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Contenido

 
Sinopsis
Nota de la autora
Locas sueltas por Madrid
Lo que el agujero esconde
Disfrutando de la ronda nocturna
Conociendo a Bulldog Trunchbull
Trilli, ¡que has ligado!
Volviendo loco al loquero
Te miro y te escupo
Ver para creer
La cena de la revuelta
Abducidas por la lujuria
Le faltan dos veranos
Ni se te ocurra besarla
Os han pillado
Así no hay manera de irse
De que nos vamos, nos vamos
Llevamos a la abuela a incinerar, ¿algún problema?
Qué calladito te lo tenías, traidora
Aquí hay gato encerrado
Lo dejé por imbécil
El café más caro del mundo
Hacer turismo o maratón de series, esa es la cuestión
Un buenorro nos sigue
Ostia puta, salimos en las noticias
¿Sacamos ya las palas?
Ni loca me quedo en esta aldeílla
Qué rico está esto
Satán ha venido a vernos
Vade retro, Satanás
Sabía que no iba a salir bien, tacaña
Todas me llaman Maripuri de coña
¿Quién coño eres tú y qué quieres de nosotras?
Una locura más, ¿qué más da?
Josi, aburres hasta a los sordos
Ay Romeo, Romeo, que me meo cada vez que te veo
Seriedad, por favor
Justo tenía que ser ella mi cura
Soy muy fan vuestra
Unicornios volando, ¿en serio?
No se me escapa si me ayudas
¿Ojeras yo? No, ahora se lleva ser una panda
¿Repetimos?
¿Quién de los dos es el macho?
La madre del cordero
Sois unos aprovechados, pero sí, queremos
¿Les damos el gusto?
Siempre volveremos al mismo lugar
Epílogo
Agradecimientos
Otras obras de la autora
Título: Operación Baby
©Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones
establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida,
sin autorización escrita del autor, la reproducción parcial de
esta obra por cualquier medio o procedimiento, sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros,
así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o
préstamo público. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constituida de delito contra la
propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del código
penal). 
©Nia Rincón

Primera edición: Junio 2021


Diseño de cubierta: Rachel RP
©De la imagen de la cubierta: Adobe Stock 
Maquetación: Rachel RP
Corrección: Nia Rincón

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra


son ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o
desaparecidas es pura coincidencia.
Para mis niñas Crazys: Inma, Raquel, Jess, Mara y Joana
porque sois esa familia que la vida me ha dado.
Nunca pensé que fuera tan cierto que la familia no tiene
por qué ser la de sangre,
y es que con vosotras he encontrado esa parte de mí
misma que me faltaba.
Os quiero mogollón.
Sinopsis
¿Alguna vez os habéis puesto de acuerdo en algo con
vuestro grupo de amigas sin valorar las posibles
consecuencias?
Pues eso les pasó a nuestras chicas; tomaron una
determinación que llevarían a cabo en su período de
vacaciones... Solo que no contaban con lo que estaba por
suceder.
Secretos; risas; delitos encubiertos, que ellas se encargan
de sacar a la luz de una manera un tanto especial; viajes a
lugares inesperados, y mucho amor del bueno entre amigas
es lo que vais a encontrar.
Y si ya les complicamos la existencia, que salgan como
puedan, ¿no?
¿Os atrevéis a formar parte de este extraño grupo de
mujeres bipolares?
Nota de la autora
Querido lector, he visto necesario comenzar avisándote
de que esta historia no es para nada lo que hubiera
esperado escribir, es disparatada, loca, a veces sin sentido,
pero muy, muy divertida y con situaciones bizarras.
Si esperas algo ordenado, con un código de tiempo
marcado, dentro de un esquema literario y coherente,
olvídate porque no predomina nada de eso, al revés. Es algo
que podría pasarnos a nosotros o a alguien cercano, aunque
no ha sido el caso.
¿Quieres saber cómo se gestó lo que vas a leer a
continuación? Venga, que te lo explico para que visualices lo
que se avecina:
El día que surgió la idea para este libro estábamos en un
grupo de WhatsApp bromeando, como estamos casi
siempre, aunque eso de qué pasaría sí, o el no hay huevos
típicos entre las amigas que se retan continuamente a
mejorar, nos ha llevado a esta loca, surrealista y delirante
historia.
Y ahora te preguntaras: ¿de qué narices quiere hablarnos
esta loca? Pues la respuesta la vas a tener a lo largo de la
narración, aunque te voy a dar unas cuantas pistas.
Todo comenzó cuando a alguna nos entró la fiebre de ser
madre (ficticia, eso sí) y nuestra querida Raquel,
embarazada ya en ese momento de poquito tiempo sin
siquiera ella saberlo, nos siguió el juego y nos pusimos a
especular sobre cómo, cuándo, dónde y hasta con quién lo
íbamos a tener. La única idea clara es que las cinco íbamos
a tenerlo al mismo tiempo. ¿Y por qué cinco y no más? Pues
porque las integrantes crazys somos seis y una de ellas es
madre de un adolescente mayor de edad, y ni loca se
apunta a la aventura de parir de nuevo, aunque a otras
locuras que se nos ocurran, sí.
Me resultó tan divertida la idea y las tonterías que íbamos
diciendo según se iban uniendo las chicas a la conversación,
que de broma dije que había que hacer un libro con tanto
desvarío. Mi Maripuri, como siempre, aceptó el reto y
decidió que lo íbamos a hacer.
Esta historia surge gracias a ella, a su arrojo y sus ganas
de que por una vez algo no se quede en el tintero.
Espero que disfrutéis leyendo, tanto como nosotras al
idearlo y crearlo.
Solo debo avisaros de que sí, las protagonistas son
reales, pero cualquier parecido con la vida cotidiana de cada
una de ellas es pura casualidad porque son personas
demasiado normales. Solo espero que me perdonen por no
haber metido ficción en algunas partes en las que reflejo las
personalidades de cada una, porque me ha resultado difícil
convertirlas en un personaje más, ya que ellas, desde mi
punto de vista, merecen ser descubiertas como son por su
belleza interior, que de la exterior van más que sobradas.
Locas sueltas por Madrid
La noche comenzó como cualquier otra de guardia, con
los compañeros comentando lo imprescindible y
despidiéndose del resto deseándoles que les fuera bien. Y
las horas transcurrieron con normalidad hasta que en la
centralita de una de las comisarías de la ciudad entraron
llamadas de los agentes de patrulla bastante inquietantes.
—Z4 a central, trasladamos a una mujer joven de unos 30
o 35 años aproximadamente al hospital con claros síntomas
de desorientación.
Cuando la primera patrulla se disponía a dirigirse en
dirección al hospital, vieron a otra joven que parecía estar
igual que la que llevaban ellos, por lo que se vieron
obligados a hacer un alto en el camino. Por la radio se oyó
que encontraron a otras tres vagando desorientadas a unas
pocas calles de donde estaban.
—Z4 a central, solicitamos al SAMUR y otra dotación. Nos
encontramos en la Castellana a la altura del estadio.
—Recibido Z4.
Mientras el agente de policía salía del coche patrulla, el
otro se quedaba dentro asegurándose de que la joven que
llevaban no se hiciera daño ella misma.
—¿Dónde va usted sola a estas horas, señorita? —
preguntó el agente amablemente en cuanto llegó hasta
donde esta andaba deambulando.
—Yo... no... sé.
—¿ Me puede decir cómo se llama? —volvió a preguntarle
el policía.
—Yo... yo, Maru —contestó susurrante.
Se acercó de nuevo al vehículo después de insistir
durante unos minutos y la pobre muchacha balbuceó en
todo momento lo mismo.
—Javier, ¿qué te ha dicho?
—Le he preguntado su nombre y me dice que cree que
Maru —le responde este frunciendo el ceño.
—¿La que tenemos en el coche como dijo que se
llamaba?
—Lo único que entendí fue Rac —respondió Roberto
suspirando con cansancio.
En ese momento llegó otro coche de la policía, al parecer
no había más zonas a cubrir y tenían ganas de burlarse de
los novatos, todo indicaba que estaban siendo víctimas de
algún tipo de broma.
—Hola, compañeros, ¿esta es la otra? — preguntó
Alejandro, el jefe de servicio de esa noche.
—Sí, y la verdad es que no entiendo de dónde han podido
salir —respondió Roberto—. Han encontrado a tres más en
las inmediaciones
—Joder, pregunta si han hablado algo coherente —ordenó
su superior.
Mientras llegaban los otros tres coches patrullas y el
SAMUR, los agentes comentaban que tenía todas las
señales de haber estado en alguna secta. Javier seguía con
Maru, ella estaba sentada en el suelo balanceándose. Los
policías no dejaban de insistir que seguramente se habrían
escapado del lugar donde las hubiesen tenido retenidas a
juzgar por las pintas de esas dos.
Se pusieron en contacto con los demás, ya que las otras
chicas estaban a solo unos metros, y lo que narraron los
patrulleros que las asistieron era calcado al comportamiento
de las dos chicas que estaban ahí.
—No llevan documentación ninguna de las cinco, iban
vestidas en pijama y no están bien psicológicamente. Z7 me
lo acaba de confirmar ahora mismo —informó el jefe de
servicio a Roberto y Javier—. La que llevan ellos dice
llamarse Nia, y tampoco da pie con bola. Se ha puesto a
llorar y a gritar.
—Z6 a Z8, ¿cómo se llama la joven que lleváis? —
escucharon por la radio.
—Josi y Joa.
—¿Lleváis dos? Compañeros, no es seguro, no sabemos lo
que les sucede.
Uno de los agentes se acercó a los compañeros para
enterarse si lo que había escuchado por la radio personal
era cierto, aunque no le dio tiempo.
—¡Ahí viene el SAMUR! —anunció uno de los que andaba
controlando que los pocos vehículos que pasaban a esa hora
no colapsaran el lugar—. Y los otros compañeros con las
mujeres.
—Dos ambulancias aquí —ordenó el jefe de servicio—.
Venga, hay que levantarla para que las revisen los del
SAMUR, voy a por la otra al coche.
Al pobre agente le costó sacarla del coche policial, con
exactitud una patada en las pelotas, otra en un costado y
arañazos en la cara, en ese instante se dio cuenta de que
los novatos no habían tenido la precaución de inmovilizarla
por su propia seguridad. La esposaron como pudieron entre
varios, evitando en todo momento que alcanzara las
patadas que la puñetera desquiciada lanzaba contra
cualquiera. En cuanto la tuvieron debidamente reducida,
llamaron a los sanitarios para que la atendieran en el lugar.
No iban a arriesgarse a cogerla en volandas.
—¿Estás bien? —preguntó un compañero al superior
agredido.
—Señor, hasta ahora ha estado muy tranquila, no sé,
pero no la he visto venir —intentó excusarse Roberto.
—Te ha dejado la cara como un Cristo y con dolor de
pelotas —se mofó la compañera de patrulla del dolorido
agente.
—Muy graciosa —gruñó a la vez que buscaba un lugar
donde sentarse, que no fue otro que junto a la loca, quien
estaba en ese momento muy quieta.
Javier se acercó a Roberto, su compañero de esa noche.
Estuvieron susurrando sobre el marrón que se comerían si a
su jefe las lesiones lo mantenían de baja aunque solo fueran
unas horas. Debieron esposar a la muchacha como
precaución ya que ellos sí que la vieron patear parte del
mobiliario urbano por mucho que les sonriera y mostrara
cara de inocencia. Si al final les iba a costar que les
mandaran el peor turno y por separado.
Al ver todo el revuelo, Josi empezó a dar cabezazos
contra el cristal del coche patrulla. Los agentes, en el
momento en el que se percataron, hicieron el intento de
abrir la puerta del vehículo, pero esta de un golpe seco en el
centro del cristal lo rompió en grandes trozos.
—¡¿Joder, qué le pasa?!
Cuándo consiguieron sacarla del coche tenía una herida
abierta en la frente y la cara llena de sangre.
Las dotaciones del SAMUR las estuvieron revisando. Josi
fue la primera: le tuvieron que coser cinco puntos en plena
frente; a Rac le inyectaron un calmante porque volvió a
mostrarse agresiva en cuanto se vio rodeada de personal
sanitario; y a Maru, Joa y Nia las revisaron para comprobar
que todo estuviera bien, aparte de la enfermedad mental
que pudieran tener.
—¡Eh, compañeros, hay que llevarlas al hospital más
cercano, tenemos una llamada de un accidente múltiple! —
gritó uno de los sanitarios—. Ninguna de las pacientes
muestra coherencia en cuanto a lo que dicen y están
desorientadas. Allí les realizarán algunas pruebas.
Los doctores del SAMUR le dieron copias a los policías
implicados para los partes de incidencias. El hospital ya
había sido informado del múltiple traslado, cuando llegaran
las dos ambulancias y las tres dotaciones de policías
parecería la puerta de urgencias una feria al tener que
hacer partes de lesiones para algunos de los agentes ya que
todas, a su manera, habían dejado una marca en sus
salvadores.
Los celadores, con ayuda de los policías y los miembros
de seguridad del centro médico, sentaron a cada una en
silla de ruedas. Los doctores que esa noche se encontraban
de guardia hablaron con el agente agredido para que les
informara de todo. El médico de una de las ambulancias les
dio a ambos doctores los partes de las cinco chicas, las
dejaron en la sala de recepción a cargo de dos celadores y
salieron con prisa para ir al nuevo servicio.
—¿Cómo te llamas? —preguntó uno de los agentes a uno
de los celadores.
—¡Yo, Pepe! —contestó el más locuaz de los dos.
—Pepe, no quiero que ninguna se mueva y tampoco que
os acerquéis a ellas, ¿me has entendido?
—Sí, sí, lo que usted ordene. Puede irse a comer un
donuts tranquilo, yo me encargo de las detenidas.
Miró con una ceja alzada al graciosillo del celador y
prefirió dejar pasar la idiotez, el policía pensó que el
empleado demasiado tenía con ser gilipollas como para
entrarle al trapo. Antes de volver dónde estaban hablando
sus compañeros y los médicos, este policía se acercó a Rac.
—No te pongas nerviosa, necesito hacerte algunas
preguntas, ¿vale? —Ante el asentimiento de la joven,
decidió aventurarse—. ¿El compañero te esposó antes de
meterte en el coche patrulla?
Javier el compañero de Roberto se percató que el policía
del Z8 le preguntaba algo a Rac, se vio claramente que ella
negó con la cabeza.
—¿Estás segura? —insistió ante el movimiento negativo
de cabeza.
—Segurísima —susurró mirándolo a los ojos—. Estoy
sedada, pero no soy tonta.
Al ver un brillo de diversión en los ojos de la chica,
decidió que lo mejor era dejar que siguieran con la
actuación que estaban llevando a cabo, porque no era un
simple novato y se dio cuenta de que ahí pasaba algo. El
policía volvió a unirse al grupo, su compañero agredido
estaba siendo atendido.
Mientras tanto los dos celadores daban vueltas de un
lado para otro.
—Me está poniendo de los nervios el puto Pepito gruñón
—susurró Josi, aburrida de estar en esa sala de espera, y
solo llevaban allí unos minutos. Se le iba a hacer eterno el
tiempo que debían estar en el lugar.
—¡Chist! Vaya la que hemos liado ja, ja,ja —manifestó Nia
intentando no reírse a carcajadas.
Los dos celadores de vez en cuando las miraban y volvían
a su conversación.
—Carlos, vamos a fumar un cigarrillo, desactivamos el
sensor de movimientos para que no se den cuenta de que
hemos abierto las puertas de emergencia —dijo el celador
graciosillo—. Además, se ve tranquilas a las cinco locas. El
chute que les han metido los del SAMUR seguro que les
dura hasta mañana.
—¡Será mamón! —masculló Joa indignada al escuchar el
tono burlón del enano ese—. Este se va a cagar.
Mientras fumaban, Pepe le estuvo contando a su
compañero que el día anterior su mujer lo dejó en la calle
por llegar a las cinco de la madrugada con una tajada del
quince, y se reía de ella, el hecho de que no se hubiera
dado cuenta de que había estado en un puticlub le hacía
demasiada gracia al elemento. Siguieron charlando
tranquilamente con una espectadora que estaba tomando
nota de todo sin perder detalle por si lo necesitaran durante
su estancia en ese lugar.
—Joa, ¿qué hacías fuera? Como te pillen, dormimos todas
en los calabozos —le advirtió Maru.
—El enano le está contando al otro que su mujer lo dejó
en la calle por llegar borracho —comenzó a contarles con
una sonrisa pícara—. Y resulta que el muy cerdo estuvo de
putas y tuvo un gatillazo.
En ese momento se escuchó en toda la parte de
urgencias carcajadas, las cinco no podían parar de reír. Toda
la tensión acumulada, más todo el teatro que estaban
haciendo, les pasó factura, y el celador les sirvió de excusa
para dejarla salir.

Llegaron hasta ellas lo que llamaron el Séptimo de


Caballería: celadores, doctores, varios enfermeros, los
miembros de seguridad del edificio y todos los policías que
quedaban en el lugar por el momento, menos el herido.
—¿Qué les ha pasado? —preguntó cabreada la doctora a
los dos celadores, y mucho más al verlos llegar desde el
fondo del pasillo apestando a humo.
Las cinco seguían riendo, hablaban entre ellas muy bajito
recordando todo desde que comenzaron.
—No sé, Carmen —respondió el otro celador, Carlos, al
ver que su compañero podría meterlos en un lío mayor—.
Hemos estado en todo momento aquí, solo nos alejamos un
momento para ver cómo estaban las cosas fuera.
—No quiero que las dejéis sola, ¿está claro? —ordenó,
señalandolos primero a uno y luego al otro.
—Cristalino —contestaron al unísono.
Lo que el agujero esconde
Rac comenzó a llorar aparentemente sin motivo alguno,
aunque en realidad fue porque pudo escuchar parte de lo
que le decía la doctora a los policías sobre su compañero.
Sabía que era por su culpa y se sentía mal, aunque eso no
iba a interferir en los planes que tenían todas, o al menos
eso es lo que pensaba en ese momento.
—Pero si llora y todo la loca —dijo el capullo del celador.
—Ya está bien, Pepe —regañó el compañero—, ¿has
bebido esta noche?
—Una copita de vino cuando he cenado, Carlos, pero
estoy bien —contestó a la vez que se ponía a hacer
aspavientos para hacer ver que mantenía el equilibrio.
—¡Que sea la última vez que vienes bebido o bebes aquí!
—le advirtió Carlos—. No pienso cubrirte ni un solo error,
estoy hasta los huevos de ti.
Carlos fue a por una silla de ruedas para llevarse a Rac
para que la atendieran. Era mejor alejarse del estúpido que
creyó su amigo hasta que cometió un error con un paciente
y él se tuvo que comer el marrón. Desde entonces intentaba
no coincidir en los turnos con ese imbécil, y cuando lo hacía
evitaba quedarse demasiado tiempo a su lado.
—¡Borracho! —blasfemó Joa con voz gutural en cuanto
vio que el enano se quedaba solo.
Pepe se giró hacia ellas.
—¿Quién ha sido la puta loca que me ha insultado? —
Acortó la distancia que lo separaba de las mujeres.
Ninguna dijo ni mu. Rac, aunque seguía dando hipidos
por el sentimiento de culpa, se estaba aguantando para no
reírse. La verdad era que muy normales no estaban esas
mujeres.
—¡Gatillazo! —volvió a gritar Joa, esa vez impostando la
voz.
Pepe se volvió a girar y eso no era un hombre, era un
energúmeno salido de las cavernas. Comenzó a decirles de
todo, aunque mientras más las insultaba, más se reían las
cinco, hasta llegar al punto de que Nia se levantó y se hizo
pis encima adrede.
Eso fue el colmo, lloraban a lágrima viva de la risa: a Josi
de tanto reírse se le abrió un punto, era todo un espectáculo
verla tirada en el suelo con la cara llena de sangre; Nia toda
mojada riéndose; Maru pataleando sentada en la silla sin
poder siquiera mirar al enano a la cara; a Joa y Rac les dolía
tanto la barriga de reír que solo se les ocurrió hacer un
concurso de pedos. Era tal el escándalo que se escuchaba
en toda la planta, que volvió la doctora encabezando al
Séptimo de Caballería y dio órdenes de que llevaran a cada
paciente a un box diferente, ya que se habían organizado
para que fueran pasando una tras otra. La pareja de policías
que estaba en el lugar se cuestionaron si sería pertinente
volver a pedir refuerzos ya que ellos solo eran dos, y esas
locas parecían ser más de cinco.
—Pepe, ¿otra vez has tenido problemas? —increpó su
compañero al ver que llegaba más personal para trasladar a
las mujeres.
—Esa doctora me tiene manía —rezongó rojo de rabia—,
y las locas no sé cómo se han enterado de lo que hemos
hablado, pero me han llamado borracho y saben lo del
gatillazo.
Esto último lo dijo en un tono tan bajo, que su compañero
Carlos no supo otra manera de reaccionar: dejó escapar la
carcajada que estaba aguantando.
—Ojú, Pepe, lo que te pasa a ti no le pasa a nadie. —Le
palmeó el hombro mientras intentaba serenarse—. Vamos a
trabajar antes de que te llamen vago.
—Esto no se va a quedar así, que lo sepas —advirtió Pepe
mirando a las mujeres con acritud.
Llevaron a cabo los traslados de dos de las mujeres y de
inmediato el personal sanitario se puso manos a la obra
para poder dictaminar lo que les pasaba. Nunca habían
tenido un caso parecido, era algo que ya tenían en mente
reflejar en algún artículo en cualquiera de las más
prestigiosas publicaciones médicas del mundo. Si ellos
hubiesen sabido lo que se les venía encima...
Siguieron el protocolo normal en esos casos, aunque los
problemas comenzaron en cuanto llegó el momento de las
extracciones de sangre para las analíticas. Cuando le tocó a
Maru, la más sensible de todas en ese aspecto, se desmayó
y se volvió a formar la de San Quintín porque lo hizo tan
bien que las demás, las dos que quedaban en la sala de
espera, creyeron que era todo teatro tal y como convinieron
unas horas antes. Cuando volvió en sí, porque ese desmayo
era lo más real de esa noche, parecía una muerta viviente
con ese tono ceniciento que se le quedó.
—La próxima vez avisas, guapa —le manifestó Nia en
cuanto comenzaron a juntarlas en la sala a espera de que
acabaran otra prueba—. Creíamos que era una de tus
ocurrencias llevadas al extremo y resulta que te mareas en
serio.
En el box donde les iban a hacer la exploración
ginecológica, se escuchó un grito.
—¡Ahí ni me toques, médico de pacotilla! —gritó Josi.
—Necesito hacerle pruebas, señorita —intentó
tranquilizarla el ginecólogo de guardia—. Venga, quédese
tranquila.
—¡Estoy con el periodo, la regla, la señora de rojo!
Además, ¡mi pepe[1] no me lo ve cualquiera!
El pobre hombre tenía entendido que apenas si
balbuceaban unas cuantas incoherencias, aunque esa casi
se le tiró al cuello. Qué mal rato estaba pasando y todavía le
quedaban cuatro.
Las que estaban en los boxes aledaños lo escucharon
todo ya que estaban separadas por una cortinilla. Se
escuchaban risas ahogadas, lo que sacaba más de quicio a
Josi.
—Venga, terminad de reíros, no os aguantéis demasiado.
A ver si os va a salir una úlcera en la lengua —refunfuñó con
ese mal carácter que solía salir en momentos de tensión.
El personal sanitario estaba en ese momento alucinado y
sin saber qué pensar con el errático comportamiento de las
muchachas. Tan pronto estaban tranquilas como se ponían a
llorar o a reírse a carcajadas. La doctora llamó al laboratorio
para que le diera prioridad a las muestras de esas
pacientes.
—¿Te han querido pasar el plumero? —preguntó Joa en
tono guasón.
—Joa, como no te calles, voy a salir y la vamos a tener
muy gorda —avisó amenazante—. Joder, que el pavo este
me quería mirar el chirri[2].
Tras ese incidente, las pacientes se mostraron
colaborativas y pudieron acabar las exploraciones, aunque
algunas no las hicieron de manera tan exhaustiva como
marcaba el protocolo no fuera a ser que de nuevo alguna
brotara en cólera o en llanto. Las llevaron a todas a una
habitación de las más antiguas que quedaban en aquella
parte de urgencias para tenerlas controladas y no
separarlas, se habían dado cuenta de que en cuanto perdían
de vista a una, las demás se mostraban agresivas.
El hospital llevaba en obras alrededor de un año y medio
y aún quedaban zonas que recordaban a los antiguos
hospitales: disponían de habitaciones para cuatro o cinco
pacientes con un solo baño, con las típicas y antiguas
camas blancas. Justamente a una de esas las llevaron a
todas.
Las mujeres mostraron su asombro en forma de jadeos
ahogados ya que lo que las rodeaba parecía sacado de una
de esas películas de terror que tanto le gustaba a una
amiga de todas ellas, a Maripuri. Estaban tan hartas de
tantas vueltas, que al llegar al lugar casi tiran al suelo al
enfermero y al celador de lo rápido que saltaron de las sillas
donde las trasladaban para tumbarse en las camas.
—¡Parecen que nunca han visto una cama, han entrado
como salvajes!
Los sanitarios se apuntaron mentalmente comentarle el
hecho a los compañeros. ¿Qué clase de animal insensible
había sido capaz de tener a esas pobres mujeres en a saber
qué condiciones? Solo había que ver la reacción de las
muchachas al ver una vieja cama de sanatorio.
Desde dentro oyeron perfectamente el comentario del
celador, y entonces sí que nadie pudo frenar la salida de
Maru, quién fue a cantarle las cuarenta al celador.
—¡Tú, sí tú, el de azul! —gritó antes de llegar a la puerta
—. Salvaje tú y tu mujer cuándo hacéis el baile de dembow
desnudos.
—Pero, ¿qué dices? —replicó Pepe, que había sido el
encargado de llevarlas.
—Se me olvidaba —replicó Maru con malicia—, no puedes
bailar nada con tu mujer si tienes gatillazos en el puticlub,
vicioso.
Volvieron a escucharse carcajadas en la habitación,
incluso el enfermero que los acompañó estaba riéndose a
lágrima viva, así que no le quedó otro remedio al pobre
celador que darse media vuelta y desaparecer. No podía
permitirse provocar un espectáculo si no quería que llegara
a oídos de su mujer lo que hacía mientras ella estaba de
guardia, ya que era enfermera en maternidad.
Una vez que todos se calmaron, el enfermero les explicó
que se podían duchar, tenían a su disposición todo lo que
pudieran necesitar para que estuvieran cómodas.
—Soy Marcos, si necesitáis algo le dais al botón y alguien
vendrá a veros, pero solo para cosas importantes. Mientras
os ducháis, os traerán algo para que cenéis aunque no sean
horas. ¿Todo bien, alguna duda? —preguntó con paciencia.
Las cinco asintieron afirmando. No pensaban dificultarle
su trabajo al primero que tuvo la deferencia de tratarlas
bien y no las miraba mal.
—Qué mono es el enfermero. Mmm, está apetecible —
ronroneó Joa en cuanto el muchacho abandonó la sala.
—Joa, déjate de calenturas que no estamos aquí para eso
—protestó Nia—. Hay que centrarse en llevar a cabo nuestro
cometido lo más pronto posible y escapar de aquí.
—Pues no estará en el tuyo Nia —replicó Joa en tono
susurrante—. Además, si me lo follo nos va a servir a la
causa, una que no va a necesitar ayuda del botecito.
Maru las calmó al ver que Nia iba a comenzar una de sus
pedantes charlas sobre el deber y el placer, y les recordó
cuál era la misión, por lo que todas llegaron al acuerdo de
seguir meticulosamente lo pactado.
Hicieron guardia en la puerta para ver si en esa zona
había más pacientes. En cuanto comprobaron que estaban
solas, se dispusieron a sacar todas las cosas que habían
llevado y que no les pillaron al no haberlas cacheado
siquiera.
—¡Ya podemos! —Esta vez fue Rac la encargada de
vigilar. De todas era la más sigilosa—. He mirado fuera y no
hay moros en la costa.
—¿Habéis traído las cosas? —preguntó Nia,
observándolas como un halcón a su presa.
Todas al unísono contestaron un sí tan rotundo que casi
vuelven a reírse de los nervios.
—Rac tú tenías que traer Evacuol[3], ¿has podido
conseguirlo? —cuestionó Nia, la que parecía llevar la batuta.
—Nia, qué poca fe me tienes —respondió jocosa—. Está
en un lugar muy bien guardado.
Se miraron unas a las otras preguntándose dónde, iban
todas en pijama y encima de esos finitos de verano.
—Tranquilas, lo saco ahora mismo.
Viendo por dónde iba la cosa le dijeron que parara. Nunca
pensaron que fuera a usar el esfínter para guardarse el
tarrito, por muy pequeño que este fuera.
—Lo tengo que sacar, que está empezando ya a molestar
—les advirtió Rac mientras se agachaba para facilitar la
tarea de poder sacarlo.
—No me digas que lo has tenido todo el tiempo ahí
metido, Rac
—Puaj, ¡qué asco! —se quejó Maru, la más escrupulosa
de todas—. Yo eso no lo toco hasta que esté limpio, a saber
las enfermedades que puede tener después de tener
contacto con los gérmenes de tu culo.
—Maru más respeto —recriminó Rac con tono jocoso—,
que está muy limpio y muy bien entrenado. A ver para qué
te crees que eran los tapones que compré en la tienda
erótica.
Joa, Josi y Nia no creían lo que veían. Se asombraron ante
la conversación de las dos amigas más dispares del grupo.
—Bueno ahora voy yo —dijo envalentonada Josi.
Con las mismas se bajó las bragas, despegó la compresa
que estaba pegada a la braga con celo y sacó lo que había
podido esconder con disimulo. Debajo llevaba escondidos
cinco destornilladores tamaño pulga.
Viendo la escena las otras cuatro no paraban de reír y de
chincharla. Con razón no se dejó mirar, la iban a pillar en
cuanto se bajara las bragas.
—Qué culito más mono, qué cuqui tu chirri y qué de
pelos, si parece el Amazonas.
Josi se tuvo que sentar despatarrada con todo al aire
porque de la risa no podía terminar de sacar el último
destornillador pulga.
—Bueno, tanto que os reís de mí, ¿qué habéis traído
vosotras tres? —Levantó un ceja interrogante Josi.
Nia sacó los preservativos de debajo de la compresa y los
repartió entre todas; Maru les enseño un botecito de gas
pimienta que las demás no quisieron preguntar ni la
procedencia ni el lugar donde lo había escondido, mucho
menos para qué lo iban a utilizar viendo el pasotismo del
personal; Joa sacó un móvil viejo que llevaba escondido, el
cual solo servía para mandar mensajes y alguna llamada
importante, y es que para todas ellas era esencial
mantenerse en contacto con su amiga y apoyo en la
distancia: Maripuri.
Rac fue la que le preguntó dónde había tenido escondido
todo el tiempo el móvil.
—Ay, niñas, mejor no preguntéis, son cosas muy íntimas
—respondió Joa dando dramatismo a su tono—. Os dije que
lo traía, pues ahí tenéis. Además, qué pollas, todo sea por el
bien común. Me voy a sentar, que me duele el culo.
Eso fue el remate a la situación tan surrealista que ellas
mismas habían creado con una de sus locas ideas sin
pensar. Eran tales las carcajadas, que una enfermera que
pasaba a darles una vuelta les tuvo que llamar la atención.
Se fueron duchando por turnos, momento en el que llegó el
celador con un carrito lleno de pastelitos, zumos, batidos y
algunos sándwiches.
Maru aprovechó un momento de despiste de todas las
demás para acercarse al celador por detrás, que estaba
bien guapo, y susurrarle al oído.
—¿Me ayudas a desestresarme? Te hago de todo con la
boca.
El celador la miró acojonado, se giró y salió de la
habitación como alma que llevaba el diablo.
—Eres una bruja, Maru, pobre hombre —la amonestó Nia
con tono jocoso.
—Claro, como eres Santa Nia de Todos los Ángeles
folladores y empotradores... ¡Bruja, tú!
Se miraron y volvieron a reírse, lo peor ya había pasado
porque estaban dentro, hasta el momento fue pan comido,
además estaban disfrutando como enanas. Tenían que
empezar a plantear cómo llevar a cabo la segunda parte del
plan, aunque lo primero era lo primero. Joa mandó un
mensaje a su contacto en el exterior, y una de las que las
animó a llevar a cabo la loca idea, explicándole todo lo
sucedido y que estaban a punto de dormir.
—Chicas ya le he mandado un mensaje a Maripuri
contándole que ya estamos en el hospital, aunque
custodiadas.
—Pues ahora sí que empieza la Operación Baby —
masculló Rac en tono irónico.
Todas comieron acordándose de esa mujer que había
llegado a sus vidas para ponerlas patas arriba porque no
había idea a la que no las empujara a llevarla a cabo. Y esa
de ser madres sin tener que estar en una lista de espera
durante años o gastar un dinero que algunas no iban a tener
ni trabajando las veinticuatro horas del día, era de la que
más ilusión le había hecho. El tema del mercado negro de
semen lo descartaron en cuanto les llegó la primera
muestra y ni siquiera iba en las condiciones de refrigeración
necesarias.
Mientras, la pobre instigadora estaba en el pequeño
hostal donde habían decidido quedarse esos días, dando
vueltas por la habitación sin parar. Desde el mismo
momento en el que todas salieron por la puerta con la
determinación de que esa era la noche elegida, no pudo
evitar pensar continuamente si no hubiera sido mejor
aconsejarles que se fueran a follar a lo loco a alguna
comuna hippie.
Envió un mensaje de vuelta al saber por la más joven de
todas que lograron llegar a su objetivo. Les pidió que
tuvieran mucho cuidado porque seguro que iban a estar
vigilándolas. También que tenía cubiertas sus ausencias
ante sus familias y el resto de grupo de amigas que
formaban parte del grupo Bipocabras, y casi ordenó que
fueran sigilosas y rápidas, que no deberían estar allí más
tiempo del necesario si no querían ser descubiertas.
—Maldita sea, espero que lleguen al laboratorio y no se
equivoquen de nevera —masculló después de esperar
respuesta.
Disfrutando de la ronda nocturna
El agente herido se llamaba Alejandro, tenía poco más de
treinta años y llevaba en el cuerpo unos once años. El llegar
a ser jefe de servicio le había costado muchas horas de
estudio, patrullar en los lugares más perdidos del país o en
las zonas más conflictivas, y aun así estaba contento por
haberlo conseguido por sí mismo y no por ser nieto de
alguien importante dentro de la jerarquía del Cuerpo. Hasta
ese día nunca había sido agredido físicamente por nadie,
pero aún menos por una mujer. Lo dejarían ingresado al
menos un par de días en espera de ver cómo evolucionaba
el riñón, lo tenía un poco inflamado debido al traumatismo,
nada preocupante, aunque necesario.
Las cinco mujeres pudieron escuchar cómo la doctora les
explicaba en el pasillo a los demás policías que su
compañero esa noche se quedaba ingresado mientras se
dirigían a la zona de consultas de urgencias. Desde ese
momento, Rac no había parado de pensar en si estaría bien
o si tendría alguna consecuencia en el cuerpo de ese buen
mozo la patada sin intención que llevó en la entrepierna.
Cuando las demás dormían, Joa salió sin hacer ruido de la
habitación pensando en ir primero al puesto de enfermería a
ver si se podía enterar de algo. Ella ya tenía un objetivo en
la cabeza por si fallaba la misión principal, que no era otra
que encontrar la zona donde tuvieran las neveras con el
semen de los donantes. Caminaba de puntillas por los
pasillos desiertos. Esperaba no encontrarse a nadie en esa
zona, aunque a juzgar por lo silenciosa que estaba, llegó a
la conclusión de que esa era la famosa parte que estaba en
reformas. Cuando estaba a punto de llegar al final del
pasillo, se encontró de frente con su presa: el enfermero
que la tenía más caliente que el horno de una panadería.
—¿Qué haces aquí, deberías estar durmiendo? —la
reprendió él.
—Te estaba buscando —le susurró ella de manera
sensual.
El hombre le dio un repaso de arriba abajo porque tenía
que reconocerlo, desde que la vio entrar llamó su atención
por muy paciente que fuera o por mucho que les dijeran que
llegaban después de haber vivido algún episodio traumático
por determinar.
—¿Sabes que me puedo meter en un lío muy gordo? —
susurró a la muchacha en cuanto esta empezó a
contonearse contra su cuerpo.
—¿Y quién se va a enterar? —Se acercó a él, lo agarró de
la nuca para atraerlo hacia ella y lo besó. En cuanto se
separó un poco de su boca, le susurró al oído—. ¿Quieres
buscar a Nemo en mi cueva?
El pobre enfermero estaba cardíaco en ese momento. En
su vida, y menos en su puesto de trabajo, jamás mujer
alguna se le había ofrecido de manera tan descarada.
—Eres muy osada, ¿no te parece? —masculló pensando
con rapidez lo que hacer.
—Puede ser, pero tú y yo sabemos que eres el guaperas
del hospital y que te tiras a toda la que se te pone a tiro,
¿me equivoco?
Marcos no supo qué contestar porque era cierto que
desde que había visto a esa preciosa chica de ojos extraños
estaba con ganas de conocer lo que les diagnosticaban para
saber si podría invitarla a un café cuando ya no fuera
paciente, y por otra estaba sopesando si meterla en alguna
de las habitaciones y follársela con ganas porque, a pesar
de lo que pensaban de él, le costaba relacionarse. Joa
supuso que no se había equivocado en su observación sobre
el chico, así que siguió con lo planeado antes de que ella
misma dudara de lo que hacía y saliera a correr.
—Quiero que me hagas una exploración completa —le
pidió en tono coqueto.
Se abrió los botones de la parte de arriba del pijama
dejando sus pechos al aire. Marcos no perdió el tiempo en
más dudas y se dejó llevar por su cerebro inferior, la agarró
de la mano y la metió en una habitación casi vacía, al
menos había una cama que había visto años mejores.
—Esto está muy mal, pero me alegro de que me hayas
buscado —le decía mientras la besaba con lujuria—. Por
cierto, ¿cómo te llamabas?
Joa se volvió acercar a su oído para decírselo y aprovechó
el momento para mordisquearle el lóbulo de la oreja y dejar
un pequeño beso en su cuello.
—Bonito nombre para una mujer preciosa y sexy.
Se quitaron la ropa con urgencia entre besos a la vez que
cerraban tras ellos y se movían a trompicones por el lugar.
—Entra en mí ya, te deseo —suplicó Joa jadeante a la vez
que le cogía las nalgas y lo apretaba más contra ella—.
Quiero que me hagas de todo contra la pared.
Marcos siempre había sido un hombre clásico, de la
postura del misionero por mucha pinta de ligoncete que
tuviera, nunca una mujer como aquella lo había puesto tan
cachondo que ni siquiera se plantearía el avanzar hasta
ponerla en horizontal. Así mismo le valía.
Se exploraron con urgencia, él la aplastó contra la pared
a la vez que llevaba una de las piernas de la chica a su
cintura para que lo rodeara. Esa posición era tan nueva para
él que su polla dio un nuevo salto y a punto estuvo de
correrse al notar la humedad de ella en su miembro.
Mordisqueó el cuello de la muchacha en busca de
tranquilizarse un poco para que no acabara ese encuentro
antes siquiera de follársela como deseaba. Fue Joa la que
tomó el mando en ese momento, agarrándose al cuello de
Marcos y saltando para quedar a horcajadas sobre el
enfermero, y sin pensarlo siquiera se empaló.
—Dios, cómo me pones —gruñó Marcos a la vez que
empezó a embestir con ganas.
Esa postura era novedosa para Joa, que solo había tenido
un novio y era bastante egoísta y mediocre. Las
sensaciones que le estaba provocando el enfermero no las
había experimentado hasta el momento, y decidió que
intentaría disfrutar del hombre al menos una vez más antes
de que tuvieran que irse de allí.
Marcos siguió embistiendo y en uno de sus movimientos
la elevó a ella para cambiar un poco el ángulo de
penetración, lo que hizo que ambos gruñeran de placer al
unísono y se dejaran llevar por el orgasmo de sus vidas. El
hombre se vació en ella con un jadeo mordiéndole la
clavícula a Joa mientras ella tiraba de su pelo y lo pegaba
más a su cuerpo.
—¿Te encuentras bien, rubita? —le preguntó Marcos
mientras se vestían.
—Estoy en una nube —masculló avergonzada por lo
hecho—, ¿y tú?
—¿Yo? —respondió el joven con una sonrisa lasciva—. Si
fuera por mí, seguiría follándote hasta que nos saciáramos,
pero nos tenemos que ir ya.
Se acercó a ella y le besó la punta de la nariz para luego
estrecharla entre sus brazos y saborearla a placer. Joa no se
quedó atrás y cruzó sus manos en la nuca del hombre para
hacer que ese beso durara el tiempo que les fuera posible.
—Maldita sea, mañana no trabajo y no voy a poder verte
—susurró Marcos—. Puedo intentar colarme con alguna
excusa, ¿me esperarás? Sé que esto puede parecerte una
locura, pero me gustas y no quiero que esto se quede en un
polvo por mi uniforme.
—Esto no es...
—Tendremos que ser discretos —la cortó el enfermero—,
hay ojos en todos lados y lo que acabamos de hacer está
totalmente prohibido.
—No te preocupes, Marcos, te estaré esperando —
contestó con seriedad—. Esto es algo que solo tú y yo
sabremos. Te lo prometo.
—¿Sabía que no estabais locas? Estoy seguro que algo
tramáis y tengo la sensación de que me voy a divertir, ¿me
equivoco?
Joa bajó la cabeza sonrojada. Desde el primer momento
en el que idearon el plan supo que era una soberana locura
y que las pillarían antes de siquiera pisar la calle. El que las
llevaran derechas a un hospital, que no sabía si era el que
buscaban, había sido todo un logro teniendo en cuenta la
actuación chapucera de todas.
—Llevo cinco años aquí y es la primera vez que llegan
cinco mujeres juntas y ninguna, pero ni una sola de
vosotras, os habéis comportado como dementes sino como
unas crías necesitadas de atención —aclaró Marcos.
—Eso no es...
—Si no me lo quieres contar, no hay problema, de mi
boca no va a salir ni una sola palabra. Al fin y al cabo soy un
simple enfermero —la cortó de nuevo—. Espero que en
estos días empieces a confiar en mí y me cuentes qué es lo
que os ha traído aquí en realidad. Os jugáis mucho, tu
amiga ha agredido a un policía.
—¡Chist! —Le puso un dedo en los labios—. Me
encantaría poder contarte lo que necesitamos, pero no
pienses que es nada ilegal.
Marcos puso cara de no estar creyéndose esa última
frase, aunque algo dentro de él lo llevó a tomar una decisión
equivocada: no decir nada y esperar a pillarlas a pesar de
que esa muchacha lo volvía loco.
—Mañana paso a verte por la habitación antes de acabar
el turno, ¿de acuerdo? —Joa asintió y le dio un último beso
—. Descansa, muñequita.
Ella regresó por el mismo camino mientras Marcos fue en
dirección contraria, aunque antes se aseguró de que no
hubiera nadie que la interceptara.
Cuando Joa estaba a punto de entrar en la habitación,
alguien la agarró por el hombro, lo que le provocó que casi
gritara de la impresión. Nada más se giró, se quedó a
cuadros.
—¿Dónde has estado? —interrogó Rac.
—¿Y tú qué haces aquí? —replicó poniéndose a la
defensiva.
—Yo he preguntado la primera, responde —ordenó Rac a
una asombrada Joa—. Vamos, que no tenemos toda la
noche.
Las dos se miraron evaluándose una a la otra. La primera
en apartar la mirada fue Joa, lo que quería decir que le
tocaba confesar, era un código inquebrantable entre ellas.
—Espera un momento, voy a mirar si están dormidas y
ahora hablamos.
Rac asintió y se fue al baño del interior de la habitación
donde las tenían a todas. Joa comprobó que estaban
dormidas como un tronco y se dirigió al encuentro con su
amiga.
—Las dos sabemos que hemos salido de la habitación por
un motivo, yo sé cuál es el mío, ¿quieres saberlo? —
comenzó titubeando Joa, no se le daba bien confesar que
había hecho algo fuera del plan.
—¿Tú qué crees? —contestó Rac alzando una ceja—. Si
me convence tu explicación y no noto que me mientes, te
cuento el mío.
—Una cosa tiene que quedar muy clara —advirtió Joa—,
lo que hablemos aquí tiene que quedar entre nosotras pase
lo que pase. Ellas no se pueden enterar por lo menos hasta
que salgamos de aquí, ¿de acuerdo?
—Ay madre, la que has debido liar —contestó jocosa su
amiga.
—Acabo de venir de estar con el enfermero —soltó de
sopetón y sin respirar bajando la mirada avergonzada. Rac
se puso a reír a carcajadas, a lo que Joa tuvo que acallarla
poniéndole una mano en la boca—. Calla, loca, que las vas a
despertar.
—Te ha faltado tiempo, maja —decía entre risas—. No
llevamos aquí ni cinco horas y ya te has liado con el más
guapo del Séptimo de Caballería.
—Tu turno —ordenó Joa ignorando el tono gracioso de su
amiga.
—Ven, vamos a encender un grifo por si se despierta
alguna y te cuento en cuanto sueltes lo que te mueres por
contar.
Se metieron en uno de los cubículos del baño, con la
puerta entornada para ver si alguien entraba, y se
acomodaron porque les iba a llevar un rato. Primero, Joa
comenzó a contarle todos los detalles de lo sucedido con
Marcos, el enfermero. Le contó que ella nunca se había
comportado así con un hombre, todas sabían lo soso que
era Juan, su exnovio, y el hecho de que no era nada lanzada
en cuanto a las relaciones con los demás, y le explicó la
necesidad que sentía por estar con él. Puso como excusa
que ya que estaban con el plan en marcha, no quería perder
la ocasión de poder intentar hacer lo que las demás: estar
con un hombre solo por el simple hecho de obtener placer
sin mediar una relación amorosa por medio. Para acabar, le
hizo saber a su amida que no se arrepentía en absoluto de
lo hecho y que pensaba repetir si se le presentaba la
ocasión.
Las dos se emocionaron porque nunca habían sido tan
cercanas como en ese momento; se abrazaron como amigas
y compañeras que eran. Todavía ninguna de las dos lo
sabía, pero Cupido les había lanzado sus flechas y esa
aventura les iba a llevar el amor a su vida, si es que se
daban cuenta.
—Te toca —dijo Joa en cuanto se calmaron.
—He ido a ver cómo estaba el agente al que he agredido
sin querer —musitó Rac poniéndose roja de la vergüenza.
—Bueno, cuéntame cómo ha sido tu visita al poli —pidió
Joa cuando llevaba unos minutos callada—. ¿Cómo has
sabido en qué habitación se encontraba?
—Se lo escuché decir a la enfermera que está en el
mostrador de la entrada a urgencias —masculló con enfado
—. Ha estado todo el tiempo aquí, como nosotras, aunque lo
tienen junto a la sala de descanso de ellas para estar
entrando y saliendo cada poco, pandilla de víboras
calenturientas...
—¿Has hablado con él? —cortó Joa ya que sabía lo que
podía salir por la boca de su amiga.
—Sí.
—¿Y? —preguntó ansiosa Joa.
—Cuando te fuiste, esperé cinco minutos por si volvías y
como vi que no lo hacías, me acerqué al puesto de
enfermería para pedir algo y despistarla lo suficiente para
así poder entrar en el ordenador —empezó a contar Rac—.
La enfermera de guardia estaba hablando con alguien por
teléfono contándole todo lo sucedido con nosotras y con el
pobrecito del poli buenorro, así fue como supe el número de
la habitación.
»Fui y entré, él estaba dormido, me senté a su lado hasta
que despertó. Se asustó al verme, intenté disculparme de
corazón, pero el muy capullo me ordenó que me callara y
me miró con resentimiento. Me habló de una manera tan
despectiva que no pude remediar echarme a llorar, todo de
mentira, por supuesto, y creo que al verme así se apiadó de
esta pobre alma cándida porque se calló y me hizo un gesto
con la mano para que le diera las explicaciones pertinentes.
Y fin de la historia.
—Algo más habrá pasado, ¿no? —volvió a preguntar la
cotilla de Joa—. No creo que te haya llevado todo este
tiempo el explicar que lo hiciste sin querer.
—Bueno, sí... —titubeó un momento—. Me preguntó el
porqué parecía una persona normal cuando horas antes me
había comportado como una loca. No supe qué contestarle,
así que me dejé llevar y al final acabó más enfadado todavía
y salí de allí pitando antes de que llegara una grupi y me
pillara allí de visita.
—Pero qué... —Joa se calló al instante porque vio que su
amiga había desviado la mirada y se había sonrojado—.
¿Volverás a visitarlo para arreglar lo que sea que hayas
hecho?
—Lo intentaré.
Ambas se mantuvieron un rato calladas, pensando cada
cual en lo sucedido en ese rato, y llegaron a un pacto de
silencio.
—No digas absolutamente nada a estas —comenzó Rac
—, porque se van a enfadar con nosotras por haber ido de
espabiladas. Cuando nos vayamos de aquí se lo contamos,
¿vale?
—De acuerdo, ni palabra a ninguna hasta que nos
hayamos alejado del peligro.
Volvieron a la habitación muy despacio evitando hacer
ruido porque sabían que Nia tenía el sueño muy ligero. Cada
una se acostó en su respectiva cama, y enseguida se
quedaron dormidas rememorando lo sucedido con esos dos
hombretones.
La paz les duraría poco tiempo porque ya era bastante
tarde y el amanecer estaba a punto de llegar con un nuevo
cambio de turno y una elementa de cuidado.
Conociendo a Bulldog Trunchbull
Mientras las últimas pacientes en ingresar dormían, el
doctor Beltrán, el ginecólogo que las intentó atender de la
mejor manera posible, se dirigió al puesto de enfermería.
—Hola, Ana, ¿y Marcos? —preguntó buscando a su
sobrino.
—Me ha dicho que iba a hacer la ronda.
—Estaré en la sala de descanso —replicó hastiado—. Dile
que pase a verme cuando acabe.
—Lo que usted ordene.
El doctor se dirigió a la sala de médicos para ver si se
encontraba con su colega, quería comentar con Carmen, la
doctora de guardia que recibió a las pacientes y encargada
del caso de todas ellas, las dificultades que había tenido y la
precariedad de la auscultación aunque estuviera reflejado
en el informe.
—Hola, Carmen, ¿qué tal tu noche?
—Muy movida como has podido comprobar —le contestó
mordaz.
—Quería comentarte un poco la falta de información que
vas a leer en mi informe, pero resulta que apenas si me han
dejado hacerles una ecografía abdominal y palparles la
zona. No ha sido posible revisarlas, al menos aseguran que
no han sufrido algún tipo de abuso —masculló el doctor—.
Menuda fierecilla la que tiene los puntos en la frente.
—Ya he oído lo sucedido en el box. ¿No te resulta curioso
que las cinco tengan el periodo a la vez?
—No te creas, si son tan amigas como parecen, puede
suceder que sus organismos se sincronicen y todas lo
tengan en el mismo intervalos de días.
—Me tienen despistada —masculló la doctora mientras le
daba vueltas a lo visto en los informes de laboratorio—. Al
llegar parecían drogadas y apenas hablaban. El incidente de
que una de las chicas se mareara y perdiera un momento el
conocimiento me ha hecho ver que estaban dentro de sus
facultades al observar la reacción de todas. A eso súmale el
cambio de actitud de los celadores, sobre todo la del inútil
de Pepe, que se ha mostrado esquivo con ellas cuando
tenemos quejas de varias pacientes por acoso, y luego lo
tuyo. No sé, hay algo que no acaba de cuadrar.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo —replicó el
ginecólogo—. Si no te importa, mañana podemos intentar
hacerles una nueva exploración si vemos que están más
receptivas.
—Voy a dejar el informe acabado para que se ocupen de
ellas los del siguiente turno —contestó la doctora con una
mueca divertida—. Que las vea Sonia, la ginecóloga novata,
y daré orden de que las lleven a psiquiatría ya que aquí no
deben quedarse.
Ambos asintieron ante lo que la doctora dijo, y esta se
quedó pensando en que nada más llegar las mujeres pensó
en la posibilidad de que se hubieran escapado de los
captores, aunque esa hipótesis para ella perdió fuerza en el
mismo momento en el que las había visto interactuar entre
ellas. No eran mujeres temerosas o amedrentadas, no se
sentían cohibidas al estar entre tantos extraños, y eso, si
uno lo pensaba bien, llevaba a la conclusión de que detrás
de esa fachada existía algún problema de mayor índole.
Se despidió del ginecólogo, quien se tumbó en uno de los
catres para descansar un par de horas si no lo llamaban
antes, y ella salió a hacer una ronda entre las parturientas
que habían entrado de urgencias. La noche fue movidita,
apenas descansaron y al final el ginecólogo no coincidió con
su sobrino porque este trató de no cruzárselo.

Eran las ocho y cuarto de la mañana cuando entró una


enfermera encendiendo la luz y avisándolas para que se
levantaran. Tenían que pasar por varias visitas a lo largo de
ese turno y necesitaba que estuvieran listas para cuando
avisaran de los traslados a las consultas.
—¡Joder, te quieres callar! Pareces un loro, déjanos dormir
—protestó Josi, algo muy típico de ella ya que siempre tenía
muy mal despertar.
—Venga, chicas —canturreó la enfermera como si fuesen
niñas—, hay que darse un agüita antes de que os vean los
doctores.
Esta vez fue Nia la que saltó como un resorte,
literalmente, y se acercó a ella intentando intimidarla.
—Señora, estamos muy cansadas, nos acostamos de
madrugada por culpa de los matasanos que están ahí fuera
y nos metieron en este cuchitril —protestó entre dientes—,
así que no vuelva hasta mediodía como mínimo. Un respeto
a los enfermos.
—Mire, señorita —replicó con voz dura esta vez—, esto no
es un hotel de lujo ni ustedes están de vacaciones. Esto es
un hospital, y si digo que os tenéis que levantar, lo hacéis
sin protestar. ¿Ha quedado claro?
Josi, quien estaba de espaldas mirando hacia la pared, dio
un salto que por poco no le da un patatús a la enfermera y
se plantó junto a su amiga.
—Mi amiga le ha dicho que no vuelva hasta las doce, que
queremos dormir. Si fuera tan amable de dejarnos al menos
un ratito más, se lo agradecería de corazón —pidió con una
calma engañosa—. Además, me duele horrores la cabeza.
—Eso puede deberse al mal aspecto que tiene su frente
—chinchó la enfermera—, pero no se preocupe, lo mismo
puede verla alguna de las mujeres de la limpieza antes de
que se vayan ya que el médico no va a estar disponible para
cuando las marquesitas se quieran levantar.
—Será cabrona, ya podría irse a la mierda un rato —
masculló Josi.
—¿Decías algo, bonita? —preguntó la enfermera con
sorna, a lo que Josi negó con un gesto—. Eso pensé. En diez
minutos están aquí mis compañeras con el desayuno,
espero que todas estéis levantadas si no queréis que os
ayude yo a hacerlo.
Salió de la sala de la misma manera sigilosa en la que
había entrado con una sonrisa de satisfacción en la cara. Se
iban a enterar esas cinco de quién era Agatha Trunchbull[4],
el apodo que le tenían sus compañeros puesto a sus
espaldas.
El silencio se apoderó del lugar un momento, el tiempo
justo para que Nia rompiera a reír desde la cama de su
compañera Joa, a la que zarandeaba para despertarla, ella
era la que tenía el sueño más profundo. Maru se levantó
señalando la frente de Josi y riéndose a la vez que saltaba
en la cama de Rac y le hacía cosquillas.
—Oye, Nia, ¿cómo tengo la frente? —preguntó Josi con los
ojos brillantes—. La bruja me ha dicho que la está muy mal.
Nia la miró y como pudo se aguantó la risa. Las demás
bajaron la cabeza porque no sabían si reír más fuerte o
correr a abrazarla. No era nada normal en ella que se
mostrara tan vulnerable, eso debía ser el efecto de los
sedantes que les administraron además de las hormonas
que tomaron justo antes de la inseminación que pensaban
hacerse aunque fuera de manera casera y cutrecilla.
—La tengo fatal, ¿es así? Venga, trilli, no seas mala —
insistió de nuevo, esta vez haciendo un puchero.
—Te lo voy a decir en una sola palabra: Chucky[5].
Josi volvió a acostarse, se tapó hasta la cabeza
echándose también la almohada encima y se puso a gruñir
palabras ininteligibles. Era una escena cómica digna de ser
grabada, solo que al no tener sus móviles y el que poseían
no era de buena calidad, se conformaron con reírse en voz
baja. Ver a Josi y a Nia en acción era todo un circo, aunque
normalmente la que acababa llorando era la segunda
mientras se descojonaba la primera.
La enfermera llegó al puesto de guardia dispuesta a
llamar a las cocinas para cambiarles el almuerzo a las
señoritingas. Iban a saber lo que era estar en un hospital,
que se confiaran con el desayuno a base de galletas y un
bollo con margarina y mermelada.
—Buenos días, Teresa —la saludó el doctor Costa, un
apuesto médico que entró a trabajar al hospital siendo un
jovencito y que ahora contaba con la treintena larga muy
bien llevada, y el cual llevaba siete años como médico de
urgencias en ese lugar.
—Buenos días, Oliver —respondió con su mejor sonrisa de
abuela simpática—. Ármate de paciencia hoy, tenemos
problemas con las zumbadas de anoche.
—¿Cómo es eso? No me puedo creer que durante un
turno tuyo se nos vaya a sublevar un solo paciente —afirmó
en tono jocoso.
—Ya veremos, las señoritas no se quieren levantar —
refunfuñó—. Dicen que es muy temprano.
Al doctor Costa no le quedó más remedio que reír por la
forma de contarlo de Teresa, enfermera desde los veinte
años y a la que le quedaban pocos años para jubilarse, si es
que no tendría que estarlo ya, por lo que le extrañaba
mucho que algún paciente le tosiera. Eso sería algo digno
de ver, así que envió un mensaje al grupo de WhatsApp de
manera disimulada avisando de que a Bulldog Trunchbull le
quedaba poco rato para enseñar los colmillos.
—Fíjate que les he dicho que no estamos en un hotel, que
esto es un hospital —siguió contando la enfermera—, ¿y
sabe lo que me ha contestado la que tiene la frente como
un orco? ¡Que me vaya a la mierda!
Oliver se reía porque era la primera vez que a Teresa la
toreaban de esa manera y salían indemnes a la primera.
Algo debían tener esas mujeres, de las cuales había
escuchado hablar a los compañeros del turno de noche,
para que la enfermera las hubiera dejado hacer lo que les
diera la gana.
—No te preocupes —habló con calma Oliver—, pasaré
más tarde a verlas. Las dejaremos dormir. ¿Has leído el
informe?
—Sí, lo hice cuando entré.
—Está todo muy confuso — masculló Costa—, esta tarde
llamaré a Carmen para que me lo explique porque la verdad
parecen personas diferentes desde que ingresaron hasta la
hora de dormir. Y por lo que me cuentas, eso de que te han
respondido con total coherencia, ya me dirás qué tienen
estas.
—Oliver, las muchachas tienen vaguitis y mucha cara, no
me creo nada —afirmó la mujer con vehemencia—. Créeme,
llevo ya muchos años en esta profesión para saber cuándo
se nos quieren colar porque no tienen dónde dormir.
—No sé yo, Teresa. —Oliver frunció el ceño porque la
enfermera tenía buen ojo, aunque a él no le cuadraba la
agresión al agente—. Me paso a revisarlas cuando me den
un respiro en urgencias y las derivo a psiquiatría en cuanto
me den el visto bueno.
—Tengo que volver a llevarles el desayuno, de paso les
doy otro repaso —dijo con una sonrisa macabra—. A mis
años nos van a venir dos niñitas a hacer lo que les venga en
gana.
Mientras iba de camino al feudo de las cinco cuentistas,
pensó en que se ocuparía personalmente de que el
almuerzo se sirviera según lo ordenado, no iba a dejar que
nadie se apiadara de las muchachas. Decidió dejar que
pensaran que se habían salido con la suya si estaban
dormidas.
—¡Venga, niñas, arriba, ya no lo digo más! —irrumpió en
la habitación con el carrito del desayuno dando palmadas.
Como no le hicieron ni caso, dejó allí las bandejas con el
escaso desayuno y salió a seguir ejerciendo su labor; no
podía ni quería perder el tiempo con esas inconscientes
cuando ya llegaría el momento de que supieran con quién
se enfrentaron.
Pasaron las horas y recibió la llamada del doctor Costa
pidiéndole que fuera a la habitación de las muchachas para
avisarlas de que iban a ir a por ellas. Él iba de camino
también para hacerles un último reconocimiento y por qué
no decirlo, le causaba curiosidad ese extraño suceso
después de todo lo que habían estado comentando los
compañeros en los descansos.
Teresa dejó en su puesto a una de sus compañeras y se
encaminó con pasos firmes hacia las trincheras: empezaba
la primera batalla real. Dejaría que remolonearan porque ya
tenía su nuevo destino casi cerrado, sería cuestión de horas
y un poco de suerte si el niñato de Costa las enviaba a la
consulta de su compinche.
Trilli, ¡que has ligado!
El doctor Costa se dirigió a la habitación mientras avisaba
a Teresa para que se uniera a él. Al entrar se encontró con
que las cinco mujeres dormían profundamente. Se acercó de
manera sigilosa a una de las camas, en realidad a la de la
única chica a la que se le veía bien la cara y se quedó
mirándola embobado hasta que esta abrió los ojos y cortó el
hechizo.
—¡¿Qué haces mirándome tan cerca?! —voceó de mala
leche Nia, era raro que no tuviera una salida de tono con un
nuevo extraño.
—Soy el doctor Costa —se presentó tendiendole la mano,
la cual se quedó en el aire—. Vengo a despertaros ya que a
mi enfermera no le hacéis caso. Además, ya son las doce y
tenéis consulta. Hemos retrasado demasiado las pruebas de
hoy.
Nia se levantó y se dirigió al baño sin siquiera mirarlo. Al
cerrar dio tal portazo que las demás se levantaron de un
salto, excepto Maru que se cayó de la cama.
—Buenos días, bellas durmientes —saludó con sorna
Oliver—. Ya son las doce y nos tenéis esperando, se acabó el
descanso.
Josi tampoco tuvo un buen despertar porque la
interrumpieron en lo mejor del sueño, así que no se reprimió
y le contestó como pensó que se merecía ese
impresentable.
—Medicucho de las narices, ya veo que en la universidad
no le han enseñado modales. —Sonrió cuando le vio cara de
no saber a lo que se refería—. Vamos a decirle a su madre
que es menester que le enseñe lo que significa tocar en la
puerta antes de entrar, ya que en sus años de carrera no
entendió esa asignatura.
Las demás se reían de la cara de asombro del médico ya
que fingían dormir hasta que escucharon el portazo de su
amiga, y eso sí que no iban a dejarlo pasar.
—¿Sabes que te tengo que hacer una radiografía y una
resonancia para ver si tienes algo interno en la cabeza? —
replicó mordaz Oliver, quiso bajarle los humos a la
graciosilla del grupo—. Vas a ser la afortunada en salir de
esta sala con el primer celador que llegue.
—Ni hablar. Si se cree que voy entrar en el tubo ese va
listo, de resonancia nada —masculló Joa con nerviosismo—.
Y tengo intolerancia a las radiografías, no debo pasar
siquiera por zonas donde pueda escapar algo de radiación.
Oliver la miró ceñudo al ver un gesto poco convencional
en una mujer asustada por una simple prueba, y tomó nota
mental para preguntarle en cuanto estuvieran a solas.
—Venga, Nia, sal de ahí que me hago pis —exigió
aporreando en uno de los cubículos—. Está el medicucho
policía aquí vigilando a que nos arreglemos todas.
Rac, Joa y Maru se pusieron a desayunar mientras las dos
locas discutían por ese lugar ya que habían algunos más en
ese baño. Cuando Nia salió al fin, vio que el maldito hombre
que la ponía nerviosa con su forma de mirarla seguía allí y
por la postura que había adoptado, parecía que no tenía
prisa por marcharse a seguir la ronda
—Precioso pelo, Nia —manifestó Oliver en un susurro
ronco.
Las demás casi se atragantan al escuchar al descarado
del doctor y al ver a Nia enrojecer a la velocidad de la luz.
Maru escupió el zumo que estaba bebiendo en ese
momento al ver a la imperturbable del grupo de esa
manera.
—Eres una cerda, Maru —reprendió Rac, cortando así el
momento incómodo.
—¿Qué querías que hiciera, que me ahogara? —replicó
todavía riéndose—. No es mala la idea si me hace el boca a
boca el buenorro del doctor.
Todas rompieron a reír, bueno, todas menos Nia porque
seguía con la cabeza gacha.
—Yo os dejo unos minutos para que terminéis de
desayunar y os arregléis —masculló avergonzado el doctor
Costa—, o lo que sea que hagáis para estar tan guapas.
Esto último lo dijo Oliver mientras miraba a Nia de forma
lasciva. Ella no levantó la cabeza en ningún momento a
pesar de lo echada para adelante que era en apariencia. La
realidad era que llegaba a ser muy tímida en muchos
aspectos de su vida, y este era uno de ellos. Las demás se
dieron cuenta de que el doctor intentaba ligar con Nia de
manera descarada y, como era de esperar, ahí fue Josi al
rescate de su Trilli (como se apodaron con cariño), su amiga
del alma.
—Medicucho de tres al cuarto, ¿quieres dejar de mirar a
mi Trilli, que parece que le vas a sacar brillo con las babas?
—Se levantó para hacer ver que iba en serio—. ¿No ves que
las estás incomodando?
Nia seguía sin levantar la cabeza, sentía mucha
vergüenza ante él, y mucho más ante el hecho de que sus
amigas presenciaran su ataque de timidez. Desde el mismo
momento en el que abrió los ojos y se encontró con los de
ese bombón, supo que estaba perdida.
—¡Chist! Oye, tú, el pervertido que no deja de mirar a mi
compañera como si la quisiera devorar, dile a tu amiga la
enfermera que nos traiga ropa limpia porque yo no voy a
ningún lado sin ducharme —ordenó Joa para que el doctor
dejara de amedrentar con la mirada a su amiga—. Y lo digo
en serio, que del pollo que os monto se queda lo de ayer en
nada.
—Tranquila, se lo diré a Teresa —contestó sin apartar la
mirada de la tímida muchacha que lo tenía subyugado.
Las cuatro mujeres estaban alucinando por el estado de
contemplación del médico. Era tal que Rac susurró en un
momento dado que si se la follaría ahí mismo y el idiota
susurró un sí que pudieron escuchar todas y del que no el
pobre hombre no fue siquiera consciente de haber
pronunciado.
—¡Cuchi[6] el tío este! —protestó Joa dejando entrever su
acento granadino—. Deja ya de mirarla que la vas a
desgastar, ¡coño! Si quieres decirle algo, hazlo ya, ¡cojones!
—Ya hablaré con ella en privado —soltó de repente el
médico sin siquiera pensarlo. Se dio la vuelta y salió de la
habitación.
La enfermera se encontró con el doctor Costa con una
sonrisa que hasta el momento no le había visto nunca y que
lo hacía parecer más guapo de lo que ya era, y eso era
mucho decir.
—Doctor, necesita que...
—Llévales a las brujillas del aquelarre algo para que
puedan ducharse y cambiarse antes de que se nos
amotinen —contestó con un brillo extraño en su mirada—.
En cuanto estén listas que me avisen y las acompañaremos
a la planta de psiquiatría, ¿de acuerdo?
—¿Sin hacerles pruebas o...? —Al notar que el muchacho
no le prestaba atención, decidió claudicar—. Claro que sí.
No le dio tiempo a preguntar nada porque el hombre
siguió su camino a paso ligero y ¿silbando? Su actitud
mosqueó un poco a la enfermera, pero lo dejó pasar porque
tenía una idea que iba a sacar de sus casillas a las cinco
remilgadas que pretendían tener alojamiento varios días a
costa de engatusar a los calenturientos del hospital. Pues
para eso estaba ella, para descubrirlas y que se las llevaran
a comisaría por farsantes, que eran unas delincuentes.
Como fuera acabarían encerradas: en una celda o en un
cuarto acolchado por gentileza de su organización.
En cuanto llegó a la sala, se encontró a cuatro de ellas
cuchicheando alrededor de una de ellas, que estaba callada
y con la cabeza baja. Nada más vio quién era, supo que algo
andaban tramando porque era la misma que unas horas
atrás la había encarado.
—¡Servicio de habitaciones! —gritó y sonrió con
satisfacción cuando todas dieron un salto debido a la
sorpresa—. Aquí tienen sus majestades lo que le han pedido
al doctor: sus pijamas lavados por mis compañeras y unas
bragas limpias cortesía de la casa.
Dejó la ropa a los pies de una de las camas y de una
bolsa sacó cinco braguitas de papel. Todas al unísono
miraron horrorizadas ese trozo de a saber qué material era
y que emulaba ser ropa interior, que además tenían pinta
de no ser nada seguras y mucho menos higiénicas.
—Esto es lo mejor que he podido encontrar —cortó
cualquier intento de rebelión por parte de las muchachas—.
No tardéis en asearos, en diez minutos vienen los celadores
a por vosotras.
Omitió el hecho de que el doctor y ella misma las iban a
acompañar en el paseíto de la vergüenza, porque iba a
procurar que las pasearan por las partes más concurridas
del hospital. A ver si así se les quitaba las ganas de jugar
con la salud.
Tras salir de la habitación la enfermera malvada que las
tenía amargadas, Nia fue a hacer su cama para disimular las
ganas de reír y saltar que tenía. La verdad es que todavía
estaba pensando en todo lo ocurrido hacía unos minutos y
no pudo reprimirse más: brotó de manera repentina. Las
otras cuatro se miraban de una a otra preguntándose a qué
vendría esa reacción porque de todas era la escrupulosa, y
estaban seguras de que preferiría pasearse sin bragas a
tener que ponerse ese horror que les dejó la abuelita
amargada del cuento. Nia se giró hacia sus amigas sin dejar
de reír y lo primero que dijo las desconcertó.
—¿De dónde ha salido ese portento? ¡Madre del amor
hermoso! Si al final saldré con novio del lugar que jamás me
podía haber imaginado.
Todas se acercaron de manera cautelosa a su amiga
porque no era un comportamiento normal en la más fría y
cerebral de todas.
—Nia, ¿estás bien? —cuestionó cautelosa Maru sin llegar
a acercarse al poni desbocado que saltaba de un lado a otro
de la habitación.
—¡Estoy de maravilla! —canturreó—. ¡Libre soy, libre soy!
Las cuatro no podían creer lo que sus ojos estaban
viendo. Nia, su Nia, estaba toda desmelenada danzando por
la habitación como si fuera Elsa[7]. Josi se levantó bufando
para ir al baño porque la vejiga le iba a reventar y casi
fulmina a Nia con la mirada. Chistó a las demás para que
dejaran de animar a la loca cantarina y se ducharan rápido.
—¿Y a ti qué te pasa ahora, Trilli? —gruñó al pasar por su
lado y darle un codazo para que parara.
—Nada, Trilli —respondió Nia a Josi con una gran sonrisa
cruzándole la cara—. Me he enamorado.
—Esta es tonta y se ha debido tragar un trozo de
unicornio mientras soñaba —masculló de camino al baño.
—No te creas —replicó Rac—, es la primera vez que le
entran sin estar borrachos. Eso ya es una novedad.
Todas rieron a la vez que se metían en las duchas, tenían
que aligerar antes de que llegara la vieja gruñona y las
duchara ella misma.
Así quedó el asunto, Nia se metió en el baño e intentó
arreglarse lo mejor posible a pesar de no tener siquiera un
peine medio decente, aunque iba a pasearse sin bragas, ni
bajo tortura se pondría el trozo ese de a saber si era papel
de lija o de envolver chorizos el de la tienda de su barrio.
Mientras se vestían estuvieron valorando las posibles
preguntas que les podría hacer el psicólogo, llegando a la
conclusión de que lo más seguro fuera que les enseñara los
dibujos esos en los que te preguntaban lo que ves.
—Pues en eso quedamos —susurró Maru al escuchar
pasos que se acercaban por el pasillo—. Si el psicólogo que
nos trate decide hacernos el test de Rorschach, hay que
utilizar las palabras clave.
—¿El test qué? —preguntó Josi, que ese día parecía que
estaba más despistada de lo normal.
—Cuando te enseñe las láminas esa de las manchas —
respondió Rac mientras ponía los ojos en blanco.
—Silencio, que vienen.
Todas se sentaron con rapidez a los pies de las camas y
así las encontró la enfermera, quien las miró sospechando
que algo nuevo habían tramado. Y no se equivocaba, les
iban a hacer sudar la gota gorda, ella incluida, ya que tenían
una misión que cumplir y estaban decididas a alargar su
estancia el tiempo justo y necesario.
Volviendo loco al loquero
La enfermera encabezó el recorrido hacia la planta de
psiquiatría pasando por lugares por los que no era necesario
de ninguna de las maneras, aunque no se escuchó ni una
sola queja por parte de los celadores que fueron empujando
las sillas de las mujeres. Porque esa fue otra orden de
Bulldog Trunchbull, debían ir todas en las sillas y
debidamente sujetas, vamos que las llevaba a todas
amarradas no fuera a ser que salieran corriendo.
—Vieja de los cojones —refunfuñaban las mujeres, que se
veían respondidas con los gruñidos y las risas escondidas de
los celadores—. Se va a cagar por la pata abajo.
—De eso me encargo yo —susurró Rac con cara de
sádica.
Los celadores miraban de una a otra con cara de guasa
ya que las escuchaban protestar debido a que la enfermera
se aseguró de que las ataduras estaban conforme marcaba
el protocolo y que no las habían dejado flojas, incluso dio
algún tirón innecesario en las correas de una de ellas.
Llegaron a la sala de espera y las dejaron frente a la
puerta de la consulta del doctor Fuentes, el psiquiatra
disponible en ese momento, y la enfermera irrumpió en el
lugar sin siquiera llamar. Los celadores soltaron un suspiro
al unísono, lo que hizo que las cinco mujeres se miraran
entre ellas y asintieran con un gesto de comprensión.
—¿Dónde se ha metido el loquero? Como tarde mucho,
me largo a dormir —refunfuñó Josi a la vez que bostezaba.
—No te preocupes, si hacemos lo que hemos dicho, nos
despachan prontito —susurró Maru, quien veía algo raro en
el comportamiento de su amiga.
—Recordad todas las palabras clave —ordenó Nia entre
susurros—. Vamos a recitarlas una vez más.
Todas fueron diciendo una a una lo que iban a decir sin
orden alguno, palabras fáciles de recordar y que tenían
muchas cosas en común con ese grupo: pandas, sueños,
libro, aventuras, amor, bipos, maligno, cabra, bebé y blog.
Al resto de preguntas intentarían ser lo más vagas e
imprecisas posible.
En cuanto la enfermera salió de la consulta seguida por
un señor ya mayor, aunque bien conservado y con
expresión seria, la vieja gruñona señaló a Joa y el celador la
llevó a la sala. Por orden del doctor desataban a las
muchachas entre las miradas de desaprobación de Bulldog
Trunchbull y la sonrisa de victoria de las mujeres.
—Doctor, yo me quedo al pendiente del resto —comentó
la mujer—. No sabemos lo que pueden estar planeando.
— No creo que sea necesario tenerlas atadas —protestó
el hombre, el cual cayó un poco mejor a las chicas.
—Nunca se sabe, doctor, nunca se sabe.
—Puede quedarse con ellas si le apetece, aunque la
ginecóloga va a ir atendiendo a alguna para agilizar los
trámites que quedaron pendientes anoche.
El buen hombre se encogió de hombros y se adentró en
su despacho para atender a la primera paciente. Le había
dado tiempo a leer los informes de los doctores del servicio
de urgencias y no entendió nada de la actitud de las jóvenes
ya que no se ajustaban a ninguna clase de patología
mental, aunque prefirió evaluarlas no les fuera a pasar
como con un chico un par de meses atrás: parecía cabal
hasta que sufrió un brote psicótico y quemó una tienda de
chuches justo al salir del hospital.
Nada más se acomodó el doctor, se presentó a la
paciente.
—Buenos días, señorita —comenzó con tono impersonal
—, mi nombre es Patricio y voy a ser su psiquiatra mientras
estén en este lugar. ¿Me va a decir cuál es su nombre?
Se fijó en que la muchacha tenía la mirada fija en un
punto a su espalda a la vez que estaba roja, todo indicaba
que estaba reteniendo una carcajada. Carraspeó a la vez
que daba un toquecito en la mesa con un lápiz que tenía
encima para que la paciente le prestara atención.
—Joa —susurró sin mirarlo.
—Joa, bonito nombre —la halagó para que lo mirara, solo
que ella siguió en la misma postura—. ¿Y qué más? Supongo
que tendrás apellidos
—Bob Esponja —contestó con una sonrisa maliciosa,
mirándolo por primera vez a los ojos.
—Vamos a ver, jovencita —masticó la rabia que lo
carcomía. Desde que se habían hecho famosos esos
dichosos dibujos le perseguía el soniquete por su nombre—,
no estoy aquí para vuestras tonterías, así que pido
colaboración para que acabemos lo antes posible.
—¡Lo que usted diga, teniente! —Se levantó y efectuó el
saludo militar con vigor—. Perdone, su señoría, me he
emocionado.
Se aguantó la risa al ver que estaba el pobre hombre
aguantando un grito. Le explicó con paciencia que iba a
hacerle una prueba para determinar qué tal estaba en
general, y ella chasqueó la lengua porque no tenía claras las
palabras, se le habían olvidado algunas.
—¿Me ha entendido, señorita? —cuestionó el doctor al
verla dispersa—. Dígame solo lo primero que le venga a la
cabeza en el momento en el que vea la imagen.
Ante el asentimiento de la muchacha, el médico se
dispuso a apuntar las respuestas, aunque se quedó a
cuadros e incluso alguna de las láminas las giraba para
mirarlas porque nadie, en sus años de profesión, le había
dado respuestas tan extrañas: pandas, libro, amor,
aventura, bebé.
—Pues hemos terminado con las imágenes —decidió sin
terminar de mostrárselas—. Ahora llegan las preguntas
fáciles. ¿De dónde eres?
—Esa es difícil —susurró y se acercó a la mesa mirando a
ambos lados del despacho—. Soy de Teddy.
El psiquiatra frunció el ceño ya que pensó que no había
escuchado bien el susurro de la joven, así que repitió la
pregunta y esta le contestó en todo de aburrimiento lo
mismo. Fue haciéndole preguntas diferentes para intentar
averiguar detalles tan simples como su edad o su profesión.
Sin embargo, no sacó nada en claro. Preso de la
desesperación, porque era la primera de cinco zumbadas
sin diagnóstico, decidió dar esa sesión por terminada antes
de tiempo y ordenó al celador que la acompañaba que
sacara a esa e hiciera pasar a la siguiente.
—Todo tuyo, Rac —susurró Joa al cruzarse con ella en la
puerta—, lo tienes calentito.
Teresa llegaba en ese momento con Josi de haber estado
con la ginecóloga y estaba que bufaba porque la nueva no
la había dejado estar en la consulta por petición expresa de
la paciente. Ni que no fuera a enterarse luego de lo que le
pasaba a la dormilona exigente, solo tenía que hurgar en los
apuntes de la nueva en cuanto se fuera a su casa si dejaba
el fichero abierto.
—Venga, tú —señaló a Joa—, te vienes conmigo a que te
vea la doctora Gutiérrez.
—No dejes que entre contigo, es lo que cabrea a la vieja
—le sopló Josi a su amiga mientras esbozaba una sonrisa
canalla.
El doctor decidió cambiar de estrategia y se puso a
observar a su nueva paciente desde el mismo momento en
el que pasó con el celador hasta que la muchacha se
decidió a sentarse en la butaca que le señalaba en lugar de
quedarse en la incómoda silla de ruedas. Rac lo miró directo
a los ojos, tal y como hacía él, hasta que el hombre se sintió
incómodo y bajó la mirada antes de explicarle lo mismo que
a la anterior, solo que esta vez usó su apellido y no su
nombre de pila.
El proceso de las láminas fue igual de raro que con su
compañera, aunque fue apuntando las respuestas ya que
muchas coincidían con la diferencia de que no en las
mismas imágenes. Era algo que tendría que investigar, no le
había pasado que dos pacientes le dieran las mismas
respuestas el mismo día.
—Ahora vamos con las preguntas personales, ¿de
acuerdo? —La muchacha asintió con una sonrisa extraña en
su semblante—. ¿Cuál es tu nombre y apellidos?
—Me llamo Rac Marinovio.
El psiquiatra apuntó la respuesta no estando seguro de lo
que había entendido, pero prefirió no ponerla en duda.
—¿Sabes de dónde eres, de qué ciudad?
—¡Ay, doctor, es muy fácil! —dijo la muchacha tan de
repente que el hombre dio un respingo en la silla—. Soy de
Ciudad V.
—Ciudad V —masculló mientras apretaba demasiado el
bolígrafo al apuntar la respuesta—. ¿A qué te dedicas, cuál
es tu trabajo?
—Soy escritora.
Esto sí que llamó la atención del médico al notar la
seguridad en el tono de la chica y la observó unos segundos
con curiosidad antes de hacerle la siguiente pregunta.
—¿Y se puede saber sobre qué escribes?
—Pues novelas —respondió como si fuera evidente.
—Hay muchos géneros de novela, ¿puedes precisar un
poco?
La muchacha miró hacia la puerta, donde estaba el
celador atento a todo lo que sucedía en esa consulta, y le
hizo un gesto con un dedo al psiquiatra para que se
acercara a la vez que ella hacía lo mismo en su dirección.
—Escribo sobre cómo los vampiros encuentran a sus
mujeres por el olor, se las follan y comparten los poderes
que ellas tienen latentes, pero que desconocen totalmente
—empezó a susurrarle—. Aunque si lo suyo es la trata de
blancas, también tengo uno perfecto que le vendría que ni
al pelo para que estudie las mentes de los cerdos que
esclavizan a las mujeres porque es la única manera de que
se empalmen. Eso se debe a una tara mental, ¿no es cierto?
Aunque estoy pensando en plantear la historia sobre cierto
doctor al que le pone ver a sus pacientes defecando, es algo
que usted me acaba de inspirar y que seguro que me va a
encumbrar en mi carrera, no por nada ya soy bastante
conocida y he salido en varios artículos de los importantes.
¿Me va a ayudar mostrándome los lugares en los que
esconde las mini cámaras y las horas a las que usted se
masturba?
La estupefacción del pobre hombre fue tal que, en cuanto
su cerebro procesó las palabras de la descarada que tenía
ante sí, dio tal grito que toda la planta se paralizó
esperando lo que fuera.
—¡Fuera de aquí!
Rac se subió a su silla de ruedas con toda la parsimonia
del mundo y una sonrisa de orgullo cruzándole la cara. El
celador salió y le hizo una señal a su compañero para que
entrara con la chica que tenía él.
—Lo tienes sudando —susurró Rac al pasar junto a Nia—.
Si te lo montas bien, no entran las dos que faltan hasta esta
tarde o mañana.
Ambas asintieron porque debían alargar la estancia lo
necesario, no les convenía que las vieran a todas ese día.
La entrada de Nia no pasó desapercibida para el
psiquiatra porque ella era la única que seguía atada a la
silla, al parecer la enfermera se había pasado su orden por
el arco del triunfo. Ya hablaría con ella para dejarle claro que
su veteranía se la pasaba él por el forro de los pantalones
también.
—Desate a la muchacha de inmediato —pidió al celador
todo lo calmado que pudo—. Señorita, siéntese aquí.
Le señaló la misma silla donde habían estado sus
compañeras sentadas, pero se quedó sorprendido ante lo
que hizo la chica. Se fue a la mesita baja que tenía en una
esquina, cogió el paquete de pañuelos de papel y se puso a
sacar trozos de su interior y a colocarlo sobre el asiento.
Luego miró a su alrededor hasta que vio el armario del
botiquín con el que estaba dotada la consulta y se dirigió a
él. El celador fue a cortarle el paso, pero el psiquiatra negó
con la cabeza a la espera de averiguar lo que pretendía.
—Nos ha dicho Bulld..., la enfermera, que esta es la más
peligrosa de todas —susurró el muchacho con los ojos como
platos.
—Vamos a darle unos minutos —pidió con paciencia—.
Poco peligro corremos, no hay nada punzante en este lugar.
El celador alzó una ceja mirando hacia la mesa y con un
gesto señaló los bolígrafos. Aun así se encogió de hombros
mentalmente, si la muchacha hacía algo extraño, la culpa
iba a ser de su superior, que en ese momento era el
psiquiatra.
Nia siguió con su labor de darle el golpe de gracia al
loquero de los cojones, así que buscó en el armarito todo el
alcohol que tuvieran. La pena era que solo contaba con un
bote pequeño, pero le iba a servir para su propósito. Tomó el
recipiente y se dirigió a la mesa del pobre hombre, quien la
observaba con curiosidad. Al llegar a la altura de la silla que
había empapelado, se dispuso a verter el líquido en el resto
del mobiliario, papeles sobre la mesa incluidos, dejando
todo empapado y ella observando parte de su obra con una
sonrisa cruzándole la cara.
—Una cosa más —murmuró mientras volvía a coger el
papel y se dispuso a colocar sobre el respaldo—. ¡Listo!
El psiquiatra y el celador la miraban asombrados porque
había rociado todo de alcohol excepto la silla en la que se
había sentado después de haber acabado de empapelarla.
—Empezamos cuando quiera —masculló mirando al
doctor—. No sé usted, pero yo no tengo todo el día.
El doctor fue hasta su silla aunque antes decidió coger
unas láminas de repuesto que tenía en el archivo. No llegó a
sentarse en su sillón al estar literalmente empapado, acercó
un pequeño taburete antiguo que tenía en una esquina de
su despacho como simple adorno y se apoyó en él a la vez
que escuchaba a la mujer ante sí chasquear la lengua con
contrariedad.
—Buenas tardes, señorita... —Esperó a que ella le dijera
su nombre, pero al parecer se lo iba a poner difícil—. Soy el
doctor Fuentes y estoy aquí para ayudarla.
—Oh, me encantan las fuentes —lo cortó la chica—. ¿Me
enseñará la suya? No conozco a nadie que tenga una.
¿Podré echarle monedas? Prometo ser buena y no meterme
dentro si hay agua. Si está sucio tampoco me meto, que ahí
proliferan las bacterias y me puede pegar algo, quita,
quita...
—Señorita —interrumpió Patricio con enfado—, ya veo
que le preocupa su salud y por eso mismo yo quiero ser su
amigo, es algo que tenemos en común y pienso ayudarla a
estar muy sana.
Nia puso cara de sorpresa, aunque por dentro estaba
ahogándose de risa, si él supiera lo que iba a pasar en ese
lugar antes de que ella saliera, no estaría diciendo esas
palabras. Se las iba a tener que tragar.
—No soy señorita, soy la Princesa Nia —respondió ella
alzando la cabeza con altivez.
El celador escupió al atragantarse con su propia saliva y
disfrazó con una tos la carcajada que había logrado retener
en el último segundo. Iban a tener tema durante días en las
guardias aburridas.
—Ya nos hemos presentado, ahora vamos a conocernos
un poco —sugirió el psiquiatra.
—Le falta la reverencia —ordenó Nia—. ¡Lacayo, haga que
se arrodille ante mi presencia!
El celador rompió a reír al ver la cara de estúpido que se
le había quedado al jefe de todos los loqueros del hospital,
qué del hospital, al jefe de todos los que estaban colegiados
en esa rama de la medicina.
—Dígame lo que ve en estas láminas —ordenó en tono
seco el psiquiatra a la vez que reprendía con la mirada al
celador.
Al igual que las otras dos pacientes, repitió algunas de las
palabras, solo que dos le llamaron la atención: abducida y
mi casa.
—Ahora vamos a lo fácil, Nia...
—Soy la Princesa Nia, futura dueña de todas las galaxias
—cortó la chica poniéndose en pie, acto que hizo que el
celador se acercara a ella por si tenía que inmovilizarla.
—Como digas —trató de calmarla el psiquiatra—.
Cuéntame eso de que eres un miembro de la realeza.
La actitud de la chica se volvió desconfiada, tanto que
decidió posar con cuidado sus manos en la mesa,
intentando no tocar demasiado donde estaba el alcohol,
para acercarse un poco más al médico.
—Si le dice al gusano que se aparte, se lo cuento.
El hombre no sabía a lo que se refería hasta que Nia le
sopló que el celador que estaba tras ella era un traidor que
estaba esperando el momento para secuestrarla. Fuentes le
hizo una señal al muchacho, quien dio unos pasos atrás,
aunque sin alejarse demasiado. Las palabras de la
enfermera resonaban en su cabeza con fuerza y estaba
llegando a creer que no era una exageración de la buena
señora.
—¿Contenta? —preguntó, a lo que ella asintió—. Pues
ahora cuéntame cosas de tu vida, y yo las iré apuntando
para ayudarte a encontrar a tu familia.
—Mi familia ya viene de camino, doctor —aseguró Nia—.
Yo soy una pequeña conejita que se escapó de la
madriguera del zorro mientras este dormía, y fui a buscar a
mi amiga, se la llevaron a un harem para enseñar a las
esclavas a azotar al jeque, así de guarrete es el hombre. En
el camino me encontré con el ser que manda en el planeta y
me dijo que soy una princesa del universo y que usted es un
gusano asqueroso al que tengo que matar.
—¡Enfermera! —gritó el médico al ver a la muchacha
echar espumarajos por la boca al acabar la frase—. ¡Que
venga un equipo de guardia!
El caos se desató en la consulta, varios médicos y
enfermeras se personaron en el lugar con toda clase de
aparatos para atender a la muchacha, la que
aparentemente estaba inconsciente en el suelo y con restos
de esa espuma en la comisura de la boca.
Las tres chicas que estaban en la sala de espera se
miraban una a otra sorprendidas porque solo escucharon el
grito del loquero, en ningún momento a su amiga o que
hubiera algún tipo de insulto. Se asustaron cuando se
adentraron con una camilla en el lugar y vieron que sacaban
a su amiga de allí.
Empezaron a sollozar por la preocupación hasta que la
vieron hacer un pequeño gesto dirigido a ellas mientras que
iban corriendo hacia los ascensores.
—Esta ha usado la técnica de la espuma —les susurró Rac
—. Me apuesto uno de mis Funko a que ha metido mano en
el botiquín del loquero.
Todas asintieron ante las palabras de su amiga y
siguieron representando el papel de dolientes y
preocupadas. Empezaron a llorar con fuerza en cuanto la
enfermera del demonio llegó a ellas con Joa.
—¿Qué narices ha pasado aquí? —gritó más que
preguntó.
—Al parecer a la muchacha le ha dado alguna especie de
ataque y se la han llevado a urgencias de nuevo —contestó
uno de los celadores que estaban allí con ellas—. El doctor
Fuentes todavía está dentro.
La enfermera se dirigió con paso decidido y se adentró en
el lugar sin siquiera llamar. Las muchachas se miraron entre
ellas porque solo se escuchaba al doctor negarse a lo que
fuera que la mujer le estuviera diciendo, hasta que ella salió
de allí precedida por un grito del loquero. Las mujeres se
sonrieron entre ellas en cuanto la enfermera malévola dijo
que las llevaran de nuevo a la nueva habitación donde
estarían alojadas de momento, que el doctor no iba a seguir
hasta el día siguiente.
Te miro y te escupo
Esa vez no salieron de la planta, por lo que todas se
miraron interrogantes porque pensaron que iban a bajarlas
de nuevo a la zona de urgencias. Eso les truncó en parte sus
ideas ya que no iban a poder buscar a su amiga ni tampoco
andar libremente por el hospital ya que la enfermera, en sus
ansias de mandar más que nadie, les hizo una visita a fondo
por el hospital sin saber que eso les venía genial a ellas
para llevar a cabo su plan con mayor rapidez.
—Estoy hambrienta —gruñó Josi y todas se rieron al
escuchar el gruñido de sus tripas.
—Se supone que andan repartiendo ya las bandejas de
comida, he visto el carrito al otro lado del pasillo cuando nos
traían hasta aquí —informó Maru.
Como se habían juntado todas en la habitación de dos de
ellas, porque la bruja las había separado, decidieron
comentar lo que el psiquiatra les preguntó y las respuestas
de Joa y Rac a cada cosa. Le llegó el turno a Josi de
contarles lo que la ginecóloga que les había tocado iba a
hacerles a las que quedaban y respondió con un gruñido.
—A mí me ha hecho una ecografía vaginal y me ha
tomado muestras para una citología —contestó Joa ante el
silencio de su amiga—. Y me ha preguntado el motivo por el
que dijimos que estábamos con la regla, así que le he dicho
que no me gustan los hombres.
—¿Que le has dicho qué? —La cara de asombro de Maru
era de risa—. No te habrás atrevido a dejar esa duda.
Ante el encogimiento de hombros de la muchacha, el
resto se echó a reír hasta que se vieron interrumpidas con la
llegada de una de las auxiliares con las bandejas del
almuerzo de las pacientes vigiladas por Bulldog Trunchbull.
—¿Os importaría desplegar las mesitas? —La mujer les
señaló el supletorio junto a las camas y todas obedecieron
de inmediato—. Muchas gracias, chicas. Os llevo al resto las
bandejas a vuestras habitaciones.
—¿Podemos comer todas juntas? —pidió Josi con
amabilidad.
—Lo siento, pero el protocolo marca...
—Por favor, por favor —rogó Maru con cara de pena—. No
nos gustaría separarnos, al menos hasta que tengamos que
irnos a dormir. Por favor.
—Está bien —claudicó la auxiliar ante el coro de súplicas
que le taladraba la cabeza—. Espero que la Trunchbull no
me regañe por esto.
—¿Quién es esa? —cuestionó Rac.
—Mierda —masculló la pobre mujer—. No se lo digáis a
Teresa, la enfermera, pero todos por aquí la llaman Bulldog
Trunchbull, y habréis podido comprobar el motivo.
Todas asintieron y prometieron no decir nada e incluso no
revelarle a la enfermera que ella las había dejado comer en
el mismo lugar. La mujer se despidió de todas, aunque la
mueca de pena que puso al mirar las bandejas tapadas no
pasó desapercibida para ninguna.
Un “hija de la gran puta” tronó en toda la planta de
psiquiatría en cuanto las cuatro mujeres destaparon su
bandeja y vieron la comida, o el intento de menú, que
tenían ante ellas. De primero les pusieron un cuenco cuyo
contenido parecía una mezcla entre moco verde con
tropezones de algo parecido a fiambre en tacos con pinta
gelatinosa. De segundo plato les sirvieron un trozo de
pescado acartonado acompañado con dos trozos de brócoli,
todo más tieso que un zapato. Y de postre ni más ni menos
que un vasito de gelatina que más parecía agua a medio
solidificar que otra cosa.
—Joder, qué puto asco —espetó Josi a la vez que
aguantaba una arcada.
—Estas se van a cagar —avisó Maru mientras apretaba
sin cesar el botón de llamada.
A pesar de que no cesaban de llamar a las enfermeras
incluso a gritos, ninguna apareció por la habitación. Se
asomaron de manera intermitente al pasillo y tampoco
vieron a nadie, por lo que decidieron esperar a que llegara
alguien a sacar de allí las bandejas radiactivas que tenían
sobre las dos mesitas y a los pies de las dos camas. Todas
ellas se sentaron en el suelo, apoyadas en la pared, y se
pusieron a cuchichear sobre lo que deberían hacer esa
misma noche si tenían oportunidad. Además, mandaron un
mensaje a su amiga Maripuri para que supiera que las
habían dejado ingresadas a todas en planta.
—Bueno, me han informado de que nuestras clientas con
privilegios han formado escándalo —irrumpió la enfermera
de repente en la habitación, sorprendiendo a todas—. Veo
que os trajeron el menú especial.
Todas gruñeron ante el tono jocoso de la maldita mujer, la
cual iba levantando las tapas para comprobar que no habían
probado bocado, lo que iba a cambiar en ese momento.
—¿No les ha gustado el menú a las señoritas? —Se
acercó a ellas con uno de los cuencos—. Al menos deberíais
probar lo que con tanto cariño han preparado en exclusiva
para vosotras.
A la primera que se acercó fue a Josi y le puso el cuenco
en las manos, la cual no quiso soltarlo al ver los ojos de
desquiciada que tenía la enfermera en ese momento.
—Come —ordenó con tono gélido a lo que la pobre se
negó—. He dicho que comas, ¿o prefieres que te aten a la
cama y tengamos que dártelo nosotras?
Josi negó con la cabeza a la vez que se llevaba una
cucharada de la asquerosidad que tenía en el cuenco a la
boca. Vio que había cambiado la consistencia líquida a una
más mucosa, y eso, unido al olor que emanaba, le provocó
una nueva arcada y tuvo que salir corriendo hacia el baño
de la habitación no sin antes dejar caer el recipiente, con
tan mala suerte que le cayó encima a la pobre Maru.
La enfermera no tuvo piedad con ninguna porque no
permitió que Maru se moviera del lugar para ir a limpiarse
hasta que no empezó a comer. Rac se plegó a los deseos de
esa mujer porque su momento iba a llegar un rato más
tarde, ya sabía cómo tenía que hacerlo para dejarlas
indispuestas el tiempo que iban a necesitar para moverse
por el lugar. En el momento en el que le llegó el turno a Joa,
todas se quedaron quietas como estatuas para ver cómo
reaccionaba, incluso Josi, que iba saliendo en ese mismo
momento del baño, se quedó parada bajo el umbral
manteniendo en todo momento una distancia prudencial de
la granadina.
—Vamos, no tenemos todo el día —ordenó la enfermera
con una sonrisa maquiavélica—. Acaba y os doy noticias de
vuestra querida amiga.
Joa se resistía a probar la cosa esa verde que se quedaba
pegada al cubierto de plástico que tenía entre las manos,
aunque el escuchar la frase de la enfermera le sirvió para
darle una lección. ¿No quería esa mujer que se tragara esa
asquerosidad? Pues iba a tener su dosis.
—Te miro y te escupo.
En cuanto Joa pronunció esa frase, sus amigas se
separaron inmediatamente del radio de acción de la
muchacha. La enfermera frunció el ceño al ver que las tres
chicas se sentaron cómodamente en la cama, aunque no se
detuvo a pensar en las palabras de la que quedaba por
comer. Dio unos pasos más hacia ella y paró en el momento
en el que se metía la cuchara en la boca.
En la planta se escuchó un grito seguido por insultos de
lo más variopintos y unas risas que hicieron que el personal
se movilizara. Se quedaron parados en mitad del pasillo
cuando vieron que Bulldog Trunchbull salió vociferando que
les iba a hacer a cada una de ellas lo mismo que a la diabla
de la amiga. Pasó junto a los empleados de la planta y les
ordenó que las vigilaran mientras ella iba a cambiarse el
uniforme.
—¿Qué habrá querido decir con eso de que nos va a
hacer lo mismo que a Nia? —cuestionó Rac en cuanto el
personal se alejó de la habitación.
—Ni idea, pero no podemos retrasarnos demasiado —dijo
Josi—. Mientras más tiempo estemos aquí, más
posibilidades tenemos de que nos pillen en lo nuestro. Y la
verdad es que prefiero que acortemos nuestra estancia en
este lugar.
Todas la miraron extrañadas porque era la más atrevida
del grupo y en cambio la notaban rara: apenas hablaba y no
les había comentado nada de cómo le había ido la visita con
la ginecóloga. ¿Le habría encontrado algo inesperado y eso
le podría impedir llevar a término la idea con la que
llegaron?
Dejaron de pensar en lo que no les contaba Josi porque al
momento entraron varios celadores, que tenían más pinta
de matones de barrio que de personal sanitario, y las
instaron a salir de la habitación para ir a la sala común
mientras el personal de limpieza arreglaba el estropicio que
habían formado.
Al llegar al lugar, las cuatro mujeres se frenaron en seco
bajo el dintel de la puerta porque no podían creer lo que
tenían ante sus ojos.
—Dios, hemos entrado en una peli de las que te gustan,
Josi —masculló Maru.
—Cuchi qué pollas, aquí hay más locos que en el
psiquiátrico de mi pueblo —soltó Joa con retintín.
—Rac, dime que tienes el evacuol —rogó Josi—. No se me
puede acercar ni uno de estos, mira que me pueden
lastimar y dañar a...
Todas esperaron a que siguiera la frase, y al ver que no lo
hacía fue Rac la que rompió el momento asintiendo en
respuesta. Todas la miraron porque su ropa no tenía
bolsillos, aunque no hacía falta preguntar dónde lo llevaría.
—Entrad, no tenemos todo el día —ordenó uno de los
chicos.
Desde luego el personal de esa planta no iba a estar
nominado a Miss y Míster Simpatía porque todo se hacía por
imposición. Las cuatro se adentraron en el lugar como si
entraran en una zona bélica, dando pasos cautelosos, y se
dirigieron a una mesa en la que había justo cuatro sillas. Allí
estarían juntas y no las molestaría ninguno de los pirados
que pululaban por el lugar.
Eso sucedió solo durante unos minutos, el tiempo que
necesitó una de las pacientes para dejar el papel en el que
estaba dibujando para ir a hacer nuevas amigas. La
muchachita, una preciosa morena pecosa que no tendría
más de dieciocho años, miró a todos lados antes de
levantarse de su lugar y dirigirse dando pequeños pasitos,
con sigilo, hasta la mesa donde estaba la nueva atracción
del día, ya que no había ni un solo ojo que no observara con
disimulo o sin él a las cuatro mujeres que estaban
cuchicheando con las cabezas muy juntas.
—¡Hola! —Maru fue la primera en dar un salto en su sitio
al no haberse dado cuenta de esa presencia a su lado—.
¿Queréis ser mis amigas? Tengo un cuchillo guardado, os lo
puedo prestar.
La última frase la dijo en un susurro, aunque las cuatro
pusieron cara de horror al ver la mueca sádica de la chica.
Se miraron una a otra para saber quién iba a ser la que
lidiara con la loca de atar. Al final Rac decidió que podría ser
la más diplomática, o al menos lo intentaría.
—Hola, no podemos ser tus amigas —respondió mientras
pensaba rápido un motivo—. Es que resulta que a nosotras
nos gustan más los mecheros.
—El fuego le gusta a Lucas, pero es tonto —rezongó la
muchacha—. Si se los robo, ¿seréis mis amigas?
Rac negó con la cabeza, aunque fue Joa la que pensó
rápido en que podían ayudarse de la loca que tenían ante
ellas para llevar a cabo lo que estaban hablando antes de
que esta las interrumpiera.
—Podemos ser tus amigas si haces algo por nosotras.
En el momento en el que la chica se puso a dar saltitos
diciendo que iban a ser sus amigas, casi se arrepiente de
querer usarla. Casi, porque vio que pasaba la enfermera
diabólica por el pasillo y tenían que aprovechar que no las
estaba vigilando de cerca.
—Ven, que te cuento lo que necesitamos —la llamó Joa y
dejó un sitio en su silla para la chica—. Tienes que hacer lo
que te diga y esta noche, cuando todos estén dormidos,
vamos a tu habitación para que nos enseñes tus tesoros,
¿de acuerdo?
La muchacha asintió con vigor ya que lo que deseaba en
el mundo era que alguien de ese maldito lugar le hiciera
caso al fin y poder enseñar lo que escondía, que no era
nada punzante, sino lo escalofriante que era su vida en su
casa.
Joa le enumeró con detalle cada paso a seguir e incluso
hizo que repitiera todo lo que ella le dijo. Rac se dio cuenta
en ese instante de que los únicos locos de la sala iban a ser
ellas y la enfermera, esa muchacha estaba dando incluso
ideas mejores para lograr despistar a los celadores que
vigilaban las puertas, algo que ellas no tuvieron en cuenta.
—Lo hago con una condición —interrumpió la chica, a lo
que ellas la miraron con extrañeza en la mirada—. Si todo
sale como queréis, necesito que hagáis saber mi paradero
antes de que me encierren en el psiquiátrico. Mi estancia
aquí finaliza casi seguro mañana, no se me ocurre nada más
para que el idiota del psiquiatra no me derive al centro
especializado.
—No podemos...
—Te ayudaremos —cortó Josi lo que fuera a decir Joa—. Es
más, puedes contarme todo lo que tengas en mente
mientras estas se ponen en movimiento. Yo me quedo aquí
para vigilar y disimular si preguntan por las demás.
—Josi, no es eso en lo que hemos quedado...
—Déjala aquí —Rac interrumpió esta vez a Joa—. Es cierto
que si nos vamos todas, van a dar la voz de alarma. Es
mejor que ella se quede.
Maru y Joa miraron extrañadas a su amiga ya que esta
nunca dejaba rezagada a ninguna; si todas estaban metidas
en eso, tenían que ser parte activa del plan, y eso eran
palabras de la misma Rac. Más tarde hablarían con ella
porque no era normal su actitud.
—Está bien —claudicó Joa—. Hagámoslo como habéis
dicho.
Lo que más fastidiaba en el mundo a Joa era tener que
ceder el mando y cambiar el plan inicial, solo que en esa
ocasión tenía que reconocer que esa muchacha, a la que ni
siquiera le habían preguntado el nombre, llevaba razón y
era mejor organizar un motín entre todos los pacientes que
hacer ruido ellas solas.
—A la de tres —advirtió la chica.
Se separó de ellas y al grito de “pastillas” revolucionó al
resto de pacientes. Y es que solo escuchar sobre ese
pequeño medicamento, todos y cada uno de ellos tenía una
reacción demasiado exagerada, y no solo por ganas de
tomarlas.
Ver para creer
En la zona de urgencias la mañana fue movidita a pesar
de no ser festivo. El doctor Costa apenas tuvo tiempo de
tomarse un café a media mañana y ni siquiera se dio cuenta
de que esa preciosa mujercita que lo tenía empalmado
estaba de vuelta en observación y que tenía a Teresa
buscando a algún incauto que le hiciera caso en el
tratamiento que quería administrar a la chica.
—Doctor Costa, lo necesitamos en el box tres —avisó una
enfermera que se acercó hasta él mientras se dirigía a su
despacho.
—Enseguida voy.
Llegó al puesto de enfermería que le pillaba a mitad de
camino de su despacho y dejó la carpeta que llevaba en las
manos. A la vuelta la recogería. Para lo que no estaba
preparado era para encontrarse en la consulta de urgencias
a la chica que no se le iba de la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —preguntó al médico que la estaba
atendiendo a la vez que tomaba el estetoscopio para
empezar a auscultarla.
—En principio nada —contestó el otro entre risitas—. Aquí
a la señorita no se le ha ocurrido otra cosa que querer
gastarle una broma al psiquiatra que ha hecho que el
personal la traslade de inmediato pensando que era víctima
de algún tipo de ataque.
Oliver miró con atención a la muchacha, la cual estaba
con los ojos cerrados fingiendo inconsciencia. Eso lo enfadó
y divirtió a partes iguales, por lo que decidió darle una
lección.
—¿Quién la está tratando?
—El doctor Fuentes es quien está de turno hoy —
respondió el médico que la atendió nada más llegar.
—Si ese hombre ha llamado a un equipo de urgencias es
porque tiene algo. —A la vez que le decía la frase, le guiñó
un ojo a su compañero—. Deberíamos hacer análisis de
tóxicos, placas e incluso una resonancia.
—La verdad es que estaba por pedirte autorización para
hacer el lavado gástrico que ha recomendado la enfermera
que está con ellas —siguió el otro—. Dudaba porque no hay
nada que me haga sospechar de una posible intoxicación
por barbitúricos, aunque ahora que lo dices, creo que
deberíamos meterle la goma esa que se usa para los casos
extremos, esa que es tan dolorosa.
Vieron que la chica se movía de manera disimulada, por
lo que Oliver decidió ser un poco más malo para hacer que
ella misma confesara que todo era fingimiento.
—Y además sin anestesia —corroboró Costa—. No
debemos meterle más químicos al cuerpo ya que no
sabemos si tiene alguna clase de alergia.
—¡Ah no! Ni se os ocurra hacer nada, estoy bien.
A la vez que se descubría ella misma, dio tal salto de la
cama que cayó de rodillas al suelo al no haber podido
calcular la distancia que tenía para alejarse de esos dos
matasanos que querían experimentar con ella. Y todo por
culpa de la bruja de la enfermera, ya se vengaría de ella.
—En vista de que la paciente se ha recuperado de
manera milagrosa, procedo a atender a otro —dijo el doctor
que la estaba atendiendo entre risitas—. Si surge alguna
complicación, me avisas, Costa. Lo mismo podemos obrar
otra curación como esta.
Se marchó entre carcajadas dejando a una chica
asombrada y a su compañero observando a la mujer sin
disimulo alguno. El resto del personal que estaba asistiendo
a la paciente abandonó también el lugar. En cuanto se
quedaron solos, Nia se subió de nuevo a la cama y se tapó
hasta la cabeza, sentía demasiada vergüenza y no solo por
lo hecho.
—Vamos, Nia, no ha sido para tanto —dijo Oliver a la vez
que tiraba un poco de la sábana que dejaba entrever su
silueta—. No voy a justificar lo que has hecho, porque no ha
estado bien, pero hay que reconocer que ingenio no te ha
faltado para asustar a los dos carcamales.
Una pequeña risita se escuchó en el lugar, por lo que
Oliver aprovechó que estaba más relajada para arrebatarle
la sábana de un tirón, solo que no estaba preparado para la
belleza despeinada y sonrojada que tenía ante sí. Si en su
perpetua seriedad le parecía preciosa, en ese momento ese
calificativo se le quedaba diminuto.
—¿Qué miras, medicucho? —espetó, quitándole así la
sonrisa bajabragas que tenía el doctor buenorro.
—A ti —respondió y puso una nueva sonrisa, esta más
seductora—. Ya que estás bien y hay que subirte a tu planta,
te acompaño y me da un poco el aire.
—No es necesario —espetó de mala gana—, para eso
tenéis unos celadores muy diligentes. Cualquiera puede
devolverme a la planta de la vieja chocha.
Esta última frase hizo que Oliver se carcajeara con ganas
y eso que ella la había mascullado para sí misma. Al
principio no le vio la gracia, sin embargo, el ver que el
guapo doctor se reía de manera bastante sincera hizo que
se uniera a él y lo hicieron a gusto hasta que se vieron
interrumpidos por la puñetera enfermera de las narices,
mira si era inoportuna.
—Vaya, si al final la bella durmiente ha despertado —
graznó con su voz desagradable—. Espero que el
procedimiento te haya hecho ver que con las pastillas no se
juega.
—Disculpe, señora...
—No te molestes en hablar, debe dolerte la garganta —
cortó con recochineo—. En unas horas te subiremos a tu
habitación en psiquiatría.
Se marchó con una sonrisa malévola en su cara y un
brillo extraño en la mirada. Ambos se quedaron mirando con
fijeza hacia la salida ya que les pareció escuchar un “y esto
es solo el principio, niñata”, aunque prefirieron no darle
vueltas.
—Bueno, parece que te va a dejar unas horitas tranquila
—cortó el silencio reinante Oliver—. ¿Qué te parece si te
traigo algo de la cafetería y te alimentas en condiciones? Me
han chivado que a tus compañeras les ha pedido menú
especial, te vas a librar.
—Veremos lo que hace Joa con lo exquisita que es para
las comidas.
—¿A qué te refieres? —cuestionó extrañado por la sonrisa
que puso la muchacha nada más pronunciar las palabras.
—Nada, que tendremos a la bruja aquí antes de lo que
esperas —contestó con rapidez—. Si es cierto que vas a
traerme algo comestible, más vale que sea pronto. No vas a
tener tiempo si sucede lo que creo.
Oliver no cuestionó las palabras de la muchacha porque
conocía a Teresa y sabía que se mostraba esquiva cuando
no quería que nadie controlara sus movimientos. Tendría
que hacer llegar a la dirección que su comportamiento se
había agravado, no era normal que quisiera disponer de los
médicos ordenando pruebas innecesarias.
—No te muevas, no tardo nada.
Se despidió de la chica con un gesto y se dirigió con
rapidez a la cafetería. Menos mal que su hora de comer
estaba cerca y pensaba aprovecharla para intentar
descubrir lo que escondía, porque estaba seguro de que
algo extraño estaba sucediendo con todas ellas.
Le sirvieron de manera rápida y eficiente, ser médico de
urgencias era lo que tenía, y cumplió con la palabra dada.
En menos de quince minutos estaba a la entrada del box,
aunque se quedó parado observando lo que hacía ella.
—Maldita sea, no hay nada que me pueda servir para
mantener a raya a la bruja —masculló Nia sin darse cuenta
de que tenía un espectador—. Tendremos que apañarnos
con lo que hemos traído.
Siguió rebuscando en los diferentes compartimentos de la
zona de curas por si encontraba algún medicamento
perdido, solo que un carraspeo a su espalda interrumpió su
labor a la vez que soltaba un gemido al saberse pillada. No
sabía que eran tan rápidos en la cafetería de un hospital tan
grande.
Oliver observó cómo poco a poco su paciente se daba la
vuelta con la mirada gacha y puso las manos por delante de
ella para que viera que no tenía nada. No supo si reír o
llamar a seguridad por el simple hecho de pillarla revisando
entre el material del box, aunque decidió usar ese hecho
para averiguar lo que pudiera.
—Sentémonos a comer —ordenó.
Nia levantó la mirada sorprendida porque esperaba que
él le dijera algo o llamara para que la detuvieran ya que
tenía muy claro que era poco menos que bochornoso lo que
acababa de hacer, aunque al tratarse de un hospital era
más bien un acto delictivo.
—Venga, me queda poco tiempo de mi descanso —la
exhortó a que se sentara en la cama—. Disfrutemos de la
hamburguesa antes de que se enfríe.
Nia babeó solo con la idea de probar algo bueno, desde
que llegaron la noche anterior apenas si probó bocado.
Comieron en silencio, aunque no les resultó incómodo a
ninguno de los dos.
—Dios, estoy llena —anunció Nia mientras se estiraba
donde estaba sentada—. Para ser hecha en un hospital, está
buenísima.
—Qué mala fama tenemos —rió Oliver mientras apartaba
los recipientes—. Y ahora vas a contarme la verdad, tengo
claro que os estáis marcando un farol.
—Eso no es verdad, hemos venido a...
Se quedó unos minutos callada pensando una excusa
creíble, solo que no encontraba alguna lo bastante veraz.
Todo lo que le venía a la mente era sacado de las series que
les gustaba ver a sus padres, iba a ser demasiado obvio,
hasta que vio pasar a uno de los uniformados que con
seguridad iría a ver a su compañero. Le llegó la inspiración
de golpe.
—Pues, verás...
—Al grano —cortó Oliver—, te he dado tiempo suficiente
para que tu mente invente algo con lo que no me vas a
convencer, pero ya veré si me hago el tonto un poco más.
Nia abrió los ojos sorprendida por la advertencia velada,
aunque pensaba soltarle esa sarta de mentiras con tanta
convicción que pondría en duda hasta si no era él uno de los
sospechosos.
—Estamos aquí en una misión encubierta en colaboración
con el grupo de narcóticos de la Policía Nacional y una
brigada de la Interpol dedicada a investigar trata de blancas
—soltó de golpe—. En este hospital se están cometiendo
una serie de delitos que involucran a parte del personal, y
nuestra misión es identificar a los cabecillas de la operación
e interceptar la mercancía.
—¿Me estás diciendo que...?
Nia puso un dedo sobre los labios del médico buenorro
para acallarlo, y un escalofrío de excitación le recorrió la
columna. Acortó la distancia entre ambos para que
escuchara lo que iba a decir, aunque el aroma tan varonil
que desprendía la distrajo más segundos de los necesarios.
—Esto no puede salir de aquí —susurró después de
aclararse la voz—. Se supone que nadie debería saber lo
que hacemos en este lugar, somos de una empresa de
investigaciones privada y de vez en cuando hacemos
trabajos de esta clase porque pasamos desapercibidas.
Espero que no seas uno de los delincuentes.
Oliver la miró entre sorprendido y extrañado. La seriedad
y coherencia de la chica lo convenció por un momento,
hasta que se dio cuenta de que no lo miraba a los ojos. Aun
así iba a cumplir con su palabra de hacer como que se
tragaba ese rollo ya que su mente calenturienta tenía
planes con ella esa misma noche. Daba gracias a que su
guardia fuera de veinticuatro horas porque pensaba
aprovecharla al máximo en sus ratos de descanso.
—Muy bien, dejaré que juguéis un rato más a las espías
—contestó condescendiente—. Solo espero que no hagáis
ninguna trastada más, me tenéis a Teresa revolucionada por
todo el hospital cuando ella no suele salir nunca de su
planta.
—No entiendo lo que quieres decir.
Al escuchar el tono de la paciente, Oliver se reafirmó en
que tendría que someter a un interrogatorio más privado a
esa chica para averiguar a qué estaban jugando porque
había otras maneras de hacer retos de las redes sin tener
que meterse en un lugar como aquel y fingir enfermedades
que no padecían. Solo podía ser eso, uno de esos estúpidos
juegos de moda en los que se grababan para ganar
seguidores.
—Da lo mismo, ya te lo explicaré. —Se levantó y se
encaminó a la entrada del box. Su hora de comer había
acabado—. En un momento vendrá alguien a llevarte a
planta de nuevo. Luego me escapo a verte, espérame.
Nia se quedó sin palabras ante el corto beso que le dejó
el doctor ya que en dos zancadas se acercó a ella, aunque
se alejó a la misma velocidad y salió sin mirar atrás,
dejándola con ganas de más.
No supo el tiempo que estuvo mirando hacia la puerta
con la mano rozando sus labios, en el mismo punto que
había tenido contacto con los del médico, hasta que entró
una celadora con una silla de ruedas y la orden de
trasladarla de nuevo a planta. Hicieron el camino en total
silencio, sin saludar siquiera a los miembros del personal
que se cruzaban con ellas, aunque eso cambió en el mismo
momento en el que las puertas del ascensor se abrieron
dando una visión irreal del pasillo de psiquiatría.
—¿Qué cojones...? —masculló Nia a la vez que la celadora
las sacaba a ambas del cubículo y las situaba en un lugar
donde no molestaran.
—Ver para creer —musitó la chica mientras se sentaba en
una de las sillas de la sala de espera del lugar—. Cuando
cuente esto abajo, me van a decir que exagero.
Nia posó su mirada en la celadora y vio que tenía su
teléfono móvil en la mano grabando la escena que tenían
ante ellas. El personal de la planta corría de un lado a otro,
cada uno detrás de un paciente que iba gritando alguna
incoherencia, aunque todos coincidían en que no querían.
¿A qué se referían? No tenía ni idea y esperaba que las
chicas la pusieran al día.
—¿Podemos ir a mi habitación? —preguntó a la celadora,
quien no dejaba de inmortalizar la escena—. Creo que a la
enfermera loca no le iba a hacer mucha gracia que justo yo
sea espectadora de este desmadre, capaz es de culparme.
—Deberíamos esperar un poco —insistió la muchacha sin
mirarla siquiera—. Al menos hasta que logren poner orden.
—Te lo pido por favor si es necesario —suplicó Nia—, no
sabes lo que ha intentado hacer Teresa conmigo si no llega
a ser por los médicos de urgencias.
Puso cara de perrito abandonado y la muchacha hizo un
gesto de asentimiento con la cabeza a la vez que se
levantaba de la silla, aunque no dejó de grabar. Le pasó el
dispositivo a Nia para que ella lo hiciera mientras la llevaba
al lugar que tenía asignado, y esta, gustosa, fue
inmortalizando todo lo que iban viendo por el pasillo.
—Enfoca ahí.
La mujer señaló hacia una enorme sala en la que había
varias mesas rodeadas por sus sillas y donde había una
chica preciosa saltando de una a otra al grito de “pastillas”
mientras dos celadores, con el tamaño de un armario
empotrado cada uno, intentaban cogerla sin éxito.
—Clara, ya te vale —la regañó quien empujaba la silla de
Nia—. Si es que este desorden solo podría ser obra tuya.
Nia observó de una a otra y se dio cuenta del odio que
reflejaba la cara de la celadora, detalle que decidió
reservarse al ver el brillo de furia de la tal Clara. Esta se
bajó de la mesa y dejó que uno de sus perseguidores la
empujara hasta la salida, donde de nuevo la celadora le
susurró algo solo para la muchacha y que pudo escuchar
ella.
—¡Se acabó el espectáculo!
El grito de la enfermera del demonio hizo que todos
volvieran a sus lugares y los trabajadores de la planta
pudieron poner orden enseguida. Nia fue llevada a su
habitación, donde encontró a Josi tumbada. Nada más las
dejaron solas, se acercó a su amiga y descubrió que estaba
dormida profundamente.
La cena de la revuelta
En cuanto el orden se instauró en la planta de psiquiatría,
comenzó el recuento de pacientes ya que se dieron cuenta
de que varios aprovecharon el caos para irse a pasear por el
hospital. Localizaron a varios de camino a la azotea y
pudieron convencerlos para volver por su propio pie sin
tener que sedarlos o usar la fuerza con ellos; otro de los
pacientes estaba en las cocinas, escondido en la despensa
buscando a su pescadito verde; y las últimas fueron las
chicas nuevas, aunque estas estaban junto a la sala de
descanso del personal de la planta. Algo que resultó extraño
porque, de las veces que habían pasado por allí, nadie las
había visto hasta ese momento.
—Volved a vuestras habitaciones, rápido —les ordenó uno
de los celadores que acompañaba a un chico joven—.
Bulldog Trunchbull está buscando una excusa para meteros
en la zona de aislamiento.
Rac, Joa y Maru se miraron confusas ya que no sabían
que existiera nada de eso, y menos en un hospital de paso.
Aun así hicieron caso al hombre y quedaron en reunirse
todas antes de la cena, seguro que la bruja acababa el turno
y podrían campar a sus anchas el resto de la noche.
El revuelo de la planta quedó silenciado en cuanto la
enfermera hizo su aparición. Fue mirando cada una de las
habitaciones revisando que estuvieran cada uno de los
internados. Al llegar a las habitaciones de sus dolores de
cabeza particular, el chasqueo de fastidio se escuchó en
todo el pasillo. Eso no iba a frustrar sus planes, esas
mujeres al día siguiente partirían junto a la otra paciente de
camino al centro, ya tenían sus lugares asignados.
—Maru, asómate al pasillo —ordenó Rac, ambas estaban
en la misma habitación—, y si puedes silba para que las
demás vengan.
Esta llevó de inmediato a cabo el mandato, aunque se
desplazó por el pasillo para llamar a las puertas de las
demás. A veces era un poco escandalosa silbando, no era
cuestión de que la enfermera loca volviera. En pocos
minutos estaban todas reunidas.
—Cuéntanos lo que ha pasado —pidió Josi a Nia—. La
vieja dijo que nos iba a hacer lo mismo que a ti, y la verdad
es que hemos pensado lo peor.
—Eso, y también cómo es posible que hayas podido usar
la técnica de la baba —cuestionó Maru.
Nia les relató todo lo que le había hecho al psiquiatra: su
numerito de empapar todo con alcohol, el rollo del alien y
que el celador era un gusano, el ver el medicamento junto
al vaso del médico y que en un descuido se lo pudo meter
en la boca antes de decirle que lo iba a matar. Las otra
cuatro aguantaban la risa como podían ya que no querían
que las pillaran.
—Eres de lo que no hay, Trilli —susurró Josi—. Esto se
merece como poco un libro.
—No, si lo de película llega ahora —anunció Nia—. La
vieja bruja iba mascullando en el ascensor que no iba a
servirle para el estudio si me pasaba algo y llamó a alguien
por teléfono para pedir instrucciones sobre lo que hacer.
Todas se llevaron las manos a la boca asombradas. Nia
les contó que al llegar a urgencias pidió a la enfermera que
las estaba esperando que no avisaran al doctor Costa sino a
otro que estuviera libre, que le daba lo mismo que él fuera
quien las hubiera ingresado en planta.
—¿Y le hizo caso? —preguntó Joa, a lo que Nia asintió—.
Joder, sí que tiene poder la vieja.
Les comentó la insistencia de Teresa en que le hicieran un
lavado gástrico de manera inmediata ya que no sabía lo que
pudo ingerir ni la cantidad, que ordenaba una y otra vez lo
mismo hasta que alguien llegó al box donde la estaban
explorando y le avisaron de que la estaban buscando en su
planta.
—Eso ha sido cuando ha venido a martirizarnos —cortó
Josi.
Ante el ceño fruncido de Nia, todas le contaron su
experiencia con la comida y el colofón de la granadina con
el efecto aspersor encima de ella. Se rieron aunque
guardando las formas lo más que pudieron.
—En cuanto se ha ido, el médico que me estaba
atendiendo le ha dicho a la enfermera que llamara a Oliver,
y al momento ha aparecido el médico buenorro. —El sonrojo
de Nia no pasó desapercibido para ninguna—. Sabían de
sobra que estaba fingiendo, son listos.
—¿Y qué más? —preguntó Josi al ver que su amiga cortó
su relato, a ella no la engañaba—. Si tenemos que sacar los
dedos a pasear, solo tienes que callarte diez segundos más.
—No te atreverás —masculló Nia.
—Ponme a prueba.
—Tú ganas, tramposa —gruñó Nia mientras se
acomodaba mejor, todas estaban sentadas en el suelo junto
a la puerta para escuchar si alguien se acercaba.
Les contó el cebo que le pusieron los dos médicos para
que ella sola delatara que estaba consciente y fingiendo, el
quedarse a solas con el buenorro que le había hecho ojitos
esa mañana, la invitación a comer y el tener que inventarse
una historia que deberían seguir ellas si acaso alguien les
descubría donde no deberían estar.
—Estás muy loca, que lo sepas —señaló Joa—. A ver
cómo salimos de aquí sin que se den cuenta, porque esta
gente quiere llevarnos mañana al psiquiátrico.
—Tenemos que retrasar la salida al menos un día más —
dijo Rac, que hasta el momento se había limitado a
escuchar—. Y encima tenemos que ayudar a la loca que ha
logrado que nos colemos en la sala de descanso de esta
gente. En un rato están todos de visita continua al baño.
La cara de sádica que puso no pasó desapercibida y
todas al unísono preguntaron qué cantidad suministró en el
bidón del agua. Tampoco querían que nadie acabara con un
gotero puesto.
—No os preocupéis, no solo he echado un chorrito en el
bidón del agua —anunció con orgullo—, he encontrado sus
fiambreras y he puesto algunas gotitas para asegurarme de
que van a estar indispuestas.
—Dinos que a la vieja le has puesto el doble —pidió Josi
con otra sonrisa maléfica en su rostro—. Le quedará poco
del turno de guardia, aunque lo lógico es que no estuviera
ya, pero al menos que no esté aquí mañana para cuando
acabemos de entrevistarnos con el idiota.
—Pues rezaremos para que le dé mucha sed porque su
taquilla estaba totalmente vacía —protestó Rac—. Y no
sabéis lo que me ha costado abrirla, ni MacGyver[8] habría
sido capaz en tan poco tiempo.
—Tenemos el otro asunto —les dijo Maru, a lo que todas
la miraron con extrañeza—. A ver qué vamos a hacer con la
chiquilla, le hemos prometido corresponder a su ayuda.
—Mierda, no estamos en posición de hacerlo —rebatió
Josi—. A menos que Nia use a su amiguito el médico para
que dé aviso a la policía de lo que le sucede sin mencionarla
a ella.
—No es mi amiguito...
—No puede hacerlo —cortó Maru—. La muy tonta le ha
dicho que somos poco menos que espías buscando a saber
qué entre ellos, porque dudo que se hayan tragado que hay
delincuentes entre los suyos.
—¿Y si nos la llevamos con nosotras?
La pregunta de Joa provocó que todas, al unísono,
volvieran la cabeza hacia donde estaba sentada y la
miraran como si hubiera dicho que el Granada C.F. era el
ganador de la Champions League, a lo que esta bajó la
cabeza y se sonrojó.
—Vale, acabo de decir una pollada[9] —musitó con pena
—. La rehuimos hasta que nos escapemos.
—¿De quién habláis? —preguntó Nia, y Rac fue la
encargada de contarle por encima la petición de la chica y
se la describió—. Un momento, a esa chica la he visto yo.
»Su nombre es Clara, lo sé porque la celadora que me ha
subido hasta aquí la ha llamado así. Lo raro ha sido la
reacción de ambas: la de la celadora de orgullo y odio a la
vez, como si hubiera grabado algo realmente inculpatorio; y
la de la chica de rabia, el brillo de sus ojos y el apretar la
mandíbula la ha delatado. Y lo que más me ha llamado la
atención es la familiaridad al hablar, diría que son parientes.
No sé, es la sensación que tengo.
Todas se quedaron calladas digiriendo la información que
acababa de proporcionarles su amiga, lo mismo podían usar
a la chica si las sospechas de Nia eran ciertas.
—Bueno, dejaremos el tema de Clara para mañana —dijo
Maru, cortando el silencio—. Lo siguiente es organizarnos
para hacer el reconocimiento de zonas de personal cuando
todos estos estén cagándose vivos. Primero durmamos un
rato, vamos a necesitar estar muy despiertas esta noche.
Pasaron las horas, les llevaron un zumo y unas galletas a
la hora de la merienda, y las dejaron estar juntas en la
misma habitación. No vieron a Teresa hasta la hora de la
cena, llegó a torturarlas a ellas en concreto, hecho que tenía
al personal desconcertado y que luego harían saber a los
del turno de noche.
—Mira quiénes están juntitas y sin dar ruido —inquirió
Teresa en cuanto las auxiliares que llevaban las bandejas
salieron de la habitación—. Espero que el menú de esta
noche les guste a las señoras marquesas.
—Señoritas, si no le importa —importunó Josi—. Ninguna
estamos casadas, y seguro que usted tampoco.
Esto último lo susurró, aunque la enfermera la entendió a
la perfección. Apretó la mandíbula para no darle la
respuesta que se merecía esa arpía, ya se desquitaría
cuando estuvieran en su territorio.
Las mujeres levantaron a la vez las tapas de las bandejas
y la cara de repugnancia de todas era digna para un meme.
El primer plato era un cuenco de puré de calabacín, o al
menos eso fue lo que dijo Teresa. El segundo era una
menestra de verduras pochas que rodeaban algo redondo
que les quiso hacer pasar por un medallón de merluza a la
plancha. Al menos el postre se lo podrían comer ya que era
el típico yogur de toda la vida, aunque natural, sin sabor
alguno.
—No tengo toda la noche, comed —ordenó Teresa al ver
que todas iban a coger el lácteo.
Se miraron de una a otra y negaron con la cabeza a Joa,
quien pretendía realizar la misma operación de mediodía,
solo que esta vez la enfermera daba vueltas por detrás de
todas, las pringaría sin remedio.
—¿Y la sal? —cuestionó Maru, pensando en que saldría de
allí para así poder tirar por el retrete lo que les diera tiempo
—. No me gusta la comida que está sin sazonar.
El plan se fue a la mierda en el momento en el que
Bulldog Trunchbull metió la mano en el bolsillo de la
camiseta del uniforme y sacó varios sobrecitos que tiró
sobre cada una de las bandejas.
—¿Algo más? —preguntó con sorna—. Vengo preparada
para no salir de aquí hasta que os tragueis eso.
—Si piensas que el vómito de troll me lo voy a comer, es
que los porros que te fumas te los venden caducados —
espetó Josi con enfado.
—Vómito dice —resopló Joa—. Esto es caca de alien como
mínimo, qué ascazo. No pienso comerme esto, que lo sepas.
Maru y Rac se unieron al club de la protesta al ver que la
enfermera iba enrojeciendo de furia por momentos, aunque
aguantaba las palabras de todas y cada una de ellas.
Cuando le llegó el turno a Nia, esta se calló esperando la
explosión de la vieja amargada.
—Y tú, ¡¿qué?! —espetó con un grito—. ¿No tienes nada
que objetar, mocosa?
—Mocoso mi coño cuando se corre —soltó con cara
inexpresiva—. ¿Algún calificativo más, abuela?
—Niñata, ¿tú quién te has creído que eres para hablarme
así? —Acortó los pasos que la separaban de la muchacha
para intentar amedrentarla—. Discúlpate ahora mismo.
Todas aguantaron el aliento porque no había nada en el
mundo que hiciera que Nia saltara cual resorte hasta que se
atrevían a darle una orden. Eso la repateaba.
—Mira, Teresita de Calcuta —se levantó—, ten cuidado
con lo que nos dices porque puedes tener un accidente y
caerte por las escaleras de repente. Ya estás mayor y algo
torpe por lo que hemos podido observar, ¿verdad, chicas? —
Todas asintieron con un gesto—. Cómo verás, nosotras
estamos juntas siempre y nos cubrimos unas a otras, no vas
a poder culparnos de nada.
Teresa abrió y cerró la boca varias veces ya que no supo
qué contestar al ver el brillo de pura maldad en la mirada de
esa loca, porque estaba convencida de que era cierto que
tenía más de una enfermedad mental.
—Y ahora tráenos algo de cenar decente, no lo que ni los
cerdos de mi pueblo quieren —remató Maru con retintín.
En cuanto la enfermera salió de la habitación en total
silencio, las chicas saltaron y gritaron con alegría. Habían
podido ganarle la primera batalla a esa bruja, solo les
quedaba el que se indispusiera para hacer lo que tenían
planeado sin esa molestia.
Abducidas por la lujuria
El momento deseado llegó después de que la bruja les
enviara una cena decente a todas, acto que la misma
auxiliar que les llevó las nuevas bandejas les hizo saber. Al
parecer no era normal en ella que fuera benevolente con
nadie a menos que hubiera algún motivo oculto detrás. Esas
palabras inquietaron a casi todas las mujeres, Josi se centró
en su cena ya que el hambre que la invadía era feroz y no
se preocupó del cambio tan radical de la enfermera.
—Maru, asómate a ver si ya ha empezado la carrera —
ordenó Rac entre risitas—. Grita “cagón el último” si es así.
Nia y Joa estallaron en carcajadas al ver a la otra
sonrojarse por ser de nuevo la que espiara. Josi se tumbó en
su cama y cruzó las manos detrás de la cabeza, no tenía
intención alguna de moverse de ese lugar.
—Josi, espabila —murmuró Nia—, recuerda que eres la
encargada de la segunda planta.
—Ahí no hay nada —respondió entre bostezos—. Me
quedo para pegar un berrido si vienen a tocarnos la moral
de nuevo, alguien tiene que entretenerlos para que no se
den cuenta de que no estamos todas.
Las chicas alucinaron cuando la vieron acomodarse en la
cama y taparse hasta las orejas, comportamiento poco
menos que extraño en ella al ser la más activa y gamberra
de todas. Estaba claro que algo le estaba sucediendo a su
amiga, solo que tendrían que esperar a salir del lugar para
hacerle un interrogatorio en condiciones.
—No hay cagones a la vista —dijo Maru al entrar de
nuevo—. Se han tenido que ir a otras plantas porque los
baños de esta están saturados.
—¿La bruja también? —cuestionó Joa—. Esa es la que
más peligro tiene.
—Esa se ha ido al cambio de turno —informó Rac—. Se lo
he escuchado decir a dos que iban pasando por el pasillo,
iban mofándose de que las nuevas pacientes la han puesto
en su lugar y les ha comprado la cena en la cafetería.
Todas se echaron a reír ante la situación porque quién iba
a decir que una simple advertencia iba a amedrentar a
alguien acostumbrado a hacer lo que le daba la gana. Ahí
había gato encerrado.
Se organizaron para salir aunque la primera disputa llegó
cuando Rac y Joa quisieron hacerse cargo de la inspección
de la planta baja. Ambas tenían un motivo con nombre
propio, solo que ninguna iba a admitirlo ante las demás.
—¡Qué pesadas sois, coño! —protestó Josi—. Vais por
parejas y así tardáis menos en buscar.
Se miraron todas y asintieron con un gesto, podría
funcionar y estarían de vuelta en menos tiempo. No
hablaron nada más, salieron de la habitación después de
desearse suerte y cada pareja se dirigió por un lateral del
pasillo de manera sigilosa.
Las primeras en llegar a su destino fueron Rac y Joa, eran
las encargadas de revisar el laboratorio y para ello debían
seguir a quien llevara las muestras de los pacientes de
urgencias. El problema vino cuando no se pusieron de
acuerdo, no tenían intención de seguir a nadie ya que
llevaban su propio plan en mente.
—Tú sigue por la derecha, yo vigilaré la zona de
observación y la sala de descanso —ordenó Rac.
—De eso nada, vete tú a exponerte ante los celadores de
la entrada —replicó la otra—. Yo me quedo mejor aquí.
No pudieron ponerse a discutir porque en ese momento
vieron una nueva pareja de agentes salir de la zona de
observación acompañando la camilla en la que iba su
compañero. Un “mierda” salido de la boca de Rac hizo que
Joa la observara al darse cuenta de que su idea se acababa
de ir al traste.
—Síguelos, yo me quedo en esta planta —le susurró a su
amiga—. Nos vemos en un rato en nuestra habitación.
Rac asintió y abrazó a su amiga antes de bajar la cabeza,
colocarse su preciosa melena por delante del rostro e ir
hacia el ascensor ante el que estaba su objetivo. La
ignoraron cuando entró en el habitáculo con ellos, ni
siquiera se mostraron educados cuando saludó con un leve
murmullo, y no se molestaron en cederle paso a la hora de
salir, acto que a ella le vino genial para quedarse rezagada
y observar el destino de su objetivo de esa noche.
—A ver si no tardan en irse los capullos esos —masculló
para sí misma.
Tuvo que esperar relativamente poco tiempo, ella calculó
que habría pasado poco más de media hora cuando vio salir
a la pareja de policías y marcharse del lugar. Se aseguró de
que se iban de verdad, bajó por las escaleras para observar
que se largaban en el coche patrulla y lo dejaban solo.
Volvió a la planta donde sabía que estaba Alejandro y se
adentró en la habitación con sigilo y en total silencio, solo
que el hombre estaba sentado en el sillón con una sonrisa
chulesca pintada en su cara.
—Mira a quién tenemos aquí —cortó el silencio con sorna
—. Pensé que estabas robando algún uniforme para colarte.
—Gilipollas —masculló Rac.
—¿Qué has dicho, mentirosilla? —Se levantó con lentitud
debido al dolor que todavía sufría y se acercó a ella—. No
estás en posición de faltarme al respeto, pueden entrar en
cualquier momento y detenerte.
—Estás solo, nadie te vigila —se jactó Rac con una
sonrisa—. Ni que fueras el gran jefe de todos ellos.
Alejandro frunció el ceño ante las palabras de la belleza
que tenía a tan solo unos centímetros, y fue cuando cayó en
la cuenta de que cabía la posibilidad de que ella se hubiera
asegurado de que sus compañeros solo cumplieron
haciéndole esa visita.
—Tú y yo tenemos una cuenta pendiente —masculló el
hombre dando los pasos que faltaban para pegarse a ella—.
¿Necesitaré las esposas o te quedarás quietecita?
Rac tragó saliva al escuchar la voz ronca de ese hombre
junto a su oído a la vez que se le erizó todo el vello del
cuerpo al notar su cálido aliento rozando su piel. Desde la
noche anterior llevaba un calentón que hizo que tuviera que
masturbarse en la ducha pensando en lo sucedido en la
cama de observación, menos mal que escapó a tiempo. Lo
que la hizo volver era el haber perdido lo que iba a utilizar
para sus planes, ya que ni en broma se dejaría llevar por
sus amigas e implantarse cualquier tipo de material
genético sin saber quién era el donante.
—Veo que esta noche no vas a irte —ronroneó mientras
dejaba un beso debajo de la oreja de la chica—. Si te
mantienes calladita, no nos van a pillar.
El intento de protesta de Rac se vio acallado por la boca
de Alejandro, quien atacó con lujuria y hambre la de ella.
Besó, lamió y mordió con sensualidad hasta que ella cedió y
le respondió con desesperación. En cuestión de segundos la
temperatura de esa habitación subió a niveles
estratosféricos debido al calor que desprendían ambos
cuerpos, los cuales fueron despojando de la poca ropa que
llevaban a tirones, llegando a desgarrar la camiseta de él.
Alejandro no se planteó siquiera buscar comodidad o algo
de privacidad, en ese momento solo le importaba follarse a
esa mujer hasta que le dijera el porqué se comportó como lo
hizo la noche anterior.
Un largo gemido hizo que la polla se le pusiera tan dura
que comenzó a sentir dolor, aun así lo ignoró porque iba a
darle a esa bruja lo que no pudo al habérsele escapado la
noche anterior. No dejó de besarla mientras la apretaba
contra la pared y le alzó una pierna para que le rodeara la
cintura. Ese simple acto hizo que una gotita preseminal
perlara la punta de su capullo a la vez que sentía el calor
que emanaba la ansiada cueva que iba a explorar durante
parte de la noche si ella lo dejaba. Ella se movió unos
milímetros, buscando fricción, lo que provocó que el
contacto entre ambos fuera mayor, y ahí Alejandro perdió la
poca cordura que lo impulsaba a frenar un poco.
—Agárrate bien a mí, preciosa —pidió a la vez que
embestía sin más preámbulos.
Rac se apretó más contra la puerta, ya que de ahí no se
adentró más en la habitación, a la vez que se agarraba al
cuello y la espalda de ese hombre. El buenorro tenía unas
manos mágicas porque a la vez que se adentraba en ella
con ímpetu una y otra vez, iba inspeccionando puntos que
la estaban poniendo al borde del orgasmo.
—No pares —jadeó cuando Alejandro se salió de ella y la
miró con avaricia—. ¡Sigue, pedazo de cabrito!
No se esperaba que él la volteara, le pegara la cara a la
puerta a la vez que le daba una cachetada en la nalga y la
embistiera de nuevo, todo en décimas de segundo y sin
darle tiempo a tomar aire siquiera. El orgasmo le sobrevino
en el momento en el que uno de los maravillosos dedos del
hombre le rozó el clítoris.
—Así, nena, apriétame —gruñó en su oído a la vez que
seguía embistiendo—. Dámelo todo, morenita.
Rac se tragó el grito que pugnaba por salir, lo que hizo
que apretara a Alejandro de manera que el pobre tuvo que
salirse de su interior para correrse sobre su magnífico culo,
en todo momento fue consciente de que no se puso
protección. Le apartó el pelo de la nuca y comenzó a dejar
besos por toda la zona para empezar a bajar por la espalda,
momento que él mismo interrumpió al escuchar pasos que
se acercaban. Cogió a la muchacha en volandas como pudo
y de un par de zancadas los metió en el reducido baño. Fue
al cerrar la puerta cuando se dio cuenta de que la ropa de
ambos estaba fuera, los iban a pillar.
Un leve toque a la puerta de entrada sacó a Rac de su
felicidad orgásmica, haciendo que su cabecita volviera a ser
la malvada de siempre. Se arrodilló de manera inesperada y
comenzó a manosear el pene de Alejandro, que en un par
de apretones se puso firme y duro como un leño, y decidió
saborearlo cuando escuchó que llamaban al poli.
—Señor —llamaba uno de los agentes de guardia de esa
noche—. Alejandro, ¿estás aquí?
Un mordisquito en la punta de su capullo provocó un
gemido demasiado alto por su parte, que enrojeció a la vez
que sujetaba la melena de su morena e intentaba que
parara, a lo cual ella no hizo caso ya que siguió lamiendo
con ansias.
—Mierda —gruñó Alejandro en cuanto la calidez de la
boca de esa bruja acogió su polla.
—Jefe, aquí te esperamos lo que sea necesario —anunció
otro chico.
—¡No! —gimoteó Alejandro en el momento en el que esa
provocadora masajeó sus testículos y coló un dedo por la
zona anal—. Para un momento.
Rac respondió al susurro del policía aumentando las
succiones de su miembro. Lo notó temblar y supo que
estaba cerca, le iba a demostrar que mandaba ella y que lo
sucedido un momento antes fue fruto de la sorpresa.
—Tío, ¿qué hacemos? —cuestionaron en la habitación—.
Lo mismo deberíamos estar en la puerta, que es lo que nos
ha ordenado Elena.
—Seguro que está el jefe haciendo un esfuerzo —soltó el
otro—, pero llevas razón, estaremos fuera con la puerta
abierta para que nos vea.
Un nuevo gemido procedente del interior del pequeño
baño provocó que cambiaran de opinión y cerraran.
Dudaban que existiera demasiada ventilación en el lugar
como para que no saliera el olor de lo que ellos supusieron
que estaba dejando el jefe, aunque la actividad era otra
totalmente opuesta.
—Para, fiera, que me corro —suplicó Alejandro al ver el
brillo malicioso en los ojos de su morena—. No aguanto
más.
Rac cogió una toalla que estaba colgada junto a ella, se la
puso sobre el pecho a la vez que sacaba el mástil del
buenorro y le daba un par de sacudidas más provocando
que el hombre gruñera a la vez que se dejaba ir sobre esas
preciosas tetas cubiertas por el trozo    de tela, el cual
odiaba en ese momento. La sonrisa de satisfacción de la
muchacha hizo que él tomara una determinación: no la
dejaría escapar hasta que no se saciara, y le daba lo mismo
si los escuchaban; esa fierecilla era un poco exhibicionista
porque lo llevó al límite sabiendo que podrían
interrumpirlos.
—Me toca de nuevo —gruñó justo antes de apoderarse de
nuevo de la boca de la mujer.
A Rac la pilló de sorpresa que la levantara de un tirón y la
sentara sobre el minúsculo lavabo, provocando un escalofrío
por todo su calenturiento cuerpo al tocar el frío material.
Alejandro se metió entre sus piernas a la vez que se bebía
sus gemidos de manera desesperada, esa boca le sabía a
miel y no pensaba dejarla tan pronto. Llevó su mano a la
vulva de la mujer y comenzó a masajearla con pasión
salvaje, pellizcando y tirando del botoncito del placer de la
mujer hasta que la llevó al orgasmo de esa manera.
—No puedo más —gimió Rac.
—Verás como sí —refutó Alejandro mientras cogía un
preservativo que alguna de las enfermeras dejaría en el
lugar un rato antes—. Mira lo que tenemos aquí.
Entre la nube de lujuria en la que estaba inmersa la
muchacha, logró acordarse de que no pusieron medios un
rato antes, lo cual se le olvidó en cuanto el poli comenzó un
lento descenso por su cuerpo hasta llegar hasta su húmeda
cavidad, la cual disfrutó el hombre hasta que le provocó un
nuevo orgasmo, momento que eligió para volver a
embestirla sin piedad.
—Dios, estoy en el cielo —gruñó el hombre mientras
buscaba su boca—. Apriétame más.
Un coro de gemidos llenó la estancia, llegando a oídos de
los dos agentes que estaban fuera, los cuales se miraron
extrañados ya que supusieron que su jefe estaba en el baño
atendiendo asuntos de aguas mayores.
—Joder con el jefe, no pierde el tiempo —siseó con sorna
uno de los chicos—. De mayor quiero ser como él.
Aprovecharon que el silencio se hizo en el lugar para ir a
dar una vuelta, así la afortunada no tendría que sentirse
avergonzada al verlos allí parados. Lo que no sabían era que
la mujer que estaba en ese momento en la ducha, iba a huir
a cara descubierta y con la cabeza bien alta en cuanto le
bajara los humos al buenorro por mucho que le hubiera
descubierto que era multiorgásmica y escandalosa.
La salida de Rac se sucedió después de dejarle claro a
Alejandro que lo ocurrido en ese lugar fue algo anecdótico y
que no había significado nada para ella, solo un rascarse de
manera mutua, pasarlo medianamente bien y listo.
Las últimas palabras de la morena hicieron que Alejandro
tomara una determinación: no iba a ser una muesca más. Si
ella pensaba que se quedó satisfecho, estaba muy
equivocada y se lo demostraría en el momento que pudiera
y usando todo lo que estuviera en su mano. Los retos era
algo que desde siempre lo llevaba a superarse en todos los
aspectos de su vida, y ella no iba a ser menos.
Le faltan dos veranos
La mañana comenzó con dos muchachas muertas de
sueño intentando disimular lo que se dedicaron hacer la
noche anterior ante sus amigas, y es que las explicaciones
que deberían dar ambas no podrían ser sin dar detalles,
cuando Nia y Josi se aliaban, cantaban todas como
sopranos.
—Espabilad, el doctor os espera —gruñó la enfermera,
irrumpiendo en la habitación donde estaban todas
desayunando juntas a pesar de la negativa del personal—. Y
vosotras vais conmigo.
Rac, Nia y Joa se miraron entre ellas porque el plan del
día era esperar a que se despistaran y poder recorrer las
plantas superiores del hospital ya que la noche anterior Nia
y Maru lograron acceder al laboratorio y nada más que
encontraron maquinaria para las diferentes analíticas y las
neveras repletas de placas de petri con diferentes
componentes, aparte de material de dudosa procedencia y
que no se pararon a mirar. Tendrían que esperar a que
Teresa se largara para hacerlo ellas después.
Josi y Maru se fueron acompañados por un celador hasta
la consulta del psiquiatra, quien tenía la mesa sin nada que
pudieran usar las mujeres para alguna de sus tretas,
suficiente tuvo el día anterior con la bromita del Alka
Seltzer[10].
Josi le dijo a Maru que fuera ella en entrar la primera,
tenía que poner en orden sus ideas porque el juego al que lo
sometería iba a hacer que como poco pensara en tirarse por
la ventana. Ambas sonrieron con malicia en cuanto Maru
tocó el pomo de la puerta, empezaba la segunda parte de la
función.
—Buenos días, señorita —comenzó el doctor cuando esta
se sentó donde le señaló—. Soy el doctor Fuentes...
—Y yo Calamardo, encantada —cortó con pitorreo.
El médico tomó aire para intentar calmarse, de buena
mañana y ya estaba enfadado. Menos mal que esa
pantomima se iba a acabar en cuanto tuviera la consulta
con la siguiente, pensaba enviarlas a todas juntas a un lugar
donde nadie las iba a localizar a menos que él y sus socios
quisieran.
—Empecemos con las fichas —ordenó con sequedad—.
Seguro que tus amigas ya te han contado cómo funciona y
lo que tienes que decir.
Tal y como predijo, pocas palabras variaron y daba igual
las imágenes que le enseñara porque su respuesta estaba
guionizada como la del resto de mujeres que ya habían
pasado por su consulta el día anterior.
—Muy bien, no me has sorprendido. —Vio que fruncía el
ceño y se dio una palmadita mental—. ¿Ahora me vas a
decir tu nombre completo o te llamo como al calamar ese
cabezón de los dibujos?
A Maru no le pasó desapercibido el sarcasmo en el tono
del loquero, así que decidió que su juego iba a variar un
poco, se iba a enterar.
—Si lo adivinas, te cuento lo que hemos venido a hacer
aquí.
—He escuchado que te llamas Maru —respondió con
rapidez mientras se tragaba la impaciencia.
—¡Mec, error! —replicó ella en tono chistoso—. Ese es mi
mote, no mi identidad real.
Patricio puso cara de sorpresa porque no esperaba esa
respuesta, estaba seguro de que usaban diminutivos, solo
que en su cuadriculada mente no entraba que fueran motes
hasta que cayó en el detalle de que dos de ellas se
llamaban Trilli y no se parecían ni en el blanco de los ojos.
—Muy bien —se levantó de su asiento y se situó junto a
ella apoyando su trasero en la mesa—, pongamos que te
creo. ¿Qué es lo que quieres para decirme eso que crees
que necesito saber?
—¿Puedo pedir lo que quiera? —El doctor cabeceó de
manera afirmativa con una sonrisa ladina, ya la tenía en sus
manos—. Luego no me diga que no o se ponga a gritarme,
me ha ofrecido lo que desee.
—Claro, yo siempre cumplo lo que digo —replicó con un
falso tono de indignación.
—Muy bien, espero que sea un hombre de palabra.
Maru se puso en pie, se fue a la pared más cercana y se
tiró al suelo de repente. El psiquiatra y el celador se
quedaron a cuadros cuando vieron que hacía el pino
apoyada en la pared.
—Grabe, doctor, que se vea bien el tiempo que tardo en
vomitar —ordenó Maru, quien tenía un problema serio
desde pequeña ya que no aguantaba más de un minuto en
esa posición o cualquiera que conllevara el tener la cabeza
por debajo del cuerpo sin sufrir espasmos.
—Señorita, creo que no debería...
—Tú te callas, gusano —gruñó al celador—. Doctor,
rápido, que estoy a punto de poner en marcha el aspersor.
No había acabado la frase cuando bajó las piernas al
suelo, se incorporó y se puso a expulsar todo lo ingerido en
el desayuno sobre la impoluta bata blanca del psiquiatra, al
cual no le dio tiempo a moverse siquiera.
—Me cago en...
—¡¿Lo ha grabado, lo ha grabado?! —se puso a gritar y
dar saltitos interrumpiendo las maldiciones del pobre
hombre—. ¡Enséñemelo! Venga, rápido, no tenemos todo el
día.
El hombre le mostró las manos vacías, no tenía el
teléfono consigo, y aunque hubiera sido de otra manera,
tampoco habría cedido a la extraña petición. Se vio salvado
por el celador, a pesar de estar harto de decirles que en esa
planta no quería que tuvieran dispositivo alguno que
pudieran robar y usar los pacientes, poco caso le hacían.
—Ya ves que hemos cumplido con la palabra dada —
increpó cuando el celador le mostró lo captado—. Ahora te
toca a ti decirme cómo te llamas.
—A usted no le doy ni la hora —espetó con indiferencia—.
Para ti me llamo Maruja, guapetón.
El celador abrió los ojos de par en par cuando notó la
caricia sensual de la muchacha. Cuando le contara a su
marido la situación, seguro que tendrían anécdota graciosa
para una temporada por el fallo del radar de la chica.
—Muy bien, juguemos a esto —masculló el doctor—. ¿Nos
puedes decir de dónde eres?
—Claro, soy del pueblo de Danny —miró coqueta al
celador—, pero siempre puedo cambiar de lugar. ¿Qué me
dices?
—¡Y ahora me dirás algo de un alien, un zorro, un jeque o
a saber! —gritó el psiquiatra.
—Pues va a ser que no, listillo —contestó con seriedad
Maru—. Soy una reputada abogada que trabaja jodiendo
vivos a defraudadores como usted. Y guarde bien la cartera,
en un rato le llegará la carta de pago de la multa por los
daños morales causados a mis clientas y a mi persona, y la
cantidad va a ser galáctica. Tanto que ni trabajando de
gigoló en varias residencias va a tener para pagar una
décima parte. Por algo me llaman Mantis.
—¡Fuera de aquí! —ordenó el psiquiatra a la vez que iba a
su mesa y barría con el brazo lo poco que había dejado en
ella—. Malditas locas, y pensar que me queda una antes de
enviarlas a su encierro definitivo.
—Dos telediarios le quedan por gruñón —canturreó Maru
antes de salir.
El celador acompañó a la paciente a la sala de espera ya
que tenía que permanecer allí hasta que le dijeran lo
contrario. Señaló a la mujer una de las sillas y esta se sentó
tranquila. Aprovechó ese momento para comentarle a su
compañera lo sucedido en el interior y así dejarle unos
minutos al doctor Fuentes para que tomara aire antes de
que entrara la siguiente.
—Oye, ¿cómo ha ido? —preguntó Josi a su amiga—. Vale,
veo que mejor de lo que habías pensado.
—Y tanto, le ha tocado el aspersor mareado.
—No habrás sido capaz... —Al ver que su amiga asentía,
se echó a reír—. Eres de lo que no hay, ja, ja, ja.
—Lo malo es el olor que te va a tocar aguantar.
Maru se quedó callada al ver llegar a unas de las
personas encargadas de la limpieza. Entró en el despacho y
al momento se escuchó la conversación amortiguada por la
puerta cerrada, aunque la frase “cada día me organiza una
distinta, cacho guarro” hizo que hasta los celadores se
rieran a carcajadas.
Pasaron los minutos y la limpiadora salió bastante
enfadada del lugar mascullando que iba a pedir un cambio
de planta o al final tiraba a alguno por la ventana sin querer.
Los celadores tomaron aire porque justo salió el doctor con
cara de pocos amigos.
—Pasa a la que queda —ordenó—. A esa la llevas a la sala
común y no les quitéis ojo. En un momento ordenaré el
traslado inmediato de todas. Se acabó el cachondeo, de mí
no se ríe nadie, mucho menos unas niñatas metomentodo.
Las amigas se comunicaron con la mirada ya que no
esperaban ese giro de los acontecimientos, tendrían que
organizar la fuga inminente. Maru se encargaría de decirles
a las demás lo que iba a suceder mientras Josi lo entretenía
a su manera.
El doctor Fuentes la esperaba en pose defensiva, y nada
más ella se sentó le tiró las tarjetas sobre la mesa.
—Bueno, como ya sabes quién soy, me ahorro las
presentaciones —dijo con sorna—. Es más, no voy a hacerte
siquiera pasar por el tedioso paso del test de Rorschach
porque sé las respuestas que me vas a dar.
—Supone usted demasiado —cortó Josi—. No debería
valorar a todo el mundo de la misma manera solo porque
haya varias que tengan los mismos gustos.
—Muy bien, vamos a hacerlo de la misma manera que
con las demás, sorpréndame.
El psiquiatra se sentó en su lugar y comenzó a levantar
láminas. Empezó a apuntar respuestas porque no decía
nada igual que las demás y hasta alguna hizo que mirara el
dibujo que tenía esa mujer ante ella. Una vez que acabaron,
repasó las palabras y seguía sin encontrarle sentido a nada.
—Veamos, me has sorprendido —masculló—: gen, lobo,
pulpo, droga, chapapote, cuadrilátero, robot, graffiti.
Se mantuvo en silencio mirando con atención a esa
trilera, sin duda era la más inteligente y sibilina de todas. Se
iba a divertir bastante con ella cuando probara sus técnicas
de inducción en el centro de investigación.
—Me merezco un cigarrillo —se jactó—. Vamos, viejales,
¿nos fumamos uno? No creo que te digan nada, no te
escondes para hacerlo.
Patricio la miró con suspicacia ya que hasta el momento
nadie se había dado cuenta de que se pasaba la ley por el
forro de los pantalones. Aun así decidió dejar que ella
llevara un momento el mando de la conversación, quería
ver hasta dónde era capaz de desvelar.
—Ya veo, de todas eres la más inteligente —la halagó.
—Eso dicen.
—No entiendo qué es lo que haces en este lugar con esa
pandilla de descerebradas. —Un músculo en la mandíbula
de Josi tembló, solo que él no se dio cuenta y siguió
hablando—. Debe estar de acuerdo en que si me dice lo que
necesito, usted va a ser la que se pueda ir sin tener que
pasar por el desagradable momento de ser internada en un
hospital psiquiátrico, no creo que en su caso sea necesario,
que solo se limita a seguir a sus amigas para no desentonar
e integrarse en...
—¡Me aburro! —canturreó para hacerlo callar—. La
verdad es que yo sí que necesito terapia, pero de choque.
El psiquiatra la estuvo observando porque, a pesar de
resultar la más tranquila y coherente de todas, era la que lo
iba sorprendiendo a ratos. Sus respuestas ingeniosas y sus
frases cultas lo tenían desconcertado.
—Está bien, hablemos de lo que te apetezca —cedió.
—¿Nos fumamos ese pitillo? —insistió, aunque de
ninguna manera iba a hacerlo.
—Lo siento, pero no le va a venir bien para...
—Vale, vale —lo cortó, no quería que el cotilla del celador
se enterara—. Ya se me han pasado las ganas, acabemos
cuanto antes con esto, ahora tengo sueño.
—¿Dónde vives? —soltó a bocajarro—. Y lo más
importante, ya dime con quién o lo que hayas preparado
para que te eche de aquí.
—Vivo en Meiral de Gredos con la Vero y mi chucho.
Bueno, también con Weirdy, Cox, Alec y la celosa de la
mujer. Ahora que lo pienso, voy a tener que decirle a
Izquierdo que ponga orden, necesito espacio para el bicho.
—Y supongo que Josi es un diminutivo —tanteó Patricio.
—Por supuesto, no pensará que voy a ir a los sitios dando
mi nombre real —espetó con orgullo—. Hay demasiado
personal indiscreto y en menos de media hora estaría la
puerta abarrotada de prensa.
La carcajada del doctor resonó en el lugar, lo que hizo
que Josi se levantara y se dirigiera a la salida. Tenía que
hacerse la ofendida para poder darle la estocada.
—Para, muchacha —pidió entre risas—. Es que me ha
hecho gracia, vuelve y acabemos esta interesante charla.
—Va a ser que no, medicucho —contestó de cara a la
puerta—. Usted no sabe con quién está hablando, tendrá
noticias de mi abogada.
—¿De la misma que está ahora mismo esperando a que
os mande sin remedio para que os encierren una buena
temporada? —preguntó con sorna—. Si es así, va a coger
moho el escrito que pretenda hacer.
Josi se dio la vuelta, en pocos pasos se acercó a la mesa,
plantó sus palmas en la mesa lo más cerca que pudo del
insolente y pegó su cara a la de él.
—Ahora mismo le voy a decir lo que va a suceder en
cuanto salga de este pestilente lugar —masculló a la vez
que ponía ojos de desquiciada para darle más veracidad a
sus palabras—. Antes de que firme el papel para mandarnos
a donde quiera que tenga pensado, le van a picar los
huevos de manera que va a tener que venir la enfermera
vieja a pincharle un antihistamínico para evitar que se los
arranque y nosotras mientras seremos rescatadas por los
soldados de mi Trilli, que nos llevarán a la ciudad donde
residen los amantes vampiros de mi amiga Rac.
El psiquiatra tragó saliva de manera ruidosa al
escucharla, no había nada que le produjera más pánico que
el pensar siquiera en enfermar. El contraer un simple
resfriado lo hacía el plantear a sus compañeros la
posibilidad de que lo controlaran en la planta UCI.
—Ya será para menos —susurró.
—Usted sabe tan bien como yo que le quedan dos
telediarios —anunció Josi con prepotencia—, y uno justo lo
va a gastar ahora. Celador, ¿has visto qué ronchas tan feas
le están saliendo en el cuello? Y esa cara, está pálido y
ojeroso, so asqueroso.
El pobre hombre, que asistía de manera silenciosa a la
consulta más surrealista de su vida, afirmó con un gesto de
su cabeza, lo que hizo que el doctor Fuentes se levantara de
un salto y se dirigiera al baño privado a mirarse al espejo.
—Por cierto, ¡su aliento apesta! —gritó Josi desde la
puerta—. Un poquito de higiene no le vendría mal, que
hasta el alerón le canta cada vez que levanta una de esas
tarjetas.
Al portazo que dio la paciente al salir le siguieron una
serie de gritos del desquiciado del médico, el cual
empezaba a sufrir espasmos y sudores fríos. Al final iba a
tener razón esa puta loca y estaba más grave de lo que
parecía. De inmediato iría a urgencias y que le hicieran un
examen exhaustivo, ya haría el informe de traslado cuando
tuviera la certeza de que no iba a morirse.
El celador acompañó a Josi a la sala común, donde
estaban las demás sentadas en la misma mesa que la tarde
anterior, aunque esta vez con la diferencia de que la
muchacha que las ayudó estaba con ellas, todas jugando al
parchís.
—Ya era hora —cuchicheó Maru en cuanto se alejó el
hombre—. Has tardado demasiado, ya pensábamos que te
había sucedido algo.
—No, pero tenemos que darnos prisa —susurró mirando a
su alrededor—. Necesitamos adelantar nuestra huida.
—Sabes que todavía no tenemos lo que hemos venido a
buscar —protestó Nia—. Estas dos no encontraron nada
anoche, solo nos queda mirar en las plantas superiores.
—Después del cambio de guardia subimos —propuso Josi
—. Le puedo pedir a Marcos que nos deje su pase.
Todas miraron a su amiga ya que hasta el momento no
sabían que tuviera tanta confianza con alguien del personal,
y Joa se dio una torta en la frente al darse cuenta de que
había hablado de más.
—No tenemos hasta esta noche —repitió Josi—. He
entretenido al loquero unas horas, pero va a firmar el papel
de traslado. Nos quieren a todas fuera de aquí a la de ya. Y
eso va también por ti.
Clara abrió los ojos sorprendida cuando esa mujer la
señaló. Tenía claro que su tiempo en ese lugar se agotaba,
solo que no esperaba que fuera tan pronto. Solo llevaba ahí
tres días y el psiquiatra se había negado a tener una
entrevista con ella. Al final su hermanastra se iba a salir con
la suya de hacerla desaparecer de sus vidas.
—Tenéis que ayudarme —pidió con angustia—. Si salimos
de aquí, acabarán conmigo, mi padre nunca volverá a
verme. No dejéis que experimenten conmigo.
Se miraron una a otra porque hasta el momento Clara no
había dado muestra alguna de locura, la escucharían e
intentarían sacarla de ahí. Una vez fuera, que se apañara
como pudiera.
Se acomodaron mejor y escucharon la historia de la
chica. Sin duda la iban a ayudar y de paso le darían un
escarmiento a unos cuantos en ese lugar ya que el asunto
olía bastante mal, solo que no tenían tiempo de buscar
donde no pensaban que hubiera.
Ni se te ocurra besarla
Después de comer todos los pacientes en la sala común,
los acompañaron a cada uno a su habitación para que
descansaran al menos un par de horas, momento que
aprovecharon las cinco amigas para juntarse en la
habitación de Josi y ponerse de acuerdo en cómo actuarían
en las siguientes horas.
—Lo primero es llamar a Maripuri para que venga con la
furgoneta a recogernos —dijo Joa—. Creo que una buena
fuga no lo es sin transporte.
Todas miraron a Josi, quien estaba roncando cual morsa
moribunda tirada en la arena de la playa. En el momento
que llegaran a la casa que tenían preparada para las dos
semanas siguientes, la someterían a un interrogatorio que
ni los mejores agentes de cualquier agencia de
investigación sería capaz de realizar.
—Luego la ponemos al día —cortó Maru el silencio—. Lo
importante ahora es ver cómo ayudar a Clara y salir de aquí
cagando leches.
—Pero tenemos que...
—Nia, no va a poder ser —cortó Rac—, lo intentaremos de
nuevo en el mercado negro. Lo mismo encontramos a
alguien que esta vez nos lo mande bien refrigerado.
—Está bien, pero luego aguantáis vosotras las quejas de
la rubia por el precio —claudicó mirando a Joa—. ¿Qué
proponéis?
Se miraron de una a otra. En momentos como ese, todas
tenían ideas a cada cual más loca, aunque iban a ser
prudentes y lo pensarían bien. O eso es lo que intentaban
hasta que habló Joa de más.
—Rac, se lo podrías decir a tu amigo el policía —soltó de
repente—. Seguro que investigan el caso de Clara.
—Sí, claro —masculló—. Y para cuando sepan diferenciar
un culo de una jeringa le han metido tantas mierdas en el
cuerpo a la muchacha que no se recupera en la vida.
—Con lo que ella nos ha contado seguro que la pueden
meter en un programa de protección de testigos y llevarla a
un piso franco —insistió Joa en su idea.
—No estamos en una película de esas que tanto te
gustan —espetó con enfado—. Dudo que en España exista
siquiera algo de eso.
—Claro que hay —replicó con una mueca—. Yo tengo un
vecino que pertenecía a un famoso clan de narcotraficantes
que está ayudando a la policía y a cambio le han dado otra
identidad y hasta la cirugía de la cara.
—¿Pero tú te estás escuchando? —señaló entre risas—.
¿En serio te has tragado esa mentira? Te creí más lista.
—No me llames tonta, sé más que tú porque para eso es
mi vecino.
—Ya vale, chicas —zanjó Maru, quien ya veía venir la
larga discusión que se avecinaba entre las dos—. Rac, ¿qué
es eso de que tienes un amigo policía?
Ambas amigas se miraron entre sí al darse cuenta de que
una había metido la pata y la otra no la corrigió al momento.
Fueron salvadas de tener que dar explicaciones cuando el
doctor que le estuvo tirando los trastos a Nia entró por la
puerta.
—Vaya, aquí estáis todas —dijo Oliver con tono alegre—.
Venía a buscar a vuestra amiga, necesito que me ayude a
aclarar algunas cosas.
Maru cogió por el brazo a su compañera, no pensaba
separarse de ella en ningún momento ya que, si lo hacía,
estarían todas perdidas. Era la única de todas ellas que no
tenía capacidad alguna de mentir, la pillarían incluso antes
de abrir la boca. Así de transparente era.
—No tengo que ir a ningún lugar con usted —espetó Nia
con recelo.
—Ya lo creo que sí —retó Oliver—. Y más vale que sea
rapidito, nos están esperando.
Nia miró a las demás buscando una excusa plausible, solo
que no encontró nada en las miradas de ellas. Maru le dio
un apretón de apoyo y se puso de pie tirando de ella.
—Ya podemos irnos —anunció Maru, a lo que Oliver alzó
las cejas—. No pensará que voy a dejarlo a solas con mi
siamesa, tengo que preservar su pureza.
Un jadeo camuflando las risas de las otras dos acompañó
al sonrojo repentino de Nia, quien no sabía dónde
esconderse ante tal mentira. Lo de la pureza, claro.
—He pedido permiso para que pueda acompañarme ella,
lo siento —se excusó Oliver.
—Me parece que no me he explicado bien —masculló
Maru con sorna—. Donde vaya ella, voy yo. Y me da lo
mismo si le han dado permiso o no, contamos como una
sola.
Todas miraban de uno a otra como si estuvieran en un
partido de tenis. Sintieron un poco de pena por el médico ya
que cuando su amiga se empecinaba en algo, era igual a un
perro de presa: no soltaba el bocado hasta que no se salía
con la suya.
—Maru, no creo que sea necesario...
—Lo es, deja que lo piense un momento —cortó a su
amiga con un susurro y una sonrisa maliciosa, a lo que Nia
asintió.
La tensión en el lugar casi se cortaba con un cuchillo,
hasta que Oliver resopló y se plegó a los deseos de la amiga
garrapata de la chica a la que iba a intentar seducir en
cuanto tuviera oportunidad. Desde que salió del hospital esa
mañana para descansar unas horas, no había dejado de
pensar en ella, tanto que llegó a su nuevo turno de guardia
con más ganas que ningún otro día a pesar de casi no haber
pegado ojo.
—Está bien, puedes acompañarnos —claudicó—. Total, va
a ser solo para que ayudéis a un amigo que justo está de
paciente por culpa vuestra.
Josi masculló un “Alejandro” a Rac, quien afirmó con la
cabeza, y supo que ahí tenían la oportunidad de ayudar a
Clara. Esa misma noche, si todavía seguían ahí, se
encargaría ella misma de insistirle en el tema.
—¡Nia! —la llamó Rac—. Acuérdate del informe del
psiquiátrico corrupto.
Esta le hizo un gesto con la cabeza y puso su mejor
sonrisa pícara. No sabía mentir, y en ese caso no lo
necesitaría porque las sospechas que tenían las iba a usar
para camuflar la mentira que le contó al doctor buenorro
para que no las pillaran.
Salieron ambas amigas de la habitación y siguieron a
Oliver hasta el ascensor. El poco trayecto lo hicieron en
completo silencio, con Maru entre ellos para que el crápula
no se acercara a su amiga ya que esta se ponía demasiado
nerviosa ante su presencia, cosa que les venía mal porque
Nia, cuando estaba en ese estado, hablaba hasta por los
codos.
—Seguidme, nos esperan en la sala de descanso —señaló
Oliver mientras les cedía el paso—. No tardaremos
demasiado.
Maru se situó detrás de su amiga, por lo que las vistas a
Oliver ya no le parecieron las mismas y se adelantó para
guiarlas hasta donde los esperaba Alejandro. Entraron en la
sala de descanso del personal de urgencias donde no solo
estaba ese agente sino que estaban los novatos que
atendieron a Maru y Rac.
—Mierda, nos van a pillar —susurró Nia a Maru, quien le
hizo un gesto de negación con la cabeza—. Estos dos son
los que os atendieron a vosotras, para ganarse de nuevo la
confianza del jefe nos van a hundir.
—Respira hondo —trató de calmarla la amiga—. Si se
ponen impertinentes, les suelto un par de frases de manual
y verás que se callan.
—Espero que lleves razón —musitó a la vez que era ella
la que se agarraba a Maru.
Oliver procedió a hacer las presentaciones, momento que
aprovechó para coger a Nia por la mano y acercarla a él.
Con lo que no contaba era con la astucia de la amiga lapa,
que se interpuso entre ellos de manera sibilina con una
sonrisa maliciosa en la cara.
—Nia, Maru, os presento al inspector Reina. —Señaló al
policía que estaba sentado en una cómoda butaca—. Y
estos son los agentes...
—Roberto y Javier —contestó el más locuaz de los dos—.
No es necesario que sean formales con nosotros.
Alejandro alzó una ceja al escuchar el tono de servilismo
en el novato, solo que iba a dejarlo pasar porque
consideraba una pérdida de tiempo el corregirlo, pronto los
destinarían a los dos a otro lugar. El nuevo jefe que tuvieran
los pondría a controlar semáforos si no cambiaban de
actitud.
—Sentaos, por favor —pidió Oliver con educación
mientras señalaba un pequeño sofá.
Las dos amigas se apretujaron en una esquina con la idea
de que el doctor no pudiera sentarse junto a Nia, si eso
sucedía a saber lo que largaría la muchacha por esa
boquita. Oliver se sintió contrariado de nuevo al ver el
movimiento, sin embargo, pensaba insistir en tener algún
mínimo roce con ella. Se sentó en el brazo del asiento,
rozando con su pierna el brazo de esa brujita que lo tenía
loco.
—Muy bien, usted dirá —comenzó Maru tirando de su
amiga para separarla un poco del médico—. ¿Qué es lo que
necesita de nosotras?
El policía las miró a ambas con atención. Cuando Oliver
esa mañana, antes de acabar su guardia, le contó lo que
una de las presuntas locas le narró, ordenó a los novatos
que buscaran información sobre algún tipo de operación
encubierta que tuviera relación con la presencia de esas
mujeres. Y como ya intuía, no encontraron nada.
—En realidad sois vosotras las que precisáis de ayuda
como os estéis haciendo pasar por agentes de la ley para
hacer a saber qué fechoría en este lugar —advirtió con
seriedad—. Lo justo es que os escuche antes de que
presentemos cargos y os detengamos.
Nia buscó la mirada de Maru asustada, y solo encontró
calma y hasta una sonrisa ladina en el rostro de su amiga.
Respiró para tranquilizarse, aunque fue la otra la que tomó
la palabra, cosa que agradeció con un apretón en la mano.
—Yo creo que no tiene una mierda contra ninguna de
nosotras y por eso ha mandado llamar a la más sensible y
asustadiza de todas —comenzó su disertación—. La verdad
es que, como una de mis clientas ha forzado su estancia en
este lugar por un accidente totalmente fortuito, puedo
llegar a plantearles a todas el que colaboren en hacer
patente la verdad de lo que está sucediendo en este lugar.
Los policías la miraron con atención al igual que el
médico al ser testigo de la lucidez de la que un par de
noches antes parecía totalmente ida.
»Y para demostrar nuestra buena voluntad, pensamos
contarle un poco sobre dos de los implicados principales de
la trama de secuestros que se están gestando desde la
unidad de psiquiatría —siguió Maru—. Para empezar,
necesito que active el protocolo de protección de testigos ya
que tenemos a una de las víctimas localizada, y disponemos
de pocas horas antes de que la trasladen al zulo del horror.
Además podéis arrestar de manera inmediata a varios de
los responsables y tirar del hilo para llegar a quienes están
por encima de ellos.
Alejandro frunció el ceño porque no entendía lo que le
estaba diciendo.
—Un momento —espetó—, ¿me estás diciendo que en
este hospital se están cometiendo delitos delante de
nuestras narices y que vosotras, unas marujas jugando a
detectives, habéis conseguido desentramar una red de a
saber qué en tan solo veinticuatro horas?
En cuanto Nia y Maru afirmaron con un gesto, un coro de
carcajadas inundó el lugar. Ambas bufaron indignadas ya
que era su oportunidad de sacar a Clara de ese lugar y
aprovechar la confusión que se iba a montar para largarse.
—Maruja lo serás tú, pedazo de burro —espetó Nia
señalando con un dedo a Alejandro—. Para tu información,
formamos parte de un departamento de investigaciones
especiales secreto del gobierno que se infiltra en cualquier
lugar de la manera que sea necesaria. Nuestro lema es
pasar desapercibidas y...
—Muy discretas no habéis sido —masculló Oliver,
ganándose una mirada reprobadora de la chica y una
sonrisa de orgullo de la amiga.
—Vale, como broma ha estado bien —intervino Alejandro
—. Ahora, la verdad.
Ambas amigas se comunicaron con la mirada, Maru
negaba con gestos hasta que Nia decidió levantarse para
alejarse de ella, tenía otra idea en mente.
—Está bien, hemos exagerado un punto —claudicó Nia—.
Somos algo así como detectives privado, y es cierto que
estamos aquí por pedido expreso de una clienta para
averiguar el motivo por el que nuestro objetivo está en este
lugar, por cuánto tiempo y cuándo pretenden trasladarla al
psiquiátrico del horror. En este lugar se está gestando algo
grande, una situación que nosotras solas no vamos a ser
capaces de controlar si tenemos en cuenta que estamos
infiltradas para ir al mismo lugar que la otra paciente,
aunque hemos descubierto que el tema es más serio de lo
que parecía, por eso le comenté aquí al doctor a pesar de
mostrarse mis socias disconformes.
—Puede ser otro de los corruptos —intervino Maru—.
Quién sabe si no nos ha traído a este lugar para hacernos
desaparecer como ya han hecho con el detective anterior.
Alejandro se levantó despacio e hizo un gesto a los
novatos para que franquearan la salida. Estos obedecieron
al momento.
—A ver si me he enterado bien —comenzó este rodeando
a Oliver—. Resulta que habéis fingido estar desquiciadas
para que os trajéramos a este hospital y que os subieran a
la planta de psiquiatría, ¿me equivoco?
Ambas se encogieron de hombros y Nia se sentó de
nuevo junto a su amiga.
»Y en cuanto habéis logrado lo que buscabais, resulta que
de repente los implicados en la trama se han descubierto
solitos —ironizó, algo se le escapaba—. ¿Sabéis qué? No os
creo.
Maru fue a abrir la boca, solo que un apretón a tiempo
por parte de Nia hizo que respirara para no meter la pata y
decirles a esos ineptos que unas amigas con un plan en
mente los habían engañado a todos y encima descubrieron
lo que se estaba cociendo en el lugar.
—Es fácil saber si mentimos o no —susurró Nia—. Hable
con el psiquiatra, el tipo con nombre del amigo de Bob
Esponja, y lea entre líneas.
Alejandro siguió dando vueltas por el lugar, pensando en
lo poco que le habían dicho esas dos mujeres y que, a pesar
de que estaba seguro de que algo ocultaban, no mentían
con respecto a haber descubierto algo extraño.
Estuvieron más de una hora en ese lugar encerrados,
comentando los detalles que las llevó a cada conclusión
sacada, señalando a varios de los sospechosos tanto por las
palabras dichas pensando que ellas estaban dormidas como
por los actos que presenciaron, e incluso confesando las
trastadas realizadas para alargar un poco más la estancia
en el lugar y no solo de ellas, sino la de Clara, que era la
persona a la que tenían que proteger porque era sabedora
de cosas mucho más incriminatorias. Maru fue dejando
frases pomposas y rebuscadas intentando ampararse en
cualquier artículo del código penal para justificar la
presencia de todas allí ya que Alejandro en más de una
ocasión puso en duda la manera de proceder de la supuesta
agencia en la que trabajaban, de la que en ningún momento
dieron nombre alguno porque sabían que en cuanto salieran
de la sala el policía buscaría información.
Alejandro dio por acabada la charla y les pidió que se
quedaran en sus habitaciones hasta que sus superiores
tuvieran las pertinentes órdenes judiciales para irrumpir en
el lugar.
—Os acompaño —ofreció Oliver con amabilidad—. De
paso disimulamos, no creo que sea conveniente que os
vean llegar con un celador cuando he ido yo en persona a
buscaros.
Maru gruñó porque le resultaba ya incómodo presenciar
los intentos de acercamiento de ese pulpo pegajoso. Se
pasó todo el tiempo buscando cualquier mínimo roce con su
amiga y aunque ella había estado al quite, le fue del todo
imposible evitar que, en un momento en el que ella estaba
planteando posibles recursos legales a presentar, ese
medicucho aprovechará para sentarse junto a su amiga y le
pasara el brazo por el hombro.
—Lo que les va a extrañar es que nos acompañe cual
perrito en celo —espetó Maru sin siquiera mirarlo.
—Maru, por favor...
—Muy bien, que haga lo que le dé la gana —claudicó
disconforme—. Eso sí, que corra el aire.
Al llegar a la planta, Oliver intentó buscar un minuto a
solas con esa mujer que lo tenía a punto de que le diera un
trombo en la polla por el exceso de sangre en ella, sin
embargo se escabulló y lo dejó acompañado por la bruja
malvada que le cortaba el rollo.
—Te lo advierto desde ya, medicucho —masculló Maru—:
ni se te ocurra besarla.
Oliver se quedó plantado justo delante del ascensor, se
quedó helado al ver la mirada maligna, casi asesina, que la
mujer le dedicó mientras le advertía. Tendría que averiguar
el tiempo que su amigo Alejandro iba a tardar en poner la
maquinaria en marcha, era del que disponía para convencer
a la reticente chica de su interés en conocerla, saber más
de ella.
—Ya te descuidarás, bruja —susurró con una sonrisa.
Os han pillado
Maripuri estaba en la habitación del hotel en el que se
hospedaban todas viendo la televisión con tranquilidad,
hasta que saltó una noticia de última hora.
—Maldita sea, ¿qué habéis liado? —masculló a la nada a
la vez que cogía el teléfono para contactar con las chicas.
Envió un mensaje al teléfono que se encargó Joa de colar
y esperó durante minutos la respuesta mientras prestaba
atención a lo que decían los periodistas. Al parecer se
estaban realizando una serie de detenciones en ese
momento de varios miembros del personal hospitalario y
tenían todo el lugar acordonado.
Niñas, me tenéis preocupadas, os han pillado. Decidme algo
Al no recibir respuesta, decidió coger el vehículo que
alquilaron al llegar a Madrid y dirigirse al hospital. Se
suponía que debían llevarlas a otro, por la prensa vio que la
movida era en uno cercano a donde las dejó un par de
noches atrás.
—Me van a matar de un disgusto estas mujeres, en ese
no está el banco de semen —susurró mientras iba cogiendo
las cosas de todas y las metía en las maletas—. Se van a
cagar cuando las coja, mira que les dije que mejor lo
hicieran cerca de Gran Vía.
En el momento en el que se disponía a salir de la
habitación para ir bajando el equipaje, le sonó una
notificación en el móvil. Soltó todo de golpe y abrió la
aplicación de inmediato, solo que sus nervios aumentaron
ante lo que vio y no acabó de entender.
Todas bien, preparando la fuga inmediata
Se apresuró en dejarlo todo listo, incluso dejó dicho en el
hotel que al final se iban antes por temas laborales, y se
dirigió a las inmediaciones del hospital donde estaban las
cinco locas a las que iba a matar con lentitud como no
tuvieran una buena explicación para el lío que seguro
montaron ellas en el lugar, porque estaba segura de que sus
niñas estaban implicadas de alguna manera.
Envió un mensaje de vuelta informando de que estaría
esperándolas el tiempo necesario en el exterior. Y así, sin
más, puso rumbo a una nueva aventura, porque si de algo
estaba segura era de que tendrían que seguir sus
vacaciones en otro lugar y no volverían tan pronto a sus
casas.

Alejandro puso en funcionamiento toda la maquinaria


legal disponible nada más salieron las dos mujeres por la
puerta de la sala donde estuvieron charlando.
Era cierto que ya existía alguna denuncia sobre el tema y
además señalando a parte del personal, en concreto
acusando a una enfermera de mala praxis y dar información
sesgada a los familiares de pacientes que luego se
escapaban del centro al que los derivaban de manera
fortuita y sin motivo aparente. Persona que luego
agrandaba la larga lista de desaparecidos que aumentaba
cada día por diferentes circunstancias.
—Novatos, os quiero en la planta de psiquiatría vigilando
que nadie se vaya antes del cambio de turno —ordenó
Alejandro a los dos agentes que seguían en el lugar—. Y
vigilad bien a las mujeres, son nuestras testigos.
—Señor, no habrá creído las palabras de unas dementes
con...
—¿Cuestionas mi proceder? —masculló con lentitud y
esperó la no respuesta del agente—. Eso pensaba.
—Eso de vigilarlas va a ser difícil —protestó Javier—. Que
sepa que ya la primera noche se nos escaparon dos y no las
encontramos, y anoche fue peor porque se escabulleron
cuatro.
Alejandro miró de uno a otro porque le pasaron esa
mañana, antes de irse, un breve informe diciendo que no
hubo nada extraño durante la vigilancia nocturna cuando él
mismo estuvo con una de las chicas hasta altas horas de la
noche, por lo que se hizo el tonto para saber si era por ellas
ser demasiado listas o sus dos novatos de los que se
dormían en las guardias aburridas. Ya tenía su respuesta.
—Ya veo —masculló, y se dio cuenta del codazo que
Roberto le daba al compañero—. Espero que esta vez sepáis
ir solitos detrás de ellas si tiran por dos lados distintos, no
es necesario que vayáis juntos todo el tiempo. ¿O es que
para ir al baño también lo hacéis de esa manera y os
sujetáis el uno al otro la picha para mear?
Ambos chicos enrojecieron de vergüenza y furia, solo que
bajaron la cabeza y susurraron un simple no. Alejandro dio
por terminada la regañina en cuanto les marcó un par de
pautas más a seguir y los conminó a ir con rapidez a la
planta donde sucedería todo. Llamó a su amigo Oliver y le
pidió que avisara a sus compañeros de que tenían los chicos
órdenes de custodiar a las pacientes, era la manera de
asegurarse que el personal del lugar no se extrañara al
verlos allí montando guardia.
Mientras tanto, Maru y Nia pusieron al día a sus amigas y
de paso informaron a Clara de lo sucedido con el policía.
Esta las abrazó a todas, una por una, con lágrimas retenidas
brillando en sus preciosos ojos. Al fin alguien se apiadaba de
ella y la creía, algo que ni su propio padre hizo al no tener
oportunidad siquiera de explicarse, y todo por culpa de la
infeliz que esperaba se pudriera en la cárcel como muy
cerca.
—Entonces ya va siendo hora de largarnos —gruñó Josi
desde la cama en la que estaba recostada—. Esto se va a
poner peligroso, habéis mentido como bellacas y encima sin
pruebas.
—Eso ellos no lo saben —refutó Nia de mala gana—.
Además, aquí la señora letrada les ha soltado palabrería
barata que se han tragado, mientras la procesan y se dan
cuenta de que no tiene sentido, ya estamos cada una en
nuestra casa. Tenemos tiempo de sobra para llevarnos lo
que hemos venido a buscar.
Ambas amigas se enzarzaron en una discusión sobre la
conveniencia o no de quedarse esa noche para llegar hasta
su objetivo o irse en cuando todos se durmieran.
—Una pregunta —las cortó Clara—, ¿se puede saber qué
es eso tan importante que no podéis dejar aquí?
Todas se miraron de una a otra negando con la cabeza,
solo que Joa, la más charlatana y confiada del grupo, decidió
contarle lo que estaban haciendo allí.
—Ven, siéntate a mi lado —ordenó mientras daba
golpecitos en el colchón—. Presta atención porque es algo
que cuesta un poco creer.
—Joa, no te atreverás a...
—No me interrumpas, nena —cortó a Maru—. Ella puede
ayudarnos, que no se os olvide que la hermanastra trabaja
en este hospital y quién mejor que ella para guiarnos
directa a la planta donde está eso.
—En serio, ¿tú te escuchas cuando hablas o escupes lo
primero que se te pone en la lengua? —espetó Josi de mala
gana—. Parece que se te olvida que Clara está aquí en
calidad de loca a la que hay que quitar de en medio. Lo
siento, chica, no tengo nada contra ti —se disculpó, a lo que
la aludida sonrió—. Y otra cosa más, Joa, ella no trabaja en
este lugar, así que tu idea hace aguas por todos lados.
Todas abrieron los ojos como platos ante la explosión de
mal genio de su amiga. Llevaba algunos días rara, aunque
se había acentuado en los dos que estuvieron en ese lugar.
—No es por nada, pero tengo que darle la razón a Josi en
esta ocasión —rompió Maru el silencio reinante—. Es más,
yo saldría de aquí cagando leches. Esto va a ser un
hervidero de policías en un rato.
—Ya lo es —anunció Rac desde la puerta—. Tenemos a los
dos niñatos que no nos esposaron pegaditos al mostrador
de las enfermeras.
Todas a la vez corrieron hasta donde su amiga y se
asomaron entre empujones y risitas, se iban a complicar las
cosas por no pensar antes de hablar.
—Llamemos a Maripuri —pidió Joa acongojada—. Ella va a
saber cómo actuar.
—No es necesario, le he respondido a un mensaje que
nos ha enviado hace un rato —informó Rac—. Tenemos a
mamá gallina esperando en el aparcamiento.
Todas asintieron porque sabían que su amiga las
protegería de cualquier manera a pesar de ser una de las
que se tomó a broma las elucubraciones que estas hacían,
aunque luego las apoyó cuando se dio cuenta de que
hablaban en serio.
—Pues entonces con más razón tenemos que
despistarnos en un momento y encontrar las neveras —
insistió Joa—. En cuanto tengamos los viales, podemos
marcharnos sin mirar atrás.
—Es definitivo, solo te escuchas a ti misma y pasas de lo
que digamos las demás —gruñó en esta ocasión Nia—. ¿Qué
parte de tenemos que salir cagando leches es la que tu
adornado cerebro no ha acabado de procesar?
—Yo solo digo que...
—Viene la bruja —cortó Rac, lo que hizo que todas se
sentaran como chicas buenas.
Esperaron en esa posición durante minutos la irrupción
de Teresa en la habitación, solo que no sucedió, cosa que
extrañó a todas. Hartas de esperar, una a una salieron y se
dirigieron a la sala común, lugar donde deberían estar por la
hora que era, y la escena en el lugar era bastante extraña:
todos y cada uno de los pacientes estaban en completo
silencio y atentos a la actividad que tenían ante ellos.
—Al fin se dignan a aparecer las marquesas. —Se
sorprendieron al ver a la enfermera sentada medio oculta
junto a la puerta—. Sentaros y poneros a hacer el ejercicio
ordenado por el doctor Fuentes.
Las mujeres se dirigieron a la mesa del día anterior sin
rechistar siquiera, ahí estaba pasando algo extraño y no
querían llamar la atención más de lo que ya lo hicieron
desde que llegaron.
—Clara —llamó Teresa—, tú tienes cita con el psiquiatra.
Te acompaña Susana a su despacho.
La chica intentó negarse, solo que al estar allí su
hermanastra con cara de sádica lo único que pudo hacer fue
buscar la mirada de sus nuevas amigas para pedirles ayuda.
Se fue tras recibir un leve asentimiento por parte de ellas.
Nada más salir la muchacha al pasillo, la enfermera
centró su atención en el grupo que tenía ante ella. En ese
momento estaba que se salía del cuerpo de alegría ya que
las iban a tener vigiladas los policías, algo que no se
esperaba, y podría descansar esa noche. Ya había acordado
con el idiota de Patricio que el traslado de todas se haría al
día siguiente a primera hora. Tramitó lo necesario a pesar
de no tener la identidad de esas cinco, tampoco les iba a
hacer falta a donde iban.
—Os veo muy tranquilas a todas —murmuró mientras
daba vueltas alrededor de la mesa donde estaban sus
objetivos sentadas—. Ya empieza a haceros efecto la
medicación.
Ninguna contestó, y no por falta de ganas sino porque
tenían que dejar que se aburriera la vieja para que se fuera
y ellas salir en busca de Clara. La enfermera estuvo unos
minutos más paseando por la sala y acercándose de vez en
cuando a su mesa; estaban desesperadas porque alguien la
llamara y se la llevara del lugar el tiempo suficiente.
—¿Qué hacemos? —susurró Nia—. Esta se va a tirar el
resto del día aquí, y la pobre Clara con esos dos a solas.
Josi se levantó de su lugar sin decir palabra y se dirigió
con paso firme al lugar donde la mujer acababa de
aposentar su trasero. Las demás se acomodaron de manera
que no perdieran ni un solo detalle lo que fuera a suceder,
porque estaban seguras de que la maniobra de distracción
iba a ser de órdago.
—¡Eh, tú, levanta el culo y ponte a trabajar! —El silencio
se hizo de inmediato en el lugar—. ¿Estás sorda, abuela? No
te pago para que vaguees, hay mercancía que catalogar en
las estanterías.
Todo el personal sanitario presente abrieron los ojos
sorprendidos porque nunca, jamás, paciente o familiar
alguno se atrevió alguna vez a subir el tono de voz a
Bulldog Trunchbull. Su sola presencia ya imponía.
En el momento en el que Teresa empezó a incorporarse
de su asiento, todos recularon hasta casi fundirse con las
paredes, los únicos que estaban tan tranquilos eran algunos
pacientes, los cuales seguían lo bastante entretenidos como
para desviar su atención.
—La que va a liar la Trilli —susurró Nia, a lo que las
demás asintieron—. ¿Quién se escaquea la primera?
—Que vaya Maru —propuso Rac—. Es la ideal para
marear al baboso con la palabrería de abogada mientras
convencemos a los niñatos de que Clara está en peligro.
Nia, luego tú y yo bajaremos a...
Las órdenes de Rac se vieron interrumpidas por un grito
de la enfermera, la cual se agarraba el brazo mientras Josi
reía a carcajadas con ojos de loca desquiciada.
—Celador, ¡inmovilícela! —ordenó mientras daba dos
pasos atrás—. ¿A qué esperas, inútil?
Ninguno de los presentes se movió de su lugar. Bueno,
solo uno, el celador al que llamaba y lo que hizo fue
sentarse junto a uno de los pacientes para disfrutar del
espectáculo.
—¿Os hace unas palomitas? —preguntó Joa, provocando
las risas de los presentes—. No me cuesta nada salir a
comprar...
—¡María, el inyectable! —voceó de nuevo la vieja
cambiando de nuevo de lugar para alejarse de Josi, quien
avanzaba a pasos lentos hacia ella—. ¡Para de una vez, puta
loca!
—La ha cagado —susurraron las cuatro amigas a la vez.
No habían acabado de pronunciar la frase cuando se
desató el caos: Teresa corría por la sala como el mejor
velocista olímpico, Josi la perseguía saltando los obstáculos
que la enfermera iba dejando tras ella y un celador se puso
en la puerta para que el espectáculo siguiera allí dentro un
rato. Iba a ser algo a rememorar durante las tediosas
guardias donde no estaría presente la amargada que les
dificultaba sus horas de trabajo.
—Nia, camélate al celador para que las demás podamos
salir —ordenó Rac.
—¿Y por qué yo? —refunfuñó.
—Porque yo lo digo, tira.
Empujó a la chica mientras ellas se pegaban a la pared
para pasar desapercibidas. El resto de pacientes comenzó a
moverse por el lugar de forma errática, todos jugando a
acorralar a la enfermera mientras intentaban darles
pellizcos a la pobre mujer. Josi las miró y les hizo un gesto
con la cabeza para que salieran rápido del lugar, todas se
reunirían en cuanto les resultara posible.
—Disculpe, señor —balbuceó Nia, a lo que el celador le
prestó atención—, ¿sería tan amable de acompañarme al
baño?
—Lo siento, no puedes salir hasta que...
Le hizo un gesto con el dedo para que se acercara y así
poder decirle en confidencia lo que le sucedía.
—Verá, es que en momentos de tensión tengo un
problema de contención —susurró avergonzada. El hombre
la miró, aunque no entendió a lo que se refería—. Como no
me acompañes, me cago encima.
Sus amigas la escucharon y les costó un poco el no soltar
la carcajada que pugnaba por salir, solo que si lo hacían el
hombre se daría cuenta de lo que intentaban hacer.
—Está bien —claudicó al ver que la muchacha ponía una
mueca de sufrimiento y cruzaba las piernas—. Vayamos
rápido, no pueden darse cuenta de que hemos salido sin
saberlo Bulldog...
El hombre abrió la puerta sin acabar la frase, si lo hacía
se metería en un lío si la aludida se enteraba de que la
trataban de esa manera casi en su cara y no solo a sus
espaldas.
Nada más que el celador se alejó acompañado de Nia, las
otras tres salieron de manera sigilosa de la sala común y se
dividieron: Joa y Rac se encargarían de convencer a los dos
novatos para que fueran al despacho del psiquiatra después
de llamar a los refuerzos mientras Maru noqueaba a la
hermanastra de Clara y mareaba con palabrería al hombre.
Así no hay manera de irse
El pasillo de la planta de psiquiatría estaba desierto, cosa
que extrañó a Oliver cuando accedió al lugar con varios
policías encabezados por Alejandro. Se asomó al control de
enfermería y le extrañó que no estuviera siquiera Teresa,
esa mujer no permitía que en sus múltiples guardias se
escaqueara el personal de sus lugares, y justo en ese
mostrador siempre debía permanecer alguien.
—Qué raro todo esto —masculló mientras avanzaban por
el pasillo—. Alejandro, ¿y tus hombres?
—Deberían estar aquí a menos que...
Ambos se miraron y supieron al momento que alguna
nueva treta estarían llevando a cabo las mujeres. Oliver los
guió hasta la sala común, donde se escuchaban cuchicheos,
y se quedaron inmóviles en cuanto abrieron la puerta y
atisbaron lo que estaba sucediendo en el interior.
La escena que tenían ante ellos parecía sacada de la peor
película de bajo presupuesto que existiera. En el centro de
la estancia había una camilla donde tenían a la pobre Teresa
atada y amordazada forcejeando. En un lado estaba el
personal sanitario de guardia sentados de manera cómoda
degustando palomitas y con refrescos en las mesas
cercanas, y justo en el lado opuesto, muy cerca de la
camilla, estaban los pacientes guardando fila de manera
tranquila mientras una de las mujeres del grupo, en
concreto la más reservada de todas, impartía instrucciones
entre cuchicheos y risitas malévolas.
—Oye, tú —chistó Oliver al celador que estaba más cerca
de la puerta—, ¿qué está sucediendo aquí?
—La chica esa ha ideado un juego para distraer a los
pacientes mientras le da su merecido a Bulldog Trunchbull
—masculló sin siquiera mirar en dirección al médico, la
imagen que tenían ante ellos jamás volvería a suceder.
—¿Y tú qué haces ahí sentado? —gruñó esta vez
Alejandro.
—La chica de las palomitas nos ha dicho que disfrutemos
del espectáculo —respondió absorto en los movimientos de
los pacientes.
Oliver y Alejandro se miraron con el ceño fruncido. El
comportamiento del personal no era normal, parecía que les
habían suministrado algún fármaco, algo totalmente
imposible a menos que...
—Mierda, ya sé lo que han hecho —musitó el médico—.
Maldita muchacha, se va a enterar cuando le ponga las
manos encima.
Alejandro se sorprendió al ver que Oliver salía corriendo
de manera literal del lugar sin darle oportunidad siquiera de
preguntar a lo que se refería, así que decidió poner orden a
como diera lugar, solo que no le dio tiempo porque comenzó
en ese mismo momento el espectáculo.
—¡¿Estáis listos?! —gritó Josi a los pacientes
congregados, a lo que estos asintieron con vigor—. ¡Pues
que empiecen los juegos de pellizcos!
Al policía no le dio tiempo a reaccionar de manera alguna
ya que vio cómo uno a uno y en orden, se acercaban a la
enfermera, pellizcaban alguna zona de la pobre mujer y se
alejaba para dar paso al siguiente. El personal sanitario
presente comenzó a jalear a los participantes en esa tortura
extraña mientras los agentes esperaban algún tipo de orden
por parte de su jefe. A todos los efectos, Alejandro era el
superior de todos ellos al ser el encargado de la nueva
investigación que se abrió después de su aviso.
—Disculpe, señor —carraspeó uno de ellos—. Creo que
deberíamos parar esta entretenida actividad, ¿no cree? Por
los gemidos de la pobre mujer, muy bien no lo debe estar
pasando.
Alejandro miró a ese hombre y se frotó la cara, iba a
encerrar a la morena que le había pateado las pelotas y la
culpable de que estuviera en ese momento presenciando tal
idiotez, porque no sabía cómo calificar ese espectáculo.
—Claro que sí. —Se volvió hacia sus hombres—. Retened
a la chica del pelo corto, es una de nuestras testigos
principales. Al resto de pacientes intentaremos apartarlos
sin dañarlos. A ver cómo espabilamos al personal.
—Eso déjelo en mi mano —interrumpió la única mujer del
grupo—. Primero que cojan a la testigo, de los pacientes se
van a encargar ellos mismos.
Alejandro asintió y dejó que sus chicos se repartieran por
el lugar para evitar posibles conflictos entre los pacientes en
el momento en el que vieran que se les acababa la extraña
diversión que estaban llevando a cabo entre risas y saltitos.
Él mismo se acercó a Josi y le pidió que lo acompañara,
los escoltaron dos agentes que luego la llevarían a su
habitación, mientras otra se acercaba al personal sanitario y
daba una palmada para llamar la atención de todos.
—¡Vamos, pandilla de fumados, a trabajar! —Al ver que
no se movían del lugar, sacó la porra de su lugar, la
extendió y tiró todo lo que había sobre las mesas de un solo
movimiento—. A la de tres os quiero poniendo orden si no
queréis que esto os sirva a vosotros. ¡Tres!
Alejandro observó asombrado a la vez que avergonzado
la actuación de su subordinada y la reacción inmediata del
personal, parecía que los había sacado de alguna clase de
alucinación porque se pusieron a distribuir a los pacientes
de nuevo en las mesas a pesar de que se les notaba que no
estaban lo bastante lúcidos.
—A ver cómo cojones explico esta actuación en un
informe —masculló sin darse cuenta de que tenía a Josi a su
lado aguantando la risa—. A la mierda mi ascenso.
En cuanto la enfermera fue liberada, se dirigió hacia la
maldita loca que la pilló a traición porque, sin saber cómo,
hizo que sus propios compañeros la cogieran en volandas y
la inmovilizaran para luego sentarse a reírse de ella. Y
nadie, en la edad que tenía, se burló jamás de ella. Uno a
uno les haría pagar por lo sucedido, aunque la primera sería
esa insolente.
—Maldita loca —insultó a Josi cuando estaba a pocos
pasos—, esto no va a quedar así. Espero que este amable
agente te encierre y tire la llave, porque la demanda que
pienso presentar contra ti va a ser de las que salen en la
prensa.
—Uy, qué miedo me da —se burló la aludida.
—¿Y qué piensa decir? Señor juez, una simple demente
ha sido capaz de convencer a un total de treinta personas
para que me aten, amordacen y vejen de la peor manera
posible —intervino con burla Maru, a quien no vieron llegar
—. No la van a creer porque el personal no ha visto nada, y
los demás testigos están incapacitados para testificación
alguna. ¿Ve? No tiene nada contra mi cliente, enfermerilla
de los cojones.
—El personal ha sido testigo de todo lo que ha hecho esta
loca —gruñó Teresa—. ¡Agente, espósela!
Alejandro alzó una ceja ante la orden de la irrespetuosa
señora que tenía delante y con un gesto hizo que sus
compañeros sacaran a las dos testigos de esa sala.
—Una cosa, señora —dijo en cuanto llevaron a cabo su
petición de manera silenciosa—, no quiero que nadie, y
repito que nadie es nadie, salga de este lugar hasta que
diga lo contrario, ¿entendido?
—Eso no va a poder ser porque...
—Creo que he hablado de manera clara —la interrumpió
—. Va a tener apostados un par de mis mejores agentes en
la puerta para evitar que alguien se salte mi orden.
Salió dejando a la mujer boquiabierta y al personal
mirándola divertidos ya que en esos dos días le llevaron la
contraria a Bulldog Trunchbull más veces que en los
cuarenta años que llevaría trabajando en el lugar, cosa que
les complacía a todos y cada uno de ellos.
—Elena, Rubén —llamó Alejandro—, no os mováis de aquí
hasta que lleguen los compañeros de la brigada.
—Lo que ordene —contestaron ambos a la vez.
Alejandro siguió el pasillo hacia el despacho del
psiquiatra, donde le señaló Oliver que estaba cuando
llegaron, y se preparó para cualquier cosa desde el mismo
momento en el que apreció movimiento sospechoso por
parte de su dolor de huevos particular y la amiguita. Llegó
hasta ellas de manera sigilosa y se paró a poca distancia a
escuchar lo que decían.
—Rac, deberíamos comprobar que la hermanastra de
Clara sigue inconsciente —pidió Joa—. Sabemos que Maru
es una bestia parda cuando le sale la vena de pueblerina,
pero no ha dicho nada del loquero.
—Nos ha dicho que esperemos a la llamada de la chica,
así que lo hacemos y punto —bufó exasperada la
muchacha.
—¿Y si el hombre le ha hecho algo? —insistió de nuevo—.
Mira que no nos ha dicho de qué manera lo han acojonado,
yo voy a entrar.
Rac cogió del brazo a su amiga en cuanto adelantó un
pie, por nada del mundo dejaría a la cotilla mayor del reino
inmiscuirse en la pequeña venganza de Clara, porque ella sí
que sabía lo que sucedía en el interior de la consulta. La
otra no porque pocas veces prestaba atención a lo que los
demás tuvieran que decir.
Alejandro esperó con paciencia observando con diversión
a esas dos mientras enviaba un mensaje a los novatos, les
ordenó que de inmediato se presentaran ante él. Muchas
explicaciones le debían ya por estar a saber dónde cuando
les dio unas órdenes expresas.
—¡Chicas, ya! —La voz amortiguada de otra muchacha le
llegó de manera clara a Alejandro.
Rac y Joa se adentraron en el despacho sin siquiera mirar
si alguien llegaba al lugar, cosa que le pareció a Alejandro
de lo más sospechoso. Le daba una idea de lo inconscientes
y confiadas que eran, solo que todavía había algo que le
decía que los estaban engañando a todos, no solo al
personal del centro médico.
Con sigilo abrió la puerta y casi suelta una carcajada al
ver la escena que tenía ante él y al escuchar los exabruptos
del psiquiatra y las muecas de asco de las mujeres.
—¿En serio tenías que hacer eso? —cuestionó Rac a una
sonriente Clara—. Estás para que te encierren de verdad.
—Cuchi qué pollas —soltó entre risas Joa—, lo del
micropene no es un mito sino una realidad ja, ja, ja.
—En lo que se fija la otra —masculló Rac mientras miraba
a su alrededor buscando algo para tapar las mini
vergüenzas del hombre—. La factura de la terapia os la paso
a todas, y voy a ir al más caro de todo Zarag...
Se quedó en silencio en cuanto dentro de su campo de
visión entró el policía que tenía ocupada su mente
calenturienta, y encima con la cara de pillo que tenía puesta
en su cara tan solo unas horas antes, cuando le hacía
correrse de placer entre sus brazos.
—Acompañen a estos agentes, señoritas —ordenó con
voz ronca sin quitarle ojo a esa morena de curvas de infarto
—. Deben volver a la habitación hasta que vaya a buscarlas.
Hizo un gesto a dos policías que llegaron en ese
momento y las tres chicas salieron sin abrir la boca, cosa
que extrañó a Alejandro y a lo que no prestó atención
porque escuchó un gemido que procedía de la izquierda del
despacho. Se acercó hasta el lugar solo para descubrir a
una celadora atada con vendas y amordazada con...
—Joder, qué asco —gruñó al darse cuenta de lo que le
habían metido en la boca—. Debe odiarte mucho la chica
para meterte los calzoncillos sucios del doctor en la boca.
Fue acabar la frase y retorcerse la mujer de cualquier
manera a la vez que sacudía la cabeza cual poseída para
intentar deshacerse de ese trozo de tela, solo que el policía
omitió el pequeño detalle del esparadrapo con el que lo
habían sujetado para que no pudiera escupirlo. Alejandro
salió al pasillo y llamó a algún compañero que estuviera por
allí para que se quedara en la puerta porque ese era uno de
los lugares que debían registrar en cuanto hicieran subir al
secretario del juzgado, el cual estaba en la planta baja
esperando a que ellos aseguraran el lugar. Se metió en el
ascensor para informar de que ya estaba resuelto ese
asunto, ya daría las excusas pertinentes si es que se le
ocurría alguna para lo que se iban a encontrar. Por nada del
mundo sacaría a los sospechosos de donde estaban por
mucho que su mente le gritara que al menos deberían
conservar parte de su dignidad.
—Y encima me tocará dar explicaciones de todo esto —
gruñó mientras se dirigía al ascensor—. Más me vale ir
pidiendo el traslado al pueblo de mi abuelo si quiero llegar a
comisario.
Al subir de nuevo, esta vez con los funcionarios enviados
desde el juzgado de guardia, se encontró con Oliver, quien
de manera amable los guió por la planta. Reinaba un orden
que unos minutos atrás no existía, y Alejandro obtuvo su
respuesta en cuanto se dio cuenta de que la mayoría del
personal sanitario no era el que dejó. Al menos se iba a
ahorrar el numerito de los que estaban con los pacientes en
la sala común.
El trabajo del secretario del juzgado comenzó en el
mostrador de las enfermeras de planta, no iban a dejar un
solo rincón por registrar.
De que nos vamos, nos vamos
Maripuri mandó un nuevo mensaje al teléfono de sus
niñas, las cuales no le contestaban y ya estaba de los
nervios. Un par de horas antes asistió a la llegada de varios
coches patrullas y otros vehículos oficiales y todavía no
había salido nadie, al contrario, la puerta principal del
hospital se llenó de prensa y las principales televisiones
nacionales seguían allí, a la caza de una filtración por parte
del chivatillo del hospital.
—La que habréis liado, macarrillas —susurró para sí
misma mientras volvía a comprobar que no tenía
notificación alguna.
Mientras tanto, en el interior del hospital el caos reinante
tenía alborotado a todo el personal. En la planta de
psiquiatría se presentaron todos los miembros encargados
de la gerencia. Jamás, en todos los años de funcionamiento
del hospital, se vio un despliegue semejante.
Alejandro se movía al unísono con los agentes judiciales,
los cuales mostraron su curiosidad al encontrarse el cuadro
del médico en pelota picada, y aun así no se molestaron en
buscar una simple toalla para taparlo. Lo primero era
recopilar pruebas, y justo ese despacho estaba plagado de
ellas.
—Enhorabuena, Alejandro —felicitó su superior, que iba
entrando por la puerta en ese momento—. Están
comentando los chicos que has tenido muy buen olfato al
hacer caso de tus soplones.
—Ha sido simple casualidad que me lo hayan dicho a mí
—respondió con humildad.
—Vamos, Reina, no vayas de inocente —gruñó el
comisario—. Ambos sabemos que estás haciendo méritos
para que cuando te enchufen papaíto y el tito en un buen
puesto, no podamos protestar.
—Eso es men...
—Inspector Reina, necesitamos que venga un momento.
La respuesta se vio interrumpida por la llamada de uno
de los novatos, al fin se dignaron a aparecer. Solo esperaba
que tuvieran una buena explicación para llevar al menos
dos horas ausentes.
—¿Qué sucede, Roberto? —cuestionó, aunque pensaba ir
donde fuera.
—Necesito que me acompañe a solucionar un pequeño
problema. —A la vez que le decía eso, señalaba de manera
repetida hacia el fondo del pasillo por el que lo vio llegar—.
No le llevará demasiado tiempo.
—Está bien —masculló—. Si me disculpa.
No esperó a que su superior le diera permiso y siguió a su
subordinado, al cual le entró la prisa porque daba largas
zancadas, algo que hasta el momento no tuvo oportunidad
de contemplar, lo que le dio idea de que no exageraba en lo
que estuviera sucediendo.
—Señor, entre —señaló Roberto hacia una puerta—,
están ahí con Javier.
Alejandro abrió la puerta y la escena que se presentó
ante sus ojos hizo que tuviera que aguantar la risa y
camuflarla con una pequeña tos nerviosa, era increíble la de
dolores de cabeza que iban a proporcionarles las mujeres
mientras estuvieran en ese hospital.
—¿Qué está pasando aquí? —cuestionó con voz de
mando.
Javier dio un respingo en el lugar, aunque no se separó
del celador al cual tenía sujeto. O eso pensó Alejandro hasta
que lo sacaron de su error al ver que no estaba esposado de
manera protocolaria sino que estaba maniatado con vendas.
—Roberto, busca algo con lo que tapar a ese hombre —
pidió lo más serio que pudo—. ¿Alguien me va a explicar
qué es lo que sucede?
Javier fue a abrir la boca cuando la muchacha que se
escondía tras él le propinó un pequeño empujón que lo
lanzó contra el desnudo celador, el cual gruñó ante el
contacto, y llegó hasta Alejandro haciendo pucheros.
—Verá, capitán —comenzó Nia, la cual levantó una mano
al ver que el policía tenía intención de interrumpirla—, le
pedí a este amable señor, o al menos pensaba que lo era,
que necesitaba ir al baño. En este lugar no tenemos
libertad, la enfermera vieja y loca no nos deja movernos, así
que tuve que insistir demasiado.
Alejandro asintió con un gesto y la invitó a que siguiera
hablando.
»Pues me guió hasta el que hay en la zona de descanso
del personal. —Alejandro se extrañó porque estaban en una
zona alejada—. Como iba con tanta urgencia, ni siquiera
miré por dónde íbamos y si había alguien más en el lugar.
Hice mis necesidades, al ser aguas mayores me lo tomé con
calma, hasta que ese monstruo se puso a aporrear la puerta
diciendo cosas extrañas.
Un sollozo por parte de la chica hizo que el celador
gruñera, aunque no entendieron lo que decía. Todo era fruto
de lo que tenía en la boca y que no iban a quitarle hasta
haber escuchado a la muchacha.
—Tranquila, tómate el tiempo que necesites —pidió con
delicadeza Alejandro—. Javier, ve en busca de Elena y ocupa
su lugar, está en la sala común de los pacientes, que venga
de inmediato. Espero que cumplas la orden que les he dado
a ellos y esta vez no salga nadie del lugar.
—Enseguida, señor.
Javier salió casi corriendo, hecho que le extrañó a
Alejandro hasta que escuchó la carcajada de su subordinado
en el pasillo. En solo unos minutos tenía a su diligente prima
haciéndose cargo de la muchacha, la cual seguía llorando
sin lágrimas.
Elena se encargó de tranquilizar a la mujer y le prestó
consuelo, se encargó de interrogarla y Alejandro se quedó
en un segundo plano atento a cada una de las palabras de
la muchacha. Le resultaba todo demasiado extraño a
niveles de pensar que estaban inmersos en algún tipo de
broma de esas de cámara oculta. Dejó que la chica acabara
su relato para preguntarle las dudas que planeaban en su
mente.
—Y cuando llegó el policía más joven, me ayudó a
terminar de atarlo —acabó de contar Nia a la amable policía
que le prestaba atención.
—Prim..., jefe, ¿tiene alguna pregunta antes de que
proceda a la detención de ese degenerado? —preguntó
Elena con rabia.
—Una cosa más, Nia, así te llamas, ¿verdad? —preguntó
Alejandro, y obtuvo un gesto de asentimiento de la chica—.
Si estabais en la zona del personal, ¿cómo es que habéis
acabado en el cuarto de servicio?
La chica achicó los ojos mirando al celador, el cual tenía
un folio puesto en sus partes púdicas ya que el novato no se
esforzó demasiado en buscar en las estanterías del lugar, y
puso una mueca extraña que intentó hacer pasar por un
puchero.
—Me trajo a este lugar cuando lo rechacé —habló de
repente—. Pensé que me llevaba a la sala donde estaban las
demás, pero al ver a los policías me dijo que mejor me
dejaba en la habitación porque eran las órdenes que tenían
para estos casos. ¿Usted no se fiaría de alguien que conoce
este lugar y sabe los protocolos que se siguen? Se ha
aprovechado de mi inocencia.
Rompió a llorar con más sentimiento, cosa que hizo que
Elena la abrazara y mirara con rencor a su primo por
hacerle eso a la chica. Alejandro resopló porque algo en el
relato de la mujer que no acababa de cuadrarle, solo que la
sonrisita del celador al darse cuenta de que el policía no
terminaba de creerla lo sacó de su error. Se acababa de
delatar él solo.
—Elena, lleva a la chica a su habitación y no te muevas
de la puerta —ordenó mientras iba a la salida—. Javier, trae
un par de hombres y que se lleven al detenido. Leedle los
derechos.
—Ahora mismo, señor —contestó el novato—. Una cosa
más, el comisario viene hacia aquí.
Alejandro resopló porque el que ese hombre siguiera en
el lugar solo significaba una cosa: iba a tratar de entorpecer
su investigación. No le quedaba más remedio que distraerlo
mientras pedía ayuda a sus parientes, de algo le tenía que
servir el supuesto enchufe que le intentaban adjudicar
desde que entró en el cuerpo. Pues en ese momento tiraría
de influencias.
Nia volvió a la habitación acompañada de la pardilla de la
agente, se le notaba a leguas que era novata. Y a pesar de
haber pasado un poco de angustia cuando engañó al
celador para entrar a buscar algo que ponerse y luego el
tener que inmovilizarlo con lo aprendido en las clases de
defensa personal a las que su madre la obligaba a ir, su
mente privilegiada logró crear una historia lo bastante
creíble que se tragaron ambos. Más adelante lo tendría que
plasmar en algún manuscrito y lo mismo si alguien se
atrevería a publicarlo, quizás ella misma.
—Nos tenías preocupada, ¿dónde estabas? —cuestionó
Josi en cuanto dejaron todas de abrazarla y la agente salió
de la habitación—. Y esa qué hace ahí en la puerta.
Nia les explicó un poco por encima lo sucedido, que el
celador le dio prisa para volver a la sala común y que tuvo
que tirar las bragas a la taza diciendo que estaban
manchadas y enseñarle el trasero para que se apiadara de
ella y así pasaran por la habitación de suministros para ver
si encontraban algo que pudiera ponerse, que encontró un
objeto lo bastante duro para golpearlo y dejarlo atontado el
tiempo suficiente para desnudarlo y empezar a maniatarlo.
—Lo peor vino cuando escuché pasos en el exterior, no
me quedó otro remedio que...
Ninguna entendió lo que dijo porque bajó tanto la voz que
ni con el mejor audífono del mercado la habrían escuchado.
—¿Qué has hecho, alma de cántaro? —cuestionó Maru,
quien se lo imaginaba.
Volvió a balbucear algo a la vez que se ponía roja, aun así
no la entendieron.
—No te entiendo, nena —señaló Joa—. ¿Qué ha pasado al
final?
—¿Vais a hacer a la pobre que lo repita? —intervino Rac
—. Ante situaciones desesperadas, pajillas para levantar el
ánimo y que lo pillen empalmado y lo acusen de
degenerado, ¿a que sí?
Nia asintió y se tiró en la cama más próxima para taparse
la cabeza con la almohada. Si se seguían riendo así de ella,
ardería por combustión espontánea en cualquier momento.
—Se acabó —cortó Maru el momento de hilaridad—. De
que nos vamos, nos vamos, pero ya. Esta noche nos
piramos de aquí de la manera que sea necesaria porque ya
está la mojigata muy pervertida, y eso no lo puedo permitir.
Ante la seriedad con la que les hablaba, no les quedó otro
remedio que estallar en una nueva carcajada. Elena, quien
desde la puerta entornada lo escuchó todo, tomó nota para
contarle a su primo lo que logró averiguar de boca de las
chicas, aunque lo mismo no le contaba nada sobre el
degenerado, era uno de los señalados en la investigación y
de todas maneras iba a estar detenido, qué más daba un
cargo más o menos.
Llevamos a la abuela a incinerar,
¿algún problema?
Tuvieron que permanecer varias horas en la habitación
encerradas, sin saber lo que sucedía fuera o qué pasaría
con Clara, hasta que el personal del siguiente turno
distribuyó las diferentes bandejas con la cena por las
habitaciones. No era la hora de siempre, pero ese día nada
entraba dentro de la rutina de cualquier centro hospitalario.
Los sonidos de las tripas de las chicas casi se podían
escuchar en toda la planta, y es que apenas si pudieron
probar bocado a lo largo de la jornada. Después de la
intensa charla y de intercambiar mensajes con su amiga, la
cual estaba desesperada y esperando en el aparcamiento a
que salieran, decidieron las diferentes maneras de escapar
burlando al personal.
—Sabéis que eso es una locura, ¿verdad? —planteó Maru
al acabar de escuchar los desvaríos de las otras cuatro—.
Seguimos sumando delitos a estos días que llevamos aquí.
—Para eso te tenemos a ti —cortó Josi—. Eres nuestra
Pepito Grillo y encima el azote del juzgado, ¿qué más
queremos?
Todas, menos Maru, se rieron. Desde luego las opciones
que plantearon cada una de ellas implicaban el sustraer
algo, o como lo llamó Nia, tomar prestado de manera
momentánea ya que lo dejarían tirado en la zona exterior, ni
siquiera lo iban a sacar del recinto hospitalario.
—Con lo fácil que es salir por la puerta sin líos extraños —
masculló Rac.
—Muy bien, lista —bufó Joa—. Tanto que sabes, dinos la
manera de distraer a los guardias que tenemos en la puerta,
en la planta y capaz que en todo el hospital. Te recuerdo
que estamos rodeadas de policías por culpa de la bocaza de
Nia.
—Creo que va siendo hora de decir quién nos ha metido
en este lío por no tirar de ahorros —medio gritó Nia en
respuesta—. No vas a ser la más rica del cementerio, idiota.
—Y tú tonta por hacer caso a tu Trilli en que el plan genial
de Maripuri iba a salir bien —replicó con tono de burla—. Lo
que no entiendo es lo que hacen aquí Rac y Maru.
—Cubriros las espaldas por lo que se ve —gruñó Maru—.
Vamos a pensar otras opciones que impliquen salir por la
puerta sin meternos en más problemas.
Todas pusieron cara de concentración, solo que en
realidad pensaban en lo primero que harían al salir de esa
locura, aunque alguna en lo que tenía que hacer antes de
irse. La cuestión era buscar el momento.
Se vieron interrumpidas por la pequeña voz de Clara,
quien hasta el momento se limitó a escuchar las locas ideas
de esas chicas. Las ayudaría ya que la iban a librar de su
cruel destino.
—Hay una manera un poco más macabra, pero salís por
la puerta —susurró—. Y de los policías no os preocupéis,
puedo entretenerlos. Se supone que tengo que prestar
declaración y no debe faltar demasiado para que acaben lo
que sea que estén haciendo.
Todas la miraron asombradas. Al final la chiquilla iba a ser
la más cabal de todas a pesar de pasar por muy poco la
veintena. La instaron a seguir, y la pobre enrojeció al
saberse el centro de atención. Aun así les contó la manera
que su mente visualizó mientras ellas discutían, y todas
reconocieron su ingenio. Se notaba que no era una niña de
papá como le gritó la celadora delante de Maru, esa
muchacha era demasiado inteligente y con una dicción
exquisita.
—Ahora queda decidir quién se mete en la funda —
informó Rac entre risitas—. Yo no puedo, tengo que distraer
al poli.
—Yo me encargo del enfermero y Nia debería tirar de
enchufe con el médico que babea por ella —respondió Joa.
—Ni hablar, Nia y yo tiramos de la camilla, que nos
llevamos mejor con el personal —rebatió Maru—. Nosotras
hablaremos con el enfermero de lo que sea necesario, pero
con uno de los celadores nos apañamos, que son los que
nos pueden dar cobertura.
Joa enrojeció de rabia y aguantó las palabras que
pugnaban por salir, solo ella debía hablar con Marcos
porque tenía que despedirse de él, y nadie se lo iba a
impedir.
—Eso de que os lleváis mejor... —intervino Josi jocosa—.
Os recuerdo que a un celador lo han pillado en pelotas por
obra de mi Trilli.
Todas asintieron y comenzó una nueva batalla dialéctica
entre todas hasta que el teléfono que guardaban sonó de
manera insistente.
—Y ahí tenemos a Maripuri y sus prisas —masculló Rac
con diversión—. Dile que coja postura en la furgoneta, le
queda una larga noche.
Nia fue la que respondió la llamada en ese momento, se
fue al baño, se encerró y le comentó a su amiga del alma
todo lo que tenían planeado. Ella se ofreció a entrar con
alguna excusa, hasta que le señaló algo que veía en ese
momento: la zona por la que querían salir estaba aislada
por completo y ni siquiera salían a fumar por ahí. Antes de
cortar la llamada le avisó de que si en dos horas no estaban
fuera, sería ella misma la que entrara a buscarlas.
—¿Qué dice ahora Mariabullas? —preguntó Josi usando el
mote que muy pocas veces utilizaban para su amiga,
porque siempre tenía prisas para todo.
—Que nos da dos horas si no queremos que entre ella a
buscarnos —respondió Nia con una sonrisa en la cara—. O
espabilamos, o esta es capaz de entrar con medio ejército
escoltándola.
—Lo hace, vaya si lo hace —se rió Rac—. Venga, ¿a quién
le toca hacer de muerta?
Se miraron unas a otras hasta que Josi se levantó de la
cama, ya que estuvo todo el tiempo tumbada, y se señaló a
sí misma.
—Y ni se os ocurra ir contando esto a las chicas del chat
Bipocabras, que nos conocemos —avisó con un gruñido.
Todas rieron, aunque no prometieron no hacerlo. Lo que
iban a reírse a costa de la aventura que estaban viviendo.
—Rac, ve a entretener al policía —ordenó Maru—. Joa,
busca a tu amiguito y que te proporcione una camilla y la
bolsa para meter a Josi, es cierto que con los celadores no
deberíamos contar. Nia y Clara irán a buscar algo que nos
sirva a nosotras para poder salir, esperemos que haya
alguien de guardia que no nos conozca todavía.
Las primeras salieron de inmediato del lugar, con
demasiada prisa, mientras las demás esperaban a que Rac
les hiciera la señal al pasar por la puerta para que pudieran
moverse con tranquilidad. La prioridad de ellas en ese
momento era salir lo antes posible del hospital ya que su
amiga entraría como un elefante en una cacharrería, y
bastante habían llamado la atención.
—¿Crees que nos buscarán? —preguntó Josi a Maru a los
pocos minutos de quedarse a solas.
—Estoy segura de que nos pondrán en busca y captura —
contestó con convencimiento—. Hemos tenido a la policía
pegada a la puerta todo el tiempo, lo raro es que la agente
haya dejado salir a las chicas sin preguntar siquiera. Ya
sabes lo que significa eso.
—Me lo temía —masculló Josi mientras tecleaba algo en
el teléfono—. Menos mal que tenía un plan B con respecto al
destino.
Se miraron y sonrieron cómplices. Era tal la conexión de
esas amigas que no necesitaban palabras para
comunicarse.
Mientras tanto, Clara y Nia se vieron metidas de lleno en
el intento de fuga de la enfermera loca, así que
contribuyeron a su captura del modo que vieron correcto.
Las risas de las chicas la escuchó todo el que se asomara a
las escaleras de servicio en cualquier planta gracias al eco.
Se apresuraron a llevar a cabo su cometido, y para ello
Clara las llevó hasta las taquillas del personal y abrió la que
sabía que era la de su hermanastra. Si la conocía lo
suficiente, allí encontrarían de todo por muy pequeño que
fuera el espacio, y así fue. Regresaron de manera inmediata
a la habitación, y Nia y Maru procedieron a vestirse.
—Menos mal que es holgado el vestido este —masculló
Nia—. Recordadme que me ponga a dieta cuando llegue a
mi casa.
—No vas a tu casa —respondió Josi—. Nos íbamos a hacer
un tour por España las próximas dos semanas para que
cuajaran los mini nosotras, esas fueron tus palabras.
Ambas amigas se midieron con la mirada porque Nia no
estaba de acuerdo en seguir con lo planeado ya que nada
salió bien hasta el momento, se le pasaron las ganas de
seguir disfrutando de las vacaciones.
—Yo creo que...
—No crees nada —la cortó Josi—. De vosotras fue la
maravillosa idea de venirse aquí a cometer esta locura
porque no nos conocen, pues ahora acabas como se dijo y
no se hable más.
No les dio tiempo a seguir discutiendo porque entró Rac
diciendo que tenían vía libre, los policías seguían demasiado
ocupados para andar vigilandolas y la agente que estaba en
la puerta se indispuso de repente.
—Dime que no has usado...
—Pues claro —cortó la pregunta de Maru—. Y no me
vengas ahora con el rollo de que es un atentado contra la
autoridad porque le he ofrecido de manera amable un
botellín de agua que ella misma ha abierto, así que no ha
habido acto de mala fe por mi parte. Que manden una
inspección de sanidad al lugar de donde proceden. Eso de
que nos haya dejado salir sin preguntar siquiera ha sido su
sentencia.
—Vale, tú verás —masculló Maru para que se callara—.
Solo falta Joa, a ver dónde se ha metido con la camilla.
—La estará fabricando a polvos —susurró Rac para sí,
aunque Nia se enteró.
—¿Qué has querido decir? —Se calló de repente al recibir
un codazo de manera poco disimulada.
—No creo que tarde —informó—. Le ha costado un poco
en escabullirse porque teníamos a dos agentes detrás por
orden de la que estaba en la puerta, menos mal que
después de la tercera vuelta por la planta alguien ha tirado
a la vieja por las escaleras y han salido corriendo a ver en lo
que podían ayudar.
Un coro de risitas procedente de Nia y Clara alertaron a
Rac de que ellas estaban implicadas, solo que no le dio
tiempo a preguntar porque irrumpió Joa con la camilla y el
enfermero sin siquiera llamar a la puerta.
—¿Qué coño hace este aquí? —protestó Josi, la cual se
puso en pie.
—Este, como le llamas, va a ser quien nos saque de este
maldito lugar —replicó Joa con carácter—. Y ahora te metes
ahí dentro calladita, ponte a dormir, que es lo que has
sabido hacer desde que llegamos.
Ese reproche, aparecido de la nada y de repente, dejó el
ambiente cargado de tensión hasta que Clara les dijo que
disponían de poco tiempo. Josi se metió dentro de la funda
que estaba sobre la camilla y se tumbó, Joa y Rac tendrían
que salir por una salida de incendios poco usada y que
Marcos les indicó cómo llegar. Lo interesante sucedió
cuando él le dijo a Joa que conocía el camino
perfectamente, algo que hizo que Nia y Mara la observaran
y se dieran cuenta de su sonrojo y sonrisa tonta.
—En marcha —gruñó Josi desde la bolsa—, que voy a
llegar tiesa de verdad a la salida como sigáis perdiendo el
tiempo. Joder, qué mal huele esto. Ya podíais haber usado
una bolsa nueva, o al menos que estuviera limpia.
Marcos dio un empujón con brusquedad a la camilla que
hizo que volviera a gruñir algo que no entendieron ninguna
de ellas. Nia le dio un último abrazo a Clara y le deseó
suerte, lo mismo que hicieron el resto antes de seguir sus
caminos: Rac y Joa por el ala en obras; Maru y Nia junto a la
camilla con las cabezas gachas lloriqueando.
Llegar a la zona de la morgue no les resultó difícil, hasta
que se encontraron con el celador de la primera noche, el
del gatillazo. Menos mal que no iba Joa con ellas.
—Vaya, vaya, lo que me quedaba por ver —soltó jocoso
—: el enfermero estrella rebajado a simple celador.
—Un respeto, hombre, no hago esto por simple gusto —
avisó Marcos—. Y no estaría ejerciendo esta labor si tú
ocuparas tu lugar en vez de estar aquí haciendo a saber
qué.
—No creo que sean pajillas, el putero tiene gatillazos —se
escuchó un susurro en el lugar.
Pepe miró a su alrededor hasta que clavó la vista en la
bolsa para cadáveres que iba sobre la camilla y sacudió la
cabeza para deshacerse de lo que le pareció escuchar. No
era posible, la media botella de vino cenando le estaba
haciendo efecto.
—¿Podemos irnos? —susurró una llorosa Nia—. Nos están
esperando.
—Sí, por favor —suplicó Maru—. Tenemos que llevar a la
abuela a incinerar, ¿hay algún problema?
—No se preocupe, señorita —intervino Marcos—. Aquí mi
amigo ya se iba a trabajar, lo andan buscando seguro.
Pepe miró a Marcos con inquina y luego trató de fijarse en
los rostros de las dos mujeres que lo acompañaban ya que
le resultaban familiares. Lo malo es que ellas se abrazaron
agachando más las cabezas y tapadas por el enfermero, así
que resopló y decidió regresar a urgencias no fuera a ser
que el enchufado le dijera a sus familiares que andaba
escaqueado en horas de trabajo. No era el momento para
hacer enfadar a los gerentes un poco más de lo que lo
estaban.
En cuanto Pepe se fue, siguieron el camino a la salida con
rapidez. No se había acabado de cerrar la puerta del
exterior cuando pudieron atisbar la furgoneta que alquilaron
nada más pisar suelo madrileño, y allí, apoyada en la puerta
con cara de enfado, estaba la amiga de todas. Nia y Maru
corrieron hacia ella con alegría, olvidándose de que Josi
seguía dentro de la bolsa, y abrazaron a su amiga con
fuerza.
—Lázaro, levántate y anda —pronunció Marcos con
recochineo mientras abría la bolsa.
—No te calzo una hostia porque tengo prisa —gruñó Josi
en cuanto se vio fuera—. Te la guardo por si algún día nos
volvemos a ver, que estoy segura de que pasará por lo que
he escuchado.
Y con las carcajadas de Marcos como despedida, se alejó
del lugar donde sus temores se hicieron realidad. Era
tiempo de lamer sus heridas mientras pensaba en el camino
a seguir en adelante, para empezar irse todas a su casa de
descanso y de la cual casi todos sus allegados desconocían
de su existencia. Que se jodieran las niñas si no les gustaba
el cambio de plan.
Qué calladito te lo tenías, traidora
Josi se subió la primera en el vehículo, casi sin saludar a
Maripuri, cosa que le extrañó a esta y entró tras ella.
—¿Qué sucede? —preguntó a bocajarro.
—¿Está todo preparado? —contestó con otra pregunta—.
Di que sí, necesito respirar antes de acabar de volverme
loca.
Maripuri asintió como respuesta y la dejó tranquila, sabía
que si la presionaba se cerraría como una ostra y no
contaría a ninguna qué era lo que la tenía tan agobiada.
Salió en busca de las demás, vio que Joa y Rac se acercaban
corriendo por un lateral del edificio.
—Cabronas, un poco más y nos dan las uvas aquí —
regañó Maru—. Menos mal que hemos dicho que deprisa.
—La torpe esta, que se ha perdido —acusó Rac a Joa—.
Eso sí, la habitación de la depravación y la lujuria la ha
encontrado a la primera.
Todas miraron cómo Joa enrojecía a la vez que se dirigía a
la furgoneta sin decir nada, ni siquiera saludó a su amiga, la
cual observaba sorprendida a todas las presentes. Menos
mal que les esperaba un viaje de al menos seis horas para
que la pusieran al día sobre lo sucedido en esos dos días.
—¿Estamos ya todas? —habló Maripuri en cuanto se puso
el cinturón, recibiendo gruñidos como respuestas—. Pues
vamos allá.
Arrancó y salió derrapando del lugar, acto que atrajo la
atención de la patrulla de agentes que estaban en la
entrada, aunque como estaban tan ocupados con las
detenciones de más personal del lugar y los nuevos
registros surgidos a raíz del primero, no prestaron
demasiada atención a la matrícula, algo de lo que se
arrepentirían horas después.
—No pensaréis que vamos a hacer el trayecto en silencio
—habló Maripuri después de resoplar—. Y no vayáis a
decirme que ponga música, tenéis mucho que explicarme.
—Que te lo cuentes estas —respondió Josi—, yo voy a
echarme una cabezadita, tengo sueño.
—Lo tuyo no es normal, te has pasado los dos días tirada
como una colilla —protestó Joa—. Solo has comido y
dormido, nada más.
—He vigilado el lugar donde se supone que debíamos
estar —gruñó entre bostezos—. Esa tarea era la de mayor
responsabilidad.
—Trilli, tú no estás bien —intervino Nia—. No es normal lo
que te pasa y encima no nos has contado qué tal te ha ido
con la ginecóloga.
—No me hables de esa carnicera —respondió sentándose
derecha en el asiento—. La pedazo de bruta me ha metido
por ahí mismo un pedazo de aparato del demonio que ni la
porra del poli de Rac.
—¿Y tú cómo sabes el tamaño de...?
Rac se calló de inmediato al darse cuenta de que Josi no
hablaba con doble intención, solo que lo hizo demasiado
tarde. Sus amigas eran demasiado rápidas para según qué
cosas, y justo les dio material para que cantara cual
soprano.
—Por lo que veo, habéis estado muy entretenidas —dejó
caer Maripuri en tono suave—. Y no os he visto salir con
neverita alguna, ¿eso significa que lo habéis pensado
mejor?
Todas se callaron porque no se atrevían a contarle que
justo en ese hospital no existía banco de semen, perdieron
el tiempo de manera tonta. Pasó al menos una hora hasta
que una de ellas se decidió a hablar, y lo hizo por acallar un
poco los ronquidos de Josi, la cual cayó en un profundo
sueño en cuanto vio que salían de Madrid de camino a su
nuevo destino.
—Maripuri, he ligado —susurró Nia soñadora—. Oliver, el
doctor que nos mandó a planta, es tan guapo y educado.
—Es un salido como el resto del personal de ese hospital
—la interrumpió Maru—. Solo tienes que ver lo que nos
enteramos nada más llegar.
—Es verdad, el bocachanclas del celador va y le cuenta al
amigo que se va de putas —contó Joa entre risas—. Y el muy
lerdo sufre gatillazos, ja, ja, ja.
—A ver, no sabemos si ha sido algo puntual —trató de
suavizar Maru—. Lo que queda claro es que hay una pandilla
de salidos en ese lugar que no es ni medio normal, solo hay
que mirarte a ti para saber que has mojado churro.
—No he sido yo la única —masculló, aunque se vio
interrumpida por un codazo de Rac.
Maripuri miró por el espejo retrovisor hacia Joa y lo que
vio la dejó sin palabras: su Chochetilla estaba roja como un
tomate y con la boca abierta por saberse descubierta. Rac
rompió en carcajadas y confesó que la había pillado de
vuelta la primera noche, la de su triunfo, y que le confesó
en el baño todo lo que le había hecho sentir el tal Marcos.
Después del rato de risas a costa de Joa y la parada para
tomar un café, siguieron el trayecto, hasta que Rac se dio
cuenta de algo.
—Maripuri, te has equivocado de camino —le informó—.
Por aquí no vamos al pueblo de la amiga de Nia.
—Es que no vamos allí —contestó con tranquilidad—. En
vista de la que habéis liado, nos vamos a otro lugar.
—No puede ser, María nos está esperando —protestó Nia
—. Y encima no tengo batería para avisar de dónde vamos a
estar.
—Cuando lleguemos a Vila do Conde, la llamas —ordenó
Maripuri—. Hasta entonces, contadme qué más cosas han
sucedido, que demasiada policía he visto a lo largo de las
horas.
Se miraron entre todas y decidieron resumir un poco lo
sucedido. Las carcajadas se escucharon por toda la solitaria
autovía, ni siquiera encontraron policía en la zona de paso
entre España y Portugal, algo normal aunque a veces
pusieran controles.
El viaje no les resultó tan tedioso como pensó Maripuri en
un principio que podría ser, aunque no iba a dejar pasar
algo que unas horas antes masculló Joa.
—Bueno, Rac, ¿y tú qué tienes que contarnos? —
cuestionó mientras miraba el mapa de ruta en un descanso
que hizo—. Al parecer, Joa no ha sido la única en hacer
cosas de mayores.
Supo que la granadina llevaba razón cuando se le
pusieron las mejillas tan rojas como las de Heidi, así que se
limitó a esperar la respuesta de su amiga. Entre ellas no
existían secretos, o al menos eso pensaba.
—A ver, no es como Joa cree —comenzó titubeando—. Es
cierto que cuando ella volvía de estar con Marcos, yo
regresaba de ver a Alejandro, pero no tuve nada con él, al
menos no esa noche.
Un silencio que resultó hasta molesto, solo interrumpido
por los ronquidos de Josi, se hizo en el interior del vehículo
hasta que Rac carraspeó antes de seguir.
»Joder, como me sentía culpable por la patada en los
huevos que se llevó el pobre hombre sin querer, decidí ir a
pedirle disculpas —contó mientras la rabia volvía a crecer
en ella—. Mi idea cambió nada más le vi la cara de capullo
que puso cuando se dio cuenta de quién entraba en la
habitación, el muy cabrón estuvo flirteando con toda la que
entraba, que lo escuché, aunque puso cara de vinagre nada
más reconocerme.
—Se avecina tormenta —canturreó Nia mientras tomaba
una mano de su amiga para que se sintiera apoyada.
—Mantuvimos una tensa charla —siguió Rac, esta vez con
una sonrisa maléfica en la cara—, y lejos de aceptar mis
disculpas, trató de avergonzarme, así que tomé una
determinación: darle un escarmiento a su nivel.
La expectación de todas subió a niveles exponenciales,
tanto fue así que Maripuri vio una zona de servicio y se
dirigió a ella para no distraerse. Aparcó y se sentó mirando
hacia atrás, donde estaban las chicas.
»¿Os acordáis de los preservativos nuevos que nos
llevamos para camuflar las pipetas que contuvieran el
semen que íbamos a buscar? —Todas afirmaron con un
gesto—. Pues llevaba uno en el bolsillo y decidí darle uso y
quedarme con su material genético.
—Eso es una guarrada —interrumpió Maru—. Y no sirve,
los espermatozoides mueren debido a los espermicidas con
el que va recubierto el látex...
—Ya lo sé, Marisabidilla —la cortó—. Mi neurona me dio
para saber que no nos servirían de nada.
Maripuri le hizo un gesto con la mano para que siguiera
contando cuando pasaron un par de minutos y no abrió la
boca.
»Pues eso, que le dije que deberíamos comprobar si el
daño ocasionado no afectaba a su virilidad —susurró.
—Ay, Dios, esto suena a tragedia —intervino Nia—. Maru,
ve preparando su defensa porque a esta nos la meten en la
cárcel.
—Que yo sepa, aquí la dramática es tu Trilli —replicó
Maru con mordacidad—, aunque ahora sea más bien un
perezoso.
—¡¿Queréis dejar de interrumpir?! —pidió Maripuri
exasperada—. Sigue, hija, a ver si llegamos al final de la
historia en algún momento.
Joa hizo el amago de abrir la boca, aunque la cerró en
cuanto Maripuri le dedicó una de sus miradas matadoras. El
silencio se hizo de nuevo, y Rac siguió su relato con los
sonidos de Josi como banda sonora.
—Pues aquí una, que tiene sus truquitos de seducción
rápida, lo sorprendió enseñando un poco de pechonalidad —
siguió contando—. Resumiendo, me quedé desnuda para
provocarlo, y la verdad es que no le costó nada ponerse a
tono. Abrí el preservativo, masajeé su polla un poco, y usé
el truco de poner la gomita con la boca, casi se corre antes
de acabar de ponérselo.
Fue tal la carcajada general que Josi se despertó
sobresaltada, lo que provocó que rieran más fuerte.
»En unas cuantas sacudidas lo tenía gruñendo de placer
mientras se corría —se jactó ufana—. Me aproveché un poco
de él al estar tumbado sin poder moverse, pero cuando le
quité el condón y lo anudé le enseñé que sus soldaditos
nadaban entre aguas sanas, no había nada sanguinolento.
Me vestí, mascullé un hasta otra y me fui dejándolo
enfadado porque no me acerqué para que me diera lo mío,
palabras literales del cromañón.
Maripuri no paraba de llorar de la risa al ver las caras de
su amiga, la cual acabó su relato encogiéndose de hombros
como si no hubiera contado nada extraño.
—Un momento, ¿qué hiciste luego con los mini polis? —
preguntó Maru entre risas.
—Me los llevé a la habitación, por supuesto —respondió
seria. A todas se les pasó la hilaridad y la observaron como
si llevara un arma encima—. No me miréis así, no tengo el
preservativo usado conmigo.
Un suspiro colectivo llenó el espacio, hasta que Rac abrió
la boca.
»La vieja me lo iba a pillar y tuve que tirarlo por el retrete
—confesó fingiendo abatimiento—. Yo que ya tenía mi
propio material genético para una pequeña Olivia...
—¿Eres consciente de que las posibilidades eran pocas al
tener espermicida el cacho de plástico ese? —cuestionó
Maru—. En vez de una preciosa mini tú, podrías pillar una
infección.
—No le quites la ilusión, pobre —cortó Nia abrazando a su
amiga—. No pasa nada, amiga, volveremos a tirar de
mercado negro. Lo mismo si pedimos a ese tiparraco que
nos pedía un poco más de dinero por la muestra, nos llega
bien.
—Cuchi qué pollas, yo no suelto un euro más —saltó Joa,
rompiendo así el momento tierno medio raro que empezaba
a respirarse—. Ni loca me apunto a ninguna cosa más que
planeéis, mirad cómo hemos tenido que salir.
—Se nota que has follado, traidora —la acusó Josi, quien
hasta el momento permaneció callada—. No me digas que
has sido tan inconsciente de tirarte al tipo sin protección.
—Pues claro —afirmó—, si no a ver cómo te crees que se
hacen los bebés.
—Hostias, y se queda tan ancha —maldijo Nia—. Cuando
se te caiga el potorro a cachos porque te ha pegado algo el
capullo ese, a ver si te ríes.
Comenzó una nueva discusión en el vehículo en la que
todas tenían algo que decir sobre el comportamiento
descocado de su amiga, tanto que Joa acusó a Rac de haber
hecho lo mismo por mucho que solo confesara lo de la
pajilla de prueba. Apenas se les entendía hasta que Josi alzó
la voz y les gritó algo que las dejó a todas heladas.
—¡Ya vale! ¡Al final soy yo la que ya está embarazada
aquí, y sin meterme hormonas ni mierdas!
Ni el vuelo de un mosquito se oía en el lugar hasta que a
Maripuri le dio de nuevo por reír. Y no era algo producto de
pensar que fuera un chiste, esas risotadas venían
precedidas por las caras de acelgas de todas y cada una de
ellas y de la situación en sí misma. La más reticente a ser
madre, la que animó a todas a hormonarse y seguir un
tratamiento de fertilidad aunque fuera en casa y tirando de
mercado negro, ya estaba embarazada cuando dijeron días
atrás de llevar a cabo el plan de inmediato al no ver seguras
las muestras de semen que recibieron.
—Qué calladito te lo tenías, traidora —masculló Maru con
enfado y una nota de decepción en la voz.
—Maripuri, ¿seguimos? —pidió Josi sin querer volver la
vista a los asientos traseros al saber lo que iba a
encontrarse—. Ya queda poco para llegar a nuestro destino.
Arrancó sin decir palabra, después de tomar aire con
varias respiraciones largas para que se le pasara la
hilaridad, y puso rumbo a Vila do Conde, solo les quedaba
poco más de una hora de camino, el cual hicieron en total
silencio sumidas cada una en sus propios pensamientos.
Aquí hay gato encerrado
En cuanto divisaron el cartel de entrada al pequeño
pueblo, todas miraron el paisaje que las rodeaba. Josi apagó
el GPS que las guió hasta el lugar y se dispuso a darle las
indicaciones a Maripuri sobre la dirección a seguir para
llegar a su destino. No quería dejar nada al azar.
Se dirigieron a la parte norte de Vila do Conde, un
precioso pueblo pesquero que creció de cara a acoger
turismo de la misma gente de Oporto, aunque sin perder ni
un ápice de su encanto. Callejearon un poco hasta llegar a
una zona de casitas bajas, todas ellas con una peculiaridad:
los mosaicos que tenían en las fachadas cada una de ellas.
—Aparca un poco más adelante —ordenó Josi—. Hay una
pequeña cafetería en la que podemos desayunar antes de
llegar a nuestro lugar de descanso.
Maripuri desvió la mirada de la carretera a su amiga
porque estaba segura de que ya pasaron por la casa de su
abuela, ella vio fotos que la misma Josi le envió una vez,
solo que no dijo nada en espera de lo que tuviera planeado.
La conocía y tenía claro que por mucho que preguntara no
le diría nada.
—Por fin —soltó en un suspiro Nia en cuanto puso un pie
fuera del coche—. Oye, qué sitio más bonito.
Todas asintieron en conformidad y Josi las guió hasta una
cafetería desde la que podían divisar todas esas casas
unifamiliares. El movimiento de esa zona a esa hora tan
temprana, porque eran poco más de las ocho de la mañana
cuando llegaron, era bastante, y con gente de lo más
variopinta. Pudieron ver varios hombres con la típica ropa
de pescador que se ven en las películas dirigirse hacia
donde supusieron estarían sus barcas.
—Me encanta el olor a salitre del lugar —murmuró
soñadora Joa—. Me quedaría en este precioso pueblo para
siempre.
—Eso lo dices porque no llevas aquí ni cinco minutos —
gruñó Josi mientras se sentaba en un lugar bastante
discreto, fuera de la vista de todo el mundo y donde a la vez
ella tenía buena visión del lugar donde pasó muchos
veranos y épocas diferentes de su infancia y adolescencia—.
Cuando pasen las dos semanas, me lo cuentas.
—Pídete una tostada más grande que tu cabeza —
masculló Maru con enfado—. Te pones insoportable cuando
tienes hambre.
La tensión entre las amigas se cortaba con un cuchillo,
así que Nia decidió separarse un poco del grupo con la
excusa de estirar las piernas antes de desayunar. Dejó dicho
lo que quería que le pidieran y se dirigió al exterior del local.
Rac, Joa y Maru la siguieron, decidieron buscar calma en el
aire de ese lugar.
Pasearon por la calle admirando los mosaicos de cada
una de las casas, llamaban la atención por sus dibujos,
aunque todas se quedaron paradas ante uno en especial.
Era una vivienda que desde fuera daba sensación hogareña
por los visillos que se divisaban a través de las ventanas
entornadas, aunque lo que las dejó unos minutos paradas
frente a ella fue la representación de la fachada.
—Esto tengo que describirlo en uno de mis libros —
masculló Rac mientras sacaba una foto—. Es increíble el
realismo de la escena.
—Cuchi qué pollas, si parece que se mueven y todo —
siguió Joa.
—La luz a esta hora es maravillosa —susurró Nia—. La
foto ha quedado preciosa.
Todas miraban de sus dispositivos a la pared que tenían
delante ya que era sobrecogedora la escena que estaba
representada, que no era otra que un par de hombres
faenando en una barca en medio de un mar embravecido y
sobre ellos nubarrones que anunciaban la inminente
tormenta.
—Pues si naufragan no hay seguro que cubra esa
barquita —dijo de pronto Maru, cortando así el momento de
deleite de las demás—. ¿Qué he dicho? No me miréis así, es
verdad.
—Qué cortarrollos eres, señora letrada —afirmó Rac
divertida—. Ni de vacaciones eres capaz de no sacar tu lado
práctico y mordaz.
—Más me vale —respondió—, porque vaticino que me
vais a dar mucho trabajo.
—Deberíamos volver —cortó Nia—. Hemos dejado a esas
dos solas y a saber lo que andarán planeando, y como
prueba de ello solo hay que ver que nos han traído a este
lugar sin consultar.
Anduvieron los pocos metros que las separaban de la
cafetería en completo silencio, cada una sumida en sus
pensamientos, de manera apresurada para ver qué nueva
sorpresa les tendrían preparada Josi y Maripuri.
Al entrar en el lugar, pudieron observar que Josi
lloriqueaba mientras era abrazada por Maripuri, acto que les
hizo correr hacia ellas y rodearlas a ambas para transmitir
que iban a estar ahí para ella, les importaba poco el motivo
de estar así. Desayunaron con tranquilidad una vez que a
Josi se le pasó la llantina, y decidieron irse a descansar.
—Maripuri, arranca y gira a la derecha al final de la calle
—ordenó Josi una vez se sentaron todas en el vehículo.
—Pero si estamos en...
—Vamos, arranca —espetó sin dejarla terminar la frase.
Esta le hizo caso al ver que se encogió en el asiento y se
puso de lado, dando así la espalda a la acera por la que
pasaban un grupo de señoras hablando. Siguió las
indicaciones de su amiga hasta que llegaron a la zona del
paseo marítimo del lugar, exactamente en la Playa da
Forno.
—Entra en esos edificios —habló Josi—. En la plaza
cuarenta puedes dejar el vehículo sin problema.
Se dirigió hacia donde le dijo, paró en la entrada y Josi se
encargó de teclear un código para que se abriera el portón y
entraron. Todas se impresionaron al ver la zona ya que
estaba impoluta, pareciendo más una recepción que un
simple sótano donde dejar los coches. Todas se bajaron,
cogieron sus maletas y siguieron a su amiga, quien las guió
hacia un ascensor que las subió hasta el ático.
Al abrirse las puertas, accedieron a un corto pasillo, que
calificarían más bien como un recibidor, y Josi cogió una
llave guardada debajo de una figura que adornaba el lugar,
abrió la puerta y masculló un “estáis en vuestra casa” antes
de entrar sin mirarlas.
—¿Y a esta qué pollas le pasa? —cuestionó Joa extrañada.
—Entremos —ordenó Maripuri—. Más tarde, cuando
estemos descansadas, hablaremos con ella y que nos
despeje todas las dudas que tengamos.
Todas, al unísono, soltaron un jadeo de asombro nada
más pusieron un pie en el interior del piso, y es que para
nada podrían esperar eso. El lugar era una estancia
bastante amplia presidida por grandes ventanales que
daban a una terraza, aunque lo que les llamó la atención
eran las vistas al mar.
A pesar de que estaban cansadas, inspeccionaron con
detenimiento el lugar, hasta que Josi con un gruñido les
señaló un pasillo y dijo que ahí estaban las habitaciones,
que eligieran. Hacia allí se dirigieron, para abrir aún más sus
bocas porque había varios dormitorios amplios, todos con
camas de tamaño enorme, vestidor y baño propio.
—¿Esto qué es lo que es? —preguntó Maripuri con voz de
pito, ni siquiera le salía la suya propia.
—¿La guarida del millonario buenorro? —respondió Nia
con incredulidad ante lo que veía—. ¡Trilli, explícanos dónde
estamos!
Todas la miraron aguantando la risa, parecía una niña
pequeña a punto de una rabieta. Al ser tan controladora, el
que le hubieran cambiado los planes y no saber siquiera a
quién pertenecía la vivienda, la tenía a punto de brotar cual
bruja malvada de cuento.
—Maru, tú que eres su voz de la conciencia —comenzó
Rac—, dinos qué significa esto.
—No tengo ni la más mínima idea —masculló—. Aquí hay
gato encerrado.
—Eso seguro —susurró Maripuri, llamándolas a todas con
un gesto para que se acercaran—. Vosotras habéis
fotografiado la casa donde se supone que íbamos a estar.
No sé lo que ha pasado, pero ha cambiado de idea de
repente.
Estuvieron cuchicheando un rato, salieron hacia la
enorme sala y al no ver allí a Josi, decidieron irse a
descansar. En cuanto se levantaran, hablarían con su amiga
porque tenía que explicarles a todas muchas cosas, aunque
la principal era ese embarazo inesperado y que hubiese
cambiado el rumbo de la aventura y el lío en el que todavía
no sabían que estaban metidas.
Lo dejé por imbécil
Las pocas horas que durmieron les sentó a todas de
fábula, y es que no se dieron cuenta de lo cansadas que
estaban hasta que apoyaron las cabezas en las almohadas.
El olor a comida fue lo que las despertó e hizo que salieran
en tropel y todas a la vez.
—Hala, si nos ha preparado un banquete —murmuró Joa.
—Esta nos quiere distraer con comida —anunció Maru—.
Ni se os ocurra ceder, hay que hacerla confesar.
Asintieron todas con un gesto y se encaminaron a la
mesa como si se tratara de una trinchera, con pasos firmes
y serias.
—¿Habéis descansado? —les preguntó Josi al ver que no
le quitaban ojo de encima—. He pensado en que podíamos
almorzar fuera, en la terraza, pero hace algo de bochorno
todavía y dudo que a Maripuri le hiciera gracia sudar como
una cerdita mientras come.
Un jadeo general acompañó al gruñido de la mencionada,
quien se mordió la lengua para no soltar una respuesta a la
altura. Enseguida se dio cuenta de que andaba buscando un
motivo para discutir y así librarse de dar las explicaciones
que les debía.
—Da igual el lugar, lo que importa es la compañía —dijo
Joa para romper el momento de incomodidad, aunque bufó
enfadada al escuchar la palabra pelota susurrada por todas
en coro.
—Vamos, demos energía a estos cuerpos serranos —
ordenó Rac—. Tenemos que mantener las lorzas en su lugar.
Todas rieron mientras se sentaban donde les iba
señalando Josi, que casualmente alejó a Maripuri de ella. Y
es que ninguna se acomplejaba de su cuerpo, eran mujeres
normales más bien tirando a la medida estándar, con sus
kilitos de más bien repartidos, sus bellezas exóticas como
les gustaba decir, y esa mala leche reconcentrada que
todas llevaban por bandera.
—Espero que os guste lo que he mandado pedir —
murmuró Josi, bajando la mirada porque se sentía
avergonzada al haberlas engañado.
La mesa estaba repleta de diferentes platos de mariscos,
pescados varios, verduras al vapor y hasta cabrito asado.
Todo ello lo regaron con un vino de la zona, menos Josi, a la
que Nia le retiró la copa y se la cambió por agua,
recordándole de esa manera su estado y que no lo iban a
dejar pasar.
—Está todo riquísimo —rompió Joa el silencio amenizado
solo por el ruido de los cubiertos—. En mi pueblo, a este
pulpo con arroz lo habríamos acompañado de...
—Calla y come —cortó una malhumorada Maripuri—.
Mientras antes acabemos, antes nos enteraremos de lo que
nos ha ocultado la insensata esta y desde cuándo.
El silencio se hizo de nuevo, esta vez roto por los
continuos suspiros de Josi, quien se levantó para ir a por el
postre. Esperaba suavizar un poco el genio de sus cinco
amigas a base de los dulces del convento de Santa Clara, un
monasterio de la zona donde las monjas se dedicaban a la
repostería.
—A esta hay que sacarle las palabras aunque sea con
sacacorchos —susurró Nia cuando la vio salir—. Y ni se os
ocurra tenerle pena, podría haberle pasado algo malo entre
tanto pirado, y no hablo precisamente de los pacientes de
ese hospital.
—Eso, y hay que tener paciencia y dejar que hable a su
ritmo —pidió Maru mirando a Maripuri—. Todas la
conocemos y sabemos que como se cierre, no va a haber
manera de saber siquiera quién ha sido el valiente que se
ha atrevido a preñarla.
La aludida hizo el gesto de cerrarse la boca con una
cremallera, acto que sacó una sonrisa en todas porque
tenían muy claro que le costaría demasiado el mantenerse
en silencio y no gritar lo irresponsable que fue al prestarse a
seguir el plan por las demás.
—Aquí estoy de nuevo —masculló Josi al entrar de nuevo
en el enorme salón—. Seguro que os encantan estos dulces.
Miraron con ojos golosos la caja que ponía sobre la mesa,
hasta que Maripuri propuso que se los tomaran fuera, e
incluso se ofreció a hacer el café porque ella, sin ese líquido
negro regado con un poco de leche, no era persona.
—La cocina está en la primera puerta del pasillo de la
derecha —musitó Josi—. Busca todo lo que necesites.
Mientras iba a la cocina y arrastraba a Nia con ella, las
demás se dispusieron a sacar los dulces fuera y recogieron
la mesa, aunque al entrar en la cocina Maripuri las echó del
lugar diciendo que ya pondrían más tarde el lavavajillas.
Nada más que cruzaron la puerta de salida, las dos se
pusieron a cuchichear.
—Dime que esa inconsciente no ha corrido peligro en
ningún momento —pidió Maripuri angustiada—. La mataba
por lo que ha hecho.
—No te preocupes —trató de calmarla Nia—. Todo el
tiempo ha estado o durmiendo o gruñendo, los únicos
momentos en los que ha estado sola han sido cuando la han
visitado la ginecóloga y el loquero, pero con este último
estaba también un celador.
—Es que no entiendo cómo ha sido capaz de llevar a cabo
el plan cuando este incluía vagar por las calles —protestó—.
Me dan ganas de matarla, luego me acuerdo de que lleva en
su vientre a mi futuro sobrino o sobrina y lo que me apetece
es achucharla.
—Estás bipolar total —se rió Nia.
—Mierda, las Bipos —gruñó—. Mañana hay que dar
señales de que estamos bien o van a mover cielo y tierra.
—Tú lo has dicho, mañana...
—Y no tenemos conexión — la cortó—. Mierda de
roaming, no lo tengo contratado. Es que no entiendo estos
cambios de planes porque su casa ya estaba preparada
para nosotras, si hasta la vecina cotilla estaba avisada de
nuestra llegada.
—Bueno, salgamos antes de que piense que estamos
confabulando contra ella —aconsejó Nia—. Además, no
querrás que las niñas se coman todos esos dulces y no nos
dejen ni las miguitas.
—Sí, salgamos, no queremos que te dejen sin tu dosis de
azúcar diaria.
Ambas salieron riendo con dos bandejas en las que
llevaban no solo café sino también una tetera con agua
hirviendo y algunos sobres de diferentes infusiones que
encontraron en la alacena. Se sentaron, inspiraron aire y se
pusieron a charlar de cosas banales y de los pocos detalles
que todavía no le habían contado a Maripuri sobre su
estancia en el hospital.
—Pues al final me he tirado al poli —soltó de repente Rac.
Todas la miraron ojipláticas, bueno, todas no, Joa lo hacía
con suficiencia, como si ella lo supiera desde el primer
momento y su amiga las hubiera tratado de engañar.
—Os lo dije —dijo—, traía cara de recién follada la
primera noche, venía acalorada.
—Te has equivocado, listilla —gruñó Rac—. Estaba así
porque tuve que recorrerme medio hospital corriendo, me
perdí, y no quería que el estúpido de Alejandro hiciera que
me detuvieran por dejarlo con el calentón. El muy cabrito se
empalmó de nuevo cuando le quité el preservativo.
Joa gruñó disconforme, solo que no pudo replicarle ya que
Maru le dio un codazo nada disimulado para que no cortara
a la otra. Ya que arrancó a confesar, mejor dejar que
acabara.
»Al día siguiente, con el rollo de buscar las famosas
neveras donde debería estar el material genético que nos
queríamos traer, pasé de casualidad por la puerta de su
habitación, escuché a las enfermeras cuchichear que se lo
follarían si el tío les hubiera dado alguna señal cuando le
dejaron preservativos en los cajones y el baño, y no me lo
pensé. Ya que lo tenía a tiro, ¿por qué no aprovecharlo?
—Mientes, perraca —saltó Nia en cuanto se hizo el
silencio—. Di que te lo has follado porque está más bueno
que el helado de Kinder y te pusiste celosa, no por hacerle
un favor o hacértelo a ti misma. Supongo que llevaste el
plan a nivel profesional y te lo follaste sin condón.
Al ver que la aludida negaba con la cabeza, todas
gruñeron, todas menos Maripuri, a la que la situación le
estaba haciendo tanta gracia que no pudo aguantar la
carcajada. Tal era la risa que le entró, que hasta se puso a
toser por la falta de aire.
—Ay, madre, estáis fatal de la cabeza —decía entre
hipidos—. Y los manicomios llenos de gente lúcida estando
vosotras aquí, ja, ja, ja.
Josi alzó una ceja al ver que las señalaba una a una y que
tuvo que agarrarse la zona abdominal porque todas
resoplaron a la vez. Esperaron unos minutos hasta que se le
pasó el ataque de risa y reproches para seguir confesando
cada una sus faltas.
—Pues no te va a hacer tanta gracia lo de Nia —anunció
Maru con seriedad—. Aquí la Trilli viborilla ha ligado y ha
tenido un médico tras ella. Lo que me ha costado que el tío
no se la llevara a algún rincón desierto a jugar a las casitas.
—En su caso a los médicos y enfermeras, ja,ja, ja —
explotó de nuevo Maripuri.
Todas miraron a Nia como preguntando qué coño llevaba
el café, era normal que su amiga se riera de todo, pero
¿hasta ese punto? Ella se encogió de hombros y miro a su
vez a la anfitriona, era la verdadera responsable de los
productos que llenaban los armarios.
—Pues aquí la letrada no se ha comido un colín —informó
de pronto Joa mirando a Maru—. Ni el loquero, con lo feo
que era, se fijó en su nuevo corte de pelo.
La aludida gruñó, provocando así un nuevo ataque de
hilaridad de la graciosilla del grupo.
—Esta mujer no se toma nada en serio —masculló
mirándola—. ¡Maripuri, tu turno! De la Trilli traidora y
preñada te ocupas tú.
Toda risa se cortó de golpe para dejar salir su lado mamá
protectora. A veces se sorprendían ante los cambios tan
brutales de estado emocional de esa mujer, hasta el punto
de que decían que era bipolar. Esperaron con expectación el
primer movimiento de Maripuri, quien se levantó de su
asiento, paseó por la amplia terraza, se apoyó en la
balaustrada unos minutos para tomar aire y se volvió hacia
ellas para avanzar con determinación hasta sentarse tan
pegada a Josi que la dejó encerrada sin posibilidad de
escapatoria.
—Empieza.
Con esa simple palabra y un gesto con la mano, Josi
comenzó a cantar cual pajarito en primavera, un chorro de
palabras salieron por su boca explicando que llevaba una
temporada regular con su pareja debido a sus horarios de
trabajo, la desidia de él a la hora de organizar cualquier tipo
de escapada, el entrar en una rutina tan desquiciante que
ella vio la oportunidad de escapar en el momento en el que
bromearon sobre la posibilidad de ser madres.
—Deberías haberte dado cuenta de que dejó de ser
broma el día en el que las dos locas estas te hicieron pedir
el tratamiento hormonal en la web esa de compraventa —
señaló a Nia y a Joa con un dedo mientras hablaba—. Y ya el
día que les llegó la primera muestra de semen pocho pasó a
ser una realidad. No creo que fueras tan tonta como para
seguir pensando que lo hacían para pasar el rato porque
estaban aburridas, ¿me equivoco?
—Las vi tan ilusionadas que no me costaba trabajo
seguirles la corriente —masculló, lo que hizo que un coro de
jadeos indignados inundara el lugar.
—¿Desde cuándo sabes que esperas a mi sobrino? —
cuestionó con seriedad.
—Será nuestro sobrino —intervino Nia.
—Tú, como siempre, poniendo la puntilla —se rió Joa.
—Tenía sospechas desde hace un par de semanas —
musitó Josi—. Me lo ha confirmado la ginecóloga en su
revisión.
—¡¿Lo sospechabas y aún así te has tirado a esas calles
para que te pase algo?! —explotó Maripuri—. Pensé que
eras la más cuerda de todas y me equivoqué, ¡estás
rematadamente mal de la cabeza por no decir nada y
meterte en un hospital a que te peguen toda clase de virus
y bacterias!
Hasta el momento ninguna de las presentes pensaron en
esa posibilidad, y miraron con rencor a Josi porque sabían
que, en cuanto ella desapareciera para cualquier cosa,
Maripuri les iba a calentar la oreja con la bronca del siglo.
—Lo siento, no pensé...
—¡Ese es tu problema, que no piensas! —la amonestó
Maripuri—. En fin, ya está todo hecho y por suerte no ha
sucedido nada. Porque todo va de manera correcta, ¿me
equivoco?
Josi negó de manera repetida con la cabeza y el resto
asintieron con un gesto para darle la razón, lo mejor era no
replicarle porque tenía la vena de la frente palpitando, señal
de que estaba a un tris de enfadarse en serio y brotar.
»Llama ahora mismo al padre —ordenó, a lo que Josi
negó de manera reiterada con la cabeza—. ¿Cómo que no?
O lo llamas tú, o lo hago yo, pero hoy sabe ese muchacho
que va a ser padre y que te ponga las pilas. Un buen polvo
te hace falta, a ver si se te mueven las neuronas del sitio.
—No puedo llamarlo —musitó—. Lo dejé por imbécil y me
fui de casa.
—Claro que puedes, dame el teléfono.
Josi negó y se levantó de su lugar. Por nada del mundo
iba a llamar al gilipollas de Manu, mucho menos sabiendo
que estaba allí mismo, en Vila do Conde. Dejaría pasar el
tiempo porque todavía no había dejado caer la bomba: no
estaba segura de tener ese crío, necesitaba tiempo para
pensar en lo que haría.
El café más caro del mundo
Después del rato incómodo que pasaron y de la fuga de Josi
a su habitación, decidieron ir a inspeccionar un poco el
exterior. Ya que estaban allí, harían algo de turismo.
—¿No tendríamos que preguntarle a Josi si le apetece
venir? —cuestionó Nia mirando hacia el pasillo—. A fin de
cuentas, es ella quien nos ha traído a este lugar.
—La conoces tan bien como yo y sabes que es mejor
dejarla pensar con calma —musitó Maru, quien entendía la
preocupación de la otra—. Mejor bajamos un rato, llegamos
a la playa, que parece estar muy cerca, y volvemos. Mañana
habrá tiempo de organizar salidas para conocer el lugar, ¿te
parece?
Esta asintió y siguió a las demás hacia la salida, aunque
no del todo convencida a pesar de saber que su amiga
llevaba razón. No por nada era el Pepito Grillo de Josi y sus
historias mundialmente conocidas. Y es que en algo no
habían mentido, cada una tenía su profesión y les iba
bastante bien a todas.
—Yo creo que mejor me quedo por si necesita algo más
tarde —informó Maripuri con la voz tomada por el
arrepentimiento.
—No, tú te vienes y de paso te tomas un cafelito cerca de
la playa —ordenó Rac—. Así vuelves con las ideas
renovadas.
Joa la agarró por un brazo, Nia por el otro, y se la llevaron
del lugar entre gruñidos. Maru cogió una llave que reposaba
sobre la mesita del recibidor, tampoco se iban a ir en plan
kamikaze.
Al llegar a la planta baja se dieron cuenta que no solo la
vivienda de su amiga rezumaba estilo sino que el edificio en
sí tenía aspecto de ser uno de esos que solo se podían
permitir unos cuantos, lo que provocó en ellas más
curiosidad porque Josi seguía ocultando algo.
—¿Hacia dónde nos dirigimos? —preguntó Joa, sacando
así a las demás de sus divagaciones.
—Allí está la playa —Nia señaló hacia lo evidente—.
Estamos a pie de playa, no sé por qué no lo hemos visto
antes.
Maripuri se fijó en la calle y fue cuando cayó en algo.
—Porque hemos entrado por la zona trasera del edificio —
remarcó lo evidente—. Fijaros en lo que nos rodea, todo es
turístico, la calle es peatonal. Estamos pisando lo que para
nosotras es el paseo marítimo.
—Ostias, hay que preguntarle a Josi quién de su familia
tiene tanta pasta como para permitirse ese pedazo de ático
—murmuró Joa observando todo con admiración—. Necesito
el secreto para estar en primerísima línea de playa.
—No hay secreto —contestó Rac con una sonrisa maligna
—. Te puedo dar una solución rápida.
Nia y Maru gimieron porque supieron que nada bueno
saldría por su boca como la otra mordiera el anzuelo, y lo
hizo al momento.
—Ay, sí —pidió dando saltitos y palmadas—. Me interesa
mucho invertir en lo que sea que me proporcione algo así o
una casa enorme con piscina, gimnasio,...
—Es muy fácil —cortó—. Apúntate en alguna página
como escort, en un año tienes todo eso que quieres si te lo
montas bien.
Las otras tres se taparon la boca en espera de la reacción
de Joa, la cual pensaba en lo dicho por Rac porque quiso
creer que no había entendido bien lo dicho. Eso hasta que
les vio el brillo jocoso en la mirada.
—¿Serás puta? —respondió con tono de falsa indignación.
—No lo soy, pero lo mismo tú te lo planteas para tu nuevo
futuro laboral —rebatió en tono jocoso.
Y ese fue el pistoletazo de salida para que ambas se
persiguieran corriendo por el lugar. En el momento en el
que pisaron la arena de la playa, se deshicieron del calzado
para seguir una detrás de la otra, o más bien Joa intentando
coger a Rac y esta haciendo hasta la croqueta para evitar a
su amiga.
—Yo voy a sentarme ahí para tomar un café —anunció
Maripuri a Nia y Maru mientras observaban a las otras dos
correr y disfrutar como crías—. Vosotras pasead un rato, yo
vigilo a esas dos, acabarán rebozadas como croquetas y con
arena hasta en la pepitilla.
—Vale, no nos alejamos —dijo Maru—. Veremos lo que
hay por la zona, solo por si nos hace falta cualquier cosa y
Josi se indispone.
Las dos se alejaron y Maripuri se dirigió a una cafetería
que estaba a solo unos metros de la entrada del edificio
donde se alojarían a saber los días, se sentó en una de las
mesas del exterior y pidió un café con leche. Al menos el
camarero la entendió, porque de portugués no sabía ni
papa.
Una chica, que estaba en la mesa contigua a la suya, le
llamó la atención porque hablaba por teléfono mientras
sollozaba. No entendió lo que decía ya que captó algunas
palabras que le hizo pensar que era alemana. Dejó de poner
la oreja ya que no se iba a enterar de una mierda y cogió su
teléfono, necesitaba ponerse un poco al día de los cotilleos
y al menos en ese lugar disponían de zona wifi, la
contraseña la tenían anotada en los servilleteros para que
los clientes lo usaran.
En el momento en el que se conectó a internet, una lluvia
de mensajes amenazó con bloquear su terminal por falta de
espacio. Cabe decir que de todas, ella era la anti tecnología,
le costaba un mundo cambiar de teléfono y siempre estaba
con el mismo problema.
—Pues sí que han charlado las Bipolocas estas —
murmuró para sí—. Veamos cómo les ha ido, porque en solo
un día no es normal que hayan tres mil mensajes.
Se entretuvo leyendo, parando un momento para
agradecer al camarero su llegada con el café y para ir
dando sorbos. Las risas la acompañaron todo el tiempo, y es
que ese grupo tan variopinto de mujeres se le habían
metido en el corazón. Para todas y cada una de ellas tenía
buenas palabras a pesar de no conocerlas a casi ninguna en
persona.
—Nosotras estamos bien, descansando de la aventura de
aquí las blogueras. Ya os contaré porque la Trilli sangrienta
ya iba con sorpresa antes de empezar —les anunció en un
audio.
—Oh, qué alegría da escuchar a una compatriota.
Una voz masculina hizo que diera tal sobresalto en su
silla que golpeó con la rodilla la mesa y derramó su café. La
mala fortuna quiso que el dueño de esa voz estuviera tan
cerca que acabó con los pantalones salpicados del líquido
de ese vaso, el cual se hizo añicos al golpear el suelo. Le
pareció a Maripuri tan novelesco todo, que se puso a reír
como una loca, aunque su hilaridad aumentó al ver la
enorme mancha que había dejado en ese fino pantalón de
lino que enfundaba unas piernas de apariencia musculosas.
Siguió subiendo la mirada, pasando de largo con rubor la
zona del paquete, el cual abultaba más de lo normal o eso
le pareció a ella, el abdomen y el torso del desconocido
estaban cubiertos por una camiseta que poco dejaba a la
imaginación de lo bien que se ceñía marcando hasta
músculos que no sabía siquiera que existieran, para alzar la
mirada un poco más y admirar esa preciosa cara de
mandíbula cuadrada, hoyuelo en el lado derecho resaltado
por la sonrisa socarrona del propietario de esa nariz
respingona de tamaño justo y unos ojazos verdes de los que
hacen que se te derritan las bragas, o más bien que se te
pulvericen.
—A mi café le han echado aliño del bueno —musitó
mientras volvía a escrutar a semejante individuo—. Ni en
mis viajes estando de servicio en la Marina he tenido tal
monumento delante.
Una risa ronca, demasiado varonil para su cordura, la
sacó del momento de contemplación y la escupió a la cruel
realidad del ridículo que acababa de protagonizar al
manchar a ese pobre hombre que seguro iba pasando por el
lugar para encontrarse con su mujer o alguno de sus
amigos.
—Oh, disculpe —masculló mientras echaba mano al
servilletero pensando si intentar secar la tela—. Ha sido sin
querer, pero no se preocupe porque vamos ahora mismo a
comprarle un pantalón, o me lo da y mientras se toma un
café, que por supuesto yo pagaré, se lo lavo y se lo plancho.
Aunque claro, no va a quedarse aquí en ropa interior. No,
mejor le compro algo y listo.
Se levantó tan de repente que cayó sobre ese hombre, el
cual la sostuvo con tacto a la vez que le susurraba al oído
que se calmara, que no había sido para tanto el pequeño
incidente. Maripuri se sintió aún más abochornada al darse
cuenta de que los pocos clientes de las mesas y algunos
transeúntes estaban pendientes del espectáculo que ella
misma estaba dando. Respiro hondo, lo que fue un error
porque el olor de ese hombre se le incrustó en el cerebro, y
se separó del cálido abrazo en el que se hallaba envuelta.
—Lo siento —susurró sin atreverse a mirarlo, hasta que
ese hombre le puso dos dedos bajo la barbilla y le alzó la
cabeza—. No era mi intención ser el hazmerreir de la gente.
—No ha pasado nada —contestó en voz baja—. Es más,
me alegro que hayas derramado tu café sobre mí, así tengo
la oportunidad de invitarte a uno.
—Ah no, eso sí que no —contestó, con su genio haciendo
acto de presencia de nuevo —. Lo menos que puedo hacer
es invitarlo, y lo de comprarle unos pantalones no es broma.
Espéreme aquí mientras me acerco a esa boutique, una
talla cuarenta y dos, ¿cierto?
El hombre solo atinó a cabecear en afirmación viendo
cómo chasqueaba los dedos y al camarero le pedía de
manera apresurada un café para ella y lo que quisiera tomar
él. El pobre trabajador se quedó observando a esa extraña
clienta irse de allí a toda prisa y entrar en una tienda de
moda de hombre dos locales más allá, aunque al momento
salió de su letargo cuando el hombre que estaba junto a él
le ordenó con educación el que preparara los dos cafés, uno
de ellos como esa mujer lo estuviera tomando.
Maripuri se adentró en la tienda azorada, la vergüenza
podía con ella más que la culpa, y se dirigió directa a la
zona de los pantalones. Se tomó unos minutos para
calmarse mientras paseaba entre las perchas valorando las
diferentes telas, hasta que llegó a unos vaqueros que le
llamaron la atención, y no por llevar los típicos rotos que tan
de moda estaban sino por la ausencia de estos. Sacó uno
del perchero y lo observó de cerca, no era nada original, era
el de toda la vida, solo que el imaginarlo enfundado en las
piernas de ese portento la hizo gemir. Sacudió la cabeza
para alejar esa imagen de su calenturienta mente,
comprobó que la talla fuera la que necesitaba llevarse y se
encaminó a la caja. Su cara pasó a ser de acelga cuando la
dependienta le dijo el precio, le tendió la tarjeta y salió de
allí maldiciendo su mala suerte.
—Puto café, doscientos cuarenta euros me ha costado —
gruñó mientras se dirigía de nuevo a la cafetería—. Y
encima para que lo disfrute otra, si es que soy gilipollas.
Paró a tan solo unos metros de la mesa donde tenía a ese
Adonis observándola, tomó aire para calmar la mala leche
que bullía en su interior y puso la mejor de sus sonrisas, no
por nada era la más simpática y risueña del grupo mientras
no le tocaran las narices.
—Ya estoy aquí —dijo en cuanto llegó y le tendió la bolsa
con los vaqueros—. Espero que le gusten, si no es así llévelo
en un momento y lo cambia.
—Lo que venga de ti me va a encantar —respondió el
extraño en modo seductor, o eso le pareció a ella—. No te
vayas, te dejo aquí mis cosas mientras me los pongo.
—Lo siento, es que...
—Solo será un momento —la cortó el hombre—. Te he
pedido otro café, no has terminado el de antes y en la cara
se ve que lo necesitas. Por favor, espérame.
—Está bien —claudicó, tomó asiento y observó a ese
hombre entrar en el local—. Qué bueno está el jodío.
Dio un sorbo tan largo a su nuevo café que casi se
achicharra la lengua. Volvió a cagarse en la mierda de tarde
que estaba teniendo y decidió volver a lo que estaba
haciendo antes de manchar a ese pobre hombre: ver las
respuestas de sus locas favoritas.
Y así la encontró el portento en forma de diablo subido a
la superficie para tentarla a pecar de todas las maneras
posibles, riendo con ganas a la vez que mandaba mensajes
de respuesta a todas las conjeturas que lanzaban las chicas
sobre lo que estaban haciendo y la sorpresa de Josi.
—Veo que te diviertes sin mí —le susurró muy cerca del
oído ese hombre, provocando un escalofrío que le recorrió
todo el cuerpo—. Me encanta tu risa.
Un ictus vaginal, eso o una apoplejía clitoriana era lo que
estaba a punto de sufrir al ver ese culo prieto y firme dentro
de los vaqueros de oro. «Qué dinero más bien invertido,
madre mía», pensó sonrojada.
»Me llamo Alfonso —Maripuri miró la mano que le tendía
como si fuera un alienígena—. Tranquila, no muerdo a
menos que me lo pidas.
Acababa de correrse, sí, un puto orgasmo le había
provocado con esa insinuación velada. Estaba muy mal, en
cuanto volviera a su casa se haría con el puñetero aparatito
de moda que le recomendaban sus niñas porque no era
normal lo suyo.
—Maripuri —musitó poco convencida mientras
estrechaba su mano en la de él, porque su nombre no se lo
iba a dar—. Así me llamo, sí.
A Alfonso le extrañó esa afirmación sobre su nombre, solo
que no iba a darle importancia. Como abogado penalista
que era, estaba acostumbrado a que le mintieran de
manera descarada y sabía que esa preciosa mujer lo hacía
en ese momento.
—Háblame un poco de ti —le pidió. Al ver que lo miraba
como si fuera el objeto de un museo, decidió romper el hielo
—. Bueno, veo que esto va a ser un monólogo, no estoy
acostumbrado, pero lo voy a hacer por ti.
Maripuri se derritió un poco más cuando sonrió de nuevo
e hizo acto de presencia ese hoyuelo. Le entraron unas
ganas locas de lamerlo, y no solo esa sexi marca de su cara
sino a todo él. Desvió la vista a la playa, donde observó que
tanto Joa como Rac ya se estaban sacudiendo la arena del
cuerpo, resultado de hacer la croqueta. Eso le hizo ver que
disponía de poco tiempo antes de que llegaran hasta donde
estaba ella.
»Soy abogado, gallego de nacimiento, aunque ahora
estoy a caballo entre Oporto y Ferrol. —La voz de ese
hombre la sacó de sus divagaciones—. Estoy divorciado y
tengo una preciosa hija de casi dieciocho años. No sé qué
más contarte.
A Maripuri le hizo gracia el sonrojo de ese hombre, al
parecer era cierto que no hablaba de sí mismo, por lo que
tomó una determinación que iba a espantar a ese pobre
hombre, pero debía hacerlo si no quería que sus niñas la
acosaran a preguntas y cancioncillas.
—Yo soy madre soltera, mi hijo ya es mayor de edad y
está en la academia militar —obvió que justo estaba en
Ferrol formándose—. No soy mujer de polvos pasajeros así
que no me interesa lo que vayas a ofrecerme. Gracias por el
café y de nada por los vaqueros, que te quedan de muerte,
por cierto.
Se levantó de repente de la mesa, dejando a ese hombre
boquiabierto por la capacidad de ella poder hablar casi sin
respirar, y les salió al paso a las chicas, quienes ya estaban
con Nia y Maru y se dirigían hasta donde ella se encontraba.
—¿Nos vamos ya al piso? —pidió a sus amigas en cuanto
las abordó—. Estoy muerta de sueño.
Y las dejó asombradas porque se dirigió a paso firme a la
puerta del edificio. A esa le pasaba algo, ya lo averiguarían.
—¿Qué bicho le ha picado a Maripuri? —cuestionó Maru
ceñuda.
—No ha dormido su siesta de todas las tardes —remarcó
Nia con una sonrisa condescendiente.
—Lo mismo es que el café es tan malo que se ha hartado
de esperarnos —apostilló Rac, quien se fijó en que un
hombre las observaba a todas, aunque más a su amiga—.
Ya nos enteraremos.
—Lo que sea —cortó Joa—. Subamos ya que tengo tierra
hasta en el chumino, y no puedo estar más rato sin
ducharme. No sabéis lo sensible que soy, cinco minutos más
y vais a tener que llevarme a urgencias por culpa de una
cistitis, y no sabemos la clase de centros médicos que...
—¡Cállate Joa! —tronaron todas a la vez.
Se dirigieron al edificio, donde una impaciente Maripuri
ya las esperaba, y se adentraron en él. A ver qué nueva
tormenta se desataba, porque el ambiente seguía caldeado.
Hacer turismo o maratón de series,
esa es la cuestión
Cenaron en una calma tensa, Josi pidió comida a
domicilio, todo comida basura, aunque ninguna protestó.
Tampoco hablaron de los temas pendientes, cosa que Josi y
Maripuri agradecieron. Es más, Joa, que era la más
parlanchina de todas, se mantuvo callada todo el rato, y eso
les extrañó, aunque no dijeron nada.
En cuanto recogieron todo lo utilizado, se despidieron
entre susurros y cada una entró en su habitación, debían
pensar en lo que harían los siguientes días y sobre todo en
cuanto volvieran a sus ciudades.
Joa se tumbó y encendió el teléfono, se conectó a la red
del ático y comenzaron a entrarle multitud de
notificaciones. Su corazón dio un salto de alegría en cuanto
leyó uno en particular, ahí tenía de su enfermero.
Josi se volvió a acostar, seguía muy cansada y tenía la
certeza que era producto de su embarazo, así que decidió
darle a su cuerpo lo que le pedía unas horas, luego se
levantaría a trabajar. No había cerrado los ojos cuando su
puerta se abrió y se coló Maru. Solo le bastó una mirada
para saber que estaría ahí con ella hasta que se decidiera a
contar lo que en realidad le pasaba por la cabeza y no esa
versión edulcorada de lo que sucedió en realidad.
—No quiero hablar —susurró en cuanto su amiga y
confidente se sentó en el borde de la cama—. Al menos, no
ahora mismo.
—Esperaré —contestó en el mismo tono—. Mientras
aprovechemos para pensar en todo juntas, ¿te apetece?
Josi asintió y golpeó un lado de la cama para que Maru se
tumbara. Así pasó el tiempo, no sabiendo si minutos u
horas, hasta que cayeron en brazos de Morfeo.
Mientras tanto, Maripuri pensaba en la vergüenza que
pasó con ese hombre y en la imagen de ella con la que se
quedaría. Si es que siempre se decía lo mismo, que debería
pensar antes de actuar, solo que cuando llegaba el
momento no era capaz de controlarse y siempre acababa de
la misma manera. Al menos en esa ocasión su huida fue
amenizada con un jadeo de sorpresa, ya era un avance en
ese sentido.
Un pequeño toque en su puerta la sacó de sus
pensamientos, susurró un “pasa” y fue su amiga Rac la que
asomó la cabeza de manera tímida, algo poco común en
ella.
—Inma, ¿puedo hablar contigo? —pidió con voz apenas
audible—. Si tienes sueño, entenderé que me digas que
mejor mañana.
—He dicho que pases —gruñó—. No tengo nada de
sueño, me aburro sin tener alguien con quien charlar.
—Lo echas de menos, ¿cierto? —Rac vio asentir a su
amiga y decidió tumbarse junto a ella—. ¿Cuánto te cambió
la vida cuando tuviste a tu hijo?
—Dio un giro de ciento ochenta grados, se convierte en el
centro de tu universo y todas las decisiones las tomas en
base a lo que a ese pequeño trozo de ti necesita o va a
requerir en el futuro —musitó mientras la miraba con cariño
—. ¿Qué es lo que te reconcome, Raquel? Porque hasta
ahora hemos usado nuestros nombres de guerra y tú acabas
de romper esa norma no escrita.
—Alejandro —suspiró—, ese maldito policía es lo que me
preocupa.
Maripuri la miró con una ceja alzada. Supo que detrás de
esa respuesta existían temores y cosas que no les desveló
durante la larga charla que mantuvieron, la dejaría soltar lo
que tuviera dentro.
»Es que no sabes la rabia que me da el pensar que lo he
hecho mal con él —soltó de pronto, haciendo que su amiga
se pusiera en alerta—. Hasta ahora no me había pasado con
nadie, llegaba un tío que me gustaba, le tiraba la caña o lo
hacía él, me lo follaba y adiós muy buenas, que surgía el
repetir, pues sin compromiso y luego cada uno a su casa.
Pero tengo la sensación de que no es de esa clase de
hombres, no logro sacarme de la cabeza su cara cuando le
dije que era un polvo más.
—¿Que le dijiste qué? —irrumpió Nia, quien estaba
entrando y ninguna de las dos la escuchó siquiera abrir la
puerta—. Eso te lo has dejado guardado para ti.
—Ven a este lado y escucha calladita —ordenó Maripuri
golpeando el otro lado de la cama—. ¿A qué te refieres,
Raquel?
—Ya me conocéis y sabéis que me importa lo que piensen
los demás más de lo que aparento —siguió Rac—. Desde
pequeña he tenido esa presión de que al ser mujer yo no
podía, y solo por demostrar que sí, llegaba la primera a todo
lo que me proponía. Toda mi vida ha girado en torno a ser
buena en todo e importarme una reverenda mierda el que
los demás pensaran que era poco menos que una inútil
hasta que les demostraba lo contrario, pero ese maldito
capullo me ha hecho plantearme si he dejado de lado mi
humanidad para convertirme en un ser que lo hace todo de
manera autómata.
—Eso no es verdad —intervino Nia—. Tienes muchísimas
cosas buenas y lo sabes, el problema es de aquellos que no
saben ver la maravillosa criatura que hay debajo de esa
armadura que te has puesto.
—Aquí nuestra Antonia lleva toda la razón —afirmó
Maripuri—. Que le vayan dando mucho por el culo a todos
aquellos que no sepan ver lo que nosotras hemos apreciado
desde el primer momento en el que nos saludaste.
Alargaron la conversación un par de horas más, hasta
que el sueño las rindió y se durmieron juntas. A mitad de la
noche tanto Nia como Rac huyeron de la habitación, esa
noche tocaba serenata de ronquidos, y además de los
potentes.

Al día siguiente todas se levantaron descansadas y casi a


la vez, prepararon el desayuno juntas y estuvieron
discutiendo lo que harían ese día. Miraron a Josi porque le
insistieron en que debería ser la guía turística y enseñarles
los rincones con encanto de ese lugar, y esta se limitó a
decirles que todo estaba en Google, que pusieran el GPS en
uno de los teléfonos o fueran a la Oficina de Turismo, que la
tenían bastante cerca, y pidieran un mapa.
—Joder, Trilli, ¿qué te cuesta? —lloriqueó Nia—. Para un
viaje que hacemos juntas, y prefieres quedarte aquí
encerrada.
—Créeme, es lo mejor que puedo hacer si no queremos
que se enteren dónde estamos —masculló acomodándose
en la silla de la terraza—. Además, tengo un libro que
acabar, que luego me vienes con las prisas de que se me
pasa la fecha para corrección.
—Serás bruja...
—Dijimos que nada de trabajar —apostilló Rac—. Suelta
ahora mismo ese ordenador, te vistes y vamos a que nos dé
un poco el aire.
Josi miró suplicante a Maripuri y Maru, quienes sabían el
motivo de no querer salir de allí, y estas suspiraron a la vez
que negaban con la cabeza.
—Vamos, dejemos a la futura mamá descansar —
intervino Maripuri—. Echará de menos esta tranquilidad en
cuanto nuestro futuro sobrino nazca.
—Yo prefiero quedarme a ver la tele —dijo de repente Joa
—. Josi, ¿nos hacemos una maratón de series?
—De eso nada, granaína, aquí no se raja nadie más —
gruñó Maru—. Además, después de empaparnos de la
cultura del lugar nos iremos a descubrir tiendas. No te lo
querrás perder, ¿verdad?
—Muy bien, todas a vestirse —ordenó Rac dando una
palmada—. En quince minutos nos vamos. Joa, ni se te
ocurra arreglarte demasiado, es más, ya vas bien guapa, no
te muevas de aquí.
Ignoraron el jadeo de indignación de su Chochetilla y
salieron disparadas a las habitaciones para ponerse algo
decente ya que casi todas estaban en pijama. Salieron al
trote igual que entraron, solo que Joa las esperaba con una
sonrisa torcida para pasarles revisión: se iban a enterar de
quién era ella.
—Nia, ¿te has peinado? —La aludida negó con un gesto a
la vez que se soltaba la cola y volvía a recogerse su
desordenada melena—. No tienes remedio, en serio.
—Maru, me sorprendes, vas perfecta. —Una risita por
parte de su amiga les hizo saber al resto que algo no
llevaba, pero no pensaban indagar más.
—Rac, ¿de qué me suena lo que llevas puesto? —Dio una
vuelta alrededor de ella hasta que vio a Josi señalarse su
ropa, se fijó bien y jadeó asombrada—. ¡Vas con la camiseta
del pijama!
Una carcajada general resonó en ese lugar, tapando así
las protestas de Joa con respecto a los códigos de vestuario,
no por nada era una de las mejores asesoras de compras de
su ciudad por no decir de media España.
—Esto va a causar sensación —contestó Rac con sorna—.
Dejo que te atribuyas la autoría de la idea si dejas de bufar,
te van a salir arrugas alrededor de la boca antes de los
cuarenta si sigues así.
Una nueva carcajada inundó el espacio, hasta Maripuri
tuvo que sentarse porque no veía con tantas lágrimas de la
misma risa al ver la cara de Joa frente al espejo haciendo
graciosas muecas para comprobar que todavía no había
nada y seguía su piel igual de tersa.
—Vamos, no os entretengais más —les dijo Josi—. ¿No
veis que Joa lo hace para disuadiros de salir, que os tiréis en
los sofás a guarrear palomitas y chuches varias y poneros
una maratón de alguna serie de esas moñas?
Ahora fue el turno de las demás de jadear indignadas y
Joa reírse con ganas. Pasaron los minutos y ninguna se
movió de su lugar hasta que Rac habló de nuevo.
—Yo me voy a dar una vuelta, paso de maratón moñas —
informó mientras cogía el bolso con sus documentos—.
Espabilad o no veremos nada.
El resto la siguió, todas menos Maripuri, quien les dijo
que la esperaran en el vestíbulo porque se le había olvidado
ponerse su crema para protegerse la piel. Esperó hasta que
se cerró la puerta para acercarse a Josi.
—¿Estarás bien sola? —Ella asintió en respuesta—. ¿Nadie
sabe que puedes estar en este lugar?
—La verdad es que no —respondió con una sonrisa—.
Todos conocen la casa de mi abuela, pero no se imaginan
que el dinero de la lotería me dio para el piso en mi pueblo
y este ático.
—Eres demasiado lista para tu bien —advirtió Maripuri.
—Lo sé —murmuró—, pero ahora mismo lo que necesito
es que no me molesten y mucho menos él.
—Tú sabrás lo que haces, solo no tardes en decirle lo que
está sucediendo si quieres tener una oportunidad de ser
feliz —aconsejó con cariño—. Ya va siendo hora de que
pienses en alguien más que no sea solo tú.
Y con esas palabras salió del lugar dejando a una
pensativa Josi mirando hacia el horizonte. Ese inesperado
embarazo ya le había cambiado la vida, aunque no sabía
hasta qué punto.
Un buenorro nos sigue
Un precioso día soleado les dio la bienvenida en cuanto
pisaron el exterior del edificio. Todas sonrieron a la vez, de
manera inconsciente, mientras alzaban sus cabezas para
aspirar el olor a salitre que les llegaba. Como si estuvieran
sincronizadas, suspiraron a la misma vez y se miraron entre
ellas, lo que les provocó una carcajada al darse cuenta de
que actuaron igual.
—Muy bien, ¿hacia dónde nos dirigimos primero? —
preguntó Maripuri en cuanto se pusieron serias.
—A la Oficina de Turismo para que nos den un folleto y
nos marquen un poco por dónde tirar —ordenó Rac—. Así
que, andando.
Asintieron de acuerdo y se encaminaron al lugar donde
presumiblemente estaba dicho organismo. El paseo lo
realizaron con calma, hablando de todo y de nada en
concreto, admirando el paisaje que les dejaba la orilla de
esa playa que tenían ante ellas.
—Bueno, ¿quién va a ser la guapa que va a entrar? —
cuestionó Joa.
—Yo misma —se ofreció Maru—. ¿Qué es lo que queréis
ver en concreto?
—Todo —sentenciaron Nia y Rac a la vez.
Ellas tres se adentraron al final en el local. Mientras,
Maripuri y Joa las esperaron en el exterior observando a los
lugareños pasar. Les llamaba la atención ver a los
pescadores con sus atuendos salidos de cualquier película,
cargados algunos de ellos con aparejos de costura y un
poco más allá, en un extremo alejado de la playa, se veían
pequeñas barcas y hombres trabajando en el remiendo de
sus redes.
—Se respira paz en este lugar —murmuró Maripuri—. Me
quedaría aquí para siempre si no fuera por mi niño.
Joa ni siquiera habló de lo absorta que estaba en sus
pensamientos, unos muy alejados de aquel lugar y que
ninguna siquiera llegaría a averiguar si se lo propusieran.
—Pues ya estamos —anunció con voz cantarina Rac—.
Nos han recomendado pasear por el lugar, ir a la otra playa
para ver el contraste con esta, que está tan bien apañada
con sus hamacas, e irnos de tiendas. Estos nos han visto
cara de paletas con pasta.
—Venga, que el simpático me ha dicho que podemos
subir al Monasterio de Santa Clara —replicó Nia—. Se puede
visitar tanto la iglesia como el claustro, y un poco más allá
están las ruinas del antiguo acueducto, aunque dice que
está bastante bien conservado.
—¿Y para qué queremos ver un monasterio? —cuestionó
Joa—. Yo prefiero que paseemos para conocer algunos
rincones con encanto e irnos de tiendas, tengo ganas de ver
lo que abunda en este lugar.
—Pensé que tu amor por el arte traspasaba la moda —
contestó mordaz Nia—, pero ya veo que no ves más allá de
los trapitos y los cuerpos esculturales.
Un jadeo general acompañó las miradas matadoras de las
dos amigas, llevaban unos días la una con la otra
demasiado incisivas, y no entendían el motivo.
—Venga, mañana de turismo y tarde de shopping —terció
Maru—. ¿Os parece bien?
Nia y Joa dejaron de mirarse para asentir a la proposición
de su otra amiga. En algún momento tendrían que arreglar
lo que tenían pendiente o se vería afectada su amistad,
aunque no sería en ese momento.
Estudiaron con atención el mapa que les facilitaron y
decidieron subir andando hasta el enclave donde se situaba
el monasterio. En principio Maripuri les hizo ver que el
ascenso les iba a costar ya que casi ninguna estaba
acostumbrada a ese tipo de excursiones, aunque no le
hicieron caso, por lo que entró en la primera tienda de
ultramarinos que encontró y se aprovisionó de agua y
algunas barritas de chocolate y guarrerías varias. Mejor
prevenir.
—Cuchi qué pollas, un buenorro nos está siguiendo —
anunció Joa con su acentazo granadino demasiado marcado
—. Lo he visto parar las dos veces que lo hemos hecho
nosotras.
Todas miraron de manera disimulada hacia donde ella les
señaló y sí, ahí estaba un hombre alto, moreno y cuya
mirada no podían ver porque llevaba puestas unas gafas de
sol.
—Eso sí, pasta debe tener porque solo los vaqueros que
lleva cuestan la friolera de doscientos cuarenta euros —
siguió diciendo Joa—. Las gafas las tendría que ver más de
cerca, pero si son de marca y no una buena imitación,
rondan los doscientos euros.
—Joa, ¿en serio le estás haciendo un escaneo a su
billetera? —cuestionó Rac jocosa—. Ya nos has demostrado
el porqué eres de las mejores en tu campo, no es necesario
que hasta de vacaciones sigas trabajando.
—Pero es que...
—Vámonos ya —gruñó Maripuri al darse cuenta de quién
era el buenorro—. Al final no podremos visitar nada y no
pienso subir de nuevo a ese lugar.
Comenzó a andar y las otras la miraron con extrañeza,
estaba más gruñona de lo normal, aun así le hicieron caso y
la siguieron, aunque sin dejar de echar vistazos de vez en
cuando a sus espaldas, esta vez a paso más ligero porque
era cierto que si no espabilaban, tendrían que esperar al
turno de la tarde para poder entrar.
A lo lejos vieron la majestuosidad del edificio, en lo más
alto de la ladera, lo que las dejó impresionadas a la vez que
caminaban con más decisión al ver que su objetivo no
estaba tan lejos. Ni siquiera pararon a admirar las vistas del
pueblo desde ese lugar, y todo porque Maripuri cogió
carrerilla y no había forma humana casi de seguirle el ritmo.
—¿Y a esta qué coño le pasa? —musitó Maru entre jadeos
—. Nos lleva con la lengua a rastras, y justo ella, de quien
hay que tirar para estas cosas.
—Ni idea, el aire portugués la altera —masculló con sorna
Rac, quien intuía lo que le sucedía a la veterana—.
Aligeremos o la pillamos cuando venga de bajada.
Sudorosas y jadeantes llegaron a la puerta de un
monasterio precioso, cuya piedra reflejaba su antigüedad ya
que, según leyeron en el críptico que les facilitaron, su
construcción databa del XIV, justo cuando se construyó la
ciudad.
—Qué bien conservado está —verbalizó Joa por todas—.
Entremos a ver las reliquias que nos encontramos.
—Ahora sí te interesa —gruñó Nia al pasar por su lado.
Las demás ignoraron las pullas entre ellas, esa misma
noche las someterían a un tercer grado intenso. Vieron que
la entrada estaba atestada de gente, así que se dirigieron a
la taquilla del lugar, solo que no quedaban entradas para
ese turno y tendrían que esperar al siguiente.
—Ah no, yo no espero aquí dos horas y media porque a la
enana esa le dé la gana —protestó Maripuri—. Seguidme.
Se dirigió con resolución hacia un grupo de al menos
veinte personas que escuchaban con atención a un guía,
quien les estaría explicando algo del lugar. Hizo una señal a
las demás con la cabeza para que hicieran lo mismo que
ella, que no fue otra cosa que meterse en medio de los
turistas y hacer como que escuchaba con atención mientras
avanzaban hacia el interior del edificio. Una vez allí, se
separó del grupo.
—Dime que te has enterado de todo lo que ha dicho el
hombre ese —le dijo Rac con ganas de cachondeo.
—Pues claro que sí, ¿por quién me tomas? —espetó
poniendo morritos—. Lo malo es que habla fatal el pobre y
no entiendo bien su wachinguay, pero ha contado lo mismo
que sale en el folleto, no ha sido nada original.
Un coro de risas rompió el silencio del lugar, y
comprobaron que la acústica en esa parte de la iglesia era
magnífica para cualquier tipo de concierto. Admiraron todos
los elementos que las rodeaban, se fijaron en el órgano, que
tenía pinta de ser también muy antiguo, observaron las
diferentes reformas del lugar, ya que se veía a simple vista
las diferentes restauraciones a las que sometieron el
edificio.
—Es precioso —musitaron todas en algún momento.
Perdieron la noción del tiempo y de vista al grupo con el
que se colaron, aunque no les importó de tan absortas que
estaban. Se dirigieron al claustro, el cual les resultó tan
imponente como el resto del edificio, se respiraba
majestuosidad por donde miraran o pisaran.
—Increíble —musitó Rac a la vez que activaba la cámara
de su teléfono para captar algunas panorámicas del lugar—.
Esto inspira a cualquiera para una buena historia entre
estos muros.
El sonido de algo rompiéndose las sacó de su momento
de contemplación para volver la cabeza hacia el lugar
donde se habría producido el desastre, solo que lo que las
dejó asombradas por completo era que Maripuri estaba con
las manos en la boca mirando a sus pies la vasija rota.
—Inma, ¿qué coño has hecho? —acusó Maru con un tono
más jocoso que de regaño—. Este tipo de desastres me lo
esperaría de Nia o Joa, pero ¿de ti?
—Ya te puedes ir a pagar este desastre —canturreó Rac al
ver la cara de espanto de su amiga—. Vamos, solo serán
unos cientos de miles de euros.
La cara de Maripuri pasó del rojo al blanco y de ahí al
verde alga, se estaba mareando y todo. Las chicas
acudieron raudas a sujetarla y la sacaron de allí de
inmediato, sin darse cuenta de que tuvieron un testigo
directo del accidente, aunque más que de mirón lo
calificarían como culpable en cuanto su amiga abriera la
boca.
Salieron del edificio sin mirar atrás y se dirigieron hacia
donde estaba el acueducto que usaban las monjas que
vivieron en ese lugar para abastecerse de agua. El aire
fresco hizo que Maripuri recuperara el color de su cara,
aunque no dejaba de temblar.
—No te preocupes, seguro que era una de esas réplicas
hecha en China —trató de consolarla Rac cuando vio sus
ojos brillantes—. Y nadie nos ha visto, la ha podido tirar el
fantasma de Sor Regla Dolorosa.
Todas aguantaron la risa con el intento de broma de la
morena, Maripuri abrió la boca para rebatir las palabras de
su amiga, solo que prefirió callar. En ese momento era
preferible a dejar salir a saber qué por esa bocaza que Dios
le dio, mejor pensaba en cómo vengarse del fantasmón que
le susurró una obscenidad al oído justo antes de que ella
tropezara y tirara esa rara pieza.
—Vamos a comer, estoy hambrienta —ordenó con un
gruñido—. Seguro que con el estómago lleno lo veo todo de
otra manera.
Empezaron a bajar la ladera de vuelta, esta vez iban
pendientes de Maripuri ya que el color de su cara no era
todavía el de un rato antes. Se les hizo corta la bajada y en
menos de media hora ya estaban en el punto de partida.
Miraron lo que las rodeaba para elegir dónde comer,
ninguna barajó la posibilidad de volver al ático.
—Deberíamos llamar a Josi para que se una a nosotras —
propuso Nia.
—No, vamos a dejarla descansar —replicó Maru—. Tiene
mucho en lo que pensar.
Joa y Rac se encogieron de hombros al ver que Maripuri
apoyaba sus palabras. La granadina vio el típico barco para
los turistas llegando al puerto y propuso al resto que dieran
un paseo, a lo que todas se negaron en ese momento
porque el ejercicio les abrió el apetito. En ese momento la
prioridad del resto era la de buscar un lugar para comer en
el que tuvieran mesa.
—Vamos a aquel restaurante, tiene pinta de ser bueno.
Todas miraron hacia donde les señaló Maripuri y se
miraron entre ellas.
—Creo que no vamos vestidas de manera adecuada —
dijo Joa—. Elijamos otro.
—No, vamos a comer allí —sentenció con determinación
mientras empezaba a caminar hacia el lugar.
—Que alguien le haga entender que va a dejar la tarjeta
temblando solo por entrar —suplicó Nia, quien ya imaginaba
el drama que iban a montar más de una al llegar al piso, y
no precisamente la bruja que las empujaba al desastre.
—Vamos a echarlo a suertes —propuso Maru—. La que
pierda es la encargada de convencerla.
Las cuatro hicieron un corro para ponerse a jugar a
piedra, papel o tijera, pero se vieron interrumpidas por la
llamada de Maripuri.
—¡Vamos, yo invito! —les gritó y ellas miraron alucinadas
—. No me miréis así, tengo claro que os preocupa lo caro
que es y que proteste.
Abrieron las bocas hasta el punto de que dirían que las
mandíbulas tocaban el suelo, aunque lo que las asombró
más fueron las siguientes palabras que les dijo:
»¡El picapleitos gilipollas paga!
Se encogieron de hombros y le siguieron el rollo porque
no sabían a quién se refería ya que el padre de su hijo, con
el que ni siquiera llegó a casarse, era militar de carrera.
Pidieron una mesa en la terraza del elegante lugar, y el
camarero las guió hasta una que estaba en un rincón
apartado del resto, aunque gozaba de las mejores vistas de
la costa.
Les acercó la carta para que eligieran lo que deseaban
comer, Maripuri le pidió una botella del mejor vino de la
zona, y todo en español, que el traductor de Google se
pitorreaba de ella.
—Inma, ¿en serio quieres que comamos aquí? —
cuestionó Joa con los ojos desorbitados al ver que no
llevaban precio los platos—. Esto tiene pinta de que tengas
que vender todos tus órganos en el mercado negro, y ni así
cubrirías el total de la cuenta.
—No exageres, pedid lo que os apetezca, comamos y
disfrutemos del bonito día que hace.
Si le hubieran salido unos cuernos, no habrían mirado a
su amiga con la cara que debían tener en ese momento.
Doña “no gastes en pamplinas” estaba allí derrochando a
saber cuánto. Y lo peor es que no tenían ni idea de cómo
frenarla, al menos esa vez estaban todas con las mentes en
blanco.
—Es una pena que no esté aquí mi Trilli —musitó Nia,
aunque con la idea de que ella sí que sabría cómo manejar
a su amiga—. ¿La llamamos?
—Hemos dicho que no vamos a molestarla —contestó
Rac—. Además, ¿qué más puede pasar ya?
En ese momento Rac no supo lo profética que iba a ser su
pregunta porque sí que iban a suceder muchas cosas, y
alguna demasiado vergonzosa a la par que surrealista.
Escogieron diferentes platos que probarían todas y se
dispusieron a pasar una sobremesa de lo más relajada y
placentera posible.
Ostia puta, salimos en las noticias
Llegaron corriendo al ático, todas muertas de risa,
Maripuri la que más. Entraron en tropel y corrieron hacia la
terraza, donde vieron a Josi sentada con el portátil en las
piernas, tecleando muy concentrada.
—¡Trilli, ya estamos en casa! —gritó una excitada Nia—.
Tenemos un montón de cosas que contarte, coge una libreta
y un boli porque vas a flipar en colores.
Entró dando saltitos en el lugar y plantó su culo en una
de los cojines situados en una de las esquinas. Las demás la
seguían con miradas divertidas, esa vena payasa seguro
que era fruto de la copa y media de vino que se tomó
comiendo ya que no era dada a ese tipo de
comportamientos, aunque tampoco a beber.
»Venga, sentaros, no tenemos toda la noche —exigió
entre risas—. Tenemos que dejar descansar a nuestro
sobrino o sobrina. Y hablando de niños, ¿si decimos
palabrotas nos entiende ya?
—Hazme sitio, anda —pidió Rac mientras la empujaba
con cuidado—. Y no, todavía no entienden si es una palabra
fea o no, pero el tono de voz lo reconocerá.
Vieron que tanto Joa como ella se levantaron de donde
estaba, llegaron hasta Josi, le levantaron la camiseta y se
pusieron a cuchichear en la tripa.
—¡Quitaros, joder! —protestó divertida—. No le hagáis
caso a Rac, se está riendo de vosotras.
Las dos se fueron a sus asientos gruñendo, y no vieron
las muecas divertidas de las otras.
»Bueno, ¿qué es eso que tengo que apuntar? —Todas
hablaron a la vez, lo que obligó a Josi a levantarse—.
¡Silencio! Que me estresáis al feto.
—Uy lo que ha dicho —susurró Nia a Rac.
—Nia, empieza tú, que para eso has venido dando saltitos
—ordenó con tono firme—. Y las demás os callais.
—Pues veras —comenzó con cautela—, esta mañana,
cuando hemos salido de aquí, hemos estado en la puerta
discutiendo dónde ir y lo que hacer. No nos poníamos de
acuerdo así que...
—Maripuri se ha cargado algo de incalculable valor y nos
hemos hecho un simpa —cortó Maru.
—¿Que Inma ha hecho qué? —graznó una incrédula Josi.
Todas miraron a la acusada, la cual se tapó la cabeza con
lo primero que pilló, y afirmaron con un gesto a las palabras
dichas. Josi la miró alucinada y echó mano de la libreta y el
boli.
—Rac, quiero detalles —pidió ansiosa—. Esto me lo
apunto para la posteridad, y luego se lo contamos a las
niñas.
—Es fácil —comenzó Rac—. Aquí nuestra amiga ha
intercambiado torpeza con Nia y sin saber cómo ha chocado
con un pedestal donde reposaba una vasija del siglo XIV,
una pieza de valor incalculable, y la ha tirado.
Solo se escuchaba el sonido del bolígrafo sobre el papel,
ni siquiera el vuelo de una mosca. Maripuri esperaba el
estallido de Josi, el cual no llegó y eso en ella era extraño.
—¿Qué más? —cuestionó—. Porque no creo que aquí la
Trilli haya venido como salida de un after solo por un trozo
de historia hecha añicos.
—Pues no. —Rac miró hacia la afectada, quien estaba con
la cabeza gacha—. Lo bueno ha sido que el subidón de
ansiedad le ha afectado al lado analítico del cerebro porque
nos ha metido en un restaurante caro cerca del puerto, nos
hemos hinchado a comer de lo mejor y más caro, nos ha
dicho que saliéramos de la terraza y la esperáramos fuera
mientras pagaba, y cuando ella lo ha hecho nos ha gritado
que corrieramos. Como entenderás, tonta sería la que no lo
hiciera cuando hemos visto que ella lo hacía antes de
acabar la frase. Si Maripuri corre es que algo viene detrás.
—¿Cómo de caro? —musitó Josi en tono angustiado.
—Muy caro —soltó Joa sin pensar—. De los que hasta el
corbatín del camarero está perfectamente almidonado.
—Mierda, seguro que es el restaurante del hijo del alcalde
—gruñó Josi—. La habéis hecho buena porque esos cobran sí
o sí.
—No te preocupes —trató de tranquilizarla Maripuri—, si
el camarero sabía a quién tenía que pasarle la cuenta. Lo de
salir corriendo era para bajar todo lo que nos hemos metido
entre pecho y espalda.
La miraron con incredulidad. Después del rato que les
hizo pasar y ahora les salía con eso. Estaban entre matarla
o echarla a patadas del piso y que diera la cara al no tener
donde esconderse.
—Muy bien, si tan segura estás de que nadie os va a
buscar, baja a tomarte tu cafelito de todas las tardes —la
retó Josi.
—¿No te parece que llevamos todo el día en la calle? —
cuestionó Maripuri—. Creo que al menos el cafelito
tendríamos que tomarlo aquí contigo, acompañado de los
pastelitos que sobraron ayer.
—La verdad es que voy a echarme un rato, acaba de
entrarme sueño —anunció fingiendo un bostezo—. Salid de
compras, pasead por la playa, y traedme algo salado
cuando subáis.
Todas observaron que el color de la cara de Maripuri fue
cambiando de tono hasta llegar a uno blanco muy pálido,
aun así no abrió la boca y asintió con un gesto mientras se
levantaba de su asiento.
—Está bien, ¿alguna se viene? —musitó mientras iba al
interior de la vivienda—. Voy un momento a refrescarme
antes de la siguiente excursión.
Pasaron unos minutos en los que todas estuvieron en
silencio esperando la reacción de su amiga, la cual no llegó
en forma de explosión parlanchina sino de disfraz
estrambótico.
—Ya estoy lista, me bajo a tomar ese cafelito —anunció
con una amplia sonrisa—. ¿Os bajáis y aprovecháis para
hacer la croqueta en la playa o comprar?
Todas estallaron en carcajadas, los ojos se les inundaron a
todas de lágrimas y más cuando Maripuri se encaminó hacia
la salida dando traspiés.
—¿Pero dónde vas así? —cuestionó Josi—. Pareces un
duende travestido, ja, ja, ja.
—Perdona, pero esto es la nueva moda —contestó con
orgullo—. Si no me crees, le preguntas a la experta en
trapitos.
Salió del piso y al cerrar la puerta todas se revolcaron de
manera literal en el suelo. Y era algo lógico ya que iba a
llamar la atención hasta de los aviones que pasaran por la
zona porque lo llevaba todo puesto. Su vestuario estaba
compuesto por un largo vestido tipo boho chic multicolor de
alguna de las chicas, encima llevaba una rebeca de hilo
beige y una chaqueta marrón de cuero que le daba un toque
macarra. Los zapatos no tenían desperdicio porque del
armario de Joa escogió una cuñas con extra de plataforma,
tipo andamio de la obra, con los que se tropezaba ella
misma sin necesidad de mover los pies. Y todo ello
completado por un pañuelo multicolor típico de las abuelas
de pueblo anudado en la cabeza con una pamela de esas
que están hechas para dos cabezas aunque se ponen en
una y que no la dejaría ver a diez centímetros de su cara.
Eso sí, se quitó sus gafas de ver, porque las suyas eran
graduadas, y le cogió a Rac una de sus gafas de sol de
tamaño XXL, de esas que te tapan media cara. Iba bonita,
propia para asarse de calor y pegarse contra un muro al ser
miope.
—Nos oculta algo —masculló Maru—. Deberíamos estar
cerca de ella. Veamos, la que pierda no se separará de su
lado.
—¿En serio os vais a jugar quién se toma con Inma el
café? —preguntó Josi riendo—. Estáis muy locas.
—No, porque estamos muy lúcidas es que tenemos que
sortear quién se va con semejante personaje colorido —
refutó Joa.
Las otras tres asintieron, hicieron un círculo y se lo
jugaron a piedra, papel o tijeras. La perdedora refunfuñó,
aunque se fue directa a la puerta para bajar a la cafetería.
Ya le echaría cualquier rollo a Maripuri de su presencia en el
lugar.
En cuanto Nia salió por la puerta, el resto entró en el
salón y se acomodaron en los diferentes sofás de la
estancia. Encendieron la televisión y se pusieron a pasar
canales solo por curiosear lo que los habitantes de ese
pueblo tenían disponible sin tener que tirar de canales de
pago.
—Vuelve atrás —ordenó Josi a Rac, que era quien tenía el
mando—. ¡Ostia puta, salimos en las noticias!
Maru y Joa prestaron atención a la enorme pantalla que
tenían frente a ellas ya que se dedicaron a revisar los
mensajes y correos de sus teléfonos, y lo que vieron hizo
que se echaran las manos a la cabeza.
—Os lo dije —soltó Maru con enfado—, os avisé que nos
íbamos a meter en un lío gordo. De esta no nos saca ni mi
amiga jueza.
—Mira, si nos han grabado hasta por los pasillos —se rio
Rac señalando la imagen que pasaba en ese momento—. Se
nos acabó el pasear tan tranquilas, ja, ja, ja.
—Y yo con esas pintas —se lamentó Joa, y todas volvieron
las cabezas hacia ella—. ¡¿Qué?! Tengo una reputación que
mantener, esto va a hacer que baje en popularidad.
—No, si de eso vas a tener la que quieras —replicó Maru
con mordacidad—. Aprovecha el tirón para hacerte con la jet
set madrileña. Es lo que te falta, ¿no?
Joa decidió no contestar y prestó de nuevo atención a lo
que decían los periodistas. Al menos hablaban en
castellano, tenían el canal internacional puesto, y pusieron
atención a lo que comentaban sobre el caso.
Fuentes de la Policía Nacional nos informan de la singular
desaparición de unas testigos en un caso de suma
importancia. Por ello, hacen un llamamiento a la ciudadanía
para que les ayuden a saber la identidad de las mujeres que
aparecen en la pantalla o cualquier dato que ayude a
esclarecer su paradero.
Las mentes de todas viajaron a sus ciudades, donde sus
familiares ya estarían alertados de que las buscaban y a los
que no debían decir dónde se encontraban por el momento.
—Maldita sea, mi madre me va a matar —gruñó Joa—. Le
dije que me iba a descansar a un retiro espiritual, no a
cometer un robo.
—Mujer, no han dicho nada de que seamos delincuentes
—trató de calmarla Maru—. Nos buscan como testigos, es
que la bocazas de Nia dijo que éramos detectives después
de inventarse que trabajábamos para el CNI.
—No, esos tíos nos están buscando para enchironarnos —
apostilló Rac—. No son tontos y se han dado cuenta de que
los hemos usado para algo más.
—Nadie va a meternos a ninguna de nosotras en la cárcel
—habló Josi con calma—. Querrán que prestemos
declaración por lo de Clara, nada más.
Se quedaron absortas largos minutos en las imágenes
que pasaban en modo bucle de ellas en varios lugares del
hospital, de cuando los investigadores cercaron el edificio
para el registro, los detenidos con las cabezas gachas o con
algo tapándolos y la salida de Clara protegida por varios
policías.
—Alejandro —musitó Rac sin quitar los ojos de la pantalla.
—Tenemos que avisar a Nia y Maripuri —soltó Josi de
pronto—. Alguien las podría reconocer y...
—Tranquila, a Inma nadie la ha visto y es la que ahora
mismo va a llamar la atención —refutó Joa.
—Por eso mismo vas a bajar de inmediato a por ellas —
ordenó Josi—. Están expuestas. Si nosotras hemos visto
esto, la policía del lugar ya debe tener nuestras fotos.
—Pero...
—Déjalo, ya bajo yo —interrumpió Rac, ya que veía que
una nueva discusión se avecinaba—. Id convocando
Bipollamada por Skype, vamos a necesitar la ayuda de las
niñas, activad el gabinete de crisis, veréis que se olvidan
hasta de los trabajos.
Maru cogió su teléfono y envió un mensaje a todas y
desde el ordenador de Josi se conectaron al chat de vídeo,
en pocos minutos tendrían a todas las chicas lanzando ideas
descabelladas para ayudarlas a salir de ese lío, o al menos a
intentarlo.
¿Sacamos ya las palas?
Nia y Maripuri charlaban con tranquilidad sobre lo que les
pareció el lugar a pesar de lo acontecido, se rieron mucho
rememorando las reacciones de todas, aunque mucho más
cuando Nia le relató los cambios de color en la cara de la
otra. Estaban tranquilas hasta que las interrumpió un
hombre desconocido para Nia, solo que le resultaba familiar
su cara de haberlo visto en algún lado.
—Vaya, hasta que te encuentro, fierecilla —soltó de
sopetón, sin saludar ni nada—. Tú y yo tenemos que hablar.
—Mí no entender, míster —respondió Maripuri poniendo
un falso acento inglés que cantaba desde lejos—. Bye.
—Inma —ronroneó el hombre—, o vienes conmigo a las
buenas o te llevo a rastras. Tenemos un asunto que hablar.
Nia se fijó bien en el atrevido que le habló de manera
desafiante a su amiga y cayó en la cuenta de algo.
—Hala, si este es el buenorro que nos ha estado
siguiendo toda la mañana.
—Gracias por la parte que me toca. —El muy tunante le
guiñó un ojo—. ¿Te has decidido ya?
Maripuri se levantó de un salto cuando Alfonso acortó la
distancia y alargó una mano para tomarla del brazo. Pasó
por su lado gruñendo un “ni me toques” que le salió tan del
alma que todo el mundo presente en esa terraza lo escuchó.
—No te vayas, tardo menos de dos minutos —pidió a Nia
—. No tiene aguante para más.
Esa última frase, dicha con todo el doble sentido del
mundo, provocó tal carcajada ronca y varonil que a todas
las féminas del lugar se les mojó las bragas de inmediato.
Nia vio desaparecer a su amiga en el interior del local
seguida de ese hombre y no pudo resistir la curiosidad, así
que se levantó y de manera sigilosa se posicionó en un
lugar cercano donde no la verían y podría escuchar todo lo
que charlaban ese par.
Rac salió del edificio que parecía que la perseguía una
horda de zombis, así de rápida iba en busca de sus amigas
para que se quitaran de la vista de los transeúntes lo antes
posible. Llegó a la cafetería y al momento divisó en una de
las mesas sus gafas de imitación compradas en una página
china, aunque no vio a las chicas, sus consumiciones
estaban a medias.
—Maldita sea, no me digas que ya las han identificado —
masculló mientras oteaba el lugar en busca de alguna señal
que le dijera lo que habría sucedido—. Ah no, ahí está Nia.
Se dirigió en busca de su amiga, tocó su hombro para
llamarle la atención ya que estaba acuclillada y no se
esperó la reacción que tuvo la otra. Se volvió con rapidez, y
cual ninja entrenado la tiró al suelo con un barrido de pierna
y le tapó la boca.
—Lo siento, no sabía que eras tú —se disculpó a la vez
que se quitaba de encima—. Calla y escucha, Maripuri se ha
echado un ligue sin nosotras saberlo.
Rac abrió los ojos sorprendida y ocupó un lugar al lado de
su amiga en la misma posición que esta. Estaban apretadas
ya que ninguna de las dos era precisamente una modelo de
pasarela, pero se apañaron bien para poner la oreja.
—Ya te he dicho que no quiero saber nada —oyeron a
Maripuri—. Te dejé claro que no soy mujer de una noche.
—¿Ya has terminado de soltar gilipolleces por la boca? —
espetó él acorralandola un poco más contra la pared.
—Será posible...
La réplica de Maripuri se vio cortada por un inesperado
beso. Las dos mironas jadearon cuando vieron que su
amiga, en lugar de resistirse un poco o empujarlo para
quitárselo de encima, se relajaba entre los brazos de ese
hombre e incluso le agarraba el pelo de la nuca con una
mano mientras la otra la llevaba al culo y apretaba con
ganas.
—Joder con la leona —susurró Rac mientras echaba mano
al bolsillo—. Esto lo vamos a inmortalizar o las de arriba no
nos creen.
El beso se alargó su buen par de minutos, y las chicas se
asombraron ya que iban con todo: manoseo, lengua,
frotamiento de pelvis ya que Maripuri apoyó una pierna en
la cadera del tipo, y todo lo que en ese momento les
apeteció. Un poco más y allí mismo los tienen que detener a
ambos. Alucinadas se hallaban las dos espías.
—Deja de grabar —masculló Nia lo más bajo que pudo—.
Nos va a pillar y la venganza puede ser terrible.
Rac se tragó la respuesta porque justo en ese momento
ambos se separaron y pudieron ver el brillo en los ojos de su
amiga y la sonrisita tonta que se le quedó en la cara.
—Ahora que te has relajado, hablemos —pidió el tipo con
determinación sin soltarla—. No soy un tipo que busque un
polvo de una noche, no estoy en la edad de ir picoteando
florecillas, y aunque fuera así tampoco me importaría
reconocerlo.
—Pero...
—No he acabado —cortó y dejó un pequeño beso en sus
labios—. Sé que no hace ni veinticuatro horas que nos
hemos cruzado, y no precisamente con buen pie, pero he
notado algo en ti que quiero explorar. No sé si me
entiendes.
Maripuri negó con la cabeza a la vez que se ponía de un
color rojo exagerado que sus amigas no le habían visto en la
vida.
—Graba, graba —susurró Nia mientras le daba un codazo
a Rac—. Esto es un hito histórico.
Rac asintió, aunque la otra no la vio, y siguió pendiente a
lo que estaban presenciando. Las demás se iban a morir de
la envidia al no haber estado en su lugar.
—Verás, ya te conté un poco de mí, y por eso te quiero
proponer algo —suspiró junto a la boca de la mujer—.
Ambos estamos en este lugar de vacaciones, aunque yo
tengo que volver mañana a Oporto porque necesito
preparar un juicio importante, así que vamos a hacer una
cosa: te voy a dar mi tarjeta y me vas a llamar cuando te
apetezca que demos un paseo por una de estas
maravillosas playas, comamos o cenemos en alguno de los
maravillosos restaurantes de este sitio, nos tomemos uno
de esos peligrosos cafés que con tanta gracia derramas
encima de tus objetivos. Y si no es aquí, en cualquier sitio,
no me importa coger un avión para ir a tu encuentro. ¿Qué
te parece?
Maripuri sonrió como nunca y afirmó de manera tímida,
así que vieron que el buenorro le metía un papelito en el
bolsillo de la chaqueta que llevaba puesta. Nia y Rac
aprovecharon el momento en el que la boca de ambos se
volvió a unir para salir del lugar cagando leches lo más en
silencio que pudieron.
—Ostias, qué fuerte —se carcajeó Rac—. Este va a ser el
viaje de las situaciones más bizarras y extrañas de nuestras
vidas, ja, ja, ja.
—Y que lo digas —respondió Nia como pudo.
Esperaron unos minutos sentadas, rememorando entre
lágrimas de risas lo presenciado hasta que Nia se dio cuenta
de algo, tomó aire e intentó ponerse lo más seria posible,
solo que se vio interrumpida por la salida de los amantes
furtivos.
Primero salió del lugar su amiga, la cual iba dándose aire
con la mano y llegaba con carita de tonta soñadora. Rac se
encargaría de bajarla de las nubes en un momento. Justo
detrás salió el portento de hombre y les guiñó un ojo a las
tres cuando pasó junto a la mesa donde estaban ya
sentadas.
—Hasta pronto, fierecilla —se despidió.
El suspiro de Maripuri se debió escuchar desde el ático y
las otras dos seguían alucinadas. No las iban a creer las
niñas cuando les contaran lo presenciado.
—Oye, ¿tú qué haces aquí? —cuestionó Maripuri sin
siquiera saludar a la recién llegada, o eso pensaba ella.
—He bajado porque hemos convocado un gabinete de
crisis con las chicas —anunció y se puso en pie—. Tenemos
que volver de inmediato al ático, ahora os contamos.
—Espera un momento que nos tomemos esto y...
—No hay tiempo —la cortó con ansiedad en la voz—. Es
peligroso estar aquí.
—Qué exagerada eres —se carcajeo Nia.
—No te vas a reír tanto cuando te lleven a una comisaría
—advirtió con seriedad—. Y no tengo ni idea de cómo serán
las cárceles portuguesas.
Nia y Maripuri se pusieron en pie de inmediato cuando
vieron que Rac se marchaba casi corriendo hasta el portal
del edificio donde estaban alojadas, dejaron un billete en la
mesa y salieron a correr antes de que su amiga cerrara la
puerta de entrada. Llegaron casi ahogadas y eso que solo
eran unos metros, subieron en el ascensor en completo
silencio y una calma tensa las recibió cuando entraron al
ático.
—Ya era hora, joder —gruñó Josi, quien estaba dando
vueltas por la amplia estancia—. Un poco más y llamo al
ejército para que vengan en vuestro rescate.
—Uy, mi hijo, no lo he llamado —espetó Maripuri,
saliendo rauda hacia la habitación donde se quedó la noche
anterior para coger su teléfono.
—¿Qué le pasa a esta? —cuestionó Maru—. La veo rara,
no ha gruñido por la regañina de Josi.
—Os lo enseñamos porque no vais a creernos —contestó
Rac—. Solo os digo que le han pegado un morreo que le ha
cambiado las ideas de lugar.
Todas jadearon a la vez que se acomodaban en los
sillones de manera que verían el vídeo a la vez. Y así las
pilló Maripuri un rato después, revolcándose en los asientos
y llorando de la risa, la cual aumentó al verla entrar con el
teléfono en la mano y los ojos rojos de haber llorado
después de hablar con su vástago.
—Contadme el chiste —pidió indignada al ver que no
paraban.
—Mejor nos lo cuentas tú —dijo entre carcajadas Josi—.
No me esperaba esto de ti, ja, ja, ja.
Maripuri las miró una a una, y se dio cuenta de que las
dos huronas que estaban en la mesa un momento antes se
pudieron dar cuenta de algo, aunque no hasta qué nivel ya
que no esperaba lo que le pusieron en la pantalla del salón:
ella con su Alfonso.
—Chicas, ¿empezamos? —se escuchó la voz de una de
las niñas del chat—. He dejado a los clientes esperando su
tostada, hoy se vuelven a quemar, pero que se aguanten.
Seguro que así dejan de joder.
—¿Yuri? —musitó Maripuri.
—La misma —contestó con su característica voz
cantarina—. ¿Sacamos ya las palas o nos esperamos?
El resto de las chicas tomaron aire para ponerse serias ya
que el asunto a tratar lo requería, que no era otro que
elaborar un plan de escape a lo Bipo.
—Muy bien —empezó Rac—, damos por iniciado el
gabinete de crisis. Prestad atención porque vais a alucinar y
necesitamos soluciones, no ideas peregrinas.
Y entre todas explicaron al resto de sus amigas, cada una
en una punta del mapa mundial, todo lo sucedido desde que
unos meses antes decidieron que era hora de ser madres
las cinco a la vez.
—Ustedes sí que están bien locas —dijo entre risas Yuli, la
texana—. Aun así y todo, las amo.
—Pongamos nuestras mentes a trabajar —masculló Xio,
quien estuvo tomando apuntes de algunos detalles de la
narración—. Necesitáis moveros de inmediato, a saber si el
mismo camarero no os identifica.
Maripuri jadeó porque no cayó en ese detalle, el día antes
las vio a todas cuando bajaron a investigar la zona y ella
permaneció todo el tiempo allí.
—Muy bien, ¿qué proponéis? —preguntó Josi, quien ya
tenía claro cuál era el mejor lugar en el que estar unos días
aisladas de la multitud.
—Yo os escondo en mi casa si queréis —ofreció una de
ellas—. Lo malo es que mi cotorri es capaz de decirle a todo
el mundo que las amigas de su madre no quieren salir con
ella al parque. Ya sabéis que sois sus titas Xurris y el orgullo
con el que lo dice.
—Xurri, se agradece tu ofrecimiento —comenzó a decir
Maripuri—, pero tus hijos tienen más peligro que una piraña
en una piscina municipal. Al final nos entregaríamos con tal
de que no nos torturen con sus juegos.
—Saben que en mi casa os hacemos hueco —ofreció
Marian—. Mi madre tira colchones donde sea y tenemos la
playa cerca.
—No es mal plan, pero ahora debéis estar abarrotados de
turistas —masculló Maripuri—. La zona de levante tiene muy
buenas playas.
—Tienen que venirse a Miami —pidió Yuri—. Les hago sitio
aunque sea en la caseta de mi Loki.
Las carcajadas resonaron en el lugar, cada una de las
ideas era más graciosa que la anterior, hasta que habló de
nuevo Xio.
—¡Veamos una cosa! —Levantó la voz para que la
escucharan—. Las que salen en los noticieros son ustedes
cinco. —Señaló a las que estuvieron en el hospital y
asintieron con un gesto—. Pues deben irse a un pueblo
pequeño, donde no llamen la atención y mandar a nuestra
amiga Inma de avanzadilla para que averigüe lo que sucede
y el porqué las buscan.
—Eso está claro, saben que somos unas mentirosas y
unas chorizas —soltó Josi con total calma—. Aquí mi Trilli les
soltó un rollo y nos acusarán de suplantación de identidad y
a saber de qué más.
—Eso no lo sabemos —gruñó la aludida—. Lo mismo solo
quieren darnos las gracias por salvar media humanidad.
Nada dice que estemos en búsqueda y captura, o que la
Interpol tenga orden de detención.
—Tan tontos no van a ser como para anunciarlo a bombo
y platillo —intervino Joa—. Me encantaría eso de que nos
condecoraran, mi hermano iba a rabiar de celos.
—No tienes tú fe ni nada, ja, ja, ja —se rio Rac, quien no
sabía ya dónde meterse.
Una nueva discusión comenzó sobre quién llevaba razón,
de nuevo teorías conspiratorias varias y una decisión en
firme: se irían al pueblo natal de Maru. Allí solo tendrían que
preocuparse por los mosquitos ya que eran muy pocos
habitantes, calles desérticas y nada de policía o cualquier
integrante de algún cuerpo de seguridad. Nada podría salir
mal, ¿o sí?
Ni loca me quedo en esta aldeílla
Salieron del edificio del ático de Vila do Conde siendo ya
noche cerrada. Si alguien les preguntara el motivo, se haría
patente que las podrían acusar de nocturnidad y alevosía
porque pretendían evitar posibles controles donde las
pararan y pudieran identificarlas por las caras, ya que sus
nombres verdaderos no lo facilitaron en ningún momento. O
eso creyeron.
—¿Falta mucho para llegar? —preguntó Joa mientras se
movía por milésima vez en su asiento.
—No creo, Maru ya ha puesto el intermitente para salir de
la autovía —respondió Nia, que era la que conducía en aquel
momento.
—Qué ganas de darme un buen baño de espuma —
musitó Joa—. Espero que el hotel no tenga solo ducha.
Una tos disimulada por parte de Maripuri hizo que Joa
volviera su cabeza a ella cual niña del Exorcista, aunque la
otra no le hizo ni caso. No tenía ganas de sacarla de su
error, mejor que se desencantara ella misma porque al
parecer no escuchó nada de lo que se habló la noche
anterior.
Al llegar a Zamora, Josi y Maru se desmarcaron de ellas
para la segunda coger su coche y guiarlas hasta la que sería
la morada de todas durante unos días: Bretocino. Además,
era una manera de no llamar la atención si las paraban al
no ir todas juntas.
—Mirad, parece que estamos llegando —avisó Nia cuando
desde la misma autovía divisó un grupo de casas—. Tiene
buena pinta desde aquí.
Las demás gruñeron una afirmación, hasta que entraron
en el pueblo y se adentraron por una de sus calles. Al llegar
pasaron por un grupo de casas, todas de diferentes
tamaños y con fachadas relativamente modernas, se veían
bien cuidadas aunque no parecían estar habitadas en ese
momento. Llegaron a lo que se suponía que era el centro del
pueblo, presidido por el Ayuntamiento, un edificio parecido
al resto y de dimensiones no mucho mayores. Si no fuera
por las banderas, no dirían que era el consistorio.
—¿Dónde está la gente metida? —preguntó Joa en un
susurro.
—Trabajando o haciendo sus cosas —contestó Maripuri
con parsimonia—. Lo mismo es día de mercadillo y están
comprando bragas baratas, ja, ja, ja.
—Mira a la derecha, Chochetilla —intervino Rac—, un
visillo acaba de moverse.
La aludida le hizo caso y jadeó al descubrir que era cierto.
Dejó de fijarse en las calles para hacerlo en las diferentes
ventanas por las que pasaban, así que no se fijó que
entraban en la zona menos cuidada del pequeño pueblo,
que justo era el destino de todas ellas.
—Hale, ya hemos llegado —informó Nia mientras paraba
el coche—. No está tan mal si es esta.
Joa y Rac se quedaron mirando al exterior mientras
Maripuri se bajaba del vehículo y se estiraba. Solo pararon
para repostar, cambiar de conductor y mover un momento
las piernas, por lo que estaba entumecida. Aspiró el aire del
lugar y le encantó: olía a campo.
—Dios, qué paz —ronroneó Rac al cerrar la puerta del
coche. Esa era otra de las cosas que cambiaron al llegar a
Zamora, devolvieron la furgoneta y alquilaron un utilitario
más pequeño.
—Esto es coña, ¿verdad? —graznó Joa—. Venga, vayamos
ya al hotel.
Maru y Josi llegaron en ese momento y se rieron de la
cara de la pobre muchacha. El tema rústico no lo iba a llevar
demasiado bien, y menos cuando las llevaran al lugar donde
iban a pasar los días que estuvieran ahí.
—Bueno, vayamos tirando para que os acomodeis —pidió
Maru—. Mis padres nos esperan para comer, vamos a hacer
un asadito en el horno nuevo de leña.
—Todavía es temprano para pensar en eso —gruñó Joa.
—Es más lento que meterlo en el horno convencional —
respondió Maru con paciencia—. Luego te enseñaré un poco
cómo lo hacemos, te va a encantar el sabor.
Todas se relamieron ante la visión que se presentó ante
ellas, eran de buen comer y eso se les veía a legua, cosa
que no les importaba porque eran felices con sus curvas
bien puestas.
Maru las guió por un pequeño camino en el lateral de una
casa con apariencia de estar en obras, el cual parecía más
una vereda de cabras que otra cosa, y llegaron hasta una
pequeña nave.
—Esta es la opción que he encontrado —dijo Maru—. En
casa no cabemos todas por mucho que queramos, y
tendríamos que dar demasiadas explicaciones.
Joa y Nia se acercaron a la puerta y observaron el interior.
A la segunda le entró la risa.
—Ja, ja, ja,... Esto es...
—Sí, es una pequeña cuadra —confirmó Maru—. Como es
mía, no les va a extrañar a las beatas verme por la zona, así
nos ahorramos el chismorreo.
Todas miraron a Joa, quien estaba poniéndose roja por
momentos, esperando el estallido. Pasaron los minutos en
los que vieron que hiperventilaba, gruñía cosas sin sentido,
daba vueltas mirando a todos lados buscando algo que solo
ella sabía, hasta que se paró, puso las manos en la cintura y
bajó la cabeza.
—Como broma es muy buena, hay que reconocerlo —
comenzó de manera suave y pausada—. Una vez que os
habéis reído a mi costa, ¿podemos subirnos en los coches e
ir al hotel? Necesito un buen baño y...
—No te preocupes, seguro que tiene algún barreño —
cortó Josi riendo, no fue capaz de aguantar.
—Por la acequia pasa poco caudal —informó Maru—.
Como es temprano y hace buen día, puedes encender la
goma y darte una duchita. Verás que lo ves todo de otra
manera.
Rac y Maripuri permanecían en un lado observando al
resto como si de un partido de tenis se tratara mientras
aguantaban las ganas de reír. Empezaron los reproches de
“si lo hubiera organizado yo, no tendríais que dormir en un
sitio que a saber cuándo fue la última vez que lo
desinfectaron”, o lo de “ni loca os penséis que vamos a
pasar la noche aquí”. Maru, ya harta de escuchar quejas por
mucho que tuviera razón, dejó ir una idea que le rondó
durante todo el camino en el momento en el que escuchó la
última frase: “No me quedo en esta aldeílla ni aunque me
secuestren”.
—Hay otra posibilidad —cortó la diatriba de su amiga—.
Podemos dar una vuelta y os señalo un par de casas donde
no vienen a veranear hace varios años, o una que lleva en
venta al menos diez, os metéis de okupas y si alguien os
pregunta, decís que sois las propietarias. No creo que os
pongan en duda.
Todas se miraron entre sí y reaccionaron cuando vieron
que Joa cogía a Maru del brazo y tiraba de ella deshaciendo
el camino andado hasta ese lugar.
—Vamos, ¿a qué estáis esperando? —las apremió—.
Cualquier casa con su baño va a ser mejor que esto.
—Baño dice —susurró Josi con complicidad a las otras tres
—. Es posible que no haya de eso en la mitad de las casas
de este sitio.
Aguantaron la carcajada para no alertar a Joa, mejor que
ella descubriera poco a poco lo que les esperaba. ¿No
quería vivir la aventura de su vida? Pues esos días no los iba
a olvidar jamás.
Maru las guió por otra de las calles, tampoco es que
hubieran muchas, y les señaló tres caserones que bien
podrían servir para grabar películas de Paco Martínez
Soria[11] de viejas y descuidadas que estaban.
—Estas son las que están deshabitadas —anunció con
orgullo—. No os podéis quejar, son las mejor conservadas.
—Tú lo flipas si piensas que vamos a meternos en esas,
esas...
—Joa, elige a cuál le pegamos la patada —cortó Josi con
recochineo.
—No va a ser necesario, con saltar la tapia trasera es
suficiente —les dijo Maru—. Eso sí, que alguna se quede en
la puerta para hacer como que abre, ya hay visillos en
movimiento.
Observaron a su alrededor y era cierto que las cortinas de
una vivienda de enfrente se movía, así que Joa y Nia
siguieron a Maru a la parte trasera del caserón mientras Rac
se acercaba a la puerta y las otras dos oteaban el lugar para
descubrir que el resto de casas, todas en bastante mejor
estado, estaban deshabitadas también.
—Que sepáis que sumáis un delito más a lo que vamos
arrastrando desde Madrid —les avisó Maru justo en el
momento de tener que saltar la tapia.
—No lo pienses más, Chochetilla —animó Nia—. Trepa,
que se noten las horas de gimnasio, piensa que no hay
zapato alto que te frene.
Y vaya si lo hizo, se apoyó en un saliente del muro de
piedra, se agarró como pudo al borde de la tapia, que debía
medir poco más de metro setenta, y se impulsó con tantas
ganas que al caer al otro lado lo hizo a plomo, sonó como
cuando se cae algo pesado.
—Joa, ¿estás bien? —preguntó Maru aguantando la risa—.
Gime para que sepamos que estás viva.
—Cabronas sois —refunfuñó—. Vamos, saltad.
—No, gracias, mejor vamos a la puerta y esperamos a
que nos abras.
Y se fueron de allí dejándola sola. Joa miró a su alrededor
y maldijo la mala suerte que la perseguía desde hacía
meses, cuando perdió a su mejor clienta por no encontrar
un pañuelo en el tono de azul pavo que quería. Avanzó a
través de ese patio repleto de maleza lo más rápido que sus
cuñas de plataforma le permitían, empujó una desvencijada
puerta que daba a una cocina que no estaba mal del todo,
aunque bastante sucia, y buscó la puerta de entrada sin
pararse a revisar lo que la rodeaba.
Cuando consiguió abrir, se encontró a sus cinco amigas
muertas de risa porque las otras dos narraban una y otra
vez su caída.
—Muchas gracias por mirar si estaba bien —soltó con
mordacidad—. Y sí, estoy bien, solo me he partido una uña.
Esta me la pagáis, cabronas.
Las carcajadas hicieron que el visillo de enfrente se
moviera esta vez para abrirse del todo, aunque se vio
acompañado por las voces amortiguadas de dos señoras
mayores que iban llegando.
—Mira, ¿no querías saber dónde estaba todo el mundo?
—señaló Maripuri—. Pues ya llega el comité de bienvenida.
—Todas para adentro —las apremió Maru empujándolas
—. Estas dos y la que vive enfrente son el Trío Calavera del
pueblo.
Las chicas alzaron las cejas con expresión interrogante. A
ellas les parecían unas abuelitas con pinta de adorables, de
esas que inflan a comer a los nietos y les dan dinerito a
escondidas de los padres.
»No os fiéis de las apariencias —musitó Maru—. Estas,
mientras rezan el rosario, entre misterio y misterio
despellejan a medio pueblo.
Un jadeo general inundó el lugar a la vez que entraban de
manera apresurada. Todas menos Josi, quien quería
comprobar la veracidad de lo que les contó su amiga.
—Buenas tardes tengan ustedes —las saludó en cuanto
las mujeres golpearon la puerta de la vecina—. Hace buen
día, ¿no les parece?
Solo recibió una mirada reprobatoria en respuesta que
hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo, así que entró en
el caserón sin esperar a que abrieran la boca. A saber lo que
saldría de los cuerpos de Satán vestido de ancianitas
indefensas.
—¡Y una mierda me quedo yo aquí! —se escuchó a Joa
desde la planta de arriba—. Ni un puto baño, vamos, ¿es
que no existe la palabra higiene en este lugar? La gilipollas
soy yo, que encima os animo a ir a la aventura y os sigo. ¡Si
es que tenía que haberme metido la puta cánula de los
cojones sin importarme si era de un enano o de un tío calvo
y bajito!
—¿A esta qué le ha dado? —preguntó Josi cuando llegó a
lo que parecía la estancia principal de la casa, algo entre
salón, comedor y zona para pastar las cabras.
—Ha descubierto que no hay comodidades —contestó
Maripuri afanada en revisar lo que iban a necesitar para
medio adecentar aquello—. No te preocupes, cuando haya
comido se le pasa todo, que lleva días a lechuga y cosas
verdes.
—Cuchi qué pollas, ¡y encima no tengo cobertura! —
volvieron a escuchar—. ¡Maru, la clave del wifi me la tienes
que dar en cuanto lleguemos a tu casa, que lo sepas!
Todas rieron porque no podían más con la situación.
Decidieron salir a dar una vuelta por las tres calles del
pueblo que vieron solo de pasada, a ver si el aire puro del
lugar las calmaba.
El recorrido con el pueblo lo hicieron en menos de veinte
minutos, y eso que Maru les enseñó hasta la bajada a la
zona de las bodegas. Volvieron de nuevo a lo que era el
centro del pueblo, no sin antes enseñarles cuál era la casa
de sus padres, y vieron que solo uno de los dos pequeños
bares del pueblo estaba abierto.
—¿Nos tomamos un café? —sugirió Maripuri, a lo que casi
todas asintieron.
—Yo voy a mi casa a ayudar a mi padre a encender la
lumbre, que si no vamos a comer a la hora de la merienda
—advirtió Maru—. Josi, ¿te vienes y así descansas un poco?
—¿Os importa si os dejo solas? —preguntó a las demás,
que negaron con un gesto.
—Claro, ve —la animó Rac—. Nuestro pequeñajillo tiene
que descansar, más tarde nos vemos.
Maru y Josi se fueron a la vez que las otras cuatro se
sentaron en una de las mesas que tenían en la puerta. Les
llamó la atención lo bien preparado que estaba aquello ya
que el dueño del bar montó una carpa, así estaban menos
expuestas al sol de media mañana. Nadie salió a atenderlas,
así que Nia se encargó de entrar para pedir las
consumiciones e incluso de servirlas, el tipo que atendía la
barra no estaba muy por la labor de hacer su trabajo.
—Mira, si tienen un parque y todo —jadeó con asombro
Joa al ver frente a ellas un columpio y un pequeño tobogán.
—No hables muy alto, no sea que se enfaden y nos echen
del pueblo —susurró Rac con malicia—. O peor aún, nos
pongan a limpiar las cochineras.
—Dios, qué puto asco —protestó Joa—. En serio, no hay
nada peor para morir que esa peste.
—¿Quién dice que no? —siguió Nia, quien captó lo que
pretendía hacer Rac.
—Hay una forma peor —anunció Maripuri acortando la
distancia con su amiga—. Que te maten a pellizcos.
—No, hay otra peor —afirmó Rac cercándola por el otro
lado—. Que lo hagan con pellizcos de monja.
Nia rio al ver a las otras dos pellizcando de manera suave
a Joa mientras esta se reía y quejaba a la vez. Estuvieron así
unos minutos hasta que una voz las interrumpió y
sobresaltó al no esperárselo.
—¡Mira, Eusebio, tenemos mozas nuevas en el pueblo!
Qué rico está esto
Las cuatro mujeres observaron con atención a los dos
lugareños que las miraban como si fueran un objeto de un
museo, solo que la curiosidad era mutua al punto de que se
repasaron con las miradas. Maripuri alzó una ceja al ver la
mirada de uno de ellos demasiado tiempo puesta en las
tetas de todas, si hasta le dio la sensación de que estaba
comparándolas.
—¡Qué! ¿Te gusta lo que ves? —preguntó a la defensiva,
cruzando los brazos para que dejaran de mirarle los pechos.
—Mira, si es respondona y todo la moza —dijo en tono
jocoso uno al otro—. Aquí el Eusebio es el soltero del pueblo,
tiene tierras y ganado. Y también tractor y cosechadora, no
por nada lo llamamos el Marqués.
—Si no tiene desbrozadora no nos interesa —masculló
Rac con recochineo.
—Calla, Apolonio, que me las espantas —reprendió el otro
sin quitar la mirada de la rubia del grupo e ignorando las
palabras de la morena, aunque lo tendría en cuenta—.
Señoritas, disculpen los modales del bruto este, se nota que
labra todavía con el burro y el arado.
Nia aguantó la risa que pugnaba por salir y fue Rac la que
las fue presentando a todas mientras con un dedo las
señalaba. Los hombres acercaron dos sillas y llamaron al
dueño del bar con un silbido, quien al momento llegó con
dos chatos de vino y un pincho de tortilla para cada uno.
—¿Gustan un poco? —ofreció el Marqués acercándoles el
trozo de tortilla de patatas, a lo que todas se negaron—.
Hay que comer una mijitilla más, que se os notan los
huesos. Sobre todo a ti, rubia.
Joa jadeó y las demás rieron porque era evidente que a
esos personajes les gustaban bien entraditas en carnes,
cosa que a ellas no les disgustaba y hasta las halagaba al
punto de que decidieron seguirles el juego.
—Bueno, ¿y qué les trae por el pueblo? —preguntó
Apolonio—. No serán familia del catalán, ¿no?
—No, solo conocemos a una chica que vive aquí —
intervino Maripuri—. Hemos comprado una casa que hay
una calle más allá, buscamos tranquilidad, relajarnos de la
vida en la ciudad.
—Pues no pongáis el internete ese del demonio —les dijo
Eusebio en tono confidente—. Mira que si no vais a estar
todo el día con el flisflis en vez de paseando por los
alrededores o regando el huerto.
—Sebito, deja que las muchachas hagan lo que quieran —
regañó Apolonio—. Oye, rubia, ¿tú no eres una de esas
actrices del flisflis?
—No sé de lo que me habla —contestó Joa extrañada—. El
único flis que conozco es el matamoscas.
—Que sí, mujer —insistió a la vez que le ponía una mano
en el muslo—, el flisflis ese de las series.
Todas se miraron entre sí porque no caían en lo que ese
hombre les quería decir, hasta que les llegó la inspiración.
—Ay, Joa, pero qué tontas somos —se carcajeó Rac—.
Netflix, no quieren que nos enganchemos a la plataforma.
—Ostias, ¿y aquí tienen todas esas modernidades? —
preguntó, haciendo que los dos hombres se pusieran serios.
—Sebito, la rubia no me gusta pá ti —resopló el otro—.
Muchacha, si tenemos hasta una yayagramer de esas, a ver
si te crees que no estamos en el mundo y sus inventos.
Joa los miró como si les hubiesen salido dos cabezas, no
los entendía y ahora otro término nuevo, aunque no iba a
preguntarles.
—Bueno, ¿y cuánto tiempo pensáis quedaros? —les
preguntó Eusebio—. Os puedo enseñar el pueblo y hasta
dónde llegan mis tierras.
—Ya hemos visto el lugar —soltó Maripuri con diversión al
ver a Nia agobiada con el hombre pegándose a ella como
una lapa—, aunque no estaría mal que nos explicarais un
poco cómo funciona este lugar.
—Nah, eso es muy fácil —habló Eusebio con orgullo—.
Antes de que cante el gallo, todos en pie para tomarnos el
café del puchero y al campo a apañar a los animales. Yo
tengo unos buenos toros, los más cotizados de la comarca
porque son los que mejores crías tienen.
Rac tomaba apuntes mentales de todo, el día que le diera
el punto se pondría a escribir una historia sobre la España
rústica que seguía existiendo a pesar de estar inmersos en
la era digital.
»Luego nos vamos al campo a ver las plantas y por
último nos venimos al bar a tomarnos nuestro chato de vino
y el pincho de tortilla, eso que no falle, con los amiguetes —
finalizó, echando un brazo sobre el hombro de Nia, quien se
revolvió cual culebra para quitárselo de encima.
—¿Y luego? —volvió a preguntar Rac a la vez que tiraba
un poco de la silla de su amiga hacia ella—. Supongo que no
todo será trabajar en el campo.
—Claro que no, guapa —intervino Apolonio—. Todas las
tardes nos venimos a jugar la partidita con el Fraile y el
Estudiante mientras nos tomamos un carajillo y
comentamos las noticias del Marca.
—Ah, ¿que tienen a alguien estudiando el doctorado en la
tranquilidad de este pueblo? —preguntó Joa con inocencia.
—No, qué va —contestó Eusebio y se rieron los dos
hombres a la vez—. Es el abuelo de Lucio, el dueño de este
bar. Lo llamamos así porque era un seguidor a muerte de la
serie de Curro Jiménez[12].
Las mujeres jadearon al escuchar el resoplido de Joa, la
pobre no daba ni una y ya se estaba empezando a agobiar
por enésima vez desde que pusieron un pie en esas calles.
—Y lo de El fraile, ¿a qué se debe? —musitó.
La respuesta que facilitaron los dos parroquianos las dejó
a todas tan asombradas que no supieron qué responder o
cómo seguir la conversación, no estaban preparadas para
tanta información y de esa manera tan desinhibida.
—Creo que deberíamos irnos —anunció Maripuri tras un
carraspeo—. Nos están esperando para comer y deberíamos
buscar una tienda donde comprar algo.
—Aquí no encontraréis nada de eso —cortó Apolonio—.
Las compras hay que hacerlas en Zamora, pero si queréis
llevar una buena lechuga, os enseño mi huerto.
Vieron que el hombre se ponía de pie y tiraba de la
cinturilla de los pantalones hacia arriba, lo que las
desconcertó a todas hasta el punto de que no se enteraron
de lo que seguía hablando aquel personajillo.
—Bueno, ¿vamos o qué?
Esa frase sirvió de catalizador para que ellas se pusieran
en pie, miraran a su alrededor y balbucearan unas disculpas
a la vez que buscaban cuál de las dos calles era la que daba
a la vivienda de su amiga Maru. A sus espaldas escucharon
las risas de los dos hombres.
—Os esperamos esta tarde, vais a probar el mejor licor de
hierbas de la zona.
Maripuri levantó la mano para hacerles ver que los
escucharon, aunque siguieron su camino de la forma más
rápida que pudieron sin salir a correr, eso era de mala
educación.
—Joder con los abuelos —rio Rac cuando ya los perdieron
de vista—. Un poco más y nos llevan al cementerio a
presentarnos a los padres, porque al huerto nos llevan de
cabeza sin conocernos, ja, ja, ja.
Todas rieron al darse cuenta del doble sentido con el que
se podía interpretar el asunto. Y así hicieron el corto camino
a casa de su amiga, entre risas e hipótesis sobre lo que
pasaría si tuvieran unos años más y se encontraran con
esos personajes.
—Mira a quiénes tenemos aquí —soltó con retintín Maru
al verlas llegar riendo—. Parece que Lucio os ha aliñado los
cafés, no se entera que no todos somos como el Molina.
—No, peor —contestó Joa con cara de horror—. Nos han
abordado dos abuelos y nos querían llevar al huerto.
—No me jodas que...
—Uy, sí —cortó Rac con ironía—. Y uno de ellos quería
hacer como el Rey León con su cría, pero sustituyendo al
leoncito por Nia para decirle eso de: mira, moza, toda la
tierra que baña la luz, son mis posesiones. Y algún día serán
la de nuestros hijos si la Viagra es milagrosa.
Todas, hasta la aludida, estallaron en carcajadas.
Siguieron a Maru hasta el patio trasero de la casa,
pasando por una cocina enorme con todas las comodidades
posibles y de primera calidad, se notaba lo cuidado del
lugar, no como lo que vieron hasta el momento.
En la parte trasera tenían un gran horno de leña
instalado, muy moderno ya que se veía que estaba casi sin
usar, donde un olor delicioso les hizo saber que iban a
degustar la mejor carne de toda su vida.
—¡Bienvenidas! —Los padres de Maru se acercaron a
saludarlas con dos besos a cada una—. Nos alegramos
muchísimo por vuestra visita, esperamos que os sintáis
arropadas por los lugareños.
Las amorosas palabras de la madre de su amiga provocó
una sonrisa sincera en las chicas, e incluso Rac se tomó la
libertad de dejar caer que por parte de los hombres del
pueblo no tendrían problema, ya andaban jugando a ver
quién la tenía más larga. O, en su caso, quién tenía las
tierras más vastas.
—Sentaos donde os parezca. —Señaló una mesa preciosa
rodeada de sillas donde ya estaba Josi saboreando algo—.
Estáis en vuestra casa.
La señora se adentró en el domicilio, momento que las
chicas aprovecharon para acercarse a Maru, que estaba
junto al horno tipo barbacoa supervisando la carne, y se
interesaron un poco por lo que estaba cocinando. Y todo
porque querían comentarle lo vivido en el bar con todo lujo
de detalles y saciar su curiosidad por saber si era cierto lo
de uno de los vecinos del pueblo.
—Papá, ¿te encargas tú? —El hombre asintió con un gesto
—. Venid, os enseño un poco los dominios de Danny, seguro
que la pillamos descansando en su sofá.
—¿Iba en serio eso de que la perra tiene su propio sofá?
—cuestionó Nia.
—Y tan en serio —masculló Maru—. Ahora cuando nos
sentemos a comer, fijaros en su cuenco. Mi padre le sirve a
ella la primera, y la mejor parte.
Todas se echaron a reír ante la imagen que se les pasaba
por la mente, algo que al momento pudieron comprobar ya
que enseguida las llamaron a comer. La verdad es que el
almuerzo pasó entre risas y anécdotas contadas por los
padres de su amiga, trastadas de la niñez en su mayoría,
solo que todas ellas implicaban tierra, palas, escardillos o
tirarle tomates pasados a las beatas del pueblo cuando
estas corrían como gacelas tras los niños.
—No penséis que esas mujeres, por ser mayores, corren
menos —avisó Maru entre hipidos—. Usain Bolt[13] seguro
que entrenó huyendo de ellas. Es más, hasta diría que
serían campeonas de tiro de honda, puntería no les falta, ja,
ja, ja.
Todas se carcajeaban y eso incitó a que Maru largara
cosas que ni siquiera sus padres sabían, como los asaltos a
los gallineros de las mujeres y dejarlas en el huerto del
vecino, lo que provocaba la disputa que tenía a todo el
pueblo entretenido durante semanas.
—Bueno, y ahora os voy a dar un digestivo buenísimo —
anunció el padre de Maru.
—Papá, no sé yo si...
—Calla, hija, un chupito de esto nos va a sentar a todos
bien después de la cantidad de comida que nos hemos
metido al cuerpo —dijo mientras servía de una botella
varios vasitos que fue repartiendo entre las chicas—. Porque
volváis más veces y os instaléis de manera definitiva.
Todas mascullaron “salud” de manera incómoda, aunque
alzaron sus vasos y bebieron a la par que el anfitrión, no
eran tan maleducadas como para contrariarlo o decirle que
eran unas okupas en su pueblo.
Entre todos recogieron lo utilizado y los padres de Maru
se retiraron diciendo que les apetecía distraerse viendo un
documental de La 2. En cuanto desaparecieron en el salón,
Maru les dijo que lo que iban a tragarse era el programa ese
de cotilleo, el Sálvame. Las carcajadas se debían escuchar
desde el pueblo vecino.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —cuestionó Maripuri—. No
tenemos donde comprar cosas para medio adecentar la
casa.
—Llevaros algunas sábanas de aquí —ofreció Maru—, os
van a dar el apaño mientras vemos lo que hacer.
—Está bien —musitó Nia—. Hasta que decidamos si irnos
a casa o qué, ya vamos viendo cómo llevar la situación.
—Vamos, ni que no hubieras estado de acampada nunca
—soltó Josi—. Nos pedimos unos sacos de dormir por
internet y que mañana nos los traigan.
Joa la miró como si le hubieran crecido dos cabezas,
aunque prefirió permanecer callada porque sabía que
empezarían las preguntas si llegaba a decir que nunca la
dejaron dormir fuera de casa, ni siquiera en la de amigas de
la infancia.
—Pues solucionado —dijo Maripuri dando una palmada—.
Tú te encargas de pedirlo y nos dices lo que tenemos que
poner cada una. Yo voy a ir a tomarme un cafelito, ¿alguien
se viene?
—Yo necesito dormir un rato —anunció Josi entre bostezos
—. Maru, ¿me dejas el sofá o me voy a la casa de los
horrores?
—Todo tuyo el salón, mis padres deben estar en la
pequeña salita.
—Yo paso de ir de nuevo al bar —dijo Joa—. ¿Me prestas
la clave del wifi?
Ante la cara de cachorrillo abandonado que puso, solo
pudo acceder a su deseo sin saber que iba a ser el principio
del fin de esa aventura como tal y que tendrían que hacer
frente a más cosas de las que pensaban.
Nia, Maripuri , Rac y Maru se marcharon camino al bar del
pueblo, y durante el trayecto esta última les explicó quién
vivía en cada casa y alguna anécdota que compartiera de
manera directa o indirecta con ellos.
—¡Sebito, mira quiénes vienen conmigo! —espetó Maru a
varios metros de la mesa donde estaba el hombre con
Apolonio y dos más jugando a las cartas.
—Fraile, las mozas que te hemos dicho —escucharon al
hombre comentar—. Muchachas, sentaros con nosotros.
¡Lucio, trae cuatro chupitos de licor de hierbas para
nuestras invitadas!
Y lo que ninguna de las foráneas se llegó a imaginar era
que iban a disfrutar de la juerga de sus vidas con varios
abuelos con más ganas de marcha que una horda de zombis
hambrientos.
Satán ha venido a vernos
—Dios, no encuentro la llave —masculló una muy
agotada Maripuri—. Nia, abre tú.
La aludida dio una vuelta sobre sí misma y tuvo que
cerrar los ojos porque se mareó. No recordaba siquiera el
haber cogido ella ese pequeño artefacto que les abriría paso
al descanso merecido después de todo lo bailado la noche
anterior.
—Rac, ¿la tienes tú? —balbuceó en cuanto se repuso un
poco.
—No —afirmó—, pero abrimos de una patada. Somos
okupas, ¿no os acordáis?
Ambas amigas negaron, así que se pusieron a empujar y
aporrear la puerta. Una Joa bastante enfadada les abrió del
tirón, provocando que las tres cayeran al suelo entre risas.
—Bonitas horas de aparecer —las regañó—. Si lo llego a
saber, me quedo en la cama de Maru y no en este...
estercolero.
Rac, Nia y Maripuri se levantaron apoyándose unas en
otras, hasta que volvieron a tropezar y comenzaron de
nuevo las risas.
—Joder, vaya pedo traen estas tres, ¿no? Porque
cansancio de bailar no puede ser —Josi bajaba de la
habitación donde encontró una superficie aprovechable
sobre la que dormir—. No me digáis que los gallos de las
vecinas tienen su propio local donde ponen música hasta el
amanecer, ja, ja, ja.
—Venimos un poco perjudicadas, con el puntito —
contestó Nia—, pero lo que nos pasa es que hemos bailado
más que en toda nuestra vida. Eso sí, los que beben como
cosacos son los de este pueblo. Nosotras hemos regado las
plantas de la plaza porque si no a ver quién era la guapa
que llegaba hasta aquí.
—Lo que traemos es un dolor de pies que no somos
capaces de andar derechas —replicó Maripuri—. Si llegamos
a beber lo mismo que los abuelos, nos recogen los de la
funeraria y no una ambulancia.
—Eso —replicó Rac—, alcohol con los abueletes no les iba
a faltar a los del crematorio para montar una buena hoguera
purificadora.
Se sentaron donde pudieron, que no era otra cosa que un
sofá desvencijado al que se le rompió una pata en cuanto
las tres se dejaron caer sin cuidado alguno.
—Cuidado, que nos dejáis sin mobiliario —soltó en tono
jocoso Josi—. Joa, vayamos a por unos baldes de agua al
pozo.
Ambas amigas salieron a la parte trasera de la casa para
llevar a cabo lo que fuera que Josi tuviera en la cabeza
mientras las otras dejaban caer las cabezas sobre el
respaldo del pobre mueble. La imagen que atisbaron las
otras dos al entrar hizo que se olvidaran por un momento de
los cubos que acarreaban y se fueron a por sus teléfonos
móviles para inmortalizarlo. Las Bipos iban a tener material
de recochineo para una temporada.
Unos golpes sordos en la puerta de entrada sobresaltaron
a todas, aunque fue Josi la que movió sus pies para ver
quién podía ser a esas horas tan tempranas de la mañana,
apenas si había amanecido.
—Buenos días —gruñó a las tres mujeres que estaban en
el exterior—, ¿qué desean a estas horas tan extrañas de
visitar a nadie?
El tacto nunca fue uno de los puntos fuertes de Josi,
aunque desde que estaba embarazada ese aspecto de su
personalidad se estaba acentuando, y no precisamente para
bien.
—Buenos días serán para usted, choriza —dijo una de las
mujeres a la vez que la empujaba para entrar—. Venimos a
buscar a Paca, mi gallina.
—Pero qué... —musitó Joa al ver a las tres señoras entrar
sin siquiera pedir permiso
—¡Niñas, Satán ha venido a vernos con parte de su corte!
—vociferó Josi, provocando el salto de las otras tres—.
Vamos, ha llegado el día del Juicio Final.
Todas miraron a una Josi desatada que tarareaba el
estribillo de la canción de Europe, The Final Countdown,
mientras las miembros del Trío Calavera la miraban entre
alucinadas y enfadadas.
—Encima de borrachas y cerdas, locas del coño —musitó
una de las mujeres, aunque lo bastante alto para que todas
las presentes la escucharan—. Dadnos a Paca y nos iremos
de este agujero infecto.
—No sabemos quién es esa Paca —intervino Rac—.
Hemos conocido a Marta y sus padres, Sebito, Apolonio, el
Estudiante, el Fraile, que estoy pensando en buscar alguien
para que deje de serlo, a Ana la yayagramer, que esa mujer
sí que es apañada, y al DJ Yayo.
Las mujeres se quedaron absortas viendo a Rac
levantando sus dedos mientras mencionaba a los vecinos
díscolos, esos no iban a misa a menos que se vieran
obligados de alguna manera, aunque alguno iría derechito
al infierno.
—Pandilla de herejes —masculló la que parecía más joven
de las tres. Hay que decir que serían todas de la quinta de
la secretaria de Tutankamon.
—Venga, que no tenemos todo el día. —La cabecilla dio
una palmada—. He visto a mi Paca entrar, me la devolvéis y
nos marchamos.
Joa fue hasta la puerta principal y abrió con la intención
de echarlas, hasta que vio la mirada de Maripuri, se apoyó
en el quicio de la puerta a esperar su siguiente movimiento.
—Va a ser verdad que se nos ha colado la gallina —
susurró. Todas observaron a la señora abrir los ojos
sorprendida—. Vayamos al patio, seguro que está ahí, tan
feliz, picoteando en busca de las miles de lombrices que
debe haber entre tanta maleza.
—¿Qué va a hacer esta loca? —musitó Nia a Rac, quien se
encogió de hombros—. Preparemos la salida directa, estas
van a salir en tropel.
—Tengo una idea —avisó Rac a todas al ver lo que las
otras dos prepararon para ellas un momento antes—.
Hagamos pasillo.
Todas asintieron cuando, solo con la mirada, esta les
transmitió lo que quería que hicieran durante la huida de las
tres mujeres. Al momento se pusieron a apartar el poco
mobiliario que presidía el lugar, y les dio igual que las
mujeres las observaran con el ceño fruncido.
—Pita, pita, pita —escucharon a Maripuri en el exterior—.
Vamos, salgan a ayudarme, seguro que a ustedes les hace
caso por eso de que las conoce.
Oyeron el crujir de los dos peldaños de las mujeres al salir
al patio trasero de la casa y estas se prepararon en sus
posiciones con los cubos.
—¡Maldita! ¡Vaya peste echas, estúpida!
—Lo siento, no me he dado cuenta de que estaba justo
pegada a mi culo, se me ha escapado —escucharon la
carcajada de Maripuri—. ¿No sabe que a los presos hay que
dejarlos salir? No quiero que de epitafio me pongan “por un
peo, aquí me veo”.
—¡Un respeto, que casi tengo tu edad! —Oyeron gritar a
otra.
—A ver dónde quiere que tire la tierra —respondió
Maripuri—. Si tengo que agrandar el agujero por si se ha
metido ahí la pobre gallina, la tierra que saca la pala la
tendré que tirar en algún lado. Y ya quisieras tú tener mi
edad, carroza.
—¿Salimos a ayudarla? —preguntó Joa en un susurro, a lo
que las demás negaron—. Mirad que son tres contra una.
—Y vaya una —masculló Josi cuando volvieron a escuchar
el colorido vocabulario de la tercera beata.
—Atención, que ya vienen —avisó Rac—. Nia, ¿estás bien
como para acertar?
—Como tú, chispa más o menos —acertó a decir—. Creo
que nos ha bajado la bebida a los pies con su sola
presencia. Y os aviso que nunca ha sido mi punto fuerte eso
de dar a donde miraba.
—No importa —le dijo Josi—, sí o sí se van a ir de aquí con
la lección aprendida.
El estruendo provocado por la puerta de la cocina contra
la pared cortó la conversación de las chicas, quienes vieron
aparecer a las tres mujeres manchadas de tierra y maleza,
sacudiéndose las faltas y recolocándose los pañuelos que
tan perfectamente anudados llevaban cuando entraron.
—¡Qué maleducada es vuestra amiga! —comentó la
primera de ellas en cuanto hizo contacto visual con el resto
—. Un exorcismo es lo mínimo que necesita semejante
bestia.
Una carcajada interrumpió el discurso de la señora, y es
que Maripuri las siguió al interior porque no quería perderse
el acto final.
—Y encima se ríe de nosotras, María —murmuró la
segunda mientras se persignaba—. Debemos avisar al
párroco para que venga a hacer una limpieza en la calle, a
ver si los demonios van a visitarte en tu casa por culpa de
estas...
—Acabe la frase y sale de aquí sin las mechas —advirtió
Josi, quien estaba harta de escuchar idioteces.
—Y como buenas anfitrionas que somos aunque no lo
crean —comenzó Rac—, las invitamos a irse haciéndoles el
tremendo honor de crear un pasillo para que perdonen a
nuestra amiga.
—O no —musitaron todas para sí mismas, aguantando las
ganas de reírse.
Y como ya pensaba Rac, sus palabras sirvieron de acicate
para que ninguna de las señoras se fijara en ellas. Las
vieron erguirse cual gallo rondando a las gallinas y se
dirigieron con la cabeza bien alta en dirección a la puerta de
salida, la cual estaba abierta para que no sirviera de barrera
en la huida que iban a emprender en cuestión de segundos
sin esperarlo.
—A la de tres —susurró Joa.
—¡Tres!
El grito de Maripuri fue el inicio de la actividad que, sin
ellas saberlo, iban a poner de moda en el lugar para echar a
las urracas: lanzamiento de cubo de agua helada.
Todas acabaron empapadas y muertas de la risa a la vez
que salieron a la puerta y pudieron observar a las tres
mujeres separarse. La que vivía frente a ellas se quedó en
pelota picada antes de entrar en su casa, seguro que era de
esas maniáticas del orden y la limpieza que ni siquiera
entraba con los zapatos por miedo a dejar huella.
—La venganza será terrible —dijo Joa entre risas—. Lo
sabéis, ¿verdad?
Todas asintieron a la vez y entraron en la vivienda.
Subieron a la planta superior a buscar algo con lo que
secarse porque, aunque fuera verano, un constipado lo
podrían coger si no se cambiaban de ropa de inmediato. Las
temperaturas de ese pequeño pueblo de Zamora eran
bastante más bajas de lo que ellas estaban acostumbradas.
—¿Descansamos un par de horas y nos vemos para
desayunar? —preguntó Maripuri al resto en el pasillo.
—Claro —afirmó Josi—, pero tendremos que ir al bar. Aquí
solo tenemos latas de conservas, y a saber el tiempo que
llevarán ahí guardadas.
—Si, por favor —musitó Joa—. Necesito un buen cafelito
con mi tostada con aceite, jamón de ese rico y tomate.
Tardaron algo más de dos horas en salir del caserón, y es
que en serio estaban las tres muchachas tan cansadas, que
hasta agujetas aparecieron. Eso no les impidió ir al bar a
tomarse el desayuno de las campeonas, o al menos era lo
que hablaban de camino al lugar. La sorpresa de todas fue
que estaba cerrado el de Lucio, tuvieron que ir al otro, que
tenía más pinta de tasca que a un lugar donde sirvieran
algo medianamente comestible.
—Yo ahí no entro —masculló Maripuri—. Seguro que nos
tiene que atender por turnos, ¿habéis visto la mini puerta?
—La que le hace ascos a todo soy yo —contestó Joa
divertida—. Vamos, tengo tanta hambre que me como el
cerdo entero en vez de unas lonchitas de jamón.
—¿Alguien ha avisado a Maru? —cuestionó Josi, a lo que
el resto negó con un gesto—. Ya la llamo yo, todas a la vez
no.
Se alejó un poco de la puerta mientras se llevaba el
teléfono a la oreja. Menos mal que disponían de cobertura
en esa parte del pueblo o ya la mala leche sería
desbordante.
—Aquí el futuro sobrino la tiene alborotada —susurró Rac,
intentando aguantar la risa—. Vayamos entrando para pedir
el desayuno, lo mismo sirven elefante, es lo que necesita
Josi para mejorar esa mala baba que maneja.
Fueron entrando en el lugar una a una, apartando la
cortinilla de eslabones metálicos que al tacto estaba
pringosa, y se quedaron paradas en medio de la pequeña
estancia.
—Ostias, hemos cambiado de época —murmuró Nia
observando lo que las rodeaba.
La cara de cada una de las mujeres era digna de ser
inmortalizada en alguno de los óleos extraños que se
observaban en el lugar, todo lleno de cuadros en tonos
ocres, en marcos bastante feos y mal conservados. Las
paredes de la estancia donde se encontraban estaban de un
tono beige que no tenía que ver precisamente con la
decoración, sino más bien a la falta de una mano de pintura
desde al menos un par de décadas. Lo pintoresco del lugar
era la enorme chimenea con la cabeza de un venado y la
barra del lateral donde estaba apoyado un hombre de
mediana edad mordisqueando un palillo.
—¡Eh!
El gruñido en forma de saludo sacó a las mujeres de su
ensimismamiento, y cerraron la boca al fijarse en la sonrisa
burlesca de los dos parroquianos que ya estaban sentados
en una de las dos pequeñas mesas existentes en el lugar:
Apolonio y Eusebio.
—¿Estos no tienen no sé cuánto ganado que atender? —
susurró Rac con recochineo.
—Pidamos el desayuno —ordenó Joa—, Maru acaba de
mandar un WhatsApp al grupo de Web diciendo que en unos
minutos está aquí.
—Entonces, ¿a quién anda llamando la Trilli sangrienta?
Ante la pregunta de Maripuri, solo pudieron encogerse de
hombros el resto. Ya les contaría lo que fuera que le rondaba
por la cabeza.
Vade retro, Satanás
Las chicas observaron a Joa en cuando acabó la frase, y
Nia se encargó de romper el mutismo de la manera más
sutil de la que era capaz.
—Espera que creo que no te hemos entendido —comenzó
de manera pausada—. Dices que has recibido un mensaje
de Maru, ¿verdad?
—Claro, aquí lo tengo.
Le tendió el móvil a su amiga y esta lo que hizo fue fijarse
en las rayitas de cobertura de la rubia. Resopló antes de
seguir porque se avecinaba tormenta si el día anterior hizo
lo que le acababa de cruzar por la mente.
—Ya lo veo —masculló. Maripuri y Rac se colocaron una a
cada lado de ella por si tuvieran que sujetarla—. Esto de
que hoy tengas cobertura es nuevo, ¿no?
La rubia negó con un gesto, poniendo su mejor sonrisa de
niña buena.
—Nia, pidamos nuestro colacao —sugirió Rac tomándola
de un brazo—. Seguro que luego pensamos mejor.
—Ah no, esta va a cantar ahora mismo —masculló
poniendo tal sonrisa que los parroquianos del lugar se
acomodaron mejor—. Joa, ¿se puede saber entonces por
qué te quedaste en casa de Maru? Todas pensamos que no
tenías cobertura por algo de tu compañía.
—Para conectarme a su wifi, lo dije —contestó suspirando
—. Tenía que revisar muchas cosas y no iba a hacerlo con
los datos, que luego se me pone lento.
Maripuri y Rac abrieron los ojos sorprendidas, ¿qué
hablaba esa loca? Si tenía tarifa de datos ilimitados como
todas ellas. Al final Nia iba a llevar razón y había gato
encerrado en el asunto. Vieron entrar a Josi y Maru, y les
hicieron un gesto de manera disimulada para que se
unieran a la conversación. Estas se situaron a espaldas de
Joa, quien ni siquiera se dio cuenta de la llegada de esas dos
al estar entretenida tecleando.
—¿Y se puede saber qué era eso que tantos datos iba a
gastarte? —siguió Nia de manera suave. Era la mejor
manera de que la otra confesara sin levantar siquiera la
vista de la pantalla.
—Ah, nada —masculló Joa con una sonrisa bobalicona—.
Hice videollamadas a algunas clientas; a mis padres para
que vieran el pedazo de horno que tiene el padre de Maru y
que vayan pensando en poner uno porque no veas el
coñazo para limpiar la parrilla de la barbacoa que tienen en
el patio de casa; le enseñé a mi hermano la preciosa casa
donde nos estamos quedando, bueno le mentí un poco
porque le dije que la habitación de Maru era la mía y que la
decoración era uno de mis últimos trabajos, ya que sabe
que también hago cosas con algunos arquitectos de
renombre; y por último hablé con mi chico.
—Con tu chico... —masculló Nia quitando la sonrisa de su
cara.
Rac y Maripuri sujetaron a Nia y la sentaron en una silla a
la vez que Maru y Josi hacían lo propio con la despistada de
Joa, la cual seguía escribiendo mensajes sin levantar la
vista. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de la
metida de pata que acababa de cometer.
—Pidamos el desayuno —aconsejó Maru a la vez que le
hacía un gesto al dueño del lugar—. ¡Venancio, pon cafelitos
y algo para acompañarlos!
El gruñido de respuesta del hombre hizo que Joa
levantara la mirada y dijera lo que a ella le apetecía tomar,
y frunció el ceño al escuchar la carcajada de los dos
parroquianos, aunque siguió a lo suyo mirando de reojo a
los dos abuelos con los que estuvieron hablando el día
anterior.
—¿Y a estos qué les hace tanta gracia? —cuestionó en un
susurro.
—Tú, rubita —contestó Sebito—. Eres muy graciosa, nos
lo vamos a pasar en grande mientras estés aquí.
—¿No tienen cabras que ordeñar o burros que pasear por
el campo? —espetó de mala gana, lo que hizo que los dos
hombres rieran con más ganas—. Catetos.
—Un respeto —susurró Maru—, que podrían ser tus
abuelos.
—O su futuro marido uno de ellos —se burló Josi.
Joa iba a contestarle, pero un nuevo mensaje entrante la
distrajo de nuevo. Maru y Josi miraron a quién escribía y se
les mudó el color de la cara.
—Joa, ¿ese Marcos quién es? —preguntó Maru ya
sabiendo la respuesta, y más al ver a Rac ponerse pálida.
—Es mi chico —contestó sin darse cuenta—. Me echa de
menos, ya le he dicho que en unos días vuelvo y nos
podremos ver. Fíjate que tiene un congreso en Granada la
semana que viene, ya tengo el billete para dentro de dos
días.
Las chicas flipaban porque no contó con ninguna de ellas.
Ni siquiera pensó en si debían separarse por el momento y
el siguiente paso a dar. No era consciente del lío en el que
estaban metidas, y la que más culpa tenía era justo ella. Se
vieron interrumpidas por el camarero, quien les dejó cuatro
cafés con leche y dos colacaos que te quemaban el esófago
solo con mirarlos. Lanzó un puñado de magdalenas al centro
de la mesa y se alejó de ellas. Joa levantó la cabeza al
escuchar el ruido sordo que provocaron.
—Cuchi que pollas —susurró—, ¿esto qué es lo que es?
—Nuestro desayuno —se jactó Josi, cogiendo una de las
armas de destrucción masiva que suponían esos dulces, lo
abrió y lo metió en la taza—. Vamos, son muy nutritivas.
—¿Y mi tostada?
—Aquí solo tenemos eso, nada de pijadas de ciudad —se
escuchó decir al camarero—. Mojadas están muy ricas.
—Vamos, come —susurró Maripuri—. Mira, ya tienes todo
el café en ella, te ahorras el beber.
—Seguro que Lucio me habría puesto mi tostada con
jamoncito del bueno y tomate —refunfuñó.
—No des por hecho cosas que no son —musitó Maru con
una sonrisa en su cara.
Todas hicieron lo mismo que su amiga para asombro de
Joa, quien no vio claro que esas cosas tan duras fueran
comestibles por mucho que desapareciera el líquido de los
vasos. Decidió tomarse el café, el cual casi escupe de lo
amargo que estaba, y eso que le echó el azucarillo.
—¿Qué pasa ahí fuera? —gruñó Sebito a la vez que se
levantaba y caminaba a la puerta.
Maru hizo lo mismo, al estar casi en la entrada pudo
presenciar lo que acontecía a solo unos pocos metros, y
llamó con un gesto a las demás.
—Luego hablaremos de Marcos y de lo que le has contado
—gruñó Nia.
—Alguien la ha debido liar bien gorda —masculló
Apolonio—. ¡Venancio, prepara la escopeta!
En mitad de la calle estaban las tres mujeres que unas
horas antes fueron a incordiarlas, aunque esta vez no
estaban solas. Según les indicó Maru, las acompañaban el
cura que iba por la zona a dar misa todos los domingos, el
alcalde del lugar, la mujer de este y el sobrino de la
cabecilla del Trío Calavera, un peón agrícola que trabajaba
en los planes de verano contra los incendios forestales. Y
todos ellos iban armados de rosarios, lo que suponía que
sería agua bendita, crucifijos y algo extraño para lo que
llevaban: unas esposas de peluche rosas.
—Algunas han visto demasiadas veces la película esa de
Una rubia muy legal —murmuró Rac intentando aguantar la
carcajada—. Les falta el perrito porque los trajes rosas ya
los llevan.
Venancio salió armado con su arma de caza y se puso
delante de sus clientes.
—Padre, me va a espantar al personal con otro de sus
numeritos —gruñó el hombre—. La función se la lleva a casa
de la María, seguro que una de las gallinas se le ha vuelto
una descocada.
—Esto parece muy normal aquí, ¿no? —cuestionó
Maripuri.
—Más de lo que crees —respondió Maru—. Todas las
semanas se entretienen con uno de nosotros, se supone que
les tocaba a mis padres porque la semana pasada no se
santiguaron al pasar por la puerta de la iglesia.
—¡¿Qué hacemos: se van en paz haciendo el indio o lo
que cojones piensan hacer, o empiezo a tirar perdigones?!
—vociferó el dueño del bar—. ¡Esto al Lucio no se lo hacéis,
cojones!
El sacerdote no llegó a abrir la boca porque la dueña de
las gallinas avanzó varios pasos poniendo el crucifijo
delante de su cuerpo.
—¡Apártate de las hijas del diablo! —vociferó—. Nos han
traído el mal, mira la pobre Juana, casi no se tiene en pie de
lo que nos han hecho esta mañana estas...
—Una cosa, señora —la cortó Josi—, ¿no quedamos en
que usted era Satán y las otras dos parte de su corte?
Porque no me mola nada ser hija de usted o de alguna de
sus acompañantes. No es por ofender, que conste. Y otra
cosa, me alegra saber que cuentan con un clérigo entre sus
filas, al fin comienza a hacerse justicia divina con todos esos
chavales que han sido víctimas de esos pedófilos
escondidos tras sus sotanas que...
—Frena, que te excomulgan —interrumpió Rac entre risas
—. Señoras, si querían otro remojón, con haberlo pedido
hubiera sido suficiente. Tenemos para todos.
Les hizo un gesto a sus amigas y entraron en el bar
seguidas del propietario y los otros dos. En ese momento los
hombres estaban asombrados a la par que orgullosos de
que alguien callara a la escandalosa del lugar.
—Vade retro, Satanás —escuchaban al párroco gritar
mientras movía el rociador de latón—. No te queremos en
este lugar, márchate, el Todopoderoso y nuestros rezos te
vencerán.
—¿Qué habla el zumbado ese? —susurró Nia sin quitar
ojo del exterior—. Mirad, las viejas andando en círculos, esto
tenemos que grabarlo para nuestras Bipos.
—Venancio, necesitamos varios cubos y agua de dudosa
potabilidad —pidió Rac.
—Agua sucia —tradujo Maru—. ¿Todavía tienes el charco
de los gorrinos?
El hombre asintió y les señaló una puerta tras la barra.
Nia se quedó grabando lo que hacían los de fuera mientras
el resto, acompañadas de los tres hombres, fueron a buscar
todo lo que les sirviera para su propósito. Maripuri observó
el lugar y fijó su punto en algo que daría el golpe de gracia.
Una vez que se pusieron de acuerdo en el orden que iban
a seguir, las mujeres salieron con los cubos mientras los
hombres desplegaban la manguera por un lateral del
edificio y la dejaban en la esquina. Esa iba a ser la traca
final.
—¡Ya estamos aquí! —anunció Maripuri con una sonrisa
malvada en su cara—. ¿Quién va a ser la primera?
Las tres mujeres pararon en el acto y en su retroceso
empujaron al pobre párroco hacia adelante, provocando que
el primer remojón de agua fría se lo llevara él.
—¡Marta, te pido por favor que pares a tus amigas! —
vociferó el alcalde con voz de pito. Maru se encogió de
hombros ante sus palabras y le pasó un cubo a Rac, que era
quien estaba más cerca de él—. Eres una vergüenza para
tus padres y este pueblo.
Las últimas palabras las dijo medio ahogándose porque le
cayó todo el líquido en la cara, empapándolo de arriba
abajo. La mujer se acercó a sacudirle la ropa como pudo, y
decidió encararse a la rubita con cara de niña buena.
—Oye, tú —llamó a Joa, quien se señaló a sí misma para
cerciorarse de que era a ella—, sí, tú, la rubia de las tetas
operadas.
Las chicas se echaron las manos a la cabeza, acababa de
despertar a la fiera.
—¿Se dirige a mí? —preguntó con voz dulce.
—Sí, tú. —Al parecer de vocabulario iba justita la pobre
incauta—. Dile a las gamberras esas que te acompañan que
se vuelvan al puticlub del que os habéis escapado, que nos
tenéis revolucionados a los hombres. Os han visto, toda la
noche venga a refregaros con ellos, ¡furcias!
—¡Cuchi qué pollas! ¿Ha dicho lo que creo que he
escuchado? —soltó la granadina, a lo que sus amigas
asintieron con un gesto—. Esta se va a cagar, se va a tragar
el crucifijo sin masticar ni nada.
A ninguna le dio tiempo a parar al huracán granadino,
cogió un cubo y se dirigió a la mujer, la cual salió a correr
dando vueltas como pollo sin cabeza. Lo que no podía saber
era que la muchacha, además de su trabajo normal, era
monitora deportiva y estaba bastante ejercitada. No tuvo
que perseguirla siquiera, solo esperar a que pasara por su
lado para tirarle el agua y ponerle una zancadilla que la hizo
derrapar, provocando no solo su caída, sino que hiciera la
croqueta en el asfalto.
Un coro de jadeos y gritos pidiendo auxilio hacían eco por
todo el lugar, aunque todas apostarían que media comarca
debía estar escuchando los graznidos de las mujeres y las
risas de las chicas y los tres hombres que les daban apoyo
moral desde la puerta del bar.
—¡Paso a la embarazada! —gritó Josi mientras se dirigía
al pobre chaval que se escondía detrás de su tía—. Vamos,
valiente, deja de esconderte que no vas a irte seco.
En contra de lo que todos pensaban, el chico se plantó
delante de la preciosa morena de pelo muy corto y se abrió
de brazos con una enorme sonrisa en la cara.
—No me jodas —se escuchó decir a Rac—, le ha tocado el
tonto del pueblo, ja, ja, ja.
—¡No lo llames tonto, es solo un poco lento de
pensamiento! —vociferó su tía mientras se quitaba una
peluca para asombro de todos—. ¿Qué? ¡¿Nunca habéis
visto una mujer calva?!
Nia no perdía ni un solo movimiento de lo que pasaba,
aunque se metió dentro del local en el momento en el que
se dio cuenta del movimiento de Maripuri, que se deslizó
para el lateral del edificio mientras se ponía una servilleta
que cogieron del bar para taparse la boca y la nariz.
—¡Todas a cubierto! —advirtió Maripuri mientras
avanzaba con la manguera en la mano—. Toca la
desinfección del lugar.
Abrió la boquilla y dejó salir toda el agua procedente de
la fosa séptica de la parcela. Para ello solo tuvieron que
cambiar el motor del pozo y pasarlo al otro lado, ya lo
limpiaría Venancio con una sonrisa en la cara, y es que la
manera en la que casi se daban de tortas las pobres
víctimas para huir de la mierda que les caía de improviso
encima, sería algo que pasaría a la historia de los videos
virales.
Sabía que no iba a salir bien, tacaña
Las chicas regresaron al interior del bar en cuanto
Maripuri dejó de regar de mierda la calle, allí ya las
esperaba un nuevo cafelito, la chimenea encendida a pesar
de ser veranos y un puñado de toallas limpias para que se
secaran.
Varios parroquianos más entraron en el lugar comentando
lo que llegaron a presenciar en el último momento, jamás
vieron al viejo párroco correr con tal agilidad con la sotana
remangada. En un momento pasaron las muchachas de ser
unas foráneas a una más de ellos, las heroínas del año, ya
que eran las primeras en no dejarse mangonear por las
beatas, las cuales siempre pensaron que los vecinos del
pueblo debían regirse por sus normas, hasta el alcalde era
un muñeco en las manos de esas tres.
—¡Venancio, guarda la escopeta! —avisó un vecino que
entró en ese momento—. Mira que te avisaron que no la
sacaras para las cacatúas, pues ya los traes por el camino
viejo.
Las mujeres se miraron entre ellas ya que no entendían a
lo que se refería ese hombre, y decidieron retomar la
conversación interrumpida un rato antes al ver que Joa
seguía tecleando, en ese momento de manera continua.
—Niñas, se refieren a la Guardia Civil —les avisó Maru
mientras se levantaba para salir a mirar—. Cada vez que
estas lían una de las suyas, los llaman lloriqueando y viene
una patrulla para que se callen.
—¡Ay, que mi amorcito viene a verme! —gritó Joa,
provocando el sobresalto de las demás y el silencio entre los
parroquianos.
—Dime que lo que acabo de escuchar no es verdad —
masculló Nia a la vez que se levantaba—. Repite una a una
tus palabras.
—Que mi amorcito viene a verme —soltó con toda la
calma del mundo—. Iba a darme una sorpresa, pero ha
decidido avisarme para que me encuentre con él en la
plaza. Ya le he dicho que estamos justo en el bar del hombre
con nombre de animal de caza.
—Ay, la Virgen, lo que acaba de liar aquí la rubia —dijo
entre risas Rac—. Moza, que tu enamorado viene con
escolta, ja, ja, ja.
—Me cago en todo, Joana —gruñó Nia—, es que sabía que
no iba a salir bien, pedazo de tacaña. Pues no me pienso
comer el marrón, me acojo a la Quinta Enmienda, al Habeas
Corpus, la ley del silencio o lo que cojones haya en España
para echarte la culpa de todo a ti.
—Qué exagerada eres, de verdad —susurró Joa—. Te falta
preguntarle a Maripuri algo de las leyes militares para
usarlo en tu plan genial de que te pongan la camisa de
fuerza y te den una paguita.
—La mato, yo a esta le pongo la neurona en su sitio de un
guantazo.
Maripuri y Josi cogieron casi en volandas a Nia y la
sacaron al exterior para que le diera un poco el aire,
momento en el que observaron la entrada triunfal de un
todoterreno de la benemérita a la vez que la vieja calva
corría hacia ellos cual gacela en apuros haciendo
aspavientos con los brazos. Al ver que no se detuvieron
junto a ella, se puso a vociferar con su colorido lenguaje
contra los pobres agentes, quienes los entrenaron y todo lo
que se le ocurrió. Las tres se descojonaban porque lo más
bonito que los llamaba era parásitos. Se fue del lugar en
cuanto vio bajarse a uno de ellos.
—¡Venancio, que viene Julián de patrulla! —avisó Maru
con un grito—. Este huele la escopeta a kilómetros, da igual
donde la escondas, ja, ja, ja.
Lo que no esperaba nadie es la que en menos de cinco
minutos se lió en esa plaza: varias dotaciones de la Guardia
Civil procedentes de la misma Zamora, un par de
ambulancias con personal sanitario, al menos cinco coches
de la Policía Nacional, tanto oficiales como de los usados
para hacer guardias de camuflaje y un camión de bomberos.
—Ya solo falta un tanque del ejército y un helicóptero
para...
Maripuri se tuvo que callar porque escucharon el
característico ruido de las aspas del aparato, el cual vieron
al momento sobrevolando la zona y grabando todo lo que
sucedía.
—Estos seguro que vienen buscando las plantas del Fraile
—susurró Maru en tono confidente—. Y resulta que hace
unos días las pasaron todas al huerto de María, la cabecilla
del Trío Calavera. Mirad cómo corre, esa va a su casa a
esconderlas o a tirarlas a la parcela del catalán, el yerno de
la yayagramer.
Rac y Joa se unieron a ellas y abrieron la boca al ver el
despliegue de vehículos en ese pequeño lugar. Eso hasta
que algo, o más bien alguien, provocó un grito de alegría en
la rubia, la cual salió a correr hacia el grupo, todos armados
hasta los dientes.
—Recordad que yo solo os he acompañado para no
haceros el feo —dijo Josi con calma—. Mejor me voy
adelantando y aviso de que estoy embarazada, no vaya a
ser que... ¡¿Será cabrón?!
No llegó a acabar la frase al ver quién se bajaba del
camión de bomberos. Ese maldito capullo seguro que se
había hecho pasar por el hermano para llegar hasta ella. Se
parapetó tras sus amigas en vez de hacer lo que unos
segundos antes dijo, no se sentía preparada para
enfrentarse a él en ese momento. Lo peor es que su gemelo
iba también entre la dotación.
—Pues ya estamos todos —gruñó Rac—. Parece que este
se ha quedado con la espinita clavada y qué mejor manera
de vengarse que venir él mismo a detenernos.
Todas vieron al policía que pateó la morena dirigiéndose
hacia el grupo junto a un par de agentes de la benemérita,
todos ellos charlando entre risas. El movimiento de
Alejandro al llegar a su altura, las dejó a todas sin saber
reaccionar.
—Hola, preciosa —saludó juguetón a Rac después de
haberle plantado un señor beso con lengua y todo—.
Tenemos que irnos rápido, nos esperan.
—Que se cree usted eso, señor agente —respondió
mordaz Rac.
—¿Veis lo que os he dicho? —se dirigió Alejando a sus dos
acompañantes—. Mi futura mujer tiene un sentido del
humor extraño, siempre me hace lo mismo cuando
coincidimos en algún caso.
La risita de los dos agentes de la Guardia Civil sacaron a
las presentes de su asombro, y Maru se colocó junto a su
amiga de inmediato no sin antes empujar al policía de
manera fortuita.
—Ups, lo siento, pensé que había más sitio —se disculpó
Maru—. Creo que aquí mi cliente no sabe de lo que habla,
agente.
—Inspector —refunfuñó Alejandro—, y usted debería
aconsejarlas que busquen otra defensa porque está
demasiado implicada en el caso. No queremos que los
acusados digan cosas que no son, ¿verdad, abogada? Todas
a los coches, mejor lo hacemos a las buenas.
Esto último lo susurró, aunque ninguna pensaba
ponérselo tan fácil. ¿O sí?
—¿Cuál es mi transporte? —preguntó Josi, asomando su
cabeza por detrás de Maripuri—. Si me escolta y no deja que
se acerque a mí el bombero ese, colaboro en todo lo que
haga falta, le canto hasta La Traviatta.
—¿Ese es...?
—Nadie, ese no es nadie —cortó la pregunta de Maripuri
—. Inspector, espabile.
Alejandro se movió con rapidez, cogió a Rac por la cintura
y tiró de ella hacia la zona de los vehículos. Allí divisaron a
Joa abrazada al enfermero que las atendió la primera noche
en el hospital, el único amable de todo el personal con el
que coincidieron.
—Nia, mira —susurró Maripuri con retintín—, el médico
pulpo te mira babeando. Fíjate en el charco que se ha
formado a sus pies.
—Paso de ese... mal bicho —contestó, aunque su mirada
decía lo contrario.
—Haces bien, solo quiere meterse en tus bragas y luego,
si te he visto, no me acuerdo —soltó Maru con cierta
inquina. Se apuntaría el preguntarle.
Siguieron a Alejandro observando que Rac se mostraba
reticente a andar e intentaba deshacerse del agarre al que
este la sometía, hasta que le susurró algo y la actitud de la
mujer cambió. Otra pregunta más que debían apuntarse
para el momento en el que las dejaran reunirse de nuevo, lo
cual no veían que sucediera pronto.
—Vosotras dos —Alejandro señaló a Nia y Maru en cuanto
llegaron a los coches—, os subís en el coche blanco.
El inspector señaló a las demás sus lugares: Maripuri y
Josi irían en otro de los coches de camuflaje, Joa en el
vehículo particular de Marcos y Rac debía ir en el que
conducía Alejandro. Aunque intentó oponerse, este le siseó
de nuevo lo de un momento antes y ella depuso su actitud
guerrera hasta ver si era cierto o no.
—¡Un momento!
Todos los presentes se giraron ante la voz de pito que
salió por un altavoz, que no era otra que la del alcalde del
lugar. Un agente de la Guardia Civil que estaba cerca le
arrancó el artilugio de las manos cuando se dio cuenta de
que se disponía a dejarlos sordos.
—Diga lo que quiere, le escuchamos a la perfección —
gruñó alejándose de él.
—Soy el señor alcalde de Bretocino, este precioso lugar
que...
—¡Al grano, Goyo! —gritaron los parroquianos que
estaban en la puerta del bar disfrutando del espectáculo.
—Como intentaba decir —dirigió una mirada a sus
vecinos para que callaran—, quiero hacer formal una
denuncia contra esas..., esas... personajillas. No solo se han
atrevido a alterar la paz de nuestros conciudadanos
organizando fiestas hasta el amanecer con bacanal incluida,
sino que se han atrevido a agredir a personas ilustres del
municipio, incluida mi persona. Por ello, quiero que las
esposen y...
—Este tío es tonto —masculló Maripuri demasiado alto—.
Ups, perdón, no quería interrumpirlo.
Las carcajadas del resto de mujeres provocaron la ira del
hombrecillo, quien se atrevió a dirigirse a la diosa de pelo
corto castaño que lo tenía juguetón y palpitante, cosa que
no le pasaba con su esposa por mucha película porno que
viera.
—Tú, mujer del demonio enviada para tentarme, no
insultes a la máxima autoridad de este lugar si no quieres
que...
—Uy, el pitufo gruñón tiene genio y todo —interrumpió
Maripuri—. No lo parecía hace un rato cuando te escondías
tras las faldas de las mujeres. ¿Es que crees que unos
cuantos uniformes van a acobardarme? Un mes en uno de
los barcos en los que he estado de misiones por el mundo te
daba yo, ahí sí que te iban a salir los pelos que te faltan en
los huevos.
De repente todo eran toses, carraspeos y buscar
cualquier excusa murmurada para darse la vuelta y reírse
en silencio de la cara del pobre hombre, al cual se le
marcaba de repente un bulto sospechoso en el pantalón.
Tan incómodo estaba por la erección causada, que se
recolocó el paquete con toda la vergüenza del mundo al
mirar que a su lado estaba su mujer mirando la resurrección
de su pene a polla y sin ser ella la causante. Un guantazo
que casi le hizo girar la cabeza fue el preludio de la marcha
del hombrecillo tras su esposa mientras los presentes se
carcajeaban sin decoro alguno, algo que causó el mismo
hombrecillo al pedirle a su mujer casi a gritos que podían
aprovechar que la fiera estaba despierta para regarle el
jardín y plantar la simiente.
—Ahí vienen Satán y sus acólitas —anunció Josi entre
hipidos—. Y el cura viene a por más, ese hombre es
masoquista, ja, ja, ja.
—De esos me encargo yo —propuso Rac—. Estos van a
tener que ir a la iglesia a rezar un mes seguido para
exorcizar los oídos.
—No pensarás en...
—En eso mismo —cortó Rac a Nia—. Tenemos la última,
esa es la que voy a ponerles.
Las chicas aplaudieron la decisión ya que sabían a lo que
se refería, su amiga Maca iba a estar orgullosa de que su
voz sirviera no solo para diversión de todo el grupo Bipo,
sino también para una buena causa.
—Alejandro, ayúdame a conectar el altavoz de uno de los
coches patrullas al móvil —ordenó, a lo que este negó con
un gesto—. Si quieres que colaboremos, más te vale poner
de tu parte, no me sirve eso de que nos digas que alguien
de las altas esferas nos protege.
Las demás abrieron los ojos como platos al ver que el
inspector bufaba, señalaba uno de los coches oficiales y se
dirigían a él. Rac levantó el pulgar en señal de que estaba
preparada, iban a irse del lugar haciendo mucho ruido.
—Señores guardias, queremos presentar una denuncia —
habló jadeante la segunda beata, la primera se quedó un
paso atrás—. Esas hijas del demonio han atentado contra un
hombre santo y...
Un bufido cortó en seco el discurso de la señora.
—Me parece que se equivoca en algo de nuevo —dijo con
calma Josi—. No me gusta repetirme, pero por esta vez voy
a hacer la excepción porque parece que el baño de mierda
ha desatascado oídos.
Los presentes la miraron con gestos entre el asombro y la
cautela porque se imaginaban lo sucedido antes de su
llegada con tan solo sus palabras y el olor nauseabundo del
lugar, el cual no aguantaban ya.
»Como hace un rato les dije, y no me refiero a cuando
fueron a incordiar a nuestra casa, no me hace ni pizca de
gracia ser hija de alguna de ustedes porque son el mismo
Satán disfrazado de la abuela de la fabada. —Señaló a las
tres mujeres, quienes eran más falsas lloriqueando que un
billete de tres euros—. Y eso del hombre santo... Me reitero
en que me parece de justicia divina y hasta humana que
uno de esos personajes que forman parte de esa red de
pedófilos que se esconden tras una sotana forme parte del
aquelarre o secta demoníaca que ustedes han creado para
dar quehacer al resto de la humanidad.
—Y tan a gusto que se ha quedado —masculló Nia entre
risas ahogadas.
Un carraspeo por parte de uno de los agentes hizo que
las chicas prestaran atención a lo que tenían delante, que
no era otro que el sacerdote vestido ya sin la parafernalia
de la casulla[14].
En el mismo momento en el que abrió la boca para
escupir a saber qué, Rac le dio al botón de reproducción. En
los primeros segundos no sucedió absolutamente nada
porque no esperaban escuchar tales graznidos, fue en el
momento de más emoción de la canción cuando el cura
salió cagando leches del lugar seguido por el resto del
séquito de las viejas gruñonas. El personal de los cuerpos
de seguridad del Estado y los sanitarios se metieron en los
vehículos muertos de risa y encantados con el método de
desalojar el lugar. Sería algo que tendrían que patentar para
acabar con las revueltas callejeras.
Todas me llaman Maripuri de coña
Durante las casi tres horas que duró el trayecto a Madrid,
en los diferentes coches en los que iban las chicas se
repetía una y otra vez lo mismo: el audio de Maca cantando
la canción Qué no daría yo de Rocío Jurado.
—Ponedla otra vez —pidió uno de los agentes—. Tenemos
que decirle al jefe de la UPR[15] que debería usar esto en vez
de a los compañeros de antidisturbios, ja, ja, ja.
Por el altavoz del móvil de Nia volvía a sonar la voz de su
amiga, la cual dejó salir todo su potencial en forma de
desafines varios e incluso algún maullido de sufrimiento
incluido:
Aaayyyyy qué no daría yo por escuchar de nuevo
esta niña que llega tarde a casa
Y escuchar ese grito de mi maaareeeeee
pregonando mi nombre en la ventana
mientras yo deshojaba primaveras
por la calle mayor y por la plaza
oleeee yo ja, ja, ja
En el coche en el que iba Rac se cortaba el aire con una
motosierra, así de denso e incómodo era entre ellos, así que
la morena decidió que era buen momento de escuchar todo
el repertorio que en ese momento les iba llegando al grupo
de Bipos, exabruptos de Xurri incluidos.
Maripuri y Josi iban charlando sobre lo sucedido en el
pueblo de Maru hasta que la primera se cansó de que la
otra le diera vueltas al asunto y le preguntó de manera
directa lo que llevaba un rato quemándole la punta de la
lengua.
—¿Quién era ese bombero al que no has permitido que se
acerque a cien metros?
En un primer momento Josi intentó desviar el tema
sacando de nuevo que vio el roto de las bragas de la mujer
del alcalde cuando se remangó para salir corriendo al ver el
empalme del marido, solo que Maripuri no dejó que se
saliera con la suya y le cortó de raíz.
—Vale, pesada —bufó la gallega—. Es Manu, el padre de
mi garbancito.
Maripuri guardó silencio, esperó con paciencia a que la
otra le contara el porqué de su actitud.
»No hemos acabado en buenos términos, o al menos no
por mi parte cuando descubrí la doble vida que llevaba, o lo
que yo pensé por algo que vi y que no me contó hasta que
le tiré la consola por la ventana. Y el muy cabrón se ha
atrevido a venir con el causante de nuestras desgracias: su
gemelo.
—¿Y eso cuándo ha sido? —preguntó Maripuri, quien ya
sabía la respuesta sin que se la diera siquiera.
—Dos días antes de que nos reuniéramos en Madrid —
musitó.
—Por eso tanta prisa —masculló la otra—. Menos mal que
las niñas no encontraron el semen porque si no de nada
hubiera servido, no han acabado el tratamiento hormonal.
—A ver, que lo que les pedí por internet era un complejo
vitamínico —confesó Josi—. Por eso iban en pastilleros, no
pensé que iba en serio eso de inseminarse todas a la vez.
—Claro, si tú ya tenías al semental para preñarte —gruñó
Maripuri a la vez que desviaba la vista a la ventanilla—.
¿Dónde vamos, agente?
—A vuestro escondite hasta que el juez pueda empezar a
tomaros declaración a partir de mañana —anunció el
muchacho.
En todos los vehículos se cuestionaban lo mismo y las
palabras de asombro llenaban los habitáculos conforme se
adentraban en el camino privado para llegar hasta una casa
enorme, y es que creyeron que las llevarían a dependencias
policiales por mucho que les aseguraron que no iban en
calidad de detenidas.
Tenían la certeza de que estaban a las afueras de Madrid
ya que estuvieron pendientes a las señales que se divisaban
en la autovía, aunque en ese momento estaban todas
desconcertadas por el giro que acababa de dar el posible
plan de huída que pudieran urdir en cuanto las dejaran solas
un momento. La zona estaba aislada de otras casas y antes
de llegar a la vivienda pasaron por una garita donde
contaron al menos cuatro guardias de seguridad.
Las instaron a bajarse de los vehículos en cuanto
aparcaron en la enorme explanada que daba justo a la
entrada de una moderna edificación. No se veía a nadie
desde el exterior.
—Bienvenidas a vuestra nueva residencia hasta que el
juez decida lo que hacer con todas —anunció Alejandro con
recochineo, era el único que sabía por el momento la verdad
de la situación por mucho que le jodiera—. Pasad dentro, ya
hay alguien que os espera para enseñaros un poco las
actividades en las que os podréis entretener estos días.
El policía se alejó con los demás hacia un lateral de la
vivienda dejando los coches ahí mismo, en la entrada, de
cualquier manera y con las llaves puestas, así, sin miedo
alguno a que pudieran coger alguno y salir pitando.
Las mujeres se miraron entre ellas, suspiraron y se
dirigieron al interior de la mansión, porque ese edificio era
enorme y se le podía calificar de esa manera. En el amplio
recibidor estaba una sonriente Clara, quien se lanzó a los
brazos de todas ellas llorando de alegría.
—Qué guapa estás —dijo una de ellas a la muchacha,
quien iba de una a otra dejando besos y achuchones.
Al llegar a Maripuri, la abrazó igual que al resto ya que
Nia le habló bastante de esa amiga que era para ella casi
una hermana, solo por eso ya la conocía sin que se la
hubieran presentado.
—Bueno, tú eres la famosa Clara, ¿verdad? —cuestionó
Maripuri con una enorme sonrisa en la cara—. Eres más
joven de lo que estas exageradas me han contado, me
alegra mucho conocerte y que estés bien.
—Encantada, Mar...
—No te cortes, todas me llaman Maripuri de coña —le dijo
—. Mi nombre es Inma, por si te sientes más cómoda.
—Creo que no debo...
—Ten confianza, chiquilla —cortó de nuevo con
desparpajo—. Ya te contaré el porqué me llaman así las
locas estas por culpa de aquí la Antonia.
Todas rieron mirando a Nia, quien se sonrojó porque esa
broma se la recordaban bastante, algo de lo que en el fondo
estaba orgullosa ya que era un nombre puesto desde el
cariño y el respeto.
Clara les señaló hacia un enorme salón a la derecha de la
entrada, todas se dirigieron allí y se sentaron en los
enormes y cómodos sofás que presidían el lugar. Clara les
estuvo contando un poco por encima lo que la policía le dijo
cuando la sacaron del hospital, que tenía una pareja todo el
día patrullando por los alrededores para prevenir posibles
represalias aunque nadie podía pasar de la garita sin estar
autorizado o ser residente en la zona. A Rac le resultó un
poco extraña la explicación ya que no entendía cómo podía
estar tan cómoda y familiarizada a la vez con el
funcionamiento de todo, pero no cuestionó nada al ver
entrar al estúpido que la tenía como una moto en plena
carrera: pasada de revoluciones.
—Clara, si no te importa, enséñanos un poco el lugar —la
interrumpió—. Empiezo a asfixiarme con el extraño olor que
me llega.
Las chicas la miraron con una sonrisita malvada a la cara
ya que Alejandro bufó ante las palabras de la morena. Sin
embargo, no abrió la boca, cosa que la enfadó más todavía
y así lo hizo notar al pasar por su lado y pisarle un pie sin
querer y con bastante mala baba.
—Señorita, las habitaciones de sus invitadas ya están
preparadas tal y como ha ordenado. —Un elegante hombre
cortó la huida de Rac—. Cuando deseen tienen la comida
preparada para ser servida, la cocinera quiere saber si
almorzarán en el comedor formal o prefieren hacerlo en el
jardín.
—Tomás, no es necesario que seas tan pomposo —regañó
Clara con tono de cariño—. Luego te presento a mis amigas,
dile a Lidia que comeremos en el comedor, y vosotros nos
acompañais.
—Pero...
—Es una orden —cortó Clara—. Chicas, subamos y os
enseño dónde os vais a quedar todo el tiempo que queráis.
Las chicas la siguieron por las escaleras hasta la primera
planta, donde dos amplios pasillos se bifurcaban. Les fue
mostrando las diferentes habitaciones para ellas, todas
contaban con baño propio y un vestidor bastante espacioso.
En esa planta también contaban con una biblioteca que
hacía las veces de despacho. Les dijo que en la planta baja
tenían otro despacho más amplio con vista a los jardines y
un pequeño gimnasio.
Quedaron en verse en media hora en el vestíbulo para
comer todas juntas, así que Clara dejó que se refrescaran
mientras ella bajaba a ayudar.
—¿No os parece un poco raro todo esto? —cuestionó Rac
en cuanto se quedaron a solas en el pasillo—. No sé, aquí
hay gato encerrado y de los gordos.
—No quieras ver complots donde no los hay —soltó Joa
tan tranquila—. Mejor nos damos una ducha rápida y
bajamos a comer, que con la tontería no hemos
desayunado.
—Trilli, ¿qué opinas? —preguntó Nia a una callada Josi,
algo poco frecuente—. Sé que te ronda algo por la cabeza,
veo tu cabecita montar diferentes tramas.
—La verdad es que no sé qué creerme de todo esto —
contestó—. Llamadme paranoica, pero estoy de acuerdo en
que aquí algo huele mal, y esta vez la culpa no es del
mayordomo.
—Como vuestra abogada que soy, os aconsejo guardar
silencio si no queremos meternos en más líos —intervino
Maru—. Esperemos a ver lo que esta gente esconde, porque
todas estamos de acuerdo en lo mismo, o casi, que aquí la
Chochetilla es demasiado inocente.
—Pues vamos a la ducha que olemos a todo lo que les
hemos tirado a las tres cotillas —ordenó Maripuri dando una
palmada—. Tenemos menos de quince minutos para bajar,
hay que pillarlos desprevenidos.
Se metieron en las habitaciones y todas, sin excepción,
salieron ya cambiadas en menos del tiempo dado. Lo
sorprendente es que encontraron ropa de las tallas de cada
una de ellas ya que ninguna cayó en recoger las maletas de
la casa vieja, menos mal que Maru llamó a los padres de
camino para relatarles un poco lo sucedido y que recogieran
los enseres de las chicas.
—Muy bien, ¿cómo nos vamos a organizar? —preguntó
Nia cuando llegaron a la escalera.
—El servicio siempre lo sabe todo, nos tenemos que
camelar al más cotilla —sugirió Josi mirando a su alrededor
—. Yo lo intento con el estirado del mayordomo, tengo
experiencia con idiotas con el palo metido en el culo.
—Nia, Maripuri y yo hablaremos con las empleadas de la
limpieza —dijo Joa—. Y Rac que lo haga con la cocinera,
enséñale alguna de tus recetas sanas, de esas que te sacas
de Tik Tok.
—Pues yo me tiro al jardinero y al limpiapiscinas a la vez
—soltó Maru con sorna—. Venga, primero tendremos que
ver cuánto servicio hay en este lugar, que lo mismo el
estirado es un policía y no un empleado de este caserón.
La lógica aplastante de la abogada dejó a la asistente de
compras callada, eso y que Nia le dio un codazo para que no
se le ocurriera llevarle la contraria. Todavía tenían bastante
que echarle en cara a la rubia con respecto a desvelar el
lugar en el que estaban intentando pasar desapercibidas.
Bajaron en silencio hasta el vestíbulo y cogieron el pasillo
de la izquierda suponiendo que por allí llegarían a la zona de
servicio, eran ávidas lectoras de novela romántica y
pensaron que sería lo normal hasta que llegaron a la zona
del gimnasio, la sala de cine y el despacho.
—Mierda, ¿dónde coño está la cocina? —gruñó Maripuri
mientras daba vueltas sobre sí misma—. Tenemos que
volver corriendo a la entrada antes de que piensen de
nosotras que...
—¡Aquí estáis! —Sus palabras fueron interrumpidas por el
portador de esa voz con la que ella soñaba desde que lo
conoció y que la incomodaba a la vez—. Acompañadme, lo
que buscáis está pasando el salón en el que habéis estado
antes.
Las chicas alucinaron cuando vieron que el buenorro que
las siguió durante su visita turística en el pueblo portugués
cogió a Maripuri de la mano y tiró de ella hasta pegarla a su
costado, le plantó un beso en los labios y las dirigió de
vuelta hacia donde las estaban esperando.
Tal y como el hombre les dijo, cruzaron el salón hasta un
comedor con una amplia mesa para al menos veinte
comensales y desde ahí se divisaba una puerta que daba a
la enorme y moderna cocina, algunos restaurantes
envidiarían esos fogones.
—¡Bienvenidas! —Una mujer oronda que rondaría los
sesenta años las abrazó y besó una a una—. Muchas gracias
por salvar a mi pequeña, no sé cómo recompensaros por lo
que habéis hecho.
Ninguna supo qué decir a la llorosa señora, solo la
abrazaron y le susurraron que no era necesario, que
cualquiera en su lugar hubiera hecho lo mismo. Se miraban
entre ellas y así se comunicaron: estaban más perdidas que
Nemo en una pecera, esos estaban más locos que todas sus
amigas del grupo Bipos juntas.
—Nana, ¿ya estás otra vez con lo mismo? —La entrada de
Clara en la cocina cortó el incómodo momento que estaban
viviendo—. Venga, sal fuera que ya está todo puesto. Y no
te atrevas a negarte, sabes que en esta casa somos familia
y comemos juntos.
Las seis amigas observaron a ambas mujeres enzarzarse
en una pequeña discusión sobre la conveniencia o no de
hacerle caso teniendo visita, hasta que Josi decidió cortar de
raíz el asunto.
—A ver, no es por molestar ni por querer mandar, que
conste —comenzó, haciendo que las dos mujeres la miraran
con una sonrisa—, pero como no me deis de comer pronto,
el pulpito que estoy gestando va a salir en busca de su
propio alimento y no creo que sea muy agradable.
La cocinera se echó las manos a la cara por la sorpresa al
saber que estaba embarazada y con dos palmadas las
mandó a todas al exterior a la vez que de la nevera sacaba
una jarra con limonada recién hecha, ya fresca, que le
ofrecería en lugar del vino que Clara mandó a Tomás que
abriera. Iba a cuidar a esa muchacha el tiempo que
decidieran estar en ese lugar.
¿Quién coño eres tú y qué quieres
de nosotras?
Todas comieron en relativa calma ya que Maripuri estuvo
todo el rato dando codazos al insoportable que se sentó
junto a ella. Parecía que el tipo era masoquista porque
mientras ella peor lo trataba, más jugueteaba con ella y su
poca paciencia.
La charla fue bastante insustancial, algo que tenía a Rac
y a Maru con los nervios de punta ya que se olían la
tormenta que se avecinaba, y más al ver que el capullo del
policía seguía en el lugar aunque ellas no preguntaron
siquiera. Dieron por supuesto que se iría en el siguiente
cambio de guardia.
—¿Os apetece algo más? He hecho una deliciosa tarta de
queso —ofreció Lidia con una enorme sonrisa, a lo que
todas asintieron—. Pues aquí los dos caballeros me van a
acompañar, así alguna puede respirar.
Maripuri le ofreció una sonrisa de agradecimiento a la
mujer ya que se refería a su persona. En el mismo momento
en el que los tres entraron en la casa, las chicas se
levantaron de sus lugares y rodearon a Clara para hacerle
las mil preguntas que les rondaba la cabeza.
—¿Quién coño eres tú y qué quieres de nosotras? —soltó
de sopetón Rac, quien no tenía ganas de que se fueran por
las ramas las demás—. Y no se te ocurra soltarnos un
cuento, tengo un radar para pillar mentiras que ni las
mejores agencias de espionaje.
El silencio se hizo en el lugar hasta que Clara tomó una
bocanada de aire y se dispuso a explicarles sobre su vida
hasta el momento en el que se cruzaron en el hospital.
—Mi vida hasta los cinco años fue la de una niña feliz y
amada por sus padres —comenzó—. Y con esto no quiero
decir que luego no haya tenido cariño porque mentiría, pero
todo cambió cuando mi madre enfermó de repente y en
pocos meses la perdimos. Hasta ese momento vivía solo con
ellos y disfrutaba de mis abuelos paternos, a una niña tan
pequeña no se le pasa por la cabeza que tenga más familia
por mucho que sus amiguitos hablen de más abuelos, de
tíos o primos.
»Recuerdo el momento en el que conocí a mis abuelos
maternos, fue en el hospital, en una de las visitas a las que
me llevaba mi nana. —Tomó aire porque se le hizo un nudo
en la garganta—. Mi madre tenía una preciosa sonrisa,
lloraba de alegría, y en cuanto crucé la puerta golpeó un
lado de su cama para que trepara como hacía casi siempre.
No reparé siquiera en las personas que estaban allí,
observando en silencio mi llegada y el amor que nos
profesábamos, hasta que un carraspeo y un gimoteo
hicieron que volviera mi cabecita hacia esos extraños que
en ese momento tomaron la mano de mi progenitora.
Lidia entró con el postre y fue deprisa hacia su pequeña,
sabía lo que estaba pasando, y no resistió el dolor que le
provocaron las lágrimas de la joven, por lo que la abrazó
desde atrás y se mantuvo en contacto con la chica hasta
que terminó el relato.
Las mujeres se asombraron al saber que la madre de
Clara rompió contacto con sus padres al no aceptar que
quisiera casarse con un simple constructor que, para
sorpresa de todos, en pocos años llegó a convertirse en el
mejor empresario de su rama en el país y parte de Europa,
así de cerrada era la familia en un principio. La pérdida de la
primogénita hizo que no descuidaran la educación de su
nieta y procuraron tener siempre una excelente relación con
el padre de la chiquilla, quien siempre se mostró dispuesto a
perdonarlos ya que fue la promesa hecha al amor de su vida
unas horas antes de que esta los dejara de manera
definitiva.
—Un momento —cortó Rac—, si tanto dinero tiene tu
padre, ¿cómo es que te llevaron a un hospital público
cuando lo más fácil habría sido encerrarte en un centro
privado y tirar la llave? Supongo que tu madrastra y la hija
podrían hacer eso sin consultarle.
—La explicación es más retorcida de lo que crees —
respondió Clara—. Resulta que tenemos un porcentaje de
los negocios de mi padre asegurado ya que nos nombró
parte del consejo de administración de la empresa en
cuanto ambas cumplimos la mayoría de edad. A la madre de
la estúpida le cedió un pequeño porcentaje de las acciones
antes de ir al juzgado, para que llegado el caso de
divorciarse no se quede en la calle al haberse casado en
régimen de separación de bienes. Fue algo así como un
regalo de bodas anticipado.
Las chicas asintieron, y Rac se guardó la siguiente
pregunta al ver que Clara no había terminado.
»Al parecer eso no es suficiente. Mi madre dejó
estipulado que en el momento en el que cumpliera
veinticinco años se me hiciera entrega de esta casa en la
que estamos ahora mismo junto a un ático en pleno centro
de Madrid y una sustanciosa cuenta cargadita de ceros. —
Tomó aire de nuevo y tragó las lágrimas que de nuevo
inundaron sus ojos—. Tanto la mujer de mi padre como su
hija entraron en cólera y montaron una escenita en el
despacho de mi progenitor porque él no les contó que una
de las cláusulas del testamento de mi madre era que mi
porcentaje sobre la empresa pasaba a ser del cuarenta y
cinco por ciento ya que ella fue una de las impulsoras del
negocio gracias a su manejo del marketing. Era un cerebrito
y no solo lanzó nuestro negocio sino que creó el suyo propio
y lo puso en las mejores manos, el conglomerado comercial
del que soy responsable es enorme, y por eso quieren
quitarme de en medio.
—Sigo sin entenderlo, sé que hay algo más —insistió Rac.
Clara le hizo una señal casi imperceptible a su nana, que
fue hacia la puerta y la cerró tras asegurarse que no hubiera
nadie. Hizo lo mismo con las ventanas y sacó un pequeño
mando de su delantal, el cual le pasó a la muchacha, quien
puso unas imágenes de las cámaras del pasillo en la
pantalla que presidía una de las paredes.
—Disculpad tanto secretismo, es que forma parte de la
investigación lo que os voy a desvelar. —Todas asintieron
con un gesto y se acercaron a Clara, rodeándola—. Resulta
que cuando se han enterado de todo lo heredado,
intentaron que mi padre adoptara a Susana, aunque en
realidad lo lleva intentando la bruja de mi madrastra desde
que se prometieron, algo a lo que él siempre se ha negado
ya que ella nunca ha querido desvelar la identidad de su
verdadero padre.
—Y encima la muy fresca le ha estado sacando el dinero
de la manutención al padre fantasma sin que lo supiéramos
—intervino Lidia—. El que la pilláramos supuso el despido
fulminante de Tomás, menos mal que la niña estuvo al quite
y le dio la dirección de esta casa y le pidió que la fuera
preparando para cuando ella viniera.
Ambas mujeres se sonrieron con el cariño que dan los
años de cuidado y amor desinteresado, algo que emocionó
a las demás al punto de que alguna de ellas se limpió de
manera disimulada las lagrimillas furtivas que se les
escaparon.
—La cuestión es que un día las pillé a las dos en mi
habitación revisando mis libros de la facultad, estaba
acabando un máster relacionado con mi carrera de
Dirección y Administración de Empresas, y las escuché
hablar sobre la manera de hacerse con mi fortuna
falsificando unos poderes a favor de ellas y de paso
quedarse con las acciones que le quedaban a mi padre —
masticó las palabras con odio—. El plan infalible de las dos
era ir drogándome con alguna sustancia que mi
hermanastra robaría del dispensario del hospital, trabajo
que le buscó mi padre porque no fue capaz ni de acabar las
prácticas, tuvo que pagar para que le dieran la titulación de
auxiliar de enfermería. Con la poca formación que poseía
ella misma claudicó en tener un puesto de menor rango a lo
que ella piensa que se merece, y es que el estar de celadora
le daba la oportunidad de camelarse a alguno de los
encargados de Farmacia, aunque aspiró a más y se folló al
psiquiatra.
Tomó aire mientras las presentes jadeaban de la
impresión y alguna hasta de asco al visualizar la imagen del
viejo baboso con la aprendiz de modelo trasnochada.
»Busqué a Lidia para contarle lo que logré escuchar de
esas dos y ella se puso en contacto con Tomás para que
llamara a su primo, uno de los mejores investigadores
privados del país. Ellos me aconsejaron lo que debía hacer
ya que hurgaron en la vida privada del psiquiatra y
descubrieron cosas extrañas, me avisaron de que no tomara
nada de lo que ellas me ofrecieran, con lo que ninguno
contábamos era con la posibilidad de que la misma Susana
se atreviera a inyectarme un potente tranquilizante.
—Y sacaron a la niña de la casa de su padre de
madrugada con la ayuda del guarda de seguridad que la
madre se tiraba cuando le era posible —escupió Lidia con
inquina—. Y eso fue un par de días antes de que se
encontrara con vosotras en el hospital, gracias a vuestra
intervención tenemos a nuestra pequeña con nosotros.
Todas se mantuvieron en silencio rumiando las palabras
de ambas mujeres, a las cuales se veía muy unidas, y con
muchas preguntas rondándoles las cabecitas.
—Muy bien, hagamos que te creo porque has dicho la
verdad aunque has omitido detalles —habló Rac, rompiendo
el incómodo silencio—. No sé lo que quieres de nosotras
porque ya hemos destapado la trama, solo tienen que tirar
del hilo.
—Agradeceros lo que habéis hecho —musitó Clara
bajando la mirada.
—¡Mec, error! —intervino Maru—. Sigues mintiendo como
una bellaca, así que te aconsejo que digas lo que ha hecho
que nos traigan a tu casa en vez de a una celda, cosa que te
agradecemos, si quieres que te ayudemos en lo que sea que
te ronda la cabeza.
Clara miró a su nana, quien asintió con un gesto a la vez
que se levantaba y musitaba que iba a por café o mejor a
por litros de tila porque no era normal lo que iba a suceder
en esa habitación.
—Necesito un poco de aire y un cigarrito —dijo Maripuri
mientras se levantaba y buscaba una salida.
—Puedes pasear por el jardín —informó Clara señalando
una puerta detrás de una cortina—. Si queréis podemos
tomarnos lo que sea que nos prepare Lidia junto a la
piscina.
—No creo que sea buena idea, podemos acabar
ahogándote por engañarnos —musitó Josi demasiado alto.
—No le hagas caso —dijo Joa cogiendo a Clara del brazo
—, el embarazo la tiene más trastornada de lo normal.
Vamos fuera y nos enseñas un poco lo que nos rodea.
Comenzaron a abandonar el comedor. Las últimas fueron
Maru y Nia, quienes se quedaron retrasadas a propósito al
ver un movimiento extraño en una de las cámaras.
—Vamos a quedarnos calladas aquí, me parece que Clara
se va a meter en un lío con tu Trilli —masculló la primera a
la vez que se escondían tras la puerta.
No pasaron ni dos minutos cuando vieron en la pantalla
que por el pasillo pasaban el desvelo de Rac guiando al
médico pegajoso y otro chico que Nia reconoció como el
bombero al que apartaron de ellas en el pueblo.
—¿Y qué hacen estos aquí? —cuestionó Nia con el ceño
fruncido—. Del policía nos lo podemos esperar porque se
supone que hay una pareja montando guardia, aunque este
no lleva ni el uniforme y ha tenido el morro de comer con
nosotras, pero el bombero no pinta nada si no se le está
quemando la cafetera a Lidia y el otro estúpido ni
pagándole debería estar paseando como si fuera su casa.
—Eso es algo que le preguntaremos —propuso Maru
mientras tiraba de su brazo y salían al jardín—. Ni palabra a
Clara por ahora, primero consultemos con las demás lo que
hacer.
—Joa va a querer que convoquemos Bipollamada —
informó Nia resoplando.
—No me parece mala idea —soltó Maru con una risita—.
Entre todas podemos gobernar el mundo si nos lo
proponemos, escuchemos sus locas ideas.
Llegaron a la altura de las demás, quienes se estaban
acomodando alrededor de una enorme mesa blanca, en
unas sillas de jardín que eran bastante más cómodas de lo
que parecían a la vista, y Clara se dispuso a contarles un
poco lo que se podía hacer en ese lugar ya que no solo
contaba con la piscina y el jacuzzi exterior sino que en el
recinto había una pista de pádel, una zona donde poner las
esterillas y hacer yoga o incluso leer bajo el tronco de un
enorme roble centenario que estaba en un lado de la
enorme propiedad.
—Solo le falta el helipuerto y traemos aquí a nuestros
personajes literarios favoritos —soltó Joa con sorna.
—No va a ser posible —musitó Clara—. Lo quité para
hacer la casa donde viven Lidia y Tomás y poner el huerto
ecológico.
Todas rieron a carcajadas ante la cara de flipada de la
rubia al darse cuenta de la verdadera extensión del lugar y
del sonrojo de Clara al darse cuenta de que la otra no
hablaba en serio en eso de llevar gente, si es que todavía
andaba con las ideas un poco lentas de la medicación que le
fueron suministrando a la fuerza.
—¿Y estas risas? —cuestionó Lidia al llegar a ellas—.
Vamos a tomarnos esto, he optado por algo fresquito.
Sirvió unos mojitos en los vasos, que Josi rechazó hasta
que le informó que todos eran sin alcohol porque su niña
tampoco debía beber ya que necesitaba desintoxicar su
organismo de todo lo que le dieron en el hospital.
—Vamos al lío —espetó Rac después de dar un sorbo a la
bebida—. Ahora vas a decirnos el motivo por el que no
estamos con unas esposas metidas en una sucia celda.
Un ruido interrumpió las palabras que fuera a decir Clara.
Las muchachas miraron hacia el fondo del jardín y vieron a
varios hombres de espaldas, sin camisetas, con unos
enormes palos en las manos, haciendo algún tipo de danza
tribal, o al menos es lo que sus calenturientas mentes les
decían.
—¿Le dijiste a Tomás que pidiera a los chicos que nos
dieran privacidad? —preguntó Clara a Lidia, quien asintió en
respuesta—. Mira que hay terreno, tienen que ponerse a
practicar aquí.
—No te preocupes, ahora mismo les digo que...
—No te preocupes —interrumpió Maripuri después de ver
los mensajes de su teléfono—. Nosotras vamos a ir a
descansar un poco porque llevamos unos días en los que
apenas dormimos. Si no os importa, claro.
—Claro que no —musitó Clara—. Estáis en vuestra casa,
podéis hacer lo que queráis.
—Pues entonces genial —soltó Rac mientras se levantaba
—. En un par de horas seremos personas de nuevo y
acabaremos esta intensa charla. No vas a librarte.
Clara sonrió ante el tono jocoso de la morena, quien le
dio un pequeño apretón en el hombro.
—Una que se va ya —anunció Josi entre bostezos—. Este
embarazo me tiene como un lirón, todo el día apoyada en
cualquier lado para dar una cabezada.
—Pues yo me quedo aquí, lo mismo me hago unos largos
y me tumbo a tomar el sol.
—De eso nada, Joa —cortó Nia—. Tú te subes con
nosotras porque estás cansada, ¿verdad, Maru?
—Cierto —apostilló mientras cogía a la rubia de un brazo
y tiraba—. Luego nos vemos, Clara. Todo estaba muy rico,
Lidia.
Al llegar al pasillo, Nia le pidió a Maripuri que convocara
consejo con el resto de las chicas, iban a tener una charla
bastante animada.
Una locura más, ¿qué más da?
Llegaron al piso superior y decidieron entrar todas en la
habitación de Josi, seguro que se quedaría dormida, así que
al menos que lo hiciera en su cama.
Nia y Maru se miraron entre ellas y decidieron contar lo
que pudieron ver en las imágenes de las cámaras, lo que
hizo que las demás se reafirmaran en que si esos hombres
estaban en la casa era con algún fin y que debían estar
atentas.
—Ya que somos seis, deberíamos dormir dos en la misma
habitación —propuso Maripuri—. Así, si alguno pretende
pillarnos a solas, se va a llevar una sorpresa.
—Yo paso —contestó Joa—. Mi Marcos está de guardia
estos días, no va a poder venir a verme por lo que no corro
peligro. Si lo pienso bien, de ninguna de las maneras hago
yo eso que propones porque si se escapara, sería para estar
conmigo.
El sonido de una arcada fingida procedente de Josi
provocó un estallido de risas entre las presentes, excepto en
Joa, que se indignó al punto de sentarse de espaldas a todas
ellas refunfuñando que no la entendían porque no habían
encontrado al amor de su vida.
—Pues por eso mismo, ya que no vas a verlo deberías
dormir con alguna que tenga en este sitio a alguno de los
pretendientes —soltó Josi con calma—. Es una manera de
evitar que nos convenzan de lo que sea que les ronda la
cabeza, ¿lo entiendes ahora?
Joa resopló a la vez que movía la cabeza en un gesto de
afirmación. Se sentó esta vez mirándolas a todas con ojos
de cachorrillo abandonado, lo que provocó en las demás
ganas de achucharla.
—¿Y cuántos son el resto? —preguntó Rac—. Que yo sepa
está el capullo del policía, que se irá con el cambio de
guardia, y el buenorro que nos siguió en la ruta por Vila do
Conde.
—Eso es lo que os queremos contar aquí mi lapa y yo —
intervino Nia—. Cuando salíamos al jardín, detectamos un
movimiento extraño en unas de las cámaras, así que por
sugerencia de aquí la letrada nos escondimos tras la puerta
sin perder ojo de la pantalla.
—Exacto —siguió Maru—, y nuestra sorpresa ha sido
mayúscula al descubrir que hay dos seres no gratos en esta
casa: el pegajoso del médico y uno de los bomberos que
fueron a mi pueblo, que además no sé para qué coño los
mandaron.
—¡¿Qué has dicho?! —vociferó Josi con voz de pito—. No
puede ser, Manu no está aquí, no conoce a esta gente de
nada.
—¿Quién es Manu? —preguntaron con perfecta
sincronización Maru, Nia y Joa, lo que provocó la risa en
Maripuri.
—Josi, a ver si te crees que los hombres necesitan
conocerse para estar todos juntos en el mismo lugar —soltó
Rac con tono jocoso—. Siguen usando métodos ancestrales
para comunicarse, ja, ja, ja.
Todas rieron cuando se puso a imitar a un gorila, con
apertura de piernas dando saltitos incluido. Una vez pasado
el ratito de hilaridad, Josi les contó quién era Manu y el
motivo por el que lo dejó. Las chicas idearon multitud de
torturas, desde colgarlo de los dedos de los pies hasta
atarles un filete crudo en la punta del nabo dentro de una
jaula de tigres hambrientos. Eso hasta que Josi reconoció el
error que cometió y que por lo terca que era no quería
disculparse con el pobre muchacho, en realidad no tenía la
culpa de tener un gemelo tan picaflor.
—Estás jodida, Trilli —resopló Nia—. El padre de nuestro
guisante va a querer hablar contigo y nuestra obligación
como tías de la criatura es facilitarle la tarea. Lo sabes,
¿verdad?
—De eso nada, sois mis amigas antes que nada. —Vio a
todas mover la cabeza en negación—. Además, no se nota
nada, lo mismo os he engañado o tengo un embarazo
psicológico.
Las risas de las mujeres se escuchaban desde la planta
baja ya que tenían la puerta que daba al balcón abierta, lo
que interrumpió los ejercicios de los tres hombres, los
cuales se acercaron con cautela para tratar de escuchar
algo.
—Venga, tíos, como nos pillen aquí olvidaros de que os
miren siquiera a la cara —avisó Manu—. Si se parecen en
algo a mi mujer, os patean los huevos sin pestañear.
Oliver miró a Alejandro y se rió de manera disimulada ya
que la morena que lo tenía loco justo hizo eso sin conocerlo.
—¿Tu mujer? —cuestionó el policía—. Hasta donde
sabemos, todas están solteras, o al menos es lo que ha
podido averiguar Alfonso. Y vamos a disimular con los
palitos estos, no sea que se asomen y nos tiren lo que
pillen.
—Se llama Jō, o bastón de madera —soltó Oliver—. Y si
queréis aprender algo de Aikido, es lo primero que debéis
saber si no queremos que nuestras chicas se den cuenta de
que las estamos intentando pillar desprevenidas.
—Mucha fe tenéis en que son nuestras chicas —intervino
Alfonso, quien llevaba unas carpetas en las manos—.
Vayamos al despacho porque tengo noticias del fiscal
encargado del caso de Clara y que a una de las que está
conspirando en la planta de arriba no le va a hacer ni pizca
de gracia.
Los hombres siguieron a Alfonso a la misma vez que las
chicas se acomodaron para seguir charlando y descansar un
poco, todas juntas, ya que no tenían ganas de salir de ahí.
Un rato después, Clara las encontró así, casi todas
relajadas charlando entre susurros mientras Josi dormía,
aunque decidieron que ya era hora de conectar con las
demás a través de Skype, algo que le hizo mucha ilusión a
ella ya que escuchó algunas cosas de las otras chicas que
eran de varios puntos del mundo.
—Hola a todas —saludó Maripuri al coro de cotorras que
no paraban y preguntaban cómo ver o escuchar—. En
cuanto estéis todas listas, os contamos todas las novedades
porque necesitamos ayudita.
Asistieron casi todas a la videollamada: Yoli, Xio, Yuli, Yuri
Despiste, Marian, Ruth, Zahira, Xurri y Maca, quien pidió
brevedad porque tenía al capullo del jefe en la oficina y no
podía estar demasiado tiempo en el baño escondida por
mucho que le hubiera dicho que estaba descompuesta.
—Siempre puedes cantarle para que sea él quién se
pierda —dijo una de ellas entre risas.
—Vamos al lío —cortó Maripuri—. Necesitamos un poco
de silencio y que vayáis pensando en lo que vamos a hacer,
¿de acuerdo?
Todas asintieron, por lo que le dijeron a Clara que les
contara lo mismo que a ellas y lo que tenía pensado. Ella les
hizo caso, no se dejó detalle alguno, lo que hizo que las más
sensibles lloraran y otras soltaran improperios, hasta que
llegó el momento de revelar la idea que quería llevar a
cabo.
—Lo que necesito es que este caso sea mediático porque
detrás de mi madrastra hay alguien más inteligente. Entre
ella y la hija no llegan a media neurona —dijo entre risitas—.
Así que había pensado lo siguiente...
Durante más de una hora estuvieron escuchando,
sacando los pros y los contras de cada idea que daban para
complementar el plan original, los diferentes cambios que
podría haber y además contar con el tipo de seguridad que
utilizarían. Clara les desveló que los detectives seguían
tirando de un hilo nuevo aunque las esperanzas de pillar a
alguno eran ínfimas.
—Y yo digo una cosa —cortó Xurri—. ¿Y si organizo algo
con mis chicas del grupo de Zumba para despistar, llevo a
alguien de prensa local y los acojonamos?
Callaron un momento porque no era mala idea del todo,
solo que debía ser más llamativo todavía.
—Necesitamos algo enorme —susurró Rac con una
sonrisa malvada—. Algo así como un espectáculo al estilo
de las Femen, pero sin enseñar las tetas.
—Déjalo en mi mano, sé la manera perfecta —respondió
Xurri—. No por nada siempre me eligen las mamás del cole
para organizar las fiestas.
Estuvieron dándole a la sin hueso un rato más, hasta que
se dieron cuenta de que Despiste estaba demasiado
callada.
—Yuri, ¿tú no aportas nada al plan? —preguntó Joa con
inocencia.
—Claro que sí, mija —respondió mientras se movía—. Me
aporto a mí misma, mañana mismo estoy aterrizando en
Madrid a como dé lugar para ir a hacer ruido con una
cacerola si es necesario, pero que no os meten en la cárcel
a ninguna porque no os lo merecéis.
—¿Y quién ha hablado de detenciones? —cuestionó Maru
con el ceño fruncido—. Ya has escuchado a Clara, se han
tragado el rollo de que formamos parte del equipo de su
detective aunque no nos tenga en nómina como tal para
que pasemos desapercibidos.
—¡Da igual! —espetó mientras les enseñaba el neceser—.
Necesito unas vacaciones y qué mejor que ir a conoceros y
de paso a vivir una aventura.
—Ay no, hermana, yo me apunto y me voy volando para
España —dejó caer Yuli—. Ya he avisado a mis hijas para
que no me echen en falta, y justo he podido coger una plaza
en un vuelo en unas horas, salgo pitando con mi esposo
para el aeropuerto. Yuri, nos vemos en mi escala en Miami,
te mando el número de vuelo para que intentes coger billete
y viajamos juntas.
Las españolas estaban alucinando porque no se
esperaban esa respuesta de sus Bipos, sonrieron cuando las
dos cortaron la comunicación sin siquiera despedirse.
—Xio, no me digas que...
—Os lo digo —cortó a Maripuri—. Yo he logrado entrar en
Miami y por eso habéis pillado a Despiste haciendo la
maleta. Íbamos a daros una sorpresa.
—Pero no es necesa...
—Lo es —cortó esta vez a Nia—. Ya puestas a salir de
nuestros países, qué mejor destino que el vuestro para vivir
las mejores vacaciones de nuestra vida.
Las chicas se quedaron sin palabras, y decidieron finalizar
la Bipollamada no sin antes decir que las llamaran en
cuanto llegaran al aeropuerto para mandar a alguien a
buscarlas si no podían ir ellas mismas.
—Bueno, creo que ahora sí que necesito hacer esos
largos que antes insinuó aquí la rubia —cortó Rac el silencio
que se instaló en la habitación—. ¿Alguien trae un bañador?
—Id a vuestros vestidores, tenéis de todo lo que podáis
necesitar —informó Clara con una sonrisa—. Mi madrastra y
la hija son las que pagan, o lo harán en cuanto tengan que
renunciar a lo que ya sabéis.
Salieron cada una a su habitación para cambiarse y bajar
con Clara a relajarse. Josi llamó a Maripuri cuando fue a
salir, la cual esperó un momento a que todas estuvieran en
sus dormitorios para ver qué quería la gallega.
—¿Va en serio lo que tenemos que hacer? —Maripuri
afirmó con un gesto—. Pues tenemos un sitio para poder
escondernos que no se espera nadie, llamaré para que lo
tengan listo por si acaso. Espero que el lumbreras de Manu
no nos delate.
—No es necesario que te metas en el alboroto, lo sabes,
¿verdad?
—Una locura más, ¿qué más da? —contestó con una
sonrisa de felicidad—. Así tendréis batallitas de abuela para
contarle a mi pulpito.
—O pulpita, que lo mismo te lleva la contraria y es niña.
Maripuri salió de allí sin ver el gesto de su amiga y ese
brillo en los ojos al tocarse el vientre y pensar que dentro de
ella una vida inesperada se estaba gestando a pesar de
estar envuelta en una vorágine de sentimientos
contradictorios en ese momento. Lo que ya tenía claro es
que sería madre y su bebé disfrutaría de las mejores tías del
mundo.
—Como dice tu tía Maripuri, da igual si eres niño o niña
porque yo te voy a querer igual —susurró mientras se
seguía acariciando el abdomen—. ¿Te parece bien si se lo
ponemos un poquito difícil a tu padre? Sé que es culpa mía,
pero él podría haberme contado lo de su gemelo. Menos mal
que eres uno, si no lo castraba de una hostia bien dada por
conspirador.
Y así se quedó dormida, sin ser consciente de que el
padre de la criatura acababa de enterarse de la noticia ya
que no resistió la oportunidad de colarse en la habitación
por el balcón. Quería ser él quien le dijera lo que hablaron
los hombres en el despacho, que supiera que estaba de su
lado y que todos iban a marear al fiscal para que no llevara
a cabo su venganza personal. Y que le daba igual lo que
pensara porque para él no habría otra jamás.
—Te convenceré, nena —susurró observando a su chica—.
Esta vez nos casamos sí o sí, y me arrastraré lo que sea
necesario. Vamos a ser una familia los tres.
Josi, aburres hasta a los sordos
La tarde pasó entre largos en la piscina, burbujas
relajantes en el jacuzzi y los deliciosos mojitos sin alcohol
que Lidia les llevaba cada poco rato. Hasta ese momento la
mujer no pudo ver a su pequeña tan feliz, y ella haría lo que
fuera necesario para que durara todo el tiempo posible. Por
ello no les dijo que uno de los funcionarios del juzgado
estuvo un par de horas atrás para entregar una citación
para el día siguiente, ya se lo diría a Clara después de la
cena.
—Creo que deberíamos empezar a pensar en lo que
vamos a hacer de cena —dijo Maripuri levantándose de la
tumbona—. No estamos de vacaciones, arriba esos culos.
—De eso nada —irrumpió Lidia en el jardín con una
bandeja en las manos—. Sois las invitadas de mi niña, así
que estoy yo aquí para procurar que descanséis y no os
falte de nada.
—Eso me parece un abuso y...
—No te preocupes —le hizo un gesto con la mano—,
tengo ayuda aunque no veáis a nadie.
Un bufido sincronizado por parte de Maru y Nia
provocaron las risitas de Joa y Rac, las cuales vieron lo
mismo que ellas: de nuevo estaban los hombres pululando
por la zona, esta vez con pantalones muy cortos haciendo
como que corrían.
—¿Estos no se cansan de hacer el tonto? —masculló
Maripuri al ver al cuarto elemento—. Pues no se van a ir de
rositas. Todas a las duchas, nos vemos en quince minutos
en mi habitación, venid todas en toallas porque vamos a
revisar los vestidores.
Clara las siguió con la mirada y una amplia sonrisa en la
cara, desde luego no iba a perderse lo que tuvieran en
mente porque eran de lo más ingeniosas. Incluso se estaba
planteando contratarlas para algunas de las campañas
publicitarias para esos clientes inconformistas que estarían
encantados con las ideas peregrinas de esas seis.
—Clara, te veo radiante —susurró Lidia—. Has tenido
mucha suerte encontrándote a esas valientes muchachas.
—La verdad es que sí —musitó—, y estoy pensando en
darles diversión además de parejas. Vamos a ayudarlas a la
vez que lo haremos con esos de allí, porque no pueden ser
más obvios, ja, ja, ja.
—Miedo me das cuando pones tu cerebro a trabajar —dijo
riendo.
—Tan mal no lo haré cuando Tomás cayó rendido a tus
pies —refutó Clara con orgullo—. Vamos a facilitarles a los
chicos la oportunidad de tenerlas un rato a solas.
Lidia desvió la mirada, lo que hizo que Clara supiera que
el momento había llegado.
—¿Para cuándo? —Lidia le tendió la notificación y ella
leyó con atención—. No te preocupes, somos siete para
declarar, les quedan días aquí. Esta noche las dejaremos
hacer lo que se les haya pasado por la cabeza, pero
sugiérele a Tomás que esos chicos deberían empezar a
conquistarlas cenando con nosotras.
—Sabes que eso no es posible porque...
—Lo es —la cortó—. Es mi casa y todos comemos juntos.
Ellas no van a hacer ver que están incómodas con la
presencia de esos cuatro, y Alejandro está aquí en calidad
de primo de tu sobrino Alfonso, no de policía. ¿Ves? Todo
queda en familia.
—Al final va a ser verdad que estás loca —masculló la
mujer con una sonrisa en su rostro—. Daré la orden a las
chicas para que preparen el comedor e incluso podríamos
asignar los lugares.
—Buena idea —aplaudió Clara—. Lo dejo en tus manos,
me voy a la ducha que no me quiero perder la ronda de
armarios. Me apunto, a ver si conquisto a quien tú ya sabes.
Clara salió corriendo al interior de la casa mientras
dejaba fuera a una orgullosa Lidia, quien tuvo que secarse
una lágrima furtiva que le rodó por la mejilla. Y así la pilló
Tomás, lo que hizo que el hombre mostrara preocupación
por su mujer hasta que esta le explicó los motivos e incluso
llevó el tema de conversación por donde esa preciosa
chiquilla casi ordenó. La diversión estaba servida ya que el
hombre fue raudo a hacer partícipe al resto del amoroso
consejo brindado de manera desinteresada por su esposa,
quien sabía de la mente femenina más que ellos mismos.
Las chicas estuvieron más de dos horas rebuscando en
cada vestidor y lo cierto era que no faltaba un solo detalle,
todas iban sexis y cómodas a la vez que sofisticadas y hasta
irreconocibles, tanto que enviaron una foto al grupo Bipos y
los piropos subidos de tono no cesaron.
—¡Joa, venga, que eres la última a pesar de no necesitar
tanta chapa y pintura! —vociferó Josi, quien tenía más
hambre que el que se perdió en la isla—. Tienes treinta
segundos para salir o te saco yo a rastras.
—Ya estoy, pesada —masculló saliendo del baño de la
habitación de Rac—. Tenía que retocarme el maquillaje, no
estaba bien delineado el ojo derecho.
Todas la miraron con ojo crítico a la vez que bufaban, no
la cambiarían ni mandandola al programa Supervivientes,
capaz sería de fabricarse sus propios cosméticos.
—Muchachas, me ha mandado...
Tomás se quedó con la boca abierta al ver a tanta belleza
junta, y más al ver que su pequeña Clara estaba
irreconocible. El patán del vecino se quedaría a cuadros si
viera lo que rechazó por quedarse con la idiota de la
hermanastra de la chiquilla.
—La Tierra llamando a Tomás —dijo con sorna Clara—.
¿Qué has venido a decirnos?
—Ah, perdón —contestó tras carraspear—. Venía a
avisaros de que la mesa está puesta, Lidia os pide que no
tardéis o se quedará todo frío.
Las chicas le pidieron que avisara de que en cinco
minutos estarían allí, el tiempo de acabar de calzarse y
bajar. Al irse el hombre fruncieron todas a la vez el ceño
porque les pareció escuchar algo parecido a “la testosterona
va a inundar el ambiente, qué narices has hecho, Lidia”,
aunque se centraron de nuevo en darle prisa a Joa, quien
decidió cambiar de nuevo de modelo de zapatos.
—Vamos, que mi nana es muy impaciente a la hora de las
comidas —apuró Clara entre risitas—. Lo más blandito que
puede hacernos es castigarnos sin uno de sus deliciosos
postres.
—Si eso es lo más laxo que puede hacer, más vale que no
dejemos a Josi sin dulce —replicó Rac jocosa—. No
enfademos a las fieras, ja, ja, ja.
Se apresuraron a descender los escalones de la manera
más digna que pudieron ya que la mayoría no se ponía un
zapato de tacón desde que las madres las vestían de
pequeñas con los trajes regionales. Aun así intentaron
disimular ante la grácil Joa, que estaba igual de cómoda que
si llevara la ropa deportiva. El resto por dentro se estaban
cagando en todo lo cagable. Clara, que iba la última e igual
de tranquila que la rubia gracias a las clases de protocolo a
las que su madrastra se empeñó que diera, se reía de lo
patosas que eran y del esfuerzo que estaban haciendo por
llevar a cabo la maligna idea de la que la hicieron partícipe
y que no era otra que pasearse por toda la casa montada en
esos finísimos prototipos de andamios diseñados para que
las mujeres se partieran hasta la nariz y tentar a los
hombres. Eran malignas cuando se lo proponían.
En el recibidor estaba una más que sonriente Lidia, quien
miraba a todas y cada una de las mujeres que tenía ante sí
con orgullo y admiración porque si al natural eran bonitas,
así arregladas eran verdaderas bellezas dignas de ser
adoradas por cualquier artista de renombre, y no a esas
esqueléticas que elegían los diseñadores como perchas.
—Estáis fabulosas —logró articular pasados unos minutos
—. Menos mal que os he organizado algo a la altura.
Esto último lo susurró más para sí misma que para las
chicas, solo que estas la escucharon y un escalofrío les
recorrió la columna, y no de frío sino de miedo, la veían
capaz de todo menos de...
—¿Estáis pensando lo mismo que yo? —susurró Josi.
—Espero que no —respondió Rac—. Como sea así, se les
olvida que llevamos armas de destrucción masiva
torturándonos los pies.
Las chicas se adentraron en el comedor para ver que sus
sospechas se materializaban en forma de capullos
esperando cuales caballeros del Medievo, con sus trajes
almidonados y los zapatos con más brillo que el suelo de
mármol, y con una sonrisa entre el canguelo y la
satisfacción de saberse ellos en el lugar y no otros aguilillas.
—Buenas noches, morena —saludó zalamero Alejandro en
cuanto Rac se acercó a su lugar en la mesa.
—Lo serán para usted, agente —replicó de mala gana—. Y
para usted soy la señorita Ruiz, un respeto.
—Inspector, no soy agent...
—Lo que sea —cortó Rac—. Dedíquese a hacer su trabajo
y no a comerme la oreja.
Un coro de toses disimuladas cortó la réplica al susurro
demasiado alto por parte del policía que hizo enrojecer a la
pobre chica. Las demás ignoraron los saludos del resto de
los asistentes, hasta que un crujido puso a todos sobre aviso
de que se avecinaba algo. Y así fue, el exabrupto de
Maripuri al dejarse caer en la silla por no caer en los brazos
de Alfonso al haber tropezado con sus mismos pies hizo que
un coro de risas resonaran en el lugar.
—¿Estás bien, florecilla? —preguntó Alfonso, recibiendo
una mirada matadora.
—Putos zapatos de mierda —resopló Maripuri en
respuesta—. Seguro que estos instrumentos de tortura los
inventó un hombre, maldito cabrón misógino de mierda.
—La verdad es que llevas razón en algo —intervino Josi—.
Los inventó un hombre, algún artesano de un pueblo de
Anatolia, hay que remontarse a la época de los hititas, pero
también fueron ellos los primeros que lo llevaron ya que
adaptaron el calzado para montar a caballo en un primer
momento, para fijar el pie al estribo, y ya luego fueron
usándolo para el día a día. Tened en cuenta que las calles no
eran como ahora, entonces eran caminos de tierra que se
enfangaban con la lluvia o estaban llenos de excrementos
de animales, aunque fue en el siglo XVI cuando se conoce el
tacón tal cual los sufrimos ahora...
—Creo que nos ha quedado claro, Trilli —cortó Nia.
—Pues deberíais saber que durante la Revolución
Francesa volvieron a los zapatos y que fue Luis Felipe II de
Orleans quien hizo resurgir la moda de...
—Josi, aburres hasta a los sordos cuando sacas tu lado
sabelotodo —zanjó Nia. La cara de estupor del resto casi le
daba risa—. Lidia, ¿a qué se debe este despliegue?
Nia señaló la mesa, que estaba vestida con la mejor
mantelería y cristalería que cualquier noble europeo
mostraría en las cenas de Estado, con un surtido de platos
que ya quisieran para sus restaurantes algunos de esos
famosos cocineros con estrellas, y para rematar, música en
directo. No se explicaba el motivo de que un cuarteto de
cuerda estuviera en una esquina de la amplia estancia.
—Bueno, como una de las veces que he subido a ver si
necesitabais algo os he encontrado tan afanadas en lucir
como si fuerais a una fiesta, he decidido dárosla —comentó
con toda la inocencia que fue capaz de fingir—. Espero que
no os moleste que haya extendido la invitación a los
muchachos, son como de la familia.
Hubo más de un alzamiento de ceja, aunque ni una sola
quiso rebatir a la buena señora la mala idea de juntarlos a
todos en el mismo espacio con objetos punzantes y
cortantes muy a la mano. Se pusieron a comer y de vez en
cuando halagaban lo sabroso de los platos o lo fresca de la
limonada porque no les sirvió nada de alcohol, algo que más
de una hubiese agradecido. Bueno, hasta que a Josi le rozó
el muslo el estúpido que tenía a su derecha, ahí se acabó la
ley del silencio.
—Señora Lidia, ¿este cenutrio qué parentesco tiene con
algo o alguien de este lugar? —soltó de repente, lo que hizo
que alguna casi escupiera lo que tenía en la boca—. Según
lo que va contando a todo el que quiere escucharle, es
huérfano porque su madre murió siendo él muy pequeño,
luego su padre tras sufrir un accidente mientras trabajaba y
que el jefe de este se hizo cargo de su educación, por lo que
lo mandó a un cortijo en medio de los montes gallegos
donde se sacó una carrera como Informático mientras
cuidaba de las vacas y los sembrados.
—No veas si me suena ese argumento —replicó Rac con
sorna—. Cualquiera diría que ha leído tus libros y ha hecho
una mezcla de esas destinadas a dar pena para
conquistarte.
—¿Es verdad eso de que sois escritoras? —preguntó
Clara.
—Nosotras nunca mentimos —contestó Nia, que recibió
un coro de carraspeos.
—Tú, agente de pacotilla, ¿qué insinúas con esas
muecas? —protestó Maru de mala gana—. Hasta donde sé,
mis clientas no os han mentido porque no se las ha llegado
a escuchar.
—Creo que olvidas la charla que tuvimos en la sala de
descanso —se jactó Oliver.
—Como usted mismo dice, medicucho, fue algo informal
que no se puede utilizar ante un tribunal —rebatió con una
sonrisa matadora—. Supongo que aquí mi colega estará de
acuerdo, ¿verdad?
Alfonso ni siquiera se atrevió a contestar de manera
negativa ya que su fierecilla le acababa de obsequiar con un
codazo justo cuando estaba llevándose algo a la boca, y en
el momento de ir a contestar con una buena clavada de
tacón.
—Dejaros de rollos —cortó de nuevo Josi—. Lidia, ¿nos
explicas de quiénes son familia aquí los bultos estos?
Las risas de las chicas, incluidas la de la señora,
enfadaron a los hombres al punto de casi levantarse de sus
asientos. Menos mal que Tomás estaba al pendiente y con
una señal les hizo ver que se equivocaban si se dejaban
llevar. Tendría que hablar con ellos más tarde.
Lidia les explicó que Alfonso era sobrino de Tomás
aunque la quisiera más a ella y que Alejandro era primo de
este, pero no familia de ellos directa por mucho que lo
trataran como a uno más. La presencia de Oliver la justificó
por su profesión a la vez de que fue vecino de ellas durante
muchos años y que era como un ahijado para ella porque
hasta los mocos le limpió en muchas ocasiones. Sobre Manu
no pudo decir nada, así que se retiró con la excusa de ver si
estaba todo recogido.
Las chicas aprovecharon ese momento para escaquearse
del salón, comenzaba la Operación Remojón, al final le iban
a coger gusto a eso de desperdiciar agua de la manera más
tonta del mundo.
Ay Romeo, Romeo, que me meo
cada vez que te veo
En cuanto los hombres se quedaron solos y con ganas de
salir tras ellas, Tomás les hizo un gesto para que lo
siguieran, a lo que ninguno se negó. Salieron al jardín y los
llevó hasta el final, hacia la casa en la que vivía con su
mujer y donde se estaban quedando ellos, y se sentaron en
el amplio porche mientras él entró a por unas bebidas.
—Vamos a ver, pandilla de idiotas salidos, ¿veis normal la
nochecita que les habéis dado? —les increpó en cuanto dio
un trago a su lata de cerveza—. ¿Qué parte de ser
caballerosos y conquistarlas no habéis entendido?
Los chicos se miraron entre ellos porque, hasta donde
eran conscientes, solo respondieron a los codazos y
pisotones de las chicas con sutiles caricias, intentaron
darles conversación y hasta les ofrecieron comida de sus
platos.
—Lo siento, tío —intervino Alfonso—, pero algo en tu plan
infalible hace aguas por todos lados. Esos métodos moñas
te servirían con mi tía, con estas arpías necesitaremos
entrenamiento militar de alto rendimiento como poco.
Los demás se rieron, no de la gracia, sino de la colleja
que llegó de manera inesperada porque no vio llegar a la
aludida. Lidia puso los brazos en jarras dispuesta a meter
algo de cordura en esos cerebros, si es que la neurona por
casualidad había vuelto de su viaje al cerebro inferior en
algún momento de la noche.
—Alfonsito, no me esperaba esto de ti —le regañó—. Te
pareces demasiado al patán de tu tío antes de que lo
metiera en vereda, pero te prometo una cosa: a ti te llevo
por el buen camino, que es el de casarte con la exmilitar,
aunque me cueste lágrimas de sangre.
El hombre tragó saliva y no se atrevió a rebatirle a la que
consideraba su tía que eso del matrimonio no estaba hecho
para él después de lo sucedido en su vida, y desvió la
atención a su tío.
—En base a tu sabiduría, ¿qué propones ahora?
—Es evidente: serenatas —contestó Tomás con orgullo—.
No me miréis así, no es tan grave.
Todos refunfuñaron porque ni en broma pensaban
humillarse de esa manera. Tenían una reputación que
conservar y esas tenían demasiado peligro, y más con un
teléfono móvil cerca. Lo comprobaron esa misma tarde
cuando el gemelo de Manu les hizo llegar un enlace de lo
sucedido en el pueblo antes de ellos llegar.
—Niños, ¿qué puede pasaros? —susurró Lidia con una
pizca de maldad en el tono—. Nada, no pueden haceros
nada porque he ordenado quitar todas las macetas de los
balcones donde se quedan las niñas.
Los hombres la miraron con desconfianza y luego entre
ellos, comunicándose de esa manera en la que solo son
capaces en cuanto forjan un mínimo lazo de hermandad
masculina, asintieron con un gesto y pidieron que les dijeran
cómo hacerlo bien para convencer a sus mujeres.
En cuanto Lidia vio que se marchaban a las habitaciones
para cambiarse y ponerse algo más cómodo, le envió un
mensaje a Clara para avisarlas del tiempo del que
disponían.
—¡Chicas, espabilemos! —gritó Clara con entusiasmo—.
Mi nana dice que han mordido el anzuelo, en unos minutos
los tenemos aquí.
—¿Tenemos bastantes recipientes? —preguntó Maripuri
haciendo un barrido visual de la habitación—. Oye, ¿dónde
han ido Nia y Rac?
—No tengo ni idea —masculló Josi, quien estaba tumbada
en la cama a pesar de no ser su habitación—. Dijeron que
iban a por las armas definitivas. A saber lo que han ido a
buscar esas dos taradas.
Las presentes se encogieron de hombros y comenzaron a
colocar todos los objetos ya llenos de agua cerca de la
puerta de la terraza, el factor sorpresa iba a ser lo que
jugara a favor de ellas.
—Maru, ¿necesitas apoyo en tu habitación? —preguntó
Maripuri desde su balcón, a lo que la otra contestó con un
no rotundo—. ¿Y tú, Joa?
—Todo controlado —respondió la rubia fatigada—.
Necesito volver al gimnasio, esto de no hacer ejercicio lo
estoy notando ahora.
Todas rieron desde sus lugares. Se metieron en las
habitaciones para quitarse los vestidos con los que cenaron
y se pusieron lo mejor que encontraron en los vestidores:
ropa interior de una reconocida marca.
—Si mi Marcos me viera —suspiró Joa de nuevo en el
balcón.
—Le tendrían que amputar la polla antes de que acabara
la noche —se rió Maru—. Se trata de que vean lo que se
pierden por gilipollas.
—Ni de coña salgo así —se oyó a Maripuri protestar—.
¿Qué coño es esto? No me tapa una mierda, y las otras
todas en batas o en pijamas.
—Maru y Joa no tienen a nadie a quien tentar —refutó Josi
—. Calla y acaba. Si yo voy medio en pelotas, tú lo mismo y
no hay más que hablar.
—¡Ya estamos aquí! —gritaron Rac y Nia desde el pasillo.
Dejaron en la habitación que iban a compartir Maripuri y
Josi un par de pistolas de agua tamaño subfusil de ataque y
se fueron a las suyas con dos más cada una. Clara también
se llevó una a la suya, que era contigua a esas tres, por si
acaso la necesitaba, aunque era poco probable porque era
la encargada de grabar la hazaña para el resto de las Bipos.
Un silbido por parte de Clara hizo que todas se
posicionaran en los balcones, era la señal de que los
hombres estaban volviendo a la casa principal.
—¿Estás segura de que esto es lo que debemos hacer? —
susurró Josi a Maripuri.
—Tranquila, el tuyo no va a sufrir demasiado remojón —
contestó en el mismo tono—. Cuando todas estén
despistadas, vete a tu habitación y cierra por dentro. Verás
que él va por la otra fachada y podréis hablar con
tranquilidad.
—Gracias, Inma. —La abrazó un momento—. Desde luego
vas a ser la mejor tía loca de mi pulpito.
Maripuri se tragó la respuesta a la vez que las lágrimas
de felicidad por su amiga ya que vieron varias sombras
zigzagueando por el jardín. Eso hasta que Clara encendió
varios focos del jardín a través de la aplicación del móvil.
—Cuchi qué pollas, ¿de qué coño van disfrazados los
tolais[16] estos? —soltó Joa entre risas—. Clara, enfócalos
bien, ja, ja, ja.
Las risas de las mujeres indignaron a los hombres hasta
el punto de que llegaron maldiciendo las ideas de Tomás, el
hacerle caso a la buena mujer y no a sus pollas, y a no
haberse puesto algún tipo de pasamontañas porque al día
siguiente seguro que serían la comidilla de todo el planeta
al ser sus caras las más vistas. Y no era para menos porque
eran dignos de admirar: los pantalones cortos de correr
sobre unos pantis blancos y los pies calzados por botas altas
de montar y otros con los zapatos de la cena, una camisa
blanca de varias tallas más grande abierta hasta la mitad
del pecho, y para rematar un sombrero con plumas de
colores.
—Empieza tú, Alfonso —retó Manu—. La mía está
apoyada en el balcón y en bata, mala señal porque ella es
de pijama.
No llegó a acabar la frase porque cuatro de las mujeres
se desprendieron de la prenda y en el jardín solo se
escuchaban los gruñidos de los hombres que babeaban de
manera literal mientras avisaban al resto que a sus mujeres
no las miraran o les cortaban los huevos. Muy poco
originales, pero la neurona no daba para mantener activos
los dos cerebros.
—Ya empiezo yo, que me estoy poniendo muy malo —dijo
Alejandro dando unos pasos hacia el balcón de su morena—.
Va por ti, fierecilla.
En un andén de la estación
Bajo el sol abrasador
Tú hablabas de un rascacielos
Del cielo de Nueva York
Vente pronto a ver el mar
Y tú envía una postal
Yo ya sabía que aquel día era el final
Ahora tengo mucho más
Rojo, negro, par o impar
Por fin la suerte trae un as
Y un cristal para mirar
Y una pared para colgar
Siete caras sonriendo en una foto de carnet
Mis cuentos no hablaban de
Historias hechas de casualidad
Nadie me dijo que el destino
Daba esta oportunidad
Uno más uno son siete
Quién me lo iba a decir
Que era tan fácil ser feliz
Las mujeres miraron con los ojos abiertos a Rac, que iba
enrojeciendo por momentos y no de vergüenza sino de furia
contenida porque no había nada peor para ella que le
dedicaran una canción de Fran Perea, y más esa, Uno más
uno son siete, le parecía de lo más sin sentido del mundo.
No se podía ser más cansino.
—Joder, me he encoñado de un triste —susurró para sí
aunque las demás la escucharon—. A este le enseño yo lo
que es la buena música.
Se apoyó en la barandilla provocando que el otro se
equivocara en la letra al ver los pechos de la mujer a punto
de desbordarse del pequeño sujetador, e hizo una señal con
la mano a su compañera de habitación para que le pasara
uno de los cubos.
—¿Alguna vez habéis visto un pez policía? —preguntó en
tono bastante alto—. Pues atentas, ¡agua va!
Las risas de las mujeres siguieron al asombro de los
hombres, quienes buscaron con ojos de corderitos a las
suyas esperando no correr el mismo destino que Alejandro,
el cual no dejó de cantar mientras recibía remojones.
—¡Me aburro! —gritó Joa—. Sois unos sosos, al final el poli
sí que tiene interés del bueno en mi amiga.
Lanzó varios objetos rellenos de agua, total, eran
recipientes de plástico y no les dolería si les daba.
—Chochetilla, no se trata de lesionarlos sino de mojarlos
—anunció Josi entre carcajadas—. Vamos, valiente, ¿qué
piensas decirme?
Manu adelantó un paso, cogió la escoba que llevaba y la
cual no vieron y la sujetó como si fuera el cuerpo de una
bailarina para interpretar un vals tarareado por él.
—Así bailaremos el día de nuestra boda, nena —dijo
mientras daba pasos torpes y se tropezaba con el palo—.
Solo tienes que bajar de ahí y volver a casa.
—Ni de coña —rió Maripuri a la vez que le lanzaba su
pertinente dosis de agua fresquita—. Te arrodillas ante ella o
no hay mano, matrimonio ni convivencia posible.
El hombre dejó de bailar en el momento en el que
observó que no estaba el motivo de hacer el idiota en ese
lugar, hasta que Maripuri le hizo un pequeño gesto y supo lo
que quería decirle. Gesticuló un “gracias” y se hizo a un
lado para escabullirse en cuanto los demás no se dieran
cuenta.
—Medicucho, aquí a mi siamesa ni mirarla —intervino
Maru en cuanto Oliver dio un paso adelante.
—Jo, déjalo —protestó Nia—. Seguro que nos da material
para un mes de risas.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Oliver, quien vio que
la chica que lo tenía loco frunció el ceño—. Yo iba a contarte
chistes.
—¡Ay, qué bueno! —balbuceó Maripuri entre risas—.
Hazlo, chiquillo, y si son de médicos mejor, ja, ja, ja.
Oliver enrojeció a niveles de que lo podrían ver como un
punto de neón los de la Estación Espacial Internacional,
aunque tomó aire y se dispuso a soltar lo que fuera
necesario.
—Diga treinta y tres —comenzó—. Doctod, lo mío es una
dotuda de piedna, no lo veo necesadio. Ja, ja, ja, venga,
joder ¿qué le cuesta?
Antes de haber acabado el chiste, Oliver recibió su dosis
de remojón aunque lanzado de los tres balcones entre las
protestas de las chicas, por lo que decidió contar el más
malo que se sabía.
—No te quiero impresionar, pero cuando nací los médicos
estuvieron siete horas decidiendo qué era cordón umbilical
y qué no.
Las risas de Maripuri resonaron en el lugar por la cara de
sátiro que puso el medicucho en cuanto acabó, la cual no
quitó ni cuando recibió más agua.
—Que nos queda uno, no me hagáis ir a rellenar —pidió
Joa entre risas—. Hale, buenorro, tu turno, ja, ja, ja.
—Yo creo que...
—Ah no, tú no me dejas sin excusa para remojarte —
cortó Maripuri—. Vamos, abogaducho, seguro que te toca
usar la labia.
—Colega, son brujas —musitó Oliver de nuevo—. Saben
que vas a recitar.
Las risas de las chicas al darse cuenta a qué se debía el
atuendo se escucharon en medio Madrid con total
seguridad, aun así insistieron y animaron a un avergonzado
Alfonso.
—Muy bien, luego no quiero quejas —advirtió mientras
sacaba un papel del bolsillo y se puso unas gafas que lo
hacían más sexi todavía. Se dispuso a leer lo que copió de la
Escena II, del Segundo Acto de Romeo y Julieta, de William
Shakespeare:
¡Silencio! ¿Qué ilumina
desde aquella ventana en las tinieblas?
¡Es Julieta, es el sol en el oriente!
Surge, espléndido sol, y con tus rayos
mata a la luna enferma y envidiosa,
porque tú, su doncella, eres más clara.
No sirvas a la luna que te envidia.
¡Su manto de vestal es verde y triste,
ninguna virgen ya lo lleva, arrójalo!
¡Es ella en la ventana! ¡Es la que amo!
¡Oh, cuánto diera porque lo supiese!
—Ay, Romeo, Romeo —cortó Maripuri entre carcajadas—,
si es que me meo cada vez que te veo.
Y lo acribillaron a baldes de agua, aunque como ya tenían
pocos cacharros llenos, cogieron las pistolas que Nia y Rac
encontraron en la caseta de la piscina y bañaron a todos los
hombres. Solo pararon cuando vieron que huían indignados.
Seriedad, por favor
Se levantaron después de disfrutar de unas cuantas horas
de descanso y en cuanto se ducharon y vistieron, bajaron a
desayunar una a una. La primera en bajar fue Rac, quien
acostumbraba a levantarse para poner las calles aunque
ese día remoloneó un poco.
—Buenos días —saludó a una Clara seria y cabizbaja—.
¿Te ocurre algo?
Clara movió la cabeza asintiendo para al momento
comenzar a negar y bufar en un gesto poco femenino según
le decía la bruja de su madrastra.
—Desayunemos mientras bajan las demás —acabó por
decir.
El resto tardó poco en entrar en el salón, se hizo evidente
ante el alboroto y las risas recordando lo sucedido la noche
anterior. Maripuri fue la primera que cortó el tema en
cuanto le vio la cara a la anfitriona.
Rac les hizo un gesto y todas se sentaron después de
servirse el desayuno. Esa mañana encontraron el centro de
la mesa repleta de tostadas, varios tipos de dulces, fruta
fresca y café, té y zumos.
—Venga, me es imposible tragar nada si no me contáis
qué sucede —rompió el silencio Josi.
Rac señaló a Clara con un gesto, y todas la miraron sin
pausa hasta que la muchacha suspiró y les tendió la
notificación que le dio Lidia. La leyeron en silencio y
esperaron un momento para comenzar a dar opiniones,
mejor tomar el café para ser personas.
—Maru, ¿qué opinas? —preguntó Nia—. Tendremos que
preparar alguna clase de estrategia o nos comen vivas.
La abogada les estuvo planteando que solo era una
declaración, algo en lo que tendrían que ponerse de
acuerdo para no llegar a contradicciones. Estuvieron
hablando con Clara sobre lo que ya sabía su equipo legal, y
esta les comentó que ya prestó declaración aunque tendría
que pasar de nuevo al no estar el fiscal del caso.
—Eso no me cuadra —masculló Maru—. Y lo que no
entiendo es nuestra circunstancia: fugadas de la ley porque
nos escapamos del hospital, la que liamos dentro y que
alguna bocazas dijo a lo que íbamos, y ya para rematar el
despliegue que montaron.
—Venga, voy a daros un poco de luz porque de que no
sepamos una mierda tienen la culpa los cuatro a los que
mojamos anoche —intervino Josi.
—¿Y tú cómo estás tan segura de eso? —cuestionó Joa, a
quien no le hacía ni pizca de gracia los comportamientos
machistas sobre su persona.
—Porque tienen un infiltrado por la cuenta que le trae —
soltó misteriosa.
—¡No me digas que le has perdonado! —vociferó Maripuri
con alegría—. Si es que sabía que en cuanto trepara por el
balcón, te conquistaba.
—Qué trepar ni qué leches —resopló—. El muy capullo
llamó a la puerta porque dice que tiene vértigo y sé que es
una mentira de las gordas, lo que no se atrevió por si lo
tiraba antes de llegar.
—Venga, centrémonos en el tema —pidió Rac porque veía
que se dispersaban—. Josi, no te dejes ni un solo detalle por
contar, vamos a pillarlos con los calzoncillos bajados.
Josi les estuvo contando que la tarde anterior los hombres
se reunieron en un despacho ya que recibieron información
que a una de ellas le afectaba de manera directa y hasta
personal. Al parecer el fiscal asignado tenía algún tipo de
rencilla personal que al parecer no fueron capaces de
descubrir para tratar de quitarlo del caso al suponer un
conflicto de intereses, solo que el tío era muy listo y ni la
jueza encontró por algún lado nada que lo inhabilitara para
ser quien actuara.
—¿Te ha dicho el nombre? —preguntó Maru masticando
las palabras.
—Al parecer tiene un apellido de esos pomposos, se ha
quedado solo con el mote porque no le dijeron el nombre —
contestó dubitativa—. Creo que me dijo que le llaman Mini
Jagger.
A Maru le desapareció el color de la cara de manera tan
repentina que todas se levantaron para ayudarla a salir a la
terraza, donde la sentaron en un lugar fresco.
—La hemos cagado —musitó en cuanto volvió un poco en
sí—. Ese se ha enterado que yo estoy metida en el lío y
piensa disfrutar de la venganza que juró el día que le puse
el mote.
—No pienses en eso, seguro que se le ha pasado el
disgusto —la consoló Maripuri—. Además, ser bajito no es
tan malo.
Josi negó con la cabeza porque se enteró hasta de lo que
propició que sea la burla del gremio, todo gracias a que los
hombres eran unos completos cotillas.
—Sigamos —ordenó Clara en cuanto dejaron de reírse—.
Tenemos que ponernos todas de acuerdo en lo que diremos,
ya le daré la cuenta al bufete por ser tan dejados y no
asistiros cuando pedí que no debían mover un solo papel sin
vuestro consentimiento.
Josi les contó que los hombres estaban preparando con
ayuda de Manu la documentación que acreditara que
trabajan de manera esporádica con una prestigiosa agencia
de detectives que además suele hacer colaboraciones con
algunas agencias internacionales, entre ellas el CNI.
—Estos tíos son tontos —masculló Rac—. Josi y yo somos
capaces de montar una trama de la nada tan creíble que
hasta la jueza se mete en la cárcel por aceptar sobornos
teniendo la cuenta pelada.
Las carcajadas rompieron un poco el momento de
tensión, lo que sirvió a las dos amigas para pensar lo que
hacer, y con la mirada llegaron a una misma conclusión:
contar la verdad para marearlos a todos.
Estuvieron un buen rato discutiendo la forma de contar el
suceso que las llevó hasta el hospital, todo lo que fueron
viviendo desde que pisaron el suelo de urgencias sin dejarse
detalles, por muy escabrosos que fueran, y contar las pistas
que tanto el loquero como la enfermera vieja les iban
dejando de manera clara.
—Un momento —cortó Josi—, solo tenemos que contar
todo tal cual lo hemos vivido, ¿verdad?
Todas afirmaron con un gesto, lo que hizo que la rubia
pusiera una mueca de disgusto.
—¿Lo de Marcos también? —Repitieron el gesto—. Eso
forma parte de mi intimidad, no creo que sea, ¿cómo se
dice?
—Todo es relevante porque has podido ver algo mientras
te follabas al enfermero —soltó Maru con sorna—. El simple
hecho de que hubieran camillas preparadas para usarlas
cuando la zona estaba cerrada por obras es una pista que
vamos a usar a nuestro favor, aunque solo fuera casualidad.
—Ah, vale —musitó la rubia—. Pues entonces me centro
en los detalles y no en las veces que me empotró contra la
pared, en la camilla, en el suelo...
—¡Para! —interrumpió Nia riendo—. Un poco más y nos
dices hasta para dónde carga.
—Para la izquierda —soltó ufana.
—Seriedad, por favor —balbuceó ahogada de la risa
Maripuri, quien se tiró al suelo de manera literal porque no
aguantaba.
Un coro de carcajadas inundó el lugar hasta que entró
Lidia carraspeando porque Alfonso llegó a la casa principal
para explicarles por encima a las chicas la estrategia a
seguir y lo que previamente le contaron a la jueza
encargada de la instrucción del caso sobre el papel que
jugaban ellas. De lo que el pobre hombre no tenía ni idea
era de que esas seis mujeres ya tenían su propia versión,
mejorada, eso sí. Ni locas iban a cometer la desfachatez de
mentir cuando tenían mensajes y hasta vídeos que
contradecían todo lo que ellos idearon. Era cuestión de que
un informático se entretuviera en leer los miles de mensajes
del chat Bipocabras.
—Buenos días —saludó serio—. Os veo bastante
contentas, me fastidia ser yo quien os corte el rollo, pero
tenemos que hablar.
—¿De qué, abogaducho? —intervino Maripuri—. Ya
sabemos que tenemos que ir a declarar a partir de hoy
aunque no hayas realizado tu trabajo, que para eso te
pagan.
—Yo no...
—No se preocupe, letrado —cortó Maru—. Mis clientas y
yo misma sabemos que es nuestra obligación comparecer
ante las autoridades judiciales. No somos de cristal, podía
habernos avisado ayer mismo de todo.
—Debo advertirla de que...
—Ni te molestes, buenorro —susurró Joa—. El fiscal no es
problema, a fin de cuentas fue solo compañero de facultad
de nuestra abogada, no llegaron a consumar el acto a pesar
de todo lo que el pobre hombre se tocó la guitarra, ja, ja, ja.
No había lugar en el planeta donde Alfonso pudiera
esconderse de las mujeres porque o eran muy buenas
pitonisas, o tenían oídos en todos lados. Imposible, uno de
los otros se tuvo que ir de la lengua la noche pasada.
—No te preocupes, Alfonsito —le dijo Josi dándole un
cariñoso cachete en la cara al pasar por su lado—. Ya
tenemos nuestra estrategia de defensa preparada por si el
mini eyaculador precoz nos ataca.
—Estás bien jodido —advirtieron Nia y Rac a la vez.
Todas se fueron a las habitaciones, era el momento de
vestirse para mostrar que eran mujeres inteligentes que no
le temían a nada ni a nadie ya que eran portadoras de su
verdad.
—No te preocupes, son buenas chicas que solo quieren
ayudarme —susurró Clara en cuanto se perdieron todas de
vista—. Me parece fatal que los abogados que contraté para
ellas no se hayan dignado a hacer una triste llamada.
—Es más complicado de lo que crees —musitó—. No solo
tu amiga la abogada tiene en contra al fiscal sino que en
ese bufete al que pagas hay varios que se niegan siquiera a
pasar cinco minutos en la misma sala que ella.
—Eso no tiene sentido.
—Claro que lo tiene —contestó—. Resulta que en la
profesión la conocen como la Mantis porque se los merienda
a todos en los procesos previos, es un prodigio en los
juzgados aunque lleve unos años encerrada en una
asesoría.
—¡Me encanta! —gritó Clara dando saltitos—. Va a ser la
que se encargue de quitarle hasta los implantes de silicona
a las dos arpías.
Alfonso no llegó siquiera a poder rebatir a la muchacha
ya que esta salió corriendo en la misma dirección que las
demás, por lo que decidió ir a la casa de Tomás para avisar
al resto de que se avecinaba un nuevo espectáculo de sus
dolores de cabeza. Llamarían a Marcos para que estuviera
también pendiente, tendrían que intentar apaciguar a las
fieras. ¿Cómo? No tenía ni idea, pero seguro que algo se les
ocurriría.
Justo tenía que ser ella mi cura
El camino hacia los juzgados lo hicieron en varios coches,
todas en silencio a pesar de que los hombres se
empecinaron en sacar conversación incluso de la ropa que
eligieron para su comparecencia. Y es que todas se
decantaron por ir de manera sencilla: pantalones vaqueros
algunas, de traje otras, unas blusas bastante recatadas a la
par que elegantes, zapatos de vestir no demasiado altos y
el maquillaje justo.
Antes de salir preguntaron a Lidia sobre la posibilidad de
que alguien recogiera a tres amigas en el aeropuerto, a lo
que ella respondió que de inmediato enviaría a Tomás con
un cartelito y todo. Las mujeres le dijeron que si las dejaba
en las puertas del juzgado para que las esperaran, las haría
felices, a lo que la mujer fue incapaz de negarse y más
cuando la misma Clara le sugirió que dejaran preparadas
más habitaciones por si fuese necesario.
También enviaron mensajes a Bipos para hacerles saber
que el proceso empezaba antes, así que Xurri les dijo que
en una hora tendría todo el dispositivo desplegado, harían
bastante ruido.
La entrada al edificio fue bastante tranquila y rutinaria:
pasaron por los detectores, entregaron sus
documentaciones y las guiaron hasta la sala de espera junto
a la de vistas donde las recibiría la jueza.
—Pues ya está el pescado vendido —resopló Maripuri—.
¿Os habéis fijado en las caras del poli y el abogado de
pacotilla cuando nos han visto sacar los DNI? Ni que
fuéramos indocumentadas por la vida.
—Un poco normal es —susurró Rac, que observaba los
movimientos de los hombres en el pasillo—. Y más si
tenemos en cuenta que en ningún momento les hemos
facilitado ningún dato.
—Tampoco lo han pedido —intervino Josi—. Se han
conformado con la información que aquí la Trilli y Maru les
han dado en una sala de descanso, era lo que les iba bien
en ese momento.
—Pues tiene razón —masculló Maru, quien resopló al ver
llegar al que se podría convertir en su peor pesadilla si no
sacaba a su perra interior—. Vamos a ceñirnos a lo que
hemos hablado, nada de lo que nos diga aquí el equipo de
Clara lo llevaremos a cabo. Que se hubieran preocupado en
presentarse al menos.
»Es más —siguió después de tomar una respiración—,
todas vamos a rechazarlos como defensa, al fin y al cabo
ninguna les hemos visto siquiera la cara, y me designáis a
mí. Yo le pediré al amiguito de Maripuri que me ayude con
los expedientes.
Todas asintieron con un gesto y juguetearon un poco con
sus móviles. Unas mirando correos de trabajo, otras
charlando con las chicas del chat Bipo contándoles que iba
para largo porque las tenían sentadas en una sala. Xurri les
dijo que ya estaban desplegando pancartas en la entrada y
el grupo de Zumba de su pueblo preparando los altavoces
además de una sorpresa bastante llamativa; Despiste, Xio y
Yuri avisaron de que un hombre muy amable las estaba
llevando al lugar, que en una de las tiendas del aeropuerto
se hicieron con unas pelucas, las cuales se pondrían para
darle color a la fiesta que iban a montar.
—Niñas, mirad a estas.
Joa acercó su teléfono al resto para que vieran la foto de
sus tres amigas, lo que provocó un coro de risas y que
dejaran lo que estaban haciendo y se pusieran a responder
mensajes y a caldear el ambiente. Les llegaron nuevas
fotos, esas eran de la parafernalia que tenían montada ya
en el exterior y la llegada de policías antidisturbios. Si es
que le gustaba a la Xurri más una juerga que a un niño un
caramelo.
Un carraspeo las sacó de su abstracción, y al levantar la
mirada vieron a Clara junto a un hombre mayor, no
demasiado ya que no aparentaba llegar a los sesenta, con el
rictus serio.
—Quiero presentaros a mi padre —susurró Clara
cabizbaja.
—No tengas vergüenza, cariño —musitó el hombre,
tomando a su hija por la barbilla con todo el amor del
mundo reflejado en su cara, sentimiento que cambió su
semblante—. Soy yo el que tendría que esconderme por no
escucharte, menos mal que alguien sí lo ha hecho.
Las chicas decidieron presentarse una a una con sus
nombres y no los motes cariñosos con los que se llamaban
normalmente, quedándose todas prendadas de la elegancia
y el saber estar del hombre al mostrar agradecimiento a
todas, algo a lo que quitaron importancia porque en realidad
para ninguna de las amigas la tenía, supondría una
anécdota más de la aventura en la que ellas mismas se
metieron.
—Chicas, ha llegado la hora —interrumpió Alfonso—.
Clara, tú te vienes conmigo. A las demás os irán llamando,
vuestros abogados os esperan dentro por lo que he podido
ver.
—No hay problema —soltó Josi—. Nosotras nos
apañaremos con ellos en cuanto alguien nos los presente.
Por el tono de voz de la mujer, el letrado se temió que
alguna jugarreta les tendrían preparada, pero no tenía ni el
tiempo ni las ganas de ponerse a indagar, que saliera el sol
por donde quisiera porque de la noche anterior aprendió
una lección muy valiosa: mejor dejarlas a su aire y pillarlas
con la guardia baja para que les dieran una mínima
oportunidad de hablar.
—Bueno, yo os dejo también —anunció Pedro, que así se
llamaba el padre de Clara—. Quiero escuchar lo que dicen
los acusados por si algo puedo usarlo en la demanda de
divorcio que van a presentar mis abogados.
—Disculpe que me meta —comenzó Maru—, ¿los
abogados que pretenden representarnos son los mismos
que se van a encargar de lo suyo? —El hombre asintió con
un gesto, lo que provocó un gruñido general—. Pues le
propongo algo, escuche con atención...
La letrada estuvo al menos diez minutos exponiendo su
plan, que no era otro que dejar a ese bufete a la altura que
se merecían porque en el rato que llevaban allí vio cosas
que no se escaparon de su mirada analítica. Al principio
Pedro no estaba muy por la labor de hacer lo que la mujer le
propuso, hasta que le dio una razón de peso que no era otra
que la posibilidad de que sus mismos abogados se la
jugaran, algo que iban a comprobar con un poco de juego
psicológico en el interrogatorio.
—Está bien, Maru —dijo Pedro, tendiendole una mano—,
eres mi nueva abogada. Todo el asunto queda en tus manos,
haz con esas dos lo que te parezca.
—Me limitaré a cumplir el deseo de Clara —musitó
misteriosa—. Van a tener que darnos hasta las prótesis de
silicona que llevan puestas.
Y así los pilló la secretaria judicial, sellando un pacto con
un apretón de manos y un coro de risas. La mujer fue
nombrando a todas las testigos, comprobando de nuevo sus
documentaciones e instándoles a que pasaran a la sala. Allí
vieron a Clara con Alfonso a un lado, junto a ellos dos
abogados con cara de amargados de la vida y frente a ellos
los que suponían serían los abogados defensores. Una de
ellas era una vieja conocida de Maru, la cual abrió los ojos
como platos al verla y se puso a sudar de manera profusa.
El fiscal ya estaba en su lugar, al igual que la secretaria
judicial, la cual tomó asiento en cuanto todas las mujeres
estuvieron en el interior de la sala. La jueza entró a los
pocos minutos y dio comienzo la ronda de declaraciones.
—Jessica... —comenzó la jueza, que al levantar la mirada
se quedó embobada mirando a la joven de pelo corto.
—Soy yo, señoría —contestó con una sonrisa al saberse
reconocida.
—Mira, Pilar, si es la creadora del señor Cox —susurró a la
secretaria en un tono un poco alto—. Ay, por Dios, que
tenemos aquí a la escritora.
—No puede ser... —contestó la otra mientras miraba a
Josi de arriba abajo—. Pues sí, yo la vi en el último directo
que hizo para presentar su nuevo libro, el de Hunt.
Un carraspeo por parte del fiscal hizo que ambas mujeres
lo miraran con los ceños fruncidos, casi mandándole todas
las plagas del mundo por interrumpirlas, aunque lo
ignoraron y volvieron a su pose profesional.
—Está aquí en calidad de testigo en el caso referente al
secuestro de Clara Montesdeoca Ruiz de Ortiz —comenzó la
jueza—. Aquí sus letrados...
—Disculpe que la interrumpa —habló Josi—, pero no
tengo conocimiento de que me asista nadie. —La jueza
observó a los dos abogados removerse en sus lugares—.
Como usted entenderá, si es para declarar lo que he visto
no voy a necesitar a nadie, pero si me dice que es
recomendable, la designo ahora mismo. Mi amiga Marta es
letrada y quién mejor que ella para representarme, ¿no le
parece?
—Qué bien habla la jodía —susurró Maripuri al resto con
una amplia sonrisa.
—Letrados, ¿qué tienen que decir al respecto? —les
preguntó la jueza con voz dura.
—Hemos venido con el tiempo justo ya que la notificación
nos la han hecho llegar hace un par de horas —comenzó el
más chulo de los dos—, y hasta ahora mismo no hemos
podido tener contacto con ellas. Nos ha sido imposible
localizarlas con tan poco tiempo y...
—No miente aquí el colega ni nada —se escuchó en la
sala.
Los presentes prestaron atención a quien dijo eso, que no
era otra que Maripuri, quien se vio en la obligación de pedir
la palabra a la jueza, a la que le hizo tanta gracia el
comentario que le concedió permiso con un gesto de la
mano a pesar del bufido de desaprobación del fiscal.
—Buenos días, su señoría —saludó—. A ver, mi
comentario puede parecer desafortunado, pero no hemos
estado ilocalizables como dice el palurdo ese...
—¡Un respeto! —gritó uno de los aludidos.
—Eso se lo pido para mí, que estoy hablando —respondió
ella—. Como le iba diciendo, si esos dos respetables trajes
con piernas hubiesen querido hablar con nosotras, han
tenido la oportunidad incluso en la sala de espera porque
han pasado por nuestro lado y nos han mirado como si
fuésemos simples cucarachas.
—¡Eso es verdad! —gritó una indignada Joa—. Y nosotras
somos bastante higiénicas para que nos miren con esa cara
de asco que tienen, aunque ahora que me fijo bien, ya
vienen de serie.
La jueza no pudo aguantarlo y soltó una carcajada porque
era el inicio de vista más surrealista que hubiese presidido
jamás.
—Yo tampoco quiero a las dos acelgas pochas hablando
por mí —soltó Nia desde su asiento—. Eso de que un tío
huela a colonia barata del chino es como para no fiarse de
él. Y que conste en acta que no tengo nada en contra de los
comerciantes asiáticos, que se tienen que buscar la vida de
alguna manera para dar de comer a sus familias y...
—Para, Trilli, que te embalas —soltó Josi desde su lugar,
justo delante de la jueza—. Como usted verá, señora
magistrada, ninguna queremos a esos dos, no los hemos
elegido ni nos dan la confianza suficiente.
La jueza miró al fiscal, con el que se comunicó con la
mirada y al que todas vieron negar de manera repetida con
la cabeza. La magistrada se acercó a él, le susurró algo y
este asintió aunque con reticencia.
—Está bien, como estamos al inicio del proceso, vamos a
permitir que designen un nuevo letrado o que declaren sin
necesidad de uno —informó con una sonrisa—. Les recuerdo
al resto de los presentes que las señoritas vienen en calidad
de testigos, por lo que se pueden reservar cualquier tipo de
acusación ya que este tribunal no las tendrá en cuenta.
—Pero, señoría, aquí las presentes fueron al hospital para
cometer una serie de delitos que...
—Señora letrada —la interrumpió la jueza—, he leído su
escrito de defensa y por eso me veo en la necesidad de
aclarar que son dos procesos totalmente diferenciados y
tiene la total libertad de presentar una demanda contra
ellas, pero en mi sala no vamos a utilizar nada que no esté
relacionado con lo que vamos a tratar.
—Le recuerdo que la presencia de las testigos en ese
lugar obedece a un acto delictivo que pretendían llevar a
cabo y que...
—Perdona, Marisa —interrumpió Maru—. Nuestra
honorabilidad no vamos a sacarla a pasear si no hay una
acusación directa.
—Resulta que vosotras mismas dijisteis que...
—Señoría, deme un momento para analizar los
documentos que los inútiles estos han presentado —pidió
Maru sin importarle que la otra siguiera hablando—, porque
me parece que aquí la letrada iletrada se está luciendo y no
me gustaría presentar una queja ante el colegio de
abogados al que ella pertenezca, si es que en algún
momento llegó a acabar la carrera.
—Joder, se me acaba de poner muy dura y justo tenía que
ser ella mi cura —se escuchó por uno de los micrófonos.
Las chicas miraron a Maru boquiabiertas porque fue de
boca del fiscal que salieron esas palabras, algo que hizo que
el pobre hombre enrojeciera de la vergüenza. Marta, con
toda la poca vergüenza del mundo le guiñó un ojo a la vez
que sacaba un poco la lengua para mojarse los labios con
sensualidad, lo que provocó que se escuchara un jadeo y las
risitas del resto de mujeres de la sala.
—Letrada, ¿tiene suficiente con una hora? —Maru asintió
a la jueza—. Pues si no les importa al resto, nos vemos de
nuevo pasado ese tiempo. Pilar, avisa a los agentes que
custodian a los detenidos de que se retrasa la vista.
Se levantó de la sala y salió riéndose, aunque al
momento la secretaria se acercó a Josi y a Rac y les dijo que
si podrían hacer el favor de acompañarla un momento.
Estas miraron a Maru, quien se encogió de hombros, así que
salieron con ella.
Soy muy fan vuestra
Rac y Josi fueron dirigidas a un despacho al final de un
pasillo diferente por el que entraron, uno que solo era
utilizado por personal del edificio. Pilar tocó con los nudillos
y al momento la misma jueza fue la que abrió la puerta con
una enorme sonrisa en la cara.
—Pasad, por favor —pidió con ansias—. No sabéis lo que
me alegra conoceros, que sepáis que soy muy fan vuestra.
Ambas mujeres abrieron los ojos sorprendidas porque se
esperaban casi cualquier cosa menos que las dos mujeres
sacaran de sus bolsos dos libros: la jueza el de
Interpretando a Hunt y la secretaria el de Lady Corsair.
—¿Nos los firmáis, por favor? —pidió avergonzada Pilar—.
Y si ya os hacéis una foto con nosotras, sería lo más.
Rac y Josi rieron porque el día estaba siendo de lo más
surrealista posible, si lo quisieran plasmar en uno de sus
libros no quedaría igual de gracioso que vivirlo como lo
estaban haciendo ellas en ese momento.
Dedicaron los libros que ambas funcionarias de justicia
llevaban para matar los ratitos libres que se supondría no
tendrían, se hicieron fotos con ellas y los ejemplares y
estuvieron contándoles un poco sobre los nuevos proyectos
que ya tenían en marcha y bastante adelantados.
Mientras, en la sala de vistas Maru se puso a la tarea de
revisar el dossier que el mismo Alfonso le pasó ya que los
abogados se negaron a colaborar con ella e incluso dijeron
que no saldrían de la sala escudándose en que la persona
que los contrató no rescindiría con ellos, pensaban que iban
a llevarle más casos. La mujer se rió, aunque se reafirmó en
su idea de desenmascararlos y ese día era igual de bueno
que el de la vista para el divorcio, así que al mal paso mejor
darle prisa.
—Si necesitas que te explique algo de las pesquisas
policiales o...
—No te preocupes —cortó en tono bajo—. Preferiría que
llevaras a las chicas a tomar algo porque como se queden
con los dos pesados estos, acaban delinquiendo de verdad.
—Eso está hecho. —Alfonso sonrió ante el guiño de su
compañera, le daba la oportunidad de acercarse a su amiga
—. Te dejo aquí mi tableta, tiene conexión por si necesitas
consultar algo.
—Dudo que me dé tiempo a empaparme de todo —soltó
con un bufido—. Me centraré en lo más importante, el resto
lo revisaré cuando salgamos de este lugar.
Alfonso conminó al resto a salir de la sala y tomar algo de
la máquina que se situaba a la entrada o salir a una
cafetería cercana. Las animó eso de salir, solo que Maripuri
les dijo que mejor no se alejaban. Y es que sabía que en el
momento en el que pisaran la calle sus chicas Bipos no las
dejarían entrar, ya se empezaba a escuchar algo de música
en el exterior.
Maru se centró en la documentación que tenía entre
manos. Según leía y avanzaba los párrafos, ya que primero
quiso revisar el escrito de la defensa, una enorme sonrisa se
fue formando en su cara, y el motivo era simple: al final los
locos iban a ser el psiquiatra y la enfermera y no ellas.
—Me parece mentira tener a la famosa Mantis tan cerca
—susurró el fiscal, quien se situó muy pegado a su espalda
—. Tenía entendido que no ejercías en nuestro campo, que
te has vuelto una ermitaña, todo el día en un despacho
entre ejercicios fiscales.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Maru, y frunció el ceño
porque era de excitación, cosa que la molestaba porque
Pablo fue la última persona que la hizo plantearse si su
radar con los hombres no estaría estropeado. Después de
haber dado con dos patanes que la usaban para seguir
apolillándose en el armario, dio con el único que tenía
problemas de eyaculación precoz debido a los nervios, o eso
le dijo él en su momento.
—Lo llevo en la sangre —masculló después de tomar aire
—. Es normal que de vez en cuando vaya a algún juzgado
español a poneros las pilas. Se rumorea que estáis
demasiado relajados, he venido a sacaros un poco de jugo y
que dejéis de oler a naftalina.
—A mí ya me las has puesto —ronroneó muy cerca de su
oído—. Cuando acabes te espero en mi despacho para que
compruebes si huelo raro o no.
Maru volvió la cabeza y alzó una ceja al verlo sonrojado
ya que ni él mismo se creía lo que acababa de decir.
—Oye, tú —los interrumpió el abogado más serio—,
hemos estado hablando y vamos a explicarte lo que tenéis
que decir para que no os metan un puro que os deje
temblando hasta la cuenta de vuestros nietos.
Maru lo ignoró y siguió mirando a Pablo, al menos él sí
que tenía una propuesta medio interesante ya que tenían
que saldar una cuenta pendiente.
—Soy nueva en este sitio, mejor me esperas fuera y voy
contigo —murmuró con una sonrisa pícara que provocó que
el fiscal se moviera incómodo a pesar de estar de pie—.
Además, por lo que estoy viendo, nos quedan unas cuantas
jornadas moviditas, va a ser algo exprés porque tengo que
estudiarme el caso.
—¡¿Estás sorda?! —vociferó el otro abogado—. Mi
compañero te está diciendo que vengas de inmediato.
Pablo dio un paso hacia adelante, solo que Maru lo sujetó
por el brazo, era un tema que iba a arreglar ella con todo el
gusto del mundo.
—Vamos a ver, Otilio —comenzó con voz dulce—, dile a tu
amigo el Goteras que cuando sea capaz de tratar a los
demás con educación, seguro que logra que alguien le
preste atención a su discurso vacío.
—Ups —masculló Pablo para no reírse.
—Oye, ignorante, me llamo...
—¡Mec, error! —lo cortó—. Mi nombre es Marta, o
señorita Mantis para ti. —Vio que ambos abogados tragaron
saliva—. Pues sí, ya veo que me conocéis. No sabéis lo que
me alegra en este momento que mi fama me preceda.
Volvieron a lo suyo y Maru decidió que lo mejor sería
congraciarse con Pablo, limar asperezas y no echarlo todo a
perder. Activo el modo profesional, lo invitó a sentarse junto
a ella y ambos estuvieron intercambiando opiniones sobre lo
presentado por la policía y lo declarado por parte de los
acusados. La hora se pasó volando, y fue cuando se dio
cuenta de que se había fraguado un ambiente de colegas,
algo inesperado después de lo sucedido años atrás, cuando
eran unos recién graduados con ganas de comerse el
mundo.
—Vuelvo a mi sitio —susurró Pablo—. Si un día de estos te
apetece tomar un café, estaré encantado. La propuesta del
despacho ha sido una bravuconería por mi parte y te pido
que…
—Claro que sí —cortó ella—. Estaría bien recordar
aquellos tiempos en los que todavía éramos amigos.
Pablo asintió con una tímida sonrisa y se fue hacia su
lugar justo en el momento en el que llegaban todas las
mujeres con un desairado Alfonso, el cual llevaba un
calentón de órdago por culpa de una bruja que jugó sus
mejores cartas para ponerlo nervioso y hacer que se
despegara de ella.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Nia en cuanto llegó a la
altura de Maru—. No me digas que esta vez me toca hacer
de siamesa lapa y peligrosa.
—Anda, no digas tonterías...
—Yo también lo he visto —susurró Joa—. Y te digo una
cosa, ese tío es más guapo cuando sonríe. Le salen unos
hoyitos la mar de sexis en...
—Para —gruñó Maru.
—Si al final se va a poner celosa y todo —pinchó Maripuri
—. No te preocupes, la rubia ya está pillada.
Maru bufó al darse cuenta de que cayó en la trampa del
resto y se rió con ellas, acto que la relajó en parte. Y solo en
parte porque los dos ineptos cuchicheaban observándolas a
todas como si fueran un filete en un plato, por lo que tomó
una determinación.
—Acercaros —susurró a las demás—. Me ha dado tiempo
a leer lo que han dicho los principales acusados, pero vamos
a centrarnos en los que nosotros conocemos.
Las mujeres asintieron con un gesto.
»La estrategia a seguir es muy fácil, no vamos a variar
nada porque es nuestra verdad de lo que sucedió —siguió
hablando—. Lo que vamos a cambiar es a quién
respondemos. Os dije que no os negarais a nada, pues
cuando los dos paletos os pregunten, les ponéis vuestra
mejor sonrisa y no abrís la boca a menos que yo os haga
una señal. Voy a poner en su sitio a los gilipollas esos que
creen que todavía tienen hueco en este proceso.
—¿Qué piensas hacer, bruja? —cuestionó Maripuri.
—Ya lo verás, pero estos dos se van de aquí con varias
lecciones aprendidas —musitó—. Una cosa más, vamos
demasiado recatadas, así que un botón fuera.
Las chicas sonrieron y le hicieron caso a su amiga,
incluida Clara, quien ya se consideraba una más de ellas.
Rac y Josi llegaron en el mismo momento en el que la
secretaria avisaba de que en unos minutos se reanudaba la
sesión, tiempo justo para resumirles lo que harían.
—¿Eso no va a retrasar las declaraciones? —preguntó Rac
—. Como entréis en peleas con palabrejas técnicas no
declaramos hoy ni de coña.
—Esa es la idea —susurró Maru con maldad—. Necesito
un poco de espacio para que estos dos se descubran ellos
solitos, les va a costar mucho recuperarse por jugar con los
clientes.
Guardaron silencio en cuanto la jueza hizo acto de
presencia. Comenzó la vista esta vez sin interrupciones,
entregaron los diferentes informes para ser adjuntados al
caso, y se produjeron las primeras declaraciones. En el
momento de empezar a declarar las chicas, vieron a los dos
abogados teclear en sus teléfonos de manera frenética con
una sonrisilla extraña en sus rostros. Maru chistó a Alfonso
para que estuviera al pendiente de ellos ya que estaban en
el mismo banco, este le respondió con un pequeño gesto. Al
final iban a formar un buen equipo por el bien común.
—La primera de las testigos en declarar va a ser Joana
por petición de su letrada —anunció la secretaria—.
Señorita, acérquese.
Joa se levantó y se colocó donde le señalaron, contestó a
las preguntas de la abogada defensora ya que el otro, el
que representaba al psiquiatra, no se dignó a abrir la boca
en ningún momento, y llegó el turno del abogado de Clara.
Alfonso informó de que no tenía nada que preguntarles al
igual que Maru, así que llamaron a la siguiente. Sin
embargo, se vio el proceso interrumpido por los dos
elementos y sus ganas de protagonismo.
—Su señoría, faltamos nosotros —gruñó uno de ellos—.
Se ha saltado nuestro turno de palabra.
—Ha quedado claro que aquí las señoritas no son sus
representadas —les informó de nuevo la magistrada.
—Ellas no deciden —se jactó el segundo—. Señorita, algo
no ha quedado claro de su actuación en el hospital y menos
de sus intenciones iniciales.
Se puso de pie y se paseó como si estuviera en una de
esas series americanas. Ignoró las palabras de la
magistrada, aunque esta lo dejó seguir al ver una mueca de
maldad en la abogada y testigo del proceso.
»¿No es cierto que se dedicó a deambular por todas las
plantas en busca de uno de sus compinches en el lugar para
robar información sensible? Tenemos unas grabaciones de
las dos noches donde se la ven a usted y a otra de sus
compinches registrando las diferentes consultas.
La jueza lo miró con una ceja alzada esperando el
archivo, solo que ambos la ignoraron. Joa miró a Maru, quien
negó con la cabeza. Esos dos iban a cagarla en cuanto el
siguiente abriera la boca.
—¿No es más cierto que utilizó a un enfermero, un
hombre prometido y con un paso en el altar, para acceder a
las zonas restringidas? —preguntó el otro—. Aquí tenemos
los registros del uso de la tarjeta de dicho individuo, y por
las horas en las que se accedieron a dichos lugares,
sabemos que es imposible que fuera el pobre chaval porque
acabó la guardia unas horas antes.
Le lanzó a la secretaria un manojo de papeles, todos
escritos a mano. Maru volvió a negar con la cabeza, así que
Joa agrandó un poco más su sonrisa.
—Señoría, ¿le importa que le dé la respuesta aquí a los
colegas? —La jueza negó con un gesto, lo vivido en ese
momento era tan surrealista que necesitaba procesarlo—.
Vamos a ver, Otilio, no te importa que te llame así, ¿verdad?
Me resulta más cómodo que aprenderme tu nombre para
unos minutos que vas a estar aquí.
El hombre no se movió siquiera al ver que Maru se
levantaba de su asiento y apoyaba las manos en la mesa,
quedando una buena porción de sus pechos expuestos, lo
que hizo que babeara de manera literal.
»Veamos, Otilio, ¿vosotros de parte de quién estáis?
Porque no es ético lo que acabáis de hacer. ¿No os da
vergüenza atacar así a una de vuestras supuestas
defendidas? Eso está muy feo, no, no, no. Me parece que
tenéis un trauma infantil, ¿los Reyes Magos no os dejaban lo
que pedíais? ¿O es que el ratoncito Pérez era un tacaño, se
llevaba el diente y os dejaba un triste caramelo?
—¡Oye, tú! —intervino el otro al ver a su compañero
negar con la cabeza—. No eres nadie para...
—Paciencia, Goteras, luego te toca a ti —cortó Maru—.
Deja que conteste él y ya luego me dices lo que te
apetezca. Dime, Otilio —volvió a su tono suave—, ¿tan
buena es la boquita de la auxiliar y la madre? Tienes pinta
de ser de los que pagan, un servicio gratis seguro que te ha
hecho hasta ilusión.
El hombre asintió hipnotizado por el subir y bajar de esos
senos al compás de la respiración pausada de su dueña. Un
jadeo colectivo lo sacó de su trance, eso y la colleja de su
compañero, el cual le dijo que saliera de la sala porque ya
se encargaba él de todo.
—Señoría, pido que no conste en acta la bajeza que
acaba de cometer la colega ya que...
—No se preocupe —lo interrumpió la magistrada—, la
secretaria no ha tomado notas de este pequeño receso.
Espero que le parezca adecuado.
—Claro que sí —contestó con una sonrisa—. ¿Puedo
seguir con el interrogatorio?
La pobre mujer dirigió una mirada a la letrada y testigo,
quien hizo un sutil gesto para afirmar que no le importaba,
así que invitó al hombre con una mano a seguir.
»Joana, puedo llamarte por tu nombre, ¿verdad? —No la
dejó contestar siquiera—. Mira, cuéntanos lo que hiciste
durante tus paseos nocturnos, supongo que no te dedicarías
a hacer turismo. Por si no te lo ha comentado nadie, esto es
solo una simple vista que a vosotras no os influye en nada,
de lo que nos digas depende el futuro de esos pobres
sanitarios que con tanto cariño y dedicación os atendieron.
Joa miró a su amiga, quien le sonrió de manera malvada.
Ya sabía lo que debía hacer para acabar con esa pantomima
de una buena vez.
Unicornios volando, ¿en serio?
Las chicas se acomodaron bien en sus asientos en el
momento en el que Joa carraspeó y les guiñó un ojo, iba a
dejar volar su imaginación. Maru esperaba que no la
tomaran en serio y vieran que era una manera de mostrar la
incompetencia del letrado corrupto.
—Pues verá, nosotras estábamos desorientadas porque
nos pusieron una inyección que me hizo ver hasta
unicornios volando, blancos y rosas, todos esponjositos y
achuchables —comenzó con voz suave y segura—. No tengo
idea de si estaba en un hospital o entre las nubes, así que
decidí pasear en busca de mi príncipe azul, ¡y lo encontré!
Hizo una pequeña pausa para tomar aire.
»Volé y volé, y a una nube enorme llegué. Toda sucia y
llena de polvo porque estaba en obras, pero había un
camastro con sábanas limpias que en realidad me sirvió una
vez solo. El príncipe entró de repente, me dijo que llevaba
tiempo buscándome, se arrodilló ante mi belleza y decidió
que después de hacer suya mi boca me comería el co...
—¡Basta! —cortó el abogado enfurecido—. ¿Tú te crees
que somos tontos?
Joa se encogió de hombros y puso su mejor sonrisa de
niña buena.
—Colega —llamó Maru—, creo que aquí nuestra clienta
sufre todavía los efectos de toda la mierda que con tanto
cariño ordenó la señora enfermera que le metieran.
—Eso no es cierto —afirmó, descubriéndose él solo—. Ella
solo seguía órdenes del psiquiatra...
—El cual no nos recibió a ninguna en consulta hasta la
mañana siguiente —siguió Maru.
—Ella se limitó a seguir el protocolo para casos como los
vuestros. Lleva demasiados años en su profesión como para
saber que...
—Bueno, en realidad fueron los médicos de la ambulancia
los que suministraron el primer cóctel —lo cortó Maru, no
debía dejarlo pensar—. Lo que no nos queda claro es el
motivo de que su clienta, la hermanastra de la señorita
Montesdeoca, fuera la encargada de trasladar a ninguna ya
que ni siquiera era su planta.
—Pues muy fácil, lumbreras —contestó con rapidez el
letrado—. Ella iba a ser la encargada de meterle el chute
especial antes de montarla en el vehículo blindado de
camino al lugar del que nunca jamás saldrá.
—Y eso lo asegura usted porque le van a regalar...
—Un yate en Puerto Banús y una noche lujuriosa donde
me va a dejar atarla y todo.
—Señoría, ya tiene usted lo que quería —anunció Maru
con una sonrisa triunfante—. Aquí el amigo Goteras es otro
miembro de la organización. No deje que se le vaya Otilio,
es más tonto, pero no inocente.
Se produjo revuelo en el pasillo en el mismo momento en
el que la secretaria salió corriendo de la sala para buscar al
otro letrado, que iba camino de la salida, y les gritó a los
agentes que custodiaban la puerta que lo detuvieran por
orden de la jueza Martín.
—Creo que vamos a aplazar las declaraciones, ¿le parece
bien, señor fiscal? —masculló la magistrada, a lo que el otro
asintió—. Señoritas, les pediría que estén localizables para
poder citarlas lo antes posible.
Todas afirmaron con la cabeza y salieron del lugar
aguantando la risa por lo sucedido. En ese momento
entendían el mote de su amiga entre el gremio, se lo había
merendado sin siquiera darse cuenta de que lo estaba
llevando a confesar y en tan solo unos minutos. Increíble.
—Unicornios volando, ¿en serio? —preguntó Maripuri
entre risas cuando estaban casi en la entrada—. Si te deja
hablar un poco más, se corre el tío allí en medio si le
hubieras contado el empotramiento con pelos y señales.
Un coro de risas inundó el lugar, todas las personas que
entraban y salían las miraban con muecas raras al no
entender a qué vendría tanta juerga en un sitio como ese.
—Creo que deberíamos salir —cortó Josi—, tenemos al
comité de bienvenida haciendo de las suyas. Hay prensa y
todo.
Miraron todas al exterior a través de las enormes
cristaleras y abrieron la boca del asombro al ver que un
grupo de al menos cincuenta personas estaban bailando al
ritmo de Jerusalema con varias pancartas enormes en las
que se podían leer:
Loquero corrupto, no escurras el bulto.
El hospital es para curar, no para traficar.
No habrá paz para los malvados si nos defiende un buen
abogado.
Decidieron salir ya que se estaba llenando el lugar porque
los mismos transeúntes se paraban y ya se unían al baile o
al grito de Justicia para Clara mientras otros seguían
embobados los bailes acrobáticos que hacían dos
muchachas ya que previamente engancharon unas telas a
los árboles para practicar danza aérea. Lo que no esperaban
es que los laterales del edificio estuvieran rebosantes de
gente, hasta tuvieron que cortar el tráfico.
—La madre que las parió —gruñó Maripuri al ver el percal
formado—. Y mira que dijo la Xurri que serían unas cuantas
mamis.
—Cuchi qué pollas, mira aquellas tres, ja, ja, ja —dijo Joa
entre carcajadas.
Todas miraron hacia donde les señaló y las mandíbulas
casi se les cae al suelo al reconocer a las tres elementas de
los pelucones estrambóticos. Despiste llevaba una enorme
peluca de color azul eléctrico, Xio en verde fosforito y Yuli
en rosa fucsia. Todas enormes, de esas que tienen el
tamaño de la cabeza de un elefante.
—¡Estáis aquí de verdad! —gritó Nia mientras salía a
correr hacia donde estaban las otras—. ¡Qué alegría!
Se fundieron todas en un abrazo al que luego se sumó
Xurri y Maca, que no quería soltar el megáfono sin cantarse
algo ya que no la dejaron un rato antes.
—La policía está a punto de llamar a los antidisturbios, no
es normal la que se ha montado —refunfuñó Alfonso, quien
se mantuvo cerca de ellas hasta que Alejandro y el resto
pudieran acercar los coches—. Creo que sería bueno que
entraramos, los buitres vienen directos a nosotros.
Las chicas se fijaron en que estaba en lo cierto, los
periodistas estaban a unos pocos metros de ellas lanzando
ya preguntas mientras corrían hacia ellas.
—Maca, ¿con qué piensas deleitarnos? —cuestionó Rac
con una sonrisa maligna.
—Joder, otra vez no —refunfuñó Josi—. ¿Y si esperamos a
que disuelva la muchedumbre con pelotas de goma?
—Oye, que son mis amigas y las mamis del cole —
protestó Xurri—. Ellas ya se van, solo hay que espantar al
resto. Tápate los oídos, qué sensible estás, hija.
Las demás se rieron porque ninguna Bipo tenía ni idea de
la buena nueva, más tarde las harían partícipes a todas. El
Baby Shower virtual estaba servido.
—Entonces, ¿qué? —intervino Maca—. ¿Canto o no?
Se miraron entre sí y todas a la vez afirmaron con un
gesto demasiado efusivo. La dejaron delante de todas, con
la sonrisa más grande que le vieron nunca y los ojos
brillantes de emoción, carraspeó y abrió la boca a la vez que
apretaba el botón del megáfono:
Nos faltó una noche de franela
De pijama feo y calcetín por fuera
De sofá con ducha fría y traicionera
Con masaje, crema, una copita y velas
Nos faltó una mentira entera
Una falsa espera y una tarde fea
Nos faltó desdibujar tu nombre
Y nuestro corazón de toda la escalera
Nos faltó una sábana de Ikea
Un viaje de cartón, un despertar de seda
Un día remolón y una caricia vieja
Un vámonos pa allá y un sea donde sea
Nos faltó una noche sin dormir
Y un baile de salón en una calle estrecha
Nos faltó descaminar Madrid
Desencallar el fin y reservar la fecha
—Calladla, por favor —pidió Josi, a lo que el resto negó—.
Esto es una tortura, huyen hasta las ratas.
—Oye, que es una canción del gran Antonio Orozco —la
regañó Nia—. Deberías escucharla entera, Entre sobras y
sobras me faltas es una verdadera oda al amor.
Maca siguió a lo suyo, a deleitar con sus gallos y subidas
y bajadas de tono a los que todavía permanecían en el lugar
por obligación: los policías.
Y sobraron los cuatro disparos
Que con tanto descaro nos dio el corazón
Y sobraron los veinte puñales
Y es que a veces la vida no atiende a razón
Y entre sobras y sobras me faltas
Y me faltan las sobras que tenía tu amor
Y sobraron las quinientas veces que dijimos que no
En el momento en que empezó a parecer la matanza de
un gato en el estribillo, le arrebataron el megáfono y
aplaudieron la poquita vergüenza que se gastaba la
sevillana. Formaban un buen equipo.
Los coches llegaron al lugar y Alfonso les conminó a ir
rápidas antes de que los buitres se espabilaran después de
la interpretación sufrida por todos. Las mujeres hicieron
caso, algo que el abogado no esperaba, y se repartieron en
los coches junto a las que llegaron de refuerzo.
—Xurri, sube que te llevamos —ordenó Maripuri, a lo que
su amiga negó con la cabeza—. Venga, no nos cuesta nada,
¿verdad, abogaducho?
—No te preocupes, me están esperando —susurró con
picardía—. Hoy los niños los recoge el padre así que me he
pillado la tarde libre para disfrutar de mi amigo.
—No me digas que...
—Ya os contaré luego cómo nos hemos conocido —cortó
—. Nos hablamos más tarde, y contadles todo a las demás,
luego subo el vídeo y os cuento la de buenorros en uniforme
que han venido a hablar con la organizadora de la
manifestación ilegal, ja, ja, ja.
Se despidieron con un gesto y Maripuri se subió en el
coche resoplando ya que el capullo del abogaducho
aprovechó que en el vehículo montaron a una de las
mujeres de las pelucas en el sitio del copiloto para él
sentarse junto a su fierecilla con la excusa de que pudiera
disfrutar de las vistas madrileñas. Menudo viajecito le iba a
dar con tanto roce sin intención por culpa de las curvas
tomadas con poca suavidad.
En cuanto llegaron a la mansión de Clara, las mujeres
casi se bajan en marcha de los coches porque al parecer los
cuatro siguieron la misma táctica. Joa se bajó charlando tan
tranquila con Yuli, hasta que se dio cuenta de quién estaba
en la puerta y salió corriendo dejando a la otra sola y con la
palabra en la boca.
—¡Oh, amor, qué alegría verte! —Casi deja sordo al
personal con el grito—. Dime que te quedas conmigo unos
días, o mejor me voy yo contigo. Total, da lo mismo si estoy
aquí, en tu casa o en un hotel porque para cualquier cosa
me pueden llamar al móvil y de momento me planto en...
Marcos calló a la muchacha con un beso que duró poco a
su parecer, demasiado para los testigos que presenciaron la
escenita, y lo suficiente para atontarla y que no se acordara
de lo que estaba cotorreando.
—Pues ya estamos todos —bufó Josi mientras cruzaba el
umbral de la puerta—. Ya no va a haber quien aguante a la
reina de los unicornios voladores.
El coro de risas siguió mientras todos entraban en la casa
y se dirigían al jardín, donde Lidia les tenía la mesa
preparada gracias al aviso de Clara de que iban de camino
con cuatro invitadas más.
Las chicas se presentaron, Clara insistió en que se
quedaran el tiempo que quisieran, por lo que tendrían que ir
a recoger las cosas de Maca al hotel en el que se iba a
hospedar unos días, y se sentaron a charlar sobre lo
sucedido en la sala. Alejandro, Manu, Oliver y Marcos
alucinaban con lo que Alfonso les iba relatando y lo que las
chicas fueron puntualizando sobre los gestos o movimientos
involuntarios del resto.
—Y lo mejor es el bultillo que se le movía al Goteras ese
—dijo Maripuri entre risas—. Si aquí la Chochetilla llega a
contar lo bien que empotra el enfermero, se corre del gusto
y todo, ja, ja, ja.
Joa se puso roja de inmediato, aunque su color podría
pasar desapercibido al lado de la cara de Marcos, quien se
puso tan encendido que podría arder por combustión
espontánea de un momento a otro, y más cuando el resto
de mujeres le hicieron el barrido visual que jamás nadie le
hizo.
—Creo que sería buen momento para ponernos un poco
serios —anunció Alfonso después de revisar el móvil—.
Parece que la jueza tiene más informes de la policía y
nuevos detenidos.
—¿Y eso a nosotras en qué nos influye? —cuestionó
Maripuri mientras le quitaba ese brazo que pasó por el
hombro mientras hablaba—. Dudo que tengamos que ir más
veces, está claro que el abogado ese ha querido desviar el
tema.
—Inma, seguimos siendo testigos —habló Maru con calma
—. En el momento que tengan las pruebas suficientes, no
tendremos que estar yendo y viniendo, pero yo me encargo
de que nos saquen pronto del proceso.
La sonrisa maligna de Maru fue borrada de un plumazo
en el momento en el que Alfonso la hizo partícipe de que
tenían que reunirse con el fiscal y la otra parte a la mañana
siguiente a primera hora. No acabó de decirle eso cuando al
teléfono de la abogada llegó un mensaje de un número que
no tenía en la agenda.
Mañana nos veremos de nuevo, no sabes las ganas que te
tengo. P
Ni siquiera contestó, ya que su cuerpo le hizo saber su
opinión al respecto.
No se me escapa si me ayudas
Llevaban una semana adosadas en la casa de Clara
disfrutando de unas merecidas vacaciones ya que se
dedicaron a visitar las zonas más emblemáticas de Madrid,
fueron a un musical, pasearon en barcas en El Retiro,...
Serían las vacaciones de sus vidas si no fuera porque tenían
a los cuatro pesados haciendo de copias baratas de guías
turísticos con tal de no perderlas de vista, y es que Manu
pasó del lado oscuro a ser el enamorado atento y cariñoso
que asqueaba a ratos a Josi aunque lo toleraba mejor de lo
que confesaría. El único momento en el que se lo pasaban
bien de verdad era cuando los provocaban con los mini
bikinis.
—Tenemos dos mirones a las tres —murmuró Josi desde
su tumbona—. Hoy toca topless, verás que se alejan
dándose de collejas unos a otros.
—Eres mala, Trilli —gruñó Nia entre risitas disimuladas—.
Hoy le tocaba a Maripuri, pero se ha puesto un bañador.
—Pues claro, el pesado anda con nuestra amiga en los
juzgados —contestó con cierta alegría.
Rac vio que Alejandro llegaba en ese momento, así que
con todo el descaro del mundo se puso en pie, se soltó los
lazos de la parte superior con sensualidad y lo lanzó a sus
pies a la vez que hacía una reverencia a los que estaban
escondidos para que el otro viera dónde estaban, lo que
provocó que el policía intentara taparla en primera instancia
y que luego saliera en busca de los babosos que se
deleitaban con los pechos de su morena provocadora.
—Ay, mija, no se vale lo que le haces al pobre —dijo entre
risas Yuri, alias Despiste—. Le hago yo eso al mío, se estira
en mi tumbona y dice que soy un caso perdido, ja, ja, ja.
—Y tanto —contestó jocosa Maca—, mira que hacer que
le mandara un audio fingiendo tu ahogo en el lago cuando
te has quedado de manera voluntaria aquí para perderlo de
vista unos días, ja, ja, ja.
—Mi marido es un santo —suspiró Yuli, la texana—. Si es
que me hizo la maleta y todo cuando le exageré un poco la
situación de todas ustedes.
Las chicas rieron cuando Josi le anunció con mucha
seriedad que el pobre hombre quería disfrutar de la soltería
momentánea y que cualquier excusa le hubiese servido
para montarla en el avión en brazos de ser necesario.
Así las encontró Maru, riéndose de alguna de sus
fechorías, y de eso estaba segura al haber presenciado a
Manu y Oliver perseguidos por Alejandro a través de los
jardines, los dos primeros muertos de risa y justo a Rac
envuelta en una toalla y el sujetador de un bikini en el
césped.
—Ya estoy aquí —anunció con voz cantarina—. Traigo
noticias.
Todas se incorporaron y se mostraron ansiosas. Maru les
explicó que al fin tenían las declaraciones de todos los
acusados y que en breve habría más registros y
detenciones, lo que a ellas no les afectaría si dejaban
constancia de los hechos. Tenían esa tarde para plantear
ella un escrito y añadirlo al expediente.
—Rebobinemos un momento —interrumpió Maripuri—.
¿Tienes que redactar todo y luego ir nosotras?
Maru asintió y todas se pusieron a hablar a la vez,
momento que aprovechó Alfonso para sentarse en la misma
tumbona que Maripuri, susurrarle al oído algo que la dejó
totalmente muda y se quedó ahí como si nada. Necesitaba
comprobar si se tragaban la bola que pretendía meterles la
amiga.
—Un momento —cortó Maru exasperada—. Voy a
presentar el escrito para que el fiscal deje de darme el
coñazo con que son muy necesarias, mañana todas
declararemos y luego cada borreguita a su casita.
—Jo, no quiero que os vayáis —lloriqueó Clara.
—No te preocupes —trató de consolarla Maripuri como
buena mamá gallina—. Sigue en pie eso de que nos visites,
es más, te vienes conmigo y te enseño las preciosas playas
de las que disfruto casi a diario en mis paseos.
—Clara, lo que te ha dicho Inma es cierto —cortó Josi—,
pero aquí hay algo que se os ha pasado por alto y eso que
de leyes sé lo justo y necesario.
Las presentes se miraron entre sí cuando escucharon la
risita de Alfonso y vieron el codazo que se llevó de propina,
aunque luego desviaron la atención a Maru, quien se puso
roja al momento.
»Exacto, aquí la letrada trata de engañarnos —siguió—. El
escrito lo presenta la defensa y la parte contraria, nosotras
somos las testigos, no acusadas. Esta ha quedado con el
tipo para rematar la faena que no pudieron hace años.
—Serás...
—Ja. ja, ja... si es que se veía venir —dijo Nia entre risas
—. No era normal que Alfonso tuviera que esperarte porque
te tirabas media hora en el baño, ja, ja, ja.
Al pobre hombre casi se le cae la mandíbula porque ese
hecho solo lo comentaba con los chicos, por lo que...
—Serán cabrones —masculló en tono demasiado alto.
Al momento se vio rodeado de mujeres, todas de pie con
las manos en la cintura, y algunas con cara de tener ganas
de hacerlo sufrir, y mucho. Tragó saliva de manera ruidosa,
un error en toda regla cuando su fierecilla puso una mueca
que no supo identificar y que a la vez le hizo ver que se iba
a enterar de quién era esa castaña que lo tenía
desconcentrado.
—Ay, Alfonsito, tú vas a contarnos ahora mismo lo que
necesitamos saber, ¿a que sí? —Negó con la cabeza a la vez
que ella se acercaba de manera lenta y se agachaba para
mirarlo a los ojos—. Vamos, cariño, ¿vas a hacerme usar
métodos poco ortodoxos contigo? Recuerda que de nudos
marineros sé un montón, tú decides el uso que les doy.
—Yo... yo no...
Tragó saliva a la vez que intentó cambiar de postura en la
hamaca; le dolían los huevos y tenía la polla tan dura que
podría usarla de martillo. Y todas se dieron cuenta porque
chistaron a Maripuri para que le diera un poco de espacio al
hombre.
—Luego nos ocuparemos de él —le susurró Nia—. Primero
hay que hacer que cante la letrada sus amoríos con el fiscal.
No lo pierdas de vista hasta que acabemos y luego te
ayudamos en lo que necesites.
La sonrisa que puso la castaña provocó que esa vez
Alfonso gimiera. Todas pensaron que de acojone por ser una
mueca bastante macabra, aunque la realidad era otra: se
acababa de correr en los pantalones y sin siquiera tocarse,
como si fuera un puñetero adolescente, y encima le daba
igual porque esa se la pensaba cobrar a base de polvos en
cuanto la tuviera a su merced, estaba seguro de que caería
en sus brazos antes de que se fueran de allí.
—Doña Mantis, o cantas o te ponemos en bucle la
entrevista de quien ya tú sabes.
A Clara le dio la risa cuando vio la cara de susto de todas
hasta que Maca abrió la aplicación donde guardaba las
notas, pinchó un enlace y se lo mostró a la muchacha; hasta
el color se le fue de la cara.
—No hay nada que decir —mintió de manera descarada
—. Este proceso tiene más trabajo, no todo lo que pasa en
sede judicial es como lo veis en las series. Solo tengo que...
—Muy bien —la cortó Josi—, ya que todo es papeleo
aburrido y como me duermo hasta en la ducha, voy a probar
a estar pegada a ti. Lo mismo eso es lo que espabila a mis
hormonas y dejo de estar todo el día en la parra.
La mujer negó con la cabeza, ni loca cargaba con alguna
de esas tiranas, mucho menos con la más sarcástica de
todas ellas por muy buenas caras que le pusieran.
—No pasa nada —intercedió Rac—. ¿No sabéis eso de que
“Si Mahoma no va a la montaña, la montaña baja hasta
donde cojones se esconda Mahoma”? Pues ahora veréis.
Tecleó un mensaje en el móvil y puso su mejor cara de
niña buena en cuanto le llegó la respuesta, volvió a trastear
y por el altavoz se escuchó el pitido de llamada. La
respuesta fue al buzón de voz, así que ni corta ni perezosa
dejó el mensaje:
»Hola, señor fiscal, soy una de las amigas de tu querida
letrada. Te llamo porque nuestra chica se acaba de
indisponer y no va a poder acudir a vuestra cita, la escayola
le llega casi a la cintura. Ya sabes dónde encontrarla,
cenamos a las nueve. Hasta pronto.
El silencio se hizo en el jardín y no era para menos, la
mentira era de las gordas, solo que por la cara que pusieron
dos de ellas supieron el resto que eso se iba a hacer
realidad.
—Joa, tu amorcito no tendrá unas cuantas vendas de esas
de escayola en la mochila de las marranadas, ¿verdad? —
cuestionó Xio, que apenas se metía en nada a menos que
hubiera alguna maldad en ciernes, a lo que la rubia no supo
lo que contestar—. Nia, va siendo hora de que le des un
poco de coba al medicucho. Al menos hasta que
transformemos aquí a la mentirosilla.
Maru intentó refugiarse en la casa aunque no lo logró
porque eran diez contra ella, el que aprovechó el momento
para escapar hasta la casa donde estaban los chicos fue
Alfonso, debería avisarles de lo que iba a pasar, llamar a
Pablo para que aprovechara la oportunidad que le brindaron
sin darse cuenta y pedir consejo a sus tíos para ver cómo
conquistarlas de manera definitiva. El tiempo se les agotaba
y el único que tenía a su chica entre algodones era el
capullo del enfermero porque la del informático era
bastante errática.
En el porche de la casa donde pernoctaban se encontró a
su tía con dos chicas de las que atendían en la vivienda
principal, esperó a que terminara de organizar las tareas de
cada una y le hizo un gesto para que lo siguiera.
—Tía, necesito que nos ayudes de verdad —pidió con
ansias—. El tiempo de esas mujeres se acaba y de verdad
que yo quiero a la fierecilla a mi lado, necesito conocerla,
que sepa cómo soy de verdad. Estoy preparado para hacer
lo que sea.
—Pero es que...
—Por favor, tía —suplicó—. Te prometo que no se me
escapa si me ayudas, llevabas razón cuando me dijiste que
no iba a querer vivir solo para siempre. Es ella, y tú lo sabes
tan bien como yo.
Lidia suspiró mientras miraba al fondo del jardín, donde
estaban todas sus niñas correteando detrás de una de ellas,
porque ya las consideraba parte de su familia aunque se
conocieran de tan pocos días, y asintió con un gesto. Eso le
valió que el sobrino de su marido la cogiera en volandas y
diera vueltas mientras se reía y le daba las gracias una y
otra vez.
Así los encontraron el resto de chicos. Alejandro salió de
la casa bastante contento al haber recibido el mensaje de
su morena a pesar de que era para pedirle el número de
otro hombre. Oliver y Marcos llegaron después de pasar por
la casa principal, ambos con el ceño fruncido porque los
recibieron las tres mujeres que recogió Tomás en el
aeropuerto, les exigieron lo que sus chicas les pidieron y los
echaron del lugar. Manu salió del interior de la vivienda con
el teléfono en las manos, tecleando y gruñendo un “no
puede estarse quietecita de una buena vez”.
Lidia los instó a sentarse todos en los cómodos sillones
mientras ella lo hacía en el balancín, les planteó algunas
maneras de acercarse a las mujeres, las cuales ellos no
vieron del todo claras, así que se le ocurrió quemar un
último cartucho al comprobar que de verdad esa semana
pasada siguieron cada una de las instrucciones que ella
daba a Tomás en consenso con las chicas. Era el momento
de ayudarlos a ellos para que Clara viera hecha realidad la
idea inicial de que esas parejas encontraran el camino.
—¿En serio piensas que nos va a ayudar? —cuestionó un
incrédulo Oliver—. Se supone que han hecho frente común
y...
—De las niñas me encargo yo —cortó Lidia al médico—.
Ya tenéis claro lo que hay que hacer, esta noche es la
primera parte y ya mañana las rematáis.
Los chicos asintieron y se quedaron tranquilos charlando
mientras se tomaban los cafés que Lidia ordenó que les
llevaran.
»Una cosa más, muchachos, llamad a vuestro amigo y
que no venga a cenar —les advirtió—. Las niñas lo estarán
esperando y no es lo que nos conviene. Decidle que con
vosotros puede, pero no os quiero a ninguno a la vista hasta
el momento acordado, ¿ha quedado claro?
Ellos asintieron levantando a la vez las tazas y guiñandole
un ojo a la buena mujer. Estuvieron el resto de la tarde
charlando con calma, recibieron a Pablo entre ovaciones al
verlo relajado y sonriente, encargaron comida a domicilio
para cenar y se fueron al pequeño sótano que tenía Tomás
como zona de relax a jugar a la consola.
Mientras tanto, las chicas pusieron en marcha el desvarío
de plan que entre Nia y Xio fueron puliendo, ambas mentes
juntas eran de lo más creativas, aunque no esperaban que
una mujer con más experiencia, por ende más lista, les
hubiera puesto un palo en la rueda antes siquiera de que
empezaran a pensar.
Llegó la hora de la cena y todas acudieron a la terraza de
la habitación de Maru, por no dejar pasar las palabras por el
filtro boca-cerebro ahora se veían con su amiga sin
movilidad y todas obligadas a acompañarla porque no se
atrevían a bajarla, y el capullo del fiscal no dio señales de
haber escuchado siquiera el mensaje de voz.
—Chicas, ahora cuando venga Tomás le pido ayuda —
volvió a decirles la abogada—. Con un brazo fuerte y la
barandilla seré capaz de bajar.
—No va a venir —musitó Clara para asombro de las
demás—. Lo siento, me pidió la noche libre.
—Pues nada, ya podéis llamar a los maromos para que
traigan unas tijeras para quitarme la mierda esta —gruñó
Maru muy enfadada. Los encierros no los llevaba bien si
eran de manera involuntaria—. Ya he perdido la cita con
Pablo, podéis daros por satisfechas.
—Vamos, confiesa, y estas dos se encargan de convencer
de que nos dejen un bisturí o algo sin que piensen en que es
para usarlos contra ellos —dijo Josi en tono sarcástico
señalando a Nia y Joa mientras el resto reía.
Y Maru les contó que toda esa semana estuvieron
viéndose en el despacho del hombre, con la puerta siempre
medio abierta porque la secretaria los interrumpía cada dos
minutos si cerraban, y que se estuvieron poniendo al día en
todo lo que vivió cada uno por su lado esos años.
Compartieron risas, confidencias, comidas,... Y ella les dijo a
sus compañeras que la vida le estaba dando una segunda
oportunidad a ambos que ella estaba pensando en no
desaprovechar. Total, entre Madrid y Zamora no existía
tanta distancia.
Según pasaban las horas, las chicas se fueron enfadando
porque no vieron a los hombres pulular por la zona, no las
molestaron con su simple presencia, y eso las mantenía a la
expectativa a pesar de todo.
—Creo que es bastante tarde, deberíamos irnos a
descansar —propuso Maca con cierto nerviosismo—.
Mañana tenéis cosas que hacer y nosotras nos vamos a
nuestras casas.
Señaló a Xio, Despiste y Yuli, quienes al día siguiente
cogían un avión con destino a sus países. Se abrazaron un
largo rato y se despidieron hasta el día siguiente:
desayunarían juntas, acudirían al juzgado mientras las otras
ultimaban sus maletas y las recogerían para comer en algún
lugar antes de llevarlas al aeropuerto.
Y ahí empezó la primera parte del plan de Lidia con Clara
de cómplice y Maca como parte implicada y agente doble, y
es que no pudo resistirse a la mirada de la mujer que tan
bien las acogió a todas en esa casa.
¿Ojeras yo? No, ahora se lleva ser
una panda
Bajaron a desayunar entre bostezos y gruñidos, algunas
con unas bolsas bajo los ojos debido a la falta de sueño que
no había corrector en el mercado capaz de tapar esas
sombras. Aun así decidieron no hablar del tema hasta haber
ingerido al menos tres cafés bien cargados.
Alfonso pasó por el lugar y saludó con un gesto sin
pararse, acto que les extrañó a todas y que hizo que
Maripuri mascullara un epíteto poco agradable. A los pocos
minutos fueron Oliver, Manu y Alejandro quienes hicieron lo
mismo que el otro, lo más bonito que se escuchó en la mesa
fue la palabra capullo.
Las mujeres decidieron postergar la conversación de lo
sucedido y más cuando Josi, que fue la última en bajar con
una sonrisa enorme en su cara, les hizo ver que llegarían
tarde.
—Las vemos antes de irnos, ¿cierto? —preguntó Xio con
tono lastimero.
—Claro que sí, mi hermana del mal —respondió Nia
mientras la abrazaba—. No pensarás que vamos a dejaros
marchar sin tener nuestro último rato de risas juntas. Verás
la de cosas que tendremos que contarte, sobre todo de las
caras de los amargados que nos quedan que espantar en
cuanto escuchen nuestros relatos.
—Ay, mija, tienen que darme la receta de estas deliciosas
tostadas —pidió Despiste para asombro del resto—. ¡¿Qué?!
Siempre se me queman, si estuviera aquí mi marido ya
estaría rodando cual bola de billar.
Las risas resonaron en el lugar, lo cual llamó la atención
de Tomás, quien iba pasando de largo para ver si los
muchachos ya arrancaron los coches. Debían salir en menos
de cinco minutos.
—Venga, váyanse —ordenó Yuri cual mamá gallina dos, la
uno era Maripuri—, no querrán que el mozo ese que entró a
hurtadillas anoche se enfade.
Se miraron de una a otra hasta que se fijaron en una
Maru muy roja, la cual se apresuró a intentar salir del salón.
—¡Quieta ahí! —ordenó Rac—. Lo mismo que te hemos
librado de la escayola, te la ponemos y esta vez de cinturón
de castidad. Ahora mismo nos dices de qué son esas ojeras
que no has escondido hoy.
—Lo mismo que las tuyas, no te joroba —masculló Joa con
recochineo, aunque decidió no seguir hablando ante la
mirada matadora que ambas le dedicaron.
—¿Ojeras yo? —cuestionó Maru con chulería—. No, es que
ahora se lleva ser un panda, son las manchitas para formar
parte de ellos. Venga, que llegamos tarde.
Arrancó a andar sin dejar que nadie más interviniera. Más
tarde las pondría al día de lo sucedido con Pablo y el trato al
que llegaron para cuando acabara el tema legal en el que
ambos estaban involucrados.
—Yo me cambio de coche —gruñó Maripuri siguiendo a la
primera, propuesta que de momento secundaron todas—.
Me voy aquí con los tortolitos, no creo que haya nada peor
que aguantar al abogaducho de las narices.
—Yo creo que sí —intervino Josi—, es posible que acabes
vomitando corazones. Los unicornios voladores ya los ve la
Chochetilla, ja, ja, ja.
—Vente conmigo —pidió Nia—. Así el capullo del médico
no insiste en hacerme un reconocimiento.
—¿Que te ha dicho qué? —masculló Maru, parando en
seco en mitad del pasillo—. Le avisé de que no se te
acercara, ya lo pillaré.
Tomaron rumbo a la salida mientras Maca se quedaba con
las otras tres con la excusa de pasar más rato con ellas
mientras preparaban las maletas. Era necesario que dijera
eso ya que empezaba la segunda parte del plan, la primera
la sufrieron sus amigas con las visitas de los patanes que las
despertaron a todas a altas horas de la madrugada desde el
exterior, pero ella no sabía que el quinto elemento entraría
como Perico por su casa en la habitación de Maru.
—Clara, recuerda avisarnos cuando salgáis —le susurró a
la chica.
—Dalo por hecho —contestó en el mismo tono—. Tomás
se queda al final ya que se han organizado para ir apretadas
en los coches.
Se miraron cómplices, se despidieron todas en la puerta y
cada cual se fue a ejercer sus obligaciones: unas las
maletas y las otras su deber como ciudadanas de bien (o
eso quisieron creer).
El viaje hasta el edificio de los juzgados transcurrió en
total silencio en todos los coches porque no dejaron que Joa
se montara con Marcos, quien salió del turno de guardia con
el tiempo justo de ducharse, cambiarse e ir a recoger a su
princesa, y lo dejaron allí en la entrada de la casa.
—Por fin —gruñó Joa al poner un pie en suelo firme—.
Joder, qué mal conduce el abogaducho, con razón Maripuri
no ha querido montarse en su coche.
—De eso nada, ha sido por el recital de poemas verdes
que le dedicó en el balcón —masculló Nia—. No sabemos
cómo subieron, pero después del coñazo que nos dieron,
están los muy cabritos demasiado frescos, yo quiero algo de
lo que han tomado porque estoy que me caigo del sueño.
—Centrémonos en dejar el asunto finiquitado aquí —dijo
Maru al llegar a ellas—, necesito la tranquilidad de mi
pueblo.
Rac y Maripuri asintieron a sus palabras y se adentraron
al edificio con paso firme. Se acabó la tontería y la aventura,
se pondrían serias porque se les fue de las manos la
situación, ya era momento de que todo volviera a su lugar
porque echaban de menos a los suyos.
La sesión de esa mañana fue bastante rápida, las chicas
testificaron sin titubear, mostrando en cada momento un
nivel de claridad que asombró a todo el personal presente
en la sala, lo que hizo que más de una vez los dos acusados
que ellas conocían protestaran de manera reiterada a pesar
de la amenaza de la jueza de salir del lugar ya que ni
siquiera deberían estar ahí al no ser juicio.
Joa fue la última en declarar, lo hizo de manera clara y
concisa, dando más detalles de los que en un primer
momento pensó que captó en el lugar, contando parte del
motivo por el que llegaron, maquillando un poco la verdad
porque dijo que necesitaban unos análisis con urgencia y
revisiones ginecológicas para llevar a la clínica privada en la
que se iban a someter a un tratamiento de fertilidad y que
querían ahorrarse un dinero, algo que hizo reír a los
abogados presentes.
Ante una nueva insinuación por parte de la abogada de la
defensa, en este caso de la enfermera, hizo que Maru
presentara una grabación un poco surrealista que le enseñó
Rac un momento antes. Al ser visionada, un coro de jadeos
y de risas ahogadas inundó la sala, viéndose la magistrada
en la obligación de dictar un receso hasta esa tarde ya que
quería analizar las imágenes con tranquilidad.
—Señoría, creo que ese vídeo no debería ser tomado en
cuenta como prueba ya que ha sido captado sin
consentimiento de mi clienta —protestó por enésima vez la
defensora de Bulldog Trunchbull.
—Veamos, colega —comenzó Maru con tranquilidad—, si
usted va por la calle, tropieza, se cae y se le ven las bragas,
y justo una persona que va cerca capta la imagen porque va
grabando los encantos de la ciudad, ¿esa persona ha
cometido el imperdonable error, delito o como quiera
calificarlo de grabarla sin su consentimiento, o ha sido algo
imprevisible?
—No puedes comparar...
—La respuesta es simple: sí o no —cortó Maru, a lo que la
otra negó de mala gana—. Pues lo mismo le ha sucedido a
mi defendida, iba grabando su paseo por el tétrico pasillo y
se tropezó con la indiscreción de su clienta.
—Hay que tener en cuenta que ella no debería estar en
esa zona —replicó.
—Si nos ponemos a cuestionar la conveniencia de las
cosas, dudo mucho que el pasillo del ala en obras sea el
lugar ideal para que su clienta se ponga a hacer mamadas
al vicegerente del hospital mientras el Consejero de Sanidad
se la casca preparado para meterla en el culito de su
amante, menor de edad, por mucho que ahora traten de
hacernos ver que no lo sabía —soltó Maru con mordacidad
—. Y otra cosa a tener en cuenta, señoría, aquí la letrada es
pariente de dicho consejero. No creo demasiado ético que
se vea implicada en esta defensa, ya que el menor en
cuestión es hermano de su expareja con quien acabó de una
manera un tanto...
—¡Basta! —cortó la letrada—. A la mierda todos, me
rindo, dimito, que se apañen como puedan. Si es que ni
siquiera debería estar aquí, soy una impostora.
La explosión de la mujer pilló a todos por sorpresa, por lo
que guardaron silencio ante un gesto de Maru, quien sonreía
con picardía porque ya sabía lo que iban a escuchar en ese
momento.
»¡No me mires así! —gritó al Consejero, que era su primo
—. Sabes de sobra que el título me lo ha escaneado tu
hermana, si ni siquiera pudieron falsificarme las notas del
último año, he desperdiciado cuatro años debajo de una
mesa para que el quinto sustituyeran al seboso del
secretario por una mujer. Me dijiste que solo tenía que venir,
enseñar las tetas al juez y tendríamos el caso ganado.
Quién me mandaría a mí, con lo bien que se vive sirviendo
copas a ricachones con ganas de que se la chupen en un
reservado.
Y así, maldiciendo y mascullando palabras soeces a la vez
que sacaba de su bolso un pequeño cojín ergonómico y se lo
tiraba a la cara al abogado que tenía al lado, salió la
abogada de Bulldog Trunchbull. Y con esa ya eran tres los
letrados que dimitieron esa mañana, al final tendrían que
tirar del turno de oficio.
—Pues lo dicho, esta tarde nos veremos —masculló la
jueza—, o mañana.
Abandonaron la sala, y las chicas esperaron hasta que
Alfonso y Maru salieron ya que se quedaron comentando
con el fiscal sobre la estrategia que seguiría y si ya podrían
irse hasta que llegara la hora de juicio, necesitaban volver a
sus vidas, o al menos esa era la idea.
—Volvamos a la casa de Clara —musitó Maru en cuanto
se encontró con el resto—. Tenemos que esperar el
dictamen de la jueza, aunque Pablo me ha dicho que hay
pruebas suficientes porque los inspectores encargados han
aportado nueva documentación y esta ha autorizado nuevas
entradas, esta vez a domicilios, así que es posible que nos
llamen solo para hacer acto de presencia a la hora de juicio.
Se encaminaron hacia la salida, que se vio interrumpida
por un grito y pasos acelerados. Las chicas volvieron la
cabeza y al momento se dieron cuenta de lo que sucedía: la
enfermera se les escapó a los policías.
—Ah no, esa tía no se libra como que me llamo Maripuri
—masculló.
—Te llamas Inma —puntualizó Nia jocosa—, y como no
corras, se nos va la pájara.
Se separaron porque después de que Maru estuviera
tantos días por allí, casi conocían las instalaciones por todo
lo que ella les fue contando. La encontró Clara escondida en
un armario de mantenimiento, avisó a las chicas, y entre
todas decidieron jugar un poco con ella antes de avisar a la
policía para que se la llevaran.
—Niñas, ¿no huele raro aquí? —susurró Maripuri desde la
puerta en un tono lo bastante alto como para que la
enfermera la escuchara—. No sé, a algo así como a rata
mojada.
—Rociemos todo de lejía —propuso Joa—. Así las pobres
limpiadoras, cuando vengan, no tendrán que ponerse
máscaras antigás.
Cogieron varias botellas y lo hicieron, con tal puntería
que la salpicaron y eso que estaba tras una estantería. No
les pareció suficiente porque cogieron a continuación un
saco de algo que dejaron unos albañiles que estuvieron dos
días antes reformando un despacho y lo lanzaron a puñados
hacia donde la enfermera estaba hecha un ovillo.
—Vamos, hay que lanzarlo con más brío —ordenó Clara—.
No puede quedar ni un solo hueco libre de polvo blanco.
Un gruñido procedente de la estantería hizo que tuvieran
que aguantar la carcajada que pugnaba por salir, y Maripuri
con un cabeceo ordenó avanzar unos pasos mientras Rac
salió para dar aviso a los compañeros de Alejandro.
En los dos minutos que tardaron los agentes en llegar, en
ese habitáculo sucedieron varias cosas. Clara pudo al fin
vengarse de la enfermera haciéndole lo mismo que ella
cuando llegó al hospital: soltó el moño de la señora, que
estaba trenzado, cogió una pequeña navajita que tendrían
allí para abrir los cierres de algunos recipientes y le dio un
corte que le dejó el pelo en la nuca. Maripuri embadurnó a
la señora en limpiador de pino con ayuda de una bayeta
para que se le quitara el olor a rancio después de dejarla sin
ropa. Y Josi, sin saber ninguna de dónde lo sacaría, la
amenazó con unas pinzas vaginales, al punto de que la
señora se orinó encima cuando se dio cuenta de que
pensaba usarlas.
Nia y Joa observaban la escena mientras trababan la
puerta con su cuerpo, no fuera a ser que estuvieran
demasiado cerca los policías y no diera tiempo a que Clara
se tomara su pequeña venganza.
—Y una cosa más —gruñó Josi en cuanto vieron el
“accidente” sufrido—, como se te ocurra volver a intentar
escapar, estas caricias van a ser nada para lo que nuestras
macabras mentes son capaces de hacerte sin que te quede
una sola marca y sin ser nosotras las manos ejecutoras.
Salieron todas de la habitación en el momento justo,
cuando los agentes doblaban el pasillo. Hablaban todas a la
vez, diciendo que esa mujer estaba como una regadera y
era poco más que una cerda porque las limpiadoras iban a
tener trabajo extra. En cuanto uno de los agentes abrió la
puerta y se quedó blanco como la pared, ellas se alejaron
de allí a pasos cortos para no llamar la atención mientras se
desataba el caos a su alrededor: la enfermera estaba en
pelotas buscando algo con lo que taparse, lo que llevó a los
policías a pensar que pretendía hacerse pasar por una
limpiadora o una indigente porque hasta la trenza la
encontraron tirada en el suelo.
—Os habéis quedado a gusto, ¿eh? —las reprendió Rac
entre risas—. Eso sí, el chaval que ha sufrido la visión de sus
carnes va a estar de baja una temporada, ja, ja, ja.
—No lo sabes bien —dijo Clara con orgullo—. Le hemos
quitado toda la gilipollez con una navajilla y unas pinzas que
ni siquiera sé de dónde han salido.
Todas miraron a Josi, quien se encogió de hombros y
señaló con un gesto hacia la plaza. Allí se encontraba un
Marcos malhumorado y un Oliver rojo cangrejo y no del sol
precisamente, el cual se acercó a ellas dando largas
zancadas.
—Pues sí que viene enfadado el medicucho —masculló
Maru—. Nia, me parece que te toca bajarle los humos.
—¿Yo? No, ni hablar, a ver si te crees que...
—Ahora mismo vais a decirme dónde cojones está mi
maletín y para qué lo queréis —interrumpió Oliver sin mirar
a ninguna en concreto y a todas a la vez—. Y rapidito, tengo
que volver a consulta.
Josi dio un paso adelante con cara de pulpo cabreado, así
que Nia no se lo pensó, se puso delante del médico, colocó
las manos en su pecho y dijo las palabras mágicas:
—¿Volvemos a casa y lo hablamos con calma, cariño?
¿Repetimos?
Llegaron a la casa de Clara entre la incertidumbre de
cómo actuaría Oliver al bajar del vehículo y las risas al ver la
cara de pasmo de Nia al notar que el médico la apresaba
entre sus brazos, la besaba con pasión y se la llevaba casi a
rastras a su coche. Al menos a Maru le dio tiempo a llegar y
sentarse en la parte delantera, que si no a saber si el
capullo del doctor no se la hubiera llevado a otro lugar.
—¡Entremos! —ordenó Oliver cogiendo a Nia de una
mano y tirando de ella.
Josi fue a cruzarse en el camino de ambos, hasta que vio
la cara de auténtico enfado del hombre y Manu la sujetó
para que lo dejara seguir. Lo mejor era que se calmara,
aunque lo que ninguna sabía era que todo eso formaba
parte del plan forjado por Lidia y Tomás. Empezaba la
diversión.
Entraron en la casa y vieron que el médico los dirigía a
todos hacia el jardín, y no lo hicieron esperar porque hasta
los hombres fueron al lugar entre susurros, justo detrás de
las mujeres. Allí se encontraron con la mesa puesta y con
Maca, Xio, Yuri y Yuli esperando a que llegaran, ya que en
pocas horas tendrían que salir de camino al aeropuerto.
Comieron en relativa calma, un poco tensas esperando a
que Oliver abriera la boca, solo que el muchacho se dedicó
todo el tiempo a intentar agasajar a Nia con arrumacos,
pequeños roces, acercándole su cubierto a la boca para que
comiera de su plato,... como todo un caballero de esos de
las novelas históricas que ella disfrutaba tanto en sus ratos
libres.
—Venga, dispara de una vez para que podamos ir a
dormir una siesta —gruñó Josi en cuanto retiraron los platos
y les sirvieron el postre—. Y deja a mi Trilli en paz, no veas si
eres empalagoso. La vas a desgastar con tanta atención,
sobón.
Oliver alzó una ceja y como respuesta pasó un brazo
sobre el hombro de Nia, la cual lo apartó de un manotazo.
Eso de marcar territorio que lo hiciera meando una palmera,
a ella no. Los hombres se dedicaron un pequeño gesto que
Maripuri captó al momento porque estaba atenta a las
muecas que estos iban haciendo cada vez que miraban sus
relojes, supo que se estaba cociendo algo.
—Luego hablamos —dijo Oliver levantándose de repente,
algo que los demás imitaron—, descansad porque tenéis
muy mala cara. Si es que no tenéis edad para estar
trasnochando.
Cruzaron parte del jardín a pasos rápidos mientras se les
escuchaba reír por la chanza del medicucho de las narices,
que provocó malestar y ganas de venganza en las mujeres,
y además de esas en las que la sangre es lo de menos.
—Estos necesitan un escarmiento —gruñó Rac, enfadada
por la indiferencia mostrada por Alejandro todo el tiempo—.
Vamos a pasear antes de que se vayan nuestras niñas,
tengo que hacerme con un par de cosas.
—Yo necesito una siesta —gruñó Josi—, y Maripuri
también.
—Mañana la duermes, ahora toca pasar con las chicas las
pocas horas que les queda en España —ordenó Rac con
seriedad—. Nos vamos de compras.
Todas asintieron sin decir palabra, todas excepto Maca,
quien sabía lo que tramaban en esa casa y tenía que evitar
que las chicas hicieran algo de lo que llegaran a
arrepentirse, y es que en esa comida pudo darse cuenta de
lo que Lidia le comentó la noche anterior: no solo había
tensión sexual entre ellos sino una química inexplicable y
que ella misma compartía con su italiano. Lo llamaría en
cuanto pudiera, lo echaba de menos.
—Maca, ¿vienes o te quedas? —la llamó Despiste—.
Tienes que deleitarnos con tu voz en directo antes de que
nos vayamos, sabes que soy tu mayor fan.
Las risas precedieron a las mujeres en su camino hacia la
salida. Pasaron la tarde en un centro comercial cercano a la
urbanización donde vivía Clara, colmaron a sus tres amigas
americanas de regalitos para que llevaran a las familias y
ellas se compraron algunos modelitos de ropa casi
pornográficos. Lo que ninguna sabía era que Maca tenía a
Lidia informada al minuto de lo que planeaban las mujeres,
la cual ideó al momento un plan de contraataque y para ello
tendría que confiar en que llegado el momento los hombres
no se dejaran llevar por la calentura y no se liara una
trifulca.
La despedida en el aeropuerto fue bastante dura ya que
esas mujeres fuertes y siempre sonrientes lloraron a niveles
que podrían acabar ellas solas con el problema de sequía
que ese año asolaba el país. El momento de cruzar la puerta
de embarque fue el usado por Maca para sacarles una
carcajada ya que se despidió de ellas cantando, lo que
provocó que las otras seis mujeres se apartaran de ella
como si no la conocieran, y es que cantar las sevillanas de
Algo se muere en el alma cuando un amigo se va a golpe de
desafine y matanza de animales varios, no era cualquier
cosa.
—Que alguien acabe con su sufrimiento —gruñó Josi
cuando cantaba el estribillo y Xio, Yuli y Despiste eran
empujadas por las azafatas para cerrar la puerta y escapar
del lugar—. ¡Maca, ya se han ido!
—Qué desaprovechada estoy —suspiró la muchacha—. El
día que descubran mi talento, rechazaré todas las ofertas y
me lo quedaré para quien de verdad lo aprecia.
—No te preocupes, organizaremos una campaña para
lanzarte al estrellato —la alentó Nia—. Vamos a recoger
firmas para que seas la candidata a Eurovisión. Si
Chiquilicuatre quedó en decimosexta posición, ¿quién nos
asegura que no puedas ganar?
Y así estuvieron todo el camino de vuelta a casa de Clara,
con las pullas sobre la voz de Maca y la campaña que iban a
poner en marcha con ayuda de las chicas de Bipos en la
plataforma Change.org.
—Qué silencio hay aquí —masculló Clara al entrar en el
vestíbulo—. ¡Nana! ¡Tomás!
A todas les extrañó que el servicial matrimonio no
estuviera por la zona, siempre andaban pendientes de lo
que pudieran necesitar. A algunas comenzó a extrañarle que
el hombre les cediera un par de coches y no las
acompañara, aunque pensaron que tendría algo que hacer o
simplemente estaba cansado de ir de un lado a otro con
ellas.
—Esto es obra del abogaducho —graznó Maripuri—.
¡Mirad!
Todas siguieron la dirección del dedo acusador de la
pizpireta mujer y lo que vieron las dejó totalmente
noqueadas, bueno a casi todas porque Maca y Clara eran
conocedoras de lo que Lidia pretendía.
—Vuestro sobrino va a ser huérfano de padre desde
ahora mismo —gruñó Josi dando un paso hacia el jardín.
—Quieta, fiera —susurró Rac mientras la sujetaba por un
brazo—. Si quieren guerra, se la vamos a dar a todos.
—Clara, esta es tu casa —comenzó Nia—, deberías...
—Nada, no tiene que mover un dedo —cortó Rac con una
sonrisa maligna—. Vamos ahora mismo a estrenar los
modelitos, no podemos desentonar en la fiesta que se han
montado en nuestra ausencia.
—Pero no son...
—Maripuri, ¿quieres que te coman la tostada en la cara?
—interrumpió Rac de nuevo, a lo que la otra negó—. Pues si
les gustan las mujeres llamativas, vamos a darles lo que
buscan. Eso sí, he visto que tenemos bastantes tíos con los
que socializar, ni una va a saludar a estos.
Subieron las escaleras con decisión y se metieron en las
habitaciones para darse una ducha rápida ya que en diez
minutos quedaron todas en la habitación que ocupaba Joa
para arreglarse. Los cenutrios iban a saber que con ellas no
se jugaba sucio, ni de ninguna otra manera.
A Clara le dio el tiempo justo de mandar un mensaje a
Lidia para que sacaran a todo el mundo del jardín ya que la
arrastraron con ellas. Maca les siguió el rollo y colaboró en
las labores de maquillaje, se le daba bastante bien, tanto
que la alabaron antes de salir de la estancia.
—Maca, vamos, vas a ser la encargada de dejar
constancia a nuestras Bipos de la nueva lección —anunció
Joa con alegría mientras dirigía sus pasos hacia la escalera.
—No le hagas ni caso —pidió Josi—, tantos potingues en
la cara no son sanos.
—¡Rápido, niñas, que la fiesta está en lo mejor!
El grito de Joa desde abajo hizo que dejaran de pensar en
que iban casi como sus madres las soltaron en el mundo,
porque a estas seguro que la matrona las dejó caer al suelo,
y bajaron en tropel. La entrada triunfal, o más bien salida
por ser el jardín, provocó el silencio de los asistentes a esa
cena, cóctel o lo que fuera que estuvieran haciendo. Los
hombres que se congregaban en la zona se colocaron los
paquetes de manera bastante descarada mientras que las
mujeres que alternaban con ellos jadearon al ver que ellas
estaban demasiado vestidas para la llegada de las nuevas
chicas, solo que alguna pensó que serían las bailarinas
exóticas que esperaban.
Ignoraron los gruñidos y codazos de sus pretendientes y
se dirigieron hacia un lateral del jardín, donde montaron una
barra con un camarero que llevaba a cabo todo un
espectáculo en la elaboración de los cócteles. Pidieron el
mismo, uno sin alcohol, porque iban a estar bastante lúcidas
aunque a ratos hicieran ver lo contrario.
El primero en acercarse a ellas fue Manu, quien le retiró a
Josi la copa de la mano y le dio un sorbo, solo que no se
atrevió ni a sonreír ante lo que descubrió porque la mujer le
hizo ver con la mirada lo que le sucedería.
—Aléjate de nosotras —musitó Josi en su oído—. Y como
se te ocurra ayudarlos, avisarles o siquiera lanzar una sola
miradita de esas de machitos, la oportunidad que iba a
plantearme queda descartada. Y la manita relajá, a ver si te
la tengo que cortar con unas pinzas de depilar.
Manu asintió cual corderito y se reunió con los demás
muchachos, se mantuvo cabizbajo y con semblante serio a
pesar de intuir lo que tramaban. Eran mucho los años con
su gallega como para no saber que les esperaba una lección
que no olvidarían jamás.
—Oye, ¿no está tu mujer embarazada? —cuestionó Oliver
mirando a Manu—. Tío, que está bebiendo como las demás,
y ya van dos copas...
—Que haga lo que le parezca —masculló intentando
contener la risa—. Le ha venido la regla esta mañana y
cualquiera la aguanta, así que ese positivo era más falso
que las tetas de la que viene hacia nosotros.
Los hombres fruncieron el ceño porque no era lo que
tenían entendido, y como ni Oliver ni Marcos rebatieron lo
dicho, pensaron que sería una falsa alarma de esas.
Siguieron observando cómo los aguilillas rodeaban a sus
mujeres, ellas se dejaban halagar y les reían las gracias.
—Se acabó —gruñó Marcos—, a mi rubia la saco de ahí
ahora mismo. Se me sudan los cojones de vuestro plan, la
mía está conquistada.
Antes siquiera de que diera dos pasos ya lo tenían
agarrado y buscaron con la mirada a Tomás, quien se
encogió de hombros porque eso no estaba planeado y no
encontraba a Lidia por ningún lado.
Las mujeres miraban de manera disimulada mientras
trataban de que los babosos no les metieran mano, tenían
verdaderos pulpos revoloteando alrededor de ellas.
—Ha sido mala idea esto de bajar medio despelotadas —
gruñó Maripuri mientras dejaba caer su bebida sin querer
queriendo sobre la camisa del que estaba junto a ella—. Y
encima ahí están, pensando si liarse a puñetazos o seguir
mirando los pezones de esas tres que se les acercan.
—Pues sí, los veo muy paraditos —masculló Rac mientras
una idea se le pasaba por la cabeza—. Chicas, seguidme el
rollo haga lo que haga, ¿entendido?
Todas negaron con la cabeza aunque a la morena le
importó bien poco ya que se deshizo de todos los pulpos
con una frase susurrada y el mismo movimiento de
recolocamiento de paquete por parte de ellos, lo que sirvió
para que escucharan los gruñidos de sus hombres, porque
sí, los consideraban de ellas por mucho que les jodiera.
—Clara, llévame hasta el equipo de sonido —ordenó Rac
sin mirar si la seguían o no—. Ya es hora de darle marcha a
este bodrio de fiesta, que no estamos de velatorio.
La pobre muchacha la acompañó hasta el salón, toqueteó
el panel junto al televisor y se lo señaló a Rac, la cual
musitó que en cuanto llegara a casa se compraría una cosa
así porque tenía muchas utilidades. Seleccionó un listado de
música acorde a lo que necesitaba, ya que provocaría que
los hombres espantaran a los nuevo pretendientes, que
fuera por un motivo contundente.
Cuando salieron de nuevo, vieron en un lado a sus
amigas muertas de risa mientras los invitados a la fiesta
tenían ya alineadas varias mesas, sillas y hasta la pértiga
para limpiar el fondo de la piscina a modo de barra vertical.
Fue muy diligente al que le susurró lo que necesitaba para
el numerito especial de la noche.
—Pero qué...
—Ostras, qué guay —canturreo Rac mientras les hacía un
gesto a las mujeres—. Que empiece la función.
Las primeras notas de One way or another, la canción de
la película Bar Coyote, inundaron el lugar, lo que fue el
inicio de la corta carrera como bailarinas de las seis amigas,
porque ni Maca ni Clara quisieron participar, mejor se
quedaban en la retaguardia por si tenían que proyectar la
huida del lugar.
—Qué cojones...
La frase de los cinco hombres se vio interrumpida por la
repentina llegada de Pablo, al cual tuvieron que sujetar
cuando empujó a dos hombres en su intento por acercarse a
la loca de la abogada.
—Jess, ¡baja de ahí ahora mismo! —vociferó Manu muy
enfadado—. No lo hagas por mí si no te da la puta gana,
hazlo por nuestro pulpito.
Josi lo miró entrecerrando los ojos, aunque no le dio
tiempo a contestar.
—Cállate un rato, mentiroso —gruñó Maripuri—, que te
metes en todo menos en la bañera.
Un jadeo general y unas risitas llenaron el lugar, lo que
enfadó más a las mujeres porque no lograban que las
lagartas se fueran sino todo lo contrario, las malditas
estaban intentando aferrarse a los brazos de sus hombres
aunque estos las alejaban a manotazo limpio.
—Pues nada, pasemos a lo fuerte —susurró Rac al acabar
la canción—. Niñas, abajo de las mesas las frikis de Grey, os
quiero en las sillas.
Nia y Maripuri se dieron cuenta al momento de lo que
pretendía hacer esa loca, y aunque tenían menos ritmo que
un tambor roto, darían todo de ellas para acabar de una vez
con ese despropósito.
—Bueno, chicos —se dirigió Rac a su audiencia, quienes
sudaban de manera profusa con los mástiles en todo lo alto
—, ¡¿repetimos?!
Las voces animándolas se hicieron más potentes en
cuando comenzó a sonar una canción más sugerente,
Earned It, banda sonora de la película 50 sombras de Grey,
y Nia, Maripuri y Rac comenzaron a mover sus sinuosas
curvas con sensualidad, dejando un reguero de gemidos
cada vez que mostraban más de lo esperado.
—¡Se acabó!
El grito de Pablo provocó que los demás cogieran a esas
descaradas casi de cualquier manera, las cargaron en
brazos en la posición que pudieron y se las llevaron al
interior de la casa dejando a una Maca partiéndose de risa
grabando que las llevaban a algunas como si fueran sacos
de patatas y a una Clara pidiendo disculpas e invitando a
que se fueran, aunque no lo hizo de manera demasiado
amable ya que llamó a los chicos de seguridad para que
hicieran limpieza.
En la planta superior se escucharon los portazos al cerrar,
todos casi seguidos, lo que arrancó una nueva carcajada en
Maca, quien lloraba de risa mientras se apretaba la tripa,
momento que aprovechó Lidia para hacer acto de presencia
e invitar a las dos muchachas y a un estupefacto Tomás a
tomar algo ligero de cena mientras las parejitas arreglaban
sus disputas de la manera en que vieran mejor.
—Nana, tú sabías que...
—La experiencia, pequeña —la cortó con una risita—. Con
lo poco que las he tratado, me he dado cuenta de que
necesitaban un empujoncito de esta clase. Y van a discutir,
eso tenlo por seguro, pero mañana van a estar todas con un
cutis maravilloso.
No pasó siquiera una hora cuando se escuchó un grito de
Maru en lo alto de las escaleras.
—¡Chicas, reunión urgente! ¡Se avecina otra aventura!
¿Quién de los dos es el macho?
Tardaron en montarse en los coches el tiempo justo de
ponerse ropa cómoda y en una pequeña bolsa que
encontraron en los vestidores metieron algunas mudas.
Salían de manera inmediata a Bretocino ya que los padres
de Maru la llamaron para hacerla partícipe del festejo en
ciernes y del alboroto que ya existía para evitarlo.
En los vehículos reinaba la algarabía de ellas y las
protestas de ellos, quienes se negaron a quitarles la vista de
encima. Lo sucedido en las habitaciones no pasó de una
escena de celos, algunos besos robados y poco más, todos
maldecían la inoportuna llamada y la salida a esas horas por
no esperar a que amaneciera.
—Maru, nosotras nos quedamos en Benavente —advirtió
Maripuri—. Mi espalda no soporta dormir en cualquier lado.
—Eso —secundó Joa desde el otro lado de la pantalla,
iban hablando por videollamada mientras se desplazaban—.
Voy a buscar un buen hotel para todas.
—Podéis quedaros en la casona —respondió Maru con
retintín—. También está la posibilidad de que durmáis en el
camping.
—¿En tu pueblo hay de eso? —cuestionó Joa asombrada
—. Y nos haces saltar un muro, invadir una propiedad
privada y que durmamos entre suciedad y bichos.
—No seas quejica, si te hiciste la remolona en su casa y
apareciste un rato antes que ellas —refunfuñó Josi—. Venga,
¿cuál es el plan para cuando lleguemos?
El cotorreo incesante y las ideas descabelladas
provocaron en los hombres bastante sorpresa porque sabían
de lo que eran capaces, aunque no de que todas esas
mentes juntas podrían gobernar no solo el planeta sino el
universo completo si ellas quisieran.
Las tres horas hasta el pequeño pueblo pasaron casi en
un suspiro, llegaron de madrugada, así que decidieron ir a la
casona y acomodarse como pudieran. La suerte de todos
ellos fue que Lidia era una mujer previsora y en el coche
donde se desplazó, llevó de todo lo que sus muchachas
pudieran necesitar.
—Vamos, Joa, abre —ordenó Nia con una risita.
—No tengo la llave —musitó la otra, hasta que vio la cara
del resto y se puso a negar con un gesto—. Ah, no, ni
hablar, que no me miréis así porque no vuelvo a saltar.
Llamad un cerrajero o empujad, que seguro que nos la
dejamos abierta.
Bufó de indignación cuando las demás se cruzaron de
brazos mirándola a ella y a la casona, anduvo el camino
hacia la parte trasera, saltó el muro y cuando entró en la
vivienda se encontró con todos dentro.
—Seréis...
—Si llevabas razón, se quedó abierta —dijo Josi en tono
jocoso—. Y mira, si hasta el comité de bienvenida nos han
limpiado el lugar y colocado algunos muebles.
Y era cierto, alguien entró cuando ellas se fueron y les
adecentaron el lugar a espera de que volvieran. Se iban a
quedar a cuadros en cuanto supieran quién organizó la
operación lavado de cara.
—Aquí arriba todo está en orden —les avisó Lidia—.
Tendremos que organizarnos para dormir, pero las pocas
camas que hay son amplias para que durmáis tres en una
habitación, somos demasiados y no hay tantos dormitorios
habilitados.
Los hombres comenzaron entre ellos una discusión sobre
que no compartirían lugar con otra persona que no fuera su
mujer, y se quedaron solos en la planta baja porque ellas
subieron, se distribuyeron y se acostaron. Seguro que
recibirían a primera hora de la mañana una visita nada
agradable, que fueran ellos los que abrieran. Al final quedó
una habitación libre, ya que ellas se cerraron con los
pestillos nuevecitos con los que contaban las otras, y unos
tuvieron que compartir cama y ronquidos y los demás
bajarse a probar los sofás.
El amanecer los sorprendió con unos golpes en la puerta,
por lo que fue Alejandro, el que más espabilado estaba, el
que abrió la puerta. Los jadeos y los rezos lo acabaron de
despertar, y fue cuando vio a tres mujeres mayores
mirándolo con la baba caída cuando se dio cuenta de que ni
siquiera echó mano a ponerse el pantalón. Odiaba dormir
con ropa, así que abrió solo con unos ceñidos calzoncillos.
—Madre de Dios, lo que carga el mozo —masculló una de
ellas, que no le quitaba vista del paquete—. Uno así
tenemos que decirle al médico que nos recete.
—Calla, no seas lujuriosa —dijo la más mayor de las tres
—. Al padre no le van a gustar esos pensamientos impuros
que tienes desde que las alborotadoras estas hicieron su
aparición hace unas semanas. Sigue rezando.
—Señoras, perdonen que las interrumpa —cortó Alejandro
la charla para besugos mientras notaba que sus
compañeros de fatiga se acercaban—, ¿qué es lo que
necesitan? No veo que traigan el vaso para pedir azúcar o
un bizcocho casero para que desayunemos.
—Pues... esto... es que se nos ha perdido...
—¡Tú, poli, tápate un poco! —advirtió Rac—. Luego
querrán que les hagas el boca a boca por la taquicardia que
les has causado.
—¡Niñas, que han venido las satánicas de la gallina! —
voceo Maripuri, que bajó al escuchar la inconfundible voz de
pito de la abuela calva—. ¿Las acompaño a la parte de
atrás?
No acabó la frase cuando los hombres las vieron salir
corriendo como perseguidas por una jauría de lobos
hambrientos, a la que vivía enfrente se le cayó hasta la
peluca, lo que provocó las risas en los presentes.
—¿Qué les habéis hecho a esas pobres señoras? —
preguntó Alfonso cogiendo a Maripuri por la cintura y
plantándole un beso a traición—. Buenos días, mi fierecilla.
—Quita, pesado —ordenó dando un manotazo—. Y
buenos días para ti también, empalagoso.
La actitud de la mujer cambió de manera radical ya que
le regañó con una sonrisa en la boca, algo que presenció
Lidia porque estaba preparando algo de desayunar en la
destartalada cocina. En cuanto las mujeres estuvieron abajo
comentando las aventuras y desvergüenzas de las señoras,
desayunaron y salieron de inmediato al bar de Lucio, sería
su primera parada ya que así se lo hicieron saber a Maru,
quien se quedó en su casa a dormir e iría con sus padres.
—Venga, que no tenemos todo el día —avisó Nia con tono
ansioso—. Nos vamos a perder lo mejor porque seguro que
las brujas ya han avisado hasta al alcalde de que estamos
aquí.
—No te preocupes, sin nosotras no van a empezar —trató
de calmarla Rac—. Además, somos las damas de honor a
pesar de que no nos hayan invitado.
—Eso se avisa, no he traído nada decente.
La protesta de Joa sacó una risa a todos los presentes, y
es que los hombres seguían en estado de shock por ver a
esas mujeres más relajadas que de costumbre, lo que les
divertía a la vez que comenzaban a conocerlas mejor.
—A ver, Chochetilla —habló con calma Josi—, ¿en serio
crees que aquí, en Tractorlandia, se van a fijar en si llevas
un vestido de marca o un vaquero del año de sus
antepasados? Relájate, anda, que venimos para que Lucio
se lo pase bien después del mal rato que le han dado los
retrógrados estos.
Joa frunció el ceño porque no entendía a qué se refería su
amiga con eso del mal rato, algo que iba a averiguar en
menos de cinco minutos, el tiempo que tardaron en recorrer
las dos calles que las separaban del bar de ese hombre que
las trató tan bien en su anterior visita.
—Cuchi qué pollas, si está ahí todo el pueblo concentrado
—masculló la rubia al doblar la esquina.
—No es muy difícil eso teniendo en cuenta que son cuatro
gatos, dos perros, las viejas, nuestros colegas de juerga y
algún visitante de último momento —enumeró Maripuri
entre risitas.
—Y no te olvides de las gallinas y las plantas aromáticas
ilegales de las viejas —replicó Josi riendo.
—Estás hablando de...
—Exacto, mi querida Maca —respondió Nia—. Se ve que
las galletas les salen más ricas si la aderezan con
marihuana, ja, ja, ja.
Las mujeres se acercaron con decisión al lugar mientras
iban señalando a Maca y a Clara quién era cada uno de los
presentes delante del bar de Lucio con pancartas, aunque
estaban en silencio. Les iba a durar el tiempo de que ellas
se sentaran en algunas de las mesas. Los hombres las
seguían de cerca, observando a los parroquianos con algo
así como una sonrisa porque tenían claro que sus mujeres
sabían algo que ellos no, y que si estaban en ese lugar era
para dar una lección a los habitantes del lugar.
—¡Lucio, tráete unos cafelitos! —voceó Maripuri en
cuanto comenzaron a acomodarse—. Y ni se te ocurran traer
las magdalenas esas como las que tiene tu vecino de
enfrente, mejor las guardamos para otros menesteres.
El hombre salió al escuchar la voz de la más mayor de
esas mujeres que estuvieron unas semanas atrás en el
pueblo, y lo que hizo dejó a todos descolocados: se abrazó a
Maripuri llorando y entre hipidos le hizo saber lo feliz que
estaba de verlas allí a todas, que eran el mejor regalo de
bodas que la vida le estaba brindando.
Se miraron todas extrañadas al ver que Maripuri no lo
separaba de su cuerpo. De todas ellas era la menos
cariñosa, pero sí que empatizaba demasiado con el
sufrimiento ajeno, y eso les dio la pista de que ese hombre
estaba al borde del colapso o del vecinicidio. Un gruñido por
parte de Alfonso, y el que se acercara demasiado y le diera
un toque en el hombro a Lucio, fue lo que acabó con el
momento de debilidad de ese recio hombre, volvió a poner
su pose de tipo fuerte y calmado y entró a ponerle cafés a
sus chicas, y los colacaos para sus dos morenitas.
Se acomodaron y la imagen era curiosa porque los
hombres se sentaron entre ellas de manera que estaban
pegados a las que consideraban sus chicas, porque de ese
pueblo se iban a ir con una proposición en firme. Si es que
Tomás les dijo que tenían que aprovechar que de una boda
salía otra, qué más daba si eran seis compromisos. Y sí,
Pablo estaba entre ellos, tuvo poco problema para pedirse
las vacaciones que tenía pendientes desde años atrás.
—Siéntate con nosotras —pidió Maru en cuanto Lucio
acabó de servirles—. Cuéntanos qué problema tienes
porque mis padres anoche me urgieron a venir. Me dijeron
que vas a casarte si los cenutrios estos te dejan.
—Es más complicado de lo que parece —musitó hastiado
el hombre—. O al menos a mí se me hace un mundo.
Les relató que en el momento en el que se enteraron de
que tenía pareja y planeaban casarse en la capital, lo
convencieron de que no era necesario, que el mismísimo
alcalde oficiaría la ceremonia y de manera gratis, lo cual
consideró todo un detalle al no haberse ido de joven del
lugar y haber regentado por tantos años el bar del pueblo.
Siguió narrando los preparativos que las viejas le echaron a
perder el día anterior ya que con uno de sus espectáculos
ahuyentaron hasta a los del catering, que a pesar de ser
pocos los invitados, iba a hacer algo espectacular que el
pueblo no pudiera olvidar durante años.
—Pues no le veo el problema al tema —musitó Joa—. Todo
es para ellos porque el del camping gana con tus invitados y
las viejas se pueden llevar fiambreras con comida que en su
vida han visto al no salir de esta aldeílla.
—Si todo iba bien hasta que se presentó mi pareja sin
avisar —gruñó el hombre poniéndose rojo al recordar lo
sucedido—. Creo que se escandalizaron un poquito por el
beso que me plantó justo donde están ahora todos.
Los presentes se miraron entre sí, y aunque las mujeres
negaron con gestos de manera bastante efusiva, los chicos
las cogieron casi sincronizados, las sentaron en su regazo e
intercambiaron saliva como para engomar miles de sellos.
No se escuchó ni una mosca, bueno, solo la protesta de la
vieja calva porque trataba de taparle los ojos a su sobrino,
el cual aplaudía el acto.
—Pues no se han escandalizado mucho —hizo ver
Maripuri después de carraspear.
—Si aquí los prejuicios no lo tienen con vosotras aunque
no seáis santos de su devoción —gruñó—, lo tienen con
Perico y conmigo.
Una carcajada por parte de Maru dejó al resto de los
presentes descolocados, eso y que se puso a balbucear
cosas inconexas mientras señalaba de Lucio al resto de
parroquianos y vuelta al pobre hombre. Los padres de Maru
mantuvieron la compostura todo el tiempo tratando de no
hacer como su hija porque en la cara del camarero se
notaba lo incómodo que estaba, y eso que todavía ella no
sabía más de su Perico.
—Venga, ¿tan malo es que quieras casarte con un
hombre? —cuestionó Josi, quien ya le daba vueltas a una
idea y tendría que pedir ayuda a los padres de su amiga.
—No lo sabes tú bien —logró decir Maru entre risas—. Y el
remate ya sería si alguna de las muchachas casaderas, o
sea yo, trajeran a un chico negro. No sabes lo cerrados que
son.
Todas vieron que Lucio enrojecía más todavía y se
encogía sobre sí mismo.
—No me digas que...
Ante el asentimiento del hombre a la pregunta no
formulada de Nia se desató el verdadero escándalo porque
mientras que Maru se tiraba de la risa de manera literal por
el suelo, las demás empezaron a farfullar maldiciones
mientras se ponían de pie para sujetar a Maripuri, la cual
dijo que el baño de mierda les iba a parecer un juego de
niños para lo que pensaba hacerles.
En cuanto pudieron calmarse, se fijaron en los trozos de
tela que se apañaron las viejas, y leyeron una que las
indignó tanto que respondieron como se esperaría de ellas.
—Eh, tú —llamó Rac al alcalde—, ¿me haces el favor de
leerme lo que pone en la guarrada esa que llevas en las
manos? No me he traído los prismáticos, tiene las letras
igual de diminutas que tu pene.
El hombre ni siquiera escuchó lo último de tan enfrascado
que estaba en intentar manejar el palo para leer sin perder
ni un ápice de su compostura como regidor y máximo
mandatario.
—¿Quién de los dos es el macho? —leyó en voz bien alta
y con orgullo.
—Desde luego tú no si tu mujer es a la que vimos anoche
salir de la casa del catalán a hurtadillas —gritó la madre de
Maru—. Seguro que mi perrita es más hombre que tú en
algunos menesteres, vago de mierda.
—¡Mamá! —la reprendió Maru mientras las demás volvían
a reírse.
La mencionada se retiró poco a poco del lugar ya que se
coló en esa casa por otros motivos que mejor sería no
desvelar, y con un gesto ordenó a las tres viejas que
callaran y no contestaran o saldrían perdiendo contra las
pijas.
—Lucio, vamos dentro —ordenó Josi—. Tengo algo que
proponerte y supongo que disponemos de poco tiempo,
¿verdad?
—Justo iba a llamar a los invitados para anular todo,
mañana no hay boda.
La pena del hombre conmovió a todas, aunque si en algo
conocían a Josi, estaban seguras de que ya tenían un plan
en mente. No por nada era una de las mejores chef de alta
cocina en la zona gallega aunque en ese momento estuviera
volcada en su trabajo como escritora de éxito. La
planificación de eventos era uno de sus puntos fuertes y
junto a Nia y Joa harían algo digno de recordar por años.
Pasaron un par de horas charlando sobre lo que
pretendían hacer, se organizaron para ir un grupo a Zamora
a por todo lo que iban a necesitar mientras que los demás
se encargarían de engalanar la zona donde iban a celebrar
el evento, que no iba a ser otro que la plaza, y ya podía el
alcalde llamar al ejército porque no se saldría con la suya.
—Pues ya solo nos falta quien oficie la ceremonia —
musitó Josi mientras se frotaba la frente—. Si queremos que
sea legal vamos a tener que buscar a otro alcalde.
—¿Os sirve un juez? —preguntó Pablo, quien se mantuvo
todo el tiempo en un segundo plano. Al ver el cabeceo de
asentimiento por parte de las chicas, estuvo tecleando
durante unos minutos y una sonrisa preciosa transformó su
rictus serio—. Solucionado, mañana tenemos aquí a la
oficiante.
Las chicas aplaudieron de alegría y Maru se dejó llevar
por la emoción del momento y le plantó un buen beso sin
pensar en que sus padres la observaban con atención.
—Pues ya que está todo solucionado y antes de que nos
dividamos —comenzó Maca—, ¿podemos conocer ya al otro
novio? Tengo curiosidad por saber si se parece en algo al del
meme del WhatsApp.
La madre del cordero
Les costó trabajo a las mujeres salir del bar a pesar de los
gruñidos de los hombres, quienes desconfiaban de que el tal
Perico fuera homosexual ya que hasta ellos se lo follarían,
por lo que no dejarían a sus chicas demasiado tiempo a
solas con el tipo. Estaban en la última fase del plan según
Tomás, esperaban que fuera así.
La actividad durante todo el día fue frenética y a veces se
veían interrumpidas por alguna de las marujas del lugar,
que se acercaban a cotillear y a increparlas por ayudar a los
raritos, las palabras más suaves que salían por las bocas de
esas carcamales era que tirarían a Lucio de cabeza a una
acequia a ver si el golpe le devolvía la hombría. Josi dio
orden a todas de no contestar ya que esa noche les darían
una buena lección.
En cuanto el sol se puso, las calles del pueblo volvieron a
su calma habitual ya que lo más normal en un día
cualquiera era no encontrarte ni al gato callejero, algo que
siempre les llamó la atención del lugar porque Maru más de
una vez les hizo vídeos de los paseos de Danny, y en todas
y cada una de las ocasiones veían un pueblo fantasma.
—Parece que ya se han cansado de incordiar —masculló
una enfadada Maripuri—. Un poco más y las cuelgo de las
sogas como guirnaldas.
—Yo he estado pensando en empujarlas a la parte de
atrás para que Josi las cocinara y se la sirva al resto de
vecinos como si fueran un manjar exquisito —gruñó Nia—.
Tenemos que beber de la misma agua que todas estas, vaya
energía.
—No es lo que beben, es con lo que aderezan las comidas
—suspiró Maru cansada—. ¿Os parece si dormimos unas
horas y a las cuatro nos vemos aquí?
Todas estuvieron de acuerdo en irse a dormir, aunque
antes necesitaban una ducha y justo tuvieron a los hombres
entretenidos en la adecuación de la casa para poder
hacerlo. Lo que no sabían era que estos aprovecharon el
viaje a la capital para hacerse hasta con personal que por
un extra les dejaron la casa irreconocible en tan solo unas
horas. Ni los gemelos esos de las reformas de la tele tenían
una cuadrilla tan rápida.
Al entrar las chicas en la casona casi se les cae la
mandíbula al suelo de la impresión. No vieron a ninguno de
los chicos, pero intuyeron que estarían repartidos en las
habitaciones.
—Eso de que nos duele de la cabeza va a ser que no —les
soltó Josi señalando una caja de analgésicos que les dejaron
en una mesita muy mona junto a las escaleras—. Estos
tienen las expectativas muy altas.
—Pues yo me duermo aquí mismo —anunció Maripuri
dejándose caer en el sofá para levantarse de nuevo de un
salto—. Pero qué cojones...
La vieron manipular los monísimos cojines hasta que de
ellos sacó diferentes artilugios: desde cubiertos hasta
piedras de diferentes tamaños. Se rieron porque daba igual
lo que ellas pensaran, ellos ya tenían la réplica preparada.
—Clara y yo nos vamos a nuestro zulo —anunció Maca al
ver un cartel con sus nombres en la puerta de una
habitación bajo la escalera—. Al menos no vais a
molestarnos con vuestros gemidos.
Las demás se asombraron al meter la cabeza por el
hueco de la puerta y ver la preciosidad de dormitorio que
montaron en ese lugar del que ni siquiera se dieron cuenta
que existía.
—Nos podíamos quedar aquí —insistió Maripuri—. ¿Me
hacéis un hueco? Sé que ronco más que un oso, pero solo
un rato.
Maca la empujó hacia la salida mientras Clara hacía lo
mismo con Nia, quien casi se escondió bajo la cama.
—Hale, haced como la Chochetilla —ordenó Maca—, tirad
a vuestras habitaciones y os apañais como podáis. Total, os
van a desestresar a base de polvos, ja, ja, ja.
Les cerraron la puerta en las narices y se quedaron
pensando en las últimas palabras de la sevillana, fue
cuando cayeron en la cuenta de que la desertora se les
debió escaquear en busca de su enfermero en algún
momento. Subieron las escaleras como si fueran un preso
condenado a muerte cruzando los últimos metros del
corredor hacia su destino final.
La frase que se escuchó en toda la casona fue la misma,
estaban sincronizadas hasta para eso.
—¡La madre del cordero! —gritaron a la vez—. ¿Dónde
tenías escondido eso?
Lo que pasó en la intimidad de las habitaciones no os las
imaginéis porque todas se rieron de la pinta tan ridícula que
tenían con los tangas esos de la trompa de elefante, que les
daban una pinta ridícula y eran el anti morbo, se ducharon y
se acostaron sin siquiera fijarse en que los pobres se
quedaron tal y como las madres los trajeron al mundo,
aunque bastante más creciditos en todos los sentidos.
Los ronquidos de Maripuri pusieron la banda sonora a la
silenciosa noche, donde los hombres no pegaron ojo al tener
a las chicas pegadas a sus cuerpos y ellas durmieron a
pierna suelta debido al cansancio acumulado.
Con solo unas cuantas horas de sueño en el cuerpo,
salieron de manera silenciosa de la casona ya que era el
momento idóneo para preparar las trampas anti sabotajes,
tenían claro que las satánicas y sus acólitos tendrían algo
pensado, y no se equivocaron. Al llegar a la plaza vieron al
idiota del alcalde con un palo dándole a las guirnaldas como
si estuviera vareando aceitunas. Maru, desde el lado
contrario, les pidió silencio con un gesto y les señaló con la
cabeza hacia la derecha, donde observaron los sacos de
harina ya abiertos. Al parecer Lucio se tomó en serio eso de
aprovecharla para menesteres divertidos y cuando miraron
sobre sus cabezas descubrieron el nuevo sistema, que
mancharía el suelo, pero no haría peligrar el resto de
adornos.
—Vaya, vaya, ¿a quién tenemos aquí? —habló Maru
mientras salía de la oscuridad del edificio del bar—. Si está
su Ilustrísima trabajando...
—Niñata, vete a dormir —espetó el hombre sin dejar de
hacer aspavientos—. Mierda de esto, para ser mujeres lo
habéis puesto demasiado bien.
Todas jadearon al escuchar las palabras del machista de
las narices, no se iban a arrepentir de lo que sucedería a
continuación.
—Un poco más a la derecha —ordenó Maru, haciendo al
hombre parar y mirar hacia donde le señalaba—. Si quieres
romper cosas, es ahí donde lo haces.
El hombrecillo observó el lugar y una sonrisa le cruzó la
cara, pensó que era bastante cortita de mente si le decía el
punto clave para acabar con todo de un varazo.
—Un momento —lo llamó Josi—, tienes que utilizar esto.
La vara esa que llevas en las manos no te va a servir para
nada, solo para cansarte.
Le tendió un palo con una punta al final y con un
movimiento le indicó cómo era mejor usarlo. Confiado como
estaba, no se paró siquiera a analizar la situación e hizo
caso de todo lo que le dijeron ya que lo fueron guiando
hacia el lugar exacto donde tenía que realizar la maniobra
de destrozo.
Los gritos del pobre diablo se escucharon hasta en
Benavente, un pueblo cercano, y es que entre las guirnaldas
colgaron pequeños globos llenos de sustancias varias que
iban desde harina pasada con sus pequeños bichitos hasta
agua del pozo ciego de Venancio o una mezcla pegajosa de
dudosa procedencia.
Al huir cual rata pestilente, las risas se desataron en el
lugar hasta que Lucio encendió las luces de su bar y las
invitó a entrar.
—Uno quitado de en medio —anunció Maru entre
carcajadas—. Vamos a ver lo que tardan el resto porque no
nos da tiempo a ir hasta sus huertos.
—No os preocupéis —les dijo Lucio—, tenemos esto para
que probéis vuestra puntería.
El hombre llevaba en las manos varias hondas, señaló las
magdalenas duras que nadie se comía, y que su vecino de
enfrente aumentó con las propias, y unos pequeños globos
que sobraron después de haber perimetrado toda la plaza
con ellos. Los que pinchó el alcalde eran los menos, el resto
estaban preparados para caerles encima en el mismo
momento en el que fueran a incordiar, solo debían tirar de
una cuerda que estaba junto al lugar donde se oficiaría la
ceremonia.
Se tomaron el café charlando sobre lo que faltaba por
preparar, que no era otra cosa que elegir la música, así que
estuvieron confeccionando una lista en Spotify para solo
tener que conectar el móvil de Josi al equipo central. Casi
media hora después del primer suceso, notaron un
movimiento justo enfrente de donde estaban sentadas,
sacaron un par de mesas del local para estar al fresco de la
madrugada.
—Atención, vienen a buscar la famosa gallina —susurró
Maripuri.
—Ahora me toca a mí —anunció Maca—. Me voy a aquella
esquina oscura. Da igual lo que escuchéis, no os descojonéis
hasta que no huyan.
Se escabulló agachada y con mucho sigilo, tanto que ni
siquiera supieron si llegó a donde les señaló hasta que
escucharon un sonido muy característico: el cloqueo de una
gallina medio afónica.
El avance del trío de abuelas se detuvo en seco y miraron
hacia donde se escuchaba el sonido del animal, que parecía
moribundo o que estaba siendo atacado por alguna
alimaña, y las chicas pudieron ver cómo se alejaban de la
plaza con caras pícaras hacia donde estaba escondida
Maca.
—Pita, pita, pita —escucharon en la negrura—. Ven aquí,
gallinita, tengo un corral muy cómodo y un gallo jovencito y
lozano.
Las amigas se pusieron las manos en la boca para retener
la carcajada, y más cuando el sonido procedió de la zona de
enfrente a donde estaban. Sí que era rápida la sevillana
moviéndose porque no se dieron cuenta del momento en el
que lo hizo.
—Puñetero bicho, ¿dónde te metes? —gruñó otra de las
abuelas—. A la olla vas a ir a parar en cuanto te pille.
El sonido de un mensaje las hizo mirar hacia Nia, quien
abrió de inmediato la aplicación y les enseñó a todas lo que
ponía:
En cuanto estén en el abrevadero ese, tirad a dar
Cogieron los artilugios que les facilitó Lucio un rato antes,
él les acercó las cajas de magdalenas y se prepararon. Le
bastó a Maca tan solo diez minutos llevarlas hasta donde
quería sin que ellas se dieran cuenta ya que las paseó de un
lado a otro.
El cacareo seguido de la risa de la sevillana fue lo que dio
el pistoletazo de salida a la nueva práctica que se
instauraría al poco tiempo en Bretocino: lanzamiento de
magdalenas con nocturnidad, alevosía y mucha puntería.
Los chillidos de las mujeres, precedida por el chapoteo al
caer todas dentro de la fuente delante del edificio del
Ayuntamiento, fue lo que provocó que estallaran las mujeres
al fin en carcajadas a la vez que Lucio gritaba que tres
menos.
El amanecer las sorprendió riendo todavía de lo hecho
por la sevillana, la cual se mostraba algo avergonzada
porque su comportamiento normal no sería ese, aunque
reconoció que se sintió muy bien cuando las vio huir de allí
sujetándose las largas faldas que se pusieron las señoras
pensando que, de verlas alguien, nadie las reconocería.
Los primeros clientes de Lucio, el Marqués, el Estudiante
y el Fraile, llegaron a pesar de saber que ese día el hombre
no abriría, pero el camarero les sirvió encantado el
desayuno mientras las chicas relataban lo que hicieron. Los
hombres tomaron nota porque aplicarían esa técnica en sus
huertos.
—Bueno, es casi mejor que nos vayamos —anunció
Maripuri—. Tendremos que ducharnos y prepararnos para
volver. El refuerzo llega sobre las doce.
—Nosotros os ayudamos a lo que queráis —ofreció Sebito
—. Bueno, en cuanto acabemos con las tareas.
Las chicas se miraron entre sí y con un gesto llegaron a la
misma conclusión. Aceptaron el ofrecimiento, ya que si algo
tenían claro era que esa pandilla de homófobos no se
rendiría hasta salirse con la suya. Les contaron a los
hombres lo que necesitarían de ellos y estos dijeron que
llamarían a unos amigos del pueblo de al lado para ser más,
la diversión estaba servida.
Sois unos aprovechados, pero sí,
queremos
Las mujeres llegaron a la casona y se encontraron con
que los hombres ya no estaban en el lugar, Joa llamó a su
enfermero y no fue capaz de localizarlo. Maru intentó lo
mismo con Pablo con la excusa de preguntar a la hora que
llegaría la oficiante, y ni siquiera le daba señal.
—Tomás, ¿sabes dónde están los chicos? —preguntó
Clara a su chófer, el cual puso cara de estreñido—.
Necesitamos que...
—¡No están! —cortó a su jefa—. Tuvieron que salir por no
sé qué historias de unas guardias.
—Si están de vacaciones —masculló Joa—. Marcos me
dijo que...
Al guardar silencio, todas las rodearon para que finalizara
la frase. Joa se resistió hasta que Josi se señaló la tripa y la
miró con los ojos del gatito de Shreck, lo que ablandó a la
rubia a pesar de saber que todo era un papel. Les contó la
conversación que mantuvieron la noche anterior en la que
su chico le confesó que estaban preparando un regalo muy
especial para los novios y que seguro que a ellas les haría
ilusión. Las demás la interrogaron y le echaron en cara que
tan cotilla que era para algunas cosas y que para lo
importante pasaba del tema. Acabaron discutiendo hasta
que Rac las llamó y les tendió su teléfono: en la pantalla
observaron un punto rojo moviéndose dirección Zamora.
—Esto es...
—Nada, un truquito para tenerlo localizado en ocasiones
como esta —cortó a Maripuri—. Vayamos a ducharnos y
vestirnos, lo que sea que estén preparando va a tener una
respuesta ingeniosa e improvisada. Vamos a dejarnos llevar.
Todas hicieron caso a Rac, era la que siempre veía todo
de manera fría a pesar de tener un carácter explosivo, toda
ella representaba calma y tranquilidad cuando era más
peligrosa que un volcán activo, y es que sus salidas de tono
con su amplia sonrisa puesta en la cara eran para echarse a
temblar.
Todas se fueron a sus habitaciones, por lo que Clara
aprovechó que Maca y ella estaban en la planta baja para
buscar a Lidia y averiguar cuál era el siguiente paso a
seguir, solo que no la localizaron ni siquiera en el
destartalado huerto trasero.
—Venga, vistámonos y subamos a arreglar a las chicas —
ordenó Maca—. Ya nos dirán lo que sea, pero que estos la
van a cagar como traigan anillos.
—¿Tú crees que se atreverán?
—No sé qué les ha dado porque no las conocen apenas —
murmuró Maca—, pero se ve que están tan encaprichados
que piensan con el cerebro inferior. Los móviles los
tendremos cerca porque va a ser un momento inigualable,
ja, ja, ja.
Las chicas se metieron en la casa sin darse cuenta de que
Maripuri las estaba escuchando mientras se fumaba un
cigarro en la ventana. Era muy raro que tirara de nicotina en
su vida diaria ya que lo dejó años atrás, sin embargo, en
días de nervios, necesitaba aspirar ese humo tan tóxico
para el organismo y que a ella la calmaba.
Se ducharon y vistieron lo más rápido que pudieron ya
que tenían que volver a la plaza para ir recibiendo a los
invitados de Lucio y Perico, solo que antes se reunieron en
la habitación de Maripuri, quien puso en alerta a las otras
cinco sobre las dos topas con piernas que estaban
ayudando a los hombres.
—¡Ya estamos listas! —gritó Clara con excitación. En la
vida encontró amigas tan divertidas y con tan buen corazón
—. ¡Tomad!
Les tendió unas bolsas de una reconocida marca de
joyería que ninguna se atrevió a coger hasta que la
muchacha puso morritos e hizo como que se limpiaba una
lágrima de decepción. Sería lianta.
Abrieron sus paquetes y cada una se encontró con una
preciosa pulsera de plata con el símbolo del infinito. Clara y
Maca mostraron sus muñecas para hacer ver al resto que
ellas llevaban una igual.
—Sé que nos quedan solo unas pocas horas juntas
porque se os acaban las vacaciones y yo debo volver a mi
vida —comenzó a decirles—, pero quería que todas
tuviéramos algo de estos días con lo que recordar que tengo
verdaderas amigas en varios puntos de España, más bien
del mundo porque me considero una más. No sé cómo
agradeceros todo lo que habéis hecho por mí...
Un sollozo interrumpió las sentidas palabras de Clara, y
del silencio pasaron a la risa absoluta cuando vieron que
Josi, la más dura de todas, era la que lloraba hasta con el
moquillo saliendo de la nariz. Más tarde, al pensar en esa
reacción, le echarían la culpa al cóctel de hormonas que
sufría la gallega por culpa del embarazo.
—¡Se acabó el sentimentalismo! —Llamó la atención Nia
de una palmada—. Tenemos trabajo por hacer y una boda
que disfrutar, ¡marchando!
Clara, Maca y Joa obraron su magia en la cara de las
demás, bajaron la escaleras como si las persiguiera el diablo
y salieron de la casona sin percatarse de que los coches ya
estaban llegando por la esquina opuesta, lo que le dio a los
chicos una pista de lo despistadas y eufóricas que se
encontraban.
Pasaron solo un par de horas antes de que las tres beatas
aparecieran por la plaza de nuevo, y por las pintas que
llevaban cualquiera diría que iban a meterse en las
trincheras en medio de un bombardeo. Iban vestidas de
manera ridícula a la vez que divertida, tanto que Maripuri
hizo una seña a Sebito y los amigos para que las dejaran
acceder, total, los invitados tardarían al menos una hora
más en hacer su aparición.
Las tres mujeres cruzaron la plaza con desconfianza
aunque con paso firme, no por nada portaban un trozo de
sábana de encaje fino en un palo en forma de bandera de la
paz, y las chicas las esperaron a un par de metros de la
entrada del bar de su nuevo amigo.
—Queremos llegar a un acuerdo —voceó la cabecilla—:
dejamos que las dos aberraciones hagan el paripé y
nosotras a cambio les aplaudiremos y todo.
—Mal empezamos —gruñó Josi, que era la única que
permaneció sentada con su zumo en la mano—. Ellas dan
bien por el culo y encima son las pobrecitas.
Las demás guardaron silencio hasta ver si decían algo
más, lo que animó a la segunda de ellas, la que les habló de
manera más educada ya que puso como excusa que tenían
tan asimilados los conceptos de la Iglesia que ellas no
lograban concebir que algo de eso sucediera en su pueblo y
con el miembro al que siempre se señaló por ser un
puterillo, o al menos es lo que el alcalde les hizo ver cuando
les comentó en una reunión que Lucio frecuentaba el club
de carretera cercano, que él mismo lo vio.
—No, si al final el cura y el alcalde serán los corruptores
de mentes inocentes y seniles —soltó Josi con sarcasmo a la
vez que se ponía en pie—. Acabemos de una vez con esto,
vayan a su casa, se ponen sus mejores galas y no los
harapos esos que usan para cuidar las plantas con las que
aliñan las galletas, se peinan las pelucas y se vienen. Pero a
la que se le ocurra sabotear la boda de estos dos, de cabeza
la tiro a la primera acequia que pille, ¿estamos?
Las mujeres pusieron una enorme sonrisa en la cara a la
vez que repetían una y otra vez la palabra gracias, se
retiraron del lugar con la misma agilidad que la primera vez
que las vieron y Josi se sentó a acabarse su zumo con
calma.
—Hay que joderse —musitó Rac—, aquí la Trilli sangrienta
cediendo ante Satán y sus acólitas.
—Es la buena acción del año —murmuró con desgana—.
Total, ya que las vamos a tener de fisgonas, al menos que
estén controladas y así poder actuar de inmediato si
intentan algo.
—Bien visto —dijo Rac después de valorar sus palabras—.
Una cosa más, los patanes estos ya han vuelto y vienen
hacia nosotras. Atentas porque sé que algo han ideado
aunque las dos traidoras estas no hayan dicho nada.
Al señalar a Clara y Maca, estas pasaron de la sorpresa a
la vergüenza en menos de un segundo, solo que le temían
más a Lidia y sus métodos de emparejar. No cambiarían de
bando por si acaso.
Marcos y el resto aparecieron en el lugar en menos de
dos minutos y fue Joa quien salió corriendo entusiasmada a
recibir a su chico sin importarle los gruñidos de
desaprobación de las demás.
—¡Lucio, un cafelito! —Pablo se sentó junto a Maru sin
fijarse en la cara de ninguna—. Y una de tus famosas
magdalenas.
—Va a ser que te toca a ti poner la cafetera, guapito —
anunció Maripuri con sorna—. El bar está cerrado al público,
recuerda que es él quien se casa. También puedes irte a la
tasca de Venancio, pero hace un rato dijo que iba a ir a
ponerse sus mejores galas para asistir al casamiento de su
compañero de fatigas.
Ante el enrojecimiento del fiscal, las chicas solo pudieron
hacer una cosa: estallar en carcajadas. Maripuri no vio las
intenciones de Alfonso, el cual la cogió por la cintura y pegó
su pecho a la espalda de esta a la vez que le susurraba un
buenos días en un tono de los más sensual, lo que provocó
el sonrojo de la mujer y el carraspeo de las demás al ver su
cara de apuro.
El resto de hombres siguieron un poco el método del
abogado y se arrimaron demasiado a sus futuras novias, o
al menos a sus acompañantes en la boda si estas cedían.
—Bueno, ya que estáis todas juntas, queríamos
aprovechar para deciros que...
Alejandro tragó saliva porque su morena acababa de
frotar de manera disimulada su hermoso trasero contra su
miembro, el cual acababa de despertar dando un respingo
dentro de los pantalones. Inspiró hondo para poder seguir,
aunque pidió ayuda al resto con la mirada.
—Que si queréis ser nuestras acompañantes en la boda
—soltó de un tirón Oliver, el cual tuvo que esquivar un
codazo de su nada cariñosa compañera—. Ya sabéis lo que
pasa con los solteros en las bodas, las amigas de los novios
flirtean, se los llevan al baño, o al huerto, que aquí hay
mucho de eso, y nosotros estamos ya en una edad de
disfrutar solo de nuestras novias, pero como no tenemos...
Un auch colectivo resonó en la plaza a la vez que las
chicas resoplaban y se comunicaban con las miradas.
—Sois unos aprovechados —señaló Josi—, pero sí,
queremos. Todo sea por salvaguardar vuestra honra, a ver si
va a venir alguna vampiresa y acaba con vuestra existencia.
—Nena, no seas así —musitó Manu—. Los chicos se han
estado debatiendo entre venir y ayudaros o escaquearse
hasta que todo acabe, no seas maliciosa...
—Tú eres retrasado —cortó Josi—. Y no, yo no necesito
acompañante, puedes ligar lo que quieras.
Todas jadearon al ver al muchacho perder el color de la
cara, por lo que Rac se vio obligada a intervenir a su
manera.
—Josi, vamos a tenerles paciencia porque todos son
iguales. —Se encogió de hombros al ver la duda en todos
los rostros—. Lo retrasado no tiene cura, y encima se lo
transmiten de unos a otros por ondas a través de la
penebólica.
Y así, entre carcajadas al ver a los chicos rojos de
indignación y sin una respuesta a la altura, recibieron a los
invitados y les fueron señalando sus lugares.
La ceremonia resultó más emotiva de lo que los mismos
novios pensaron, hasta el punto que las testigos del enlace,
esas seis amigas, fueron poniendo el punto gracioso según
se necesitara. Lo único que se les olvidó para la ceremonia
ya se encargó Maca de proporcionarlo: cantó a la llegada de
los novios y después del cariñoso beso que se dieron al
declararlos la jueza que eran marido y marido.
—Quitadle el micro a la sevillana —gruñó Josi cuando la
celebración estaba en todo su apogeo—. ¡Qué alguien
acaba con el sufrimiento de ese pobre animal!
Las carcajadas resonaron en la plaza acallando de
manera momentánea los berridos y desafines de Maca,
aunque el cante y el baile duró hasta altas horas de la
madrugada ya que salieron fans entre los lugareños, tanto
así que Satán y sus acólitas casi se postraron a los pies de
la muchacha cuando les cantó canciones de varios de sus
artistas favoritos. Si hasta desbancó de su puesto a DJ Yayo,
el tío de Maru, conocido por ser el abuelo más juerguista de
la comarca.
Casi al amanecer se retiraron los pocos invitados que
todavía aguantaban en pie, las muchachas llevaban un
buen rato descansando en unas sillas mientras charlaban
sobre el éxito de la boda, lo contentos que se iban todos y el
buen comportamiento de los asistentes del pueblo, excepto
el alcalde, al que las mismas componentes del Trío Calavera
echaron del lugar a magdalenazos, encontraron las hondas
y la caja donde quedaron existencias y las gastaron en la
espalda del hombre, el cual intentó amenazarlas con hacer
que el cura las excomulgara a todas.
En el mismo momento en el que se quedaron solo ellas
con el nuevo matrimonio, se dispusieron a recoger un poco
el desastre que inundaba la calle de todo tipo de residuos, a
lo que las tres señoras se negaron diciendo que la mujer del
alcalde mandaría una cuadrilla en nombre de su marido en
menos de media hora, ellas se encargarían de que así
pasara, y se marcharon agradeciendo a las muchachas la
amabilidad con ellas y se volvieron a disculpar por el
comportamiento que tuvieron para con todos ellos. Incluso
besaron a Perico en las mejillas y le invitaron a una de sus
famosas partidas de cartas en casa de una de ellas.
La vuelta a la casona se hizo entre arrumacos de las
parejitas, todo generado por el cansancio y porque ellos las
llevaban en brazos al dolerles tanto los pies. Las parejas
charlaron e hicieron el amor hasta bien entrada la mañana,
descansaron el resto del día, y se vieron interrumpidas por
una Lidia afanada en agasajarlos con bastante comida
después de darles todo el espacio necesario para una unión
en condiciones de la que esperaba le dieran muchos nietos.
La sola idea la hizo saltar de alegría en el lugar, y fue así
como las seis chicas Crazys la encontraron, haciendo el
baile de la victoria.
¿Les damos el gusto?
Dos años y medio después...
—Estamos aquí reunidos para...
—¡Silencio en la sala! —vociferó el juez a la vez que
golpeaba la mesa de manera repetida con el mazo y miraba
a la graciosilla del grupo de las testigos, Inma se llamaba si
no se equivocaba, aunque desvió la vista a otro punto
cercano a ella—. Y usted, guárdese la teta. Dele de comer al
niño en el baño, que para eso los hemos tenido que habilitar
a toda prisa según la normativa que se ha sacado del
bolsillo.
—Su señoría, solo me he limitado a hacer ver las
carencias de este edificio —contestó Maru con parsimonia—.
Y debería agradecérmelo, de paso le han reformado su baño
privado y hasta le han puesto chorros en la ducha, pillín.
El magistrado meneó la cabeza dándola por imposible,
menos mal que ese era el último día que tendría que
soportar a la letrada y sus representadas, que para ser
testigos tenían toda la pinta de ser más culpables que los
verdaderos juzgados en ese caso. Y es que el expediente
que le pasaron de rebote dos años atrás lo tenía consumido.
Debía reconocer que el prestigio ganado en ese tiempo era
notable, aunque el número de detractores también porque
hasta escolta necesitaba. Aun así, se sentía orgulloso de la
manera en la que las testigos explicaron desde el primer
momento todo y que en ninguna de las declaraciones
cambiaron ni siquiera una coma. O eran muy buenas
mentirosas o en efecto eran unas marujas con ganas de
aventuras. Él se decantaba por lo segundo porque su propia
esposa, una noche que lo pilló revisando documentación a
altas horas de la madrugada, le reconoció que era de
valientes dar la cara y no esconderse tras mamparas como
el resto, que eso solo lo hacía gente que no tenía nada que
ocultar.
Tenía muy clara la sentencia a dictar, y agradecía a la
diosa de la justicia el que no le tocara jurado popular porque
se habría alargado el proceso más de lo que le hubiese
gustado. Ya tenía en su despacho los billetes para llevarse a
su mujer de crucero nada más se quitara a esa pandilla de
su vista.
Miró de reojo al fiscal del caso, el cual no renunció a
pesar de haberse casado unos meses atrás con una de las
testigos y además abogada de las mujeres que destaparon
el caso de corrupción más importante del país, hasta las
altas esferas de la política se vieron salpicadas, y no solo a
nivel de consejeros, un par de ministros tuvieron que dimitir
al verse en prisión de la noche a la mañana.
—Los acusados, pónganse en pie —ordenó después de un
nuevo bufido procedente de la banca de los testigos—. La
sentencia es la siguiente...
Durante casi una hora estuvo relatando los delitos que
quedaron probados de cada uno con sus respectivas penas.
Los que menos se llevaron fueron dos celadores, los que ni
siquiera entrarían en la cárcel al ser condenados a menos
de dos años de prisión. El psiquiatra y la enfermera, al ser
dos de los cabecillas y captadores, acumularon un total de
ciento cincuenta años de prisión cada uno ya que les
imputaron varios delitos, agravados con el número de
víctimas que localizaron y testificaron por ellas mismas y los
desaparecidos. El resto de procesados se enfrentaron a un
mínimo de seis años de reclusión aparte de las multas de
miles de euros a las que tendrían que hacer frente todos y
cada uno de ellos.
En el mismo momento en el que golpeó la mesa con el
mazo para dar la sesión por terminada, las testigos
explotaron en risas burlonas mientras señalaban a una de
las acusadas, la enfermera, la cual llevaba el pelo ralo y
descuidado. Mucho se temía que esas mujeres tenían
influencias en todos lados ya que una semana antes esa
señora vestía de manera bastante elegante y con una
cabellera cuidada con esmero.
Salió de la sala sin mirar atrás, solo que ya tenía a la
abogada pisándole los talones. Bufó desesperado, se metió
en su despacho sin siquiera cerrar la puerta, porque no iba
a servir de nada, y se dejó caer en el sillón tras su escritorio.
—No hace falta que llames siquiera —gruñó cuando Maru
se acercó y le puso al bebé en los brazos—. Hola, cosita,
¿mami te trata bien o te vas a venir con los tíos de crucero?
Se ablandó en cuanto el pequeñajo se puso a hacerle
gorgoritos, aunque la paz duró el tiempo de que pasó de ser
un muñequito a una mofetilla con regalo.
—Deja que lo cambie —pidió Pablo, quien justo iba
entrando con la pañalera colgada al hombro—. Veníamos a
consultarte las posibilidades que hay de que tu colega
archive los cargos presentados contra mi mujer y mis
cuñadas postizas, no veo que haya pruebas como para
que... ¡Puaj, qué asco, cada día cagas más, Junior!
—Estoy oficialmente de vacaciones —soltó el juez con
burla—. Eso vais y le dais el coñazo a Perez, pero me dijo
que no hay nada que fundamente la demanda presentada
por el antiguo gerente del hospital.
—Eso queríamos saber —anunció Maru con una sonrisa—.
Disfruta del viaje, y dile a Maite que antes de irse tiene que
pasar por el pueblo, se nos casa la díscola del grupo,
aunque primero tenemos una sorpresa.
—Esta tarde vamos a nuestra casa —siguió diciendo
distraído mientras revisaba su teléfono—. Mira, justo me
acaba de decir que tu madre y el Trío Calavera nos han
aprovisionado la despensa. Veremos las viejas lo que nos
han preparado esta vez.
Y es que el juez era un primo segundo de la abogada, el
cual perdió contacto con esa parte de la familia por culpa de
una herencia unas décadas atrás, cuando ella ni siquiera
había nacido. Nadie de la profesión los relacionaba al no
tener los mismos apellidos, pero esos lazos los reforzaron
desde que dos años atrás, cuando la jueza renunció
alegando conflicto de intereses al ser detenido dentro de la
trama una expareja, Maru visitó en varias ocasiones al
magistrado para presentar su disconformidad ante cualquier
movimiento que supusiera molestar a sus amigas más de lo
pertinente y en una de esas charlas, comentando dónde se
escondieron de la prensa y las autoridades, él confesó que
una parte de su familia era de ese lugar. Al final iba a ser
verdad que el mundo era como un pañuelo.
—Vamos, cariño —pidió Pablo en cuanto cargó a su
sonriente bebé en brazos—. Las chicas están fuera, y creo
que el poli se va a adelantar. He visto un megáfono pasear
por el pasillo en la mano de la sevillana.
—Eso no me lo pierdo —dijo con malicia—. Tengo que
grabarlo como ellas hicieron con nosotros.
La pareja salió del lugar provocando la curiosidad del
juez, quien lanzó la toga a un lado, cogió sus cosas, cerró el
despacho y enfiló el camino a la salida de manera
apresurada. Si en algo las conocía, sabía que tendrían a los
antidisturbios rodeando la plaza para contener a la
muchedumbre que ya habría congregada. Otra cosa no,
pero sin pretenderlo organizaban manifestaciones de la
nada, si lo sabría él después de los tres meses de juicio.
En la entrada organizaron las chicas Bipos una exhibición
de la escuela de baile a la que asistía Xurri, aunque esa vez
se cuidaron mucho de pedir los permisos pertinentes. Se
podían ver grupos de Zumba, otros de Pilates, Danza aérea,
de Salsa y uno muy pintoresco de Defensa personal. Ese
último era donde se apiñaban la mayoría alrededor de dos
incautos policías que fueron de listos y cayeron en la trampa
de Maru, si es que los novatos seguían siendo un pelín
inocentes a pesar de la experiencia adquirida en ese tiempo
en las calles.
—¿Y esto a qué viene ahora? —cuestionó Josi con sorna—.
Alejandro, mira tus chicos, están dándolo todo, ja, ja, ja.
El nuevo comisario, aunque en un pueblo de la provincia
de Zamora, miró socarrón a la amiga de su chica, la cual
sabía de sobra lo que se estaba gestando en ese lugar.
Cuando pidió ayuda a ese grupo de mujeres, se arrepintió
casi en el mismo momento en que lo hizo porque todo lo
que implicara a la sevillana con un megáfono haciéndole los
coros, le quitaban hasta las ganas de hacer lo que debía.
Tomó aire y se separó de ellas en el momento en que Nia le
hizo una señal con la cabeza. Su morena lo iba a matar, solo
esperaba salirse con la suya.
Se dirigió a un pequeño escenario improvisado en medio
de todas esas actividades, el cual estaba vacío, y se plantó
allí en el centro, con su mejor sonrisa bajabragas y la mano
en el bolsillo para no perder la cajita a causa de los nervios.
—Estamos aquí reunidos para hacer feliz a alguien —
anunció Maripuri por el megáfono llamando la atención de
todo el mundo—. No perdáis detalle de lo que va a suceder.
Alejandro tragó saliva cuando se supo el centro de todas
las miradas, algunas de ellas demasiado incómodas por el
repaso visual que estaba llevando. Se quedó pálido en el
momento en el que le pusieron en la mano el dichoso
artefacto con el que lo iban a obligar a hacerse oír.
—Buenas tardes a todos. —Carraspeó para intentar
tragarse la bola de nervios instalada en el estómago—.
Quiero dedicarle unas palabras al amor de mi vida, pero
como aquí sus amigas dicen que soy demasiado serio, me
he decidido por hacerlo como aquella vez en la que me
bañó con cubos de agua, eso sí, nada de canciones del
triste ese. Espero que te guste.
Las primeras notas de Hace falta amor, la canción de
Ricky Martin y Sebastian Yartra, provocó que la cara de Rac
cambiara a una de acelga pocha para al momento pasar a
descojonarse al ver que detrás de Alejandro se colocaban
Maca y Yuri Despiste para hacerle los coros:
Que yo iba a lastimarte y que no me iba a quedar
Que yo sería el culpable y que tú ibas a llorar
No es cierto, no es cierto, no es cierto
No hay nada más difícil que aprender a mentir
Fingiendo que estoy vivo cuando voy a morir
Por dentro, por dentro, por dentro
Maca y Yuri cortaron el momento de afine total del poli, el
tío tenía muy bien escondida esa voz ronca y sensual, y
empezaron los gorgoritos:
Y todo es fácil para ti olvidar
Yo nunca quise nada más
Siempre fue muy tarde
Les lanzó una mirada que provocó el silencio de las dos y
siguió declarándole a su preciosa novia lo solo que se sentía
en su nuevo destino, la echaba mucho de menos y odiaba el
hecho de que ella no cediera un poco.
Me haces falta, amor
Explícame qué te hizo falta, amor
¿Será todo eso que me falta, amor?
Si lo único que me hace falta, amor, es ese amor que no me
das
¿Por qué me obligas a dejarte atrás?
¿Por qué me obligas a sentir dolor?
Si lo único que te hace falta, amor, es este amor
Y yo la rabia empiezo a acumular
No, el odio no puedo evitar
Solo espero que al final el amor no te falte
Si yo lo encuentro en otra parte
Maca y Yuri siguieron la canción cuando vieron que el poli
saltaba de la tarima para ir a abrazar a su morenita, la cual
se puso a llorar a la vez que sonreía. No se esperaba que el
estirado de su chico, ese que pensaron que llevaba un palo
metido en el culo cuando lo conocieron, fuera tan romántico
aunque la letra no lo acompañara.
—No llores, preciosa —susurró en su oído—. Por favor,
dejemos de sufrir los dos por la distancia.
Un jadeo general cortó los berridos de las dos amigas, las
cuales bajaron de inmediato para presenciar en primera fila
lo que podría suceder, de Rac se lo esperaban todo.
—Raquel, siento el espectáculo que aquí tus locas amigas
me han hecho protagonizar —comenzó Alejandro a la vez
que hincaba la rodilla y sacaba la caja de su bolsillo—. Todo
tiene su explicación y es muy sencilla: te echo de menos, no
soporto estar más tiempo alejado de ti, así que quiero
pedirte que...
—¡Ni se te ocurra casarte! —cortó Josi con guasa—.
Necesitamos una pecadora en el grupo, que ya están casi
todas reformadas, ja, ja, ja.
—Deja que haga la niña lo que quiera —intervino Maripuri
—. Que tú te casaras a escondidas aprovechando a la jueza
del bodorrio de Lucio y luego disimularas, no significa que
ella tenga que quedarse para vestir santos. Mira que llega
otra y le rebaña el plato.
—¡Enseña el anillo! —pidió Marian desde el grupo que los
rodeaba.
Rac miró a un exasperado Alejandro, el cual se levantó, le
dio la caja y le susurró lo último de su petición, cosa que
provocó una carcajada en la mujer. Ella le susurró su
propuesta a Alejandro, a lo que él respondió gritando un “sí”
a la vez que la cogía en brazos y la giraba mientras la
besaba con todo el amor del mundo.
—¿Qué me dices? —preguntó Alejandro—. ¿Les damos el
gusto?
Rac asintió a la vez que le cogía el megáfono y abría la
cajita, la cual mostró a todos los presentes.
—Me ha pedido que vaya a su casa, nuestra casa, todas
las veces que tenga tiempo —comenzó ella—, pero como os
gusta más una fiesta que a un niño una piruleta... ¡Mejor
nos casamos!
La algarabía en el lugar duró hasta que a ellas les dio la
gana porque los antidisturbios no fueron capaces de hacer
que la gente se fuera del lugar, ni siquiera echando mano a
la sevillana y sus composiciones propias.
Siempre volveremos al mismo lugar
Una semana más tarde...
—¡Rápido, chicas, que llegamos tarde! —voceó Clara
desde la planta baja de la casona de Bretocino—. Al final va
a ser la novia la que tenga que esperaros a vosotras y no al
contrario.
Al momento se escuchó el repiqueteo de los tacones al
salir varias de ellas de las habitaciones. Al bajar, se
encontraron con sus chicos esperándolas con ansias, hasta
gruñeron al verlas tan radiantes. Esa noche tendrían que
pelear con Sebito y los demás ya que se las ingeniarían para
monopolizarlas a la hora del baile.
—Id tirando con los niños —ordenó Mara a su marido y al
resto—. En menos de quince minutos nos vemos allí,
tenemos que coger el regalo de los novios y mejor que no lo
veáis, que se os va la lengua con el abogaducho.
—¡Joana, baja o al final te quedas encerrada en este
lugar! —la amenazó Jess—. Joder, no entiendo qué más
tiene que arreglarse, si da lo mismo lo que se ponga porque
parece el muñeco de Michelin con tripa cervecera.
—No te metas con ella —regañó Rachel con una risita—,
te podemos enseñar las fotos de tu embarazo. Y traías uno,
no trillizos como ella.
—Que se joda —masculló Nia con malicia—. Eso le pasa
por tomarse las vitaminas que le compró aquí la Trilli
sangrienta, que la ha hormonado todo lo que no hizo hace
unos años. Verás como ya no vuelve a apostar nada contra
la traidora esta, ja, ja, ja.
Escucharon el resoplido de cansancio de la granadina al
bajar. Iba quejándose de que solo a ella le tocaba el
enfermero con mejor puntería del mundo, porque sí, a los
pocos meses de despedirse todas en esa casa, se reunieron
para su boda con Marcos. Ella se trasladó a un pueblo
cercano a Madrid y se centró en su carrera como diseñadora
de interiores, no le iba nada mal, aunque de vez en cuando
atendía a algunas clientas como experta en compras.
Salieron de la vivienda, no sin antes preguntar a Clara por
Inma y Lidia, la nana iba a ser la encargada de ayudar a la
novia a arreglarse, bastante nerviosa estaba ya como para
que fueran todas a echarle una mano. Esta les contestó que
esperaba solo un mensaje para abrirle la puerta a la novia,
la cual paseaba con un enfado del quince diciendo que no
quería llegar tarde a su propia boda. Aceleraron el paso lo
que pudieron y casi lloraron de la emoción al ver lo preciosa
que estaba la plaza del pueblo.
—El Trío Calavera ha hecho un magnífico trabajo —
masculló Jess con orgullo.
—Si hasta han engalanado las fachadas menos cuidadas
—apuntó Joana—. Voy a sentarme, estos tres me van a dar
la boda.
Vieron a su amiga llegar hasta donde un servicial Marcos
la ayudó a acomodarse en lo posible, y ellas decidieron
hacer lo mismo no sin antes saludar a todas sus chicas
Bipos, era la primera vez que se pudieron juntar la mayoría
de ellas, algo que Inma todavía no sabía.
—¡A vuestros lugares, ya llega la novia! —avisó una
exaltada Maca a través del megáfono que llevaba en la
mano.
Un nervioso Alfonso tomó la mano de su hija, quien
ejercía de madrina, y esperó a ver aparecer a la mujer de su
vida con ansias y una sonrisa enorme en la que dejó
aparecer ese hoyuelo que tenía enamorada a su mujer.
Jadeos de admiración llenaron al lugar al ver aparecer a
una preciosa Inma, con un delicado y sencillo vestido de
novia blanco, un recogido muy favorecedor adornado con
pequeñas perlas y florecillas de colores. Iba del brazo de su
hijo, que estrenaba uniforme al haber recogido pocos días
atrás su ascenso a sargento.
—Parece el muñeco de la tarta —musitaron varias
invitadas al ver al atractivo muchacho—, tan de blanco con
sus líneas doradas y su gorra de plato...
Inma caminaba emocionada por varios motivos: se
acordó de sus padres, a los que perdió hacía varios años y
quienes se sentirían muy orgullosos; iba del brazo de su
hijo, con su uniforme, algo que la hacía sentir la mejor
madre del mundo; casi lloró cuando se dio cuenta de que
muchas de sus amigas del chat estaban ahí, ni siquiera las
avisó al vivir cada una en una punta tanto de España como
del mundo.
A solo unos pasos de llegar a su futuro marido hizo un
alto necesario, abrazó una por una a sus chicas Crazys, esas
con las que comenzó la aventura de sus vidas un par de
años atrás y la cual culminaba ese día, pero solo una etapa,
porque si algo tenía claro era que siempre se les ocurriría
algo para juntarse y pasarlo bien.
La ceremonia fue el acto de amor más bonito que
vivieron jamás los asistentes, hasta el Trio Calavera tuvo
que admitir que sus nuevas vecinas (aunque fueran solo a
descansar o en verano) eran mucho mejores personas de lo
que aparentaban, de ahí que le dijeran al nuevo alcalde, el
sobrino de una de ellas (más conocido como el tonto del
pueblo), que apañara las escrituras de varias de las casonas
del lugar y se las fueron regalando según se enteraban de
los enlaces o emparejamientos en pecado.
Y como en toda buena boda que se precie, tuvieron fiesta
hasta altas horas de la madrugada con una opípara cena,
bailes, momentos de karaoke donde tuvieron que quitarle el
monopolio del micro a la sevillana, y hasta churros con
chocolate para todos los que vieron el amanecer.
—Inma, ven un momento —la llamó Rachel en cuanto la
mayoría de la gente se fue a descansar.
La guió hasta la puerta de la casona de todas, esa en la
que entraron la primera vez de okupas y que era propiedad
de Joana. Se sentaron todas en la entrada, formando un
corro y observaron las pulseras que les regaló Clara en su
día a cada una de ellas.
—Creo que ya va siendo hora de cerrar un ciclo para
comenzar uno nuevo —musitó una emocionada Mara, a lo
que todas asintieron—. Hagamos un pacto: pase lo que
pase, siempre volveremos al mismo lugar, a ese que nos
cambió la vida de alguna manera.
Escucharon el resoplido de Joana y todas la miraron con
los ceños fruncidos al ver la cara de susto que tenía en ese
momento.
—Chochetilla, se refiere a este pueblo, no al hospital
donde nos llevaron —explicó con paciencia Nia.
—No es eso —musitó roja de vergüenza—. Aunque en
parte llevas razón, mi ciclo lo voy a cerrar en la consulta de
tu marido, acabo de romper aguas.
—Dime que esto es broma —pidió Inma aguantando la
risa, a lo que la granadina negó con un gesto—.
¡Abogaducho, traed los coches, salimos pitando al hospital!
Al momento aparecieron los hombres y casi cogieron en
volandas a una dolorida Joana, la cual iba maldiciendo a
Marcos, y así se pasaría horas mientras el resto de sus
amigas, todas con los vestidos de la celebración, se lo
pasaban en grande en la sala de urgencias del hospital que
más cerca les pilló.
Y esa fue la tónica los años siguientes, hasta que la
nueva generación tomó el relevo de sus madres siendo tan
solo unas pequeñajas que casi no se veían en el suelo. La
diversión estaba asegurada con las ingeniosas
contestaciones de la prole de las Crazys.
Epílogo
10 años más tarde
La profesora se levantó de su asiento y se dirigió a la
clase desde el centro de la pizarra, era día de presentar los
trabajos.
—Buenos días a todos —comenzó, haciendo un barrido
visual del aula—. Ya sabéis todos que hoy empezamos las
exposiciones de los trabajos, aunque veo poco material
sobre vuestras mesas.
Se paseó entre las mesas de los chicos, los cuales
algunos bajaron la mirada para pasar desapercibidos, casi
todos menos la díscola.
»Como es el primer día, voy a dejar que lo hagáis de
manera voluntaria —les dijo mientras se dirigía a su mesa y
se sentaba de nuevo—. La exposición debe ser de al menos
quince minutos como ya sabéis, y debe ir acompañada de
imágenes en cualquier formato.
Los pequeños se miraron de uno a otro esperando hasta
ver quién se iba a atrever a exponer una parte de su vida
que la profesora se empeñó en conocer, que no era otra que
sus nacimientos.
—Yo empiezo. —La pequeña Olivia provocó el gemido de
su profesora—. Necesito el proyector, ¿me deja ponerlo?
—Claro que sí —masculló—. Os prometí poder usar lo que
necesitarais.
La pequeña morena se levantó de su pupitre y se dirigió a
saltitos hasta la pizarra, donde comenzó a escribir el título
de su trabajo. Un coro de jadeos ahogados y risitas fue
acallado con un carraspeo de la maestra, la cual se
esperaba cualquier cosa de esa pequeña diablilla que
apuntaba maneras desde que la matricularon en ese colegio
en preescolar.
—Dame lo que traes para el proyector —pidió todo lo
amable que pudo.
—No, seño, ya lo controlo yo —respondió Olivia—.
Recuerde que la última vez casi deja el colegio sin corriente.
Y ese era otro de los puntos que la sacaba de quicio de la
pequeña repelente, estaba muy bien formada en todo lo
que tuviera que ver en tecnología y no había un solo
aparato que la muy ladina no supiera manejar con un solo
dedito y sin pensar demasiado.
En cuanto Olivia lo tuvo todo preparado, puso su mejor
cara de niña buena y se situó en el centro de la clase, junto
a la pizarra.
—Hola a todos —comenzó con seriedad—. Hoy estoy aquí
para explicaros la historia de mi concepción más que la
alegría de mis padres al verme la cara por primera vez, toda
llena de esa mucosidad asquerosa que nos recubre cuando
salimos del interior de nuestras madres.
La profesora dejó de respirar con esas primeras palabras
mientras observaba a los impresionables chavales de siete y
ocho años de los que estaba rodeada, aunque parecía ella
más sorprendida que sus alumnos. Todos se habían
colocado de manera que no le quitaban ojo a su compañera,
se notaba que estaban acostumbrados a la palabrería de la
mocosa.
»De ahí el título de mi trabajo: No debo hacer caso a las
locas de mis tías —siguió Olivia—. Antes de explicaros un
poco la manera en la que mi madre y sus amigas planearon
que era hora de ser madres, voy a pasar unas cuantas fotos
tanto de ellas cuando llevaron a cabo el plan y los diferentes
recortes de la prensa de esos días.
La profesora se quedó muy sorprendida al ver la
profesionalidad de la pequeña, ya que se había tomado la
molestia de buscar noticias notorias. O eso pensó hasta que
vio el tipo de titulares que mostró:
La policía investiga una trama de secuestro de pacientes del
ala psiquiátrica de un hospital madrileño.
Un plan para supuestamente robar semen descubre una
trama de corrupción médica donde hay implicados altos
cargos del gobierno central.
Las testigos protegidas del caso: ¿inocentes o delincuentes?
Enviados a prisión el gerente de una afamada clínica
psiquiátrica y varios trabajadores.
Una sucesión de recortes de ese estilo pasaron ante los
inocentes ojos de sus alumnos sin que ella pudiera evitarlo.
Se hizo una nota mental para en el futuro inspeccionar el
trabajo de esa maldita cría antes de dejarla exponer ante el
resto.
Se relajó en cuanto las imágenes cambiaron para mostrar
a un grupo de amigas, todas abrazadas y sonrientes, en
diferentes lugares que también estaban etiquetados:
nuestra primera quedada emborrachándonos e ideando el
plan, con los pijamas de la locura, el día que nos
escapamos,...
Con cada foto que veía, se daba cuenta de que era una
sucesión de los hechos que la chiquilla iba explicando. A un
tris estuvo de pararla para ir a llamar a la policía como
poco, hasta que recordó que el padre de esa diablilla era el
comisario.
—Como veis, a todo el mundo no le sienta bien la
juventud —siguió Olivia—, mi madre es el mejor ejemplo.
Con más de treinta años decidió junto a sus amigas que ya
era hora de ser madres y pasaban de buscar un padre, ellas
solo querían la semilla.
Todos los pequeños alzaron las manos para preguntar, así
que la profesora se levantó de su asiento.
—Esperemos a que Olivia termine su exposición y luego
le preguntaremos por orden —pidió con amabilidad, así que
las manitas desaparecieron—. Te quedan cinco minutos, ve
terminando.
El resoplido de la pequeña no le pasó desapercibido, solo
que decidió no reprenderla porque si no al final acabaría
cediendo a aumentarle el tiempo de presentación del
trabajo, siempre le hacía la misma jugada.
—Me toca resumir —suspiró con dramatismo—. Pues
después de buscar la semilla de la que nacería yo y no
encontrarla porque se habían equivocado de lugar, tuvieron
que irse rápido, aunque antes decidieron ayudar a una
chica, mi tía Clara, que estaba siendo tratada mal por la
bruja mala del cuento, una con nombre de perro. Para eso
llamaron a mi papá, que llegó como los superhéroes,
rodando en una camilla porque mi mami le había dado una
patada en las pelotas sin querer cuando...
—¡Olivia! —reprendió la pobre mujer, se le iba a ir el
tema de las manos como la dejara seguir—. Cíñete a los
hechos, te quedan dos minutos.
—Pero es que...
—Uno y medio —cortó con desesperación.
—Vale —protestó con un mohín—. Pues eso, llegó mi
padre con sus compañeros y detuvieron a todos. La bruja
con nombre de perro se cayó por las escaleras y se la
llevaron a la cárcel escayolada. Un tiempo después, mi
madre notó que su barriga empezó a crecer y luego nací yo.
Fin de la historia.
La clase quedó en total silencio ya que todos sabían que
los mejores detalles se los había tenido que tragar porque si
no acababan la exposición en el tiempo estimado,
suspendían. La profesora frunció el ceño al verlos tan
apáticos, ni un solo aplauso resonó en el lugar.
—Damos comienzo a la ronda de preguntas —señaló—.
Solo una cada uno, por orden, y Olivia será breve en las
respuestas o voy quitándole décimas de la nota.
De ninguna manera les haría eso, aunque era una buena
manera de intentar que sus alumnos no divagaran de más y
fueran al grano. Les iba a venir genial ese método en sus
vidas como adultos.
Las preguntas fueron de lo más normales, nada
escabroso, todo dentro del concepto de unos niños de esa
edad, hasta que le llegó el turno a Alicia, la compañera de
maldades de Olivia ya que era hija de Nia, otra de los
dolores de cabeza del colegio por mucho que su padre fuera
el mejor médico de la zona.
—Yo tengo una duda que nadie ha planteado hasta el
momento y me parece de suma importancia —comenzó
Alicia, y sí, así de repelente era en el colegio gracias a la
influencia de su tía Jess—. Nos has ido detallando la
peripecia de nuestras madres, porque la mía es la más
guapa de todas, pero se te ha quedado algo en el aire.
Hizo una pausa dramática que tensó a la profesora, y es
que sabía que una tormenta se cernía sobre ella y su
cordura.
»Si se equivocaron de lugar y no encontraron las semillas
para tenernos... —siguió con lentitud—, ¿cómo llegamos a
parar a sus barrigas?
Ambas niñas se miraron de manera pícara y Olivia tomó
aire para contestar antes de que su profesora saliera del
asombro momentáneo en el que estaba inmersa.
—Eso es muy fácil —sonrió mirando a todos—, mi papá
empujó la semillita dentro de mamá con la punta de la po...
—¡Olivia, silencio! —gritó la profesora a la vez que
saltaba y le tapaba la boca a la niña con su mano—. Se
acabó la exposición de hoy, abrid los libros por el tema
quince.
Se escucharon los abucheos de los alumnos por todo el
pasillo, lo que hizo que algún profesor se asomara a la
puerta de su clase para intentar averiguar de dónde salía el
pequeño alboroto.
—Sabe que voy a acabar contándoles a todos el final de
la historia a la hora del recreo, ¿verdad? —retó Olivia en un
susurro a su maestra.
—¡A dirección de inmediato, Olivia Reina!
La niña le guiñó un ojo a su mejor amiga, a la que
consideraba su prima ya que era la hija de una de las
mejores amigas de su madre y siempre estaban juntas al
vivir en el mismo pueblo, y salió en busca del nuevo director
del colegio. Ya era hora de presentarse, no por nada era la
causante de la mayoría de las bajas de ese lugar.
Al llegar a la sala de descanso de profesores, la
interceptó la secretaria del colegio y la acompañó al
despacho del director. La mujer quiso estar presente ya que
la pequeña se iba a llevar una gran sorpresa.
—Señor director —llamó la mujer metiendo la cabeza por
la puerta—, tiene visita. Disfrútela.
Empujó a la pequeña al interior y se quedó en el umbral
para luego poder dar detalles al resto de profesores.
—¿Tío?
El susurro de la pequeña sacó una sonrisa malévola en la
mujer, aunque los días siguientes verían que la imaginación
de la pequeña llegaba a cotas inimaginables porque no iba
a provocar que el marido de su tía Clara se fuera del
colegio, pero sí que le daría más de un dolor de cabeza.
Y es que claro, de tales palos ya se estaban viendo las
astillas, ja, ja, ja.
Agradecimientos
Si has llegado hasta aquí, espero que te lo hayas pasado
bien y que en tu cara tengas una gran sonrisa, porque mi
reto estaría conseguido, aunque sé que no es algo fácil.
Muchas gracias a ti, lector, por darme un ratito de tu vida.
Sin tu apoyo esto no sería posible.
Con esta historia tengo muchísimo que agradecer por el
apoyo que he recibido de mis chicas del blog Crazy Readers
Ladys, y es que sin ellas este libro no existiría. Rach, Joana,
Inma, Mara y Jess, las musas y protagonistas a la vez.
Rachel RP, no solo eres mi maga de las portadas y ahora
musa, eres una de esas personas que hay que conocer al
menos una vez en una de las vidas que nos toque vivir. Toda
la luz que irradias nos ilumina al resto más de lo que crees,
ya sabes lo que te queremos. Gracias por ser tan tú, no
cambies jamás.
Jess GR, mi Trilli, mi amiga. Si es que el día que podamos
juntarnos todas, este libro se va a quedar en bragas para lo
que podemos organizar. Gracias por existir en mi vida, por
muchos años más en esta aventura.
Mara, la gran desconocida para quienes no se molestan
en hurgar un poco, gracias por prestarme tu pueblo y sus
habitantes, por hacerme ese tour mientras paseabas a
Danny para que me hiciera una idea de las dimensiones del
lugar, espero que te lo hayas pasado mejor que cuando te
contaba lo que quería que sucediera y me dabas las
excusas más peregrinas usadas por tus vecinas honorables,
ja, ja, ja...
Joana, mi Chochetilla, si es que la granadina malhablada
no podía faltar, eso sí, he suavizado mucho tu lenguaje. No
era plan de que nos censuraran ja, ja, ja.
Inma, mi Maripuri, esa constante en mi vida. Esta historia
es tan tuya como mía y lo sabes, y es que sin ti nada de lo
que estos meses hemos hablado se vería aquí reflejado.
Este libro es muy loco, pero ¿qué sería la vida sin un poco
de aventura? Gracias por permanecer a mi lado.
Y no puedo olvidarme de mis chicas del chat Bipocabras:
Anita, mi Xurri, Ana V., Marian y su madre, Xio, Yuri
Despiste, mi Yuli, nuestra joven Ruth, Yoli, Zahira, Emmi,
Analía, Ilyn,... en esta historia hay un poquito de cada una
de vosotras.
Maca, mi Mala Princesa, gracias por ser tú, por
mandarme esos audios sin preguntar porque sabes que soy
incapaz de no contarte escenas claves, por esos ratos de
risas que nos echamos cada vez que hay oportunidad y
sobre todo por esa noticia que nos ha hecho tan feliz.
María, a pesar de estos meses en los que hemos estado
un poco más ausentes por todo lo que nos va mandando la
vida, sabes que ahí estamos la una para la otra. Muchas
gracias por ser tan generosa con todos los que te rodean,
sabes que te quiero mogollón. A ti y al sobri.
Tengo que darle las gracias a esas compañeras de letras
que formamos parte del grupo ¡A por las 50.000!, si es que
el reto que nos puso Noni García, la encargada y cabecilla
de ponernos las pilas, ha hecho que haga este libro en
menos tiempo del pensado. Gracias a todas por lo que nos
ayudamos.
Y la verdad que sé que tengo mucho más que agradecer,
pero no quiero resultar pesada.
Por último quiero mencionar a las personas más
importantes en mi vida: mis padres. Ellos son el pilar de mi
vida, quienes me apoyan y me animan a que siga luchando,
valorando el esfuerzo y el tesón que trato de ponerle a cada
cosa que hago. Es que sin ellos esto no sería lo mismo.
GRACIAS DE CORAZÓN
Otras obras de la autora

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comparte negocio con sus mejores amigos. Nada la
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que puede tener a quien quiera, pero sin dejar entrar a
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cambia cuando la ve a ella. Un congreso en Ámsterdam y la
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Tierra. Todo señala que una simple esclava humana tiene la
clave y una sencilla flor no es lo que aparenta ser...
Un nuevo Alien emergerá y los enemigos no se lo esperan.
Libro aquí
 

 
[1] Una de las maneras de llamar a la vagina
[2] Se refiere a la vagina
[3] Marca de laxante
[4] Personaje que representa a una malvada directora en la película Matilda
[5] Hace referencia a la costura de la frente de El muñeco diabólico
[6] Es una muletilla muy utilizada en la zona de Granada en lugar de usar
“oye, mira”
[7] Personaje de la película infantil Frozen
[8] Personaje, de una serie de los ochenta con el mismo nombre, que era
capaz de fabricar un arma con lo que tuviera a mano.
[9] Expresión granadina que se refiere a tonterías.
[10] Medicamento para la acidez y el ardor de estómago.
[11] Actor que en muchas de sus películas escenificaba cómo era la España
rural de los años 40 a 60, aunque también de épocas posteriores, hasta los años
80.
[12] Serie española emitida a finales de los años 70 narrando las peripecias
de los bandoleros con la Serranía de Ronda como escenario principal.
[13] Ex velocista profesional con varios récords mundiales en su haber, entre
otros títulos.
[14] Es la vestidura exterior que utiliza el sacerdote para la celebración de la
misa
[15] Unidades de Prevención y Reacción
[16] Dicho de una persona que tiene una capacidad intelectual notablemente
inferior a lo normal. De manera coloquial se usa para llamarlos tontos.

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