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En esta situación de estado de emergencia, solemos escuchar información respecto a funcionarios de algunas instituciones públicas
involucrados en escándalos de corrupción: mascarillas sobre valoradas, procesos de contratación sospechosos, bonos entregados a personas
que no son vulnerables, ocultamiento de información, etc. Sin embargo, estos problemas no solo se presentan en esta situación de
emergencia, si miramos hacia atrás veremos que en algunos casos son recurrentes.
¿QUÉ ES LA CORRUPCIÓN?
Corrupción es la acción y efecto de corromper, es decir, es el proceso de quebrar deliberadamente el orden del sistema, tanto ética
como funcionalmente, para beneficio personal. Además de que el corrupto comete una acción ilegal, también presiona u obliga a otros a
cometer tales actos.
Muchas veces atribuimos este término solo a posiciones políticas y no lo vamos a negar, nuestros poderes del Estado han estado, por no decir
que aún siguen, plagados de individuos egoístas que solo se preocupan por sus propios beneficios o por favorecer a una minoría antes de que a
todo el país. La corrupción va mucho más allá de eso e implica desde el colarse en una cola, hacer trampa en un examen o hasta por una
pequeña e inofensiva mentira que nos beneficie.
De un modo u otro, la corrupción suele estar enmarcada en relaciones de poder entre los sujetos, sea en escala micro o macro, sea privada o
pública.
Las relaciones de poder no se limitan al mundo de la política. Todos los ámbitos sociales donde existen jerarquías y/o recursos, tales como
empresas, compañías, entes públicos, centros educativos o centros de reunión religiosa, pueden ser ocasión de actos de corrupción.
Esto quiere decir que puede haber corrupción tanto al nivel de la gran política, como en la pequeña escuela primaria, siempre que haya
alguien que controle la situación de poder o que pretenda controlarla.
En cada país, la ley tipifica claramente las formas de corrupción y establece penas específicas para cada una según el grado. Aun así, pueden
existir otras formas de corrupción que no estén contempladas en ella, pero que sí son consideradas formas de corrupción de acuerdo al
sistema ético de una determinada cosmovisión.
Entre las formas de corrupción definidas en los documentos legales normalmente, tenemos:
SOBORNO: Ofrecer dinero a cambio de algún beneficio, tal como evitar una multa, obtener una nota en un examen, obtener una
licitación, etc.
DESVÍO DE RECURSOS: Consiste es desviar una parte de los recursos destinados para un proyecto de interés común a fines
personales.
ENRIQUECIMIENTO ILÍCITO U OCULTO: El enriquecimiento repentino por medio de la sustracción de recursos ajenos,
especialmente públicos.
ABUSO DE PODER: Aprovecharse de la situación eventual de poder que ofrece un rol para obtener de alguien un beneficio.
ABUSO DE FUNCIONES: Aprovecharse de la propia posición y autoridad para cometer actos abusivos.
TRÁFICO DE INFLUENCIAS: Valerse de las relaciones personales, estrechas o no, para obtener prebendas.
COLUSIÓN: Hacer un pacto con un tercero para sacar provecho de una determinada situación.
CONSPIRACIÓN PARA COMETER DELITOS DE CORRUPCIÓN: Se refiere reunión de cómplices para la planificación y
organización de delitos por corrupción.
OBSTRUCCIÓN DE LA JUSTICIA: Oponerse al debido proceso de investigación de los entes de justicia para protegerse a sí
mismo o a otros.
NEPOTISMO: Designación de familiares en cargos políticos.
Pues bien, la corrupción atenta contra el principio constitucional de igualdad ante la ley, ya que se utiliza al Estado (mediante sus poderes)
para beneficiar intereses particulares.
Por ello, la corrupción es un ataque a la convivencia democrática y a las instituciones que la sustentan.
Si dejamos que la corrupción pase de ser una práctica esporádica y aislada a una práctica endémica, es decir, inherente a un Estado y una
sociedad, estaremos dejando que los funcionarios deshonestos conviertan a las instituciones públicas en organismos que actuarán
sistemáticamente contra el sentido que la Constitución y la soberanía popular les otorgan.
Además, estaremos permitiendo que la sociedad también se corrompa, pues los ciudadanos entenderán que para obtener algo del
Estado deben aceptar que es “normal” participar en actos de corrupción.
Así, se volverá una práctica socialmente aceptada, sin medir sus consecuencias para la colectividad. La corrupción atenta contra nuestra
confianza en las instituciones del Estado.
Cuando, como hemos visto en el Perú, hay autoridades, funcionarios y servidores que atentan contra el interés general (es decir, contra el
carácter universal del Estado y contra su rol de garante de los derechos), los ciudadanos, más tarde o más temprano, dejan de creer que el
Estado los representa.
Finalmente, podrían recelar de la propia democracia y hasta dudar del sentido que tiene elegir a quienes nos gobiernan.