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Economía Mixta

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(oscarcardenascabrera98@gmail.com)
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ECONOMÍA MIXTA

Fernández Sánchez, Pedro

I. CONCEPTO
Reciben el nombre de economía mixta aquellos sistemas económicos que
presentan importantes sectores públicos y que por tanto no pueden ser
considerados capitalistas puros. En ellos, por tanto, las decisiones sobre la
asignación de los recursos escasos se encuentran repartidas entre el sector
privado, hogares y empresas, y el sector público.

Constituye la forma de sistema económico más extendido en la actualidad


entre los países occidentales.

II. ENTRE LA ECONOMÍA DE MERCADO Y LA ECONOMÍA PLANIFICADA


En las economías de mercado la asignación de los recursos es resultado de
millones de decisiones independientes, realizadas por los agentes económicos,
oferentes y demandantes, que actúan a través de los mercados. Aunque
pudiera parecer imposible y a pesar de carecer de cualquier tipo de
coordinación, estas economías funcionan correctamente y logran una
asignación eficiente de los recursos. Adam Smith en 1776 ya señaló que el
mecanismo de precios, característico de este tipo de economías, permite la
coordinación de millones de decisiones de agentes económicos
independientes. Lo que denominó la “mano invisible” de la economía.

Frente a la economía de mercado se encuentra la economía planificada. En


ella el comportamiento económico se encuentra determinado por una autoridad
central. Ésta, en la mayoría de los casos, es propietaria de los recursos
productivos (no existe la propiedad privada), y determina qué se debe producir,
en qué cuantía y para quién. A diferencia de lo que ocurre en economías de
mercado, en la planificada las decisiones se encuentran centralizadas.

Durante cerca de medio siglo la economía planificada constituyó una alternativa


a la economía de mercado. De hecho se presentaba como el único sistema
económico capaz de reparar las injusticias que provocaba la libre acción del
mercado. La Unión Soviética, los Países del Este de Europa y China han sido
economías planificadas durante gran parte del siglo XX. Sin embargo, la
evidencia histórica demostró que los sistemas dirigidos o planificados no
funcionaban correctamente, y no eran capaces de aumentar el bienestar de sus
ciudadanos, por lo menos al mismo ritmo que las economías de mercado. Ello
se debía a, en primer lugar, la dificultad de la autoridad central para preveer las
necesidades de toda la sociedad en un horizonte temporal más o menos
amplio. El segundo problema al que se enfrentaban las economías planificadas
era la falta de incentivos de los ciudadanos y empresas para mejorar. Si tienes
el trabajo garantizado, tu incentivo para hacerlo bien o incluso mejor no existe,

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sin embargo si se te puede despedir realizarás un trabajo adecuado para que
no lo hagan, y si quieres ascender lo harás lo mejor posible para que lo tengan
en cuenta. Algo similar ocurría con las empresas. Al no existir competencia
porque sólo había una empresa, ésta carecía de incentivos para introducir
mejoras tecnológicas y producir más eficientemente, pues no corría el riesgo de
que otra empresa la expulsara del mercado.

El fracaso de la economía planificada no supuso el triunfo de la de mercado.


Como se ha señalado teóricamente la economía de mercado es la más
eficiente, pero en la práctica los mercados no son perfectamente competitivos y
la eficiencia plena no se alcanza. Cuando aparecen los llamados fallos del
mercado, la "mano invisible" del estado debe intervenir. En concreto, y sin
ánimo de ser exhaustivos, esto ocurre cuando:

• a) No existe mercado o el mercado es imperfecto (monopolio, oligopolio


y competencia monopolística)
• b) Aparecen externalidades, es decir, la acción de un agente económico
afecta a otro. Por ejemplo, una empresa que produce fertilizantes contamina
el área donde está ubicada.
• c) existe información imperfecta en el mercado, impidiendo alcanzar un
resultado óptimo. Por ejemplo, el consumidor toma una decisión en el
mercado pero carece de información para ello, y si la hubiera tenido su
comportamiento habría sido diferente.
• d) cuando la renta se distribuye desigualmente. El mercado no garantiza
una distribución igualitaria de la riqueza, lo que puede provocar que haya
personas ricas y pobres. Si se decide que habría que ayudar a estas últimas,
el estado debería intervenir.
Por ello, tampoco se puede afirmar que existan en la actualidad sistemas de
mercado puro.

III. LOS SISTEMAS MIXTOS


Cuando se analiza el comportamiento de la economía real nos encontramos
con que ninguna es totalmente de mercado o centralizada. Todas combinan
elementos propios de estos dos sistemas, resultado de mezclar el control del
estado (en mayor o menor grado), con la actuación del mercado. Incluso si se
analiza por sectores, nos encontraremos con que el grado de mezcla puede
variar de manera significativa. De esta forma, dentro de lo que se consideran
economías de mercado, la intervención del sector público es muy diferente en
Europa que en EEUU. De hecho, el peso del mismo es muy superior en el viejo
continente que en Norteamérica. Incluso en China, una de las pocas
economías planificadas que sobreviven en la actualidad, en determinadas
regiones y sectores se permite el capitalismo o la libre acción del mercado. Por
tanto, se podrían considerar todas las economías sistemas mixtos, difiriendo
unas de otras en el grado de intervención y en el peso del sector público en la
economía. A pesar de ello, y por reducción, se siguen considerando economías
de mercado a aquellas en las que predominantemente actúan los mecanismos

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de mercado, y planificadas en las que lo predominante es la centralización de
las decisiones en un único agente económico.

1. ¿De qué depende el peso del sector público en los sistemas mixtos?
La intervención del sector público en las economías mixtas se justifica por la
existencia de fallos en el mercado que impiden una asignación eficiente de los
recursos. Sin embargo, dicha intervención también tiene costes, de manera que
el sector público deberá intervenir siempre y cuando los costes de dicha
intervención no superen los beneficios de corregir los fallos de mercado. Los
costes que pueden aparecer son de tres tipos: Los costes internos son los
derivados de la acción gubernamental (por ejemplo el pago de las nóminas de
los funcionarios). Los costes externos pueden ser, a su vez, de dos tipos,
directos e indirectos, los primeros son los que afectan al sector privado como
consecuencia de la intervención del gobierno, en términos de producción o
costes derivados del cumplimiento de la normativa, por ejemplo serían los
costes que tendría que soportar una empresa que se viera obligada por la
legislación a utilizar una tecnología respetuosa con el medio ambiente. Por
último, los costes externos indirectos son los derivados de pérdidas de
eficiencia provocados por la alteración de las señales de precios consecuencia
de la intervención pública.

2. El papel de la ideología
Sin embargo, en la vida real en el análisis se mezclan más elementos que los
puramente teóricos. La ideología desempeña en este sentido un papel
fundamental a la hora de evaluar el papel y la intensidad de la intervención
pública en la economía. Determinar los costes indirectos resulta muy
complicado. ¿Es la energía nuclear segura o por el contrario supone un peligro
para la sociedad? ¿Cuáles son los costes derivados de cerrar una central
nuclear? ¿Y los de mantenerla en funcionamiento? ¿Se deben prohibir los
alimentos transgénicos porque alteran el medio ambiente o son imprescindibles
para combatir la desnutrición?. Además, determinar si una intervención ha sido
un éxito o un fracaso constituye en ocasiones una verdadera proeza incluso
desde un punto de vista meramente técnico. Es entonces cuando entran en
juego los juicios de valor y los elementos ideológicos

Lo que sí parece cierto es que desde los 80, y durante gran parte de los años
90, los países industrializados optaron por sistemas económicos mixtos. Si bien
se estaba de acuerdo en no reducir a cero la presencia del sector público, sí
que existía una confianza en el mecanismo de mercado. Si embargo, la enorme
crisis desatada en la primera década del siglo XXI parece haber vuelto a los
Gobiernos más precavidos y muchos de ellos abogan por redefinir el papel del
estado en la economía. El debate está abierto, si bien el sistema económico
mixto no peligra, lo cierto es que puede variar la proporción de economía de
mercado e intervención pública a la que estábamos acostumbrados hasta
ahora.

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Pedro Fernández Sánchez

economía mixta

Esta expresión puede referirse al campo microeconómico —capitales


públicos y privados que participan en el accionariado de una empresa—, en el que las
decisiones administrativas, la provisión de recursos y el reparto de beneficios se
efectúan proporcionalmente al capital aportado por el Estado y los particulares; o al
campo macroeconómico, en que el Estado y los particulares comparten
responsabilidades en las tareas del desarrollo de un país.

Es a esta última referencia, propia de la economía política, a la que me remito


en estas líneas. La economía mixta es el sistema en el cual el sector público y las
empresas privadas interactúan y trabajan conjuntamente en el desarrollo de un país,
bajo la vigilancia estatal. En este sistema los medios de producción, dependiendo del
tipo de actividad de que se trate, pueden ser de propiedad privada, de propiedad
estatal o mixtos. Pero todos ellos deben responder a la orientación general que les da
la autoridad pública a través de la >planificación.

Este sistema supera las imperfecciones del >laissez faire tanto como las del
>estatismo y combina las virtudes del mercado con las de la regulación y planificación
estatales. Y aunque la planificación puede ser compulsiva para el sector público e
indicativa para el privado, sus señalamientos ejercen mucha influencia en la economía
particular, ya como elementos de referencia para su propia planificación, ya como
inductores de la inversión en determinados campos cuyo desarrollo tiene carácter
prioritario para el gobierno. Este sistema se puso en práctica en varios países a partir
de la década de los años 30 del pasado siglo para superar la crisis recesiva mundial de
aquellos años. Su gran mentalizador fue el economista inglés John Maynard Keynes
(1883-1946), creador de la escuela económica denominada >keynesianismo.

Conceptualmente, la idea de la economía mixta surgió, en una suerte de


síntesis hegeliana, para dar cabida a ciertas tesis de la economía de mercado,

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patrocinadas por las teorías liberales, y a algunas de las antítesis propugnadas por el
marxismo como parte de su sistema económico estatificado. Se interpenetran en ella
los dos extremos entre los cuales ha oscilado el péndulo de la historia en los últimos
doscientos años: la total libertad económica del individuo bajo un sistema de
inhibiciones estatales fundado en la propiedad privada, y, por otro lado, la propiedad y
el control absolutos del Estado sobre los instrumentos de producción.

El sistema de economía mixta, compatible con la democracia política,


convierte al Estado en el representante de los intereses mayoritarios de la población y
le encarga, como funciones primordiales en el ámbito de la economía política,
planificar, gestionar algunas áreas de la economía a través de sus propias empresas
(cuando la seguridad del Estado, la defensa de la economía popular o la limitación del
poder económico de las personas particulares lo requiera), hacer inversión pública en
los sectores claves de la economía, regular el proceso económico general, promover el
desarrollo, dirigir la política monetaria y beneficiar a los sectores más pobres por medio
de la distribución del ingreso, la seguridad social, la educación y los servicios públicos.

Estas son las siete funciones claves del Estado en el sistema de economía
mixta, que a mi juicio es el único capaz de impulsar el crecimiento económico y a la vez
alcanzar el <desarrollo humano.

El Estado tiene funciones económicas que desempeñar. No puede cruzarse


de brazos y abandonar todo al afán de lucro individual. Ningún hombre de mentalidad
moderna puede hoy admitir aquello de que el mejor gobierno es el que menos
gobierna. Ese es un pensamiento anacrónico sin cabida en el mundo actual, en que
todo se ha complicado, en que la población ha crecido aluvionalmente, en que es
menester defender los <ecosistemas y la <biodiversidad, en que los recursos naturales
presentan signos de escasez, en que hay que velar por la justa distribución del ingreso.

Keynes, preocupado por el desempleo, fue el inventor de la más importante


teoría macroeconómica del siglo XX, en su libro “The General Theory of Employment,
Interest and Money” (1936). La tesis central de su planteamiento es que el gobierno
debe intervenir vigorosamente en la economía de la sociedad para estimular la
demanda y, por este medio, dinamizar la oferta de bienes y servicios. Las
ideas keynesianas representan una contradicción frontal con las tesis tradicionales del
>laissez-faire que habían estado en boga en el mundo por más de un siglo y que
habían conducido a los países a las insondables profundidades de la crisis depresiva
mundial de los años 30 del siglo pasado.

Los primeros elementos de un sistema de economía mixta, para combatir los


efectos de la depresión, fueron enunciados en los Estados Unidos por el presidente
Franklin D. Roosevelt en su discurso de 1932 ante el congreso norteamericano y
formaron parte de su plan de gobierno. Al conjunto de sus planteamientos se conoce
con el nombre >new deal. Para contrarrestar los efectos de la crisis, Roosevelt aplicó
medidas estatales de intervención en la economía de la sociedad, fomentó las
actividades productivas, impulsó políticas de generación de empleo y desarrolló
amplios programas de bienestar social a cargo del Estado. Estos planteamientos

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significaron un radical apartamiento de las tesis del >laissez-faire que habían
prevalecido largamente en la conducción económica de los Estados Unidos y de otros
países occidentales.

Los partidarios de la escuela clásica y de la nueva derecha política —


neoliberalismo— han criticado duramente este sistema, al que acusan de propiciar una
excesiva injerencia del Estado en la economía y de vulnerar los principios de la libre
empresa, la propiedad privada y el mercado abierto.

No obstante eso, me declaro partidario de la economía mixta como sistema


para afrontar la actual crisis económica mundial. Ni el “Estado megalómano” ni el
“Estado desertor”: que el gobierno y las empresas privadas compartan
responsabilidades en el desarrollo. Que se combine la planificación estatal con las
libres decisiones de los productores particulares y que un dinámico sector privado
coordine sus acciones con un eficiente sector público, para que ambos compartan
responsabilidades en las tareas del <desarrollo.

Dentro de este esquema, el gobierno debe regular los principales precios de


la economía, que no pueden quedar librados a las maquinaciones del mercado: el
precio del trabajo que es el >salario, el precio del dinero que es el >interés, el precio de
las <divisas que es el >tipo de cambio y los precios de los artículos de consumo masivo
así como de aquellos en cuyo intercambio no esté asegurada la libre competencia.

Hablo de América Latina. Sus mercados generalmente estrechos no vuelven


operable la libre competencia para todos los productos. En unos hay la posibilidad de
una oferta diversificada, que opera aceptablemente bien como reguladora de los
precios, pero en otros funcionan >monopolios, >oligopolios, >monopsonios y
>oligopsonios que desvirtúan el sistema y lo invalidan como factor de formación de los
precios y de asignación de recursos. Esto resulta inevitable por motivos estructurales.
De ahí que la intervención del Estado, para imponer los convenientes equilibrios, no
admite discusión. Por eso pienso que el sistema de economía mixta es el aconsejado
para América Latina y, en general, para los pequeños países del >tercer mundo.

Por lo ocurrido en los últimos años de la experiencia latinoamericana —y aun


mundial— he llegado a la conclusión de que el sistema de mercado tanto como el de
estatificación de la economía han demostrado ser ineficientes. El uno ha fallado por el
flanco de la equidad social y el otro por el de la eficacia económica. Hay que buscar un
nuevo camino para el desarrollo, combinando las cualidades de ambos sistemas, esto
es, las virtudes del mercado y las de la planificación. De este modo pueden
complementarse, en forma dinámica y creativa, los mecanismos estatales y los de la
libre competencia para alcanzar las metas del progreso social.

En la República Popular de China se adoptó a partir de diciembre de 1978,


por iniciativa del Comité Central del Partido Comunista chino y bajo el liderato e
inspiración de Deng Xiaoping (1904-1997), la llamada política dereforma y apertura que
modificó por su base los principios del sistema económico, en virtud de la cual se abrió
la economía del país hacia la iniciativa privada, se combinó la planificación estatal con

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las fuerzas del mercado, se estableció una nueva estructura de la propiedad y se
permitió la inversión extranjera en algunas áreas de la producción.

Estos procesos se iniciaron en las llamadas zonas económicas


especiales que se constituyeron en cinco lugares de China —Shenzhén, Zhu Hai,
Shan Tou, Xia Men y Hainán— como proyectos pilotos del nuevo sistema.

Me parece que la política de reforma y apertura de China va más alla de los


cambios meramente económicos. Es un proceso político. En cierta manera
lareforma china es la antecesora de la >perestroika soviética. Con esto quiero decir que
es un proceso global de cambio que en modo alguno se circunscribe, como pretenden
los dirigentes chinos, a la órbita de lo económico. Ellos insisten en que se trata de un
diferente “régimen económico” pero no político. Pero la verdad es que ese régimen
responde, como todo programa económico, a un proceso político del cual es
inseparable. No hay medidas económicas políticamente asépticas. Esto nos ha
enseñado, con sobra de razón, el propio marxismo. Todos los fenómenos sociales
están interconectados. Unos influyen sobre otros. Detrás de la >reforma y apertura de
la economía china y de la formación de las >zonas económicas especiales hay sin
duda un proceso político de “occidentalización” de ese gigantesco país de más de
1.333 millones de habitantes, cuya economía se abre crecientemente al capital
extranjero y busca su inserción en el mercado mundial. De esto no me cabe la menor
duda. Y los resultados que pude observar hace no mucho tiempo en la ciudad de
Shenzhén, que es una de las zonas económicas especiales en las que se permite la
presencia del capital extranjero, son impresionantes.

Los dirigentes chinos llaman “economía socialista de mercado” al nuevo


régimen económico, que conlleva una modificación del sistema de formación de los
precios y de la administración macroeconómica del Estado, acompañadas de la
diversificación de las formas de propiedad.

Durante los años de vigencia del nuevo sistema China ha experimentado


profundos cambios. Antes tuvo un régimen económico herméticamente cerrado hacia el
exterior y terriblemente ineficiente desde el punto de vista científico y tecnológico. Eso
ha cambiado rápidamente en los últimos años. El control estatal sobre la economía,
que estuvo tradicionalmente basado en las decisiones directas de la autoridad pública,
ha dado paso a un sistema de intervención indirecta ejercida principalmente por medio
de palancas económicas y jurídicas —tales como tarifas tributarias, tasas de interés,
tipos de cambio, emisión monetaria, política créditicia— para orientar la economía de
una manera más eficiente.

Según me explicaron el Primer Ministro Li Peng en Nueva York en enero de


1991 y después Hu Jintao, uno de los siete dirigentes máximos de la República Popular
de China y el miembro más joven del buró político que ejerce la dirección colectiva del
Comité Central del Partido Comunista (elegido Presidente de China en marzo del
2003), en una reunión que con él mantuve en Pekín en octubre de 1994, el nuevo
modelo de distribución económica adoptado a partir de la reforma se rige bajo el
principio de “a cada uno según su trabajo”.Esto permite estimular el desempeño laboral

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y mejorar la remuneración de quienes cumplen mejor con su deber. Este principio, sin
embargo, difiere sustancialmente del viejo postulado distributivo marxista de “a cada
uno según sus necesidades”. En el cambio está implícita la idea de corregir las
deficiencias anteriormente experimentadas en las economías marxistas por la falta de
discriminación en favor de quienes rinden más y trabajan mejor dentro del proceso
productivo. Al contrario de lo que ocurrió en el pasado, hoy se premia el trabajo
eficiente para que la suma de las aportaciones de eficiencia individuales produzca el
aumento en la producción y productividad generales de la economía.

La estructura de la propiedad ha experimentado también un viraje muy


importante. De la >estatificación absoluta se ha pasado a la coexistencia de varias
formas de propiedad: la estatal, la colectiva, la individual y la privada extranjera, si bien
con el claro predominio de la pública, que sigue siendo el eje fundamental de la
economía china.

Como consecuencia de la combinación de la planificación con las fuerzas del


mercado, como medios de regulación económica, se han abierto posibilidades de
competencia “justa” en el seno de un amplio mercado unificado, abierto y ordenado. De
lo cual han resultado nuevos y más flexibles mecanismos de fijación de los precios.
Hoy, después de las reformas progresivas en la estructura económica, los precios del
80% de los medios de producción, del 85% de los productos agrícolas y del 95% de los
bienes industriales de consumo están fuera del control gubernativo directo y se fijan en
función de la oferta y la demanda.

Todos estos cambios implicaron una emancipación ideológica muy importante


de la dirigencia política china, encabezada por el veterano líder Deng Xiaoping y
después por Hu Jintao y Xi Jinpin, que decidió buscar la verdad económica en los
hechos de la realidad antes que en los envejecidos textos de la interpretación maoísta
del marxismo.

Un poderoso mecanismo de mercado ha cobrado fuerza en las áreas de


apertura del sur de China, en articulación con un fuerte >dirigismo estatal. Y conforme
aumenta la prosperidad de los ciudadanos, en el curso de la dinamizada economía de
las zonas de apertura, se establecen nuevos negocios y pequeñas empresas de
naturaleza privada que contribuyen a la progresiva modificación de la estructura de la
propiedad en China.

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