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TÍO TIGRE, MISIÓN CUMPLIDA

Si la lluvia continuaba sería imposible que Tío Tigre llegara a la


casa de Daniel para dejar su regalo de Navidad debajo del árbol
de catuches que habían adornado con guirnaldas de trinitarias y
flores de cachupina. La noche avanzaba y el aguacero desmoronaba
las laderas del cerro, era imposible transitar por los caminos
enlodados. Pero Tío Tigre era persistente, audaz e ingenioso.
Entonces buscó unas palmas de carata y se hizo un sombrero de
campechano con las alas tan anchas que la lluvia no mojaban su
cuerpo.
Camina que camina, llueve que llueve y el frío calando
hasta los huesos. Relámpagos más, relámpagos menos, todo
indicaba que la Navidad del poblacho sería más aguada que el
mar de las desesperanzas.
Andando y andando, se le apareció Tío Diablo a Tío Tigre
y le dijo:
—¿A dónde vas con tanta lluvia en medio de una noche
tan oscura?
—Tengo una misión que cumplir, Don Señor de las
tinieblas.
Tío Diablo se sintió halagado por tal apelativo. —¿Y se
puede saber cuál es esa importante misión, tigrillo? —dijo el
maligno con una sonrisa malévola.
Tío Tigre, como sabía que Tío Diablo podía leerle el
pensamiento, pensó en una treta pero no se le vino a la mente
algo más ingenioso que la verdad.
—Debo visitar a un niño amiguito de los animales del
bosque. Hoy es su cumpleaños y le llevo un presentito porque es
muy pobre.
—¿Cómo se llama ese amiguito? —preguntó Tío Diablo
con cierta malicia.
Tío Tigre se regodeó en su mente para no revelar la
verdadera identidad Daniel. En eso estalló un relámpago que
trozó por la mitad una mata del camino. En el acto, surgió una
humareda por donde el demonio se escabulló.
El tío felino muy asustado prosiguió su marcha y mientras
más caminaba meditaba el nombre que pensó decirle al bicho
cuando el relámpago lo desbarajustó. Pensaba que pensaba y la
noche se fue despejando con un fresco aroma invernal.
Cuando bajó la última loma llegó a la humilde explanada
donde estaban colocadas un puñado de casitas. A su encuentro
salió Tío Conejo de un matorral de malojillos y albahacas, Tía
Cigarra, Tío Bachaco Culón y Tía comadreja. Tal era el séquito
que lo acompañarían para dejar el presente.
Trepados en una mata de mango tino observaban desde la
copa el murmullo de voces que llegaba desde las viviendas donde
celebraban, cantaban y bailaban al son de un destemplado violín
que cortaba la noche en jirones de alegres melodías.
Cuando llegó la media noche Tío Tigre y sus amigos
bajaron del árbol y fueron hasta el catuche para dejar el regalo de
Daniel. Después se fueron saltando y cantando, en su lenguaje
animal, lindos villancicos que despertaron a los cocuyos.
Por la mañana Daniel fue al arbolito donde estaba un
bojotito envuelto con guirnaldas del campo y flores de la
pradera. Sabía que era su regalo. Había pasado la noche
batallando con el sueño para sorprender al Niño Dios en el justo
momento cuando trajera el regalo, pero no resistió y se durmió.
Desesperado abrió el regalo y ¿saben lo que encontró?
Era una botijita de arcilla de Manicuare colmada de la miel
más divina que fabricaban las Tías Abejas de los jardines de Tío
Dios. De cómo hizo tío tigre para sacar la miel, sin que lo picaran
las Tía Abejas, se lo contaré después.
El cuento se va a acabar y ustedes no me han preguntado
por qué fue que el Tío aquel salió despavorido cuando cayó el
relámpago. ¿Quieren que se los diga?
Bueno, como Tío Tigre es tan astuto, pensó en el nombre
de Jesucristo y el Tío Diablo leyó su mente. En ese instante Tío
Dios mandó el relámpago de la justicia al que Tío Demonio
siempre le ha temido, Y Tío Tigre pudo cumplir su misión.
Y colorín, colorado, este cuento ha terminado.

Julián Rivero
Venezuela

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