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Universidad de los Andes

Maestría en Derecho (Investigación) con énfasis en derecho constitucional


Teoría Jurídica 2 – Trabajo final
Juan Felipe Silva Bustamante
1º de junio de 2022

“La existencia del estado como emoción no constituye necesariamente una forma de
precarización” (Buchely, 2020, p. 30)

Introducción

Una idea general que puede desprenderse de la lectura del libro de Lina Buchely
denominado “El estado1 de la paz: Burocracias, memoria y afecto en el posconflicto
colombiano” es que las respuestas meramente afectivas, y no materiales, que ofrece el
Estado a las necesidades de las víctimas del conflicto en Colombia crean ‘ciudadanías
precarias’. En este escrito propongo un análisis alternativo del valor de las respuestas
afectivas del Estado a partir de varias discusiones llevadas a cabo en el seminario de la
clase de Teoría Jurídica 2 de la Maestría. Para este efecto, me refiero a las respuestas que
han recibido las víctimas de parte de las burocracias estatales en Colombia en los términos
del libro de Lina, las analizo y las traslado al contexto general de los sujetos precarizados
que resisten en contra del Estado para explicar por qué las emociones, en tanto que
mecanismo de gestión de los problemas2, pueden ser una respuesta plausible e, incluso,
deseable, a los contextos de reclamo social.

i) Planteamiento de la cuestión

A lo largo de la clase, una de las cuestiones en torno a las cuales los miembros del
seminario han venido discutiendo es la forma en la que el Estado y sus instituciones y
burocracias actúan/reaccionan/responden ante/a los sujetos que sufren, un concepto amplio
1
Advierto que, a lo largo del texto de Buchely, la palabra ‘estado’ se escribe con la primera letra en
minúscula.
2
“Pero ya hemos visto, de la mano de los trabajos de las etnografías del Estado, que esta es una forma
singular de gestión emocional que se presenta como pública, oficial” (Buchely, 2020, p. 30).
que, considero, incluye a las personas que, por múltiples razones, se encuentran, en el
contexto del neoliberalismo como sistema económico y político dominante, en situaciones
de precariedad, victimización, pauperización o resistencia, sin que estas categorías sean
totalmente comprensivas de las condiciones, realidades y circunstancias de vida de dichos
sujetos.

Como una sub-cuestión de la mencionada al comienzo del párrafo anterior, en el seminario


se ha abordado el asunto de las estéticas de la resistencia, entendido para efectos de este
texto como la relación entre (i) la resistencia en contra del Estado, (ii) sus formas de
representación, y (iii) la percepción que de estas tienen sus destinatarios, es decir, el Estado,
sus instituciones y su burocracia, y sus testigos, es decir, quienes presencian directa o
indirectamente las manifestaciones de la resistencia.

Con respecto a esta relación, fue común escuchar i) que el Estado, como regla general, no
quiere escuchar ni dar visibilidad a quienes resisten en su contra, ii) que hay formas de
resistir y manifestarse que sus destinatarios y testigos estiman desprovistas de significado,
insuficientes o indignas de atención, y (iii) como consecuencia de lo anterior, que hay
escenarios en los cuales la protesta, la insubordinación, y/o la resistencia adoptan formas de
manifestarse3 que no resultan ser representativas para aquellos sujetos, por, entre otros
factores, la situación geográfica de sus agentes y/o sus manifestaciones, la identidad en
sentido amplio de quienes resisten, en qué condiciones lo hacen, su filiación política, su
pertenencia a un grupo históricamente desaventajado o a una minoría4.
3
Y que se evalúan de acuerdo, incluso, con criterios estéticos (que la forma de protesta sea más llamativa o
bella), o quiénes son los sujetos que en ellas participan (marchas vs. protestas, según el grupo político que las
promueve).
4
Más que desvirtuar esta visión de la cuestión, advierto que, cuando Buchely explica “(…) cómo la
burocracia del posconflicto trata de resolver profundas desigualdades estructurales a través de
intervenciones meramente efectivas (…)”, también ofrece elementos para pensarse a la emoción, en tanto que
mecanismo de gestión de los problemas (resulta ser, de acuerdo con los trabajos de la etnografías del Estado,
una forma singular de gestión que se presenta como oficial), como una respuesta posible a los reclamos
sociales. Esta perspectiva de análisis se basa en varios apartes del texto de Buchely que podrían condensarse
en la frase del título de la ponencia, pero en los cuales están incluidas frases como, primero, que el “(…)
estado (…) no necesita ser entendido como entidad, limitada, invisible, abstracta; puede ser visto como una
caja de resonancia afectiva entre distintas personas y cosas” (Buchely, 2020, p. 29), y, segundo, que “En
esta ciudadanía precaria juega una paradoja en la que se contraponen la atención excesiva de parte de
ciertas agencias del estado, que a falta de recursos aparecen de forma meramente afectiva, y la falta de
garantías reales de sus derechos más básicos” (Buchely, 2020, p. 17) (las subrayas están fuera del texto
original).
A pesar del título de este escrito, es decir, que la existencia del Estado como emoción no
constituye necesariamente una forma de precarización, una de las posturas que Lina
Buchely parece sostener en últimas, como lo indiqué en la introducción, es que cuando las
respuestas del Estado son solamente afectivas, en el sentido de que están desprovistas de
una dimensión material representada, por ejemplo, entre otras cosas, en la existencia de
unas condiciones físicas mínimas de salud, alimentación, educación y vivienda que
permitan a las personas gozar plenamente de sus derechos, se crean ciudadanías precarias,
incompletas, y frágiles5.

ii) Algunas anotaciones con respecto al valor de las intervenciones afectivas


como mecanismo de gestión de los problemas sociales en el texto de Lina
Buchely

La línea argumentativa que señalé está integrada por diversos análisis que, a su vez, están
compuestos por varias premisas. De forma relevante para este escrito, identifiqué las
siguientes. En primer lugar, que, en el caso de las víctimas relatado por Lina en su libro, los
burócratas actúan de forma desconectada con las instituciones del Estado y no son
competentes para resolver los reclamos materiales de las personas. En segundo lugar, de
forma implícita, que aunque las entidades y mecanismos creados por el Estado en el marco
de la justicia transicional estuvieron dotados de un componente social/estructural (por
oposición al meramente transicional), hay una multiplicidad de factores que impiden que
las víctimas puedan sentir que se benefician de respuestas/intervenciones materiales (no
solo afectivas) que incluyen los rigores de los trámites burocráticos desde las regiones 6, el
miedo a la organización jurídica de los grupos de víctimas 7, la concepción de las víctimas

5
“Los habitantes de Bojayá tienen clara esa contradicción. Para ellos, no hay tal “reparación integral” de
la que habla la Ley 1448 de 2011 y sobre la que insisten con vehemencia los funcionarios del CNMH. La
reparación es simbólica y material. Existe una división clara y es evidente que la segunda no ha llegado.”
(Buchely, 2020, p. 40).
6
La cuestión de cómo lograr que una declaración sobre la ocurrencia de un hecho victimizante llegue a
Bogotá y sea acogida favorablemente.
7
Me refiero al miedo de la Comunidad de Víctimas a constituirse en persona jurídica por la sensación de que
su cabeza es el encargado de garantizar los derechos de las víctimas y encargarse de ellas.
como riesgos8, y la falta de articulación de las entidades del Estado para lograr cambios
materiales en la vida de las víctimas, entre muchos otros. En tercer lugar, por último, que
las instituciones que se encargan de la gestión de los asuntos de las víctimas en los
territorios dependen en varios frentes de las decisiones que se adopten desde el nivel
central, que ello dificulta y vuelve ajena la gestión, y pareciera limitar la efectividad del
trabajo de dichos funcionarios, dada dicha desconexión 9: dos de las funcionarias de la
Dirección Territorial de la UARIV en el Medio Atrato en el Chocó dieron cuenta de “(…)
su percepción de insignificancia frente a un centro robusto y poderoso (…)”10: Bogotá.

Con respecto al lugar de los afectos en la interacción del Estado con las víctimas, Lina
indica que existe una preocupación por que las discusiones relacionadas con la justicia
transicional hayan suplantado las discusiones sobre política económica y social en los
territorios en diferentes escalas:

“En lo macro, lo social mutó en lo transicional. En lo micro, la petición por lo


simbólico -en la rememoración, el reconocimiento y el trámite- se yuxtapuso al
reclamo por las justicias sociales: salud y educación para los hijos, infraestructura
y conexiones para los municipios, respeto y reconocimiento para las comunidades,
entre otras”.11

Afirmar que las intervenciones efectivas en el contexto del posconflicto, y en escenarios de


precariedad, hayan llegado a estructurarse al punto de poder hablarse de formas de gobierno
afectivo tiene una implicación particular: Buchely en este punto se refiere, incluso, a una
nueva especie de gobernanza mediada por las emociones. Es decir, no se trata de meras
reacciones desarticuladas de los burócratas a circunstancias en las que no tienen cómo más
responder que a través de los afectos, sino de una especie de comportamiento generalizado,
8
La prevención de los funcionarios del Estado encargados de determinar quien sí es víctima y quien no, ante
el miedo de que se ‘colen’ personas que no sean víctimas en realidad.
9
Quienes toman las decisiones en Bogotá no conocen de cerca las realidades en los territorios y establecen
ritualismos y requisitos en velocidades y de acuerdo con marcos que pueden no compartir las víctimas ni los
funcionarios que interactúan con ellas a nivel local. Pareciera igualmente, que, aunque sí pudieran conocer
dichas realidades, la comunicación no es fluida ni puede llevarse a cabo en términos comunes para los
interlocutores involucrados.
10
Buchely, 2020, p. 71.
11
Ibíd., pp. 18 y 19.
que, en su recurrencia y pervivencia, es ya un fenómeno que puede representarse como una
forma de gobierno.12

No obstante, lo que revela la constitución de una estructura de gobernanza es, más allá que
una forma de responder a la inconformidad social, un indicador de otras circunstancias que
revelan los límites del Estado y la magnitud de los problemas sociales:

“Creo que es un libro que trata de tomar esa foto, del estado de la paz, desde el
pacífico, donde se hace evidente que las urgencias son otras, y la retórica de la paz
es solo (y nada más que eso): el nuevo lenguaje del estado. Al tratar de hacerlo, a
tratar de tomar la foto, el libro habla entonces en varias escalas. Los planes
globales de achicamiento del estado junto con la agenda neoliberal, la nueva
aparición de lo social como lo afectivo y las formas en las que la gente (las
mujeres) resisten, se acomodan o subvierten esos nuevos planes”.13

iii) Una valoración alternativa de las intervenciones emocionales

A partir del texto de Lina, las víctimas pueden ser también entendidas como sujetos que
resisten: ponen en conocimiento del Estado, sus instituciones y sus burócratas, las
condiciones de precariedad y vulnerabilidad en la que se encuentran, con múltiples formas
de manifestación: organizando un plantón en alguna plaza central del país, manifestando la
no voluntad de recibir, de la guerrilla, un símbolo del conflicto en Bojayá como lo es el
Cristo negro, o viviendo en indignación.14

12
Ibíd., p. 19.
13
Ibíd., p. 16.
14
Llevo a cabo este ejercicio de encuadrar los reclamos de las víctimas en la lógica de la resistencia con la
pretensión de plantear una aproximación diversa a la postura que mencioné en el primer párrafo del escrito, a
partir de las relaciones entre emociones y Estado que Lina Buchely propone, pero con el presupuesto de haber
agrupado en el mismo conjunto amplio a las víctimas del conflicto y a quienes recientemente, en el contexto
del estallido social que tuvo lugar en el país, fueron protagonistas de la protesta y la resistencia. No afirmo,
sin embargo, que las víctimas del conflicto no puedan haber participado en esa coyuntura, pero sí que, a mi
parecer, los sujetos que protagonizaron la resistencia en ese contexto trascendían la categoría de ‘víctima’, sin
perjuicio de que también la incluyera.
Mi propuesta de valoración alternativa de las intervenciones afectivas del Estado no
desconoce las realidades y perspectivas de análisis que articuló Lina en su libro. No
obstante, los dos elementos comunes a las tres premisas que señalé al comienzo del acápite
anterior, es decir, (i) la desconexión entre burócratas e instituciones y centros de toma de
decisión, (ii) y las limitaciones institucionales y orgánicas para generar
transformaciones/cambios materiales/estructurales, terminan por ofrecer espacios de
autonomía a los burócratas en todo nivel, no solo en lo local, para hacer de las
intervenciones y respuestas meramente afectivas instrumentos de gestión de los problemas.

El solo hecho de encontrar evidencia de que los burócratas del Estado, en tanto que
destinatarios de las formas de presentación de las necesidades sociales, ven, reconocen y
responden a tales manifestaciones ya disloca algunas de las asunciones y posturas expuestas
en párrafos anteriores: significa que, aunque el Estado como ente jurídico, impersonal y
ficticio actúe de forma desordenada, desconectada, y establezca formas de respuesta
limitadas que puedan resultar siendo meramente emocionales en algunos casos, permite, en
su desorganización e ineficacia, espacios de gestión de los problemas desde lo emocional
que podrían, en ciertos contextos, resultar ser muy valiosos.

La aproximación diversa que planteo implica dislocar la concepción generalizada que


señalé en el acápite de ‘Planteamiento de la cuestión’ de este ensayo, y tiene su origen en
mis reflexiones en torno a 2 ejemplos: (i) la sensación de inquietud con respecto al sentido
y el significado de ciertas formas de protesta, y a la que Esteban Restrepo se refirió en la
sesión del curso del 19 de abril de 2022 a partir de una serie de intervenciones de Natalia en
el seminario, y (ii) el problema de no representatividad de las manifestaciones de
inconformidad y protesta de las comunidades de Nariño reseñadas por Javier en su
ponencia.

Escogí el primer ejemplo porque permite poner a la luz que, subyacentemente, pareciera
haber un cierto escepticismo, desde el punto de vista de los testigos de las formas de
resistencia, con respecto a los efectos de algunas especies de protesta, y que se basa en
tensiones, incluso de orden político, que yo mismo he experimentado a veces sin un
proceso de racionalización previo, entre la formación individual, las propias percepciones
sobre la sustancia de los reclamos sociales, las palpables circunstancias de pauperización en
las que se encuentran algunos grupos sociales, y, entre muchos otros elementos, la opinión
que, a nivel personal, sostenemos con respecto al alcance de la actividad del Estado.
Percibo que dicho escepticismo tiende a extenderse, desde nuestra mente, al Estado mismo,
y entonces, tiende a haber un ejercicio constante de suposición con respecto a cómo sus
instituciones y su burocracia perciben las distintas formas de protesta, a partir de nuestras
propias categorías, posiciones y, como lo indiqué, tensiones. Desde esta perspectiva, una
reacción emotiva del Estado a manifestaciones de protesta relativamente insignificantes o
no representativas sería interpretada como imposible o, incluso, indeseable, por
insuficiente. De allí que una visión que encuentre en las intervenciones afectivas una forma
no precarizada de respuesta, o, al menos, en general, que no la descalifique como negativa,
estaría, en la mayoría de los escenarios, en pugna con la perspectiva de Lina Buchely.

El segundo ejemplo tiene que ver directamente, ya no con la manera en que los testigos de
la resistencia perciben sus manifestaciones, sino con cómo, dependiendo del tipo de
manifestación y sus características, sus destinatarios se ven más o menos persuadidos a
hacer algo al respecto, a favor de los reclamos que les son formulados. En el caso de las
víctimas, la descripción, con fundamentos empíricos, de Lina Buchely, del lugar que juega
la emoción como forma de respuesta a los reclamos sociales, representados en las formas
más insignificantes, como el llanto, el coraje, el desacuerdo, una mirada, el silencio, no
pasar a la mesa para compartir con un interlocutor, o cualquier otra que nos imaginemos,
hace pensar que recibir una respuesta con base en los afectos de parte de la burocracia
estatal, implica, sin importar su trascendencia o valor (de esto hablaré en el siguiente
ejemplo), desde mi perspectiva15, que tales formas de manifestación fueron reconocidas, y
eso pareciera valerlo todo, si se le mira desde el vacío: desde la ausencia de
reconocimiento16.

15
En oposición implícita con la postura de Lina, dada su percepción de que el mero reconocimiento de las
manifestaciones de las víctimas son una respuesta mediocre e insignificante.
16
La alternativa que he planteado para abordar lo emocional en las relaciones entre el Estado y los sujetos que
sufren consiste en la dislocación de la manera en la que, a lo largo del seminario, se ha concebido la forma en
la que el Estado y sus instituciones reaccionan a los reclamos sociales, y al valor de tales reacciones. Aquí no
pretendo ignorar uno de los presupuestos esenciales del libro de Buchely: que, en su esquema analítico, las
emociones no son un complemento a las respuestas estructurales y de cambio, sino la respuesta que, si se
De esta forma, esta apuesta es relevante desde la perspectiva de (i) el valor y sentido de que
el Estado responda a los reclamos sociales, representados incluso a través de la indignidad
más silenciosa, a través de emociones o intervenciones afectivas, y (ii) que en ciertos
contextos dichas respuestas puedan producir la sensación de que el Estado reconoce las
representaciones de las manifestaciones sociales, como lo explicaré a continuación.
Advierto que con estos comentarios no pretendo subvertir la crítica que Lina Buchely
estructura en contra de las justificaciones del neoliberalismo, solo ahondar en el valor que
podrían tener las respuestas afectivas de parte del Estado en un escenario social e histórico
particular más general al de las víctimas de la violencia.

La clase de Teoría Jurídica 2 fue también un espacio de discusión del paro que tuvo lugar
en el país en el 2021. La cuestión de la relevancia de las respuestas afectivas del Estado
puede trasladarse, en los términos en los que la he venido desarrollando, al contexto de
dicho estallido social.

Las respuestas/intervenciones afectivas pueden tener un valor, que, en mi pensar, es más


poderoso que la conjuración de las insurrecciones mediante la declaración del estado de
conmoción interior, como lo propuso el precandidato David Barguil o lo consideró el
Gobierno Nacional en uno de los momentos culmen de protesta social. En mi experiencia
personal, durante el paro del año pasado, llegué a la conclusión de que no fue el proyecto
de reforma tributaria, ni, siquiera, las condiciones de vulnerabilidad de las personas
involucradas en las manifestaciones de resistencia17, el detonante último de la fuerza social
que estalló en las proporciones en las que lo hizo, sino cómo se sentían las personas a partir
de las actitudes de los miembros del Gobierno, o de varios de los integrantes de la Policía
Nacional, los altercados que hubo entre ellos y algunos miembros del Ejército, los discursos
y posturas de los miembros del partido de gobierno, pero también, al margen de este, de los
partidos de oposición. Se confeccionó una vorágine de emociones que podría condensar en
frustración, la sensación de no ser escuchados, y la falta de consideración. En ese escenario,
quiere, de forma incompleta, insuficiente y mediocre, el Estado ofrece a las necesidades sociales. No obstante,
es aquí donde cobra fuerza la idea de que la existencia del Estado como emoción no es, necesariamente, una
forma de precarización.
17
Estos factores, en mi pensar, están en la base de la inconformidad.
las intervenciones afectivas, como que el presidente de la República hubiera hecho una
alocución rechazando los abusos de poder de la fuerza pública (en el nivel más alto de la
burocracia), o no haber utilizado el uniforme de la Policía justo después de que fueran
asesinadas varias personas presuntamente a manos suyas, acompañadas de eventos de
relevancia material, como el retiro del proyecto de reforma tributaria pocos días después de
que fue anunciado, o desplegar al gobierno en denunciar los actos de violencia policial y
respaldar a las víctimas, así como la remoción del ministro de Hacienda y Crédito Público
de su cargo, habrían podido tener un efecto social distinto18.

Este ejemplo, aunque situado al margen del contexto del caso de las víctimas según el texto
de Lina, permite subrayar (i) cómo las intervenciones afectivas pueden ser relevantes en
escenarios de convulsión social, y (ii) que las burocracias, a pesar de, y gracias a, el
desorden, las limitaciones y la desarticulación que he expuesto en diversas partes de este
texto, terminan gozando de espacios de gestión de los problemas que pueden tener efectos
positivos, con independencia de las construcciones que Lina elabora con respecto a cómo
las meras intervenciones afectivas generan precariedad, pero subrayando el valor de que las
personas sientan que las representaciones de sus manifestaciones son visibles, y que reciben
una respuesta congruente.

Conclusión

Las intervenciones afectivas tienen un lugar importante como respuesta de las burocracias
en contextos de privación, invisibilización y no representatividad de las formas de
manifestación de las resistencias sociales, a pesar de que requieran estar acompañadas en la
práctica de mecanismos, estructuras (su desmonte, en ocasiones), y dispositivos que eviten
que la gestión de los problemas desde lo emocional se convierta en una nueva forma de
gobernanza.

18
No quiero aquí afirmar que es indeseable que los reclamos sociales se sepan, o que su expresión debería
aplacarse, pero sí que ofrecer una respuesta emocional a fenómenos sociales que pueden tener su origen en las
emociones mismas puede generar una sensación de comprensión de parte del Estado que puede llegar a ser,
en ciertos contextos, especialmente relevante.
En este sentido, aunque reafirmo que la actividad de los burócratas debería estar ligada a
respuestas materiales/estructurales, pues “(…) concebir al estado como afecto aleja la
atención de los mecanismos que le permiten convertirse en la autoridad misma (poder
institucional) o en provisiones materiales (ciudadanía social)”19, la desorganización de los
órganos y las instituciones estatales, su separación de los burócratas, sus métodos y los
destinatarios de las políticas públicas han creado espacios en los que las respuestas
afectivas pueden resultar ser una forma de gestión de los problemas, no solo en el caso de
las víctimas, sino en contextos sociales de convulsión, y en todos los niveles de la
burocracia.

El caso del estallido social es solamente un ejemplo de los espacios en los que las
intervenciones afectivas cobrarían relevancia, y resultarían ser un instrumento para
múltiples fines: generar el ambiente social para llevar a cabo el diseño de políticas públicas,
crear espacios de empatía entre las autoridades y los gobernados, o simplemente dar la
sensación de que el Estado ve y reconoce las manifestaciones de quienes resisten, una
cuestión central en las discusiones que tuvieron lugar a lo largo del seminario.

Referencias

Buchely, Lina (2020). “El estado de la paz: burocracias, memoria y afecto en el


posconflicto colombiano”. Valencia/Cali: Tirant lo Blanch/Editorial Universidad ICESI.

19
Buchely, 2020, p. 28.

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