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la Música en el Quijote
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Biblioteca Virtual de Castilla-La Mancha. Libros, 1946 - El Quijote en la música y la música en el Quijote : ensay
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Dirutor: Antonio ÚJ' H.-MI Hp,w*s
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El Quíjáte en la Música
y
la Música en el Quijote
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ENSA YO PANORAMICO
• POR
ViCTOR ESPINÓS
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El Qui;ote en la Música
y
la Música en el Quijote
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NOTAS BIOGRÁFICAS
EL EDITOR.
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ESPAÑA EN LA- MÚSICA UNIVERSAL
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La obra inmortal lde Cervantes Saavedra ha su-
frido. como ninguna otra. de las imaginaciones del
~énero humano. los riesgos del trasplante. El lienzo.
la escultura. la versión sonora. quedan harto por bajo
de la vigorosa humanidad. de la exuberante- fantasía.
con que vive en nuestro corazón el inefable caballero.
Por esta razón st advierte que casi siempre en las
producciones meramente instrumentales o sinfónicas
hay un ¡nayor acierto. porque sobre su inconcreción
y abstracción orgánicas. vive sin dificultad nuestra
propia interpretación de'! personaje o del suceso que
\ en b realización plástica y corpórea (aparic'nóa física.
'actuación y fingimicn ro. vestuario. decorado... en
suma. limitaciones y deformacioncs del ideal) resul-
tan disminuíJo$ cU:lOdo no cnvileódos como en el
caso del «ballet» de' Minkous. coreográfica mente in-
tcrpr~tadoen Moscou por el famoso baibrín Pctipá.
¿Jmagináis lo que puede ser cualquiera ete los s.1bro-
sos coloquios entre Alonso Quijano y su escudero
traducido en un paso a dos bailado por Don Quijote
y Sancho sobre- un coruscante allrgreto? ¡ Como si no
fueran ~astántes. ni asaz risibles. las zapatetas tragi-
cómicas que en Sierra Morena dió «con los píes por
alto en carnes y en pañales» el infeliz y enamorado
caballero!
La música popular de nuestro país apenas ha sido
aprovechada por los compositores de obras quijotescas:
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los pocos que han utilizado nuestro folklore se limi-
taron a transnibir «talis cualis» algún motivo de
danza, como lo hace Rubínstein' en su poema sinfó-
nico en el llamado baile castellano de' «la carrasquilla»,
o Mendelssohn con un bolero no muy auténtico,
cor,10 tantos otros que figuran en la producción de
maestros de gran reh've, o imitaciones wmo las se-
, guiJillas, diremos sintéticas de Masscnet en su gro-
t~sco «Don Quijote».
Estimo de mi deber dedicar algunas palabras a la
primera manifestación lírica del libro inmortal y cuyo
título es «The Comical History of Don Quixotte»,
dr. enrique Pureell,. el más grande. de los músicos in-
gleses, menos conocido en España ,de lo que su im-
portancia como figura representativa y la extensión
'), y mérito de ,su obra merecen. Nació en We'Stminter
, de 1695.'
La particular disposición y el vivo temperamento
, de Purce1L lo llevaron desde muy joven (formada su
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pero supo hacer compatible su eclesDí.stico destino con
la composición de un número importante de obras de
cámara que fueron' parte principal para su nombra-
miento de compositor de la Corte'. No obstante, la
Jfióón predominante del gran maestro, arrastróle de
nuevo a b escena. aunque sin que ésta acaparase la
producción del insigne músico inglés. Así llegó a la
composición de «King Arthur» (1691), la obra cum-
bre de Purce!l. En verdad puede decirse que antes que
Jos it.lli:mos tuvieron los ingleses, gracias a Purcell,
ópera nacional.
El interés principal que ofrece para nosotros el
nombre de Purcell. repetimos; estriba en que Purcell
c;; el primer comp~sitor extranjero que haya llevado
a la partitura sus emocione¡s ante la obra inmortal '
c:e Miguel de Cervantes.
No es «Tbe Comical History of Don Quixotte»,
de Purceli. una partitura orgánica, sino una colección
de fragmcn tos (vocales o de escena) para la primera,
segunda y tercera parte del Don Quijote del come-
diógrafo varias veces colaborador del eminente ofp,a-
nista de Westminster con quien firmó las obras «Tbe
virtuous wife», «A fools preferment». «The marriage
in hatérs mat ched». «Tbe Richmond Heirees» y «Sir
Barnaby Ehigg», que es de los poetas sobre cuyos
cañamazos literarios trabajó Purcell (casi todos han
su~umbido bajo Ía memoria del nombre del compo-
sitor. en el olvido, que suele condenar los esfuerzos
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cstrurl':!r;l de su obra verÓadCf:1S auda-
sÍn prcparlción y agrrg3c1cnes de soni-
dos, así como otros progresos en el empleo de los
recursos orquestales qQe producen verdadera sorpresa.
Desde luego, ninguno de sus contemporáneos ofre'ce
tales particularidades, aunque sea preciso reconocer i
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monotonía el modo menor; púo en cambio de ésto,
su facilidad. su elegancia en la modylación. su fino
sentido dramático de que hay magníficas mu_estras
en su, «Don Quixotte», revelan a nuestro admirable
compositor como un enemigo irreconciliable de la vul-
garidad, aun inspirándose con plausible frecuencia en
esen~ias líricas populares, ya en el ritmo, ya en la
melodía. lo cual hace a lJ1enudo palpitar en las obras
de Purcell el espíritu nacionalista.
La muerte de Pureen determina el comienzo de una
visible decadencia para la música británica. que falta
de aquel luminar. acabó sumergida como e'l resto de
la música europea bajo las olas de miel de la lírica
italian.1. Mas tarde Handel, un alemán. dominó ab-
solutamente el mundo artístico: después Mendelssohn.
Hoy asistimos a un renacimiento también visi.ble' del
divino arte en Inglaterra: pero no apareció hasta ahora
la figura capaz de llenar y honrar una historia ar'tÍs-
,ic.1 como llenan y honran la de Inglaterra el nombre
y la obra de Enrique Pureen. el autor de «The' Co-
mical History of Don Quixotte».
El nombre de Pureen comienza a figurar en nues-
tros programas. Para muchos aficionados. y aun erU-
ditos-de estas disciplinas artísticas, Pureen sería acaso
el autor de únas cuantas páginas por las cuales la mú-
sica inglesa no hará del todo mal papel junto a las
armonías inmortales creadas por los grandes maestros
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macho, que es, por cierto, el epi~odio que ha i'nspí-
rado a más compositores para su versión musical. lo
cual se' explica por ser en los capítulos correspon-
. dientes de la vida del Ingenioso Hidalgo, o sean los
XX y XQI de' la parte primera de la novela. donde
mJ.3 reiteradamente se alude a la música y más claro
sr Zic;vicTte el propósito de crear l? que los libretistas
y compositores lIanuo por antonomasia «situaciones
m usíC;:lles;y.
No es tan cOJnpleto el cuadro de instrumentos
del Quijote como el que nos ofrecen en los tiempos
viejos el Arcipreste'
, de Hita. el Melopeo de Cerone,
la tecbración de instrumentos de Bermudo; pero sí
muy abundante, como queda dicbo. y muy preciso
e~ las circunstancias de su uso respectivo, desde el
rabel bucólico y pastoril hasta la vihuela. hija de la
gn;rarra. y c.estronada por su propia madre, y que
tañeron et prudente monarca Felipe II y asimismo
el cele'ste místico San Juan de la Cruz, para quien
«la soledad» podía llegar a hacerse «sonora».
Desde las sonajas y albogues de la fiesta aldeana.
hasta el arpa señoril: qm para Cervantes es propia
de manos femeninas tan sólo, y así lo estimamos tam-
biEn, porque si par~'ce discurrida para solaz de las
hJdas. no cae bien. sin duda, como suele decirse. entre
105 brazos de una bada barbuda. lo cual si no repugna
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La importancia dI? la obra de Philidor, aparte su
, inneglble mérito, estriba en que este compositor puede
ser considerado como uno de los fundadores del dra-
ma musical francés.
Salieriescribió un «Don Quijote» en -el galante
estilo de aquel momento, con sus minués y pavanas,
que hacen muy sabrosa la lectura de tales páginas
dieciochescas, no lejanas en sabor, pero superiores en
gracia, alas que integraran el Quijote de- o~ro ita-
liano, Conti, estrenado en Hamburgo en mil seiscien-
tos veintitantos.
Se trata de los episodios del héroe m;:lOchego en
Sierra Morena, 1?ajo el rótulo: «Don Quijote in dem
schwarzern Geburg».
. Aparece en seguida el nombre del dulce, encanta-
dor y olvidado Mendelssohn, que unió en su devo-
ción artística a Shakespeare y a nuestro Cervantes.
Su obra quijo.tesca, en dos actos, se titula: «Der
Hochzeit von Gamache», o sea, las Bodas de Cama-
cho, que sin ser una cumbre en la producción del
malogrado <\utor de las romanzas sin palabras, mues-
tra la finura y la elegancia de- su estro. El «ballet»
que es variado, sigue fielmente la admirable descrip-
ción que de este episodio hace la novela inmortal.
Tampoco es desde-ñable la obertura.
Portugal, donde hubo ediciones tempranas del
«Quijote», no aporta sino un;: obra relativamente
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musical: la que con el título de, suyo donoso, «A
Vida do grande Don Quijote e do gordo Sancho
Panza» escribió Antonio José da Silva, judío mal
converso, cuyas irreverencias, sarcasmos y sátiras en_o
venenadas-de que su comedia rebosa-le llevaron a
las cárceles del Santo Oficio, lo cual ha bastado, na-
turalmente, para que no falte quien le tuviera luego
como una estrella de primera magnitud en el firma-
mento literario de la gloriosa nación hermana. Lo,s
números de música que acompañaban a la' reQ!esen-
tación de «A vida do grande Don Quijote e do gordo
Sancho Panza», se han perdido.
Los italianos ochocentistas ofrecen buen número de
producciones, nacidas al calor del operismo toscano tan
influyente y aun dominante en el mundo musical eu-
ropeo; así Mercadante, que vió representando su Don
Quijote, en Madrid y en Cádiz; Mazzucato, autor de
una obra de volumen piramidal (y de' un peso aná-
lago); y Rouger y Kessler y Gcneralli, y los demás
I
que hemos remitido a otro lugar según va dicho para
los que allí los han podido contemplar los espíritus
CUrIOSos. Citemos, sin embargo, a Donizetti, que es-
trenó en Milán en \18 3 3 «11 Furioso», es decir, Car-
dcnio, el Loco enamorado.
En la vigésima centuria prodúcense las obras maes-
tras cimeras de esta colección: parece como si el ex-
traordinario relato cervantino, creciendo con los siglos
en lo alto y en lo hondo, sin modas que lo desdeñen,
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SIn altibajos caprichosos del ánimo de la multitud.
exige cada día más la máxima perfección y abundancia
de medios expresivos. y así., cuando las posibilidades
sonoras logran elevación bastante. se hace el divino
arte menos indigno-más digno si queréis-de ser
empleado en la versión sonora de la inmensa obra
humana. social y filosófica. que' ~s el Ingenioso Hi-
dalgo Don Quijote de la Mancha.
Las dos producciones señeras del siglo XX, son,
sin duda: fuera de nuestra patria, el Poema Sinfónico
de Ricardo Strauss. que el autor rubrica como «Va-
riaciones fantástitas sobre un tema caballeresco». es-
trenado en Berlín en 1898, y en España, ya lo adi-
vin5.is. «El Retablo». de Maese Pedro. del máximo
exponente de la escue-la española. contemporánea,
cordial y técnicamente nacional. Manuel de FaIla, que
destila en alquitara de oro las perfumadas esencias
líricas populares que dejan de- ser folklore al salir de
su alambique para incorporarse con pleno derecho al
firmamento de' las bellezas universales, como fruto de
un acierto total e incomparable.
No es ésta tan ,sólo la más importante de las ver-
siones musicales de una impresión lectiva del Quijote.
entre las que la música española ha recogido. sino la
más entrañable. con aspecto de sencillez engañosa-
~en te superficial; la más erudita con trazas de es-
pontaneidad particularmente amable; la más humana
pese a su fase guiñolesca o titerera. y. por fin. la más
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respetuosa con la intención y el verbo de Cervantes.'
No es el Retablo de Maese Pedro una obra pura-
mentl' escénica. como «The Comical History of Don
Quixotte». del músico inglés, ni una impresión sin-
fónica cxtraliteraria o sobreliteraria como el poema
constituído por las «variaciones características sobre
un tema caballeresco». del compositor tudesco. Falla
no l(!)gró situar su musa con plena iJicacia en los
tablados de la farsa. Ni siquiera el ambiente teatral
le era grato: ni podía serlo. En su obr~ total relativa-
men te breve, sus páginas teatrales se agudizan en el
aplaus~ público y quedan reducidas a dos danzas.
Los dos admirables «Ballets» de su minerva tIO son
propiamente teatro, aunque sean como son, bellos es-
pectáculos apasionados y sugerentes. Y como una ré-
plica a aquel desvío de Talía, he aquí el hibridismo
de ese delicioso Retablo, que es, a la par «sinfonía»
y representación. Con él se traslada al tablado, intro-
duciendo levísimas variantes,. uno de los más cervan-
tinos capítulos de la espléndida f.antasía cervantina,
con su acatJmiento conmovedor al dechado literario
y .1 la emoción, dramática del episodio, popular en su
e:;encia. y de modo singular popularizado aun entre
les menos asiduos lectores de la novela.
L.1 obra. letra de Cervantes, con música de Falla,
'se Jivide en cuatro fragmentos: «El Pregón», «La
Sinfonía de Maese Pedro», «Historia de la libertad
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de Mdisendra» y «Final». En el tercero se ofrecen los
seis cuadros que llevan los épicos títulos de: «La
Corte de CarIo magno», «Melisendra», «El Suspiro
del Moro», «Los Pirineos», «La huída» y «La per-
secu(ión».
La orquesta empleada por el compositor se com-
pone así: flauta, dos ob<;>es, corno inglés. clarinete,
f;:¡got. dos trompas, trompeta, timbales tambor,' xiló-
fono, c;:¡rraca. tam-tam, davicimbalo. cuatro violines,
dos violas, violoncelo y contrabajo.
El ~uave arcaísmo, que no llega a la convencional
Jlrqm0!og~a, en que otros se hubírr;:¡n complacido,
pone un aroma emocional, que recuenla el complejo
perfume que se exhala de un manojo de flores di-
versas, y que no es fácil individualizar, pero que os
penetra los sentidos como trasunto de un pensil que
conocéis y cuyo recuerdo guardáis inconscientemente
y a!lora despierta ...
i\lezcla de esencias líricas españolas, ora litúrgicas,
OL1 plebeyas, ya de popular entresijo, ya de cOrtesana
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Sólo tres son los persoFlajes que cantan: Don Qui~
jetr. Maese Pedro y el Trujaman, primero a cargo
'de un niño cantor y ahora a cargo de los hábiles ta-'
lentos de voces femeninas. Sus intervenciones tienen,
carácter muy definido, de suerte que en las recortadas
y .nobles melodías del héroe, en la se~vil réplica del
fitiritero o en la salmodi~ rutinaria, interesante en sU
m;sma rutina populachera, del Trujaman, ni un ins~
tanteo ni en un vocablo, o en una pausa, prescinde
FaBa elel báculo literario que le brinda la página in~
mort;¡] que le inspira e impulsa. Y así. cuando rl texto
del pregón asegura y muestra que en la peisecución
de los amantes fugitivos tócanse dulzainas, $u~nan
trompetas. o retumban atabales o tambores, la or~
guesta lo justificará de modo que sea un eco magistral
del pregón que escribiera Cervantes,
. , y Falla glosaría
en términos de supremo acierto.
Como lo tendrán el sonar del, cuerno de caza que
tañera por la montaña Don Gayferos, camino de San~
sueña. y el ritmo' trotón del enamorado cabalIerq ...
y no menos la ordenada confusión sinfónica en
que se pinta la terrible cólera y la agresión feroz de
Don Quijote a los que él piensa que estorbarán la
dicha de Melisendra y de su siervo de amor, como
se oponen, los encantadores a la de su devoción hacia
Dulcinea, señora de su alma, día de su noche, gloria
de sus penas y norte de sus caminos ...
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Eso pasó, y la hermosa concepción straussiana ocupa
en la estimación de los auditorios del mundo. el lugar
que a su excC'lencia corresponde.
Doscientos años antes que Strauss, otro músico ale-
mán pretendió reducir la e-moción trascendente de la
lectura a una combinación de sonidos obtenidos en
imtrumentos de arco. Ese músico era el organista de
San Esteban. de Leipzig. Jorge Felipe Telemann.
músico magdeburgués. cuyos ochenta y seis años de
vida corrieron entre marzo de 1681 y junio de 1767.
No se trata pues de un predilecto de los dioses. si
es cierto que los que gozan de favor tan elevado mue-
ren pronto. y se conoce que no disfrutó de tal preemi-
nencia. no sólo en la perduración de su longevidad.
SinO en que los estros hiciéronle contemporáneo de
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ción audaz del elemento subjetivo por cmancipaClon
del alma individual. De esta pintura musical hay cl.:tras
. señales en la «Ouverture burIesque sur Don Quixotte».
En esta obertura burlesca se advierte, el leve chispo~
rroteo de lo que mañana será la lumbrarada román-
tica de la música de programa a lo Bcrlioz y la ho-
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s 11J.. N e H o
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DANS S O-N 1 S LE,
OPERA BOUFF01V~
E,N UN ACTE,
Par lA. POI N S 1 N E T le jeuí1(;'.(
A AVIGNON,
M. D e c- ::. ~ 'l 1. ~. ~
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cañ.-:molzo literario. b m:1s indecoros.l csp.lñolada. una
cspaiíobd.:: sobre el Quijote. e,> decir. la blasfemia
ante el arol.
Massrl'et h.l preferiJo. porque le crol más fácil. ser
fiel .1 Prevost y al mismo Goethe que ol CerVolntes;
«Ll MJnom>. dí' l'vL,ss'?ncr. es un Péodigio de gracia
apasion.ldJ. cruel y frívola. así como Jc elegancia y
de incisiva 3rnsuJlidad; pero el «QuijotC'». de Masse-
neL es un lamentable- error. pese al innegable talento
del delicado compositor francés.
BJstaría recordar que en ('He Quijote de ópera có-
mica. queda Dulcínea convertida. no ya en la hom-
brurp y ajioliente palurda. que era en verdad. no
tampoco en la princesa e-;"cantada que soñó la mente
febril de su e~amorado rondador. sino en una vil y
mJnoseold.l moza del partido. a b que se hace com-
pal'ecrr en escena tocada con lTI.lntilla blanc.1 y calada
peina. intérprete de una especie de sevillanas de pan-
dcr('ta. muy para reír o muy P~{;1 Iloral'. según se I?ire.
Do, iJalabras p:ua el último de los Quijotes ex-
t;'.anjere·; cO!'ltrmpor5neos. Se trata dd gran músico
pobeo r·il:orawsky ..1! frentr de cuya partitura el ori-
gin.ll m:lnuscrÍto llegó a mis manos U:1 mJgnífico
dibujo dd gran Jrtista de Varsovia. PerIowski. que
representa b ni:Jble testa de Alonso Quij.lno coro-
na(ü de espinas. Este atributo mesiánico r ,el descu-
brimiento que mi lurJ rc:llizó en la primera página
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del manuscrito de una huella de lápiz que la goma
no había logrado borrar. y que dice en francés: «A
mis padres». patentizaron la cordialidad de' la admi~
ración del músico inspirador del dibujo de Perlowski.
por la ingente figura del asendereado y glorioso héroe
cervantino. y también el cariño íntimo que a Mo~
raw'~ky merecían sus lucubraóones musicale'S en torno
del Quijote. Son muchos mis apuntes sobre tema tao
interesante que aquí 00 he podido sino esbozar: ..
Nuestra cole1:ción de Quijotes musicales (y claro es
que tocaba. a nosotros los españoles. el intentarla)
hubo de ser interrumpida... Pero en la «Congress
Library». de W ashingtón; en la de Leipzig y en
alguna más. contando el «British Museum». se' guarda
lo que aún no nos ha sido dable agenciar siquiera
ya hayamos gozado del hallazgo.
A decir verdad. sólo hay una verdadera obra maeS~
tfa entre la colección, tampoco muy numerosa. de
intentos hispanos. Aludo por segunda ve'Z a «El Re~
,tablo» de Maese Pedro; pero no deja de existir alguna
producción de excelente intención artística dentro del
marco de nuestra zarzuela tradicional y en su sector
más digno; me refiero a «La Venta de Don Quijote».
de nuestro gran músico Ruperto Chapí. sobre ,poema
literario de gran decoro, del malogrado Fernández
Shaw. ~
Desde el plinto de vista sinfónico con atuendo or~
questal de aire moderno, registraremos las páginas
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del profes():' Emilio Serrano v las c!;: Jcsú, Guridí y
Esplá; así como las ,de Vélez Gombau. Iglesias.
OS',',H
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son del siglo XIX y años subsiguientes. He aquí los
nombres de sus autores: Manuel García, Arrieta, Bar-
bieri. San José, Barrera. Chapí. Udaeta, Se~rano (E),
Guridi. Franco. ,'Vélez, Gombau, Iglesias, Halffter,
Esplá y Joaquín Rodrigo. Y, en mención singular,
por su mérito extraordinario, Manuel de- Palla.
Como hemos dicho. las realizaciones músicales dd
<:.Quijote». abarcan todos los géneros, y ahora aña-
diremos que cada una responde, como' era natural
y hasta ineludible, a las circunstancias del momento
histórico de Su aparicidn. No era posible que el
«hU~1:our» británico produjiCse. a través de~ «Quijote».
UD) obra tan superficial y frívola como la c!Jncebida
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!ocur;:¡s dd inef"ble c;:¡ballcro. que «sólo en seno po-
dí,m ser comentadas».
r~u. p::cs. lógico. que los eventuales traductores
lí:-icos del «Quijote» se dejasen penetrar por el clima
c;c bs exégesis propias del sentimiento para ellos
;:¡clual.
Aun P3f;:¡ quienes, como Massenct, y sobre un li-
breto deporable. crearon unJ. interprcr;:¡ción que no
1--" reos podido dejar de censur~r. no falta la coyun-
tura en que sc ,ven arrastrados por una nueva manera
de considerar el estupendo rebto y. ~obre todo, la
lCr!;'';c,ulidad del héroe y de sus aventuras sólo apa-
rcn¡~m('nte risibles y chanceras. Y de ahí, de esa faceta
p:írcial de la interpretación massenrtiana procede Id
cOI1!'.lovedora eseen;:¡ que llrna í,ntrgr;:¡mente el acto
qtúnto y terminal de la óper;:¡. en q~e el genio cervan-
tino se impone, aunque' en él varían, en cuanto al
lugar de acción, las circunstancias patéticas de lJ
muerte dd and;:¡nte caballero. que aquí, en esta ópera,
.• ( :,cc" en plena para mera castellana. al pil' de un,! en-
cina y bajo un ciclo tachonado de luceros, en uno de
lo'í nu!.~s, el triste enamorado dI' un f.lntasma, hijo
d~ él! cnfrrmiza fantasía, cree ver a Dulcinea del To-
bc~o. Don Quijote abanqona, pues. est... mundo. en
que tant;>s amarguras cosechara entre los solÍozos de
S:mdlO y los silbídos de las aves nocturnas y Jg~reras
,:·~r bosque.
30
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Ct:o L1!1to podríamos adví'rtir en el herma~o por~
)'1;1 . ::1fónico str.:lUssiano, que, a tr:tvés de u.na .<;¡¡Le~
y C'I el csp:!cio.
~1
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Portada de la partitura.
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LA MÚSICA EN EL QUIJOTE.
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Est:lblcz'::!Inos, sÍ. que el Quijote hubít.'ra merecido.
;1partc su egregia condición magístr::t!. tal indefectible'
revcl'cncia de la música. porque con ella corresponde
el arte di~'ino a la singular estimación que Cervantes
decbra por él en sus varÍas facetas. géneros y aplica~
ciones íntimas o sociales, y que salta a b vista del
IeClo.r cuiebdoso de b novela inmortal, y que se tra~
duce en sentencias, aforismos. observaciones y aun
alusione's didácticas o pedagógicas: que si nos muestran
un aspecto de la espiritualidad de Cervantes. muy
interesante' por cierto. no nos permiten suponer que el
gran don Miguel fuera un especialista en música; pero
ello da valor extraordinario y personal a cuanto de
la música se dice en el Quijote.
Que Cervantes nombre a las «mínim;:¡s» bs «sc~
mínimas», el contrapunto, no nos autori'za J creer
que fuese capaz de leer de corrido en una p,1rtitma
de su (i"mpo, ni trj.ducirla en sonidos correctos arran~
cados a un instrumento popular o cortesano. a Bna
dulzaina manchega o a un laúd napolitano. No cree~
mos que Cervantes tenía frecuente rclación con los
músicos de su tiempo, lo que no es extraño ~i mi~
ramos a la vida ajetreada, más propicia a descubrir
en el silbido del zagal. en el ronco cuerno del g¡.lJrca
puercos, o en la canción pastoril. el summum de la mú~
sica a su alcance, o bien al alcance de Don Quijote,
que tanto da, para todo. referir la observJción a don
Alonso o a don Miguel, su engendrador.
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y aun se podía pensar que e'Se arte. que hoy diría-
mos folklórico. tiene para cr novdador-fijáos bien
en este anticiparse a nuestros juicios-un mérito ex-
(('Iso ya que no único.' cuando se cree en el caso de
advertir a los vanidosos que «también por los montes
y selvas hay quien sep,a música».
Cierto que la permanencia de la alusión a la mú-
sica y a sus cultivadores. que esplende en Lope. no se
da en Cervantes. ni tampoco aquella quintaesenciada
alquitara en que Fray Luis destila para su fraternal •
S:11ínas el filtro que le permite conocer que' la p',úsica
extremarla del insigne organista «serena el aire». aun-
fJúc sí sepa que la música «compone los ~nímos des-
compuestos~-y aquí pasa la sombre de Orfeo-y alivia'
los trabajos que nacen dd espíritu». Cervantes sabe
ésto. de seguro. porque -en su propio y tristemente
drscompuesto 5nim,o., y en 'su trabajado espíritu. ha
logrado por la música compostura y reposo. ¿Qué
mú,sica? La que pudo oír en ventas y mesones. La
m.ísma que Don Quijote transformaba en su magní-
fiel locura, en 'armonía palaciega y sensual serenata.
, Pero el crirerio de Cervantes ha sabido extraer de
sus propias experiencias fórmulas críticas ?e finura
cxt::lordin.lria (rente a la música, sus d~talles o cÍr-
cunstancias. qur muchos profesionalrs del juzgar de-
birT.1n apn;nder ...
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Cervantes. qUiero decir Don Quijote. cree que «los
caballeros andantes eran todos grandes trovadores y
g~J.ndes músicos». Pero añade esta estupenda adivina-
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L1C?J SIn embargo a mis, 1.1 sutileza del CX;¡m"l1
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Sobre todo, en su parte segunda, tencmos materia
_lbundaotísima en el Quijote para considerar a Cer-
Vl¡;I:CS como un amador fiel de b música, en cuanto
se propone fijar hechos atañen tes al divino arte, in-
ventarios de gran interés, ya de' 10<; instrumentos pas-
t')r:~cs, bélicos, populares y cortesanos, de que hemo~
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dciíablc en los dominios dd arte. y SI es el divino
peor.
Hay. pues. en las obras de Cervantes. relación ele
los instrumentos de percusión de soplo. de arco y de
punteo y rasgueo. con lo que apenas queda fuera de
.1quélla ninguno de los alientos de la posible orquesta
crfV;¡l1 tina; pero sabemos deducir de cuanto de la lec-
tura se despre·nde. que a ninguna de la~ fuentes de
scnído concede p:ivílegio. como es natural. el prín-
cipe de lo~ Tr.geníos. sobre el rey de los sonidos. o
díp;asf b voz humana. a la quc con mucha frccmnría
acude para buscar en la monodía scntÍIT'cnt:lL que
aun sin acompañarla. son de algún otro instrllnFnto
,dulce y rcr,aladamcnte sonaba».
A lo que conviene agregJr que si Cervantes no
. desconocía ese alto valor hum.mo, era C1p:lZ ,JI' sc-
p.;r;¡r bs d;v~rsas calidádcs de belleza sonora que cma-
n:l11 del solo. del trío. del coro. distin¡;uiendo bien
lo que v:l de 1;\ «confmión» a la «aconhda polífoní.l~).
yJ en la cmción, en el romance. o díp:,lse rom:wza.
"{ ("r.un en e(u~;ones l!'rrcas específicas o c:!íJcc"'rÍsricJs.
,r~. 'el villancico dr Navícf:ad. durJdero aunque.
u:rno C:~ lógico. con pe'Cu!iares nombrc~ y fisünom;as
(" ,.¡ :'". ¡r-_<o en tero cristiano.
:::L~ro csl:í. Que soldado tal que Don Mip;U21. h,bía
dc (o¡]r)crr k-, instrumentos castrenses. que Jsí sud:-
dc.~i .. s,.' . •!1 cicc'illo, como lo demuestra en b !=sta de
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los que sonaron en las eSCenas inolvidables del des-
encantamiento de Dulcinea. a saber: cornetas, cuernos.
bocinas. clarines, trompetas. tambores. cuyo conjunto,
subrayado por el áspero son de los carros y estam-
pí(~C) de las salvas. desemboca luego en aquella otra
«suave y concertada» música que Cervantes tiene por
«acompasada y agradable» descubriéndonos que la
formaban chirimías. arpas y laúdes. como contraste
del ambiente rudo de los instrumentos marciales, y
también los pífanos y tambores a la funerala. o sea
enlutados, a cuyós tañedores tiene por «tristes mú-
sicos», así como-ya lo vimos-tiene pOr regocija-
dores a los que animaron las fiestas prenupciales de
Camacho el rico, donde sonaron flautas, tamborinos
-nombre italianizado de nuestro tamboril--salterios.
gaitas zamoranas-que no las asturianas o galaicas de
origen celta y en uso todavía en los pueblos de ese
abolengcr--rabeIes. churumbelas. panderos y albogues,
de los cuales albogues hace el héroe la descripción a
instancias, del' curioso escudero Sancho, por don_de' ve-
nimos a parar en que es tal nombre el arábigo de los
címbalos griegos, dulzainas atambores; atabales, «y
un género de dulzai,nas que se parecen a nue'stras chi-
rimías». y a todo lo cual ha dado voz, y voz que
acompaña al imperecedero relato. con la gracia de sU
propia perduración. nuestro llorado Falla, el músico
inmorol en su admirable ve'rsión del Retablo. de
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Maese Pedro. flor máxima del acervo español de las
miisÍ:as quijotescas.
Pero hay dos particulares circunstancias en la egre-
gil lurración que debemos recoger aquí como broche
áureo de esta corona que en las sienes de Orfeo pone
Cernntcs, cuando hace que el propio Don Alon1i,.o
Quíj:mo. sin duda para no contradecirse en aquello
de Jtríbuír aficiones. filarmónicas a los profesos de la
andante cabaHería---~todos o muchos de ellos. trova-
dore3 o músicos a su parecer-pida un laúd, para
cantJ,7 dc él acompañado. en .honor de una doncella
que finge amar al héroe. una endecha «con voz ron-
quilb aunque entonada». j La voz de Don Quijote
recorriendo escalas y acompasando melodías ... !
Tengamos este episodio por una de las más típicas
señales de- la voluntad de exaltación que inspira a
Cervantes frente al arte divino. pese al regusto iró-
nico del cuadro y de sus peripecias.
y no sólo a la delicadeza espiritual de aquél. que-
ni -volviéndose loco pudo dejar de ser delicado. en-
comienda Cervantes el enaltecimiento de los sonidos
acordados. sino que- aún le sobró fantasía para ima-
ginar que la egregia vulgaridad de aquel otro de sus
hijos que parecía sometido a la otra obsesión enfer-
mIza de la sensatez _y del práctico sentido. era sen-
sible a la bellezá sonora. de tal modo que hay un
instante en que Sancho, el harto de ajos, se dirije a
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la Duque'sa con estas paL1bras: <,Señora, donde hay
música no puede haber cosa m,lla», y aun repLicado
PO!' la dama con que «tampoco donde hay luces y
claricJ;¡d». se aferra Sancho a su filarmónico parecer,
diciendo: «Luz da el fuego y claridad las hogueras .. ,
que bien pudiera seT que nos abrasen: pero I.:! música
siempre es indicio de regocijos y de fiestas».
y tras este recuerdo miremos como el P,in,ipc de
lo~ Tngcnio<;, aunque poniéndo!o----como '-JntJ~ 0tras
CO,;lS --('n !J intención y realización de S!! m.'r.WinOS:l
oial ur,l. elige nombre para la dJm~ de sus pensa-
mientos, «la discreCl. la gallarda. la hermosa, b ho-
nr:sla. !J bien nacida. archivo del mejor donJír,~ y
Illt;m,13Jmel1tc' idea de todo lo provcchos0 y (lc1rít.l-
ble que hay en el mundo ... » cuanc;o elige, dcrimos.
nombre para ese fantástico cúmulo ele' pcrfcr,ic'r!cs,
V~"¡'" a llamar/;¡ Dulcínc,¡ del Tohoso (;J0l'q'.!(' dI'
allí eLl n;¡tural Aldonza Lorenzo. moza labradora
de qui(,i1 ancluvo un tiempo enamor,ldo; rcm., sobre
todo. p,)rqI10 el nurvo nombre era a su parecer «pc-
( rCf'.¡:no y significativo». y en resumid;¡s cuenL1~ <:cu-
fónico,' bien sonante. o ,como Cerv;¡h!cs dice que
Don Quijolc' lo halló «músico». Delicado homenaje.
cordi;11 pleitesía de una pluma de oro a una lira di-
vina en cuyas cuerdas han de pulsar manos ímigncs
obrdicntes a minervas diversas y entre sí tan dist,ln-
ciMbs en el tiempo histórico y en ('1 espJcÍo gC07J-
fi o de todo el mapa mundi, par:! componer un hirlDo
r
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IIIIU.N
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I
i
,
23. E
OBRAS PUBLICADAS:
24 . E
1. Estampas Marroquíes, por ANTONIO LAS HERAS
HERVÁS. 25. E
2. La Unidad e Independencia Económica de
España, por LUCIO DEL ALAMO. 26. L
3. Historia de una gacetilla y algunas cosas más,
1: por AURELIANO LÓPEZ BECERRA. 27. E
4. Los Misterios del Gorbea, por ESTEBAN CALLE 28 . Le
ITURRINO.
5. San Ignacio y la Contrarreforma, por ENRIQUE 29. C(
DE CABO.
6. El Canciller López de Ayala, por el M ARQUÉS
DE LOZOYA.
30. El
7. Ritos Españoles, por AURELIO CUADRADO. 31. p¡
8. Existencia y Neurosis, por CÉSAR A. FIGUERlDO.
32 . El
9. Las Fiestas de San Fermín, por BALDOMERO
BARÓN RADA. 33 . La
10. La España del Rey Amadeo, por JosÉ BERRUEZO.
34. Lo
11. Amor, Selección, Descendencia, por JESÚS Ro-
DRíGUEZ DEL CASTILLO.
12. El de la Capa Blanca, por JESÚS SÁENZ M AR - 35. La
TÍNEZ. 36 . M
13. Las Modas y Modismos en la Medicina del 37. N(
siglo XIX, por JAVIER FARRERONS Co . 38. El
14. La Conquista de la Estratosfera, por I GN ACIO
PUlG, S. J. 39. Ca
15. PSicología de los Sexos, por A . VALLEJO N ÁGERA.
16. Poesía y Dolor, por ILDEFONSO MANUEL GIL . 40. Pe
17. Reflejos del Mar, por ANTONIO LAS HER AS 41. Me
HERVÁS. 42. Ap
18. Aplicaciot
EDUARD(
19. Castilla, ~
20 . Luces de
MONAS
21. El Ci ne i
JIMÉNE2
111111111111111111
4147316 Tit. n O:366364
22. La casa
CÁRDEN~
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/ Castilla-La Mancha. Libros, 1946 - El Quijote en la música y la música en el Quijote : e
~A' .,l
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BILBJo
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