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MUNDOS DE TRES MUJERES LIBRES

NOTA SOBRE LAS EXPOSICIONES EN RUTH BENZACAR


Mercedes Pérez Bergliaffa

“La monarca”, “La gracia extrañada” y “Pintora de fin de semana” son tres
exposiciones de tres artistas mujeres que se exhiben ahora en la galería Ruth Benzacar:
Mildred Burton, Aida Carballo y Catalina León (esta última, la única artista
contemporánea, ya que Burton y Carballo fallecieron en 2008 y 1985,
respectivamente). Observar este conjunto de muestras requiere de un ángulo amplio:
se trata de tres producciones fuertes. Respecto a Carballo y Burton, de dos artistas
consagradas a pesar de sí mismas; en relación a León, de una pintora que viene
marcando su carrera firmemente. Si bien Burton y Carballo son presentadas
cercanamente, contemplando como primer plano y vínculo -por parte de la galería-,
que ambas estuvieron internadas en centros de salud mental, quizás sea también
bueno apartar por unos momentos la visión romantizada de estas experiencias sufridas
determinadas, y concentrarnos ante todo en lo que nos dicen estos dibujos, pinturas y
grabados: sus universos se encuentran detallados allí. Quien quiera oír, que oiga.
Quien quiera ver, que vea.
Sueños y mente: Aída y las narices alargadas
Siempre es un viaje a la alegría y a la autenticidad, volver a descubrir la obra de Aida
Carballo, porque es sincera: no especula. Esto no se debe a algunos problemas
mentales que puede haber sufrido en algún momento de su vida sino a su sabiduría
como artista: su saber a través de oficio. Esos cuerpos lánguidos que dibujó o grabó, su
mirada exacta para caracterizarlos; los ojos negros que observó, profundos y
extremadamente grandes; los iris plenos. Su atención minuciosa a los detalles. Los
cuellos y las narices, con tanto de la corporalidad de los grabados flamencos de los S
XV y XVI, de los retratos reales italianos de perfil producidos por los mismos siglos... las
caracterizaciones y detalles, tan del pop local, de los barrios porteños de clase media y
media baja. Y las escenas de los jardines amorosos que presenta, respondiendo a
cierta influencia renacentista. El ritmo y el movimiento de las composiciones… En el
caso del conjunto de obras que pueden verse en Benzacar, y de sus series de trabajos
que allí se exhiben -Los amantes (de 1964-1965), Los locos, y algunos grabados sobre
las vecinas y los vecinos de barrios del sur de la Capital Federal-, son litografías,
producidas en general en tiradas de 30. Muchas de las que podemos ver en Benzacar
son parte de las últimas copias de cada tirada; aparecen las número 29.
Y sí, debemos mencionar que quien no haya experimentado la piedra litográfica no
puede terminar de comprender totalmente estos grabados, porque los procesos
litográficos obligan a un tiempo y a una relación con la piedra, con las tintas, con los
grafitos y lápices grasos, con los ácidos, esponjas, pinceles y papeles que sólo es
urgente mientras se dibuja y graba sobre la piedra calcárea. Luego, preparar el papel,
pasarlo por la prensa, una y otra, y otra vez… La litografía es una lucha entre lo graso y
lo astringente; y esto es determinante para las cualidades de las líneas de los grabados.
Observen que en muchos de los trabajos de la artista exhibidos en Benzacar, ella hace
uso de una línea sinuosa, de círculos y redondeces repetitivos, de pocos ángulos
rectos. Pasa que en la litografía la cadencia es otra, y los procesos tienen algo de
cocina. Esto es similar en la cerámica: y la artista era profesora de las dos disciplinas.
"El oficio es lo verdaderamente subjetivo”, comentaba la artista, “expresamos
mediante las manos”. Aída (y vamos a llamarla así porque su obra nos indica que
podemos permitirnos esta cercanía) sabía y sentía estos tiempos y procesos de
reflexión que disparan los materiales en tándem con la mente. Creaba desde allí.
Respecto a los temas de las series de trabajos de la artista presentes en la galería, la de
Los amantes son pequeñas escenas íntimas llenas de luz y júbilo, transcurridas en
jardines. Y es algo curioso, ya que Aída fue bastante solitaria: no ha quedado rastro
alguno de posibles parejas que pueda haber tenido; tampoco tuvo ni conformó un
grupo cercano o familiar. En Los locos aparecen también jardines, pero de tamaño
extra-large: son parques. Pertenecen a hospitales neuropsiquiátricos: Aída estuvo
internada en dos hospitales diferentes, sufriente en algunos momentos de su vida. Las
personas que aparecen en sus grabados son internos de los hospitales. Jamás aparecen
dolientes sino descansando o jugando. Porque no hay nada de dolor en estas obras de
la artista que ahora se exhiben sino que, al contrario, están plenas de vitalidad, goce,
candor y también misterio. Aída era una especie de “Goya con ternura”, la definió
Ernesto Schoó en algún momento.
Mildred o la libertad oscura
Mildred admiraba a Aída de forma declarada, y la sentía cercana, decía. Mildred era,
también, una “monarca” de mil llaves y mil cuartos: reinaba en su casa de La Boca, con
las habitaciones llenas de bastidores y papeles. Entrerriana, había crecido en medio de
leyendas guaraníes y de una familia de ascendencia irlandesa: madre fallecida cuando
era pequeña, padre con ideas imposibles y abuela estricta. De chica, Mildred hablaba
sola: sospechamos que cuando adulta también. Por eso durante su infancia estuvo
encerrada en algún lugar impreciso: intentaron “curarla”. Sin embargo, una vez más,
observemos las obras que se exhiben ahora en Benzacar, antes que los relatos sobre su
vida: las pinturas y dibujos de la artista que pueden verse en la galería confirmar su
tratamiento preciso y tradicional del óleo, a pesar de lo avanzado del S XX y de los
extremos a los que había llegado la pintura como lenguaje, cuando estas obras se
crearon; sus escalas pequeñas; sus paletas bajas, de tonalidades oscuras; sus
pinceladas y gestos harto contenidos. ¿Los temas? Exponen ciertas asociaciones
libres… Al fin y al cabo, su libertad oscura. “Surrealista”, la definen, categóricos. Pero
se trata, ante todo, de un espíritu flexible, sombrío, con imágenes domésticas
extrañadas y tonos recurrentes, con climas que persisten a lo largo de su vida, en
donde la animalidad mesopotámica convive con un ambiente victoriano
claustrofóbico. Estas obras son extrañas, infrecuentes, alejadas de las modas de cada
momento. Podría ser útil comprender las escenas como símbolos: el libro
incendiándose, las paredes empapeladas, las manzanas… Y aquí sí, los datos
biográficos ayudan a esclarecer. Pero para comprender a la artista en su totalidad
quizás habría que observar, también, las performances que realizaba junto a Federico
Klemm: dan cuenta del momento en donde tomó distancia mental real de Entre Ríos.
En las obras maduras, Mildred aún buscaba escapar del hogar rígido. No se trataba del
encierro de la “locura”: las obras lo demuestran.
Pintora de fin de semana
“Al final de la secundaria, cuando decidí ser artista, recuerdo que algunas veces me
preguntaron si iba a ser artista “de verdad”, o una “pintora de fin de semana”. Yo
respondía sin dudar que una artista “de verdad”, comenta Catalina León, quien
también presenta sus obras en Benzacar, en la muestra “Pintora de fin de semana”.
“Sin embargo, al poco tiempo de empezar mi carrera, tomé conciencia de lo
importante que era para mí librar a la obra de una intención productivista”. Jugando
con estas ideas, la artista presenta ahora trabajos que exceden la categoría de
“pintura” para acercarse más hacia la de “instalación”: se trata de enormes
instalaciones textiles pintadas, de formatos realmente grandes, creadas a lo largo de
alrededor de nueve años.
“Puedo identificar en estos trabajos alrededor de dieciséis momentos”, detalla León.
“Algunos de ellos se componen de varias piezas”. Dando fe de la experimentación y el
goce por el hecho de pintar y expandirse en el espacio, las telas pintadas y cosidas de
Catalina -que combinadas entre sí, unidas, caen con distintos pesos, diferentes
materialidades y densidades, unidas de formas diversas mediante costuras o
pegamento-, exponen accidentes de y en la pintura: insectos que dejaron su rastro al
pasar por la tela; agua de lluvia; pinceladas a destiempo. “La pintura es una diosa”, nos
dice la artista; y aquí le rinde tributo. Estas maravillosas telas pintadas, accidentadas,
expandidas, fragmentadas, testimonian el juego y la causalidad/casualidad. A merced
de un azar que no es azar -fue el I-Ching, el que guió a la artista durante los largos
procesos de producción de estas piezas-, se trata de un festejo del despliegue porque
sí: como quien decide pintar tan sólo por hacerlo, porque no tiene opción. El oráculo
guía a una artista de tiempo completo.

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