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Tupac Amaru II

Durante un tiempo se dedicó al negocio del transporte entre las localidades de

Tungasuca, Potosí y Lima, para lo cual contó con un contingente de varios centenares

de mulas; hizo también fortuna en negocios de minería y tierras. Su prestigio entre

los indios y mestizos le permitió encabezar una rebelión contra las autoridades

españolas del Perú en 1780; dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló por

el descontento de la población contra los abusos de los corregidores y contra los

tributos, el reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que

imponían los españoles (mitas y obrajes). José Gabriel Condorcanqui adoptó el

nombre de su ancestro Túpac Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac

Amaru II) como símbolo de rebeldía contra los colonizadores. Sin embargo, no

solamente los insistentes abusos de los corregidores, sino también la dureza de

algunas de las recientes medidas impulsadas por la misma monarquía española (y

las cargas económicas que implicaron para la población indígena) fueron el motor de

la sublevación de Túpac Amaru II.


Cartas del hijo de Tupac Amaru II
Un libro que revela la historia desconocida del hijo de Túpac Amaru II, que sufrió un
largo y penoso calvario tras la ejecución de su padre por encabezar una rebelión
contra el colonialismo español en el siglo XVIII, será presentado este viernes en el
Congreso.
La obra será presentada el viernes 2 de marzo, a las 18:00 horas, por la legisladora
Verónika Mendoza, en la Sala Grau del Parlamento.

Este cautiverio y agonía sin fin. Fernando Túpac Amaru Bastidas, es el título del libro
escrito por José Luis Ayala Olazábal, quien tiene más de 50 obras publicadas, entre
ellas: Celebración del universo (1976), El Cholo Vallejo (1994), Sinfonía al Señor de
Sipán (1994), Wancho Lima (2005), Morir en Ilave (2005), y otras más.

Libro/memoría construido a partir de información verídica, -mensajes, notas, factura,


cartas, recibos, reclamos, etc.- escritos por el propio Fernando Túpac Amaru Bastidas,
que obran hoy en los registros españoles, en particular en el Archivo General de
Indias. En Getafe, apunta el autor, el adolescente lleva una vida martirizada, aislado,
mal comido, mal dormido, llegó a odiar las noches porque al buscar el sueño se
precipitaban en su memoria ese festín de crueldad en el cuerpo de sus padres,
recuerdos que golpeaban sus sienes, se repetían una y otra vez en la oscuridad,
volviéndose una pesadilla interminable, agónica.

Olvidado por la historiografía, perdido entre la maraña de la gesta Tupacamarista, el


libro de Jose Luis Ayala pone ante nosotros el dolor de este niño peruano, El dolor de
un niño es siempre una interpelación. La historia de la humanidad no registra castigo
semejante contra un infante, como este de obligarlo a ser testigo de la atroz
ejecución de su propia familia: Fernando tuvo que presenciar el odioso cumplimiento
de ese feroz Protocolo Borbónico, establecido para crímenes considerados de Lesa
Majestad, que estableció descuartizar con cuatro caballos a José Gabriel, ajusticiar a
Micaela en el garrote, y a su hermano mayor en la horca.
Perros utilizados durante la conquista por los españoles

En la conquista se usaron como perros de guerra el alano, el lebrel español (galgo) y


el mastín, que eran animales de constitución musculosa y fuertes mandíbulas, y por
eso excelentes guardianes y defensores de los soldados. A estos perros, que estaban
entrenados para atacar y matar a los enemigos, se les llama genéricamente lebreles
en los documentos de los primeros años de la conquista.
Estos canes, ahora sí, dogos españoles, mucho antes de partir al Nuevo Mundo,

participaron a lo largo de la Edad Media en los combates entre los diferentes reinos,

condados, taifas, imperios y califatos peninsulares (incluidas las campaña de Jaime I

en Mallorca), en la Guerra de Granada, en las primeras tomas de contacto y control

de las Islas Canarias o incluso en las conquistas norteafricanas del Cardenal Cisneros;

por lo que ya os podéis imaginar que, con estos últimos destinos, muchos de ellos

adquirieron facultades para una mejor aclimatación a según qué espacios

americanos.
Durante las guerras medievales los perros fueron preponderantes para los ejércitos

cristianos en España, pues sirvieron en innumerables ocasiones para confrontar el

poder de la caballería deshaciendo las formaciones de los contingentes enemigos, ya

fuera en combate abierto o en la fuga del mismo. Sin contemplaciones regidas por

derecho consuetudinario o código caballeresco amparado por la Iglesia. La muerte

honrosa quedaba reservada únicamente para el soldado cristiano, salvo excepciones

puntuales.

De modo evidente, el shock que produjo en una nutrida y divergente amalgama de

pueblos ver los perros con los que se habían de acompañar los españoles despertaba

un terror absoluto. Eran dogos y alanos de un peso aproximado de 45 kilos, ataviados

con escaupiles de algodón, pectrales tachuelados y gruesos collares de piel jalonados

con púas de acero.

Con el tiempo, muy especialmente a partir del s.XVII, además de dogos y alanos, se

sumó el galgo y el presa canario. Cruce del dogo español y el bull terrier inglés.

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