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Negacao Da Ditadura e Governamentalidade Negacionista No Brasil Contemporaneo (Traduccion)
Negacao Da Ditadura e Governamentalidade Negacionista No Brasil Contemporaneo (Traduccion)
Alexandre de Sá Avelar
Resumo:
Este texto asume, sin más remordimientos ni temores, un carácter ensayístico. Más que
presentar argumentos definitivos sobre las ideas aquí propuestas, pretendo ponerlas en marcha para
que adquieran nuevos contornos, formas, atendiendo –por qué no– a cambios de direcciones,
perspectivas y horizontes. Un conocido escritor, y ciertamente admirado por muchos aquí en
Argentina, César Aira, define al mejor ensayo como “el que presta menos atención a la forma y
apuesta a la espontaneidad y un elegante descuido” (AIRA: 2018, p.236). En cuanto a la apuesta,
me temo que no estoy a la altura de la recomendación del gran escritor, pero me atrevo a dejar
algunas sugerencias, y siguiendo la estela de Montaigne, se puede afirmar que este texto se presenta
como un “intento”, es decir, una experiencia de escritura que “implica el proceso matizado de tratar
de producir algo” (WAMPOLE: 2018, p.243).
Si bien no temo una embestida contra este ensayo, tal vez sea necesario y prudente alguna
justificación al respecto. Escribir y hablar sobre el Brasil de Bolsonaro es una tarea intelectual que,
a pesar de su dimensión ética innegociable, trata de procesos y acontecimientos en curso, es decir,
que son sucesos presenciados por todos nosotros y por ende, no lo suficientemente lejanos tal como
brindar una lectura apropiada, tal como lo indican los criterios historiográficos. Ante la
incertidumbre de lo vivido, las reflexiones e hipótesis tienden a ser provisorias y cambiantes, y si
bien, respecto al bolsonarismo, ya podemos contar con una bibliografía que apunta a cierto
consenso conceptual y analítico; la forma ensayística me parece la más adecuada para intentar
responder frente a esta configuración histórica que parece rehacerse y transmutarse todo el tiempo.
Entre los placeres y peligros del presentismo, el estar en constante desplazamiento se ha convertido
casi en una inevitabilidad y por lo tanto, el discurso histórico debe ser capaz de reconocer, en todo
momento, su propia historicidad. En este punto me parece valiosa la proposición de Mateus Pereira,
que postula que el historiador de la actualidad debe posicionarse, en relación con su objeto de
estudio, a través de un juego en el que a veces nos alejamos de él, y otras veces nos acercamos para
prestar atención a los “significados construidos por los relatos con miras a abrir posibles futuros”
(PEREIRA: 2022, p. 25). Lo que pretendo aquí en las siguientes líneas y páginas, es hacer un
esbozo de comprensión de esta condición histórica que, en primer momento nos sorprendió, y luego
nos exigió ponernos en combate contra: el bolsonarismo y su gubernamentalidad negacionista.
(...) es un pasado abierto, en cierto modo inconcluso, cuyos efectos en los procesos individuales y
colectivos nos son extendidos y presentes. De un pasado que estalla imponentes preguntas, grietas, duelos.
De un pasado que, de manera peculiar y característica, entrelaza las tramas del público con las más íntimas,
las más privadas y las más propias de cada experiencia. De un pasado que, a diferencia de otros pasados, no
es el único de representaciones y discursos socialmente construidos y transmitidos, sino que, además, se
nutre de experiencias y recuerdos personales, recordados en primera persona. Es, en definitiva, un pasado
'actual' o, mejor dicho, un pasado en permanente proceso de 'actualización' y que, por tanto, interviene en los
proyectos de futuro elaborados por sujetos y comunidades.
Al momento de terminar este texto, Brasil había superado los 654.000 muertos por la
pandemia de Covid-19. Aún con más del 74% de la población vacunada con dos dosis, vivimos con
un promedio de más de 500 muertes por día. Estos datos elevados no impidieron que se retomara la
“normalidad”, en torno a la sensación de que la pandemia parecería estar llegando a su fin. Esta
naturalización de volver a las actividades cotidianas parece reinvertir nuestro presente con una
actualización del registro de “página pasada”, esto implica que nuestros graves problemas se
resolverán si todos nos movilizamos con vistas hacia el futuro; superando el dolor y el trauma,
aunque no estuviésemos preparados para ello; incluso, en medio del llano y el duelo luego del
deceso de nuestros seres queridos. La vida, después de todo, no puede parar: "¿Y? Lo siento. ¿Qué
quieres que haga?”, reza la frase pronunciada por Bolsonaro en abril de 2020, cuando se le preguntó
respecto al crecimiento de las muertes por la pandemia, y bien podría sintetizar cierto estado de
ánimo del Brasil de este momento.
Junto a mi colega Patrícia Valim, defendí, en un texto publicado en la revista Cult, la
hipótesis de que el negacionismo bolsonarista se ha convertido en una gubernamentalidad; una
forma de gestión política que adquirió sus más amplios contornos y significados a partir de
proposiciones, gestos y afectos antipolíticos, es decir, a través de manifestaciones que, en los
últimos años, se han convertido en vectores de rechazo a la política institucional de Brasil y, en
última instancia, de la destrucción misma del Estado (VALIM y AVELAR: 2020). El manejo de la
pandemia del gobierno federal brasileño estuvo marcado: por el franco rechazo a las medidas
sanitarias recomendadas por los organismos de salud nacionales e internacionales; por la
minimización de los efectos de la enfermedad; por la demora en la compra de vacunas y por el
desprecio de estudios científicos ampliamente aceptados sobre el virus y las formas de combatirlo.
De esta manera, se estabilizó la gubernamentalidad con una estrategia performativa que preservaba
la base bolsonarista, lo cual se puede demostrar con el índice de popularidad del presidente que casi
siempre estuvo en torno al 30%, incluso en los peores momentos de la pandemia 1. Incluso, en
momentos en que se acumulaban las muertes, Bolsonaro siguió apostando a su proyecto político, el
cual lucha contra los poderes establecidos (alcaldes, gobernadores y ministros del Supremo
Tribunal Federal), e indica soluciones rápidas para combatir el virus (medicamentos como la
cloroquina) para proteger el funcionamiento de la economía.
1 Vale recordar que el índice de aprobación se define, en encuestas de opinión realizadas en Brasil, por la
consideración del gobierno como “excelente” o “buena”.
Los movimientos posteriores de la gubernamentalidad negacionista se vuelven comprensibles y
susceptibles de análisis, a partir de esta matriz del negacionismo histórico.
El bolsonarismo, como objeto de reflexión teórica, ha sido caracterizado por varios autores
como un movimiento que reúne fuerzas autoritarias de diversos matices, siendo una amalgama
compleja cuya vitalidad y permanencia dependen de factores tales como: su constante movilización,
y la capacidad de producir enemigos incesantemente bajo clivajes culturales e ideológicos dentro la
dinámica de “nosotros” contra “ellos”. Existe un relativo consenso, en situar las manifestaciones
callejeras ocurridas en 2013 como el momento clave, en el cual emergió y tomó mayor
protagonismo el espíritu reaccionario del bolsonarismo en la escena política. Sin embargo, la
determinación de un contexto específico y localizado, tiende a oscurecer el proceso constitutivo de
la acción de la extrema derecha en Brasil, que a mi juicio, adquiere un impulso decisivo al inicio de
los gobiernos del PT, cuando una serie de organizaciones privadas comenzaron a dedicarse,
simultáneamente, a defender posiciones ultraliberales y denunciar la corrupción económica y moral
del PTismo. A lo largo de los años, estas iniciativas se han multiplicado y conquistado el espacio
público-digital, en un movimiento que combinó el inconformismo de sectores medios
conservadores y la inseguridad de amplios sectores de las capas populares que, a pesar de la mejora
de sus condiciones materiales, se vieron fuertemente afectados en su vida cotidiana por el
incremento de la violencia, tal como lo indican los índices gubernamentales. Esta reorganización de
la derecha brasileña y su escalada cada vez más autoritaria y extremista parece, por otro lado,
señalar el agotamiento de los (frágiles) pactos establecidos con la instauración de la Nueva
República con el fin de la dictadura en 1985; definiendo así un proceso de una “intensa disputa
dentro de la sociedad civil operada como una guerra de posiciones” (MATTOS E SILVA: 2021,
p.5).
Sin detenerme en la caracterización del fenómeno político bolsonarista, que eludiría mis
objetivos en esta exposición, me voy a centrar en la definición que ofrecen los profesores André de
Macedo Duarte y Maria Rita de César Assis, para quienes el bolsonarismo
encuentra su síntesis en el ideal fantasmático del Hombre Bueno, ideal normativo que se compone de
valores e ideales del cristianismo, el conservadurismo antiizquierdista, el patriotismo nacionalista, el
armamentismo, el machismo, la familia heterosexual tradicional, la meritocracia, el emprendimiento
económico sacrificial que responsabiliza al individuo de su éxito o fracaso social, así como de ideales
relacionados con la plena libertad de mercado, la renuncia a los servicios y servidores públicos y la libertad
de las mayorías para discriminar a las minorías, especialmente a las organizadas en movimientos políticos y
sociales. En un sentido político más restringido, el bolsonarismo pretende fortalecer la oposición binaria
entre nosotros/ellos, amigo/enemigo, a través de la cual se busca minimizar y, si es posible, neutralizar todas
las formas de oposición y disidencia política. El bolsonarismo se guía por un paradójico proyecto de
democracia, de carácter autoritario, que propone restringir los derechos y libertades de aquellas formas de
vida que no reflejen su modelo normativo ideal de ciudadano, es decir, del Hombre Bueno. (pág. 2)
Bolsonaro ha logrado un éxito innegable al proyectarse como un outsider, como alguien que
pretende gobernar fuera del sistema y de las normas establecidas, aunque eso signifique actualizar
viejos procesos de dominación y exclusión tanto político como social. Esta forma de anti-política,
fue definida por Leonardo Avritzer como “la reacción a la idea de que las instituciones y los
representantes electos deben discutir, negociar y procesar respuestas a los temas en debate en el
país. La antipolítica constituye una negación de atributos como la negociación o la coalición”
(AVRITZER: 2019, p.19)2. Como esta estrategia fue importante para la obtención de los resultados
electorales, no pudo eludirse durante el mandato presidencial de Bolsonaro. Por ello, el caos de
gobernabilidad, la lucha incesante contra todos los enemigos -actualizada constantemente- se han
convertido en la forma propia del accionar político de Bolsonaro en la presidencia. De ese modo, la
supervivencia política de este representante ultraderechista sólo es posible mediante la destrucción
de todos los pactos reguladores de la vida social. Y, esa me parece una clave importante para
explicar su negacionismo, cuyo paroxismo quedó demostrado en la gestión de la pandemia del
Coronavirus. Todo este repertorio estratégico de promover la guerra cultural de Bolsonaro implica
la adopción de un lenguaje fácilmente adaptable a las formas comunicativas de los medios
electrónicos. De ahí, la relevancia de las formulaciones de Letícia Cesarino sobre el “populismo
digital”.
Aunque ese no es mi tema, quiero aquí en esta oportunidad, ya que no soy un conspirador, saludar al
régimen que comenzó el 31 de marzo de 1964, que extraño, y también a la población brasileña. Digo esto
porque en ese momento, Sr. Presidente, nosotros sí vivimos bajo una dictadura ideológica y hoy vivimos
bajo una dictadura económica. No era un régimen perfecto, los hombres no eran perfectos, y hasta diría que
en esa época también robaban, sí, pero robaban el 10% y hoy le roban el 90% al pueblo brasileño. 3
Entonces la prensa dijo: “No había dudas sobre la dictadura”. Bueno, felicitaciones, prensa, nunca
hubo una dictadura en Brasil. ¿Qué dictadura era esta donde tenías derecho de ir y venir, tenías libertad de
expresión, votabas? (...) No voy a entrar en detalles. Quieren llamarlo dictadura y pueden seguir llamándolo.
(...) Lo que importa es lo que está en la mente de gran parte de la población sobre cómo fue esa época, sobre
cómo estamos hoy. Me resulta difícil que alguien diga que quien presidía Brasil hasta hace poco era más
democrático que yo.4
4 [1] BOLSONARO elogia Enem e diz que “não houve ditadura no Brasil”. Disponible en:
https://noticias.uol.com.br/politica/ultimas-noticias/2019/11/14/bolsonaro-elogia-enem-sem-polemica-e-diz-
Los dos pasajes señalan un importante movimiento en las interpretaciones de la dictadura
militar que circulan entre la extrema derecha brasileña y sus partidarios: el paso de una memoria
revisionista a una abiertamente negacionista. Obviamente, este pasaje no se toma como la
cristalización de dos ideas claramente diferenciadas, sino como dos formas anquilosadas de
resignificación de nuestro pasado reciente. El movimiento al que me refiero, se presenta como un
híbrido capaz de movilizar un amplio conjunto de significantes vacíos propios de la racionalidad del
populismo digital (SILVA: 2020, p.1172). Sin embargo, me parece adecuado hablar de un énfasis y
un tono más acentuado del discurso contemporáneo marcadamente negacionista, y de sus esfuerzos
cada vez más elaborados para construir otro pasado, a través del descrédito y la descalificación de la
producción historiográfica, tanto de los lugares sociales de elaboración como de los agentes
responsables de la misma (especialmente los historiadores).
Estas dos afirmaciones, igualmente deplorables, exigen, por tanto, una distinción conceptual
entre revisionismo y negacionismo. En el primer caso, no estamos ante una negación frontal de los
hechos pasados, sino ante una postura que implica distorsiones, manipulaciones interpretativas,
descontextualización, inexactitudes, sobrevaloración de determinados indicios en detrimento de la
descalificación o incluso omisión de otros. Según Aviezer Tucker, el revisionismo – a diferencia de
la importante y saludable revisión historiográfica que caracteriza las transformaciones en los
estudios sobre el pasado5– se basa más en valores terapéuticos que cognitivos, y es una mezcla de
mala filosofía, argumentos inválidos y malentendidos sobre la epistemología y la filosofía de la
ciencia. De hecho, el eje de los ataques de los revisionistas es a nivel filosófico, y se refiere a los
valores morales y políticos de los grupos e individuos que pueden sustentar las diversas versiones
del pasado.
que-nao-houve-ditadura-no-brasil.htm
5 Tucker destaca tres tipos de revisión historiográfica: 1) la impulsada por el descubrimiento de nueva
evidencia documental (Evidence-driven review); 2) la que se caracteriza por un cambio en lo que los
historiadores consideran, con base en la evidencia disponible, relevante en la historia (Revisión de la pulsión
de significado); 3) la que se produjo como resultado de una revalorización de hechos y procesos históricos.
Esta forma de revisión puede ocurrir ya sea como resultado de la incorporación de nueva evidencia
documental o como resultado de un cambio en el sistema de valores que los historiadores emplean para
evaluar hechos, actores y acciones pasadas. (TUCKER: 2008, p.2)
conjunto de memorias que sirvieron de apoyo a militares y civiles partidarios de la dictadura, y que,
con la llegada del Partido de los Trabajadores al gobierno federal en 2002 y en especial, a partir de
la creación de la Comisión Nacional de la Verdad, logró forjar una identidad de grupo que se
difundió por todo el espacio público. Siendo que esa memoria contiene profundos rasgos
revisionistas, ya que promueve interpretaciones sesgadas del pasado, distorsionando las fuentes,
pero no necesariamente rechazando la veracidad de ciertos hechos.
El término negacionismo, que sirvió para referirse sobre grupos e individuos que negaban la
existencia de las cámaras de gas y el exterminio masivo de judíos durante el régimen nazi, fue
popularizado por el historiador francés Henry Rousso (1987, p. 166). Luego, el concepto pasó a ser
utilizado en sentido contrario al ser empleado por los propios negacionistas, quienes se veían como
fundadores de una “escuela revisionista” (el nombre pertenece al negacionista Roubert Faurisson) y
pretendiendo dar credibilidad intelectual y científica a lo que se estaba gestando, a través de la
falsificación y la distorsión de pruebas. Sin embargo, como menciona Enzo Traverso, lograron
contaminar el lenguaje y crear confusión en el debate público. Esto ocurrió, en parte, por la propia
ambigüedad de la noción de revisionismo que, lejos de estar restringida al debate académico e
historiográfico, es también un fenómeno político relacionado con prácticas y discursos que
cuestionan las relaciones que las sociedades establecen con su pasado (Traverso , 2019, pág. 97).
Un aspecto importante del fenómeno negacionista fue señalado por Henry Rousso: es solo
una verdad parcial que el negacionismo está ligado al carácter excepcional del exterminio de los
judíos. Ya apareció, en otras formas, como en la negación de la responsabilidad del gobierno turco
por la masacre de armenios en 1915. Hoy en día,se ha convertido en “una modalidad discursiva, una
forma de representar el pasado y percibir el presente” (Rousso, 2020, p. pág. xiii). Este aspecto
sugiere, por tanto, que el negacionismo histórico puede ser pensado como un mosaico de discursos,
prácticas y representaciones movilizadas con el objetivo de legitimar ciertas lecturas de nuestros
pasados sensibles, sobre todo de su violencia, su exterminio y dominación sobre los más
vulnerables.
Todavía podemos, sin duda, recordar lo que escribió Freud, en 1925, sobre la negación de la
realidad como un deseo de reprimir algo que se sabe que es real. O cómo los negacionistas se
posicionan siempre como mártires de una “verdad sofocada” por los grupos dominantes, esos
triunfadores que escriben la historia según sus cosmovisiones, ideologías e intereses. Sin embargo,
me parece importante considerar algo más allá de estas dimensiones más reactivas del fenómeno. El
negacionismo es un proyecto activo, una forma de dar sentido a una determinada experiencia de
tiempo, marcada por la crisis de la democracia institucional, las promesas incumplidas del
espejismo neoliberal y la tragedia ambiental generalizada. Esta dimensión de la agencia de los
negacionistas quedó muy bien expuesta en la siguiente síntesis de Rodrigo Nunes.
Las formulaciones negacionistas aún pueden ser vistas como promotoras de rasgos
particulares de cohesión social y empoderamiento de sus adherentes, siendo cada vez más
involucrados en la conformación y difusión de contenidos que movilizan significantes en disputa,
como las nociones de “golpe”, “revolución” o “dictadura”. El papel de estos significantes no sólo
sirven para conformar una tesis negacionista y revisionista a partir de sus usos en un ambiente de
disputas y disidencias, caracterizado por el populismo digital contemporáneo. También, deben
servir como pautas y puntos de apoyo para la confirmación de hipótesis e ideas establecidas de
antemano, y por lo tanto, no falsables. De esta forma, los significantes, como los mencionados
anteriormente, actúan en la conformación de una economía libidinal negacionista organizada por
“regímenes de imágenes, valores y simbolismos que operan según la producción de marcos
hegemónicos, temporales y contingentes, de fuerzas superpuestas” (SILVA: 2020, p.1177). La
descalificación de la ciencia formal, sus espacios de producción y sus agentes y mediadores
refuerza un grupo fundamental de identidad para el ascenso de la extrema derecha bolsonarista en
Brasil. La acción manipuladora de la memoria y la historia, el rechazo a los estudios científicamente
consensuados y el descreimiento del papel público y social del conocimiento académico, se
encuentran en un entorno mediático radicalmente diferente al que conocíamos hace veinte años. Si
parece pertinente preguntarnos en qué medida nuestro propio régimen de verdad está en crisis,
En las redes sociales (…), la propagación de los mensajes depende directamente de la acción de la
audiencia, en la que el deseo se aprovecha del pensamiento. Una noticia (falsificada, fraudulenta o incluso
cierta, no importa) sólo se difunde según corresponda a las emociones, cualquier emoción, “positiva” o
“negativa”. Sobre lo fáctico predomina lo sensacionalista, y de ahí el sensacionalismo. Sobre argumento,
sentimiento o sentimentalismo. Estos registros de la percepción y lo sensitivo, que pasan por el deseo, lo
sensacional, lo sentimental, brindan consuelo psíquico a los individuos enredados en sus fantasías narcisistas.
La receta resultó infalible.. (BUCCI: 2019, p.60-61)
Los negadores, por lo tanto, actúan. La polifonía de la negación brasileña, según Mateus
Pereira, es también lingüística, pública e ideológica, y especialmente en el caso del negacionismo
histórico, está ligada a lo que Paul Ricouer entiende como memoria manipulada. Así, “la distorsión
de la imagen debe articularse con el fenómeno de la legitimación y la mediación simbólica.
Comprender estas dimensiones intermedias nos permite comprender la negación y el revisionismo
brasileños como resortes del proceso de manipulación de la memoria y la historia” (PEREIRA:
2022, p. 49). Esta manipulación puede asumir diferentes significados, en la percepción de Valencia-
García, que, en mayor o menor medida, están presentes en el negacionismo de Bolsonaro y
estructuran el proyecto de una Alt-history, que brinda las siguientes directrices: una negación que
puede afectar archivos y evidencias históricas; la creencia en una historia cíclica o teleológica que
indica dónde estuvimos y hacia dónde vamos; narraciones de degeneración que asumen una teoría
de la decadencia en lugar de una comprensión del cambio; mitificación de la historia con la
sustitución de hechos por quimeras; nostalgia por un pasado idealizado que presupone
selectivamente la exclusión e incorporación de hechos históricos y narrativas; un ahistoricismo
basado puramente en la falsificación; la exhibición de una historia tendenciosa y fragmentada en
diferentes espacios de constitución de la memoria pública popular (películas, libros, documentales,
series, etc.) (VALENCIA-GARCIA: 2020, p. 9).
Debo advertirles que las distinciones que he presentado no son absolutas y existen
numerosas intersecciones, puntos de encuentro y calles de doble sentido entre revisionismo y
negacionismo. Podemos impugnar, falsificar y negar el pasado sin recurrir a la mentira misma.
Artur Ávila señala acertadamente que una de las características del negacionismo contemporáneo es
actuar
También podríamos recordar, con Vidal Naquet (1994, p. 119) que el revisionismo absoluto
es un tipo de negacionismo puro o literal. Una de las más recientes interpretaciones revisionistas de
la esclavitud en Brasil, sostiene la idea de que los más de tres siglos de sometimiento de millones de
negros al trabajo esclavo deben ser entendidos como una desviación, una mancha moral que
ciertamente nos avergüenza y que fue removida por la Abolición en 1888 6. Sin embargo, esta
descripción niega el carácter estructural de la esclavitud en la conformación de la sociedad brasileña
y, en consecuencia, la herencia de ese pasado-presente. Así, siendo la esclavitud sólo un episodio
vergonzoso de nuestra educación, queda prohibida cualquier política de reparación de sus efectos en
nuestro tiempo, como, por ejemplo, las cuotas raciales en las universidades públicas. Estamos pues,
ante una formulación que no niega la factualidad del pasado, sino su carácter “fantasmagórico” del
presente.
Volvamos a Bolsonaro y sus discursos en el Congreso. El excapitán del Ejército tuvo un rol
parlamentario considerado irrelevante en cuanto a proyectos propuestos, aprobados y de
participación en comisiones. La cultura política brasileña suele llamar “bajo clero” al grupo de
diputados que tienen poca actividad expresiva. La notoriedad de Bolsonaro se había logrado por su
defensa intransigente y prolija de la dictadura militar y su legado, algo que se explica por sus
orígenes y su base de votantes, compuesta casi en su totalidad por fanáticos de 1964.
6 Esta es, por ejemplo, la interpretación que ofrece Brasil Paralelo, una empresa para producir videos sobre
la historia de Brasil que tienen un fuerte contenido revisionista, según la caracterización que he hecho aquí.
Véase NICOLAZZI, Fernando. ¿Brasil Paralelo produce historia? Canal Historiar-se, 2019. Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=R71LxS5FhD8. Consultado el 20/03/2022.
Bolsonaro, en sus 28 años de vida parlamentaria, pronunció 1541 discursos en el Congreso.
Este conjunto de intervenciones verbales es bastante diverso, yendo desde discursos más extensos
hasta breves comentarios justificativos sobre el voto efectuado en determinados proyectos tratados
en el Pleno. El primer momento en que Bolsonaro tomó la palabra, como diputado federal, tuvo
lugar el 25 de febrero de 1991. Curiosamente, el parlamentario recién juramentado criticó a los
militares de la Armada que, en medio de la austeridad financiera impuesta por el gobierno de Collor
De Mello, habían cerrado la compra de cientos de autos para ser usados por los Almirantes. El
último discurso grabado es del 6 de noviembre de 2018, el cual fue en el marco de un acto en la
Cámara conmemorando el 30 aniversario de la Constitución de 1988, ahí Bolsonaro ya electo
presidente, pronunció un breve discurso en defensa de la Constitución y de la unión de Poderes.
Habiendo sido elegido por el voto de los nostálgicos de la dictadura, ¿cómo explicar que Jair
Bolsonaro diera pocos discursos durante la década de 1990 en defensa del régimen militar instituido
en 1964 por un golpe de Estado? La justificación radica, a mi modo de ver, en cierta latencia de la
memoria castrense sobre la dictadura que, desde el inicio de los gobiernos civiles, se había vuelto
“clandestina” en relación a una narrativa que, a veces oscilaba entre las pautas de “pasar página”
(impulsado, sin duda, por la Ley de Amnistía), y en ocasiones denunciaba los crímenes cometidos
por el Estado brasileño. Como forma inscrita en el espacio público, la memoria militar, en ese
momento, era precaria, a pesar de ser estabilizada por sucesivas generaciones. No era raro que los
generales se sintieran derrotados en la batalla de las memorias, y así mismo se ubicaron en una
curiosa posición de victima, al ver que los perdedores de la “guerra sucia” ocuparon cargos políticos
relevantes en la conducción de la vida cultural del país, y en consecuencia, lograron escribir la
historia según sus puntos de vista.
Caroline Bauer recuerda que, desde sus primeros momentos en el poder, los militares se
esforzaron por producir una imagen del régimen que negaba su carácter dictatorial o, al menos, lo
minimizaban o relativizaban (BAUER: 2019, p. 40). En ese sentido, las estrategias implementadas
debían producir una memoria de aquellos años que pudiera sustentar simbólicamente la idea de que
el país se había salvado de la subversión comunista, y había alcanzado altos niveles de desarrollo
económico y de seguridad pública.
Entre los recursos discursivos movilizados por los militares, hubo un cambio conceptual
propositivo, del golpe pasó a denominarse la “revolución” de 1964, la cual pretendía, entre otras
cosas, incorporar una noción deseada por la izquierda, principalmente por las luchas de liberación
nacional de las décadas de 1950 y 1960. En la política cotidiana, los dictadores rara vez vestían su
atuendo militar, prefiriendo la vestimenta civil y se autodenominaban como “presidentes militares”.
El sistema político preservó formalidades institucionales, tales como el funcionamiento del
Parlamento. Aunque la vida partidaria se redujo a dos partidos (el partidario del régimen y el otro de
oposición consentida), los sucesivos gobiernos dictatoriales recurrieron constantemente a actos
institucionales, mediante los cuales se profundizó la censura, se intensificó la represión y se
restringieron los espacios de libre expresión.
La lenta forma de la transición brasileña, permeada por una amnistía que significó
impunidad absoluta para los perpetradores fue otro aspecto significativo en la consolidación de esta
memoria militar. Las prácticas revisionistas y negacionistas de la dictadura se alimentaron, a lo
largo de los años, de nuestra precaria justicia transicional que no fue capaz de sancionar a los
responsables de las violaciones a los derechos humanos, cometidas durante el período comprendido
entre 1964 y 1985. Como consecuencia de esta impunidad, también existe la “ausencia de
arrepentimiento, remordimiento o culpa por parte de los verdugos directos o indirectos, ayer y hoy”
(PEREIRA: 2022, p. 39). Es importante señalar, y aún según Bauer, que los militares (y sus
partidarios civiles) lograron controlar, en gran medida, esta frágil justicia transicional, bloqueando
el acceso a los archivos y evitando los “revanchismos” que provocaría la difusión generalizada de
memorias e informes del terror de Estado. Así, en el “proceso de transición política, la preocupación
de los grupos gobernantes sobre la capacidad de gobierno los animó a evitar discusiones divisorias
sobre el pasado dictatorial” (BAUER: 2019, p. 41).
Bolsonaro, desde sus primeros pasos en carrera militar, formó parte de esa comunidad de la
memoria, y compartió ese relato revisionista/negacionista de la dictadura militar. Por ello, el
incorporar y difundir una determinada narrativa sobre el pasado de las Fuerzas Armadas se
muestran como peldaños decisivos en la constitución del ethos militar, con el cual se diseña una
identidad que acompañará a los miembros del cuartel a lo largo de su vida. Este repertorio de
imágenes, significados y fundamentos construidos sobre el período militar implica una adhesión
acrítica por parte de los cadetes que comienzan una carrera en la Armada. Compuesto por un mundo
con signos, distinciones y formas de pertenencia social, la corporación militar desarrolla sus propias
interpretaciones del pasado nacional y las difunde en sus escuelas preparatorias, sin ningún esfuerzo
por construir un diálogo intelectual con la historiografía producida por historiadores profesionales.
A quienes muy al contrario, se los suele observar como ideólogos y promotores del pensamiento
antimilitarista y antipatriótico.
Sin embargo, desde el ascenso del Partido de los Trabajadores a la presidencia, tras la
elección de Lula en 2002, Bolsonaro y la comunidad de la memoria que legitimaba la dictadura
comenzaron a tomar una posición más incisiva, frente a lo observaban como una venganza
promovida por los comunistas derrotados en el pasado. A partir de ese momento, asistimos a una
movilización cada vez más orquestada y planificada de varios sectores de la derecha brasileña, que
buscaban revivir significados y modalidades discursivas en torno a las imágenes de un país
ordenado y económicamente próspero entre 1964 y 1985. El ejercicio genealógico de estos sectores
demuestra que el tema de la dictadura militar fue central en la sedimentación de estrategias de
acción, y de posicionamiento en el espacio público – con un uso cada vez más extenso de las
tecnologías digitales –. De esa forma, la derecha brasileña se transformó en un actor decisivo de la
política brasileña, especialmente desde el gobierno de Dilma Rousseff. La “guerra cultural”
bolsonarista se fraguó especialmente en torno a una concepción nostálgica del pasado período
militar. (ROCA: 2021)
8 https://elpais.com/internacional/2019/03/26/actualidad/1553608686_952253.html
de Brasil. También, es importante señalar que la frase fue escrita por el Mayor Curió, responsable
del operativo militar que terminó con la muerte y desaparición de decenas de guerrilleros. La otra
intervención, tuvo lugar durante la sesión que selló la destitución de la presidenta Dilma Rousseff,
en abril de 2016, cuando Bolsonaro, justificando su voto a favor del juicio político, rindió homenaje
al coronel Brilhante Ustra, el “terror de Dilma Roussef”. Ustra era un conocido agente de la
dictadura militar, responsable de comandar un centro de tortura, y quien torturó personalmente a la
joven Dilma, miembro de grupos armados de izquierda. Además, es autor de un conocido libro
negacionista sobre la dictadura, llamado “A Verdade Sufocada”, considerado por Bolsonaro como
su libro de cabecera.
Bajo los gobiernos del Partido de los Trabajadores, la comunidad de la memoria en la que
participó Bolsonaro desde que comenzó como militar, empezó una transición deliberada hacia
actuaciones y discursos abiertamente negacionistas sobre el pasado reciente. Al mismo tiempo, el
entonces oscuro diputado se convirtió en el líder carismático que parecía faltarle a la extrema
derecha brasileña, especialmente desde el papel protagonizado en la Comisión Nacional de la
Verdad (CNV), trabajo que desarrolló entre 2012 y 2014.
La institución de la CNV intensificó las batallas por la memoria en torno a la dictadura. Para
los militares y sus partidarios civiles, la Comisión representó el quiebre del acuerdo tácito de no
debatir el pasado reciente en el espacio público, algo que había sido garantizado por la Ley de
Amnistía. La cual representó la garantía del olvido y la no sanción de los agentes responsables del
terror de Estado, bajo la premisa de que la violencia ejercida por militares y militantes de izquierda
eran equivalentes. Para los sectores de la sociedad civil que, desde la redemocratización, lucharon
por el reconocimiento de las violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado brasileño
durante los llamados “años de plomo”, la CNV representó una urgente posibilidad política y ética
de justicia, aunque los autores no podían ser condenados en los tribunales.
Las manifestaciones de Bolsonaro sobre el pasado dictatorial brasileño refuerzan una lectura
negacionista de este período que, sin duda puede remontarse a los mismos militares protagonistas
de los llamados años de plomo. La prolongación de estas visiones, que rechazan el carácter
autoritario y represor del régimen, señala, una vez más, la permanencia de estos pasados sensibles,
abiertos y en gran medida inconclusos. Esta dimensión de continuidad o “estupor” nos hace
contemporáneos de estos procesos marcados por la violencia estatal, la arbitrariedad y la censura.
Este pasado no deja de poner en duda y cuestionar el presente, de exponer sus heridas y de servir de
modelo e inspiración nostálgica para proyectos del futuro. Al mismo tiempo, actúa como marcador
de una identidad política que se ha estabilizado en Brasil en los últimos diez años y que se
caracteriza, en términos generales, por la defensa de una visión ultra-reaccionaria de la sociedad y
que refuerza las jerarquías sociales que nos han constituido por siglos. El pasado idealizado de la
utopía autoritaria bolsonarista es el de un orden lo suficientemente represivo, construido para que
nada pueda corromper la unidad nacional imaginaria, siendo que la misma siempre está asediada
por los enemigos de la patria.
Últimas palabras
Las respuestas a estas preguntas no pueden agotarse en un texto modesto como este. Somos
contemporáneos de un proceso de gubernamentalidad negacionista que busca rehacer todo el
universo de saberes sobre el pasado y el presente, para establecer formas autoritarias de estar en el
mundo. Las disputas sobre nuestro tiempo son también disputas sobre otros tiempos, pues sabemos
que la memoria activa sentimientos, produce y reproduce identidades y consensúa formas de acción.
Abrirnos a futuros más democráticos dependerá en gran medida de las formas en que respondamos
a las preguntas planteadas anteriormente. Como señal de alguna esperanza, los autores aquí
movilizados en apoyo de mis argumentos demuestran que estamos reaccionando con las armas que
tenemos: la formulación de interpretaciones potencialmente capaces de dar explicaciones a lo
vivido y horizontes de reflexión para “una visión de futuro que nos dé esperanza en lugar de
quedarnos solo en el expediente de la denuncia” (MOUFFE: 2018, p. 76). Esta es quizás una de las
grandes tareas intelectuales de nuestro tiempo. Espero que estemos a la altura del mismo.
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