Los orígenes institucionales y la cuestión terminológica
La histoire du temps présent fue en su origen una iniciativa francesa. Fue en
Francia donde encontró sus primeras formulaciones conceptuales y, tam bién, las primeras materializaciones institucionales en sentido estricto. En buena parte, esto fue producto de unas circunstancias históricas propicias y de una tradición historiográfica que explicarían la primacía francesa en esos comienzos. Según han explicado algunos de sus introductores, la expresión «historia del tiempo presente» tuvo un origen coyuntural, impuesto por simples necesidades de diferenciación del trabajo dentro del estudio de la contemporaneidad y por la necesidad también de diferenciar esta de otras rotulaciones administrativas dadas anteriormente a organismos dedicados al estudio de la II Guerra Mundial, pero se ha convertido en la denomi nación «canónica». Volveremos luego sobre el problema del término y su adecuación. La tendencia historiográfica a interesarse cada vez más por el análisis de lo «muy contemporáneo» — una expresión francesa también— se vio incre mentada considerablemente después de la II Guerra Mundial, a medida que empezaron a manifestar su inutilidad los tenaces prejuicios que, desde finales del siglo XIX, impuso la historiografía de tradición positivista acerca de la his toria más reciente, o sea, la de la práctica imposibilidad de construirla por la falta de documentos, inexistencia de «perspectiva temporal» adecuada e im plicación personal del historiador. El convencimiento cada vez más claro de la necesidad de abordar la historia de la guerra mundial y sus consecuencias con un espíritu y unos métodos diferentes de los de la historiografía tradi cional y en unos términos distintos de los «oficiales», contribuyó en no poca medida a esa orientación. Ahora bien, semejante perspectiva, que ha hecho que se aborden por la investigación histórica específica multitud de asuntos de la vida social actual que poco antes en forma alguna podrían haber sido considerados «Historia», no ha conseguido aún, justo es decirlo, un desarro llo paralelo de los instrumentos de análisis en esa historiografía de lo «muy contemporáneo». Hoy todavía nos enfrentamos en este campo a problemas de acercamiento y de interpretación, sin duda, pero también epistémicos y metodológicos, de perceptible profundidad y dificultad. Tai vez, es la aparición de la propuesta de institucionalización de una Historia del Tiempo Presente la que mejor nos hace comprender el impacto que sobre las concepciones historiográficas vigentes^ tuvieron realidades históricas nuevas, surgidas, más o menos abruptamente, en los umbrales de la segunda mitad el siglo xx. De hecho, tanto la propuesta como el nombre original del proyecto, Historia del Tiempo Presente, fraguaron en el último cuarto del siglo, aunque, naturalmente, puedan rastrearse precedentes bas tante anteriores. El nacimiento de este nuevo horizonte historiográfico no puede desvincularse tampoco del decisivo cambio de época para la historia de la historiografía que se materializó en los años setenta del siglo XX. Sin embargo, los orígenes del término y los objetivos mismos que, en principio, se diseñaron para la Historia del Tiempo Presente se han revelado, quizá, más modestos y limitados de lo que esta situación histórica nueva ha demostrado después necesitar para su comprensión más completa. Se fundamenta este juicio en el hecho de que una historia enormemente cambiante y acelerada como la que caracterizó la segunda mitad del siglo xx no propiciase una historiografía suficientemente pertrechada para abordar con todas sus consecuencias un desarrollo donde la clave fue — y sigue sien do— la historia fluyente y que hasta momentos muy recientes no se tomase conciencia clara de la necesidad de enfocar con nuevos instrumentos del aná lisis histórico un cambio de la magnitud del producido a escala mundial por los sucesos del periodo 1989-1991 ^ Es preciso reconocer que el contenido de la historia del presente fue entendido al principio de forma bastante con vencional también, incluso por los propios impulsores de los primeros pasos, en Francia y en los demás países. François Bédarida, figura destacada entre los historiadores a quienes se debe el primer y más importante impulso institu cional para esta Historia del Tiempo Presente, habló en su momento, avanza dos los años setenta, de un objetivo limitado a las peculiaridades del periodo de la historia mundial comprendido entre los años treinta y los ochenta, para fundamentar sobre él la conceptuación de esa supuesta nueva historia. En algún sentido, la aceptada idea que puso en circulación Eric Hobsbawm de un «corto siglo xx», a pesar de su evidente acierto, marcha en esta misma dirección de exclusión de hecho del «tiempo presente» Ha tardado mucho en gestarse y difundirse la idea de que la «historia periodo» puede y debe ser superada y, lo que es más importante, que no constituye una categorización imprescindible de lo historiográfico. Pocos historiadores tomaron realmente en serio que el verdadero «tiempo presente» no puede ser entendido como un periodo más, en este caso el que correspondía al mundo posterior a 1945. De hecho, la historia del mundo en los años noventa, es decir, en la pos guerra fría, cuando las condiciones históricas que impuso el final de la guerra mundial habían empezado a experimentar una decisiva modificación, dispo ne de escasa bibliografía inequívocamente historiográfica, de nivel analítico adecuado, con análisis globales inspirados en una visión plenamente histó rica. Hasta ahora, la historia contemporánea del siglo xx suele cerrarse por los autores al comenzar la década de los noventa, aunque se trata, indudable mente, de una convención en retroceso. Abundan, ciertamente, los estudios sobre problemas y fenómenos concretos, pero por lo general no de carácter histórico ni producidos por historiadores. Historiar lo coetáneo ha sido hasta ahora una tarea tomada con exagerada cautela por los historiadores, que dando ocupado, con mucha más dedicación, el espacio histórico presente por el «periodismo de investigación» y sus sucedáneos, por los sociólogos empiristas y los analistas de la nueva cultura — desde lo laboral a lo sexual, pasando por lo político— , los encuestadores, los economistas, los politólogos y los antropólogos y, a veces, por los políticos en ejercicio o en el retiro, o sus asesores. Parecería, pues, como si en tal terreno nadie acusara la ausencia de la historiografía^. Fue en 1978 cuando se creó en París el centro llamado Institut d’Histoire du Temps Présent, enmarcado en el CNRS francés^. El primer número del Bulletin que el Instituto empezó a publicar apareció en junio de 1980. No deja de ser significativo, en todo caso, que el IHTP surgiese como la conti nuación o la transformación de dos entidades anteriores ligadas al estudio de la II Guerra Mundial, las que primitivamente se llamaron Commission d ’Histoire de l ’Ocupation et la Libération de la France (CHOLF) y después Co mité dHistoire de la Deuxième Guerre Mondiale. A este último precisamente, en su sección francesa, sustituyó el IHTP. El nombre dado al nuevo organis mo, según los testimonios que existen, no tenía un preciso contenido como propuesta de una historia nueva, más allá del significado que como tal tenía la propia historia del gran conflicto, sino que se trataba de evitar al empleo del rótulo «Historia Contemporánea» que se habría solapado con el nombre de otros centros de investigación ya existentes. Y es que el IHTP francés nació simultáneamente con otro centro de investigación histórica, el Institut d’Histoire Moderne et Contemporaine. Esta anécdota es fundamental para entender el nombre de «Tiempo Presente» que se adjudicó al que nos ocupa Parece, no obstante, que el proyecto fue coetáneo de otras proposiciones más audaces, y más fundadas, sobre lo que debería contener una «Historia del Presente» La idea de una historia de ese tipo apareció también en otros países después de la guerra mundial, con los nombres de Contemporary History, Zeitgeschichte, Current History, u otros referentes a desarrollos históricos más precisos, sin ninguna apelación de periodización específica, atendiendo más bien a crear instituciones centradas en el estudio de los grandes hechos históricos sucedidos en el periodo más conflictivo del siglo xx. En Italia pro- liferaron los estudios sobre el inmediato pasado fascista y en Alemania sobre la época del III Reich como temas centrales de esa nueva historia. Lo evidente es que en el nacimiento de la nueva historiografía, y en la concepción misma de un «tiempo presente» para la historia, la huella del gran conflicto mundial de la mitad del siglo xx ejerció una influencia decisiva. En el caso de España, cualquier posibilidad de desarrollo de ese tipo se encontraría trabada por la existencia del régimen franquista, que fundó de manera específica alguna ins titución oficial para el estudio de la guerra civil, en los años sesenta y donde circunstancias muy peculiares, como el gran exilio en el exterior o la penuria de una historiografía ligada en buena parte al régimen, hicieron imposible una empresa semejante. La iniciativa aparecida en Alemania tiene aspectos llamativos. Creación paralela allí al IHTP francés fiie el Institut für Zeitgeschichte, algo anterior en la fecha y con sede en Munich, que nació estrechamente ligado a las pecu liaridades de la historia alemana reciente. Su nacimiento fue más complicado que en Francia y su precedente fue un Instituto Alemán para el estudio de la Epoca Nacionalsocialista^^, pero el nombre derivó luego hacia la expresión Zeitgeschichte, que, al contrario de lo sucedido en Francia con la de Temps présent, que no fije discutida, sí indujo una polémica historiográfica^^. La institución francesa y la alemana son las dos únicas existentes hasta hoy, en lo que sabemos, que de manera programática están dedicadas a la historia del tiempo presente. Sin embargo, es preciso reconocer que ambas mantienen proyectos de investigación que no se refieren en sentido estricto a historias vividas sino a historias recientes, dos objetos que no siempre son coincidentes, cuestión sobre la que volveremos después. En Gran Bretaña se crearía en 1986 un organismo semejante, aunque no homólogo, el Institut of Contemporary British History, aun cuando en aquel país existían desde antes instituciones no propiamente universitarias para el fomento del estudio de la «historia reciente». Ese organismo llevó a cabo, entre otras, la iniciativa de la creación de los witness seminars, dedicados a la historia oral testimonial. Y en Italia se pondrían en marcha proyectos de una intención muy semejante En la historiografía del otro lado del Atlántico, donde el impacto historiográfico de la II Guerra Mundial fiie también impor tante, la renovación no trascurrió por la vía de la atención a la historia recién vivida, porque las tradiciones allí eran bien distintas. Caso peculiar también es el de la historiografía soviética en la que el estudio de la «Gran Guerra Patria» tuvo connotaciones estrechamente ligadas a la naturaleza misma del régimen soviético y a su decidido control de toda la producción historiográ fica. El nacimiento de una nueva historiografía tras la guerra mundial, ligada a ese evento mismo, fue, en definitiva, un fenómeno universal pero tuvo en cada caso muy diversas orientaciones y consecuencias En sus orígenes, por tanto, los centros dedicados a la historia que hemos llamado después «del presente» respondían al afán de dedicar una especial atención a la historia de la catástrofe europea y mundial de 1939-1945. Es taban marcadas, desde luego, por la intención de crear una parcela específica de la investigación histórica dedicada a la guerra y sus consecuencias. En cada país, ese empeñó derivó hacia el análisis de sus peculiaridades propias, y así, en el caso de Francia, la atención se polarizó prontamente hacia cuestiones muy particulares, como el régimen colaboracionista de Vichy, la Resistencia clandestina fi:ente a la ocupación nazi o, como en el de Alemania, hacia la explicación del nazismo, sus actuaciones y su significación en la historia ale mana. Todo ello, bajo el denominador común de «devolver» esta historia a los historiadores, de prescindir de los «comités» oficiales y de promover el uso masivo de la inmensa documentación existente. Una orientación que, evidentemente, no era posible en España con respecto a la guerra civil de 1936-1939, el suceso clave del siglo xx, bajo el régimen de los vencedores de ella'^ Los planteamientos originarios fiieron, en general, evolucionando. Desde la temática estricta referida a la guerra y todas sus implicaciones directas, se pasó al análisis de los grandes eventos de los años cincuenta y sesenta: las cuestiones coloniales y de la descolonización, los movimientos intelectuales, el crecimiento económico, las nuevas políticas, etc. Las huellas del con flicto de 1939 permanecían muy vivas, como demostró entonces y ahora la persistencia histórica, cultural y política del tema del Holocausto de los judíos centroeuropeos. Y todo ello en una historiografía que parecía poder alumbrar un nuevo paradigma metodológico basado en las nuevas posibili dades que aportaba el recurso a lo testimonial, a los testimonios vivos. La his toria del presente tendió así paulatinamente, aunque de manera muy tímida, a identificarse cada vez más con la «historia actual», con una historiografía plenamente ligada a la actualidad, aunque cargada siempre de una atención creciente a la memoria, cuando en su origen, como hemos visto, encerraba otras perspectivas. En bastantes ocasiones, no fueron las instituciones académicas espe cializadas las que apostaron por esa historia muy actual. El caso está ejem plificado bien en la colección de libros historiográficos «La Historia Inme diata» llevada adelante por el periodista Jean Lacouture, en los años sesenta, que se proponía hacer una historia de personajes vivos y de sucesos muy recientes prácticamente vividos por los lectores a los que se dirigían estas obras Lacouture, biógrafo de De Gaulle o de Ho Chi-Minh, entre otros, dio un paso que los historiadores no dieron, si bien el reto fiie recogido des pués por algunos autores que hicieron de la historia inmediata un proyecto de historia de «lo reciente» En sus diversas versiones nacionales, la trayectoria de la historia reciente hacia su formalización más o menos acabada y su paso a la enseñanza y la formación profesional de los historiadores ha sido tardía o muy tardía. En Francia, sólo en 1962 se impuso que los programas de enseñanza de la histo ria contemporánea llegasen a la II Guerra Mundial mientras que en España hay que esperar a 1967 para que el estudio de la guerra civil de 1936-1939 adquiriese estatus académico más honorable al incluirse en los programas de oposiciones al profesorado Más allá de ello, en Francia, el estudio autó nomo de la historia inmediata no se consagra hasta las reformas de los años 1982 y 1988 y en España hasta las reformas de los planes de estudio univer sitarios de los primeros noventa. En todos sitios, una de las rémoras más importantes con las que el pro yecto se enfrentó siempre fiie la práctica carencia de estudios rigurosos, dete nidos y bien pensados, sobre la naturaleza conceptual misma de esa historia nueva que habría de ocuparse del meollo cronológico del tiempo vivido, más allá de su mera referencia a una situación histórica que, por definición, afecta ba directamente a una parte mayoritaria de la población, y para cuyo estudio podía recurrirse al testimonio directo. La posibilidad real de hacer esa histo ria, su diferenciación con otros campos, su encaje dentro de las historiografías más «canónicas», su metodología, que necesariamente había de ser construida con instrumentos no convencionales, y la propia relevancia social e histórica de su aparición en un momento de profundo cambio, fueron asuntos que estuvieron, y siguen estando, necesitados de un trabajo persistente de defini ción y delimitación. Sin embargo, aunque señalar la escasez de estudios teóricos no equivale, de todas formas, a mantener la absoluta ausencia de ellos, pues existen ejemplos de lo contrario en Francia, Alemania y también en España, sí es ostensible su insuficiencia. Son raros los textos que se han adentrado en la discusión del problema mismo de la categorización del tiempo presente, al que nunca se ha prestado la atención que han tenido otros aspectos de la categorización del tiempo histórico u otros conceptos históricos importantes, como los de «modernidad», «contemporaneidad» o «posmodernidad», Renacimiento o Ilustración, por ejemplo. Tampoco han recibido atención los aspectos más estrictamente disciplinares, como los suscitados por la fijación de especiali dades relativamente nuevas, como la historia cuantitativa o la sociocultural. Se da el caso, además, de que, a veces, han sido historiadores que no han cultivado directamente este campo de lo presente los que han hecho las más atinadas observaciones sobre sus posibilidades y sus dificultades. Por todo esto, las reticencias e, incluso, los equívocos, no han dejado de manifestarse hasta hoy mismo En líneas generales, la profesión historiográ fica no entendió la orientación nueva, al menos al principio, sino como pro longación de una «historia contemporánea» ya cultivada desde antes. El más visible elemento real de distinción empezó siendo localizado, según hemos dicho, en la posibilidad del uso de recursos testimoniales de manera normali zada. De ahí que se entendiese que la clave real del tiempo presente era la po sibilidad de una historia basada en lafuente oraP-^. No obstante, siempre tuvo peso la duda surgida de la interrogación acerca del comienzo y del espacio cronológico en el que se desarrollaría una historia tal: ¿cuál es exactamente el campo cronológico del tiempo presente? De todas formas, si se aceptan con todas sus consecuencias las implicaciones de la idea de un presente histórico que es posible convertir en una historiografía normalizada, esa pregunta tiene escaso sentido. En efecto, el tiempo presente es una categoría ajena a la de periodo his tórico. Como habremos de ver después, desde el punto de vista conceptual los límites temporales de una historia del presente son el resultado de una decisión social, materializada por un proyecto intelectual concreto, ligada al fenómeno generacional y a la delimitación de la coetaneidad y, en su aspecto más técnico, a la posibilidad de captar un tiempo histórico homogéneo a par tir de un cambio significativo. En este último sentido, la historia del presente no puede basarse, como muestra el propio origen de su desarrollo actual, sino en la conciencia de un gran cambio, en la determinación del gran aconteci miento del que toda «época» parte o cree partir, ¿Quién puede dudar en los comienzos del siglo xxi que el gran acontecimiento de referencia es por ahora el cambio en el sistema mundial operado en 1989-1991, o que en el caso de España es todavía la trascendente mutación operada entre 1975 y 1982? Lo incuestionable es que hoy debemos seguir hablando de que el proyecto no tiene sus líneas fijadas y de que sigue siendo objeto de dudas y de reaco modaciones. Si se trata de la «historia vivida», de la «historia coetánea», lo que constituye, a nuestro modo de ver, la propuesta más nítida, el problema es el de la delimitación de sus más adecuados enfoques. G. Noiriel se ha referido a la colisión posible con los periodistas por parte de los historiadores, a la presión mediática y a los peligros que todo ello acarrea de rebajar improce dentemente el índice de rigor de cualquier investigación histórica sobre el presente Estas opiniones, y otras muchas semejantes, expuestas con mayor o me nor pretensión de autoridad, reflejan un desconocimiento preocupante de la verdadera entidad de la propuesta. Porque la consideración que debería servir de punto de partida para cualquier pronunciamiento es que la historia del presente ha sido, y sigue siendo, respuesta — cuya adecuación es otro proble ma— al impresionante cambio en las sociedades que sobrevivieron las catás trofes del siglo XX y a la continuidad de ese cambio hasta desembocar, hoy, en el gran tournantú que se asiste en el umbral del siglo xxi, particularmente bajo la forma del acceso a las sociedades de comunicación de masas y de la presencia tanto de nuevos problemas como del desequilibrio y amenaza de progresivo distanciamiento entre unas áreas y otras y entre las civilizaciones del planeta, que en la historia mundial de épocas anteriores tenía una tras cendencia muy distinta. Pero es indudable, asimismo, que buena parte de todas estas dudas y reticencias tienen como origen no ya las dificultades de definición conceptual, sino mayormente las posibilidades de su práctica tanto como el lugar a ocupar junto a otros empeños, no historiográficos, de explicar el presente. En definitiva, Francia, con el IHTP, y Alemania, con el Institut fur Zeit geschichte, son los únicos países donde hasta el día de hoy, con independencia de otras creaciones nacionales en curso, puede decirse que existen centros de investigación específicos dedicados a la historia del presente como objetivo central y ambos concentran sus trabajos en las temáticas que arrancan de la II Guerra Mundial y se adentran en los tiempos posteriores. Esta necesidad fáctica de arrancar de tal época continúa teniendo el inconveniente, sin em bargo, de propiciar la frecuente asimilación indebida entre una historia del presente y la «historia posterior a la II Guerra Mundial», con la derivación añadida de que, como ocurre en el caso español, se sustituye su nombre por el mucho más ambiguo y problemático de «historia del mundo actual» En distorsiones como éstas es donde se nota más la falta de una reflexión deteni da sobre la naturaleza específica de este proyecto. Junto al Bulletin que publica el centro francés citado, apareció la revista Vingtième Siècle, dirigida y alentada por Jean-Pierre Rioux, dedicada a estos temas, mientras que en Alemania se publican los Vierteljahrshefie flir Zeit geschichte, en Munich, donde se encuentra la sede del Instituto, que tuvie ron como editores a dos especialistas de la talla de Karl Dietrich Bracher y Hans-Peter Schwarz, desde que en 1988 se adentró en una nueva época. Esas publicaciones se han visto después acompañadas de algunas más dedicadas también específicamente a la historia del siglo xx.
La cuestión terminológica
Un segundo aspecto importante del asunto es el relacionado con el nombre
más adecuado para este pretendido nuevo objeto historiográfico. La cuestión terminológica suele considerarse, en muchas ocasiones, y no sólo en esta materia, una disquisición intrascendente, de ociosa discusión y hasta de con traproducente tratamiento. Podría interpretarse, en efecto, que se trata de un asunto menor, puesto que las rotulaciones empleadas no diferirían más que en SU capacidad mayor o menor de reflejar el propio objeto de estudio y al que no merecería la pena prestar mayor atención. Desgraciadamente, en esta discusión se implica un aspecto semántico nada despreciable, cuya trivialización puede conllevar no escasas consecuencias negativas de variada índole. El término que haya de emplearse para designar la historiografía del presente histórico no es in diferente. La realidad actual muestra, precisamente, cuánto puede determinar la orientación de esa historiografía el nombre con que se la designe. Desde los años setenta para acá se ha venido hablando de Historia del Tiempo Presente, del Presente, Inmediata, Reciente, Actual, Fluyente (Current) o Coetánea, presuponiendo que esos términos serían en líneas generales sinónimos y cuyos recovecos semánticos no afectarían, en todo caso, al fondo de lo estudiado. Pero no nos parece que deba minusvalorarse la posibilidad de tomar el asunto en serio, de manera más cuidadosa, entendiendo que los términos aplicados no son en manera alguna ni sinónimos ni inocentes y que su elección implica opciones de mayor calado. En el caso de existir un cierto consenso sobre el valor conceptual de la «historia del presente», el problema terminológico sería intras cendente; pero tal consenso no se corresponde con la situación actual. Es evidente que los términos o adjetivos inmediato, reciente, fluyente, presen te o, en definitiva, coetáneo, no tienen un significado análogo ni tampoco unívo co. Aun así, la cuestión terminológica tampoco tendría importancia decisiva si no fiiese porque está estrechamente ligada a la más rigurosa definición de la tarea de una historia de «lo fluyente», lo inacabado o lo que carece de perspectiva tempo ral, es decir, de una historia de los procesos sociales que están aún en desarrollo, y, también, de la coetaneidad del propio historiador, que son las dos cuestiones que creemos que se incardinan, de manera intrincada, en esta forma de historia y que debería recoger su denominación. El término, en todo caso no difundido en exceso, de Historia Reciente pa rece en la actualidad enteramente inadecuado No añade nada a la termino logía convencional, como ocurre también con el de Inmediata. Sin embargo, es cierto que los términos de la discusión han perdido, tal vez, sus aristas más agudas al imponerse generalmente las denominaciones Tiempo Presente / Zeitgeschichte, que parecen enteramente correctas. El problema es que tales términos dan cobijo de hecho a investigaciones históricas que difícilmente se adecúan a tal nombre. Siguen presentándose como historias «del presente» líneas de trabajo que realmente no lo son^^. Y, así, no sería improcedente una llamada de atención sobre la necesidad de pensar la denominación que reco gería con un más adecuado contenido semántico el proceso del presente his tórico. En nuestra opinión, la expresión que mejor reflejaría el espíritu de esta historia sería aquella que incluyera en su rotulación el término coetánea, por razones que se verán más claras en algunas partes posteriores de este texto. La idea de coetaneidad descansa sobre el presupuesto de que hay un esta dio, un modo, diferenciado del tiempo histórico en concreto que es el presen te. En su referencia social, y también en la psíquica, en la experiencia, la idea de presente en la historia sólo puede ser definida desde la de coetaneidad. Por ello, la Historia de lo Presente y la de lo Coetáneo podrían ser consideradas formulaciones prácticamente sinónimas. Pero la de coetáneo expresaría mejor la idea clave de esa coincidencia entre historia vivida e historia escrita, a la que nos referiremos después. La expresión coetáneo es antigua y de uso común, pero, desgraciadamente, contiene también condicionantes negativos que es preciso tener en cuenta. El adjetivo coetáneo tiene el problema práctico y nada baladí de la falta de correspondencia exacta de su uso en los idiomas más comunes. En francés o inglés no existe propiamente y su significación es re cogida por el término «contemporáneo», lo que tal vez es una de las claves de la necesidad de hablar de «tiempo presente» para distinguirlo suficientemente de la connotación de época histórica que tiene la palabra contemporáneo. La palabra existe en italiano {coetáneo) y, relativamente, en alemán {Gleichaltig, Zeitgen'óssich). Pero, en cualquier caso, la voz Zeitgeschichte tiene, sin duda, su mejor traducción como «historia coetánea» y no la literal absoluta mente indeterminada e inexpresiva de «historia del tiempo». Por su parte, la expresión «tiempo presente» resulta seguramente dema siado alambicada, retórica, y no está exenta en su origen de implicaciones ideológicas, como ha señalado sagazmente Michel Trebitsch^®. Aceptar esta rotulación sin más, aun reconociendo que es lo más fácil de hacer hoy, sig nificaría dar la impresión de aceptar las implicaciones exclusivamente fran cesas que, sin duda, contiene. A su vez, las rotulaciones ya mencionadas de Historia «Inmediata» o «Reciente», con la remisión de su significado al pasa do más cercano, no recogen bien el proyecto de historiar la vida coetánea. Pese a todo lo dicho, somos conscientes de que la ventaja, hoy por hoy, de la denominación historia delpresente, una vez descartada la artificiosidad de tiempo presente^"’, estriba en su corrección básica, en su mayor precisión, que sólo tiene ribetes de contradictoria en el lenguaje común que asimila historia a pasado, y en su posibilidad de ser vertida con facilidad a las lenguas más empleadas. Por ello nos pronunciaríamos, sin más, por el mantenimiento de esa expresión. En España, a su vez, las denominaciones menos afortunadas que circulan están relacionadas con otro hecho y, tienen, por desgracia, una clara relación con el intento, confesado o no, de delimitar parcelas de carácter gremial. La inadecuación de la denominación que circula aquí de Historia Actual para una empresa que se pretende análoga a la de historiar el presente parece incuestio nable, lo que no opta para que su uso, a partir de esa supuesta analogía, se ex tienda en nuestro país El término historia actual no resulta sólo inadecuado