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Universidad de los Andes

Maestría en Derecho (Investigación) con énfasis en derecho constitucional


Teoría Jurídica 2 - Sesión 11: Burocracias neoliberales, afectos y posconflicto en Colombia
Juan Felipe Silva Bustamante
26 de abril de 2022

Ponencia: “La existencia del estado como emoción no constituye necesariamente una forma
de precarización” (Buchely, 2020, p. 30)

A partir del libro de Lina Buchely denominado “El estado1 de la paz: Burocracias, memoria y
afecto en el posconflicto colombiano”, en esta ponencia plantearé una alternativa de
aproximación a una postura que ha venido sosteniéndose en varias de las sesiones del seminario
con respecto a la relación entre la resistencia, su forma de representación, y la percepción que de
ella tienen sus (i) destinatarios, es decir, el Estado, sus instituciones y su burocracia, y (ii) sus
testigos, es decir, quienes presencian directa o indirectamente las manifestaciones de la
resistencia.

Dicha postura consiste, en líneas generales, en que (i) hay formas de resistir2 (ii) que sus
destinatarios y testigos estiman desprovistas de significado, insuficientes o indignas de atención,
y (iii) como consecuencia de lo anterior, que hay escenarios en los cuales la protesta, la
insubordinación, y/o la resistencia adoptan formas de manifestarse3 que no resultan ser
representativas4 para aquellos sujetos, por, entre otros factores, la situación geográfica de sus
agentes y/o sus manifestaciones, la identidad en sentido amplio de quienes resisten, en qué
condiciones lo hacen, su filiación política, su pertenencia a un grupo históricamente
desaventajado o a una minoría.

Más que desvirtuar esta visión de la cuestión, lo que pretendo es señalar que, cuando Buchely
explica “(…) cómo la burocracia del posconflicto trata de resolver profundas desigualdades
estructurales a través de intervenciones meramente efectivas (…)”5, también ofrece elementos
para pensarse a la emoción, en tanto que mecanismo de gestión de los problemas 6, como una
respuesta plausible e, incluso, deseable, a los reclamos de la sociedad, y de las víctimas en
particular. Esta perspectiva de análisis se basa en varios apartes del texto de Buchely que podrían
condensarse en la frase del título de la ponencia, pero en los cuales están incluidas frases como,
primero, que el “(…) estado (…) no necesita ser entendido como entidad, limitada, invisible,
1
Advierto que, a lo largo del texto, la palabra ‘estado’ se escribe con la primera letra en minúscula.
2
Las palabras cuyo significado puede tener múltiples comprensiones están escritas en cursiva y sin comillas.
3
Y que se evalúan de acuerdo, incluso, con criterios estéticos (que la forma de protesta sea más llamativa o bella), o
quiénes son los sujetos que en ellas participan (marchas vs. protestas, según el grupo político que las promueve).
4
Los énfasis se representan con negrillas.
5
Teoría Jurídica 2. Programa del curso (p. 2).
6
Buchely, 2020, p. 30. “Pero ya hemos visto, de la mano de los trabajos de las etnografías del Estado, que esta es
una forma singular de gestión emocional que se presenta como pública, oficial”.
abstracta; puede ser visto como una caja de resonancia afectiva entre distintas personas y
cosas”7, y, segundo, que

“En esta ciudadanía precaria juega una paradoja en la que se contraponen la atención excesiva
de parte de ciertas agencias del estado, que a falta de recursos aparecen de forma meramente
afectiva, y la falta de garantías reales de sus derechos más básicos”8 (las subrayas están fuera del
texto original).

Esta apuesta es relevante si se le mira en los siguientes tres sentidos: (i) hay resistencias que, a
pesar de que en el lenguaje y la lógica adoptados a lo largo del seminario serían insignificantes,
pueden ser reconocidas por la burocracia estatal y esta les responde a través de emociones o
intervenciones afectivas, (ii) estas respuestas pueden ser, en contextos de crisis social como el
vivido el año pasado en Colombia, una especie de fuente de tranquilidad, sobre todo, para
quienes adoptaron posiciones, compartieron opiniones o actuaron sobre la base de cómo los
individuos que integran el Estado los hicieron sentir, y (iii) el derecho, entendido aquí como una
serie de reglas y procedimientos de origen o reconocimiento legal (en los términos de validez del
derecho positivo), parecieran no jugar un rol en la relación afectiva entre el Estado y las
personas.

Estos planteamientos implican, necesariamente, para efectos de esta ponencia, incluir a las
víctimas del conflicto en la categoría de los sujetos que resisten, y, por este motivo, inscribir sus
reclamos, según fueron descritos en el libro de Lina Buchely antes mencionado, en la lógica de la
resistencia. Aquí hablo de resistir como el mecanismo para poner en conocimiento del Estado,
sus instituciones y sus burócratas, las condiciones de precariedad y vulnerabilidad en la que se
encuentran las víctimas, independientemente de las formas que tengan de manifestarse:
organizando un plantón en alguna plaza central del país, manifestando la no voluntad de recibir,
de la guerrilla, un símbolo del conflicto en Bojayá como lo es el Cristo negro, o viviendo en
indignación.

Llevo a cabo este ejercicio de encuadrar los reclamos de las víctimas en la lógica de la
resistencia con la pretensión de plantear una aproximación diversa a la postura que mencioné en
el primer párrafo del escrito, a partir de las relaciones entre emociones y Estado que Lina
Buchely propone, pero con el presupuesto de haber agrupado en el mismo conjunto amplio a las
víctimas del conflicto y a quienes recientemente, en el contexto del estallido social que tuvo
lugar en el país, fueron protagonistas de la protesta y la resistencia. No afirmo, sin embargo, que
las víctimas del conflicto no puedan haber participado en esa coyuntura, pero sí que, a mi
parecer, los sujetos que protagonizaron la resistencia en ese contexto trascendían la categoría de
‘víctima’, sin perjuicio de que también la incluyera.

7
Ibíd., p. 29.
8
Ibíd., p. 17.
Dicho lo anterior, me referiré brevemente a otros apartes del libro de Buchely que explican su
comprensión del lugar de los afectos en la interacción del Estado con las víctimas. La autora
indica que existe una preocupación por que las discusiones relacionadas con la justicia
transicional hayan suplantado las discusiones sobre política económica y social en los territorios
en diferentes escalas:

“En lo macro, lo social mutó en lo transicional. En lo micro, la petición por lo simbólico -en la
rememoración, el reconocimiento y el trámite- se yuxtapuso al reclamo por las justicias sociales:
salud y educación para los hijos, infraestructura y conexiones para los municipios, respeto y
reconocimiento para las comunidades, entre otras”.9

Considero que es muy fuerte afirmar que las intervenciones efectivas en el contexto del
posconflicto, y en escenarios de precariedad, hayan llegado a estructurarse al punto de poder
hablarse de formas de gobierno afectivo. Buchely en este punto se refiere, incluso, a una nueva
especie de gobernanza mediada por las emociones. Es decir, no se trata de meras reacciones
desarticuladas de los burócratas a circunstancias en las que no tienen cómo más responder que a
través de los afectos, sino de una especie de comportamiento generalizado, que, en su recurrencia
y pervivencia, es ya un fenómeno que puede representarse como una forma de gobierno.10

No obstante, lo que revela la constitución de una estructura de gobernanza es, más allá que una
forma de responder a la inconformidad social, un indicador de otras circunstancias que revelan
los límites del Estado y la magnitud de los problemas sociales:

“Creo que es un libro que trata de tomar esa foto, del estado de la paz, desde el pacífico, donde
se hace evidente que las urgencias son otras, y la retórica de la paz es solo (y nada más que eso):
el nuevo lenguaje del estado. Al tratar de hacerlo, a tratar de tomar la foto, el libro habla
entonces en varias escalas. Los planes globales de achicamiento del estado junto con la agenda
neoliberal, la nueva aparición de lo social como lo afectivo y las formas en las que la gente (las
mujeres) resisten, se acomodan o subvierten esos nuevos planes”.11

No obstante, no quiero dejar de reconocer el valor y sentido que tiene que los agentes del Estado,
sus burócratas, en el marco de sus instituciones, generen, a los ojos de las víctimas, una
sensación de compasión (esta palabra puede reemplazarse por cualquier otra que implique una
especie de empatía), de visibilización, y de reconocimiento de la existencia de sus dolores:

“(…) he escrito este libro usando etnografías para descubrir lo jurídico, para descifrar la ley y
para desnudar el derecho, no en los palacios de justicia, sino en los trayectos de burócratas
errantes que persiguen a las víctimas para ofrecerles “bienestar””.12

9
Ibíd., pp. 18 y 19.
10
Ibíd., p. 19.
11
Ibíd., p. 16.
12
Ibíd., p. 15.
Consciente de los anteriores extractos, la aproximación diversa que planteo implica dislocar la
concepción generalizada que señalé en el segundo párrafo de este ensayo, y que puede ser
caracterizada a través de 2 ejemplos: (i) la sensación de inquietud con respecto al sentido y el
significado de ciertas formas de protesta, y a la que Esteban se refirió en la sesión del 19 de abril
a partir de una serie de intervenciones de Natalia en el seminario, y (ii) el problema de no
representatividad de las manifestaciones de inconformidad y protesta de las comunidades de
Nariño reseñadas por Javier en su ponencia.

Escogí el primer ejemplo porque permite poner a la luz que, subyacentemente, pareciera haber
un cierto escepticismo, desde el punto de vista de los testigos de las formas de resistencia, con
respecto a los efectos de algunas especies de protesta, y que se basa en tensiones, incluso de
orden político, que yo mismo he experimentado a veces sin un proceso de racionalización previo,
entre la formación individual, las propias percepciones sobre la sustancia de los reclamos
sociales, las palpables circunstancias de pauperización en las que se encuentran algunos grupos
sociales, y, entre muchos otros elementos, la opinión que, a nivel personal, sostenemos con
respecto al alcance de la actividad del Estado. Percibo que dicho escepticismo tiende a
extenderse, desde nuestra mente, al Estado mismo, y entonces, tiende a haber un ejercicio
constante de suposición con respecto a cómo sus instituciones y su burocracia perciben las
distintas formas de protesta, a partir de nuestras propias categorías, posiciones y, como lo
indiqué, tensiones. Desde esta perspectiva, una reacción emotiva del Estado a manifestaciones de
protesta relativamente insignificantes o no representativas sería interpretada como imposible o,
incluso, indeseable, por insuficiente. De allí que una visión que encuentre en las intervenciones
afectivas una forma no precarizada de respuesta, o, al menos, en general, que no la descalifique
como negativa, estaría, en la mayoría de los escenarios, en pugna con esta perspectiva,
digámoslo así, más escéptica.

El segundo ejemplo tiene que ver directamente, ya no con la manera en que los testigos de la
resistencia perciben sus manifestaciones, sino con cómo, dependiendo del tipo de manifestación
y sus características, sus destinatarios se ven más o menos persuadidos a hacer algo al respecto,
a favor de los reclamos que les son formulados. Este planteamiento supone que las formas menos
representativas o relevantes de manifestación serían, en la mayoría de las ocasiones,
desestimadas por el Estado, sus instituciones y su burocracia. Sin embargo, en el caso de las
víctimas, la descripción, con fundamentos empíricos, de Lina Buchely, del lugar que juega la
emoción como forma de respuesta a los reclamos sociales, representados en las formas más
insignificantes, como el llanto, el coraje, el desacuerdo, una mirada, el silencio, no pasar a la
mesa para compartir con un interlocutor, o cualquier otra que nos imaginemos, hace pensar que
recibir una respuesta con base en los afectos de parte de la burocracia estatal, implica, sin
importar su trascendencia o valor (de esto hablaré en el siguiente ejemplo), que tales formas de
manifestación fueron reconocidas, y eso pareciera valerlo todo, si se le mira desde el vacío:
desde la ausencia de reconocimiento.
La alternativa que he planteado para abordar lo emocional en las relaciones entre el Estado y la
sociedad consiste en la dislocación de la manera en la que, a lo largo del seminario, se ha
concebido la forma en la que el Estado y sus instituciones reaccionan a los reclamos sociales, y
al valor de tales reacciones. Aquí no pretendo ignorar uno de los presupuestos esenciales del
libro de Buchely: que, en su esquema analítico, las emociones no son un complemento a las
respuestas estructurales y de cambio, sino la respuesta que, si se quiere, de forma incompleta,
insuficiente y mediocre, el Estado ofrece a las necesidades sociales. No obstante, es aquí donde
cobra fuerza la idea de que la existencia del Estado como emoción no es, necesariamente, una
forma de precarización.

En un párrafo anterior, mencioné tres sentidos en los que considero que la apuesta de este texto
es relevante: (i) que el Estado responda a los reclamos sociales, representados incluso a través de
la indignidad más silenciosa, a través de emociones o intervenciones afectivas, (ii) que en ciertos
contextos dichas respuestas puedan ser fuente de tranquilidad, y (iii) que allí el derecho pareciera
no tener lugar.

El derecho parece no estar presente en la ecuación. Si acaso, de forma secundaria, a través suyo
se crearon los cargos de los burócratas que trabajan a través las instituciones creadas mediante
procedimientos legislativos o administrativos para gestionar las múltiples situaciones de la vida
social ante las que el Estado se encuentra, y el desarrollo de sus funciones está sometida a
reglamentos y sistemas de principios y valores, pero creo que la preocupación por generar
bienestar y la gestión que se lleva a cabo para llevar a cabo intervenciones afectivas son
extrajurídicas.

No obstante, pueden tener un valor, que, en mi pensar, es más poderoso que la conjuración de las
insurrecciones mediante la declaración del estado de conmoción interior. En mi experiencia
personal, durante el paro del año pasado, llegué a la conclusión de que no fue el proyecto de
reforma tributaria, ni, siquiera, las condiciones de vulnerabilidad de las personas involucradas en
las manifestaciones de resistencia13, el detonante último de la fuerza social que estalló en las
proporciones en las que lo hizo, sino cómo se sentían las personas a partir de las actitudes de los
miembros del Gobierno, o de varios de los integrantes de la Policía Nacional, los altercados que
hubo entre ellos y algunos miembros del Ejército, los discursos y posturas de los miembros del
partido de gobierno, pero también, al margen de este, de los partidos de oposición. Se
confeccionó una vorágine de emociones que podría condensar en frustración, la sensación de no
ser escuchados, y la falta de consideración. En ese escenario, las intervenciones afectivas,
acompañadas de eventos de relevancia material, como el retiro del proyecto de reforma pocos

13
Estos factores, en mi pensar, están en la base de la inconformidad.
días después de que fue anunciado, así como la remoción del ministro de Hacienda y Crédito
Público de su cargo, habrían podido tener un efecto social distinto14.

A pesar de esto, un caso en el que la visión alternativa que he planteado se quedaría sin
respuestas reales es el de la patería (queer) y el perreo combativos como formas de protesta
alternativas a las estructuras nacionalistas, tradicionales y patriarcales que han subsistido en
Puerto Rico, en los términos de Yarimar Bonilla 15. Dada la forma en la que se pueden llegar a
presentar, esto es, de forma disruptiva, no silenciosa, no prudente, en las calles, con formas de
vestir llamativas, música sonando a un alto volumen, y bailes ‘reprochables’, es muy posible que
tales formas de protesta no pasen desapercibidas. De hecho, es probable que sean representativas,
aunque resulten ser desestimadas y estigmatizadas. Su valor y sentido estaría en duda ante los
ojos de las cabezas tradicionales y patriarcales que sostienen el estado de las cosas (statu quo) en
Puerto Rico. ¿Qué lugar tendría allí una respuesta afectiva del Estado, en condiciones muy
particulares de privaciones, inestabilidad o corrupción? Creo que no hay una respuesta definitiva.
No obstante, sí quiero subrayar el valor de que, en contextos en los que la acción de resistencia
se basa en cómo el Estado hace sentir a los individuos, sin siquiera precarizarlos más en la
práctica, solo a través de sus percepciones, actitudes o posiciones, haya intervenciones afectivas.
Pareciera que, en ocasiones, es incluso indispensable.

A partir de las reflexiones que he planteado en este escrito, afirmo el lugar que las intervenciones
afectivas tienen en contextos de privación, invisibilización y no representatividad de las formas
de manifestación de las resistencias sociales, a pesar de que requieran estar acompañadas en la
práctica de mecanismos, estructuras (su desmonte, en ocasiones), y dispositivos que eviten que la
gestión de los problemas desde lo emocional se convierta en una nueva forma de gobernanza,
como si la actividad de los burócratas estuviera desligada del deber ser de la operación de las
instituciones desde arriba: “(…) concebir al estado como afecto aleja la atención de los
mecanismos que le permiten convertirse en la autoridad misma (poder institucional) o en
provisiones materiales (ciudadanía social)”.16

Referencias

Bonilla, Yarimar (2020). “The Coloniality of Disaster: Race, Empire, and the Temporal Logics
of Emergency”. Political Geography, vol. 78.

14
No quiero aquí afirmar que es indeseable que los reclamos sociales se sepan, o que su expresión debería aplacarse,
pero sí que ofrecer una respuesta emocional a fenómenos sociales que pueden tener su origen en las emociones
mismas puede generar una sensación de comprensión de parte del Estado que puede llegar a ser, en ciertos
contextos, especialmente relevante.
15
Bonilla, 2020, p. 159.
16
Buchely, 2020, p. 28.
Buchely, Lina (2020). “El estado de la paz: burocracias, memoria y afecto en el posconflicto
colombiano”. Valencia/Cali: Tirant lo Blanch/Editorial Universidad ICESI.

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