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El gesto generoso de revelación que hace Darío con este texto nos permite acceder a
una intimidad que normalmente nos está vedada. Y no es solo por pudor, porque
pertenezca a lo más privado de la vida, algo respetable y comprensible. Sino porque
muchas veces está oculta, secuestrada de lo público, por simple y llana vergüenza.
Porque no queremos que se nos asocie con el estigma que cae a plomo cuando se
pronuncia la palabra suicidio. Porque queremos salvaguardarnos de las heridas que
nos pueden provocar las palabras inadecuadas o los silencios insensibles. Pero con ese
ocultamiento voluntario, nos perdemos también la conexión con otros que han podido
vivir lo mismo, la elaboración del duelo propio y ajeno y la posibilidad de
acompañamiento por aquellos que sí sabrían hacerlo.
Con su testimonio, Darío nos abre la puerta de las experiencias más intensas de su
historia familiar, que tienen que ver con el sufrimiento y con la pérdida, pero también
con el amor. Transitamos con él por todas las fases de un duelo anunciado, anticipado
desde que era un niño, que le acompañó desde que tiene memoria, incluso antes de
que llegara a verificarse fatalmente como tal. Ahora, como el hombre joven que sigue
siendo, pero ya padre de un hijo, ha sabido qué hacer con ese duelo. Y ha hecho un
ejercicio de reconstrucción haciendo buena la frase de Sartre: “Somos lo que hacemos
con lo que hicieron de nosotros”. Darío ha sabido elaborar su pérdida para convertirla
en palabras que puedan servir a otros. Y lo hace también en su ocupación diaria, con
su compromiso con la relación de ayuda, que lejos de colocarle en la posición de
víctima, convierte su experiencia en algo útil para otros y, en consecuencia, para sí
mismo.
Las palabras desnudas y valientes de este libro nos atraviesan a todos, hayamos vivido
o no de cerca el suicidio. Con una franqueza desarmante, Darío va desgranando los
episodios de su relación con su madre y nos ofrece, a corazón abierto, el relato de su
vida y de su muerte. Hay en sus palabras una cierta ingenuidad que las despoja de
cualquier pretensión impostada. Solo quiere transmitir y compartir lo vivido por si a
otro puede servirle de ayuda o por si puede contribuir a la prevención de un mal
mayor. Nada menos.