Está en la página 1de 2

FUEGO HE VENIDO A TRAER

Hace muy pocos domingos Lucas nos presentaba la escena de «María la hermana de Marta,
sentada a los pies de Jesús, escuchando su palabra». Por no conocer el contexto cultural que
encierra esta escena del evangelio, muchos cristianos piensan que, creando un ambiente de este
estilo, es suficiente para ser discípulo de Jesús: luchar por un hogar/una empresa/ o un país
desahogado en el que descanse Jesús, y también nosotros. En otras palabras, el cielo en la tierra.

¿Con qué Jesús nos hemos quedado: con el Jesús que no rompe un plato, que se dedica a dar
sabios consejos de autosuperación o con este otro que parece estar destinado «a dividir» hasta los
mismos miembros de una familia?

La paz, la verdadera paz, la que Jesús vino a vivir y encarnar en esta tierra, no puede consistir:

 en una especie de conformismo resignado ante las injusticias reinantes,


 en una apática indiferencia ante las grandes desigualdades y marginaciones humanas,
 en un sistemático silencio ante el pecado por miedo a perder nuestro «status quo»,
 en un «hacer la vista gorda», en una palabra, ante tanto sufrimiento humano.

La disyuntiva del profeta Jeremías en la primera lectura de hoy nos sigue retratando. El pobre
Jeremías vive atrapado entre dos amores: el amor a Dios por quien había sido elegido como
profeta y el amor entrañable a su pueblo, al que veía descarriarse del verdadero camino. ¿Qué
hacer?

¿Cerrar los ojos y la boca ante aquel desvío obstinado? ¿O condenar su conducta, aunque esta
denuncia le acarreara la muerte?

He aquí el centro de nuestra meditación hoy, preguntarnos ¿Cuál es el papel de la Iglesia hoy en
Colombia, en América Latina, en el mundo?, ¿Cuál es el papel de los educadores, de los padres de
familia, de los sacerdotes, de los simples cristianos que solemos autocalificarnos, y con razón, de
«profetas»?

¿Cuál es nuestro papel? ¿vivir en el mundo sin la más mínima indignación frente a la inhumanidad
que nos acecha por doquier? O, por el contrario, ¿dar testimonio de nuestra fe trasmitiendo el
«mensaje/el evangelio/la buena noticia», el fuego que hemos recibido?

El camino, como siempre, está en Jesús: «Vine a traer fuego a la tierra, y, cómo desearía que ya
estuviera ardiendo”

El anciano Simeón así había descrito al niño Jesús cuando se lo arrebató de las manos a María su
madre: «Este niño será blanco de contradicción entre las gentes». Y así fue. Su pueblo, tal como
lo dijo Jesús, quedó dividido entre «padres e hijos, yernos y suegros, hermanas y hermanos». Y
pidió su muerte.

En cuanto a los «poderes establecidos», tanto civiles como religiosos, no vieron en él otra cosa que
un estorbo para la paz que ellos querían. Y lo condenaron. Solamente al final, cuando vieron que
desde la cruz «no fulminaba» a sus verdugos, sino que «les perdonaba porque no sabían lo que
hacían», empezaron a entender qué paz traía Jesús. Paz de la que los cristianos hoy más que
nunca somos responsables no sólo de visibilizar, sino también de hacer realidad.
La clave para leernos y ubicarnos en este mundo que nos ha tocado, esta pues hoy en el grito de
Jesús: "He venido a traer fuego". No el fuego que devasta los bosques, sino el fuego de un amor
decidido, de una entrega apasionada, como la de Jesús, que ya intuía la cercanía de su muerte,
pero continuaba su camino.

Es el fuego de su Espíritu, que da a los suyos por la resurrección y con ese fuego se lanzaron por
todo el mundo a anunciar el evangelio, la esperanza, la vida.

La fe en Cristo es exigente y hasta revolucionaria. El que se acerca a Cristo se quema. No podemos


contentarnos con las cosas dulces y consoladoras que leemos en el evangelio, apartando las que
nos enfrentan a opciones más conflictivas y costosas.

Vivir en cristiano, hoy, pide de nosotros una actitud dinámica y decidida.

No se puede compaginar alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo.

No se puede "servir a dos señores". Nos resultará incómodo tener que luchar contra el mal y el
pecado y adoptar un estilo de vida como el que nos enseña Cristo, que muchas veces va en contra
de la visión humana de las cosas.

No podemos seguir con medias tintas. En la moral, por ejemplo, el evangelio es mucho más
exigente que las leyes civiles.

Ser cristianos pide una opción personal constante y una postura enérgica ante la vida. No
podemos ser neutrales. No podemos instalarnos en la comodidad y mucho menos en la mentira.

La fe no nos exigirá siempre que seamos mártires ni héroes. Pero sí que seamos fuertes y
valientes, coherentes con el evangelio de Cristo.

Sería una falsa paz la que lográramos con un cristianismo "light", hecho a base de componendas.
La paz de Cristo, la más profunda y la que da la verdadera alegría, está hecha de fuego y de lucha y
de esfuerzo.

Claro que es más "pacífico" que el Papa o los obispos o yo digamos sólo palabras de consuelo y
halago: pero tenemos que decir lo que creemos que es la verdad, y eso, muchas veces, suscita
reacciones y división.

También podría gustarte