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Infancias y subjetividad (última parte)

La cultura represora divide, secciona, amputa la esencia de la forma. Sin niñez los niños y niñas
serán “locos bajitos” o “desnutridos bajitos” o “torturados bajitos”.

Por Alfredo Grande

(APe).- La niñez es un territorio. O sea: un espacio donde se ejerce un poder. La lógica territorial
no tiene solo que ver con la tierra, aunque la incluya. La lógica territorial es una espacialidad
vincular, grupal, colectiva. En las ciudades, o sea, en los grandes asentamientos urbanos, la lógica
territorial es evidente. Desde el patrón de la vereda, hasta el patrón de las privatizaciones
costeras para construir torres de altísima rentabilidad.

En la actualidad de la cultura represora, la niñez ha sido desterritorializada. No hay ningún


ejercicio de poder. El poder ha sido expropiado desde la expropiación del poder de satisfacer a
plenitud las necesidades básicas. Ya no hay sobras, aunque en no pocos lugares estatales y
privados abundan los banquetes. No hay ejercicio de poder que permita comer, educarse,
alegrarse, divertirse, amar y jugar. Hace varios años lo dijimos en una Jornada en Mar del Plata:
niñas y niños sin niñez.

La cultura represora divide, secciona, amputa la esencia de la forma. Sin niñez los niños y niñas
serán “locos bajitos” o “desnutridos bajitos” o “torturados bajitos”. Son la restitución de la niñez.
Restitución: la forma pura que encubre, que tapa, que oculta, que la esencia fue aniquilada. No
solamente hay un niño en la calle, como escribía Armando Tejada Gómez. El hambre es una
masacre planificada, más allá del crimen del hambre que nos enseñara Alberto Morlachetti.

Las categorías conceptuales han sido arrasadas, y ha dejado de ser cierto que más se perdió en la
guerra. También se perdió en la paz, en la tregua y en la guerra cotidiana que algunos llaman
“conflicto social”. En una niñez donde la lógica territorial estuviera consolidada, los denominados
procesos de subjetivación se sostienen. La subjetivación es la capacidad de aprendizaje, de
incorporar lo nuevo, diluir la resistencia al cambio. La subjetivación es lo opuesto a la subjetividad
cristalizada. Las lógicas reaccionarias, conservadoras, depredadoras que inevitablemente
construyen caminos que todos conducen al fascismo.

El vaciamiento de la lógica territorial, donde la niñez tenga su espacio de ejercicio de poder,


bloquea todo el proceso de subjetivación. La niñez es capturada por la subjetividad cristalizada de
sus enemigos de clase. Los soldaditos del narco, sin ir más cerca. Desde ya, la única respuesta del
Estado Represor es discutir la edad de imputabilidad. El código penal juvenil. Niños y jóvenes en
conflicto con la Ley. La Ley es la forma jurídica de la subjetividad cristalizada. Los cristales no se
modifican. La única opción es romperlos, triturarlos. Anulados los procesos de subjetivación, la
satisfacción de necesidades y deseos deviene imposible. Y todos los mandatos, incluso los más
letales, se cristalizan por toda la eternidad. Algunos llaman a este mecanismo “moral y buenas
costumbres”.

La niñez desterritorializada es una niñez marcada por la culpa y el estigma de la delincuencia. La


máquina trituradora está bien aceitada. En esta actualidad de la cultura represora un neumático es
más importante que un niño. Una de las revoluciones necesarias es subvertir el mandato en
deseo; la amenaza en motivación; el castigo en premio y la culpa en placer. En el Manifiesto
Liminar de la reforma universitaria de 1918 leemos: “los dolores que quedan son las libertades
que faltan”. Y en las infancias son tantas las libertades que faltan, que les siguen quedando todos
los dolores.

Y escribí estas reflexiones porque como cantaba Alfredo Zitarrosa soy el muchacho de ayer y ese
muchacho todavía responde…

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