno de las confesiones y asegura que, o hay

que renunciar al desarrollo de las potencias colectivas


del trabajo —cooperación, división manufactura, em¬
pleo en gran escala de las máquinas, etc.—, o buscar
algún recurso para que los trabajadores, privados de
los medios de trabajo, se vean obligados a venderse,
desde luego, en las condiciones de dependencia indis¬
pensables. En una palabra: hay que hallar un medio
de fabricar asalariados.
El economista descubre entonces que el capital no es
una cosa en sí, sino una relación social entre las per¬

sonas, la cual se establece por medio de las cosas. Un


negro es un negro; pero sólo en determinadas condicio¬
nes se convierte en esclavo. Una hiladora, por ejemplo,
no más que una máquina de hilar algodón, y sólo
es
en determinadas condiciones se convierte en capital.
Fuera de estas condiciones, no es capital, como el oro
por sí mismo no es moneda. El capital es una relación
social de producción.
También descubre el economista que la posesión de
dinero, sustancias, máquinas y otros medios de produc¬
ción no convierte a un hombre en capitalista, si no dis¬
pone del complemento, que es el asalariado, es decir,
de otro hombre que se ve obligado a venderse volunta¬
riamente. Los medios de producción y de subsistencia
no se transforman en capital sino cuando se utilizan
como medios de explotar y dominar el trabajo.
El carácter esencial de una colonia libre radica en
que cada colono puede apropiarse una parte de la tierra
EL CAPITAL 323

Que le sirve de medio de producción individual,sin que


esto impida que hagan lo mismo los colonos lle¬
que
guen después. Donde todos los hombres son libres y
cada cual puede adquirir un trozo de tierra, es difícil
encontrar un trabajador, y si se encuentra, es a muy
alto precio. Cuando al trabajador le es posible acumu¬
lar para sí mismo, y puede hacerlo mientras es propie¬
tario de sus medios de producción, la acumulación y
la apropiación capitalista son imposibles, pues les falta
la clase asalariada, de la que no pueden prescindir.
La perfección suprema de la producción capitalista
no sólo consiste en que reproduce sin cesar al asalaria¬
do como tal asalariado, sino en que crea asalariados su¬
pernumerarios, gracias a los cuales mantiene la ley de
la oferta y trabajo en el cauce conve¬
la demanda del
niente, hace que las oscilaciones del mercado se efec¬
túen dentro de los límites más favorables a la explota¬
ción, que la sumisión tan indispensable del trabajador
al capitalista esté garantizada, y, por último, perpetúa
la relación de dependencia absoluta que, en Europa, dis¬
fraza el economista farsante adornándola enfáticamente
con el nombre de contrato libre entre dos mercaderes
por igual independientes: uno que vende la mercancía
capital y otro que vende la mercancía trabajo. En las
colonias se desvanece el economista. En
dulce error
cuanto un asalario llega a ser artesano o labrador inde¬
pendiente, la oferta de trabajo no es regular ni suficien¬
te. Esta continua transformación de asalariados en pro¬
ductores libres, que trabajan por cuenta propia y no
por la del capital, que se enriquecen en lugar de enri¬
quecer a los señores capitalistas, influye de una ma¬
nera funesta en el estado del mercado del trabajo, y,
por consiguiente, en el tipo del salario.

Confesiones de la Economía política

En semejantes circunstancias, el grado de explota¬


ción no sólo desciende de una manera ruinosa, sino que
el asalariado pierde, además de la dependencia efecti-
324 CARLOS MARX

va, el sentimiento de docilidad respecto al capitalista.


De aquí que el economista Merivale declare que «esta
dependencia debe crearse en las colonias por medios
artificiales».
Por otra parte, Molinari, librecambista rabioso, dice:
«En las colonias donde la esclavitud ha sido abolida sin
que el trabajo forzoso haya sido reemplazado por una
cantidad equivalente de trabajo libre, ha sucedido «lo
contrario de lo que diariamente sucede entre nosotros.
Se ha visto a los simples trabajadores explotar a su vez
a los empresarios
industriales, y exigir de ellos salarios
que no estaban en proporción por la parte legítima que
correspondía en el producto.»
Pero, ¡cómo! ¿Y la ley sagrada de la oferta y la de¬
manda? Si el empresario cercena en Europa al obrero
su parte legítima, ¿por qué éste, en las colonias, favo¬
reciéndole las circunstancias, en vez de perjudicarle,
no ha de cercenar también la parte del empresario?
¡Vaya! ¡Préstese un poco de ayuda gubernamental a
esa pobre ley de la oferta y la demanda, que algunos

se permiten hacer funcionar libremente!


El secreto que la Economía política del antiguo mun¬
do ha descubierto en el nuevo, inocentemente, con sus
lucubraciones sobre las colonias, es que el sistema de
producción y acumulación capitalista, y, por consiguien¬
te, la propiedad privada capitalista, trae consigo el ani¬
quilamiento de la propiedad privada fundada en el tra¬
bajo personal, y que su base es la expropiación del tra¬
bajador, pues sólo se puede disponer de los asalariados
indispensables, sumisos y disciplinados, cuando éstos no
pueden trabajar para sí mismos, cuando los medios de
producción no les pertenecen.

FIN DE «EL CAPITAL»


MARX Y ENGELS

«MANIFIESTO COMUNISTA»
MANIFIESTO COMUNISTA

A MODO DE PROLOGO

El MANIFIESTO COMUNISTA es una verdadera joya


social.
Firmado por Marx y Engels, la mano del primero
resplandece en él con huella indeleble y fortísima. Es
su estilo, el mismo estilo conciso, lacónico, escueto de
El Capital; en una como en otra obra no hay una pa¬
labra de más ni una sola línea de literatura superflua.
Asimismo, la ideología de ambos escritos es hermana e
idéntico su modo de argumentar estrecho (no de ideas,
¡cuidado!, sino de forma), apretado, eficaz, rotundo in¬
quebrantable, inatacable.
Obra el MANIFIESTO de pequeña extensión, pero de
gran contenido; obra fecundísima, verdadero tesoro de
ideas sociales revolucionarias (acostumbrémonos a mi¬
rar la palabra «Revolución», no en el sentido terroris¬
ta que a porfía nos han inculcado las escuelas burgue¬
sas, sino en un sentido de justicia, de renovación, de
necesidad, de libertad) tremenda piqueta anticapitalis¬
ta, baluarte inatacable y audaz de las reivindicaciones
proletarias, está, por la misma riqueza de su contenido
y rigurosa concatenación ideológica,
su bastante por so¬
bre el nivel cultural medio obrero, y a ello ha sido de¬
bido el que su lectura y difusión, con ser mucha, no ha¬
ya alcanzado el grado que debiera.
Porque no nos hagamos ilusiones: Aunque se rega¬
lase a todos los obreros las obras completas de Marx,
icuántos las leerían? Y de los que lo intentasen, ¿cuán¬
tos las entenderían? Los grandes en todas las ramas
328 MARX Y ENGELS

de las letras y del conocimiento sólo escriben para muy


pocos: para los grandes como ellos. Así como los ge-
7iios tan sólo para los genios o, cuando menos, por los
que les siguen muy de cerca intelectualmente, son ver¬
daderamente gustados y comprendidos. He aquí por qué
ha ocurrido el hecho de que Marx no haya pasado de
un nombre, de un ídolo, para la masa obrera. Y los
ídolos, como todo lo que se adora, no es otra cosa, para
los que tal hacen, sino un algo en el que apoyar su
ignorancia y su fanatismo. Idolo al que han aclamado
y siguen aclamando (hoy muy particularmente en Chi¬
na) sin saber por qué ni a quién en realidad aclaman.
En China, donde en la actualidad los que ayer celebra¬
ron tanto a Marx, son tachados de tibios y de contem¬
porizadores por los maoístas, cogidos a su vez por la
fiebre que un día allá por el año 1917 y dominó tanto
influyó en las masas revolucionarias rusas. En defi¬
nitiva, quien tiene razón es el tiempo. El tiempo impa¬
sible, que apaga ardores momentáneos, que vuelve todo
a sus cauces normales y permite que los grandes
que
espíritu sean gozados, comprendidos y explicados pol¬
los grandes espíritus, y que lospequeños se limiten a
pacer, pasados los momentáneos sarpullidos sociales y
de otras clases, en los campos cultivados por aquéllos.
En cambio, en manos de los caudillos del comunismo
(hombres cultísimos, eminentes muchos en el campo de
la sociología, verdaderos maestros no pocos en las cien¬
cias económicas), ha sido un venero inacabable de ideas
y sugestiones, una verdadera mina de teorías y argu¬
mentos libertarios, como lo prueba el hecho elocuente
de que, al tomar cuerpo y estado la Revolución rusa, su
plan primero no fue otro que el plan de renovación so¬
cial trazado en el MANIFIESTO, y todos sus primeros
pasos, los en él marcados como normas esenciales e in¬
dispensables para empezar a caminar por la nueva, di¬
fícil y espinosa senda que creían libertadora.
Por eso los que, llevados de fanatismos de otro or¬

den, prohiben ciertos escritos temiendo que causen qui


méricos daños que sólo ellos ven, cuanto hacen, en de¬
finitiva, es probar por ello mismo que no son distintos
329
MANIFIESTO COMUNISTA

de la masa ignorante y fanática, bien que su fanatismo


vaya por otros cauces: el que les dicta su ínfima com¬
prensión y su interesada conveniencia.

Un fantasma recorre Europa (1): el fantasma del Co¬


munismo. potencias de la vieja Europa se
Todas las
han unido en una Santa Alianza para acorralarle: el
Papa y el Zar, Matternich y Guizot, los radicales de
Francia y los polizontes de Alemania.
¿Qué oposición no ha sido acusada de comunismo por
sus adversarios en el Poder? ¿Qué oposición, a su vez,
no ha lanzado a sus adversarios de una y otra bandas
el comunista?
epíteto zahiriente de
De aquí resulta una doble enseñanza:
Primera. El Comunismo está reconocido como una
fuerza por todas las potencias de Europa; y

Segunda. Ha llegado el momento de que los comu¬


nistas expongan a la faz del Mundo entero su manera
de ver, sus fines y sus tendencias; que opongan a la
leyenda del fantasma del Comunismo una realidad, un
manifiesto del Partido.
Con este objeto, comunistas de diversas nacionalida¬
des se han reunido en Londres y han redactado el «Ma¬
nifiesto»siguiente, que será publicado en inglés, fran¬
cés, alemán, italiano, flamenco y danés.

(1) Esto se escribía en 1874. Tras setenta años de pere¬


grinación, pudo, al fin, este fantasma, esta crisálida social,
detenerse, tomar cuerpo real al encontrar, al fin, condi¬
ciones de vida favorables, y cubrir el Mundo- con la som¬
bra (sombra, mucha sombra, a veces más que luz), de sus
alas.—N. del T.
I

Burgueses y proletarios

La historia de toda sociedad hasta nuestros días (1)


no ha sido sino la historia de las luchas de clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, no¬
bles y siervos, maestros jurados y compañeros; en una
palabra: opresores y oprimidos en lucha constante, man¬
tuvieron una guerra ininterrumpida, abierta unas ve¬
ces, disimulada otras; una guerra que termina siempre,
bien por una transformación revolucionaria de la socie¬
dad, ya por la destrucción de las dos clases antagó¬
nicas.
En las primitivas épocas históricas comprobamos por

(1) Mejor dicho, la historia «escrita». En 1047, la histo¬


rio de la organización social que ha a precedido toda his¬
toria escrita, la prehistoria, era casi desconocida. Después,
Haxthausen ha descubierto en Rusia la propiedad común
de la tierra; Maurer ha demostrado que era la base social
de donde procedían históricamente todas las tribus ale¬
manas, y se ha descubierto poco a poco que el Municipio
rural, con posesión colectiva de la tierra, era la forma
primitiva de la sociedad desde las Indias hasta Irlanda.
Por fin, la estructura de esta sociedad comunista primitiva
ha sido puesta en claro, en lo que tiene de típico, por el
descubrimiento decisivo de Morgan (*), que ha hecho co¬
nocer la verdadera naturaleza de la «gens» y su lugar en
la tribu. Con la disolución de estas comunidades primitivas
comienza la división de la sociedad en clases distintas y,
finalmente, antagónicas.—Nota de F. Engels.
(*) Posteriormente, Engels, tomando por base los estu¬
dios de Morgan, escribía la más interesante de sus obras,
elOrigen de La familia, de la propiedad v del Estado, que
será traducida en esta misma Biblioteca.—N. del T.
332 MARX Y ENGELS

todas partes una división jerárquica de la sociedad, una


escala gradual de condiciones sociales. En la antigua
Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y escla¬
vos; la Edad Media, señores, vasallos, maestros, com¬
en
pañeros y siervos, y en cada una de estas clases, gra¬
daciones particulares.
La sociedad burguesa moderna, levantada sobre las
ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido los antago¬
nismos de clases: no ha hecho sino sustituir con nue¬
vas clases a las antiguas, crear nuevas condiciones de

opresión, nuevas formas de lucha.


Sin embargo, el carácter distintivo de nuestra época,
de la época de la burguesía, es haber simplificado los
antagonismos de clase. La sociedad se divide cada vez
más en dos grandes campos opuestos, en dos clases ene¬
migas: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media nacieron los compo¬
nentes de los primeros Municipios; de esta población
municipal salieron los elementos constitutivos de la bur¬
guesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación
del Africa ofrecieron a la burguesía naciente un nuevo
campo de actividad. Los mercados de la India y de la
China, la colonización de América, el mercado colonial,
la multiplicación de los medios de cambio y de mercan¬
cías, imprimieron un impulso hasta entonces descono¬
cido al comercio, a la navegación, a la industria y ase¬
guraron, en consecuencia, un desarrollo rápido al ele¬
mento revolucionario de la sociedad feudal en deca¬
dencia.
La antigua manera de producir no podía satisfacer
las necesidades crecientes con la apertura de nuevos
mercados. El oficio, rodeado de privilegios feudales, fue
reemplazado por la manufactura. La pequeña burguesía
industrial suplantó a los gremios, la división del traba¬
jo entre las diferentes corporaciones desapareció ante
la división del trabajo en el seno del mismo taller.
Pero los mercados se engrandecían sin cesar; la de¬
manda crecía siempre. También la manufactura resultó
insuficiente: la máquina y el vapor revolucionaron en-
.MANIFIESTO COMUNISTA
333

tonces la producción industrial. La gran industria mo¬


derna suplantó a la manufactura; la pequeña burgue¬
sía manufacturera cedió su puesto a los industriales mi¬
llonarios —jefes de ejércitos completos de trabajadores—,
a los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado universal,
preparado por el descubrimiento de América. El mer¬
cado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del
comercio, de la navegación, de todos los medios co¬ de
municación. Este desarrollo reaccionó a su vez sobre
la marcha de la industria, y a medida que la industria,
el comercio, la navegación y los ferrocarriles se des¬
arrollaban, la burguesía se engrandecía, duplicando sus
capitales, y relegaba a segundo término las clases trans¬
mitidas por la Edad Media.
La burguesía, como vemos, es por sí misma producto
de un largo desenvolvimiento, de una serie de revolu¬
ciones en los medios de producción y de comunicación.
Cada etapa de la evolución recorrida por la burgue¬
sía ha estado acompañada de un progreso político co¬
rrespondiente. Clase oprimida por el despotismo feudal;
Asociación armada, gobernándose a sí misma en el Mu¬
nicipio (1); en unos sitios, República municipal; en
otros, tercer estado contributivo de la Monarquía; des¬
pués, durante el período manufacturero, contrapeso de
la nobleza en las Monarquías, limitadas o absolutas, pie¬
dra angular de las grandes Monarquías, la burguesía,
después del establecimiento de la gran industria y del
mercado universal, se apodera, finalmente, del Poder
politico —con exclusión de las otras clases— en el Es¬
tado representativo moderno. El Gobierno moderno no
es sino un Comité administrativo de los negocios de la
clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en la Historia un pa¬
pel esencialmente revolucionario.

(1) Por eso los habitantes de las envillas, Italia y en


Francia, se denominaban Comunidad Urbana, una vez com¬
prados o arrancados a sus señores feudales, los primeros
derechos a una administración autónoma.—Nota de F. En-
gels.
334 MARX Y ENGELS

Allí donde ha conquistado el Poder a pisoteado las


relaciones feudales, patriarcales e idílicas. Todas las li¬
gaduras entrelazadas que unían al hombre feudal a sus
superiores naturales las ha quebrantado sin piedad para
no dejar subsistir otro vínculo entre hombre y hom¬
bre que el frío interés, el duro «pago al contado». Ha
ahogado el éxtasis religioso, el entusiasmo caballeres¬
co, y hasta el sentimentalismo del pequeño burgués en
las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la
dignidad personal un simple valor de cambio, Ha sus¬
tituido las numerosas libertades, tan dolorosamente con¬
quistadas, con la única e implacable libertad de comer¬
cio (1). En una palabra: en lugar de la explotación ve¬
lada por ilusiones religiosas y políticas ha establecido
una explotación abierta, directa, brutal y descarada.
La burguesía ha despojado de su aureola a todas las
profesiones hasta entonces reputadas de venerables y
veneradas. Del médico, del jurisconsulto, del sacerdote,
del poeta, del sabio, ha hecho trabajadores asalariados.
La burguesía ha descorrido el velo de sentimentali-
dad que encubría las relaciones de familia y las ha re¬
ducido a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha demostrado cómo la brutal manifes¬
tación de la fuerza en la Edad Media, tan admirada por
la reacción, encuentra su complemento natural en la
más lamentable pereza. Es ella la que primero ha pro¬
bado lo que puede realizar la actividad humana; ha
creado maravillas muy superiores a las pirámides egip¬
cias, los acueductos romanos y a las catedrales góti¬
a
cas, ha dirigido expediciones superiores a las inva¬
y
siones y a las Cruzadas.
La burguesía no existe sino a condición de revolu¬
cionar incesantemente los instrumentos de trabajo, o, lo
que es lo mismo, el modo de producción; es decir, to¬
das las relaciones sociales. La persistencia del antiguo

A la que también, atenta siempre y exclusivamente


(1)
a conveniencia, ha agarrotado y agarrota continuamente
su
con sistemas proteccionistas, arancelarios y prohibitivos.—
N, del T.
MANIFIESTO COMUNISTA 335

modo de producción era, por el contrario, la primera


condición de existencia de todas las clases industriales
precedentes. Este cambio continuo de los modos de pro¬
ducción, este incesante derrumbamiento de todo el sis¬
tema social, esta agitación y esta inseguridad perpetua,
distinguen a la época burguesa de todas las anteriores.
Todas las relaciones sociales tradicionales y consolida¬
das, con su cortejo de creencia y de ideas admitidas y
veneradas, quedan rotas; las que las reemplazan se ha¬
cen añejas antes de haber podido cristalizar. Todo lo
que era sólido y estable es destruido; todo lo que era
sagrado es profanado, y los hombres se ven forzados a
considerar sus condiciones de existencia y sus relacio¬
nes recíprocas con desilusión.
Impulsada por la necesidad de mercados siempre nue¬
vos, la burguesía invade el Mundo entero. Necesita pe¬
netrar en todas partes, establecerse en todos los sitios,
crear por doquier medios de comunicación.
Por la explotación del mercado universal, la burgue¬
sía da un carácter cosmopolita a la producción de to¬
dos los países. Con gran sentimiento de los reacciona¬
rios, ha quitado a la industria su carácter nacional. Las
antiguas industrias nacionales son destruidas o están a
punto de serlo. Plan sido suplantadas por otras nuevas,
cuya introducción entraña una cuestión vital para to¬
das las naciones civilizadas; industrias que no emplean
materias primas indígenas, sino materias primas traí¬
das de las regiones más remotas, y cuyos productos se
consumen no sólo en el propio país, sino en todo el
globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas
con productos nacionales, nacen necesidades nuevas, que

reclaman para su satisfacción productos de los lugares


más apartados y de los climas más diversos. En lugar
del antiguo aislamiento de las naciones que se basta¬
ban a sí mismas, se desenvuelve un tráfico universal,
una interdependencia de las naciones. Y esto, que es
verdad para la producción material, se aplica a la pro¬
ducción intelectual. Las producciones intelectuales de
una nación advienen propiedad común de todas. La es¬
trechez y el exclusivismo nacionales resultan de día
p

336 MARX Y ENGELS

en día más imposibles; de todas las literaturas naciona¬


les y locales se forma una literatura universal.
Por el rápido desenvolvimiento de los instrumentos
de producción y de los medios de comunicación, la bur¬
guesía arrastra a la corriente de la civilización hasta las
más bárbaras naciones. La baratura de sus productos
es la gruesa artillería que bate en brecha todas las mu¬
rallas chinas y hace capitular a los salvajes más fanáti¬
camente hostiles a los extranjeros. Bajo pena de muerte
obliga a todas las naciones a adoptar el modo burgués
de producción, las constriñe a introducir la titulada ci¬
vilización; es decir, a hacerse burguesas. En una pala¬
bra: se forja un mundo a su imagen.
La burguesía ha sometido el campo a la ciudad. Ha
creado urbes inmensas, ha aumentado prodigiosamen¬
te la población de las ciudades a expensas de la de los
campos, y así ha sustraído una gran parte de la pobla¬
ción a la sencillez de la vida rural. Del mismo modo
que ha subordinado el campo a la ciudad y las naciones
bárbaras o semibárbaras a las naciones civilizadas, ha
subordinado los países de agricultores a los países de
burgueses, el Oriente al Occidente.
La burguesía suprime cada vez más el desparrame de
los medios de producción, de la propiedad y de la po¬
blación. Ha aglomerado la población, centralizado los
medios de producción y concentrado la propiedad en
un pequeño número de manos. La consecuencia fatal de

estos cambios ha sido, asimismo, la centralización polí¬


tica. Las provincias independientes, ligadas entre sí por
lazos feudales, pero teniendo intereses, leyes, gobiernos
y tarifas aduaneras diferentes, han sido reunidas en una
sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo
interés nacional de clase y en una sola tarifa aduanera.
La burguesía, después de su advenimiento, apenas
hace un siglo, ha creado fuerzas productivas más va¬
riadas y más colosales que todas las generaciones pa¬
sadas tomadas en conjunto. La subyugación de las fuer¬
zas naturales, las máquinas, la aplicación de la química
a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor,
los ferrocarriles, los telégrafos eléctricos, la roturación
MANIFIESTO COMUNISTA 337

de continentes enteros, la canalización de los ríos, el na¬


cimiento de poblaciones surgidas de la tierra como por
encanto, todo esto es obra de la burguesía; ¿qué siglo
anterior había sospechado que semejantes fuerzas pro¬
ductivas durmieran en el seno del trabajo social? (1).
He aquí, pues, lo que nosotros hemos visto: los me¬
dios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha

(1) Como se ve, en esta detallada descripción de la obra


arrolladora de la burguesía, nada de oscuridad. Todo en ella
es preciso, diáfano, contundente.
Como ya he dicho, Marx
es claro atacando, censurando, criticando, demoliendo. La
oscuridad la deja para cuando discurre y escribe como fi¬
lósofo economista. De todas maneras, y sin dejar de tener
razón en cuanto dice a propósito de su odiada burguesía,
de los métodos empleados por ésta y de sus consecuencias,
empezando por las bélicas (guerras tan sólo por conquistar
mercados o por no perder los ya adquiridos, en vez de por
codicias territoriales, ambiciones dinásticas o fanatismos
religiosos, como las antiguas); todo este cuadro demoledor
de la antigua estructura social a base de monarquías abso¬
lutas, feudalismos avasalladores y esclavitudes espirituales
de tipo religioso u otro, a todo lo cual, según Marx, la
burguesía ha suplantado, ¿todo esto no será, ella misma, la
burguesía incluso, en cuanto sistema de clases, una simple
consecuencia, en realidad, del aumento de población que,
por lo que puede observarse, conduce en todas partes para
poder subsistir, o a la industrialización total de los medios
do producción, o a la miseria? Porque, ¿qué ocurre cuando,
como acontece en la India, un pais se estanca en viejos
moldes religiosos y de castas, si siempre absurdos hoy ya
entera, total y absolutamente insostenibles, cuyo resultado
es el pauperismo, tanto material como espiritual? Porque
cosa inegable es que a todo avance, a todo progreso, co¬
rrespondo fatalmente un desarrollo que a él conduce, pues
sin él tal avance no sería posible. Asi, por ejemplo, el na¬
cimiento y auge incesante de los medios de comunicación
y transporte ha traído consigo la ampliación y mejoramiento
de las vías necesarias (carreteras, lineas de ferrocarril,
etc.),
para la conducción de personas y
mercancías. Cuando las
ciudades de Europa eran en tamaño y población la décima,
la vigésima parte que las actuales, bastaba para acarrear lo
necesario para satisfacer todas sus necesidades con los an¬
tiguos caminos, los carros, los veleros de reducido tonelaje,
los animales de carga y las diligencias. Pero hoy ¿sería po¬
sible abastecerlas con medios y procedimientos semejantes
a los de hace cien años? Esto parece invitar a
pensar si la
«burguesía» y todo su sistema económico que tanto irritaba
a Marx, no será a su vez una simple consecuencia del cre¬
cimiento demográfico que al exigir, para que la vida de los
338 MARX Y ENGELS

formado la burguesía, fueron creados en las entrañas


de la sociedad feudal. A un cierto grado de desenvolvi¬
miento de los medios de producción y de cambio, las
condiciones en que la sociedad feudal producía y cam¬
biaba, toda la organización feudal de la industria y de
la manufactura, en una palabra, las relaciones feudales
de propiedad cesaron de corresponder a las fuerzas pro¬

pueblos y naciones pueda continuar, una nueva estructura


social, su propio período de adaptación y reajuste no habrá
traído, como consecuencia forzosa, todos los movimientos
económico-sociales que cual verdaderos trastornos y positi¬
vas calamidades e injusticias, tan minuciosamente anota
elgran economista de Treveris. Ahora bien: lo que él veía
de tal modo hace un siglo, ¿es lo mismo hoy que cuando
él escribía? Es más, si pudiera contemplar lo que actual¬
mente ocurre, ¿no vería, además de las enormes ventajas
obtenidas por la clase obrera (mejores condiciones de vida,
protecciones físicas en cuanto al trabajo, seguridad social,
etcétera), que medio mundo marcha vocingleramente por
las vías sociales que él abrió, e incluso contemplaría asom¬
brado el espectáculo que ofrece el Mundo actual? Asombra¬
do porque, ¿podría afirmar que los países socializados a su
modo son preferibles a los capitalistas a causa de ser en
ellos las condiciones de vida y de libertad superiores a las
de sus contrarios? Es más, ¿no observaría un curioso fenó¬
meno : la inclinación de los países capitalistas hacia el
socialismo, y la de los socialistas hacia el capitalismo? En¬
tonces se daría cuenta de lo mucho que les falta a ambos
para ser perfectos, y al darse cuenta de los defectos de
ambas tendencias : organizaciones dictatoriales, falta de li¬
bertad, exceso y peligro de los recursos militares, plétora de
burocracia y ausencia, por el contrario, de cuanto hace ama¬
ble y grata la vida, todo esto de un lado, y por el otro, ana¬
cronismos sociales y religiosos (monarquías, iglesias y fana¬
tismos de toda clase) apoyados por leyes e ideas anticuadas;
al percatarse de todo ello, ¿no haría un nuevo Manifiesto,
pero esta vez no ya contra la burguesía cuyo mal esencia]
(tendencia al capitalismo desenfrenado) vería que podía
ser atajado eficazmente con fuertes impuestos progresivos,
sino contra todo lo que falta en un lado (libertad, espíritu
de iniciativa, muerto al morir el derecho de propiedad,
gusto por progresar y vivir), y sobra en el otro (cuanto de
rancio y podrido queda como resto de ios antiguos sistemas
estatales de base religiosa), todo lo cual da origen a los
actuales conflictos y dificultades, económicos, raciales y otros
que surgen por todas partes y contra, los cuales las mani¬
festaciones más inmediatas son esas que tienen por base
aquí y allá lo más sensible y dispuesto siempre a todos los
cambios : la juventud?
MANIFIESTO COMUNISTA 339

ductivas ya desarrolladas. Dificultaban la producción


en lugar de acelerarla. Se transformaron en otras tan¬
tas cadenas. Era preciso romper esas cadenas, y fue¬
ron rotas.
En su lugar
estableció la libre concurrencia, con
se
una constitución social y
política correspondiente, que
trajo la dominación económica y política de la clase
burguesa.
A nuestra vista se produce un movimiento análogo.
Las condiciones burguesas de producción y de cambio,
el régimen burgués de la propiedad, toda esta sociedad
burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes
medios de producción y de cambio, semeja al mágico que
no sabe dominar las potencias infernales que ha evo¬
cado. Después de algunas décadas, la historia de la in¬
dustria y del comercio no es sino la historia de la re¬
belión de las fuerzas productivas contra las relaciones
de propiedad que condicionan la existencia de la bur¬
guesía y su dominación. Basta mencionar las crisis co¬
merciales, que por su retorno periódico ponen en entre¬
dicho la existencia de la sociedad burguesa. Cada cri¬
sis destruye regularmente no sólo una masa de produc¬
tos ya creados, sino, todavía más, una gran parte de las
mismas fuerzas productivas. Una epidemia que en cual¬
quier otra época hubiera parecido una paradoja se ex¬
tiende sobre la sociedad: la epidemia de la superpro¬
ducción. La sociedad se encuentra súbitamente recha¬
zada a un estado de barbarie momentáneo: diríase que
un hambre, una guerra de exterminio la priva de todos
sus medios de subsistencia; la industria y el comercio
parecen aniquilados. ¿Y por qué? Porque la sociedad
tiene demasiada civilización, demasiados medios de sub¬
sistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las
fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el
desarrollo de la propiedad burguesa; al contrario, han
resultado tan poderosas, que constituyen de hecho un
obstáculo, y cada vez que las fuerzas productivas socia¬
les salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a la
sociedad entera y amenazan la existencia de la pro¬
piedad burguesa. El sistema burgués resulta demasiado
340 MARX Y ENGELS

estrecho para contener las riquezas creadas en su seno.


¿Cómo remonta estas crisis la burguesía? De una par¬
te, por la destrucción violenta de una masa de fuerzas
productivas; de otra, por la conquista de nuevos mer¬
cados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿A
qué conduce esto? A preparar crisis más generales y
más formidables y a disminuir los medios de preve¬
nirlas.
Las armas de que se sirvió la burguesía para derri¬
bar al ahora contra ella.
feudalismo se vuelven
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas
que deben darle muerte; ha producido también los
hombres que manejarán esas armas: los obreros moder¬
nos, los «proletarios».
Con el desenvolvimiento de la burguesía, es decir,
del capital, se desarrolla el proletariado, la clase de los
obreros modernos, que no viven sino a condición de
encontrar trabajo, y que no lo encuentran si su tra¬
bajo no acrecienta el capital. Estosobreros, obligados a
venderse diariamente, son una mercancías como cual¬
quier otro artículo de comercio; sufren, por conse¬
cuencia, todas las vicisitudes de la competencia, todas
las fluctuaciones del mercado.
La introducción de las máquinas y la división del
trabajo, despojando a la labor del obrero de todo ca¬
rácter individual, le ha hecho perder todo atractivo. El
productor resulta un simple apéndice de la máquina;
no se exige de él sino la operación más simple, más
monótona, más rápida. En consecuencia, lo que cuesta
hoy día el obrero se reduce, poco más o menos, a los
medios de sostenimiento de que tiene necesidad para
vivir y para perpetuar su raza. Según eso, el precio
del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su
coste de producción. Por consiguiente, cuanto más sen¬
cillo resulta el trabajo, más bajan los salarios. Además,
la suma de trabajo se acrecienta con el desenvolvi¬
miento del maquinismo y de la división del trabajo,
sea por la prolongación de la jornada, sea por la ace¬
leración del movimiento de las máquinas y, por tanto,
del rendimiento exigido en un tiempo dado.
MANIFIESTO COMUNISTA 341

La industria moderna ha transformado el pequeño


taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del bur¬
gués capitalista. Masas de obreros, amontonados en la
fábrica, están organizados militarmente. Son como sim¬
ples soldados de la industria, colocados bajo la vigi¬
lancia de una jerarquía completa de oficiales y subofi¬
ciales. No son solamente esclavos de la clase burguesa,
del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, es¬
clavos de la máquina, del contramaestre y, sobre todo,
del mismo dueño de la fábrica. Cuanto más claramente
proclama este despotismo la ganancia como fin único,
más mezquino, odioso y exasperante resulta.
Cuanta menos habilidad y fuerza requiere el trabajo,
es decir, más progreso la industria moderna, con ma¬
yor facilidad es suplantado el trabajo de los hombres
por el de las mujeres y los niños. Las distinciones de
edad y sexo no tienen importancia social para la clase
obrera. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo
precio varía según la edad y el sexo.
Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del
fabricantes y ha recibido su salario en metálico, se
convierte en víctima de otros elementos de la burgue¬
sía: casero, tendero, prestamista, etc.
Pequeños industríales, comerciantes y renteros, arte¬
sanos y labradores, toda la escala inferior de las cla¬
ses medias de otro tiempo, caen en el proletariado: de
una parte, porque sus pequeños capitales no les per¬
miten emplear los procedimientos de la gran industria
y sucumben en la concurrencia con los grandes capita¬
listas; de otra parte, porque su habilidad técnica es
anulada por los nuevos modos de producción. De suerte
que el proletariado se recluta en todas las clases de la
población.
El proletariado pasa por diferentes fases de evolu¬
ción. Su lucha contra la burguesía comienza desde su
nacimiento.
Al principio la lucha es entablada por obreros ais
lados; en seguida, por los obreros de una misma fábri¬
ca, y al fin, por los obreros del mismo oficio de la
localidad contra la burguesía que los explota directa-
342 MARX Y ENGELS

mente. No se contentan con dirigir sus ataques contra


el modo burgués de producción, y los dirigen contra
los mismos instrumentos de producción; destruyen las
mercancías extranjeras que les hacen competencia, rom¬
pen las máquinas, queman las fábricas y se esfuerzan
en reconquistar la posición perdida del artesano de la
Edad Media.
En este momento, el proletariado forma una masa
diseminada por todo el país y desmenuzada por la com¬
petencia. Si alguna vez los obreros forman en masas
compactas, esta acción no es todavía la consecuencia
de su propia unidad, sino la de la burguesía, que por
atender a sus fines políticos debe poner en movimiento
al proletariado, sobre el que tiene todavía el poder de
hacerlo. Durante esta fase los proletarios no combaten
aún a su propios enemigos, sino a los adversarios de
sus enemigos; es decir, los residuos de la monarquía
absoluta, propietarios territoriales, burgueses no indus¬
triales, pequeños burgueses. Todo el movimiento his¬
tórico es de esta suerte concentrado en las manos de
la burguesía; toda victoria alcanzada en estas condi¬
ciones es una victoria burguesa.
Luego, la industria, en su desarrollo, no sólo acre¬
cienta el número de proletarios, sino que los concentra
en masas más considerables; los proletarios aumentan
con ello en fuerza y conciencia de su poder.
adquieren
Los intereses, las condiciones de existencia de los pro¬
letarios se igualan cada vez más, a medida que la má¬
quina borra toda diferencia en el trabajo y reduce casi
por todas partes el salario a nivel igualmente infe¬
un
rior. Como consecuencia de competencia
la creciente
de los burgueses entre sí y comerciales
de las crisis
que ocasionan, los salarios resultan cada vez más even¬
tuales; el constante perfeccionamiento de la máquina
coloca al obrero de día en día en más precaria situa¬
ción; los choques individuales entre el obrero y el
burgués adquieren cada vez más el carácter de colisio¬
nes entre dos clases opuestas. Los obreros empiezan
por coligarse contra los burgueses para el manteni¬
miento de sus salarios, Llegan hasta formar Asociacio-
MANIFIESTO COMUNISTA 343

nes permanentes, en previsión de estas luchas circuns¬


tanciales. Aquí y allá la resistencia estalla en suble¬
vación.
A veces, los obreros triunfan; pero es un triunfo efí¬
mero. El verdadero resultado de sus luchas es menos
el éxito inmediato que la solidaridad aumentada de los
trabajadores. Esta solidaridad es favorecida por el acre¬
centamiento de los medios de comunicación, que per¬
miten a los obreros de localidades diferentes ponerse
en relación. Después, basta este contacto, que por
todas partes reviste el mismo carácter, para transfor¬
mar las numerosas luchas locales en lucha nacional, con

dirección centralizada; en lucha de clase. Mas toda lu¬


cha de clases es una lucha política, y la unión que los
burgueses de la Edad .Media, con sus caminos vecinales,
tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos
la conciertan en algunos años, merced a los ferroca¬
rriles.
Estaorganización del proletario en clase, y, por
tanto, partido político, es sin cesar destruida por
en
la competencia que se hacen los obreros entre sí. Pero
renace siempre, y siempre más fuerte, más firme, más

formidable. Aprovecha las disensiones intestinas de los


burgueses para obligarles a dar garantía legal a ciertos
intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de las
diez horas en Inglaterra.
Generalmente, las colisiones en la vieja sociedad fa¬
vorecen de diversas maneras el desenvolvimiento del
proletariado. La burguesía vive en un estado de guerra
permanente: al principio, contra la aristocracia; des¬
pués, contra aquellas fracciones de la misma burguesía
cuyos intereses están en desacuerdo con los progresos
de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía
de los demás países. En todas estas luchas se ve for¬
zada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda, y
también a arrastrarle al movimiento político. De tal
manera la burguesía proporciona a los proletarios los
rudimentos de su propia educación política; es decir,
armas contra ella misma.
Además, como acabamos de verlo, fracciones enteras
344 MARX Y ENGELS

de la clase dominante son, por la marcha de la indus¬


tria, precipitadas en el proletario o, al menos, están
amenazadas en sus condiciones de existencia. También
aportan al proletario numerosos elementos de progreso
Finalmente, cuando la lucha de las clases se acerca
a la hora decisiva, el proceso de disolución de la clase

reinante, de la vieja sociedad, adquiere un carácter tan


violento, tan áspero, que una pequeña fracción de esa
clase se separa y se adhiere a la clase revolucionaria,
a la clase que lleva en sí el porvenir. Lo mismo que en
otro tiempo una parte de la nobleza se pasó a la bur¬
guesía, en nuestros días una parte de la burguesía se
pasa al proletariado, principalmente aquella parte de
los ideólogos burgueses elevados a la inteligencia teóri¬
ca del conjunto del movimiento histórico.
De todas las a la hora presente se en¬
clases que
cuentran enfrentadas la burguesía, sólo el proleta¬
con
riado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las
otras clases peligran y perecen con la gran industria;
el proletariado, al contrario, es su producto más es¬
pecial.
Las- clases medias, pequeños fabricantes, tenderos,
artesanos, campesinos, combaten a la burguesía porque
es una amenaza para su existencia como clases medias.
No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras; en
todo caso, son reaccionarias; piden que la Historia re¬
troceda. Si se agitan revolucionariamente es por temor
a caer en el proletariado; defienden entonces sus inte¬
reses futuros y no sus intereses actuales; abandonan
su
propio punto de vista para colocarse en el del pro¬
letariado.
El hampa de las grandes ciudades, esa podredumbre
pasiva, esa hez de los más bajos fondos de la vieja so¬
ciedad, puede encontrarse arrastrada al movimiento por
una revolución proletaria; sin embargo, sus condicio¬
nes de vida la predispondrán más bien a venderse a
la reacción.
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad es¬
tán ya abolidas en las condiciones de existencia del pro¬
letariado. El proletariado está sin propiedad; sus reía-
MANIFIESTO COMUNISTA 345

ciones de familia no tienen nada de común con las de


la famiila burguesa; el trabajo industrial moderno, que
implica la servidumbre del obrero al capital, lo mismo
en Inglaterra que en Francia, en América como en
Alemania, despoja al proletariado de todo carácter na¬
cional. Las leyes, la moral, la religión, son para él me¬
ros prejuicios burgueses, tras de los cuales se ocultan

otros tantos intereses de esta clase.


Todas las clases que en el pasado se apoderaron del
Poder intentaron consolidar su adquirida situación so¬
metiendo la sociedad a su propio modo de apropiación.
Los proletarios no pueden apoderarse de las fuerzas
productivas sociales sino aboliendo el modo de apropia¬
ción que les atañe particularmente y, por consiguiente,
todo modo de apropiación en vigor hasta nuestros dias.
Los proletarios no tienen nada que salvaguardar que
les pertenezca; tienen que destruir toda garantía pri¬
vada, toda seguridad privada existente.
Todos los movimientos históricos han sido hasta aho¬
ra realizados por minorías en provecho de minorías.
El movimiento proletario, al contrario, es el movimien¬
to espontáneo de la inmensa mayoría en provecho de
la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de
la sociedad actual, no puede sublevarse, enderezarse, sin
hacer saltar todas las capas superpuestas que constitu¬
yen la sociedad oficial entera.
La lucha del proletariado contra la burguesía, aun¬
que en el fondo no sea una lucha nacional, revestirá,
sin embargo, al principio tal forma. No hay que decir
que el proletariado de cada país debe acabar antes de
nada con propia burguesía.
su

Al enumerar a grandes rasgos las fases del desenvol¬


vimiento proletario, hemos trazado la historia de la
guerra civil más o menos latente que mina la sociedad
hasta el momento en que esta guerra estalla en una
revolución declarada, y en la que el proletariado fun¬
dará su dominación mediante el derrumbamiento vio¬
lento de la burguesía.
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto,
han descansado sobre el antagonismo entre clases opre-
346 MARX Y ENGELS

soras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase hace


falta al menos poderla garantir condiciones de existen¬
cia que la permitan vivir en la servidumbre. El siervo,
en pleno régimen feudal, llegaba a miembro del Muni

cipio, lo mismo que el pechero llegaba a la categoría


de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obre¬
ro moderno, al contrario, lejos de elevarse con el pro¬

greso de la industria, desciende siempre más bajo, por


debajo mismo de las condiciones de vida de su propia
clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo
crece más rápidamente todavía que la población y la
riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía es inca¬
paz de desempeñar el papel de clase dirigente y de
imponer a la sociedad como ley supremo las condicio¬
nes de existencia de su clase. No puede mandar por¬
que no puede asegurar a su esclavo una existencia
compatible con la esclavitud, porque está condenada
a dejarle decaer hasta el punto de que deba mante¬
nerle, en lugar de hacerse alimentar por él. La sociedad
no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a
decir que la existencia de la burguesía es en lo suce¬
sivo incompatible con la de la sociedad.
La condición esencial de existencia y de supremacía
para la clase burguesa es la acumulación de la riqueza
en manos de particulares, la formación y el acrecenta¬
miento del capital; la condición de existencia del ca¬
pital es el salario. El salario reposa exclusivamente so¬
bre la competencia de los obreros entre sí. El progreso
de la industria, del que la burguesía es agente invo¬
luntario y pasivo, sustituye al aislamiento de los obre¬
ros, resultante de la competencia, con su unión revo¬
lucionario por medio de la asociación. Así, el desenvol¬
vimiento de la gran industria socava bajo los pies de
la burguesía el terreno sobre el cual ha establecido su
sistema de producción y de apropiación. Ante todo,
produce sus propios sepultureros. Su caída y la victoria
del proletariado son igualmente inevitables.
II

Proletarios y comunistas

¿Cuál es la posición de los comunistas ante los pro¬


letarios en general?
Los comunistas no forman un partido distinto, opues¬
to a los otros partidos obreros.
No tienen ningún interés que les separe del conjunto
del proletariado.
No proclaman principios distintos sobre los cuales
quieran modelar el movimiento obrero.
Los comunistas no se distinguen de los otros partidos
obreros más que en dos puntos:
1.° En las diferentes luchas nacionales de los pro¬
letariosponen por delante y hacen valer los intereses
independientes de la nacionalidad, y comunes a todo
el proletario: y
2° En las de la lucha entre prole¬
diferentes fases
tarios burgueses representan siempre y por todas
y
partes los intereses del movimiento integral.
Prácticamente, los comunistas son, pues, la fracción
más resuelta de los partidos obreros de todos los paí¬
ses, la fracción que arrastra a las otras; teóricamente,
tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de un
concepto claro de las condiciones, de la marcha y de
los fines generales del movimiento proletario.
El propósito inmediato de los comunistas es el mis¬
mo que el de todos los partidos obreros: constitución
de los proletarios en clases, destrucción de la supre-
348 MARX Y ENGELS

macía burguesa, conquista del Poder público por el pro¬


letariado (1).
Las proposiciones teóricas de los comunistas no des¬
cansan de ningún modo sobre las ideas y los principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del
Mundo (2).
No son expresión de conjunto de las condi¬
sino la
ciones reales de una lucha de clases existente, de un
movimiento histórico evolucionando ante nuestra vis¬
ta. La abolición de las relaciones de propiedad que han
existido hasta aquí no es el carácter distintivo del co¬
munismo.
El régimen de la propiedad ha sufrido constantes cam¬
bios, continuas transformaciones históricas.
La Revolución francesa, por ejemplo, ha abolido la
propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa.
El carácter distintivo del comunismo no es la aboli¬
ción de la propiedad en general, sino la abolición de la
propiedad burguesa.
Según esto, la propiedad privada actual, la propiedad
burguesa, es la última y la más perfecta expresión del

(1) ¿Qué pensaría el primer país


Marx al ver que en
desaburguesado, descapitalizado y proletarizado, el proleta¬
riado no es sino una pieza sin voz ni voto en la marcha
estatal, ajeno en absoluto al Poder. Poder que ha caído en
manos de una fracción del partido, ínfima en relación al
número total, fracción a su vez en las garras de una docena
entre caudillos políticos y jefes militares, opinar contra los
cuales es. cuando no la muerte, la deportación a Siberia,
en una palabra, la pérdida de todo derecho empezando por
el de libertad? Además, ¿cómo pudo hombre de tan clara inte¬
ligencia como Marx pensar otra cosa? ¿Acaso estuvo jamás
el poder en parte alguna, ora en manos de dictadores (cau¬
dillos militares afortunados), ora de facciones que, aristocrá¬
ticas o democráticas, no eran, en realidad, sino grupos de
individuos capitaneados por el sobresaliente entre ellos,
superiores, ora por su inteligencia, ora por la cuantía de
sus medios económicos (que les permitían hasta pagarse
consejeros), a aquellos a los que dominaban? ¿Y pudo pen¬
sar Marx que en el nuevo estado de cosas soñado por él
ocurriese algo distinto?
(2) ¿De veras? ¿Era él, y a mucha honra, acaso otra
cosa?
MANIFIESTO COMUNISTA 349

modo de producción y de apropiación, basado sobre los


antagonismos de las clases, sobre la explotación de los
unos por los otros.
En este sentido, los comunistas pueden resumir su
teoría en esta fórmula única: «abolición de la propie¬
dad privada.»
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abo¬
lirla propiedad personalmente adquirida por el traba¬
jo, propiedad que se considera como la base de toda
libertad, de toda actividad, de toda independencia in¬
dividual.
¡ La propiedad personal fruto del trabajo y del mé¬
rito! ¿Se quiere hablar de la propiedad del pequeño
burgués, del pequeño labrador, forma de propiedad an¬
terior a la propiedad burguesa? No tenemos que abo¬
liría: el progreso de la industria la ha abolido o está
en camino de aboliría.
¿O bien se quiere hablar de la propiedad privada ac¬
tual, de la propiedad burguesa?
¿Es que el trabajo asalariado crea propiedad para el
proletario? De ninguna manera. Crea el capital, es de¬
cir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que
no puede acrecentarse sino a condición de producir más

trabajo asalariado, a fin de explotarle de nuevo. En su


forma actual, la propiedad se mueve entre estos dos
términos antinómicos: capital y trabajo. Examinemos
los dos términos de esta antinomia.
Ser capitalista significa que no sólo se ocupa una po¬
producción, sino una posición so¬
sición personal en la
producto colectivo; no puede ser
cial. El capital es un
puesto en movimiento sino por los esfuerzos combina¬
dos de muchos miembros de la sociedad, y también, en
último término, por los esfuerzos combinados de todos
los miembros de la sociedad.
El capital no es, pues, una fuerza personal: es una
fuerza social.
Por consecuencia, cuando el capital sea transforma¬
do en propiedad común, perteneciente a todos los miem¬
bros de la sociedad, no será una propiedad personal que
se haya cambiado en propiedad común. Sólo habrá cam-
MARX Y ENGELS

biado el carácter social de la propiedad. Perderá su


carácter de clase.
Y llegamos al trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo
del salario, es decir, la suma de los medios de existen¬
cia de que tiene necesidad el obrero para vivir como
obrero. Por consiguiente, lo que el obrero se apropia
por su actividad es estrictamente lo que necesita para
entretener su mísera existencia y para reproducirla. No
queremos de ninguna manera abolir esta apropiación
personal de los productos del trabajo, indispensable a
la conservación y a la reproducción de la vida huma¬
na: esta apropiación deja ningún beneficio líquido
no
que confiera poder sobre el trabajo de otro. Lo que
queremos es suprimir este triste modo de apreciación,
que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el
capital, y no viva sino en tanto lo exigen los intereses
de la clase dominante.
La certeza de esto salta a la vista. No se aumenta el
salario a evidentísimo que con lo
nadie sino cuando es
que gana «no puede mantenerse», no cuando la empre¬
sa mejora o tiene más ganancias. Y es notable que, aun

para ganar lo imprescindible, tiene el obrero que po¬


nerse en lucha, lucha en la que siempre suelen caer
los más arriesgados.
En la sociedad burguesa el trabajo viviente no es
más que un medio de acrecentar el trabajo acumulado.
En la sociedad comunista el trabajo acumulado no es
más que un medio de prolongar, de enriquecer y de
hermosear la existencia de los trabajadores.
En lasociedad burguesa el pasado domina al pre¬
sente. En la sociedad comunista es el presente el que
domina al pasado.
En la sociedad burguesa el capital es independiente y
personal, mientras que el individuo que trabaja está so¬
metido y privado de personalidad.
¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo
que la burguesía considera como la abolición de la in¬
dividualidad y de la libertad! Por más que no carece
de razón, pues se trata, efectivamente, de abolir la in-
MANIFIESTO COMUNISTA 351

dividualidad, la independencia y la libertad burguesas.


Por libertad, en las condiciones actuales de la
pro¬
ducción burguesa, se entiende la libertad de
comercio,
la libertad de comprar y de vender.
Pero si el tráfico
desaparece, el libre tráfico desapa¬
rece también. Fuera de
esto, toda la palabrería sobre el
libre cambio, lo mismo que todas las fanfarronadas li¬
berales de nuestros burgueses, no tienen sentido sino
por contraste con el tráfico restringido, con el
burgués
sojuzgado de la Edad Media; no tienen ninguno cuan¬
do se trata de la abolición por el comunismo del trá¬
fico de las relaciones de la producción burguesa
y de
la burguesía misma.
¡Estáis sobrecogidos de horror porque queremos abo¬
lir la propiedad privada! Pero en vuestra sociedad la
propiedad privada está abolida para las nueve décimas
partes de sus miembros. Precisamente porque no existe
para esas nueve décimas partes existe para
vosotros.
Nos reprocháis, pues, el
querer abolir una forma de
propiedad que no puede existir sino a condición de que
la inmensa mayoría sea
privada de toda propiedad.
En una palabra: nos acusáis de
querer abolir vues¬
tra propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos
Desde el punto en que el trabajo no puede ser con¬
vertido en capital, en dinero, en renta territorial; re¬
sumiendo, en poder social susceptible de ser monopo¬
lizado, es decir, desde el momento ne que la propiedad
individual no pueda transformarse en propiedad bur¬
guesa, declaráis que el individuo está suprimido.
Reconocéis, pues, que cuando habláis del individuo
no entendéis hablar sino del burgués, del
propietario.
Y este
individuo, ciertamente, debe ser suprimido.
El comunismo no arrebata a nadie la facultad de
apro¬
piarse de los productos sociales; no quita sino el po¬
der de sojuzgar el trabajo de otro con ayuda de esta
apropiación.
Se haobjetado aún que con la abolición de la pro¬
piedad privada cesaría toda actividad, que una pereza
general se apoderaría del Mundo.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad
352 MARX Y ENGELS

burguesa habría sucumbido por la holgazanería, puesto


que aquellos trabajan no ganan, y los que ganan
que
no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta tautolo¬

gía: que no hay trabajo asalariado allí donde no hay


capital.
Las acusaciones dirigidas contra el modo comunista
de producción y de apropiación de los productos mate
ríales han sido hechas igualmente respecto de la pro¬
ducción y de la apropiación del trabajo intelectual. Lo
mismo que para el burgués la desaparición de la pro¬
piedad de clase equivale a la desaparición de toda pro¬
ducción, la desaparición de la civilización de clase sig¬
nifica para él la desaparición de toda civilización.
La cultura cuya pérdida deplora no es para la in¬
mensa mayoría sino la adaptación al papel de máquina.

Mas no discutáis con nosotros mientras apliquéis a


la abolición de la propiedad burguesa el sello de vues¬
tras nociones burguesas de libertad y de cultura, de
derecho, etc. Vuestras ideas son en sí mismas produc¬
to de las relaciones de producción y de propiedad bur¬
guesas, como vuestro derecho no es sino la voluntad
de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo conteni¬
do está determinado por las condiciones de existencia
de vuestra clase.
La concepción interesada que os ha hecho erigir en
leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las rela¬
ciones sociales dimanadas de vuestro modo de propie¬
dad y de producción —relaciones transitorias que sur¬
gen y desaparecen en el curso de la producción—; esta
concepción la compartís con todas las clases dirigentes
hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad
antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no
podéis admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Querer abolir la familia! Hasta los más radicales se
indignan de este infame designio de los comunistas.
¿Sobre qué base descansa la familia burguesa de
nuestra época? Sobre el capital, el provecho individual
en su plenitud; la familia no existe sino para la bur¬
guesía, que encuentra su complemento en la supresión
MANIFIESTO COMUNISTA 353

forzosa de toda familia para el


proletario y en la pros¬
titución pública.
La familia burguesa se desvanece naturalmente con
el desvanecimiento de su complemento
necesario, y una
y otra desaparecen con la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de
los niños por sus familias? Confesamos este crimen.
Nosotros quebrantamos, decís, los lazos más sagra¬
dos sustituyendo a la educación por la familia, la edu¬
cación por la sociedad.
Y vuestra educación, ¿no está también determinada
por la sociedad,por las condiciones sociales en que
educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o
indirecta de la sociedad en la escuela, etc? Los comu¬
nistas no han
inventado esta injerencia de la sociedad
en la
instrucción; no buscan sino cambiar el carácter y
arrancar la educación a la influencia de la clase do¬
minante.
Las declamaciones burguesas sobre la familia y la
educación, sobre los dulces lazos que unen al niño con
sus familiares, resultan más repugnantes
a medida que
la gran industria destruye todo vinculo de familia
para
el proletario y transforma a los niños en
simples ob¬
jetos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.
De la burguesía entera se eleva un clamor: ¡Vos¬
otros, comunistas, queréis establecer la comunidad de
las mujeres!
Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un
instrumento de producción. Oye decir que los instru¬
mentos de producción deben ser puestos en común, y
deduce, naturalmente, que hasta las mujeres pertene¬
cerán a la comunidad.
No sospecha que se trata precisamente de asignar a
la mujer un papel distinto del de simple instrumento
de producción.
Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ul-
tramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendi¬
da comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a
los comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de

12
354 MARX Y ENGELS

introducir la comunidad en las mujeres: casi siempre


ha existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su
disposición las mujeres y las hijas de los proletarios, sin
hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer
singular en encornudarse mutuamente.
El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad
de las mujeres casadas. Todo lo más de que podría
acusarse a los comunistas sería de querer poner en el
lugar de una comunidad de las mujeres hipócritamen¬
te disimulada una comunidad franca y oficial. Es evi¬
dente, por otra parte, que con la abolición de las rela¬
ciones de producción actuales desaparecerá la comuni¬
dad de las mujeres que de aquéllas se deriva, es decir,
la prostitución oficial y privada.
De otro lado se acusa a los comunistas de querer abo¬
lir la patria, la nacionalidad.
¿Qué hace la patria por el que no tiene pan? Una
ley de emigración.
Y en el fondo, ¿no es esto ya una abolición de la
nacionalidad?
Los obreros no tienen patria. No se les puede arreba¬
tar lo que no peseen. Como el proletario de cada país
debe en primer lugar conquistar el Poder político, eri¬
girse en clase nacionalmente directora, constituirse como
nación, es por esto todavía nacional, aunque de nin¬
guna manera en el sentido burgués.
Las demarcacionesnacionales y los antagonismos en¬
tre los pueblos desaparecen de día en día con el desen¬
volvimiento de la burguesía, la libertad de comercio y
el mercado universal, con la uniformidad de la pro¬
ducción industrial y las condiciones de existencia que
le corresponden.
El advenimiento del proletariado les hará desapare¬
cer más de prisa todavía. La acción común de los di¬
ferentes proletariados, al menos en los países civiliza¬
dos, es una de las primeras condiciones de su emanci¬
pación.
Abolid la explotación del hombre por el hombre y
habréis abolido la explotación de una nación por otra.
MANIFIESTO COMUNISTA
355

Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases


en el interior de las naciones desaparecerá la hostilidad
de nación a nación.
En lo que a las acusaciones lanzadas contra el co¬
munismo, en nombre de la religión, de la filosofía y de
la ideología en general, respecta, no merecen un exa¬
men profundo.
¿Hay necesidad de una gran perspicacia para com¬
prender que los conocimientos, las nociones y las con¬
cepciones, en una palabra, la conciencia del hombre,
cambia con toda modificación sobrevenida en las con¬
diciones de vida, en las relaciones sociales, en la exis¬
tencia colectiva?
¿Qué demuestra la historia del pensamiento sino que
la producción intelectual se transforma con la produc¬
ción material? Las ideas dominantes en una época no
han sido nunca más que las ideas de la clase directora.
Cuando se habla de ideas que revolucionaron una so¬
ciedad se enuncia solamente el hecho de que en el seno
de la vieja sociedad los elementos de una nueva se han
formado y la disolución de las viejas ideas marcha a
la par con la disolución de las antiguas relaciones so¬
ciales.
Cuando el antiguo mundo estaba declinando, las vie¬
jas religiones fueron vencidas por la religión cristiana.
Cuando en el siglo xvm las ideas cristianas cedieron su
puesto a las ideas filosóficas, feudal libraba
la sociedad
su última batalla con la burguesía, entonces revolucio¬
naria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de
conciencia no hicieron sino proclamar el reinado de ia
libre concurrencia en el dominio de la conciencia.
«Sin duda, se nos dirá, las ideas religiosas, morales,
filosóficas, políticas, jurídicas, etc., son modificadas en el
curso del desenvolvimiento histórico. Pero la religión,
la moral, la filosofía, la política, el derecho, se sostie¬
nen siempre a través de estas transformaciones.
«Hay además verdades eternas, tales como la liber¬
tad, la justicia, etc., que son comunes a todas las con¬
diciones sociales. Luego si el comunismo aboliera estas
verdades eternas aboliría la religión y la moral, en tu-
ase MARX Y ENGELS

gar de darles una forma nueva, y esto contradiría todo


el desenvolvimiento histórico anterior.»
¿A qué se reduce esta objeción? La historia de toda
sociedad se resume hasta aquí en los antagonismos de
las clases, antagonismos que han revestido formas di¬
versas en las diferentes épocas.

Pero cualquiera que haya sido la forma revestida por


estos antagonismos, la explotación de una parte de la
sociedad por la otra es un hecho común a todos los si¬
glos anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asom¬
broso que la conciencia social de todas las edades, a
despecho de toda divergencia y de toda diversidad, se
haya movido siempre dentro de ciertas formas comu¬
nes, formas de conciencia que no se disolverían com¬
pletamente sino con la definitiva desaparición del an¬
tagonismo de las clases.
La revolución comunista es la más radical ruptura con
las relaciones de propiedad tradicionales; nada de ex¬
traño sería, pues, que en el curso de su desenvolvimien¬
to rompiera también de la manera más radical con las
ideas tradicionales.
Mas dejemos aquí las objeciones hechas por la bur¬
guesía al comunismo.
Como hemos visto más arriba, la primera etapa de la
revolución obrera es la constitución del proletariado en
clase directora, la conquista de la democracia.
El proletariado servirá de su supremacía política
se
para arrancar poco todo el capital a la burgue¬
a poco
sía, para centralizar todos los instrumentos de produc
ción en manos del Estado, es decir, del proletariado or¬

ganizado en clase directora, y para aumentar rápida¬


mente la cantidad de fuerzas productivas.
podrá cumplirse al principio,
Esto, naturalmente, no
sino por una violación despótica del derecho de pro¬
piedad y de las relaciones burguesas de producción, es
decir, por la adopción de medidas que desde el punto
de vista económico parecerán insuficientes e insosteni¬
bles; pero que en el curso del movimiento irán más
allá ellas mismas por la propia justicia y necesidad de
357
MANIFIESTO COMUNISTA

su impulso, y que son indispensables como medio de


transformar por completo la producción.
Estas medidas, entiéndase bien, serán muy diferentes
en los diversos países.
Sin embargo, para los países más avanzados, las me¬
didas siguientes podrán ser puestas en práctica:
1.° Expropiación de la propiedad territorial y apli¬
cación de la renta a los gastos del Estado;
2.° Impuestos fuertemente progresivos;
3.° Abolición de la herencia;
4.° Confiscación de la propiedad de los emigrados y
rebeldes;
5.° Centralización del crédito en manos del Estado
por medio de un Banco nacional, en que el capital per¬
tenecerá al Estado y gozará de un monopolio exclusivo;
6.° Centralización en manos del Estado de todos los
medios de transporte;
7." Multiplicación de las manufacturas nacionales y
de instrumentos de producción,
los roturación de los
terrenos incultos y mejoramiento de las tierras cultiva¬
das según un sistema general;
8." Trabajo obligatorio para todos, organización de
ejércitos industriales para la agricultura;
9.° Combinación del trabajo agrícola y del trabajo
industrial, medidas desaparecer
encaminadas a hacer
gradualmente la ciudad y el cam¬
distinción entre la
po; y
10. Educación pública y gratuita de todos los ninos;
abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como
se practica hoy; combinación de la educación con la
producción material, etc. (1).
Una vez desaparecidos los antagonismos de clases en
el curso de su desenvolvimiento, y estando concentrada
toda la producción en manos de los individuos asocia¬
dos, entonces perderá el Poder público su carácter
político. El Poder público, hablando propiamente, es
el Poder organizado de una clase para la opresión de

(1) Este programa sirvió de norma y plan a ios primeros


actos de gobierno de los bolcheviques rusos.—N. del T.
358 MARX Y ENGELS

las otras. Si el proletariado, en su lucha contra la bur¬


guesía, se constituye fuertemente en clase; si se erige
mediante una revolución en clase directora y como cla¬
se directora destruye violentamente las antiguas rela¬
ciones de producción, destruye, al mismo tiempo que
estas relaciones de producción, las condiciones de exis¬
tencia del antagonismo de las clases; destruye las cla¬
ses en general y, por lo tanto, su propia dominación
como clase.

En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con


sus clases y sus antagonismos de clases, surgirá una
asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno
será la condición del libre desenvolvimiento de todos.
III

LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA

I.—El socialismo reaccionario

A.—EL socialismo feudal

Por su posición histórica, las aristocracias francesa


e inglesa se vieron obligadas a lanzar libelos contra la
sociedad burguesa. En la Revolución francesa de 1830,
en el movimiento reformista inglés, habían sucumbido
una vez más bajo los golpes del odiado advenedizo. Para
ellas no podía ser en adelante cuestión de una lucha

política sería. No le quedaba sino la lucha literaria. Lue¬


go, en el terreno literario también, la añeja fraseología
de la Restauración había llegado a ser inaplicable. Para
crearse simpatías era menester que la aristocracia fin¬
giese perder de vista sus intereses propios y que for¬
mulara su acta de acusación contra la burguesía sólo en
interés de la clase obrera explotada. Dióse de esta suer¬
te la satisfacción de hacer canciones satíricas sobre su
nuevo amo y de tararearle junto a sus oídos profecías
con los más extraordinarios desastres.
Así es como nació el socialismo feudal, mezcla de
jeremiadas ypayasadas, de ecos del pasado y de ba¬
rruntos del porvenir. Si alguna vez su crítica amarga,
mordaz y espiritual hiere a la burguesía en el corazón,
su impotencia absoluta para comprender la marcha de
la historia moderna concluye siempre por hacer el ri¬
dículo.
360 MARX Y ENGELS

A guisa de bandera, estos señores enarbolaron la al¬


forja del mendigo, a fin de atraer al pueblo; pero cuan¬
do el pueblo acudió, advirtió que el dorso estaba orna¬
do con el viejo blasón feudal, y se dispersó en medio
de grandes e irreverentes carcajadas.
Una parte de los legitimistas franceses y la Joven
Inglaterra han dado al Mundo este espectáculo.
Cuando los campeones del feudalismo demuestran que
su modo de explotación es distinto del de la burguesía
olvidan una cosa, a saber, que aquél explotaba en con¬
diciones por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuan¬
do advierten que bajo el régimen feudal no existía el
proletariado moderno, olvidan que la burguesía es pre¬
cisamente un retoño fatal de ese régimen.
Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter reac¬
cionario de su crítica, que el principal agravio que ex¬
ponen contra la burguesía es precisamente haber crea¬
do bajo su régimen una clase que hará saltar todo el
antiguo orden social.
Además, no es tanto el haber producido un proleta¬
riado que imputan como un crimen a la burguesía, sino
haber producido un proletariado revolucionario.
En la lucha política parte activa en
toman, pues, una
todas las medidas de represión contra la clase obrera.
Y en su vida ordinaria, a pesar de su fraseología hin¬
chada, saben humillarse para recoger los frutos de oro
del árbol de la industria y trocar el honor, el amor y
la fidelidad por la lana, el azúcar de remolacha y el
aguardiente.
Del mismo modo que el cura y el señor feudal mar¬
charon siempre de la mano, el socialismo clerical mar¬
cha unido con el socialismo feudal.
Nada más fácil que recubrir con un barniz de socia¬
lismo el ascetismo cristiano. También el cristianismo,
¿no se levantó contra la propiedad privada, el matri¬
monio y el Estado? Y en su lugar, ¿no ha predicado
la caridad y la renunciación, el celibato y la mortifica¬
ción de la carne, la vida monástica y la iglesia? El so¬
cialismo cristiano no es sino el agua bendita con que
el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.
361
MANIFIESTO COMUNISTA

B.—El socialismo ínfimo-burgués

La arruinada
aristocracia feudal no es la única clase
por la burguesía; no es la única clase cuyascondicio¬
nes de existencia se debilitan y menoscabanen la so¬
ciedad burguesa moderna. Los pequeños burgueses y
los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los
precursores de la burguesía moderna. En los países don¬
de el comercio y la industria están poco desarrollados
esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía
floreciente.
En los países donde se extiende lacivilización mo¬
derna se ha formado una nueva clase de pequeños bur¬
gueses que oscila entre el proletariado y la burguesía.
Parte complementaria de la sociedad burguesa se re¬
constituye sin cesar; pero los individuos que la compo¬
nen seven continuamente precipitados en el proletaria¬
do por causa de la competencia, y lo que es más, con
la marcha progresiva de la gran industria ven aproxi¬
marse el momento en que desaparecerán completamen¬
te como fracción independiente de la sociedad moder¬
na y en que serán reemplazados en el comercio, la ma¬
nufactura y la agricultura por contramaestres y criados.
En países como Francia, donde los campesinos cons¬
tituyen bastante más de la mitad de la población, los
escritores que adoptaban la causa del proletariado con¬
tra la burguesía debían, naturalmente, criticar el régi¬
men burgués y defender al partido obrero desde el pun¬
to de vista del pequeño burgués y del labrador. Así se
formó el socialismo ínfimo-burgués. Sismondi es el jefe
de esta literatura, tanto en Inglaterra como en F'rancia.
Este socialismo analizó con mucha penetración las
contradiciones inherentes a las relaciones de produc¬
ción modernas. Puso al desnudo las hipócritas apologías
de los economistas. Demostró de una manera irrefuta¬
ble los efectos mortíferos del maquinismo y de la divi¬
sión del trabajo, la concentración de los capitales y de
la propiedad territorial, la sobreproducción, las crisis,
la fatal decadencia de los pequeños burgueses y de los
agricultores, la miseria del proletariado, la anarquía en
362 MARX Y ENGELS

la producción de las riquezas, la guerra de exterminio


industrial de las naciones entre sí, la disolución de las
añejas costumbres, de las antiguas relaciones de fami¬
lia, de las viejas nacionalidades.
El fin positivo, no obstante, de ese socialismo es, ya
restablecer los antiguos medios de producción y de cam¬
bio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y
toda la sociedad antigua, ya hacer entrar por la fuer¬
za los medios modernos de producción y de cambio en
el cuadro estrecho de las antiguas relaciones de propie¬
dad que han sido rotas, fatalmente rotas, por ellos. En
uno y otro casos, este socialismo es a la vez reacciona¬
rio y utópico.
Para la manufactura, el sistema de Corporaciones;
para la agricultura, el régimen patriarcal: he ahí su
última palabra.
Finalmente, en su último desarrollo esta tendencia se
ha abandonado a una indignante melancolía, a una pa¬
sividad intolerable.

C.—El socialismo alemán o socialismo «verdadero»

La literatura socialista y comunista de Francia, que


nace bajo la presión de una burguesía dominante, y es
la expresión literaria de la rebelión contra este régimen,
fue introducida en Alemania en el momento en que la
burguesía comenzaba su lucha contra el absolutismo
feudal.
Filósofos, semifilósofos y pretenciosos alemanes se
echaron ávidamente sobre esta literatura; pero olvida¬
ron que conla importación de la literatura francesa en
Alemania no habían sido importadas al mismo tiempo
las condiciones sociales de Francia. Relativamente a las
condiciones alemanas, la literatura francesa perdió toda
significación práctica inmediata y tomó un carácter pu¬
ramente literario. Debía parecer más bien una especu¬
lación ociosa sobre la «realización de la naturaleza hu¬
mana». De este modo, para los filósofos alemanes del
siglo xvni las reivindicaciones de la primera Revolución
MANIFIESTO COMUNISTA 3G3

francesa no eran sino las reivindicaciones de la «razón


práctica» en general, y las manifestaciones de la volun¬
tad de los burgueses revolucionarios de Francia no ex¬
presaban a sus ojos sino las leyes de la voluntad pura,
de la voluntad tal como debe ser, de la voluntad verda¬
deramente humana.
El trabajo propio de los literatos alemanes se redujo
a de acuerdo las nuevas ideas francesas con su
poner
vieja conciencia filosófica, o cuando más a apropiarse
las ideas francesas asimilándolas a sus opiniones filo¬
sóficas.
Se las apropiaron como se asimila una lengua extran¬
jera: por traducción.
Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los ma¬
nuscritos de las obras clásicas del viejo paganismo las
absurdas leyendas sagradas del catolicismo. Los lite¬
ratos alemanes procedieron inversamente con respecto
a la literatura francesa. Deslizaron sus disparates filo¬
sóficos bajo el original francés. Por ejemplo, bajo la
crítica francesa de las funciones del dinero escribían:
«Enajenación del ser humano»; bajo la crítica fran¬
cesa del Estado burgués, decían: «Eliminación del po¬
der de la universalidad abstracta», y así sucesiva¬
mente.
La adición de esta fraseología filosófica a los descu¬
brimientos franceses la bautizaron así: «Filosofía de
la acción», «Socialismo verdadero», «Ciencia alemana
del socialismo», «Base filosófica del socialismo», etc.
De esta manera se castró completamente la literatura
socialista y comunista francesa. Y como en manos de
los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de
una clase contra otra, nuestras gentes se felicitaron de
estar colocadas por encima de la «estrechez francesa»
y de haber defendido no sólo verdaderas necesidades,
sino «la necesidad de lo verdadero»; no sólo los inte¬
reses del proletariado, sino los intereses del ser hu¬
mano, del hombre en general, del hombre que no per¬
tenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no
existe sino en el cielo brumoso de la fantasía filo¬
sófica.
364 MARX Y ENGELS

Este socialismo alemán, que tomaba tan solemne¬


mente en serio sus torpes ejercicios de escolar y que
los trompeteaba con tanto estrépito charlatanesco, per¬
dió, sin embargo, poco a poco su inocencia pedantesca.
La lucha burguesía alemana, y principalmente
de la
de la burguesía prusiana, contra la monarquía abso¬
luta y feudal, en una palabra, el movimiento liberal,
resultó más serio.
De esta suerte, el «verdadero» socialismo halló la
ocasión tan deseada de confrontar las reivindicaciones
socialistas con el movimiento político. Pudo lanzar los
anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el
régimen representativo, contra la concurrencia burgue¬
sa, contra la libertad burguesa de la Prensa, contra el
derecho burgués, contra la libertad y la igualdad bur¬
guesas; pudo predicar a las masas que ellos no te¬
nían nada que ganar, sino, al contrario, perderlo todo,
en este movimiento burgués. El socialismo alemán ol¬
vidó a este propósito que la crítica francesa, de la cual
era un simple eco, presuponía la sociedad burguesa mo¬
derna, con las condiciones materiales de existencia que
corresponden y una constitución política adecuada, co¬
sas que todavía para Alemania se trataba precisamente
de conquistar.
Para los Gobiernos absolutos de Alemania, con su
cortejo de clérigos, de pedagogos, de hidalgos rapaces
y de burócratas, este socialismo se convirtió en el es¬
pantajo soñado contra la burguesía amenazante.
Completó, con su hipocresía dulzarrona, los latiga¬
zos y los tiros que esos mismos Gobiernos administra¬
ron a los obreros alemanes en rebeldía.
Si el «verdadero» socialismo se convirtió de este
modo en un arma en manos de los Gobiernos, repre¬
sentaba directamente, por otra parte, un interés reac¬
cionario, el interés del pequeño burgués. La clase de
los pequeños burgueses, legada por el siglo xvi, y des¬
de entonces sin cesar renaciendo bajo diversas formas,
constituye para Alemania la verdadera base social del
orden establecido.
Mantenerla es conservar Alemania este orden esta-
manifiesto comunista 365

blecido. La supremacía industrial y política de la bur¬


guesía amenaza a esta clase de caducidad cierta: de
una parte, por la concentración de los capitales, y de
otra, por el desarrollo de un proletariado revoluciona¬
rio. Al «verdadero» socialismo le pareció que podía ha¬
cer de una piedra dos pedazos. Propagóse como una
epidemia.
El vestido tejido con los hilos inmateriales de la
especulación, bordado de flores retóricas y bañado por
un rocío sentimental; ese ropaje trascendente en que
los socialistas alemanes envolvieron sus secas «verda¬
des eternas» no hizo sino activar el derramamiento de
su mercancías junto a semejante público.
Por su parte, el socialismo alemán comprendió más
bien que su vocación era erigirse en el representante
pomposo de esa pequeña burguesía.
Proclamó que la nación alemana era la nación nor¬
mal, y el hombre normal. A todas
el filisteo alemán,
las infamias de este hombre normal les dio un sentido
oculto, un sentido superior y socialista que las trans¬
figuraban el fin, levantán¬
completamente. Fue hasta
dose contra la destructiva» del
tendencia «brutalmente
comunismo y declarando que imparcialmente se cernía
por encima de todas las luchas de clases. Casi sin ex¬
cepciones, todas las publicaciones llamadas socialistas
o comunistas que circulan en Alemania pertenecen a
esta sucia y enervante literatura.

i.—El socialismo conservador o burgués


Una parte de la burguesía busca alcanzar remedio a
los males sociales con el propósito de consolidar la
sociedad burguesa.
En esta categoría se colocan los economistas, los
filántropos, los humanistas, los mejorados de la suerte
entre la clase obrera, los organizadores de la benefi¬
cencia, los protectores de los animales, los fundadores
de las sociedades de templanza, los reformadores desde
366 MARX Y ENGELS

su casa de todas calidades. Y se ha llegado hasta ela¬


borar este socialismo en sistemas completos.
Citemos como ejemplo la «Filosofía de la miseria»,
de Proudhon.
Los socialistas burgueses quieren las condiciones de
vida de la sociedad moderna sin las luchas y los da¬
ños que resultan faltamente. Quieren la sociedad ac¬
tual, pero con eliminación de los elementos que la re¬
volucionan y la disuelven. Quieren la burguesía sin
el proletariado. La burguesía, cómo es natural, se re¬
presenta el mundo en que ella domina como el mejor
de los
mundos. El socialismo burgués elabora más o
menos sistemáticamente esta representación consola¬
dora. Cuando requiere al proletariado para realizar sus
sistemas y hacer su entrada en la Nueva Jerusalén, no
hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar
en la sociedad actual, mas depojándose de la concep¬
ción rencorosa que se ha formado de ella.
Otra forma de socialismo menos sistemática, pero
más práctica, intenta apartar a los obreros de todo
movimiento revolucionario, demostrándoles que no es
tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles, sino
solamente una transformación de las relaciones de la
vida material, de las relaciones económicas. Nótese que
por transformación de las relaciones de la vida mate¬
rial este socialismo no entiende en modo alguno la
abolición de las relaciones de producción burguesa, lo
que no es posible más que por la revolución, sino úni¬
camente reformas administrativas realizadas sobre la
base misma de la producción burguesa, que, por tanto,
no afectan a las relaciones entre el capital y el sala¬
riado, y que no harán, cuando más, sino disminuir los
gastos simplificar el
y trabajo administrativo del Go¬
bierno burgués.
El socialismo burgués no alcanza su expresión ade¬
cuada sino cuando se convierte en simple figura re¬
tórica.
¡Libre cambio en interés de la clase obrera! ¡Dere¬
chos protectores en interés de la clase obrera! ¡Prisio¬
nes celulares en interés de la clase obrera! He ahí la
manifiesto comunista 307
última palabra del socialismo burgués, la única que ha
dicho seriamente.
Porque el socialismo burgués se resume por completo
en afirmación: los burgueses son
esta burgueses en in¬
terés de la clase obrera.

III.—El socialismo y el comunismo crítico-utópico


No se trata aquí de la literatura que en todas las
grandes revoluciones modernas ha formulado las reivin¬
dicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etc.).
Las primeras tentativas directas del proletariado para
hacer prevalecer sus propios intereses de clase, hechas
en tiempos de efervescencia general, en el periodo del
derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron ne¬
cesariamente, tanto por el estado embrionario del mis¬
mo proletariado como por ausencia de las condiciones
materiales de su emancipación, condiciones que no po¬
dían ser producidas sino después del advenimiento de
la burguesía. La literatura revolucionaria que acom¬
paña a estos primeros movimientos del proletariado
tiene forzosamente un contenido reaccionario. Preco¬
niza un ascetismo general y un grosero igualitarismo.
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente di¬
chos, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen,
etcétera, hacen su aparición en el primer período de
la lucha entre el proletariado y la burguesía, período
descrito anteriormente. (Véase «Burgueses y proleta¬
rios».)
Los inventores de estos dieron cuenta
sistemas se
del antagonismo de las clases, así como de la acción
de los elementos disolventes de la misma sociedad do¬
minante. Pero no advierten del lado del proletariado
ninguna independencia histórica, ningún movimiento
político que le sea propio.
Comoel desarrollo del antagonismo de las clases
marcha al par con el desarrollo de la industria, no ad¬
vierten de antemano las condiciones materiales de la
emancipación del proletariado, y se aventuran en bus-
36S MARX Y ENGELS

ca de ciencia social, de leyes sociales, con el fin


una
de crear condiciones.
esas
A la actividad social anteponen su
propio ingenio; a
las condiciones históricas de la
emancipación, condicio¬
nes fantásticas; a la organización
gradual y espontánea
del proletariado en clase, una organización completa
fabricada por ellos. El porvenir del Mundo se decide
con la propaganda y la práctica de sus planes de so¬
ciedad.
En la confesión de esos planes, sin
embargo, tienen
la conciencia de defender ante todo los
intereses de la
clase obrera, por ser la clase que más sufre. El
prole¬
tariado no existe para ellos, sino bajo el
aspecto de cla¬
se que más padece.

Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases,


como su
propia condición social, les lleva a considerar¬
se muy por encima de todo
antagonismo de clases. De¬
sean mejorar las condiciones materiales de
la vida para
todos los miembros de la sociedad, hasta
para los más
privilegiados. En consecuencia, no cesan de llamar a
la sociedad entera sin distinción,
y asimismo se diri¬
gen con preferencia a la clase dominante.
Porque, ade¬
más, basta comprender su sistema para reconocer que
es el mejor de todos los
planes posibles de la mejor de
todas las sociedades posibles.
Repudian, pues, toda acción política, y, sobre todo,
toda acción revolucionaria, y se proponen alcanzar su
objetivo por medios pacíficos y ensayando abrir ca¬
mino al nuevo evangelio social
por la fuerza del ejem¬
plo, por las experiencias en pequeño, que siempre fra¬
casan, naturalmente.
La pintura fantástica de la sociedad futura en una
época el proletariado, poco desarrollado todavía,
en que
considera su propia situación de una manera también
fantástica, corresponde a las primeras aspiraciones ins¬
tintivas de los obreros hacia una
completa transforma¬
ción de la sociedad.
Mas los escritos socialistas y comunistas encierran
también elementos críticos. Atacan a la sociedad actual
en sus bases. Han
provisto a su tiempo, por consecuen-
MANIFIESTO COMUNISTA 369

cia, de materiales de un gran valor para instruir a los


obreros. Sus proposiciones positivas referentes a la so¬
ciedad futura, tales como la desaparición del conflicto
entre la ciudad y el campo, la abolición de la familia,
de laganancia privada y del trabajo asalariado; la pro¬
clamación de la armonia social y la transformación del
Estado en una simple administración de la producción,
todas estas proposiciones no hacen sino aumentar la
desaparición del antagonismo de las clases, antagonis¬
mo que comienza solamente a dibujarse y del que los
inventores de sistemas no conocen todavía sino las pri¬
meras formas indistintas y confusas. Así, estas propo¬
siciones no tienen más que un sentido puramente utó¬
pico.
La importancia del socialismo y del comunismo crí¬
tico-utópico está en razón inversa del desarrollo his¬
tórico. A medida que la lucha de las clases se acentúa
y toma forma, el fantástico desdén que inspira, esa fan¬
tástica pierde todo valor prác¬
oposición que se le hace,
tico, toda justificación teórica. He ahí por qué si en
muclios respectos los autores de esos sistemas eran re¬
volucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son
siempre reaccionarias, pues sus secuaces se enobstinan
oponer las viejas concepciones de su maestro a la evo¬
lución histórica del proletariado. Buscan, pues, y en
esto son lógicos, entorpecer la lucha de clases y con¬
ciliar los antagonismos. Continúan soñando con la rea¬
lización experimental de sus utopías sociales: estable¬
cimiento falansterios aislados, creación de colonias
de
interiores, fundación de una pequeña Icaria (1), edi¬
ción en dozavo de la Nueva Jerusalén; y para la cons¬
trucción de todos estos castillos en el aire se ven for¬
zados a hacer llamamientos al corazón y a la bolsa de
los filántropos burgueses. Poco a poco caen en la cate¬
goría de los socialistas reaccionarios o conservadores

(1) Llamábase Icaria el país fantástico en que Cabet


describía sus instituciones comunistas; como «falansterios»,
las imaginadas por Fourier, y «colonias interiores», las fun¬
dadas por Oven.—N. del T.
MARX Y ENGELS

descritos más arriba y no se distinguen más que por


una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa
y fanática en la eficacia maravillosa de su ciencia so¬
cial.
Opónense, pues, con encarnizamiento a toda acción
política de la clase obrera, pues semejante acción no
puede provenir, a su juicio, sino de una ciega falta de
fe en el nuevo Evangelio.
Los owenistas en Inglaterra y los furieristas en Fran¬
cia resisten: unos, contra los cartistas (1), y otros, con¬
tra los reformistas.

(2) Cartistas, partidarios del cartismo; partido político


de ideas muy avanzadas, formado principalmente por obre¬
ros, que figuró mucho en Inglaterra durante los primeros
años del reinado de Victoria. Recibió este nombre porque
pedía una constitución democrática o Carta del pueblo.—
N. del T.

\
IV

Posición de los comunistas ante los diferentes partidos


de oposición

Después de lo que hemos dicho en el capítulo II, la


posición de los comunistas ante los partidos obreros ya
constituidos se explica por sí misma, y, por tanto, su
posición ante los cartistas en Inglaterra y los reforma¬
dores agrarios en América del Norte.
Combaten por los intereses y los fines inmediatos de
la clase obrera; pero en el movimiento presente de¬
fienden y representan al propio tiempo el porvenir del
comunismo.
En Francia, los comunistas se suman al partido de-
mócratasocialista contra la burguesía conservadora y
radical, reservándose, sin embargo, el derecho de criti¬
car las frases y las ilusiones legadas por la tradición
revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que
este partidose compone de elementos contradictorios,
mitad demócratas socialistas en la acepción francesa de
la palabra, mitad burgueses radicales.
En comunistas sostienen al partido que
Polonia, los
ve en una revolución agraria la condición de la manu¬
misión nacional; es decir, el partido que hizo en 1846
la insurrección de Cracovia.
En Alemania, el partido comunista lucha de acuerdo
con la burguesía tantas veces como la burguesía se re¬
vuelve revolucionariamente contra la monarquía abso¬
luta, la propiedad territorial feudal y la pequeña bur¬
guesía.
372 MARX Y ENGELS

Pero jamás, en ningún momento, se olvida este par¬


tido de despertar entre los obreros una conciencia cla¬
ra y limpia del antagonismo profundo que existe entre
la burguesía y el proletariado, a fin de que, cuando
llegue la hora, los obreros alemanes sepan convertir las
condiciones sociales y políticas creadas por el régimen
burgués en otras tantas armas contra la burguesía; con
objeto de que tan pronto sean destruidas las clases reac¬
cionarias de Alemania, la lucha pueda empeñarse con¬
tra la misma burguesía.
Alemania sobre todo es hacia donde se concentra
A
la atención de los comunistas, porque Alemania se en¬
cuentra en vísperas de una revolución burguesa y por¬
que realizará esta revolución en las condiciones más
avanzadas de la civilización europea y con un proleta¬
riado infinitamente más desarrollado que los de Inglate¬
rra y Francia en los siglos xvn y xvm, y, por conse¬
cuencia, la revolución burguesa alemana no podrá ser
sino el preludio de una revolución proletaria inmediata.
En suma, los comunistas apoyan en los diferentes paí¬
ses todo movimiento revolucionario contra el estado de
cosas social y político existente.
movimientos ponen por delante la cues¬
En todos estos
tión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más
o menos desarrollada que revista, como la cuestión fun¬

damental del movimiento.


En fin, los comunistas trabajan por la unión y la
cordialidad de los partidos democráticos de todos los
países.
Los comunistas no se cuidan de disimular sus opi¬
niones y sus proyectos. Proclaman abiertamente que
sus propósitos no pueden ser alcanzados sino por el
derrumbamiento violento de todo el orden social tradi¬
cional. ¡Que las clases directoras tiemblen ante la idea
de una revolución comunista! Los proletarios no pue¬
den perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio,
un mundo que ganar.
¡Proletarios de todos los países, unios!
FIN DEL «MANIFIESTO COMUNISTA
CARLOS MARX

PRECIOS,
SALARIOS Y GANANCIAS

Trabajo leído ante el Consejo General


de la Asociación Internacional de Tra¬
bajadores el 20 de julio de 1865; es
decir, dos años antes de publicado el
primer tomo de «El Capital»
Ciudadanos:
Antes de ocuparmede mi tema, permitidme que os
haga algunas observaciones preliminares.
Actualmente reina entre las naciones continentales
una verdadera epidemia de huelgas y en ellas se pide a

grito en cuello el aumento de los salarios. La cuestión


será solventada en nuestro próximo Congreso. Los miem¬
bros del Consejo General de la Asociación Internacio¬
nal deben tener una opinión formada sobre esta cues¬
tión primordial. También me he impuesto el deber, por
mi parte, de tratar a fondo la cuestión, aun exponién¬
dome a poner a prueba vuestra paciencia.
Debo hacer otra observación previa, refiere al
que se
ciudadano Weston. No solamente ha expuestoante vos¬
otros, sino sostenido en público, en lo que él cree ser
el interés de la clase obrera, opiniones que son, bien
lo sabe, las más antipáticas a la misma clase obrera.
Esto fue hacer gala de un valor moral que todos nos¬
otros debemos venerar en sumo grado. Espero que, a
pesar del estilo sin galas de mi trabajo, mi conclusión
le convencerá de que yo admito lo que me parece que
es la idea justa escondida en el fondo de su tesis, aun¬

que en todo caso y en su forma presente debo conside¬


rarla como falsa en teoría y peligrosa en la práctica.
Dicho esto, emprendo mi tarea.
1

Producción nacional y parte del salario

La argumentación del ciudadano Weston se apoya,


en en estos dos supuestos: 1.° «La suma de la
realidad,
producción nacional» en una «cosa fija», una cantidad,
o, como dicen los matemáticos, una «magnitud constan¬
te»; 2.° «La suma de los salarios reales», es decir, de
los salarios medidos por la cantidad de mercancías que
pueden comprar, es una suma «fija», una «magnitud
constante».
primera afirmación es un error manifiesto. De año
La
en año veis acrecentarseel valor y la masa de la pro¬
ducción, al mismo tiempo que las masas productoras
del trabajo nacional, y la cantidad de dinero para hacer
circular esta creciente producción cambia continuamen¬
te también. Lo que es verdad al fin del año es verdad
para cada día medio del año. El total, la magnitud de
la producción nacional, cambiacontinuamente. No es
unamagnitud «constante», sino, por el contrario, una
magnitud «variable»; además de las variaciones de la
cifra de la población, debe esto resultar también a cau¬
sa del continuo cambio en «la acumulación del capi¬
tal» y en «las fuerzas productoras del trabajo». Es in¬
dudable que si hoy se produjera un «alza de la tasa
general de los salarios», esta alza, fueren cuales fue¬
sen sus efectos ulteriores, «por sí misma» no cambia¬
ría repentinamente la suma de la producción. Partiría,
en primer lugar, del estado de cqsás existente. Mas si
«antes» del alza de los salarios la producción nacional
378 CARLOS MARX

era «variable», y no fija, continuaría siendo variable, y


no fija, «después» del alza de los salarios.
Pero supongamos que el total de la producción sea
«constante» en lugar de ser «variable». Aun entonces,
lo que nuestro amigo Weston mira como una
lógica
conclusión, resultaría todavía una afirmación gratuita.
Si tengo un número dado, digamos ocho, los limites ab¬
solutos de
ese número no impiden a sus partes cam¬
biar límites «relativos». Si las ganancias eran seis
sus

y los salarios dos, los salarios podrían elevarse a seis, las


ganancias bajar a dos y la suma total quedar siendo
ocho. Así, pues, la fijeza de la suma de la producción
de ningún modo probaría la fijeza de los salarios. ¿Cómo
prueba nuestro amigo Weston esta fijeza,? Afirmándola
simplemente.
Pero aun concediéndosela, esta afirmación sería de
doble filo y él no la usa sino en un sentido. En efecto,
si el total de los salarios es una magnitud constante, no
puede ser entonces aumentada ni disminuida. Si, pues,
produciendo un alza pasajera de los salarios los obre¬
ros cometen una locura, no la cometerían menor los ca¬

pitalistas produciendo una baja de los salarios igual¬


mente pasajera. Nuestro amigo Weston no niega que en
esas circunstancias los obreros «pudieran»
producir una
baja forzada de los salarios; solamente que, según él,
siendo la suma de esos salarios naturalmente fija, de¬
bería producirse una reacción. De otra parte, sabe tam¬
bién que los capitalistas «pueden» producir una baja
forzada de los salarios, y que es eso lo que ellos conti¬
nuamente procuran producir. En virtud del principio
de lafijeza de los salarios, debe producirse en este se¬
gundo caso, no menos que en el primero, una reacción.
Por consiguiente, los obreros tendrían razón para re¬
sistirse a la tentativa o al hecho de la baja de los sa¬
larios. Y en tal caso tendrían igual razón para provo¬
car «un alza de los salarios», porque toda «reacción»
contra la baja de los salarios es una «acción suficiente»
para subirlos. Así, en virtud del principio de la «fijeza
de los salarios» sustehtado por el ciudadano Weston, los
379
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

obreros deberían en ciertas circunstancias coligarse y


luchar por un aumento de salario.
Si lo niega es preciso que renuncie a la proposición
de la que se deriva esta conclusión. Que no vaya a de¬
cir que el total de los salarios es una «cantidad cons¬
tante», porque aun no pudiendo y no debiendo «aumen¬
tarse» pueda y deba «disminuir» todas las veces que
esto plazca place al capitalista alimentar¬
al capital. Si
se con patatas en lugar de pan blanco, os hará tomar
su voluntad por una ley de economía política y os so¬
meteréis. Si en un país la tasa de los salarios es más
elevada que en ejemplo,
otro, en los Estados Unidos, por
superior que en Inglaterra, será preciso explicar esta
diferencia entre la voluntad del capitalista americano
y la voluntad del capitalista inglés. He aquí un méto¬
do que ciertamente simplificaría en gran manera no
solamente el estudio de los fenómenos económicos, sino
también el de todos los otros fenómenos.
Y aun en ese caso, preguntar:
nosotros podríamos
«¿Por qué la capitalista americano es dis¬
voluntad del
tinta de la voluntad del capitalista inglés? Y para res¬
ponder a la pregunta sería necesario salirse del terre¬
no de la simple «voluntad». Cualquiera puede, en efec¬

to, decirme que Dios quiere una cosa en Francia y otra


cosa distinta en Inglaterra. Pero si le pongo en el aprie¬

to de explicar esta dualidad de la voluntad divina, ten¬


dría que acudir a la osadía de responderme que es así
porque a Dios le place tener dos voluntades distintas.
Claro que nuestro amigo Weston es incapaz de argu¬
mentar con tan absoluta falta de razonamiento.
La «voluntad» del capitalista es ciertamente la de to¬
mar lo más posible. Lo que nosotros tenemos que ha¬
cer no es disertar acerca de su «querer», y sí infor¬
marnos de su «poder», o sea, investigar los «límites de
ese poder» y el «carácter de esos límites».
II

Influencia de las variaciones del salario en la cantidad


y clase de los productos

El escrito que nos ha leído el ciudadano Weston podría


caber, empleando la locución inglesa, «en una cascara
de nuez».
Toda su argumentación se reduce a ésta: Si la clase
obrera obliga a la clase capitalista a desembolsar cinco
chelines en lugar de cuatro, bajo la forma de salario en
dinero, el capitalista mercancía,
dará, bajo la forma de
un valor del alza de
equivalente a cuatro chelines antes
los salarios. Pero ¿por qu ocurre así? ¿Por qué el
capitalista no da más que cuatro chelines de mercan¬
cías por cinco chelines de dinero? ¿Por qué la totali¬
dad de los salarios es invariable? ¿Por qué se ha fija¬
do en cuatro chelines de mercancías? ¿Por qué no en
tres, en dos o en cualquier otra suma de dinero? Si el
límite de la totalidad de los salarios está determinado
por una ley económica, igualmente independiente de la
voluntad del capitalista y de la voluntad del obrero, la
primera cosa que ha debido hacer el ciudadano Weston
era formular esta ley, y la segunda, probar que la to¬
talidad de los salarios pagados en un momento dado
corresponde siempre exactamente a la cantidad necesa¬
ria de los salarios sin apartarse nunca de ella.
el límite marcado a la totalidad de
Si, por otra parte,
los salarios se funda en la «simple voluntad» del capi¬
talista o en la cuantía de su avaricia, el límite es, evi¬
dentemente, arbitrario. Es más, no siendo en sí necesa-
382 CARLOS MARX

rio, puede cambiarse «por» la voluntad del capitalista, y


puede también cambiarse «contra» su voluntad.
En apoyo de su teoria, y tratando de darla
claridad,
el ciudadano Weston nos hace una
comparación: Cuan
do una sopera, nos dice, contiene cierta cantidad de so¬
pa destinada a determinado número de personas, un
aumento de la dimensión de las cucharas no produci¬
ría ningún aumento en la cantidad de la sopa.
Pues
bien: me permitirá que le diga que su sopera es de¬
fectuosa. Su comparación me ha recordado la del ro¬
mano Menenio Agripa. Cuando los plebeyos se decla¬
raron en huelga contra los patricios, uno de éstos, Agri¬
pa, trató de demostrar a los huelguistas que el vientre
patricio era el que mantenía los miembros del cuerpo
político todo. Mas Agripa olvidó demostrar cómo se pue¬
den nutrir los miembros de un hombre llenando el vien¬
tre de otro. El ciudadano Weston, por su parte, ha ol¬
vidado que la sopera en la que los obreros encuentran
su alimento se ha llenado con el producto entero del
trabajo nacional, y que lo que les impide tomar más
no es ni la estrechez del continente ni la insuficiencia
del contenido, sino únicamente la pequenez de sus cu¬
charas.
¿Cuál el procedimiento empleado por el capitalista
es
para no dar más que cuatro chelines contra cinco? Au¬
mentar simplemente el precio de la mercancía que ven¬
de. Pero ¿acaso un aumento, y más generalmente un
cambio de precio de las mercancías, acaso los precios
mismos de las mercancías dependen de la simple vo¬
luntad del capitalista? ¿No son precisas, por el contra¬
rio, ciertas circunstancias para que esta voluntad se
realice? Si esto no fuese así, los movimientos de alza
y baja del mercado, las oscilaciones incesantes de los
precios corrientes se convertirían en un enigma in¬
descifrable.
Porquesuponemos que ningún cambio se ha operado
ni enla cantidad del capital o del trabajo empleado ni
en el valor del dinero por el cual se estiman los valo¬

res de los productos; pero si no ha habido «cambio sino


en la tasa de los salarios», ¿cómo
podría influir este alza
383
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

de los salarios «en el precio de las mercancías»? Pues


haciéndolo únicamente en la proporción que existe en¬
tre la demanda y la oferta de esas mercancías.
Es perfectamente cierto que, tomada en conjunto, la
clase obrera gasta, y debe forzosamente gastar, su sala¬
rio en artículos de primera necesidad. Un alza general
de la tasa de salarios ocasionaría, pues, un aumento de
la demanda, y, por consiguiente, un alza «del precio co¬
rriente de estos artículos». Los capitalistas que produ¬
jesen estos objetos de primera necesidad, por el alza
de los precios corrientes de sus mercancías se reembol¬
sarían del alza de los salarios. Sí; pero ¿y los otros
capitalistas, «los que no producen» los artículos de pri¬
mera Y no es ciertamente escaso el nú¬
necesidad...?
mero de esta clase de capitalistas. Si reflexionáis que
las dos primeras clases de la producción nacional se
consumen por la quinta de la población (un miembro
de la Cámara de los Comunes dijo por la séptima), com¬
prenderéis que la producción nacional debe componer¬
se, en una inmensa proporción, de objetos de lujo o
de productos «canjeados» por objetos de lujo, y tam¬
bién que una enorme cantidad de esos objetos de pri¬
mera necesidad debe estar desperdiciada en el sosteni¬
miento de los lacayos, de los caballos, de los gatos, y
así sucesivamente. Ese desperdicio, lo sabemos por ex¬
periencia, disminuye y se convierte siempre en muy
limitadocuando suben los precios de los artículos de
primera necesidad.
Veamos, pues, cuál sería la situación de los capitalis¬
tas «que no produjesen esos artículos». En la «baja de
la tasa de las ganancias», que habría seguido el alza
general de los salarios, no encontrarían ninguna com¬
pensación. No podrían «subir los precios de sus mer¬
cancías», porque la demanda de esas mercancías no se
habría aumentado.
Sus ganancias habrán disminuido, y sobre esa ganan¬
cia menor tendrán que tomar más para procurarse la
misma cantidad de objetos de primera necesidad subi¬
dos de precio. Pero esto no será todo. Habiendo dis¬
minuido su ganancia, tendrán menos que gastar en ob-
384 CARLOS MARX

jetos de lujo y, por consiguiente, habrá una disminu¬


ción en la demanda recíproca de sus respectivas mer¬
cancías. Esta disminución de la demanda traería, na¬
turalmente, una baja de sus precios. Así, pues, en es¬
tas ramas de la industria, «la tasa de las ganancias ba¬
jaría» : a) el alza general de los salarios, b) el alza de
los precios de los artículos de primera necesidad, c) la
baja de los artículos de lujo.
¿Cuál sería la consecuencia «de esta diferencia en la
tasa de las ganancias» para los capitales empleados en
las distintas ramas de la industria? La consecuencia que
generalmente domina siempre, que, por una razón cual¬
quiera, la «tasa media de las ganancias» se extiende a
las diferentes esferas de ia producción: Capital y tra¬
bajo mudarían de sitio; abandonarían las ramas de la
industria menos remuneradas, prefiriendo las que lo
fueran más, y ese movimiento no cesaría sino cuando,
en una rama de la industria, ésta hubiese aumentado

proporcionalmente al aumento de la demanda, y cuan¬


do, en las otras, la oferta se nivelase con la demanda
disminuida. Una vez operado este cambio, la tasa ge¬
neral de las ganancias se «igualaría» de nuevo en las
diferentes ramas. Y como todo el desarreglo procedía
en su origen de un simple cambio en la proporción de
la demanda y de la oferta de las distintas mercancías,
cesando la causa cesaría el efecto, y «los precios» vol¬
verían a su antiguo nivel y volverían a tomar su equi¬
librio. En lugar de limitarse a algunas ramas de la in¬
dustria, «la baja de la tasa de las ganancias», conse¬
cuencia del alza en los salarios, se habría convertido en
general. De acuerdo con nuestro supuesto, no habría
sobrevenido ningún cambio en las fuerzas productoras
del trabajo ni en el conjunto total de la producción;
pero esta masa, «esa totalidad dada de la producción,
habría cambiado de forma». Una mayor parte del pro¬
ducto existiría bajo la forma de objetos de primera ne¬
cesidad; una parte menor bajo la forma de objetos de
lujo; o sea, que una parte menor se canjearía por ob¬
jetos de lujo importados de fuera, que se consumirían
en su forma de origen; o lo que resulta todavía igual,
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 385

una parte mayor del producto indígena se cambiaría


por objetos de primera necesidad importados, en lugar
de canjearse por objetos de lujo. Así, la baja general
de la tasa de los salarios, después de una perturbación
temporal de los precios corrientes, no tendría más re¬
sultado que el de la baja general de la tasa de las ga¬
nancias, sin producir ningún cambio estable en los pre¬
cios de las mercancías.
se me objeta que en la presente argumentación doy
Si
por sentado que la totalidad del salario adicional se ha
empleado en la compra de objetos de primera necesi¬
dad, responderé que he hecho la suposición más favora¬
ble a la opinión del ciudadano Weston. Si los salarios
adicionales se hubieran empleado en la compra de ar¬
tículos que no figuraban antes en el consumo de los
obreros, no habría necesidad de probar en otra forma
que se ha aumentado el importe de la compra de és¬
tos. Eso, no obstante, provendría únicamente de una
subida de salarios; este aumento del producto de la
compra de los obreros debe coincidir exactamente con
la disminución del producto de la compra de los capi¬
talistas. «La masa de la demanda» de las mercancías
no aumentaría, pues, y lo que cambiaría serían «las
partes constituyentes» de esta masa. La creciente de¬
manda, por un lado, estaría contrabalanceada por la
merma de la demanda del otro. Así, la masa de la de¬
manda se estacionaría y ningún cambio podría produ¬
cirse en los precios corrientes de las mercancías.
Se llega, pues, a este dilema: o los salarios adiciona¬
les se emplean igualmente en la compra de todos los
objetos de consumo (y entonces la aplicación de la de¬
manda referente a la clase obrera debe ser compensa¬
da por la disminución en la demanda relativa a la cla¬
se capitalista), o los salarios adicionales se emplean úni¬
camente en la compra de algunos artículos cuyos pre¬
cios corrientes subirían por cierto tiempo. Entonces el
algunas ramas de la
alza de la tasa de las ganancias en
industria, que será la consecuencia de todo ello, pro¬
ducirá un cambio en la distribución del capital y del
trabajo, y ese movimiento continuará hasta que la ofer-
13
380 CARLOS MARX

ta haya alcanzado el nivel de la demanda disminuida


en otras ramas. En
las una de las hipótesis ocurrirá
cambio en los precios de las mercancias: volverán a ba¬
jar a su anterior nivel. En las dos hipótesis, el alza ge¬
neral de la tasa de los salarios no llegará, en resumidas
cuentas, más que a una baja general de la tasa de las
ganancias.
Para poner en juego vuestras facultades imaginativas,
el ciudadano Weston os ha conjurado para que no pen¬
séis en las dificultades que os asaltarían si todos los
salarios agrícolas subieron en Inglaterra de nueve che¬
lines a dieciocho. «¡Pensad —exclama— en el enorme
aumento que se produciría en la demanda de los géne¬
ros de primera necesidad, cuya consecuencia sería el
aterrador aumento de sus precios!» Ahora bien: todos
sabéis que el salario medio del trabajador agrícola de
América se eleva a más del doble de el del trabajador
agrícola de Inglaterra, bien porque los precios de los
productos Estados Uni¬
agrícolas sean más bajos en los
dos que en el Reino Unido, bien porque la suma anual
de los productos sea mucho más débil en los Estados
Unidos que en Inglaterra. ¿Por qué, pues, nuestro ami¬
go pondera así la alarma? Sencillamente, para sacar de
quicio la verdadera cuestión que vamos a examinar. Un
alza que hiciera subir repentinanmente los salarios de
nueve chelines a dieciocho sería un alza repentina de
ciento por ciento. Ahora bien: no discutimos en modc
alguno la cuestión de saber si la tasa genera! de los
salarios en Inglaterra podría subir de repente un tan¬
to por ciento tan grande. No nos ocupemos para nada
de la «magnitud» del alza, lo cual, en la práctica, debe
depender en cada caso particular de determinadas cir¬
cunstancias y a ellas amoldarse. Solamente investigue¬
mos cuál sería la consecuencia de un alza general en
la tasa de los salarios, aunque este alza no fuese más
que de uno por ciento.
Dejando, pues, aparte al amigo Weston y su alza fan¬
tástica de ciento por ciento, me propongo llamar vues¬
tra atención acerca del alza real de los salarios que tuvo
lugar de 1849 a 1859 en la Gran Bretaña.
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 387

Todos conocéis el «bilí» de las diez horas, o más exac¬


tamente, de las diez horas y media, introducido en la
legislación inglesa después de 1848. Constituye uno de
los más grandes cambios económicos de que hemos sido
testigos. Esta fue un alza súbita y forzada de los sala¬
rios, no sólo en algunas profesiones y en algunas lo¬
calidades, sino én todas las grandes industrias que han
establecido la supremacía de Inglaterra en los merca¬
dos universales. Una verdadera y total alza de los sa¬
larios en circunstancias singularmente desfavorables. El
doctor Ure, el profesor Sénior y todos los otros econo¬
mistas oficiales, oráculos de la burguesía, «demostra¬
ron», y debo decirlo, fundándose en motivos mucho más
sólidos que los de nuestro amigo Weston, que la ley
nueva iba a tocar a muerto para la industria inglesa.
Demostraron que no equivalía simplemente a un alza
de los salarios, sino más bien a un alza de los salarios
que tenía como punto de partida una disminución de
la cantidad de trabajo hecha, basada en esta disminu¬
ción. Afirmaron que la dozava hora, de la que se que¬
ría privar al capitalista, era precisamente la sola, la úni¬
ca, de la que sacaba sus ganancias. Nos amenazaron con
las más terribles consecuencias: disminución de la acu¬
mulación y de la producción, alza de precios, pérdida de
mercados, reacción inevitable en los salarios, ruina fi¬
nal. De hecho declaraban que el máximum decretado
por Robespierre era una ley anodina comparada con
aquélla; y en cierto modo, tenían razón. ¡Pues bien!
¿Cuál fue el resultado de la medida? Un alza en dine¬
rodel salario de los obreros de fábrica, a pesar del acor¬
tamiento de la jornada de trabajo, con gran acrecenta¬
miento del número de los brazos empleados en las fá¬
bricas; una baja no interrumpida de los precios de sus
productos; un maravilloso desarrollo de las fuerzas pro¬
ductoras de su extensión, en fin, pro¬
trabajo, y una
gresiva e inaudita de los mercados abiertos a sus pro¬
ductos.
En Manchester, en 1860, cuando la reunión de la So¬
ciedad para el adelanto de las ciencias, yo mismo oí de¬
cir al señor Newman que él, el doctor Ure, Sénior y
38S CARLOS MARX

todos los otros intérpretes oficiales de la ciencia eco¬


nómica se habían equivocado, al paso que el instinto
popular había visto lo justo. Me refiero al señor W. New-
man, no al profesor FYancisco Newman, que ocupa un

puesto distinguido en la ciencia económica, como cola¬


borador y editor de la «Historia de los precios», de
M, Thontas Tovke, esa magnífica obra, que paso a paso
sigue la historia de los precios desde 1793 hasta 1856.
Si la idea fija de nuestro amigo Weston, total fijo de
los salarios, total fijo de la producción, grado fijo de
la productibilidad del trabajo, voluntad fija y perma¬
nente de los capitalistas; si todas esas otras fijezas y fi¬
nalidades hubiesen sido atinadas, las fúnebres prediccio¬
nes del profesor Sénior hubieran estado justificadas, y,
en cambio, Roberto Owen se habría equivocado; él, que
desde 1816 declaraba muy alto que una reducción ge¬
neral de la jornada de trabajo era el primer paso para
preparar la emancipación de la clase obrera; él, que,
contra viento y marea de las preocupaciones reinantes,
osó tomar la iniciativa de esta reducción, por su cuen¬
ta y riesgo, propia fábrica de New-Lanark.
en su
Durante este período, en el que se produjo,
mismo
con la adopción de la ley de las diez horas, el alza de los

salarios, hubo en la Gran Bretaña un «alza general de


los salarios agrícolas» por razones que no son del caso
enumerar. Aquí os haré algunas observaciones prelimi¬
nares. si bien, a decir verdad, no lo exige el fin
que
inmediato de mi demostración, os librarán de toda con¬
clusión errónea.
el salario de un obrero que gana dos chelines por
Si
semana subiera a cuatro chelines, la tasa del salario ha¬

bría aumentado en un ciento por ciento. Traducido como


alza en la tasa de los salarios, semejante aumento pare¬
cería magnífico, y, sin embargo, el total real del salario
recibido no por eso habría quedado menos escuálido y
propio para morirse de hambre. No os dejéis, pues, sor¬
prender jamás por los cantos de sirena del tanto por
ciento en la tasa de los salarios. Preguntad siempre cuál
era el salario antes del alza.
Por lo demás, comprenderéis que si hubiese diez obre-
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 389
ros pagados a dos chelines cada uno, cinco pagados a
cinco chelines y cinco pagados a 11 chelines por sema¬
na, reunidos los veinte obreros recibirán 100 chelines,
o sea cinco libras por semana. Si entonces se produ¬
jese un alza, supongamos de 20 por 100, en la masa to¬
tal de sus salarios semanales, de cinco libras esterlinas,
esta masa pasaría a seis. Tomando el tipo medio po¬
dríamos decir que «la tasa general de los salarios» ha¬
bría subido un 25 por 100, por más que, en realidad, los
salarios de los diez obreros fuesen los mismos, y los del
primer grupo de cinco obreros sólo hubiesen subido de
cinco chelines a seis, mientras que los del segundo gru¬
po de cinco obreros se elevarían de 55 chelines a 72.
Para una mitad de los obreros, la situación en manera
alguna mejoraría; para la cuarta parte se habría me¬
jorado imperceptiblemente, y, finalmente, la cuarta par¬
te de entre ellos solamente se habría beneficiado en rea¬
lidad con el alza. Sin embargo, calculando según el tipo
medio, la suma total de los salarios de veinte obreros
habría aumentado en un 25 por 100, y en lo que se re¬
fiere a la masa del capital que los emplea y a los pre¬
cios de las mercancías que produjeran, sería exactamen¬
te la misma que si todos hubiesen recibido parte igual
en el alza media de los salarios. En el caso del traba¬
jador agrícola, como el patrón de los salarios, lejos de
ser el mismo en losdiferentes condados de Inglaterra
y de Escocia, varía, el alza les afecta de una manera
demasiado desigual.
Finalmente, el período en que se produjo este alza de
los salarios sufrió distintas influencias para contrarres¬
tar sus efectos; tales, el establecimiento de nuevos im¬
puestos a consecuencia de la guerra de Crimea, la de¬
molición de una parte considerable de las habitaciones
ocupadas por los trabajadores agrícolas y así sucesiva¬
mente.
Hechas estas salvedades, diré que desde 1849 a 1859
se produjo «un alza de cerca» del 40 por 100 de la tasa
media de los salarios agrícolas de la Gran Bretaña. Po¬
dría presentar amplios detalles en apoyo de mi aserto;
pero creo que bastará, para el objeto de este debate,
390 CARLOS MARX

remitiros al trabajo crítico, por demás concienzudo, leí¬


do por el señor J. Morton, en 1860, en la Sociedad de
las Artes y Oficios de Londres sobre «Las fuerzas em¬
pleadas en la agricultura». El autor estableció sus es¬
tadísticas con la ayuda de cuentas y de otros documentos
auténticos que recogió de un centenar de colonos resi¬
dentes en doce condados de Escocia y treinta y cinco
condados de Inglaterra.
Según la opinión de nuestro amigo Weston acerca del
alza simultánea en los salarios de diversas fábricas, el
alza de los salarios agrícolas debía acarrear un aumen¬
to horroroso del precio de los productos agrícolas du¬
rante el período comprendido entre 1849 y 18'56. ¿Suce¬
dió así? Lejos de eso, a despecho de la guerra de Cri¬
mea y de malas cosechas sucesivas de 1854 a 1856, el
precio medio del trigo, el principal producto agrícola de
Inglaterra, bajó cerca de tres libras esterlinas el «quar-
ter» (1), en los años de 1838 a 1848, y cerca de dos li¬
bras 10 chelines en los años 1849 a 1859. Esto constitu¬
ye una baja del precio del trigo de más de un 16 por
100, simultáneo con un alza media de 40 por 100 en
los salarios agrícolas.
Durante el mismo período, si comparamos el fin con
el comienzo, 1S59 con 1849, hubo una disminución en
las cifras del pauperismo oficial que las hizo bajar de
934.419 asilados a 860.470 (una diferencia de 73.949); pe¬
queña disminución en verdad, y que desapareció de
nuevo en los años siguientes, pero es de todos modos
una disminución.
Se podría decir que a consecuencia de la derogación
de las leyes sobre los cereales la importación de los
granos extranjeros los hizo duplicar durante el perío¬
do comprendido entre 1849 y 1859, comparado con el
período de 18'38 a 1848. Ahora bien: colocándose en el
punto de vista del ciudadano Weston, parecería que esta
demanda repentina, inmensa y siempre creciente, de gé-

(1) Medida inglesa, es equivalente a ocho fanegas (in¬


glesas); es decir, cerca de tres hectolitros (escasamente,
dos hectolitros, nueve decalitros y una fracción).
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 391

ñeros extranjeros iba a provocar una horrorosa alza de


los precios de los productos agrícolas, siendo siempre
igual el aumento de la demanda, proceda del exterior o
del interior. ¿Qué sucedió? Aparte algunos años de ma¬
las cosechas, durante este período la baja desastrosa
de los precios de los cereales constituyó en Francia un
tema constante de reclamaciones; los americanos se
vieron obligados a muchas veces el exceso de
quemar
producción, y Rusia, si se ha de creer al señor Urquhart,
fomentó la guerra de Secesión porque la concurrencia
americana aplastaba sus producciones agrícolas en los
mercados europeos.
«Reducido a su forma abstracta» el argumento del
ciudadano Weston, tomaría la siguiente: Toda alza en
la demanda se produce siempre sobre la base de una
cantidad dada de la producción. No puede, pues, «jamás
aumentar la oferta de los artículos demandados», no pue¬
de más que «subir sus precios en dinero». Ahora bien:
la más sencilla observación demuestra que en cier¬
tos casos una demanda mayor no haría variar en nada
los precios de las mercancías, y que, en ciertos casos,
determinada un alza pasajera de los precios corrien¬
tes, seguida de una oferta mayor, que asimismo va
seguida de un retroceso de los precios al nivel pri¬
mitivo, y que, en muchos casos, también los rebaja por
«bajo» de ese nivel. Que el acrecentamiento de la deman¬
da sea el efecto de los salarios adicionales o de otra cual¬
quier causa, eso en nada modifica las condiciones del
problema. Desde ese punto de vista en que se ha colo¬
cado el amigo Weston, el fenómeno general es tan di¬
fícil de explicar como si se presentara en las circunstan¬
cias excepcionales de un alza de los salarios. Su argu¬
mento no tendría, pues, relación de ningún género con
el tema que tratamos.

Expresa únicamente la perplejidad de su espíritu obli¬


gado a explicarse las leyes a tenor de las cuales un
acrecentamiento de la demanda se traduce en un acre¬
centamiento de la oferta, en lugar de producir el alza
de los precios corrientes.
III

Movimiento de los salarios y del dinero

Al segundo día del debate, nuestro amigo Weston ha


revestido sus viejos asertos con formas nuevas. Nos ha
dicho: «A consecuencia de un alza general de los sala¬
rios en dinero, sería menester más moneda para pagar
el mismo salario. Siendo «fija» la cantidad de la mone¬
da en circulación, ¿cómo pagar con esta moneda fija los
salarios que se han aumentado en dinero?» Al principio,
la dificultad venía de la cantidad fija de las mercancías
que correspondían al obrero, a pesar del aumento de su
salario en dinero: ahora la dificultad es el aumento del
salario en dinero, a pesar de la cantidad fija de las mer¬
cancías. Se entiende, por supuesto, que, si rechazáis el
aserto primitivo, el segundo desaparecerá «ipso facto».
Sea lo que fuere, voy a demostrar que esta cuestión
de la moneda en circulación huelga en el tema que dis¬
cutimos.
En nuestro país el mecanismo de los medios de pago
está más perfeccionado que en ningún otro país de Euro¬
pa. Gracias a la extensión y a la concentración de nues¬
tro sistema de bancos, es menester mucha menos mo¬
neda para hacer circular la misma cantidad de valores
y para producir una suma de negocios igual o superior.
Por ejemplo, en lo que se refiere a los salarios, el obre¬
ro de nuestras fábricas gasta al fin de la semana con
el tendero su salario, el cual lo envía cada semana al
banquero, quien, a su vez, mándalo al fabricante, y és¬
te, en fin, se sirve de nuevo de él para pagar a sus obre¬
ros, y así sucesivamente. Por este procedimiento un sa-
394 CARLOS MARX

lario anual, pongamos 52 libras esterlinas, puede pa¬


garse con una sola pieza de un soberano, rodando en el
mismo círculo todas las semanas. El mecanismo es to¬
davía menos perfecto en Inglaterra que en
Escocia, y
no es igual en todas
paites; así es que encontramos, por
ejemplo, que en algunos distritos agrícolas comparados
con los distritos puramente fabriles, se necesita de una
cantidad mucho mayor de dinero para hacer circular
una cantidad mucho menor de valores.

Pasad el canal de la Mancha y encontraréis


que en
Alemania, en Italia, en Suiza y en Francia los salarios
son mucho más bajos que en Inglaterra, pero su circu¬
lación absorbe una cantidad mucho mayor de dinero. La
misma pieza de oro no será tan pronto interceptada
por
el banquero o devuelta al capitalista industrial,
y, por
consiguiente, en lugar de un soberano que pone en circu¬
lación 52 libras esterlinas anualmente, tendrá quizá ne¬
cesidad de tres soberanos para hacer circular 25 libras
esterlinas de salarios anualmente. Comparando así los
países continentales con Inglaterra, veréis desde luego
que jornales pobres en dinero pueden exigir para su
circulación una cantidad de numerario mucho mayor que
los salarios crecidos, y esto no es, de hecho, más que
un punto técnico del todo, ajenoa nuestro tema.
Según los cálculos másexactos que conozco, se puede
estimar la renta anual de la clase obrera de ese país en
250.000.000 de libras esterlinas. La cantidad del nume¬
rario necesario para la circulación de esta enorme suma
es de cerca de tres millones de libras.
Supongamos un
alza de 50 por 100 en los salarios. Entonces, en lugar de
tres millones de numerario serían menester cuatro mi¬
llones y medio. Pagándose una gran parte de los gastos
diarios del obrero en piezas de plata y cobre (es decir,
en simples signos representativos, cuyo valor en rela¬
ción con el del oro se fija arbitrariamente por la ley
como el del papel moneda de curso forzoso), un alza
de 50 por 100 en los salarios en dinero exigiría, en el
caso más excesivo, una circulación adicional, digamos
un millón. Es decir, que se pondría en circulación un
millón que actualmente, bajo la forma de lingotes o de
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 395

especies amonedadas, duerme en las cajas del Banco


de Inglaterra o en las de los bancos particulares. Pero
también el ligero gasto que ocasionaría el «amonedaje»
y la usura suplementaria de ese millón podría evitarse
y lo sería en efecto si la necesidad de un suplemento
de numerario ocasionara el menor obstáculo. Todos sa¬
béis que la moneda en circulación de ese país se divide
en dos grandes clases: la una, compuesta de billetes de

banco de diferentes clases, sirve para las transaccio¬


nes entre los comerciantes: la otra, las especie me¬
tálicas, circula en el comercio al por menor. Aunque
distintas, estas dos clases de moneda se entrelazan. Así,
la moneda de oro sirve en gran proporción, aun en los
grandes pagos, para todas las sumas inferiores a cinco
libras esterlinas. Si mañana emitiera el Banco billetes
de cuatro, o de tres o de dos libras esterlinas, el oro sa¬
cado inmediatamente de su cauce de circulación afluiría
al que fuese llamado por el alza de los salarios en di¬
nero. Así, el millón suplementario que exigiría un au¬

mento del 50 por 100 en los salarios, estaría disponible,


sin que se hubiese acuñado una sola pieza de más. Se
obtendría el mismo resultado sin emitir un solo billete
de banco de más, aumentando la circulación de los efec¬
tos de comercio, como se hizo durante mucho tiempo
en el condado de Lancáster.

Si un alza general en la tasa de los salarios, de 100


por el ciudadano Weston ha su¬
100, por ejemplo, como
puesto en los salarios agrícolas, produjera una fuerte
alza en los precios de las cosas de primera necesidad,
y si, de acuerdo con su manera de ver, eso exigiera una
cantidad suplementaria de moneda imposible de encon¬
trar, «una baja general de los salarios» debería producir
el mismo efecto, en mayor escala en el sentido opuesto.
Pues bien: todos sabéis que de 1858 a 1860 la indus¬
tria algodonera atravesó los años más prósperos, y que,
particularmente el año de 1860 fue en este sentido sin
precedente en los anales del comercio: sabéis también
que, en la misma época, todas las otras industrias esta¬
ban en extremo florecientes. Los salarios de los algo¬
doneros y los de todos los otros obreros de est£ ramo
396 CARLOS MARX

de la industria eran más elevados en 1860 que lo habían


sido jamás. Sobrevino la crisis americana, y esos sala¬
rios, tomados en redujeron de repente a
conjunto, se
cerca de la cuarta produjo en el sentido
parte. Eso
opuesto un alza del 40 por 100. En efecto, si los sala¬
rios suben de cinco a veinte, decimos que han subido
400 por 100; si bajan de veinte a cinco, decimos que
han bajado el 75 por 100; pero la totalidad del alza
en un caso y la totalidad de la baja en el otro serían
las mismas, es decir, 15 chelines. Se trataba, pues, de
un repentino cambio, sin precedente, en la tasa de
los salarios, cambio que alcanzó a un número de obre¬
ros tal, que lo sufrieron no solamente los empleados
en la industria algodonera, sino también los que de ella

dependían (incluso más de la mitad del número de los


trabajadores agrícolas). Pero ¿bajó por ventura de pre¬
cio el trigo? No. Subió: del tipo medio anual de 47 che¬
lines 8 peniques el «quanter» durante los tres años de
1858, 59 y 60, subió a 53 chelines 10 peniques el «quar-
ter» durante los tres años de 1861, 62 y 63. En cuanto
a las especies metálicas, en 1861 la moneda se acuñó
por 8.675.232 libras esterlinas, mientras que las acu¬
ñadas en 1860 fueron 3.31S'.792; es decir, que en 1861
se amonedaron 5.295.130 libras esterlinas más que en
1868. Es cierto que la circulación de los billetes do
Banco fue en 18'61 inferior en 1.319.000 libras esterli¬
nas a la que aparece en 1860. Haced la resta de esta
suma: queda todavía un excedente de moneda en circu¬
lación, comparado con el años de prosperidad de 1860,
de 3.976.130 libras esterlinas, o, en cifras redondas, de
4.000.000 de libras esterlinas; pero la reserva metálica
del Banco de Inglaterra había disminuido simultánea¬
mente, si no tanto, en una proporción casi igual.
Comparemos ahora 1862 con 1842. Sin contar con el
inmenso acrecentamiento del valor y de la cantidad de
las mercancías puestas en circulación, en 1862 el ca¬
pital empleado en las transacciones normales sobre ac¬
ciones, préstamos, etc., nada más que para los caminos
de hierro de Inglaterra y del País de Gales, subía a
32.000.000 de libras esterlinas, suma que hubiera pare-
397
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

ciclo fabulosa en 1842. Por tanto, las cifras de la mo¬


neda, tomadas en conjunto, eran casi las mismas en
1862 que en 1842, y se registra generalmente una ten¬
dencia hacia la disminución de la moneda frente a un
enorme acrecentamiento del valor, no sólo de las mer¬
cancías, sino también en la transacciones monetarias
en general. Para el que se coloque en el mismo punto de
vista que el amigo Weston, hay aquí un enigma indes¬
cifrable.
Si hubiese profundizado este tema, hubiera encon¬
trado que, fuera de los suponiéndolos
salarios, y aun
fijos, el valor y el conjunto de lasmercancías que han
de circular y, de una manera general, la totalidad de
las transacciones que han de reglamentar, varía cada
día; que la suma de los billetes de Banco emitidos
varía, asimismo, todos los días; que a medida que hay
necesidad de moneda metálica, la proporción entre las
especies circulantes y las especies o los lingotes que
están en reserva o que duermen en los sótanos de los
bancos, cambia diariamente; que la cantidad del me¬
tal absorbido por la circulación nacional y la cantidad
enviada fuera para la circulación internacional es no me¬
nos variable. Habría descubierto que ese dogma de
una cantidad fija de moneda circulante era un error
monstruoso, contradicho por el movimiento de todos
los días. Habría investigado, en fin, las leyes que per
miten ala moneda amoldarse a las circunstancias de
una incesante movilidad, en lugar de
tan buscar un ar¬
gumento contra la subida de los salarios, en su falsa
concepción de las leyes de la moneda.
IV

Patrón de los salarios

Nuestro amigo Weston acepta el proverbio latino:


«Repetitio est mater studiorum.» Para él la repetición
es la madre del estudio, y, en consecuencia, todavía ha

repetido este antiguo dogma en una nueva forma, a sa¬


ber: que la disminución del numerario originadapor
el aumento de los salarios disminución del
traería una
capital, y así sucesivamente. Creo que es del todo su-
perfluo examinar las consecuencias imaginarias que
hace derivar de su fantástico desastre monetario.
Sin detenerme más, voy a reducir inmediatamente a
su forma teórica más sencilla su solo y único dogma,
reproducido bajo tantos aspectos diferentes.
Una sola observación basta para demostrar hasta la
evidencia que ha tratado su tema con un espíritu in¬
adecuado. pero crítico. Se subleva contra el alza de los
salarios o contra los salarios crecidos resultantes de un
alza anterior. Ahora bien, yo pregunto: ¿qué es un
salario alto? ¿Qué es un salario bajo? ¿Por qué decir,
por ejemplo, que un salario de cinco chelines semana¬
les esbajo y que un salario de veinte es subido? Si
cinco bajo comparándolo con veinte, veinte es bajo
es

todavía comparándolo con doscientos. Si un profesor


de física tuviese que dar una lección acerca del termó¬
metro y comenzará por hablar de los grados altos y
de los grados bajos, absolutamente nada me enseñaría.
Sería preciso que antes me dijera cómo se encuentra
el punto de la congelación y el punto de la ebullición,
y que esos puntos están determinados por las leyes
400 CARLOS MARX

naturales y no por el capricho de los comerciantes o


fabricantes de termómetros. Ahora bien:
respecto del
salario y la ganancia, el amigo Weston no
solamente
se ha descuidado en deducir las leyes económicas de
semejantes medidas, sino que al mismo tiempo no ha
echado de menos la necesidad de
investigarlas. Se ha
contentado con aceptar los términos corrientes de alto
y de bajo, como algo de significación fija, y, sin em¬
bargo, es soberanamente claro que no se puede califi¬
car de alto o de bajo
un salario sino comparándolo con
un patrón con el que
se mida su magnitud.
Así, no podrá decirme por qué se da cierta cantidad
de dinero por determinada cantidad de
trabajo. Si me
respondiera que esto está establecido por la ley de la
oferta y de la demanda, ie
preguntaría en primer lu¬
gar: ¿qué ley regula la misma oferta y demanda? Y
con semejante respuesta
le acorralaría desde luego. Las
relaciones entre la oferta y la demanda del
trabajo
cambian a perpetuidad, y
los precios corrientes del
trabajo sufren los mismos cambios. Si la demanda
essuperior a la oferta, los salarios suben; si la oferta es
superior a la demanda, los salarios bajan, por más que
en ciertas circunstancias sea a veces necesario «tan¬
tear» elestado real de la demanda y estar seguro de
poder sostenerla por medio de una huelga, por
ejem¬
plo, de otro procedimiento. Pero si se admite la ofer¬
o
ta y la demanda como la ley reguladora de salarios, se¬
ría, al mismo tiempo que pueril, inútil clamar contra
el alza de los salarios, porque,
según la ley suprema
que se invoca, el alza periódica de los salarios es tan
necesaria y tan legítima como lo es su baja
periódica.
Y si «no se admite» la oferta y la demanda como la
ley reguladora de los salarios, renuevo mi pregunta:
¿por qué se da contra una determinada cantidad de
trabajo cierta suma de dinero?
Pero coloquémonos más francamente frente a la rea¬
lidad: sería absolutamente equivocado creer
que el va¬
lor del trabajo, o de cualquier otra
mercancía, se fija
en último término
por la oferta y la demanda. La ofer¬
ta y la demanda nada
regulan; son las «fluctuaciones»
401
precios, salarios y ganancias

temporales de los precios corrientes del mercado. Ellas


explican qué el precio corriente de una mercan¬
por
cía se eleva sobre «su valor» o baja de su valor, pero
no pueden dar jamás cuenta de ese mismo «valor». Su¬

poned que la oferta y la demanda se equilibran, o,


según la locución de los economistas, se cubren. Pues
bien: en el momento mismo en que esas fuerzas opues¬
tas se conviertan en iguales se paralizan y dejan de
obrar en uno u otro sentido. Y en el momento en que
la oferta y la demanda se equilibran, y, por consiguien¬
te, dejan de obrar, el «precio corriente» de una mercan¬
cía coincide con su «valor real», con el precio del pa¬
trón a rededor oscilan los precios corrientes. Es¬
cuyo
tudiando naturaleza de este «valor», no tenemos
la
que ocuparnos de la manera como se afectan momen¬
táneamente por la oferta y la demanda los precios co¬
rrientes. Esto es igualmente cierto para los salarios y
para los precios corrientes de todas las otras mercan¬
cías.
V

Salarios del trabajo y precios de las mercancías

Reducidos a la más sencilla expresión teórica, todos


los argumentos de nuestro amigo se condensan en un
solo dogma: «Los precios de las mercancías es estable¬
cen o regulan por los salarios.» Podría apelar a la ob¬
servación práctica e invocar su testimonio contra ese
viejo y desacreditado sofisma. Podría deciros que en
Inglaterra los obreros de fábrica, los mineros, los car¬
pinteros de obras y otros, cuyo trabajo se paga relati¬
vamente bien, lo trasladan a otras naciones merced a
lo barato de su producción; mientras que al trabajador
ejemplo, cuyo trabajo se paga rela¬
agrícola inglés, por
tivamente mal, se le aventaja en casi todas las otras
naciones por la carestía de la suya. Estableciendo la
comparación artículo por artículo en un mismo país,
y países, podría demos¬
la de las mercancías de otros
trar, prescindiendo de algunas excepciones más apa¬
rentes que reales, que el tipo medio del elevado precio
del trabajo produce las mercancías de bajo precio, y
que, recíprocamente, el trabajo de bajo precio pro¬
duce las de precio subido. Y, entiéndase
mercancías
bien: probaría que el precio elevado del trabajo
eso no
en un caso, y su baja de precio en el otro, sean las res¬

pectivas causas de esos efectos diametralmente opues¬


tos; pero, cuando menos, eso probaría que los precios
de las mercancías no se fijan por los precios del tra¬
bajo. De todos modos, no tenemos ninguna necesidad
de emplear este método empírico.
Quizá podría negarse que el ciudadano Weston haya
404 CARLOS MARX

dicho nunca dogmáticamente «el precio del salario es


el que regula o determina el precio de las mercancías».
De hecho no ha formulado jamás ese dogma. Ha dicho,
por el contrario,
que la ganancia y la venta eran tam¬
bién las partes
constituyentes del precio de las mer¬
cancías, porque sobre el precio de las mercancías se
paga no solamente el salario del obrero, sino también la
ganancia del capitalista y la renta del propietario ren¬
tista. Pero ¿de qué manera está formado el precio se¬
gún su idea? Ante todo con el salario. Después agrega
una parte adicional de tanto
por ciento a favor del pro¬
pietario rentista. Suponed que la cifra de los salarios
del trabajo empleado en la producción de una mer¬
cancía sea 10. Si la tasa de las mercancías fuese de
10 por 100, entonces el capitalista añadiria 10 a los
salarios desembolsados; si la tasa de la renta fuese
también el 10 por 100 de los salarios, habría una nueva
adición de 10: el total de la mercancía sería, pues, 30.
Pero señalar así el precio sería fijarlo por el salario.
Si en el caso de más arriba, el salario subiese 20, el
precio de la mercancía subiría a 60, y así sucesiva¬
mente. Por eso todos los economistas atrasados que han
presentado esta tesis de la fijación del precio por el
salario se han esforzado en demostrarla tratando la ga¬
nancia y la renta como simples porciones adicionadas
del tanto por ciento de los salarios. Naturalmente, nin¬
guno de ellos hapodido reducir ese tanto por ciento
en unaley económica cualquiera. Parece que creen, por
el contrario, que lo que establece las ganancias es la
tradición, la costumbre, la voluntad del capitalismo, o
cualquier otro método igualmente inexplicable o arbi¬
trario. Si pretenden que es la competencia entre los
capitalistas, nada absolutamente dicen. Esta competen¬
cia llega seguramente a igualar las diferentes tasas de
la ganancia en distintas industrias, las reduce a un ni¬
vel medio, pero no puede determinar jamás ese mismo
nivel, es decir, la tasa general de las ganancias.
¿Qué se entiende cuando se dice que el precio de las
ganancias se ha establecido por el salario? No siendo
esta palabra más que un nombre para designar el pre-
405
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

ció del trabajo, se entiende que el precio de las mer¬


cancías está regulado por el precio del trabajo. Como
el precio es un valor de cambio (y cuando hablo de
valor es siempre del valor de cambio del que quiero
hablar), un «valor de cambio expresado en dinero», la
proposición se resume en ésta: «el valor de las mer¬
cancías» se determina por el valor del trabajo; o, me¬
jor todavía, el «valor del trabajo es la medida general
del valor».
Pero, entonces, «valor» mismo
¿cómo se determina el
«del trabajo»? Detenidos, por
Aquí nos vemos detenidos.
supuesto, si queremos razonar lógicamente. Solamente
que a los defensores de estas doctrina nada les importa
semejante escrúpulo. Mirad, por ejemplo, al amigo Wes-
ton. Comenzó por decirnos que el salario regulaba el
precio de las mercancías, y que, en consecuencia, cuan¬
do ios salarios subían, el precio debía también subir.
Después de lo cual ha dado media vuelta para ense¬
ñarnos que el alza de los salarios de nada serviría, por¬
que los precios de las mercancías habrían subido, y que
el salario, en realidad, estaba medido por el precio de
las meracncías en cuya compra se había empleado. Así
se dice, para comenzar, que el valor del trabajo deter¬
mina el valor de las mercancías, y se dice, para termi¬
nar, que el valor de las mercancías determina el valor
del trabajo. Se da, pues, vueltas alrededor del círculo
más vicioso, y no se llega a ninguna conclusión.
En definitiva: es evidente que, tomando el valor de
una mercancía, trabajo, trigo o cualquier otro artículo,
como medida general y reguladora del valor, no se
hace más que variar de sitio la dificultad, porque se
determina un valor por otro, que, por su parte, tiene
necesidad de ser determinado.
El dogma a tenor del cual «el salario determina el
precio de las mercancías», expresado en los términos
más abstractos, vuelve a ser éste: «El valor se deter¬
mina por el valor», y esta tautología significa en rea¬
lidad nada se sabe del valor. Partiendo de esta
que
premisa se convierten en pura y sencilla cháchara to¬
dos los razonamientos sobre las leyes generales de Eco-
406 CARLOS MARX

nomía política. Este fue también el gran mérito de


Ricardo al destruir por completo el error popular an¬
tiguo «el salario determina el precio», por medio de sus
Principios de economía política, publicado en 1871. Adam
Smith y sus predecesores franceses tuvieron cuidado
de no caer en tal error en las partes verdaderamente
científicas de sus investigaciones, pero no dejó de reapa-
i ecer en los capítulos de sus obras en los que se cui¬
daban más especialmente de la sencillez y vulgariza¬
ción.
VI

Del valor y de los precios

Ciudadanos: He aquí que he llegado al punto en que


debo abordar la cuestión, bien
el verdadero sentido de
que no hacerlo de una manera
puedo comprometerme a
satisfactoria, porque para ello sería preciso recorrer el
vasto campo de la Economía política. No puedo más
que, como dicen los franceses, «bosquejar el asunto».
Ante todo tenemos que preguntarnos: ¿Qué es el
«valor» de una mercancía? ¡Cómo se determina ese
«valor»?
A primera vista, parece cjue el valor es cosa relati¬
va, y que no considerar una mercan¬
puede fijarse sin
cía en sus relaciones con todas las demás. Y de hecho,
cuando se habla del valor, del valor de cambio de una
mercancía, se entiende la «relación de cantidad» según
el que se trueca por todas las otras mercancías. Pero
entonces se presenta esta otra cuestión: ¿Cómo se re¬
gulan esas proporciones a tenor de las que se truecan
las mercancías?
La experiencia nos enseña que varían hasta lo infi¬
nito. Si tomamos aisladamente una mercancía particu¬
lar, el trigo, por ejemplo, encontramos que un «quar-
ter» de trigo secambia por diferentes mercancías si¬
guiendo una proporción en la que, por así decirlo, no
se pueden contar las variaciones. Y, por tanto, «su va¬
lor, quedando siempre el mismo», ya sea que se le ex¬
prese en seda, en oro o en cualquier otra mercancía,
debe ser cosa distinta e independiente de esas «dife¬
rentes tasas de cambio» entre distintos objetos. Debe
ser posible expresar, en una forma muy diferente, esas
diversas ecuaciones entre diversas mercancías.
408 Carlos marx

Además, si digo que un «quarter» de trigo se cambia


por hierro determinada proporción, o que el valor
en
de un «quarter» de trigo
se traduce en una cierta can¬
tidad de hierro, digo que el valor del
trigo y su equi¬
valente en hierro son iguales a alguna
cosa, a una
«tercera cosa» que no es el
trigo ni el hierro, porque
supongo que expresan la misma «magnitud»
bajo dos
formas distintas. Una de las
dos, trigo y hierro, debe
ser reductible independientemente de la otra a esta
tercera cosa
cuya medida le es común.
Para aclarar este punto me valdré de uno de los más
sencillos ejemplos geométricos. Cuando
se comparan
dos superfiice triangulares de todas las
formas y de
todas las extensiones posibles, o bien cuando se com¬
paran dos triángulos con dos rectángulos
o con cual¬
quier otra figura geométrica, ¿cómo se procede? Se
reduce la superficie de un
triángulo cualquiera a una
expresión del todo distinta a su forma visible. Después
de haber encontrado, según la naturaleza del
triángulo,
que en superficie es igual a la mitad del
producto de
su base por su
altura, se puede comparar entre ellos
los valores distintos de toda clase de
triángulos, y de
todas las otras figuras
rectilíneas, porque pueden re¬
solverse todas en cierto número de
triángulos.
Elmismo procedimiento debe poderse
aplicar a los
valores de las mercancías. Se debe
poder reducirlos
todos a una expresión que les sea
común, limitándose
a distinguirlos por las proporciones en que
contengan
esta medida idéntica.
Los «valores canjeables» de las
mercancías, no sien¬
do más que las «funciones sociales» de
no
esos objetos, y
teniendo nada de común con sus cualidades
natura¬
les, es preciso preguntarse ante todo:
¿Cuál es la «sus¬
tancia social» común a todas las
mercancías La res¬
puesta es sencilla: el trabajo. Para
producir una mer¬
cancía, cierta cantidad de trabajo debe ser
aplicada a
él. Y no digo solamente «de
trabajo», sino de «trabajo
social». Quien produzca un artículo para su uso
propio
e
inmediato, con el propósito de consumirlo él mismo,
crea un
«producto», pero no «una mercancía». Mien-
409
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

tras que el productor provea únicamente a sus propias


necesidades no tiene relaciones con la sociedad. Pero
para producir una «mercancía», el hombre no debe
solamente producir un artículo que satisfaga alguna
necesidad social, sino que es preciso que su trabajo
de por sí sea parte integrante de la suma total del
trabajo ejecutado por la sociedad. Su trabajo debe es¬
tar subordinado a la «división del trabajo en la socie¬
dad humana». No es nada sin las otras divisiones del
trabajo, y, por su parte, el mismo es indispensable para
constituir su integridad.
Si consideramos las «mercancías como valores», no
la consideramos exclusivamente bajo el aspecto úni¬
co de «trabajo social realizado, determinado», o, si se
quiere, «cristalizado».
En este sentido no pueden diferenciarse más que por
las cantidades mayores o menores del trabajo; puede
incorporarse lo mismo a un pañuelo de seda que a una
baldosa. Pero ¿cómo se miden «las cantidades»? Por
«el tiempo que dure el trabajo», midiendo el trabajo
por día, etc. Naturalmente, para aplicar esta
hora, por
medida, todas las clases de trabajo se reducen al tra¬
bajo medio, al trabajo simple, que es como su unidad.
Llegamos, pues, a esta conclusión; una mercancías
tiene un valor porque es una trabajo
«cristalización del
social». «La magnitud» de su «relativo»,
valor, su valor
depende de la cantidad mayor o menor que contenga
de esta sustancia social, es decir, de la suma relativa
del trabajo necesario para su producción. Los «valores
relativos de las mercancías» se determinan, pues, «por
las cantidades osumas respectivas del trabajo que se
les aplica, realizadas, fijadas en esas mercancías». Las
cantidades correlativas de mercancías que pueden pro¬
ducirse en un «mismo tiempo de trabajo» son «iguales»
o bien el valor de una mercancías es al valor de otra
mercancía como la cantidad de trabajo fijado en la
una es a la cantidad de trabajo fijado en la otra.
Me temo que muchos de entre vosotros vais a de¬
cirme: ¿en realidad hay, pues,
pero una tan enorme,
o sencillamente la menor diferencia estriba en determi-

A
410 CARLOS MARX

nar de valor de las mercancías según el salario y deter¬


minarlo de acuerdo con las «cantidades relativas del
trabajo» exige su producción? Debéis saber, sin
que
embargo, la remuneración del trabajo y su canti¬
que
dad son dos cosas completamente distintas. Suponed,
por ejemplo, que «dos cantidades iguales de
trabajo» se
fijen en un «quarter» de trigo y en una onza de oro.
He escogido este ejemplo porque Benjamín Franklin
se sirvió de él en su primer
«Ensayo», publicado en 1721
con el título de Modesta investigación del
objeto de la
Naturaleza y de la necesidad de una moneda de papel.
Fue uno de los primeros que puso el dedo sobre la ver¬
dadera naturaleza del valor. Suponemos que un «quar¬
ter» de trigo y una onza de oro son «valores
iguales» o
«equivalentes», porque son «cristalizaciones de igual
cantidad de trabajo medio», de tantos días, de tantas
semanas de trabajo invertido en el uno y en el otro de
esos dos distintos productos. Determinando de esta suer¬
te los valores relativos del oro y del trigo, ¿nos ocupa¬
mos de alguna manera del salario del obrero agrícola y
del del minero? No, en lo más mínimo.
Dejamos por
completo «indeterminada» la forma ha sido pa¬
en que
gada su semana de trabajo, lo mismo que la cuestión de
saber si se empleó trabaja asalariado. Si esto se ha ve-
rificadot los salarios han podido ser muy desiguales.
El jornalero cuyo trabajo está realizado en el «quarter»
de trigo puede ser que no reciba más que dos
fanegas,
al paso que el que trabaja en la extracción del metal
precioso recibirá la mitad de la onza de oro. O bien
puede suceder que sus salarios, suponiéndolos iguales,
se separen en todas las proporciones
posibles del valor
de las dos mercancías producidas. Puede elevarse a la
mitad, al tercio, a la cuarta, a la quinta o a cualquier
otra fracción proporcional del «quarter» de
trigo o de
la onza de oro. Sus salarios, entiéndase bien, no pue¬
den «traspasar» el valor de las mercancías producidas;
no pueden ser «menos» en todos los grados
imaginables.
Los salarios de esos dos productores están «limitados»
por los «valores» de los productos, pero los «valores de
sus productos» no serán limitados por sus salarios. Y,
SALARIOS Y GANANCIAS 41 1
PRECIOS,

sobre todo, los valores relativos del trigo y del oro, por
ejemplo, habrán sido establecidos sin tener para nada
en cuenta el valor del trabajo empleado, es decir, los
salarios. Determinar el valor de las mercaderías según
las «cantidades relativas de trabajo que se les ha in¬
corporado» es, pues, un método distinto por completo
del procedimiento tautológico, que consistiría en deter¬
minar el valor de las mercancías por el valor del tra¬
bajo, calculando los salarios. Sea lo que fuere, es éste
un extremo que la continuación de nuestro examen di¬
lucidará aún más.
En el cálculo del valor canjeable de una mercancía
debemos agregar a la cantidad de trabajo empleado en
«último lugar» la cantidad del trabajo «anteriormente»
incorporado en la materia prima de la mercancía, y
también la del trabajo que ha entrado en los instru¬
mentos, los edificios con cuya
útiles, las máquinas y los
ayuda ha funcionado ese último trabajo. Por ejemplo,
el valor de cierta cantidad de hilos de algodón es la
cristalización de la cantidad de trabajo agregado al
algodón durante la hilatura, de la cantidad de trabajo
incorporando anteriormente al mismo algodón, de la can¬
tidad de trabajo incorporado en el carbón, aceite y las
otras materias empleadas, de la cantidad de trabajo fi¬
jado en la máquina de vapor, los sostenedores de las
bobinas, los edificios de la fábrica, y así sucesivamen¬
te. Los instrumentos de producción propiamente dichos,
tales como útiles, máquinas, edificios, sirven y vuelven
a servir durante más o menos tiempo gracias a una serie
de reparaciones que se repiten. Si se consumieran en se¬
guida completamente, su entero valor se transmitiría des¬
de luego a las mercancías que ayudan a producir. Pero
como las varillas metálicas en que encajan las bobinas,
por ejemplo, no se gastan sino gradualmente, se hace
un promedio, basado en el tiempo medio de su duración,

y el promedio de su gasto o de su uso durante cierto pe¬


ríodo, aunque sea un dia. De esta manera se calcula qué
parte del valor de la varilla se ha transmitido al algo¬
dón hilado en un día, y, por consiguiente, qué parte de
la suma total del trabajo incorporado a una libra de
412 CARLOS MARX

hilados, por ejemplo, se debe a la cantidad de trabajo


anteriormente incorporado en la varita metálica. Para
nuestro actual objeto no tenemos que detenernos más
en este particular.
Podría parecer que si el valor de una mercancía se
determina por la «cantidad del trabajo consagrado a
su producción», que la mercancía tendrá más valor en
tanto que el obrero que la ha hecho sea más indolente
o con destreza, porque habrá trabajado más tiem¬
menos

po. Eso sería un error grande. Acordaos que he emplea¬


do la expresión «trabajo social», y esta calificación im¬
plica muchas cosas. Cuando decimos que el valor de
una mercancía se determina por la «cantidad de tra¬
bajo cristalizado» que contiene, entendemos «la can¬
tidad de trabajo que se necesita para producirla» en
un estado social determinado, en ciertas condiciones
sociales de producción, con un tipo medio de intensidad
social y una mediana habilidad en el trabajo que se
emplee. Cuando en Inglaterra el oficio mecánico vino
a hacer competencia al trabajo a mano, no se necesitó
más que la mitad del tiempo del trabajo anterior para
transformar en un metro de tela una cantidad dada de
algodón.
El desgraciado tejedor que continuó sirviéndose del
antiguo oficio hizo jornadas de diecisiete y dieciocho
horas, en lugar de nueve o diez que antes hacía. Y,
sin embargo, el producto de veinte horas de su trabajo
no representa más que diez horas «sociales» de trabajo,

las diez horas esencialmente necesarias para transfor¬


mar una cierta cantidad de hilos en artículos textiles.
Su producto de veinte horas no tenía, pues, más valor
que suproducto anterior de diez.
Si, pues,la cantidad de trabajo socialmente necesa¬
rio, incorporado a las mercancías, es la que regula su
valor de cambio, todo aumento de la cantidad de tra¬
bajo preciso para producir una mercancías debe aumen¬
tar su valor, como toda disminución debe rebajarlo.
Si las distintas cantidades de trabajo necesarias para
producir las diferentes mercancías fueran estacionarias,
sus valores relativos serían también constantes. Pero
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 413

ése no es el caso. La cantidad de trabajo necesario para


producir una mercancía cambia sin cesar, a medida que
cambian las potencias, las fuerzas productoras de tra¬
bajo empleado. Cuanto más grandes sean las fuerzas pro¬
ductoras del trabajo, mayor será la cantidad de los pro¬
ductos que se concluyan en un tiempo dado de traba¬
jo; cuanto más pequeñas sean las fuerzas productoras
del trabajo, menos productos se terminarán en el mis¬
mo tiempo. Si, por ejemplo, el movimiento ascendente
de la población obligase a cultivar tierras menos fér¬
tiles, no se obtendría la misma cantidad de producción
sino merced a un mayor gasto de trabajo, y las produc-
duciones agrícolas subirín en consecuencia. Por otro
lado, si con los medios actuales de producción un solo
hilador transforma en hilos, en una sola jornada de tra¬
bajo, una cantidad de algodón muchos millares de ve¬
ces mayor que la que hubiera podido hilar con la
rue¬
ca en el mismo tiempo, es evidente que cada libra de
algodón aisladamente absorberá muchos millares ve¬ de
ces menos trabajo que el que antes absorbía, y, por
consiguiente, el valor que la hilatura agrega a cada li¬
bra aislada de algodón será miles de veces menor que
antes. El valor de los hilados bajaría lo mismo.
Dejando aparte las diferencias en la energía natural
y en la habilidadtécnica adquirida en los diferentes pue¬
blos, las fuerzas productoras del trabajo deben depen¬
der principalmente: 1.° De las condiciones «naturales»
del trabajo, tales como la fertilidad del suelo, la rique¬
za minera, etc.; 2." Del perfeccionamiento y de los pro¬
gresos «sociales del trabajo», tales como los que resultan
de la producción en gran escala, de la concentración
del
capital y de la cooperación (el «concurso de fuerzas»)
del trabajo, de las máquinas, del perfeccionamiento de
los procedimientos, de las aplicaciones de agentes quími¬
cos y de agentes naturales, la abreviación del tiempo y
del espacio por la ayuda de los medios de comunicación
y de transporte; finalmente, por cualquier otro siste¬
ma por el cual la ciencia pone al servicio del trabajo
los agentes naturales, desarrollando el carácter social y
cooperativo. Cuanto más grandes sean las fuerzas del
414 CARLOS MARX

trabajo, menos trabajo se ha empleado en la misma can¬


tidad dada de producto y, por tanto, es más
pequeño
su valor. Podemos, pues, convertir esto en
ley general:
«Los valores de las mercancías están en razón directa
de la duración del trabajo empleado
para producirlas, y
están en razón inversa de las fuerzas productoras del
trabajo empleado.»
No habiendo hablado hasta aquí más que del «Valor»,
añadiré algunas palabras sobre el «Precio», que es una
forma particular que toma el valor.
En sí, el precio no es más que la «expresión moneta¬
ria del valor». Los valores de todas las mercancías
de
ese país, por ejemplo, se expresan en precio de oro, al
paso que enel continente se expresan principalmente
en precio de dinero. El valor del oro o de la plata, como
el de cualquier otra mercancía, está determinado
por
la cantidad de trabajo necesario para obtenerlos. Cam¬
biáis cierta suma de vuestros productos nacionales, en
los que cierta suma de vuestro trabajo nacional se cris¬
taliza, contra la producción de los países que proporcio¬
nan el oro y la plata, producción en la
que se cristali¬
zó cierta cantidad de «su propio trabajo».
De esta manera, en realidad por un trueque, aprendéis
a expresar en oro y en plata los valores de todas las

mercancías, es decir, las cantidades de trabajo que con¬


tienen respectivamente. Observando desde un poco más
de cerca y más a fondo la expresión monetaria del va¬
lor, o lo que viene a ser lo mismo, la conversión del
valor en precio, notaréis que eso es un procedimiento
por el cual se da a los «valores» de todas las mercan¬
cías una «forma independiente y homogénea» por la
cual se les expresa como cantidades de igual trabajo
social. En tanto no es más que la expresión monetaria
del valor, el precio ha sido llamado «precio natural» por
Adam Smith, y «precio necesario» por los fisiócratas
franceses.
¿Cuál es, pues, la relación entre el «valor» y los «pre¬
cios corrientes», entre los «precios naturales» y los
«precios del mercado»?
Todos sabéis que el «precio corriente» es el mismo
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 415

para todas las mercancías de la misma clase, sean cua¬


les fueren las condiciones de producción para cada uno
de los productores. El precio corriente expresa solamen¬
te «la cantidad media del trabajo social» necesaria para
traer al mercado cierta cantidad de determinado artícu¬

lo en las condiciones medias de producción. Está calcu¬


lado sobre la masa total de una mercancía de determi¬
nada clase.
En un punto de mira, el precio corriente de la mer¬
cancía y su valor «coinciden». De otro lado, las oscila¬
ciones de los precios corrientes, que tan pronto se ele¬
van como bajan respecto del valor o del precio natural,
dependen de las fluctuaciones de la oferta y de la de¬
manda. La separación del precio del valor hacia un lado
u otro es continua; pero, como dijo Adam Smith: «El
precio natural es el precio central, en el cual no dejan
de gravitar los precios de las mercancías. Diferentes
causas pueden sostenerlos a veces demasiado arriba de
ese punto, y a veces precipitarlos muy abajo. Pero sean
los que fueren los obstáculos que les impidan fijarse
en ese centro de reposo y de continuidad, a ello tienden
constantemente.»
puedo analizar en este momento minuciosamente
No
este decir que, «si la oferta y la demanda
tema. Baste
se equilibran», los precios corrientes de las mercancías

corresponderán a sus precios naturales, es decir, a sus


valores, señalados por las cantidades respectivas de tra¬
bajo que exija su producción. Pero la oferta y la deman¬
da deben tender a equilibrarse constantemente, aun
cuando no lo hagan más que compensando una oscila¬
ción con otra, un alza con una baja y viceversa. Si en
tugar de limitarse a considerar las fluctuaciones diarias
se movimientos de los precios corrientes en
analizan los
períodos más largos, como lo hizo el señor Tooke en
la verá que las fluctuaciones
Historia de los precios, se
de los precios corrientes, las desviaciones por las que
se apartan del valor, sus movimientos ascendentes y des¬

cendentes, se paralizan y compensan, de tal manera que,


fuera del efecto de los monopolios y de algunas otras
modificaciones que en este momento debo dejar aparte,
410 CARLOS MARX

se venden las mercancías «término


medio», a sus «va¬
lores» respectivos, a sus «precios
naturales». Los tipos
medios de los períodos en que se
compensan las fluctua¬
ciones de los precios corrientes son
distintos para di¬
ferentes clases de mercancía,
porque es más fácil de
ajustar la oferta con la demanda en un
género de pro¬
ductos que en otros.
Si, pues, en general, y cuando se abarcan
de
períodos
tiempo bastante largos, se venden todas las clases
de mercancías a sus respectivos precios, es absurdo su¬
poner que la ganancia, no en casos
particulares, sino
los provechos constantes
y ordinarios de las diferentes
industrias, provengan de los precios de las mercancías.
Lo absurdo de esta noción se transparenta cuando se la
generaliza. Lo que ganase un hombre constantemente
como vendedor lo
perdería no menos constantemente
como comprador. Que no se vaya a decir que hay per¬
sonas que son compradoras sin ser
vendedoras, o con¬
sumidoras sin ser productoras. Lo
que esos individuos
pagan a los productores es preciso antes
que se lo den
por nada. Si un hombre comienza
por tomaros vuestro
dinero, y después os lo da pagando la compra de vues¬
tras mercancías, jamás llegaréis
a enriqueceros vendién¬
doselas muy caro. Esa clase de operación
podría perfec¬
tamente disminuir una pérdida, pero no haría realizar
jamás una ganancia.
Así, pues, para explicar la «naturaleza general de las
ganancias» es preciso partir del principio de que,
«por
término medio, las mercancías se venden a sus valores
reales», y que «las ganancias provienen de que se ven¬
den así», es decir, proporcionalmente a la cantidad de
trabajo que contienen. Si no se puede explicar la ganan¬
cia partiendo de ahí, entonces no se puede
explicar de
ningún modo.
Eso
tiene la apariencia de una paradoja contraria a
la observación diaria. También era una paradoja decir
que la Tierra gira alrededor del Sol, y que el
agua se
compone de dos gases en extremo inflamables.
VII

La fuerza del trabajo

Explicada del mejor modo he podido hacerlo,


que
en un análisis tan rápido, lanaturaleza del «valor»,
del «valor de una mercancía cualquiera», es necesario
dedicar ahora nuestra atención a un valor de un ca¬
rácter particular: el «valor del trabajo». Y, también aquí
con riesgo de sorprenderos, debo comenzar con una pa¬
radoja aparente. Todos estáis persuadidos de que lo
que vendéis diariamente es vuestro «trabajo», que, en
consecuencia, el «trabajo» tiene un «precio», y que sien¬
do el precio de una mercancía la simple expresión mo¬
netaria de su valor, tiene que existir un «valor del tra¬
bajo». Pues bien: ¡no!, no existe «valor de trabajo» en
la acepción ordinaria de la palabra. Hemos visto que
lo que constituye el valor de una mercancía es la can¬
tidad de trabajo en ella cristalizado. Ahora, aplicando
esta noción del valor, ¿cómo podríamos definir, por
ejemplo, el valor de una jornada de trabajo de diez ho¬
ras? ¿Qué cantidad de trabajo es la contenida en esa
jornada? Pues diez horas de trabajo. Es decir, que se¬
ría repetir dos veces la misma cosa, repetirla casi en
los mismos términos, y no tendría sentido decir que
una jornada de trabajo de diez horas es igual a diez
horas de trabajo, equivalente de la cantidad de trabajo
que contienen. Se entiende, por supuesto, que el verda¬
dero sentido, aunque escondido, de la expresión «valor
del trabajo», una vez conocido, nos colocará en situa¬
ción de interpretar esta irracional y en apariencia im¬
posible aplicación del «valor», del mismo modo que cuan-
14
41S CARLOS MARX

do estemos seguros del movimiento de los astros esta¬


remos en situación de explicar sus movimientos apa¬
rentes.
Lo que vende el obrero «trabajo» directamen¬
no es su
te, sino su fuerza de trabajo, pone temporalmente
que
a disposición del capitalista. Eso es tan cierto, que la

ley (no sé si en Inglaterra ocurre, pero sí en muchos


países del continente) fija el «máximum» de la dura¬
ción en la que el hombre tiene derecho a enajenar su
fuerza de trabajo. Si le fuera permitido hacerlo por un
tiempo ilimitado, con el mismo golpe se restablecería
la esclavitud. Si, por ejemplo, semejante enajenación
se extendiera a su vida entera, se convertiría en el es¬

clavo perpetuo de su patrono.


Uno de los más antiguos economistas y de los filó¬
sofos más originales de Inglaterra, Tomás Hobbes, en
su Leviathan, tocó ya por instinto ese punto, que se ha
escapado a todos sus sucesores. Dijo: «El valor de un
hombre» es, como para todas las otras cosas, su «pre¬
cio»; es decir, lo que se daría por el «uso de su fuerza».
Tomando esto como base podremos determinar tam¬
bién el «valor del trabajo» como el de todas las demás
mercancías. Pero antes se podría preguntar: ¿De dónde
viene ese singular fenómeno? ¿Cómo se explica que
se encuentre en el mercado una categoría de compra¬
dores en posesión de la tierra, de las máquinas, de las
materias primas y de los medios de subsistencia, cosas
todas que, salvo la tierra en estado inculto, son los «pro¬
ductos del trabajo», y de otro lado, una clase de ven¬
dedores que nada tienen que vender, excepto su fuerza
de trabajo, su brazo y su cerebro obrante? ¿Cómo es
que el primer grupo compra continuamente con el fin
de realizar una ganancia y enriquecerse, mientras que
el otro grupo vende continuamente con el fin de ganar¬
se la vida?

Estudiar esta cuestión que los eco¬


sería estudiar lo
nomistas han llamado la «acumulación anterior o pri¬
mitiva», pero que sería preciso llamar con más propie¬
dad la «expropiación primitiva». Y al hacerlo se encon¬
trará que esta pretendida «acumulación primitiva» no
419
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

significa otra cosa que una serie de evoluciones histó¬


ricas concurrentes a una «descomposición de la unión
primitiva» que existía entre el «trabajador» y sus me¬
dios de trabajo. De todos modos, este estudio traspasa
los límites de mi tema. Una vez establecidas la «separa¬
ción» entre el hombre de trabajo y los medios de tra¬
bajo, se sostendrá este estado de cosas y se reprodu¬
cirá en una escala siempre creciente, hasta que una
nueva evolución venga a derrocarlo todo y a restable¬
cer la unión primitiva bajo una forma histórica.
¿Qué es, pues, el «valor de la fuerza de trabajo»?
Lo mismo que el de cualquier otra mercancía, este va¬
lor está determinado por la cantidad de trabajo que se
necesita para producirlo. El poder de trabajo de un hom¬
bre no es ajeno a su viviente personalidad. Para des¬
arrollarse y para sostener su existencia tiene que con¬
sumir una determinada cantidad de géneros necesarios.
Pero está sujeto, al igual que la máquina, al desgaste, y
es preciso que otro pueda venir a reemplazarle. Ade¬
más de las otras cosas que exige «su propio» sosteni¬
miento, tiene necesidad de otra suma de esas mismas
cosas de primera necesidad para criar cierto «cupo» de
hijos, que le reemplazarán en el mercado de trabajo, y
para perpetuar la raza de los trabajadores. Además, para
desarrollar su fuerza de trabajo y adquirir cierta habi¬
lidad le habrá sido preciso gastar otra suma de valo¬
res. Para nuestra demostración inmediata basta consi¬
derar el trabajo «medio», cuyos gastos de educación y
desarrollo están con los otros gastos en una relación
«que se evapora», como se dice de las cantidades mate¬
máticas que se convierten en nulas. De todos modos,
aprovecho esta ocasión para decir que, del mismo modo
que se diferencia el coste de producción de fuerzas de
trabajo de distintas clases, así debe diferenciarse el va¬
lor de las fuerzas empleadas en las distintas industrias.
La demanda de la «igualdad de los salarios» se apoya
en un error: es uno de esos deseos insensatos que ja¬
más debe realizarse. Ese es el fruto de ese falso radi¬
calismo superficial que acepta las premisas y trata de
sustraerse a las conclusiones. Bajo el régimen del sala-
420 CARLOS MARX

lio, el valor de la fuerza de trabajo se regula como el


de cualquier otra mercancía, y como las fuerzas de tra¬
bajo diferentes tienen distintos valores, en una palabra,
exigiendo para producirlos cantidades distintas de tra¬
bajo, deben necesariamente alcanzar diferentes precios
en el mercado del
trabajo. Pedir a voz en cuello «una
remuneración igual o, cuando menos,
equitativa», bajo
el régimen del salario, es como si se
pidiera «la liber¬
tad» bajo el régimen de la esclavitud. No se trata de
lo que os parezca justo o equitativo: se trata de lo
que
es necesario e inevitable en determinado sistema de
produccin.
De lo que acabamos de decir se deduce que el «valor
de la fuerza de trabajo» está determinado
por «el va¬
lor de las cosas de primera necesidad» que
precisan para
producir, desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza
de trabajo.
VIII

Producción del mayor valor

Supongamos ahora que sean menester «seis horas de


trabajo medio» para producir la cantidad media de las
cosas que el trabajador necesita cada día. Supongamos,
además, que seis horas de trabajo medio se contengan
en una cantidad igual a tres chelines. Entonces, tres
chelines será el «precio» o la expresión monetaria del
«valor diario» de la «fuerza de trabajo» de este obrero.
Si trabaja seis horas diarias producirá un valor sufi¬
ciente para comprar la cantidad media de su consumo
diario de objetos de primera necesidad; es decir, lo que
le es necesario para sostenerse como trabajador.
Pero nuestro hombre es un trabajador asalariado. Tie¬
ne necesidad de vender su fuerza de trabajo a un ca¬

pitalista. Si la vende por tres chelines diarios o18 che¬


lines semanales, la vende por su valor. Supongamos el
obrero tejedor: si trabaja seis horas diarias, añadirá
al valor del algodón tres chelines. Este valor que agre¬
ga cada día será el equivalente exacto de su salario,
o
el precio recibido diariamente por su fuerza de traba¬
jo. Pero en ese caso no volverá al capitalista ningún
«mayor valor», absolutamente «ningún sobreproducto».
Aquí hemos, pues, de detenernos.
Comprando la fuerza de trabajo del obrero y pagán¬
dola por su valor, el capitalista, lo mismo que cualquier
otro comprador, ha adquirido el derecho de consumir o
de emplear la mercancía comprada. Se consume o se
emplea la fuerza de trabajo de un hombre haciéndole
trabajar, como se consume o emplea una máquina ha-
422 CARLOS MARX

ciéndola funcionar. Comprando el valor diario o el se¬


manal de la fuerza del trabajo del
obrero, el capitalista
ha comprado, pues, el derecho de servirse
de esta fuer¬
za, de hacerla trabajar «todo el día
y toda la semana».
El día o la semana de trabajo
tiene, por supuesto, cier¬
tos limites; pero de esto nos
ocuparemos después.
De momento quiero llamar vuestra atención
sobre un
punto decisivo.
El «valor» de la fuerza de trabajo está determinado
por la cantidad de trabajo necesario para conservarlo o
reproducirlo; pero el desgaste de esta fuerza de traba¬
jo no está limitado más que por la energía «obrante» y
el vigor físico del trabajador. El valor diario o
semanal
de la fuerza de trabajo es completamente distinto del
ejercicio diario o semanal
de esta fuerza, del mismo
modo que son distintas la comida que necesita
cosas
un caballo
y el tiempo que pueda llevar al jinete. La
cantidad de trabajo que limita el valor de la fuerza
de
trabajo del obrero no constituye en manera alguna un
límite de la cantidad de trabajo que su fuerza sea ca¬
paz de realizar. Tomad el ejemplo de nuestro tejedor.
Hemos visto que para reproducir diariamente su fuer¬
za de trabajo le es preciso
reproducir cada día una valor
de tres chelines, lo que logra trabajando seis horas dia¬
rias. Pero eso no le imposibilita para trabajar diez o
doce horas cada día, y también más. Mas al pagar el
capitalista el «valor» diario o semanal de la fuerza de
trabajo del tejedor ha adquirido el derecho de servirse
de él durante «todo el día» o «toda la semana».
Hará trabajar, pues al tejedor, digamos, «doce horas»
diarias. «Además», y «sobre» las seis horas que necesita
para producir su salario o el valor de su fuerza, el obre¬
ro tendrá que trabajar «otras seis
horas», que llamaré
horas de «sobretrabajo», cuyo «sobretrabajo» se tradu¬
cirá en «mayor valor» y en un «sobreproducto». Si
un
nuestro hilador, por ejemplo, por medio de su trabajo
diario de seis horas, añadiera tres chelines de valor al
algodón, valor que formaría el equivalente exacto de su
salario, agregaría, en doce horas, seis chelines de va¬
lor al algodón, y produciría un «superávit
proporcional
Y GANANCIAS 423
PRECIOS, SALARIOS

de hilos». Mas como ha vendido al capitalista su fuerza


de trabajo, pertenece a éste la totalidad del valor o del
producto creado, como poseedor temporal de su fuerza
de trabajo. Desembolsando el capitalista tres chelines
adquirirá un valor de seis chelines, toda vez que, des¬
embolsando un valor en el que están cristalizadas seis
horas de trabajo, recibirá en cambio un valor en el que
lo habrán sido doce horas de trabajo. Por la diaria re¬
petición de ese movimiento, el capitalista desembolsará
tres chelines y se embolsará seis, de los que una mitad
le servirá para pagar un nuevo salario y la otra cons¬
tituirá «mayor valor», por el que el capitalista no paga
ningún equivalente. En esta «especie de cambio entre
el capital y el trabajo» se funda la producción capita¬
lista, el salariado, y lo que forzosamente tiene que re¬
sultar es la producción constante del obrero como obre¬
ro ydel capitalista como capitalista.
La «tasa del mayor valor», en las mismas circunstan¬
cias, dependerá de la proporción que haya entre esta
parte de la jornada de trabajo que es necesaria para
reproducir el valor de la fuerza de trabajo y «el tiem¬
po suplementario» de esta jornada, o el «sobretrabajo»
ejecutado por el obrero. Dependerá, por consiguiente,
del «grado de prolongación de la jornada más allá de
su duración», durante la cual trabajando el obrero no
haría más que reproducir el valor de su fuerza de tra¬
bajo, es decir, reembolsar su salario.
IX

Valor del trabajo

Volvamos de nuevo a la expresión «valor» o «precio


del trabajo».
Este ya hemos visto que en realidad no es más
que
el valor de la fuerza de trabajo medida por el valor de
las mercancías necesarias para su entretenimiento. Pero
como el obrero recibe su salario después que concluye
su trabajo, y sabe además que lo que entrega al capita¬
lista es este trabajo, se deduce necesariamente que el
valor o el precio de la fuerza de trabajo le parece ser el
«precio» o «el valor de su mismo trabajo». Si el pre¬
cio de su fuerza es de tres chelines (precio contenido
en seis horas de trabajo), si trabaja doce horas consi¬
derará necesariamente esos tres chelines como valor o
precio de doce horas de trabajo, por más que esas doce
horas de trabajo se incorporen a un valor de seis che¬
lines. De esto se deduce una doble consecuencia.
En primer lugar, el «valor» o «el precio de la fuerza
de trabajo» toma la apariencia del «precio» o del «va¬
lor del mismo trabajo», por más que, en rigor, estén
desprovistos de sentido los términos valor y el precio
del trabajo.
En segundo lugar, parece que todo el trabajo, tomado
en conjunto, esté pagado, por más que únicamente una

parte del trabajo diario «esté pagada», al paso que la


otra parte está «impagada», y que ese trabajo impaga¬
do o sobretrabajo constituya exactamente el fondo en
que se forme el «mayor valor o ganancia».
Esta falsa apariencia es la que distingue el trabajo
426 CARLOS MARX

asalariado de las otras formas «históricas» del trabajo.


En el régimen
del salariado, el mismo trabajo «impa¬
gado» se parece al trabajo «pagado». Lo contrario resul¬
ta con el «esclavo»: la misma parte de su trabajo
que
está pagada parece que no lo está. Naturalmente, para
que el esclavo trabaje es menester que viva, y que una
parte de su jornada de trabajo sirva para reembolsar
el valor de su propia conservación. Pero como no hay
mercado establecido entre él y su patrono, como no se
verifica ningún hecho de venta ni de compra entre las
dos partes, su trabajo entero tiene la apariencia de que
se da por nada.

Tomad, de otro lado, el siervo tal como aún existia


ayer en toda la Europa oriental. Este campesino traba¬
jaba, por ejemplo, tres días para él, en su propio terre¬
no o en el campo que tenía
arrendado, y los otros tres
días, gratuitamente, en el terreno de su señor. Se se¬
paraban, pues, de una manera ostensible la parte paga¬
da y la no pagada del trabajo en el tiempo y en el es¬
pacio; esta idea absurda de hacer trabajar por nada a
un hombre llenaba de indignación a nuestros liberales.

Por tanto, de hecho, el que un hombre trabaje tres


días de la semana en su propio campo y tres días, por
nada, en el terreno de su señor, o bien que trabaje en
la fábrica o en el taller seis horas diarias
para él y seis
para su patrono, es absolutamente lo mismo, aun cuan¬
do en el último caso las proporciones del trabajo paga¬
do y no pagado estén entrelazadas inseparablemente, y
por más que la naturaleza de toda operación esté com¬
pletamente disfrazada por la «intervención del centrato»
y por la «paga» recibida al fin de la semana. El trabajo
gratuito parece ser dado voluntariamente en un caso y
a la fuerza en el otro. Esa es toda la diferencia.
Cuando emplee, pues, la expresión «valor del trabajo»,
sólo será como un término del lenguaje popular para
significar el «valor de la fuerza de trabajo».
X

La ganancia que se obtiene por la venta de una mercancía


en su valor

Suponed que una hora media de trabajo se contenga


en un valor igual a seis peniques, que doce horas me¬

dias de trabajo estén contenidas en seis chelines. Su¬


poned, además, que el valor del trabajo sea de tres
chelines, producto de seis horas de trabajo. Si, además,
en el uso de las materias primas, de las máquinas, en
una palabra, de los medios de producción empleados
en la fabricación de una mercancía, estuviesen conteni¬
das veinticuatro horas de trabajo medio, el valor de
ese trabajo sería de doce chelines. Finalmente, si el
obrero empleado por el capitalista agregara a esos me¬
dios de producción doce horas de trabajo, esas doce ho¬
ras sumarían un valor adicional de seis chelines. El
«valor total del producto» se elevaría, pues, a treinta y
seis horas de trabajo cristalizado; su importe en cheli¬
nes, adieciocho. Pero como el valor del trabajo, el sa¬
lario pagado al obrero, no sería más que de tres che¬
lines, el capitalista no habría desembolsado ningún equi¬
valente en pago de las «seis horas de sobretrabajo» he¬
cho por el obrero, que habrían entrado en el valor de
la mercancía. Vendiendo el capitalista esta mercancía
en su valor de dieciocho chelinesobtendría, pues, un
valor de tres chelines, por pagado equi¬
los que nada ha
valente. Esos tres chelines constituirían el mayor valor
o la ganancia que se embolsaría. Por consiguiente, el
capitalista no realizaría la ganancia de tres chelines al
428 CARLOS MARX

vender la mercancía «a un precio


superior a su valor»,
sino al venderla en su valor real.
Lo que determina el valor de una mercancía
«es la
cantidad total de trabajo que contenga». Pero
una par¬
te de esta cantidad de
trabajo está incorporada a un
valor por el que ha pagado un equivalente
bajo la for¬
ma de salario, y, por
otra parte, a un valor por el que
no se ha dado equivalente
alguno. Una parte del traba¬
jo contenido en la mercancía es la del trabajo «paga¬
do», la otra es la del trabajo «no pagado». Por consi¬
guiente, el capitalista tiene forzosamente que retirar
una ganancia al vender la
mercancía «en su valor», es
decir, como cristalización de la «cantidad total de tra¬
bajo» que absorbió. No solamente vende lo que le ha
costado un equivalente, sino también lo que nada ab¬
solutamente le ha costado, por más que ello haya
cos¬
tado el trabajo correspondiente de su obrero.
El costo de la mercancía para el capitalista y
su cos¬
to real son dos cosas distintas. Repito, pues,
que las
ganancias normales y medias se obtienen de la venta
de las mercancías no «sobre» su valor real, sino «en su
valor real».
XI

Distintas partes en que se descompone el mayor valor

Al mayor valor, es decir, esta parte del valor total de


la mercancía a la que se ha incorporado el «sobretra-
bajo», el trabajo «impagado» del obrero, es a lo que
llamo «ganancia». El capitalista emprendedor no se me¬
te en el bolsillo la totalidad. El monopolio financiero
pone a disposición del propietario, con el nombre de
«renta», una parte de ese «mayorvalor», ya se dedi¬
que la tierra a construcciones agrícolas, a ferrocarriles
o a cualquier otra clase de empresas. Por otro lado, el
hecho mismo de la posesión de «los medios» de traba¬
jo permite al capitalista-empresario producir un «valor
mayor», o, lo que es lo mimo, «apropiarse una cierta
suma de trabajo impagado», y que el poseedor de los
medios de trabajo los preste total o parcialmente al ca¬
pitalista-empresario; permite, en una palabra, recla¬
mar al capitalista-prestador de dinero, bajo el nombre
de «interés», otra parte de este «mayor valor»; de ma¬
nera que al capitalista-empresario, «en esta calidad», no
le queda más que lo que se llama la «ganancia indus¬
trial» o «comercial».
Esta división de la totalidad del mayor valor entre
las tres categorías de individuos está subordinada a cier¬
tas leyes, que no vamos a formular ahora, porque eso
seria salimos por entero de nuestro tema. De todos
modos, he aquí lo que resulta de lo que venimos sen¬
tando :
«Renta, Interés, Ganancia industrial»; ésos no son
más que diferentes nombres para expresar las distintas
430 CARLOS MARX

partes del valor» do la mercancía, del «traba¬


«mayor
jo impagado» ésta encierra, y esas partes «provie¬
que
nen todas igualmente de esta misma
fuente, y nada más
que de esta fuente». No provienen ni de la «tierra» ni
del «capital», tomados en su verdadera
acepción. La
tierra y el capital es lo que únicamente
permite a los
que los poseen retirar cada uno su parte de
«mayor»
valor, que el capitalista-empresario ha extraído del tra¬
bajo del obrero. En lo que al obrero respecta, no es de
importancia secundaria que el mayor valor, resultado
de su sobretrabajo. de su «trabajo no
pagado»,se lo
embolse por completo el patrono, o que
se veaobliga¬
do a gastarlo bajo el nombre de renta y de interés. Pues
si hace aquel uso y no da más trabajo, entonces todo
el mayor valor irá a su bolsillo. El
capitalista-empren¬
dedor que extrae directamente del
trabajo del obrero
este valor es únicamente el que puede guardar
mayor
para sí alguna parte. También hoy día toda la organi¬
zación de la producción, todo el mecanismo del asala¬
riado se apoya en esa relación entre el capitalista-em¬
prendedor y el obrero asalariado. Algunos de los ciuda¬
danos que han tomado parte en nuestra discusión no
tenían razón para pretender atenuar las cosas
y tra¬
tar esa relación fundamental entre el
capitalista-empre¬
sario y el obrero asalariado como cuestión secundaria,
aunque tuviesen razón para sostener que, en determina¬
das circunstancias, un alza de los precios
podría influir
en grados demasiado desiguales sobre el capitalista-em¬
presario, el propietario-rentista, el capitalista-prestamis¬
ta y, si mejor queréis, el que lo
percibe.
Lo que hemos dicho lleva tras sí otra consecuencia.
Esta porción del valor de la mercancía que únicamen¬
te representa el valor de las materias
primas, de las
máquinas, en concreto: el valor de los medios de pro¬
ducciónconsumidos, «no crea en manera alguna la ren¬
ta», hace más que «reembolsarse el capital». Pero
no
aparte esto, la otra porción del valor de la mercancía,
«la que crea la renta», la que se puede gastar en for¬
ma de salarios, de ganancia, de renta, de interés, es
falso que se «componga» del valor de los salarios, de
431
PRKCI0S, SALARIOS Y GANANCIAS

la renta, del valor de las ganancias, y así sucesivamen¬


te. En primer lugar, dejemos aparte el salario y no nos
ocupemos más que de las ganancias, del interés y de la
renta. Acabamos de ver que el «mayor valor» conteni¬
do en las mercancías, es decir, la parte del valor de
éstas en que se cristaliza el «trabajo impagado» se des¬
compone en distintas fracciones. Sería expresar justa¬
mente una cosa contraria a la verdad decir que la adi¬
ción de los valores de esas tres partes constituyentes
es lo que compone o forma el valor.
Si una hora de trabajo se vincula en un valor de
seis peniques, si la jornada del obrero comprende doce
horas de trabajo y la mitad de esta duración es de tra¬
bajo no pagado, ese sobretrabajo agregará a la mercan¬
cía tres chelines de mayor valor, es decir, un valor
igual a tres chelines, por el que no se ha pagado equi¬
valente. Este mayor valor de tres chelines constituye
el «fondo entero» que el capitalista puede partir, en de¬
terminadas proporciones, con el propietario rentista o
prestamista de dinero. El valor de esos tres chelines
constituye el límite del valor que tiene que repartirse
entre ellos. Pero no es capitalista-empresario el que
el
añade al valor de la mercancía un valor arbitrario para
realizar su ganancia, a la que se agregarla otro valor en
favor del propietario, y así sucesivamente, de manera
tal, que la adición de esos valores, fijados arbitraria¬
mente, constituiría el valor total. Veis, pues, la false¬
dad de la noción popular, que confunde el hecho «de
descomponer» en tres partes un valor dado con el he¬
cho «de formar» este valor por la adición de tres va¬
lores «independientes», transformando asi en una ex¬
tensión arbitraria el valor total, del que nacen la ren¬
ta, la ganancia y el interés.
Si el total de la ganancia obtenida por el capitalista
iguala a la suma de 100 libras esterlinas, llamaremos a
esta suma, considerada como extensión «absoluta», la
«cantidad de la ganancia». Pero si calculamos la rela¬
ción de proporción de esas 100 libras por el capital des¬
embolsado, daremos el nombre de «tasa de la ganan¬
cia» a esta extensión «relativa». Es evidente que esa
432 CARLOS MARX

tasa de laganancia se puede expresar de dos maneras.


Suponed que el capital «desembolsado en salarios» sea
de 100 libras. Si el
«mayor valor» es también 100 libras
(y eso indicaría que la mitad de la jornada de
del obrero se
trabajo
componía de trabajo «impagado»), y si
luego estimamos esas ganancias según el valor del ca¬
pital adelantado en salarios, diremos que la tasa se ele¬
va a 100 más
100, porque el valor desembolsado sería
100, y el valor obtenido, 200.
Si, por otro lado, no sólo consideramos el «capital
desembolsado en salarios», sino también la «totalidad
del capital» desembolsado,
sea, por ejemplo, 500 libras
esterlinas, en que 400 representarían el valor de las pri¬
meras materias, las máquinas, etc., diríamos que «la
tasa de la ganancia» no se eleva más
que a 20 por 100,
porque la ganancia de 100 no sería más que la
quinta
de la «totalidad» del capital desembolsado.
La primera manera de expresarlo es la
única que os
demuestra la relación real entre el
trabajo pagado y el
no pagado, el
grado real de «explotación (permitidme
esa palabra
francesa) «del trabajo». La otra manera de
expresarlo es de la que comúnmente nos valemos,
y es,
en efecto, muy
apropiada en ciertas circunstancias. En
todo caso, es muy adecuada para ocultar el
grado al¬
canzado por el trabajo gratuito que el capitalista
saca
del obrero.
En las observaciones que aún tengo que haceros em¬
plearé la palabra «ganancia» para designar el conjun¬
to entero de «mayor valor» sustraído
por el capitalis¬
ta, sin tener en cuenta el reparto de este mayor valor
entre distintos beneficiarios, y al emplear la
expresión
«tasa de la ganancia», estimaré
siempre las ganancias
según el valor del capital desembolsado en salarios.
XII

Relación general de las ganancias, de los salarios


y de los precios

Del valor de una mercancía deducid el valor que re¬


embolsa el costo de las primeras materias y el de los
otros medios de producción consumidos, es decir, dedu¬
cid el valor que representa el trabajo «pasado» conte¬
nido en esa mercancía, y la resta de su valor se resol¬
verá en el último valor, es decir, en la cantidad de tra¬
bajo que ha agregado el obrero. Si este obrero trabaja
doce horas diarias, y doce horas de trabajo medio se
cristalizan en una cantidad de oro igual a seis cheli¬
nes, chelines es el «único»
este valor adicional de seis
valor que habrá creado el trabajo. Este valor dado, que
determina la duración de su trabajo, es el único fon¬
do de donde el capitalista y él deben sacar sus partes,
sus respectivos dividendos, el único valor divisible en
salario y en ganancia.
Claro es que no cambiará este mismo valor las pro¬
porciones variables según las que pueda repartir entre
los dos copartícipes. Nada cambiaría tampoco si en lu¬
gar de un solo obrero pusieseis, por ejemplo, toda la
población obrera, doce millones de jornadas de trabajo.
Toda vez que el capitalista y el obrero no hacen más
que dividir este valor limitado, es decir, el valor medi¬
do por el trabajo total del obrero, cuanto más reciba
uno menos recibirá el otro, y, recíprocamente, cuando
se da una cantidad, a medida que una de sus partes au¬

menta, la otra disminuye otro tanto. Si el salario cam¬


bia, la ganancia cambiará en sentido opuesto. Si el sa-
CARLOS MARX
434

lario baja, subirá la ganancia, y si sube el salario, ba¬


lará la ganancia. Si el obrero, según nuestra primera hi¬
pótesis, recibe tres chelines, suma igual a la mitad del
valor que ha creado, o si su jornada entera se compo¬
ne de una mitad de trabajo pagado y de otra mitad de
cuatro chelines, y la tasa de la ganancia será el 200
por 100, porque en ese caso el capitalista recibirá tam¬
bién tres chelines. Si el obrero no recibe más que dos
chelines, es decir, si no trabaja para sí más que la ter¬
cera parte de la jornada entera, el capitalista tendrá
cuatro chelines, y la tasa de la ganancia será el 200
por 100. Si el obrero recibe cuatro chelines, el capita¬
lista no recibirá más que dos, y entonces la tasa de la
ganancia bajará a 33 y un tercio por 100. Pero todas
esas variaciones no influirán en el valor de la mercan¬
cía. Un alza general de salarios terminaría, pues, por
una baja de la tasa general de la ganancia, pero no
influiría en sus valores. Por más que el valor de las
mercancías sea el que debe regular sus precios corrien¬
tes, y se determine por la cantidad total de trabajo que
contenga y no por la división de esta cantidad en tra¬
bajo pagado y no satisfecho, de eso no se en deduce
manera alguna que el valor aislado de las mercancías
producidas, por ejemplo, en un período de doce horas,
sea constante. El «número» o la masa de mercancías
producidas en un tiempo dado de o por una
trabajo,
cantidad dada de trabajo, depende del «poder produc¬
tor» del trabajo empleado, y no de su extensión, de su
longitud. Con cierto grado de fuerza productiva de hi¬
latura, una jornada de doce horas, por ejemplo, puede
producir doce libras de hilos, y con un grado menor de
esa misma fuerza, dos libras solamente. Si, pues, esta¬
ban incorporados en el valor de seis chelines doce ho¬
ras de trabajo medio, en uno de los casos las doce li¬
bras de hilos costarían seis chelines, y, en el otro, las
dos libras de hilos costarían igualmente seis chelines.
Por consiguiente, una libra de hilos costaría en un caso
seis peniques, y tres chelines en el otro. La diferencia
de resultado de la diferencia de las fuer¬
precio sería el
zas productivas del trabajo empleado. Una hora de tra-
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 435

bajo estarla contenida en una libra de hilos con la ma¬


yor fuerza productora, mientras que con la más peque¬
ña, seis horas de trabajo estarían contenidas en una li¬
bra de hilos. El precio de una libra de hilos sólo sería,
en el primer caso, de seis peniques, aunque el salario
fuese relativamente alto y la tasa de la ganancia fuese
baja; en el otro caso sería de tres chelines, aunque el
salario fuese bajo y la tasa de la ganancia alta. Y se¬
ría así porque la cantidad total de trabajo incorporado
en la libra de hilos es la que regula el precio, y no «la
división proporcional de esta cantidad total en traba¬
jo pagado y no pagado». Puede suceder, he dicho hace
un momento, que un trabajo de precio alto produzca
mercancías a bajo precio y, recíprocamente, que un tra¬
bajo barato produzca mercancías caras. Este hecho ya
no tiene ahora su apariencia paradójica. No es, en efec¬
to, más que la expresión de la ley general contrastada,
a saber: que el valor de una mercancía se regula por
la cantidad de trabajo que contiene; pero que la can¬
tidad de trabajo contenida depende por entero de las
fuerzas productoras del trabajo empleado, y que, por
consiguiente, cualquier variación en la productibilidad
del trabajo varía el valor.
XIII

Tentativas para aumentar los salarios o para oponerse


a su baja. Casos principales

Estudiemos ahora seriamente los casos principales en


que se ha tratado de hacer subir los salarios o de resis¬
tir su disminución.
Hemos visto que «el valor de la fuerza de trabajo»
o, lenguaje vulgar, «el valor del trabajo», está de¬
en
terminado por el valor de las cosas necesarias a la vida,
es decir, por la cantidad de trabajo que es preciso para

producirlas. Si, pues, en un país dado el valor de las


necesidades diarias de la vida del obrero representase
seis horas de trabajo, expresadas en tres chelines, el
obrero tendría que trabajar seis horas diarias para pro¬
ducir el equivalente de su cotidiano sostenimiento. Mas
si la jornada entera fuese de doce horas, el capitalista,
al darle por su trabajo tres chelines, dejaría de pagar¬
le medía jornada, y la tasa de la ganancia sería de 100
por 100. Pero ahora suponed que, a consecuencia de una
disminución de productibilidad, se necesite más trabajo
para producir, por ejemplo, la misma cantidad de gé¬
neros agrícolas, de tal manera que el precio de los ar¬
tículos de primera necesidad suba, en un día, tres o
cuatro chelines. En ese caso, el valor del trabajo su¬
biría en un tercio o en 33 y un tercio por 100. Serían
menester ocho horas de la jornada de trabajo para pro¬
ducir el equivalente del sostenimiento diario del obre¬
ro, conforme con su antiguo método de vida. El «so-
bretrabajo» se reduciría, pues, de seis horas a cuatro,
y la tasa de la ganancia, de 100 a 50 por 100. Pero exi-
438 CARLOS MARX

giendo unaumento de salario, el trabajador no haría


más que reclamar el «valor aumentado de su trabajo»,
como cualquier otro vendedor de mercancía que, ha¬
biendo aumentado los costos de producción, trata de ha¬
cerse pagar el aumento de valor. Si el salario no sube,

o no subiese lo bastante para compensar el aumento


de valor de los artículos de primera necesidad para la
vida del obrero, descendería al «precio» del trabajo bajo
el nivel del «valor del trabajo», lo que produciría tam¬
bién una «baja» en su modo de vivir.
Pero también podría ocurrir un cambio en sentido
opuesto. En virtud del acrecentamiento de productibili-
dad del trabajo, la misma cantidad de géneros necesa¬
rios diariamente podría bajar de tres chelines a dos,
esto es, que sobre la jornada entera de trabajo no ha¬
bría necesidad más que de cuatro horas en lugar de
seis para reproducir el equivalente del valor de las ne¬
cesidades El obrero podría comprar entonces
diarias.
con dos chelines igual cantidad de objetos que la que
antes compraba con tres. Do hecho habría bajado el «va¬
lor del trabajo»; pero con este valor disminuido com¬
praría la misma cantidad de mercancías que antes. En¬
tonces subirían las ganancias de tres chelines a cuatro,
y la tasa de la ganancia, de 100 por 100 a 200. Aunque
se hiciese caso omiso del género de vida del trabaja¬

dor, su «salario relativo» y al mismo tiempo su «posi¬


ción social relativa», se rebajarían, comparadas con la
del capitalista. Si el obrero fuese refractario a esta re¬
ducción del salario relativo, no haría más que intentar
participar del aumento de la productibilidad de su pro¬
pio trabajo y de conservar su antigua posición relativa
en la escala social. Por eso después de la derogación
de las leyes sobre los cereales, los fabricantes ingleses
disminuyeron los salarios en 10 por 100, violando fla-
grantemente los conciertos más solemnes. Los obreros
resistieron y cayeron al principio; pero como consecuen¬
cia de las circunstancias volvieron a recobrar el 10 por
100 perdido.
1. Podría suceder que el «valor» de los artículos de
primera necesidad no sufriese variación, y, por consi-
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 439

guíente, tampoco el «valor del trabajo» y que viniera


un cambio en sus «precios en dinero», a consecuencia
de un cambio anterior en el «valor del dinero».
El descubrimiento de minas más abundantes, etc., po¬
dría hacer, por ejemplo, que para producir dos onzas
de oro no necesitara más
se trabajo que el que antes
costaba una onza. El «valor» del oro sería depreciado
de por mitad, o en 50 por 100. Los «valores» de las otras
mercancías se traducirían entonces en una suma doble
de antiguos «precios en dinero»; lo mismo sucede¬
sus

ría con el «valor del trabajo». Doce horas del anterior


trabajo traducidas en seis chelines lo serían entonces
en doce. Si el salario se redujera a tres chelines, en lu¬

gar de elevarse a seis, «el precio de su trabajo en di¬


nero» sólo sería «igual a la mitad del valor de su tra¬

bajo», y su modo de vivir se empeoraría horriblemen¬


te. Eso es también lo que sucedería en un grado ma¬
yor o menor si su salario, aun subiendo, no se eleva¬
ra en proporción de la baja ocurrida en el oro. En ese
caso, habría cambiado, ni la productibilidad del
nada se
trabajo, ni la oferta yla demanda, ni los diferentes va¬
lores de cambio. Nada podría cambiar, salvo los «nom¬
bres monetarios» de esos valores. Decir que en seme¬
jante caso no debe el obrero pedir un aumento propor¬
cional de salario es decir que debe conformarse con
pagarse con nombres, en lugar de hacerlo con cosas.
Toda la historia del pasado demuestra que, siempre que
se produjo semejante depreciación del dinero, los capi¬
talistas se apresuraron a aprovechar la ocasión para en¬
gañar al obrero. Una muy numerosa escuela de econo¬
mistas afirma que recientemente se produjo una nueva
depreciación de los metales preciosos, a consecuencia
de los nuevos descubrimientos de yacimientos operados
en la explotación de las minas de plata y de la oferta
del mercurio a más bajo precio.
2. aquí hemos supuesto que la «jornada de
Hasta
trabajo» tiene determinados límites. No tiene, sin em¬
bargo, en sí misma ningún límite uniforme. La tenden¬
cia constante del capital es prolongarla lo más posible,
porque el «sobretrabajo» y, por tanto, la ganancia que
440 carlos marx

de él se deriva se acrecentarán en proporción de esta

prolongación. Cuanto más consiga el capital alargar la


jornada de trabajo, más se apropiará del trabajo ajeno.
Durante el siglo xvii y también durante los dos prime¬
ros tercios del xvm, el tiempo normal de la jornada de

trabajo fue de diez horas en toda Inglaterra. Durante


la guerra contra la Revolución francesa, que fue en
realidad la guerra de los «barones» de la Gran Breta¬
ña contra la masa de trabajadores británicos, el capital,
celebrando sus bacanales, prolongó la jornada de tra¬
bajo de diez horas a doce, a catorce, a dieciocho. Mal-
thus, a quien no acusaréis de sentimentalismo, decía en
su folleto, publicado en 1815, que si eso continuaba, se

extinguirían las fuentes de vida de la nación. Algunos


años antes de generalizarse las nuevas invenciones me
cánicas, hacia 1865, apareció en Inglaterra un escrito ti¬
tulado: «Ensayos sobre el comercio». El anónimo au¬
tor, enemigo declarado de la clase obrera, se entrega a
toda suerte de declamaciones acerca de la necesidad de
prolongar los límites de la jornada de trabajo. Propo¬
ne, entre otros medios para llegar a ese fin, «las casas
de trabajo» («working houses»), que, según él, deberían
ser «casas de terror». ¿Y queréis saber cuál era la ex¬
tensión de la jornada de trabajo que recomendaba para
esas casas de terror? «Doce horas»; justamente el tiem¬

po que en 1832, capitalistas, economistas y ministros de¬


claraban que debía de durar la jornada de trabajo, no
sólo para los hombres, sino para los niños menores de
doce años.
Al vender el obrero
su fuerza de trabajo (y no pue¬

de hacer otra bajo el régimen actual), transfiere al


cosa

capitalista el mismo derecho que tiene para consumir¬


la, pero el derecho de consumirla dentro de límites ra¬
zonables. Vende su fuerza de trabajo, para conservar¬
la y no para destruirla, salvo los casos naturales de uso
y deterioro. Desde el momento en que vende esta fuer¬
za en su valor diario o semanal, sabe que, en un solo
día o en una sola semana no se le someterá a dos días
o a dos semanas de uso y pérdida. Tomad una máqui¬
na que valga 1.000 libras esterlinas. Si se destruye en
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 441

ciiez años, agregará cada año cien libras esterlinas al va-


ios de las mercancías que ayude a producir. Si se des¬
truye en cinco años, añadirá 200 iibras esterlinas anual¬
mente, o sea el valor de su uso anual en razón inversa
de la rapidez con la que se destruya. He aquí lo que
distingue al obrero de lamáquina: ésta no se gasta exac¬
tamente en proporción del empleo que se haga. El hom¬
bre, por el contrario, declina con más rapidez que lo
haría creer la simple adición numérica de su trabajo.
Cuando se esfuerzan para llevar la jornada de trabajo
a sus antiguos límites nacionales, o bien (donde no pue¬

den recabar del legislador la fijación de una jornada


normal de trabajo), cuando oponen a la prolongación
del trabajo, como freno, el alza de los salarios, alza no
solamente proporcional al suplemento de tiempo exigido,
sino traspasando también la proporción, los obreros no
hacen más que cumplir con un deber para con ellos mis¬
mos y para con su clase. No hacen más que poner lí¬

mites a las tiránicas usurpaciones del capital. El tiem¬


po es, para el hombre, el terreno del desarrollo. El que
no tenga ningún tiempo libre de que pueda disponer,
aquel cuya vida entera, fuera de las interrupciones pu¬
ramente física, de los intervalos del sueño, de las co¬
midas, está absorbido por el capitalista, ese hombre es
menos que un animal de carga. Es una mera máquina

para producir una riqueza a la que permanece ajeno,


aplastado corporalmente, embrutecido en lo moral. Toda
la historia de laindustria moderna demuestra, por tanto,
que el capital, si no se le refrena, trabaja sin remordi¬
miento y sin piedad para rebajar a toda la clase obre¬
ra a este estado de extrema degradación.
Puede suceder que prolongándose la jornada de tra¬
bajo pague el capitalista «salarios más elevados» y que,
por lo mismo, baje «el valor del trabajo», si el alza de
los salarios no corresponde a la extracción de una ma¬
yor cantidad de trabajo y al uso más rápido que re¬
sultaría de la fuerza de trabajo. Eso puede suceder, ade¬
más, de otra manera. Las estadísticas burguesas os di¬
rán, por ejemplo, que en el condado de Lancáster ha
aumentado el salario medio de los obreros y el de sus
442 CARLOS MARX

familias. Olvidan que en lugar del trabajo único de los


hombres, hoy día se han arrojado debajo de las ruedas
del «Jaggernaut» capitalista el jefe de la familia, su
mujer y quizá tres o cuatro de sus hijos, y que el alza
del salario colectivo no compensa el trabajo colectivo
extraído de la familia.
Aun con los límites determinados de la jornada de
trabajo, tal cual existen hoy en todas las ramas de la
industria sometidas a las leyes de fábrica, un alza de
los salarios podría convertirse en necesaria, aun cuan¬
do no fuese más que para mantener en su antiguo ni¬
vel «el valor del trabajo». Aumentando ¡a «intensidad
del trabajo», podría conseguirse que un hombre gastara
en una hora una fuerza vital igual a la que antes con¬

sumía en dos horas. Eso es lo que ha ocurrido hasta


cierto punto en las industrias sometidas a las leyes de
fábricas, motivado por el acrecentamiento de la veloci¬
dad de la maquinaria y del número de máquinas que
funcionan al cuidado de un solo individuo. Si el aumen¬
to de la intensidad en el trabajo; si la totalidad del tra¬
bajo que se realice en una hora resultara poco más o
menos proporcional a la disminución de la extensión de
la jornada de trabajo, el que todavía ganaría sería el
obrero. Pero si se traspasa este límite, pierde bajo una
forma lo que gane bajo otra, y diez horas de trabajo pue¬
den convertirse entonces en tan ruinosas para su fuer¬
za como lo eran anteriormente doce. Cuando contrarres¬

ta esta tendencia del capital, luchando para alcanzar un


aumento de salario que corresponda al aumento de la
intensidad del trabajo, el obrero no hace más que com¬
batir el envilecimiento del precio de su trabajo y de la
extenuación de su raza.
3. Todos sabéis que, por razones que huelga expli¬
car en estos momentos, la producción capitalista atra¬
viesa ciertos ciclos periódicos. Pasa por estados de cal¬
ma, de animación creciente, de prosperidad, de super¬
abundancia, de crisis y de estancamiento. Los precios
corrientes de las mercancías y las tasas corrientes de
las ganancias recorren las mismas fases: tan pronto se
elevan sobre sus tipos medios como descienden. Obser-
443
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS

vando el clico entero, notaréis que las separaciones del


precio corriente se compensan una con otra y que, to¬
mando el tipo medio del ciclo, los precios corrientes de
las mercancías se regulan por su valor. Pues bien; du¬
rante las fases de depresión de los precios corrientes y
las fases de crisis y de estancamiento, si el obrero 110
ha sido arrojado a la calle, está, cuando menos, seguro de
ver disminuir su salario. Para que no se le engañe debe¬
rá disputar al capitalista la disminución de salario para
asegurarse, aun en los casos de baja de los precios co¬
rrientes, que es proporcional a la baja general de pre¬
cios. Si durante los períodos de prosperidad, cuando su
industria obtenía un excedente de ganancias, no lucha
por un aumento de salarios, no recibirá, si se toma la
medidas proporcional de un solo ciclo industrial, su «sa¬
lario medio», ni por consiguiente, «el valor de su traba¬
jo». Exigir de él que, sufriendo su salario necesariamen¬
te la influencia de los períodos desfavorables, se ex¬
cluya a sí mismo del derecho a una compensación du¬
rante los períodos de prosperidad, es el colmo de la
necedad. Por lo general, los «valores» de todas las mer¬
cancías no toman cuerpo sino por la compensación re¬
cíproca de los precios corrientes, que cambian conti¬
nuamente a causa de las continuas fluctuaciones de la
oferta y la demanda. En nuestra organización económi¬
ca,el trabajo es una mercancía como cualquier otra. Es
preciso, pues, que pase por las mismas fluctuaciones que
las otrasmercancías para alcanzar un precio medio que
corresponda a su valor. Sería absurdo tratarlo, de una
parte, como a mercancía y querer, por otra, emanci¬
parlo de las leyes que regulan los precios de las mer¬
cancías. El esclavo recibe una cantidad fija y constan¬
te de subsistencias; el asalariado, no. Este debe, pues,
esforzarse siempre por conseguir un aumento de salario
siquiera para compensar la posible baja del salario. Si
se resigna a admitir, como ley económica permanente,
la voluntad y las injerencias del capitalista, se hará
partícipe de la suerte miserable del esclavo sin disfru¬
tar de su seguridad.

4. En todos los casos que acabo de examinar, es de-


444 CARLOS MARX

cir, noventa y nueve veces entre ciento, la lucha por el


aumento de los salarios ya veis que no hace más que
seguir las variaciones anteriores (de las que nace y ne¬
cesariamente debía nacer) en la cantidad de la produc¬
ción, en los poderes productivos del trabajo, en el va¬
lor del trabajo, en la extensión e intensidad del traba¬
jo, en las fluctuaciones de los precios corrientes, liga¬
dos a la vez con las oscilaciones de la demanda y de la
oferta y conformes con las diferentes fases del ciclo in¬
dustrial; en una palabra, es una simple reacción del
trabajo contra la actuación anterior del capital. Ocupar¬
se de la lucha para no conseguir más que un aumento
de los salarios, independientemente de todas esas cir¬
cunstancias, no fijándose más que en la variación del
salario y sin tener en cuenta todos los otros cambios
de los que se deriva, sería partir de una premisa falsa
para llegar a equivocadas conclusiones.
XIV

La lucha entre el capital y el trabajo y sus resultados

1. Después de haber demostrado que la resistencia


periódica de los obreros a toda reducción de los sala¬
rios y sus esfuerzos periódicos para hacerlos aumen¬
tar son inseparables del salariado y dictados por el he¬
cho mismo de que el trabajo está asimilado a las mer¬
cancías, sometido, por tanto, a las leyes que reglamen
tan el movimiento general de los precios; después de
haber demostrado, además, que un alza general de los
precios, como consecuencia de una baja general de la
tasa de la ganancia, en nada influiría en el tipo medio
del precio de las mercancías, ni sobre los valores, se
trata ahora, finalmente, de saber hasta qué punto, en
esta lucha incesante entre el capital y el trabajo, tiene
éste probabilidades de vencerle.
Podría responder generalizando y decir que para el
trabajo, lo mismo que para todas las mercancías, su
«precio corriente» se ajustaráa la larga a su valor; que,
por consiguiente, a despecho de las alzas y de las bajas
y de grado o por fuerza, el obrero no recibirá como tipo
medio más que el valor de su trabajo que se resuelve
en el valor de su fuerza de trabajo, determinada por el
valor de las subsistencias necesarias para su conserva¬
ción y su reproducción.
Pero hay algunos rasgos especiales que distinguen el
«valor de la fuerza de trabajo», el «valor del trabajo»,
de los valores de todas las otras mercancías. El valor
de la fuerza de trabajo está formado por dos elementos:
el uno, meramente físico, y el otro, histórico y social.
■146 CARLOS MARX

Su último límite está determinado por el elemento «fí¬


sico»; es decir, que para conservarse y reproducirse;
para perpetuar su existencia material debe recibir la
clase obrera los necesarios medios de subsistencia in¬
dispensables para vivir y multiplicarse. El valor de esos
indispensables medios de subsistencia constituye, pues,
el último límite «del valor del trabajo». De otro lado,
la extensión de la jornada de trabajo tiene también
sus límites extremos, aunque muy elásticos. Si el des¬

gaste cotidiano de su fuerza vital pasa de cierto gra¬


do, no podrá ejercitarla de nuevo, día tras día. De todos
modos, como ya he dicho, este límite es muy elástico.
Generaciones débiles, de vida media, si se suceden rá¬
pidamente, sostendrán bien aprovisionado el mercado
del trabajo del mismo modo que lo verificaría una se¬
rie de generaciones vigorosas y de gran longevidad.
Al lado de este elemento puramente fisiológico hay
otro que también determina en cada país el valor del
trabajo;«el género de vida tradicional». La vida no es
puramente física y material; es la satisfacción de cier¬
tas necesidades congénitas de las condiciones sociales en
que las gentes están colocadas y con que han sido cria¬
das. Se puede reducir el modo de vivir del inglés al mo¬
do de vivir del escocés, el modo de vivir del campesi¬
noalemán al del campesino de Livonia. La obra de
Thovnton sobre el «Exceso de población» os podrá en¬
señar el papel importante que en este sentido desempe¬
ña la tradición histórica y el hábito social. Allí demues¬
tra el autor que el tipo medio de los salarios en diferen¬
tes de Inglaterra
distritos (aun en nuestros días), es
más o distinto según las circunstancias
menos eran más
o menos favorables en la época en que estas poblacio¬
nes salieron de la servidumbre.

Este elemento el valor


histórico o social que entra en
del trabajo puede extenderse o estrecharse, o desapare¬
cer por completo de tal modo, que no quede más que el
«límite fisiológico». Durante la época de «la guerra con¬
tra la Francia jacobina» emprendida (cuando el viejo
Jorge Rose, incorregible «presupuestófago» y preben¬
dado, tenía la costumbre de decir «para poner los con-
MANIFIESTO COMUNISTA 447

suelos de nuestra santa religión al abrigo de los ataques


de esos descreídos franceses»), los Honrados colonos in¬
gleses, tan benévolamente tratados en una de nuestras
anteriores sesiones, acarrearon una depresión de los sa¬
larios agrícolas, que los hizo caer bajo ese mismo «mí¬
nimum puramente físico»; pero por vía de compensa¬
ción encontraron en la escudilla de los pobres el resto
de la suma necesaria para la conservación de la raza.
¡Magnífica manera de transformar el asalariado en es¬
clavo y al fiero «yeoman» de Shakespeare, al libre-terra¬
teniente, es un pobre asilado!
Comprando la tasa del salario necesario, es decir, del
valor del trabajo enlos diferentes paises, y comparán¬
dola también con las diferentes épocas históricas en un
mismo país, encontraréis que el mismo «valor del tra¬
bajo» no es una extensión fija y sí muy variable, aun¬
que se suponga que los valores de las otras mercan¬
cías resulten constantes.
Una comparación análoga probaría que no solamente
cambian las tasas corrientes de la ganancia, sino que
también cambia el tipo «medio» de las tasas de la ga¬
nancia.
Mas las ganancias no hay ley que determine el
para
«máximum». No puede decirse cuál es el último límite
de su descenso. ¿Y por qué no se puede fijar este lí¬
mite? Porque, por mucho que se pudiera fijar el «míni¬
mum» del salario, no se podría fijar el «máximum».
Unicamente puede decirse respecto a los límites de la
jornada de trabajo, una vez determinados, que el «máxi¬
mum de la ganancia» corresponde al «mínimum fisio¬
lógico del salario», y que dado el salario, el «máximum»
de la ganancia corresponde a esta prolongación de la
jornada de trabajo, que todavía es compatible con las
fuerzas físicas del trabajador. El máximum de las ga¬
nancias está, pues, limitado por el «mínimum» fisioló
gico del salario y por el «máximum» fisiológico de la
jornada de trabajo. Es evidente que entre los dos lími¬
tes de esa «tasa máximum de ganancia» hay lugar para
una escala inmensa de variaciones posibles. El grado
real no se encuentra establecido sino por la lucha con-
CARLOS MARX
448

tinua entre el capital y capitalista tiende


el trabajo; el
constantemente a llevar a su «má¬
reducir el salario y a
ximum» fisiológico la jornada de trabajo, mientras que
el obrero obra en sentido opuesto.
La cuestión se reduce, pues, a una cuestión del poder
respectivo del uno o del otro de los combatientes.
2. En cuanto a la «limitación de la jornada de tra¬
bajo» en Inglaterra, no se ha establecido por la «inter¬
vención del legislador», al igual que en los demás paí¬
ses.Esta intervención no hubiera tenido nunca lugar
sin la continua presión de los obreros, obrando de fue¬
ra adentro, de la calle al Parlamento. Pero en todo ca¬
so no se podría alcanzar el fin por un acuerdo entre los
obreros y los capitalistas. Esta misma neecsidad de una
«acción perfectamente que, en la acción
general» prueba
puramente capital era el más fuerte.
económica, el
En lo referente al establecimiento de los límites del
«valor del trabajo», éstos depende siempre de la oferta
y la demanda; es decir, de la demanda de trabajo por par¬
te del capital y de la oferta de trabajo hecha por los
obreros. En las comarcas coloniales, la ley de la oferta
y la demanda favorece a los obreros. De ahí el alza re¬
lativa de los salarios en los Estados Unidos. En las colo¬
nias, el capital tiene que esforzarse, no puede impedir
que el mercado del trabajo se encuentre continuamente
desprovisto por continua transformación de los asalaria¬
dos en campesinos independientes, bastándose a sí mis¬
mos. En una gran parte de la población americana, la

condición del asalariado no es sino transitoria, una si¬


tuación provisional, que está seguro de dejar en un lap¬
so de tiempo más o menos próximo. Para enmendar este
estado de cosas demasiado colonial, el Gobierno inglés
adoptó y paternalmente, durante cierto tiempo, lo
aplicó
que se llama la teoría moderna de la colonización, que
consiste en dar artificialmente un precio elevado al sue¬
lo colonial, con el fin de impedir que el asalariado se
transforme demasiado pronto en cultivador indepen¬
diente.
Pero llegamos al país de la vieja civilización, en que el
capital dirige como jefe todo el mercado de la produc-
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 449

ción. Tomad, por ejemplo, el alza de los salarios agríco¬


las que se produjo en Inglaterra de 1849 a 1859. ¿Cuál
fue la consecuencia? Los colonos no pudieron, como
nuestro amigo Weston les habría aconsejado, alzar el
valor ni los precios corrientes de los granos; debieron,
por el contrario, aceptar la baja, bien que durante este
espacio de once años introdujeron toda clase de máqui¬
nas agrícolas, adoptaron los métodos más científicos,
convirtieron en praderas tierras de labrantío, aumen¬
taron la extensión de las granjas y, con ello, la escala
de producción;estos procedimientos y otros semejan¬
tes, al disminuir la demanda de trabajo aumentando su
productibilidad, ocasionaron de nuevo una relativa su¬
perabundancia de la población agrícola. Tal es el mé¬
todo general que sirve para producir una reacción len¬
ta o rápida del capital contra un alza de los salarios
en los antiguas países. Ricardo observa atinadamente
que la máquina está en continua competencia con el
trabajo, y frecuentemente no se la puede introducir
en una industria hasta el precio del trabajo haya
que
alcanzado cierto nivel; pero el empleo de las máquinas
no es más que uno de los numerosos métodos de acre¬

centar el poder productor del trabajo. Ese mismo des¬


arrollo, que origina la superabundancia relativa del tra¬
bajo ordinario, eleva por otro lado el trabajo simple
a trabajo calificado, y de ese modo lo deprecia.
Esa misma ley aparece todavía bajo otra forma. A
medida que se desarrollan las fuerzas productivas del
trabajo se acelera la acumulación del capital, a pesar
de una tasa de salario relativamente elevada. De eso
podría deducirse, como lo hacía Adam Smith, en una
época en que la industria moderna estaba aún en pa¬
ñales, que, siendo más rápida la acumulación del capi¬
tal, debe hacer inclinar la balanza a favor del obrero,
seguro de una demanda de trabajo siempre en aumento.
Colocándose en ese punto de vista, muchos escritores
contemporáneos se han sorprendido de que, habiéndose
desarrollado el capital en Inglaterra infinitamente más
pronto que la población, los salarios no hayan tenido
un alza mayor que la que han experimentado. Pero al
450 CARLOS MARX

mismo tiempo que progresa la acumulación «se opera


un cambio progresivo en la composición del capital».
Esta porción del conjunto del capital, que consiste en
capital fijo o constante: máquina, primeras materias,
medios de producción bajo todas las formas posibles,
aumenta de acuerdo con una progresión constante, en
comparación con la otra parte del capital que está em¬
pleada en los salarios, en la compra del trabajo. Esta
ley se formuló más o menos exactamente por Barton,
Ricardo, Sismondi, el profesor Ricardo Jones, el pro¬
fesor Ramsey, Cherbuliez y muchos otros.
Si proporción de estos dos elementos del capital
la
era, en su origen, de uno contra uno, será de cinco con¬
tra uno, y así sucesivamente, a medida que progrese la
industria. Si de un capital total de 600 hay 300 emplea¬
dos en utensilios, primeras materias, etc., y solamente
300 en salarios, no habrá más que duplicar el capital
para crear una demanda de 600 obreros en lugar de
300. Pero si en un capital de 600 hay 500 empleados
en máquinas, primeras materias, etc., y solamente 100
en salarios, será preciso que el mismo capital se eleve
de 600 a 3.600 para producir una demanda de 600 obre¬
ros lugar de 300. En el progreso de la industria, la
en

demanda de trabajo no marcha, pues, al misrho paso


que la acumulación del capital. Aumenta todavía, pero
aumenta en una proporción constantemente decreciente
en comparación con el aumento del capital.
Estas meras indicaciones bastan para demostrar que
el mismo desarrollo de la industria moderna debe hacer
inclinar la balanza en favor del capitalista contra el
obrero, y que, por consiguiente, la tendencia general
de producción capitalista no es la de elevar, sino
la
más bien la de bajar el padrón medio de los salarios;
es decir, de pujar el valor del trabajo más o menos a

«su límite mínimo». Tales eran las tendencias bajo


ese régimen; es decir, que la clase obrera debe renun¬
ciar a su resistencia contra las usurpaciones del capi¬
tal, a abandonar las tentativas por las que se esfuerza
para sacar partido de las ocasiones que se presentan
de pasajero mejoramiento.
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 451

Si así lo hicieren, los trabajadores se degradarían, cae¬


rían a más bajo nivel para no formar más que una
masa uniforme, aplastada, de desgraciados, a los que
nada podría apartar de la miseria. Creo haber demos¬
trado que sus luchas para obtener un salario normal
son los inseparables incidentes del régimen del sala¬
riado en su conjunto, que de cada cien veces, noventa
y nueve sus esfuerzos para volver a elevar los salarios
no más que esfuerzos para sostener el valor deter¬
son
minado del trabajo, y que la necesidad de discutir su
precio con el capitalista es inherente a su condición,
que les obliga a venderse cual si fueran mercancías.
Cediendo cobardemente en el conflicto diario con el ca¬
pital perderán de seguro el derecho para resolverse a
hacer un movimiento ascendente; y al contrario, inca¬
paces de cambiar de dirección, se limitarán a aplicar
paliativos y no a curar la enfermedad. No deben, pues,
dejarse absorber exclusivamente por esas inevitables
•escaramuzas que sin cesar hacen nacer las continuas
usurpaciones del capital o las variaciones del mercado.
Deben comprender que el régimen actual, con todas las
miserias que les impone, engendra al mismo tiempo
«las condiciones materiales» y las «formas sociales»
para reconstituir la sociedad sobre otras bases econó¬
micas. En lugar de la divisa «conservadora»: «Un sa¬
lario normal para una jornada normal de trabajo», de-
bien grabar en su estandarte la consigna «revoluciona¬
ria» : «Abolición del salariado.»
Tras esta larga, y temo muy enojosa exposición (1),

(1) En efecto larga, larguísima y enojosa a causa de lo


difícil de seguir y de entender. Si, en efecto, toda esta fati¬
gosa exposición fue o consistió en un «trabajo leido en el
Congreso General de la Asociación Internacional de Traba¬
jadores el 20 de julio de 1866», podemos asegurar, si no
cuantas horas duraría, si en todo caso : 1.°, que si empe¬
zaron a escucharle diez mil obreros, al acabar sólo queda¬
rían ciento, o poco más, en el recinto (los demás habrían
escapado más o menos disimuladamente, poco a poco). 2.«,
que de los ciento, noventa dormirían profundamente. Y 3.»,
que de los diez que estuvieron aún con los ojos abiertos,
sólo el onceavo hubiese comprendido bien lo que había
dicho; considerando como onceavo a él mismo
452 CARLOS MARX

en la que me ha sido preciso entrar para no quedar


demasiado inferior a mi tema, os propondría, para con¬
cluir, adoptar las resoluciones siguientes:
En primer lugar, un alza general de las tasas de los
salarios daría por resultado una baja de las tasas gene¬
rales de la ganancia, pero no influirla en los precios
de las mercancías.
En segundo lugar, la tendencia general de la produc¬
ción capitalista nola de elevar, sino más bien la
es
de rebajar el tipo medio del salarios normal.
En tercer lugar, los sindicatos obreros («trade-unions»>
obran últimamente como centro de resistencia a las
usurpaciones del capital. Su defecto parcial es el de
hacer un uso poco juicioso de la fuerza que poseen.
Su defecto general es el de limitarse a una guerra de
escaramuzas contra los efectos del régimen existente,,
en lugar de intentar al mismo tiempo cambiarle, o sea
servirse de sus fuerzas organizadas como de una palan¬
ca para manumitir definitivamente a la clase obrera;
es decir, para abolir el salariado.

FIN DE «PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS»

IL
INDICE
Págs.

Noticia preliminar a la 2.* edición 5


Noticia preliminar a esta 3.* edición 25
EL CAPITAL:

Capítulo I.—Mercancía y moneda 83


Capítulo II.—De los cambios 101
Capitulo III.—La moneda o la circulación
de la mercancía 105
Capítulo IV.—Fórmula general del capi¬
tal. La plusvalía 119
Capítulo V.—Contradicciones de la fór¬
mula del capital 123
Capítulo VI.—Compra y venta de la fuer¬
za de trabajo 127
Capítulo VII.—Producción de la plusvalía
absoluta 133
Capítulo VIII.—Capital constante y capital
variable 143
Capitulo IX.—Tipo de la plusvalía 149
Capítulo X.—La jornada de trabajo 159
Capítulo XI.—Tipo y masa de la plusvalía. 167
Capítulo XII.—Plusvalía relativa 171
Capítulo XIII.—De la cooperación 175
Capítulo XIV.—De la división del trabajo. 181
Capítulo XV.—Maqumismo y gran indus¬
tria 193
454 INDICE

Págs.

Capítulo XVI.—Plusvalía absoluta y plus¬


valía relativa 121
Capítulo XVII.—Variaciones de la plusvalía. 227
Capítulo XVIII.—De los diferentes tipos de
plusvalía 235
Capítulo XIX.—Del salario 237
Capítu'o XX.—El salario a jornal 241
Capítulo XXI.—El salario a destajo 245
Capítulo XXII.—Diferencias en los tipos de
salario 249
Capítulo XXIII.—Acumulación del capital ... 255
Capítulo XXIV.—Transformación de la plus¬
valía en capital 2G3
Capítulo XXV.—Ley de la acumulación ca¬
pitalista 279
Capítulo XXVI.—La acumulación primitiva. 305
Capítulo XXVII.—Origen del capitalismo in¬
dustrial 311
Capítulo XXVIII.—Tendencia de la acumula¬
ción capitalista 317
Capítulo XXIX.—Teoría moderna de la co¬
lonización 321
MANIFIESTO COMUNISTA 327
PRECIOS, SALARIOS Y GANANCIAS 373
BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

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