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MODERNA
La batalla de Pavón confirmaba la hegemonía porteña sobre la Confederación, pero para impo- ner el
proyecto liberal primero había que someter a los diferentes gobiernos del interior que po- dían oponer
resistencias. Mitre se debatía entre las presiones de los porteños -que querían una masacre general de
los vencidos, la anulación de los pactos de 1859 y 1860, la derogación de la Constitución y su
reemplazo por nuevas leyes- y su propia idea, más conciliatoria con la nueva postura de Urquiza.
Unificó el Estado a costa de la persecución de los opositores, mediante mé- odos a los que quiso dar
apariencia legal. Al respecto le escribía a Sarmiento (su Director de la Guerra), quien no cuidaba
tanto las formas, para que fuera más prudente:
"Procure no comprometer al gobierno nacional en una campaña militar" de grandes acciones, por- que
"no quiero dar a ninguna operación sobre La Rioja el carácter de guerra civil". "La Rioja es una
cueva de ladrones que amenazan a los vecinos, y donde no hay gobierno que haga ni la policía de
provincia. Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de considerarlos como par-
tidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es
muy sencillo: simples movimientos de ocupación, simple campaña de policía” (citado en Campobassi,
1962).
La dominación del interior se realizó mediante operaciones del ejército, invasiones de goberna- dores
aliados al gobierno nacional, apoyando golpes liberales o por la pasividad de quienes weían
lo inevitable. En La Rioja se sublevó el general Ángel Vicente Peñaloza, apodado el Cha-
cho, fue vencido en más de una oportunidad, y muchos de sus oficiales que cayeron prisioneros
Fueron fusilados; le solicitó colaboración a Urquiza en la lucha contra Buenos Aires, su antiguo
enemigo, pero el gobernador de Entre Ríos ni siquiera le respondió. Derrotado nuevamente,
el Chacho Peñaloza se refugió en Olta, donde fue asesinado por una partida del ejército
nacional; su cabeza fue exhibida en la plaza de la aldea, en la punta de una lanza. El asesinato de
Peña- oza fue celebrado por Sarmiento como un triunfo de la civilización sobre la barbarie: su asesi-
no y los oficiales que lo secundaron fueron ascendidos en el ejército. Sarmiento, en carta a Mi- re
(del 18/11/1863) dijo:
"No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo, inspirado por el sentimiento de los
hom- bres pacíficos y honrados, aquí he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin
cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se
habrían aquietado en seis meses. (...) cortarle la cabeza cuando se le da alcance, es otro rasgo
argentino. El derecho no rige sino con los que lo respetan; los demás están fuera de la ley, y no tiene el
idioma en vano estas locuciones".
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CAPÍTULO II
cartas
"Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en es- tos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más
generosos y valientes que ha tenido la República
Argentina. El partido Federal tiene un nuevo mártir.
El partido Unitario tiene un crimen más que escribir en la
página de sus horrendos crímenes. El general Peñaloza ha
sido degollado (...) y su cabe- za ha sido conducida como
prueba del buen desem- peño del asesino, al bárbaro
Sarmiento. El partido que invoca la ilustración, la
decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos
a puñaladas".
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LA ARGENTINA MODERNA
Con respecto a territorios considerados argentinos que no estaban comprendidos dentro de las
provincias(generalmente ocupados por indígenas), se sancionó una ley de territorios na- cionales que
luego, en la medida en que se establecieron poblaciones permanentes con cier- ta importancia
económica, se fueron provincializando (el último territorio nacional provincia- Ezado fue el de
Tierra del Fuego, durante la presidencia de Alfonsín).
El problema pendiente de la
capital
Mitre estaba gobernando desde Buenos Aires, y necesitaba federalizarla no sólo para
solven- tar los gastos con los recursos de Aduana sino también para disponer de un espacio
público para las instituciones nacionales, pero no contaba con el apoyo de sus pobladores. Al no po-
der federalizar la provincia, hizo una ley de compromiso o residencia, mediante la cual se permitía
al gobierno nacional residir en la ciudad de Buenos Aires y recaudar los derechos de aduana, pero
debía remitir al gobierno provincial bonaerense el dinero necesario para su presupuesto anual;
asimismo éste continuaba teniendo tropas propias, destinadas a la defen- sa de la frontera con los
indígenas. Si bien este convenio era por cinco años, se prorrogó su vigencia hasta 1880.
En cuanto a las Aduanas, Mitre logró reformar la Constitución en 1866
nacionalizándolas de- finitivamente en todo el país.
3. La guerra contra el Paraguay
Las nuevas naciones no habían fijado por acuerdos precisos los límites
internacionales: no es- taba claro si el territorio del Gran Chaco y las Misiones occidentales correspondían a
Para- gay o a Argentina. Brasil, por su lado, tenía intenciones de legalizar su expansión sobre an-
nguos territorios paraguayos, y quería la libre navegación de la cuenca del Plata para poder
comunicar vía fluvial y marítima sus posesiones del Mato Grosso con la capital del Imperio. Cuando
el presidente uruguayo Bernardo Berro le solicitó ayuda al presidente paraguayo Francisco
Solano López para responder a la sublevación del liberal Venancio Flores (del partido colorado
uruguayo, que contaba con el apoyo de Brasil y de los liberales de Buenos Aires), Brasil vio
servida su oportunidad de expansión.
López gobernaba Paraguay desde 1862: Paraguay era un país económicamente sólido, sin dé- fcit
estatal (exportaba tabaco y yerba mate), con educación pública y un ejército numeroso; manteniendo
el monopolio estatal, había favorecido los adelantos técnicos, por lo que con- aba con un
ferrocarril, telégrafo, fundición de hierro, y estaban surgiendo las primeras indus-
as papelera y textil.
En septiembre de 1864 los brasileños habían iniciado la invasión al Uruguay, en apoyo al ge-
neral Venancio Flores. Mitre, de claras preferencias coloradas, hizo pública su neutralidad pa- no
provocar una nueva guerra civil en la Argentina, ya que el interior apoyaba al presi- dente
constitucional uruguayo, del partido blanco. Pero cuando López cruzó por la provin- ca de
Corrientes en 1865 para llegar a Uruguay (no eran limítrofes) sin esperar la autoriza- con de
Mitre, esto significó la declaración de guerra por parte de Argentina. Lopez iba a la guerra
apoyando a Berro, pero cuando éste debió renunciar tras ser vencido Paysandú, Paraguay perdió
su aliado, y quedó solo frente a la Triple Alianza formada un tratado entre Argentina, Brasil y
Uruguay (con su nuevo presidente, Venancio Flores).
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CAPÍTULO II
R.
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Concepció
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Marcha Ejército
Aliado
Marcha Ejército
Paraguayo
Muerte de
López 1-1870
Campamentos del
Ejército Paraguayo
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Belen Rincón Cué
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PARAGUAY
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Paraguay
BRASIL
Campamento de
López
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ARGENTINA
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Rendición
30-XII-186
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Paraguar
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Fernando
Cuartel general de
López
ARGENTINA
Actividades:
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Iguaz
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Urugua
y
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LA ARGENTINA MODERNA
Paraguay, donde. Mitre tuvo que superar dificultades de movilidad y abastecimiento en terre- nos
selváticos o con esteros; las malas condiciones sumadas al clima tropical, hicieron que el ejército
fuera diezmado por el cólera, la disentería y el paludismo. En el ataque a Curupaity los aliados
fueron tremendamente derrotados (4.000 bajas aliadas contra menos de cien pa- raguayos), pero
luego se rehicieron y comenzaron las victorias de la Triple Alianza. Con la masacre del pueblo
paraguayo, la guerra continuó con la gente que quedaba en pie, partici- pando inclusive niños de
doce años como soldados. Las fuerzas aliadas entraron en Asunción en enero de 1869, e instalaron un
gobierno pro-aliado. Pero recién un año más tarde, el 1o de marzo de 1870, es finalmente vencido y
muerto Francisco Solano López en Cerro Corá, junto con su hijo de quince años.
Numerosas personalidades de las letras condenaron la guerra sostenida contra el Paraguay: entre
ellos Juan Bautista Alberdi, Carlos Guido y Spano, Olegario Andrade; algunas publica- ciones
opositoras fueron clausuradas por “su apoyo evidente al enemigo”.
La mayoría del pueblo argentino estaba en contra de la guerra; para los rioplatenses, los ene- migos
históricos habían sido los brasileños, contra cuya expansión territorial se había lucha- do desde los
tiempos de la colonia, y no los paraguayos, que fueron considerados durante mucho tiempo
como integrantes de las Provincias Unidas. El ejército hacía levas en el inte- mor para tener soldados
para la guerra, pero muchas terminaban en fugas, por lo que se de- bian vigilar los contingentes, y
aplicar el fusilamiento de los desertores.
La política nacional en el interior generaba mucha disconformidad y hubo numerosas subleva- cones.
Felipe Varela, ex lugarteniente del Chacho, lanzó una proclama invitando a la rebelión en contra
del gobierno central (entre ellos, convocó a Urquiza, quien no concurrió; los federa- es no se lo
perdonarán). Mitre volvió del frente de lucha para sofocar la rebelión: los caudillos Sia y Rodríguez
fueron vencidos por Arredondo (abril de 1867), y Felipe Varela por Antonino Taboada en la batalla de
Pozo de Vargas, cerca de la ciudad de La Rioja. Tres años más tarde Varela muere en el exilio, en Chile.
Consecuencias de la guerra
Debido a esta guerra de exterminio, murió el 90% de la población masculina entre los 15 y
os 60 años de edad. Las enfermedades -el cólera, que se expandió durante los años 1867- 869, no sólo
por las provincias litorales sino también en el interior y en la frontera indíge- y la fiebre
amarilla, que se desató con una virulencia inusitada en 1871, diezmando la ciu- ad de Buenos Aires-
causaron más muertes que las producidas por los choques en la mis- guerra, y fueron su
consecuencia: se contagiaron las tropas, y se expandieron las epide- as por la contaminación de las
aguas del río debido a la cantidad de cadáveres, y por los brevivientes que regresaban del
campo de batalla.
Etratado de la Triple Alianza fijaba los nuevos límites de los países vencedores. Brasil se
propió del máximo de sus pretensiones. Argentina había reclamado todo el territorio al oes- e del
río Paraguay, hasta el límite norte con Brasil; sin embargo, los argentinos se mostraban
ergonzados por haber participado en esta guerra, por lo que el ministro de Relaciones Ex- ores de
Sarmiento, Mariano Varela, consideró que no debíamos sacar provecho. Estas eas dieron origen a la
"doctrina Varela": la victoria no da derechos (1869), que se tomó lue-
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CAPÍTULO II
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Nenia
De un verde ubirapitá mi
novio, que combatió como un
héroe en el Timbó, al
pie
sepultado está de un verde
ubirapitá.
go en el tratado de paz. La Argentina aseguró como propios los territorios de las actuales
provincias de Mi- siones, Chaco y Formosa (comarcas
reclamadas por ambos países).
Quedaban para lamentar -además de la masacre injus- ta del pueblo paraguayo y la destrucción de
su pujan- te economía- decenas de miles de muertos argentinos
y una gran deuda contraída. Por su parte, los liberales
festejaban el aniquilamiento de las montoneras federa-
les que había participado y perecido en la guerra.
Actividades:
a) Explica con tus palabras el poema
de Carlos Guido y Spano.
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CAPÍTULO
II
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LA ARGENTINA MODERNA
1878
2.547
toneladas
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Año 1890327.894
toneladas
£899
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Calle Esmeralda # 81 a 89
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REPUBLICA ARGENTINA
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Agricultura de la
CENTRO: Publicidad de un arado (1863). ABAJO: Portada de la publicación Anales de
República Argentina, Buenos Aires, junio
de 1875.
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CAPÍTULO
II
oro y cerrando el Banco de Londres. El gobierno inglés envió un buque de guerra al puerto de Rosario
mientras presionaba el abogado del Banco de Londres, Manuel Quintana (quien fue en 1904
presidente argentino ¿para cuidar nuestros intereses? postulado de una Junta de Notables).
Aunque el gobierno nacional protestó ante Inglaterra por este hecho, la cañonera recién fue retirada
cuando se le devolvió el oro al Banco de Londres y fue autorizado a rea- brir sus puertas.
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LA ARGENTINA
MODERNA
Los indios araucanos eran considerados por los criollos en general como el azote de las pam- pas. En
sus ataques infundían temor en los gauchos y en las milicias en general, por su cora- je
insuperable, su manejo de la lanza y su destreza como jinetes. La sociedad nacional pre-
sentaba en general a estos indios como invasores chilenos, cuando en realidad ellos no per-
menecían a la nación chilena ni a la argentina, sino a la mapuche o araucana: la división polí- ica
y geográfica de estos Estados no correspondía a los araucanos, que tenían otra cultura y
estaban siendo perseguidos por ambos gobiernos (L. Justo, 1979). Los caciques, por
ejemplo, se destacaban por su uso de la palabra, usada para negociar, arengar y persuadir.
La palabra estaba asociada muchas veces a lo sagrado, y debía ser convincente. Pero a muchos
dirigen- nes y terratenientes argentinos no les importaba esto, sino que algunos aprovechaban políti-
camente las alianzas con los indígenas, otros querían exterminarlos para obtener grandes ex-
ensiones de tierra para el proyecto agroexportador y obtener la paz, o los veían como mano de obra,
y apenas unos pocos los consideraban seres humanos diferentes.
La zanja de Alsina
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CAPÍTULO II
"Familia de un cacique pampa", de Carlos
E. Pellegrini, 1835.
La expedición de Julio A. Roca de 1879
El joven general Julio A. Roca, sucesor del fallecido
ministro Alsina, nunca había estado de acuerdo com una
política defensiva frente a los indios. La estrategia ofensiva
de Roca fue favorecida por distintos factores una epidemia
de viruela que diezmó a los indios, la co- municación brindada
por los recientemente instalados telégrafos, la extensión de
los ramales ferroviarios, y la importación de los fusiles
Remington. Su plan sistemá- tico de exterminio fue conocido con el
nombre de Conquista del Desierto. Antes de iniciar la gran
expe- dición conducida por él mismo, envió numerosas par-
tidas de desgaste con pequeños contingentes que ata- caban
las tolderías y poblados indígenas. En estas par- tidas se
logró tomar prisioneros a algunos caciques, co- mo
Pincén, Catriel y Epumer, y a numerosos capitane- jos,
así como matar a cientos de indígenas y tomar pri-
sioneros a 4.000, lo que desmoralizó a las debilitadas tribus
indígenas.
La expedición de Roca fue prácticamente un paseo
porque ya las tribus de la pampa estaban prácticamen-
te aniquiladas: la columna del mismo ministro no en- contró
un solo indio en todo su recorrido, "terminando su marcha con
el arribo teatral a las márgenes del río Negro, el 25 de mayo de
1879" (Liborio Justo, 1970). Las campañas prosiguieron más
al sur del río Negro y hacia la cordillera durante la presidencia de
Roca, en- tre 1881 (cuando el general Conrado Villegas
llegó al Nahuel Huapi) y 1885, año en que se declaró
finaliza- da la lucha.
as embestidas indígenas, y es probable que de allí se originara el nombre de la ciudad: Resis- encia.
En 1879 se fundó la ciudad de Formosa, y poco después se organizó una segunda ex- pedición contra
los indios chaqueños. Todas las incursiones tuvieron un alto costo para las tro- pas, debido a los
escollos que les presenta la naturaleza, y que juegan a favor de los indíge- mas por su mayor
conocimiento del medio; sin embargo, fueron exterminando de a poco a las comunidades y
prepararon el dominio del gobierno nacional sobre la región.
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