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Una sorprendente encíclica humanista

La Gaceta de los Negocios

Alejandro Llano

11/07/09

Un nuevo llamamiento a la ampliación de nuestro concepto de razón

La primera encíclica social de Benedicto XVI constituye un documento de gran profundidad y largo alcance.

Caritas in veritate presenta un panorama de gran angular. No consiste en una mera consideración piadosa, ni

en una requisitoria moralizante, ni en una colección de recetas técnicas. Nos propone una versión articulada del

desarrollo, realizada desde una insólita síntesis humanista. Estamos —advierte el Pontífice— ante “un mundo

que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo”. La propia crisis

actual nos impulsa a revisar nuestro camino y abre dramáticamente un espacio para “discernir y proyectar de

un modo nuevo”.

Desde la articulación teológica del amor y la verdad, este documento se eleva por encima de ideologías y

tecnicismos. Es una encíclica postideológica y, en el buen sentido de la palabra, postmoderna. Por ejemplo,

sólo alude una vez al capitalismo para adjetivar la actitud de un tipo defectuoso de empresarios; mientras que al

comunismo y al socialismo ni los menciona. Estamos en otro nivel y en otra fase histórica. Ahora ya “no basta

progresar sólo desde el punto de vista tecnológico y económico”, porque semejante metodología utilitarista y

miope nos ha llevado a un callejón sin fácil salida. En concreto, el escándalo mundial de las disparidades

hirientes, denunciado hace más de 40 años por Pablo VI en la Populorum progressio, se ha agudizado en

algunos aspectos, aunque se haya paliado en otros. Nos encontramos en una situación inédita, caracterizada

por una globalización ambivalente y por un drástico cambio en las relaciones políticas y comerciales.

La desregularización generalizada provoca ahora formas de inestabilidad psicológica que están dañando a la

familia y produciendo deterioro humano y desperdicio social. El propio paro, que tan gravemente afecta a los

españoles, genera una desvalorización social del desempleado, que ve cómo se anquilosa su creatividad.

Especialmente ahora, es preciso tener en cuenta que “el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es

el hombre, la persona en su integridad”.

La progresiva mercantilización de los intercambios sociales ha provocado simultáneamente dos graves


fenómenos que afectan a las raíces culturales de los pueblos: el relativismo cultural y el desprecio de la propia

cultura. Ambas variantes de la presente decadencia espiritual coinciden en ignorar que el fundamento común a

todas las formas de interpretar el mundo no es otro que la naturaleza humana, de la que casi nadie se atreve a

hablar.

Minusvalorar la cultura abre camino al desprecio de la vida, olvidando que el entrelazamiento fecundo de las

vidas humanas es el radical nacedero del dinamismo social. La difusión de una mentalidad antinatalista, en la

que aún se empecina el Gobierno español, apaga la motivación y la energía necesarias para remontar una

situación económica que, no casualmente, se halla entre las peor preparadas para salir de la crisis.

Toda acción social implica una teoría. Sin el saber, la mera actuación es ciega. La clave del bienestar social

está en conocer y entender. Y la encíclica insiste en algo, convertido en tópico, que estamos lejos de practicar:

permitir “a la fe, a la teología, a la metafísica y a las ciencias encontrar su lugar dentro de una colaboración al

servicio del hombre”. Es un nuevo llamamiento a la interdisciplinariedad, a la ampliación de nuestro concepto

de razón, tan empequeñecido por los planteamientos educativos que —incluso en el nivel universitario— se nos

están imponiendo.

Incluso la noción de mercado ha de experimentar una dinamización que permita acoger las experiencia del don

y de la gratuidad. Se trata de una ampliación metodológica cuya eficacia han subrayado las tendencias más

recientes de la ciencia económica. Porque “el sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o

antisocial por naturaleza”. Se requieren por ello también “cambios profundos en el modo de entender la

empresa”, de manera que no responda exclusivamente a las expectativas de los inversores en detrimento de su

dimensión social. Invertir tiene siempre un significado ético.

Benedicto XVI: encíclica "Caritas in veritate" (comentarios y texto). Sobre el

don y la sobreabundancia

Scriptor.org

Blog de J.J. García Noblejas

09/07/09

Acaba de publicarse, hace momentos, la tercera encíclica de Benedicto XVI, "Caritas in veritate". Aquí puede
leerse el texto completo en castellano, ofrecido por Zenit. Y aquí, la síntesis ofrecida por el Vatican Information

Service (VIS).

Como es de suponer, no he tenido tiempo material de leer aún sus 127 páginas, distribuidas en 6 capítulos. Sin

embargo, he podido leer algo de lo publicado por algunos que han dispuesto con anticipación del texto

embargado. Lo suficiente para apreciar que -simplificando las cosas- en buena parte se trata de un texto que,

hablando de la caridad en la verdad,

-- para decir que la economía necesita de la ética

-- insiste acerca del carácter típicamente humano del don de sí y de la sobreabundancia.

1. La economía necesita de la ética, para su correcto funcionamiento

Leo y traduzco sintetizando algo publicado en el Corriere della Sera:

En el título, la encíclica da la vuelta a los términos cásicos del problema: la caridad debe conjugarse con la

verdad, «no sólo en la dirección –señalada por San Pablo- de la “veritas in caritate” (Ef 4,15), sino en la

dirección inversa y complementaria de la “caritas in veritate” ».

El Papa dice ser «consciente de las desviaciones y de los vacíos de sentido con que se ha encontrado y se

encuentra la caridad, con el peligro de ser malentendida, de dejarla fuera de las vivencias éticas y –en todo

caso- de impedir su valoración correcta» en los ámbitos sociales, jurídicos, culturales, políticos, económicos,

«es decir, en los contextos más expuestos a ese mismo peligro».

Sin la verdad, la caridad, palabra «abusada y distorsionada», se convierte en algo «irrelevante» y queda

excluida «de los procesos de construcción de un desarrollo humano de alcance universal, del diálogo entre los

saberes y la operatividad». La «caridad en la verdad», sin embargo, es esencial justo en el momento en que la

crisis del modelo de desarrollo global necesita «nuevas reglas» y nuevos fundamentos.

De aquí la contribución de la Iglesia, que ni tiene «soluciones técnicas que ofrecer ni pretende interferir en la

política de los Estados». Caridad y verdad, Agape y Logos. Este aspecto «racional» de la caridad es

comprensible incluso desde la razón humana y constituye una «base» universal –o, mejor, global- de diálogo
entre todos los seres humanos, todas las naciones y todas las culturas.

Incluso «la sorprendente experiencia de la donación» unifica a los hombres porque va más allá de cualquier

mérito: su norma no es sólo la justicia, sino el «exceso», el excedente, la sobreabundancia, la demasía, el

superávit… Desde esta concreta y particular «mirada» o visión, nacen líneas maestras para el mercado y las

empresas, los managers y los sindicatos, las finanzas y la política.

2. Acerca del carácter típicamente humano del don de sí y de la sobreabundancia.

Llama la atención el carácter propositivo, el "añadir" más que el lamentar o condenar prácticas que de todos

modos se señalan sin tapujos. No en vano, el Capítulo 3 trata de "Fraternidad, Desarrollo económico y

Sociedad Civil".

Sin querer ahora insistir en este último aspecto, sorprende la clarividencia y la nitidez con la que Benedicto XVI

pasa a destacar la necesidad de la libre donación personal, más allá del humano añadir libremente al "hacer

progreso" o al "mejorar como ciudadano".

En concreto, los números 34 y 35 merecen la pena ser leídos, al menos en parte, cuando los anticipaba Il

Foglio ("Non tutto è mercato. Carità e verità sono doni. Il libero scambio ok, ma non basta").

Dicen estos números 34 y 35:

34. La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su

vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que

antepone a todo la productividad y la utilidad. El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y

desarrolla su dimensión trascendente.

A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la

sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede -por decirlo con una

expresión creyente- del pecado de los orígenes. La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la

realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de
la sociedad: «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en

el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres» [85].

Hace tiempo que la economía forma parte del conjunto de los ámbitos en que se manifiestan los efectos

perniciosos del pecado. Nuestros días nos ofrecen una prueba evidente. Creerse autosuficiente y capaz de

eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con

formas inmanentes de bienestar material y de actuación social.

Además, la exigencia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a «injerencias» de carácter moral, ha

llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva. Con el pasar del

tiempo, estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la

libertad de la persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido capaces de

asegurar la justicia que prometían.

(...) Por su naturaleza, el don supera el mérito, su norma es sobreabundar. Nos precede en nuestra propia alma

como signo de la presencia de Dios en nosotros y de sus expectativas para con nosotros. La verdad que, como

la caridad es don, nos supera, como enseña San Agustín [88]. Incluso nuestra propia verdad, la de nuestra

conciencia personal, ante todo, nos ha sido «dada». En efecto, en todo proceso cognitivo la verdad no es

producida por nosotros, sino que se encuentra o, mejor aún, se recibe. Como el amor, «no nace del

pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano»

Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los

hombres de manera que no haya barreras o confines. La comunidad humana puede ser organizada por

nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni

aspirar a superar las fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género humano, la

comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta

cuestión decisiva, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a

ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político

necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de

fraternidad.

35. (...) Si el mercado se rige únicamente por el principio de la equivalencia del valor de los bienes que se
intercambian, no llega a producir la cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Sin formas

internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función

económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave

[89].

Tiempo habrá de terminar de leer, pensar y comentar.

Actualización, 7:00pm: En USA, las primeras reacciones destacan que el Papa subraya las relaciones éticas

con los asuntos de la vida: Pope highlights 'strong link' between life issues and social ethics in new encyclical.

En concreto, salta a la vista la claridad explícita de lo dicho en el n. 15:

Otros dos documentos de Pablo VI, aunque no tan estrechamente relacionados con la doctrina social -la

Encíclica Humanae vitae, del 25 de julio de 1968, y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, del 8 de

diciembre de 1975- son muy importantes para delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto

por la Iglesia. Por tanto, es oportuno leer también estos textos en relación con la Populorum progressio.

La Encíclica Humanae vitae subraya el sentido unitivo y procreador a la vez de la sexualidad, poniendo así

como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en

la distinción y en la complementariedad; una pareja, pues, abierta a la vida [27]. No se trata de una moral

meramente individual: la Humanae vitae señala los fuertes vínculos entre ética de la vida y ética social,

inaugurando una temática del magisterio que ha ido tomando cuerpo poco a poco en varios documentos y, por

último, en la Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II [28].

La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que «no puede

tener bases sólidas, una sociedad que -mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la

paz- se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de

la vida humana, sobre todo si es débil y marginada» [29].

Segnaliamo alcuni brani dell'enciclica "Caritas in veritate" in cui il Santo


Padre propone ancora una volta l'ermeneutica della riforma, del
rinnovamento nella continuita'.
Non esistono due Chiese (l'una preconciliare e l'altra postconciliare) ma
un'unica Chiesa di Cristo.
R.

12. Il legame tra la Populorum progressio e il Concilio Vaticano II non


rappresenta una cesura tra il Magistero sociale di Paolo VI e quello dei
Pontefici suoi predecessori, dato che il Concilio costituisce un
approfondimento di tale magistero nella continuità della vita della Chiesa
[19].

In questo senso, non contribuiscono a fare chiarezza certe astratte


suddivisioni della dottrina sociale della Chiesa che applicano all'insegnamento
sociale pontificio categorie ad esso estranee.
Non ci sono due tipologie di dottrina sociale, una preconciliare e una
postconciliare, diverse tra loro, ma un unico insegnamento, coerente e
nello stesso tempo sempre nuovo [20].
È giusto rilevare le peculiarità dell'una o dell'altra Enciclica,
dell'insegnamento dell'uno o dell'altro Pontefice, mai però perdendo di vista la
coerenza dell'intero corpus dottrinale [21]. Coerenza non significa chiusura
in un sistema, quanto piuttosto fedeltà dinamica a una luce ricevuta. La
dottrina sociale della Chiesa illumina con una luce che non muta i problemi
sempre nuovi che emergono [22].
Ciò salvaguarda il carattere sia permanente che storico di questo « patrimonio
» dottrinale [23] che, con le sue specifiche caratteristiche, fa parte della
Tradizione sempre vitale della Chiesa [24].
La dottrina sociale è costruita sopra il fondamento trasmesso dagli Apostoli ai
Padri della Chiesa e poi accolto e approfondito dai grandi Dottori cristiani.
Tale dottrina si rifà in definitiva all'Uomo nuovo, all'« ultimo Adamo che
divenne spirito datore di vita » (1 Cor 15,45) e che è principio della carità che
« non avrà mai fine » (1 Cor 13,8). È testimoniata dai Santi e da quanti hanno
dato la vita per Cristo Salvatore nel campo della giustizia e della pace. In essa
si esprime il compito profetico dei Sommi Pontefici di guidare
apostolicamente la Chiesa di Cristo e di discernere le nuove esigenze
dell'evangelizzazione. Per queste ragioni, la Populorum progressio, inserita
nella grande corrente della Tradizione, è in grado di parlare ancora a noi,
oggi.

Leggiamo anche questi ulteriori brani in cui sembra davvero di ascoltare la


viva voce del Papa che ci parla del rapporto fra fede e ragione:

30

...

Nei confronti dei fenomeni che abbiamo davanti, la carità nella verità
richiede prima di tutto di conoscere e di capire, nella consapevolezza e nel
rispetto della competenza specifica di ogni livello del sapere.
La carità non è un'aggiunta posteriore, quasi un'appendice a lavoro ormai
concluso delle varie discipline, bensì dialoga con esse fin dall'inizio. Le
esigenze dell'amore non contraddicono quelle della ragione.
Il sapere umano è insufficiente e le conclusioni delle scienze non potranno
indicare da sole la via verso lo sviluppo integrale dell'uomo. C'è sempre
bisogno di spingersi più in là: lo richiede la carità nella verità [76].
Andare oltre, però, non significa mai prescindere dalle conclusioni della
ragione né contraddire i suoi risultati. Non c'è l'intelligenza e poi l'amore: ci
sono l'amore ricco di intelligenza e l'intelligenza piena di amore.

Come ho affermato nella mia Enciclica Spe salvi, in questo modo si toglie
dalla storia la speranza cristiana [86], che è invece una potente risorsa sociale
a servizio dello sviluppo umano integrale, cercato nella libertà e nella
giustizia.
La speranza incoraggia la ragione e le dà la forza di orientare la volontà
[87]. È già presente nella fede, da cui anzi è suscitata. La carità nella
verità se ne nutre e, nello stesso tempo, la manifesta.
Essendo dono di Dio assolutamente gratuito, irrompe nella nostra vita come
qualcosa di non dovuto, che trascende ogni legge di giustizia.
Il dono per sua natura oltrepassa il merito, la sua regola è l'eccedenza.
Esso ci precede nella nostra stessa anima quale segno della presenza di Dio
in noi e della sua attesa nei nostri confronti.
La verità, che al pari della carità è dono, è più grande di noi, come insegna
sant'Agostino [88]. Anche la verità di noi stessi, della nostra coscienza
personale, ci è prima di tutto “data”. In ogni processo conoscitivo, in effetti,
la verità non è prodotta da noi, ma sempre trovata o, meglio, ricevuta.
Essa, come l'amore, « non nasce dal pensare e dal volere ma in certo qual
modo si impone all'essere umano » [89]. (34)

Infatti, l'economia e la finanza, in quanto strumenti, possono esser mal


utilizzati quando chi li gestisce ha solo riferimenti egoistici. Così si può
riuscire a trasformare strumenti di per sé buoni in strumenti dannosi. Ma è la
ragione oscurata dell'uomo a produrre queste conseguenze, non lo
strumento di per sé stesso. Perciò non è lo strumento a dover essere
chiamato in causa ma l'uomo, la sua coscienza morale e la sua responsabilità
personale e sociale. (36)

La creatura umana, in quanto di natura spirituale, si realizza nelle


relazioni interpersonali. Più le vive in modo autentico, più matura anche la
propria identità personale. Non è isolandosi che l'uomo valorizza se stesso,
ma ponendosi in relazione con gli altri e con Dio. L'importanza di tali
relazioni diventa quindi fondamentale. Ciò vale anche per i popoli. È, quindi,
molto utile al loro sviluppo una visione metafisica della relazione tra le
persone. A questo riguardo, la ragione trova ispirazione e orientamento nella
rivelazione cristiana, secondo la quale la comunità degli uomini non assorbe in
sé la persona annientandone l'autonomia, come accade nelle varie forme di
totalitarismo, ma la valorizza ulteriormente, perché il rapporto tra persona e
comunità è di un tutto verso un altro tutto [130]. Come la comunità familiare
non annulla in sé le persone che la compongono e come la Chiesa stessa
valorizza pienamente la “nuova creatura” (Gal 6,15; 2 Cor 5,17) che con il
battesimo si inserisce nel suo Corpo vivo, così anche l'unità della famiglia
umana non annulla in sé le persone, i popoli e le culture, ma li rende più
trasparenti l'uno verso l'altro, maggiormente uniti nelle loro legittime
diversità. (54)
L'esclusione della religione dall'ambito pubblico come, per altro verso, il
fondamentalismo religioso, impediscono l'incontro tra le persone e la loro
collaborazione per il progresso dell'umanità. La vita pubblica si
impoverisce di motivazioni e la politica assume un volto opprimente e
aggressivo.
I diritti umani rischiano di non essere rispettati o perché vengono privati del
loro fondamento trascendente o perché non viene riconosciuta la libertà
personale.
Nel laicismo e nel fondamentalismo si perde la possibilità di un dialogo
fecondo e di una proficua collaborazione tra la ragione e la fede religiosa.

La ragione ha sempre bisogno di essere purificata dalla fede, e questo


vale anche per la ragione politica, che non deve credersi onnipotente. A
sua volta, la religione ha sempre bisogno di venire purificata dalla
ragione per mostrare il suo autentico volto umano. La rottura di questo
dialogo comporta un costo molto gravoso per lo sviluppo dell'umanità.
(56)

Campo primario e cruciale della lotta culturale tra l'assolutismo della


tecnicità e la responsabilità morale dell'uomo è oggi quello della bioetica, in
cui si gioca radicalmente la possibilità stessa di uno sviluppo umano integrale.
Si tratta di un ambito delicatissimo e decisivo, in cui emerge con drammatica
forza la questione fondamentale: se l'uomo si sia prodotto da se stesso o se
egli dipenda da Dio.
Le scoperte scientifiche in questo campo e le possibilità di intervento
tecnico sembrano talmente avanzate da imporre la scelta tra le due
razionalità: quella della ragione aperta alla trascendenza o quella della
ragione chiusa nell'immanenza. Si è di fronte a un aut aut decisivo. La
razionalità del fare tecnico centrato su se stesso si dimostra però irrazionale,
perché comporta un rifiuto deciso del senso e del valore. Non a caso la
chiusura alla trascendenza si scontra con la difficoltà a pensare come dal
nulla sia scaturito l'essere e come dal caso sia nata l'intelligenza [153]. Di
fronte a questi drammatici problemi, ragione e fede si aiutano a vicenda. Solo
assieme salveranno l'uomo. Attratta dal puro fare tecnico, la ragione senza la
fede è destinata a perdersi nell'illusione della propria onnipotenza. La fede
senza la ragione, rischia l'estraniamento dalla vita concreta delle persone
[154]. (74)

Stupisce la selettività arbitraria di quanto oggi viene proposto come


degno di rispetto. Pronti a scandalizzarsi per cose marginali, molti
sembrano tollerare ingiustizie inaudite. Mentre i poveri del mondo
bussano ancora alle porte dell'opulenza, il mondo ricco rischia di non
sentire più quei colpi alla sua porta, per una coscienza ormai incapace di
riconoscere l'umano. Dio svela l'uomo all'uomo; la ragione e la fede
collaborano nel mostrargli il bene, solo che lo voglia vedere; la legge
naturale, nella quale risplende la Ragione creatrice, indica la grandezza
dell'uomo, ma anche la sua miseria quando egli disconosce il richiamo
della verità morale. (75)

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