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En la gran mayoría de los textos que hemos leído, consigo ver la noción, inmersa
en ellos, de que ante un mismo proceso, los Estados, así como sus subunidades dentro
de ellas, no tienen por qué responder de la misma manera. De hecho, rara vez sucede
así. En el escrito de Migdal se usa en varias ocasiones el calificativo de intercambiable
para destacar la imposibilidad de seguir tratando a los Estados como extrapolables a
otros con los que poder compararse. Él explica que
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Álvaro Narva Gil Debates entorno al Estado 2º Informe de Lectura
que “las sociedades modernas no pueden evitar la existencia de narrativas múltiples; son
multiculturales de manera irrevocable” (Migdal, 2008: 34). Y precisamente esa idea de
cultura, enlazada con el interaccionismo simbólico, engarza simultáneamente con la
concepción de que existe una “auto-conciencia colectiva” (Migdal, 2008: 29).
Finalmente, me quedo con la defensa que hace Migdal de tratar descartar “los
enfoques que aíslan al Estado como una unidad de análisis” (2008: 37), que se podría
interpretar que hace referencia a perspectivas realistas o neorrealistas, marxistas, entre
otras. Y, por añadidura, me viene a la mente la idea de la teoría de la convergencia
cuando declara que tanto los culturalistas y los institucionalistas históricos han sido
excluyentes los unos con los otros, y de lo que se trata es precisamente de converger
enfoques que pueden llegar a hacer posturas y conseguir investigaciones más completas
de un fenómeno dado.
Desde el inicio Jessop respalda lo visto en lecturas anteriores sobre que ningún
enfoque teórico puede capturar y explicar completamente la dinámica estructural y
estratégica del fenómeno del Estado y su poder (Jessop, 2014: 20). Además, subraya
también que el Estado tiene una naturaleza y unos vínculos diferenciales con la
sociedad, que dependen “de la naturaleza de la formación social y su historia pasada”
(Jessop, 2013: 26). Dicho con otras palabras, toca fijarse en la casuística y dejar a un
lado las leyes generales en ciencias sociales que socavan los matices y detalles que si se
obvian pueden provocar defectos en el análisis que nos alejarían de la comprensión del
objeto de estudio. Lo bueno que tiene es que expone desde un primer momento qué
instrumentalización del Estado va a manejar durante el ensayo, un factor del que
carecían otros escritos en clase y que facilita la comprensión de lo leído.
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como sujeto porque no se trata de un ser con vivencias individuales, pero que sí puede
ser concebido como un actor, más bien como un actor de actores. Y que, estos últimos,
sí que pueden llegar a ser comprendidos separadamente como sujetos debido a que sus
intereses pueden converger y configurarse como un actor —ya sea un sector
burocrático, un think tank, una revista, grupo de presión, etc.—, al mismo tiempo que al
quedar configurados como un subactor del actor del Estado, sus intereses entran en
conflicto con otros subactores pertenecientes también al Estado; porque “[h]ay
principios de socialización que rivalizan entre sí” (Jessop, 2014: 24). Esto casa con la
idea de que “el Estado está socialmente integrado” (Jessop, 2014: 23), es decir, el
Estado es consustancial a la sociedad, el Estado es sociedad desde su génesis. Y es
precisamente por eso que un Estado por sí sólo no se puede entender como un sujeto,
ello sería una entelequia. A pesar de que los enfoques dominantes así lo han
interpretado durante mucho tiempo. Por todo ello, coincido con la idea de que el Estado
no es el que ejecuta el poder, es decir, “no es el Estado el que actúa” (Jessop, 2014: 34),
sino que son los subactores los que operan bajo esa categoría estatal.
Otro factor que considero que merece ser remarcado es la “condición de filtro”
(O’Donnell, 2008: 29) que se ve reflejado en Jessop al ser asertivo cuando dice que
Y es aquí donde se revela la contingencia a la que están sujetos todos los fenómenos
sociales que estudiamos. No se trata de caer en un subjetivismo o relativismo pueril. El
enfoque estratégico-relacional por el que aboga Jessop destaca dicha contingencia, una
incertidumbre que podría ser delimitada hasta cierto punto, en el que el ejercicio y
efectividad del poder del Estado se muestran afectados por constantes cambios en una
situación de reequilibrio permanente; tratando de evitar visiones reduccionistas que
limiten “el poder del Estado al poder de clase” (Jessop, 2014: 33). Por eso considero
que entender que “el poder del Estado es una condensación institucionalmente mediada
del equilibrio cambiante de fuerzas políticas” (Jessop, 2014: 35) es un gran avance en el
intento por comprender la gran cuestión de: ¿qué es el Estado?
Pereira, L. C. B. (1998): “La reforma del Estado de los años noventa. Lógica y
mecanismos de control”. Desarrollo económico, 150(38), pp. 517-550.
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representar, y, a su vez, deben ser ellos mismos los primeros y últimos en sentenciar si
continúa en su puesto o no una vez terminado el mandato o durante una legislatura, si
así se considerara. Sin una libertad política colectiva constituida desde abajo, es
imposible cualquier posibilidad de accountability. No se trata de pares de extremos
como lo presenta Pereira, el mandato imperativo es necesario, y nada tiene que ver con
reducirlo a que se obedezca absolutamente todo lo que digan los votantes, como si no
tuvieran capacidad de discernir ante una coyuntura política que necesariamente tenga
que pasar por concesiones mutuas con otro partido político de otro signo ideológico.
Bibliografía complementaria:
Carabaña, J., & Lamo, E. (1978): “La teoría social del interaccionismo simbólico:
análisis y valoración crítica”. Revista española de investigaciones
sociológicas, 1(78), pp. 159-204.
Mann, M. (1991): “El poder autónomo del Estado: sus orígenes, mecanismos y
resultados”. Zona abierta, (57), pp. 15-50.