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LA MUJER HELADA
ANNIE ERNAUX
Lydia Vázquez Jiménez (Traductor)
EDITORIAL CABARET VOLTAIRE AÑO 2019
Ernaux, en este relato muestra su escritura seca, directa, sin adornos de ningún tipo,
escribe con desvergüenza, con insolencia, inteligencia y valor, aunque sean incómodas,
aunque importunen incluso a las propias mujeres bailando como abejorros encima de su
cabeza. Es una narrativa irónica, burlona, extremadamente mordaz.
Describe con evidente fastidio la vida rutinaria, plana de la mujer casada, su propia
vida, su desencanto como mujer, esposa y madre, todo el reflejo de una sociedad
eminentemente patriarcal.
Es el retrato de una época mucho más dura que la actual, para la mujer, algunas
situaciones tal vez ya se superaron, pero no es necesario el autoengaño, continúan
existiendo muchas niñitas buenas, hacendosas que serán señoritas bien, instruidas para
encontrar un buen marido, mujeres que dichosas y resignadas a su papel en el mundo,
limpiaran la casa, cambiarán pañales, harán la comida, agitaran el plumero sobre los
muebles y libros, y mientras esperan que el marido llegue del trabajo dan un paseo con
el cochecito del bebé por el parque donde conversa con otras madres. Da igual, siempre
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habrá hombres a los que les guste ese tipo de mujer. Lo que sí es necesario, es conseguir
que cualquier otra forma de vida sea una opción posible y natural como esa pueda serlo.
Esta novela breve, no es solo la denuncia de una sociedad que perpetúa roles de género,
acá el rol de la mujer es morirse de aburrimiento envuelta en tareas del hogar y los
hombres con toda la libertad para trabajar, libertad para tener tiempo libre, para
socializar, ir a reuniones con amistades, tomarse un trago o dos en el bar, mientras
allega a la mujer a una vida de insatisfacción y desdicha. Esta obra es un grito a las
propias mujeres para que no se dejen aprisionar, que tomen conciencia de que tienen
una gran parte de responsabilidad por su estado, que es necesario tener voz para
condenar, fuerza y decisión para gobernar su propio destino.
FRAGMENTO
Sin duda necesitaré montones de cosas para mañana, para los otros días. Entonces, ya
no tengo ganas de escoger nada más. Avanzo entre los pasillos de comida cada vez más
indiferente. Todo me horripila, la música, las luces y la determinación. de las demás
mujeres. Se apodera de mí una amnesia alimenticia. Si me dejara ir, saldría de
inmediato. Hacer un esfuerzo, echar a ciegas en el carro embutidos envasados al vacío,
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quesos, esperar con serenidad en las cajas detrás de carritos victoriosos rebosantes de
manduca, que las clientas exhiben ante ellas con las dos manos. Sólo me siento
liberada fuera. La náusea existencial frente a una nevera o detrás de un carrito, qué
bueno, a él le haría gracia. Todo durante aquellos años de aprendizaje me parece
penoso, insignificante, indecible, a no ser que sea en pequeñas quejas, en migajas de
jeremiadas, estoy cansada, no tengo cuatro brazos, hazlo tú si quieres, la melopea
doméstica me viene espontáneamente y él la escuchaba sin inmutarse. Como un
lenguaje normal. O esas recriminaciones de observador externo que interiormente el
jefe califica de cantinela obtusa y prescindible.