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GERARDO CIRIANNI EN EL TALLER DE LECTURA EN VOZ ALTA DICTADO EN EL 13° FORO 2008.

En primer lugar, todos podemos leer en voz alta. No me refiero a la lectura como espectáculo,
no al uso de recursos dramáticos propios del teatro, sino a la posibilidad de apropiarnos de ciertas
claves que nos permitirán leer un texto en voz alta de una manera digna, atractiva frente a otros.
Trabajo previo con el texto: La preparación de la lectura en voz alta de un texto es un proceso que se
inicia en su elección: “qué, para involucrar a quién”. ¿Qué leer para participar a un grupo de la
experiencia de la lectura? ¿En qué consiste esto de leer?
La segunda cuestión es el conocimiento que tengo del texto. La repetición, leer varias veces el
texto seleccionado, cuatro, cinco, seis veces para darme cuenta de que una lectura en voz alta más que
comunicar información, intenta expresar, a través de ciertos recursos, una cantidad de intenciones. [Lee
“Gustos son gustos", de Gustavo Roldán]
Hay muchas maneras de decir “gustos son gustos”: un mismo enunciado, entonado de diversas
maneras, formulado en distintos ritmos, conduce hacia sentidos diferentes.
La cultura escrita se extiende. Cada vez hay más libros, cada vez se promueve más el contacto
diverso con materiales escritos. Pero en muchas ocasiones, cuando se propone lectura, en especial
desde ámbitos institucionales, algo pasa que se generan resistencias a hacerlo. Creo que en gran parte la
cuestión es cómo se lee. Se suele desconocer algo básico: para poder leer para otros tengo que
escucharme a mí mismo, tengo que volver al texto con una lectura intensiva, esto es pocos libros leídos
muchas veces, en ocasiones un mismo texto leído muchas veces.
Uno de las estrategias disponibles, para la lectura de cierto tipo de textos, es el empleo de
recursos propios de la oralidad, por ejemplo, la repetición de frases, la reiteración, la enumeración. [lee
“Piel de judas” de José Panno]
Se trata de leer como si se estuviera hablando. Para leer en voz alta, es necesario partir de la
palabra hablada. Los textos leídos en voz alta que mejor funcionan son aquellos que emplean un
registro coloquial. Muchas historias son escritas pensando en que van a ser leídas en voz alta, ésas son
las que mejor funcionan. Por ejemplo la versión de El Quijote publicada por el Centro Editor en la
colección Cuentos de Polidoro: “No se ocupaba ni de su campo, ni de su casa, ni… ni… ni…” O los relatos
bíblicos donde son frecuentes estos apoyos: “y entonces… y después…”
Todos estos recursos son propios de la oralidad; sintaxis del mundo de la palabra oral… Nuestra
función como animadores de lectura es tender puentes entre la palabra escrita y la oralidad… eso ayuda
a iniciar a los jóvenes en el mundo de la cultura escrita.
Boris Spivacow, quien lideró el Centro Editor de América Latina, editorial argentina
emblemática, sacó varias ediciones de libros pensados para promover la lectura. Ediciones económicas,
de fácil distribución, que pudieran competir con las revistas mexicanas [La Pequeña Lulú, El Llanero
Solitario, Superman] en precio, y que contaran historias que estaban en el dominio popular, con registro
coloquial.
Cada historia que leemos viene de un grupo humano, con sus circunstancias, su cultura, sus
imaginarios particulares… y si uno investiga puede encontrar explicaciones de lo social y lo cultural en
las historias. Por ejemplo, la madrastra. En la figura generalmente odiosa de la madrastra se esconde el
tema de la muerte de la madre, de los campesinos que quedaban a cargo de los hijos, el tema del
hambre; la madrastra que luego de alimentar a los hijos biológicos —si sobraba algo— se lo daba a los
huérfanos. “Y fueron felices y comieron perdices”, esa fórmula habla de que la fantasía era con la
comida, no con el sexo que era algo no tan codificado como lo fue posteriormente. Que la comida
sobrara, constituía una fiesta.
Cuando elijo leer con alguien en voz alta, debería tener nociones acerca de su vida cotidiana,
cuáles son los patrones sobre los cuales interpreta, su contexto cultural, tener un conocimiento al
menos básico de mi audiencia. Cuando vamos a leer, tenemos que tener en cuenta las características del
público. No es lo mismo leer en voz alta a un público urbano que a uno rural. El humor, por ejemplo,
cambia muchísimo según estos contextos.
Actividad propuesta: formar grupos, círculos de seis personas. Entrega a cada grupo dos libros e
indica leer en voz alta algún párrafo a elección. Cada integrante del grupo lee ante el resto, aunque sea
un minuto y luego le pasa el libro a otro. A partir de esta experiencia, se plantean observaciones,
reflexiones sobre lo que ha ocurrido en ese círculo y a cada uno con la lectura: cómo ha vivido la
experiencia, comentar problemas que han advertido al leer en voz alta, dificultades. Luego, propone
volver a la misma lectura, intentando una nueva versión de lo ya leído.
OBSERVACIONES SOBRE LA LECTURA
Plantear argumentos de por qué hacemos esta experiencia de la lectura en voz alta.
En espacios institucionales las experiencias de lectura en voz alta no son vistas como parte del
trabajo, se ven como prácticas motivadoras, o que se hacen por llegar al placer de la lectura. Es
necesario entender que esa actividad placentera es también valiosa como posibilidad de otros
aprendizajes, entender cuántas cosas se aprenden mientras se está disfrutando… qué aprendo mientras
leo en voz alta, qué está recibiendo el grupo como información.
La puntuación, las pausas. A veces en mi lectura incorporo pausas no marcadas. Uno de los
secretos de la lectura en voz alta es que, para apropiarme del texto, le modifico la puntuación escrita. En
el registro visual del texto, los signos, tal como los ha distribuido el escritor, pueden resultar válidos,
pero en el registro auditivo pueden ser más significativas las pausas más prolongadas, los silencios.
Puede operarse, pues, una modificación de la puntuación. Hay que revisar la puntuación; tengo que
construir una nueva puntuación. El leer en forma pausada, administrando los tiempos es muy
importante… (Ejercicio: suprimir las palabras y traducir el sentido en gestos, lo que dicen los personajes.
Imaginamos los personajes, y buscamos el tono adecuado).
El lector no habituado a leer en voz alta lo hace a un ritmo acelerado, porque tal vez entiende
que la buena lectura es aquella que se hace sin detenerse, haciendo sólo las pausas marcadas por el
autor.
El segundo criterio que propongo es entonces: tómense la lectura con calma, exageren la
lentitud. Empiecen leyendo con mucha calma, luego vamos a encontrar los cambios de ritmo.
Los cambios de ritmo ayudan a la construcción de sentido, así como los silencios.
Leo y releo y construyo una idea del personaje. Según la emotividad de la situación comunicativa
planteada en el texto, administro los silencios.
No me parece necesario ni conveniente imitar voces. La voz que empleo para mi lectura en voz
alta, es la voz natural, la propia. Sólo hay que reconocer la intención con que está planteado el
enunciado y que las inflexiones de la voz traduzcan la intención, no que se intente imitar voces de niños,
de ancianos… Si un personaje se burla, esta marca tiene que aparecer en los tonos, ritmos, gestos en los
cuales el lector en voz alta se apoya, pero desde lo propio, con la voz que caracteriza a cada lector.
En un texto breve puede haber muchísimas intenciones. [Lee de Ema Wolf: “A filmar canguros
míos”]
Cambio de ritmo, cambio de entonación, cambio de puntuación.
Tratar de encontrar en la entonación de la lectura, la adecuada a cada intención que el lector
cree ir descubriendo. Trabajar intensivamente, y repetir varias veces los intentos para quedarse con el
que se considera apropiado. Ser consciente de las dificultades y corregirlas en cada nueva lectura en voz
alta que se realice.
Es muy importante buscar siempre el ritmo y el tono de la conversación. El peligro es
sobreactuar. Puedo ser enfático para tomarle el pelo a alguien, pero para hacerlo desde una lectura en
voz alta debo hacerlo de modo tal que sea creíble. Elegir la lectura como un espacio conversacional. Si
sobreactuamos, las imágenes nos llegan turbias, indefinidas. Y si encontramos el ritmo y la entonación
apropiados, las imágenes nos llegan transparentes.
El presente texto corresponde a fragmentos de capítulos del libro “Contar cuentos, desde la
práctica hacia la teoría”, editado por Paidós en el año 1999. Ana Padovani
Capitulo 6. Los tesoros del Narrador

LA VOZ

(…) La articulación. La emisión de la palabra no consta sólo del aire que la impulsa sino también
de su articulación, lo que determinara un tipo distinto de dicción y por lo tanto, de inteligibilidad del
sonido. Éste es un punto que el narrador, como el docente, el locutor o lodo aquel que use la voz en su
desempeño laboral, tiene que tener muy en cuenta, porque, a veces, hay dificultades de pronunciación,
articulatorias, de las que no se es consciente, pero pueden resultar muy desagradables para quien las
escucha y, por otro lado, poco educativas, si se trata del maestro.
La articulación deberá ser clara para permitir que la voz fluya de la máscara hacia el exterior.
Sería conveniente, por tanto, hacer algunos ejercicios con la mandíbula a fin de darle una buena
movilidad. Por ejemplo:
a) Moverla hacia abajo, floja, sin producir tensiones en su base, tratando de que la lengua descanse
plana en el piso de la boca.
b) Repetir el ejercicio con los labios cerrados, pero sin tensión.
c) Mover la mandíbula hacia ambos lados con la lengua en igual posición y luego con los labios cerrados.
d) Algunos ejercicios para mejorar la movilidad de los labios pueden ser: fruncir y distender los labios
juntos: luego separados.
e) Juntos llevarlos a ambos costados: ídem separados.
f) Tapar el labio superior con el inferior y viceversa.
g) Para mejorar la movilidad de la lengua: con los labios separados sacar la lengua tratando de tocar el
labio superior: ídem hacia abajo.
h) Con la punta de la lengua "barrer" el paladar.
i) Doblar la punta de la lengua detrás de los incisivos superiores y detrás de los inferiores.
j) Bordear los dientes con la lengua manteniendo los labios juntos sin apretarlos, hacia ambos lados.
k) Bordear los labios en forma circular hacia ambos lados.
Luego de efectuar los ejercicios convendría practicar algunas letras que presentan especial
dificultad, cuidando la articulación de labios y maxilares, la abertura bucal, la colocación de la lengua,
etcétera, para que los sonidos sean los adecuados. Por ejemplo, las letras que mayores problemas
suelen ofrecer son la r, v, ch, II y sh. Esto habrá que considerarlo en relación con el grupo social de que
se trate, por ejemplo, si se es cordobés o riojano, la r se pronunciara arrastrándola, como y. Del mismo
modo, los porteños tienden a cambiar la y por la sh (sonido que, en realidad, no es castellano, sino
inglés, si bien ahora se está aceptando en el castellano rioplatense).
Ejercitación. Convendría hacer algunos ejercicios para favorecer la correcta articulación, por ejemplo:

a) Repetir exagerando y ampliando la apertura y el cierre de la boca las sílabas: pra-pru-pri-pro, con
diferencias de velocidad y acentuando cada vez una vocal distinta. Luego lo mismo con: cra-fra-gra-dra-
tra
b) Para pronunciar correctamente la r intersilabica, repetir: arla trarlaerle trerle-irli trirli-orlo trorlo-
urlutrurlu.
c) Repetir una frase para diferenciar y pronunciar correctamente la y, y la ll. Por ejemplo: "Ya llegó el
show (no olvidar las diferencias regionales: en la Argentina se practica el "yeísmo" que transforma la ll
en y).
d) Para ayudar a articular correctamente es interesante decir trabalenguas con velocidad creciente,
abriendo la boca y articulando tal vez exageradamente al principio, para ganar en dificultad, pero
también mejores resultados (por ejemplo: "Compré pocas copas, pocas copas compré, como compré
pocas copas, pocas copas pagué").
e) Del mismo modo sería oportuno practicar juegos para flexibilizar las capacidades expresivas del
sonido donde se pongan en juego diferencias de altura, intensidad y timbre. A modo de sugerencia:
¿Qué sonido haría una máquina de lavar del año 1900? ¿Y un hipopótamo en celo? ¿Un viejo triciclo
oxidado? ¿Una licuadora a la que se le pusieron arvejas?, y otros. Sería interesante analizar los sonidos
producidos para ver si son graves, suaves, agudos, etcétera.
f) Experimentar con sonidos graves y agudos para crear imágenes.
g) Hacer lo propio con sonidos fuertes y suaves para crear distancias.
Todo esto queda librado a la imaginación y a los deseos de jugar que cada uno tenga, así como
su implementación a la hora de contar cuentos.
El ritmo

Una consideración especial merece el ritmo con que se emiten las palabras en su discurrir y que
puede ser lento, rápido o con variaciones.
Para el narrador, este concepto es muy importante porque es bueno introducir cambios, no sólo
de timbre, sino también de velocidad, de acuerdo con la índole de lo que se esta contando. Así, por
ejemplo, en los cuentos de suspenso los climas pueden ir creándose con algunos silencios, prolongando
la intriga del relato y luego imprimiéndole velocidad al referirse a los hechos que se desencadenan y
precipitan la acción. No hay que olvidar el profundo valor expresivo del silencio: este puede estar
cargado de significaciones y ser más elocuente que las palabras.
Todas estas modificaciones, si están bien pensadas, trabajadas previamente y obedecen al estilo
del cuento, crearán mayor inicies y captarán la atención de quien escucha. Pero no se debe tratar de
buscar un modo de hablar artificial o aprendido de memoria, sino que será el propio espíritu del relato y
la disposición para entrar y dejarse llevar por él los que guiarán esta búsqueda.
Ejercitación. Propondremos ahora a modo de ejemplo algunos ejercicios para trabajar el ritmo:

a) Hablar con las pausas y cadencias propias de una locutora de radio FM que en un sábado por la noche
anuncia un programa llamado "Solos en la oscuridad", o "Un bolero para ti", etcétera.
b) Rematar un objeto siguiendo el ritmo vertiginoso del rematador que está por bajar la bandera.
c) Hablar como un vendedor ambulante, el locutor de un partido de fútbol, etcétera.
El timbre

Con respecto a los timbres se pueden probar distintos resonadores: nariz, cabeza, procurando
que la voz resuene allí (puede comprobarse apoyando la mano). No olvidar el trabajo de la cara, que
está ligado a lo expresivo en cuanto a la interpretación de los personajes. Por algo se habla de
"máscara": más-cara. Es decir que la voz íntimamente libada a la cara, al rostro del personaje que la
emite.
Una especial mención merecen las onomatopeyas y los distintos sonidos que se pueden
producir ayudando a sonorizar un cuento (viento, golpes de puerta, ventanas que se abren, etc.). Acá
también es válido todo lo dicho sobre el placer del juego que esta práctica implica y, tal vez, es éste el
motor principal.
El gesto

Ahora haremos referencia al otro tesoro del narrador: el gesto. Veamos primero lo que dice el
diccionario:
Gesto (del latín: gestus). Gerére: llevar a cabo, conducir, mostrar actitudes. Expresión del rostro
conforme a los diversos afectos del ánimo.
Ademán (del latín, A: desde; Manus: mano). Movimiento del cuerpo o de alguna parte suya, con
el que se expresa algún afecto del ánimo o ciertos propósitos y resoluciones. Plural: modales
(Enciclopedia Sopena, 1956).
Al referimos al gesto, lo haremos considerando la expresividad facial, y al hablar de ademanes,
lo haremos refiriéndonos a los movimientos de las manos y el cuerpo.
Si bien podría contarse una historia valiéndose exclusivamente del movimiento corporal, como
el maravilloso arte de los mimos, esto no sería narración oral. En ella, la voz, es lo fundamental: podría
narrarse en la más absoluta quietud e igualmente se produciría la magia.
Aunque el gesto no tiene un valor esencial, tampoco por ello debemos descartarlo, sino
procurar pensar cuál será su justa medida. Es un dato que acompaña, complementa o colabora: no es
esencial pero puede ser muy importante si está bien utilizado, contribuye al logro total de la obra.
Tendrá, por tanto que ser el más natural, espontáneo y libre de presiones. Por eso tal vez lo
fundamental será dejar que fluya naturalmente y reparar si se siente alguna molestia (por ejemplo: "no
sé qué hacer con mis manos"), o si se percibe o alguien hace notar que adquieren una relevancia no
esperada, ya sea afortunada o perjudicial. No obstante, tal vez algunos pueden elegirse previamente
como los más adecuados para potenciar una idea expresada con un movimiento apropiado.
Habrá que cuidar de no caer en una suerte de ilustración, explicando con gestos lo que se dice
con las palabras. porque equivaldría a minimizar al auditorio. Tampoco para los niños muy pequeños es
necesaria una gesticulación especial ni hablarles en diminutivos o de un modo particular. En general,
entienden más de lo que se supone y, precisamente, ése es uno de los riesgos que corren las maestras
jardineras y que puede constituirse casi en un vicio profesional.
Otro riesgo que a veces se corre con respecto al gesto y a los ademanes es que muchas veces
aparecen como un equivalente a las muletillas en el habla. Es decir, que así como puede ser molesto y
dispersar la atención escuchar repetidamente: "este...", o "entonces...", o "bueno", puede ser
igualmente perturbador un movimiento exagerado o reiterado de las manos, el caminar hacia uno y otro
lado, fuera del contexto propio que propone el cuento, o cualquier otro gesto o movimiento que tenga
el valor de tic, por lo repetitivo, inconsciente y producto de un estado de ansiedad.
Con respecto a este tema valen también las consideraciones hechas en capítulos anteriores:
todo dependerá del estilo que se adopte ante la peculiaridad que cada texto ofrece y de la propuesta
personal de cada narrador. Es importante aunar la espontaneidad y el trabajo lo natural y lo adquirido.
Una manera de lograrlo es estar atento a todo lo que se hace cuando se cuenta un cuento, a las
sugerencias que puedan recibirse de compañeros o del coordinador (si se hace un taller de narración), o
bien de amigos, del espejo o aun de una grabación, dado que los gestos son inconscientes en su gran
mayoría y por tanto una observación exterior resulta beneficiosa….
…Buscar expresiones que indiquen fuertes emociones: repugnancia, dolor, rabia, placer. Ir
complejizando estas experiencias sumándole otros estímulos, por ejemplo, ponerse un saco mientras se
siente un fuerte dolor de estómago, abrir una caja cuando está lloviendo, mirar un libro cuando hay un
olor desagradable, etcétera.
Capíulo 7 Misceláneas, comentarios, opiniones
Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. SÉNECA. ¿Es fan válida la lectura de cuentos como
su narración?
Con respecto a esto diré que creo en la lectura tan fervientemente como en la narración. Si se
toma el libro por comodidad, creyendo que demanda menos trabajo que preparar el cuento para ser
contado, en principio se está en un error, porque también la lectura tiene que ser preparada
previamente para que sea eficaz. Si se lo hace por inseguridad o por no animarse a narrar, puede que a
algunos les ayude, pero ello no les quitará el compromiso que esta práctica implica. De modo que no se
trata de leer desentendiéndose del que escucha, porque la respuesta inmediata y lógica será la pérdida
de la atención, sino de hacer de la lectura también un hecho expresivo. ¿Cómo? Leyéndola cuanto sea
necesario con anterioridad, preparándola para encontrarle los puntos de inflexión del discurso, su ritmo
propio, las voces o sonidos que la enriquezcan, las pausas necesarias. De ese modo, aunque la
comunicación este mediatizada por un papel, no se interrumpe, los alumnos sentirán que les están
contando un cuento porque su maestra los mira, siente, expresa lo que dice, aunque cada tanto dirija su
mirada al texto que tiene en su mano. También se sugiere, sobre todo para los más pequeños, asociar la
imagen del libro con esa fuente de tan hermosas historias como está conociendo: ello puede animar sin
duda a su posterior lectura.
¿Qué opina acerca del uso de títeres u otros elementos?
Considero que pueden ser recursos absolutamente válidos según cómo se los use. Suelo utilizar
esta técnica cuando se trata de niños muy pequeños, de dos años, que recién están adquiriendo el
lenguaje y cuyo pensamiento es fundamentalmente melonímico. Cuando comencé a hacerlo advertí a
los maestros que los primeros cuentos iba a narrarlos utilizando este recurso y luego seguiría haciéndolo
solamente con las palabras, por lo cual si los más pequeños se distraían podrían retirarlos, y yo
continuaría con el grupo de mayores. Para gran sorpresa mía, nunca se dio esa situación, comprobé que
los niños de dos años siguen con igual atención los relatos si se los puede cautivar con la palabra tanto
como con los muñecos.
La lectura, las láminas, la narración o el uso de algún títere o elemento, son distintos recursos
que idealmente deberían poder ser usados por los docentes, sin atarse a normas, manteniendo la
capacidad de juego, haciendo uso de la riqueza de posibilidades que cada recurso ofrece, para
sorprender siempre a sus alumnos y mantener viva la llama del amor por los libros y las palabras. De
modo que si se quiere usar elementos, éstos pueden ser utilizados para potenciar la imaginación: por
ejemplo, una tela puede significar una bandera, un pañuelo, un delantal; un palo puede ser una espada,
un bastón o un revólver pero eso será muy distinto a mostrar dichos objetos para ilustrar lo que se está
diciendo con las palabras.
¿Es conveniente el empleo de las fórmulas de comiendo y cierre de los cuentos, el famoso
"Había una vez... " y el "Colorín colorado...". por ejemplo?
No encuentro objeción ninguna en utilizarlas: muy por el contrario puede ser una forma casi
mágica de propiciar el espacio adecuado para el cuento, de cerrarlo de un modo natural o bien de
enlazar uno con otro.
HABITAR EL SONIDO Por Rodolfo Castro

Ahuecada,
la arcilla es olla.
Eso que no es la olla
es lo útil.
Lao Tse

El texto escrito yace inerte e inexpresivo ante nuestros ojos. No hay nada vivo allí, sólo rasgos
apagados, un intento por existir, un libro, las paredes de arcilla de una olla vacía. El texto escrito es un
recipiente. Eso que no es el libro es la lectura. Leer es caer al vacío, ingresar en ese espacio por propia
voluntad y en ese acto otorgarle al libro su esencia, su razón de existir: ser leído... ser un sitio habitable.
Si la lectura en cualquiera de sus formas es un ente intangible, la lectura en voz alta demanda un
acto de creación: una ilusión sonora que pueda ser vista. No se lee en voz alta para ser escuchado,
leemos en voz alta para que los que escuchan vean el sonido, se arropen en él, lo habiten.
Si durante el trascurso de una lectura en voz alta notamos que alguien está mirando hacia otro
lado pensamos que esa persona está distraída, y seguramente es así. Y es que cuando hablamos no nos
dirigimos a los oídos de la gente sino a sus ojos. Aunque nuestro auditorio se halle en completa
oscuridad o esté al otro lado del receptor de radio, el sonido que nuestro cuerpo emite tiene que estar
encaminado a producir imágenes sonoras. Aquí quiero aclarar que cuando me refiero a la lectura hablo
en especial de la lectura de textos literarios, aunque no descarto los otros.
La lectura en voz alta es un acontecimiento que sobrepasa el simple desciframiento de signos y
su expresión sonora. El desafío del lector en voz alta es el de transformar esos signos inertes en
volúmenes tangibles que respiren, se muevan con libertad y desafío, y toquen al que escucha, lo
conmuevan de tal manera que su sensación sea como la de estar viendo el sonido, viendo el cuento
escuchado.
La lectura en voz alta no se puede limitar a otorgar cualquier sonido a las palabras. Hay que
darles el sonido que les corresponde, el sonido con el que esas palabras quieren ser dichas. Pensar en el
sonido como en un ser vivo que se gesta en el interior del ser humano, nace, crece, se desarrolla y
muere. Habitualmente esto no se toma en cuenta, y escuchamos lectores en voz alta que leen un cuento
con los mismos sonidos que utilizan para leer un informe, una crónica, un discurso o una planilla de
nombres.
Quizás no esté de más señalar que esos lectores en voz alta suelen perder la atención de su
público, y si ese público está compuesto por niños, esa pérdida de atención se interpreta como
indisciplina o falta de respeto, y por consiguiente el lector incurre en actos represivos, creyendo que así
logrará obtener la atención que la lectura requiere, sin entender que ciertas cosas no se pueden
imponer. Uno puede imponer artificialmente la quietud y el silencio, pero en el fuero íntimo de quien es
sometido a esa lectura defectuosa, la atención continuará en libertad y estará puesta en otro sitio más
interesante.
El texto escrito comparte con la oralidad un espacio común de lenguaje, pero cada forma de
expresión posee reglas independientes que en algunos casos son incompatibles.
El escritor propone, pero el lector en voz alta tiene todo el derecho de disponer del texto según
su experiencia se lo demande. En lo personal, creo que esta aproximación al texto debe ser casi ritual,
así como los antiguos leñadores pedían permiso al árbol para ser derribado, o los pescadores que sólo
pescan lo necesario y regresan al mar los peces sobrantes, sabiendo que así se aseguran de que siempre
habrá pesca. De la misma forma, cualquier modificación que se practique en el texto debe ser
respetuosa y evitar dañar los órganos vitales del cuento, ya que una adaptación grosera y poco reflexiva
puede darle muerte. Sin embargo, creo que es preferible asumir este riesgo, ya que de otro modo, el
peligro lo corre el lector, que se enfrenta a textos bellos, pero que no han sido escritos para ser leídos en
voz alta. Muchos textos demandan una traducción hacia el sonido, si esta no se realiza se dañará la
expresión y la lectura en voz alta se tornará plana e incomprensible para el que escucha, y muchas veces
también para el que dice. Las personas son más complejas y maravillosas que los libros. Los libros
adquieren una categoría de trascendencia sólo cuando pasan a través de un lector. Sólo cuando son
habitados por uno o múltiples lectores.
Para que este atravesamiento pueda ocurrir con mayor frecuencia, el lector en voz alta tiene
que asumir su condición de hueco. Permitir que su cuerpo se inunde con los sonidos que intuye en el
texto y que luego brotarán en forma de imágenes sonoras.
Pero para no quedarme en el enunciado retórico trataré de compartir en estas páginas algunas
prácticas que en mi oficio como lector en voz alta me han ayudado a sacudir el texto escrito para hacerlo
producir sonidos.
La lectura en voz alta de primera intención, en la mayoría de los casos, está destinada al fracaso.
La lectura en voz alta demanda una lectura previa. Hay que leer antes de leer en voz alta. Sin embargo,
en las escuelas es común que el maestro señale una página del libro de lectura y pida a sus alumnos que
lean en voz alta, exigiendo que lo hagan correctamente, con buena pronunciación, respetando los signos
de puntuación, y de manera expresiva, y todo esto sin antes haberles permitido hacer una lectura
exploratoria que les deje conocer lo que van a leer para otros y adaptarse a las necesidades del texto.
De esa manera, aunque el maestro piense que está promoviendo la lectura entre sus alumnos, lo que
realmente hace es empujar al niño a la frustración y al rechazo hacia la lectura, porque lo está poniendo
en un lugar de indefensión ante sí mismo, ante el texto y ante sus compañeros. Leer antes de leer en voz
alta para otros, es una condición de justicia y respeto con el texto, con el lector y con quienes lo
escuchan.
Una vez hecha esta primera lectura, habrá que avocarse a la sonorización adecuada del texto,
buscando en las palabras el sonido particular que el marco contextual les otorga.
Supongamos que el personaje del cuento dice: “Mañana debo partir”. Dado que estas palabras
están fuera de su contexto, no podemos saber cuál es el sonido que les corresponde, no sabemos si
deben ser dichas con angustia o con alivio, con indiferencia o con tono imperativo, con resignación o
entusiasmo. La pregunta que ha de hacerse el lector en voz alta para descubrir el sonido de una frase es:
¿Cómo se siente el personaje? Y esto sólo puede responderse si se sabe cuál es la situación en la que
este se halla inmerso.
Imaginemos que quien dice esta frase se está despidiendo para siempre de un ser querido, en
ese caso, el sonido de esas palabras será triste y fatal. Si en cambio el personaje es un joven ávido de
aventuras que se encuentra a punto de iniciar un viaje largamente planeado, quizás el sonido de la frase
sea imperativo, o agitado. En un tercer supuesto, si ese mismo personaje es retenido contra su voluntad
impidiéndosele partir, esa frase tendrá un tono angustioso, suplicante o hasta amenazador. Así como las
cifras cambian su valor según su ubicación dentro del número, las palabras sufren notables
transformaciones según el contexto en el que son dichas.
La misma frase, las mismas palabras acomodadas de manera igual, pero en contextos diferentes,
significan distinto, y tienen distinto sonido de enunciación.
Si el lector se ocupa en descubrir cómo se siente el personaje en cada momento específico del
cuento, estará a las puertas de la comprensión o seguramente ya haya cruzado ese umbral. No alcanza
con saber el nombre de los personajes, decir dónde se desarrolla la acción y hacer referencia a la
anécdota narrada. Esta es una aproximación superficial al texto, útil, pero insuficiente para hablar de
comprensión. Pero si el lector puede deducir cómo se siente el personaje y cuál es la situación que lo
lleva a ese estado de ánimo, será porque se ha involucrado con la historia y ha comprendido. Alcanzado
este punto, el lector en voz alta además tendrá que ponerle a las palabras el sonido de esos
sentimientos. Si lo logra aunque sea tímidamente, estará creando una atmósfera sonora tangible y
habitable, una experiencia de lectura que abonará el camino para que el que escucha también se
involucre y se sienta atravesado.
Leer en voz alta es hacer que nuestro interior resuene. Es poner en juego los propios
sentimientos y ponerse en sintonía emotiva con el texto y con los demás participantes de esa lectura.
Siempre me ha resultado curioso escuchar, durante el transcurso de algunos de mis talleres de
lectura en voz alta, cuando un participante lee de un libro que el lobo se come a la abuela de Caperucita,
y al decirlo no externa ninguna emoción, en esos momentos suelo preguntar si no le causaría ningún
espanto ver a una fiera salvaje comerse a uno de sus familiares. Ante la obviedad de la respuesta, pido
que continúe la lectura con la voluntad de creer. La lectura es un acto de voluntad, hay que
abandonarse a la ficción y estar dispuesto a creer en lo desconocido, en lo imposible y en lo que es
posible pero sabemos que no está ocurriendo porque es sólo un cuento.
La lectura requiere de nuestra complicidad, para que aceptemos que lo que se está leyendo sí
está ocurriendo.
Los libros no nos dan nada, es el lector el que da y toma lo que necesita. Si realmente tomamos
y creemos, entonces no podremos más que angustiarnos al leer sobre un acto tan abominable como al
que se enfrentará una pequeña niña, sola y desprotegida, que está por entrar en una casa en la que la
espera un animal feroz que ya se comió a su abuela, y se dispone a devorarla a ella. De sólo pensarlo se
me pone la piel de gallina y el cuento de Caperucita Roja se presenta ante mí como un cuento del más
profundo y elaborado terror.
Esta voluntad de creer, y esa disposición para tomar, para apropiarse del texto, es indispensable
para que la lectura tenga oportunidad de estar viva. Y es quizás la única posibilidad que tiene el lector de
entender cabalmente lo que allí ocurre.
Finalmente –y digo finalmente porque el espacio de esta nota así me lo exige, pero no porque el
tema se agote aquí–, si uno en verdad quiere que su lectura en voz alta adquiera cuerpo y calidad
narrativa y que se vuelva interesante para sí mismo y para quienes lo escuchan, además de tomar en
cuenta los elementos antes mencionados, tendrá que ensayar, sí... ensayar. Con esto quiero poner en
evidencia que la práctica de la lectura en voz alta raras veces logra sus objetivos si se toma a la ligera, sin
cuidado y sin respeto. Es una actividad que desde los primeros tiempos de la invención de la escritura se
ha tomado como forma privilegiada de trasmisión de la palabra escrita, y que atendida y cuidada puede
otorgar momentos extraordinarios de emoción y enriquecimiento colectivo.
A los libros llegamos para abastecernos, pero como los barcos, regresamos a ellos también para
reparar nuestras heridas, para descansar y para compartir la carga que traemos. En otras palabras, el
lector toma del libro lo que necesita, se lo lleva consigo y así le da al libro y a él mismo la posibilidad de
enriquecerse juntos.
Extractos del capítulo 10 del maravilloso y recomendable libro “El ambiente de la lectura”, de
Aidan Chambers. Fondo de Cultura Económica, Colección Espacios para la Lectura, México 2007.
»No es fácil leer nosotros mismos lo que no hemos oído decir. Aprendemos a leer juntándonos
con los que saben cómo hacerlo e incorporando gradualmente todas sus habilidades.
»Leer en voz alta a los niños es esencial para ayudarlos a convertirse en lectores. Y es un error
suponer que este tipo de lectura sólo es necesario en las primeras etapas (el período que la gente tiene
a llamar “de aprender a leer). De hecho tiene tal valor —aprender a leer es un proceso de tan largo
plazo, que el pedazo que llamamos “aprender” es una parte muy pequeña de él —, que leer en voz alta
es necesario durante todos los años de la escuela.
»Cada vez que oímos una historia o un poema o cualquier tipo de escrito leído en voz alta
adquirimos un nuevo ejemplo de como “trabaja” ese tipo de texto, cómo está construído, qué se puede
esperar de él, etc.
»No es extraño que a los no lectores les parezca difícil entender qué es lo que los lectores
reciben de un texto impreso y cómo lo obtienen, y a veces piensan que la lectura, o al menos la lectura
de literatura, es un misterio. La única respuesta es que aquellos que saben cómo poner a funcionar la
magia, les muestren cómo sucede a los que no lo saben.
»Cuando escuchamos a otras personas leyendo en voz alta, aprendemos sobre interpretación.
Las diferentes lecturas en voz alta de un mismo texto muestran claramente que lo que hacen los
lectores es interpretar. Por eso las lecturas repetidas de un mismo texto son, al mismo tiempo, útiles y
placenteras.
»A cualquier edad, como niños o como adultos, somos capaces de escuchar con placer y
entendimiento un lenguaje que en forma impresa nos resulta difícil de manejar (...) Dentro de una
comunidad somos más iguales como oyentes de lo que nunca podríamos ser como lectores.

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