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Viaje Lingüistico
1. Visión del turista. El turista en Méjico
Un español, que ha pasado muchos años en los Estados Unidos lidiando
infructuosamente con el inglés, decide irse a Méjico, porque allá se habla
español, que es, como todo el mundo sabe, lo cómodo y lo natural. En seguida
se lleva sus sorpresas. En el desayuno le ofrecen bolillos. ¿Será una
especialidad mejicana? Son humildes panecillos, que no hay que confundir con
las teleras, y aun debe uno saber que en Guadalajara los llaman virotes y en
Veracruz cojinillos. Al salir a la calle tiene que decidir si toma un camión (el
camión es el ómnibus, la guagua de Puerto Rico y Cuba), o si llama a un
ruletero (es el taxista, que en verdad suele dar más vueltas que una ruleta). A
no ser que le ofrezcan amistosamente un aventoncito (un empujoncito), que es
una manera cordial de acercarlo al punto de destino (una colita en Venezuela,
un pon en Puerto Rico). Si quiere limpiarse los zapatos debe recurrir a un
bolero, que se los va a bolear en un santiamén. Llama por teléfono, y apenas
descuelga el auricular oye: «¡Bueno!», lo cual le parece una aprobación algo
prematura. Pasea por la ciudad, y le llaman la atención letreros diversos: «Se
renta», por todas partes (le recuerda el inglés torent, y comprende que son
locales o casas que se alquilan); «Ventas al mayoreo y menudeo» (lo de
mayoreo lo entiende, pero le resulta extraño), «Ricas botanas todos los días»
(lo que en España llaman tapas, en la Argentina ingredientes y en Venezuela
pasapalos). Ve establecimientos llamados loncherías, tlapalerías (especie de
ferreterías), misceláneas (pequeñas tiendas o quincallerías) y atractivas
rosticerías (conocía las rotiserías del francés, pero no las rosticerías, del
italiano). Y un cartel muy enigmático: «Prohibido a los materialistas estacionar
en lo absoluto» (los materialistas, a los que se prohíbe de manera tan absoluta
estacionar allí, son en este caso los camiones, o sus conductores, que
acarrean materiales de construcción). Lo invitan a ver el Zócalo, y se encuentra
inesperadamente con una plaza, que es una de las más imponentes del
mundo. Pregunta por un amigo, y le dicen: «Le va muy mal. Se ha llenado de
drogas.» Las drogas son las deudas y, efectivamente, ayudan a vivir, siempre
que no se abuse. Le dice al chofer que lo lleve al hotel, y le sorprende la
respuesta:
—Luego, señor.
—¡Cómo luego! Ahora mismo.
—Sí, luego, luego.
Está a punto de estallar, pero le han recomendado prudencia. Después
comprenderá que luego significa «al instante». Le han ponderado la exquisita
cortesía mejicana, y tiene ocasión de comprobarlo:
—¿Le gusta la paella?
—¡Claro que sí! La duda ofende.
—Pos si no tiene inconveniente, comemos una en la casa de usted.
No podía tener inconveniente, pero le sorprendía que los demás se convidaran
tan sueltos de cuerpo. Encargó en su hotel una soberbia paella, y se sentó a
esperar. Pero en vano, porque los amigos también lo esperaban a él, en la
casa de usted, que era de ellos. La gente lo despedía: «Nos estamos viendo»,
lo cual le parecía una afirmación obvia, pero querían decirle: «Nos volveremos
a ver.» Va a visitar a una persona, para la que lleva una carta, y le dicen: «Hoy
se levanta hasta las once.» Es decir, no se levanta hasta las once. Aspira a
entrar en el Museo a las nueve de la mañana, y el guardián le cierra el paso,
inflexible: «Se abre hasta las diez» (de cómo en la vida se puede prescindir del
antipático no). Oye con sorpresa: «Me gusta el chabacano» (el chabacano,
aunque no lo parezca, es el albaricoque). Abre un periódico y encuentra títulos
a tres y cuatro columnas que lo dejan atónito: «Sedicente actuario que comete
un atraco» (el actuario es un funcionario público), «Para embargar a una
señora actuó como un goriloide» (como un bruto), «Devolverán a la niña
Patricia. Parecen estar de acuerdo los padres y los plagiarios» (los plagiarios
son los secuestradores), «Boquetearon un comercio y se llevaron 10.000
pesillos» (boquetear es abrir un boquete), «Después de balaceados los llevaron
presos» (la balacea es el tiroteo), «Se ha establecido que entre los occisos
existía amasiato» (es decir, concubinato). Pero el colmo, y además una afrenta
a su sentimiento nacional, le pareció el siguiente: «Diez mil litros de pulque
decomisados a unos toreros.» El toreo es la destilería clandestina o la venta
clandestina, y torero, como es natural, el que vive del toreo.
Nuestro turista se veía en unos apuros tremendos para pronunciar los nombres
mejicanos: Netzahualcóyotl, Popocatépetl, Iztaccíhuatl, Tlalnepantla y muchos
más, que le parecían traba-lenguas. Y sobre todo tuvo conflictos mortales con
la x. Se burlaron de él cuando pronunció Méksico, respetando la escritura, y
aprendió la lección:
—El domingo pienso ir a Jochimilco.
—No, señor, a Sochimilco.
Se desconcertó de nuevo, y como quería ver la tan ponderada representación
del Edipo Rey, le dijo el ruletero:
—Al Teatro Sola.
—¿Qué no será Shola?
¡Al diablo con la x! Tiene que ir a Necaxa, donde hay una presa de agua y, ya
desconfiado, dice:
—A Necaja, Necasa o Necasha, como quiera que ustedes digan.
—¿Qué no será Necaxa, señor?
¡Oh sí, la x también se pronuncia x! No pudo soportar más y decidió marcharse.
Los amigos le dieron una comida de despedida, y sentaron a su lado, como
homenaje, a la más agraciada de las jóvenes. Quiso hacerse simpático y le
dijo, con sana intención:
—Señorita, usted tiene cara de vasca.
¡Mejor se hubiera callado! Ella se puso de pie y se marchó ofendida. La basca
es el vómito (claro que a él a veces le daban bascas), y tener cara de basca es
lo peor que le puede suceder a una mujer, y hasta a un hombre.
Nuestro español ya no se atrevía a abrir la boca, y eso que no le pasó lo que
según cuentan sucede a todo turista que llega a tierra mejicana. Que le
advierten en seguida: «Abusado, joven, no deje los velices en la banqueta,
porque se los vuelan» (abusado, sin duda un cruce entre avisado y aguzado,
equivale a ¡ojo!, ¡cuidado!; los velices son las maletas; la banqueta es la acera,
y se los vuelan, bien se adivina). Nuestro español lió los petates y buscó
refugio en mi tierra venezolana.
2. El turista en Caracas
Aquí comienza el segundo acto de su drama. Ya en el aeropuerto de
Maiquetía, le dice un chofer:
—Musiú, por seis cachetes le piso la chancleta y lo pongo en Caracas (musiú
es todo extranjero, aunque no precisamente el de lengua española, y su
femenino es musiúa; los cachetes, que también se llaman carones, lajas,
tostones, ojos de buey o duraznos, son los fuertes o monedas de plata de cinco
bolívares; la chancleta, o chola, es el acelerador).
El chofer que lo conduce exclama de pronto: «Se me reventó una tripa.» El
automóvil empieza a trastabillar, y por fin se detiene. Pero no es tan grave: la
tripa reventada es la goma o el neumático del carro, y tiene fácil arreglo. El
chofer, complacido y campechano, lo tutea en seguida y le invita a pegarse
unos palos, que es tomarse unos tragos, para lo cual se come una flecha, es
decir, entra en una calle contra la dirección prescrita.
Nuestro turista llega finalmente a Caracas, y comienzan sus nuevas
desazones, con los nombres de las frutas (cambures, patillas, lechosas,
riñones), de las comidas (caraotas, arepas, ñame, auyama, mapuey), de las
monedas (puyas o centavos, lochas o cuartillos, mediecitos, reales). Oye que
una señora le dice a su criada:
—Cójame ese flux, póngalo en ese coroto y guíndelo en el escaparate (el flux
es el traje; un coroto es cualquier objeto, en este caso una percha; guindar es
colgar y el escaparate es el guardarropa o ropero).
A nuestro amigo español lo invitan a comer y se presenta a la una de la tarde,
con gran sorpresa de los anfitriones, que lo esperan a las ocho de la noche (en
Venezuela la comida es la cena). Le dice a una muchacha: «Es usted muy
mona», y se lo toma a mal. Mona es la presumida, afectada, melindrosa.
Escucha, y a cada rato se sorprende: «Está cayendo un palo de agua»,
«Fulano de tal pronunció un palo de discurso», «Mengano escribió un palo de
libro», «Zutano es un palo de hombre». Y el colmo, como elogio supremo: «
¡Qué palo de hombre es esa mujer! » Pero lo que le sacó de quicio fue que
alguien, que ni siquiera era muy amigo suyo, se le acercara y le dijera con voz
suave e insinuante:
—Le exijo que me preste cien bolívares.
—Si me lo exige usted —exclamó colérico—, no le presto ni una perra chica. Si
me lo ruega, lo pensaré.
No hay que ponerse bravo. El exigir venezolano equivale a rogar
encarecidamente (el pedir se considera propio de mendigos, y la exigencia es
un ruego cortés). Además, le exasperaron las galletas, más propiamente las
galletas del tráfico (los tapones de Puerto Rico), las prolongadas y odiosas
congestiones de vehículos (el engalletamiento caraqueño puede alcanzar
proporciones pavorosas). Y como le dijeron que en Colombia se hablaba el
mejor castellano de América, y hasta del mundo, allá se dirigió de cabeza.
3. El turista en Bogotá
Por las calles de Bogotá le sorprenden en seguida los gamines o chinos, los
pobres niños desharrapados. Y la profusión de parqueaderos, donde parquean
los carros, es decir, estacionan los automóviles, y las salsamentarias, mezclas
de salchicherías y resposterías, indudablemente de origen italiano. Le ofrecen
unos bocadillos, y se encuentra con unos dulces secos de guayaba. Llaman
monas a las mujeres rubias, aunque sean más feas que tropezón en noche
oscura. Pide un tinto y le dan, no el esperado vaso de vino, sino un café negro:
«¿Le provoca un tinto?» O bien le ofrecen un perico, que es un pequeño café
con leche (el marroncito de Venezuela, el cortado de Madrid). Quiere entrar en
una oficina y golpea discretamente con los nudillos. Le contestan
enérgicamente:
-¡Siga!
Se marcha muy amoscado, pero salen diligentemente a su encuentro. Siga
significa «pase adelante». Un alto personaje se excusa de no atenderlo
debidamente: «Estoy muy embolatado con el trabajo» (enredado, hecho un lío).
Para limpiarse los zapatos tiene que recurrir, no a un bolero como en Méjico,
sino a un embolador, que se los embola por cincuenta centavos. La gente dice
a cada paso con la más absoluta inocencia: «Fulano, o Fulana, no me pone
bolas» (es decir, no me presta atención). Y oye un continuo revolotear de alas:
«¡Ala!, ¿cómo estás?», «¡Ala, pero vos sos bobo! », «¡ Ala, esa chica es
bestial! » (bestial quiere decir atractiva o magnífica), «¡Ala, pero qué vieja tan
chusca!» (lavieja tan chusca es una niña de unos quince años, bien graciosa),
« ; Ala, pero qué chisga! » (lachisga es la ganga), «¡Alita, pero fijáte y verés!»
(son las formas del voseo bogotano). Una persona envía a otra saludes. Y dos
amigas se despiden: «¡Que me pienses!», «¡Piénsame!» Habla de un niño y
explica: «Era así de alto» (pone la mano horizontal a la altura del pecho). Pero
no les gusta, porque de ese modo se habla generalmente de un animal. Para
especificar la altura de una persona lo corriente en Bogotá es extender la
palma de la mano en posición vertical, pero de canto. En Méjico se llega en
este terreno aún a mayor sutileza.
4. El turista en Buenos Aires
No tiene suerte en Bogotá, a pesar de que la gente es servicial, y perdido por
perdido decide irse a Buenos Aires, donde es fama universal que se habla el
peor castellano del mundo. Efectivamente, le asombró tanto che, tanto chau,
tanto vos, tanto tarado, tanto avivato, tanto atorrante, tanta macana. Pero
después de su dura experiencia no le pareció peor ni mejor castellano que el
de otras partes. El habla de Buenos Aires suele provocar la estupefacción de
los turistas. Un periódico recogía hace años el siguiente relato, que está
enteramente dentro de esa visión:
Ayer, justamente, hablando con un señor extranjero recién llegado al país, nos
decía que, a pesar de poseer correctamente el castellano, le resultaba casi
imposible andar por nuestras calles sin utilizar los servicios de un intérprete. Ya
al bajar del vapor se le había presentado el primer inconveniente idiomático. Al
preguntar cómo podía trasladarse a la casa de un amigo, al cual venía
recomendado, un muchacho le respondió:
—Cache el bondi… [es decir, coja el tranvía, del italiano cacciare y el brasileño
bondi], y le dijo un número.
Poco después sorprendió esta conversación entre algunos jóvenes, al parecer
estudiantes, por los libros de texto que llevaban bajo el brazo:
—Che, ¿sabes que me bochó en franchute el cusifai? [=me suspendió en
francés el tipo ese].
—¿Y no le tiraste la bronca?
—Pa’qué… Me hice el otario… En cambio me pelé un diez macanudo…
—¿En qué?
—En casteyano…
Las aventuras de su español le enseñaron a nuestro turista la discreta virtud
del silencio. En Buenos Aires aprendió a agarrar el tranvía, como en Venezuela
a botar la colilla y en Méjico a pedir blanquillos. En Buenos Aires un amigo le
dio una extensa lista de palabras que no se pueden pronunciar en buena
sociedad o en presencia de damas, y fue contraproducente, pues las
expresiones más anodinas se le contaminaban de mala intención (en ese
terreno es preferible la más absoluta ignorancia, o inocencia). Ya en Venezuela
le habían aconsejado no preguntar a nadie por su madre (hay que preguntar
por su mamá, hasta a un anciano) y contado que en los colegios ni siquiera se
puede mencionar la isla de Sumatra, porque los alumnos contestan
automáticamente: «¡La sutra!»
5. El turista, de regreso en España
Conviene advertir que nuestro turista no ha hecho turismo por España. Porque
si hubiera recorrido las distintas regiones de la Península hubiera encontrado
parecidos motivos de asombro. Contaba Unamuno que una persona había
visto, en una población de Andalucía, el siguiente letrero: «K PAN K LA». No
podía entenderlo, pero era muy sencillo: capancalá, cal para encalar. Me
cuentan otros dos episodios. Una señora de Málaga, muy fina, da a sus amigas
de Madrid la receta de una tarta: «Tanto de leche, tanto de huevos, tanto de
azúcar… y harina, la carmita». Al día siguiente la llaman por teléfono: «Harina
la Carmita no se encuentra en los ultramarinos». ¡Qué se iba a encontrar! La
carmita es «la que admita». Y durante la última guerra, en Antequera, entraban
los parroquianos en una tienda de comestibles y preguntaban esperanzados: «
¿Hay café?» El dependiente contestaba, con su acento andaluz: «No;
sebátostá». Si se iba a tostar, valía la pena quedarse, y así se formó una larga
cola. Al llegar al mostrador reclamaba cada uno: «¡ Pero esto no es café! » Y
él, sin apearse de su acento, contestaba imperturbable: «Ya se lo dije a usté:
sebátostá», Les daba efectivamente ceba tostá, es decir, cebada tostada.
El turista español que recorre Hispanoamérica no sabe por lo común que la
chulería madrileña tiene tradicionalmente su habla especial, bien pintoresca,
que a veces ha servido de deleite al público de los teatros. En el último tiempo
las hablas especiales de ese tipo han rebasado sus viejas fronteras. La nueva
juventud, frecuentemente rebelde, con o sin causa, aspira también a tener su
propia habla, acuñada en los colegios, cafés y tabernas. ¿No llama el fósil al
padre? Un cronista de nuevas escenas matritenses —estamos siempre dentro
de la visión turística— recoge, en la terraza de un café elegante, diálogos como
los siguientes:
—¿Quemasteis mucho caucho?
—Coronamos Perdices a ciento veinte.
—¡Huy, qué piratas!
Hablaban de sus hazañas automovilísticas. Se acerca el camarero, y le piden:
—Sorpréndame con un vidrio.
—Castígueme la Pepsi con yin.
—Insístame en oro líquido con burbujas.
Lo cual debe ser un whisky con gaseosa o soda. La niña pide un cigarrillo; y en
seguida, que se lo enciendan:
—Ponme fumando.
—Incinérame el cilindrín.
Luego un intercambio de piropos:
—Estás canuto con ese traje marengo.
—Estás maizal, Chami.
Después de lo cual se marchan a tumbar la aguja (del velocímetro,
naturalmente). ¿Puede uno asombrarse entonces de que los cocacolos y las
colcanitas de Bogotá o los pavitos de Caracas tengan su jerga especial, o que
haya un argot del tango y de los sainetes criollos? Y en cuanto a tabú verbal,
los franceses, tan aristocráticos en el manejo de su lengua, aunque también
más desenfadados que nosotros en cierto sentido, ¿no han «convertido en
fango» palabras tan limpias como fille o baiser? No creo que la pudibundez
hispanoamericana haya llegado nunca a tal extremo.
Además, si el turista, después de los años de dura prueba pasados en
América, regresa esperanzado a España, se encuentra también con una serie
de desencantos. Ni siquiera su lengua española es igual a la que él dejó. La
gente come, sin reparos, hamburguesas y perritoscalientes (¡qué horror!), y
aparca sus coches. Los muchachos tienen su romance o su ligue («Inesita
tiene un ligue»), y se perecen por los posters y las películas de suspense. La
radio, la televisión, el periódico, lo exasperan a cada rato. Las señoras sueltan
unas expresiones que antes ruborizaban a los cocheros. ¿No está la lengua en
grave peligro? A cada paso se encuentra con expresiones que no conocía, o
que antes tenían un ámbito más bajo o más limitado. «Esto no pita», se dice de
lo que no marcha bien o no sirve. «Se armó un folklore», quiere decir que hubo
un alboroto o un cisco. «¡Es de miedo!» o «¡Es de pánico!» se dice de una
mujer que impresiona por su belleza (o de cualquier cosa admirable), o bien
«¡Está como un tren!». El rollo ha sustituido en gran parte a la lata: «Soltó un
rollo espantoso», «¡Menudo rollo me colocó! » (elrollista está ocupando el lugar
del pelmazo). O bien: «¡Vaya reóforo! » «Fulano me cae gordo», se dice del
antipático. «¡Vaya paquete!» o «¡Menudo paquete!», se exclama ante un
encargo fastidioso. «Ahora nos traen la dolorosa, ¡y a retratarse!», dice alguien
en la mesa del restaurante (la dolorosa es la cuenta, y retratarse es pagar).
«Fulano les da sopas con onda», quiere decir que supera con mucho a los
demás (en unas oposiciones o en cualquier competencia). La presunción ha
adquirido rica terminología: «Fulanita farda un quilo», «Eres un fardón», «¡Qué
fardón estás!», «¡Menudo farde!» Y ha surgido un okey vernáculo, que se repite
hasta la saciedad: ¡Vale! Y el chalequear, el incordiar y el chequear. Y la
profusión de estraperlos, gamberros, guateques, haigas, hinchas o forofos,
niñas Popoff, topolinos (una topolino), machos o machotes y maromos.
Obsérvese que al menos los guateques, los hinchas, las niñasPopoff y los
machos representan una rica contribución hispanoamericana.
Desconfiemos, pues, de la visión del turista. El turista anda por el mundo con la
boca abierta y sólo ve u oye lo diferencial, lo extraño, lo insólito. En su propia
tierra vive por lo común sin ver nada, impermeable a lo que pasa a su
alrededor, y a su alrededor también pasan siempre cosas extraordinarias. Pero
apenas sale por el mundo lleva su provisión de radar, unas largas antenas y un
precioso aparato fotográfico o cinematográfico que lo registran todo. Y a veces
percibe lo que nadie más que él ha podido notar. Un turista que estuvo en
Caracas vio efectivamente en un escaparate: «Un jamón: 300 bolívares.» Se
marchó horrorizado de los precios, en lo cual no le faltaba razón. Pero un
jamón significa una ganga, y lo que ofrecían por ese precio era una máquina de
escribir.
Ángel Rosenblat, Nuestra lengua en ambos mundos, 1971
 
Actividades
En el texto “Viaje lingüístico”:
1. Sintetiza el tema del texto en una oración.
2. ¿Cuántos dialectos aparecen? Anótalos en tu carpeta junto a un ejemplo para
cada uno.
3. ¿Qué tipos de sociolectos puedes reconocer en el texto? Ejemplifica.
4. ¿Cuáles son los cronolectos que aparecen en el texto? Da un ejemplo en cada
caso.
5. Las siguientes expresiones pertenecen a la lengua no escolarizada. Escriban al
lado la forma escolarizada.
 
Hubieron lluvias en el sur:
Compré un sartén:
Estea o no estea en su casa, vamo lo mismo:
Sientensén correctamente:
Dame la cortapluma, el sacacorcho y la paragua:
Haiga o no haiga cosecha, nos vamos:
Si saludaría, no me enojaría:
¿Por qué no me saludastes?:

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