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Colegio Nuestra Señora Del Rosario De Fatima.

Fecha: 26-03-2023

Nombre: Wilfredo Gabriel


Apellido: Alvarez Barillas

Asignatura: Computación
La Revolucion Rusa.
(Toda su Historia).

1
El término Revolución rusa (en ruso: Русская революция, Rússkaya
revoliútsiya) agrupa todos los sucesos que condujeron al derrocamiento del
régimen zarista imperial durante la Revolución de Febrero, la posterior
instauración de un Gobierno Provisional, entre febrero y octubre de 1917,
que proclamó la República Rusa, y la disolución de la República Rusa tras
la Revolución de Octubre que proclamó la República Socialista Federativa
Soviética de Rusia.

El zar se vio obligado a abdicar y el antiguo régimen fue sustituido


por un Gobierno Provisional tras la primera Revolución de Febrero de 1917
(marzo en el calendario gregoriano, pues el calendario juliano estaba en uso
en Rusia en ese momento). En la posterior Revolución de Octubre, el
Gobierno Provisional fue eliminado y reemplazado con un gobierno
bolchevique de tendencia comunista conocido como el Sovnarkom.

La Revolución de Febrero se centró, originalmente, en torno a


Petrogrado (hoy San Petersburgo). En el caos, los miembros del parlamento
imperial o Duma asumieron el control del país, formando el Gobierno
provisional ruso. La dirección del ejército sentía que no tenían los medios
para reprimir la revolución y Nicolás II, el último emperador de Rusia,
abdicó. Los sóviets (consejos de trabajadores), que fueron dirigidos por
facciones socialistas más radicales, en un principio permitieron al gobierno
provisional gobernar, pero insistieron en una prerrogativa para influir en el
gobierno y controlar diversas milicias. La revolución de febrero se llevó a
cabo en el contexto de los duros reveses militares sufridos durante la
Primera Guerra Mundial (1914-1918),3 que dejó a gran parte del ejército
ruso en un estado de motín.

A partir de entonces se produjo un período de poder dual, durante el


cual el Gobierno provisional ruso tenía el poder del Estado, mientras que la
red nacional de sóviets (consejos), liderados por los socialistas y siendo el
Sóviet de Petrogrado el más importante, tenía la lealtad de las clases bajas
y la izquierda política. Durante este período caótico hubo motines
frecuentes, protestas y muchas huelgas. Cuando el Gobierno Provisional
1
decidió continuar la guerra con Alemania, los bolcheviques y otras
facciones socialistas hicieron campaña para detener el conflicto. Los
bolcheviques pusieron a milicias obreras bajo su control y los convirtieron
en la Guardia Roja (más tarde, el Ejército Rojo) sobre las que ejercían un
control sustancial.

En la Revolución de Octubre (noviembre en el calendario


gregoriano), el Partido bolchevique, dirigido por Vladímir Lenin, y los
trabajadores y soldados de Petrogrado, derrocaron al gobierno provisional,
formándose el gobierno del Sovnarkom. Los bolcheviques se nombraron a
sí mismos líderes de varios ministerios del gobierno y tomaron el control
del campo, creando la Checa, organización de inteligencia política y militar
para aplastar cualquier tipo de disidencia. Para poner fin a la participación
de Rusia en la Primera Guerra Mundial, los líderes bolcheviques firmaron
el Tratado de Brest-Litovsk con Alemania en marzo de 1918.

Posteriormente estalló una guerra civil en Rusia entre la facción


«roja» (bolchevique) y «blanca» (antibolcheviques) —esta última contó
con el apoyo de las grandes potencias—, que iba a continuar durante varios
años, en la que los bolcheviques, en última instancia, salieron victoriosos.
De esta manera, la Revolución abrió el camino para la creación de la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922. Pese a que muchos
acontecimientos históricos notables tuvieron lugar en Moscú y Petrogrado,
también hubo un movimiento visible en las ciudades de todo el estado,
entre las minorías nacionales de todo el Imperio ruso y en las zonas rurales,
donde los campesinos se apoderaron de la tierra y la redistribuyeron.

La Revolución rusa fue un acontecimiento decisivo y fundador del


«corto siglo XX» abierto por el estallido del macroconflicto europeo en
1914 y cerrado en 1991 con la disolución de la Unión Soviética. Objeto de
simpatías y de inmensas esperanzas por unos (Jules Romains la describió
como «la gran luz en el Este» y François Furet como «el encanto universal
de octubre»), también ha sido objeto de severas críticas, de miedos y de

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odios viscerales. Sigue siendo uno de los acontecimientos más estudiados y
más apasionadamente discutidos de la historia contemporánea.

Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un


régimen zarista, autocrático y represivo desde hacía tres siglos cuando, en
1613, se instauró en el país la dinastía Románov.

La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por parte del zar


Alejandro II fue la primera muestra de las fisuras del antiguo sistema
feudal. Una vez liberados, los antiguos siervos se desplazaron a las
ciudades, convirtiéndose así en mano de obra industrial.

A comienzos del siglo XX, el desarrollo de la industria rusa era cada


vez mayor, favoreciendo el crecimiento de las ciudades y una creciente
efervescencia cultural: el antiguo orden social se tambaleaba, agravando las
dificultades de los más pobres. Las industrias florecían y la creciente clase
obrera se aglutinaba principalmente en las ciudades, pero la prosperidad del
país no había representado beneficio alguno para la mayoría de la
población.

La economía en su conjunto seguía siendo arcaica. El valor de la


producción industrial en 1913 era dos veces y media menor que el de
Francia, seis veces menor que el de Alemania y catorce veces menor que el
de Estados Unidos. La producción agrícola continuaba siendo deficiente y
la falta de transportes paralizaba cualquier intento de modernización
económica. El PIB per cápita en aquella época era inferior al de Hungría o
al de España y, aproximadamente, suponía una cuarta parte del de Estados
Unidos. Además, el país estaba dominado sobre todo por capital extranjero,
poseyendo este casi la mitad de las acciones rusas.12 El proceso de
industrialización fue violento y mal aceptado por los campesinos, que
habían sido bruscamente proletarizados. La clase obrera naciente, aunque
numéricamente pequeña, se concentraba en las grandes zonas industriales,
lo que facilitó la creciente conciencia revolucionaria.13

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El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 %
de la población vivía en zonas rurales). Si bien una parte de los
campesinos, los kuláks, se había enriquecido y constituido una especie de
clase media rural con el apoyo del régimen; el número de campesinos sin
tierra había aumentado, creando así un auténtico proletariado rural
receptivo a ideas revolucionarias. Incluso después de 1905, un diputado de
la Duma señaló que en muchos pueblos, la presencia de chinches y
cucarachas en los hogares se percibía como signo de riqueza.

Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos


obreros habían sido convencidos por los ideales marxistas y otros
pensamientos revolucionarios. Sin embargo, el poder zarista se mostró
inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios movimientos organizados por
miembros de todas las clases sociales (estudiantes u obreros, campesinos o
nobles) trataron de derrocar al gobierno sin éxito. Algunos recurrieron al
terrorismo y a los atentados políticos, convirtiéndose los movimientos
revolucionarios en objeto de dura represión, llevada a cabo por la
todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar. Muchos revolucionarios
fueron encarcelados o deportados, mientras que otros lograron escapar y
unirse a las filas de los exiliados. Desde esta perspectiva, la Revolución de
1917 es la culminación de una larga sucesión de pequeñas revueltas. Las
reformas necesarias, que ni las insurrecciones campesinas, los atentados
políticos y la actividad parlamentaria de la Duma habían logrado,
desembocaron en una revolución impulsada por el proletariado.

En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante
Japón en la guerra ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una
manifestación en San Petersburgo para exigir reformas al zar Nicolás II,
siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce como el Domingo
Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y se
caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores
y de los campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder
independientes de la tutela del Estado: los sóviets y, especialmente, el
Sóviet de San Petersburgo.

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Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron
una de las causas de la Revolución de Febrero. Cuando el país entró en
guerra, todos los partidos políticos se mostraron favorables a la
participación en la contienda, con la excepción del Partido Obrero
Socialdemócrata, el único partido europeo junto al Partido Socialista del
Reino de Serbia que se negó a votar los créditos de guerra, aunque advirtió
que no trataría de sabotear la actividad bélica de la nación. Tras el
comienzo del conflicto y después de algunos éxitos iniciales, el Ejército
Imperial Ruso tuvo que soportar graves derrotas (en Prusia Oriental, en
particular). Las fábricas no se mostraron lo suficientemente productivas, la
red ferroviaria era ineficiente y el suministro de armas y alimentos al
Ejército fallaba. En el Ejército, los partes batían todas las marcas: 1 700
000 muertos y 5 950 000 heridos; estallaron disturbios y decayó la moral de
los soldados. Estos soportaban mes a mes la incapacidad de sus oficiales —
que llegó hasta el punto de suministrar a unidades de combate munición no
correspondiente con el calibre de sus armas— y el empleo de la
intimidación y los castigos corporales.

La hambruna se extendió entre la población civil y las mercancías


comenzaron a escasear. La economía rusa, que antes de la guerra contaba
con la tasa de crecimiento más alta de Europa,15 se encontraba aislada del
mercado europeo. El Parlamento ruso (la Duma), constituida por liberales y
progresistas, advirtió al zar Nicolás II de estas amenazas contra la
estabilidad del Imperio y del régimen, aconsejándole formar un nuevo
Gobierno constitucional. El zar desoyó esta advertencia y perdió el
liderazgo y el contacto con la realidad del país. La impopularidad de su
esposa, la emperatriz Alejandra —de origen alemán—, aumentó el
descrédito del régimen, hecho confirmado en diciembre de 1916 con el
asesinato de Rasputín, asesor oculto de la emperatriz, por parte del príncipe
Félix Yusúpov, un joven noble.

Desde 1915-1916, proliferaron diversos comités que se hicieron


cargo de todo aquello que el deficiente Estado ya no asumía
(abastecimiento, encargos, intercambios comerciales...). Junto a las

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cooperativas o los sindicatos, estos comités se convirtieron en órganos de
poder paralelos. El régimen ya no controlaba el «país real».

El mes de febrero de 1917 reunió todas las características necesarias


para una revuelta popular: invierno duro, escasez de alimentos, hastío hacia
la guerra... La revolución se inició con la huelga espontánea de los
trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado, a principios de dicho
mes. El 23 de febrero (8 de marzo según el calendario gregoriano), Día
Internacional de la Mujer, las mujeres de Petrogrado se manifestaron para
exigir pan. Recibieron el apoyo de los obreros, encontrando estos una razón
para prolongar su huelga. Ese día, pese a que se produjeron algunos
enfrentamientos con la policía, no hubo ninguna víctima.

Los días siguientes, las huelgas se generalizaron por todo Petrogrado


y la tensión fue en aumento. Las consignas, hasta el momento más
discretas, se politizaron: «¡Abajo la guerra!», «¡Abajo la autocracia!». En
esta ocasión, los enfrentamientos con la policía se saldaron con víctimas en
ambas partes. Los manifestantes se armaron sustrayendo armas de los
puestos de policía. Tras tres días de manifestaciones, el zar ordenó la
movilización de la guarnición militar de la capital para sofocar la rebelión.
Los soldados resistieron las primeras tentativas de confraternización y
mataron a muchos manifestantes. Sin embargo, durante la noche, parte de
una compañía se sumó progresivamente a los insurgentes, que pudieron de
esta forma armarse más convenientemente. Entre tanto, el zar, sin medios
para gobernar, ordenó disolver la Duma y nombrar un comité interino.

Todos los regimientos de la guarnición de Petrogrado se unieron a la


revuelta. Fue el triunfo de la revolución. Presionado por el Estado Mayor,
el zar Nicolás II abdicó el 2 de marzo (15 de marzo de 1917 según el
calendario gregoriano): «Se deshizo del imperio como un comandante de
un escuadrón de caballería». Su hermano, el gran duque Miguel
Aleksándrovich, rechazó al día siguiente la corona. Fue el fin del zarismo y
se produjeron las primeras elecciones al sóviet de los trabajadores de la
capital, el Sóviet de Petrogrado. El primer episodio de la revolución se
había saldado con más de un centenar de víctimas, principalmente

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manifestantes, mas la caída rápida e inesperada del régimen, con unas
pérdidas humanas relativamente pequeñas, suscitó en el país una ola de
entusiasmo y un sentimiento de liberación. El periodo posterior a la
abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo entre la población.
El Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente, mientras que la
revolución ganaba profundidad y la masa de trabajadores y campesinos se
politizaba.

Los sóviets, nacidos de la voluntad popular, no se atrevieron a


contradecir de primeras al Gobierno provisional, pese a su inmovilidad y su
actuación en la guerra. Sin embargo, el pequeño Partido Bolchevique,
liderado por Lenin quien había vuelto del exilio en Suiza en el mes de abril,
fue quien impuso una radicalización estratégica, se hizo portavoz del
creciente descontento general y se convirtió en depositario de las
aspiraciones populares, mientras que los partidos revolucionarios rivales se
desacreditaban entre ellos, alimentando así el peligro contrarrevolucionario.

«El país más libre del mundo»

La caída de la monarquía se sintió como una liberación sin


precedentes. En Rusia se abrió un periodo de intensa alegría popular y de
fermentación revolucionaria. Un frenesí por hablar y exponer las ideas
propias se instaló en todos los estratos sociales. Las reuniones fueron
diarias y los oradores se sucedían de manera casi interminable. Se
multiplicaron los desfiles y las manifestaciones. Decenas de miles de
cartas, con direcciones y peticiones se enviaban cada semana desde todos
los puntos del territorio para dar a conocer el apoyo, las quejas o las
reclamaciones del pueblo. Se dirigían principalmente al nuevo Gobierno
provisional y al Sóviet de Petrogrado.

Más allá de las expectativas inmediatas, lo que dominaba era el


rechazo a toda forma de autoridad, lo que permitió a Lenin hablar de la
Rusia de aquellos meses como «el país más libre del mundo», como
describió Marc Ferro:

1
En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases
del futuro derecho obrero; en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor
el nuevo programa de historia de las civilizaciones; en Petrogrado, los
actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el próximo
espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus
reuniones para que este diera sentido a sus vidas. Incluso los niños menores
de catorce años reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse
escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés.

Estas primeras semanas llenas de esperanza y generosidad fueron


muy pacíficas, tanto en las ciudades como en las zonas rurales. Ninguna
represalia, oficial o espontánea, se tomó contra los antiguos siervos del zar,
teniendo incluso derecho estos a trasladar su residencia o exiliarse. El
Gobierno provisional abolió la pena de muerte, ordenó la apertura de las
prisiones, permitiendo el retorno de los exiliados por cualquier motivo
(incluido Lenin) y proclamó las libertades fundamentales: de prensa, de
reunión y de conciencia (en la práctica ya adquirida tras la Revolución de
Febrero). El antisemitismo de Estado desapareció; la Iglesia Ortodoxa
Rusa, bajo la tutela del Estado desde tiempos de Pedro I el Grande, pudo
reunir libremente un consejo que, en el verano de 1917, restableció el
Patriarcado de Moscú. En el ejército, la orden n.º 1, expedida por el Sóviet
de Petrogrado, que contaba con la mayoría de socialrevolucionarios y
mencheviques, prohibió el acoso humillante de los oficiales a los soldados
e instauró los derechos de reunión, petición y prensa.

1
La Duma eligió un Gobierno provisional encabezado por Mijaíl Rodzianko,
un exoficial del zar del Partido Octubrista, monárquico y rico terrateniente.
Desde el 15 de marzo, la dirección de dicho Gobierno fue tomada por
Gueorgui Lvov, un liberal progresista del Partido Democrático
Constitucional.

Por ello, pese a que la revolución había sido encabezada por los obreros y
los soldados, el poder estaba en manos de un Gobierno provisional dirigido
por políticos liberales del Partido Democrático Constitucional (llamado KD
o Kadete), el partido de la burguesía liberal. Mas, en realidad, era preciso
transigir con los sóviets. En las ciudades y pueblos, con el anuncio de la
revolución en la capital, se formaron sóviets al tiempo que los notables que
regían en nombre del zar fueron destituidos. Desde principios de marzo, los
sóviets ya estaban presentes en las principales ciudades, y en abril y mayo
se extendieron a las zonas rurales. Los sóviets eran unas asociaciones
donde los trabajadores acudían a discutir sobre la situación y al mismo
tiempo un órgano de gobierno.

El programa del Sóviet de Petrogrado recogía el firmar la paz de manera


inmediata y poner fin así a la Primera Guerra Mundial, otorgar la propiedad
de la tierra a los campesinos, la implantación de la jornada laboral de ocho
horas y el establecimiento de una república democrática. Este programa
resultaba inaplicable para la burguesía liberal que asumió el poder tras la
revolución, que no firmó la paz, ni revisó la propiedad de las tierras ni
acortó la jornada laboral.

Además, el Gobierno consideró (así como parte de los dirigentes de los


sóviets y de los partidos revolucionarios) que solo la futura Asamblea
Constituyente elegida por sufragio universal tenía derecho a decidir sobre
la propiedad de la tierra y el sistema social. Pero la ausencia de millones de
votantes, que se encontraban combatiendo en el frente, retrasó la
celebración de las elecciones (sobre todo porque el Gobierno continuaba
con la guerra). La realización de las reformas fue continuamente aplazada
sine die. La situación llegó hasta tal punto, que el Gobierno se abstuvo de
proclamar oficialmente la República antes de septiembre. Tomó así el

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riesgo de decepcionar peligrosamente a la población. Por añadidura, no
podía gobernar sin el apoyo de los sóviets, que contaban con el respaldo y
la confianza de la gran masa de trabajadores.

Los sóviets estaban dominados por los socialistas, los mencheviques y


socialrevolucionarios. Los bolcheviques, a pesar de su nombre —en ruso,
«mayoritarios»—, eran una minoría. Por aquel momento, los sóviets,
incluido el de Petrogrado, demostraron un apoyo moderado al Gobierno
provisional y no continuaron reclamando las reformas más radicales, lo que
obliga a matizar la noción habitual de «dualidad de poderes». La
confluencia entre el Sóviet de Petrogrado y el Gobierno provisional
cristalizó en la figura de Aleksandr Kérenski, socialrevolucionario,
vicepresidente del Sóviet de Petrogrado y ministro de Justicia y Guerra.

Casi todos los revolucionarios, especialmente los de la escuela marxista,


creían que la revolución proletaria era prematura en un país
económicamente atrasado y rural. En su opinión, Rusia solo estaba
preparada para una revolución burguesa, ya que el proletariado era
demasiado débil y muy reducido. La revolución debía limitarse
primeramente a las tareas que el análisis marxista asignaba a la revolución
burguesa, cumplidas por la Revolución Francesa en 1789: el fin del
feudalismo y la reforma agraria. Desde este punto de vista, los sóviets se
concebían como «fortalezas proletarias» ubicadas en el corazón de la
«revolución burguesa» dedicadas a velar por la realización de las
reivindicaciones populares, y posteriormente, preparar la transición al
socialismo, además de prevenir una posible contrarrevolución monárquica
o la ruptura con la burguesía.

Pese a ello, esto no respondió a la urgencia que las masas exigían para ver
colmadas sus aspiraciones. Los partidos revolucionarios corrían el peligro
de incurrir en el mismo descrédito popular que el Gobierno provisional.

1
Por último, la manifestación más clara de la emancipación de la
sociedad civil fue, por supuesto, la creación espontánea de los sóviets
(consejos) de obreros, campesinos, soldados y marineros, que cubrieron en
una semana la práctica totalidad del país. Estas asambleas, que ya habían
surgido en 1905, paliaron la escasez de organizaciones habituales en
Occidente (partidos, sindicatos...) debida a la represión zarista. Fueron
órganos de democracia directa que pretendían ejercer un poder autónomo,
y, ante la posibilidad de que el Gobierno Provisional llevara a cabo una
contrarrevolución, velaron por la preservación y la ampliación de las
conquistas de la Revolución de Febrero.

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