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Ricardo III
El Ricardo III shakesperiano es muy humano, tal como la mayoría de los personajes de
las tragedias del dramaturgo isabelino. La Historia no deja de tener un peso y un papel
considerable en esta pieza. Ricardo quiere ser historia y no dudará en el ejercicio. El
tiempo es tirano y él sabe perfectamente eso, solo una semana necesita (es el tiempo
de la diégesis) para alzarse con el poder y por ende con la Historia. Desde una lectura
contemporánea no podemos obviar el carácter sadomasoquista de Ricardo, todo le
resulta placentero, tanto el infligir dolor como sentirlo. Dotado de la suficiente
elocuencia como para convencer a Lady Ana de que el asesinato de su marido no fue
más que un acto de amor que en definitiva lo redimía por completo. Sin reticencias ni
moralismos cumple (o hace cumplir) cada uno de sus actos de muerte, comenzando
por sus enemigos confesos para terminar con aquellos más cercanos a él, quienes tal
vez tuvieron la sensación de haber estado exentos o simplemente solo se haya tratado
de una simple intuición. Nadie ni nada puede escapar a los deseos de aquellos que
aman el poder y a su afán por obtenerlo. Posiblemente la más humana de las
conductas, el poder es placer, como decía Foucault, y no importa el precio que se deba
pagar para gozar aunque sea durante un pequeño lapso de tiempo. Ricardo III también
es una breve historia de la sociedad de constitución feudal de la Inglaterra isabelina.
De cómo eran concebidos los roles y las clases sociales en esa época; de la importancia
incluso que podía tener el mantenerse o circular alrededor del poder aun cuando no se
ignoraba los crueldad de los actos que eso implicaba. Drama de traiciones, asesinatos y
genuflexiones; Ricardo III sigue seduciendo y tal vez haciendo que el espectador
proyecte sus propias culpas.