Está en la página 1de 5

Las Bulas Alejandrinas

¿Por qué el desprestigio de Alejandro VI? Era un Borgia español, por lo tanto,
su apellido natal era Borja. Con este apellido se nos abre en la mente la idea
de corrupción, desenfreno, crímenes y toda clase de desmanes en una época
muy oscura del papado durante el Renacimiento. Alejandro VI nace como
Rodrigo Borja, en Játiva, Valencia. Fue cardenal de Valencia y desde 1472
tenía una relación muy estrecha con Isabel y Fernando –los luego llamados
Reyes Católicos– porque, como delegado papal en la Península Ibérica, por un
lado, facilitó la bula de dispensa para que pudieran contraer matrimonio siendo
primos segundos; y por otro, influyó en el reconocimiento como herederos del
trono castellano.
Fernando, agradecido, le dejó acaparar cargos eclesiásticos en su reino y le
otorgó cargos a sus hijos, entre estos, dos que tuvieron repercusión histórica: el
ducado de Gandía para uno, título que heredará su bisnieto Francisco, que
será el IV Duque de Gandía, luego el III Padre General de la Compañía de
Jesús, segundo sucesor de Ignacio de Loyola y, también, santo de la Iglesia,
como este. A otro hijo, César, Fernando le otorgará el arzobispado de Valencia.
Es el tristemente célebre César Borgia. Por si fuera poco, también es hija del
futuro Alejandro VI, Lucrecia Borgia. Las relaciones entre el padre y estos dos
hijos, uno de los casos más sórdidos que se pueden conocer en la historia.
Para beneplácito de Isabel y Fernando, Rodrigo Borgia fue elegido Papa el 11
de agosto de 1492, justo cuando Cristóbal Colón, que había salido de Puerto
de Palos el 3 de agosto, iniciaba su gran aventura que culminó con el
descubrimiento de América. Esta coincidencia fue como el presagio del enlace
que la reina Isabel la Católica iba a establecer entre el nuevo Pontífice y la
odisea americana.
Historia previa
Antes del descubrimiento de América, Portugal ya era un reino de navegantes
que habían ido costeando el continente africano y llegado hasta Asia. Por otra
parte, existía más o menos desde el siglo XI la teoría de raigambre medioeval,
que hoy nos parece extraña, de la supremacía papal sobre las islas, es decir,
que el representante de San Pedro era el único que podía otorgar, eso sí, a un
príncipe cristiano, la posesión sobre tierras de infieles. Portugal tenía ese
privilegio sobre las tierras hasta donde había llegado. Lógicamente, aunque el
reino de Portugal no había ayudado a Cristóbal Colón, a pesar de que le
solicitó ayuda y, en cambio, sí la obtuvo de España, cuando él descubre las
Indias Occidentales, el rey de Portugal pretende hacer valer sus derechos. Ni
cortos ni perezosos, Isabel y Fernando acudieron a Alejandro VI, quien no era
solo español, sino también un amigo personal. Los reyes querían garantizar los
derechos de España sobre las tierras descubiertas. Así, buscaron fundamentar
jurídicamente la incorporación de Las Indias a la Corona de Castilla y no solo el
derecho a ocupar estas, sino también las tierras que faltaren por descubrir.
Las Bulas Alejandrinas
A esta petición de los reyes de Castilla, Alejandro VI respondió con una serie
de documentos de carácter arbitral que otorgaron a Castilla el derecho a
conquistar la tierra nueva y la obligación de evangelizarla. Estos, que algunos
contabilizan como cuatro, mientras otros hablan de cinco, son las llamada
Bulas Alejandrinas. Quienes contabilizan cinco bulas señalan las siguientes:
I - Inter Coetera, llamada de Donación, está fechada el 3 de mayo de 1493. Por
medio de ella, el Papa concede a los Reyes de Castilla las tierras descubiertas
y por descubrir, hacia la India, que no pertenecieren a algún príncipe cristiano.
II - Inter Coetera, datada el 4 de mayo de 1493, es conocida como Bula de
Partición. Se le llama así porque divide el océano en dos partes, mediante una
línea de polo a polo trazada a 100 leguas al oeste de las islas Azores y Cabo
Verde; las tierras al occidente de esa frontera serán para Castilla y las del
oriente portuguesas.
III - Piis Fidelium, expedida el 25 de junio de 1493, es considerada bula
menor y está dirigida a fray Bernardo Boyl, y por ella se le dan facilidades para
ejercer su labor misionera.
IV - Eximiae Devotionis, datada el 3 de mayo y también bula menor, otorga a
los reyes católicos en sus territorios los mismos privilegios que a los reyes de
Portugal en los suyos.
V - Dudum Siquidem, bula menor, del 26 de septiembre de 1493, es conocida
como Ampliación de la Donación, porque amplía la concesión de la
primera, Inter Coetera, y señala que serán para los castellanos las tierras que
hubiera hacia la India.
Si hay documentos que hablan de cuatro bulas, es porque excluyen la III, Pies
Fidelium, quizás por considerarla un documento más bien personal.
En su libro Las Bulas Alejandrinas de 1493 y la teoría política del Papado
medieval. Estudio de la supremacía papal sobre las islas, 1091-1493, Luis
Weckmann señala que las Bulas Alejandrinas de Partición “constitu yen uno de
los eslabones fundamentales entre la Edad Media y la historia de nuestro
continente. De hecho, es posible referirse a las bulas como al primer
documento constitucional del Derecho Público Americano, y su importancia
crece aún si se recuerda que tales documentos constituyeron una de las bases
fundamentales, si no la base fundamental, sobre la cual España y Portugal
elaboraron pretensiones exclusivas de soberanía sobre América… Las Bulas
Alejandrinas no fueron destinadas a lo que hoy llamamos América… –aún no
se sabía que se trataba de un nuevo continente–. Las Bulas Alejandrinas son
desentrañables y comprensibles únicamente si se les considera por lo que son,
documentos medievales. Cualquier consideración sobre su significado, al
examinárseles aisladamente, pierde de vista el elemento tradicional que es el
meollo de todo documento Papal relativo a asuntos temporales”.
Fácilmente podemos ver que las bulas más importantes son, la primera, que es
una Bula de Donación, y la segunda, que es una Bula de Partición; añádase a
esta la quinta, que es una Bula de Ampliación de la Donación. Con la segunda
bula, Alejandro VI dividió el mundo en dos mitades. Es interesante anotar que
con la primera los reyes católicos no quedaron muy contentos, porque había
cierta imprecisión sobre los límites de la concesión para España. De allí vino
que el Pontífice corriera un poco más hacia el oeste el meridiano que dividía el
mundo, con el resultado de que entonces tocó a Portugal, lo podríamos llamar
un buen bocado de la América el Sur, que es justamente Brasil. Este “detalle”
tiene consecuencias no solo políticas e idiomáticas, sino también en la
evangelización –que fue bastante tibia– y el trato más desalmado a los
esclavos de origen africano que el dado en las provincias hispanas.
Juicio sobre los hechos
Las bulas nacen de un interés imperialista y económico. Isabel y Fernando
querían tomar posesión del Nuevo Mundo como extensión de su reino en
ultramar y para explotar las potenciales riquezas del mismo. Europa, después
de la peste y guerras interminables, estaba diezmada, empobrecida y
hambrienta. España no escapaba a este descalabro, de manera que no
podemos criticar del todo esta ambición de los reyes católicos. Viéndolo bien,
parece legítima. Como también que en los otros países europeos, en las
mismas condiciones, se despertaran ambiciones semejantes, claro, con la
desventaja de que España picó adelante e hizo valer su derecho de mecenas y
pionera del descubrimiento.
Otro aspecto es que los reyes de España, para lograr esas bulas, se valieron
del tráfico de influencias por relaciones personales y favores mutuos entre ellos
y el papa compatriota y amigo. Como también de juegos políticos. En un
principio, la preocupación espiritual no aparecía y, sin embargo –hay que
resaltarlo– el plan de Dios, a pesar de todo, se realizó, porque su representante
legítimo Alejandro VI, con todo lo indigno que era en lo personal, como Sumo
Pontífice tenía la inspiración del Espíritu Santo.
Al conceder las bulas impuso la obligatoriedad de la evangelización. Por eso,
se ratificó aquello de que Dios escribe derecho con renglones torcidos.
Finalmente, la rivalidad entre los monarcas españoles y portugueses, quedó
dirimida –al menos por un tiempo– por el Tratado de Tordesillas firmado por
ambas partes el 7 de junio de 1494.  
Resonancia histórica
Otros países europeos, como por ejemplo Inglaterra y Francia, nunca
aceptaron ni acataron estas bulas que los dejaban fuera de ese arbitrario
reparto del mundo. Sin embargo, para la América iberoamericana, su
conformación y su historia, las Bulas Alejandrinas dejaron su huella y ayudaron
a definir nuestra idiosincrasia.
Como las bulas concedieron a los reyes católicos, Isabel y Fernando, derecho
a conquistar y la obligación de evangelizar las tierras recién descubiertas, allí
donde el conquistador clavó el pendón español para tomar posesión del lugar,
también clavó la cruz. Esto tiene consecuencias positivas hasta hoy para la
unión de las diversas naciones del continente: nacieron con unidad la lengua y
unidad religiosa. Un continente homogéneo y compacto frente al mosaico de
variedades del continente europeo. En referencia solo al Occidente, porque el
Oriente es un rompecabezas de diferencias. Ni hablar de África y Oceanía.
La evangelización
Los conquistadores españoles cometieron muchos abusos, hasta la saciedad
se ha hablado de ello y no se puede negar que, en bastante medida, los
primeros en llegar fueron forajidos y aventureros sin escrúpulos, indeseables
en su país, cuya motivación para arriesgarse a venir en viaje de tan incierto
destino hacia lo desconocido, era la codicia y la ambición, amén de que no
tenían nada que perder porque en su patria todo lo tenían perdido. Sin
embargo, ha podido ser mucho más negativa y trágica la colonización
española, como fue en Asia y África la de ingleses, franceses, belgas y
portugueses, porque estos nunca se identificaron ni mezclaron con las
poblaciones indígenas. Un escritor francés dijo y con razón, cuando Francia
perdió sus colonias en Asia en el siglo XX y los franceses nacidos allí tuvieron
que salir como extranjeros malqueridos –igual les pasó en las colonias de
África– que el error de Francia era haber hecho de esas colonias su concubina
pero jamás su esposa legítima. En cambio, España de América sí hizo la suya,
como también de Filipinas, así, le dejó a estas naciones un perfil propio, una
manera de ser y padecer. Cuando se independizaron, sus hijos, aún los
nacidos en la península ibérica, no tuvieron que huir. No fueron víctimas del
odio.
¿Cuál fue la diferencia? No dudo en afirmar que fue la evangelización. Desde
el principio los misioneros se hicieron presentes. Su labor frenó el desenfreno
de los conquistadores. Sin ellos, nuestra historia hubiera sido mucho más
dolorosa y sangrienta. Los misioneros quizás cometieron torpezas cónsonas
con la rudeza, un tanto atrasada, dentro del contexto histórico de ese momento
en su país natal, pero su labor marcó estas tierras hasta en lo geográfico.
Venezuela, por ejemplo, pudo probar sus fronteras hasta donde habían llegado
las misiones. Y el pueblo venezolano –algo digno de destacar– si bien exclama
palabras groseras, jamás maldice ni blasfema, más bien bendice tanto ante lo
bueno como ante lo malo: ¡Bendito sea Dios! ¡Por Dios…! ¡Virgen
Santísima! Es otra huella importante de una evangelización que buscó la
superación de un pueblo primitivo –por eso más inocente y maleable que
quienes los invadían– no solo en lo espiritual, sino también en el lenguaje, para
que no se contagiara del poco ejemplar de sus conquistadores.
El continente de la esperanza
No escapó al agudo entendimiento del futuro san Juan Pablo II, cuando hizo
presencia en  Iberoamérica, que en ella había algo distinto al cansado
cristianismo europeo. Pocos años antes, en un congreso de medios visuales y
evangelización, en Munich, un joven monseñor italiano, que había llevado un
mensaje de Pablo VI a dicho congreso, les decía a una monja y una seglar
venezolanas, participantes en este, más o menos lo mismo y, con una cierta
envidia, como lo manifestó, las felicitaba por pertenecer a un continente con
una fe católica activa. Algo muy cierto, si bien a veces se manifiesta en una
religiosidad popular con tintes de superstición, superados estos por una piedad
sincera, espontánea y un sano sincretismo propiciado por los misioneros.
Como Sumo Pontífice, Juan Pablo II pisó por primera vez el mundo
iberoamericano en México, apenas iniciando su pontificado y volvió varias
veces. Desde ese primer momento quedó maravillado y conquistado. En el país
azteca –quizás como en ningún otro en América– encontró un catolicismo vivo,
ardiente, dinámico, no en vano esa nación había sufrido en el siglo XX la feroz
persecución religiosa que provocó la revolución mexicana. La sangre de sus
numerosos mártires fertilizó la tierra y la fe retoñó más fuerte y espléndida,
amparada bajo el manto de su patrona Nuestra Señora de Guadalupe.
Pero no solo en México encontró Juan Pablo una aurora de esperanza para la
fe. Recorrió todo el continente en emotivas visitas y los pueblos
iberoamericanos respaldaron con su presencia multitudinaria y cálida acogida
los numerosos actos donde el futuro santo fue a encontrarse con ellos. Él se
entregó íntegro y entusiasta a su misión evangelizadora y América le
respondió. Fortalecido en su propia fe, vislumbró un porvenir: los católicos
iberoamericanos, hijos y herederos de los evangelizadores europeos de siglos
atrás, yendo de regreso a la debilitada madre Europa para re-evangelizarla y
sacarla a flote. Entonces acuñó un nuevo nombre para esta parte del mundo: El
continente de la esperanza.

También podría gustarte