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UNIDAD III

LA REVOLUCIÓN RUSA Y EL SURGIMIENTO DEL SOCIALISMO COMO SISTEMA


ECONÓMICO, LA CRISIS DE 1929 Y LA GRAN DEPRESIÓN ECONÓMICA

HISTORIA DE LA ECONOMÍA DEL


SIGLO XX
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UNIDAD III: LA REVOLUCIÓN RUSA Y EL SURGIMIENTO DEL SOCIALISMO


COMO SISTEMA ECONÓMICO. LA CRISIS DE 1929 Y LA GRAN DEPRESIÓN
ECONÓMICA MUNDIAL .................................................................................... 3

LA GRAN GUERRA Y LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE DE 1917 ................... 4

LA ECONOMÍA EN LA ERA LENINISTA HASTA 1929 ..................................... 7

Final de la guerra y transición económica ...................................................... 7

La política económica del gobierno bolchevique “Del Comunismo de Guerra” a


la “Nueva Política Económica” (NEP) ............................................................. 8

El fin de la NEP............................................................................................. 14

EL ESTALINISMO Y EL MODELO SOVIÉTICO DE PLANIFICACIÓN


CENTRALIZADA .............................................................................................. 15

La colectivización forzosa de la agricultura................................................... 15

La industrialización acelerada....................................................................... 16

LA GRAN DEPRESIÓN ................................................................................... 18

Los orígenes de la crisis de 1929 .............................................................. 18

El desarrollo de la crisis: de los Estados Unidos a su propagación internacional


...................................................................................................................... 19

La economía y la vida económica en tiempos de la Gran Depresión ........... 20

Los productores primarios y la crisis de 1929: el caso de América Latina .... 21

Rasgos generales de la década de 1930 ..................................................... 26

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ................................................................. 27


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El período que media entre la finalización de la Primera Guerra Mundial y el crac


de la bolsa de Nueva York estuvo cargado de contradicciones.
Por un lado, el fin de la guerra no puso término a las penurias de los europeos,
enfrascados en la reconstrucción de sus economías. Por otro, los Estados
Unidos de Norteamérica iniciaron un ciclo expansivo que se tradujo en una
prosperidad sin precedentes. Sin embargo esa aparente bonanza no estuvo
exenta de ambigüedades. El ciclo expansivo americano se quebró bruscamente
en las postrimerías de la década, dando lugar a una crisis cuyas repercusiones
conmovieron a todo el mundo capitalista.
La guerra mundial había supuesto una ruptura con los cambios iniciados en la
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Segunda Revolución Industrial y sus efectos se hicieron notar. Al finalizar el
conflicto era necesario reconvertir una economía volcada en la guerra en otra de
paz. El camino hacia la consecución de ese objetivo estuvo plagado de
dificultades.

En un primer momento los países europeos, los más afectados por el conflicto,
iniciaron un tímido despegue pero pronto esa recuperación sufrió un frenazo. No
fue hasta 1924 cuando de nuevo se produjo una reactivación de la economía
internacional. La excepción a este hecho la constituyeron los Estados Unidos
que salieron de la guerra convertidos en la mayor potencia del mundo. Durante
el conflicto se habían erigido en proveedores de materias primas, alimentos y
bienes manufacturados y con ello en acreedores de sus aliados.

Durante la posguerra continuaron jugando un papel económico esencial. Europa


les adeudaba aproximadamente 10.000 millones de dólares. Las dificultades que
aquejaban las economías de los antiguos contendientes no se reflejaron en la
potencia americana. La situación se mantuvo hasta finales de la década de los
"felices años veinte".

El término Revolución rusa agrupa todos los sucesos que condujeron al


derrocamiento del régimen zarista y a la instauración preparada de otro, leninista,
a continuación, entre febrero y octubre de 1917, que llevó a la creación de la
República Socialista Federativa Soviética de Rusia. El zar se vio obligado a
abdicar y el antiguo régimen fue sustituido por un gobierno provisional durante la
primera revolución de febrero de 1917. En la segunda revolución, en octubre, el
Gobierno Provisional fue eliminado y reemplazado con un gobierno bolchevique
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(comunista), el Sovnarkom.

La Revolución de Febrero se focalizó, originalmente, en torno a Petrogrado


(hoy San Petersburgo). En el caos, los miembros del parlamento imperial o
Duma asumieron el control del país, formando el Gobierno provisional ruso. La
dirección del ejército sentía que no tenían los medios para reprimir la revolución
y Nicolás II, el último emperador de Rusia, abdicó.

Los sóviets (consejos de trabajadores), que fueron dirigidos por facciones


socialistas más radicales, en un principio permitieron al gobierno provisional
gobernar, pero insistieron en una prerrogativa para influir en el gobierno y
controlar diversas milicias. La revolución de febrero se llevó a cabo en el contexto
de los duros reveses militares sufridos durante la Primera Guerra Mundial (1914-
1918), que dejó a gran parte del ejército ruso en un estado de motín.

A partir de entonces se produjo un período de poder dual, durante el cual el


Gobierno provisional ruso tenía el poder del Estado, mientras que la red nacional
de sóviets, liderados por los socialistas y siendo el Sóviet de Petrogrado el más
importante, tenía la lealtad de las clases bajas y la izquierda política.

Durante este período caótico hubo motines frecuentes, protestas y muchas


huelgas. Cuando el Gobierno Provisional decidió continuar la guerra con
Alemania, los bolcheviques y otras facciones socialistas hicieron campaña para
detener el conflicto. Los bolcheviques pusieron a milicias obreras bajo su control
y los convirtieron en la Guardia Roja (más tarde, el Ejército Rojo) sobre las que
ejercían un control sustancial.

En la Revolución de Octubre, el Partido bolchevique, dirigido por Vladímir Lenin,


y los trabajadores y soldados de Petrogrado, derrocaron al gobierno provisional,
formándose el gobierno del Sovnarkom.

Los bolcheviques se nombraron a sí mismos líderes de varios ministerios del


gobierno y tomaron el control del campo, creando la Checa, organización de
inteligencia política y militar para aplastar cualquier tipo de disidencia. Para poner
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fin a la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial, los líderes
bolcheviques firmaron el Tratado de Brest-Litovsk con Alemania en marzo de
1918.

Posteriormente estalló una guerra civil en Rusia entre la facción «roja»


(bolchevique) y «blanca» (antibolcheviques) —esta última contó con el apoyo de
las grandes potencias—, que iba a continuar durante varios años, en la que los
bolcheviques, en última instancia, salieron victoriosos. De esta manera, la
Revolución abrió el camino para la creación de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922.

Pese a que muchos acontecimientos históricos notables tuvieron lugar en Moscú


y Petrogrado, también hubo un movimiento visible en las ciudades de todo el
estado, entre las minorías nacionales de todo el Imperio ruso y en las zonas
rurales, donde los campesinos se apoderaron de la tierra y la redistribuyeron.

La Revolución rusa fue un acontecimiento decisivo y fundador del corto siglo XX


abierto por el estallido del macroconflicto europeo en 1914 y cerrado en 1991
con la disolución de la Unión Soviética. Objeto de simpatías y de inmensas
esperanzas por unos (Jules Romains la describió como la gran luz en el Este y
François Furet como el encanto universal de octubre), también ha sido objeto de
severas críticas, de miedos y de odios viscerales. Sigue siendo uno de los
acontecimientos más estudiados y más apasionadamente discutidos de la
historia contemporánea.
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Con el establecimiento definitivo del nuevo régimen, los jefes bolcheviques


comprendieron la necesidad de un periodo de transición que permitiera cerrar
las heridas causadas por la guerra civil y la Primera Guerra Mundial y preparar
a la población para el socialismo. Durante la guerra y la revolución, las medidas
adoptadas habían ido dirigidas a la satisfacción de los deseos de campesinos,
soldados y obreros pero ninguna de estas medidas era de corte socialista, ni
mucho menos comunista, sino que la mayoría ya habían sido concebidas por los
burgueses radicales. Por tanto, Lenin no pretendía la inmediata implantación del
modelo socialista ni la abolición del capitalismo (principalmente porque Rusia
venía de un sistema económico predominantemente feudal, no capitalista, por lo
que no había ningún sistema capitalista propiamente dicho que abolir), sino la
vigilancia de este último por parte del Estado.

Aun así, sí se nacionalizaron sectores considerados estratégicos como bancos,


compañías de seguros, industrias pesadas y extractivas o monopolios. Se obligó
a patrones y comerciantes a unirse a sindicatos y a renunciar al secreto
comercial a la vez que se intentaba estimular el consumo de la población. De
este modo se creó un sistema mixto con la esperanza de que una revolución por
toda Europa pudiera cimentar definitivamente un sistema de transición que
condujera al socialismo.

Estas nuevas políticas, que se alejaban de las practicadas durante la guerra,


supusieron la reincorporación a la vida económica de propietarios desposeídos,
técnicos burgueses y funcionarios del Antiguo Régimen. El problema radicaba
en que la mayor parte de esta intelligentsia se había convertido en el mayor
enemigo del nuevo régimen a partir de las normas promulgadas en el Código de
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Trabajo de 1918.

La guerra había causado un gran deterioro en el estado de los transportes y el


utillaje industrial, por lo que una explotación racional y ordenada se antojaba muy
difícil. A esta situación había que sumar el que la mayoría de los propietarios de
las empresas fomentaban los movimientos antibolcheviques, excitando el recelo
de los obreros, que los acusaban de sabotaje.

La población de las grandes ciudades había disminuido en gran cantidad: en más


de la mitad en Petrogrado; Moscú había perdido al 45% de sus ciudadanos y las
capitales de todas las provincias rusas habían perdido una media de un 30% de
población. La partición de las grandes fincas había provocado un serio
desabastecimiento urbano, ya que antes los excedentes de las grandes fincas
alimentaban a la población urbana. Con la partición de estas, el trigo en el
mercado se redujo en 3/4 del volumen anterior a la guerra. Llegados a este punto
el gobierno sólo podía asegurar el abastecimiento de la población urbana con
requisas en el campo mediante el empleo de unidades militares.

Al terminar la guerra civil y tras el abandono del comunismo de guerra, se apela


a la iniciativa privada para la reconstrucción de la economía (1921-1928). Se
dejan atrás las incautaciones, que se sustituyen por nuevos impuestos y se
favorece el renacimiento de una pequeña industria para que los campesinos
puedan volver a producir, con lo cual en cierto modo se restablece el capitalismo.
Esta política está destinada a ser temporal, pues varios puntos del comunismo
de guerra han sido modificados para pasar a ser la base de los futuros planes
quinquenales —nacionalización, control de la industria, el comercio y el
trabajo,— aunque otros puntos no volverán a ser puestos en marcha y serán
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definitivamente abandonados.

Se instituye un sistema de economía mixta, en la que el Estado controla los


sectores de mayor importancia como los transportes, el crédito, el comercio
exterior y las mayores y más valiosas industrias. Estas empresas estatales
emplean al 84% de la mano de obra, que produce el 92,4% de la riqueza total.
En cambio, el 16% restante de la mano de obra asalariada produce sólo un 7,6%
del volumen total. Estos asalariados del sector privado se concentran en
cooperativas y empresas que se dedican fundamentalmente a la alimentación y
a la producción de cuero y cuyo valor en el suministro de mercancías representa
un 4,9% del valor total. Por tanto el sector industrial que permanece libre es muy
reducido.

La Nueva Política Económica o NEP que entra en vigor en marzo de 1921, es


esencialmente una concesión a los campesinos y a los obreros, a quienes se
quiere involucrar en la producción. Se bajan los impuestos y se deja al
campesino que tras el pago de sus respectivos impuestos pueda vender
libremente en el mercado el resto de su cosecha.

La moneda se fortalece y vuelve a ser importante en la vida económica. Los


trueques finalizan y al igual que a los campesinos, se deja a los artesanos vender
sus productos libremente. El Banco del Estado —creado en octubre de 1921—
permite de nuevo la creación de cuentas corrientes, a la vez que se suprime la
limitación de poseer dinero. Se permite que las tierras puedan ser heredadas y
aunque se prohíbe la venta de terrenos, estos pueden arrendarse. También se
autoriza, aunque con restricciones, el empleo de trabajadores asalariados. En
1924 se instituye de nuevo el impuesto en metálico y la inflación se detiene y
comienza a descender con la emisión de una nueva moneda: el chervonets.

En 1922 se promulga el Código de Trabajo, que de acuerdo a las nuevas políticas


de la NEP, ya no se funda en la obligación de trabajar —aunque la Constitución
de 1925 volverá a la situación anterior— pues la deja en suspenso para una
mayoría de la población, por lo que uno de los pilares fundamentales del periodo
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precedente es abolido. Se llegan a reconocer como válidas algunas
concepciones del capitalismo, como el contrato de trabajo, que se ve alterado.
El trabajo se define como la venta de la energía del trabajador. Los salarios son
fijados entre los sindicatos y patronos; a pesar de estas medidas, el código fija
un salario mínimo y da nuevos derechos y protecciones al obrero.

Una de las mayores innovaciones que incorpora la NEP es el esfuerzo que pone
para el desarrollo de la producción de bienes de consumo y la independencia e
iniciativa de las empresas estatales, de manera que estas sean responsables de
su propia gestión. También se proyecta la unión de las empresas en trusts, que
funcionan de la misma manera; el trusts estatal se convertirá, pues, en la
principal forma de organización de las industrias y empresas soviéticas.

El modelo crece con rapidez y a finales de 1922 existen 421 trusts, algunos de
los cuáles agrupan a decenas de miles de obreros. Existen 21 trusts que agrupan
a más de 10 000 obreros, como las industrias textiles de Ivanovo-Vosnesensk
que agrupan a 54 000 obreros. Además existen otros 380 trusts en las industrias
carboníferas y petroleras que reúnen a otros 840 000 obreros.

Con los constantes estímulos la agricultura experimenta un rápido aumento. Una


gran sequía frustra la mayor parte de las cosechas de 1921 en Ucrania y el Volga,
lo que provoca numerosas hambrunas. Aun así las superficies cultivadas pasan
entre 1922 y 1923 de 63 a 82 millones de hectáreas. Estas aumentaran a 87 en
1924 y en 1927 ya suman 94,5 millones. Ya en 1923, con la abundante cosecha,
la producción agrícola iguala en volumen a las anteriores a la Gran Guerra de
1914.

Esta rápida recuperación puede explicarse por el carácter primitivo de la


agricultura rusa; ante un sector desprovisto de maquinaria o capitales sólo fue
necesaria una vuelta del campesino soviéticoa sus anteriores labores. Esta
vuelta es provocada por la recuperación de la economía privada, la libertad de
venta, el control de la inflación y las nuevas leyes que aseguran la posesión de
sus tierras. La magnífica cosecha de 1922 permite incluso una pequeña
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exportación.

En el sector industrial no era posible una recuperación tan rápida. Una gran
cantidad de fábricas y gran parte de la maquinaria se habían perdido. La guerra
civil y el hambre habían dispersado a una gran cantidad de obreros, principal
baluarte de los bolcheviques y elementos más socialmente conscientes de la
clase obrera. Estos obreros o bien habían muerto en la guerra o se habían
enrolado en la nueva administración. Además, muchos otros habían vuelto al
mundo rural. Se produce una fuerte demanda de bienes de consumo y se tiende
a una vuelta del comercio privado y del capitalismo en sí, los cuáles estimulan la
producción de este tipo de bienes.

Por el contrario la metalurgia y la siderurgia permanecen paralizadas. La


producción, aunque aumenta, aún está lejos del nivel de antes de la guerra. Las
industrias rurales producen la mitad que en 1914, la fabricación de tejidos
alcanza un 72% del nivel de 1914, la de lana un 55% y la producción de algodón
sólo llega a un 15% del nivel de 1914. En las industrias extractivas la producción
llega a un 36% de la de 1914 y en la industria petrolera un 39%. La metalurgia,
sector clave para la industrialización del país, sólo produce un 7% del volumen
de 1912. Por tanto, en 1923 la industria trabaja a un escaso 25% de su capacidad
productiva, mientras que la agricultura ha alcanzado ya las 3/4 partes de su
producción de antes de la guerra.

Esta situación se debe a que la NEP no daba al obrero unos beneficios


comparables a los que concedía al campesino. Las nuevas políticas de
impuestos que recaen sobre las industrias, sumadas a la obligación de las
empresas estatales de autorregularse y autofinanciarse les privan de los créditos
del Estado. De este modo en 1921 la situación es crítica y las empresas se ven
obligadas a liquidar sus reservas a precios muy por debajo de su valor real para
poder pagar el salario a los obreros.
Para solucionar esta situación las empresas se ven forzadas a despedir a
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grandes masas de trabajadores, es entonces cuando el paro se multiplica: en
octubre de 1921 tan sólo había 150 000 obreros en paro, en enero, esa cifra se
dispara a 650 000 y en 1924 la cifra se sitúa en 1 240 000 obreros. El paro afecta
fundamentalmente a Moscú y Petrogrado; debido a este fenómeno, los efectivos
de los sindicatos se reducen considerablemente: de 8 400 000 afiliados en 1921
se pasa a 4 500 000 a finales de 1922, y no es hasta finales de 1923 cuando
empieza a ascender y situarse en 5 500 000.

A pesar de todo, la prosperidad de la que la agricultura goza no hace más que


beneficiar a los campesinos ricos y acelera la desigualdad entre ricos y pobres.
Son muchos los campesinos que caen de nuevo en la pobreza y al no poder ser
independientes se subordinan a campesinos ricos alquilando sus tierras o
trabajando para ellos.

En 1923, 400 000 campesinos acomodados emplean a 600 000 campesinos


pobres. En 1927 son casi 6 millones los jornaleros y campesinos pobres
desposeídos, produciéndose emigraciones masivas hacia Siberia o los Urales,
donde también el número de parados no hace más que aumentar.

En las industrias se produce una situación similar y las antiguas clases


dirigentes copan de nuevo la dirección de las empresas debido a la
necesidad de una mayor eficiencia. De esta manera, estos antiguos
especialistas, pasan a controlar nuevamente los contratos, salarios y despidos.
El comercio interior es llevado a cabo por los trusts y cooperativas a los que el
Estado asigna una cantidad de productos y materias primas para la fabricación
de manufacturas.

Con la nueva libertad económica que trae la NEP, vuelven elementos propios del
capitalismo como los hombres de negocios, la especulación o las empresas
privadas. En este tiempo se amasan grandes fortunas individuales que en su
mayor parte son depositadas en países extranjeros.
Finalmente se produce una crisis entre la industria y la agricultura. A
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finales de 1923 comienza una crisis que Lenin denominó de la tijera. La
razón se encuentra en las abultadas diferencias entre los precios de los
productos agrícolas y los productos industriales. En octubre de 1923, cuando la
crisis se empieza a hacer visible, los productos industriales son un 180% más
caros que en 1914, mientras que los precios de los productos agrícolas entre un
49 y un 58%. Al contrario que en las anteriores crisis, que se habían producido
por la escasez de productos, en el momento en que esta crisis acontece los
almacenes están completos y las cosechas han sido excelentes, produciéndose
un fuerte excedente, por lo que la razón de esta crisis no es la escasez sino la
imposibilidad de realizar intercambios entre productos agrícolas e industriales
por la disparidad de precios.

El alto precio de los productos industriales tampoco permite a los


campesinos comprar manufacturas. Las huelgas de obreros empiezan a
afectar severamente al sector industrial, sobre todo a la industria pesada, por lo
que es preciso un restablecimiento de los precios, que en ese momento eran
totalmente libres debido a que estaban sometidos al comercio privado y a una
disminución del número de intermediarios. A principios de 1924 la crisis se
atenúa. A mediados de ese año otra excelente cosecha permite una importante
exportación, que eleva los precios agrícolas justo en el momento en el que la
intervención del Estado ha conseguido reducir los precios industriales y la
contracción del crédito debido al control de precios. A pesar de todo, 1923 ha
sido el peor año desde la revolución; la producción industrial es solo el doble de
la de 1920 y uno de los sectores más importantes como es el de la industria
pesada, alcanza tan solo el 34% del índice de 1914.

Con el paso de los años, la agricultura sigue progresando y su producción en


1927 se sitúa en 720 millones de quintales, cifra todavía ligeramente inferior a la
registrada en 1914 (760 millones). El mayor problema en este campo radica en
que mientras la producción apenas se sitúa en el nivel de 13 años atrás, la
población ha aumentado en 10 millones de individuos y se incrementa en 3
millones cada año. No es hasta 1929 cuando la producción superará a la anterior
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a la guerra. El abastecimiento de las ciudades empeora a causa de la escasez
de cereales existentes en el mercado (un 11% en 1928 frente al 25% en 1914).

La NEP se muestra incapaz de enmendar la situación y el país se encuentra


al borde del hambre. Las desigualdades sociales aumentan y los campesinos
acomodados arriendan cada vez más tierras y trabajadores. En 1927 el 6% de
las explotaciones disponen del 58% de los cereales y las explotaciones pobres
tienden a desaparecer. De este modo aparece una burguesía rural que
constituye una amenaza para el régimen por sus distintas tendencias ideológicas
y económicas.

La industria solo había obtenido resultados mediocres y el pilar de toda


ella, la industria pesada, se encontraba especialmente retrasada. La única
industria que progresaba era la energía. La situación financiera también era
preocupante: el Estado no podía realizar las inversiones necesarias y se veía
obligado a solicitar créditos a los kuláks y a emitir billetes que devaluaban el
rublo. Tampoco se pueden obtener capitales extranjeros. Mientras se esperaba
el éxito de las revoluciones proletarias en Europa, Lenin se daba cuenta de que
no se podía transformar Rusia mientras se sostenía una guerra internacional.
Por ello la NEP optó por la diplomacia: en 1922 se firmaba el Tratado de Rapallo,
que rompió con numerosos países el bloqueo económico impuesto a la Unión,
especialmente con Alemania. Una década más tarde, en 1934, la Unión Soviética
se convertiría en miembro permanente de la Sociedad de Naciones.

Uno de los objetivos prioritarios de la NEP era reconciliar a los campesinos con
el nuevo gobierno bolchevique y desarrollar la industria. Estos objetivos se
cumplieron parcialmente, pero a costa de ello se reconstituyó una clase
acomodada, cuyo papel en la economía tendía a ser fundamental. No solo no se
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había cimentado el socialismo, sino que las renacidas clases acomodadas
propias del Antiguo Régimen amenazaban con una reaparición del capitalismo.
En 1928 la situación es casi desesperada; en estas circunstancias, el XV
Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética declara la aplicación
urgente del Primer plan quinquenal.

El primer plan quinquenal estableció la colectivización de la tierra. Los


propietarios debían aportar sus posesiones agrícolas y ganaderas a la
colectividad. Los kulaks, campesinos adinerados que habían prosperado bajo la
NEP se resistieron a acatar las órdenes y fueron represaliados. Eliminados de la
escena económica, una significativa parte de los 5 millones que había censados
en 1927 desapareció. El régimen los consideró sospechosos de antisocialismo y
los deportó a campos de trabajo en Siberia donde muchos perecieron.

La colectivización agraria se centró en torno a dos tipos de propiedad socialista:


los "koljoses", grandes granjas cooperativas colectivas y, en menor grado los
“sovjoses” o granjas estatales que utilizaban mano de obra asalariada. En ambas
se potenció el uso de maquinaria y la aplicación de técnicas agrícolas
avanzadas. En 1936 el número de granjas ascendía a casi 248.000, mientras
que en 1929, al inicio del proceso de colectivización, eran casi 26 millones.
Los costes sociales de tal proceso fueron elevados. Los campesinos fueron las
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víctimas de la planificación económica, siendo convertidos en meros
instrumentos de financiación de la industria. Si la revolución de 1917 había
acabado con el régimen zarista y la gran propiedad agraria, la colectivización de
1929-1930 liquidó la aldea tradicional y la pequeña propiedad familiar.

La repercusión fue muy negativa en las condiciones de vida de los campesinos


que asistieron impotentes al trasvase de una significativa parte de sus rentas a
las ciudades, donde fue concentrándose una creciente población. Se siguió la
práctica de fijar unos precios agrícolas bajos para los agricultores y altos para el
consumo, lo que permitió la formación de excedentes de capital para su inversión
en la industria.

La colectivización, forzosa y apresurada, no favoreció el incremento de la


producción. Los rendimientos agrarios no alcanzaron los niveles esperados,
especialmente en el sector ganadero, aunque el sector cerealista consiguió
mejores resultados.

El Primer Plan Quinquenal perseguía, entre otros objetivos, la paulatina


desaparición de la iniciativa privada. La industria quedó bajo el control del
Estado. Los beneficios se destinaron a la ampliación y creación de nuevas
empresas. En un principio se importaron técnicos extranjeros que modernizaran
las anticuadas instalaciones de la industria soviética; más tarde, durante el
segundo plan quinquenal se intentó conseguir la autosuficiencia tecnológica,
especialmente en la industria pesada, muy ligada a la producción bélica.

Se emplearon diversas fórmulas para incentivar la productividad. En este


aspecto la propaganda jugó un importante papel, alentando el trabajo en días de
descanso y alentando el máximo rendimiento individual mediante el sacrificio
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desinteresado de los obreros.

Los resultados obtenidos tras la aplicación de los tres primeros planes


quinquenales fueron espectaculares y convirtieron a la URSS en un coloso
industrial, alcanzando el primer puesto mundial en algunos sectores como el de
la producción de tractores y locomotoras. Antes del inicio de la Segunda Guerra
Mundial la URSS ya era la tercera potencia industrial mundial inmediatamente
detrás de Estados Unidos y Alemania.

La Unión Soviética, que estaba al margen de los mecanismos del liberalismo,


permaneció inmune a la "Gran Depresión" de los años 30, lo que en cierto modo
le sirvió de refuerzo moral y le otorgó cierto prestigio a ojos de no pocos
occidentales que apreciaron en aquellas circunstancias la estabilidad, la
protección social y la ausencia de hambre de los soviéticos.

La planificación originó, sin embargo, desequilibrios económicos, concretados en


la desproporción entre la industria pesada y la industria ligera. Se potenció en
exceso la fabricación de bienes de equipo (maquinaria, armamento, etc.),
descuidándose la de bienes de consumo (vestido, calzado, enseres domésticos,
etc), lo que repercutió en el bajo nivel de vida de los soviéticos, no sólo durante
el período estalinista, sino hasta la disolución de la URSS en 1991.
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La Gran Depresión fue un periodo de la historia del siglo XX donde predominó


una crisis económica a escala mundial. Es de gran importancia su estudio debido
a que fue una depresión económica duradera y que afectó profundamente a la
sociedad. Se considera su inicio el día 29 de octubre de 1929, el Martes Negro.
Día en el que la bolsa de Nueva York cayó enormemente y el pánico se adueñó
de los inversores. La crisis bursátil se expandió a otros sectores y de ahí a la
sociedad. La recuperación económica fue lenta y dolorosa. En algunos países
esta crisis económica derivó políticamente en el auge de totalitarismos, los
cuales fueron un factor decisivo para el advenimiento de la Segunda Guerra
Mundial.

Tras la Bella Época llegó la Gran Guerra, es decir, la Primera Guerra Mundial,
una guerra que provocó numerosas muertes y destrucción, ya que la
industrialización había llegado de pleno a la industria armamentística. Tras
acabar esta guerra, las dificultades de restaurar el sistema monetario fueron
considerables. Pero volver al patrón oro existente antes de la Primera Guerra
Mundial tenía el problema de realizar un cambio de paridades adecuadas.

La Conferencia de Génova de 1922 consagró el patrón oro, pero en la práctica


se empleó la paridad con la libra debido a la convertibilidad de ésta con el oro.
Esta resolución, que tenía el objetivo de frenar la inflación y relanzar la economía,
conducía a un peligro de transmisión internacional de una crisis de forma más
rápida y peligrosa. Esto fue lo que pasaría durante la Gran Depresión.

Con la medida adoptada de volver a la normalidad monetaria y restaurar el patrón


oro, además de llevarse a cabo políticas de estabilización, se llegó al fin de la
inflación y la recuperación económica. Por otro lado, se llevó a cabo del Plan
Dawes, que consistía en mantener la cifra total de las deudas de guerra, pero
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alargando el plazo de pago. Esto debía tener efectos positivos, pero los
problemas económicos no se habían resuelto del todo. Sobre todo en los
antiguos países del Imperio austrohúngaro debido a la fragmentación
económica, legislativa, política, etc. Mientras tanto, en Rusia, la estabilización de
la inflación no llegó hasta 1925 con la implantación de un nuevo rublo.

La vuelta al patrón oro causó diversos problemas. Según las predicciones de


Keynes, la adopción en Inglaterra la paridad de preguerra produjo un déficit en
la balanza de pagos y tensiones sociales. En los países que devaluaron la
moneda, la balanza de pagos era positiva y podrían ir acumulando oro. En Italia,
la paridad no funcionó tan bien debido al populismo y autoritarismo del fascismo
de Mussolini. Hasta 1930 prácticamente toda Europa y toda América habían
adoptado el patrón oro. Pero al inicio de la Gran Depresión, en septiembre de
1931, Inglaterra decide suspender la convertibilidad en oro de la libra.

Esta decisión, provocada por el déficit de la balanza de pago, la escasa


competitividad, el encarecimiento del crédito y la crisis económica, fue de gran
trascendencia. El abandono del patrón oro por Inglaterra trajo consigo el de la
mayor parte de los países de la Commonwealth y posteriormente de EEUU.
Progresivamente, la mayoría del resto de países abandonaron el patrón oro. El
patrón oro no fue causa en sí de La Gran Depresión, pero incrementó su
virulencia a nivel mundial y no ayudó a paliar los efectos de la crisis económica.

Iniciada en EEUU, la Gran Depresión fue el fin de un proceso económico


excesivamente creciente. La Bolsa de New York se derrumbó y el contagio afectó
posteriormente a los bancos y de ahí a la economía en general. Los precios
cayeron, los inventarios subieron, muchas empresas cerraron y el desempleo
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aumentó.

Según el libro de Gabriel Tortella Los orígenes del siglo XXI los dos grandes
responsables de la Gran Depresión en EEUU fueron el patrón oro y la rigidez
salarial, más que el papel relevante de la especulación, que únicamente
contribuyó a acentuar la crisis, pero no fue su causa.

Otro factor para Tortella fue el sistema bancario estadounidense, donde


proliferaban los pequeños bancos locales de legislaciones diferentes. La Gran
Depresión de EEUU subsistió hasta 1940. La Segunda Guerra Mundial ayudó a
que la economía se recuperara.

De EEUU pasó a Europa debido a la dependencia europea de los préstamos


norteamericanos y de la vuelta internacional al patrón oro. La crisis se transmitió
por tres vías: financiera, real y psicológica. La crisis europea empezó en Austria
debido a la gran cantidad de deuda pública y de la debilidad de su moneda. La
crisis austriaca se trasladó a Alemania, que tenía problemas parecidos,
agravados por un sistema bancario mixto, una gran deuda exterior y fuerte
dependencia de préstamos extranjeros. La situación en Alemania fue de pánico,
con paro creciente, retiradas de fondos en masa y aumento del desempleo. De
ahí pasó a Gran Bretaña, que tuvo que recurrir al abandono del patrón oro. La
crisis económica había pasado a Europa, donde sus efectos fueron perjudiciales.

La Gran Depresión tuvo efectos devastadores tanto en los países desarrollados


como en desarrollo. El comercio internacional se vio profundamente afectado, al
igual que los ingresos personales, los ingresos fiscales, los precios y los
beneficios empresariales. Ciudades de todo el mundo resultaron gravemente
afectadas, especialmente las que dependían de la industria pesada. La
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construcción prácticamente se detuvo en muchos países.

La agricultura y las zonas rurales sufrieron cuando los precios cayeron entre un
40 y un 60 por ciento. Frente a la caída de la demanda, con pocas fuentes
alternativas de puestos de trabajo, fueron las áreas dependientes del sector
primario (industrias como la agricultura, la minería y la tala de árboles) las que
más sufrieron.

Incluso poco después del crash de Wall Street de 1929, el optimismo persistía.
John D. Rockefeller dijo que "estos son días en que muchos se ven
desalentados. En los 93 años de mi vida, las depresiones han ido y venido. La
prosperidad siempre ha vuelto otra vez."

La Gran Depresión terminó en momentos diferentes según el país. La mayoría


de los países establecieron programas de ayuda y sufrieron algún tipo de
agitación política, impulsándolos hacia extremismos de izquierda o derecha. En
algunos países, los ciudadanos desesperados se sintieron atraídos por
nacionalistas demagogos (como Adolf Hitler), preparando el escenario para la
Segunda Guerra Mundial en 1939.

El modelo primario-exportador con el que América Latina creció desde las


últimas décadas del siglo XIX ya había comenzado a mostrar síntomas de
agotamiento, en algunos países, a partir de la I Guerra Mundial. Sin embargo,
fue a partir de la crisis de 1929 y de la depresión de los años 30 cuando ese
modelo entró en su crisis más profunda, que obligaría a cambiar la estrategia de
desarrollo en muchos países.
La crisis y la depresión se manifestaron en América Latina bajo la forma de una
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profunda caída de los precios de materias primas y alimentos exportados, y de
los volúmenes exportados. La capacidad de compra de las exportaciones se
redujo notablemente, siendo Chile el país más afectado, con una reducción de
aproximadamente el 80%. El mercado mundial se contrajo drásticamente y la
economía mundial se fragmentó en distintas áreas bajo la hegemonía de
distintas potencias y monedas.

Ante esta situación los distintos países latinoamericanos pusieron en práctica,


de manera pragmática, diferentes políticas defensivas. A grandes rasgos se
trataba de contraer lo más posible las importaciones y evitar la salida de
capitales, para intentar así equilibrar la balanza de pagos. Sin embargo, el
principal mecanismo para reducir las importaciones fue la caída del nivel de
actividad económica y una fuerte reducción de la demanda interna.

Dado que la crisis se había manifestado en las cuentas externas y que las
estructuras productivas de los países de América Latina promovían un fuerte
aumento de las importaciones a medida que aumentaba el ingreso, medidas del
tipo keynesiano de expansión de la demanda solamente habrían de empeorar
las cuentas externas. Por ello, las políticas pasaron principalmente por la
reorganización productiva, intentando movilizar hacia el mercado interno los
recursos productivos que quedaban ociosos en el proceso depresivo.

Las respuestas en América Latina no fueron similares. Las posibilidades de


reaccionar frente a la crisis con políticas de cambio estructural dependían en
buena medida de la madurez alcanzada por las economías en el período
anterior: la existencia de sectores empresariales con experiencia en la
producción industrial, la extensión del mercado interno, tanto por tamaño de
población como por su nivel de ingreso, el nivel de fortalecimiento del Estado
nacional y su capacidad para tomar medidas con cierta autonomía en medio de
la crisis. También dependía del carácter de su producción exportable, la
evolución de los diversos mercados y las oportunidades que distintos bienes
abrían para su reorientación al mercado interno. Así, países como Argentina,
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Chile y Uruguay, que habían alcanzado relativamente altos niveles de
industrialización y relativamente altos niveles de ingreso antes de la crisis,
pudieron ensayar respuestas más activas. También fue el caso de países
grandes y medianos, como Brasil, Colombia, México, Perú y Venezuela.

Las políticas que originariamente fueron espontáneas y que no respondían a una


doctrina específica fueron poco a poco articulándose en un conjunto de teorías
que sostenían que América Latina debía industrializarse si no quería permanecer
como una región periférica de la economía mundial. La industrialización, a su
vez, suponía una muy activa participación del Estado y la introducción de
cambios en las estructuras sociales, mediante una mejor distribución de la
riqueza y la promoción del progreso técnico en toda la estructura económica. Se
entendía que era tan necesario cambiar la inserción internacional como las
estructuras internas.

Inspirados en estas teorías, y empujados por las urgencias económicas y los


cambios sociales que se iban produciendo, muchos gobiernos impulsaron
políticas de industrialización. Así, se crearon muchas empresas públicas, se
nacionalizaron otras, se utilizó el tipo de cambio de manera diferencial para
promover ciertos sectores productivos y dificultar las importaciones de bienes
competitivos, se aplicaron subvenciones, se asignaron tipos de cambio
diferentes también para equilibrar el comercio entre distintas regiones con
distintas monedas dominantes, junto a muchas otras medidas.

Entre los puntos débiles de estas políticas pueden mencionarse los siguientes.
Los Estados no fueron suficientemente fuertes como para frenar las presiones
corporativas que buscaron privilegios sin preocuparse mayormente por la
eficiencia productiva. Existió una obsesión por reducir las importaciones, siendo
débil la preocupación por diversificar exportaciones. Las presiones corporativas
llevaron a que el modelo fuera excesivamente orientado al mercado interno y los
Estados nacionales no lograron avanzar en procesos de integración regional,
que podían haber aumentado la eficiencia colectiva y promovido una mayor
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cultura de la innovación. No hubo una clara política científico-tecnológica
articulada con los planes productivos. Las reformas sociales dejaron mucho que
desear en la mayor parte de los países, manteniendo en el continente muchas
de las características que aún hoy lo distinguen por su alta desigualdad.

Sin embargo, la industrialización estuvo muy lejos de ser un fracaso. Muy por el
contrario, durante las décadas centrales del siglo XX América Latina registró sus
mayores avances en desarrollo humano, tanto por el crecimiento del ingreso, la
ampliación y profundización de la cobertura educativa, como por las mejoras de
los sistemas de salud que hicieron elevar considerablemente la expectativa de
vida al nacer.

Desde el punto de vista productivo los avances fueron notables: se amplió


fuertemente el sector industrial, se acumularon capacidades empresariales,
tanto públicas, como especialmente privadas; aumentó significativamente el
nivel de la mano de obra y su formación técnica; surgieron empresas que fueron
la base de las exitosas translatinas de las que tanto se habla en la actualidad.

La sustitución de importaciones fue una fuente menor de dinamismo en este


proceso. Fue importante especialmente en la década de 1930 y aún más allá en
algunos sectores industriales. Sin embargo, el gran motor para el crecimiento fue
la expansión de la demanda interna. Ya avanzada la década de 1950, fue notorio
para muchos gobiernos y teóricos que América Latina debía profundizar su
inserción internacional y el modelo de industrialización comenzó a transformarse
en esa dirección. Países como Argentina, Brasil y México fueron parcialmente
exitosos en ese proceso. Incluso, países que iniciaron más tardíamente el
proceso industrializador, adoptaron desde el inicio una estrategia de
industrialización exportadora, en base al acceso a mano de obra barata, como
fue el caso de algunos países centroamericanos.
La crisis del modelo industrializador tuvo determinantes diversas. En los países
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del Cono Sur, que habían tenido un inicio temprano de estas políticas, que
partían de niveles de vida altos y de sociedades diversificadas y politizadas,
experimentaron una crisis del modelo con fuertes componentes endógenos: los
cambios en las condiciones externas (como la caída de los términos de
intercambio en los años 50), agudizaron las pujas distributivas y, en el contexto
de una limitada transformación productiva y aumento de la productividad,
hicieron insostenibles los consensos sociales alcanzados.

El desenlace de estos conflictos fueron las dictaduras militares de tipo post-


democrático, que progresivamente abrazaron políticas liberales en lo económico
y debilitaron fuertemente los logros democráticos y la construcción de
capacidades productivas y sociales de las décadas anteriores.

En otros países, como Colombia, México y los centroamericanos, que habían ido
desarrollando políticas de industrialización exportadora, el cambio de modelo
vino más determinado por fenómenos externos: la crisis de la deuda de los años
80, originada en buena medida en los mercados internacionales, que
promovieron un drástico cambio en los movimientos de capitales, dejó a los
países latinoamericanos expuestos a un shock externo de gran magnitud, cuyas
consecuencias fueron administradas en medio de la hegemonía del pensamiento
liberal, que identificó a las políticas de industrialización como la causa de todos
los males de América Latina. Se construyó así la llamada leyenda negra de este
proceso industrializador, una leyenda mal fundada, que niega los muchos logros
obtenidos y que dificulta aprender de las muchas enseñanzas que deben ser
recuperadas críticamente.
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Fuente:
http://1.bp.blogspot.com/_H22FJtCqVIQ/Sq7U0KoE0WI/AAAAAAAAAQ4/Gv-
IWAEyc98/w1200-h630-p-k-no-nu/Crisis+de+1929.jpg
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