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La Ilustración

ABAU: Razón y progreso en la Ilustración

Índice
1. Introducción
2. Contexto histórico
3. La Ilustración en filosofía: siglo de las luces
4. Características de la ilustración
4.1. La razón ilustrada
4.2. La naturaleza
4.3. El deísmo
4.4. La educación
4.5. La historia y la idea de progreso
4.6. Crítica al poder político
5. Pensadores ilustrados
5.1. Bayle y Fontenelle
5.2. Montesquieu
5.3.Voltaire
5.4. Denis Diderot y Jean D’Alambert
5.5. Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges
5.6. Jean-Jacques Rousseau
5.6.1. Vida y obra
5.6.2. Rousseau como ilustrado
5.6.3 Filosofía política
5.7. Inmanuel Kant
5.7.1. Biografía
5.7.2. Pensamiento político
5.7.3 Respuesta a la pregunta ¿Qué es Ilustración?
6.1.Contenidos básicos no impartidos en 1º de Bachillerato: el contractualismo
6.2. Cronograma
1. Introducción

La Ilustración fue un amplio movimiento de ideas, no solo de carácter estrictamente filosófico, sino cultural que
impregnó todas las actividades literarias, artísticas, históricas y religiosas. Se extiende y desarrolla aproximadamente
durante el siglo XVIII, siglo que suele denominarse siglo de la Ilustración o siglo de las Luces, en razón, justamente, a la
exigencia de claridad, o mejor, de clarificación, que se propuso con respecto a todos los aspectos y dimensiones de la vida
humana.

La filosofía de la Ilustración, que se desarrolló a lo largo del siglo XVIII, tuvo en Francia su ámbito primordial, pero se
extendió por toda Europa y algunas de sus colonias americanas.

La influencia del pensamiento ilustrado fue notable no solo en la reflexión abstracta de varias generaciones de filósofos
europeos, sino también en las realizaciones políticas de los monarcas y sus ministros. Los pensadores ilustrados pusieron
un interés especial en la libertad para poder expresar sus ideas, sin el control de ninguna autoridad, salvo la razón.

La herencia de la Ilustración llega hasta nuestros días y sus planteamientos filosóficos y políticos han marcado
sustancialmente la historia desde entonces.

2. Contexto histórico

La Ilustración tiene lugar en la época de las revoluciones liberales-burguesas:

• Comienza en 1688 con la Revolución gloriosa en Inglaterra, que supuso el establecimiento de un innovador
marco político.

• Finaliza en 1789 con la Revolución francesa, en la que muchos ven la culminación de los ideales ilustrados.

Entre la revolución inglesa de 1688 y la muerte de Luis XIV de Francia (1715), se inició el proceso conocido como
Ilustración. La gloriosa representó el triunfo del parlamentarismo inglés frente a la monarquía: fue el modelo del que se
valieron los ilustrados, sobre todo los franceses, para criticar al sistema político del país.

La muerte de Luis XIV (1715) representó el inicio del declive del absolutismo francés. En Versalles, la monarquía y la
nobleza llevaban una vida escandalosa, alejada de los intereses y las preocupaciones de la población. El reinado de Luis
XV, que abarcó buena parte del siglo XVIII (1715-1774), condujo el país a las puertas de la bancarrota, lo que hizo
entrever una inminente ruptura revolucionaria.

En la Europa Central, durante el siglo XVII, dos países se enfrentaron por la hegemonía de Alemania: Austria y Prusia.

La pugna entre colonos franceses y colonos ingleses fue una de las causas de la guerra de los Siete Años (1756-1763) en
Europa, que enfrentó a Inglaterra (aliada con Prusia) con Francia (aliada con Austria,
Rusia y España). Las colonias inglesas tomaron conciencia de su fuerza, y considerando
abusivas las imposiciones de Inglaterra, y fuertemente influenciados por los tratados
políticos del filósofo inglés John Locke, se rebelaron contra el Reino de Gran Bretaña
bajo la dirección de G. Washington. En 1776, en un congreso en Filadelfia, elaboraron
la declaración de independencia y, ayudadas por Francia, vencieron al ejército inglés.
En 1783 se firmó la paz de Versalles, donde se reconocía la independencia de las
colonias; como consecuencia, estas se organizaron como república federal, con una
constitución que votaron sus representantes en 1787. Dos años después se inició el
proceso revolucionario en Francia que dio paso a la Edad Contemporánea.

En este marco histórico, y a menudo impulsándolo, se desarrolló el pensamiento de la


Ilustración. Según este movimiento, la humanidad está orientada hacia un progreso indefinido donde el ser humano
conseguiría la libertad, la felicidad y el bienestar gracias a una formación adecuada; el instrumento para la educación
de la humanidad sería la razón, que corrige errores, fustiga vicios, ilumina conciencias, critica las formas de dominio
abusivo, tanto religioso como político, y postula la tolerancia y la fraternidad. A lo largo del siglo XVIII, diversos países
europeos disfrutaron de un gran optimismo y de una total confianza en las capacidades y los poderes humanos como
pocas veces ha ocurrido en la historia de Occidente. En todas partes, la gran impulsora de este optimismo fue la burguesía.

El comercio, incluido el internacional y el colonial, se desarrolla ampliamente. Y en Inglaterra, durante el último tercio del
siglo, se inició la Revolución industrial, sobre todo gracias al telar de Crompton en la industria textil y a la máquina de
vapor de Watt como fuerza motriz. Las consecuencias de la Revolución Industrial no fueron palpables hasta el siglo
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siguiente, pero ya se manifestaban algunos aspectos sociales de los nuevos tiempos: la nobleza quedó ligada del todo
al antiguo régimen y, en consecuencia, fue en declive, al tiempo que crecía con fuerza y poder la nueva clase ascendente,
la burguesía.

El pensamiento ilustrado ayuda en el proceso contra el Antiguo Régimen y expresa la ideología crítica de las clases
medias y la concepción liberal y tolerante en todos los órdenes. La burguesía, clase ascendente en el poder político y
económico, se encontraba frenada por el mantenimiento de los privilegios feudales de la nobleza y el clero. En las nuevas
ideas de la Ilustración, la burguesía encontró un aliado para luchar contra dicha situación.

Allí donde la monarquía estuvo más atenta a los nuevos aires (Federico II de Prusia, Carlos III de España, Catalina II de
Rusia) intentó llevar a cabo algunas reformas, pero sin modificar la base social: es lo que se conoce como “despotismo
ilustrado”.

3.La ilustración en filosofía: siglo de las luces

En todos los países donde brilló el pensamiento ilustrado se emplearon expresiones simbólicas para referirse a la época.
Fue corriente la metáfora de la luz para indicar que las tinieblas de la ignorancia habían quedado atrás y que, a partir de
aquel momento, la razón brillaría en todas partes.

El camino fue abierto por la Ilustración inglesa, la Enlightenment, donde John Locke puede ser considerado el primer
ilustrado. Pero la figura dominante de la ilustración británica será sin duda David Hume, el último gran empirista. En el
mismo siglo XVIII, David Hume trató de iluminar las posibilidades y garantías de las investigaciones basándose en el análisis
de la naturaleza humana. En el pensamiento ilustrado inglés la corriente de pensamiento dominante fue el empirismo, y
destacaron las investigaciones en las ciencias de la naturaleza y cuestiones sobre la religión, en un espíritu de libertad y
tolerancia.

En Francia se denominó Lumières o “Siglo de las Luces” y fue donde adquirió mayor brillantez convirtiéndose en foco de
irradiación. Allí se conjugaba una organización política autoritaria y una ascendente clase media burguesa, con una
progresiva tensión social. A finales del siglo estas luces propiciaron un resultado político sin precedentes: la Revolución
francesa de 1789.

En Alemania, Immanuel Kant definirá la Ilustración como la salida del ser humano de la edad infantil, es decir, su
superación de la época en que había sido incapaz de utilizar la razón sin la dirección de otro. La Ilustración alemana se
va a caracterizar no por nuevos temas, sino por el análisis de la razón, en la idea de encontrar en ella y hacer de ella el
sistema de principios que rija fundadamente y desde sí misma el saber de la naturaleza y la acción moral y política de la
vida humana.

Con respecto a España, en el siglo XVIII, debido al aislamiento cultural que había sido impuesto por Felipe II y sus
sucesores, se mantenía una situación de oscuridad que contrastaba con el esplendor intelectual que florecía más allá de
los Pirineos. Las aportaciones intelectuales de Cadalso o Jovellanos no llegaron a alcanzar su objetivo de reducir el atraso
filosófico y científico que se vivía en España.

4. Características generales de la Ilustración

4.1. La razón ilustrada

La razón es considerada como una herramienta eficaz y única para resolver todos los problemas humanos, un valioso
instrumento que puede aclarar todo tipo de cuestiones, tanto de orden filosófico como de orden religioso, político o
social. La razón es una luz esclarecedora y autosuficiente que libera al ser humano de los prejuicios, de las
supersticiones, de la ignorancia y de las tradiciones irracionales. Es pues una razón crítica contra los prejuicios que la
ciegan, contra la superstición y la idolotría que enmascaran el verdadero sentido de la religión, y contra la autoridad
de la tradición que la aprisiona.

Durante la Ilustración, la razón, como capacidad humana de entender el mundo, fue adquiriendo mayor autonomía. Se
pretende liberarse de prejuicios religiosos y de los argumentos de autoridad. Se cuestionan las verdades heredadas y
no se admite ninguna idea por verdadera en función de su procedencia. Es decir, se rechaza el argumento de autoridad
y el de la creencia religiosa. La razón es la única que conduce a la verdad, y se vuelve por tanto autónoma, por bastarse
a sí misma. Frente a todo aquello que no sea racional, la razón deberá ejercer la crítica: contra la ignorancia, la
superstición, la creencia irracional, etc.

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Además la razón debe ser crítica y analítica también consigo misma, debe analizarse a sí misma para conocer tanto su
estructura como sus propios límites. Siendo la razón la misma para todos los seres humanos, esta posee unas
características y límites definidos por su propia naturaleza, que habrán de ser investigados. Esta tarea, llevada a cabo
por empiristas como David Hume, alcanzará con Inmanuel Kant su máxima expresión.

4.2. La naturaleza

La naturaleza está presente en todas las ideas de la Ilustración. De nuevo la filosofía se encuentra con ella, no solo en
la ciencia, sino también en la moral, en la política y la educación. Educar en valores naturales es situarse y vivir en medio
de la naturaleza, porque esta es suficiente, sin necesidad de acudir a lo sobrenatural. Todo se naturaliza, y lo religioso
resulta cada vez más alejado. Volver a la naturaleza se consideraba una necesidad íntima, pues desde ella el mundo
tendría que ser mucho más humano.

En la naturaleza, encontraron los ilustrados la idea de totalidad de la realidad, que, por primera vez, habían
descubierto los presocráticos. Se acercaron ahora a ella de un modo científico, a través de la historia natural.
Para interpretarla, acudieron a las ciencias de la naturaleza, y así configuraron desde ellas el mundo. La ciencia, sobre
todo la ciencia natural, la de Newton, pasa a ser el modelo y el prototipo del saber, puesto que ella es la que permite
describir el universo y hacer posible su dominio. Además, en lugar de la matemática del Renacimiento, se primaron otras
ciencias, como la Biología y la Fisiología, porque la naturaleza pasó a tener una consideración dinámica y no estática.

4.3. El deísmo
Se ha presentado muchas veces a los ilustrados como antirreligiosos y ateos, y aunque es cierto que algunos de ellos (en
concreto, los materialistas) mantienen posiciones negadoras de la existencia de Dios, la mayoría más que ateos son anti-
eclesiásticos. Pretenden luchar contra todo tipo de prejuicio y tratan de hacer de la religión algo más amable y más
humano, donde no existan las imposiciones, los dogmas, los fanatismos, ni los procesos inquisitoriales o las guerras de
religión. Para ello, intentan liberarla de la artificiosidad que, en su opinión, adquiere en las distintas iglesias oficiales.
La Ilustración recrimina el excesivo número de clérigos así como reprocha a los religiosos su nula formación, su fanatismo
y sobre todo su inutilidad e ignorancia. Los ilustrados, deístas en su idea de creencia, renegaban de una religión revelada.
Es decir, la religión la entendían en su forma natural ya que sólo se podía asimilar mediante la razón: por un
procedimiento intelectual o filosófico.
No creían en libros sagrados entendidos al pie de la letra ni mucho menos en clérigos intermediarios que mediante
distintas coacciones anulaban el pensar por sí mismo que tanto anhelaba la ilustración. Para ellos, dogma o milagro era
contrario a lo razonable. Sin embargo sí aceptaban la idea y existencia de un Dios creador. Lo llamaban causa primera,
arquitecto del mundo, geómetra o relojero. Lo entendían además como un juez que razona ya que este Dios era autor
de las leyes eternas e inmutables de la naturaleza y que al manifestarse probaban la perfección de ésta última.
De todas formas, para los deístas, Dios no interviene en los asuntos mundanos y esto supuso un choque dialéctico con
los más fervientes religiosos. Éstos últimos veían peligrar su control sobre la sociedad al desmoronar todo dogma oficial
Muchos de los ilustrados defendieron el deísmo, es decir, no aceptaban una religión sobrenatural llena de misterios,
sino una religión sometida al criterio de la razón. Los principales representantes del deísmo en Francia fueron Rousseau
y Voltaire, quienes defendían la existencia de una religión natural, que Voltaire definía de la siguiente manera:
“Entiendo por religión natural los principios de la moralidad comunes a la especie humana”, Voltaire).

Voltaire enumerará las bases principales del deísmo:


• Dios existe y es autor del mundo.
• No es posible determinar la naturaleza y atributos de Dios.
• Una vez creado el mundo, ninguna intervención de Dios en él tiene lugar: negación del concepto de providencia
divina.
• El mal solo es explicable desde el ser humano: es el culpable y quien debe intentar su eliminación.

4.4. La educación

La educación conduce al ser humano desde la ignorancia hasta la plena realización personal y social. Consideraban que
la educación ilustrada convertía al alumno en una persona capaz de valerse de su propia razón, por lo que rechazaban
la enseñanza repetitiva y dogmática. La educación es el mejor medio para difundir la cultura y para destruir cualquier
tipo de prejuicio, intolerancia u oscurantismo.

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Los ilustrados consideraban la educación anterior como algo minoritario y destinado a las élites. Ellos querían extender la
educación para que también el pueblo accediera a ella. Si no había ideas innatas, solo quedaba adquirirlas desde fuera,
por la educación: así se justificaba la necesidad de una educación universal.

La Ilustración realizó una intensa crítica de la educación que se impartía en su época. El enfoque escolástico anterior
centraba la reflexión en asuntos intranscendentes y sutiles, y no se atenía a la verdad de la educación moral que se orienta
hacia la mejora intelectual y moral del ser humano, como único camino para su emancipación.

El horizonte de la educación era formar buenos ciudadanos, porque la sociedad no se mantendría sin la virtud política,
que consiste en el establecimiento del interés común frente al individual. El responsable de esto es el Estado, que debe
impulsar la educación pública. La educación es necesaria social y políticamente, porque si las leyes nos hacen libres e
iguales, las diferencias nacen de la educación.

Por eso hay que educar desde la infancia. El niño sigue el ritmo de la naturaleza, que debe ser la base educativa, pero
hay que prepararle para que pueda vivir en la civilización de forma racional y científica.
Para los ilustrados, no era racional tener únicamente una moral religiosa; se necesitaba una moral autónoma que llevase
al sujeto a practicar en su vida el bien, las virtudes, la honradez y los deberes de cada uno. La educación debe ser racional
y científica, porque el peor mal es siempre la ignorancia. El ser humano solo es digno y grande cuando sigue en su
actuación lo que le dice su propia interioridad y se deja llevar por sus sentimientos bien formados, según señaló
Rousseau.

4.5. La historia y la idea de progreso

Los ilustrados proponen también una nueva idea de historia. La anterior concepción de la historia era de naturaleza
teológica: Dios estaba presente en la marcha de la historia universal, cuidando de todo y proveyendo anticipadamente
lo que ocurrirá. Esto daba lugar a toda clase de leyendas, errores y supersticiones en la explicación del acontecer
histórico. Por eso, para construir la historia desde una consideración crítica, Bayle propuso fundamentar la historia en
los hechos.

Se dio un paso más cuando se buscaron las causas de los hechos. Era necesario introducir la razón en la historia. Y esta
razón indicaba a los ilustrados que su tiempo era superior al tiempo pasado y les hacía pensar en un futuro todavía mejor:
se introducía así la idea de progreso intelectual y moral, que conduciría a la felicidad. Esta idea parte de la Digresión
sobre los antiguos y los modernos (1688) de Fontenelle.

El intelectual ilustrado tiene un interés enorme por la historia, pero cree que la historia “verdadera” se inició con el
Renacimiento y que los siglos medievales constituyeron un paréntesis de oscurantismo, violencia e intolerancia que en
aquel momento ya podía cerrarse. Además, al intelectual ilustrado no le interesaba únicamente la historia de la política
y de los reyes, sino también la vida social, la técnica y las costumbres de la gente.

La razón humana (con el doble auxilio de las matemáticas y de la experiencia) nos capacita para conocer las leyes de la
naturaleza y para intervenir en ella en beneficio propio. De este modo, la actividad científica posibilitará el progreso
constante en la vida de los humanos y la obtención de la más alta perfección. Un profundo optimismo late en el corazón
de los ilustrados, un optimismo que cree en la bondad del ser humano y en la posibilidad de alcanzar una felicidad general.

El progreso es un proceso de avance constante, de acumulación de descubrimientos y técnicas nuevas, en una línea
recta ascendente y sin retorno. Comporta una mejora continua y sin límites del ser humano, tanto desde el punto de
vista material como moral, lo que representa poder vivir con mayor comodidad y ser más feliz.

En esta defensa del progreso llevada a cabo por los ilustrados, podemos constatar que algunas nuevas ideas aparecieron
en la sociedad y se impusieron, mientras otras eran marginadas. En el cristianismo medieval, la providencia representaba
la presencia constante de Dios en los acontecimientos del mundo, la preocupación de Dios por el ser humano. Pues bien,
la idea ilustrada de progreso, de confianza ilimitada en la capacidad humana de mejorar, sustituyó a la idea medieval de
providencia.

De todos modos, no se llegó a un acuerdo completo sobre la idea de progreso. Por un lado, había un grupo de ilustrados
que afirmaba la existencia del progreso constante en la historia; estos daban como prueba de su convicción el éxito
modélico de la física de Newton en la explicación de los movimientos de todo el universo, el desarrollo técnico que
mejora la vida de los humanos y la educación como un excelente medio para mejorar.

Ahora bien, por otro lado, había pensadores, como por ejemplo Jean-Jacques Rousseau, que expusieron la cara negativa
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del progreso: afirmaron que las ciencias y las artes no perfeccionan al ser humano, sino que aumentan su degradación
y lo alejan de la felicidad.

4.6. Crítica al poder político

En política, se manifiestan contrarios a las diversas formas de tiranía y al supuesto origen divino de los reyes; sus
alternativas son de carácter liberal y sus opciones políticas van del despotismo al igualitarismo democrático; en general,
se tiene la idea de que la política ha de procurar la felicidad pública.

Los seres humanos, seres dotados de razón, no pueden vivir en un régimen político absolutista, por lo que dejan de ser
súbditos y pasan a convertirse en ciudadanos. El poder no es un derecho hereditario, sino que se origina en la nación
soberana. Locke ya había justificado y legitimado tanto la sumisión del rey al Parlamento como la separación de poderes.
Los ilustrados franceses leyeron y asumieron la filosofía política de Locke. Como resultado, a fines del siglo XVIII en Francia
se derrocó la monarquía.

Los graves desequilibrios sociales, el enfrentamiento de muchos nobles al poder absoluto del monarca y la crítica radical
de los ilustrados (como Montesquieu, Voltaire, Rosseau y los enciclopedistas) arrastraron a Francia hacia la Revolución
de 1789.

5.PENSADORES ILUSTRADOS
La Francia del siglo XVIII atrajo, creó y escuchó a numerosos filósofos o pensadores que tenían en común un gran afán
de conocimiento y la creencia de que la única luz proviene de la razón humana. Y de la misma manera que en la Atenas
del siglo V a. C. solo los hombres libres gozaron del conocimiento y participaron de la democracia, en la Francia del siglo
XVIII, las luces de la Ilustración iluminaron la vida de un porcentaje muy reducido de la población: la burguesía y una
pequeña parte de la nobleza.

5.1. Pierre Bayle (1647-1706) y Bernard de Fontenelle (1657-1757)

Anterior a los ilustrados del siglo XVIII, Bayle fue sobre todo conocido por el famoso Diccionario histórico y crítico, en
16 volúmenes, obra magna realizada por un solo hombre, que alcanzó gran difusión en su tiempo. El título deja claro el
contenido y el tono que le quiso dar su autor. En primer lugar, se trata de una narración de los hechos con exactitud
(historia) y luego de un debate y análisis de los mismos (crítica) para decidir su valoración y limitaciones. Todo ello al
servicio del encuentro con la verdad y para liberar al pueblo de las tinieblas de pasados siglos (proyecto crítico-moral).

Bayle propone el ideal de la tolerancia religiosa y civil frente a las guerras de religión y las disputas teóricas de cualquier
clase. Es firme partidario de la separación de política y religión, y de la autonomía moral.

Fontenelle fue el mayor divulgador de las ideas científicas de su tiempo. Contribuyó a la crítica de las concepciones
religiosas y se inclinó por la ciencia ante las motivaciones mitológicas. Defendía que Dios se manifestaba en la naturaleza
y no en las religiones históricas.

En su Digresión sobre los antiguos y los modernos (1688) afirma que, aunque los antiguos no sean superiores a los
modernos, estos disponen de los descubrimientos de los antiguos y pueden preparar los futuros hallazgos en un proceso
ascendente y sin fin. La historia de la humanidad es vista como una sucesión de etapas en las que cada nueva etapa
recoge y amplía los descubrimientos de los anteriores.

5.2. Montesquieu (1689-1755): la separación de poderes

Charles de Secondat, barón de Montesquieu, fue un aristócrata que se inició en los estudios jurídicos, aunque en poco
tiempo amplió sus intereses a diversos campos. En sus Cartas persas, mostró que en Persia las costumbres e instituciones
“naturales” eran muy diferentes a las de su país (Francia). Así, defendió la tesis de que las costumbres e incluso las
instituciones políticas y religiosas dependen de acuerdos convencionales, incluso el propio rey; son de una determinada
manera porque son establecidas por las diversas comunidades de seres humanos en función de sus propias
conveniencias y circunstancias.
La obra de mayor repercusión histórica de Montesquieu es El espíritu de las leyes, libro redactado después de una
estancia de tres años en Inglaterra, país del que estudió la organización política y en el que conoció los escritos de John
Locke. Aunque este libro fue publicado 50 años antes de la Revolución francesa, se convirtió en uno de los numerosos

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factores ideológicos que contribuyeron a provocarla. Durante todo el siglo fue el punto de referencia para todos los
intentos de reformas políticas. Se trata de un estudio histórico de las leyes con la intención de comprender su sentido o
espíritu, a partir de los caracteres de los pueblos y sus condiciones de vida, así como las relaciones económicas y los
tipos de gobierno por los que han pasado.
La tesis fundamental del ensayo es la famosa separación de los tres poderes distinta a la propuesta por Locke para la
monarquía parlamentaria inglesa: legislativo, ejecutivo y judicial, considerada como una condición imprescindible para
la conservación de la libertad. Esta división consiste en diferenciar tres tipos de poder (legislativo, ejecutivo y judicial)
que debían recaer en tres manos distintas e independientes. La idea es evitar un poder autoritario, como el que
acontecía en las monarquías absolutas, pues al separar los poderes, cada uno hace de contrapeso a los otros dos
impidiendo el poder absoluto en una misma persona: “limitando el poder al poder” es posible la libertad, es decir, el
gobierno según la ley.

Montesquieu distingue tres poderes: el legislativo, que elabora las leyes; el ejecutivo, que las aplica a los casos generales;
y el judicial, que las aplica a los casos particulares. Cada uno de estos tres poderes debe encargársele a un solo órgano
diferente e independiente de los otros dos. Solo gracias a esta división se puede establecer un régimen político de
libertad. Y es que Montesquieu había estado observando las condiciones políticas de Inglaterra en el siglo XVIII, y llegó
a la conclusión de que la libertad de la que disfrutaban los ingleses era consecuencia de la división de poderes soberanos.

DIVISIÓN DE PODERES
Poder legislativo Poder ejecutivo Poder judicial
Elabora las leyes controla al Aplica las leyes y dirige la Aplica las leyes y sanciona su
poder ejecutivo administración y defensa del Estado incumplimiento.

Otro factor que ayuda a limitar el poder con el poder es la dedicación al comercio. Del mismo modo que el deseo de
poder no tiene límites, tampoco lo tiene el afán de lucro. El comercio necesita libertad y, en consecuencia, huye (y con
él huye el capital que exige) de aquellos países que ponen trabas al libre intercambio. El déspota busca la confrontación
mientras que los comerciantes quieren relaciones pacíficas.

5.3. Voltaire (1694-1778)

François-Marie Arouet, llamado Voltaire, fue un hombre profundamente comprometido con los ideales de la Ilustración,
tanto en su lucha política como en la divulgación de la ciencia y de la filosofía; sus trabajos de difusión fueron tan
influyentes que para muchos el siglo XVIII es el siglo de Voltaire.

Nació en París en 1694 y murió en 1778. La vida de este pensador fue una apasionada cruzada contra el fanatismo y la
intolerancia. Fue encarcelado en la Bastilla (1717) y tras pasar tres años de exilio en Inglaterra, donde estudió a fondo la
filosofía de Locke y la ciencia de Newton, se convirtió en un propagador de las ideas de ambos pensadores. De hecho,
allí vivió el entierro de Newton en la abadía de Westminster.

La ciencia newtoniana se extendió por Francia precisamente gracias a él. Se dice que, como parte de su labor de
divulgación, fue él quien acuñó la célebre leyenda de la manzana que, al caer del árbol, le habría sugerido a Newton la
teoría de la gravitación universal.

En Inglaterra, además, le marcaron profundamente el deísmo, el racionalismo alejado del cartesianismo y en contacto
con la experiencia y la ciencia, la tolerancia con la que convivían un gran numero de credos religiosos, o la libertad
política y el parlamentarismo. Según Voltaire, Newton y Locke habían conseguido disipar las ilusiones metafísicas de los
racionalistas e inaugurar una nueva filosofía racional, pero basada en la experiencia y centrada en el conocimiento del
ser humano y del universo.

Es el paradigma de la Ilustración por su firme defensa de la tolerancia y sus ataques al


dogmatismo religioso y político. Posee, además, un brillante estilo literario en la exposición
de sus ideas. En su tratamiento de temas como Dios, el alma, la libertad, el ser humano, el
progreso y la ley moral coincide plenamente con la corriente básica de la Ilustración, lo cual
no le evitó polemizar con las instituciones y filósofos de su tiempo. Fue autor de teatro,
poeta, historiador, divulgador de la filosofía y de la ciencia, escritor de sátiras y panfletos, y
crítico irónico y ácido de las miserias humanas.

Su Tratado sobre la tolerancia tiene como trasfondo la Carta sobre la tolerancia de John Locke. Su compromiso con la

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tolerancia era tal que se proclamó dispuesto a defender con su sangre el derecho de sus adversarios ideológicos a
proclamar su opinión. En esta obra propone la fraternidad universal, que será asumida como uno de los lemas de la
Revolución francesa.

Cuando se produjo el devastador terremoto de Lisboa del año 1755, la innegable realidad de esta desgracia hizo que
Voltaire frenara su optimismo ilustrado y pasara a criticar la teoría de Gottfried Leibniz según la cual nuestro mundo es el
mejor de todos los mundos posibles. En su obra Cándido, Voltaire presentó el optimismo como una especie de obcecación
o manía de opinar que todo está bien incluso cuando todo está mal. Con el Cándido de Voltaire, el optimismo ilustrado
comenzó a decaer.

A partir de aquí, la pasión de Voltaire es su rechazo de todo oscurantismo, realizado en medio de un hondo pesimismo
sobre el hombre, sobre esa constante estupidez humana que se comprueba a través de la historia. Voltaire discute
agriamente en este punto con Rousseau, aunque tengan muchas cosas en común. No es este el mejor de los mundos
posibles: el mal está presente en la historia y sin esperanza de erradicación plena. Sin embargo, el único medio que se
puede y debe oponer a este hecho es la razón, clarificadora e ilustradora.

Entre los temas de reflexión antropológica, hallamos la compasión por la miseria y el dolor del ser humano, el anhelo
de libertad, la búsqueda de la felicidad, la lucha por los derechos civiles, la propuesta de una moral natural (que veía
simbolizada en las máximas de Confucio) frente a las religiones positivas, y la tolerancia religiosa. La pugna por la libertad
civil y por el estado de derecho contra el despotismo son temas constantes de numerosos panfletos, escritos ocasionales
y pequeños tratados de sus últimos años.

Además de la filosofía, la ciencia y la literatura, mostró también interés por la historia. A partir de sus años en la corte
berlinesa de Federico II elaboro tres obras importantes como historiador, entre las que está el Ensayo sobre las
costumbres y el espíritu de las naciones. Además, el genio inquieto y curioso de Voltaire produjo obras en toda clase de
géneros literarios: tragedias, novelas, poemas, tratados de física y de filosofía, de historia… Cabe destacar entre sus
escritos su Tratado sobre la tolerancia (1763) y Cándido (1759).

5.4. El enciclopedismo de Denis Diderot (1715-1784) y Jean D’Alambert

Diderot escribió obras de filosofía y novelas, compuso poemas, se interesó por las matemáticas y fue crítico de arte. En
1746 publicó su primera obra, Pensamientos filosóficos, que fue condenada por el Parlamento a ser quemada; al mismo
tiempo, el editor Le Breton le encargaba la traducción de la Cyclpaedia del inglés E. Chambers, que más adelante se
convirtió en el proyecto, mucho más ambicioso, de la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los
oficios, de la que él fue el alma y en al que trabajó por espacio de veinte años, dirigiéndola primero con D’Alembert y
después solo, como organizador y redactor. En su redacción trabajaron unos 130 colaboradores: juristas, intelectuales,
matemáticos, médicos, académicos, artistas… Todos ellos se hallaban cercanos a la burguesía, pero también había nobles
que compartían los nuevos ideales. Entre otros estaban: Rousseau, Voltaire y Montesquieu.

Sus enemigos fueron los poderes de la Iglesia y el Estado, contra los que lucharon con su espíritu de tolerancia y libertad.
D’Alembert se dedicó especialmente a las matemáticas y Diderot era filósofo, seguidor del empirismo y crítico de la
sociedad e ideas de su tiempo. La obra se vio envuelta en muchas dificultades políticas y de censura religiosa, pero
continuó adelante gracias a la tenacidad de Diderot y, en ocasiones, a la intervención de personas influyentes, como
Madame de Pompadour.

Para los enciclopedistas, la historia había producido suficientes conocimientos, y había llegado el momento de
recopilarlos y ordenarlos todos en una especie de gran diccionario. La Enciclopedia nace con el objetivo de reunir todos
los conocimientos del ser humano, exponiéndolos de forma organizada, para poder transmitir este saber a la humanidad
de una forma antidogmática, fomentando el sentido crítico, la educación y combatiendo los prejuicios y el oscurantismo.
La Enciclopedia se vendió mediante suscripción y pronto su fama consiguió que los intelectuales y la burguesía europea
se hiciesen con sus volúmenes.

5.5. Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges

Los ideales de igualdad y progreso de la Ilustración llevaron a algunos pensadores a reconsiderar el estatus de la mujer,
hasta entonces sin acceso a la educación superior ni a la participación política.

Por otra parte, en esta época se empezaron a escribir obras filosóficas divulgativas prescindiendo del latín (comprensible
solo para los universitarios), de manera que también las mujeres, aun sin haber asistido a la universidad, podían leerlas.

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Gracias a ello, numerosas damas de clase social privilegiada conocieron los ideales de la Ilustración, e incluso
contribuyeron a formularlos y divulgarlos. Algunas de las pensadoras más destacadas de este periodo fueron:

Mary Wollstonecraft (1759-1797)

Fue una escritora inglesa que se trasladó a Francia para vivir de cerca la Revolución, pues se dio cuenta de que esta era el
principio de un nuevo tiempo en el que iban a triunfar los principios de la Ilustración. En su obra Vindicación de los derechos
de la mujer, considerada un referente del feminismo moderno, proclamó la necesaria igualdad entre los sexos. El tema
fundamental del libro es la educación femenina, ya que consideraba que era en el proceso de educación donde se
alimentaban las verdaderas diferencias entre el hombre y la mujer.

Olympe de Gouges (1748-1793)

Su verdadero nombre era Marie Gouze, pero al quedar viuda con 19 años renunció a llevar el apellido de su marido y se
cambió el nombre de Marie por Olympe en honor a su madre. Aunque su mayor reconocimiento se debe a su Declaración
de los derechos de la mujer y de la ciudadana, obra en que plasmó la aspiración femenina a la plena ciudadanía, también
denunció la situación en la que vivían los esclavos negros y la gente pobre de Francia, lo cual la llevó a la prisión de la
Bastilla.

5.6.Jean-Jacques Rousseau
Aunque es una de las figuras mas grandiosas de la Ilustración, Jean-Jacques Rousseau puso en
duda muchas de las ideas características del Siglo de las Luces. Con Rousseau, comenzaron a
emerger valores que iban a ser propios de la época que seguiría a la Ilustración: el
Romanticismo.

5.6.1. Vida y obras

Nació en Ginebra en 1712, perdiendo a su madre en el parto. Su padre le enseñó a leer con las novelas sentimentales
de la época y las Vidas paralelas de Plutarco. Abandonó Ginebra y vivió en París, donde entablaría amistad con Diderot.

Años después, cansado de París se retiró al campo, donde se dedicó a escribir. Si bien colaboró en la redacción de la
Enciclopedia con los filósofos de la Ilustración, muy pronto se enemistó con ellos, y llegó a convertirse en el contrapunto
al optimismo intelectual de los pensadores ilustrados. Y es que, mientras que estos tenían una fe ilimitada en la razón, él
la veía como una de las causas de la corrupción humana.

El Discurso de las ciencias y de las artes, escrito cuando contaba 38 años, marca su distanciamiento de la corriente
enciclopedista y su posición básica y radical, “revolucionaria” en el ajuste de la problemática ilustrada: la cultura, las
ciencias y las artes han sido efectivamente el medio fundamental de degeneración y oscurecimiento del ser humano. Tal
denuncia es al mismo tiempo una reivindicación del ser humano natural, que se configura no tanto como la meta de un
regreso sino como la “idea reguladora” de un juicio siempre necesario sobre la cultura y sobre la historia. La influencia
de este texto en Kant fue extraordinaria.

En 1762 publicó El contrato social y Emilio o sobre la educación. Ese mismo año ambas obras fueron censuradas tanto
en París como en Ginebra. En París, la Sorbona lo acusó de ser un maestro del error y la corrupción. Las autoridades de
Ginebra consideraron que estas obras subvertían la moral, las costumbres y la religión, por lo que quemaron sus libros
y le prohibieron residir en la ciudad. Perseguido, viajó a Inglaterra con David Hume, con el que rompería después. Emilio
es una exposición sobre la bondad natural del ser humano y sobre cómo la sociedad, con su influencia, corrompe esta
bondad. Rousseau propone un modelo educativo que haga emerger la bondad innata latente en cada niño. En El
contrato social analiza de manera sistemática los derechos y libertades políticas de los seres humanos y la soberanía
popular.

Volvió a Francia en 1767, para vivir en una situación muy inestable. La personalidad de este pensador era compleja,
atormentada y contradictoria: se enfrentó al racionalismo de los ilustrados sin dejar de ser él mismo un enciclopedista
ilustrado; visitaba salones de damas ilustradas y, en cambio, se casó con una sirvienta analfabeta, llamada Thérèse
Levasseur, con quien había tenido ya cinco hijos que habían sido enviados al orfanato y, sin embargo, llevó a cabo una
gran investigación sobre la educación de los niños. En 1778 se trasladó a Ermenonville, cerca de París, donde murió.

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5.6.2. Rousseau y la Ilustración

Rousseau es el ilustrado que captó con mayor lucidez la entraña misma de la Ilustración. Su vida constituyó un conflicto
permanente: intelectualmente veía siempre más allá que la gente común, sentimentalmente fue culpable de sus actos,
profesionalmente no consiguió el favor de los poderosos y acabó conformándose con la protección de algunos
personajes de mediana categoría; en religión no coincidió con ningún credo, y con sus amigos acabó rompiendo.

Rousseau fue un inadaptado, realmente perseguido, un genio que ha dejado a la posteridad algunas obras maestras,
siempre discutidas y objeto de grandes controversias. Marcó diferencias con sus contemporáneos y se distanció de ellos
cada vez más hasta acabar completamente solo. Su singularidad y originalidad le causaron profundos sufrimientos. Fue un
hombre rodeado de grandezas y miserias.

Durante toda su vida, dos ideas le atormentaron: que obraba mal a pesar de ser bueno, y que la sociedad era
profundamente injusta y lo perseguía constantemente. Estas dos obsesiones lo llevaron a establecer la siguiente teoría:
el ser humano es bueno por naturaleza; sin embargo, actúa mal forzado por la sociedad, que lo corrompe.

El proyecto de la Ilustración podría quedar recogido en la idea de una ciencia del ser humano y en el ejercicio de una razón
autónoma y secularizada. El pensamiento ilustrado creyó que, sobre estas bases, sería dado un continuo progreso en
el desarrollo y realización de la naturaleza racional del ser humano. El marco de este progreso lo constituye la
sociedad y la historia.

El proyecto de la Ilustración podría quedar recogido en la idea de una ciencia del ser humano y en el ejercicio de una razón
autónoma y secularizada. El pensamiento ilustrado creyó que, sobre estas bases, sería dado un continuo progreso en el
desarrollo y realización de la naturaleza racional del ser humano. El marco de este progreso lo constituye la sociedad y
la historia. Frente a esto, el punto de partida de Rousseau lo constituye una dura denuncia de la artificialidad de la vida
social y una crítica de la civilización, interpretada siempre, y sobre todo por la Ilustración, como progreso. La crítica de
Rousseau no supone en modo alguno un rechazo indiferenciado a la cultura y la sociedad, ni un intento de retorno al
estado de naturaleza, sino el rechazo del orden social de su tiempo, y del optimismo dominante acerca del progreso de
la humanidad.

Rousseau defendió la tesis contraria: según él, la civilización de su tiempo, la que habían construido las ciencias y las
técnicas (con “artes” se hacía referencia a las artes mecánicas), pervertía las costumbres y las debilitaba. Además, ciencias
y técnicas traían lujo y economía artificial, lo que destruía la moral y la virtud. Los pueblos mejores y más felices eran los
que se mantenían más cercanos a la naturaleza.

Según Rousseau, la cultura ha causado miseria y esclavitud a las masas populares. La gente no actúa espontáneamente,
porque la sociedad establece sus reglas y hay que seguir esas convenciones. La vanidad y la apariencia contribuyen al
éxito social. Las relaciones entre los humanos no son sinceras, ocultan la realidad, hay demasiadas reservas bajo el velo
de las cortesías y nadie se fía de los que presumen, expresándolo exteriormente con ropas y transportes lujosos.

Según Rousseau, la ideología de la ciencia y la técnica fomenta la esclavitud, en lugar de la libertad: es necesario luchar
contra el orden político despótico y dirigirse a la auténtica naturaleza del ser humano, que nos lleva hacia la práctica de
la virtud. Esta es la idea que va a vertebrar su pensamiento antropológico y político: los seres humanos son buenos por
naturaleza y es la sociedad, el estado social, el responsable de la maldad humana (“los hombres nacen buenos; es la
sociedad la que los vuelve malos”).

5.6.3. FILOSOFÍA POLÍTICA

La filosofía política de Jean-Jacques Rousseau aparece expuesta en sus obras: Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres (1755) y El contrato social (1762) obras que se enmarca dentro de la tradición contractualista, donde
destacan las previas teorías de los filósofos británicos Thomas Hobbes y John Locke. (Consultar las páginas finales de los
apuntes para conocer las teorías de Hobbes y Locke).

El la primera parte del Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres Rousseau nos expone cómo concibe
el estado de naturaleza, que expone como una hipótesis verosímil.

La primera de las dos partes en que consta el Discurso se ocupa de la primera de estas desigualdades. Es una
reconstrucción artificial, a modo de hipótesis verosímil, del ser humano en estado natural.
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El “estado de naturaleza” designa el “supuesto” estado o situación del ser humano con anterioridad a su vida en sociedad,
estado en el que el ser humano (el “hombre natural”) sería bueno y feliz, independiente y libre, y guiado por el sano
“amor de sí”. Por el contrario, el “estado social” designa la real situación presente en la que al vivir en sociedad (en
determinado orden y estructura social) el ser humano se hace malo, está movido por el “amor propio” o insaciable
egoísmo (deviene “hombre artificial”) y rige la injusticia, la opresión y la falta de una auténtica libertad.

A diferencia de Hobbes, para quien el estado de naturaleza era un estado de guerra de todos contra todos, Rousseau
defenderá que en el estado de naturaleza nadie somete a nadie ni tiene sentido la ley del más fuerte. Frente al
pesimismo antropológico hobbesiano, Rousseau considera que el hombre es bueno por naturaleza, y que su conducta
se rige por dos instintos básicos: el amor a sí mismo y la compasión.

Rousseau cree que el hombre no es malo por naturaleza, sino que, desde un punto de vista biológico, es un ser
individualista cuyos deseos “no van más allá de sus necesidades físicas. Los únicos males que teme son el dolor y el
hambre”. El ser humano es un animal dotado de sensibilidad que se mueve por las sensaciones de placer y disgusto, y
que, “cuando ha comido, hállase en paz con la naturaleza y es amigo de todos sus semejantes”.

Un individuo que se mueve por el instinto de conservación, “guiado por el sano amor de sí mismo”, independiente y que
se vale por sí mismo, es decir, autosuficiente. Pero también es un ser compasivo al que le repugna la muerte y el
sufrimiento, especialmente el de sus iguales.

Rousseau cree que los seres humanos en estado de naturaleza, o sea, aislados y solitarios, serían físicamente más fuertes,
pero más débiles intelectualmente, y moralmente mejores, porque, sin la sociedad, no habría rivalidades, ni ultrajes ni
envidias. Así, el ser humano naturalmente bueno y piadoso.

En definitiva, Rousseau, al igual que Hobbes, hablaba de un estado natural del ser humano, pero, en radical oposición a
Hobbes, imaginó al ser humano natural como un ser bueno y feliz, inocente como un niño pequeño. La literatura de
viajes, abundante en la época, confirmaba la hipótesis de Rousseau de un estado natural del ser humano como “buen
salvaje”, pues los relatos de diversos exploradores describían seres humanos primitivos que vivían en paz y armonía con
la naturaleza. El niño inocente o el buen salvaje son los modelos del estado natural del ser humano de Rousseau.

Rousseau
Hobbes

Impera la ley del más fuerte.


Los individuos son libres, iguales y buenos.
Estado de Guerra de todos contra todos.
Amor de sí (conservación) y a los demás
naturaleza “El hombre es un lobo para el hombre”.
(compasión). Buen salvaje o niño inocente.
Pesimismo antropológico

En contraposición a este pasado ideal, Rousseau considera que los seres humanos de su momento histórico habrían
perdido la bondad original, su inocencia, transformándola en degeneración e hipocresía. Para este pensador, el ser
humano histórico era un ser vil, egoísta, depravado, lleno de odio. Ahora bien, este ser humano histórico no podía
mostrar públicamente su degeneración: necesitaba enmascarar su vileza, su egoísmo y sus pasiones. Por ello, adoptaba
un comportamiento ilustrado, que incluía la cortesía, el arte de hablar bien, la técnica de las apariencias, es decir, todo
aquello de lo que se ocupan las ciencias y las artes. Los temores, el odio y la traición se escondían continuamente bajo
esa máscara llamada “educación”.

¿Cómo y por qué se generó ese abandono del estado natural, ese camino hacia la degeneración y la desigualdad social?
La segunda parte del Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres describe el paso del estado de
naturaleza al estado social, en el que se establece la desigualdad. Según Rousseau, la degradación del ser humano se
había producido en un proceso lento. Este proceso había vivido dos momentos esenciales en el nacimiento de las
sociedades:

a) El agrupamiento de los humanos para satisfacer las necesidades con el perfeccionamiento de la caza y la
recolección. En un determinado momento el “buen salvaje” se halló ante una situación problemática: los árboles se
volvieron más altos; los frutos, insuficientes, y los recursos, escasos. El ser humano tuvo miedo, fabricó armas y
abandonó el estado natural para poder sobrevivir.
b) Los inventos de la agricultura y la metalurgia (“funesto azar”).
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Ahora bien, la verdadera causa de la desigualdad es la propiedad, con todo lo que implica: relaciones de dependencia
económica y dominación, ambiciones, guerra de todos contra todos, imposición de los ricos, creación de instituciones
políticas y despotismo. Semejante impostor se adueñó de la tierra y de sus frutos, que son de todos y no exclusivamente
suyos. Así queda establecido el orden social, que es ilegítimo, como cualquier despotismo, cualquier privilegio y toda
desigualdad. Para Rousseau, esto no es natural, sino puro artificio y base de todos nuestros males.
Por tanto, el Estado es, en la visión roussoniana, el instrumento que defiende los intereses de los grupos poderosos y
dominantes y, por ello, se convertiría en un tema de reflexión central de todo el pensamiento político de los siglos XIX
y XX, sobre todo entre los anarquistas y los socialistas.

RECUPERACIÓN DEL ESTADO NATURAL

En el año 1762 se publican Emilio y el Contrato social, obras en las que Rousseau plantea la recuperación del estado
natural del ser humano por dos caminos: una nueva educación y un nuevo orden político.

Emilio o sobre la educación es una novela pedagógica que pretende la recuperación del estado natural por parte del
individuo. La nueva educación da por supuesta la bondad natural del ser humano y su individualismo, así como el amor a
la naturaleza y el ideal de vida silvestre; también postula el rechazo de los valores culturales de la alta sociedad. Esta obra
colmó el vaso de las condenas hasta encarcelar a su autor, con lo que se demostró que la educación es una cuestión
extremadamente sensible.

El protagonista es un niño huérfano e inteligente que vive en contacto con la naturaleza y en compañía únicamente de un
preceptor. La educación que recibe tiene por objeto la formación de la sensibilidad y la voluntad, no el desarrollo de la
racionalidad o la adquisición de conocimientos. Estos deben irse introduciendo a medida que el niño sienta la necesidad;
no se le han de imponer prohibiciones ni normas morales, ni se le debe forzar a razonar; tampoco se le ha de proporcionar
ninguna enseñanza de carácter religioso.

La evolución natural irá despertando en el niño la curiosidad y el deseo de abrirse al conocimiento. La pedagogía
moderna hará suyas las propuestas roussonianas con la educación de la mente a través de la sensibilidad, la valoración
positiva del sentimiento y la pasión y el trabajo manual como valores formativos.

De este modo, Emilio se convierte en un “salvaje” bueno y noble que se mueve por los sentimientos y las pasiones, y no
por las normas y las imposiciones, que se propone ser autosuficiente en todos los aspectos, se crea su propio mundo y
se siente preparado para hacer frente a cualquier dificultad que le plantee la vida. El protagonista acabará educando a
Sofía, su mujer, con quien tendrá un hijo, y con el que intentará reproducir el mismo esquema educativo que él ha
recibido.

En el Contrato social, Rousseau se propone la recuperación del ser humano natural a través del establecimiento de un
nuevo orden social. Si en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres quiere investigar el origen de
la organización social para explicar la realidad presente, en el Contrato social parte de la base de que el Estado existe y
no se puede destruir, porque es imposible que los seres humanos regresen a la vida de la selva: “No es cosa de volver
a vivir en el bosque junto a los osos, y de quemar las bibliotecas”, escribe. Se trata, pues, de organizar la sociedad
presente de forma que la bondad natural aflore en el seno de la comunidad, es decir, determinar cuáles son las
condiciones que ha de cumplir el Estado para que pase a regirse por las leyes de la razón y de la justicia.

En el año 1762 se publican Emilio y el Contrato social, obras en las que Rousseau plantea la recuperación del estado
natural del ser humano por dos caminos: una nueva educación y un nuevo orden político. Aunque la educación sea un
pilar fundamental en la concepción política ilustrada y más en concreto en Rousseau, en este apartado nos centraremos
en su propuesta de una restructuración de la sociedad y la política.

En el Contrato social, Rousseau se propone la recuperación del ser humano natural a través del establecimiento de un
nuevo orden social. Si en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres quiere investigar el origen de la
organización social para explicar la realidad presente, en el Contrato social parte de la base de que el Estado existe y no
se puede destruir, porque es imposible que los seres humanos regresen a la vida de la selva: “No es cosa de volver a
vivir en el bosque junto a los osos, y de quemar las bibliotecas”, escribe.

Rousseau consideraba inútil soñar con un retorno al antiguo estado natural de bondad e inocencia. Sin embargo, creía
que había una posibilidad de regeneración moral para el ser humano: el contrato o pacto social. Este era el resultado
del intento de armonizar individuo y sociedad, de legitimar el orden social conservando la libertad política.

Se trata, pues, de organizar la sociedad presente de forma que la bondad natural aflore en el seno de la comunidad, es
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decir, determinar cuáles son las condiciones que ha de cumplir el Estado para que pase a regirse por las leyes de la
razón y de la justicia. La solución no es la resignación, sino el establecimiento de una política nueva.

A. Un nuevo contrato social: contrato de sumisión vs. contrato de libertad

A diferencia de Aristóteles, que entendía el ser humano como social por naturaleza y la sociedad como la simple
consecuencia de esta natural disposición social del ser humano, tanto Hobbes como Rousseau creen que el ser humano
según su naturaleza, “el ser humano natural”, no es social, dándose una prioridad del individuo sobre la comunidad
social. Pues bien, las explicaciones que uno y otro ofrecen del tránsito son distintas, en base a la idea que cada uno se
hizo de la naturaleza del ser humano, del “ser humano natural”, y del “estado de naturaleza”, así como del ideal de
vínculo social y del orden político en correspondencia con la “naturaleza” del ser humano.

Hobbes, para quien el ser humano es un lobo para el ser humano (“homo homini lupus”) y el estado de naturaleza es un
estado de violencia y guerra de todos contra todos, estima que solo una fuerza superior y el sometimiento puede
establecer el vínculo o contrato entre los seres humanos.El contrato es, por tanto, un contrato de sumisión, por lo que
en rigor no se puede considerar como “contrato”, ya que en la contratación ante y por la fuerza se carece de libertad, y
en el orden social y político así establecido se carece igualmente. Para Rousseau semejante forma de contrato, impuesto
por la coacción y sin libertad, niega la libertad “natural” del ser humano y no institucionaliza ni permite una adecuada
libertad civil y política.

Rousseau trata en cuatro libros del contrato, la soberanía, el gobierno, las instituciones políticas y la religión. El tema de
la legitimidad del poder es la cuestión más delicada. Rechaza que se funde en algo natural, la fuerza, o un contrato de
sometimiento a otro. Es necesario encontrar una forma de asociación en la que cada uno obedezca solo a uno mismo.

El verdadero contrato social ha de ser, por tanto, un contrato de libertad. Ahora bien, ello no significa que en el orden
social y político establecido por el contrato social no haya y tenga que haber sumisión y obligatoriedad de la ley. El
carácter genuino del problema está precisamente en el sentido de la sumisión a la ley y en el sentido de la libertad.
La voluntad general

Debe tener lugar un nuevo pacto social que sea fruto de la voluntad general, de una voluntad compartida por todo el
pueblo soberano, que no sea una mera suma de las voluntades individuales, sino que debe consistir en un interés
universal compartido que de lugar a un Estado que garantice el bien común.

La voluntad general es la de los ciudadanos reunidos en asamblea: una democracia directa (no una democracia
representativa como la actual).

La democracia directa sería el único gobierno legítimo, en el que el poder legislativo pertenece a todo el conjunto de los
ciudadanos, a los que corresponde elegir a las personas que ejecutarán las leyes.

Si cada ciudadano vota con plena independencia, las diferencias existentes entre ellos quedan compensadas y el resultado
sí expresa la voluntad general. Es necesario un nuevo modelo en el que se asuma lo que disponga la mayoría.

De este modo nace el pacto social, pacto vinculante por el que el individuo renuncia a parte de su libertad con el fin de
conseguir el bien y el beneficio para la comunidad.

Este nuevo orden político nace de la soberanía popular y supone que la voluntad del Estado es la de la mayoría de los
ciudadanos. La minoría puede disentir, pero no tiene más alternativa que acatar las decisiones de la mayoría.

Después del pacto, obedecer y someterse a la ley dictada por la voluntad general equivale a ser libre, a obedecerse a
uno mismo. Por lo tanto, Rousseau valora positivamente el estado civil surgido del pacto y de sus leyes, fruto de la
voluntad general.

La voluntad general puede dictar leyes con el fin de proteger el nuevo estado social adquirido, y ha de aspirar al hecho de
que esta organización política garantice la libertad y la igualdad y evite la agresividad. Como expresión de la mayoría, la
voluntad general continúa siendo la voz y el voto de cada uno, con lo que garantiza los derechos individuales.

Los seres humanos no se someten sino a la ley que ellos mismos se han dado, el sometimiento a la ley lo es a ellos
mismos que libre y racionalmente se han impuesto la ley. Con ello han pasado de un estado “natural” y de necesidad, a
un estado basado en la razón y fruto de la libertad, estando semejante comunidad social muy por encima del “estado
de naturaleza”. En el nuevo orden político, el individuo es libre en tanto que es ciudadano, y ejerce su libertad
obedeciendo las leyes. En este nuevo orden social racional y libre será posible erradicar el mal moral y la injusticia y
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realizar la perfectibilidad y felicidad del ser humano: su plena realización y salvación.

5.7. Inmanuel Kant

5.7.1. Biografía
Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en Königsberg, en Prusia, y se convertirá en el mayor representante de la
Ilustración alemana, además de uno de los filósofos más importantes de la Modernidad.

A finales del siglo XVII y principios del XVIII, como protesta contra la ortodoxia religiosa, en la que predominaban las formas
dogmáticas frente a la vivencia de la fe, se extendió por Alemania el pietismo, tendencia religiosa que fue seguida por los
padres de Kant, y que sin duda ejerció una honda influencia en Kant, quien se refiere a sus padres siempre con veneración,
recordando a su madre como una persona bondadosa, austera y profundamente religiosa.

En 1740 ingresó en la Universidad de Königsberg. Kant se matriculó en la Facultad de Filosofía. Allí asistió a las lecciones
de Teología de Schultz, pero centró su interés en la Filosofía, las Matemáticas y las Ciencias naturales. En estos años la
filosofía predominante era el racionalismo de Christian Wolff, allí Kant conoció sus obras, junto a las de Newton, las
tendencias del empirismo británico, y los ideales procedentes de la Ilustración francesa.

En 1755 obtendrá en la Universidad de Königsberg el título de Doctor en Filosofía, y trabajará como catedrático de la
Universidad de Königsberg a partir de 1770. A partir de este momento se dedicará intensamente a desarrollar su filosofía.

El 12 de febrero de 1804 moría en su ciudad natal, siéndole rendidos los últimos honores en un gran funeral. Para entonces
la filosofía de Kant había alcanzado ya gran difusión y aceptación en los principales círculos culturales de Alemania y un
considerable eco en el resto de Europa.

5.7.2. Pensamiento político

Durante toda su vida Kant se preocupó por los acontecimientos políticos y sobre teoría política en general, y pese a que
nunca escribió una gran obra de filosofía política como fueron sus tres “Críticas”, su pensamiento en este tema está
reflejado en un gran número de obras dispersas, entre las cuales cabe destacar “La paz perpetua” (1795), “Metafísica de
las costumbres”(1797) y su breve ensayo “¿Qué es Ilustración?” de 1784.

El pensamiento político de Kant está fuertemente influido por dos hechos históricos de la época: la Revolución Francesa
de 1789 y la Independencia de Estados Unidos en 1776. De ambos acontecimientos impresiona a Kant la reivindicación de
los derechos del ser humano, que para nuestro filósofo son una expresión de la aspiración a la libertad frente a la autoridad
que son puntos centrales de su pensamiento.

Las ideas políticas de Kant se enfrentaron a los planteamientos clásicos: mostró su desacuerdo con Hobbes, no aceptando
tampoco las ideas contractualistas de Locke, Hume y Rousseau, según explica, por la dificultad de alcanzar un consenso.
Contra ellos, Kant defenderá la idea de progreso como plan de la Naturaleza para la humanidad.

En su obra Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (1784) Kant nos explica que la Naturaleza tiene como
propósito para el ser humano, único ser racional, el desarrollo pleno de su propia naturaleza como ser racional y libre, esto
quiere decir que, más allá de los deseos y actuaciones particulares de las personas, hay un plan natural para toda la especie
humana. En el marco de este plan general, cada ser humano tiene que realizar su vida autónomamente, defender sus
intereses en un contexto social, y es aquí donde encontramos una de las ideas políticas más interesantes de Kant, la de la
“insociable sociabilidad” del ser humano: todas las personas nos enfrentamos a una situación paradójica, un egoísmo, que
nos lleva a defender nuestros propios intereses, enfrentándonos a los demás, pero por otra parte también tenemos la
certeza, basada en nuestra razón, de que sólo en un contexto social de cooperación, tendremos alguna posibilidad de
realizar nuestros propios intereses. Esta “insociable sociabilidad” es la causa de todas las guerras y disputas sociales, pero
han sido precisamente las guerras las que finalmente nos han hecho comprender que debemos basar nuestras acciones
en la razón, y que esta nos ordena actuar por el deber.

Es de esta naturaleza contradictoria de dónde surge el deseo de erigir un sistema legal y una constitución civil que permita
la máxima realización del individuo dentro de la sociedad. Así nace el derecho, la constitución, la confederación
de estados en un “derecho cosmopolita” y, finalmente, la paz perpetua. Todo esto es el producto de mentes ilustradas
que se dejan guiar por los preceptos que les dicta la razón. Vemos así, nos explica Kant, cómo la Naturaleza ha dispuesto
un antagonismo en la naturaleza humana como medio para instaurar la paz, este es el “plan oculto de la Naturaleza”, y la

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historia no es más que su ejecución.

Por eso piensa que la humanidad está inevitablemente destinada a el progreso en la ley y el conocimiento, que son la base
de la paz, y por eso afirma en ¿Qué es Ilustración? que el uso de la razón es una disposición de la naturaleza a los seres
humanos y que ir en contra de esto es ir en contra el fin que la Naturaleza le ha prescrito al ser humano, un “crimen contra
la naturaleza humana” destinada al progreso. Para Kant los principios a priori del Estado son la libertad, la igualdad y la
independencia.

En Sobre la paz perpetua Kant augura que se está caminando hacia una época ilustrada de paz perpetua, la desaparición
de los ejércitos y la convivencia de los países en una “federación de naciones” en la que, en una relación de igualdad, se
producirá un diálogo ilustrado de las diferencias culturales y religiosas y la consolidación de la paz mundial.

Respuesta a la pregunta ¿Qué es Ilustración?. En el texto kantiano de 1784, a punto de estallar la Revolución francesa,
desarrolla varios temas: la capacidad natural de la inteligencia humana, el rechazo de tutelas y autoridades ajenas a la
razón misma, la falta de valentía en el uso de la razón, y la necesidad de actuar de manera autónoma.

La salida de la minoría de edad representa desprenderse de aquellos dos puntales que han guiado el conocimiento y la
conducta humana hasta ese momento: la religión (el cristianismo), que durante siglos ha orientado las conciencias en
cuanto a lo que se debe hacer y pensar; y la monarquía, íntimamente ligada a las instituciones religiosas, que ha ejercido
el control social y política con idéntica finalidad y censura del pensamiento y de la moralidad.

Se expone en el texto una gran confianza en la razón, propia de la época ilustrada, invitándonos a servirnos de ella sin
otros límites que aquellos que les vengan dados por su propia naturaleza. Los límites que posee la razón por su propia
naturaleza son aquellos que Kant investiga en la obra que da comienzo a su periodo crítico, su Crítica de la razón pura de
1781.

5.7.3. IMMANUEL KANT, Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784)


(La parte subrayada es la que corresponde al texto de la ABAU)

La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad.1 La minoría de edad significa la incapacidad de servirse
de su propio entendimiento, sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no
reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de
otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la ilustración.

La pereza y la cobardía con las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de
edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección ajena (naturaliter majorennes)2:
y por eso es tan fácil para otros erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa
por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc, entonces no
necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mi tan fastidiosa tarea. Aquellos
tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de supervisión se encargan ya de que el paso hacia la
mayoría de edad, además de ser difícil, sea considerado peligroso para la mayoría de los hombres (y entre ellos todo el
bello sexo). Después de haber entontecido a sus animales domésticos, y procurar cuidadosamente que estas pacíficas
criaturas no pueda atreverse a dar un paso sin las andaderas en que han sido encerrados, les muestran el peligro que les
amenaza si intentan caminar solos. Lo cierto es que este peligro no es tan grande, pues ellos aprendería a caminar solo
después de cuantas caídas: sin embargo, un ejemplo de tal naturaleza les asusta y, por lo general, les hace desistir de todo
intento.

Por tanto, es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza suya. Incluso
le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse de su propio entendimiento, porque nunca se le ha dejado
hacer dicho ensayo. Principios y formulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más bien abuso- de sus dotes
naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad. Quien se desprendiera de ellos apenas daría un salto
inseguro para salvar la más pequeña zanja, porque no está habituado a tales movimientos libres. Por eso, pocos son los
que, por esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir de esa minoría de edad y proseguir, sin embargo, con paso
seguro.

Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, algo que es casi inevitable si se le deja en libertad.
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Ciertamente, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, incluso entre los establecidos tutores
de la gran masa, los cuales, después de haberse autoliberado del yugo de la minoría de edad, difundirán a su alrededor el
espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación de todo hombre a pensar por sí mismo. Pero aquí
se ha de señalar algo especial: aquel público que anteriormente había sido sometido a este yugo por ellos obliga más tarde,
a los propios tutores a someterse al mismo yugo; y esto es algo que sucede cuando el público es incitado a ello por
algunos de sus tutores incapaces de cualquier Ilustración. Por eso es tan perjudicial inculcar prejuicios, pues al final
terminan vengándose de sus mismos predecesores y autores. De ahí que el público pueda alcanzar sólo lentamente la
Ilustración. Quizá mediante una revolución sea posible derrocar el despotismo, pero nunca se consigue la verdadera
reforma del modo de pensar, sino que tanto los nuevos como los viejos prejuicios servirán de riendas para la mayor parte
de la masa carente de pensamiento.

Pero para esta Ilustración únicamente se requiere libertad, y, por cierto, la menos perjudicial entre todas las que llevan
ese nombre, a saber, la libertad de hacer siempre y en todo lugar uso público3 de la propia razón. Mas escucho exclamar
por doquier: ¡No razonéis! El oficial dice: ¡No razones, adiéstrate! El funcionario de hacienda: ¡No razones, paga! El
sacerdote: ¡No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice razonad todo lo que queráis, pero obedeced.) Por
todas partes encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿qué limitación impide la Ilustración? Y, por el contrario,
¿cuál la fomenta?. Mi respuesta es la siguiente: el uso público de la razón debe ser siempre libre; sólo este uso pueda traer
Ilustración entre los hombres. En cambio, el uso privado de la misma debe ser a menudo estrechamente limitado, sin que
ello obstaculice, especialmente, el progreso de la Ilustración. Entiendo por uso público de la propia razón aquél que a
alguien hace de ella en cuanto docto (Gelehrter) ante el gran público del mundo de los lectores. Llamo uso privado de la
misma a la utilización que le es permitido hacer de un determinado puesto civil o función pública. Ahora bien, en algunos
asuntos que transcurren en favor del interés público se necesita cierto mecanismo, léase unanimidad artificial en virtud
del cual algunos miembros del estado tiene que comportarse pasivamente, para que el gobierno los guíe hacia fines públicos
o, al menos, que impida la destrucción de estos fines. En tal caso, no está permitido razonar, sino que se tienen que
obedecer, en tanto que esta parte de la máquina es considerada como miembro de la totalidad de un Estado o, incluso,
de la sociedad cosmopolita y, al mismo tiempo, en calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público usando
verdaderamente su entendimiento, puede razonar, por supuesto, sin que por ello se vean afectados los asuntos en los
que es utilizado, en parte, como miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy perturbador si un oficial que recibe una
orden de sus superiores quisiere argumentar en voz alta durante el servicio acerca de la pertinencia o utilidad de al orden;
él tiene que obedecer. Sin embargo, no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto docto, acerca de
los defectos del servicio militar y exponerlos ante el juicio de su público. El ciudadano no se puede negar a pagar los
impuestos que le son asignados; incluso una mínima crítica a tal carga, en el momento en que debe pagarla, puede ser
castigada como escándalo (pues podría dar ocasión de desacatos generalizados). Por el contrario, él mismo no actuará en
contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente su pensamiento contra la inconveniencia o
injusticia de tales impuestos. Del mismo modo, un sacerdote está obligado a enseñar a sus catecúmenos y a su comunidad
según el símbolo de la iglesia a la que sirve, puesto que ha sido admitido en ella bajo esa condición. Pero, como docto,
tiene plena libertad e, incluso, el deber de comunicar al público sus bienintencionados pensamientos, cuidadosamente
examinados, acerca de los defectos de ese símbolo, así como hacer propuestas para el mejoramiento de las instituciones
de la religión y de la iglesia. Tampoco aquí hay nada que pudiera ser un cargo de conciencia, pues lo que enseña la virtud
de su puesto como encargado de los asuntos de la iglesia lo presenta como algo que no puede enseñar según
prescripciones y en nombre de otro. Dirá: nuestra iglesia enseña esto o aquello, éstas son las razones fundamentales de
las que se vale. En tal caso, extraerá toda la utilidad práctica para su comunidad de principios que él mismo no aceptará
con plena convicción; a cuya exposición, del mismo modo, puede comprometerse, pues no es imposible que en ellos se
encuentre escondida alguna verdad que, al menos, en todos los casos no se halle nada contradictorio con la religión
íntima. Si él creyera encontrar esto último en la verdad, no podría en conciencia ejercer su cargo; tendría que renunciar.
Así pues, el uso que un predicador hace de su razón ante su comunidad es meramente privado, puesto que esta comunidad,
por amplia que sea, siempre es una reunión familiar. Y con respecto a la misma él, como sacerdote, no es libre, ni tampoco
le está permitido serlo, puesto que ejecuta un encargo ajeno. En cambio, como docto que habla mediante escritos al
público propiamente dicho, es decir, al mundo; el sacerdote, en el uso público de su razón, gozaría de una libertad ilimitada
para servirse de ella y para hablar en nombre propio. En efecto, pretender que los tutores del pueblo (en asuntos
espirituales) sean otra vez mentores de edad constituye un despropósito que desemboca en la eternización de
insensateces.

Pero, ¿no debería estar autorizada una sociedad de sacerdotes, por ejemplo, un sínodo de la iglesia o una honorable classis
(como la llaman los holandeses) a comprometerse bajo juramento entre sí a un cierto símbolo inmutable para llevar a
cabo una interminable y suprema tutela sobre cada uno de sus miembros y, a través de estos, sobre el pueblo,

16
eternizándola de este modo? Afirmo que esto es absolutamente imposible. Un contrato semejante, que excluiría para
siempre toda ulterior Ilustración del genero humano, es, sin más, nulo y sin efecto, aunque fuera confirmado por el poder
supremo, el congreso y los más solemnes tratados de paz. Una época no puede obligarse ni juramente para colocar a la
siguiente en una situación tal que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), depurarlos
de errores y, en general, avanzar en la Ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial
consiste, justamente, en ese progresar. Por tanto, la posteridad está plenamente autorizada para rechazar aquellos
acuerdos, aceptados de forma incompetente y ultrajante. La piedra de toque de todo lo que puede decidirse como ley
para un pueblo reside en la siguiente pregunta: ¿podría un pueblo imponerse así mismo semejante ley? Esto sería posible
si tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado tiempo, una ley mejor para introducir un nuevo orden, que,
al mismo tiempo, dejara libre a todo ciudadano, especialmente a los sacerdotes, para, en cuanto doctos, hacer
observaciones públicamente, es decir, por escrito, acerca de las deficiencias de dicho orden. Mientras tanto, el orden
establecido tiene que perdurar, hasta que la comprensión de la cualidad de estos asuntos se hubiese extendido y
confirmado públicamente, de modo que mediante un acuerdo logrado por votos (aunque no de todos) se pudiese elevar
al trono una propuestas para proteger aquellas comunidades que se han unido para una reforma religiosa, conforme a los
conceptos propios de una comprensión más ilustrada, sin impedir que los que quieran permanecer fieles a la antigua lo
hagan así. Pero es absolutamente ilícito ponerse de acuerdo sobre una constitución religiosa inconmovible, que
públicamente no debería ser puesta en duda por nadie, ni tan siquiera por el plazo de duración de una vida humana, ya
que con ello se destruiría un período en la marcha de la humanidad hacia su mejoramiento y, con ello, lo haría estéril y
nocivo. En lo que concierne a su propia persona, un hombre puede eludir la Ilustración, pero sólo por un cierto tiempo
en aquellas materias que está obligado a saber, pues renunciar a ella, aunque sea en pro de su persona, y con mayor razón
todavía para la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Pero, si a un pueblo no le
está permitido decidir por y para sí mismo, menos aún lo podrá hacer un monarca en nombre de aquél, pues su autoridad
legisladora descansa, precisamente, en que reúne la voluntad de todo el pueblo en la suya propia. Si no pretende otra
cosa que no sea que toda real o presunta mejora sea compatible con el orden ciudadano, no podrá menos que permitir
a sus súbditos que actúen por sí mismos en lo que consideran necesario para la salvación de sus almas. Esto no le concierne
al monarca; sí, en cambio, el evitar que unos y otros se entorpezcan violentamente en el trabajo para su promoción y
destino según todas su capacidades. El monarca agravia su propia majestad su se mezcla en estas cosas, en tanto que
somete a su inspección gubernamental los escritos con que los súbditos intentan poner en claro sus opiniones, a no ser
que lo hiciera convencido de que su opinión es superior, en todo caso se expone al reproche Caesar no est supra
Grammaticos, o bien que rebaje su poder supremo hasta el punto de que ampare dentro de su Estado el despotismo
espiritual de algunos tiranos contra el resto de los súbitos.

Si nos preguntamos si vivimos ahora en una época ilustrada, la respuesta es no, pero sí en una época de Ilustración. Todavía
falta mucho para que los hombres, tal como están las cosas, considerados en su conjunto, puedan ser capaces o estén en
situación de servirse bien y con seguridad de su propio entendimiento sin la guía de otro en materia de religión. Sin
embargo, es ahora cuando se les ha abierto el espacio para trabajar libremente en este empeño, y percibimos inequívocas
señales de que disminuyen continuamente los obstáculos para una Ilustración general, o para la salida de la autoculpable
minoría de edad. Desde este punto de vista, nuestra época es el tiempo de la Ilustración o el siglo de Federico.

Un príncipe que no encuentra indigno de sí mismo declarar que considera como un deber no prescribir nada a los hombres
en materia de religión, sino que les deja en ello plena libertad y que incluso rechaza el pretencioso nombre de tolerancia,
es un príncipe ilustrado y merece que el mundo y la posteridad lo ensalcen con agradecimientos. Por lo menos, fue el
primero que desde el gobierno sacó al género humano de la minoría de edad, dejando a cada uno la libertad de servirse
de su propia razón en todas las cuestiones de conciencia moral. Bajo el gobierno del príncipe, dignísimos clérigos - sin
perjuicios de sus deberes ministeriales- pueden someter al examen del mundo, en su calidad de doctos, libre y
públicamente, aquellos juicios y opiniones que en ciertos puntos se desvían del símbolo aceptado; con mucha mayor razón
esto lo pueden llevar a cabo los que no están limitados por algún deber profesional. Este espíritu de libertad se expande
también exteriormente, incluso allí donde debe luchar contra obstáculos externos de un gobierno que equivoca su misión.
Este ejemplo nos aclara cómo, en régimen de libertad, no hay que temer lo más mínimo por la tranquilidad pública y la
unidad del Estado. Los hombres salen gradualmente del estado de rusticidad por su propio trabajo, siempre que no se
intente mantenerlos, adrede y de modo artificial, en esa condición.

Ha situado el punto central de la Ilustración, a saber, la salida del hombre de su culpable minoría de edad, preferentemente,
en cuestiones religiosas, porque en lo que atañe a la artes y las ciencias nuestros dominadores no tienen ningún interés
en ejercer de tutores sobre sus súbditos. Además, la minoría de edad en cuestiones religiosas es, entre todas, la más
perjudicial y humillante. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esta libertad va todavía más lejos y

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comprende que, incluso en lo que se refiere a su legislación, no es peligroso permitir que sus súbditos hagan uso público
de su propia razón y expongan públicamente al mundo sus pensamientos sobre una mejor concepción de aquella, aunque
contenga una franca crítica de la existente. También en esto disponemos de un brillante ejemplo, pues ningún monarca se
anticipo al que nosotros honramos.

Pero sólo quien por ilustrado no teme a las sombras y, al mismo tiempo, dispone de numeroso y disciplinado ejército,
que garantiza a los ciudadanos una tranquilidad pública, puede decir lo que ningún Estado libre se atreve a decir: ¡Razonad
todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced! Se muestra aquí un extraño e inesperado curso de las cosas
humanas, pues sucede que, si lo consideramos con detenimiento y en general, entonces caso todo en él es paradójico. Un
mayor grado de libertad ciudadana parece ser ventajosa para la libertad del espíritu del pueblo y, sin embargo, le fija
barreras infranqueables. En cambio, un grado menos de libertad le procura el ámbito necesario para desarrollarse con
arreglo a todas sus facultades. Una vez que la naturaleza, bajo esta dura cáscara, ha desarrollado la semilla que cuida con
extrema ternura, es decir, la inclinación y vocación al libre pensar; este hecho repercute gradualmente sobre el sentir del
pueblo (con lo cual éste se va haciendo cada vez más capaz de la libertad de actuar) y, finalmente, hasta llegar a invadir a
los principios del gobierno, que se encuentra ya posible tratar al hombre, que es algo más que una máquina, conforme a
su dignidad.

PREGUNTAS AL TEXTO DE KANT

1) ¿En qué consiste la Ilustración para Kant?


2) ¿En qué consiste y cuáles son las causas de la minoría de edad?
3) ¿Qué condiciones son necesarias para superar la minoría de edad?
4) ¿Qué quiere decir “uso público de la razón” y “uso privado de la razón”?
5) ¿Quién fue Federico II de Prusia y qué relación guardó con Kant?
6) ¿Qué papel debe tener para Kant el “príncipe ilustrado?

6.1 Contenidos básicos no impartidos en 1º de Bachillerato: el contractualismo

Contrato social es una expresión que se utiliza en la filosofía, la ciencia política y la sociología en alusión a un
acuerdo real o hipotético realizado en el interior de un grupo por sus miembros, como por ejemplo el que se adquiere en
un Estado en relación a los derechos y deberes del estado y de sus ciudadanos. Se parte de la idea de que todos los
miembros del grupo están de acuerdo por voluntad propia con el contrato social, en virtud de lo cual admiten la existencia
de unas leyes a las que se someten. El pacto social es una hipótesis explicativa de la autoridad política y del orden social.

El contrato social, como teoría política, explica, entre otras cosas, el origen y propósito del Estado y de los derechos
humanos. La esencia de la teoría (cuya formulación más conocida es la propuesta por Jean-Jacques Rousseau) es la
siguiente: para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito, que les otorga ciertos derechos
a cambio de abandonar la libertad completa de la que dispondrían en estado de naturaleza. Siendo así, los derechos y
deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social. El Estado es la entidad creada para hacer cumplir el
contrato. Del mismo modo, quienes lo firman pueden cambiar los términos del contrato si así lo desean; los derechos y
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deberes no son inmutables o naturales. Por otro lado, un mayor número de derechos implica mayores deberes; y menos
derechos, menos deberes.

El concepto de contrato social de Thomas Hobbes


El primer filósofo moderno que articuló una teoría contractualista detallada fue Thomas Hobbes (1588-1679). Hobbes
escribió su obra cumbre, Leviatán (1651), en un período de guerra civil en Inglaterra donde se discutió quién debía ocupar
la soberanía, el Rey o el Parlamento. En ella define la necesidad de crear un contrato social para establecer la paz entre los
hombres.

Hobbes se plantea la cuestión del poder en términos muy generales, se pregunta por qué debe existir y cómo ha de ser.
Para responder a estos interrogantes la figura del contrato social es clave, aunque Hobbes no use el término “contrato”
(que usará por primera vez Rousseau) para referirse a ese pacto originario. Si para Aristóteles y, en general, para el
pensamiento clásico desde la Antigüedad, el orden político es una continuación del orden natural, para Hobbes el orden
político es, por el contrario, el resultado de un contrato, y por lo tanto, de una convención, de una decisión tomada
libremente por quienes lo adoptan, y es eso lo único que puede fundamentar las bases del poder civil.

En efecto, para Hobbes, desde el punto de vista de su naturaleza, todos los seres humanos son iguales, pero lo más básico
y más fundamental de la naturaleza humana, aquello a lo que esta queda reducida, en último término, si se eliminan todas
las convenciones, es decir, si se reduce al hombre a su mero estado de naturaleza es el instinto de conservación. La
naturaleza humana es un instinto de conservación que cada uno tiene derecho a conservar; pero la consecuencia de ese
derecho es un enfrentamiento entre los hombres, es decir, la guerra.

Hubo una época (que Hobbes llama Estado de la naturaleza) en que estas agrupaciones de individuos no disponían de un
poder superior y estas tendencias dominaban las relaciones entre las personas manteniéndolos en una “guerra de todos
contra todos”:

“cada hombre es enemigo de cada hombre; los hombres viven sin otra seguridad que sus propias fuerzas y su propio
ingenio debe proveerlos de lo necesario. En tal condición no hay lugar para la industria, pues sus productos son inciertos;
y, por tanto, no se cultiva la tierra, ni se navega, ni se usan las mercancías que puedan importarse por mar, ni hay cómodos
edificios, ni instrumentos para mover aquellas cosas que requieran gran fuerza o conocimiento de la faz de la tierra ni
medida del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor que nada, hay un constante temor y peligro de muerte
violenta, y la vida del hombre es solitaria, pobre, grosera, brutal y mezquina”.*

En el Homo homini lupus de Hobbes no hay ningún rastro de maniqueísmo. Se trata del miedo de la sociedad entera a sí
misma porque se sabe capaz de realizar atrocidades que en ningún modo desea. Por ello decide, en un acto de egoísmo
colectivo, sustraerse determinados derechos y entregarlos a una instancia superior creada por ella, el Leviathan, para
asegurarse su supervivencia

Por tanto, ya que no hay norma que regule la convivencia entre los hombres, es necesario crear un orden artificial. Para
ello, nadie puede quedarse sin ninguna partícula de libertad, entendida ésta como la posibilidad de hacer lo que se quiera
para conservarse, pues se volvería al orden natural.

Ahora bien, los pactos, sin la espada que imponga que se respeten, no sirven para lograr el objetivo deseado. Por
consiguiente, según Hobbes, es preciso que todos los hombres encarguen a un único hombre (o a una asamblea) su
representación.

El pacto social no lo establecen los súbditos con su soberano, sino los súbditos entre sí. El soberano permanece fuera del
pacto, es el único depositario de las renuncias a los derechos que poseían antes los súbditos y, por lo tanto, el único que
conserva todos los derechos originarios. Si también el soberano entrase en el pacto, no podrían eliminarse las guerras
civiles, ya que muy pronto aparecerían diferentes enfrentamientos en la gestión del poder. El poder del soberano (o de la
asamblea) es indivisible y absoluto. Puesto que el soberano no entra en el juego de los pactos, una vez que ha recibido en
sus manos todos los derechos de los ciudadanos, los detenta de manera irrevocable.

Con respecto al miedo dice en De cive: En suma, debemos concluir que el origen de todas las sociedades grandes y estables
ha consistido no en una mutua buena voluntad de unos hombres para con otros, sino en el miedo mutuo de todos entre sí.

Hobbes pretende crear unas condiciones que evite ese enfrentamiento y que alguien mande por la fuerza. En el estado de
naturaleza no hay normas que indiquen el bien y el mal que sí existen en el orden artificial, y para establecer esas normas
debe existir una autoridad que dirima sobre lo que está bien y lo que está mal.

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El contrato social en la obra de John Locke
John Locke (1632-1704) recoge su visión del contrato social en su principal obra, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690).
La idea de naturaleza humana en Locke es cristiana: el hombre es una criatura de Dios, por lo que el hombre no puede
destruir su vida ni la de los demás hombres pues no le pertenece, sino que le pertenece a Dios. El hombre tiene el derecho
y el deber de conservar su vida. Así mismo, el hombre no es súbdito de ningún otro hombre, sino que es libre.

Si la naturaleza humana lleva inserta el derecho y el deber de preservar su vida, ¿para qué hace falta una comunidad? Para
Locke puede darse que nadie cumpliera ese derecho y ese deber, y en caso de conflicto en su cumplimiento la naturaleza
humana no cuenta con la existencia de una autoridad que lo dirimiera, por lo que la comunidad trata de suplir esas
carencias del estado de naturaleza: la existencia de una autoridad que juzgue en caso de conflicto. Se trata pues de hacer
un contrato que funde un orden social o civil que atienda exclusivamente a suplir esas carencias del estado de naturaleza,
es decir, aplicar una justicia o una autoridad que diga, en caso de choque entre dos individuos, qué se debe hacer.

Por consiguiente, siempre que cierta cantidad de hombres se unen en una sociedad, renunciando cada uno de ellos al
poder ejecutivo que les otorga la ley natural en favor de la comunidad, allí y sólo allí habrá una sociedad política o civil. Se
dictan unas normas que sean la continuidad de las leyes naturales y que consistirán en el reconocimiento de los fines de
la naturaleza de hombres libres e iguales, a asegurar los derechos de la libertad, la igualdad, la vida y la propiedad.

Sólo una sociedad será civil o política cuando cada uno de los individuos renuncia al poder de ejecutar la ley natural. Lo
ejecutará la comunidad y los órganos de la comunidad. En el estado de naturaleza es cada individuo quien juzga las leyes
de la naturaleza. En la sociedad civil, por el contrario, es una autoridad, un juez, quien las juzga y quien dictamina quién se
ha saltado las leyes. Y esa autoridad ha de ser un parlamento que represente al conjunto (no se entienda parlamento en
su sentido moderno, sino como un conjunto de representantes de la comunidad). Como crítica principal a Hobbes, si
hubiera un poder absoluto por encima de la comunidad, para Locke, realmente no se habría salido del estado de
naturaleza, pues en la monarquía absoluta, al confundirse los poderes, no hay imparcialidad por parte de éste y no hay
manera de apelar o recurrir su sentencia, con lo que su existencia es incompatible con la existencia de una sociedad civil.
Para que haya sociedad civil tiene que haber un juez separado del poder ejecutivo (al considerarse todos los hombres
como iguales, se entiende como el poder de ejecutar de cada uno de los individuos, considerándose al monarca absoluto
como otro ejecutor más de poder) que sea imparcial respecto a los mitigantes.

De lo cual se puede deducir que la monarquía absoluta, que algunos consideran como única forma de gobierno posible,
es, de hecho, incompatible con la sociedad civil, y, por tanto, que no es una forma de gobierno civil absoluto. El fin de la
sociedad civil es evitar y remediar los inconvenientes del estado de naturaleza que se siguen precisamente cuando cada
hombre es juez y parte en sus propios asuntos, y ese remedio lo busca en la instauración de una autoridad reconocida, a
la que cualquiera pueda recurrir cuando sufre una injuria, o se ve envuelto en una disputa, y a la que todos los miembros
de la sociedad deben respetar. Allí donde existan personas que no disponen de una autoridad a la que apelar para que
decida en cualquier diferencia que pueda surgir entre ellos, nos encontramos todavía en el estado de naturaleza. Y eso es,
precisamente, lo que ocurre con cualquier príncipe absoluto en relación a aquellos que están bajo su dominio.

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CONTEXTO FILOSÓFICO CONTEXTO HISTÓRICO Y CULTURAL

ILUSTRACIÓN BRITÁNICA
1667. Locke, Sobre a tolerancia. 1688 Revolución
Gloriosa
ILUSTRACIÓN FRANCESA 1688 Fontenelle,
1712: Nace en Xenebra Jean-Jacques Rousseau. Discusión sobre os
antiguos e os
modernos.
1695-97 Bayle,
Dicionario histórico-
crítico
1715. Morte de Luis
XIV de Francia. Inicio
da rexencia de Felipe
de Orleáns.
1721. Montesquieu. Cartas persas
1727. Morte de Newton.
1726-1740 Benito Xerónimo
Feijoo, Teatro Crítico Universal.
1739. Hume, Tratado da natureza humana.
1727 Chambers Cyclopaedia

1740 Ascenso ó trono de Federico II de Prusia.


1748. Hume, Investigación sobre o entendemento
Para Kant quen representaba o ideal de príncipe
humano.
ilustrado.
ILUSTRACIÓN FRANCESA
1748. Montesquieu. O espírito das leis.
1744. Nacemento de Jovellanos.
1751. Publícase o primeiro tomo da Enciclipedia de
1754. Morte do racionalista Christian Wolff.
Diderot e D’Alambert.
1755. J.J.Rousseau, Discurso sobre a orixe e os
1755 Terremoto de Lisboa. Marqués de Pombal
fundamentos da desigualdade entre os homes.
primeiro ministro de Portugal.
1759. Voltaire, Cándido
1759. Carlos III rei de España
1762. J.J. Rousseau, O contrato social e Emilio.
1774. Morte de Luis XV. Reinado de Luis XVI de
1763. Voltaire, Tratado sobre a tolerancia.
Francia. (Despotismo ilustrado).
1776. Independencia dos EE.UU.

1779. Hume, Diálogos


sobre a relixión natural.

ILUSTRACIÓN ALEMÁ
1780. Lessing, A
educación do xénero 1784. O xuramento dos horacios, de Jacques-Louis
humano. David, máximo representante do Neoclasicismo.
1784 Inmanuel Kant, 1789. Revolución Francesa
Resposta á preguntaQue 1793. A morte de marat, de Jacques-Louis David.
é a Ilustración?

1791. Olympe de
Gouges. Declaración
dos Dereitos da Muller e a
cidadá.
1792 Mary
Wollsonecraft,
indicación dos dereitos da muller

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