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El entramado de lo cultural y lo social: sus efectos en la Ficha de cátedra

singularidad Revisión 2020

El entramado de lo cultural y lo social:


sus efectos en la singularidad.

Nadie podría evitar notar las diferencias entre las distintas culturas del mundo: diferencias
que se reflejan desde lo fenomenológico y que marcan modos de comportarse de los sujetos
que conforman ese grupo cultural, diferencias no solo en el hacer de estos sujetos, sino
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también en el modo de ser y estar en el mundo. Incluso, podríamos notarlas en las normas
sociales que imperan en cada grupo cultural y que hoy, en un mundo globalizado,
tendríamos mayor alcance para emitir juicios de valor en relación a estos comportamientos.
Esta diversidad también se observa fácilmente en cuestiones relativas a lo ético y lo moral.
Recordemos que ambos términos, etimológicamente, remiten a aquello intimo, que no es
producto de la adquisición natural, sino que es aprendido en un grupo determinado y que
toman la forma de un modo de vida de la interacción con otros.
En este sentido, si pensamos a la singularidad como una construcción histórico-social,
deberíamos pensar también que las prácticas sociales son un producto de ese entramado
cultural que le brinda sentido a la vida social, que se constituye desde “afuera” (con otros)
que hace eco y efectos en la propia singularidad. Entonces, ¿por qué estudiar en una
asignatura como Deontología y Ética Profesional los efectos que tiene el entramado de lo
cultural y lo social en la singularidad de los individuos?, ¿cuál es la importancia de poder
vincular la constitución del sujeto moral ligada al entramado cultural y social?, ¿qué efectos
tienen lo cultural y social en la valoración de los comportamientos morales?

Lo cultural como origen y valoración de los actos morales

Para el hombre la cultura en la que se encuentra posee atributos especiales, ya que en ella
convergen aquellos rasgos de la realidad social; hechos sociales que forman la piedra
angular de su constitución como individuo, en tanto no podemos pensar que exista alguna
norma ética trascendente, sino más bien que la cultura se convierte frecuentemente en
regla ética para determinar si una acción es correcta o incorrecta.

Por ejemplo, podríamos pensar como en las sociedades islámicas (y tomemos como modelo
a las más fundamentalistas), si las mujeres se negaran a llevar el velo sería valorado
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colectivamente como inmoral, incluso en su territorio de origen está penada por ley; pero
imaginemos que una mujer está en otro territorio, esa conducta aún sin estar penado por la
jurisprudencia del lugar, no estaría “bien visto” por aquellos que responden al islam, más allá
que no estén físicamente en los países árabes.

En otras palabras, cada cultura tiene una serie de reglas que hace que funcione de una
determinada forma y de acuerdo a una ideología que atraviesa su propia historia, su modo
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de estar en el mundo. No seguir estas reglas, ya sea en comportamiento, pensamiento,
vestimenta u otros aspectos, puede ser vista como un avasallamiento a la propia cultura y
tradiciones de su lugar de origen.

Llevemos este argumento a ejemplo más alcanzable:

En la serie Élite, -serie que plantea como un grupo de estudiantes de la elite de un colegio

en España afrontan su cotidianidad- Nadia, una estudiante becada, ingresa y comienza un

cuestionamiento personal sobre el uso de hijab, su sentimiento de traición a los mandatos

familiares (y culturales), las normas de la institución y su necesidad de sentirse parte de un

grupo clase (Élite, Netflix. Temporada 1; 2018)

En esta línea, la cultura entonces representa un sistema de modelos y patrones, explícitos o


implícitos, a través de los cuales un grupo se expresa, constituyéndose como una praxis
que se manifiesta por el lenguaje, la costumbres, los códigos, normas y reglas en la manera
de ser; por ende normas de comportamiento y sistemas de creencias que le otorgan sentido
al hombre. Esto lo vemos un poco más claro cuando Freud, designa a la Cultura como la
suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros
antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre de la Naturaleza y regular
las relaciones de los hombres entre sí (Freud, S. El Malestar en la Cultura, 1930. pag. 21)

Surge aquí la necesidad de interpelar si la existencia de pautas que sólo imperen en algunos
grupos y que podrían afectar a un tercero o incluso a un miembro del mismo grupo, estarían
justificadas. Pensemos en el ejemplo de Élite, ¿qué sucede con la singularidad de Nadia?
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¿El simple hecho de ser parte de una cultura, le impide entrar en dilemas sobre su
vestimenta? ¿Qué sucede con tensión que se manifiesta en ella, entre lo que el grupo social
–al que quiere pertenecer- le demanda y el respeto por aquellas pautas adquiridas (como su
vestimenta) por la cultura musulman? ¿Podríamos valorar los comportamientos en este
ejemplo como actos morales?

Si entendemos que lo moral como aquel código que se da en las relaciones efectivas entre
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los sujetos, que va a implicar el juicio de un acto a la luz de normas que condicionen el
comportamiento y que afecten a un tercero. ¿Qué pasa cuando una regla cultural, que
deviene de “dentro” de un grupo en tanto “fuera” del sujeto? ¿Y cuando se espera que estas
reglas externas y hasta a veces forzosas (como lo es el uso de hijab) se acepten con la
aspiración de una aceptación intima formando parte de la conciencia individual? ¿Y si el
sujeto (pensemos en Nadia) experimenta otras formas de expresión de culto mas allá de la
vestimenta?

Estas preguntas no tienen la intención de arbitrar una única respuesta, sino abrir el juego a
diferentes perspectivas y formas de argumentar el comportamiento moral, ya que si
tomáramos las palabras de William Graham Sumner, quien sostenía que si bien no hay
principios éticos universales, la cultura sería la única determinante de nuestras normas
éticas, determinando lo que está bien y lo que está mal ¿Hoy podemos afirmar esto? Si
como lo plantea John Dewey, las normas morales eran el resultado de las costumbres y
estas costumbres van cambiando con el tiempo para adaptarse a las circunstancias,
entonces cambiaría la moral y por ende el enjuiciamiento de los actos morales. (Anderson,
K. 2004)

Esto toma mayor relevancia en un contexto actual globalizado, el cual se encuentra


atravesado por un paradigma de derecho universal, que vela por el bienestar de las
personas, independientemente de la sociedad o la cultura de la que forma parte.

Lo relativo en cuestionamiento: lo cultural como praxis social

Es innegable la validez y la riqueza de todo sistema cultural; lo que queda por debatir es si
esta valoración cultural puede pensarse desde un enfoque de tipo universal y absolutista o si
por promover el respeto por la diversidad de ideas y valores entre las distintas sociedades
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como distinciones irreducibles; no habría instancias de valoración y enjuiciamiento de las


prácticas que se llevan a cabo dentro de ese sistema, es decir: ¿todo lo que un grupo
cultural apruebe o condene es considerado correcto dentro de esa cultura?.

Pensemos otro ejemplo:

Reflexionemos sobre algunas culturas con influencia cristiana y el deber de respetar la integridad
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física tanto de uno mismo como de los demás, y las controversias en el uso de las vacunas.

Existen aún hoy sistemas de creencias religiosas que promueven objeciones a las vacunas,

basándose generalmente en dilemas éticos relacionados con el uso de células de tejidos humanos

para crear vacunas, y arraigados a la creencia de que el cuerpo es sagrado y que no debe recibir

ciertos químicos, sangre o tejidos de animales, y que debe ser sanado por Dios, o por medios

naturales, confiando en la oración para sanar.

¿Qué sucede allí con el derecho universal a la vida? En una invitación a pensar estos
debates, Juan Sebrelli propone reflexionar sobre aspectos relacionados al relativismo
cultural como ideología político social y el contraste con tesis de corte universalistas. Dicho
autor plantea que desde un corte relativista, toda verdad ética es relativa a una cultura
específica; cada afirmación moral depende de las convenciones y acuerdos de las personas
de esa cultura, y no puede ser cuestionada. En este sentido, este relativismo salvaguarda la
subjetividad y promueve el respeto hacia opiniones diversas y culturas distintas. (Sebrelli, J.
1991)

El Relativismo Cultural sostiene que todas las creencias, costumbres, cuerpo normativo y
valorativo son relativos al contexto social. En otras palabras, atribuir a una práctica social el
carácter de buena o mala, responde a las características específicas de la cultura de la cual
forma parte el individuo. Por lo tanto, lo que se considera moral en una sociedad puede ser
considerada inmoral en otra, ya que no existe una norma universal. El relativismo cultural es
el punto de vista que considera que toda verdad ética o moral depende del contexto cultural
en el que es considerada. De esta manera, las costumbres, leyes, ritos y concepciones del
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bien y del mal no pueden juzgarse según parámetros externos e inamovibles; entonces
podríamos decir que el relativismo cultural se relaciona estrechamente con el relativismo
ético, que considera la verdad como variable no absoluta.

El mismo autor nos invita a confrontar esta perspectiva con otra acuñada por los
universalistas, en tanto sostienen que el planteo de sobrevalorar de la identidad cultural,
lleva a aceptar hábitos y costumbres sostenidos en el prejuicio que en ocasiones llegan
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hasta las aberraciones más grandes. Por ejemplo, Sebrelli cita cómo esta sobrevaloración
lleva en realidad a legitimar determinadas prácticas concretas como la discriminación y
opresión en la mujer, la ablación de clítoris o también de la pena de muerte como forma de
castigo, opresión y sufrimiento de los individuos, entre otras. Así, un verdadero seguidor del
relativismo cultural no podría valorar negativamente el genocidio, la traición, la tortura, el
holocausto, etc sino aduciría diciendo que estos hechos son meramente el producto de la
adaptación cultural (Sebrelli, J 1991).

Si tomáramos nuestro ejemplo -el respeto por la vida- encontraríamos en él un punto de


reflexión. ¿Puede la integridad y vida de una persona depender de la decisión de caracteres
culturales que hacen eco en sus prácticas sociales? ¿No deberíamos aquí cuestionar el
alcance de lo relativo? Podemos comprender entonces que no todas las prácticas podrían
ser justificadas en este entramado cultural, en tanto se afecten o vulneren derechos de los
sujetos que conforman dicho grupo cultural, lo que hace necesario pensar que existan
imperativos que guíen las conductas morales y que remitan a principios universales,
garantizando el respeto por la singularidad a partir de las prácticas sociales.

Más allá del corte ideológico del análisis de lo cultural, no podemos dejar de advertir que
las normas morales no son innatas sino que son aprendidas en la cultura, a la vez que los
principios morales de una misma sociedad cambian con el tiempo; e incluso una misma
persona puede cambiarlos a lo largo de su vida, dependiendo de sus experiencias y
aprendizajes. Imaginemos en el ejemplo de Nadia con el uso de hibaj, o la de un sujeto que
toma conocimiento del desarrollo de vacunas para prevenir enfermedades.
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Lo social como eco de la pluralidad de morales

La identidad de una sociedad se arraiga, en una red más o menos invariante, de relaciones
sociales, una red de interdependencias desarrolladas y mantenidas a partir y a través de la
interacción humana. De este modo, la estructura social puede verse como un sistema ético,
es decir, una disposición ordenada de concepciones sobre lo que es la “buena conducta”.
Para Bauman no se trataría de “nudos de personas” conectadas a partir de su red de
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relaciones sociales sino de “estados mentales” de sus individuos, característicos e
interrelacionados, es decir, la conducta del hombre para con el hombre.
La intensa atención prestada hoy en día a la cuestión identitaria en si misma, representa un
hecho cultural que ilumina una suerte de explicaciones referidas al comportamiento de los
individuos. La constitución del individuo, no refleja ni pertenece a un efecto natural, sino,
remite al resultado de una serie de secuencias que invitan al ser humano a construir un
mundo moral a partir de las relaciones que establece con otros. Es comprender los
comportamientos de los individuos, a partir de analizar –entre otros aspectos- la trama social
en la que se encuentra.
La identidad “personal”, confiere al significado del “yo” en tanto la identidad “social” garantiza
ese significado permitiendo hablar de “nosotros” (…) Ese “nosotros” construido a partir de la
inclusión, aceptación y conformación de sus miembros es el reino de seguridad
reconfortante; aislada del terrorífico allá afuera habitado por “ellos” (Bauman, Z. La Cultura
como praxis; 1999).

Vamos a pensar otro ejemplo que nos brinda el material fílmico actual:

Traigamos a escena a la serie “Poco ortodoxa”, que versa sobre una joven (Sty Shapiro) de

19 años, que huye de su matrimonio arreglado en el marco de una comunidad judía en la

ciudad Nueva York. En sentido general podría pensarse que ella se encuentra en una

búsqueda de su propia identidad. Viaja a Berlín y comienza su aventura conociendo un

grupo de estudiante de música, cada uno de ellos proviene de diferentes países. (Poco

Ortodoxa. Netflix; 2020)


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Imaginemos que la viñeta que nos ofrece esta serie, puede apreciarse como esa identidad
personal, ese sentido único de existencia se ve influenciado por el entramado social (en este
caso es muy notable lo cultural también). Se trataría entonces en reflexionar sobre cómo
esta construcción social hace eco en esta pluralidad moral.
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No es que la serie trate del rechazo a un código moral, sino que permite comprender el
cuestionamiento a ese código moral como entidad única y universal, lo que conllevaría a
plantear que todo ser humano necesita constituirse por una serie de valores –que son
propuestos por lo social y lo cultural- y nunca carecen moral; moral que a la vez está dada
por este sistema que busca que los interese propios hagan consonancia con los colectivos y
que se dan en estas relaciones de los seres humanos en condiciones que la sociedad
propone y que constituyen reglas de acción (imperativos) y modos de sujeción (conductas).

¿Qué sucede entonces con la singularidad de Sty? ¿Será inocente el hecho de escapar de
su matrimonio? ¿Implicará una valoración moral su comportamiento en una comunidad
judía? En palabras de Adela Cortina no podría darse lugar a la existencia de lecturas
apocalípticas (Cortina, A. 2000) de un vacío moral, ya que no existirían sociedades sin
valores como tampoco individuos amorales. Sty escapaba por su sentimiento de haber
fallado a lo que su comunidad esperaba de ella; no obstante comienza una instancia de
cuestionamientos sobre ella, sobre el rol de la mujer en general, y esto es gracias a la
visibilización de otras formas de mirar la realidad de las mujeres (sus amigas) y es en este
sentido debemos pensar en la importancia que reviste la pluralidad de morales el orden
social.

Adela Cortina nos propone considerar las expresiones de la “ética de mínimos” y “éticas
de máximos”, en tanto inspira un modo de cuestionar e interpretar el fenómeno del
pluralismo moral y la estructura básica de la sociedad; definiendo así el efecto en la
singularidad del acto moral en hombre.

La ética de mínimos reviste, en sí misma, la concepción de justicia que permite a toda


sociedad operar, se trata de esas premisas mínimas que son compartidos y sin las cuales la
sociedad perdería su moralidad. Por otro lado, la ética de los máximos reflejan aquellos
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premisas que intentan mostrar el camino para ser feliz y que le da sentido a la vida. La
primera implica la verdadera esencia del comportamiento moral, de aquella moral pública y
que constituye el instrumento para estar en sociedad (por ejemplo ser parte de la sociedad
judía), en tanto se aprende y resignifica en lo social y cultural. En tanto la segunda es
aquella que se fecunda en lo íntimo, que le brinda el sentido de vitalidad al sujeto (el
descubrir su amor por la música, por ejemplo).
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Este pluralismo moral implicaría no sólo un hecho social que permite la vida en sociedad;
sino que requiere la sinergia entre la vida cívica de los individuos y la sujeción a sus
proyectos morales: la articulación entre los mínimos y los máximos de la experiencia ética
(aquella ética constituida de los mínimos de justicia y de los máximos de felicidad).

En este sentido la autora nos invita a pensar en la necesidad de cooperación entre ambas.
Entender las relaciones entre la ética civil (mínimos) y la ética de los máximos (felicidad)
como propias de un juego de suma cero, es erróneo. Para llevar adelante una sociedad
pluralista, de modo que crezca moralmente (…) es necesario que todos los jugadores
puedan ganar, siempre que tengan la inteligencia moral de entender que lo que importa es
crear un mundo más humano… (Cortina, A. Educación en valores y responsabilidad cívica
2000)

Cada individuo representa en sí mismo un sujeto de connotaciones morales, un sujeto que


es parte de un grupo atravesado por lo cultural y lo social, sistema que lo precede y sin los
cuales no podría convivir con otros, no podrían construir un “nosotros”. Es allí donde
podemos ubicar la complejidad de este entramado, ya que como individuos no somos
entidades mecánicas de repetición, sino que –en palabras de Foucault- somos productores y
reproductores del orden social (y cultural) , constituyéndonos como sujetos activos en la
transformación de la realidad social. En tanto, es promover un eje que funcione como
vertebra para la valoración de sus actos morales, una guía que vaya más allá del efecto
particularista de las concepciones que cada uno tiene del mundo, una guía universal que
vele por el respeto de la singularidad de todos y cada uno de los individuos a la vez.
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Los derechos como lenguaje transcultural

Hasta aquí vimos como lo cultural refleja la constitución de ese individuo en la trama de una
construcción social, que le permite habitar en un “nosotros”, pero un nosotros con pautas
preestablecidas de interacción, a su vez se puso en debate si en ella –en la cultura- podrían
encontrarse los elementos que justifiquen los comportamientos morales.
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En estas distinciones de lo Cultural y lo Social, no podemos hoy en día dejar de citar los
Derechos como un lenguaje que se presenta como un código compartido en la relación de
los individuos, código que impregna las prácticas sociales y hace eco en las costumbres que
configuran las diferentes culturas. Desde las palabras de Pedro Talavera, al tiempo que los
derechos humanos se han consolidado como lenguaje transcultural, se ha agudizado la
pugna entre las diversas culturas sobre cuál debe ser su contenido e interpretación
adecuada (Talavera Fernández, P. 2011). En este sentido podríamos pensar qué pocos
cuestionan la idea de derechos humanos pero cada ámbito cultural los concreta e
interpreta a su modo.

Talavera plantea los siguientes desafíos en torno al dialogo intercultural y la universalidad de


los derechos:

• Conciliar la dimensión universal de los derechos con las exigencias derivadas de la


pluralidad cultural (inherentes a la propia identidad del ser humano).
• Superar una lectura multiculturalista (reduccionista) hacia una concepción
transcultural de los derechos.

Los derechos humanos se han convertido en un signo caracterizador de nuestra época.


Constituyen hoy una especie de “lugar común” de toda reivindicación política, social o
cultural: una referencia ineludible de todas las propuestas y modelos actuales de
organización social. (Talavera Fernandez, P. 2011).

La diversidad cultural ha existido siempre, pero la globalización la ha situado en el primer


plano. Permitiendo que coexistan simultáneamente y en un mismo ámbito diferentes formas
culturales de vida que en otras épocas eran sucesivas, o si existían al mismo tiempo lo
hacían en lugares geográficamente separados o, en todo caso, en ámbitos distintos, siendo
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escasos los contactos entre ellas. Lo que la globalización nos ha proporcionado es un mayor
conocimiento y conciencia sobre las diferencias. En palabras de Talavera, la universalidad
para ser auténtica (y también para ser efectiva) ha de ser el resultado de un diálogo, de una
comunicación, de un intercambio. La universalidad no debe constituir un punto de partida,
sino un punto de llegada, un ideal regulativo, un objetivo que ha de ser alcanzado “en” y
“desde” la diversidad cultural.
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La categoría de derechos humanos se debate entre una concepción teórica de corte
universalista y una interpretación y aplicación práctica de corte multicultural, entendido a
ésta como una concepción que apunta a tolerar y reconocer los diferentes planteamientos
culturales, brindando los fundamentos para emitir juicios de valor, pero dotados de cierta
objetividad, a partir de:

a) Reconocer la existencia y validez de una pluralidad de tradiciones filosóficas, culturales y


morales.

b) Afirmar que la idea de derechos humanos (de dignidad humana) constituye un patrimonio
ético común de la humanidad.

c) Aceptar que toda cultura y visión del mundo encierra elementos valiosos, cuya pérdida
afectaría a toda la familia humana.

Por otro lado, debemos establecer los faros para el análisis de la aceptación de
particularidades culturales y su justificación de comportamientos morales, en tanto no
se aceptaría el respeto por un pluralismo de morales cuando se vulneren las necesidades
humanas vitales, es decir que sobrepasan los límites de los derechos básicos del hombre.
(Farell, M. 2000). Siendo necesario garantizar el respeto por las diferencias culturales;
resguardando la garantía y respeto de los DDHH.

La singularidad como horizonte de sentido

La construcción singular implicaría una entidad institucionalizada a partir de un sistema


sociocultural que se gesta en y por los miembros en una colectividad particular, que existe
porque los individuos acceden a comportarse de acuerdo a ciertas reglas convencionales.
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En este sentido, esfera de la producción y el entramado de lo cultural y lo social, puede


resultar un espacio privilegiado para la manifestación de la evolución histórica y los efectos
que producen en la singularidad. El análisis de los cambios culturales y sociales brindan las
estructuras de sentido de cada sujeto, permitiendo captar que sus percepciones, valores e
ideales no solo forman el núcleo de la singularidad, sino que ocultan dentro de ellos, un
horizonte de sucesos que no devienen del presente, sino de
experiencias
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transgeneracionales y que hacen eco en los actos morales. Nos invitemos a pensar que
sucede con algunas empresas familiares, y particularmente en aquellas que desean
mantener sus infraestructuras, sus clientes; que no van de la mano de los cambios sociales
y de la tecnología. Hay en ellas un legado difícil de ignorar, ya que eso implicaría una
“traición” a su sistema transgeneracional. Es el modo en que la empresa se gestó aquello
que da sentido a las generaciones venideras.

La singularidad supone el intercambio con otros, supone sobre todo aceptar que la mirada
del otro hace que los actos morales cobran relevancia; actos que a su vez son el producto
de la convergencia de los modelos mentales de cada individuo, de las costumbres
aprendidas pero también del carácter decisional del cada uno.. Se trata de una singularidad
que se constituye en la diferencia, en los diferentes entramados, que independientemente de
la pertenencia a un grupo manifiestan un eco distinto en cada individuo.

Para concluir, y de acuerdo a las palabras de Arendt, podríamos pensar que “Si los hombres
no fueran distintos, es decir, cada ser humano diferenciado de cualquier otro que exista,
haya existido o existirá, no necesitarían el discurso ni la acción para entenderse. Signos y
sonidos bastarían para comunicar las necesidades inmediatas e idénticas” (Arendt, 2001).
Esto nos permite reflexionar sobre lo explicito en esta diferencia (singularidad), en razón a la
capacidad simbólica del hombre que como tal necesita pertenecer a un grupo, y se
constituye en él, a la vez el grupo que necesita estar normativizado, pero ni por pertenecer ni
por estar normativizado, se relega la posibilidad de diferenciarse.

Recordemos los ejemplos de Nadia y de Sty, en donde el entramado sociocultural promovió


la internalización de contenidos y prescripciones que, de manera formal y escasamente
consciente, fueron construyendo una posición y una relación personal con las normas, que
tomaron un carácter singular (en un hecho social) a partir de la conversación intima con esa
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regla, a la vez que le permitieron adaptarse socialmente. Sin dudas –y se aprecia de forma
explícita en los film- se le presentaron conflictos, dilemas en relación a su propio contenido,
no obstante movilizaron en ellas la adaptación a partir de su capacidad crítica y
transformadora. Ambas situaciones, incluso la de una posible persona que quiere una
vacuna, trataron de experiencias que enfrentaron al sujeto a una problematización moral.

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A MODO DE CONCLUSION:

El tema que nos convoca aquí en pensar el efecto en la singularidad del entramado de lo
cultural y lo social, en tanto el desafío residen en conciliar la diversidad cultural con un marco
mínimo común ético, que promueva y respete los derechos humanos, teniendo en cuenta
que el hecho de que haya algunos valores comunes a todos los pueblos y culturas no quiere
decir que todas las culturas compartan los mismos valores.

La diversidad y pluralidad de culturas resignifica la diferencia, y ésta se manifiesta en todas


sus vertientes: histórica, cultural, social, lingüística, etc y desde aquí pensar en que el punto
de convergencia, de llegada puede resultar la universalidad de los derechos. En tanto la
cultura no es algo externo que impacta en la singularidad del comportamiento humano, sino
que esa singularidad se constituye a partir de lo cultural, en este sentido uno no puede
esquivar a los efectos de lo cultural en nuestra singularidad “Somos siempre sujetos de una
cultura particular, estamos construidos en alguna medida dentro de esa cultura e
inevitablemente sufrimos los avatares que va sufriendo la cultura” (Galende, E).

La cultura en sí, constituye una trama de tejido social que hace su efecto en la singularidad.
La toma de decisiones, las creencias que sostienen esas decisiones y que definen nuestro
comportamiento (moral) tienen su punto de origen en este entramado, pero es el individuo
quien opera respetando esos mínimos y máximos para poder construir un mundo con mayor
grado de humanidad, respetando sus propios imperativos pero no vulnerando lo de sus
pares.

Prof. Javier Pimentel


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Cátedra de Deontología y Ética Profesional


Año 2020

BIBLIOGRAFIA

• Bauman, Zygmunt (1999): La Cultura como praxis. Ed. Paidós Ibérica. Buenos Aires.
13
• Bertomeu, Gaeta y Vidiella (comp.) (2000) En Universalismo y Multiculturalismo.
Ver: Farrell, Martín. El alcance (limitado) del multiculturalismo. Eudeba. Bs. As
• Carlos Montero, Darío Madrona y Daniel de la Orden (2018). Élite. Netflix. España.
Temporada 1.
• Cortina, Adela (2000): Educación en Valores y Responsabilidad Cívica. DC Editorial
El Buho Bogota.
• Freud, Sigmund (1973) El Malestar en la Cultura. Obras completas. Biblioteca
Nueva. Madrid.
• Galende, Emiliano (2006): El impacto de la cultura en la subjetividad de las
personas. Universidad Nacional de Lanús..
• Karolinski Alexa ; Winger Anna; Herdler, Daniel y Schrader, Maria (2020). Poco
Ortodoxa. Netflix. Berlín.
• Sebrelli, Juan Jose. (1991): El asedio a la modernidad. Capítulo 1. Ed.
Sudamericana Bs. As.
• Talavera Fernandez, Pedro (2011) Diálogo intercultural y universalidad de los
Derechos Humanos. Revista del Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla. Año V
número 28, Pag 7-38, México.

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